Alberto Magno y Tomas de Aquino
Alberto Magno y Tomas de Aquino
Alberto Magno y Tomas de Aquino
Aquino
San Alberto Magno. Nació en Launingen, junto al Danubio,
en la Baviera alemana hacia 1205. Alberto escribió tratados
sobre las cuestiones más diversas como óptica, astronomía.
En 1247 los superiores lo enviaron a estudiar a París, donde
enseñaba Fray Alberto Magno. Un año más tarde Alberto fue
destinado a Colonia y se llevó con él a Tomás.
Dice Alberto: El principio del mundo por creación ni es físico ni por la física se puede probar. La
razón de la creación no está dentro de la creación, luego no se puede conocer ni por la ciencia ni
por la filosofía. Santo Tomás más tarde clarificará estas cuestiones. Alberto, mientras tanto,
recomienda: Cuando en cuestiones de fe y costumbres la filosofía y la doctrina sagrada están en
desacuerdo, confiaremos preferentemente en autoridades como San Agustín antes que en los
filósofos.
No podemos culpar a San Alberto y a Santo Tomás por haber abierto este esquema de actuación a
las fuerzas y potencias humanas. La verdad puede producir problemas que habrá que solventar,
pero la mentira o el ocultamiento los producirá mayores. Está claro, pues, que lo natural y lo
sobrenatural actúan en distinto plano, que son autónomos, aunque no deban de luchar entre sí
sino ayudarse y fecundarse, para entre los dos llegar a la verdad completa y hacer del hombre una
criatura excelsa. Desde que San Alberto y Santo Tomás dieron vía libre a la fundamentación
racional de todo, la historia de la teología ha sido, en el
fondo, una búsqueda del lenguaje racional para hablar de
Dios. Yo, como hombre, ¿cómo me puedo dirigir a Dios?
Mi inteligencia ¿llega al verum? ¿Tengo conceptos y
palabras verdaderas sobre Dios? Según Santo Tomás mi
concepto y mi palabra sobre Dios solo admite un
conocimiento analógico. La diferencia entre Dios y el
hombre es tal, que no pasa de la analogía. A pesar de
ello, y de toda la diferencia entre Creador y criatura,
existe una analogía entre el ser de lo creado y el ser del
Creador, que nos permite hablar con palabras humanas
sobre Dios. La palabra bueno aplicada a Dios y a un
hombre no son equívocas, tampoco son univocas, pero
son análogas. La bondad de Dios y mi bondad algo tienen
en común.
Santo Tomás fundamentó la doctrina de la analogía, además de sus argumentaciones
exquisitamente filosóficas, también en el hecho de que, con la Revelación, Dios mismo nos ha
hablado y nos ha, por tanto, autorizado a hablar de Él.