PLURALISTA

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 7

PLURALISTA

EMPÉDOCLES

(También llamado Empédocles de Akragas; Agrigento, Sicilia, 484 a.C. - Etna,


424 a.C.) Filósofo y poeta griego. Fue el primero de los pensadores del
eclecticismo pluralista que intentó conciliar las visiones contrapuestas de la
realidad a que habían llegado Parménides y Heráclito. Empédocles postuló
como principios constitutivos de todas las cosas cuatro «raíces» o elementos
inalterables y eternos (el agua, el aire, la tierra y el fuego), que, al combinarse
en distintas proporciones por efecto de dos fuerzas cósmicas (el Amor y el
Odio), dan lugar a la multiplicidad de seres del mundo físico.

Realmente se conoce muy poco de la biografía de Empédocles; su


personalidad está envuelta en la leyenda, que lo hace aparecer como mago
y profeta, autor de milagros y revelador de verdades ocultas y misterios
escondidos. Nació en el seno de una familia ilustre, y llegó a ser jefe de la
facción democrática de su ciudad natal. Su fama como científico y médico-
taumaturgo, unida a su posición social, le permitió ocupar importantes cargos
en la vida pública. El final de su vida lo pasó exiliado en el Peloponeso. Se
forjaron varias versiones en torno a su muerte, la más conocida de todas es
aquella según la cual se habría arrojado al volcán Etna para ser venerado
como un dios por sus conciudadanos.

De sus escritos conocemos únicamente los Políticos, el tratado Sobre la


medicina, el Proemio a Apolo, el poema Sobre la naturaleza (sólo nos han
llegado unos 450 versos de los 5.000 de que constaba la obra) y
las Purificaciones (de argumento místico e inspirado en el orfismo). Parece
que hay que considerar espurias las tragedias que se le atribuyen. Escribió
sus obras en forma de poemas. Su doctrina parece depender en algunos
puntos de Parménides, a quien se supone que conoció en un viaje a Elea.
Desde sus orígenes y a lo largo de todo el periodo llamado cosmológico o
presocrático (es decir, anterior a Sócrates), la filosofía griega había supuesto
la existencia de un principio constitutivo (arjé o arché) común a la diversidad
de seres de la naturaleza. Los filósofos de Mileto
(Tales, Anaximandro, Anaxímenes) y la escuela de Pitágoras vieron tal
principio en substancias concretas (el aire, el agua) o bien propusieron
principios de naturaleza abstracta o formal (lo indeterminado en
Anaximandro, el número en los pitagóricos). El desarrollo de esta indagación
acabaría conduciendo a las concepciones antitéticas de la realidad
de Parménides y Heráclito: para el primero, lo real es uno e inmutable, siendo
su continua transformación mera apariencia, mientras que el segundo vio
precisamente en el incesante devenir la verdadera naturaleza de lo real.
La filosofía de Empédocles representa la primera tentativa de armonizar
ambas posturas, intento que secundarían Anaxágoras y los atomistas
(Leucipo y Demócrito); todos ellos aspiraron a una síntesis ecléctica
proponiendo como arjé una pluralidad de elementos o partículas que, dentro
del devenir, mantenía su inmutabilidad. En sus obras, Empédocles comienza,
como Parménides, estableciendo la necesidad y perennidad del ser; su
originalidad consiste en conciliar dicha necesidad con el devenir, con el
transcurrir de todo.
Para ello estableció como principios constitutivos de todas las cosas cuatro
«raíces» (rhicómata), los cuatro elementos naturales: el agua, el aire, la tierra
y el fuego. Estas raíces corresponden a los principios (arjé) señalados
anteriormente por Tales, Anaxímenes, Jenófanes y Heráclito,
respectivamente; pero, a diferencia de tales principios (que se transforman
cualitativamente y se convierten en todas las cosas), las raíces de
Empédocles permanecen cualitativamente inalteradas: se combinan en
distintas proporciones para formar todas las cosas, pero ellas mismas son
inmutables y eternas.

Según Empédocles, lo que provoca el continuo cambio, el perpetuo devenir


heraclíteo, son dos fuerzas cósmicas que llamó Amor y Odio. El Amor tiende
a unir los cuatro elementos, como atracción de lo diferente; el Odio actúa
como separación de lo semejante. Cuando predomina totalmente el Amor, se
genera una pura y perfecta esfera toda ella igual e infinita, que goza de su
envolvente soledad. El Odio comienza entonces su obra, deshaciendo toda
la armonía hasta la separación completa del caos. De nuevo al Amor
interviene para volver a unir lo que el odio ha separado, y así las dos fuerzas,
en sus cíclicas contiendas, dan vida a las diversas manifestaciones del
cosmos.

Las cuatro raíces y las dos fuerzas que los mueven explican asimismo el
conocimiento, según el principio de que lo semejante se conoce con lo
semejante, pues el hombre también está formado por los cuatro elementos.
Las cosas emanan flujos que, pasando a través de los poros de los
elementos, determinan el contacto y el reconocimiento.

Sobre estas bases Empédocles dedicó gran interés a la observación de la


naturaleza (botánica, zoología y fisiología), y expuso originales concepciones
sobre la evolución de los organismos vivos o la circulación de la sangre;
estableció asimismo la sede del pensamiento en el corazón, tesis acogida
durante mucho tiempo por la medicina. Esta doctrina de la evolución y
transformación de todos los seres le da pie para la teoría de la metempsicosis:
por ley necesaria los seres expían sus delitos a través de una serie de
reencarnaciones. "Yo he sido ya, anteriormente, muchacho y muchacha,
arbusto, pájaro y pez habitante del mar". Solamente los hombres que logren
purificarse podrán escapar por completo del círculo de los nacimientos y
volver a morar entre los dioses.

Aunque Empédocles no figura entre los grandes de la filosofía griega, su


teoría de las «cuatro raíces» acabaría gozando de más de veinte siglos de
vigencia: al ser adoptada por Aristóteles (que las llamó «los cuatro
elementos»), pasó a formar parte de las concepciones comúnmente
aceptadas sobre la materia hasta el siglo XVIII. Hubo que esperar a los
tiempos de la fundación de la química como ciencia moderna, de la mano
de Antoine Lavoisier, para descubrir que «elementos» como el aire o el
agua no eran tales, sino una mezcla de gases el primero, y un compuesto de
hidrógeno y oxígeno el segundo.

ANAXÁGORAS

(Clazómenas, actual Turquía, 500 a.C. - Lámpsaco, id., 428 a.C.) Filósofo
griego. Junto con Empédocles y Demócrito, es el principal representante del
eclecticismo pluralista que intentó conciliar las tesis contrapuestas de las dos
grandes figuras de la filosofía presocrática, Parménides y Heráclito.
Anaxágoras postuló como arjé o principio constitutivo de las cosas una
pluralidad de partículas materiales inmutables, las homeomerías, que, por
acción de un nous o inteligencia ordenadora, pasaron de un caos original a
constituir la multiplicidad de seres observables en el mundo físico.
Nacido en Clazómenas, ciudad griega del Asia Menor fundada por unos
refugiados de Mileto, Anaxágoras se trasladó en su juventud a Atenas, donde
residiría por espacio de unos treinta años. Allí se dedicó a la enseñanza (se
dice que entre sus discípulos figuraron el gran estadista Pericles y el
dramaturgo Eurípides, y tal vez Sócrates), y gozó de la protección de Pericles
cuando éste pasó a dirigir los destinos de la ciudad.
Por una acusación promovida por Cleón, Anaxágoras fue sometido a un
proceso de impiedad a causa de ciertas atrevidas teorías astronómicas.
Afirmaba, entre otras cosas, que el Sol no era un dios, sino una masa de
fuego incandescente, y que era más grande que el Peloponeso (en sus
explicaciones acerca del origen de los astros, por otra parte, se ha podido ver
casi una anticipación a las hipótesis de Kant y de Laplace).
Según los testimonios de la época, sin embargo, la motivación real del
proceso fue su afinidad con Pericles. Condenado a muerte, Anaxágoras
buscó la salvación en la fuga, ayudado por Pericles, y se trasladó a
Lámpsaco, donde abrió una nueva escuela y falleció unos años más tarde.
Anaxágoras de Clazomene expuso sus ideas en la obra Sobre la naturaleza,
de la que sólo se conservan algunos fragmentos; pero poseemos los
resúmenes y comentarios a sus doctrinas trazados por Platón, Aristóteles
y Teofrasto, entre otros.
La filosofía de Anaxágoras
El pensamiento de Anaxágoras se sitúa dentro de aquella amplia corriente de
esfuerzos por determinar un principio constitutivo y originario (arjé o arché)
común a la variedad de seres del mundo físico que caracterizó a la filosofía
griega desde sus orígenes, es decir, desde la escuela milesia (siglo VI a.C.).
Los milesios habían planteado ya diversas hipótesis sobre cuál podría ser tal
principio: el agua según Tales de Mileto, el ápeiron de Anaximandro, el aire
según Anaxímenes. En su posterior desarrollo, estas reflexiones se
enriquecerían con nuevas perspectivas y acabarían conduciendo a las
visones antagónicas de la realidad que sostuvieron Parménides y Heráclito.
En este contexto, los eclécticos y los pluralistas intentaron combinar en un
sistema único ambas concepciones, es decir, la inmutabilidad del ser de
Parménides y el eterno devenir de Heráclito. Empédocles explicó la
constitución de los seres desde el punto de vista cuantitativo. Para
Empédocles, los seres están formados por una combinación de los «cuatro
elementos» (agua, aire, tierra, fuego) en distintas proporciones; la amplia
variedad posible de proporciones da lugar a la multiplicidad de los seres, pero
los cuatro elementos que los forman permanecen inmutables en el perpetuo
devenir del universo, es decir, en la incesante sucesión de cambios y
transformaciones.
Anaxágoras de Clazomene, en cambio, explicó la multiplicidad apelando al
aspecto cualitativo. Para Anaxágoras, los seres no resultan de la combinación
de cuatro elementos constitutivos (agua, aire, tierra, fuego), sino que existen
tantos tipos de partículas constitutivas como de seres: hay partículas de oro,
de mármol, de sangre y de cuantos seres observamos. Anaxágoras llamó a
estas partículas gérmenes o semillas (spérmata); pero, al comentar su obra,
Aristóteles las llamó homeomerías, designación que ha acabado siendo más
empleada que la original.
La homeomerías son partículas de ínfima magnitud, invisibles, inalterables,
increadas y eternas. Como los elementos de Empédocles, y como
posteriormente los átomos de Leucipo y Demócrito, poseen como rasgo la
inmutabilidad (el atomismo, sin embargo, postularía átomos sustancialmente
iguales, no un tipo de átomo para cada ser). Para Anaxágoras, curiosamente,
las cosas no se componen únicamente de las homeomerías que le son
propias (la sangre no está formada únicamente por homeomerías de sangre),
sino que también contienen, aunque en mucha menor proporción,
homeomerías de todos los seres restantes.

Anaxágoras llega a esta conclusión después de insólitas observaciones. Se


pregunta cómo podría surgir el pelo del no-pelo, por ejemplo, y llega a la
conclusión de que para que algo surja ha de estar antes presente en aquello
de lo cual procede. El pan que ingerimos es pan porque está formado en su
mayoría por homeomerías de pan (las cosas tienen el aspecto exterior de la
semilla que más abunda en ellas), pero contiene también, aunque en menor
proporción, homeomerías de oro, de mármol, de sangre y de todos los seres;
en el proceso de digestión, asimilamos las homeomerías de pelo, sangre,
etcétera y desechamos las demás. Por este camino llega Anaxágoras a la
formulación de su famoso principio: «Todo está en todo».

Para Anaxágoras, las homeomerías son el principio material de todas las


cosas (arjé o arché), como lo había sido el agua para Tales de Mileto o el aire
para Anaxímenes. Sin embargo, en el origen del universo, esta multiplicidad
infinita de homeomerías de todos los seres no era más que una masa caótica
e inerte. Era preciso que un impulso o fuerza inicial desencadenase una serie
de torbellinos que agruparan a las homeomerías de un mismo tipo para dar
lugar a los distintos seres; esta fuerza motriz encargada de imprimir orden al
caos original es el nous (inteligencia o espíritu).
El gran aporte de Anaxágoras de Clazomene al pensamiento filosófico es
precisamente haber introducido en la explicación del universo el nous como
causa inteligente, como fuerza motriz y al mismo tiempo inteligencia
ordenadora: «Todas las cosas estaban confusas; después sobrevino
el nous y las separó ordenándolas». La entidad del nous es tal que se halla
por encima de cualquier otra realidad. El nous «es infinito y autónomo, y con
nada se mezcla», y todas las cosas se ven impregnadas de él. Ello le valió el
aplauso de Aristóteles: «Cuando afirmó que existe una mente, tanto en los
seres vivos como en la naturaleza, apareció un hombre juicioso entre los
desatinados que le precedieron».
Pero Anaxágoras no llevó tal concepto hasta más alejadas consecuencias:
se quedó ahí, en la causalidad del nous, sin atribuirle, al parecer, una
intervención activa en el devenir del mundo, y menos aún una finalidad. Y
esto fue lo que le reprocharían tanto Aristóteles como Platón. Por otra parte,
el nous, aunque es de una materia sutilísima y pura, en Anaxágoras no llega
a ser inmaterial. El mérito de Anaxágoras, comparado con los filósofos
anteriores, fue el de llegar a una concepción dualista de la naturaleza, a la
distinción entre la razón ordenadora (aunque material) y la materia ordenada,
dualidad que más tarde sería desarrollada orgánicamente en los sistemas
de Platón y de Aristóteles.

Anaxágoras de Clazomene dio también un gran impulso a la investigación de


la naturaleza fundada en la experiencia, la memoria y la técnica. A él se le
atribuyen las explicaciones racionales de los eclipses y de la respiración de
los peces, así como también investigaciones sobre la anatomía del cerebro.

LEUCIPO Y DEMOCRITO

Como sistema filosófico, los pensadores pertenecientes al atomismo creían


que el mundo estaba conformado por combinaciones de pequeñas partículas
siempre en movimiento, llamadas átomos ('indivisible'). Tanto Estrabón
(siglos I aC y I) como Sexto Empírico (siglos II y III) atribuyen al mítico Mosco
de Sidón (allá por el siglo XIV aC) ser el primero en concebir este
pensamiento corpuscular. Sin embargo, serán Leucipo y Demócrito sus
máximos exponentes.

La doctrina surgió como una forma de hacer frente a las dificultades lógicas
que encontraba la escuela eleática para explicar el cambio de las cosas.
Extendiendo la doctrina de Parménides, decían que existía el Ser (los
átomos) y el no-Ser (el vacío entre ellos). Afín al pluralismo desarrollado por
Anaxágoras y Empédocles, esta teoría lograba explicar el tránsito del Ser a
las cosas. La concepción de la naturaleza fue absolutamente materialista,
explicando todos los fenómenos en función de número, forma y tamaño de
los átomos, y reduciendo las propiedades sensoriales a diferencias
cuantitativas de los mismos.
~ Leucipo.
Vivió durante el siglo V, pero se sabe muy poco de su vida. Es probable que
naciera en Mileto, aunque se han considerado otras posibilidades.
Trasladado a Elea, habría sido alumno de Parménides y Zenón, y maestro de
Demócrito. Se le atribuyen las obras La ordenación del cosmos y Sobre la
mente (esta última podría ser sólo un capítulo de la anterior), aunque su
pensamiento sólo se conoce por fragmentos de otros autores. Para Leucipo,
el alma está formada por átomos más esféricos que los componentes de las
demás cosas. Niega la génesis y la corrupción, las tradicionales formas de
cambio sostenidas por los presocráticos anteriores. Sin embargo, Epicuro
consideró la posibilidad de que Leucipo nunca hubiera existido, y otros
autores llegaron a suponer que fue una invención de Demócrito, como una
forma de ganar prestigio y respaldo para su teoría.
~ Demócrito.
Nacido en torno al 460 aC en Abdera (Tracia), fue discípulo de Leucipo y
maestro de Protágoras. Fue conocido como personaje extravagante, y se le
atribuyen numerosas leyendas. Realizó diversos viajes por Egipto y Persia, y
escribió el Gran Diacosmos para defenderse de las acusaciones contra los
que malgastaban la herencia. De sus obras conservamos unos 300
fragmentos, que son sobre todo reflexiones morales. Aunque desconocido en
Atenas durante su vida, Aristóteles comentó extensamente su obra, que
Platón detestaba tanto como para querer que fuera quemada. Murió
alrededor de 370 aC.
Para Demócrito, la percepción es un proceso puramente físico y mecánico: el
pensamiento y la sensación son atributos de la materia reunida en un modo
suficientemente complejo, y no de ningún espíritu infundido por los dioses en
ella. Su ética se basa en el equilibrio logrado al controlar las pasiones
mediante el saber y la prudencia: la aspiración del individuo no es tanto el
placer sino la eutimia (tranquilidad de espíritu).

También podría gustarte