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LAS INSTITUCIONES JURÍDICAS EN LA CONQUISTA


DE YUCATÁN Y FUNDACIÓN DE MÉRIDA*

LEGAL INSTITUTIONS IN THE CONQUEST OF


YUCATAN AND THE FOUNDATION OF MERIDA
Russell Cerón Grajales**
Resumen: En el presente trabajo el au- Abstract: In this paper the author pre-
tor expone la interacción cultural e históri- sents the cultural and historical interaction
ca que favorecieron el uso de instituciones that favored the use of legal institutions in
jurídicas especiales en los territorios de la the territories of the Crown of Castile. The
Corona de Castilla. El objetivo específico es specific objective is to identify and refine
identificar y aquilatar el alcance de los títu- the scope of legal titles that justified the
los jurídicos que ampararon el proceso de process of conquest and occupation of Yu-
conquista y ocupación de Yucatán así como catan and the foundational support of the
el sustento fundacional de la ciudad de Mé- city of Merida. The author examines sys-
rida. De manera sistemática y utilizando tematically and using relevant sources how
las fuentes pertinentes, el autor analiza las legal institutions, the capitulations and the
instituciones jurídicas, las Capitulaciones y general process of conquest of Yucatan. It
el proceso general de conquista de Yucatán. also describes the founding of Mérida with
Asimismo, describe la fundación de Mérida its legal and historical implications. For
de Yucatán con sus repercusiones jurídicas e the author, this is a formal act that adjus-
históricas. Para el autor, esto último se trata ted to the applicable regulations in the New
de un acto formal y solemne que se ajus- World.
tó a la normatividad aplicable en el Nuevo
Mundo.
Palabras clave: Conquista de Yucatán, Keywords: Conquest of Yucatan, Meri-
Fundación de Mérida, instituciones jurídi- da Foundation, Legal Institutions, Capitula-
cas, Capitulaciones, derecho indiano. tions, Indian Law.
*
Trabajo de ingreso Académico a la Ilustre y Benemérita Sociedad Mexicana de Geogra-
fía y Estadística, presentado el 12 de febrero de 2014.
**
Doctor en Derecho por la UNAM. Profesor de la Facultad de Derecho de la UNAM, y
de su División de Estudios de Posgrado. Candidato a Doctor en Economía por la UNAM.

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Sumario: I. Introducción. II. Las instituciones jurídicas que ampararon la conquista


de Yucatán. III. Capitulaciones para la conquista de Yucatán. IV. Proceso general de
conquista. V. Fundación de Mérida de Yucatán. VI. Conclusiones. VII. Fuentes de
consulta.

I. Introducción

E
spacio donde confluyen e interactúan la historia y la cultura de los
pueblos con el derecho internacional, el derecho castellano y el dere-
cho indiano, las instituciones jurídicas del pasado nos permiten apre-
ciar la naturaleza generatriz de los territorios americanos incorporados a la
Corona de Castilla.
Nuestro objetivo es identificar y aquilatar el alcance de los títulos jurídi-
cos que ampararon el proceso de conquista y ocupación de Yucatán y, como
punto relevante, el sustento fundacional de su capital histórica: la Mérida de
Yucatán.

II. Las instituciones jurídicas que ampararon la conquista de Yucatán

A la caída de la imperial capital azteca (13 de agosto de 1521), la Conquista


se extendió en todos los frentes, constituyendo la de Yucatán uno de sus
episodios más largos, sinuosos y difíciles.

A) Las capitulaciones reales

Título jurídico fundamental, las Capitulaciones o Asientos de la Corona fue-


ron verdaderos contratos bilaterales celebrados entre la Corona y el jefe de
la expedición proyectada.
Mediante esa forma contractual, acuerdo, licencia o real merced, el mo-
narca convenía una serie de concesiones a favor de los particulares; a cam-
bio, éstos se obligaban a prestar especiales servicios a la Corona.

La voz capitulación es sinónima de asiento, concierto, acuerdo, convenio, pac-


to o contrato, llamándose así la escritura pública –dividida en párrafos o capí-
tulos– donde se hace constar. En las Capitulaciones Indianas estos asientos o
pactos son mercedes regias pues uno de los contratantes es el propio monarca
hispano y, el otro, una o varias personas o instituciones privadas. De la inter-
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vención del rey –directamente o por medio de representante– surge la singula-


ridad de la capitulación.1

Silvio Zavala, prestigioso jurista, historiador e indianista mexicano, naci-


do en Mérida, refiere que:

Las capitulaciones (…) se empleaban cuando los reyes, o sus apoderados, pac-
taban con algún particular el desempeño de determinada empresa o servicio
público. (…) En América, las capitulaciones tuvieron por objeto, en su mayor
parte, descubrimientos y conquistas (…). Por su número y por la importancia
de su objeto principal (la ocupación del Continente nuevo), constituyeron pie-
zas fundamentales del Derecho trasplantado por los españoles.2

Básicamente, los Asientos de la Corona eran de tres clases: de descubri-


miento, de conquista, y de población. Antonio Muro Orejón deslinda sus
propósitos fundamentales:

Éstas pueden ser: de descubrimiento, cuyo fin principal es hallar algún terri-
torio nada o poco conocido; de conquista (desde las Ordenanzas de 1573 se
llaman pacificaciones), donde la licencia regia es para ocupar –pacíficamente o
no– un territorio previamente hallado; y de población, donde el asiento autori-
zado por la Corona consiste en la fundación y subsiguiente población de ciertos
territorios previamente descubiertos.3

Prerrogativa regia que, si bien, en ocasiones, fue objeto de delegación a


favor de determinadas autoridades indianas –tanto metropolitanas, como de
administración territorial central o virreinal–, fue indistintamente ejercida
en nombre de la Corona, conforme el carácter absolutista, centralista y rega-
lista del gobierno monárquico de los Austrias.
Siendo, desde el punto de vista jurídico, un contrato de derecho público
entre el Estado y los particulares, presentaba rasgos bien definidos que esta-
blecían una elocuente disparidad entre las partes:

Las Capitulaciones (…) eran, junto con las instrucciones, la fuente primaria
del sistema jurídico del Nuevo Mundo. Constituían además una especie de fue-

1
Muro Orejón, Antonio, Lecciones de historia del derecho hispano-indiano, México,
Miguel Ángel Porrúa editores, 1989, p. 35.
2
Zavala, Silvio, Las instituciones jurídicas en la Conquista de América, 3a ed., México,
Editorial Porrúa, 1988, p. 101.
3
Muro Orejón, Antonio, op. cit., nota 1, p. 35.
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ro municipal en el territorio conquistado. (…) El vasallo (…) se obligaba a


aportar gastos y a realizar trabajos. Para el rey, en cambio, las Capitulaciones
representaban sólo una promesa condicional: mercedes y premios quedaban
sujetos al cumplimiento previo de las obligaciones del conquistador. Además,
uno de los contratantes era de condición pública y resultaba superior en todo al
avasallado. La desventaja era clara. Por esta razón, una vez obtenida la victoria,
la Corona española siempre regateaba a sus caudillos la compensación prome-
tida; tal fue el caso de Cortés, Pizarro, Montejo, y muchos más. Por añadidura,
la Corona no estaba dispuesta, en el sistema absolutista vigente, a compartir el
poder con nadie.4

En consonancia con la política del rey, la conquista y ocupación de tierras


ultramarinas se realizaba con poco o ningún costo para la Corona:

Ésta otorgaba la facultad a un individuo de requerida capacidad, de prestigio y


de recursos económicos, a su propia petición, para tomar a su cargo la empresa
a nombre de la Corona, pero a su propia costa y riesgo. La remuneración
debía hallarse en las nuevas tierras, en forma de empleos, privilegios y rentas
públicas asignadas por la Corona, y por medio de metales preciosos y otras
riquezas, encomiendas y fincas. Los salarios de los funcionarios eran poco más
que nominales y no eran de ninguna manera suficientes para que el recipiente
se mantuviera a sí mismo. Más aún, los territorios que se conquistaban debían
bastarse no sólo por sí mismos, costeando todos los gastos de su gobierno,
sacándolos de los propios ingresos de su erario, sino que también debían
proveer rentas adicionales para las Cajas Reales de Castilla. Así, del individuo
a quien se encomendaba ocupar nuevas tierras, se esperaba que organizara su
expedición a su propia costa y por su propia iniciativa, reclutando capitanes,
soldados y marinos, y obteniendo embarcaciones, armamentos, vituallas y ca-
ballos.5

Si las empresas indianas, en sus orígenes, fueron realizadas con cargo al


erario público, Alfonso García-Gallo6 nos informa del pronto fracaso de ese

4
Ruz Escalante, José Luis y Gamboa, María Teresa, Breve historia de la legislación
maya, siglos i al xix, México, Fondo de Publicaciones y Ediciones del Gobierno del Estado
de Quintana Roo, 1991, p. 34.
5
Chamberlain, Robert S., Conquista y colonización de Yucatán,1517-1550, 2a ed., traduc-
ción de Álvaro Domínguez Peón y prólogo de José Ignacio Rubio Mañé, México, Editorial
Porrúa, 1982, pp. 29-30.
6
Citado por Soberanes Fernández, José Luis, “Historia del sistema jurídico mexicano”,
El Derecho en México, una visión de conjunto, México, IIJ-UNAM, 1991, t. I, pp. 34-35.
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sistema debido a que los beneficios económicos que se obtenían no compen-


saban los gastos regios de inversión. En consecuencia, desde 1499 Isabel de
Castilla y Fernando de Aragón decidieron suprimir el carácter monopólico
de que estaban revestidas y resolvieron asumir una política de concesión
condicionada a favor de ciertos particulares.
El desgastado erario de la Corona, y el imperioso interés de continuar la
incursión en Indias, obligaron a mantener el sistema económico privado de
las expediciones.
Y a través del pacto capitular, el monarca decidió conceder a la parte
contratante –como vasallo suyo que era– un permiso o licencia para llevar
a cabo alguna de esas empresas en territorios que, por bula papal, u otros
títulos, se consideraban pertenecientes a la Corona.
Fue en virtud de la condición asumida por los conquistadores, de sufragar
sus propios gastos, que la conquista constituyó, en lo sustancial, una empre-
sa privada financiada por capitales privados, en la que los mismos soldados
debían aportar sus armas y matalotaje. Había, por tanto, la exigencia recí-
proca de ser ampliamente recompensados.

B) La hueste indiana

La llamada "hueste indiana" estaba formada por gente de guerra que, de


modo voluntario, y sin percepción de sueldo, se ponía bajo las órdenes de
un caudillo.
Su propósito era efectuar una expedición de descubrimiento, conquista,
población, o rescate, a cambio de obtener, por conducto del caudillo, partici-
paciones del botín y demás mercedes proporcionadas por la Corona.
La mayor parte de los participantes no ponía a disposición más que sus
propias personas; los menos, aportaban armas y caballos. El peso del finan-
ciamiento recaía en el organizador, quien adicionalmente tenía a su cargo
todo el proyecto político y estratégico. Siendo las ansias particulares de glo-
ria y de reconocimiento sus verdaderas fuerzas motoras. “Así como el cau-
dillo principal gastaba su hacienda y aventuraba su vida con sólo la promesa
contenida en la capitulación del rey, a su vez el soldado se concertaba con el
caudillo y soportaba trabajos sólo por el aliciente del botín”. 7
Empero, si el caudal de los recursos requeridos rebasaba las posibilidades
económicas del jefe conductor, se recurría a uno o más capitalistas para su
financiación; éstos, a su vez, se aseguraban una participación cuantiosa a
partir de todo lo que se obtuviese como resultado.
7
Zavala, Silvio, op. cit., nota 2, p. 108.
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Claro está que el botín que se obtenía, así como las reales mercedes, eran
distribuidas con proporcionalidad al monto de lo personalmente aportado.
Botín que, evidentemente, se repartía una vez hecha la deducción del quinto
real que correspondía a la Corona. Las mercedes podían consistir en tierras,
aguas, encomiendas, mejoramiento social, oficios, y demás motivaciones
honoríficas. Todo ello, como parte de un sistema de premios e incentivos en
la organización de la conquista de América.
Una vez dado de alta en la hueste, el reclutado quedaba sujeto a un régi-
men militar, lo que se traducía en una fidelidad absoluta hacia el caudillo, y
en una permanencia hasta el fin de la expedición y el logro del objetivo, so
pena de muerte. Bajo ese esquema, el jefe tenía la facultad de expedir nom-
bramientos de corte militar, con empeños de organización expedicionaria.
Según fuere la situación y la época, las huestes podían ser reclutadas tanto
en España como en los territorios indianos. En el caso de la Conquista de
México, las huestes cortesianas fueron integradas con gente reclutada en
Cuba, principalmente. Sin embargo, por real provisión dada en Granada en
1526, la Corona dispuso la obligatoriedad y exclusividad de la primera con-
dición, aduciendo el riesgo de despoblamiento en Indias.
En cuanto a las estipulaciones organizacionales de la hueste, el caudillo
basaba su expedición en una licencia que, por lo general, era una Capitula-
ción.
Como ha quedado establecido, la conquista de América fue –a excepción
de los primeros tiempos– una obra eminentemente popular; es decir, que
hubo un claro predominio del esfuerzo privado, por sobre la acción oficial
del Estado. Fue, en consecuencia, acometida por huestes reclutadas, pagadas
y dirigidas por caudillos particulares y no por fuerzas de la milicia estatal.

Varias razones pueden haber contribuido a este hecho: la poca consideración


que gozaron las conquistas indianas en la corte de Castilla hasta que las rique-
zas de México y del Perú comprobaron su importancia; que la atención Real se
dirigía de preferencia a los problemas europeos del Estado español, que com-
prometían el erario e impedían los gastos en regiones remotas; o bien que los
conquistadores de Indias salidos de sus concejos rurales seguían aferrados a la
tradición medieval, no obstante que los usos de la Corte eran ya los que impo-
nían las necesidades del Estado moderno creado. Cualquiera sea la explicación,
el hecho es innegable: en las huestes de Indias se emplearon los servicios de los
vasallos en la forma medieval casi pura.8

8
Ibidem, pp. 106-107.
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En cuanto al componente humano de una hueste expedicionaria, se auto-


rizó el reclutamiento de gente voluntaria de cualquiera de los reinos de la
Corona, predominando, en principio, castellanos, andaluces y extremeños,
aunque se dictaron algunas normas discriminatorias, lo que resulta com-
prensible si tomamos en cuenta que una de las grandes justificaciones de la
penetración castellana en América se hizo consistir en propósitos de evan-
gelización. Esto se tradujo en la prohibición impuesta a los no católicos, o a
personas de dudosa catolicidad; a los gitanos, musulmanes, judíos, herejes,
penitenciados por la Inquisición, entre otros, y a sus descendientes.
Si bien es cierto que en los primeros tiempos de la ocupación se autorizó
el empleo de criminales de Castilla, esto mismo habría de ser contraindicado
por real cédula de 1505.
Al paso del tiempo, serían las clases medias las aportadoras de los mayo-
res contingentes.

Los adelantados debían procurar que su gente fuera limpia de toda raza de
moro, judío, hereje o penitenciado por el Santo Oficio y no de los prohibidos de
pasar a las Indias por las ordenanzas. Los prohibidos eran: los de linaje de moro
o judío, los reconciliados o castigados por la Inquisición, los negros ladinos,
los gitanos, los esclavos casados sin su mujer o hijos, las mujeres solteras sin
licencia, o las casadas sin sus maridos. (...) En general, la clase española que
nutrió las expediciones (...) fueron los hijosdalgo, clase intermedia entre los
caballeros de alcurnia y los pecheros y clases menestrales.9

Lo que era un hecho es que nadie podía adentrarse en los dominios de


Indias sin regia autorización. Uno de los efectos derivados de la donación
pontificia hecha a favor de los Reyes Católicos y de sus sucesores.

C) Las instrucciones

De manera complementaria, y desde una perspectiva jurídica, las Instruc-


ciones eran ciertas disposiciones que, a manera de poderes o contratos de
mandato, extendía el rey a favor de los conquistadores, delegando en ellos la
facultad coactiva, además de la jurisdicción militar, civil y criminal.
Señalaban los aspectos reglamentarios más puntuales a los que debían
someterse los caudillos y la hueste. Guardaban relación con su conducta:
la forma de hacer y disciplinar la expedición; el buen tratamiento debido a

9
Zavala, Silvio, op. cit., nota 2, pp. 108-109.
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los indígenas; la solemne toma de posesión de los lugares y la imposición


de nombres para su identificación; la obligación de fundar poblaciones, y
su adecuada descripción; el deber de entender la tierra en que se hallasen,
su gobierno, sus moradores, sus costumbres, su cultura, sus comidas; las
relaciones que debían enviarse a las autoridades que los hubiesen despacha-
do, junto con una relatoría escrita con descripciones de su diaria actuación;
entre otras.
Facultaban al instruido para resolver, conforme a Derecho y justicia, los
casos civiles y criminales que surgieran durante la expedición, imponiendo
penas de palabra o por escrito, y ejecutando, en su caso, las que directamen-
te afectasen a las personas o a sus bienes.
Los descubridores no podían ser extranjeros, ni personas con prohibición
expresa para pasar a las Indias. Tampoco se les podía dar el título de con-
quistadores, por el carácter de fuerza que éste denotaba. Debían ser hombres
probos en conciencia y cristiandad, amantes de la paz y la templanza, y ceñir
sus actos a los mandamientos de las Instrucciones y las leyes.
En cuanto a su cariz político, por medio de las Instrucciones, el rey –cabe-
za y origen de la autoridad, conforme al sentido medieval de la organización
política– hacía llegar a los miembros de la hueste el principio de orden, pero
sin dejar de conceder cierto margen de flexibilidad al caudillo para su conve-
niente adecuación a las situaciones particulares que pudieren ir adviniendo.

La instrucción, a diferencia del precepto, que era siempre obligatorio y ne-


cesario, era solamente una norma encauzadora que dejaba los detalles de la
ejecución al criterio y responsabilidad del caudillo; de ahí su ductilidad: el
rasgo uniforme se conservaba sin sacrificar las necesidades concretas de cada
expedición. (...) Sólo esa delegación daba a los jefes potestad suficiente para
contener dentro de la disciplina a los sueltos y codiciosos soldados indianos.10

Tanto las Capitulaciones como las Instrucciones dictadas para la conquis-


ta de América se constituyeron en las instituciones jurídicas más recurridas
por la Corona para dar base y sustento a la ocupación de los territorios do-
nados vía emisión de bulas pontificias.

D) Los adelantamientos
10
Ibidem, p. 124.
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Por lo general, por las Capitulaciones de conquista, el capitulante recibía


del rey la dignidad de adelantado, que también podía ser ostentado por el
fundador de poblaciones.
La institución de adelantado era un cargo o título que se concedía a aquél
que tuviera la facultad de ir por delante en servicio del rey.11 Su nombra-
miento era vitalicio, y se ampliaba por una vida más, o sea que el oficio lo
heredaba el sucesor.
Sobre los adelantamientos, su origen, significación, cualidades y caracte-
rísticas genéricas, siempre Muro Orejón es una autoridad:

Este nombre de origen latino significa hombre antepuesto, preferido, sobrejuez,


y corresponde a un alto cargo de la administración de la justicia. (...) Hay dos
clases de Adelantados: los de Corte y los de Frontera. La función de los prime-
ros es la de juzgar como delegados del rey y de ahí su denominación de sobre-
juez para expresar su primacía sobre las demás justicias inferiores. El adelanta-
do de Frontera es de carácter predominantemente militar, ejercido en territorio
fronterizo con los musulmanes y con las facultades añejas de gobernación y
administración de justicia del antedicho territorio. Es éste el que se trasplanta
al Nuevo Mundo ya que una vez concluida la reconquista con la rendición
de Granada (1492) los nuevos territorios indianos forman las nuevas fronteras
hispanas. (...) Don Cristóbal Colón, el descubridor del Nuevo Mundo en unión
de 99 españoles, nunca tuvo el título de adelantado. (...) Una de las específicas
características de la institución del adelantado es su nombramiento vitalicio
que más aún, se amplía por una vida más, o sea que el oficio lo hereda el suce-
sor. (...)Además del preferente de adelantado, recibe los de gobernador, capitán
general, justicia mayor, alcaide de las fortalezas, cargos a los que corresponden
específicas atribuciones. Su independencia de cualquier otra autoridad indiana
superior –excepto cuando expresamente están subordinados a ellas– es una de
las prerrogativas esenciales y por ello se relacionan directamente con el rey,
a través del Consejo indiano. En determinados casos el adelantado recibe un
título nobiliario –normalmente el de marqués– como premio a su labor, y sus
acompañantes en la conquista el de hijosdalgos o el de caballeros de espuela
dorada. Entre las preeminencias de los adelantados están: la exención del dere-
cho de almojarifazgo durante veinte años; la del de alcabala; la libertad de dere-
chos en la introducción de esclavos; el sólo abonar el diezmo, en vez del quinto
real, durante diez años de los metales y perlas preciosas rescatados o hallados.12

11
Cfr. Vallado Díaz, Nicolás, Breve Historia de Yucatán, Mérida, Editorial Vallado,
1987, p. 10.
12
Muro Orejón, Antonio, op. cit., nota 1, pp. 191-195.
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228 RUSSELL CERÓN GRAJALES

Derivados de los títulos conferidos, los adelantados estaban investidos de


importantes atribuciones legislativas o reglamentarias, gubernativas, econó-
mico-gubernativas, sociales, judiciales y militares.

• Las primeras, involucraban el fiel y puntual cumplimiento de su Capi-


tulación; es decir, del conjunto de leyes dictadas para el buen gobierno
inherente al adelantamiento, lo que posibilitaba la facultad de dictar
mandamientos, autos de gobierno, y la expedición de disposiciones re-
gulatorias del trabajo de los naturales.
• Las gubernativas autorizaban, en el orden municipal, la fundación de
nuevas poblaciones, entre ellas, la capital del propio adelantamiento; el
nombramiento de regidores de los cabildos; la confirmación de eleccio-
nes de alcaldes de los ayuntamientos; y la erección de fortalezas, con el
propio adelantado como su alcaide perpetuo.
• Las de orden económico-gubernativas les autorizaban para repartir tie-
rras y solares, según la condición social de los vecinos y los méritos
alcanzados en la conquista.
• En materia social, gozaban de notable delegación para encomendar a
los indígenas de su adelantamiento entre los compañeros de conquista y
entre los primeros pobladores. Pero se les imponía la obligación –bajo
pena de nulidad, y como reconocimiento de la soberanía del monarca–
de obtener la confirmación real dentro de un plazo cierto.
• Las facultades judiciales se correspondían con su calidad de justicias
mayores –superiores a las ordinarias–. Por tanto, eran instancias de
apelación respecto de fallos dictados por los alcaldes ordinarios, o por
los Ayuntamientos constituidos en tribunal. Frente a las sentencias de
los adelantados cabía un recurso aún: la suplicación ante el Consejo de
Indias.
• Sus atribuciones militares resultaban de gran trascendencia puesto que
el adelantado era jefe de la campaña de conquista, lo que le permitía,
entre otras, el nombramiento de mandos internos y la dirección de las
operaciones inherentes.13
De gran importancia atributiva, el adelantamiento se extinguía con la
muerte de su detentador, y la de su heredero, sucediéndole, políticamente,
una gobernación provincial.

13
Cfr. Ibidem, pp. 197.
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LAS INSTITUCIONES JURÍDICAS EN LA CONQUISTA... 229

III. Capitulaciones para la conquista de Yucatán

Instituciones que ampararon la incursión castellana en América, habremos


de reflejarlas en el caso de Yucatán.
Salmantino de nacimiento, y uno de los más distinguidos capitanes de la
gesta cortesiana, Francisco de Montejo no tuvo intervención en los decisi-
vos episodios de la conquista de México, pues había sido enviado a la Corte
como emisario del caudillo extremeño.
Habiendo retornado a México en 1522, y con motivo de ciertas dificulta-
des que acababan de surgir en la Nueva España, fue comisionado de nuevo –
pero esta vez por parte de sus compañeros de armas– para realizar gestiones
especiales ante la Corte.
Todos los ayuntamientos establecidos le confirieron poder, y con tan hon-
rosas pruebas de confianza se presentó en 1524 ante Carlos I, quien final-
mente le autorizó para encabezar la gran empresa de la conquista y ocupa-
ción de Yucatán.

En este segundo viaje (...) se ocupó mucho de sus asuntos particulares, que casi
había olvidado en el anterior. (...) Ahora se le confirieron nuevos honores, entre
los cuales no debe olvidarse el de haber sido ennoblecido, más de lo que lo era
por nacimiento. Bernal Díaz, hablando de su vuelta a México, dice que ‘trajo
Don y Señoría’, y Cogolludo se complace en dar una descripción detallada
del escudo de armas que se le concedió. Pero la merced más importante que
entonces obtuvo Montejo de la corte, fue la de conquistar y poblar la península
de Yucatán, bajo bases de mucha honra y provecho para sí y sus herederos.14

Esta empresa la había solicitado Montejo al rey como un proyecto com-


pletamente independiente de la mexicana de Cortés.15
En realidad, y desde su primer viaje a la Corte, Francisco de Montejo
había iniciado las gestiones conducentes a la obtención de la licencia para
conquistar y colonizar la península. Gerónimo de Aguilar le había hablado
mucho de la supuesta fertilidad de la tierra, de los grandes edificios que ha-
bía visto en ella y de la cultura de sus habitantes.16

14
Ancona, Eligio, Historia de Yucatán, 4a ed., Mérida, México, Ediciones de la Universi-
dad de Yucatán, 1978, t. I, p. 252.
15
Cfr. Rubio Mañé, José Ignacio, El Virreinato, orígenes y jurisdicciones, y dinámica
social de los virreyes, 2a ed., México, Fondo de Cultura Económica/IIH-UNAM, 1992, t. I,
p. 31.
16
Cfr. Ancona, Eligio, op. cit., nota 14, p. 259.
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230 RUSSELL CERÓN GRAJALES

Las gestiones montejinas concluyeron el 8 de diciembre de 1526, fecha


en la que Carlos I suscribió en Granada las Capitulaciones para la Conquista
de Yucatán. Los contenidos principales de la concesión son extractados y
reproducidos por el reconocido historiador yucatanense Eligio Ancona:

El rey daba a Francisco de Montejo la facultad de conquistar y poblar las islas


de Yucatán y Cozumel con las condiciones siguientes: 1a. que los gastos de la
expedición fuesen hechos por el agraciado; 2a. que emprendiese su primer via-
je, dentro de un año por lo menos, contado desde la fecha de la concesión; 3a.
que construyese a sus expensas dos fortalezas en el país conquistado; 4a. que
cada población que fundase, contase de cien vecinos por lo menos; 5a. que no
pudiese llevar consigo personas de las que tenían prohibición de pasar a Amé-
rica, como herejes, moros y abogados. En cambio de estas obligaciones, se le
otorgaba lo siguiente: que sería Gobernador y Capitán General vitalicio de la
tierra que conquistase y poblase; que tendría para sí y sus herederos el título y
honores de Alguacil Mayor y Adelantado; que él y sus sucesores obtendrían el
mando de las fortalezas que construyese; que como Gobernador disfrutaría el
sueldo de 150,000 maravedís, como Capitán General el de 100,000, y como Al-
caide de cada fortaleza 60,000; total 370,000 maravedís; que además disfruta-
ría del cuatro por ciento de lo que se granjease en la conquista y población; que
obtendría en propiedad un terreno de diez leguas cuadradas; y que por último
estaría exento de pagar derechos aduanales por los efectos que trajese para su
uso a la colonia. Los que acompañasen a Montejo en la conquista y población,
debían gozar de la misma exención de derechos; debía dárseles además dos
solares y dos caballerías de tierra para su establecimiento, propiedades que sólo
podrían enajenar al cabo de cuatro años; estarían exentos por el mismo tiempo
de ciertos impuestos, y por el oro y plata de las minas, sólo pagarían en los tres
primeros años el décimo, en el cuarto el noveno y así sucesivamente hasta el
octavo, en que comenzarían a pagar el quinto, establecido para toda la América.
Estipulose además en el contrato que los diezmos serían destinados al soste-
nimiento del culto, que iba a predicarse, y que pudiesen ser vendidos como
esclavos los indios que resistiesen la conquista, y los que estuviesen reducidos
a la servidumbre por los caciques. Terminaba la Capitulación, ordenando al
Adelantado que se sujetase a ciertas disposiciones dictadas en 17 de noviembre
de 1526 para corregir los abusos que se cometían en las conquistas del Nuevo
Mundo (...).17

Al referirnos este hecho, Fray Diego de Landa nos recuerda cómo el ade-
lantado Montejo, en su proyecto, habría de involucrar a su hijo, además de
17
Ibidem, pp. 260-261.
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LAS INSTITUCIONES JURÍDICAS EN LA CONQUISTA... 231

su sobrino, todos del mismo nombre: “Que en este tiempo que Montejo es-
tuvo en la corte negoció para sí la conquista de Yucatán, aunque pudo haber
negociado otras cosas; le dieron el título de adelantado y se vino a Sevilla
llevando a un sobrino suyo de trece años de edad y de su mismo nombre, y
en Sevilla halló a su hijo de 28 años a quien llevó consigo”.18
En junio de 1527 retornaba Montejo a América, pero esta vez como ade-
lantado de Yucatán. Se dispuso, entonces, a emprender la conquista de un
territorio, hasta ese tiempo considerado insular.

IV. Proceso general de conquista

La conquista de Yucatán se nos presenta como una serie de episodios largos


y difíciles. Montejo hubo de vender propiedades de su propio patrimonio y
obtener préstamos de diverso origen para la financiación de su expedición.
Beatriz de Herrera, acaudalada viuda sevillana –y a quien después haría su
esposa–, proporcionó cantidades adicionales.

En total el Adelantado pudo reunir 28,000 castellanos, dinero cuantioso para


aquel tiempo. Con estos fondos Montejo obtuvo cuatro buenos navíos (...), un
número de pequeños cañones, lo mejor en armas pequeñas que entonces se po-
día conseguir, caballos, y gran cantidad de víveres y otras provisiones. El ‘San
Jerónimo’, del que era maestre Miguel Ferrer, podía llevar unos 130 hombres
de guerra y de 20 a 25 caballos. La ‘Nicolasa’ que era una carabela, llevaba
como piloto a un marino llamado Ochoa, que había contratado Montejo para
el viaje. Otro navío era un bergantín y se llamaba ‘La Gabarra’. Se estimaba
que la expedición estaba bien surtida como para un año, de harina, carne, vino,
vinagre, aceite y galletas; la armada se consideró estar muy bien abastecida con
todo lo necesario.19

Con él emprendieron la colosal aventura hombres de todos los rangos y de


diversas regiones de España: Castilla la Vieja, Castilla la Nueva, Andalucía,
Extremadura, Murcia, Valencia, Galicia y provincias vascongadas, provi-
niendo, en su mayoría, de las tres primeras.

18
De Landa, Diego, Relación de las cosas de Yucatán, 12a ed., México, Biblioteca Edito-
rial Porrúa, 1982, p. 22.
19
Ibidem, pp. 32-33.
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232 RUSSELL CERÓN GRAJALES

Los había nobles de ciudad e hijos de abogados (...), profesionistas e hijos


de familias vecinas, plebeyos y campesinos. Venían de grandes ciudades y de
villorrios. Un número considerable era de Salamanca y de Ciudad Real, testi-
monio del reclutamiento personal que Montejo y Dávila (Alonso de Ávila) hi-
cieron en sus ciudades natales. Algunos eran veteranos de campañas europeas
y otros empuñaban por primera vez las armas. (...) Más de 250 hombres, sin
contar oficiales y tripulaciones de los barcos, entraron al servicio de Montejo.
Además de proveer armas a una gran proporción de su gente, Montejo parece
haber dado dinero en préstamo a un gran número. La mayor parte de estos hom-
bres eran poco menos que aventureros atraídos únicamente por la anticipación
de pronto enriquecimiento, más que colonizadores previsores; pero hubo algu-
nos de mayor capacidad, especialmente entre aquellos que seleccionó Montejo
como sus subordinados, con cuidado y discriminación. Éstos eran hombres de
calidad y visión, hechos del material sólido de donde provienen los construc-
tores de imperios.20

En junio de 1527, la expedición de Montejo navegó río abajo por el Gua-


dalquivir hasta el puerto andaluz de Sanlúcar de Barrameda. En este lugar –
donde confluyen la vía fluvial y el Atlántico– pasó la última revista, dejando
la costa continental el día 26 de junio de 1527.
Y no obstante su autojuzgamiento como la mejor Armada que había sa-
lido de territorios de Castilla, la empresa duró cerca de veinte años, tiempo
muy prolongado si se compara con los dos años requeridos por Cortés para
consumar la conquista de México (1519-1521), y los ocupados por Pizarro
para someter al imperio inca. “Requirió la conquista de Yucatán muchos
esfuerzos de los españoles, quizás los más extensos en la sojuzgación de las
Indias”.21
Simbólicamente iniciada en 1527, la Conquista no culminaría sino hasta
1547. Podemos distinguir tres fases:

• La primera (1527-1529), bajo la personal responsabilidad y directa in-


tervención de Montejo, "el Adelantado". Abarcó desde su entrada por
la costa oriental de la península (isla de Cozumel) –y la correspondien-
te fundación de la primera Salamanca, en Xel-Há–, hasta su fracaso y
temporal abandono del territorio peninsular.
• La segunda (1530-1535), emprendida desde el occidente de la penín-
sula, tomó como base la provincia de Tabasco –región que había sido

20
Ibidem, pp. 33-34.
21
Rubio Mañé, José Ignacio, op. cit., nota 15, p. 31.
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LAS INSTITUCIONES JURÍDICAS EN LA CONQUISTA... 233

previamente conquistada por el "Adelantado"–. En este segundo y fra-


casado intento de conquista, además del capitulante, intervino su hijo
Francisco de Montejo y León (llamado "El Mozo", para diferenciarlo
de su padre).
• La tercera, y decisiva fase (1540-1547), siempre acometida desde el
occidente, y tomando a Tabasco como punto de apoyo, fue ejecutada y
dirigida –a diferencia de las dos anteriores– por "El Mozo", dada la de-
legación, a su favor, de los poderes y facultades de que estaba original-
mente investido su padre. El sobrino también participó en esta etapa, y
cumplió un importante papel en su culminación.

Consecuencia de sus dos primeros fracasos, el "Adelantado" decidió per-


manecer ausente de Yucatán durante casi doce años, hasta su arribo a Mérida
en 1546, cuatro años después de la fundación de ésta.
En ese lapso, desempeñó algunas comisiones tanto en Nueva España,
como en Honduras y Chiapas, principalmente.22

En el intermedio de la segunda y tercera fases, el Adelantado Montejo va a


Honduras, en busca de otra base para la conquista de los mayas de Yucatán.
Se le confiere ese gobierno con el propósito de consolidar su empresa. En esos
años, 1535-1539, pelean los dos Adelantados, el de Guatemala y el de Yucatán,
Alvarado y Montejo, la jurisdicción de Honduras. Al fin se concertó un arreglo
en la controversia. Alvarado consintió en ceder a Montejo la Alcaldía Mayor
de Chiapas por la devolución de Honduras. Se trasladó el Adelantado de Yuca-
tán a Ciudad Real de Chiapas, 1539, y desde allí vigila a su hijo y sobrino en la
tercera fase de la conquista de Yucatán. En 1542 regresa a Honduras.23

Bifurcada la empresa en dos vertientes temporales –antes y después de


1535–, los dos primeros intentos fueron dirigidos por el "Adelantado". Y
tendría que ser su hijo, por Instrucciones suyas, quien la acometiera, dirigie-
ra y culminara.

“Francisco de Montejo, padre, (...) fue la persona señalada por el destino para
ajustar y emprender la ardua empresa de la conquista de Yucatán, conducirla

22
Cfr. Orosa Díaz, Jaime, Historia de Yucatán, Mérida, Ediciones de la Universidad de
Yucatán, 1991, pp. 59-60.
23
Rubio Mañé, José Ignacio, op. cit., nota 15, p. 31.
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234 RUSSELL CERÓN GRAJALES

dificultosamente durante largo espacio, y terminarla en el periclitar de su exis-


tencia con el armado brazo de su hijo, Francisco el Mozo”.24

V. Fundación de Mérida de Yucatán

Punto toral del proceso de conquista y ocupación, para arribar al acto políti-
co y jurídico de la fundación de Mérida como capital de Yucatán, retornare-
mos un poco en el tiempo.

A) Instrucciones del Adelantado

Aunque no con buen gusto y ánimo, el Adelantado Francisco de Montejo


asumió el gobierno de Chiapas el 2 de abril de 1540, sin jamás dejar de as-
pirar al renovado intento de conquista de Yucatán.
Para ello, citó a su hijo a reunirse con él en Ciudad Real (San Cristóbal
de las Casas, Chiapas) para tratar acerca de los planes y medios para la con-
tinuación de la suspensa obra, manifestándole la decisión que había tomado
de conferirle amplios poderes para la ejecución de tal cometido, haciéndose
el otorgamiento ante el escribano real Hernando de Esquivel.
A través de un formalizado pliego de Instrucciones en el que trazó a su
hijo un verdadero plan de campaña, el "Adelantado" sustituyó, por delega-
ción, los poderes que tenía del rey, y acabó por otorgarle facultad para re-
partir tierras y encomendar indígenas entre los conquistadores que le acom-
pañaren, y según los méritos que cada uno adquiriese.25
Al instruirlo acerca de la conducta que debía observar, se previó, entre
otros aspectos, la fundación de la capital en el territorio ocupado por la ciu-
dad maya de Ichcaanzihó, también conocida como T’hó. En ese lugar debía
instalar su cabildo y regimiento. Además, desde ahí trabajaría para lograr
la pacificación de todas las provincias mayas, sujetándolas a su poder, y
“debiendo de hacer los repartimientos en no menos de a cien vecinos (...),
siendo ésta la principal ciudad de todas”.26

24
Acereto, Albino, “La primera campaña conquistadora”, en Enciclopedia Yucatanense,
2 ed., México, Edición oficial del Gobierno de Yucatán, 1977, t. III, p. 30.
a
25
Cfr. Ancona, Eligio, op. cit., nota 14, pp. 313-314.
26
Ibidem, p. 56.
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LAS INSTITUCIONES JURÍDICAS EN LA CONQUISTA... 235

Fue hasta entonces que su hijo Francisco de Montejo y León, "El Mozo",
ayudado por su primo, reemprendió, con nuevos bríos, la difícil y desafiante
misión.
En Ah-kin-Pech, y corriendo el año de 1540, fundó el 4 de octubre la villa
de San Francisco de Campeche, para que sirviese como puerto principal y
entrada a la provincia. Nombró alcaldes y regidores, y asignó por vecinos de
la villa a 30 españoles.
Luego, con tiento, pero con firmeza, fue ocupando distintos lugares hasta
llegar a la antigua Ichcaanzihó, sitio donde estableció su cuartel general y
donde habría de fundar, poco tiempo después, la floreciente capital de la
provincia.

B) Reconocimiento de Ichcaanzihó

La primera gran visión e impresión que causara a los expedicionarios la


ciudad maya de Ichcaanzihó –construida en el siglo xii por el caudillo Ah
Chan Caan, de la tribu Itzá–, podemos obtenerla de las Crónicas de uno de
los primeros conquistadores de Yucatán: Blas González.
Blas González, personaje incorporado a Montejo en Sanlúcar de Barra-
meda, lo acompañó en los dos primeros intentos de conquista. Y junto con
"el Mozo" y el sobrino, intervino también en la etapa final de la gesta, dis-
tinguiéndose durante la gran rebelión maya de 1546-1547.
Al cese de las hostilidades, se estableció en la añeja y oriental Zací, don-
de en 1543 se fundó Valladolid. Ahí fue nombrado Registrador Perpetuo y
Encomendero de las circundantes poblaciones de Ichmul y Tikuch, tomando
parte activa en la redacción de las Relaciones Históricas Geográficas de
Valladolid.
Fue el 30 de noviembre de 1541, en Dzibical (Umán), cuando Blas Gon-
zález registró en sus Crónicas su impresión primera de Ichcaanzihó. Cróni-
cas que, al decir de Robert S. Chamberlain,27 están investidas de una gran
veracidad, y en donde no deja de reconocerse la tenacidad y valentía de los
vencidos.
Pero dejemos que sea el propio cronista el que nos ilustre:

El Capitán General Francisco de Montejo dispuso que salieran de Dzibical


veinte hombres y el Capitán Francisco Moreno de Almaraz, con cargo de ir
a explorar el asiento de Ichcaanzihó. Dzibical dista sólo cuatro leguas, y el

27
Cfr. Romero Conde, Paulino (comp), Blas González, Crónicas de la Conquista de Yu-
catán, Mérida, Ediciones de la Universidad de Yucatán, 1992, p. 6.
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236 RUSSELL CERÓN GRAJALES

una mañana caminamos el trayecto que separa las dos poblaciones. Al llegar
quedamos estáticos, contemplando unas grandiosas ruinas, las primeras que
conocíamos y veíamos en estos lugares, y que nos trajeron a la memoria los
gratos recuerdos de la patria ausente, por las ruinas romanas esparcidas en ella.
A tal grado que el Capitán Moreno de Almaraz exclamó ¡se parece a Mérida!,
estando de acuerdo con él los presentes. Hay en el centro de la población, cinco
cerros grandes y elevados forrados de piedra y otros montículos más pequeños
esparcidos en todo su perímetro. Uno de los cerros mayores, de altura de cinco
estados. Y otros cuatro se encuentran al sur y oriente del primero. Todos esos
gigantescos cerros sirven de basamento a muy antiguos edificios cuyos restos
se destacan entre árboles elevados y matorrales espesos que han crecido junto
a ellos. El cerro del poniente ostenta en su cima un adoratorio de cantería bien
labrado. En los cerros del oriente hay muy buenas capillas de bóveda de mam-
postería. Los edificios más espléndidos están en el gran cerro ubicado entre los
del oriente y poniente. (...) El lugar está ocupado por una aldea de indios con
casas de palma y extensos patios donde cultivan hortalizas y frutales, los cuales
se mostraron pacíficos diciendo que los citados edificios servían antaño de pa-
lacios y templos religiosos de una ciudad llamada Ichcaanzihó que había sido
abandonada hace 200 años. Que pertenece al cacicazgo de Chakán cuya cabe-
cera es Caucel situado a unas 3 leguas al poniente. Dijeron también que la costa
se encuentra a nueve leguas al norte y que los vientos del oriente y del norte
refrescan el lugar por las noches y las mañanas y que el agua de los cenotes está
a cinco varas de profundidad. Con la emoción reflejada en el semblante por lo
magnífico del sitio, regresamos a Dzibical para informar al Capitán Montejo
del resultado de nuestra misión.28

C) Ocupación de Ichcaanzihó y determinación fundacional

Blas González apunta el 25 de diciembre de 1541 como fecha de ocupación


de Ichcaanzihó:

Saliendo de Dzibical-Umán, hoy arribó el Capitán General Francisco de Mon-


tejo, el Mozo, acompañado del Capitán Montejo, el Sobrino, y demás capitanes
y tropa que nos acompañan, instalándose en el cerro del poniente y ordenando
la instalación del campamento en casas de enramadas alrededor del mismo. El
Capitán Montejo, el Sobrino, se instaló en el cerro del oriente, asignándose a

28
Ibidem, pp. 35-38.
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LAS INSTITUCIONES JURÍDICAS EN LA CONQUISTA... 237

los aliados mexicanos el cerro del sur y a los mayas amigos el cerro del nores-
te.29

Francisco de Montejo y León, "El Mozo", había comprendido la conve-


niencia de echar los cimientos de la capital provincial en aquella monumen-
tal ciudad de los mayas, tan identificada con los sucesos más importantes de
la conquista, y escogida con antelación por su padre.
Fue así como el 1º de enero de 1542 resolvió fundar la ciudad de Mérida.
Y estando todos de acuerdo, quedó determinado el día 6 de enero como el
de su formal fundación:

Reunió a todos los capitanes en consejo, y oído su dictamen, fue opinión co-
mún que el asiento de Ichcaanzihó era el más adecuado para fundar la capital
de la colonia. Es un sitio ameno, salubre, circundado de abundantes dehesas,
refrescado por las brisas y el sueste alternativamente, y rodeado de poblaciones
ricas y florecientes, como son las de Zipatán, Ceh-Pech, Chakán y Acanul.30

La dominación española, que en Yucatán duraría 279 años (1542-1821),


había iniciado. Sin embargo, ante los diversos brotes y levantamientos indí-
genas posteriores, la conquista sólo pudo consumarse hasta 1547, cinco años
después de la fundación de Mérida.
Los mayas aún no se resignaban a servir en la misma tierra donde antes
habían sido amos y señores.

D) Acto fundacional

Este hecho, fundamental y definitivo en el largo devenir de la conquista de


Yucatán, tuvo lugar el día de la Epifanía cristiana, a las ocho horas, bajo un
frondoso árbol, y al pie del cerro principal, tal y como quedó registrado en
las Crónicas de Blas González.
"El Mozo" reunió a sus acompañantes y, en presencia del escribano Ro-
drigo Álvarez, con un acento que las circunstancias debían haber hecho so-
lemne, expresó que, en virtud de los poderes a él conferidos por su padre,
había venido a Yucatán con el ánimo de cristianizarlo y sujetarlo al dominio
del rey de Castilla; y que siendo necesario erigir una ciudad principal en el
corazón de dicho territorio, él, en su carácter de Teniente Gobernador, Jus-
ticia Mayor, Repartidor y Capitán General, fundaba, en el asiento de T’hó,

29
Ibidem, pp. 38-39.
30
Ibidem, p. 40.
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238 RUSSELL CERÓN GRAJALES

una población española en honor y reverencia de Nuestra Señora de la En-


carnación; y al tiempo que le daba el nombre de Mérida, invocaba sobre ella
las bendiciones del cielo.31
El escribano hizo constar éstas y otras razones en el Acta de Fundación
de Mérida, suscribiéndola junto con el fundador de la ciudad, entre las acla-
maciones y vítores de todos los circunstantes.

Aquel 6 de enero, el Mozo Montejo llegó a la vieja ciudad maya situada a 36


kilómetros del mar. Miró la opulencia de varios edificios mayas, que aunque
semiabandonados, aún mostraban la riqueza arquitectónica que le habían dado
sus constructores. Y su mirada fue de nostalgia: recordó el esplendor de una
ciudad también en ruinas, pero situada allende el océano. Recordó los vestigios
romanos de la Emérita Augusta de la tierra extremeña. En su memoria, motiva-
da por la visión de la antigua Ichcaanzihó, se recrearon el anfiteatro construido
por Augusto, el teatro que fue obra de Agripa, el arco de Trajano y otras cons-
trucciones de la ciudad española cercana al río Guadiana. Y la remembranza
determinó el nombre de la ciudad que estaba siendo fundada. Había desapare-
cido T’hó. Comenzaba la Mérida de Yucatán.32

Aunque la fundación de Mérida no significó, en modo alguno, el desenla-


ce de la obra de conquista de Yucatán, sí vino a constituir, en términos jurí-
dico-políticos, un paso definitivo en la causa de dominación de la península.
Aunado al hecho de que, por su misma condición de capital, fue el asiento
obligado de las autoridades civiles y religiosas encargadas de su gobierno y,
por consiguiente, el escenario donde se produjeron los principales proble-
mas de acomodamiento cultural, administrativo y político que acompañaron
el proceso de conformación y consolidación de la muy particular y compleja
provincia española de Yucatán.
Provincia que después de experimentar una muy peculiar evolución a tra-
vés de sus disímbolas instituciones políticas, económicas y jurídicas, habría
de conducirse, ya en la era independiente, no sin razones de peso, como un
enclave mexicano con marcado ejercicio autonómico, pro-federalista y anti-
centralista, que ha sido objeto de general controversia bajo la nada rigurosa
adjetivación de separatista. Pero ello será materia extensiva de otro estudio.

31
Cfr. Ancona, Eligio, op. cit., nota 14, p. 334.
32
Huchim, Eduardo R., “Piropo a Mérida, dama de 450 años”, en Mérida ayer y hoy, Mé-
xico, Editora Xalco, 1992, p. 9.
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LAS INSTITUCIONES JURÍDICAS EN LA CONQUISTA... 239

VI. Conclusiones

Para la ordenación y regulación jurídica del conjunto de las empresas de


exploración y expansión atlánticas, la Corona de Castilla recurrió a la con-
tractual institución de las Capitulaciones de descubrimiento, conquista, pa-
cificación y población.
Si bien tales empresas estaban internamente soportadas y antecedidas por
la celebración de Capitulaciones reales o Asientos de la Corona, los resul-
tados obtenidos generaron la conveniencia de garantizarse la soberanía de
los nuevos territorios mediante el reconocimiento jurídico-internacional que
una Bula pontificia ofrecía.
El proceso de conquista y ocupación de Yucatán tuvo su inmediato fun-
damento jurídico en las Capitulaciones que Carlos I de España concedió a
Francisco de Montejo, padre, en 1526.
Por medio de las Capitulaciones para la Conquista de Yucatán, el monarca
otorgó a Montejo la dignidad de adelantado, lo que supuso la concesión de
un número importante de atribuciones y prerrogativas que habrían de en-
marcar los hechos de conquista y ocupación.
Las Instrucciones delegatorias para la ejecución final de la conquista y
ocupación de Yucatán, que el adelantado Francisco de Montejo confirió a su
hijo, Francisco de Montejo y León, "El Mozo", constituyen, por su misma
naturaleza, verdaderos contratos de mandato y de otorgamiento de poderes,
por cuanto se delegaba la facultad coactiva y la jurisdicción militar, civil y
criminal.
La fundación de Mérida de Yucatán (6 de enero de 1542) no significó, de
modo alguno, el fin del largo y tortuoso proceso de conquista iniciado en
1526-1527, pero sí constituyó un paso definitivo para su consumación en
1546-1547.
La fundación de Mérida como capital política fue un acto formal y solem-
ne que se ajustó a todos los ordenamientos generales y particulares del dere-
cho aplicable al Nuevo Mundo, y a la circunstancia especial que enmarcó la
histórica gesta yucatanense.

VII. Fuentes de consulta

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