Validación Emocional
Validación Emocional
Validación Emocional
Validación Emocional
¿Qué es y cómo practicarla?
“No te preocupes”
“Ya pasó”
“No llores”
“No grites”
“Estás exagerando”
“Cambia la cara”
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Lic. Rodenas María Lucía
Todos hemos recibido alguna vez comunicaciones similares a éstas. Entonces, apenas las
escuchamos, corremos a abrir la cajita de herramientas para “cambiar lo que sentimos”, todos
ilusionados, hasta que nos damos cuenta de que simplemente no podemos, a lo sumo la
ocultamos. Modificar rápidamente lo que sentimos es algo que no depende de nuestra voluntad.
Por supuesto que una vez que una emoción se ha disparado, contamos con varios recursos para
elegir cómo responder a ella, pero esa es otra historia.
Las emociones tienen siempre un disparador: un evento que las precipita; que no podamos
identificarlo desde afuera no significa que la emoción surgió “de la nada”. Todos los seres
humanos estamos preparados para experimentar todas las emociones ya que son parte del
desarrollo evolutivo de nuestra especie y cumplen una función. En este sentido no hay tal cosa
como emociones “buenas” o “malas”, “correctas” o “incorrectas”.
Vamos a decirlo de entrada: todas las emociones que experimenta una persona son siempre
válidas y tienen sentido.
Demás está decir que la mayoría de las veces cuando alguien nos dice “no te preocupes, no es
nada” está tratando de ayudar, de calmar, de aliviar. Sus intenciones son buenas pero
probablemente provoque el efecto contrario: hacernos sentir equivocados y dejarnos solos. A
esto le llamamos invalidar: comunicarle al otro que lo siente es incorrecto, que debería sentir
distinto, que no es comprensible lo que le pasa.
La validación implica comunicar al otro que sus respuestas emocionales tienen sentido y son
entendibles dentro de su historia y/o contexto actual. Aceptar la experiencia emocional y
comunicarsela al niño Aceptarlas implica identificar esas respuestas, tomarlas seriamente, sin
desatenderlas ni trivializarlas, con una actitud no juiciosa y describiéndolas de manera no
peyorativa.
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Lic. Rodenas María Lucía
3. Lee las emociones: implica que con pocos elementos –como el evento precipitante o
cierta postura corporal- puedan darse cuenta de cuál es la emoción que puede estar
sintiendo el niño y comunicárselo a modo de hipótesis. Esto es casi siempre validante ya
que comunica que la respuesta emocional del niño es normal y entendible
Podemos definir entonces a la validación como una práctica de aceptación profunda de las
emociones del otro sin juzgar, sin aconsejar, sin intentar cambiar nada en ese momento. Cuando
validamos, corroboramos la importancia de lo que siente la otra persona y lo tomamos como algo
legítimo. En definitiva: comunicamos que nos importa su experiencia.
No tenemos que estar de acuerdo para validar, ni pensar que nosotros reaccionaríamos igual.
Tampoco es necesario que nos parezca lógica la respuesta emocional. Si asumimos que todas las
respuestas emocionales son producto de una historia de aprendizaje y un contexto particular,
podremos entender que son siempre válidas, aunque no comprendamos del todo esa respuesta
particular.
Tenemos muy buenas razones para practicar validación con las personas que tenemos a nuestro
alrededor. La validación construye confianza y aumenta la intimidad en los vínculos, disminuye la
sensación de aislamiento y alienta a que el otro experimente y acepte sus emociones.
¿Cómo la practicamos?
1) Prestando atención, escuchando al otro, mirándolo a los ojos: escuchar lo que dice atentamente,
observar sus gestos, su tono de voz, su postura corporal; estar atento a lo que el otro expresa sin
pensar en la respuesta que darás.
2) Aceptando con mente abierta la experiencia emocional del otro: cualquiera que sea la emoción
que está sintiendo, es su emoción, y puede incluso ser dolorosa pero eso es parte de la condición
humana. Es importante hacer lugar a todas las emociones, todas tienen un sentido.
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Lic. Rodenas María Lucía
Una de las razones por las que nos cuesta tanto validar las emociones del otro es la ansiedad que
sentimos por ayudarlo a sentirse mejor –y, de paso, sentirnos mejor nosotros. Nos cuesta hacer
lugar a las emociones, en especial cuando son dolorosas o displacenteras. Nos duele que al otro
le duela, que esté triste, que esté enojado y nos cuesta tolerar estar ahí para simplemente
acompañar. Pero el riesgo de querer ahogar rápido esas emociones es alto: podríamos enseñar
sin quererlo que las emociones dolorosas no deberían estar ahí, cuando en realidad son parte
ineludible de la vida; podríamos estar comunicando que el otro no sabe cómo llevar una vida sin
dolor, lo cual es en realidad una meta inalcanzable.
Para finalizar: no hay experiencias emocionales “positivas” sin las “negativas”. Quien no está
dispuesto a sentir y aceptar el dolor poco a poco va perdiendo la capacidad para experimentar
felicidad y alegría. En este sentido, uno de los mejores regalos que podemos ofrecer es dar
lugar a las emociones del otro –y a las propias-, las que fueren, porque todas contienen algo de
verdad y de sentido y merecen ser experimentadas completamente.