7 Ciec Laudato Si

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— Tercer Aniversario

FRANCISCO y nuestra CASA COMÚN


Carta «Laudato Si’» —«Loado seas»—

Capítulo 2. Con qué ojos miramos la creación los creyentes


En el conjunto de la Carta encíclica Laudato Si’, este capítulo tiene un carácter es-
pecial. Por una razón evidente: aunque Francisco ha manifestado que le mueve «el
afán de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e
integral», dedica el capítulo segundo a exponer con claridad las características de
la tradición judeocristiana en torno a la creación.

13 Concebimos LA NATURALEZA como el conjunto de LA CREACIÓN


Los que creemos en un Dios creador consideramos que la naturaleza consiste en
todo lo creado. Es decir, reconocemos que la acción de Dios es el origen de todo
cuanto existe. Él es el creador del universo. Para nosotros, el mundo es expresión
2015-2018 —

de la voluntad de Dios; existe porque Él lo quiso. No es fruto del caos o de la casua-


lidad, sino del amor de Dios (cf. LS 76-77).
La naturaleza nos habla de Dios continuamente. Lo podemos reconocer y ex-
perimentar en el universo creado. Quizá algunos hemos experimentado a Dios sin-
tiéndolo a nuestro lado después de la ascensión a una montaña, o al contemplar el
paisaje en un atardecer, o en una noche estrellada. Al creyente, todo le habla de
Dios; y, admirando la belleza de la creación, alaba al Dios creador (cf. LS 84-85).
Reconocer la naturaleza como la creación implica reconocer en cada criatura
un valor en sí misma. Cada ser es valioso porque cada uno ha sido querido por Dios.
En eso radica el valor de cada criatura, y no en su utilidad para el ser humano. Cual-
quier existencia, cualquier vida, por efímera que sea o por inútil que pueda pare-
cernos, tiene un valor en sí misma, porque Dios la ha querido (cf. LS 69).
La obra creadora de Dios es aún más visible en los seres humanos, porque
según la tradición judeocristiana cada uno de los seres humanos han sido creado a
imagen y semejanza de Dios: «A imagen de Dios los creó, hombre y mujer los creó»
(Génesis 1, 27). Sin negar las teorías de la evolución, Francisco afirma que en el ser
humano hay algo especial que no puede explicarse totalmente de este modo. Este
algo especial es la identidad personal, que supera y transciende la realidad del
mundo material, y que nos permite razonar, tomar conciencia de la realidad, ser
creativos y emprendedores: somos sujetos, no meros objetos (cf. LS 81).
Así descubrimos una fraternidad universal que va más allá incluso de los seres
humanos; una fraternidad que hace que nos sintamos miembros de la gran familia
del universo, de la que todos formamos parte, aunque no todos tengamos en ella
las mismas responsabilidades (cf. LS 89).

14 NUESTRA RELACIÓN CON LA NATURALEZA es muy estrecha


«Nosotros no somos Dios. La Tierra estaba aquí antes que nosotros, y la hemos
recibido como un don» (LS 67). Hay quien acusa a la tradición judeocristiana de la
actual explotación desmedida de la naturaleza. Según esta acusación, todo habría
surgido del imperativo bíblico: «Dominad la Tierra» (Gn 1, 28), como si esta orden
divina hubiese autorizado a los seres humanos para disponer de la creación de cual-
quier modo, sin ningún límite.
Francisco nos recuerda que esta no es la interpretación correcta de la Biblia. El
relato bíblico nos invita a «labrar y cuidar el jardín del mundo (cf. Gn 2, 15). Labrar
significa ‘cultivar, arar o trabajar’; y cuidar significa ‘proteger, custodiar, preservar,
guardar, vigilar’. Esto implica una relación de reciprocidad entre el ser humano y la
naturaleza» (LS 67).
La especial dignidad del ser humano, superior a la de las demás criaturas, no
nos autoriza a tratar la naturaleza de manera despótica, a nuestro antojo. «Nues-
tra responsabilidad con una Tierra que es de Dios implica que los seres humanos,
dotados de inteligencia, respetemos las leyes de la naturaleza y los delicados equi-
librios entre los seres de este mundo» (LS 68).
Es decir, podemos usar la naturaleza para nuestra supervivencia, pero no po-
demos explotarla sin límites. Tenemos la obligación de protegerla y garantizar su
continuidad, de modo que pueda ser fértil para las generaciones que nos sucede-
rán. «Tenemos la obligación de hacer un uso responsable de los bienes de la Tierra,
y a la vez debemos reconocer que los demás seres vivos tienen un valor en sí mismos
ante Dios» (LS 69).

«Todo está relacionado, y el auténtico cuidado de nuestra propia vida y de


nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la jus-
ticia y la fidelidad a los demás» (LS 70).
■ ¿Crees que los cristianos valoramos el conjunto de la creación al observar
la riqueza de los dones que la naturaleza nos ofrece?
■ ¿Conoces abusos en la explotación de la naturaleza por intereses priva-
dos, sin pensar en el bien común? ¿Está en tu mano impedirlos? Toma la
iniciativa y propón una acción que contrarreste algún abuso que obser-
véis en el entorno natural más cercano.

edebé
Extracto del libro Carta del PAPA FRANCISCO — ECOLOGÍA INTEGRAL
Selección y desarrollo: FRANCESC RIU y MARGARIDA MOGAS.

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