Usoz - Mercantilismo, Economía e Historia
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El término «sistema mercantil» fue utilizado por primera vez por la Fisiocracia
y luego por Adam Smith para criticar un ideario económico, político y filosó-
1 Schumpeter, J. A., Historia del análisis económico, Barcelona, Ariel, 1982, pp. 387-389.
2 Heckscher, E., La época mercantilista, Historia de la organización y las ideas económicas desde el
final de la Edad Media hasta la sociedad liberal, México, Fondo de Cultura Económica, 1943.
3 Para un recorrido más amplio y detallado del mercantilismo, Perdices, L. y Reeder, J, El
Cultura Económica, 1943. Al respecto, véase el Apéndice bibliográfico elaborado por el edi-
tor, p. 965.
14 Deyon, Los orígenes,, op. cit., p. 103.
15 List, F., Sistema Nacional de Economía Política, México, Fondo de Cultura Econó-
LA INTERPRETACIÓN DE HECKSCHER
21 La obra en la que aborda el tema es The Growth of English Industry and Commerce, publi-
cada en 1882.
22 Deyon, Los orígenes, op. cit., p. 104.
23 Heckscher,,La época mercantilista, op. cit., p. 3.
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25 Viner. J., «Power versus Plenty as Objectives of Foreign Policy in the Seventeenth
and Eighteenth Centuries», en Coleman, D. C., (ed.), Revisions in Mercantilism,
Methuen, 1969, pp. 62-91.
26 Viner, «Power versus Plenty», op. cit., p. 71.
27 Idea que Viner había expuesto en su artículo «English theories of foreign trade be-
fare Adarn Smith», publicado en el Joumal of Political Economy (n.º XXX-VIII, 1930).
28 Keynes, J. M., Teoría general sobre la ocupación, el interés y el dinero, México, F. C. E.,
las políticas económicas que tanto había denigrado la «escuela clásica» y supone
una interpretación interesada del mercantilismo, por cuanto refuerza una con-
cepción que rompe los moldes de la que le precede.30
Ahora bien, esta rehabilitación del mercantilismo ante «el tribunal de los
economistas», en palabras de Deyon31, fue esencialmente analítica, dando por
buena la versión de los hechos de Heckscher, quien a los ojos de Keynes es un
liberal nada sospechoso de complicidades intervencionistas. Básicamente,
su razonamiento está fundado en la determinación de la inversión, interna
y externa, las cuales dependen, respectivamente, del tipo de interés nacional
y de la balanza de pagos. Cuanto menor sea el primero y más favorable la
segunda, mayor será el nivel de inversión, así como la ocupación de los re-
cursos en unas economías en las que gran parte de estos están ociosos.32 Si
los salarios, la preferencia por la liquidez y el sistema financiero permanecen es-
tables, como solía darse en esas economías, mediante medidas contra las alzas
salariales y la usura, el principal determinante de la inversión extranjera y del
tipo de interés es la cantidad de metales preciosos, y esta, a su vez, depende de
la balanza comercial.33
Resumidamente, para Keynes las recomendaciones mercantilistas tienen una
justificación racional, conforme a las siguientes premisas: su desconocimiento
de los mecanismos automáticos del tipo de interés; el temor a una competencia
excesiva que llevara a la depreciación de la producción; el «miedo a los bienes»
y a la escasez de dinero como causas de la desocupación; finalmente, los mer-
cantilistas no buscaron un nacionalismo bélico, sino una ventaja relativa en
un marco pacífico. Otra idea mercantilista alegada por Keynes, aunque le
concede un lugar secundario en los planteamientos de esta doctrina, es la
de la posibilidad del sub-consumo, lo que les hace en ocasiones partidarios
del lujo y de la prodigalidad. En última instancia, en opinión del autor de la
Teoría general, el mercantilismo, en manos de Malynes, Misselden, Child, Locke,
30 Un sentido parecido se podría ver en la recuperación por Keynes de algunos de los plan-
teamientos «heterodoxos» malthusianos.
31 Deyon, Los orígenes, op. cit., p. 110.
32 Acerca de la importancia central del pleno empleo en la doctrina mercantilista, más ade-
Petty, Barbon o Hume, sin un alto nivel analítico, identificó los obstáculos al
crecimiento de las naciones, lo cual, en este sentido, los sitúa por encima de los
clásicos, quienes no vieron las limitaciones del librecambio.34
PERSPECTIVAS ANALÍTICAS
51 E. Lluch, interpretando el pensamiento económico catalán de la segunda mitad del siglo XVIII,
al que denomina «mercantilismo liberal industrialista», y teniendo presente la estructura económica
del momento, realiza un análisis basado en la relación entre oferta y demanda globales, en
virtud del cual la racionalidad de las medidas propuestas estriba esencialmente en la conse-
cución del desarrollo económico mediante la potenciación de la producción y el reforzamiento
del consumo, lo cual exige una ampliación y consolidación del mercado. Estaríamos ante una
doctrina que comprende la «interdependencia de los sectores económicos». En sus propias pala-
bras «este tipo de enfoque está situado en una línea de interpretación que comprende: List,
Marx, Schmoller, Keynes y, entre los modernos, Dobb, Meek e Iraci. Por el contrario, nos estamos
separando de la línea que ve en el mercantilisno o bien un planteamiento poco coherente de
los problemas del poder, o bien una simple recolección de la práctica de los hombres de negocios.
Una. línea que podemos ejemplificar en nombres como los de Smith, Heckscher, Schumpeter
y Blaug» (Lluch, E., «La Cataluña industrial: del mercantilismo al prohibicionismo», Infor-
mación Comercial Española, septiembre 1976, n.º 517, p. 31).
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caso español se convierte en una economía del subdesarrollo, debido a sus es-
pecíficas circunstancias.52
Frente a las interpretaciones que desde el plano del análisis o de la teoría
entienden que en la doctrina previa a Smith hay argumentos aprovechables,
desde Keynes hasta la que acabamos de exponer a cargo de Perrotta, hay otra
corriente de visiones que, enlazando con la economía clásica y neoclásica, en-
tiende que no comprendieron nada de las relaciones económicas que han per-
mitido construir un enfoque científico de la Economía. Así, en 1962 Blaug
afirmó lo siguiente:
«Cualquiera que sea la interpretación precisa, la idea de que un excedente de ex-
portación es el indicador del bienestar económico puede describirse como la falacia
básica que se encuentra en toda la literatura mercantilista. (...) Lo que distingue a la
teoría mercantilista es una fijación en la balanza comercial y una fijación en el objetivo
de mantener un comercio desbalanceado, aun a largo plazo».53
Es este un «estigma» que, según este autor, debe acompañar cualquier
consideración que se haga de la doctrina mercantilista y que implica desco-
nocer el funcionamiento de equilibrio a largo plazo de la economía, hasta
que Cantillon lo iniciara y Hume lo resolviera mediado el siglo XVIII. Re-
sumidamente, no entiende Blaug cómo pudo Keynes defender una teoría
del interés que solo relaciona a este con la masa monetaria, así como con-
fundir el desempleo del que él hablaba con el de los mercantilistas, de ca-
rácter estacional y normalmente referido más bien a la ociosidad. Por otra
parte, la teoría monetaria característica del mercantilismo tampoco es digna
de una consideración seria por parte de Blaug, puesto que entendía equivo-
cadamente que la masa monetaria actuaba fundamentalmente sobre el vo-
lumen del comercio y no sobre el nivel de precios, lo cual significa que estos
autores no percibieron que sus objetivos de acumulación de metales y de
fomento de la competitividad comercial eran teóricamente contradictorios.
La única salvedad que hace Blaug a la irracionalidad característica del mer-
cantilismo es en atención al precario sistema financiero internacional. El tema
fue objeto de controversia, con dos posiciones enfrentadas, la defendida por
Wilson, para quien el sistema de pagos internacional durante el periodo 1600-
1750 era rudimentario, y la sostenida por Heckscher, quien sostenía unos mer-
cados de divisas más desarrollados.54 En el primer caso, las circunstancias del mer-
cado justificarían la acumulación monetaria para hacer frente a los pagos inter-
nacionales. Así, tras exponer la opinión de Wilson, Blaug determina lo siguiente:
«En consecuencia, el contexto económico del mundo mercantilista imposibilitaba
el funcionamiento del libre comercio multilateral y requería un sistema de controles
bilaterales. En su réplica a este argumento, Heckscher sostuvo que los mercados de
divisas estaban suficientemente desarrollados en los siglos XVI y XVII para permitir
el intercambio de monedas, pero admitió que los mercantilistas tenían buenas razones
para preocuparse por la fuga de metales preciosos ... Como quiera que ello sea, este
debate sugiere algunos elementos de racionalidad hasta ahora insospechados en el
pensamiento mercantilista».55
En la misma línea de invalidar la doctrina mercantilista como ciencia
económica propiamente dicha se sitúan Allen y Stigler. El primero, todavía
en 1970, se pregunta cómo es posible que se trate de defender el análisis
mercantilista, cuando no existió realmente tal.56 Stigler califica al mercantilismo
de «economía pre-científica».57 Haciendo uso de un criterio formal más que sus-
tantivo, aunque referido, en definitiva, al análisis, entiende este autor que para
hablar de ciencia es preciso aludir a un cuerpo de conocimiento en desarrollo
en el que haya una interacción por parte de quienes lo cultivan, lo cual no se da
en el caso del mercantilismo. Los autores mercantilistas, según Stigler, carecen
de un modelo en el que se establezca una secuencia admitida de críticas y res-
puestas mediante la cual sean tenidas en cuenta las aportaciones de unos y otros,
imposibilitando el progreso acumulativo. Además, el estado pre-científico del
mercantilismo se manifiesta también por el dominio de los asuntos prácticos
concretos de cada sociedad, cuando lo exigible a una verdadera ciencia es que
disponga de un conjunto de problemas perdurables, como lo es, en el caso de
la Economía, la teoría del valor.
54 La polémica puede seguirse a través de Femández Durán, quien señala que a la disputa
se sumó más tarde Sperling, diferenciando dos mitades en el periodo: en la primera parte sería
válida la posición de Wilson, y respecto a la segunda tendría razón Heckscber, porque el sis-
tema financiero internacional se habría desarrollado sustancialmente (R. Fernández Durán,
«El mercantilismo de Gerónimo de Ustáriz», Príncipe de Viana, XLVII, 1986, p. 20).
55 Blaug, Teoría económica en retrospección, op. cit., p. 43.
56 Allen, W. R., «Modem Defenders of Mercantilist Theory», Hislory of Political Econ-
omy, fall, 1970, pp. 381-397 (citado a través de Fernández Durán, «El mercantilismo»,
op. cit,, p. 23).
57 Stigler, G. J., «Nobel Lecture: The Process and Progress of Economics», Journal of Polilical
Si el apartado anterior está dedicado a los enfoques que dan mayor relevancia
a las consideraciones teóricas en sí mismas, se alude ahora a dos aportaciones,
la de Coleman en 1969 y la de Coats en 1992, cuyo denominador común
es el de prestar especial atención a la relación entre las ideas económicas y la
realidad en la que aparecieron, partiendo en ambos casos de la visión de
Heckscher. El mensaje último de Coleman es una oposición enérgica a dicha
visión del mercantilismo, por cuanto supone una separación insalvable de los
hechos económicos y la política económica del periodo considerado.59 Para Co-
leman, y también para Coats, la poderosa aportación del erudito sueco supone,
debido a lo ambicioso de las fronteras con que define al «mercantilismo», un
punto esencial en la discusión acerca de su sentido y significación. Por ello Coats
se pregunta al inicio de su trabajo por lo que se ha dicho tras Heckscher, pasada
ya una generación desde la publicación de La etapa mercantilista.60
61 Heaton acusa a Heckscher de hacer mal uso de las fuentes al sacarlas de su contexto, de
desconocer los pormenores de los grupos e intereses de la época y, sobre todo, de elaborar
una teoría inconsistente e irreal acerca de Ia transición de una «economía natural» a otra «mo-
netaria». Para Judges es cuestionable el concepto ·de «mercantilismo» como sistema, puesto
que entonces debiera ser capaz de una demostración «sistemática» y de ofrecer una doctrina
coherente o, cuando menos, un «puñado de principios asentados»; ello le conduce a hablar
de un «mercantilismo imaginario» (véase, Coleman, «Eli Heckscher», op. cit., pp. 98 y 99).
62 Coleman,,»Eli Heckscher», op. cit., p. 102.
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plicativa una visión que adopte a las circunstancias concretas como deter-
minantes fundamentales del mercantilismo, conceptuado, a través de Wil-
son, como «un complejo de ideas y políticas económicas indicado para lograr
poder nacional y, ostensiblemente, riqueza».63 Es necesaria la colaboración
estrecha entre los economistas, los cultivadores de la historia económica y, en
tercer lugar los historiadores del pensamiento económico. El procedimiento
adecuado resultará ser el de analizar la influencia recíproca entre el mundo de
los hechos y el de las ideas, relación de doble dirección en la que tienen un pro-
tagonismo trascendental las percepciones de la realidad, especialmente las refe-
ridas a los intereses individuales vertebrados en distintos grupos, los procesos
políticos y administrativos, así como las instituciones.
Si se quiere hacer útil el término mercantilismo, según Coats es preciso es-
pecificar dónde se ha dado, y por qué allí y no en otros lugares.64 Se trata de
vincular las ideas a las circunstancias concretas: «estoy más interesado en los
mercantilistas en sí mismos, en los procesos políticos y administrativos a través
de los cuales sus ideas llegaron a tomar cuerpo en promulgaciones de política
económica».65 Por ello le parece necesaria la aportación de un análisis histó-
rico que refleje los entresijos sociales e institucionales.66 Un análisis de este
tipo pondrá en evidencia que no hay uniformidad, sino diversidad de grados,
que dependen del momento y el lugar, en la configuración y aplicación de
la doctrina mercantilista.
Ahora bien, si la realidad de la historia institucional, social, política y eco-
nómica es necesaria, para Coats resulta igualmente clave en la interpretación
63 Coats, «Mercantilism. Economic, Ideas, History, Policy», op. cit., p. 46. Se cita, entre
otros del mismo autor, el trabajo de Wilson, Ch., «‘Mercantilism’: Sorne Vicisitudes of
an Idea», Economic History Review, vol. X, 1957, pp. 181-188. Coats admite «confor-
marse» con la definición de Wilson, después de comprobar la confusión y la imposibili-
dad de un consenso mayor respecto al concepto mercantilismo.
64 Coats, «Mercantilism. Economic, Ideas, History, Policy», op. cit., p. 46. La cita se basa
el revelador ejemplo de la importancia que tienen los intereses del Gobierno y la Admi-
nistración en la: conformación de las políticas mercantilistas de la tradición cameralista,
a cuyo conocimiento contribuiría mucho tener presente la-aspiración de los Estados ale-
manes de dejar de ser «periféricos» para ser «corazón» en el contexto internacional, em-
pleando la terminología de Wallerstein.
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del mercantilismo la propia evolución de las ideas y sus efectos en ese marco
real. Hay que tener presente que ante los mismos hechos se dan diversas con-
cepciones y actitudes, e incluso es preciso considerar que hechos e ideas han ca-
minado en ocasiones por caminos distintos.
Sobre la imbricación entre los fines y las medidas propuestas, Coats plan-
tea un esquema de tres niveles que responde a las modernas concepciones
de la política económica: en el primero están comprendidos los fines últimos
de la política económica, como la riqueza, el poder y la seguridad del Estado;
en el segundo figuran los fines intermedios para lograr los anteriores, a saber,
aspectos como el de la oferta de metales, el de la balanza comercial o el de
la protección; finalmente, el nivel inferior es el de carácter más técnico, que
se ocupa de alcanzar los fines intermedios, en el que se reúnen las medidas
más concretas, como la determinación de las prohibiciones, la regulación
de las compañías, el establecimiento de las tasas, etcétera.
En la configuración de todo lo anterior es precisa cierta concepción de
cómo funciona la economía, asunto propio del economista y del historiador
del pensamiento económico. Coats admite el carácter pre-científico de las
concepciones mercantilistas sustentado por Schumpeter, pero advierte del
peligro de medir su valor con patrones del presente, error en el que habrían
incurrido Allen y Stigler. Para Coats, en definitiva, en el mercantilismo se
hallan los antecedentes de la moderna teoría económica.
Al amparo del resurgir de una economía de corte neoclásico que cuestiona los
planteamientos de raíz keynesiana, entre las décadas de los años cincuenta y se-
senta del siglo XX aparece, merced a nombres como Downs, Buchanan y Tu-
llock, la llamada «teoría de la elección pública», que cree posible analizar la toma
de decisiones propia de los fenómenos sociales desde una perspectiva económica
que considera esencialmente relevantes los comportamientos racionales de los
individuos. En ese marco conceptual se produce una orientación que interpreta
los resultados de la actividad humana entendiendo la sociedad formada por in-
dividuos que persiguen, considerando secundarios otros criterios, la maximiza-
ción de sus rentas, especialmente a partir de las generadas por la actividad del
Estado, de ahí que se hable de una «sociedad buscadora de rentas». En esta línea
se produce a comienzos de los años ochenta una interpretación del mercanti-
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lismo considerado como fruto de una sociedad más de este tipo, a cargo de Eke-
lund y Tollison.67
Estos autores pretenden romper con las tradiciones «absolutista» y «rela-
tivista», que, en su terminología, se corresponden, respectivamente, con
quienes invalidan por completo el pensamiento mercantilista y quienes sal-
van de él aspectos concretos al tener presente, bien su inserción en la historia,
bien su anticipación analítica en teorías que se desarrollarían en una fase
posterior del pensamiento económico. Así, Heckscher y Viner entienden el
mercantilismo como una fuerza unificadora divorciada de los intereses indi-
viduales, por lo que su doctrina se sostendría en el aire sin ser explicadas las
fuerzas que lo produjeron. Por otro lado, la otra «táctica relativista» es la de con-
siderar que el «laissez faire» es fruto del individualismo y del orden natural lo-
calizado en la tradición que enlaza a Locke con Hume y los físiócratas.
Ekelund, Tollison y Baysinger entienden que las visiones anteriormente
mencionadas no son inconsistentes con la suya, pero que decididamente no
atienden a la explicación primera y principal del mercantilismo. Su aportación
se siente deudora de la ofrecida por Smith en cuanto este concibió su «sistema
mercantil» como fruto de la presión o, si se quiere, de la persuasión y el engaño
hechos sobre las autoridades económicas por parte de determinados grupos
que no perseguían otra cosa que sus propios intereses privados, aun a costa
del colectivo social. En cierta medida, lo que pretende la teoría de la «sociedad
buscadora de rentas» es formalizar lo que ya expresara Smith mediante un
modelo atemporal que luego se aplique a los procesos históricos.
Resumidamente, la formalización básica de la teoría consiste en la búsqueda
individual del privilegio monopolista que permite la percepción de rentas que
superan el beneficio económico normal de la economía en régimen de compe-
tencia. Esta actitud es históricamente posible mientras el poder político y eco-
nómico está concentrado y es capaz de ejercer sus dictámenes sobre la sociedad.
Cuando se pasa de una monarquía absoluta a un sistema parlamentario li-
beral, el coste implicado por la actividad de persuasión supera a los beneficios
esperados de ella, debido a que las instancias sobre las que es preciso actuar
68 Coats, «Mercantilism. Economic Ideas, History, Policy», op. cit., pp. 59 y 60.
69 Rashid. S., «Mercantilism: A Rent-Seeking Society?», en Magnusson (ed.), Mercantilism
Economics, op. cit., pp. 125-140.
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70 Las ideas del profesor John Robertson que se exponen a continuación proceden concre-
tamente de su capítulo introductorio en The Case for The Enlightenment, Cambridge, Cam-
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bridge University Press, 2005 y del capítulo «Enlightenment, Public Sphere and Political Eco-
nomy», en J. Astigarraga y J. Usoz (eds.), L’Économie Politique et la sphère publique dans le
débat des Lumières, Madrid, Casa de Velázquez, 2013, pp. 9-32.
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71 Usoz, J., «La ‘nueva política’ ilustrada y la esfera pública: las introducciones a la Economía en
el siglo XVIII español», Revista de Estudios Políticos, 153, julio-septiembre de 2011, pp. 11-46.