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IES CLARA CAMPOAMOR DEPARTAMENTO DE FILOSOFÍA
Respecto a la actividad filosófica, tampoco es verdad que existiera un cambio tan radical
como se pretende hacer ver. Se ha dicho que los filósofos de la época helenística, ante su
incapacidad para actuar en la ciudad, desarrollaron una moral del individuo y se dedicaron a la
interioridad. Pero las cosas son mucho más complejas.
Por una parte, sí es cierto que Platón y Aristóteles, cada uno a su manera, tienen
preocupaciones políticas. La vida filosófica es, para ellos, un medio que nos libra de la corrupción
política. Después, cuando el filósofo se da cuenta de que es completamente impotente para
proporcionar el más mínimo remedio a la corrupción de la ciudad, ¿qué puede hacer sino
practicar la filosofía solo con los otros?
Pero, por otra parte, los filósofos de la época helenística, incluso los epicúreos, jamás se
desinteresaron de la política y desempeñaron, incluso, el papel de consejeros de los príncipes o
embajadores, o, como los estoicos, jugaron un papel importante en la elaboración de reformas
sociales y políticas en varios Estados. En general, los filósofos nunca renunciaron a la esperanza
de cambiar la sociedad, por lo menos mediante el ejemplo de su vida.
Por otro lado, la vida filosófica fue muy activa en esta época. Por desgracia, no la conocemos
más que de forma imperfecta: los escritos de los filósofos no eran, como en nuestros días
editados por miles de ejemplares y ampliamente difundidos. Vueltos a copiar varias veces, los
numerosos errores cometidos, obligan a los eruditos modernos a un enorme trabajo de crítica e
interpretación cuando estudian los textos. Conservados en las bibliotecas, obras de valioso
material se fueron perdiendo, sobre todo en Atenas, durante sus saqueos y por las sucesivas
destrucciones a que fueron sometidas. Pongo por ejemplo, la biblioteca de Alejandría.
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Por lo demás, la expedición de Alejandro no parece haber provocado una gran agitación en la
tradición filosófica y podemos decir que la filosofía helenística corresponde a un desarrollo
natural del movimiento intelectual que la precedió y prosigue a veces temas presocráticos, pero
sobre todo está incluida por el pensamiento socrático. Tal vez fuera la experiencia misma del
encuentro entre los pueblos la que desempeñó cierto papel en el desarrollo de la noción de
cosmopolitismo, es decir, la idea del hombre como ciudadano del mundo.
Las escuelas filosóficas en la Antigüedad representan un papel muy particular. Entonces las
condiciones de la enseñanza de la filosofía eran muy diferentes de lo que son en nuestros días.
La orientación de los estudiantes hacia tal o cual escuela (schola) se hacía en función del modo
de vida que se practica en ella.
Hacia finales del siglo IV aC, casi toda la actividad escolar se concentra en Atenas, en las
cuatro escuelas fundadas respectivamente por Platón (la Academia), por Aristóteles (el Liceo),
por Epicuro (el Jardín) y por Zenón (la Stoa). Durante casi tres siglos estas instituciones se
mantendrán vivas. A diferencia de los grupos transitorios que se formaban en torno a los sofistas,
eran instituciones permanentes, no solo en vida de su fundador sino mucho tiempo después de la
muerte de este. Los diferentes jefes de escuela que suceden al fundador son elegidos muy a
menudo por voto de los miembros de la escuela o designados por su predecesor.
Habría que preguntarse si las concepciones de la sabiduría eran tan diferentes de una
escuela a otra. En efecto, todas las escuelas helenísticas parecen definirla poco más o menos en
los mismos términos y, ante todo, como un estado de perfecta tranquilidad del alma. En esta
perspectiva, la filosofía parece ser una terapéutica de las preocupaciones, de las angustias y
de la desgracia humana, desgracia provocada por las convenciones y las obligaciones sociales,
según los cínicos; por la búsqueda de los falsos placeres, de acuerdo con los epicúreos; por la
persecución del placer y el interés egoísta, según los estoicos, y por las falsas opiniones, de
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acuerdo con los escépticos. Sin importar si reivindican la herencia socrática, todas las filosofías
helenísticas admiten con Sócrates que los hombres están inmersos en la desgracia, la angustia y
el mal, porque se encuentran en la ignorancia: el mal no radica en las cosas, sino en los juicios de
valor que los hombres emiten acerca de ellas. Se trata , pues, de ayudar a los hombres
cambiando sus juicios de valor. Mas para modificar sus juicios de valor, el hombre debe hacer
una elección radical: cambiar toda su forma de pensar y su modo de ser. Esta elección es la
filosofía, pues gracias a ella logrará la paz interior, la tranquilidad del alma.
Sin embargo, detrás de estas aparentes similitudes se esbozan profundas diferencias. Ante
todo, es necesario distinguir entre escuelas dogmáticas, para las cuales la terapia filosófica
consiste en transformar los juicios de valor, y las escépticas, para las que solo se trata de
suspenderlos. Y sobre todo, si las escuelas dogmáticas concuerdan en reconocer que la elección
filosófica fundamental debe corresponder a una tendencia innata en el hombre, podemos
distinguir entre ellas, por una parte, al epicureísmo, para el cual la búsqueda del placer es lo que
motiva toda la actividad humana, y por la otra, el platonismo, el aristotelismo y el estoicismo,
para los cuales, conforme a la tradición socrática, el amor al Bien es el instinto primordial del ser
humano.
Pero, a diferencia del platonismo y del aristotelismo, las filosofías dogmáticas -como el
epicureísmo y el estoicismo- tienen el carácter popular y misionero de la filosofía socrática.
Mientras que el platonismo y el aristotelismo estaban reservadas a una élite que dispone de
“tiempo libre” para estudiar, investigar y contemplar, el epicureísmo y el estoicismo se dirigen a
todos los hombres, ricos y pobres, hombres o mujeres, libres o esclavos. Las discusiones
técnicas y teóricas son asunto de los especialistas, pero se resumen para los principiantes en un
pequeño número de fórmulas fuertemente entrelazadas, que son sobre todo reglas de vida
práctica. Y quienquiera que ponga en práctica el modo de vida epicúreo o estoico será
considerado filósofo, aun si no desarrolla por escrito u oralmente un discurso filosófico. En este
sentido, también el cinismo es una filosofía popular y misionera. A partir de Diógenes, los cínicos
eran apasionados propagandistas que se dirigían a todas las clases de la sociedad, predicando
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con el ejemplo, para denunciar las convenciones sociales y proponer el retorno a la simplicidad
de la vida conforme a la naturaleza.
EL CINISMO
El cínico rompe con el mundo radicalmente: rechaza aquello que los hombres consideran
reglas elementales, las condiciones indispensables para la vida en sociedad, la limpieza, la
compostura, la cortesía. Practica una falta de pudor
deliberada, masturbándose o haciendo el amor en
público, como Diógenes o Crates e Hiparquia, no
hace ningún caso a las normas sociales ni de la
opinión, desprecia el dinero, no duda en mendigar, no
busca ninguna posición estable en la vida, sin
ciudad, sin casa, privado de patria, menesteroso,
errante, viviendo al día. Su alforja no contiene más
que lo indispensable para la supervivencia. No teme
a los poderosos y se expresa en cualquier lugar con
una provocante libertad de palabra.
Platón habría dicho de Diógenes “el Sócrates vuelto loco”. Un Sócrates que también se
considera embestido de una misión: la de hacer reflexionar a los hombres, de denunciar,
con sus mordaces ataques y su modo de vida los vicios, los errores. Su cuidado de sí
mismo es, inseparablemente, cuidado de los demás. Pero el cuidado de sí socrático, al
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