Morin Kern La Reforma Del Pensamiento
Morin Kern La Reforma Del Pensamiento
Morin Kern La Reforma Del Pensamiento
1[1]
CI. Bastien, «Le décalage entre logique et connaissance»,
Courrier du CNRS, 79, Sciences cognitives, octubre de 1992
2[2]
“La pragmatique linguistique”, Courrier du CNRS, 79, Sciences
cognitives, op. cit. pág. 21.
Es decir que la comprensión de datos particulares sólo puede ser pertinente
en quien mantiene y cultiva su inteligencia general, y en quien moviliza sus
conocimientos de conjunto en cada caso particular. Marcel Mauss decía:
«Hay que recomponer el todo». Nosotros añadimos: hay que movilizar el
todo. Ciertamente, es imposible conocerlo todo del mundo y aprehender
sus multiformes transformaciones. Pero, por aleatorio y difícil que sea, el
conocimiento de los problemas claves del mundo, de las informaciones
clave que conciernen a ese mundo, debe intentarse so pena de imbecilidad
cognoscitiva. Y tanto más cuanto, hoy, el contexto de cualquier
conocimiento político, económico, antropológico, ecológico, etc., es el
propio mundo. La era planetaria necesita ubicarlo todo en el contexto
planetario. El conocimiento del mundo se hace necesario intelectual y
vitalmente, al mismo tiempo. Es el problema universal para cualquier
ciudadano: cómo abrirse al acceso a las informaciones sobre el mundo y
cómo adquirir la posibilidad de articularlas y organizarlas. Pero para
articularlas y organizarlas y así reconocer y conocer los problemas del
mundo, es necesaria una reforma de pensamiento. Esta reforma que
comporta el desarrollo de la contextualización del conocimiento, recurre
ipsofacto a la complejificación del conocimiento.
La falsa racionalidad.
En la era actual, los nefastos efectos que la conjunción de los peritajes, las
comisiones y las administraciones ejerce sobre la decisión pueden llegar a
la tragedia. El caso de la sangre contaminada es uno de ellos. Ciertamente,
cualquier información inesperada y sorprendente choca, precisamente por
eso, con la opinión admitida y con los hábitos de pensamiento que
perturban; pero además, corre el riesgo de verse cloroformizada durante
largo tiempo por la rutina de los despachos, desmigajada o rechazada por
el fraccionamiento de cualquier problema que lleva a cabo la organización
disciplinaria hiperespecializada que, apoyada por la irresponsabilidad de las
comisiones, disuelve el sentido de la responsabilidad. Las alertas y las
puestas en guardia se multiplican durante mucho tiempo sin éxito alguno y
sólo muy tardíamente consiguen superar las inercias y cegueras, y hay que
llegar al desastre para que se organice una respuesta.
Sucede incluso que medidas muy saludables en lo inmediato pueden,
cuando obedecen una concepción compartimentada y lineal, producir al
final efectos nocivos que compensan, sobrepasan incluso, sus efectos
benéficos. De este modo, la revolución verde promovida para alimentar al
tercer mundo ha aumentado considerablemente sus recursos alimentarios y
ha permitido evitar, notablemente, las carestías; sin embargo, ha sido
necesario revisar la idea inicial, aparentemente racional pero
abstractamente maximizante, de seleccionar y multiplicar en vastas
superficies un solo genoma vegetal, el más productivo cuantitativamente.
Se ha advertido que la ausencia de variedad genética permitía al agente
patógeno, al que ese genoma no podía resistirse, aniquilar en la misma
estación toda una cosecha. Ha sido necesario, entonces, restablecer cierta
variedad genética para optimizar y ya no maximizar el rendimiento.
Por otra parte, la masiva utilización de abonos empobrecen los suelos, las
irrigaciones que no tienen en cuenta el terreno provocan una erosión
también empobrecedora, la acumulación de pesticidas destruye las
regulaciones entre especies, elimina especies útiles al mismo tiempo que
las perjudiciales, provoca incluso, a veces, la desenfrenada multiplicación
de una especie perjudicial inmunizada contra los pesticidas; luego, las
substancias tóxicas contenidas en los pesticidas pasarán a los alimentos y
alterarán la salud de los consumidores.
Finalmente, la roturación y el arrancado de árboles en miles de hectáreas
contribuyen al desequilibrio hídrico y a la desertización de las tierras; los
grandes monocultivos eliminan los pequeños policultivos de subsistencia,
agra7 van las carestías y determinan el éxodo rural y la barraquización
urbana.
En todas partes del planeta, como afirma Francois Garczynski, «esta
agricultura crea el desierto, en el doble sentido del término: erosión de los
suelos y éxodo rural». Si no son reguladas, la deforestación y la
desarborización (destrucción de árboles al margen del bosque) a ciegas
transformarán, por ejemplo, las fuentes tropicales del Nilo en un ued seco
las tres cuartas partes del año. Encerrados en la lógica de la producción
desenfrenada, los capitalistas, políticos, técnicos responsables de la
deforestación amazónica para la agricultura, la ganadería y la industria
pretenden ignorar todavía que el reciclaje del agua de las nubes por la
selva proporciona la mitad del caudal del Amazonas. Del mismo modo, la
mayoría de los agrónomos desconocen todavía el saludable papel del árbol
aislado, que controla los flujos de agua, de aire y de elementos químicos en
el suelo, dispone de un poder depurador sobre el agua y el aire y es
conservador de fertilidad (Garczynski).
La falsa racionalidad, es decir la racionalización abstracta y unidimensional,
triunfa sobre las tierras: las apresuradas concentraciones parcelarias, los
surcos demasiado profundos y longitudinales,la deforestación y
desarborización no controladas, el asfaltado de los caminos, el urbanismo
que sólo pretende rentabilizar la superficie del suelo, la
pseudo-funcionalidad planificadora que no tiene en cuenta las necesidades
no cuantificables y no identificables por medio de cuestionarios, todo ha
multiplicado los arrabales de viviendas baratas y las nuevas ciudades se
convierten rápidamente en islotes de aburrimiento, de suciedad, de
degradación, de incuria, de despersonalización, de delincuencia.
El resultado son catástrofes humanas cuyas víctimas y cuyas
consecuencias no pueden contabilizarse, y un agravamiento de las
catástrofes naturales, como ha ocurrido recientemente en
Vaison-la-Romaine.
En todas partes, y durante decenas de años, soluciones pretendidamente
racionales, aportadas por expertos convencidos de trabajar para la razón y
el progreso, y de que las costumbres y temores de las poblaciones eran
sólo supersticiones, han destruido creando, han empobrecido
enriqueciendo. Las más monumentales obras maestras de esta
racionalidad tecno-burocrática se llevaron a cabo en la URSS: por ejemplo,
se desvió el curso de los ríos para irrigar, incluso durante las horas de
mayor calor, hectáreas sin arbolado de cultivo de algodón, de ahí la
salinización del suelo al ascender la sal de la tierra, la volatilización de las
aguas subterráneas, la desecación del mar de Aral. Las degradaciones
eran más graves en la URSS que en Occidente por el hecho de que en la
URSS los tecno-burócratas no tuvieron que sufrir la reacción de esos
ignorantes y débiles mentales que, para ellos, son los ciudadanos.
Desgraciadamente, tras el hundimiento del imperio, los dirigentes de los
«nuevos Estados» han recurrido a expertos liberales del Oeste que ignoran
deliberadamente que una economía de mercado libre necesita instituciones,
leyes y reglas. Oscilando entre la reforma económica a pequeños pasos,
incapaz de llevar a cabo la transformación de las estructuras y la
liberalización generalizada inmediata, que pondría en marcha una
degradación sociológica, los nuevos dirigentes no han elaborado la
indispensable estrategia compleja que, como había indicado ya Maurice
Allais -economista liberal, sin embargo-, implicaba planificar la
desplanificación y programar la desprogramación.
La inteligencia parcelarizada, compartimentada, mecanicista, desglosadora,
reduccionista rompe el complejo del mundo en fragmentos desglosados,
fracciona los problemas, separa lo que está unido, unidimensionaliza lo
multidimensional. Es una inteligencia miope, présbita, daltónica, tuerta a la
vez; acaba a menudo por estar ciega. Destruye en la cuna todas las
posibilidades de comprensión y de reflexión, eliminando también cualquier
posibilidad de un juicio correctivo o de una visión a largo plazo. Así, cuanto
más multidimensionales se hacen los problemas, más incapaz se es de
pensar su multidimensionalidad; cuanto más progresa la crisis, más
progresa la incapacidad de pensar la crisis. Cuanto más planetarios se
hacen los problemas, más impensados se vuelven. Incapaz de considerar
el contexto y el complejo planetario, la inteligencia ciega, hace inconsciente
e irresponsable. Se ha vuelto mortífera.
Uno de los aspectos del problema planetario es que las soluciones
intelectuales científicas o filosóficas a las que se recurre habitualmente
constituyen, en sí mismas, los problemas más urgentes y de más grave
resolución: como han dicho Aurelio Peccei, y Daisaku Ikado: «La
aproximación reduccionista que consiste en confiar en una sola serie de
factores para resolver la totalidad de los problemas planteados por la crisis
multiforme que actualmente atravesamos, es menos una solución que el
propio problema.»
El pensamiento mutilado que se considera experto y la inteligencia ciega
que se considera racional siguen reinando.
El pensamiento de lo complejo:
Se necesita un pensamiento que reúna lo que está desglosado y
compartimentado, que respete el todo diverso reconociendo el uno, que
intente discernir las interdependencias;
- un pensamiento radical (que va a la raíz de los problemas);
- un pensamiento multidimensional;
- un pensamiento organizador o sistémico que conciba la
relación todo – partes, como ha comenzado ya a desarrollarse
en las ciencias ecológicas y las ciencias de la Tierra;
- un pensamiento ecologizado que, en vez de aislar el objeto
estudiado, lo considere en y por su relación
auto-ecoorganizadora con su entorno cultural, social,
económico, político, natural;
- un pensamiento que conciba la ecología de la acción y
la dialéctica de la acción y sea capaz de una estrategia
que permita modificar, anular incluso, la acción
emprendida;
- un pensamiento que reconozca que está inconcluso
y negocie con la incertidumbre, especialmente en la
acción, pues sólo hay acción en lo incierto.
Es necesario hacer frente a problemas que comportan
incertidumbres e imprevisibilidades, interdependencias
e inter-retro-acciones de extensión planetaria
relativamente rápida (Francesco di Castri), con
discontinuidades, no-linealidades, desequilibrios,
comportamientos «caóticos», bifurcaciones.
Es preciso aprehender no sólo la complejidad de las
inter-retro-acciones, sino también el carácter
hologramático que hace que no sólo la parte -el
individuo, la nación- se encuentre en el todo -el
planeta-, sino también que el todo se encuentre en el
seno de la parte, como hemos indicado ya (véase
capítulo l).
Lo particular se hace abstracto cuando está aislado de
su contexto, aislado del todo del que forma parte. Lo
global se hace abstracto cuando es sólo un todo
separado de sus partes. El pensamiento de lo complejo
planetario nos remite sin cesar de la parte al todo y del
todo a la parte. La frase de Pascal puede aplicársele
literalmente: «Pues siendo todas las cosas causadas y
causantes, ayudadas y ayudantes, mediatas e
inmediatas, y relacionándose todas por un vínculo
natural e insensible que une a las más alejadas y las
más distintas, considero imposible conocer las partes
sin conocer el todo, al igual que conocer el todo sin
conocer particularmente las parte»3[3].
La fórmula compleja de la antropolítica no se limita al
«pensar global, actuar local», se expresa en el
3[3]
Pensées, op. cit. pág. 91.
emparejamiento: pensar globallactuar local, pensar
locallactuar global. El pensamiento planetario deja de
oponer lo universal y lo concreto, lo general y lo
singular: lo universal se ha hecho singular -es el
universo cósmico- y concreto -es el universo terrestre.
La pérdida de un universalismo abstracto les parece a
muchos la pérdida de lo universal, la pérdida de un
pseudo-racionalismo les parece a los racionalizadores
un ascenso del irracionalismo.
Hay, ciertamente, crisis de un universalismo progresista
abstracto, pero en el propio proceso donde todo se
hace mundial, y donde todo se sitúa en el universo
singular que es el nuestro, hay finalmente emergencia
de lo universal concreto.
4[4]
Sobre los caracteres polifónicos del pensamiento, véase E.
Morin, La Méthode, t. 3, La Connaissance de la Connaissance, op.
cit., págs. 182-190.
La reforma del pensamiento es un problema
antropológico e histórico clave.
Implica una revolución mental más considerable aún
que la revolución copernicana.
Nunca en la historia de la humanidad han sido tan
abrumadoras las responsabilidades del pensamiento.
El corazón de la tragedia está también en el
pensamiento.