Alberto Magno y Tomas de Aquino

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Alberto Magno y Tomas de

Aquino
San Alberto Magno. Nació en Launingen, junto al Danubio,
en la Baviera alemana hacia 1205. Alberto escribió tratados
sobre las cuestiones más diversas como óptica, astronomía.
En 1247 los superiores lo enviaron a estudiar a París, donde
enseñaba Fray Alberto Magno. Un año más tarde Alberto fue
destinado a Colonia y se llevó con él a Tomás.

San Alberto creó el método, y esa es su genialidad, por


donde debían encauzarse los nuevos conocimientos. Decía:
“La razón es autónoma y su método es experimental. La
ciencia no es deductiva sino empírica e inductiva. La filosofía
y la ciencia con su método deben estudiar las cosas de este
mundo hasta el final, caiga quien caiga y lo que caiga. Mucho
atrevimiento porque el problema era. ¿Y si cae la fe? La
sociedad temblaba.

Dice Alberto: El principio del mundo por creación ni es físico ni por la física se puede probar. La
razón de la creación no está dentro de la creación, luego no se puede conocer ni por la ciencia ni
por la filosofía. Santo Tomás más tarde clarificará estas cuestiones. Alberto, mientras tanto,
recomienda: Cuando en cuestiones de fe y costumbres la filosofía y la doctrina sagrada están en
desacuerdo, confiaremos preferentemente en autoridades como San Agustín antes que en los
filósofos.

Santo Tomás apaciguó mucho y clarificó parte de los grandes


contrastes de la época. Tras de él, toda la Orden se lanzó a la
aventura de crear una nueva comprensión de Dios y del
universo. Él forma la tercera generación de intelectuales dentro
de la Orden. Su vida se prolongó entre 1225 y 1274, sólo vivió
49 años. Fue discípulo de San Alberto, aunque este le sobrevivió.
Con Tomás se aclararon las posturas que marcan las grandes
líneas del pensamiento actual.

Consta que allí le preocupaba ya el interrogante que le persiguió


toda la vida: “¿Quién es Dios?”. El niño, Tomasino, inquiría con
frecuencia a los monjes sobre dicha cuestión que le quemaba el
alma. A los catorce años, comenzó la filosofía en la Universidad
de Nápoles. Según los antiguos biógrafos, grababa en su
memoria todo lo que escuchaba y podía repetir a los demás, con
más claridad que el profesor, todo lo que le había oído en clase.
Una disputa es provechosa, dice Santo Tomás, cuando instruye a los oyentes para inducirlos a la
inteligencia de la verdad de que se trate; entonces es necesario dotarse de razones que investigan
la raíz de la verdad y que hacen saber cómo es verdadero lo que se dice. Por el contrario, si se
determina la cuestión sólo mediante autoridades, el auditor podrá certificar que es así, pero no
adquiere ninguna ciencia ni inteligencia y se irá vacío”.

Santo Tomás de Aquino, el genio que hizo una síntesis


maravillosa entre fe y razón, teniendo el coraje de poner
toda la sabiduría pagana, en especial a Aristóteles, al
servicio de la fe cristiana. Con esto, el cristianismo dejaba
de ser un gueto placentero, se modernizaba y entraba en
diálogo con todas las culturas.

El primer golpe que infligió la ciencia a los nuevos


soñadores fue el descubrimiento de que la tierra era un
exiguo planeta que giraba alrededor de una estrella de
tamaño bastante mediocre. Un golpe duro a la autoestima
humana que pensaba que la tierra era el centro del
universo y todo giraba alrededor de ella. La única forma de
salir de esta depresión fue hacer del hombre el centro del
universo. Se preveía un tiempo de autoexaltación humana
a expensas de Dios y de lo que fuera, tiempo que aún
estamos sufriendo.

No podemos culpar a San Alberto y a Santo Tomás por haber abierto este esquema de actuación a
las fuerzas y potencias humanas. La verdad puede producir problemas que habrá que solventar,
pero la mentira o el ocultamiento los producirá mayores. Está claro, pues, que lo natural y lo
sobrenatural actúan en distinto plano, que son autónomos, aunque no deban de luchar entre sí
sino ayudarse y fecundarse, para entre los dos llegar a la verdad completa y hacer del hombre una
criatura excelsa. Desde que San Alberto y Santo Tomás dieron vía libre a la fundamentación
racional de todo, la historia de la teología ha sido, en el
fondo, una búsqueda del lenguaje racional para hablar de
Dios. Yo, como hombre, ¿cómo me puedo dirigir a Dios?
Mi inteligencia ¿llega al verum? ¿Tengo conceptos y
palabras verdaderas sobre Dios? Según Santo Tomás mi
concepto y mi palabra sobre Dios solo admite un
conocimiento analógico. La diferencia entre Dios y el
hombre es tal, que no pasa de la analogía. A pesar de
ello, y de toda la diferencia entre Creador y criatura,
existe una analogía entre el ser de lo creado y el ser del
Creador, que nos permite hablar con palabras humanas
sobre Dios. La palabra bueno aplicada a Dios y a un
hombre no son equívocas, tampoco son univocas, pero
son análogas. La bondad de Dios y mi bondad algo tienen
en común.
Santo Tomás fundamentó la doctrina de la analogía, además de sus argumentaciones
exquisitamente filosóficas, también en el hecho de que, con la Revelación, Dios mismo nos ha
hablado y nos ha, por tanto, autorizado a hablar de Él.

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