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IES CLARA CAMPOAMOR DEPARTAMENTO DE FILOSOFÍA

TEMA V.- FILOSOFÍA HELENÍSTICO-ROMANA


Tradicionalmente, la palabra “helenístico” designa el periodo


de la historia griega que abarca de Alejandro Magno, el
Macedonio, hasta el Imperio romano, por tanto de finales del
siglo IV aC a finales del siglo I aC.

Gracias a la expedición de Alejandro se inicia una nueva


época de la historia universal. Podemos decir que Grecia
empieza entonces a descubrir la inmensidad del mundo. Las
tradiciones, las ideas, las culturas se mezclan, y este encuentro
dejarán una huella indeleble en la cultura de Occidente.

Tras la muerte del gran conquistador, sus generales se


disputan su inmenso imperio, quedando este dividido en
tres grandes reinos, reunidos en torno a tres grandes
capitales: Pella en Macedonia, que ejercía su autoridad
sobre Macedonia y Grecia; Alejandría en Egipto; y Antioquía
en Siria, en donde la dinastía de los Seleúcidas reina no
solo en Asia Menor, sino también en Babilonia. A ello hay
que añadir el reino de Pérgamo y el griego de Bactriana,
que se extiende hasta el Indo.

Se ha convenido en considerar como el fin del periodo


helenístico el suicidio de Cleopatra, reina de Egipto, en el
año 30 aC, tras la victoria en Accio del futuro emperador
Augusto.

Desde finales del siglo III aC, los romanos habían


entrado en contacto con el mundo griego y descubierto
poco a poco la filosofía. Pero las características de la
filosofía en la época imperial difieren mucho de las de la
época helenística.

A menudo se ha presentado el periodo helenístico de


la filosofía como una fase de decadencia de la
civilización griega. Varias causas pueden explicar este
severo juicio: primero el prejuicio clásico que fija a priori
un modelo ideal de cultura y que decide que solo merece ser estudiada la Grecia de los
presocráticos, Sócrates, Platón y Aristóteles; en segundo lugar, la idea según la cual, con el
tránsito del régimen democrático al monárquico y el fin de la libertad política, se habría extinguido
la vida pública de las ciudades griegas. Los filósofos abandonan el esfuerzo especulativo de
Platón y Aristóteles y la esperanza de formar a hombres políticos capaces de transformar la
ciudad, resignándose, entonces, a proponer a los hombres, privados de libertad política, un
refugio en la vida interior.

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En realidad, es completamente erróneo imaginar esta época como un periodo de decadencia.


De hecho, como demuestran las inscripciones que se encuentran en las ruinas de las ciudades
griegas de la Antigüedad, todas estas ciudades continuaron teniendo durante las monarquías
helenísticas, como luego en el Imperio romano, una intensa actividad cultural, política, religiosa y
hasta atlética. Por otro lado, las ciencias exactas y las técnicas tuvieron entonces un desarrollo
extraordinario, sobre todo, bajo la influencia de los ptolomeos, quienes reinaban en Alejandría, y
que convirtieron esta ciudad en un animado centro de civilización. El Museo de Alejandría era un
sitio privilegiado en el ámbito de todas las ciencias, de la astronomía a la medicina, y en esta
misma ciudad la Biblioteca reunía toda la literatura científica y filosófica. Grandes sabios ejercían
allí su actividad: por ejemplo, el médico Herófilo o el astrónomo Aristarco de Samos. Por último,
baste con mencionar el nombre de Arquímedes, mecánico y matemático a la vez, para que se
entrevea la extraordinaria actividad científica que se desarrolla durante este periodo.

Respecto a la actividad filosófica, tampoco es verdad que existiera un cambio tan radical
como se pretende hacer ver. Se ha dicho que los filósofos de la época helenística, ante su
incapacidad para actuar en la ciudad, desarrollaron una moral del individuo y se dedicaron a la
interioridad. Pero las cosas son mucho más complejas.

Por una parte, sí es cierto que Platón y Aristóteles, cada uno a su manera, tienen
preocupaciones políticas. La vida filosófica es, para ellos, un medio que nos libra de la corrupción
política. Después, cuando el filósofo se da cuenta de que es completamente impotente para
proporcionar el más mínimo remedio a la corrupción de la ciudad, ¿qué puede hacer sino
practicar la filosofía solo con los otros?

Pero, por otra parte, los filósofos de la época helenística, incluso los epicúreos, jamás se
desinteresaron de la política y desempeñaron, incluso, el papel de consejeros de los príncipes o
embajadores, o, como los estoicos, jugaron un papel importante en la elaboración de reformas
sociales y políticas en varios Estados. En general, los filósofos nunca renunciaron a la esperanza
de cambiar la sociedad, por lo menos mediante el ejemplo de su vida.

Por otro lado, la vida filosófica fue muy activa en esta época. Por desgracia, no la conocemos
más que de forma imperfecta: los escritos de los filósofos no eran, como en nuestros días
editados por miles de ejemplares y ampliamente difundidos. Vueltos a copiar varias veces, los
numerosos errores cometidos, obligan a los eruditos modernos a un enorme trabajo de crítica e
interpretación cuando estudian los textos. Conservados en las bibliotecas, obras de valioso
material se fueron perdiendo, sobre todo en Atenas, durante sus saqueos y por las sucesivas
destrucciones a que fueron sometidas. Pongo por ejemplo, la biblioteca de Alejandría.

Otra cuestión es la de la influencia de sabios orientales en el pensamiento filosófico de la


época. La expedición de Alejandro favoreció el desarrollo científico y técnico gracias a las
observaciones geográficas y etnológicas que permitió llevar a cabo. Sabemos que esa
expedición hizo posible encuentros entre sabios griegos y sabios hindúes. En esos contactos no
parece haber habido verdaderamente intercambios de ideas, confrontaciones de teorías. Por lo
menos, no tenemos indicio alguno evidente. Pero a los griegos les impresionó el modo de vida de
aquellos a quienes llamaron los gimnosofistas, los sabios desnudos. Los filósofos griegos
tuvieron la impresión de descubrir en los gimnosofistas la manera de vivir que ellos mismos
recomendaban: la vida sin convención, conforme a la simple naturaleza, la indiferencia total
a lo que los hombres consideran deseable o indeseable, bueno o malo, indiferencia que
conducía a una perfecta paz interior, a la ausencia de perturbación. Y descubrieron en los
gimnosofistas esta actitud llevada al extremo.

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Por lo demás, la expedición de Alejandro no parece haber provocado una gran agitación en la
tradición filosófica y podemos decir que la filosofía helenística corresponde a un desarrollo
natural del movimiento intelectual que la precedió y prosigue a veces temas presocráticos, pero
sobre todo está incluida por el pensamiento socrático. Tal vez fuera la experiencia misma del
encuentro entre los pueblos la que desempeñó cierto papel en el desarrollo de la noción de
cosmopolitismo, es decir, la idea del hombre como ciudadano del mundo.

LAS ESCUELAS FILOSÓFICAS

Las escuelas filosóficas en la Antigüedad representan un papel muy particular. Entonces las
condiciones de la enseñanza de la filosofía eran muy diferentes de lo que son en nuestros días.
La orientación de los estudiantes hacia tal o cual escuela (schola) se hacía en función del modo
de vida que se practica en ella.

Hacia finales del siglo IV aC, casi toda la actividad escolar se concentra en Atenas, en las
cuatro escuelas fundadas respectivamente por Platón (la Academia), por Aristóteles (el Liceo),
por Epicuro (el Jardín) y por Zenón (la Stoa). Durante casi tres siglos estas instituciones se
mantendrán vivas. A diferencia de los grupos transitorios que se formaban en torno a los sofistas,
eran instituciones permanentes, no solo en vida de su fundador sino mucho tiempo después de la
muerte de este. Los diferentes jefes de escuela que suceden al fundador son elegidos muy a
menudo por voto de los miembros de la escuela o designados por su predecesor.

Las actividades de la escuela suelen ejercerse en los gimnasios u otros


lugares públicos como la Stoa Poikilê (el pórtico), en los que era posible
reunirse para escuchar conferencias o discutir. La escuela adoptó
precisamente su nombre del lugar de reunión. Sus actividades están
ampliamente abiertas al público. Para la mayor parte de los filósofos, aunque
no para todos, es cuestión de honor enseñar sin recibir honorarios. Los
recursos pecuniarios provienen de bienhechores. Las necesidades de la
escuela son satisfechas por una cotización diaria de dos óbolos (que era el
sueldo diario de un esclavo). Además hay que distinguir entre quienes
frecuentaban la escuela, los simples oyentes, y los discípulos, llamados los
“familiares”, “compañeros” o “amigos”, divididos a su vez entre jóvenes y
antiguos. Los verdaderos discípulos viven a veces en común con el maestro en
la casa de este o cerca de ella. En todo caso se trata siempre de una elección de vida, de una
opción existencial.

Habría que preguntarse si las concepciones de la sabiduría eran tan diferentes de una
escuela a otra. En efecto, todas las escuelas helenísticas parecen definirla poco más o menos en
los mismos términos y, ante todo, como un estado de perfecta tranquilidad del alma. En esta
perspectiva, la filosofía parece ser una terapéutica de las preocupaciones, de las angustias y
de la desgracia humana, desgracia provocada por las convenciones y las obligaciones sociales,
según los cínicos; por la búsqueda de los falsos placeres, de acuerdo con los epicúreos; por la
persecución del placer y el interés egoísta, según los estoicos, y por las falsas opiniones, de

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acuerdo con los escépticos. Sin importar si reivindican la herencia socrática, todas las filosofías
helenísticas admiten con Sócrates que los hombres están inmersos en la desgracia, la angustia y
el mal, porque se encuentran en la ignorancia: el mal no radica en las cosas, sino en los juicios de
valor que los hombres emiten acerca de ellas. Se trata , pues, de ayudar a los hombres
cambiando sus juicios de valor. Mas para modificar sus juicios de valor, el hombre debe hacer
una elección radical: cambiar toda su forma de pensar y su modo de ser. Esta elección es la
filosofía, pues gracias a ella logrará la paz interior, la tranquilidad del alma.

Sin embargo, detrás de estas aparentes similitudes se esbozan profundas diferencias. Ante
todo, es necesario distinguir entre escuelas dogmáticas, para las cuales la terapia filosófica
consiste en transformar los juicios de valor, y las escépticas, para las que solo se trata de
suspenderlos. Y sobre todo, si las escuelas dogmáticas concuerdan en reconocer que la elección
filosófica fundamental debe corresponder a una tendencia innata en el hombre, podemos
distinguir entre ellas, por una parte, al epicureísmo, para el cual la búsqueda del placer es lo que
motiva toda la actividad humana, y por la otra, el platonismo, el aristotelismo y el estoicismo,
para los cuales, conforme a la tradición socrática, el amor al Bien es el instinto primordial del ser
humano.

En cuanto a los métodos de enseñanza, también se observan identidades y similitudes.


Conformes a la tradición socrática, las tres escuelas vinculan la finalidad de la enseñanza a la
transformación de las condiciones políticas: la formación para la vida en la ciudad, por tanto, el
dominio de la palabra, mediante numerosos ejercicios retóricos y, sobre todo, dialécticos, y a
obtener, mediante la enseñanza del filósofo, los principios de la ciencia del gobierno. Por eso
muchos alumnos van a Atenas desde el Cercano Oriente, África, Italia y desde la misma Grecia,
para recibir una formación que les permitirá después ejercer una actividad política en su patria.
Tal es el caso de muchos hombres romanos, como Cicerón. Además, en Atenas, aprenden no
solo a gobernar, sino a gobernarse a sí mismos, pues la formación filosófica, es decir, el ejercicio
de la sabiduría, está destinada a realizar plenamente la opción existencial de la que hablamos,
gracias a la asimilación intelectual y espiritual de los principios de pensamiento y de vida que se
implican en ella. Para lograrlo, es indispensable el diálogo animado y la discusión entre discípulo
y maestro. De ahí que la enseñanza tienda a adquirir siempre, incluso en las exposiciones
magistrales, la forma de diálogo, de una sucesión de preguntas y respuestas (dialéctica
socrática), lo que supone una relación constante con los individuos a quienes se dirige el discurso
del filósofo. Hacer una pregunta, llamada “tesis” y discutirla: tal es el esquema fundamental de
toda enseñanza filosófica en esa época. Esta particularidad la distingue radicalmente de la
enseñanza predilecta de la siguiente época, es decir, la época imperial, a partir del siglo I y sobre
todo del II dC, cuando la tarea del maestro sea la de comentar textos. En todo caso, se trata de
producir un efecto en el alma del oyente o del lector.

Pero, a diferencia del platonismo y del aristotelismo, las filosofías dogmáticas -como el
epicureísmo y el estoicismo- tienen el carácter popular y misionero de la filosofía socrática.
Mientras que el platonismo y el aristotelismo estaban reservadas a una élite que dispone de
“tiempo libre” para estudiar, investigar y contemplar, el epicureísmo y el estoicismo se dirigen a
todos los hombres, ricos y pobres, hombres o mujeres, libres o esclavos. Las discusiones
técnicas y teóricas son asunto de los especialistas, pero se resumen para los principiantes en un
pequeño número de fórmulas fuertemente entrelazadas, que son sobre todo reglas de vida
práctica. Y quienquiera que ponga en práctica el modo de vida epicúreo o estoico será
considerado filósofo, aun si no desarrolla por escrito u oralmente un discurso filosófico. En este
sentido, también el cinismo es una filosofía popular y misionera. A partir de Diógenes, los cínicos
eran apasionados propagandistas que se dirigían a todas las clases de la sociedad, predicando
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con el ejemplo, para denunciar las convenciones sociales y proponer el retorno a la simplicidad
de la vida conforme a la naturaleza.

EL CINISMO

Podemos considerar a Diógenes como la figura más destacada del cinismo.

El cínico rompe con el mundo radicalmente: rechaza aquello que los hombres consideran
reglas elementales, las condiciones indispensables para la vida en sociedad, la limpieza, la
compostura, la cortesía. Practica una falta de pudor
deliberada, masturbándose o haciendo el amor en
público, como Diógenes o Crates e Hiparquia, no
hace ningún caso a las normas sociales ni de la
opinión, desprecia el dinero, no duda en mendigar, no
busca ninguna posición estable en la vida, sin
ciudad, sin casa, privado de patria, menesteroso,
errante, viviendo al día. Su alforja no contiene más
que lo indispensable para la supervivencia. No teme
a los poderosos y se expresa en cualquier lugar con
una provocante libertad de palabra.

El cinismo representa una situación limítrofe.


Diógenes, Crates, Hiparquia, no impartieron una enseñanza escolar, aunque sí tuvieron, según
parece, una actividad literaria, sobre todo poética. Sin embargo, constituyen una escuela, en la
medida en que se puede reconocer entre los diferentes cínicos una relación de maestro a
discípulo. Y, en toda la Antigüedad, se aceptó considerar al cinismo como una filosofía, pero en la
que el discurso filosófico se reducía al mínimo. La filosofía cínica es una elección de vida, la
elección de la libertad, o de la total independencia (autarkeia) con respecto a las necesidades
inútiles, el rechazo del lujo y de la vanidad. Esta elección implica cierta concepción de la vida
definida, tal vez, en las reuniones entre maestro y discípulo, jamás justificada en tratados
filosóficos.

Conceptos filosóficos típicamente cínicos son la ascesis, ataraxia (ausencia de perturbación),


autarquía, el esfuerzo, la adaptación a las circunstancias, la impasibilidad, la simplicidad o la
ausencia de vanidad (athuphia), la falta de pudor. El cínico elige su estilo de vida porque
considera que el estado de naturaleza (physis), tal cual se puede reconocer en el
comportamiento animal o del niño, es superior a las convenciones de la civilización
(nomos). Se trata de una elección que compromete toda la vida. Su filosofía es, pues,
totalmente ejercicio (askesis) y esfuerzo. Los artificios, las convenciones y comodidades de la
civilización, el lujo y la vanidad debilitan el cuerpo y el espíritu. Por eso, el estilo de vida del cínico
consistiría en un entrenamiento casi atlético, pero razonado, para sostener el hambre, la sed, las
intemperie, a fin de adquirir la libertad, la independencia, la fuerza interior, la ausencia de
preocupaciones, la tranquilidad de un alma que será capaz de adaptarse a todas las
circunstancias.

Platón habría dicho de Diógenes “el Sócrates vuelto loco”. Un Sócrates que también se
considera embestido de una misión: la de hacer reflexionar a los hombres, de denunciar,
con sus mordaces ataques y su modo de vida los vicios, los errores. Su cuidado de sí
mismo es, inseparablemente, cuidado de los demás. Pero el cuidado de sí socrático, al

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