Historia de México Zamacois-01

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HISTORIA GENERAL

DE MÉJICO.
HISTORIA

DE MÉJICO, DESDE SUS TIEMPOS MAS REMOTOS


HASTA NUESTROS DIAS.
ESCRITA EN VISTA DE TOBO 1.0 QUE DE IRRECUSABLE HAN DADO A I.L'7. LOS
MAS CARACTERIZADOS HISTORIADORES.
Y EN VIRTUD DE DOCUMENTOS AUTENTICOS, NO PUBLICADOS
TODAVÍA. TOMADOS DEL
Archivo N acional de h íp ic o , dk i .as biblio tecas publicas , y de los precio sos
MANUSCRITOS QUE, HASTA HACE POCO, EXISTIAN EN LAS
DE LOS CONVENTOS DE AQUEL TAÍS.

POR

DON NICETO DE ZAMACOIS.

¡•a obra va ilustrada con prorusion de láminos que representan los personajes principal! s
nnliguos y modernos, copiudos (Iclmenle de los rciralos que se hallan en los
«lindos del gobierno; bulallus, costumbres, monumentos, paisajes,
vistas de ciudades, d e ., ele.;

I>OR REPUTADOS ARTISTAS.

TOMO I.

J. F. PARRES Y COMP.* , EDITORES.

BARCELONA: | MÉJICO:
CALLE DIPUTACION, 316. ' CALLE DE C1IIQUIS, I I.

I877.
INTR O D U C C IO N .

L a historia es la llave de oro que franquea á las g e ­


neraciones presentes, las puertas luminosas del elocuente
panteón donde duermen, entre el polvo de los siglos, las
generaciones que nos precedieron. Ella nos da paso á ese
filosófico templo de la investigación de lo pasado, donde
yacen los hombres de las sociedades que fueron, y , evo­
cando sus nombres, les obliga á levantarse de sus tumbas
arrojando el sudario que envuelve sus formas, presen­
tándoles á nuestra vista con los crímenes y virtudes con
que vivieron, con los recuerdos de su grandeza y de su
debilidad, con los grandes pensamientos de su gigante
genio, ó con las ruines ideas de su mezquino pensa­
miento.
Cada página de esa historia nos deja percibir, con linca­
mientos de matemática exactitud, las huellas que los diver­
sos actores que han figurado en el vasto escenario del mun­
do dejaron impresas en su peregrinación sobre la tierra;
VI INTRODUCCION.

huellas que el helado soplo de los tiempos las hubiera hor­


rado para siempre sin dejarnos percibir la ruta que siguie­
ron, si no se hubiesen ocupado de sorprenderlas y de tra­
zarlas, los hombres laboriosos, dedicados á la investigación
de los hechos, con el noble objeto de que sirvan de prove­
chosa enseñanza á la humanidad, para que, con el estudio
de lo pasado, corrigiesen el presente y preparasen el fu­
turo.
Por esas importantes páginas en que han consignado los
acontecimientos de las edades fenecidas, prolonga el hom­
bre estudioso la esfera de sus conocimientos; y como si su
vida hubiera empezado en el primer dia del principio de
los siglos, adquiere el conocimiento de todos los grandes
personajes que han florecido en los diversos países del
gloho, aun de una manera mas exacta y precisa, que si á
ellos le hubiesen unido los lazos mas estrechos de una ín-
lima y cordial amistad.
El estudio de la historia es el estudio de la humanidad
entera; y las consecuencias de ese estudio pueden ser al­
tamente fecundas en provechosos resultados para todos los
países de la tierra.
Con la inestinguible antorcha de la historia, cuya ra ­
diante luz alumbra hasta los mas recónditos y apartados
ámbitos del globo, el hombre descubre de una manera in­
equívoca, clara, tangible, á los hombres que duermen el
sueño de los siglos, se aproxima á ellos, les anatomiza, lee
sus pensamientos y la intención que les guió en el mundo
á obrar de la manera que lo hicieron, inquiere, analiza,
estudia los elementos que les rodearon en sus resoluciones;
se coloca en la época en que los hechos se operaron, estu-
INTRODUCCION. V II

día sus costumbres, sus preocupaciones, sus exigencias,


sorprende sus secretos, descubre las causas que impulsa­
ron sus actos, las circunstancias que caracterizaron sus
empresas, que crearon sus gustos, que formaron sus incli­
naciones, los motivos que influyeron en sus actos religio­
sos, políticos y sociales; estudia detenidamente los rasgos
de la fisonomía de cada sociedad pasada basta en sus mas
ligeros detalles; y como la historia es siempre lógica, y no
hay eu ella efecto sin causa, comprende la filosófica rela­
ción que enlaza á unos siglos con otros formando una ca­
dena progresiva, cuyos diversos eslabones constituyen el
armónico conjunto de los adelantos sociales.
Entonces ve íntimamente enlazadas unas épocas con
otras, prestándose sucesivamente sus luces y sus progresi­
vos adelantos; luces y adelantos que continuarán eslabo­
nándose á cada siglo que nos suceda, hasta que vaya á ter­
minar en el último dia del último de los siglos. Eulonces
ve la razón de ser de cada objeto, de cada empresa, de
cada disposición, y comprende las causas que motivaron
la creación de unos imperios sobre la ruina de otros; la
aparición de una república donde poco antes brillara sun­
tuosa una monarquía, y la erección de una monarquía en­
cima de las rotas urnas electorales de una república demo­
crática popular.
Con la segura brújula que los cronistas y filósofos his­
toriadores han puesto en manos de los amantes del saber, á
fin de proporcionar lecciones de útil experiencia á los que
están llamados á regir los destinos de las naciones en el
proceloso mar de la política, se comprenden las evolucio­
nes operadas en la religión y en las costumbres de cada
■v iii INTRODUCCION.

pueblo, cuyas causas se ocultaban antes al entendimiento;


se alcanzan los motivos que impulsaron al genio á levan­
tar las maravillosas pirámides del Egipto y de la Núbia, el
suntuoso panteón que ilustra la época del valiente Agripa,
levantado entonces á Júpiter Vindicalor, y hoy consagrado
á Nuestra Señora de la Rotonda; la colosal estátua de
Apolo gravitando sobre dos separadas rocas, ostentándose
á la entrada del magnifico puerto de Rodas, como la sép­
tima de las maravillas del mundo; la magnífica Basílica
de San Pedro que se levanta admirable oorao sorprendente
concepción del genio del catolicismo, y los monumentos
que, diseminados por el mundo, constituyen las brillantes
páginas de la pasada grandeza romana.
Pero si el conocimiento de la historia universal es de
alta importancia para ei hombre amante del saber, la par­
ticular de cada país, que da á conocer menudamente la ma­
nera con que se han ido formando y los elementos que
han concurrido para su formación, desarrollo y engrande­
cimiento, es indispensable, es el complemento de la luz,
alumbrando los mas ligeros secretos de la ciencia política
de los pueblos.
Todas las naciones tienen su historia particular, y todas
presentan al mundo con laudable ufanía, sus grandes hom­
bres, y los hechos mas señalados de su existencia.
Grecia, Italia, Egipto, Francia, España y Africa, se
honran con la memoria de eminentes hombres en armas,
ciencias y letras, y con los monumentos levantados por
sus preclaros hijos, como páginas imperecederas en que léo
el mundo la historia de su grandeza. Los nombres de Cé­
sar, de Alejandro, de Aníbal, de Wamba, de Pelayo, de
INTRODUCCION. IX

Séneca, de Cicerón, de Arquímedes, de Tolomeo, de Bren-


no, de Miguel Angel, de Cario Magno, de Cortés, de Co­
lon, de Vasco de Gama, de Magallanes, de Sebastian Cano,
de Velazquez, de Ercilla y de otras mil lumbreras, pre­
senta la historia como elevadas figuras que honran, la hu­
manidad, los pronuncian con admiración y respeto todos los
países del Antiguo Mundo, y sus nombres atraviesan los
mares, repelidos por el ruido de las olas del ancho Océa­
no, y cruzan por la vasta extensión del Nuevo-Mundo,
pronunciados por el eco de las montañas, de los valles y de
los torrentes.
¡Bandita sea la historia que asi perpetúa la memoria de
las glorias de la humanidad!
Pero no es solo privilegio exclusivo de los pueblos que
dejo consignados, la de haber dado al mundo séres de in­
teligencia sublime. También en la pintoresca región de la
exuberante América, han brillado genios que pueden, con
justicia, asociarse á las lumbreras del saber de los diversos
pueblos del globo. Al lado de las ruinas de Palmira y de
las pirámides de Egipto, que el Antiguo Continente os­
tenta como dignos monumentos de eterno renombre, Mé­
jico abre las páginas del libro de sus adelantos; y en el
prólogo de sus primeros tiempos, nos presenta, en la gran­
deza de las suntuosas ruinas del Palenque y de Papantla,
en las pirámides notables de Cholula y de Teotihuacan
que han sobrevivido á la desaparición de los pueblos que
las crearan, así como en los preciosos manuscritos de los
aztecas, los elocuentes rasgos de una civilización maravi­
llosa. Junto á las ciudades del Antiguo Mundo, ilustres
en letras, se puede colocar á la primitiva ciudad de Tex-
INTRODUCCION.

coco, la A tenas del poderoso imperio azteca, y á su lite­


rato rey Nezahualcoyotl, el sentido poeta de los amores y
dulcísimas cantigas, donde campean la sublime sencillez
y los sentimientos de la mas delicada sensibilidad del
alma. Si en el mundo antiguo han pasado hechos que la
historia ha legado á la posteridad como dignos de impere­
cedera memoria, en el antiguo imperio azteca se registran
acontecimientos de no menos importancia.
La historia, al enaltecer los nombres de Colon, Cortés,
Al varado, Velazquez de León, Sandoval, Bernal Díaz,
Holguin y del padre Olmedo, se ve precisada á describir,
con brillante colorido, los nombres de Moctezuma, de
Xicotencall, de Guatimolzin y de la Malintzin ó Marina.
Cuatro grandes fases presenta la historia de Méjico á la
contemplación del mundo entero, para el estudio de su
existencia, desde el principio de sus primeros tiempos hasta
la época que cruza la sociedad moderna. Una regida desde
su ser primero político por sus se&ores naturales, hasta el
último de sus emperadores aztecas; otra referente á los
maravillosos hechos de la conquista; la tercera á las tres
centurias de la dominación espa&ola, y la cuarta ai intere­
sante período que presenció los primeros sucesos que pre­
pararon el grito de independencia en 1810 por el cura de
Dolores D. Miguel Hidalgo y Costilla, y á su existencia
como nación independiente desde 1821.
Las dos primeras fases se encuentran detalladamente re­
tratadas en las opreciables obras del ilustre mejicano Cla­
vijero, Gomara, Bcnayenle, Sahagun, Zurita, Acosta,
Bernal Diaz, Soiis, Las Casas, Torquemada, Prescott, Be-
tancurt. Herrera, R ^ ^ n o n y otros cien ilustres escrito­
INTRODUCCION. XI

res. La tercera, aunque con grandes claros por llenar, pero


con preciosos datos trazada, en «Los Tres Siglos de Mé­
jico,» por el padre Andrés Cabo, y en las preciosas «Di­
sertaciones,» del ilustre literato D. Lúeas Alaman. La
cuarta fase, menos perceptible á la vista de la verdadera
filosofía, por hallarse colocada entre las diversas tintas de
actualidad que reflejan sobre la figura de un cuerpo social
en los momentos de sus agitadas convulsiones políticas, ha
sido trazada, en puntos, por desgracia de alto interés, con
lineamientos y colorido disímbolos, y no pocas veces dia-
melralmente opuestos* según el punto de preocupación po­
lítica en que se han colocado, para apreciar los hechos, los
diversos escritores que se han ocupado en darlos á co­
nocer.
Respecto de las tres primeras fases, aunque mi intento
no es presentarlas menuda y detalladamente, porque esto
seria dar demasiadas dimensiones á una obra cuyo princi­
pal objeto se dirige á patentizar los hechos todos correspon­
dientes á la historia moderna, que da principio en los pri­
meros años del presente siglo, no por esto carecerán de
ninguno de aquellos rasgos notables que mas las caracte­
ricen. No dibujaré línea por linea la fisonomía de cada uno
de los tres períodos anteriores á la independencia; pero sí
trazaré exactamente sus contornos, á fin de que, al primer
golpe de vista, se deje adivinar los marcados caracteres del
original, por la severa exactitud del retrato en su conjunto.
Así, economizando al lector aquellos pormenores que no
sean de imprescindible y vital interés para el conocimiento
de los acontecimientos que vienen á constituir realmente
la vida política de Méjico antes del descubrimiento de la
X II INTRODUCCION.

América y cuando, agregada á la Península, formaba el mas


rico íloron de la corona de España, se le colocará en la si­
tuación de que pueda apreciar debidamente de la civiliza*
cion, usos, costumbres, leyes y religión de la nación az­
teca, y de las leyes, órden, gobierno, usos, costumbres y
religión que, llevadas por los españoles, sustituyeron, con­
sumada la conquista, á la vida política, civil y religiosa de
aquellos, basta entonces, desconocidos pueblos.
Pero no solamente be procurado, después de consultar
las obras de todos los autores que dejo mencionados y de
otros muchos que he dejado de consignar, que nada esen­
cial faltase relativo*á esas tres épocas, sino que be recogido
del «Archivo Nacional» de Méjico, así como de los ma­
nuscritos que hasta hace poco enriquecían las bibliotecas
de los conventos de aquel país, preciosos documentos de
inestimable precio, que presentan hechos hasta ahora no
referidos en ninguna de las obras que han visto la luz pú­
blica.
Provisto así de un caudal de datos y de noticias de un
interés positivo, he logrado, valiéndome déla fulgente luz.
que brotaban sus renglones, patentizar las exageraciones y
errores en que el venerable padre las Casas, inflamado de
un noble celo, incurrió en sus escritos; las inexactitudes
y contradicciones palpitantes que forman un desagradable
lunar en la obra verdaderamente estimable del instruido
doctor Robertson; las falsedades y falta de justicia que
forman las páginas escritas por el académico francés Ray-
nal respecto de la América, y la manera diametralmente
opuesta á la verdad con que el escritor Paw ha llegado á
juzgar de las cosas de Méjico.
INTRODUCCION. X III

Por lo que hace al delicado período en que abrazo me­


nudamente la interesante era desde el grito de emancipa*
cion de la metrópoli hasta el año de 1876 que cruzamos,
el trabajo ha sido aun mas penoso y difícil, muy especial­
mente en aquella parte en que los hechos solo han sido
consignados por los periódicos, y en que los escritores,
agitados por las pasiones políticas, no han podido prescin­
dir del natural interés de partido.
La adhesión á los hombres y á las ideas bajo cuya in­
fluencia han escrito sus artículos de fondo, sus gacetillas
y sus noticias, ha dado por resultado la exagerada parcia­
lidad, y en consecuencia, el elogio ó la disculpa á los erro­
res de sus correligionarios, y la censura y la diatriba aun
para los actos mas dignos de sus adversarios.
De aquí el cscurecimiento de la verdad para el extraño
que, sin conocer los hechos, tratase de adquirir la luz por
las apreciaciones contradictorias de los periodistas de en­
contrada comunión política.
Esto por lo que concierne á los periodistas que comba­
ten en el terreno de la prensa por el triunfo de sus ideas.
E n cuanto á los escritores extranjeros que se han ocupado
de los asuntos de Méjico, así como de su sociedad y de sus
costumbres desde que se emancipó de España, el retrato
presentado por ellos no podia ser mas inexacto, mas injusto
ni mas pronunciadamente desfavorable al hermoso país
que han tratado de dar á conocer.
Guiados por exagerados informes y por una prevención
de malquerencia injustificable, han hecho la historia al ca­
pricho de las ideas, en vez de referirla con arreglo á la rea­
lidad de k s hechos y de la filosofía.
X IV INTRODUCCION.

El pintor que se propusiese presentar en el lienzo la


imágen de un grande personaje, á quien no conociese, tra­
zando los contornos y añadiendo el colorido por los infor­
mes que le diesen diversas y apasionadas personas, lograría
hacer una figura; pero no un retrato.
El escritor que trate de dar á luz en una obra los hom­
bres políticos y los acontecimientos de una nación sin co­
nocer los hechos mas que por lo que le indiquen individuos
interesados, hará, es verdad, un libro; pero no una his­
toria.
La de Méjico, por la grande importancia que con justi­
cia llegó á conquistar en todos los países del antiguo mundo
al descubrimiento de aquel vasto territorio, así como por
las fabulosas cantidades de oro y plata que de sus inago­
tables y ricas minas han salido incesantemente, derramán­
dose por la Europa como rios fecundantes del comercio y
de la industria, merecia haber sido tocada con imparciali­
dad y filosofía. Para todos los hombres de todos los países
es de sumo interés conocer exactamente los hechos que se
han operado en el favorecido suelo del antiguo Anáhuac,
actualmente constituido en república mejicana; pero muy
especialmente para los hijos de la nación que nos ocupa, y
para los que han visto la luz primera del sol en la, en un
tiempo, emprendora España. Para los primeros, porque
nada existe de mas alto interés que el estudio que puede
conducirles al conocimiento de su origen, de los elementos
de que se compone su sociedad, de las causas que concur­
rieron á la alianza de los diversos magnates indígenas á las
huestes de Hernán Cortés para derrocar el poderoso impe­
rio de los soberanos aztecas; de dónde dimanan los usos,
INTRODUCCION. XV

costumbres, leyes y religión que actualmente ostentan, y


los medios á que se han recurrido para encontrarse cons­
tituidos en nación independiente. Para los segundos, por­
que ella les dará palpablemente á conocer el apartado suelo
á donde, con heróico ardimiento,ilevaron su sangre, su sá-
via, sus costumbres, su administración política, su idioma,
sus creencias religiosas, su industria y su civilización, y
donde levantaron, con solicitud sin ejemplo, magníficas ciu­
dades, sorprendentes acueductos, grandiosos colegios, tem­
plos y hospitales de sólida y admirable arquitectura que
constituyen las páginas imperecederas que, con elocuencia
irresistible, patentizan el amor con que los monarcas espa­
ñoles gobernaron, como ninguna otra nación del mundo,
sus lejanas colonias.
El español que desconozca la historia de Méjico, no
puede lisonjearse de conocer, por completo, la historia de
su propia patria. En la historia de España se encuentra un
gran vacío por llenar; y este vacío es el que corresponde
á los acontecimientos de Méjico durante los trescientos años
que rigieron los monarcas españoles aquel país como colo­
nia; así como los de su lucha hasta emanciparse de la me­
trópoli, y ser reconocido por esta, como nación indepen­
diente.
Si como al principio dije, la historia antigua es la llave
que abre las puertas del panteón de los acontecimientos
pasados, la historia de la época que cruzamos debe ser el
claro y diáfano espejo que refleje, de cuerpo entero, la
figura de los personajes que han desempeñado y desempe­
ñan un papel principal en la escena de los acontecimientos
del mundo. Espejo imparcial como la verdad y severo como
XVI INTRODUCCION.

la conciencia, que presente á los individuos con sus exactas


actitudes, con su aire peculiar, con su verdadera fisono­
mía, señalando sus mas ligeros lunares; dejando admirar
sus recomendables perfecciones. La historia contemporá­
nea debe ser la fotografía que sorprenda á los actores del
drama político del mundo, en toda la eslabonada cadena de
sus actos, en todas las escenas de la vida, fotografiándoles
escrupulosa y detalladamente.
Así comprendo yo la historia, y así he procurado pre­
sentarla en las líneas que he trazado para dar á conocer la
interesante de Méjico en la última de sus cuatro fases.
Si alguno de los actores que figuran en la galería de re­
tratos presentados en las páginas de mi obra, no encuentra
en sus lincamientos, contornos y colorido, engalanada su
efigie con las resplandecientes cualidades con que él desea­
rla aparecer á la contemplación de la humanidad entera
hasta el último dia de los siglos, no culpe al espejo ni á la
fotografía, inocentes y leales instrumentos de la justicia,
de la rectitud con que han fijado sus particulares formas;
cúlpese únicamente á sí mismo por haberse exhibido en el
teatro de los acontecimientos humanos, con caracteres an­
tipáticos y repugnantes.
No es pintor quien falsea la naturaleza en sus cuadros.
No es historiador quien falsea los hechos en las páginas de
su libro.
Esta cuarta fase, no menos importante que las tres pri­
meras, como que ella detalla, por decirlo así, la fisonomía
de aquel bello país desde que se constituyó en nación in ­
dependiente, puede considerarse dividida en dos períodos.
El primero es el que abraza las evoluciones políticas desde
INTRODUCCION. XVI)

1810 hasta 1832, presentado por plumas caracterizadas de


aventajados escritores mejicanos, y el segundo aquel que,
sin formar cuerpo de obra, se encuentra consignado en los
multiplicados periódicos que han visto y ven la luz pú­
blica en aquella República, y en una que otra relación his­
tórica escrita, exprofeso, para enaltecer determinadas ad­
ministraciones y arrojar censuras sobre otras.
Entre las apreciables obras de esos escritores, en que
figuran los nombres de Zavala, Mora, EustamanLe, Avran-
goiz y D. Lúeas Aloman, la mas notable, la que encierra
mas suma de documentos y de noticias de hechos de una
enseñanza altamente provechosa al hombre reflexivo, es la
escrita por el último. «La Historia de Méjico» de este la­
borioso escritor, da principio en el año de 1808. cpoca en
que se acumularon las causas que hicieron llevar á cabo el
pensamiento do independencia que germinaba ea los cora­
zones de distinguidos patriotas, y termina, por decirlo asi,
en la calda del presidente D. Anastasio Eustamante en
1832; pues aunque toca las demás administraciones gu_
bernativas hasta 1847, lo hace á grandes, aunque magis­
trales rasgos, porque no entraba en su plan detallar menu­
damente los hechos y los cambios politices mas recientes
que se hau operado en eí país.
A la fuente de los preciosos documentos y de los incon­
testables datos que D. Lúeas Alaman legó á los amantes
de la verdad histórica, he recurrido solícito para formarla
mia, en lo relativo al período por él abrazado. Sin embargo,
deber mió es decir que, aunque de acuerdo con los hechos
que presenta, no lo estoy con respecto ú varias do sus
apreciaciones, muy especialmente en aquellas que se reía-
XVIH INTRODUCCION.

donan con la conducta de los principales caudillos que, en


1810, se presentaron á disputar, con las armas en la mano,
la emancipación y autonomía del país que les liabia visto
nacer.
En la parto moral y política, los retratos que yo pre­
sento del anciano cura de Dolores y de otros personajes que
en la empresa le siguieron, diíieren notablemente de los
presentados en la obra del sabio historiador que ha sido el
primero en delinearlos. Este disentimiento emana de que
nos liemos colocado á distinta luz para trazarlos.
Una misma figura, en cierta posición colocada, puede sa­
l i r á la vez, si dos dibujantes la copian tomándola de dis­
tinto punto, ya llena de oscuras sombras, ya mas limpia y
clara, según los efectos de la luz que la batían. D. Lúeas
Alaman tomó la de D. Miguel Hidalgo, cuando aun estaba
envuelta en el humo denso de los combates que conmovie­
ron en sus cimientos aquella deliciosa región después de
trescientos años de inalterable paz. Yo, cuando ha cesado el
fragor de la sangrienta lucha; cuando desvanecido el humo
de las batallas, y destruido por el tiempo el velo de las pa­
siones políticas, he podido verla á la limpia luz de la mas se­
vera imparcialidad; estudiarla en las difíciles circunstancias
que le rodeaban; en la carencia de recursos que le afligían;
en los momentos críticos en que se hallaba.
No vaya á pensarse, por lo que llevo dicho, que el re­
trato que presento estará exento de sombras y de lunares.
No hay un solo hombre de los que han jugado algún papel
importante en la política de las naciones, que no tenga, en
su vida pública, lunares y sombras. Hidalgo los tenia ; y
esos lunares y esas sombras los presentaré como escritor
INTRODUCCION. X IX

de conciencia ; pero sin que velen á los ojos del público el


gran pensamiento que le animaba, la idea patriótica que
inflamaba su corazón, el noble afan de independencia que
le alentaba, y el laudable deseo de ver á su patria libre,
rica y poderosa.
Para poder apreciar debidamente los hechos del cura
Hidalgo y de ios patriotas que se asociaron á la temeraria
empresa que acometió el 16 de Setiembre, me entregué á
la lectura de lodo lo que se ha publicado referente á ese
acontecimiento ; copié documentos im portantes; adquiri
datos preciosos; cotejé lo que ban referido diversos y anta­
gonistas escritores de mas nota, sobre puntos idénticos; com­
paré sus encontradas apreciaciones, para poder formar la
mia ; analicé de nuevo la obra de D. Lúeas Alaman ; exa­
miné los datos en que se apoyaban los impugnadores de
ella, y muy especialmente los del instruido literato meji­
cano D. José María Tornel; leí con detenimiento las «Adi­
ciones y rectificaciones á la historia de Méjico,» hechas por
D. José María de Liceaga, para utilizarlas debidamente;
entresaqué de las obras de t). Carlos María Bustamaule lo
apreciable y curioso que en ellas habia; fijé la atención en
el contenido de la «Sinopsis Histórica, filosófica y política
de las revoluciones mejicanas,» escrita por el instruido
abogado D. Víctor José Martínez; utilicé los preciosos da­
los de la obra de D. José María Luis Mora, «Méjico y sus
revoluciones,» asi como las que se encuentran en la histo­
rio escrita por Zavala ; examiné, en una palabra, cuanto se
ha publicado en obras y periódicos, relativo á los sucesos
de que fué teatro Méjico desde 1810 á 1832, y me acom­
paña la conciencia de que, del estudio detenido á que me
INTRODUCCION.

he entregado, he conseguido reunir materiales de intacha­


ble exactitud, para poder presentar á los primeros hombres
que se lanzaron á la liza contra el gobierno colonial, con
los rasgos propios que les distinguieron, vindicándoles,
con apreciaciones justas, de las desfavorables calificaciones
de severos escritores de su misma nacionalidad, que les han
juzgado con exagerada preocupación, no concediéndoles
ninguna virtud, y modificando, al mismo tiempo, el apasio­
nado colorido de autores panegiristas, también exagerados,
que ban tratado de santificar hasta sus defectos y debili­
dades.
Terminado á satisfacción mi a ese período que ha dado
lugar á escritores de opiniones contrarias, á juzgar de los
caudillos de la independencia de una manera diametral­
mente opuesta, con daño de la verdad, me faltaba única­
mente, para dar completa cima á la obra total de la historia
general, presentar las últimas escenas políticas verificadas
en aquel país desdo 1832 hasta el instante en que nos en­
contramos.
Muchas formas de gobierno se han ensayado desde la
época á que alcanza la historia de Alaman, hasta la que
estamos cruzando; muchos hombres políticos han figurado
en los diversos partidos que se han disputado la dirección
de los destinos de aquella república; muchas modificacio­
nes se han operado en las ideas así religiosas como sociales,
y muchas han sido las evoluciones efectuadas en los siste­
mas, en las leyes y hasta en las costumbres.
No existiendo de este interesante período obra ninguna
en forma, y viendo que las pasiones de partido no conce­
dían virtud ninguna á los contrarios en opiniones políticas,
INTRODUCCION. XXI

ni admitían censura en los errores de sus correligionarios,


me propuse presentar los hechos de la manera real con
que han pasado, apoyando mis aseveraciones, no en la hu­
milde opinión particular mia que pudiera muy bien, á pe­
sar de mi recta intención, no ser exacta, sino en dalos y
documentos irrecusables que, para verter radiante luz so­
bre los acontecimientos, he tenido el imprescindible cui­
dado de presentar al lector en el apéndice de esta obra. De
esta manera me lisonjea la esperanza de que se alcanzará
el objeto de evitar que aquellos hombres rectos que ha ha­
bido y hay en todos los matices que han figurado y figu­
ran en la marcha política do la nación mejicana, se vean
afeados con los rasgos apasionados con que han sido tra­
zados por algunos periodistas contrarios, y cuyas aprecia­
ciones, que es indispensable que adolezcan de la pnsion de
partido, serian las únicas fuentes donde beberia, transcur­
ridos algunos años, el escritor que se propusiese dar á luz la
historia de los acontecimientos de Méjico.
No se me ocultaba lo delicado de la empresa; pero la
acometí con fé, confiando mas en mi recia intención que
en mi escasa elocuencia: mas en la exactitud del fondo del
asunto, que en las bellezas de la forma.
Espinosa es la tarea de escribir la historia contemporá­
nea ; pero indispensable abrazarla, si se quiere que la pos­
teridad teDga una idea exacta de los acontecimientos actua­
les y de los hombres de la época. El transcurso del tiempo
hace olvidar circunstancias importantes que caracterizan á
los individuos, y que han ejercido gran influencia en las
resoluciones gubernativas. Para escribir la historia de re­
motas épocas que, por falta de libertad de imprenta en ellas,
XX II INTRODUCCION.

no presentan al hombre estudioso mas que los rasgos mas


resaltantes de los Césares y de los reyes, en escritos in­
completos y cortados, los historiadores do algunos siglos
después, se han Lenido que valer de las probabilidades y
de las conjeturas. Sin otros guias que los panegíricos de
los escritores favorecidos de los magnates y las diatribas y
embozadas sátiras de los mordaces poetas, los historiadores
se han visto precisados á abrazar ese sistema despojador y
de vehemeulos indicios, que, con frecuencia, conduce á la
imaginación á lamentables descarríos y á apreciaciones in­
exactas. Sin otra luz que la corta que se desprende de aquel
estilo sentencioso y breve quo retrata la época dol mando
absoluto de los gobernantes y de la obediencia ciega de los
pueblos, fácilmente tropiezan en contradicciones palpitan­
tes, por mucho que se hayau esmerado en preparar en su
mente, consultando con la recta filosofía y la severa lógica,
el armonioso conjunto de los hecho.-, llevando la historia
por el laborioso y llorido rumbo de la probabilidad.
De la reflexión do esta verdad, brota la natural descon­
fianza en la mente del reflexivo lector, que. recela en dar
acogida á los señalados hechos que, con escrupuloso esmero
y con marcadas señales de fidelidad, le presenta el historia­
dor, temiendo que se haya dejado arrastrar de ilusiones
que él quisiera fiscalizar.
La libertad de imprenta; ese derecho sagrado de emitir
libremente el juicio que el escritor se ba formado de los
gobernantes públicos; esa independiente autoridad de juz­
gar de sus actos, sin las enmudec.edoras trabas del temor y
de la arbitrariedad opresiva; ese activo y poderoso agente
con que el escritor, dominando el mundo, cita, residencia,
INTRODUCCION. XXIII

sujeta á un juicio universal á los prohombres de todos los


partidos que se agitan en las repúblicas y en los imperios
en que se divide la tierra, brinda al historiador un vasto
campo para presentar á los hombres que han dirigido los
destinos de los países, con los lincamientos mas minucio­
sos y precisos que marquen sus hechos hasta en sus mas
ligeros detalles.
Pero si la libertad de imprenta sirve para delatar los
abusos, también sirve, por desgracia, para presentarlos
con el ropaje de las virtudes.
Esa misma libertad de imprenta, conquista de los ade­
lantos del siglo, para que el escritor independiente censure
los actos reprobables de los hombres que se hallan al frente
de los destinos de las naciones, autoriza la adulación y la
halagadora lisonja del periodista adicto á los gobernantes,
y la virulenta crítica hacia el partido y los hombres de dis­
tinto credo político al suyo: ella establece una constante
pugna, un sistemático antagonismo en el periodismo de en­
contradas opiniones, deificando los unos á los personajes
que otros anatematizan; presentando aquellos como déspota
tirano, conculcador de las leyes, al que éstos ensalzan como
libertador del oprimido pueblo, defensor de los sagrados de­
rechos del ciudadano y garantía de las libertades patrias;
y es inconcuso que de ese palenque periodístico en que los
valientes atletas de ía política han esgrimido con esforzado
aliento las armas de la razón, de la sátira, del sarcasmo,
de la meulira, y hasta de la personalidad, sembrando el ter­
reno de la prolongada liza de disímbolos y contradictorios
fragmentos, el hombre reflexivo y analizador, el que ha po­
dido adquirir una mediana idea del invariable sistema que
X X IV INTRODUCCION.

los campeonas de la política observan en las reñidas lachas


periodísticas, no conseguirá alcanzar, al fin de un detenido
exámcn, de que lado se declaró la victoria, en el terreno
de la razón, de la justicia y de la verdad. Sabe que agita­
dos la mayor parte de los escritores por las pasiones políti­
cas, mas que á la verdad, rinden culto á sus intereses de
partido: mas que á la justicia, á la idea: mas que á la ver­
dad al Ínteres ; y en ese océano de apreciaciones opuestas
sobre unos mismos hechos y sobre unos mismos hombres,
vacila en la elección, temeroso de tomar lo falso por lo cier­
to, la culumuia por ia verdad, lo censurable por lo digno
de elogio.
Si un escritor extranjero llegase ¿ Méjico con intención
de escribir la historia contemporánea, y se guiase por la
opinión que cada periodista ha emitido 'respecto de los
hombres de ideas contrarias que han figurado en la política,
en vez de hacer una historia baria pina horrible fábula.
Y ved aquí desvirtuado ese elemento civilizador que,
creado para difundir la verdad, lo ha convertido el hombre
en instrumento favorable para sus pasiones y ambición.
La excesiva libertad ha venido, pues, á dar un resul­
tado para el historiador, casi idéntico al de la falta absoluta
de ella en otro tiempo; esto es, la incertidumhre, la duda.
Para poder extraer la verdad del campo periodístico, en
que lo real y lo ficticio, el odio y la adhesión, el encono y
la parcialidad se hallan lastimosamente mezclados, es pre­
ciso pertenecer á otra nacionalidad para ser neutral; haber
vivido con esos periodistas; conocer la intención que ha
guiado sus plumas; haber escuchado confidencialmente, de
ellos mismos, el espíritu de partido, de interés ó de convic-
INTRODUCCION'.

cion con cjue han defendido unos principios y atacado otros;'


estar empapado de las costumbres, deseos y aspiraciones
de la sociedad de que se trata; saber, por ella misma, las
medidas, leyes y disposiciones dadas por los diversos go­
biernos que han sido acogidas con benevolencia ó reproba­
das, y estar dotado, por último, de una imparcialidad in­
quebrantable.
Estas circunstancias favorables concurren en mí con res­
pecto ai país, cuya historia he tomado á mi cargo referir.
Radicado en Méjico, desde hace muchos años, he presen­
ciado gran parte de los hechos que refiero, he conocido á
muchos de los personajes que menciono ; tratado á varios
de ellos, y cultivado buena amistad con algunos de diver­
sas opiniones políticas. EsLo, unido á mi ocupación de pe­
riodista, hasta poco después del drama sangriento de Que­
rétaro, en que el emperador Maximiliano inoria fusilado en
el Cerro fie las Campanas, mientras su bella esposa, la em­
peratriz Carlota, vagaba loca por el castillo de Miramar, me
ha puesto en posición de poder juzgar con imparcialidad y
exaclilud de los hechos y de los hombres.
Mi calidad de español, lejos de ser una coudicion desfa­
vorable para escribir la historia de Méjico, es, por el con­
trario, una garantía de imparcialidad, puesto que ella me
pone en la ventajosa posición de poder juzgar desapasiona­
damente, y de apreciar, en su justo valor, los hechos de
los hombres, por la analogía que existe entre ei carácter
mejicano y el español.
Libre de toda aspiración á puestos elevados, á que solo
tienen derecho, en todo país, los ciudadanos de él; colocado
en un punto culminante y neutral desde donde observar
XX VI INTRODUCCION.

podía, sin la ofuscadora agitación de las pasiones políticas,


cómo se formaban y so extendían las apreciaciones apasio­
nadas de los periodistas, nublando con los brillantes giros
de sus valientes y persuasivas frases la luz reguladora de
los becbos ; viendo brotar mañosamente de sus elocuentes
plumas los argumentos mas convincentes, ya abogando con
el irresistible brío de una elocuencia fascinadora por los
hombres y las doctrinas de su credo político, ya dirigiendo
inculpaciones escarnecedoras, impregnadas en un raudal
de encono; pero diestramente ataviadas con el deslumbrante
Topaje de la cautivadora sinceridad, á los notables perso­
najes de encontradas opiniones á las suyas: cultivando con
todos una amistad sincera y franca que me colocaba en la
favorable posición de poder apreciar debidamente las atre­
vidas pinceladas, rebosantes de colorido, con que en sus re­
ñidas polémicas alcanzaban realzar sus principios políticos
y las virtudes cívicas de sus prohombres ; con una deuda
de gratitud igual á la deferencia alcanzada de distintos per­
sonajes de los diversos partidos que se han sucedido en el
poder, me be creído colocado en las circunstancias mas fa­
vorables para poder extraer del centro de esas apasionadas
contiendas periodísticas y de partido; de ese inmenso pié­
lago en que se engolfan los hombres políticos para formar
extensa y popular atmósfera á sus ideas, la sencilla verdad,
sin el atavío de la mágia de un seductor lenguaje, y ves­
tida con el modesto ropaje de la imparcialidad con que al
escritor de conciencia corresponde presentarla.
Español y vizcaíno, amo Méjico con la franqueza del pri­
mero y la firmeza constante del segundo ; y esta os otra
garantía para esperar que no miraré con mala prevención á
INTRODUCCION. XXVII

ninguno do los hombres que han figurado en el escenario


político de la república mejicana.
Si la historia es la sentencia dada por el escritor para
que los contemporáneos y la posteridad juaguen de los he­
chos de los hombres que desempeñan un papel importante
en ella, y el historiador es el que se constituye en juez
para que su fallo sobre los personajes que juzga, sea un pa­
drón de infamia ó un certificado de honra inmerecida, que
dure mientras duraren los Ligios, indispensable es que abri­
gue una concioncia recta y un espíritu de verdad inque­
brantable. Asi su fallo será pronunciado después de un de­
tenido exúmen de los hechos ; después de haber pesado y
sorprendido las razones que concurrieron para consumarlos;
después de ponerse en la época, en las circunstancias, en
la posición de los personajes que juzga, y hasta en las ideas
y preocupaciones de la época en que figuraron en el esce­
nario político.
Obrar de otra manera seria exponerse á incurrir en in­
exactas calificaciones, en equivocados juicios, en aprecia­
ciones apasionadas, con daño tal vez de la honra y del buen
nombre de alguno de los personajes que presenta; honra y
nombre que nadie como el historiador, que es el juez de los
hechos, debe procurar no mancharlos sin razón, puesto que
la mancha que sobre ellos arroje, pasará de generación en
generación, de gente en gente, hasta el último instante de
los tiempos.
Con la firmeza de esta convicción he trazado mi presente
obra.
Como novelista, nunca he faltado á la verdad, en los pa­
sajes que he tocado relativos á la historia: como periodista,
x x v jii INTRODUCCION.

jamás escribí un artículo de fondo, jamás sostuve una po­


lémica, jamás escribí el mas ligero párrafo de gacetilla sin
tener la conciencia de que lo que escribía era realmente
cierto. Nunca be visto en mis contrarios de opiniones po­
líticas y religiosas enemigos á quienes odiar, sino prójimos,
hacia los cuales be tenido las consideraciones que he de­
seado que ellos guardasen conmigo. Redactor en jefe de
E l Cronista, durante el imperio de Maximiliano, mi pluma
nunca se mojó sino en la tinta de la justicia para ensalzar
los actos buenos y criticar los malos, sin que, para ensal­
zarlos ó criticarlos, me detuviese á mirar con anticipación,
de cuál de los dos bandos contendientes procedían. Tole­
rante con todas las opiniones nacidas de la convicción ó de
la creencia de su bien, be juzgado á los hombres por sus
hechos y no por sus principios, toda vez que ninguno de
estos últimos excluye de su seno las altas virtudes y los
rasgos mas heróicos de abnegación y de patriotismo con que
la humanidad se honra.
En la actual historia no liay encono ni lisonja para nadie;
no hay mas que justicia.
Cuando el deber de historiador me obliga á presentar los
errores de alguno, cualquiera que sea la comunión á que
pertenece, lo bago con honda pena; pero lo hago: cuando
se me presenta la ocasión de ensalzar algún rasgo noble,
corre mi pluma con indecible placer; pero corre sin exage­
rar el hecho.
En las líneas de esta producción no hay mas que verdad
y buena fé.
La sociedad mejicana, la clase honrada, de arraigo y tra­
bajadora; el pueblo, en su legítima acepción, no encontrarán
INTRODUCCION.

mas que su vindicación y la defensa de sn buen nombre


en esa verdad: los políticos y los gobernantes, en una gran
parte, por desgracia, no bailarán acaso en ella iguales re ­
sultados.
Justo es manifestar que para conseguir los datos nuevos
que be adquirido relativos á la historia antigua y moder­
na, y llenar así mi objeto, se me ba facilitado en el Archivo
Nacional de Méjico, así como en sus Bibliotecas, todo lo
que podía contribuir á la realización de la empresa, y que
idéntica benevolencia y favor me han demostrado las per­
sonas particulares de aquel país, consagradas al estudio y
á las bellas letras.
Entre los individuos que me ban facilitado curiosos datos,
debo hacer particular mención de D. Antonio Maneera,
honrado encuadernador, de claro talento, de instrucción y
de buen criterio, y sobre todo de infatigable asiduidad, que
ha recogido, con escrupulosa diligencia, Lodo lo importante
y curioso que pueda servir para ilustrar la historia de su
patria. Libros me ba proporcionado él, con un desinterés
no común, que no los babia podido encontrar en ninguna
parte, y que ban venido á hacerse raros, no obstante la
suma de interesantes noticias históricas que encierran.
Tengo el gusto de hacer pública esta manifestación de
gratitud hacia lodos los que me ban favorecido, y deseo
que mi obra corresponda al buen concepto que de mi im ­
parcialidad se habian formado al facilitarme los curiosos
datos que poseian.
Manifestado el plan que fielmente be seguido en la his­
toria de Méjico que presento, solo me falta añadir dos pala­
bras para terminar. Nadie está exento de error, por mas
X IX INTRODUCCION.

distanto que esté de su ánimo el incurrir en él. Si en la sé-


rie de hechos que refiero, hubiese, involuntariamente, caido
en alguno, dispuesto estoy á rectificarlo, si se me arguye
de equivocación con datos irrecusables. De no apoyarse la
advertencia que se me haga en algo positivo, no haré
alteración ninguna en mi relato, puesto que, como he di­
cho, he procurado seguir siempre el sendero de la verdad.

Madrid % de Marzo de lttG.

N iceto de Z amacois .
H IS T O R IA

DE MÉJICO.
CAPÍTULO PRIM ER O.

Procedencia de los primeros habitantes del continente Americano —Los tolte-


cus: su establecimiento en el país de Anáhuac: su civilización: su desapari­
ción.—Los chichimecas: sus monarcas: su gobierno: su favorhácialos inmi­
grantes.—Llegada do los acolhuus, de los olmecas, y de otras diversas tribus
que habitaron antes que los mejicanos el país á quien estos dieron al fin su
uombre.—Union de los chichimecas y acolliuas: sus progresos en las artes y
en ia agricultura.

Antes de presentar las brillantes páginas del descubri­


miento del’ Nuevo-Mundo que ilustran el dichoso reinado
de Isabel la Católica y de Fernando; antes de consignar las
particulares circunstancias y los notables hechos que in ­
mortalizaron el nombre de Hernán Cortés, de ese hombre
extraordinario que agregó mas tarde la mas preciosa por­
ción de la América, el exuberante y rico suelo de Méjico á
la corona de Cárlos Y, preciso es que me detenga á dar á
conocer el vasto territorio que fué teatro de sus hazañas
antes de que los españoles colocasen allí sn poderosa plan­
ta, la manera con que se formaron aquellos lejanos pue­
blos, la religión y ritos que observaban, el sistema de go­
bierno que les regia, las leyes y costumbres que tonian y
32 HISTORIA. DB M É JICO .

el estado de civilización á que habían llegado hasta el úl­


timo de sus emperadores.
La existencia de los primeros hombres que habitaron el
vastó continente de la América, se pierde en las nebulosas
sombras de los tiempos.
Envuelta permanece en los pliegues de los siglos mas
remotos, la procedencia de los que pisaron antes que nin­
gún otro, las fértiles regiones del Nuevo-Muudo
Muchos sabios escritores y filósofos, caminando por el
frájil y seductor sendero de las conjeturas y de la pro­
babilidad, no han conseguido con sus sistemas de investiga­
ción y de inferencias, mas que sembrar la vacilación y
la duda en los lectores á quienes han tratado de inspirar
sus doctrinas en ese punto del todo improbable.
Nada, en una palabra, se ha logrado adelantar en el
resbaladizo terreno que envuelve en densas tinieblas el pa­
sado, respecto de los primitivos colonos de la América. La
luz de la verdad se encuentra velada por el espeso velo
de 'los siglos, y no llegará á las sociedades futuras algún
ténue rayo de ella, sino cuando la casualidad presente al
hombre, en objetos y monumentos que acaso permanecen
sepultados en ignorados desiertos, las claras páginas de los
acontecimientos pasados.
Pero no porque la brillante luz de una seguridad incon­
cusa no se presente á nuestros ojos á deshacer las sombras
de la duda, debemos renunciar á los ligeros indicios que,
de acuerdo con la razón, nos conducen á una probabilidad
altamente lógica.
Apoyados en vehementes probabilidades que se des­
prenden de jeroglíficos y pinturas de una antigüedad re­
CAPÍTULO I . 33
mota, los historiadores mas caracterizados por su ilustra­
ción y recto juicio, hau llegado á ponerse enteramente de
acuerdo en sus apreciaciones, en la parte referente á la
procedencia de los primores hombres que pasaron del A n­
tiguo-Mundo al mundo descubierto por Colon.
Según la respetable opinión de estos eruditos historiado­
res, opinión que ha sido admitida como la mas probable
por la mayor parle de los amantes del sabor, los hombres
que pisaron primero el vasto continente americano, pasa­
ron del Asia á la América, bien por un espacio de tierra
que debía unir entonces los dos con tinentos, bien por una
prolongada sucesión de ligeras islas que en épocas muy re­
motas debieron existir á corlas distancias unas de otras.
Como prueba que arguye en favor de la Opinión por
ellos asentada, exhiben las pinturas y cánticos de los dis­
tintos pueblos que se extendieron por el Nuevo-Mundo.
Los Toltecas, ios Acolhuas, los Mejicanos, los Tlasculle-
cas, los Tarascos, los Chipanecas y los Mixlecas, así como
todas las diversas tribus que registra lu historia de la Amé­
rica, aseguraban que sus antepasados habían marchado del
otro continente, indicaban el camino que habían llevado,
y aun conservaban los nombres verdaderos ó adulterados
de sus primeros progenitores que, después de la confusión
de las lenguas, se habían esparcido por el haz de la tierra
dirigiéndose á diferentes regiones del globo.
Evoluciones 7 presenta la admitida opinión de los au-
cambíos lores que han conjeturado la unión de los dos
de la tierra. I u u ü j üs p 01. Jíltídio de un gran brazo de tierra,
ó de una no interrumpida sucesión de islas, colocadas á cor­
tas distancias unas de otras en el espacio comprendido en-
34 H ISTORIA D E M ÉJICO .

Iré el Asia y la América, nada que se subleve contra la


razón, contra la verosimilitud ni contra las observaciones
de los geólogos.
Los cambios operados en nuestro admirable planeta des­
de los tiempos mas remotos, consignados se encuentran en
las obras de los estudiosos sabios que lian dado á cono­
cer sus multiplicadas variaciones. Ricos viñedos y feraces
campiñas se cultivan actualmente, que en épocas remotas
se ostentaban golfos navegables y caudalosos rios; en tau-
io que veleros bajeles y rápidos vapores, surcan con acti­
vidad prodigiosa, por los que on un tiempo fueron feraces
sementeras que correspondían con abundantes frutos á las
faligas del labrador que conducía por ellas el arado. Los
destructores terremotos, sacudiendo la tierra en sus mas
hondos cimientos, lian hecho desaparecer grandes islas y
espaciosos terrenos, hundiéndolos en el abismo, en tanto
que los fuegos subterráneos han hecho surgir islas y tier­
ras que no existían.
La geología registra en sus páginas, numerosos hechos
de los notables cambios operados sobre el haz de la tierra.
I^a Sicilia se encontraba en otro tiempo unida al continen­
te de Nápoles, como á la Reacia lo estaba la Eubca, hoy
Negroponte. Igual unión existía entre España y Africa, se-
guu lo afirman Diodoro y Eslrabou, quedando separadas, á
consecuencia de una violenta erupción hecha por el Océa­
no en la tierra que se encuentra entre los montes Avila y
Calpo, que produjo aquella comunicación y formó el mar
Mediterráneo. La isla de Ceilan so formó, según la tradi­
ción que conservan con fé viva los habitantes de ella,
ú causa de un terrible terremoto que la separó de la
CAPÍTULO I . 35
península de la India. Idéntica convicción abrigan los
malabares, respecto de las islas Maldivas, y los malaies
por lo que hace á la de Sumatra. Del poético rio Sarao, que
lamia murmurando los muros de Pompeya, no lia quedado
el mas leve vestigio que dé á conocer donde estuvo su cau­
ce, boy convertido en terreno de cenizas y lava endureci­
da, y aun el mismo volcan del Vesubio, que sepultó con
sus lavas las bellas ciudades de la C'ampfuiia, deja ver las
palpables señales de babsr sido, en épocas remotas, subma­
rino
El conde de Baffon, refiriéndose á Ceilan, no duda en
asegurar que allí ha perdido la tierra cerca de cuarenta
leguas de terreno que le ba quitado el mar, y que, por el
contrario, en Tongres, lugar de los Países Bajos, el mar
ba cedido á la tierra algo mas de trienta leguas. A las
inundaciones del Nilo debe el Egipto su parle septentrio­
nal. La tierra. que según el mismo autor ha llevado aquel
rio de los países mediterráneos del Africa y ba dejado en
sus inundaciones, ba formado un suelo de mas de veinte
brazas de profundidad. Por verdad inconcusa y suficiente­
mente probada pasa que del fango de los rios so llegaron
á formar la provincia del rio Gialo en la China y la de
la Luisiana.
Nueve notables islas, aparecidas de repente c-n el ancho
mar por levantamientos de la tierra, nos presenta el sabio
naturalista PU dío, enumerando entro ellas Dclo, Rodi,
Anafe, Nea, Abone, Vera, Tera, Teracia y Tia. (1)
En la región de América, los eminentes geólogos que

(1) Lib. 2de la Hist. nat.


36 HISTO RIA D E M É JICO .

oon ojos filosóficos lian observado la monumental penín­


sula de Yucatán, lian convenido unánimemente, en que
su feraz terreno ha sido lecho de mar, en épocas lejanas, y
el vice versa, á esa admirable evolución, se advierte en el
canal de Bahama, donde se presentan vehementes indicios
que arguyen casi una certeza innegable, de haber estado
unida en otro tiempo la hermosa Isla de Cuba, al bello con­
tinente de la Florida.
Las referidas evoluciones operadas por los fenómenos
geológicos que lian hecho cambiar, en varios puntos, la
fisonomía del planeta que habitamos, vienen á imprimir un
carácter de certidumbre á la opinión unánime de la antigua
unión de la América con el Asia. En el estrecho que separa
á estos dos países, se descubren un número considerable de
islas que la razón, el estudio y el examen, convencen que
fueron en un tiempo parle de aquellas montañas que allí de­
bieron existir, y que, con sobrado colorido de verosimili­
tud, se juzga que fueron despedazadas y hundidas por
espantosos terremotos.
Presontada la opinión mas aceptable y mas generalmen­
te aceptada por el criterio y la lógica de eminentes hom­
bres en ciencias y en letras, respecto de los primeros ha­
bitantes que pisaron el virgen suelo de la pintoresca
América, cruzando del. Asia al Nuevo-Mundo, entremos
de lleno en la historia correspondiente á la parte de esa
América, en uno de cuyos puntos, el mas favorecido de la
naturaleza, se encuentra asentada la actual República
Mejicana. Entremos de lleno, repito, en esa historia, y
empecemos por dar á conocer la manera con que se fué
formando la población de aquel vasto territorio, que llegó
CAPÍTULO I . 37
á ser la mas poderosa y civilizada nación del Nuevo-
Mundo.
La misma densa oscuridad que envuelve la procedencia
de los primeros hombres que cruzaron del viejo al nuevo
continente, envuelve también la de los individuos que pi­
saron, antes que ningún otro, el fértil suelo del Anáhuac.
La tradición, siempre respetable, pero no pocas veces
sensiblemente adulterada, pretende que admitamos la exis­
tencia de una raza de gigantes, estableciéndose como la
primera de las que asentaron su planta en aquel delicioso
territorio. El descubrimiento de huesos, cráneos y esque­
letos de magnitud gigantesca, desenterrados en diversas
épocas en las cimas de varias montañas del Anáhuac, así
como el de multitud de restos fósiles de algunos elefantes
y de otros animales de gran corpulencia, han venido en
apoyo de aquella tradición, para que algunos escritores la
presenten como un hecho patente, de inequívoca reali­
dad. (1)
Pero no es admisible la opinión de la existencia de una
nación de gigantes. La historia no nos presenta, desde la
creación del mundo, ningún país de hombres de corpu­
lencia colosal; y la razón y la sana lógica aconsejan que no
admitamos como regla general, lo que solo son escepciones
en la familia humana.
Las osamentas y los esqueletos de extraordinarias di­
mensiones encontrados al acaso al remover la tierra en que

(1) Esos esqueletos y crúueos de colosal tamaño. Be lian encontrado en Alian-


caiepee, pueblo do la provincia de Tlaxcala, en Texcoco, Toluca, Quauhsimal-
■p'tn, y últimamente en la California, en un collado poco distaute de K ada-
Kmman.
38 HISTORIA D E M É JICO .

estaban sepultados, debemos creer que perteneciesen á hom­


bres de talla gigantesca, que siempre los ba habido en to­
das las naciones; pero de ninguna manera debemos, por
la vista do ellos, sacar deducciones generales, concedien­
do á todos, lo que la naturaleza solo se habia dignado con­
ceder á un reducido número de personas.
Dejando, sin embargo, las conjeturas de diversos autores
respecto de si los esqueletos de esos gigantes pertenecían
á individuos de tribus anteriores á los que despucs se es­
tablecieron en los mismos puntos, ó si habían formado par­
te de estas últimas, voy á ocuparme de la instalación de
los diversos pueblos que pasaron al Anáhuac, y de cuya
existencia real y positiva se tiene una certeza inconcusa y
á todas luces irrecusable.
De ddnde viene eufónico nombre de Auáhuac, que en
de Anáhuac, la espresiva lengua mejicana siguifica junio al
agua} y que después se hizo extensivo al país entero que
los conquistadores españoles, al engarzar aquella valiosa
joya á la corona de Castilla, denominaron Nueva España,
solo correspondió, en los primitivos tiempos, al majestuoso
valle de Méjico, cuyas principales poblaciones llegaron á
fundarse á las márgenes de los magníficos lagos que osten­
ta como anchurosos espejos donde se retrata la azul te­
chumbre de uu cielo siempre diáfano, y en las pequeñas y
pintorescas islas que, como nevados cisnes, descansaban
en medio de las tranquilas ondas.
Los espaciosos lindes que mas tarde fueron comprendi­
dos con esa denominación, incluyendo dentro de ellos nue­
vos y fértiles terrenos, nuevas y poéticas ciudades, hasta el
descubrimiento de la América por el ilustre navegante Co-
CAPITULO I . 39
Ion, determinados quedarán suficientemente cuando los he­
chos históricos nos lleven á tratar del poder del imperio
mejicano, bajo el gobierno de sus últimos soberanos.
.le ¡a^ra vulgar. Los loltecas>siguiendo el Orden cronológico
Llegada de ios con que las diversas naciones que so encon-
ai Anáhuac, traban al Norte de la América llegaron á pa­
sar al favorecido territorio en que hoy se asienta la Re­
pública Mejicana, fué la primera tribu ambulante que
penetró en las anchurosas campiñas del Anáhuac, que
brindaban al hombre una tierra virgen, feraz y deliciosa.
Hasta entonces habian vivido en los estrechos límiLes
de IIuv.hictlapa.llan ó Tlopallm, ciudad del reino de
'folian, situada al NoTte del rio Gila, entregados á las ar­
tes y á la agricultura, en que estaban bastante adelantados.
Aumentada la población considerablemente, y no ofre­
ciendo el país de su nacimiento los precisos medios para
satisfacer las imperiosas necesidades de la vida, resolvieron,
numerosas familias, abandonar el estéril suelo do su patria,
y dirigirse en busca de una región menos esquiva, que les
proporcionase los preciosos medios de subsistencia que les
negaba el ingrato terreno en que habian nacido.
34:4. Dispuesta la marcha, y provistos de arcos
r*,en 'ios6" PUlS y fichas, de semillas, y de algunos ins­
tó las. trunientos de labranza, se pusieron en camino
el año de 544 de la era vulgar, abandonando para siempre
el país que les habia visto nacer.
Al frente de los resueltos emigrantes que se lanzaban á
una peregrinación penosa y larga, se’colocaron algunos de
los hombres mas caracterizados por su prudencia, saber y
valor, que habian influido en que se tomase aquella reso-
40 HISTO RIA D E M É JICO .

lucion, figurando en primer término el sabio Hucmalmt


ó Hiteman, que significa, ol de las grandes manos.
Los toltecas, llamados así por ser nombre derivado de
Tollan, su patria, caminaban, respetando la opinión de sus
directores, con dirección constante al Mediodía. El sabio
Huemalzin, observando en su marcha el sistema que en
época mas lejana había puesto en práctica el venerable
patriarca Abrahan, conducía á su fatigada gente liácia si­
tios favorecidos por la naturaleza, tomaba posesión del cam­
po que mas abundantes frutos ofrecia, levantaba chozas,
ordenaba que se cultivase la tierra sembrando maíz, algo­
dón y otras plantas en ella : y cuando merced al asiduo
trabajo, veia á su honrada tribu provista en abundancia
de todo lo necesario para continuar la marcha, abandona­
ba aquel lugar para ocupar otro y otros, en los cuales se
iban repitiendo las mismas interesantes escenas de laborio­
sidad y de industria, benéficas huellas que iban dejando
á su paso, como imperecederas señales ás civilización los
entendidos toltecas. ffuey raían fue el punto primero que,
cultivada la campiña por los robustos brazos de la infatiga­
ble tribu tollecu que había hecho alto allí á los doce ellas
de haber abandonado la patria, ostentó sus poco antes
eriales campos, vestidos con la brillante esplendidez que
prestan á la naturaleza las ricas producciones de la bené­
fica agricultura. Sin embargo, la cantidad de los produc­
tos presentados por los labrados campos al agricultor lol-
teca, no correspondió á las fatigas, á las esperanzas ni á las
necesidades de la industriosa tribu, y los toltecas, abando-
naudo aquel ingrato suelo en que habían permanecido cua­
tro anos, continuaron su penosa peregrinación en solicitud
CAPÍTULO I . 41
de regiones mas fructíferas y apacibles. Faltos de acémilas
y de todo animal do carga, porque ninguno existía enton­
ces en la América; abrumados con el fatigoso peso de sus ins­
trumentos de labranza, de sus armas y de sus provisiones,
los tollecas llegaron ai íin de veinte dias de penosa marcha
á Xalisco, donde halagados por el clima y la belleza de su
suelo, resolvieron detenerse y trabajar.
Activos y emprendedores, pronto edificaron una ciudad,
y depositaron en el seno de los campos próximos á ella, las
plantas mas necesarias á la vida. El maíz, el algodón, el
pimiento, la habichuela y una considerable variedad de
plantas vistieron la tierra, y la atmósfera se aromatizó con
el perfume de las multiplicadas flores.
Los tollecas se manifestaban altamente satisfechos de ha­
ber llegado á un país, cuyos feraces terrenos correspondían
con usura al trabajo de los brazos. Contentos del resultado
que les proporcionaban sus hienas, viviendo en el seno de
sus familias entregados á la industria y á la educación de
sus hijos, jamás hubieran abandonado aquella región que
parecía empeñarse en proporcionarles la dicha y la ventu­
ra, si los jefes á quienes obedecian, no se hubieran resuello
á continuar su viaje hasta llegar á un punto que se habían
propuesto como término de su peregrinación.
Ocho años permanecieron los lolteeas en el feraz terreno
de Xalisco, viviendo en la abundancia y la tranquilidad.
Terminado ese período, emprendieron de nuevo su camino
dirigiéndose hacia la costa del mar del Sur, por en medio
de una naturaleza prodigiosamente exuberante, sí; pero
bajo un clima sofocador que enervaba los miembrr s y fa­
tigaba el espíritu.
42 HISTO RIA DH M É JICO .

Ei a imposible que en una región que carecía de las


condiciones de sanidad y de templanza, que constituyen el
principal Lesoro de los pueblos, se resolviesen á permane­
cer por muclio tiempo los jefes que conducían á la vaga­
bunda tribu tolteca.
Con efecto, después de haber permanecido cinco años
en un lugar que denominaron Ohvmalhuacan, se dirigieron
hacia el Oriente; y pasando por Toxjmm-, donde vivieron
por espacio de otros cinco años, por Quiyahuiiztlan, Zar-
catlan y Tuztzapan, llegaron en 697, conducidos por siete
señores toltecas, á Tollantdnco, país de campiña feraz y
de benigno clima. (1)
Bellísima era la situación de ese paraje que distaba
cincuenta millas hácia el Norte del sitio en donde algunos
siglos después se fundó la famosa ciudad de Méjico; be­
nigno su clima, sereno su cielo, puro su horizonte y fértil
su terreno ; pero á posar de la bondad y de las favorables
condiciones que presentaba, solo permanecieron en él vein­
te años, y se retiraron enarenta millas hácia el Poniente,
donde edificaron la ciudad de Tolla», hoy Tula, en memo­
ria del nombre de su patria.
Tula, sitio que llegó á llenar todas las exigencias y á
realizar todas las esperanzas de los jefes que habían con­
ducido á los activos y laboriosos tolteas, fuó el punto en
que dieron por terminado su viaje, después de ciento cua­
tro años de una vida errante y vagabunda. Tula era la
realización del ideal que se habían formado, y es hoy la
ciudad mas antigua que cuenta el suelo del Anáhuc, así

ti) Se llamaban estos siete señores Zacatl, (Jhalcalzm, TtiA m cuall, J[etsotnn ,
y CxAvalzvn.
c/tüMtsin, IlwpalinelzotñH
CAPÍTULO I . 43
como una de las mas célebres que se registran en los fas­
tos de la historia de la nación mejicana.
Elegido el sitio, se dió principio á la fundación de la
ciudad; se levantaron cortas poblaciones en sus pintorescos
alrededores; se cultivaron con esmero exquisito los campos,
que en breve se vieron cubiertos de vistosos maizales y de
variados frutos, y pronto la comarca entera, vestida de
plantas y de llores, de huertas y de jardines, presentaba
un aspecto risueño y encantador.
Gobierno de los Declarada Tula metrópoli de la nación Loi—
toitecns. i6ca y corle (| e sus r0v cs, los tollecos se
constituyeron en gobierno monárquico.
Según las bases en que asentaron su existencia política,
la monarquía era hereditaria; pero cada monarca solo había
de empuñar el cetro por espacio de cincuenta y dos años,
período que constilaia el siglo lolleca. Si el rey llegaba A
cumplir el siglo en el trono, dejaba inmediatamente el
mando, quo entraba á ejercerlo, acto continuo, el individuo
llamado á sucederle. Si ocurría su muerte antes de que se
cumpliese el siglo, en que debia terminar, la nobleza en­
traba á ejercer el gobierno hasta que se cumpliese el tiem­
po que faltaba para llenar el período convenido.
Establecido el sistema que debia conducir á la nación
por la seuda de prosperidad que los toltecas se habían
imaginado, se dió principio á la monarquía el año de 667
de la era vulgar del cristianismo, siendo su primer rey
OhakhmJitlaíietziH.
667. Agradecido el hombre elevado al trono A la
íanetónTerrej c<mfianza <lutJ babiau depositado en él los que
toiteca. no dudaron poner en sus manos la suerte de
u HISTORIA DE M ÉJICO .

la nueva sociedad, se propuso no defraudar las lisonjeras


esperanzas alimentadas por sus generosos súbditos. Celoso
del cumplimiento de los graves deberes que están obliga­
dos á llenar en conciencia los gobernantes rectos, su gobier­
no se inició con disposiciones altamente satisfactorias y
benéücas para el reino. Humano, justo y benigno, crecieron
prodigiosamente, ála sombra déla protección que dispensa­
ba ó todos los ramos útiles, la agricultura, las artes y las
ciencias. Kn todas parles se notaba la vida que con sus acer­
tados providencias sabia comunicar á la naciente sociedad.
Aleccionado en la escuela de las vicisitudes dé la penosa pe­
regrinación que acababan de hacer, comprendió que la posi­
tiva riqueza de los pueblos se enouonlra en el cultivo de los
campos y en la actividad del comercio de las ciudades; y al
impulso preferente que dió á esos dos ramos que constituyen
la duraderafelicidad délos pueblos, se edificaron pintorescas
poblaciones, y se cubrieron las campiñas de abundantes mai­
zales, de varias hortalizas, de árboles frutales y de preciosas
plantas, en tre las cuales predominaba el productivo algodón.
Pero si juzgó necesario, para el bien social, el cultivo de
los campos, no juzgó menos indispeusable el cultivo de la
inteligencia en lodos los ramos del saber humano. lia ar­
quitectura, la fundición de los metales, la escrito-pin tura
y muy especialmente la astronomía, encontraron protección
y premio en el monarca.
El celo del rey en todo lo que hacia relación al engrandeci­
miento del espíritu, inspiró al anciano ffm m lzin , nnode sus
mas distinguidos astrónomos, la brillante idea de formar una
obra verdaderamente notable, según asegura Boturini. (A)
{A) Véase la obra escrita por Boturini y publicada en Madrid on 17Mique
CAPÍTULO I . 45
El sabio astrónomo, impulsado por el noble afan de gue
no se perdiese la costumbre observada por los toltecas de
notar en sus pinturas los eclipses, los cometas y los demás
fenómenos celestes, propuso al rey el pensamiento de hacer
un libro en que consignados quedasen para siempre los acon­
tecimientos que mas importaban á la historia de la patria.
Admitida por el monarca la idea, el astrónomo ffnemakin-
convocó en f>60, á todos los sabios de la nación, y con au-
silio de ellos se dio cima á la obra, que se denominó Teoa-
¡Mxtli. que significa. Vibro divino. En esta notable produc­
ción se marcaban, dice Boturiui, con figuras perfectamente
claras y precisas, el origen de los indios, su dispersión
por el mundo después de la confusión de las lenguas en
Babel, su peregrinación por el Asia, sus primeros estable­
cimientos en el continente de la América, la fundación del
imperio de Tula, y sus progresos y adelantos hasta aquel
tiempo. Se describían igualmente los cielos, los planetas,
las constelaciones y el calendario lolleca con sus cielos, las
transformaciones mitológicas, en las cuales se incluía la fi­
losofía moral de aquellos pueblos, y los arcanos de la sabi­
duría vulgar, bajo los emblemas ó jeroglíficos de los dio­
ses, con todo lo rolalivo á la religión y á las costumbres.
Ignoro los grados de autoridad que merezcan los docu­
mentos que han proporcionado á Boturini Ja noticia que
acabo de consignar, dejando al lector en el libre derecho
de admitirla ó desecharla; pero aun cuando la existencia de
ese libro lolleca no fuese mas que una bella creación de

tione por título: Idea de w ia historia general de la Nueva España, f u n d a d a sobre


una.oran copia de figuras, símbolos, cwuclércs. gerog ti fíeos. cánticos y manuscritos
indianos, hallados nuevamente.
46 H ISTORIA D E M ÉJICO .

la fantasía, no por eso seria menos cierto que los toltecas


poseían notables conocimientos respecto del sistema plane­
tario.
CJinlchiulitlanetzin, después de haber tenido la satisfac­
ción de ver formarse, crecer y desarrollar con prodigiosa
rapidez la industria, las artes y las ciencias en la sociedad
que le habia elevado al trono; después de haber contribui­
do eficazmente al engrandecimiento y prosperidad do sus
pueblos y de haber reinado pacíficamente el período de 52
años señalados por la ley, entregó á su sucesor el cetro
que en sus manos habia producido .los mejores resultados.
7 19 . Satisfecho de no haber fallado jamás á los
ciiabuac^'rey deberes del buen soberano, se retiró á la vida
toiteca. privada, siendo, lejos del brillo del poder,
modelo de súbditos, como lo habia sido en la grandeza,
modelo de royes.
CJmlcMvMlanetziii, entregado al cultivo de la inteligen­
cia y protegiendo siempre el talento y el genio, dejó de
existir en 771, víctima de una enfermedad poco penosa,
llorado por sus amigos y sentido por las ciencias.
Ocuparon sucesivamente el trono toiteca Ixtlilcimlia-
lmac, su hijo Hudzin, y al fin del período de este Tot<i-
peuh. que empuñó el cetro el año de 875.
876 La monarquía toiteca habia ido tomando
ocupaei trono creces prodigiosas, y la población se multipli-
TotepeiiU,4.®rey có rápidamente.
toiteca. Sencillos en sus costumbres los toltecas,
inclinados al trabajo, y sin nación rival ninguna que les
pudiese promover disturbios ni guerra, pues erau absolu­
tos dueños del fecundo y vasto suelo del Anáhuac, preciso
CAPÍTULO I. 47
y lógico era que su nación creciese y prosperase en un
terreno exuberante que premia con fabulosas creces los mas
ligeros esfuerzos del hombre laborioso.
Tolcpeulb, no menos celoso del bien de sus pueblos, que
los monarcas que le habian precedido, procuró aumentar
la vida y la belleza de su reino. Protector de las artes, bri­
llaron en su época los linos tejidos de algodón, las obras
de ornamentación, y la arquitectura. Las ciudades se vie­
ron enriquecidas por edificios de bastante gusto, descollan­
do entre ellas, por la magnificencia de sus templos Tcoti-
Tmacan, que significa habitación de los dioses.
En esta bella ciudad que competía en esplendor con la
corte que habitaban los reyes, y que, como su nombre lo
indica, era la ciudad sania, la ciudad de los monumentos
dedicados á la religión de los toltecas, mandó levantar el
rey Totepeiüi, poseído de un vivo sentimiento religioso, dos
sorprendentes templos que sobrepujasen en belleza ó todos
los que hasta entonces se habian levantado. El ardiente de­
seo del monarca quedó cumplidamente satisfecho: los mag­
níficos templos denominados Tonatmh, Izakml y Mextli
luihmt, esto es, casa del sol y casa de la luna, quedaron
terminados, y sus colosales proporciones, destacándose irn-
poneutes y regias en medio de la mística ciudad, pare­
cían dos vigilantes centinelas encargados do la custodia
de los pueblos.
El templo consagrado al sol, deidad á quien incensaban
cuatro veces durante el dia y cinco en las horas de la no­
che, medía, en su cuerpo inferior ó base, doscientas óchenla
varas de largo, doscientas tres de ancho, y una altura cor­
respondiente á las admirables proporciones que formaban
48 H lST O ltlA D E M ÉJICO .

sa latitud y longitud. Un ídolo de gigantesca estatura,


licclio de una piedra durísima y cubierto de oro, represen­
tando ai astro deificado, se levantaba resplandeciente, os­
tentando, en una gran concavidad que tenia en el pecho,
la imagen del mismo aslro.del dia, de oro finísimo del mas
encendido color.
E l templo de la luna, cuya base medía de largo dos­
cientas varas y ciento setenta de ancho, ostentaba también
una colosal estatua de piedra, cubierta de oro, que repre­
sentaba ai astro melancólico y dulce de la noche. La altu­
ra de este soberbio templo, construido con perfección admi­
rable, correspondía, lo mismo que el del sol, á la inmensa
molo que le servia de planta. Cuatro cuerpos de una soli­
dez que compelía con la de los monumentos de una anti­
güedad remota que han eternizado la memoria de otras
naciones del globo, presentaba cada uno de los referidos
templos, con igual número de escaleras formadas de gran­
des y bruñidas piedras.
Aun existen los notables restos de esos lamosos templos
que sirvieron de modelo á los demás santuarios ó leocalUs
que mas larde levantaron en Anáhuac las naciones que se
establecieron allí después de los tollecas. Hernán Cortés
y sus soldados, quedaron admirados ante la grandiosidad
de esos dos extraordinarios templos, y destrozando los dos
colosales ídolos, se aprovecharon del precioso y rico metal
que los cubria. De los cuatro sólidos cuerpos que parecian
desafiar con su estructura la poderosa fuerza do los siglos, en
el último de los cuales se veían distribuidas diversas divi­
nidades cubiertas también con laminitas de oro inuy del­
gadas, únicamente quedan las notables ruinas que paten­
CAPÍTULO I . 4Í>
tizan h rn."1.n-.',¡fi -:rn '¡a do esos templos ; ruinas admirables
que subsisten como paginas imperecederas de lu historia
de los Lo!i.ee¡'s. v que Insta el dia son conocidas con el
nombi1- de Pirámides de San Juan de TerilUuiac.au.
A.I derredor «lo los magníficos templos del sol y de la lu­
na qu» los lollecas, lo mismo que otros pueblos, diviniza­
ron, edificaron un número considerable do pirámides p e­
queñas que no excedían de diez metros do elevación, y que
abundan mas hacia el lodo austral del templo de la luna que
hácia el lemplo dedicado al sol. Parece, según lu tradición
que se conserva do esos multiplicados monumentos, que
fueron dedicados á las estrellas; y existen vehementes in­
dicios que conducen á creer que servían de sepulcro á los
magnates y caciques de las tribus primitivas. Los españo­
les, al pisar algunos siglos después el mismo sitio en que
esa série de pirámides se levantaba, le llamaron llano de las
cuas , valiéudose de esta última palabra de la isla de Cuba

que significa templo; y que en la lengua lolteca y en la


azteca, que eran semejantes se llamó MicoaU, esto es, ca­
mino de los muertos.
Las monumentales ruinas que atestiguan la grandeza de
los dos colosales templos levantados al sol y á la luna di­
vinizados, y que el viajero no puede examinar sin conmo­
ción profunda, subsisten solitarias, como imágenes mudas,
pero elocuentes de la grandeza de una sociedad pasada, á
distancia de legua y media, al Norte, del actual pueblo de
Teolihuacan, y á siete de la hermosa capital de la mo­
derna república mejicana.
©a?. ]£l cetro que con benéfica diestra habió.
Nacaxoc, 5.° rey 1
toiteca. empuñado Totepeuh, brotando de su acer­
oO HISTORIA P E M ÉJICO .

tada dirección la ventura de los pueblos, pasó, en 927, á


las manos de Nacaxoc, en quien concurrían las bellas cua­
lidades que resaltar deben en los hombres consagrados á
regir los destinos de las sociedades.
Tomando por modelo á su predecesor, y siguiendo la
senda de adelanto emprendida desde el primor monarca
que ocupó, en el Auáhuac, el trono levantado por la indus­
triosa iribú lolleca, miró, satisfecho, brotar de la protec­
ción que afanoso prestó á los nobles raiucs que consti­
tuyen el bienestar de las naciones, nuevas y florecientes
heredades, alfombradas do abundantes y ricas mieses; vis­
tosos ediücios de construcción sólida, y exquisitas obras de
valiosa orfebrería en que llegaron á ser notables siempre
los talleces.
No se registran en el reinado de Nacaxoc nÍDguno de
esos hechos notables de profunda sensación que dejan un
recuerdo vivo en la memoria de la humanidad. Su reinado
fué semejante á esos tranquilos rios que fecundizan la tier­
ra suavemente; pero cuyo nombre no llega á conquistar
jamás ia popularidad que los impetuosos torrentes y las
imponentes cataratas que imprimen en el alma ese sublime
terror que jamás se borra, que se recuerda siempre con
horror, y que nos complacemos en dar á conocer los lerri-
bles efectos que han producido al desbordarse. Nacaxoc
fué la lluvia bienhechora que vigoriza y refresco, las plan­
tas sin destruirlas; y al espirar el período que la ley esta­
blecida señalaba, entregó las rieudas del floreciente Es­
tado, que con admirable acierto había dirigido, á su hijo
primogénito Mili, que antes de heredar la corona, había
heredado ya las preclaras virtudes de su padre.
CAPÍTULO I . 51
e 7 ®- El nuevo rey, alentando el noble espíritu
toiteca*6^ quo engendra rasgos de verdadera grandeza,
señaló honrosos premios para todos los hombres que se
distinguiesen en sus distintas artes y profesiones con al­
guna obra de notable importancia; y la sociedad, esti­
mulada con el deseo de gloria que aviva el entendi­
miento, abriendo un vasto campo al ingenio, miró desar­
rollarse con prodigioso aumento, la industria, las artes, las
ciencias y la agricultura.
Un corazón dolado de los elevados sentimientos que ani­
maban el del entusiasta monarca Mili, no podia ser indife­
rente á las dulces sensaciones del mas natural de los afec­
tos; el amor. Con efecto; Mili no pudo ver sin sentir en su
alma una sensación profunda y grata, la encantadora be­
lleza de una jóven, notable por su talento y su gracia,
llamada Xiuhllalfciii, y cautivado no menos de sus virtu­
des y de su capacidad que de su deslumbrante hermosura,
la pidió por esposa, y la elevó á la categoría de reina.
La elección no podia haber sido mas digna del talento y
buen juicio del monarca; y la entendida joven, anhelando
para su esposo un renombre esclarecido en la posteridad,
contribuyó cou sus elevados consejos, al acierto en las re­
soluciones del bondadoso monarca.
Amante del lustre de su religión, el rey Mili mandó
edificar un suntuoso templo que descollase con magnifi­
cencia entre los notables santuarios que á las diversas
deidades se babian levantado en la ciudad de Tula, y que
compitiese con los monumentales templos que ostentaba,
envanecida, la ciudad de Teolihuacan. Millares de enten­
didos operarios se ocuparon eu la fabricación dei edificio
52 HISTO RIA D E M ÉJICO .

dedicado á ]os rlioses de la idolátrica religión que el reino


profesaba; y la riqueza de las alhajas que adornaban á los
ídolos, rivalizaba con la grandiosidad <iel templo. Perlas,
pedrería, joyas con exquisito gusto trabajadas, se encontra­
ban con profusión en los altares, destacándose en medio
del templo, con atrevida arrogancia, un magnífico pedestal
de gran mérito artístico, sobre el cual descansaba una rana
de oro cubierta de esmeraldas que, mas larde, Hernán
Cortés envió de regalo al emperador CárL>s Y .
Satisfecho el monarca de la belleza del edificio levantado
á su religión, y auhelaudo que A la idea religiosa que lo
liabia concebido, correspondiese el decoro del templo, ins­
tituyó nava el digno servicio de los dioses, un número res­
petable de virtuosos sacerdotes, cuyas obligaciones impres­
cindibles eran la castidad, la oración y la penitencia. Yes lian
estos nuevos ministros de la religión lolteea, un traje negro
talar de lina tela de algodón, marchaban con los ojos incli­
nados al suelo en actitud de profundo recogimiento, y lle­
vaban suelto sobre la espalda, el Largo y negro cabello flo­
tando en caprichoso desorden.
No menos celoso do los progresos de la inteligencia en
las ciencias y en las artes que del brillo de la religión de
sus mayores, el benigno monarca Milt concibió el útil
pensamiento de hacer extensivas ála sociedad en general,
los conocimientos de los ramos mas notables del saber huma­
no, y fundó un seminario donde llegó á reunir los mas nota­
bles artífices y los hombres mas eminentes eu las ciencias.
10 31. Terminado el feliz período de su reinado,
MlrcyVe io6Ct° Milt, menos ambicioso de mando qne de tran-
toiiecas. quilidad, se dispuso á dejar, obedeciendo las
CAPÍTULO I. 53
leyes del E tvlo, las riendas de! gobierno que había ma­
nejado coa admirable acierto; pero sus le^>e-s vasallos,
agradecéi s á los imponderables bieoes que o- país había
recibid*» d u ”:».)le su benéfica administración gubernativa,
se propusieron quebrantar la costumbre y la ley que le
separaban de! poder, y le reeligieron soben;no. suplicán­
dole, en nombre d? Ja patria, que conliumise al frente dé­
los negorii.s públicos.
El favoreci-lo monarca, aceptó de nuevo el cargo; y los
buenos resalía los de sus providencias, correspondieren á
las espera jjz-j s y aspiraciones dé los gobernallos. Siete años
llevaba dj. dirigir, en su segunda era, la nave de los des­
tinos de !a nación, cuando la muerte le vino, en 1038, á
sorprender en el comino de adelantos y de prosperidad que
se habia propuesto seguir.
La muerte de Mili fué sentida, como se siente siempre
por l«s favorecidos, la muerte de los favorecedores.
Quebrantada una vez la ley prolongando, como consigna­
do queda, el reinado del último monarca, fácil les fué á los
lolleeas volverla á quebrantar en otro délos punios que
servían de base ü la monarquía establecida.
1038. Según la ley respetada hasta entonces, la
corona lolleea únicamente correspondía á los
toiteco. primogénitos varones. Ni la£ hijas del monar­
ca, ni la reina viuda podían ocupar el trono, vedado á su
sexo; pero los lol lecas que habían gustado de la benéfica
influencia que la reina habia ejercido en las resoluciones
del difunto monarca, juzgaron que la ley debía posponer­
se al interés del Estado, y la eligieron soberana.
Lejos do ofenderse el varón heredero de la elección he-
54 H ISTO RIA DB M É JICO .

cha en la reina viuda, se apresuró á manifestarla su intima


adhesión como buen hijo y como leal vasallo, conquistán­
dose con su abnegación, las simpatías de los pueblos.
No tuvieron los tollecas motivo para arrepentirse de la
elección hecha. La prudente reina, siguiendo en su reina­
do las benéficas huellas de su esposo, dictó sabias providen­
cias que, dando resultados fructíferos, derramaron en la
sociedad la abundancia y la ventura. Nuevos proyectos que
aumentasen el bienestar do sus vasallos ocupaban la men­
te de la soberana, cuando la muerte vino á sorprenderla en
su camino de progreso.
Cuatro años condujo la nave del Estaddo por rumbo ven­
turoso. y al dejar de existir en 1042, dejó vi viente en la
memoria de sus vasallos, los beneficios de su gi>bierno.
Bajólos venturosos gobiernos de esa pléyada de benéfi­
cos reyes que por espacio de 304 años dirigieron los des­
tinos de la monarquía tolteca en Tula, el aspecto del país
había lomado un lio te encantador. T.a población, crecien­
do de una manera prodigiosa, se había extendido hasta los
confines mas apartados del Anáhuac. (1) y en todas partes
levantaba pueblos y ciudades que recibían la vida de la
agricultura y de las arles.
Pirámide Je Durante esos reinados de inalterable paz y
ciioiuiti. ,}e ventura fué cuando los tollecas, animados
de un espíritu religioso altamente marcado, levantaron la
arrogante pirámide de Cholula, grandioso monumento fa­
bricado en houor de su querida divinidad Qnelzalcoatl,
(1) Jxtlitxoc/dU, «Hist. de los chi chime cas, 1115, cop. 13. Esta obra, y otras
del mismo autor, descendiente por linea reola do los reyes de Acvlhuacan, se
hallaban en la librería del colegio de San Pedro y San Pablo, en la ciudad de
Méjico.
CAPÍTULO I. 55
dios del aire, cuyos admirables restos están patentizando
al mundo su grandiosidad pasada : pirámide ó teocalli de
soberbia magnitud que se levanla arrogante, excediendo
en longitud aparente de súbase, á la de lodos los edificios
de su género encontrados por los viajeros en el antiguo
continente; base de doble magnitud de la que cuenta la
gran pirámide conocida con el nombre de Cbeope ; y mo­
numento en fin que ostenta tres metros mas de altura que
el Mycerino, ó la tercera de las grandes pirámides egip­
cias del grupo de Djyzeli. (1)
1043. Muerta la excelente reina Xiubtlaltzin, su-
repanenuzin. . ocupar el trono el primogénito Tepan-
toitcca . caitzin, que se Labia manifestado respetuoso
y obediente con su madre y soberana.
La cultura y la civilización babian caminado en escala
ascendente desde el primero do los reyes io1tecas hasta el
nuevo monarca que acababa de empuñar el cetro. Cultura
y civilización relativa, es cierto, al estado que guardaban
las otras tribus do la América ; pero que revelaban una
inteligencia clara, y que procedían, á juzgar por la forma
de su gobierno, de una nación adelantada que había s u ­
frido, como dice Humboldl. glandes trastornos en su es­
tado social. Nada arguye con mas poderosa fuerza en favor
del estado cío auclaulo do la nación tolleca, que las mis­
mas obrós que legaron al mundo, para que fuesen juzgadas

(1) Humboldt, Ensayo y o l l t i w sobre e l reino de la N n e r a r E s p a M .


Botunni iia sufrido uu error al creer que la pirámide de C-holula fué edifica­
da para salvarse en ella los toilecas, en caso de otro diluvio. Locura hubiera
sido hacerlo con ese intento, puesto ano ella no bastaba á contener todos los
habitantes do uu reiuo, y cuando muy cerca existían muchas y elevadas mon­
tañas do superior altura.
56 HISTORIA DE MÉJICO.

por la posteridad. Conocedores del uso de las pinturas je­


roglíficas, !>>s lollecas saldan trasmitir, por medio de ellas,
sus pensamientos y sus ideas; referir los hechos pertene­
cientes á la historia hasta con sus mas ligeros detalles • ex­
presar sus afectos mas íntimos y dar á conocer <•! seguro
curso y el movimiento exacto de los astros. Artífices in­
teligentes, trabajaban, con exquisito gusto, las piedras
preciosas: eran admirables en la fundición del oro y de
la plata, y suhiun dar, por medio de perfectos moldes,
las formas mas caprichosas á esos dos ricos metales, de
que hacían graciosos pajaritos, brillantes mariposas y deli­
cados objetos dedicados al adorno y la compostura. Los di­
bujos de pinina y los finos tejidos de algodón eran de un
mérito notable; y los edificios que levantaron, los templos
que construí erun y los caminos que dejaron, serán siem­
pre el testimonio irrecusable que certifique el adelanto de
los primeros pobladores del Anáhuac.
Para los que hayan leido el desfavorable y ofensivo ju i­
cio emitido por el escritor Paw en sus Invcstigaciones filo­
sóficas respecto dolos indígenas de la América, la pintura
que do los lollecas acabo de presentar, parecerá acaso li­
sonjera y parcial. Nada, sin embargo, está mas lejos de
mí que la parcialidad.
El expresado escritor Paw, obedeciendo, sin duda, á los
impulsos de una imaginación vivísima y creadora, y juz­
gando á los primitivos habitantes de la América por algu­
nos rasgos particulares de sus costumbres, La dejado correr
su pluma dominado de una prevención desfavorable bácia
ellos, muy común, por desgracia, entre la mayor parle de
los escritores extranjeros que visitan aquellos países. Preo-
CAPÍTULO I . 57
cupado su ííniino con la idea falsa, que por cierta le p re­
sentaba su imaginación por fulla de un examen detenido,
el señor Puw no conc'■•de á los indios mas que una me­
moria limitada y friígil que les hace olvidar hoy lo que
practicaron, ayer ¡ un Ingenio obtuso que no les permite
pensar ni ordenar sus ideas ; una voluntad fria, incapaz
de sentir los estímulos d«l am or; uu ánimo apocado y
mezquino ; un geuio indolente y estúpido; y una alma, en
fin, muy inferior á la de los demás hombres, y muy poco
superior á la do los féres irracionales.
Por fortuna de la verdad histórica, aliado de la opinión
erróneo y ofensiva del filósofo Puw, se en cuan Irán los es­
critos intachables de Hernán Cortés, de Bernal Diaz, de
Solis y de lodos los autores españoles, ensalzando la inte­
ligencia, el valor, el claro iugeuio y las notables obras
ejecutadas por ios indios que ellos tuvieron proporción de
admirar al poner su planta en el Nuevo-Mundo.
Humboldt, excepción honrosa de las pocas que se cuen­
tan entre los extranjeros que han escrito de las cosas de
Méjico, hace una pintura brillante de la cultura y adelan­
tos do los toltecas, que está en armonía con la de los mas
ilustres autores antiguos españoles y mejicanos. «Los tol­
tecas, dice, introdujeron el cultivo del maíz y del al­
godón , edificaron ciudades, construyeron caminos, y
principalmente las grandes pirámides que aun hoy dia
admiramos, y cuyas caras están perfectamente orientadas.
Conocian el uso de las pintaras jeroglíficas, sabian fun­
dir los metales y cortar las piedras mas duras ; y tenían
un año solar mas perfecto que el de los griegos y de los
romanos.»
58 HISTO RIA D E M É JICO .

Después del respetable parecer del juicioso barón de


Humboldl, nadie podrá poner en tela de duda la inteli­
gencia, cultura y adelantos de los toltecas.
Lejos estoy de pretender, al hablar de la civilización
tolteca, que se la quiera nivelar cou la civilización de otros
pueblos de Europa en la misma época. Las condiciones de
ambos continentes habian sido muy distintas. Los pueblos
de Europa habian seguido comunicándose progresivamente
sus luces y sus adelantos, mientras los habitantes de la
América, aislados, privados de toda comunicación con el
resto del género humano, debian á sus propios esfuerzos la
civilización que mostraban. Pero comparando los adelantos
de los toltecas en las circunstancias que en él concurrian,
con otros del antiguo continente, cuando se encontraron en
parecidas ó iguales, preciso es confesar que los resultados
de la comparación no resultan desfavorables á los primeros.
No ha existido historiador ninguno imparcial, que no
haya hecho justicia á los toltecas. presentándoles como un
pueblo relativamente culto. Ellos fueron los inventores, en
América, ó por lo menos los reformadores del arreglo del
tiempo que adoptaron todas las naciones de A náhuac; y
es sabido que el arreglo del año civil que éslas lenian, es­
taba perfectamente de acuerdo con el solar, por medio de
los dias intercalares, como lo tuvieron los romanos después
de la corrección de Julio César, dejándose admirar en él
la mayor exactitud.
Religión de ios A la inteligencia clara de que los toltecas
opintorfcTsobre estaban adornados, reunían un carácter pací-
si sacrificaban fiCo, mas inclinado al trabajo y al cultivo de
humanas, las cosas útiles, que á las guerras, siempre des­
CAPÍTULO I . 59
tructoras. Estas bellas cualidades que distinguían á los
toltecas, y la carencia de dalos respecto de los actos de su
religión, ha inducido á creer á algunos escritores que,
aunque idolátrica, como realmente era, acaso no tenían la
terrible costumbre de sacrificar víctimas humanas. «Fue­
ron,— dice el ilustre escritor Clavijero,—los inventores de
la mayor parle do la mitología mejicana; pero no sabemos
que usasen aquellos bárbaros y sanguinarios sacrificios
que después se hicieron tan frecuentes entre las otras na­
ciones.»
Si pudiera asegurarse que, con efecto, en medio del
adelanto & que habían llegado, se hallaban exentos de la
costumbre de sacrificar á sus falsos divinidades víctimas
humanas, el cuadro que podríamos presentar de los lolte-
cas seria el mas risueño, el menos cargado de sombras, el
mas bieu concluido. Poro, por desgracia, existe un indicio
vehemente para sospechar que practicaban ese acto san­
griento exigido por uua religión que ellos no lenian la
culpa de tener. Las señales poderosas que arguyen que los
toltecas sacrificaban á sus dioses víctimas humanas, aun
cuando fuese en muy escaso número, se encuentran en
las ruiuas de los magníficos templos que levantaron á sus
divinidades. El respetable barón de Humboldl, observador
profuudo, cuya opinión sobre las cosas de la América es
justamente de todos respetada, no duda en asentar, al ocu­
parse de las ruinas de Teolihuacan, que los toltecas prac­
ticaban sacrificios humanos. «Cada uno de los cuatro altos
principales de los templos, del sol y de la luna,—dice,—
se dividía en gradas pequeñas de uu metro de alto, y de
las cuales aun quedan rastros cubiertos con pedazos de ob-
60 HISTO RIA DE M É JIC O .

sidiaua. quo serian, sin duda, ios instrumentos cortantes


con los que, en sus bárbaros sacrificios, los sacerdotes tol-
lecas y aztecas abrían ei pecho á las victimas.» (1)
Dejando al lector en el libre derecho de que juzgue co­
mo mas lógico crea conveniente eu este puuto en que los
historiadores solo jiuedeu guiarse por coujeluras mas ó
menos persuasivas, volvamos á ocuparnos de la marcha
que los gobernantes siguieron observando en la dirección
de las cosas del Estado.
1042. Elevado al trono, como anies dejamos in-
Teiiftiusiiesin, dicado, el nuevo rey Tepaucaltzin, no desme-
«.* rey toiteca. re c i er0DL ios primeros dias de su reinado, de
los buenos de sus predecesores. Casto y rígido con su per­
sona, era el modelo que trataban de imitar sus goberna­
dos. El descubrimiento de un producto que mas tarde de­
bía constituir un ramo de riqueza inagotable en la región
de Anáhuac, llegó á aumentar el cultivo de inmensos ter­
renos eriales El descubrimiento llegó á hacerlo un pariente
Descubrimiento d-ol rey llamado PapatUziu, extrayendo del
doi pulque. i roQCO d e i. maguey, un licor blanco, suave y

espeso, denominado pulque. Coutenlo de aquel descubri­


miento que proporcionaba á sus compatriotas una bebida
sana y estomacal, que hoy equivale al vino en nuestra Eu­
ropa, se lo comunicó á su bija Xóchitl- (Flor), hermosa y
encantadora jó ven llena de modestia y de virtud. La gra­
ciosa Xóchitl juzgó que aquel descubrimiento era digno de
especial estima; y su satisfecho padre, abrigando la misma
idea, y no dudando que el rey recibiria la noticia con no-

;i) Humboldt. Ensayo político sobre el reino de Nuera España.


La h e u m o s .n X ocbitI cscuIiri in ¡en I.o d c I P u lq u e .
CAPITULO I. 61
table agrado, preparó el nuevo licor, /'colocándolo en una
aromálica vasija, se dirigió con su bellísima bija, á pre­
sentarlo á su real pariente y soberano.
El rey se El rey Tepancaltzin quedó prendado del
enamora <le la
hermosa descubrimion lo hedió por su industrioso deu­
X óchitl. do Pupantzin; pero lo quedó aun mucho inas
de la seductora heroiosur.i do la hechicera Xóchitl, ver­
dadera flor como su nombre, que ostentaba en sus la­
bios el carmín de los clavóles, y en sus pudorosas mejillas
el apacible color de la naciente vosa.
Era la vez primera que el monarca veia £ la modesta y
simpática hija de su pariente PanoDlziu, en. cuyos ojos
grandes y negros velados por arqueadas y largas pestañas,
se descubría el fondo de una alma tierna y sencillo, como
lo es el alma de la mujer en los primeros albores de la ri­
sueña juventud.
El monarca no acertaba á separar la vista de aquella jó*
ven encantadora, en cuya serena frente, que hacia mas
serena aun el negro y abundante cabello qne embellecía
su bien formada cabeza, se reflejaban el talento y la
bondad.
El rey, cautivado por las gracias de la hermosa Xó­
chitl, prodigó al descubrimiento hecho por su padre, los
mas lisonjeros elogios, procurando atraerse con ellos el ca­
riño de aquel sór que había conmovido profundamente su
corazón.
La graciosa jóven y su amoroso padre, después de ha­
ber escuchado con grata satisfacción los plácemes del mo­
narca por el reciente descubrimiento, se retiraron de la
presencia del soberano, que, extasiado de placer, siguió
62 H ISTORIA DB M É JIC O .

con la vista, á la modesta Xóchitl hasta el instante de verla


desaparecer de la régia estancia.
La impresión que produjo en ol corazón del rey la be­
lleza cautivadora de la graciosa" Xóchitl, operó un com­
pleto cambio en los sentimientos de su corazón.
Aquel rey, modelo hasta entonces de moderación y de
rigidez; aqu4 rey que Labia mirado hasta ese instante
con veneración religiosa, los derechos sagrados de los pa­
dres de familia en el hogar doméstico, se olvidó de sus de­
beres, y fascinada su imaginación con los atractivos de la
hermosa Xóchitl, solo pensó ya en los medios que le pu­
diesen conducir al logro de la posesión de la jóven.
Existiendo entre las tribus de la América la poligámio,
y siendo permitido el que se casasen los parientes cuando
el parentesco no era demasiado próximo, lógico parecía
que el rey pidiese la mano de la jóven, bien para elevarla
á la categoría de reina, bien para contarla entre el número
de las demás mujeres.
No era obstáculo para ello el que estuviese unido á otra
mujer á quien había dado el titulo de reina; pues el rey
podia conceder el mismo rango á la jóven á quien juzgase
digoa de unirse á él y de aquel Ululo. Sin embargo, el
rey, á pesar de su amor, de su pasión vehemente por la
hermosa Xóchitl, no recurrió á ese medio, que parecía el
mas sencillo y noble pora realizar su deseo; lo cual induce
á creer que la jóven estaba prometida por su padre á otro
jóven á quien ella amaba, y que el monarca, al saberlo,
no queriendo aparecer como arbitrario opouióudoseá aque­
llos amores, trató de ganar en secreto, el corazón de la
hermosa.
CAPÍTULO I . 63
Tierno y apasionado, manifestó á la seductora Xóchitl
los afectos amorosos de su corazón ; pero viendo que sus
apasionados ruegos se estrellaban de continuo en la recta
virLud de la púdica beldad, resolvió rccurir á un medio
que. aunque violento, le diese el resultado que anhelaba:
robarla de la casa paterna.
BiroyTei>:>nca)t- Concebida la idea, la puso inmediatamente
h u m o s a en P ú d ica ; y *a linda Xochiti fué robada por
Xóchitl, el rey, arrebatada de la casa de su padre, y
encerrada en uno de los palacios del soberano.
El tiempo y los ruegos del rey profundamente enamo­
rado, vencieron ai fin la resistencia de la joven, y la her­
mosa Xóchitl dio á luz en 1051 un niño, fruto de sus
relaciones con el monarca, á quien pusieron por nombre
Meconctzin, esto es, hijo del maguey.
Transcurridos algunos meses, la esposa del soberano
que babia devorado en silencio las infidelidades de su
esposo, sucumbió víctima de una lenta enfermedad, y
Tepancaltzin, ciego auu de amor por la bella Xóchitl, llevó
áesta y á su hijo, llamado también Topiltzin, á su palacio,
y les confió las riendas del gobierno, elevando ú la primera
al rango de reina.
Como no exislia del matrimonio legítimo del rey, here­
dero ninguno á la corona, esta pasó en 1094 ;í las sienes
de Topiltzin, hijo de los ilícitos amores del soberano con
la linda Xóchitl.
109^. La felicidad y el bienestar del pueblo tol-
ftiumó leca emP9i:ó á decrecer visiblemente desde
rey toiteca. que el rey Tepancallziu, separándose de la
recta senda seguida por los soberanos que le babian prece­
64 H ISTORIA D E M É JIC O .

dido en el trono, atropelló los respetos de la sociedad y se


liizo esclavo de las débiles pasiones.
Los moles del país, que empezaron á dejarse sentir
cuando se entregó completamente á los ilícitos ameres con
la jóven Xóchitl, abandonando por ellos los negocios del
Estado, se aumentaron y lomaron proporciones alarmantes,
al empuñar el cetro el fruto nacido de aquella volcánica
pasión.
El cielo parecia haber maldecido el comercio ilícito de
los dos amantas; y la elevación de Topillzin al trono, no
fué acogida con el entusiasmo manifestado en la coronación
de los anteriores monarcas. A. la jura del nuevo soberano,
celebrada en Tula, no concurrieron, como babia sido cos­
tumbre, algunos poderosos señores do diversos pueblos,
indicio inequívoco de la iudisposicion do los ánimos. El
nuevo monarca, juzgándose herido en su dignidad, envió
comisionados que no alcanzaron el objeto deseado por el
rey. La falla de armonía entre el soberano tolleca y los
jefes que no quisieron rendirle homenaje, produjo sérias y
enérgicas contestaciones que, empezando por indisponer
los ánimos, acabó por conducirles al terreno de las armas.
Topillzin levantó un ejército numeroso, y disponiéndose á
llevar la guerra, consiguió amedrentar á sus contrarios, lo­
grando así que se celebrase una tregua de diez años.
Satisfecho del resultado obtenido, y creyéndose sólida­
mente asentado en el trono, no pensó ya mas que en en­
tregarse á los goces de una vida poco ceñida á la moral. Sus
desórdenes no conocian límite, y santificados por los sacer­
dotes del templo de Cholula, sin traba y sin reparo el rey
se creyó con el derecho de continuarlos. Pronto su ejemplo
CAPÍTULO I . 05
fue seguido por los nobles de la corte, y desde entonces la
relajación y el vicio constituyeron la vida del monarca y
de los cortesanos.
A sacarle de aquel estado de molicie y de corrupción,
vino por fin el grito de guerra lanzado al espirar el plazo
de diez años de tregua que habia celebrado con sus contra­
rios. Estos se habían preparado á la lucha mientras Topilt-
zin, sumergido en el fango de los vicios, habia descuidado
los negocios importantes del Estado.
La lucha empezó con encono profundo por una y otra
parte. Por espacio de tres años no se escuchó en aquel país,
hasta entonces entregado á las artes y á la agricultura, mas
que el estruendo de las destructoras armas y los gritos y
alaridos que aquellas tribus lanzaban en los combates.
La ruina y la devastación se presentaban donde poco
antes crecían las ricas mieses y se ostentaban risueñas po­
blaciones. Campiñas destruidas, ciudades incendiadas, era
el espectáculo que se presentaba á la vista del hombre. La
lucha se mantuvo en los tres años que duraron sus estra­
gos, sin que la victoria decisiva so declarase por ninguno;
pero al fin los resultados fueron, como tenían que ser,
funestos para el monarca; y en una de las batallas, la mas
sangrienta y desastrosa para sus armas, perecieron CDtre
millares de intrépidos soldados, su anciano padre Tepan-
caltzin, y su bella esposa la simpática Xóchitl. El rey,
aunque cercado de enemigos por todas partes, logró salvarse
recurriendo á la fuga; pero abatido por la suerte y aban­
donado de sus servidores, debió morir á poco errante y
miserable, pues nunca se llegó á tener noticia ninguna de
su paradero. El hijo mayor del monarca, llamado Pocholl,
66 HISTORIA. D E M É JIC O .

logró escaparse con su nodriza, de la tenaz persecución


de sus contrarios, refugiándose en una de las poblaciones
del fértil valle de Toluca.
Como consecuencia de aquella desoladora y larga guerra,
pronto apareció el terrible azote del hambre con todo su
lúgubre y destructor cortejo, en el suelo, hasta entonces,
verdaderamente feliz de los toltecas. La fuerza abrasadora
de los rayos solares, y la absoluta carencia de lluvias, se­
caron sus campos; y el concurso de todas estas calami­
dades, ocasionando diariamente millares de víctimas, iba
con virtiendo á la nación en un vasto cementerio. La peste
se agregó bien pronto á los males que desolaban la socie­
dad, y el reino entero no era mas que un inmenso hospi­
tal que alimentaba con infinitos cadáveres las tumbas que
se abrían. Aterrados los que aun se Labian salvado del
contagio, del cúmulo de calamidades que afligían su suelo,
trataron de buscar en otros sitios, la tranquilidad y el re­
poso de que desgraciadamente carecían. Todos los que se
sentian con suficiente robustez para soportar las penalida­
des de un largo viaje, abandonaron el horrible escenario
en que las víctimas se sucedían sin interrupción, y so es­
parcieron con sus mujeres y sus hijos, por las fértiles re­
giones de Guatemala, de Yucatán y de otros puntos, donde
el viajero cree encontrar, en las majestuosas ruinas del
Palenque y de Milla, las elocuentes páginas levantadas
por los inmigrantes toltecas para perpetuar la memoria de
su civilización. Unicamente quedaron en el desolado reino,
algunas cuantas familias á quienes la miseria, la carencia
de recursos y la falta de salud, les impidió seguir á sus com­
patriotas, y que tristes y macilentas se esparcieron por el
CAPÍTULO I . 67
espacioso y pintoresco valle en que, mas tarde, llegó á fun­
darse la grandiosa ciudad de Méjico, en Cliolula, Tlaxima-
lóyan y en otros diversos lugares que correspondiesen con
sus frutos al trabajo de sus brazos. Entre el reducido nli­
mero á quienes la necesidad obligó á que se estableciesen
en el valle, so encontraban dos hijos del derrotado monar­
ca Topillzin, cuyos descendientes llegaron á emparentar,
en épocas posteriores, con las familias reales de Méjico, de
Texcoco y de Coyohuacan.
De esta manera desapareció la nación tolteca, después
de cuatro siglos do haber echado los cimientos de su mo­
narquía en la región de Anáhuac. Pero si la base de su
gobierno se hundió bajo el peso de las últimas calamidades
que afligieron al pueblo, quedaron incólumes los funda­
mentos de la civilización que sirvió de sostén á las demás
naciones que la siguieron, y de imperecederas páginas que
inmortalizarán por siempre el nombre tolteca.
La agricultura, las artes, las ciencias, todo aquello, en
fin, en que se distinguieron mas tarde los hombres que si­
guieron poblando el precioso valle de Méjico, fué debido á
los industriosos tollecas. Notables en el pulimento de las
piedras preciosas y en el gusto que daban al oro y la plata
en las vistosas alhajas que hacían, el nombre tolteca, sirvió,
pasados los siglos, para aplicarlo como uu timbre do honor
á los distinguidos artífices de las demás naciones que po­
blaron el Anáhuac. Celosos de la conservación de los he­
chos mas remotos, habían tenido el cuidado de señalarlos
en sus pinturas y jeroglíficos; y todos los que hayau estu­
diado la historia de los antiguos pueblos de Méjico, dice Cla­
vijero, saben á no dudar, «que los tollecas tenían noticia
68 HISTORIA DE M É JIC O .

clara y distinta del diluvio universal, de la confusión de


las lenguas y de la dispersión de las gentes, y que aun
conservaban los nombres de sus primeros progenitores, que
del resto de la familia se separaron en aquella universal
dispersión.»
Si acaso otros, antes que los toltecas, llegaron á habitar
el país de Anáhuac, preciso seria confesar que la señal de
su existencia desapareció con ellos mismos.
Pudiera ser que tribus nómadas, bien se denominasen
olmecas, bien xicallanques, pasando como rápidos cazado*
res. colocasen allí por breve tiempo, sus frágiles aduares;
pero la huella de su paso no ha quedado atestiguada con
ningún monumento que patentice su pasajera permanencia.
Nada existe anterior á los toltecas.
Es indubitable qne los primeros que llevaron al valle de
Anáhuac los benéficos górmenos de la civilización; los pri­
meros que en aquel delicioso oasis de la América elevaron
grandiosos monumentos comparables con los del antiguo
Egipto y de la India; los que han dejado en las admirables
ruinas de Teolihuacan y de Cholula la huella imperecedera
y honrosa de su existencia como los inmigrantes mas an­
tiguos que se establecieron en la tierra entonces deshabita­
da del Anáhuac, fueron los toltecas.
Llegada de Por espacio de mas de un siglo permaneció
¡eschieiniucco9 cag- ¿es;ert0 y solitario, el pintoresco territorio
de Anáhuac, en qu8 los toltecas dejaron impresa en sus mo­
numentales obras, la historia de su existencia. En las aban­
donadas casas y solitarios templos de las desiertas ciudades,
solo se albergaban las aves y las fieras. Todo era soledad
lo que en uu tiempo fué animación y vida. Solamente se
CAPÍTULO I .

encontraban diseminadas por aquellos sitios mas favoreci­


dos por la naturaleza, algunas cuantas familias, preciosos
restos de la, aun no hacia muchos años, floreciente na­
ción tolteca.
viaje de ios De pronto otra nación , ávida también
Ch,Cpafs de**81 terrenos mas feraces, de un cielo puro,
Anáhuac, y de un clima benigno que le negaba el
suelo del Norte en que estaba asentada, abandonó sus
lares; y tomando sus arcos y sus flechas, se dirigió en
busca de una región que reuniese las condiciones anhe­
ladas.
La nación que abandonaba los sitios de su nacimiento
por ir en pos de otros que le brindasen los bienes que so­
ñaba. fué la nación chichimeca, cuyo asiento en la parte
del Norte, se ignora aun donde estuvo situado.
Presentaban los chicliimecas una mezcla rara de algunos
imperceptibles rasgos de civilización, con otros muchos de
barbarie. Gobernados por un rey y por autoridades encar­
gadas de hacer cumplir las pocas leyes que les regían, los
chichimecas acataban las disposiciones, con el respeto con
que pudiera hacerlo el país mas culto: la plebe guardaba
á la nobleza establecida en aquella sociedad, las mas altas
consideraciones; los individuos que por sus servicios ó mé­
ritos habian alcanzado el favor del soberano, eran profun­
damente respetados por la clase pobre; y la sociedad entera,
comprendiendo los bienes que resultan á los pueblos de la
comuuicacion de las familias, vivia congregada en diversas,
aunque humildes poblaciones.
Al lado de estas cualidades propias solo de los pueblos
que tienen algunas nociones de civilización, se encontra-
70 HISTORIA D E M ÉJICO .

han los opuestos rasgos resaltantes que marcaban su incul­


tura. Sus casas eran miserables chozas de tierra con frá­
giles techos de ramas, que tenian por pavimento el mismo
suelo que les servia de cimiento. Una sola pieza incómoda
y súcia, que no recibía inas luz que la que entraba por la
estrecha puerta, por donde solo era posible entrar agacha­
do, servia de habitación, cocina y dormitorio á todos los
miembros de la familia, sin distinción de sexos; y el ajuar
de ella se reducía á las flechas y el arco que constituían las
armas fovoritas del chichimeca. Acostumbrados á una vida
libre y vagabunda, desconocían completamente la agricul­
tura y las arles; vivían de la caza de los bosques, de la
pesca, de las frutas silvestres y de las raíces que encontra­
ban en las montañas; sus vestidos eran toscas pieles de las
mismas fieras que en las selvas cazaban; llevaban largo y
en desórden el cabello; adoraban al sol, juzgando á este
astro como la única divinidad que existia; le ofrecían
las yerbas y las flores que encontraban en los campos; le
pedían que fecundizase la tierra y poblase de pájaros
los bosques; y contemplaban su brillante salida y su m a­
jestuosa desaparición con profundo arrobamiento reli­
gioso.
En medio de esa vida semisalvaje y ruda que les daba
un aspecto feroz y temible, conservaban costumbres que,
si estaban lejos de ser dulces y apacibles, se encontraban
también distantes de la crueldad que debia esperarse de
un pueblo cazador, criado en el ejercicio de las armas y
en medio de las selvas y de los torrentes.
Para haber tomado la resolución de abandonar su país
nativo llamado Aiiwqueínccan, situado, como el de los lol-
CAPÍTULO I . 71
lecas, en la región del Norte; pero cuyo punto fijo se ig ­
nora, los chichimecas tenían un motivo. El último rey de
Amaquemecan, consagrando amor igual á dos hijos respe­
tuosos que el cielo le había concedido, y no queriendo
herir la sensibilidad de ninguno de ellos manifestando
preferencia al otro, dejó una parte del reino, bajo el gobier­
no del que contaba menos edad, y el resto de la monarquía
encomendado á la dirección del primogénito.
Los dos príncipes, cuyos nombres eran Achcauhtli y.
Xololt, se manifestaron dispuestos á obsequiar gustosos la
disposición del rey su padre. Sin embargo, difícil era que
se conservase por mucho tiempo la armonía con que aso­
ciados entraron al principio á gobernar sus pueblos. La
débil condición humana es inclinada á no admitir en el
poder á otra entidad que ejerza igual poder á la que uno
ejerce, bien porque, inferior en inteligencia, sirva de ré­
mora á su marcha, bien porque, superior en dotes y talen­
to, pueda cautivar con su esplendente brillo á la sociedad
agradecida.
No existe dato ninguno que arguya que Xololt partici­
pase de esa rivalidad que generalmente se establece entre
gobernantes que ejercen idéntico poder; peroya reconociese
por causa la rivalidad, ó ya fuese motivada por el senti­
miento noble de mejorar el bien de sus gobernados, es lo
cierto que Xololt, resolvió abandonar el suelo de la patria,
y dirigirse, con sus vasallos, á otra región que les brindase
con el sustento y la abundancia de caza que las montañas
y los bosques de su país no tenían.
Cauto y previsor, envió á varias personas inteligentes,
antes de llevar á cabo la resolución, á que recorriesen las
72 HISTO RIA H E M É JICO .

tierras meridionales, examinasen las condiciones de ellas,


y le diesen una noticia exacta de las ventajas que presen­
taban para la vida.
Los exploradores desempeñaron la importante comisión
á satisfacción del rey, indicando el punto en que se podrían
echar, á juicio de ellos, los cimientos de una monarquía
feliz. Xololt, les escuchó con regocijo, y halagado cada vez
mas por la idea que había concebido, convocó á sus vasa­
llos, les comunicó su pensamiento, y les invitó á que le
siguiesen á países mas risueños, que brindaban un porve­
nir dichoso, abundante caía, y un clima benéfico y pri­
maveral.
Las lisonjeras esperanzas que, vestidas con el seductor
ropaje que les presta la fantasía, se presentaron fascinado­
ras á la mente del necesitado soñador; el atractivo que en­
cierra toda novedad halagadora envuelta en promesas de
ventura; y , sobre Lodo, el deseo de tener montes y bosques
abundantes donde entregarse al errante ejercicio de la
caza, fueron alicientes irresistibles para la mayor parle de
los súbditos que se ofrecieron gustosos á seguirle.
Contento de la buena disposición de sus vasallos, señaló
el dia en que se debía emprender la marcha, á fin de que
cada familia se abasteciese de lo necesario para el viaje.
Pocos eran los preparativos que tenia que hacer aquella
tribu ambulante, cuyos aduares se improvisaban, y cuyos
alimentos eran las yerbas, las aves y las fieras. Pronto
arreglaron sus familias, levantaron sus penates, y al llegar
el plazo fijado para la marcha, so presentaron al monarca,
dispuestos ó partir. El momento de emprender la peregri­
nación había llegado; y al brillar la luz de una apacible
CAPÍTULO I . 73
mañana, Xololt, después de haber ofrecido al sol las flo­
res y las yerbas que en su religión se juzgaban de mas
estima para la divinidad, emprendió su viaje, llevando á
su lado &su hijo el príncipe Nopaltzin, rodeado de la no­
bleza y seguido de casi Lodos sus vasallos que, armados
de arco y Hechas, formaban un ejército original y formi­
dable.
Siguiendo el rumbo indicado por los exploradores que
antes de emprender el viaje había mandado el rey, el ca­
mino que lomaron fué el mismo por donde habían pasado,
en tiempos anteriores, los toltecas.
Los chichimecas, seducidos por el delicioso clima á me­
dida que iban penetrando en el pintoresco suelo de Aná­
huac, se iban deteniendo en aquellos sorprendentes para­
jes en quo la naturaleza se ostentaba en toda su exuberan­
te esplendidez, y en que la abundancia de jugosas frutas
silvestres y de sabrosa caza, les brindaba numerosas pro­
visiones.
Así continuó la ambulante tribu su marcha, encontran­
do á su paso las solitarias ruinas de las poblaciones tolte­
cas, semiocullas entre la maleza y la yerba que habían
crecido al derredor de ellas. Aquellas venerandas ruinas,
eran el libro en que se leia, con caractéres inequívocos,
la grandeza de un pueblo que había desaparecido; pero
los chichimecas no experimentaron á su vista sensación
ninguna de profundo afecto, juzgando que sus antiguos
habitantes habrían marchado en busca de terrenos mas fe­
races, como ellos habían dejado sus patrios lares y sus ári­
das montañas con el mismo pensamiento.
El exámen, solo pertenece á los hombres cultos; y los
74 HISTORIA D E M ÉJICO .

chichimecas que se encontraban muy lejos aun de haber


llegado á la cultura que conduce á la observación, siguie­
ron indiferentes su marcha por entre restos de desiertas
poblaciones, entre las cuales so contaba Tula, á donde
llegaron á los diez y ocho meses de haber salido de su pa­
tria.
Nada quedaba en Tula que indicase haber sido la residen­
cia de los reyes de una nación importante. Los débiles edi­
ficios, pues solo en los templos se ostentaba la solidez,
incendiados unos por las desastrosas guerras civiles que
afligieron al pueblo lolleca en el reinado de su último mo­
narca, destruidos otros por la furia de los vencedores, y
aniquilados los restos que habían quedado en pié de las
aisladas paredes, solo presentaban fragmentos ennegreci­
dos, y montones de piedras y de tierra.
Los chichimecas solo se detuvieron en Tula el tiempo
preciso para descansar.
Después de algunos dias de reposo, continuaron su via­
je, llegando por senderos abundantes de caza, á Cempoala
y Tepepulco, punto distante cuarenta millas del notable
lugar en que, transcurridos los tiempos, se levantó gran­
diosa la ciudad do Méjico.
El rey Xololt acampó con toda su gente en aquellas cam­
piñas; y ávido de conocerlas condiciones del feraz suelo que
pisaba, para establecer, donde mas conveniente fuese, el
imperio, cuyos cimientos trataba de poner, envió á su hijo
primogénito Xopalteht, príncipe de relevantes dotes, á que
observase el país por diferentes rumbos.
El apuesto jó ven ATopaltein, tomando para que le siguie­
ra, la gente mas resuella y escogida, emprendió contento
CAPITULO I . 75
la expedición. A medida que iba avanzando en la dirección
que habia tomado, el aspecto del país se presentaba con
nuevos encantos y bellezas. De repente se detuvo, sorpren­
dido acaso ante el mas brillante panorama-que puede pre­
sentar la naturaleza á la vista impresionable del hombre.
El punto en que se habia detenido era una dominante al­
tura, desde donde se descubria el admirable conjunto del
grandioso valle de Méjico, formado, podría decirse, por
Dios, en la plenitud de sus bondades.
No nos ha trasmitido la historia la sensación que produjo
en el ánimo del príncipe NopaUdn, la vista de aquel sor­
prendente valle, que no se puede ver sin amar, y que se
llega á amar desde el instante mismo en que el viajero lo
mira. Pero grata y profunda debió ser sin duda la emoción
que embargó sus potencias, cuando admirado de lo que
veia, hizo alto para detenerse á contemplar la espléndida
vegetación que ostentaban los bosques y las campiñas,
ataviados con todo el lujo de la virgen naturaleza.
Auto los ojos tenia el explorador príncipe chichimeca ese
gran valle de Méjico, delicioso y ovalado oasis de diez y ocho
leguas de largo, doce do ancho, sesenta y siete de circun­
ferencia, y doscientas cuarenta y cinco leguas cuadradas
de superficie; eso delicioso valle con sus grandes lagos en
medio de las florestas esmaltadas de verdura y de llores;
circunvalado, por decirlo asi, de elevadas montañas, entre
las cuales descuellan como dos gigantes centinelas avanza­
dos, los majestuosos volcanes coronados de perpetuas nie­
ves, el Pujjocatepell, que significa monte que arroja hmo,
y el Iztladhmlt, ó mujer blanca; cuyas nevadas cabezas
se ocultan en el flotante pabellón del cielo que forma su
76 HISTO RIA DB M ÉJICO .

brillante aureola, que el sol salpica de variadas perlas. Ese


indescriptible valle que ocupa el centro mismo de la cor­
dillera del Anáhuac, con su naturaleza animada, brillante
y caprichosa; con su cielo despejado y puro; con sus poé­
ticas colinas como la encantadora de Chapultepec; con sus
colosales y majestuosas ahuclmetes; (1) y con ese magní­
fico conjunto, en fin, de variados contrastes, siempre ma­
ravillosos, que llega á formar un grandioso cuadro que hala­
ga siempre, y que jamás se borra de la mente cuando se
ha tenido la dicha de contemplarle alguna vez.
los ciiiciúmecns Contento el príncipe Nopalt:m de lo que sus
lomda” Ta]3|T°n °Í0S descubrían, recorrió afanoso las risueñas
de Méjico, orillas de los grandes lagos que fecundizan el
valle; admiró los feraces campos que se extendían por la
llanura como una rica alfombra do flores y de silvestres
frutas; examinó las elevadas montañas, y deteniéndose en
la cima de la mas pintoresca de ellas, volvió á tender la
vista por todo el hermoso paisaje que le rodeaba. Nopalkin,
satisfecho del brillante resultado de su expedición, tomó el
arco, y disparó cuatro flechas hácia los cuatro vientos car­
dinales. Aquella ceremonia indicaba que habia tomado po­
sesión, en nombre del rey y en pro del pueblo chichiraeca,
de toda la tierra que acababa de descubrir.
La descripción hecha por el príncipe al soberano del re­
sultado de su expedición, satisfizo cumplidamen te al segun­
do; y pronto, poniéndose á la cabeza de sus vasallos, se di'
rigió hácia el sitio ponderado por su hijo. Xololt, rodeado

;i) Arbol do notable belleza, machos do los cuales ostentan un tronco de 21


raras de circunferencia: pertenece d la familia de las coniferas y sijuiflea, tara.
•>’>■' d<• agua. de a!l. que quiere decir agua, y de hnrlm elt, tambor.
CAPÍTULO I . 77
de lo nobleza, fijaba la atención en las condiciones del ter­
reno de cada punto por donde pasaba, y llegó por fin, *
Teuaynca, punto que le pareció que reunia las cualidades
que anhelaba.
Eu este lugar, distante seis millas de Méjico, hácia el
norte, mandó hacer alto á toda su gente, contó el número
de sus vasallos, y fijó la residencia; quedándole á Tena-
yuca, dosde entonces, el nombre de Ncpahualco, que sig ­
nifica numeración, ó ritió de la cumia.
Aunque fué grande el número de chichimecas que re ­
sultó de la revista efectuada por el rey Xololt, estaba sin
embargo, m uy lejos de arrojar la enorme cifra de mas de
un millón que ha consignado Torquemada en su Monarquía
Indiana.
Basta detenerse á reflexionaa sobre el alimento que cada
hombre necesita para conservar en vigor sus fuerzas en
un largo y penoso viaje, para comprender que, un país
que aun no estaba cultivado, pudiese sustentar á mas de
un millón de personas que solo vivían de la caza y de las
frutas silvestres.
No me detendré á calcular el número que aproximada­
mente debió formar la falange que acompañó á Xololt al
abandonar su patria; pero cada lector consultando con su
recto criterio, podrá acercarse á la cifra real, partiendo del
punto de que el país por donde habían pasado, carecía
completamente de agricultura.
El monarca Xololt, que trataba de facilitar A su pueblo
los medios de que pudiese atender á las necesidades de la
vida, ordenó á numerosas familias, que se estableciesen en
’as tierras mas abundantes en caza y frutas que existían
78 HISTO RIA DE MÉJICO .

en los puntos comarcanos á Teuayuca, douue él estableció


su residencia.
La población, buscando las condiciones mas favorables,
se fué aglomerando insensiblemente háciu la parle del
poniente y del norte que presentaban mayores elementos de
bienestar; y esta aglomeración hizo que tomasen aquellas
tierras el nombre de CMchimecallalliesto es, tierra de
los chichimecas.
Pronto los nuevos habitantes fueron levantando frágiles
chozas, y formando numerosas, aunque corlas poblaciones.
El rey Xoloil, dotado de un carácter emprendedor y
activo, queriendo tener conocimiento del origen de algu­
nos rios que el principe Xopaltzm había visto al observar
el valle de Méjico, y de ios cuales le habia hablado con
entusiasmo, ordenó a uno de sus mas estimados capitanes,
llamado Ackitomall, que fuese inmediatamente á practicar
el reconocimiento mas escrupuloso. El entendido comisio­
nado, viéndose honrado con la confianza que el soberano
hacia de su saber, se dirigió Inicia los sitios convenientes.
A l acercarse á Chapultepec, que siguiíica cerro del chapu­
lín, (1) á Coyoliuacan y. á otros lugares, llamó su atención
el encontrar algunas chozas con personas de ambos sexos
que no pertenecían á su nación, y cultivados con esmere
algunos pedazos de terreno.
La agricultura era desconocida de los chichimecas; pero
el asombrado capitón que estaba dotado del suficiente cri­
terio natural para comprender que los hombres que habian
hecho productiva la tierra, se encontraban á mayor altura1

(1) Insecto, especie de langosta que en Castilla so llama sallon.


c a p ít u l o i . 79
de civilización que los que no saldan mas que hollarla y
destruirla, se formó un ventajoso concepto de aquel redu­
cido número de séres humanos que vivían en sociedad.
Achitomatl, inclinado en favor de ellos, se acercó, lle­
no de respeto y do consideración, á preguntarles por la na­
ción á que pertenecían, por la ciudad que ocupaba el so­
berano que les gobernaba, y por cuanto hacia relación á
la sociedad que formaban. Entonces supo, con asombro,
la formación, engrandecimiento y ruina del imperio tol-
teca, y que las contadas familias que tenia á la vista, eran
las únicas que se habían salvado de la desolación general.
Informado el monarca Xololt de la existencia de aque­
llos restos de una sociedad civilizada, ordenó que se les
guardasen las mas altas consideraciones. La habilidad, el ta­
lento y la cultura que los chichimecas encontraban en los
restos de los primeros habitantes del Anáhuac, les incli­
naba á verles con particular y distinguido aprecio. Esta
opinión ventajosa, fué bien pronto el aliciente mas pode­
roso que las familias toltecas podían atesorar para que tra­
tasen de enlazarse á ellas las de los nuevos moradores. Los
individuos mas distinguidos de la nobleza chichimeca, se
apresuraron á casarse con mujeres toltecas: y el mismo
principe Nopaltzin, heredero déla corona, se desposó con
la hermosa jóven Azcaxochitl, descendiente de Pochotl,
uno de los dos príncipes toltecas que sobrevivifiron :t la
ruina de su nación.
La conducta noble y generosa observada por los chichi-
mecas enalteciendo el saber y el talento de los laboriosos
toltecas, fué de provechosos resultados para unos y otros.
Reconociendo las ventajas de la agricultura y admirando
HISTO RIA D E M ÉJICO .

la maestría en las artes, ramos que proporcionaban á los


toltecas comodidades y abundancia de que ellos babian
carecido, se dedicaron al cultivo del maíz, del algodón, y
de otras plantas; aprendieron á fundir los metales, á la­
brar las piedras preciosas, á fabricar telas de algodón y
pronto mejorando de alimento, de traje, de habitaciones,
de costumbres y de condiciones higiénicas, fueron per­
diendo sus instintos salvajes y adquiriendo hábitos y gustos
mas apacibles y tranquilos.
El rey Xololt, dotado de cualidades relevantes y deci­
dido protector de todo lo que pudiera influir en el engran­
decimiento y bienestar de sus vasallos, dió impulso á las
nacientes artes y á la agricultura, ofreció premios á los
que presentasen alguna mejora en los ramos úliles, patro­
cinó las ciencias, y movida la máquina social por los po­
derosos agentes del premio y del estímulo, la nueva mo­
narquía llegó á presentar, trascurridos algunos años, el
estado mas lisonjero de prosperidad y de riqueza.
La fama del buen gobierno de Xololt, del benigno clima
en que había fundado su monarquía, de la riqueza del
suelo y de la abundancia y prosperidad en que vivían sus
vasallos, llegó bien pronto á noticia de otras tribus que,
como la de los chichimecas, vivían en el Norte errantes y
manteniéndose de las raíces de los montes y de la caza de
las selvas.
Ocho años solamente llevaba de haber establecido el rey
Xololt su gobierno en Tenayuca, cuando los jefes de siete
tribus que habitaban en uno de los países del Norte, deno­
minado Aztlan, que significa tierra de las garzas, patria
de los mejicanos, próximo al reino de Amaquemecau, dis­
CAPÍTULO I . 81
pusieron abandonar el suelo on que vivían y dirigirse al
naciente imperio chichimeca con objeto de pedir permiso
al soberano de él, para establecerse en las regiones de
Anáhuac.
Las siete expresadas tribus, que formaban parte de la
nación de los nalmatlacas, se pusieron en camino, sin
contar con mas recursos que con sus arcos y sus flechas
para proporcionarse el sustento con la caza de las fieras y
de las aves. Estas tribus, las componían los xochimilcos,
lostepanecas, los chalqueños, los colhuas, los tlahuicas, los
tlaxcaltecas y los aztecas ó mejicanos, debiendo estos últi­
mos dar su nombre, trascurrido el tiempo, á una de las
naciones mas ricas y poderosas del Nuevo-Mundo. El
idioma, las costumbres, las prácticas religiosas que se re­
ducían á la adoración del sol, guardaban notable semejan­
za con las de los chichimecas.
Los siete personajes se pusieron á la cabeza de sus res­
pectivas tribus; pero al llegar á Chicomoztoc, que signi­
fica lugar de las siete cuevas. Los aztecas ó mejicanos re­
solvieron quedarse en aquel sitio, separándose de sus
compañeros. Se ignora el motivo cierto que existió para
esta separación; pero se sospecha que reconoció por causa
algunas desavenencias suscitadas entre los jefes aztecas y
los del resto de la expedición.
Los mejicanos Tomada por los aztecas la resolución de
de lasotnwBeis Permaiiecer en Chicomoztoc, lugar distante
tribus. siete leguas de la actual ciudad de Zacatecas
hácia el Mediodía, continuaron las otras seis tribus su
viaje, aunque marchando¿á notables distancias una de otra.
Los seis personajes, á quienes reconocían como abso-
82 HISTORIA. D E M É JICO .

lulos jefes, fueron llegando al fio, aunque en diversas épo­


cas, á la cabeza de su errante gente, á la ciudad de Tena-
yuca, donde el benigno rey Xololl les recibió, á cada uno
do ellos, con las mas distinguidas muestras de aprecio. (1)
Escuchado por el atento soberano el objeto de su viaje,
que era establecerse en el país, acogió con benevolencia
el pensamiento, les señaló, á medida que fueron llegando,
escalentes tierras en que pudiesen vivir con abundancia,
les permitió que formasen poblaciones enteramente sepa­
radas de las de los chicliimecas, y llevó su generosidad
basta el grado de permitirles que eligiesen, de entre ellos
mismos, los gobernantes que juzgasen mas convenientes.
Sistema feudal ^1 convenio celebrado para aquellas conce-
establecido sioues íué propuesto por los mismos jefes de
tribus y el tas seis tribus, y aceptado por el monarca
monarca xoioti.-^0i0lj Consistía en reconocerse feudatarios
de la corona cliicbimeca, en auxiliarla cod sus personas,
bienes y vasallos cuando el monarca lo exigiese, guardar
inviolable fidelidad, y reconocer en el rey chichimeca
cierto supremo dominio.
Pactadas estas consideraciones feudales, las seis tribus,
aunque rcconocian un mismo origen, hablaban un idioma
y tcnian iguales costumbres, formaron diversas naciones
independientes, aunque feudatarias, como queda dicho, de
la corona chichimeca.
Los nombres con que las hemos presentado para distin­
guirlas, no eran los mismos que ellas trajeron al pisar el
suelo del Anáhuac, sino los que después tomaron de las
diversas ciudades que fundaron y en las cuales se estable­
cí Los nombres de los seis personajes eran Tecm tzhi, T zontekm yotl, Zoca -
HUchcochi. H vilh m tzU , Tepolzotecua, 6 I ltm ie m .
CAPÍTULO I . 83
cieron. Los xochimilcas tomaron este nombre de la hermo­
sa ciudad de Xochimilco, que edificaron en la orilla meri­
dional de la gran laguna de Chalco, y que significa campo
de las ¡lores: los chalqueños, de la ciudad que con la deno­
minación do Chalco levantaron sobre la orilla oriental de
la misma laguna: los tepanecas, de Tepan ó Tecpan, que
signiGca lugar pedregoso, donde estuvieron antes de fundar
Azcapozalco; los colhuas, de Colhuacan, monte corcovado;
los tlaxcaltecas, de Tlaxcala, que equivale á tierra de nía:.::
y los tlahuicas, do Tlahuican, donde se establecieron, y
quiere decir tierra de almagre.
Todas estas tribus, que estaban dotadas de ingenio y de
actividad, empezaron á cultivar con afan la tierra que
muy pronto correspondió, con abundantes frutos, al traba­
jo de sus cultivadores.
La tribu tepaneca, buscando aun mejores terrenos que
aquellos en que se habia situado, se trasladó á otro punto
mas fértil, y agricultora y guerrera á la vez, edificó la
ciudad de Azcapozaleo, que significa hormiguero, donde
fundó su monarquía.
xíutemoc, Los colhuas, contentos del lugar que h a-
l.w rey t ' ° 1
de Colhuacan. bian elegido, se apresuraron á levantar sólidos
edificios, y á sembrar el campo de excelentes y variadas se­
millas. Convencidos de que la suerte de los pueblos depende
generalmente de los hombres encargados del poder, eligie­
ron por monarca á un respetable anciano llamado Xiutemoc
ó Siultemol, miembro venerable que se habia quedado en­
cargado del gobierno de las pocas familias toltscas que
habian logrado salvarse de las destructoras plagas que
asolaron su país.
84 HISTO RIA D E M ÉJICO .

La tribu que so situó en punto menos productivo, fué


.la tlaxcalteca, antes de que edificase la ciudad á que mas
tarde le dió el nombre de Tlaxcala; tribu que se vi ó preci­
sada á vivir de la caza en medio de las otras mas felices,
y de la cual nos ocuparemos cuando lo exija la relación de
los hechos.
*% £ Pocos años después, y alraidos igualmente
acoihuas. por .la fama que había alcanzado el rico país
de Anáhuac, llegaron otros tres príncipes, al frente de un
numeroso ejército de la nación Acolhua, una de las mas
civilizadas que se conocían en la América, distinta ente­
ramente de la Colima, de que hace un instante me ocupé,
y que muchos historiadores la confunden con aquella. La
numerosa tribu acolhua, así como las otras que le habían
precedido, había salido de la región del Norte, próxima al
reino de Amaquemecan.
En el Anáhuac, lo mismo que en el siglo Y aconteció
en Europa, las naciones guerreros habían marchado de
los países del Norte; pero en aquel bello país de la Amé­
rica, todos los pueblos dejaron á su paso la huella de su
civilización y de su cultura, on tanto que los pueblos que
inundaron la Europa, no dejaron en su destructor tránsi­
to, mas que la señal profunda de su barbarie.
La llegada de los acolhuas al territorio de Anáhuac,
presentándose en la forma de un ejército formidable, alar­
mó á los chichimecas. Temieron que aquel número cre­
cido de gente desconocida, que se aproximaba con sus ar­
mas y sus jefes, tratase de enseñorearse, con el tiempo, de
la tierra que ellos poseían, y suplicaron al rey que no per­
mitiese entrar á los desconocidos extranjeros en su lerrito-
CAPÍTULO I . 85
rio, hasta no estar convencido de que sus miras no eran
siniestras, sino pacíficas.
Xolotl habia mudado de residencia. La ciudad de Tex-
coco, situada en la orilla oriental de la ancha laguna del
mismo nombre, le pareció mas ventajosamente colocada
que la de Tenayuca para establecer la corte. Con efecto,
Texcoco era una población risueña, bañada por un lado
por las fecundantes aguas del majestuoso lago que la pro­
veía de abundante pesca, y enriquecida por los otros, por
fértiles campiñas, espesos bosques y deliciosos verjeles que
embalsamaban la atmósfera y daban vigor al comercio.
Los loltecas, cautivados de la ventajosa posición que ocu­
paba aquel pintoresco sitio, fueron los que fundaron, en
sus tiempos de ventura, aquella ciudad, con el nombre de
Catenihco. Los chichimecas, no menos admirados del in­
teresante paisaje que rodeaba á la población como del cli­
ma primaveral que disfrutaba, se detuvieren mas tarde en
él, dándole el nombre de Texcoco, que significa lugar de
detención.
Trasladada la corle del rey Xolotl de Tenayuca á Tex­
coco, y sabedor de los temores que abrigaba su pueblo
por la llegada al país de los tres principes acolhuas, pro­
metió á sus vasallos no obrar sino como correspondia ü la
dignidad y dicha de la patria.
No abrigaban los distinguidos jefes de la tribu acolhua
sentimiento ninguno de ambición bastarda que envol­
viese una amenaza á la independencia y felicidad de
los chichimecas. Nobles eran los fines que habian alen­
tado al emprender aquella penosa peregrinación, y no­
bles eran también los que abrigaban al llegar al flore-
HISTO RIA DB M ÉJICO .

cíente reino, asentado en la región mas dulce de la América.


Los tres príncipes acolliuas, no desmintiendo en sus-
actos la noble sangre de la casa de Citin á que pertene­
cían, recomendaron á su numerosa tribu la moderación y
la templanza; le ordenaron que hiciese alto en los confines
del reino chichimeca; y adelantándose ellos hasta la capi­
tal, solicitaron respetuosamente una audiencia del sobe­
rano.
Los términos en que estuvo concebida la solicitud, dis­
puso el ánimo del bondadoso rey Xololl en favor de los
gallardos príncipes acolhuas, que pocas horas después fue­
ron admitidos en su presencia. (1)
Los solicitantes jefes, al presentarse en la estancia del
soberano, se inclinaron profundamente; tocaron el suelo
con la mano, besándola en seguida, como señal de respeto
y de lealtad, y tomando luego la palabra uno de ellos en
nombre de todos, manifestó en un lacónico discurso, el
objeto de aquella visita.
E n la breve, pero expresiva alocución que pronunció,
dijo que habian llegado del reino de Teoacolhuacaa, poco
distante de la patria misma de Xolotl; que los tres eran
hermanos, hijos de un poderoso rey; pero que sabedores
de la felicidad de que gozaban los chichimecas bajo el go­
bierno paternal del mas benigno de los soberanos, habían
preferido á las ventajas que les ofrecia su patria, la gloria
de ser vasallos suyos: que, eu consecuencia, lo rogaban
que les concediese un sitio donde vivir en la venturosa na-1

(1) El nombre de estos principes era Acolhuatzío, Chiconcuaulitli y Tzonte-


comatl.
CAPITULO I . 87
oion que gobernaba, declarándose sus mas adictos y leales
súbditos.
NLolotl quedó altamente complacido de las frases pro­
nunciadas por el apuesto príncipe, pues ellas le afirmaban
en el concepto de que sus pueblos se hallaban felizmente
regidos. Satisfecha su alma, mas que halagada su vanidad,
se manifestó agradecido á la generosa oferta de los gallar­
dos príncipes; les dijo que su mayor dicha seria obsequiar
cumplidamente el deseo per ellos manifestado: pero que
mientras deliberaba con los principales del reino, respecto
del modo de verificarlo, les suplicaba siguiesen á su hijo
Nopallzin á un edificio en que habia mandado disponer
un alojamiento que correspondiera en todo al ilustre naci­
miento de ellos.
Los príncipes hicieron una inclinación de cabeza, y
acompañados del jóven Nopaltzin, digno vastago del be­
nigno monarca, salieron de la morada real, fluctuando en­
tre la duda y la esperanza.
El rey Nolotl, interesado por los nobles extranjeros, y
abrigando la convicción de que la inmigración de gentes
cultas forma la grandeza de los pueblos, convocó á las per­
sonas mas caracterizadas dol reino, con el fin de que ex­
pusieran libremente su opinión. E l monarca expuso sen­
cillamente las aceptables proposiciones de los magnates
acolhuas, que no titubeó en manifestar que las juzgaba
convenientes para el bien de la patria.
Los brillantes resultados producidos por la distinción
con que los chicliimccas habian tratado á los toltecas:
aquella fusión del pueblo inculto y guerrero, con los res­
tos del pueblo tolteca agrícola, industrioso y culto, compa-
83 H ISTORIA DB M ÉJICO .

rativameute, produjo benéficos frutos á la sociedad que se


transformó do vagabunda cazadora, en agricultora y arte-
sana. Los consejeros del monarca, percibían en aquellos
momentos, el ruido productor del martillo del platero, sen-
lian llegar hasta la estancia que ocupaban, el aura embal­
samada de las cultivadas campiñas; y no olvidando que de
los beneficios de la industria, de la agricultura y de las
artes que disfrutaban, eran deudores á los lollecas, á los
hijos de otra nación extraña, opinaron unánimemente por­
que se admitiese on el país á los nuevos extranjeros.
Contento el rey Xolotl del resultado de la consulta, co­
municó á los ilustres príncipes la resolución del Consejo.
Luego, dejándose llevar de los elevados sentimientos de su
corazón, les manifestó que no solo estaba dispuesto á dar­
les estados en su mismo reino, sino también á unir al ma­
yor y al mediano con dos hijas que tenia. «Siento—aña­
dió—no tener otra, á fin de que ninguno de los tres que­
dase excluido de la nueva alianza.»
Los príncipes expresaron su profundo reconocimiento
con los frases mas expresivas, y el pueblo esperó el dia de
las bodas con las mas señaladas manifestaciones de impa­
ciencia.
Queriendo el rey Xolotl que sus hijas se presentasen el
dia de la unión adornadas de las preciosas alhajas, que
entonces era uno de los distintivos de las personas de ele­
vado nacimiento, encargó á los joyeros toltecas y chichi-
mecas que se esmerasen en hacerlas do las mas delicadas
formas. Los chichimecas, que se habían hecho artífices no­
tables bajo la dirección de los toltecas, presentaron alhajas
de primorosa hechura que podían competir con las de sus
CAPÍTULO I . 89
mismos maestros, quienes, á su vez, dejaron ver en las
que salieron de sus manos, que no habían desmerecido de
la fama que se habían conquistado.
El dia de las bodas llegó por fin, y la ciudad de Tena-
yuca, destinada para celebrar el enlace y las fiestas, se
llenó literalmente de personas de todos sexos y edades,
atraídas por la curiosidad y por el cariño que abrigaban
hacia las hijas de su soberano.
Casamiento «le mayor de los príncipes, llamado Acol­
los principes huatzin, ióven de arrogante presencia v de
acolliuas , T . L , ,
con las í.ijas del bondadosa fisonomía, recibió por dulce com-
rey Xoioti. pa^ era ¿ ]a hermosa Cuetlaxochill, que era
la mayor de las dos princesas, aunque igual en belleza y
atractivos á su linda hermana Cihuaxochitl, que se unió
al segundo de los príncipes llamado Chiconcuauhtli.
El menor de los príncipes, en quien concurrían cuali­
dades no inferiores á las que atesoraban sus dos hermanos,
se unió, con beneplácito del rey, con una joven de singu­
lar belleza llamada Coalell, hija de una noble familia de
Chalco, en la cual se había mezclado ya la sangre tolteca
con la chichimeca.
Los regocijos públicos celebrados con motivo de esos
enlaces que merecieron toda la aprobación del pueblo, du­
raron sesenta dias. En ellos hubo luchas, juegos gimnás­
ticos, combates de fieras, tiro de flecha, saltos, carreras, y
cuantos juegos y ejercicios estaban en relación con el ca­
rácter, costumbres y gusto de la nación chichimeca, so­
bresaliendo por su valor y destreza, el príncipe Nopallzin,
heredero de la corona.
El ejemplo de la familia real encontró bien pronto n u ­
00 H ISTORIA D E M É JIC O ,

merosos imitadores en la nobleza. Los enlaces entre las


personas de ambas naciones se fueron repitiendo con fre­
cuencia; y el pueblo chichimeca, como todos los pueblos
que viven con otro mas inteligente y culto, llegó á identi­
ficarse con los acolliuas, se apropió sus creencias, sus
hábitos, sus costumbres, todo, en fin, lo que constituía la
manera de ser de sus ilustrados huéspedes, y llegó á hacer
del nombre acolhua un significado de honra, como se h a-
Fusion de la hia ’Decho del nombre lolteca. Esta adhesión
nación . .
chichimeca y produjo un resultado singular. Los clnchime-
aCeTnombre dcd<>casJ fIue ^ i a n empezado por favorecer á sus
esu» última, huéspedes, se unieron después á ellos: y ha­
biendo resultado, de los continuos casamientos, la unión
de ambas naciones hasta formar las dos una sola, el nom­
bre que aceptaron para denominarla, fué el de Acolhua,
como el mas digno y noble: y el reino se denominó Acol-
¡macan.
No pnede presentarse un ejemplo mas palpitante de la
influencia que ejerce la cultura sobre los pueblos. Dos
naciones, mas fuerte en armas la una que la otra, pero
mas adelantada en civilización ésta que aquella, se unon,
se amalgaman, se funden en una sola, y al operarse esa
fusión admirable, se sobrepone la luz de la inteligencia; y
la parte menos culta, pero bastante para comprender la
belleza de la luz, acepta el nombre de la mas inteligente
como un timbre que le honra.
Pero no todos los chichimecas quisieron admitir la de­
nominación que se acababa de dar á la nación. Los que
jamás quisieron dedicarse ú los trabajos agrícolas ni á las
artes; los que prefiriendo la vida sin trabas del salvaje,
;a p í t ü l o i . 91
habiau coatiauado sustentándose délas fratás silvestres y
de la caza; los que estimando mas las fatigas de esta que
la quietud de los talleres, no habían podido fundirse en el
molde ajustado del Orden y de los reglamentos, esos con­
servaron el nombre de chichimecas; y no queriendo some­
terse á la pauta de la subordinación, se marcharon á los
montes que se hallan al Norte del valle de Méjico, donde
haciendo la vida nómada, no teniendo ni jefes, ni leyes,
ni domicilio lijo, corrían por las selvas en pos de las bes­
tias salvajes con el arco en la mano izquierda, la flecha
en la derecha, y el carcaj provisto de saetas, sobre el hom­
bro. Estos bárbaros, que tenían los monLes por morada, por
lecho el suelo donde les sorprendía la noche, por traje la
desnudez casi completa, y por refugio en las tempestades
las cavernas y las aisladas chozas, llegaron á mezclarse
con los olomiles, tribu salvaje que había llegado también
al Anáhuac, y que seguía el mismo sistema do vida. Los
chichimecas y los otomites, tomando los valles y los mon­
tes que mas abundante caza ofrecían para atender á las
necesidades de la vida errante que tenían, ocuparon una
porción de terreno de cerca cuatrocientas millas de exten­
sión, que conservaron sus descendientes por algún tiempo,
aun después de la conquista de Méjico por los españoles.
Terminadas las fiestas celebradas en Tenayuca, en m a­
nifestación de placer por la unión de las hijas del rey
Xolotl, con los príncipes acolhuas, dividió el soberano el
ei rey xoioti, reiQ0 en diversos estados que los repartió entre
divide ei sus yernos y entre los mas distinguidos hom-
tres principes bres que formaban la nobleza de las dos
acoihunF. ac io n es, fundidas en aquellos instantes en
92 HISTORIA D E M É JIC O .

una sola. Al príncipe Acolhuatzin le dió las tierras de Az-


capozalco, al fallecimiento del señor que las gobernaba: el
gobierno del Estado de Xacollan lo confirió al jóvcn Chi-
conouauhtli, y el de Coallichan, al entendido Tzontecomatl.
Llevadas á cabo estas disposiciones que juzgó convenien­
tes para la prosperidad de sus vasallos, concibió el pensa­
miento de instituir una orden militar que formase la co­
lumna y el sostén do la defensa nacional en el caso de que
alguna otra nación que llegase, como ellos habían llegado,
en busca de feraces terrenos, intentase hacerse SGñora del
E! rey \oioti País en estaba asentado su imporio. Con-
instituye vencido por la nobleza, con quien habia con-
la Orden militar A .
de los sultado, de que el pensamiento era altamente
Tecuiiis. feliz, el rey Xolotl se apresuró á realizarlo; y
con gusto del país entero, instituyó la órden militar de
los Tecullis 6 esforzados guerreros.
Xo menos amante de su religión que del lustre de las
armas, procuró que en todas las ciudades se levantasen
obras á la divinidad que adoraban, y por mandato especial
suyo, se construyó en Texcoco un magnífico templo al sol,
que excedió en belleza á cuantos hasta entonces se habian
edificado en su reinado.
A la sombra del buen gobierno y de la protección á la
agricultura, á las arles y á las ciencias, la población chi-
chimeca-acolhua, permítaseme denominarla así por la fu­
sión que se operó entre ellas, fué creciendo notablemente
y ensanchando sus fronteras.
Con rapidez maravillosa crecieron, á la vez, las demás
tribus que vimos preceder á la de los acolhuas; y pronto
el extenso valle de Méjico se vió vestido de la vistosa y
CAPÍTULO 1. 93
«legante planta del maíz, del cándido algodón y de las
mas delicadas hortalizas. Al mismo tiempo que Azcapo-
2alco, industriosa ciudad de los tepanecas, dejaba presen­
tir ol poder que mas tarde ostentó sobre los demás pueblos,
se veian brillar, con nuevos encantos, junto «i la orilla de
los tranquilos lagos, las graciosas poblaciones de Chalco,
de Xochiinilco, de Colhuacan y de otras cien no menos
pintorescas que ostentaban las brillantes galas do la in­
dustria y del trabajo.
A la vista de esas poéticos ciudades, levantadas por la
industria de laboriosas tribus, junto á las benéficas ondas
de 1as apacibles lagunas, buscó el hombre una eufónica
palabra que expresase la situación topográfica de los pue­
blos á la orilla de los lagos; y entonces le dió. al conjunto
de esos sitios, la denominación de Anáhuac, que, corno al
principio dijo, significa junto al ayua.
Admitida y aceptada por todos la significativa voz, que
mas tarde se hizo extensiva al país entero, se aplicó el
nombre de anahvAtlaca ó nahiatlaca á todas las naciones
cultas que ocuparon las orillas de la laguna de Méjico.
La nación cclhua, dotada, por la cultura de sus hijos,
do los elementos mas grandes de prosperidad, llegó á un
bienestar notable. Su rey Xololl, se complacia en observar
la marcha progresiva de su pueblo que le bondecia y ama­
ba. Pero rara vez le es dado al soberano, por excelente que
sea, no tener enemigos entre los mismos á quienes mas ha
colmado tal vez de particulares favores.
Si cierto es que la cultura de los pueblos babia ido to­
mando creces de dia en dia, también lo es que con ella
fueron despertándose ambiciones hasta entonces descono­
94 H ISTORIA D E M ÉJICO .

cidas. La ingratitud y la ambición de uno de los nobles,


mas poderosos, llamado Yacanes, fueron las primeras que
llegaron á interrumpir la armonía del Estado, y á dejar
escuchar ol ruido de las armas donde basta aquel momento
solo se habla oido el do los instrumentos de labranza y de
las artes. Yacanes, pretextando motivos justos, quo nunca
faltan al ambicioso, se sublevó, poniéndose al frente de un
crecido número de gente, contra su rey; pero derrotado pol­
las tropas de éste mandadas por ol príucipe heredero de la
corona, Nopallzin, se vio precisado á huir, refugiándose
en la provincia de Pánuco.
Aun no acababa la corte de felicitar al rey por el térmi­
no feliz de la sublevación de Yacanex, cuando recibió la
noticia de quo el rey de los colhuas, tributario suyo, se
negaba á pagar la parle que le correspondía.
Era entonces monarca de los colhuas, Nauhyoll, quien,
por muerte de su anciano padre Xiulemoc, habiu heredado
la corona de Colhuacan. E l rey chichimeca Xololl, indig­
nado por la ingratitud do los colhuas, no menos que celoso
de la dignidad real, envió á su hijo Nopallzin, al frente
de un fuerte ejército, á que redujese al órden al tributario
monarca do Colhuacan. Los dos ejércitos se encontraron
bien pronto y se lanzaron al combate. La batalla fué san­
grienta, pero favorable para Nopaltzin. El rey de los col­
huas, -Yauht/olL quedó muerto en el campo de batalla, y
Xolotl, después de entrar triunfante en Colhuacan, hizo
que so reconociese por rey á Achilomell, hijo del príncipe
JPoxotl, último monarca legítimo de los toltecas.
E l triunfo alcanzado sobre los rebeldes, así como el des­
cubrimiento de algunas conjuraciones fraguadas en las
CAPÍTULO I . 95
grandes poblaciones y sofocadas instantáneamente, fueron
vistas con satisfacción por los individuos honrados y pa­
cíficos.
Sin embargo, no por esto, cesaron la ambición ni las
aspiraciones de otros. Las conspiraciones seguían fraguán­
dose en secreto; y el reyXolotl, que siempre había gober­
nado con benignidad y dulzura, se vió precisado, en los
últimos años de su reinado, á usar de rigor con ios rebeldes,
ya privándoles de sus empleos, ya desterrándoles, y ya
condenándoles á la pena de muerte, según el grado de
culpabilidad que existia en los enemigos del órden.
líl justo rigor del soberano, no dió por resultado la con­
clusión de las revoluciones, sino el hacer mas cautos á los
conspiradores, que desde entonces esperaron un momento
oportuno para desliacorsc del monarca.
No tardó en presentarse una oportunidad favorable.
121 rey habia manifestado el deseo de que se aumentasen
las aguas de uno de sus jardines, donde tenia costumbre de
pasar algunas horas de recreo y en que, después de haber
hecho algún ejercicio, ordenaba que le dejasen solo para
entregarse al sueño.
Los enemigos del monarca que teuian noticia de esa
costumbre y sabían el deseo por el manifestado, concibie­
ron la manera de hacerle perecer, sin riesgo de infundir
sospechas ni ser descubiertos. Atravesaba la ciudad un ria­
chuelo, y los rebeldes, poniendo un dique á éste, cons­
truyeron una zanja por donde fuese el agua á los jardines.
Dispuesto cuanto era necesario para realizar el plan, es­
peraron el momento en que el soberano solia dormir á la
sombra de unos frondosos árboles que ocupaban la parle
96 HISTO RIA D E M ÉJICO .

la ja del jardín. Llegado el instante, los conjurados, levan­


tando el dique de la zanja, dejaron correr de un golpe to­
da el agua que, con fuerza impetuosa, entró en el jardín.
Los autores de aquel hecho se lisonjeaban de que nadie
podría ni aun sospechar de su delito, no dudando que
la muerte del rey se atribuiría á imprevisión ó descuido
involuntario de sus leales vasallos que trataron de ser­
virle, y de manera ninguna á plan concebido para ma­
tarle. Pero el intento criminal de los rebeldes no se reali­
zó. El rey tuvo aviso secreto de la conspiración, y quiso
convencerse de ella, asistiendo al sitio da costumbre, sin
comunicar á nadie, ni aun á los que le rodeaban, el pro­
yecto de los rebeldes. Para no alterar en nada la costum­
bre establecida y no inspirar desconfianza ninguna á los
conjurados, despidió á los nobles que le acompañaban, y
quedó solo en el jardín. Los rebeldes esperaron á soltar el
agua hasta que calcularon que el rey se habría dormido; pe­
ro éste, lejos de permanecer en la parte baja, se subió á un
punto elevado del jardín para presenciar la anegación.
Pronto se empezó á verificar esta, dejando manifiesta la
traición. Sin embargo, el monarca continuó disimulando
para burlarse mas de sus enemigos; y cuando á la noticia
de la inundación, acudieron los grandes temiendo una des­
gracia, encontraron al soberano contemplando con calma
el espectáculo de la anegación. «Tranquilizaos—dijo el mo­
narca al ver llegar sobresaltados á sus cortesanos.— Nada
me ha sucedido. La escena que acabo de presenciar, lejos
de entristecerme, me llena de verdadera satisfacción. Yo
— añadió sonriendo—abrigaba la creencia de que mis va­
sallos me amaban ; y ahora me persuado de que me aman
CAPÍTULO I . 97
mucho mas de lo que yo me imaginaba. Había manifesta­
do deseos de que se aumentase el agua de mis jardines, y
ved como mis vasallos, obsequiando mi anhelo, me la han
traido sin gasto ninguno de mi parle.»
Al siguiente dia mandó que se celebrasen grandes rego­
cijos en la corte; y cuando las fiestas terminaron, se tras­
ladó á Tenayuca henchido el corazón de pena á la vez que
de indignación, resuelto á castigar severamente á los con­
jurados.
El rey sintió profundamente ver que existían súbditos
ingratos, que correspondían á su bondad y á los esfuerzos
constantes que habia hecho por la felicidad de sus pueblos,
con disposiciones de muerte. Triste y lleno de pesar, quiso
dejar por algunos dias su residencia de Texcoco, y se mar­
chó á Tenayuca, sitio que encerraba para él, los gratos
recuerdos de los años mas tranquilos de su reinado.
Hondamente afectado aun por los últimos acontecimientos
sediciosos, se propuso castigar severamente á los conspira­
dores que habian tratado de quitarle la vida; pero habiendo
enfermado á los pocos dias de haber marchado á Tenayuca,
no se procedió á dar paso ninguno contra los culpables.
XoloÜ, aunque habia sido un hombre de naturaleza ro­
busta y fuerte, se encontraba ya en una edad muy avan­
zada en que el peso de los años agobia y abruma. Falto
de vigor para resistir la enfermedad, conoció que iba á
morir, y quiso antes de espirar, despedirse de sus hijos,
y recomendarles que velasen por el bien de sus vasallos.
Acudieron inmediatamente á obsequiar su deseo, su hijo
Nopaltzin, heredero de la corona, sus dos hijas y su yerno
Acolhuatzin, único príncipe acolhua que aun vivia. Al
98 H ISTO RIA D E M É JIC O .

verles reunidos, Xolotl les estrechó con efusión de cariño


paternal la mano.
Las primeras palabras que pronunciaron sus labios,
fueron de amor y de ternura: luego pasando al serio asunto
del gobierno, les recomendó que guardasen entre sí la mas
perfecta armonía; que nunca rompiesen el lazo de paz que
les unia; que procurasen el adelanto de la patria; que pro­
tegiesen á la nobleza, y que tratasen con benignidad pa­
ternal á los pueblos.
Muere®)rey p oco después, el anciano monarca Xolotl,
Xolotl; r .. ’
sus exequias. rodeado de sus hijos y de la nobleza, dejó de
existir á los cuarenta años de un reinado próspero y feliz.
Xolotl, que significa ojo, fué verdaderamente el ojo vi­
gilante, pues siempre veló por el bien de sus vasallos.
La noticia de la muerte del soberano se esparció inme­
diatamente por toda la nación, y se dió noticia especial de
ella á todos los magnates, con el objeto de que concurriesen
á sus exequias.
El cadáver del monarca, después de haber sido adornado
con alhajas de oro y plata, imitando figuras caprichosas,
fué colocado en una silla de goma copal y de otras sustan­
cias aromáticas de que abunda el valle de Méjico. Cinco
dias estuvo de aquella manera, para dar tiempo á que lle­
gasen los personajes á quienes se habia convocado. Reuni­
dos todos, así como la nobleza, los guerreros principales
y un considerable número de gente del pueblo, el cadáver
fué quemado, según costumbre de los chichimecas, y las
cenizas colocadas en una urna de esmeraldas, cubierta con
una lámina de oro, que estuvo expuesta por cuarenta
dias en una sala del palacio real. La nobleza y las autori­
CAPÍTULO I . 99
dades del reino, así como los principales magnates, asis­
tieron diariamente al sitio en que se había colocado la
urna, para tributar el debido homenaje al monarca feneci­
do, y trascurridos los cuarenta dias, la urna fué llevada
á una gruta situada en las cercanías de la ciudad,
sube ai trono La exaltación de Nopaltzin al trono, se ce-
NopiütónTA-ey^10» terminadas las exequias de su padre,
cbichimeca. con esplendentes fiestas de regocijo, que dura­
ron cuarenta dias. La nobleza, los grandes y todas las
clases distinguidas de la sociedad que habían acudido á los
funerales del difunto Xolotl, se quedaron en Tenayuca,
para asistir á la coronación del nuevo soberano, digno
sucesor del que le había precedido.
Nopaltzin era entonces un hombre de buena edad: esta­
ba casado con una mujer que descendía de los reyes tolte-
cas, llamada Azcaxochitl, y tenia tres hijos, cuyos nom­
bres eran Tlotzin, Cuauhlequihua y Apopozoc, todos de
edad suficiente para dirigir un reino.
Los magnates que se hallaron presentes á la coronación,
se manifestaron sinceramente adictos al hombre que acaba­
ba de empuñar las riendas del gobierno; y al despedirse de
él, para volver á los distintos puntos del reino en que vi­
vían, tomó uno la palabra, en nombre de todos, y en un
breve, pero sentido discurso, hizo las mas firmes protextas
de obediencia, respeto y fidelidad hacia el hombre que
acababa de sentarse en el trono.
Nopaltzin, contestó en los términos mas lisonjeros, ase­
gurando que no descuidada, ni por un solo momento, nada
de lo que pudiese conducir al país á su elevación y ventu­
ra; y la nobleza, después de haberle escuchado con marca­
100 H ISTORIA D E M ÉJICO .

das señales de aprobación, se retiró de la presencia del


monarca.
Nopaltzin permaneció por espacio de un año en Tena-
yuca, arreglando los negocios del Estado que kabia perdido
mucho de su tranquilidad antigua. Las bastardas pasiones
y la ambición de mando, habían germinado en Ja clase
influyente con el pueblo, y la tranquilidad y el órden se
hallaban seriamente amenazados. Existía en esos momen­
tos la paz; pero esa paz se parecía á la calma aparente del
océano, pronto á levantar sus impetuosas olas al primer
soplo del inconstante viento.
El ver xop&itzin Cauto y prudente como el esperto marino
que ordena al piloto y á la oficialidad la vigi-
¿ gobernar un lancia sobre el buen estado del buque en tiom-
Estado. p Q s e re a o > p a r a evitar que la tormenta le es­

trelle si llega ú estallar, dispuso que su hijo primogénito


Tlotzin, príncipe de bellas esperanzas, tuviese á su cargo
el gobierno de Texcoco, y á los otros dos les confirió la
administración de los Estados de Zacatlan y de Tenamitic.
De esta manera, á la vez que velaban por la seguridad
presente, se adiestraban en la difícil ciencia de gobernar
á los pueblos en el futuro.
El rey, notando síntomas de ambición en algunos mag­
nates que residían en Tenayuca, permaneció un año en
osla ciudad con su hermana la princesa Cihuaxockitl, viu­
da del príncipe Chiconcuauklli, con el objeto de calmar
las pasiones y de poner en buena marcha los negocios del
Estado. Su don de gobierno, su prudencia y su tino, lo­
graron que se cambiasen en adictos, muchos de los que se
habían manifestado descontentos; pero otros continuaron
CAPÍTULO I . 101

conspirando, y Nopaltzin se vió precisado á castigarles


severamente. Sin embargo, aunque reprimidas las conspi­
raciones, no se establecía por completo la tranquilidad; y
el soberano, deseando el acierto en las resoluciones, marchó
ó Texcoce, con el fin de consultar con su hijo Tloízín, los
medies que se debían adoptar, para que la paz imperase.
En una de las conferencias á que asistieron los grandes
y la nobleza, Nopaltzin, hondamente conmovido, expresó
con acento triste, el pesar que le abrumaba de ver á sus
pueblos inclinados á la rebelión: y al salir con ellos y su
hijo á los jardines para gozar de los encantos de la natura­
leza, el recuerdo del pasado hizo asomar á sus ojos el llan­
to. Pero aquel llanto, no era el llanto de la pusilanimidad;
•ira el llanto del sentimiento que embarga el corazón de un
padre amoroso, cuando ve que sus hijos le pagan con in­
gratitud y desprecios, su cariño y su ternura. Aquellos
jardines despertaron en su memoria el recuerdo del difunto
rey su padre, ardientemente amado do sus vasallos al prin­
cipio de su reinado, y blanco daspues, de los odios de algu­
nos ingratos: comparó, al contemplar cuanto le rodeaba, la
obediencia y cariño de los súbditos de entonces, con la re­
beldía quo se notaba en los actuales; sintió verse obligado á
castigar como á enemigos, á los vasallos conspiradores que
hubiera querido tener motivo para ensalzar; y sensible al
triste resultado de aquellas comparaciones, comunicó á los
que le rodeaban, los sentimientos que embargaban su alma.
Luego dirigiéndose á su hijo, y estrechando cariñosamente
su mano entre las suyas, le dijo, que tuviese constante­
mente ante los ojos la imagen de su bondadoso abuelo; que
imitase los ejemplos de virtud, de prudencia y de justicia
102 HISTORIA. D E M ÉJICO.

que les liabia legado como el tesoro de mas precio para el


gobernante, y que fortaleciese su corazón con todas las
prendas que son necesarias al hombre á quien están enco­
mendados los intereses y la prosperidad de la patria.
Poco tiempo permaneció el rey Nopallzin en Texcoco.
Los negocios del Estado reclamaban su presencia en Te-
nayuca, donde tenia la corte, y se trasladó á esta última,
después de haber tratado cou su hijo de los puntos mas
delicados del gobierno.
ís is . Seis años llevaba de regir Nopallzin los
Los mejicanos destinos de su reino, cuando los mejicanos
llegan ¿l 7 . J
zumpango: ei que se habian detenido en Chicomoxtoc, como
manda°quesei¿squeda consignado en páginas anteriores, lle-
, trate bien, garon á Tsomjmnco (Zumpango), ciudad con­
siderable del valle de Méjico, donde fueron recibidos con
pruebas de aprecio, por Tochpaoecatl, señor de aquel
punto.
El rey Nopaltzin, dispuso que se les guardase todas las
consideraciones que merecen los que por medio de su tra­
bajo tratan de sustentarse y prosperar; y los mejicanos
se manifestaron agradecidos á la hospitalidad que reci­
bieron.
Pero si era hospitalario y bondadoso con los que busca­
ban en la senda del bien su adelanto, no por esto descui­
daba la vigilancia sobre los malos, y anticipaba los reme­
dios.
Uno de los poderosos que solapadamente habia trabajado
por indisponer el ánimo de los pueblos contra el rey, fue
ChalcMuhcua, señor de Tepotzotlan. que gobernaba en
aquellos momentos á los tepanecas, una de las seis tribus
CAPÍTULO I . 103
que, coa beneplácito de Xolotl, se había establecido, como
tenemos dicho, en aquel sitio.
bi principe El soberano chichimeca, juzgando conve-
Acoihuatzin, n i e n te Ja prudencia, aparentó tener en su
Azcapozaico, se lealtad la mas completa confianza mientras las
S r circunstancias eran desfavorables; pero cuan-
Tepotzotian. ¿0 jos «horizontes de la situación se presenta­
ron despojados de los negros nubarrones de que había
estado cargada, ordenó á su cuñado Acolhuatzin, que en­
sanchase los límites del Estado de Azcapozalco que le es­
taba conferido, apoderándose del departamento de Tepot-
zotlan. Chalchiuhcua, armó su gente, como señor feudal,
para oponerse al despojo; pero fué vencido, y su Estado se
agregó al de Azcapozalco.
Apenas había cesado el ruido de las armas entre los dos
pueblos indicados, cuando retumbó con mas fuerza, aunque
por causas de diferente especie, en otros Estados que for­
maban parte do la nación.
Dos magnates que gobernaban distintos Estados, solici­
taron la mano de la hermosa jóven Atotoztli, sobrina de la
reina. Uno de los pretendientes era Huetzin, señor de
Coatlichan, hijo del difunto príncipe Tzonlecomall, que
formó parte de los tres magnates acolhuas á quienes el rey
chichimeca Xolotl, casó con sus hijas, y el otro Xacazozo-
loll, á quien estaba encomendado el gobierno del Estado de
Tcpetlaozloc.
No queriendo el podre de la jóven disgustar á ninguno
de los pretendientes, porque á los dos apreciaba igualmen­
te, hizo que la solicitada jóven, sin desairar á ninguno, se
manifestase por entonces deseosa de permanecer al lado de
104 H ISTORIA DK M É JICO .

la familia, sin resolverse á tomar estado. Huetzin se pro­


puso esperar; pero uo asi Xacazozolotl, que era de pasiones
violentas y de carácter impetuoso. Resuelto á ser dueño de
la mujer que amaba, dispuso un ejército para entrar en el
lugar en que tenia su residencia, y robarla. Para llevar á
cabo su plan, se unió con Tochinteuclli, que habiendo sido
señor de Cuahuacan, se hallaba desterrado en Tepetlaoztoo,
en castigo de sus crímenes. Sabedor Huetzin de las dispo­
siciones tomadas por su rival, y de que marchaba al frente
de sus tropas á consumar su inicuo plan, reunió un núme­
ro de fuerzas respetable, y le salió al encuentro. Los dos
ejércitos se avistaron en las inmediaciones de Texcoco, y
se acometieron con furor. La lucha fué sangrienta; pero
favorable á Huetzin. Su rival quedó muerto en la acción
con gran parte de su gente, y el resto de su ejército, des­
trozado. Huetzin se apoderó, con beneplácito del rey, del
Estado de Tepetlaztoc, y poco después llegó á unirse con
la hermosa Atotoztli.
Tras de estas luchas suscitadas entre feudatarios del
monarca chichimeca, estalló otra de carácter hostil contra
el soberano, promovida por el magnate de la provincia de
Tollantzinco, que se había rebelado. Indignado el rey de
aquel movimiento revolucionario, y temiendo que cundiese
el pernicioso ejemplo de desobediencia por otros Estados,
marchó, en persona, á sofocar el fuego de la guerra civil.
Pronto vió que la realización de su deseo era mas difícil
de lo que se había imaginado. Los rebeldes se habían pre­
parado con anticipación para aquella lucha, y las tropas
del rey sufrieron grandes pérdidas en los primeros encuen­
tros que tuvieron. El principe Tlotzin que gobernaba, como
CAPÍTULO I . 105
liemos dicho, en Texcoco, al saber la crítica situación en
que se hallaban las tropas mandadas por el rey su padre,
envió inmediatamente en su auxilio, un fuerte ejército
que, uuido al del soberano, derrotó á los rebeldes. Los je­
fes del movimiento revolucionario, fueron castigados con
el último suplicio, quedando, por entonces, pacificado el
país.
La satisfacción del rey al ver restablecida la paz, fuente
de toda felicidad para los pueblos, fué seguida bien pronto
de una noticia que llenó de amargara su corazón. Su cu­
ñado, el príncipe Acolhuatzin, que había gobernado con
singular acierto el estado de Azcapozalco, distinguiéndose
siempre por su lealtad al soberano, y por su amor á sus
gobernados, dejó de existir después de una larga enferme­
dad, dejando á su hijo Tezozomoc, dueño de los dominios
que habia regido. El rey dispuso que las exequias se cele­
brasen con la mayor pompa y esplendor posible, y asistió
á ellas con la nobleza de las dos naciones acolhua y chi-
chimeca que, aunque fundidas en una, es conveniente
distinguirlas, para mayor claridad de la historia.
Libre de los cuidados de la guerra civil, y cumplidos
los sagrados deberes que tenia hacia su cuñado, el rey se
entregó con asiduidad, á las mejoras de su país; y pronto
se fundaron nuevos pueblos y se construyeron notables
edificios. Celoso del buen órden, fué el primer rey de
Anáhuac que dictó leyes dignas de mencionarse. En esas
leyes, se prohibía, bajo prudentes penas, incendiar los
bosques, tomar la caza caída en redes de otro, apode­
rarse del venado herido por otro cazador, y cazar sin te ­
ner el permiso de la autoridad. Teniendo por sagrada la
106 H ISTORIA D E M ÉJICO .

propiedad, y por baso del bien social el respeto al m atri­


monio y la fidelidad de los cónyuges, estableció la pena
de muerte para los que destruyeran las mojoneras ó seña­
les de los límites, así como para los adúlteros de ambos
sexos.
Entregado se bailaba en su corte de Tenayuca en medi­
tar los reglamentos que juzgaba conducentes al bien de
sus vasallos y en poner en fácil carril los negocios de su
gobierno, cuando se vió atacado de la enfermedad que de­
bía causarle la muerte. Nopallzin, conociendo que le lle­
gaba el último instante del plazo de la vida, llamó á su
iiijo primogénito Tlotzin, ó Huetzin Pocholl, que gober­
naba Texcoco, le recomendó que velase como padre amo­
roso por el bien de los pueblos, y declarándole sucesor á
la corona, espiró á los treinta y dos años de su reinado.
Tiotzin, 3.cr rey La exaltación del nuevo monarca chicbi-
chichimcca. meca al trono, fué solemnizada con los rego­
cijos mas señalados de aprecio y de respeto. Tlotzin, aun­
que acostumbrado al clima de Texcoco, donde durante la
vida del rey su padre habia gobernado, fijó su residencia
en Tenayuca, prefiriendo á su gusto, la conveniencia de
los negocios públicos.
Calmadas las pasiones políticas de los ambiciosos por la
dulzura y afabilidad del soberano, éste se dedicó, á la som­
bra de la paz, á proteger la agricultura y las arles. Mi­
rando la primera como el bien esencial de los pueblos, hizo
plantar nuevas semillas, y en su reinado se sembró, por
primera vez, el frijol (alubia), la chia y varias legumbres
antes desconocidas por los chicbimecas.
Querido de los pueblos, y sin que ningún acontecí-
CAPÍTULO I . 107
miento desfavorable llegase á turbar la tranquilidad pú­
blica, Tlotzin, se vió atacado de una aguda enfermedad
que le llevó al sepulcro á los treinta y seis años de haber
empuñado el cetro.
iS 97. Sucedióle en el poder, en 1297, su hijo
^ 4" rey0' Q ^ a t z in , llamado también Tlallecakin. El
chichtmeca. nuevo soberano, juzgando la ciudad de Tex-
coco mas digna, por su posición topográfica, de ser la corte
de los monarcas que la ciudad de Tenayuca, dispuso coro­
narse y establecer su corle en aquella, y se hizo conducir
4 , de la antigua á la nueva residencia, en una
la costumbre lujosa litera abierta, llevada en hombros por
conducidos los cuatro principales señores del reino, y debajo
Titera'y en" UEL Pá^ ° fiUG levaban otros cuatro indivi-
íiombrosde sus dúos de la grandeza. Era el primer soberano
vasallos. qUe S0 jiac¿a conducir de aquella manera;
pues hasta entonces, todos los reyes que le habian prece­
dido, habian caminado á pié. La vanidad y el deseo de
aparecer como superior á los grandes de su reino, le sugi­
rieron aquella idea que revelaba, á la vez, inclinación á la
molicie y al fausto. El ejemplo de Quinalzin fuó seguido
después por todos los reyes que le sucedieron, esforzándose
cada uno en superar en lujo á todos los que le habian pre­
cedido. Igual costumbre se introdujo bien pronto éntrelos
nobles y los magnates del país; y nadie que figurase en
algún puesto público ó ejerciese autoridad, salia de un
pueblo á otro, por próximos que estuviesen, sin ser llevado
en su litera y bajo de pálio, por robustos servidores.
Elegida definitivamente la ciudad de Texcoco por resi­
dencia do la familia real, el monarca se esmeró embe­
108 H ISTORIA D E M ÉJICO .

llecerla con notables edificios y deliciosos jardines que la


convirtieron en un sitio verdaderamente encantador.
Texcoco fué, desde entonces basta la época en que los
españoles pisaron, dos siglos después, las vastas campiñas
del Anáhuac, la corte de los reyes chichimecas, la capital
del reino que se llamó de Acolhuacm.
Durante los primeros oños del reinado del fastuoso rey,
se mantuvo inalterable la paz, que parecía haber echado
raíces sólidas desde el gobierno de su padre; pero el viento
de la discordia sopló cuando la calma se creia mas asegu­
rada, y el país volvió á gemir bajo el azote de la guerra
civil. Los Estados de Poyauhtlau, Mezlitlan y Tototepec,
situados en los montes, al norte de la capital, se subleva­
ron contra el rey, acaudillados por sus ambiciosos señores.
El rey acudió inmediatamente con un fuerte ejército á
combatir á los rebeldes, y les rotó á que bajasen á la lla­
nura de Tlaximalco, donde una sola batalla podría decidir
de los destinos. Los sublevados admitieron gustosos el
reto, pues se habían preparado con bastante anticipación
para aquella lucha, y no dudaron, ni por un solo momen­
to, de que alcanzarían el triunfo. Dada la señal del com­
bate, los dos ejércitos, lanzando horribles alaridos, se aco­
metieron con furia espantosa, resueltos á triunfar ó á mo­
rir en la demanda. Varias horas llevaban de sangrienta
pelea, cuando la noche vino á suspender la lucha, sin que
la victoria se hubiese decidido por ninguno de los dos ban­
dos. Los combates continuaron por espacio de cuarenta
dias, alcanzando algunas ventajas las tropas del soberano.
Los jefes rebeldes conocieron entonces que serian venci­
dos; y viendo que el desaliento empezaba á introducirse
CAPÍTULO I . 109
en la gente que mandaban, se rindieron al soberano. Qui­
natzin perdonó ;í los pueblos su delito ; pero castigó seve­
ramente á los que les habian inducido á la rebelión. Con.
la misma benignidad trató á los habitantes del Estado de
Tepepolco, que también se habian rebelado, usando de
duro rigor con sus caudillos.
Apenas acababa el rey de sofocar aquel movimiento re­
volucionario, cuando levantaron el estandarte de la rebe­
lión siete considerables ciudades, entre las cuales se con­
taban Huehueloca, Mizquiz y Totolapa. El monarca, po­
niéndose al frente de un buen cuerpo de tropas, marchó
en persona sobre Totolapa, al mismo tiempo que envió á
seis de sus mejores generales, á reducir al órden á las
otras seis poblaciones.
La rebelión fué sofocada en todas partes, y las siete ciu­
dades volvieron á la obediencia del rey, sin que para con­
seguirlo se hubiese derramado mucha saDgre.
Estos triunfos se celebraron con grandes regocijos, y
dieron al rey una respetabilidad sólida. Temido de los con­
trarios, y respetado y querido de sus adictos, logró que no
volviese á alterarse en lo mas mínimo la paz durante su
reinado.
13 5 ?. Restablecida por completo la tranquilidad,
Mu*erte Quinatzin se dedicó á dictar medidas conve-
Quinatzin. nientes á la felicidad de los pueblos ; y des­
pués de un reinado de sesonta años, bajó al sepulcro en
1357, nombrando á su hijo primogénito Tccftotlalatzin,
heredero de la corona.
Las demostraciones de sentimiento hechas por la muer­
te de Quinatzin, superaron á todas las practicadas en el
110 H ISTORIA H E M ÉJICO .

fallecimiento de sus antecesores. En el instante que dejó


de existir, se procedió á abrir cuidadosamente su cadáver.
La operación se practicó por los mas diestros médicos ; y
después de haberle sacado las entrañas, lo prepararon con
una composición aromática que preservaba al cuerpo, por
algún tiempo, de la corrupción. Embalsamado de la ma­
nera indicada el cadáver, se le colocó en una silla, ves­
tido con las insignias reales, y armado de arco y de fle­
chas. Para revelar el valor y la intrepidez que había de­
mostrado en todas sus empresas, colocaron á sus piés una
águila de madera, con las anchas alas tendidas en actitud
de emprender el vuelo, y detrás del asiento, un corpulen­
to tigre, en actitud imponente y majestuosa.
Cuarenta dias permaneció de esta manera el cadáver del
monarca á la vista del pueblo.
Terminado el plazo de la fúnebre exposición, los llora­
dores de paga y de oficio, vertiendo, como era costumbre,
abundante llanto y exhalando profundos suspiros, acom­
pañaron al finado rey hasta el escogido sitio en que debía
ser quemado.
El número de dolientes fué numeroso.
Consumido por las llamas el real cadáver, se recogieron
con cuidadoso esmero sus cenizas; se guardaron en una
urna de primorosa hechura, y se depositaron en una ca­
verna de los montes vecinos á Texcoco.
1357. Muerto el soberano, subió á ocupar el 1ro-
Tociiotiaiatzin, no chichimeca, su hijo menor Techollalla ó
5.° rey 7 J .
chicuimeca, Tcchotlalatem. La primera providencia de es-
¿bte el Sdkim»le soberano, fué ordenar que se sustituyese
acoiiiua. e| dialecto duro y bárbaro de los chichimeca^
CAPÍTULO I . 111

con la lengua náhuatl ó acolhua; que era mas dulce y


rica. (1)
El favor marcado de los soberanos chichimecas á lodo lo
que hacia referencia á la cultura de los acolhuas ; cultura
en la infancia sí, que hoy no merecería ese nombre, pero
que al compararla con la de ellos, la encontraban muy
alta, es cosa digna de llamar la atención. Desde su primer
rey Xolotl, se vieron los acolhuas honrados por los chi-
chimccas por su saber. El monarca dió en matrimonio sus
hijas á dos príncipes acolhuas ; la nobleza sigue el ejem­
plo; los enlaces de familia entre la nación que pide hospi­
talidad y la que se la da, funde las dos naciones en u n a ;
y al verificarse esa fusión, los chichimecas resuelven que
ambas lleven un solo nombre, y que este nombre sea el
.le acolhua. Llega á subir al trono Techotlalatzin, y este
quinto rey chichimeca, da el golpe de gracia á los restos
que aun quedaban de la incultura de su pueblo, ordenan­
do que se proscriba el brusco dialecto chichimeca, y que
se adopte, y solo se hable el idioma acolhua.
Dispuesto el nuevo monarca á seguir por el camino del
progreso emprendido por sus predecesores, dictó disposi­
ciones acertadas en favor de la agricultura y de las artes,
oe lasdivorsas Mientras los reyes chichimecas habian es-
tribus que ten¿i¿0 |os limites de su reino, que habia
Anáhuac, crecido maravillosamente en habitantes, otras
tribus diversas de las que ocupaban la orilla de los lagos
ó nahuatlaca.Sj habia llegado á establecerse en o í t o s pun-
;i; Dicho queda que auaft va flaca «5nahm tlaca se llamó á. las naciones cultas
iae se situaron &la orilla de la laguna, derivando el nombre de Anáhuac. En
consecuencia la voz m /i m tl significa: el que lo sa le toio, (irili:ado, esperto, in s­
truido, culto, etc.
112 H ISTO RIA DB M É JIC O .

tos distintos del país. Estas tribus que, como un enjam­


bre, babian salido también del Norte en diferentes feclias,
eran la de los olmecas, xicollanques, otómites, tarascos,
mazahuas, mallatzinques y otras muchas de que nos ocu­
paremos á su tiempo.
De ios olmecas ]_jOS olmecas y los xicollanques , podian
xíooiiauques. considerarse como una sola nación, y se igno­
ra su origen, porque no existe respecto de él, pintura nin­
guna que lo dé á conocer.
Los Los otomiles, que eran los mas numerosos,
otomites. ocupaban un terreno de mas de trescientas
millas, desde los montes de Izmiquilpan, hácia el Noroes­
te, que confinaba por la parte del Oriente y del Poniente
con varias naciones salvajes. Los otomiles, que lo eran
también, vivian errantes por los bosques y las montañas;
teniendo por habitación las cuevas y las cavernas; por ali­
mento la caza, en que eran sumamente diestros; por baños
los rios y los torrentes; por cortinaje de sus habitaciones
los horizontes; y por garantía de sus vidas y de su inde­
pendencia, sus arcos y sus flechas. El idioma de esta guer­
rera tribu, en nada se parecía al que hablaban las otras
diversas naciones que habitaban distintos puntos del Aná­
huac. Era un idioma difícil, completamente distinto á cuan­
tos hasta entonces se conocían ; lleno de aspiraciones gu­
turales y nasales ; rico, enérgico, abundante y expresivo,
que aun se conserva puro hasta el día.
Los Los tarascos, que ocupaban el vasto y pri-
tarascoa. vilegiado país de Michuacan, eran notables
por su cultura, por su habilidad para toda clase de artefac­
tos ; por su dedicación á la agricultura y por el gusto que
CAPÍTULO I . 113
se notaba en las muchas ciudades que edificaron. Su idio­
ma que se conserva todavía, era agradable, rico, suave y
sonoro, y abundaba en él la r suave que lo hacia altamente
expresivo. Aunque los tarascos eran idólatras, siempre sa­
crificaron en su culto menos victimas humanas que las
que sacrificaron los aztecas.
Loa L os mazahuas, que habían formado en otro
mazahuas. tiempo parte de la nación Olomí, tenían sus
principales poblaciones sobre los montes occidentales de
Méjico. Enemigos de un traLajo reglado y uniforme, mi­
raban con desprecio la agricultura, y vivían de las aves y
fieras que cazaban. Los mazahuas componían el Estado de
Mazahuacan, y fueron, mas larde, vasallos de la corona
de Tacuba.
los m a - Kl extenso y fértil valle de Toluca se halla-
tiatzinques. ha habitado por los mallat2inques, gente re ­
suelta y de valor, quienes, trascurridos los años, llegaron
á verse sometidos por el rey Axayacall, como lo referire­
mos, cuando llegue su tiempo, á la corona de Méjico.
Los mixtéeos Los mixtéeos y zapotecos, eran dos nació -
zapotecos, nes, comparativamente cultas, que ocuparon,
al Oriente de Texcoco, los espaciosos países de su nombre.
Las dos naciones estaban divididas en Estados, regidos por
señores de los mismos países. La cultura y la industria
tenían su asiento entre los mixtéeos y zapotecos ; sabían
computar el tiempo ; usaban de las pinturas para perpe­
tuar la memoria de los grandes acontecimientos, entre los
cnales tenían representados la creación del mundo, el di­
luvio universal y la confusión de las lenguas; y tenían
leyes que respetaban sumisamente.
114 H ISTORIA DB M É JIC O .

Los No menos instruidos que los mixtéeos y


cbiopanccos. zapotecos, fueron los chiapanecos. Los hijos
de esta nación fueron industriosos, y sobresalieron en la
agricultura y en las arles.
Respecto de los cohuixques, cuitlatecos, yopes, maza­
tecos, popolocas, chimantecos y totonacos, su origen se
pierde en la oscuridad de los tiempos, y no hay señal
ninguna que marque la época en que llegaron al país de
Anáhuac.
Pero entre todas las diversas naciones que se encontra­
ban en esa época derramadas por aquella hermosa porción
del Nuevo-Mundo, las que sobresalían por su mayor cul­
tura y saber, eran las que habitaban las ciudades levanta­
das á la orilla de los lagos, y á las cuales, como he dicho,
se conocían con el nombre de nahuatlaco.s, esto es, sabias,
■ilustradas.
No todas las tribus mhuatlacas pudieron, sin embargo,
establecerse en las riberas de las lagunas. La llaxcalteca,
no obstante pertenecer á ellas, se yió precisada á alejarse
algunas leguas, á fin de proporcionarse los recursos á la
vida. Ya dije, al hablar del establecimiento de las seis na­
ciones conducidas por sus correspondientes señores, que
los tlaxcaltecas fueron los únicos que no encontraron un
terreno favorable.
El jefe que se hallaba á su cabeza, estableció al princi­
pio la colonia en un lugar llamado Poyauhtlan, en la ori­
lla oriental de la laguna de Texcoco, entre la capital de
este nombre, corte de los reyes chichimecas, y el pueblo
de Chimalhuacan.
El sitio no presentaba á los tlaxcaltecas la risueña pers­
CAPÍTULO I . 115
pectiva de un porvenir abundante. Escaso de lo que mas
necesario es á la existencia, los tlaxcaltecas se vieron re­
ducidos á vivir únicamente de la caza, que no era suficien­
te para alimentar al crecido número de individuos que for­
maban la colonia. Los terrenos de que podían disponer,
carecían de las condiciones necesarias para la agricultura,
y los escasos recursos fueron menguando entre ellos á me­
dida que fué creciendo la población. Abrumados por la
miseria, trataron entonces de ensanchar los límites de sus
posesiones, y se apoderaron de algunas tierras próximas
que presentaban mas feracidad y abundancia. La conduc­
ta de los tlaxcaltecas disgustó profundamente á los xochi-
milcas, tepanecas y chalqueños, que eran sus confinantes,
y en consecuencia los perjudicados. Pero los tlaxcaltecas
eran diestros en la guerra, y por lo mismo era temible
para cada confinante, oponerse aisladamente, á las usur­
paciones del osado vecino. No quedaba pues á las nacio­
nes limítrofes otro medio para poner á raya las anexiones
de terrenos hechas por los tlaxcaltecas, que confederarse
para batirles. Pronto se llevó á cabo la alianza ; y los con­
federados, uniendo sus ejércitos, se propusieron, no solo
rescatar lo que se les había usurpado, sino arrojar del va­
lle de Méjico á sus ambiciosos enemigos.
Los tlaxcaltecas al ver formarse la tormenta que les
amenazaba, se prepararon á conjurarla por medio de las
armas, y esperaron á los ejércitos contrarios que avanza­
ban con la seguridad del triunfo.
Pronto se encontraron unos y otros en un punto espa­
cioso, situado en la ribera de la anchurosa laguna. Los
dos ejércitos, al verse, se acometieron con indescriptible
116 HISTORIA DK M ÉJICO .

furia. El combate se hizo sangriento. Los tlaxcaltecas,


aunque inferiores en número, llevaban la superioridad en
el arte de la gu erra; y al fin alcanzaron una completa
victoria sobre sus enemigos, causando en sus filas horri­
bles estragos.
Sin embargo, aquel triunfo había sido muy costoso pa­
ra los vencedores ; y los tlaxcaltecas, comprendiendo que
su permanencia en aquel país no seria ya posiblo sino sos­
teniendo continuas guerras contra sus vecinos, se resol­
vieron á abandonarlo.
Deseando que el punto á donde se dirigiesen presentase
los medios de subsistencia necesarios, enviaron por todas
partes exploradores que examinasen los terrenos. No en­
contraron los comisionados tierra ninguna inhabitada don­
de establecerse todos ju n to s; y entonces los tlaxcaltecas
tomaron la determinación de separarse en dos seccio­
nes, dirigiéndose una hacia el Mediodía, y la otra hácia el
Norte.
Los que tomaron este último rumbo, enviaron á sus je­
fes para que solicitasen del rey chichimeca el permiso de
establecerse en Tollantzingo y en Quauhchinango, á don­
de habían llegado después de un corto aunque penoso via­
je. El rey chichimeca, les otorgó la gracia que pedian, y
allí empozaron á disfrutar de la abundancia de que hasta
entonces se habian visto privados.
La sección que marchó hácia el Mediodía, después de
caminar por Tetela y Tochimilco al rededor del jigantesco
volcan de Popocatepetl, se extendió desde las inmediacio­
nes de Allixco, donde fundó la ciudad de Quauhquecho-
llan, hasta Poyauhtecatl ó monte de Orizaba, fundando
CAPÍTULO I . 117
otros varios pueblos, entre ellos Analiuhcan pero el
grueso de los tlaxcaltecas se dirigió por Cholula á la falda
del monte Matlalcuelle. Los olmecas y xicallancas habita­
ban este punto desde que llegaron al país de Anáhuac;
pero los tlaxcaltecas, sin respetar la posesión ni á sus po­
seedores, arrojaron á estos de aquel país dando la muerte
al rey que lo gobernaba, y cuyo nombre era Colo-
/JC C htli.

Dueños del terreno que codiciaban, los tlaxcaltecas se


prepararon para la guerra, no dudando que los pueblos
vecinos se confederarían mas ó menos larde para ata­
carles.
No se engañaron en su presentimiento. Llevaban aun
poco tiempo de haberse establecido bajo el mando de uno
de sus ilustres magnates llamado Colhuacaleuctli, cuando
los hiexotzincas, unidos á todos los señores do los demás
pueblos vecinos, acometieron de repente y con fuerzas
considerables á los tlaxcaltecas, obligándoles á retirarse á
la cima del monte. Los tlaxcaltecas, al verse en aquella si­
tuación critica, imploraron, por medio de sus magnates,
el auxilio del rey chichimeca, el cual hizo salir inmediata­
mente de Texcoco un número respetable de fuerzas en
ayuda de ellos. Los huexotzincas no contando con fuerzas
suficientes para hacer frente á las contrarías, llamaron en
su auxilio á los tepanecas, no dudando que se apresurarían
á enviar sus guerreros, para vengarse de la usurpación
de terrenos que en época no muy lejana les hicieron, co­
mo he consignado en páginas anteriores, los tlaxcaltecas.
Con gusto hubiera acudido el gobernante de los tepanecas
al llamamiento de los huexotzincas; pero temiendo atraerse
118 H ISTO RIA DE M É JICO .

el enojo del poderoso rey chichimeca, aunque mandó sus


tropas, las envió con órden secreta de no atacar á los tlax­
caltecas, y dando aviso á estos de que nada temiesen. De
esta manera el magnate tepaneca, lograba contentar al
que pedia su auxilio, conservando con él la mejor armo­
nía, y no se malquistaba con el soberano chichimeca, cu­
yo poder temia.
Fundación de Seguros entonces los tlaxcaltecas del triun-
Tiaxcaia. f 0> atacaron impetuosamente á los huexotzin-
cas que fueron completamente derrotados. Libres de sus
enemigos con aquella victoria, los tlaxcaltecas volvieron á
ocupar el sitio en que se habían establecido, y continua­
ron edificando con ahinco, la ciudad de Tlaxcala que ha­
bían empezado ya á levantar, y que mas tarde fué la ca­
pital de acuella nación, eterna rival del imperio az­
teca.
G“ El gobierno adoptado por los tlaxcaltecas,
tlaxcaltecas. íué el de República, que estuvo dirigido por un
solo gobernante, mientras fué corto el número de habitan­
tes. Trascurrido algún tiempo y aumentada la población
de una manera asombrosa, se dividió el Estado en cuatro
provincias, y la ciudad en otros tantos cuarteles llamados
Tepetipac, Ocotelolco, QvÁahuiztlan y Tizatlan. Hecha la
división, se nombraron cuatro gobernantes, cada uno de
los cuales tenia á su cargo el gobierno de su cuartel lo
mismo que el de la provincia correspondiente.
En todos los asuntos graves de la nación los cuatro je­
fes de la república se unían á los nobles que venían á for­
mar una especie de senado, y este resolvía todas las cues­
tiones que se ventilaban, y sus resoluciones oran respeta­
CAPÍTULO I . 119
das y cumplidas. Nada se hacia sin su aprobación; él
decidia la paz ó la guerra; señalaba el número de tropas
que debian armarse; nombraba los jefes que juzgaba mas
aptos para mandarlas, y dictaba, en fin, todas las me­
didas que estimaba convenientes para la salud del Es­
tado.
He referido la manera con que llegaron al país de Aná­
huac, se instalaron en él y se constituyeron en naciones
mas ó menos pequeñas, mas ó menos fuertes, las diversas
tribus que, abandonando las crudas regiones del Norte,
buscaron un clima mas benigno, y en tierra mas abundan­
te los productos necesarios á la vida. He consignado las
diferencias suscitadas entre algunas, y las frágiles alian­
zas de otras; la tendencia de unas á la civilización, y su
apego á la vida errante y vagabunda de no pocas. Pero
exprofeso he dejado de hablar de una que, siendo la ú lti­
ma que llegó al valle de Méjico, figuró, después de pasar
por vicisitudes harlo penosas, como señora y árbitra de
todas las naciones del Anáhuac.
Esta nación que, por medio de su valor, de su constan­
cia y de su saber, se sobrepuso á cuantas se encontraban
ocupando el vasto territorio del hermoso país que habian
elegido, fué la de los aztecas ó mejicanos, ó quienes vimos
separarse, en Chicomoztoc, de las otras seis tribus na-
knatíaeas; la que mas tarde llegó á ser la absoluta dueña
del país entero ; á la que estaban sujetos los demás mo­
narcas; á la que pagaban tributo los pueblos todos del
Anáhuac, y la que, por último, dió nombre, para siem­
pre, al rico suelo de Méjico.
Nación que por sus heróicos esfuerzos y sus excelentes
120 HISTO RIA DB MÉJICO .

cualidades llegó, no solo á ser la señora de las demás na­


ciones establecidas en aquella parle de la América, sino á
merecer los elogios del mismo Hernán Cortés y de sus
bravos compañeros, derecho tiene á que se dé principio,
al hablar de ella, á nuevos capítulos, que con gasto le con­
sagro en las páginas que siguen.
C A P IT U L O II.

Las aztecas <5mejicanos.—Su viaje al país de Anáhuac.—Se establecen sucesi­


vamente en Tepeyacac, Chapultepec y Acocoleo.—Son reducidos ú esclavi­
tud en Colbuacan.—Un sacrificio humano.—Recobran la libertad.—Fun­
dación de Méjico.—Huertos notantes ó chinampas de los mejicanos.—Divi-
8iou de los mejicanos en tiatelolcos y tenochcas.—Se hacen dos naciones
vecinas y rivales.—Los mejicanos piden al rey de Colhuacan udo hija pañi
hacerla madre de su dios.—Sacrificio inhumano.—Huitzi'.opochtli, numen
de la guerra: su descripción.

viaje de ios ^os azlecas ó mejicanos que han sido los


mejicano», que hicieron imperecedero el nombre de aquel
vasto país á donde Hernán Cortés llevó á cabo la mas difí­
cil de las empresas, vivieron basta el año de 1160 de la
era vulgar, en un país llamado Aztlan, de donde les vie­
ne el nombre aztecas ; país situado al Norte del seno de la
California.
Se ignora el motivo cierto que tuvieron los aztecas para
abandonar el suelo en que habitaban, y dirigirse en bus­
ca de otro, emprendiendo una peregrinación penosa. Los
escritores que han tratado de dar á conocer las causas que
concurrieron paja obligarles ;i tomar esa resolución, no
están de acuerdo en ellas, y cada uno atribuye el abando­
no de la patria, á motivos disímbolos, muchos de los cua­
122 HISTO RIA DB M É JICO .

les tienen todos los caractéres de la pnerilidad y de las


consejas.
En lo único en que se hallan en perfecto acuerdo, por
ser una verdad innegable, es en que el viaje lo empren­
dieron en el año referido de 1160, según consta délas
pinturas en que está representada con fidelidad aquella
marcha. Los mejicanos, provistos de semillas, para sem­
brarlas en los sitios donde fuesen deteniéndose, pasaron el
rio Colorado que desagua en el seno de California, y con­
tinuaron su marcha hácia el Mediodía, llegaudo á la orilla
del rio Gila, donde permanecieron por algún tiempo cul­
tivando la tierra y edificando poblaciones. Aun se conser­
van las ruinas de algunos edificios levantados por ellos,
que patentizan su paso por aquel punto.
No juzgando conveniente permanecer por mas tiempo
en el país en que se habían detenido, se dirigieron al Su­
deste, y volvieron á hacer alto en un lugar bastante ame­
no, que distaba ochenta y tres leguas de la hoy ciudad de
Chihuahua.
El sitio elegido por los mejicanos para detenerse, es el
mismo que se conoce hoy con el nombre de Casas- Gran­
des, entre el Nordeste y Norte de Chihuahua; nombre que
Edificio antiguo,s® Pucsl° á causa de existir allí hasta el
fabricado dia, un gran edificio que la tradición univer-
porlos
mejicanos en saL lo atribuye á los aztecas cuando pasaron
su viaje. p 0r punto, y cuyos restos persuaden de
la verdad de la tradición. El edificio presenta la forma de
una fortaleza defendida en uno de sus flancos por un mon­
te alto, y circunvalada, en el resto, por una gruesa muralla
de siete piés de espesor, cuyos cimientos existen todavía.
HuiUilopoclilli ,dios de la guerra,
CAPÍTULO I I . 123
En esta fortaleza se ven piedras enormes que revelan la
solidez que tuvo, y los leclios ostentan vigas de pino,
perfectamente labradas. En el centro de esta fábrica vasta
y digna do conocerse como curiosidad histórica, se desta­
ca un monlecillo, hecho exprofeso, con el objeto, según
parece, de hacer en él la guardia para observar á los ene­
migos. Durante el gobierno español se hicieron en ese
sitio alguuas escavaciones que dieron por resultado el ha­
llazgo de algunas piezas de loza, como tazas, copas, pla­
tos, jarros, y ollas, y de algunos espejitos hechos de pie­
dra itztli, sumamente curiosos.
Después de haber permanecido algunos años en el refe­
rido sitio, lomaron el rumbo del Mediodía, y cruzando los
escabrosos montes de la Tarahumara, llegaron á Huácol-
Tiuacan, llamado hoy Culiacan, lugar situado sobre el se­
no de la California. Tres años vivieron sobre el nuevo
terreno elegido, labrando la tierra y edificando casas de
poca importancia, toda vez que conocieron que no era allí
donde debían residir para siempre.
Amantes de su religión, y juzgando que para dar cima
feliz á la peregrinación que habian emprendido, era preci­
so que labrasen una escultura representando á la divinidad
que adoraban, hicieron una estatua de madera que repre­
sentaba á Huitzilojmhtli, dios de la guerra, y deidad pro­
tectora de la nación azteca.
Terminada la escultura, hicieron una preciosa silla de
juncos y de cañas entrelazados artísticamente, llamada
teoicptdli (silla de Dios), para llevar en ella la imágen divi­
nizada. Los encargados de cargar en hombros esta s i­
lla eran sacerdotes á quienes denominaron teollamacazqw.
124 H ISTORIA DB M ÉJICO .

(siervos de Dios) y al acto de cargar se llamó, teomanm,


que significa, llevar A Dios A cuestas.
Resuelta la continuación de la marcha, cuatro sacerdo­
tes tomaron en hombros la silla on que se colocó á la di­
vinidad sangrienta: recogieron los mejicanos sus semillas,
hicieron sus provisiones, y después de haber caminado
muchos dias hácia el Oriente, llegaron á Chicomoxloc, pun­
to donde se detuvieron, y en el cual, como ya tengo di­
cho, se separaron de las otras seis tribus que llegaron des­
pués délos chichimecas, al valle de Méjico.
Nueve años permanecieron los mejicanos en Chicomox-
toc, lugar distante siete leguas de Zacatecas hacia la parte
del Mediodía. Pasado este tiempo, emprendieron de nuevo
la marcha, y dejando el país de los zacalecanos, cami­
naron hácia el Mediodía, con el mismo vigor y energía con
que hablan salido de su país natal.
Atravesando Ameca, Cocula y Zayula, bajaron &la pro­
vincia marítima de Colima ; de allí marcharon á la de Za-
catula ; tomaron en seguida el rumbo del Oriente, logran­
do subir á Malinolco, situado en los montes que rodean el
valle de Toluca; tomaron después el camino hácia el Nor­
te, y llegaron á la antigua ciudad de Tula on 1190.
Como generalmente acontece en toda larga y penosa pe­
regrinación. se suscitaron diferencias entre los individuos
principales que iban al frente de los inmigrantes, y to­
mando el pueblo parte en aquellas diferencias, se dividió
la tribu en dos fracciones, en un sitio llamado Ooatlica-
mac, viniendo á ser, con el tiempo, enemigos irreconci­
liables.
La causa, según ellos, que promovió la discordia, faé
CAPÍTULO I I. 125
la aparición maravillosa de dos envoltorios en medio del
camino que llevaban. Los que formaban la sección que iba
delante con sus correspondientes jefes, se apoderó del pri­
mer envoltorio, lo abrió, y se encontró con una piedra
preciosa. Al ver la segunda sección lo valioso de la alha­
ja, quiso apoderarse de ella; y tratando cada cual de po­
seerla, como dádiva de la divinidad, estuvieron á punto
de venirse á las manos. Por fortuna los jefes usaron de
prudencia, y la piedra quedó en poder de los que la habían
cogido primero. El otro envoltorio contenia dos leños que
los poseedores do la brillante alhaja, los arrojaron lejos de
sí como inútiles y despreciables.
Igual cosa se disponían á hacer los mejicanos de la segun­
da sección; pero un sabio anciano, llamado Huileclon, cu­
yas palabras eran tenidas por ellos como pronunciadas
por el oráculo, les dijo que aquellos dos leños eran de mas
valía que la piedra preciosa; que los recogiesen y guarda­
sen, pues servirían, según las condiciones que en ellos
veia, para sacar fuego cuando necesario fuese.
Aunque el hallazgo de los dos envoltorios aparecidos
milagrosamente no es un hecho, sino solamente, como di­
ce con sobrado acierto Clavijero, un epílogo moral, inven­
tado para enseñar que en los momentos angustiosos de la
vida, lo útil es preferible á lo bello, ellos lo tenían como
una verdad inconcusa; como el poderoso motivo de sus
disensiones.
Sin embargo de esta división operada por causas que en
realidad se ignoran, las dos fracciones continuaron hacien­
do su viaje juntas, sin duda para alcanzar la protección de
su dios JluitzilopochtU que pertenecía á los dos partidos.
126 H ISTORIA DE M ÉJICO .

Se extrañará, sin duda, que los mejicanos hiciesen en


su viaje un rodeo de mas de trescientas leguas para llegar
al país de Anáhuac; pero la estrañeza acabará al saber que
no llevaban rumbo fijo para establecerse; que caminaban á
la ventura; y que su resolución era radicarse donde encon­
trasen un sitio que les brindase los bienes que apetecían.
No fué la ciudad de Tula tampoco la que llenó sus exi­
gencias: así es que, después do haber permanecido allí
nueve años, la abandonaron, llegando á Zuínpango, ciudad
de las mas importantes del valle de Méjico, el año de 121 (i,
esto es, al cabo de cincuenta y seis años de penosa pere­
grinación.
Zumpango reconocía entonces como soberano, á Tlotziu,
tercer rey de los chichimecas; y era señor de la ciudad
un magnate humano llamado, como ya tengo dicho, Toch-
panecatl.
El monarca chichimeca Nopaltzin liabia dado órden á
TochpaDecatl, de que recibiese con benignidad á los meji­
canos, y la disposición fué obsequiada satisfactoriamente.
El señor de Zumpango, d o solo se esmeró en obsequiarles
dándoles escogidos alojamientos y proporcionándoles víve­
res en abundancia, sino que les distinguió con su amistad
al poco tiempo de tenerles por huespedes.
Iba entre los mejicanos una joven hermosa, llamada
Tlacapmtzin, de familia noble, que llegó á interesar bien
pronto el corazón de uno de los hijos de Tochpanccatl. El
señor de Zumpaogo, como una prueba do distinción hácia
sus huéspedes, pidió al padre de la jóven la mano de ésta
para su hijo Ilhuicatl. Concedida la solicitud, la boda se
celebró con grandes regocijos y fiestas.
CAPÍTULO I I . 127
Siete años permanecieron los mejicanos en Zumpango,
al cubo <le los cuales se dirigieron á otra ciudad poco dis­
tante llamada Tizayocan. Con ellos, como era regular,
marcharon también la jó ven Tlacapanlzin y su esposo
V.kmvo.tt, hijo del señor de Zumpango.
Poco tiempo después de haber marchado á Tizayocan,
•lió á luz la hermosa Tlacapantzm, un hijo á quien se le
puso por nombro Ruüzili/mitl.
Los mejicanos encontraban deferencia y favor por donde
quiera que pasaban, y eran respetados y queridos por su
laboriosidad y su talento. El buen concepto que se habían
conquistado y la ventajosa idea que se iba formando de
ellos, fueron estímulos activos para que 2 ’ochiatzin, señor
de Quauhtillau. pidiese á otra de las familias nobles azte­
cas, una jóven con quien unirse en matrimonio; enlace
que se verificó poco tiempo después.
No era, sin embargo, Tezayocan el punto en que aspira­
ban vivir los mejicanos. Su anhelo era llegar á un sitio en
que pudiesen formar su gobierno y disfrutar en él de una
verdadera independencia. Con este objeto dejaron la ciudad
do Tezayocan y pasaron á Tolpellacv á Tepeyacac, situa­
dos ambos puntos en la ovilla del lago de Tcxcoco y muy
p'.óvimos al h-.g;jr en que después se fundó Méjico.
:.js'.arj¡c;inosse Elegido Tycyacac, donde hoy se encuentra
«¡av.ecen en e[ sunluoso Santuario de la Virgen de Guada-
: i|)ejp.cac, hoy , .
v:]¡:i (¡e lupe. para residencia, los mejicanos empeza-
(i iaaah’.pe. rcu ¿ jcvantiU' humildes chozas, y á labrar la
tierra para vivir, sino m uy cómodamente, si con agradable
independencia.
L qs órdenes dadas por el rey chichimeca Nopallzin para
128 H ISTO RIA D E M É JIC O .

que se les dejase establecerse en el punto que encontrasen


libre, les prestaba seguridades de no ser inquietados por
nadie, y con esta confianza tomaron posesión de aquellos
sitios que, aunque áridos en gran parte, les podian pro­
porcionar por entonces, lo necesario á la vida.
Los mejicanos La presencia de los mejicanos no fué vista
ac°^‘8'°®opror por algunos señores de pueblos, con el gusto
chichimeca con que la Labia visto el buen rey Nopallzin;
T e p c y a c a c . y aunque obligados á ejecutar las instruc­
ciones del soberano, buscaban la manera de mortificarles
y ofenderles. Uno de los magnates que mas desplegó su
saña contra ellos, fué Tenancucaltdn, señor cbichimeca,
hombre de mezquinos pensamientos y de aviesa condi­
ción.
Los mejicanos altamente disgustados del bastardo proce­
der del orgulloso magnate chichimeca, resolvieron aban­
donar sus dos recientes poblaciones, y se dirigieron á
Chapultepec, considerándolo como un sitio de refugio.
18 4 5. Era, y es Chapultepec, un punto delicioso,
Ls«refugian8 s^ ua(^0 so^re Ia orMa occidental de la laguna,
á menos de una legua del punto en que mas
en Chapultepec,
tarde se ostentó la suntuosa ciudad de Méjico ; abundante
en ricos manantiales de exquisitas aguas ; cubierto de ár­
boles frondosos y colosales; con una vegetación vigorosa y
exuberante, y enriquecido con los mas preciosos dones de
la naturaleza.
Los mejicanos, con la actividad que les distiDguia, em­
pezaron á levantar ligeras casas y á sembrar la tierra des­
de el momento que llegaron, y pronto el cerro de Chapul­
tepec en que se habian establecido, se vió cubierto de la
CAPÍTULO I I . 129
vistosa planta del maíz, de las legumbres mas alimenticias
y de diversas y exquisitas verduras.
Su instalación en el delicioso lugar que nos ocupa, se
verificó en el año de 1245, á los tres años de haber subi­
do al trono Tlatzin, tercer rey de los chichimecás, y digno
sucesor de su padre Nopaltzin. (1)
■ Los mejicanos Pronl° empezó á prosperar la colonia meji-
se ven c a ü a y co n su prosperidad creció la envidia de
precisados . , _ . . .,
á dejar vanos poderosos señores de ios pueblos comar-
^ Restablecen canos- El bienestar de la nueva tribu desper­
en Acocoico. taba en las tribus vecinas el innoble senti­
miento de los celos ; y la persecución liúda los mejicanos
empezó á ser incesante y dura. El señor de Xaltoncan,
uno de sus mas implacables enemigos, se propuso vejarlos
con la siniestra mira de obligarles á abandonar la tierra
en que se habian establecido, y él fin logró ver realizado
su reprensible deseo. Los mejicanos, celosos de su digni­
dad, dejaron á Chapultepec después de haber vivido en él
diez y siete años, trabajando sin descanso, y fueron á bus­
car un asilo mas seguro á unas islitas, situadas ú la extre­
midad meridional de la laguna, radicándose en un punto
que llamaron Acocoico, que significa lugar de refugio.
(1) Uoturiui y Torquctuada dicen quo reinaba Q uim ltin , 4.®rey cliichlmecn,
y D. Francisco Javier Clavijero asegura que ocupaba el trono el monarca No­
paltzin. Yo creo que los tres padecen un error y voy ¿ tratar de demostrarlo.
Los chichimecás se establecieron en 1170, y su primor rey Xolotl gobernó 40
atos, osto es, hasta 1210: su hijo Nopaltzin reinó 32 años, quiere decir hasta
1242: los mejicanos, segur, el mismo Clavijero., se situaron en Chapultepec on
1213; luego hacia tres años que habla muorto Nopaltzin, los mismos que hacia
que ocupaba el trono su hijo Tlatzin. Respecto do Uoturini y Torquoroadu, 1%
equivocación cronológica es notable, puesto que Tlatzin reinó 3Gaños y Qui-
natziu subió al trono en 1278, esto es, 33 años después de hallarse los mejicanos
en Chapultepec.
130 H ISTORIA D E M É JIC O .

Padecimientos Por espacio de cincuenta y dos años vivie—


mejicanos en ron l°s mejicanos en aquellos miserables tcr-
Acocoico. renos que no podían despertar la envidia de
nad ie; sufriendo las mayores privaciones, sin ropa con
que cubrirse, alimentándose con algunos peces, insectos,
fruta silvestre, yerbas y raíces palustres que se criaban
en las islitas ; cubriendo sus enflaquecidas y tostadas car­
nes con las bojas de una planta llamada amoxtli que crece
con abundancia en aquellos sitios, y durmiendo en mise­
rables chozas hechas de las cañas y juncos que se encon­
traban en la laguna.
Si no existiesen pruebas irrecusables que acreditan la
verdad de los anteriores sufrimientos padecidos por los
mejicanos en esas islas miserables, el hecho real pasaría
por una fábula, y la fortaleza de los mejicanos por un
cuento inverosímil. Pero la realidad de ese triste período,
se encuentra plenamente acreditada por el testimonio de
sus historias, así como por los acontecimientos posteriores,
y nada hay que dé lugar á la mas ligera duda.
Sin embargo, los mejicanos sufrían con resignación, y
aun con gusto, la miseria, el hambre y la desnudez, por­
que en medio de aquellas privaciones, disfrutaban al me­
nos do su independencia y libertad, no pagaban tributo á
ningún señor extraño y se gobernaban por sus leyes.
Pero aun de ese único y aprcciable bien de la libertad,
que hasta entonces habían disfrutado, se iban á ver muy
pronto despojados. Los colhuas, una de las seis tribus na-
huatlacas que con ellos llegaron, como tengo ya repetido,
hasta Chicomoxtoc, cuando juntos salieron del país de Asi­
lan, iban á ser los que de ella les privasen.
CAPÍTULO I I. 131
líl régulo de Colliuacan, llamado Coxcox, que miraba
con mala voluntad á los mejicanos, se valió de un pretexto
para oprimirles. Acoso existían resentimientos antiguos
entre colimas y mejicanos, que dieron motivo á la separa­
ción de estos en el viaje que emprendieron juntos al dejar
todos su patria.
El magnate colima, dando por motivo que no podía
permitir que los mejicanos viviesen en terrenos pertene­
cientes ü su distrito, libres de tributo como estaban, exi­
gió de ellos que se sometiesen desde entonces á pagar el
que se les impusiese. Los mejicanos que se habían esta­
blecido allí, porque los soberanos chichiiueeas les habían
concedido el permiso de instalarse donde juzgasen conve­
niente, se negorou ú reconóceme tributarios. Indignado
entonces el régulo de Colliuacan con la contestación reci­
bida, envió numerosas tropas contra ellos, y después de
haberles vencido, les hizo sus esclavos. (1)
Esclavitud ixecho según otros historiadores se llevó
de los °
mej¡ounos, á cabo por el expresado régulo de Colliuacan,
de una manera mas hipócrita y menos peligrosa. Afirman
que el magnate colhuacano les brindó con excelentes ticr-1

(1) D. Pedro Primeria, en una obra impresa en Madrid en 1807 cou el titulo
do «Historia de la guerra de Méjico desde 1801 A16C7,» dice que los xochimilcas
fueron los que intentaron liacor esclavos Alos mejicanos; pero que estos pidie­
ron el auxilio de los colimas, lograron derrotarlos, conservando asi su libertad.
El autor citado sufro un grave error; los colimas y no los xochlmllcas fueron
los que redujeron A los mejicanos Ala esclavitud: ni fueron estos los que pi­
dieron Alos colimas auxilia para combatir contra los xocliiuiileas, sino lo col­
imas los que ordenaron A los mejicanos Aque se armasen para que les auxilia­
sen on la guerra que les liabiau declarado los xocliimilcas, corno veremos en
Jas siguientes pAglnas. No hay mas que consultar las obras de los mas caracte­
rizados historiadores, entre ellas la del sabio y erudito mejicano Clavijero, pa­
ra convencerse de que el Sr. Pruneda ha sufrido un error.
132 HISTORIA DE M É JIC O .

ras próximas á la ciudad que él habitaba, fingiendo in­


teresarse por el bien y la prosperidad de ellos: que los me­
jicanos admitieron gustosos la oferta; y que cuando el ré­
gulo les vio fuera de las islílas, descuidados y ajenos á
todo temor de traición, hizo que las tropas colimas se arro­
jasen sobre ellos, les hiciesen prisioneros, y les condujesen
como esclavos á Tizapan, lugar que pertenecía al Estado
de Colhuacan.
El lector podrá admitir la relación primera ó la segun­
da, según mas le agrade, por ser cuestión únicamente de
forma, pues en el fondo ambas encierran una misma ver­
dad ; el hecho de haber sido reducidos á la esclavitud los
mejicanos por el régulo de Colhuacan.
El acto cometido por los colimas, fué altamente arbitra­
rio ; y de esperarse era que el soberano chicliimeca, de
quien era tributario el magnate Coxcox, reprendiese aquel
hecho á todas luces injusto. Pero nada de esto sucedió:
Quinatzin, cuarto rey chicliimeca, que llevaba entonces
treinta y seis años de haber subido al trono, bien fuese
porque temiera indisponerse con las naciones tribulax’ias,
bien porque el régulo de Colhuacan lo hubiese hecho creer
que había obrado en justicia, nada llegó á decir respecto
del suceso consumado.
La vida de esclavos se hacia insoportable para los meji­
canos. La miseria, la pobreza, la desnudez, les parecían
dichas inapreciables comparadas con la pesada esclavitud.
Pero eran pocos; se hallaban supeditados por la fuerza de
los numerosos ejércitos de sus opresores, y no tenían mas
consuelo que el de la esperanza de recobrar algún dia la
libertad.
CAPÍTULO II. 133
La ocasión que podía conducirles á realizar su dorado
sueño, se presentó al cabo de algunos años.
La guerra se declaró entre«- colimas y xocbimilcas. El
régulo Coxcox fué derrotado en varios encuentros por sus
enemigos, y queriendo hacer el último esfuerzo para resis­
tirles, se vió precisado á echar mano de los mejicanos para
presentarles un numeroso ejército.
Los mejicanos, llenos de regocijo, porque esperaban al­
canzar por medio de su valor, la gracia de que el régulo
les devolviese la libertad en premio de la victoria que es­
peraban conseguir, se armaron de largos y fuertes palos
que remataban en punta, para enterrar esta en el suelo y
poder saltar de un punto á otro en los terrenos fangosos ;
se hicieron de cortantes cuchillos de iztli, construyeron
adargas ó escudos de madera y de cañas, se dispusieron
para el combate, y convinieron entre si, en no detenerse
cu hacer prisioneros, como era costumbre, sino en cortar
una oreja á cada uno que cayese en su poder, dejándole
marchar con la otra, depositando la cortada en un saquilo
que cada cual llevaría alado á la cintura.
Con el auxilio de Pronl° sc avistaron los dos ejércitos; y
ios mejicanos cuando los colhuas y los xocbimilcas lucha-
trinnfan los . . .
colimas de los ban con mayor encarnizamiento, se arrojaron
xocinmiicas. jos m cjj[c a n o s sobre los segundos con ímpetu
indeseriptibie, y la victoria sc declaró, merced á su auxilio,
en favor de los colhuas. El triunfo no pudo ser mas com­
pleto ; y los xochimilcas, no solo huyeron completamente
derrotados, sino que poscidos de terror pánico, abandona­
ron su ciudad y se refugiaron á los montes.
Concluida la batalla, los colimas se acercaron á su gene-
134 HISTORIA DE MÉJICO,
ral presentando, como era costumbre entre aquellas nacio­
nes, los prisioneros que babian hecho, pues se estimaba en
mas el valor del soldado pcfr el número de prisioneros que
hacia, que por el de enemigos que mataba.
Aquella costumbre no hay duda que daba por resultado
la economía de mucha sangre; pero en cambio aumentaba
el número de esclavos, puesto que todos los prisioneros se
veian reducidos á esa penosa situación. Si el acto hubiera
reconocido un sentimiento de humanidad, nada mas digno
que él de loa ; pero, por desgracia, no reconocia por origen
otro afecto que el de la vanidad del valor, y daba por re­
sultado la esclavitud.
Después de haber presentado los soldados colhuas á su
general los prisioneros que habían hecho durante el com­
bate, se llamó ú los mejicanos para que diesen cuenta de
los suyos.
Los mejicanos se presentaron sin n inguno; pues aunque
habian cogido cuatro prisioneros, no quisieron manifestar­
lo, porque habian dispuesto reservarlos para cumplir con
un propósito que á su tiempo referiré.
El general colima al verles llegar sin conducir preso á
ningún enemigo, les preguntó, en dónde se encontraban
los prisioneros que habian cogido durante la batalla. «No
hemos hecho ninguno ;— contestó el que hacia cabeza,—
porque no quisimos perder en atarles, el tiempo precioso
que podía servir para anticiparos la victoria ; pero aquí te-
neis las orejas cortadas ú los que han caido en nuestro po­
der, y por el número do ellas podréis saber el de prisione­
ros que pudimos haberos traído.» (1)
(1) Pruneda, en la obra que en mi nota anterior dejo mencionada, dice que
CAPÍTULO II. 135
Los colimas quedaron admirados de aquel lieclio que
revelaba el ingenio, el valor y la astucia de aquellos á
quienes debieron en gran parte su triunfo.
Aunque el servicio prestado por los mejicanos fué de
notable importancia, no por esto les dió su libertad el ré­
gulo de Colhuacan. Cierto es que les miró desde entonces
con mas distinguida consideración; pero no obstante si­
guieron siendo esclavos, permaneciendo en esta condición
en Huilzilopoclico, punto que les liabian señalado por re­
sidencia.
Menos acosados ya por sus opresores, los mejicanos eri­
gieron un altar á su deidad protectora Huitzilopochlli. y
anhelando ofrecerle alguna ofrenda que le fuese grata por
su riqueza en la dedicación, suplicaron al régulo de Colhua­
can, su señor, que se dignase enviarles algún valioso pre­
sente para el dios que adoraban.
El orgulloso potentado Coxcox, tratando de ofender y
de humillar á los que miraba como esclavos, envió con
sus sacerdotes colimas, un lienzo sucio y ordinario, den­
tro del cual iba un pájaro, muerto con la inmundicia mas
repugnante. Los sacerdotes colimas, colocaron el nausea­
bundo envoltorio sobre el altar de HmtzilojwchtU, y se
retiraron sin despegar los labios. Grande fué la indigna­
ción que en los mejicanos produjo aquel desacato hecho á
su divinidad tu te la r; pero aplazando para tiempo opor­
tuno la venganza de la ofensa, reprimieron su enojo ; qui-

presontaron sacos UenoB de narices y de orejas. Ningún historiador habla mas


que de haber presentado orejas. Ni sb verosímil que los mejicanos que por eco­
nomizar tiempo no quisieron amarrar ¡i los prisioneros, ocupasen mucho mas
cortándoles las narices, operación difícil.
136 HISTORIA DE MÉJICO,
taron del altar, sin manifestarse alterados, los inmundos
objetos enviados por el magnate colima, y pusieron en su
lugar un cuchillo de iztli y una fragante yerba.
Anunciado el dia de la dedicación, ol régulo de Colhua-
can se dirigió, con la nobleza, á Huitzilopochco, con obje­
to de presenciar la fiesta, no por honrar con su presencia
el acto religioso, sino por satisfacer únicamente su curio­
sidad, y burlarse de sus esclavos.
Los mejicanos dieron principio á la ceremonia, con un
vistoso baile, en el cual se presentaron con los trajes mas
ricos que pudieron hacer en medio de sus escaseces y
penurias. El señor de Colliuacan y la nobleza que le ro­
deaba, se manifestaban altamente complacidos con los pa­
sos y movimientos ejecutados por los danzantes. Los me­
jicanos, en los momentos de mas animación, sacaron á los
cuatro prisioneros xocliimilcas que habian conservado ocul­
tos después de la batalla de que hicimos ya referencia; les
condujeron enfrente del altar del dios HuüzilopoclilU con
la mayor ceremonia, y en seguida les mandaron que bai­
lasen un poco delante de la divinidad.
El régulo de Colhuacan y los nobles, se maravillaban de
todo lo que veian, y se manifestaban contentos.
Primer sacrificio De repente cesó el baile : los mejicanos se
humanas*en apoderaron de los cuatro prisioneros; les ten-
Anihuac. dieron sobre una piedra ; les rompieron con
rapidez asombrosa el pecho con un agudo cuchillo de iztli,
y sacándoles el corazón, los ofrecieron, aun calientes, palpi­
tantes y goleando sangre, á su funesta deidad Huitzilo-
pochtli.
Un grito de horror salió de los labios de todos los col-
CAPÍTULO ir . 137
luías que ignoraban el culto sangriento que consagraban á
su dios los mejicanos, y se marcharon á Colhuacan sobre­
cogidos aun de espanto.
Aquel fué el primer sacrificio de víctimas humanas ve­
rificado en la región de Anáhuac, de que hace mención la
historia ; pues aunque es de suponer que aules se veri­
ficaron otras, no hay noticia de que hasta entonces so hu­
biese dado en espectáculo una escena de aquella natura­
leza, por ninguna de las demás tribus.
E l régulo Coxcox, creyendo que podria producir malos
resultados la permanencia de los mejicanos entre sus va­
sallos, resolvió dejarles en libertad, y de acuerdo con la
nobleza, les dió órden para que saliesen inmediatamente
de su distrito, y buscasen en otra parle su punto de resi­
dencia. Los mejicanos obedecieron gustosos la órden que
les sacaba de la esclavitud, y atribuyeron el beneficio de
la libertad que volvían á disfrutar, á la gratitud de su di­
vinidad por las víctimas que en su honor habian sacrificado.
Dueños del bien mas precioso que tiene el hombre, la
libertad, los mejicanos caminaron con rumbo hácia el nor­
te , y llegaron á un punto situado entre las dos lagunas,
llamado Acatzitcintlmi. La errante tribu, hizo alto en aquel
lugar, y le puso por nombre Mcxicaltzinco, esto es, lu­
gar del templo del dios Mcxitii ó de la guerra. Pero muy
poco tiempo permanecieron a llí: el sitio además de no pre­
sentarles las comodidades á que aspiraban, so hallaba de­
masiado próximo todavía al de sus enemigos los colhuas,
y se marcharon á Iztacalco, acercándose así, hácia el sitio
donde mas larde habian de fundar la grandiosa ciudad de
Méjico.
138 HISTORIA DE M É JICO .

Radicados en Izlacalco, y queriendo celebrar la victoria


que liabian alcanzado sobre los xocliimilcas, y manifestar
á su dios Huitzilojfochtli su gratitud porque les liabia sa­
cado del poder de los colimas, hicieron un montecillo de
papel que representaba á Colhuacan, y pasaron toda una
noche bailando al rededor de él, entonando himnos de ala­
banza á su divinidad, y cantos guerreros en memoria del
triunfo conseguido.
Dos años permanecieron los mejicanos en Izlacalco, vi­
viendo en la mayor penuria y estrechez. Cansados de
aquella existencia miserable y sin porvenir que se adaptaba
mal con su carácter emprendedor y activo, abandonaron
sus frágiles chozas hechas de cañas y de adobe, y tomando
sus arcos y sus flechas, emprendieron de nuevo la marcha
en busca de un sitio conveniente, llevando en andas y en
hombros de cuatro sacerdotes, al dios II-u¿tzUoj)ock¿l¿, de
quien esperaban favor y ventura.
Así caminando por las orillas de las grandes lagunas,
alimentándose de las yerbas, de los pececillos y de algunas
aves que con sus Hechas cazaban, durmiendo á la intempe­
rie, pero alentados siempre por las lisonjeras promesas de
sus oráculos, llegaron después de una sério do aconteci­
mientos y de aventuras do mas brillante colorido que las
leyendas maravillosas de los héroes de la antigüedad, á un
sitio en que detuvieron el paso á la vista do un espectácu­
lo que les sorprendió agradablemente.
En medio de las serenas aguas del lago principal, se le­
vantaba una isla de diminutas dimensiones, como una
blanca gaviota durmiendo sobre la superficie de un apaci­
ble golfo. A la orilla Sudoeste de esa pintoresca islila, bro­
CAPÍTULO ir . 139
taba, de la hendidura de una roca de forma caprichosa, un
silvestre nopal, cubierto de amarillentas tunas, sobre el
cual descansaba una águila de notable magnitud; abiertas
las alas á los rayos del sol naciente, y teniendo entre sus
cortantes garras una enorme culebra que se retorcia con
las agonías de la muerte.
La peregrinación de los mejicanos habia terminado.
El gran dios Hniteilopoclitli, por medio de un anciano
sacerdote, les habia indicado el sitio en que debían echar
los cimientos de su monarquía.
El sitio debia ser aquel donde encontrasen un águila
reposando tranquila sobre un robusto nopal nacido en la
peña de una isla.
El oráculo se habia realizado.
Los mejicanos vieron llenadas las condiciones reveladas
por su protectora divinidad al ministro de su religión, y
se resolvieron á fundar allí su sociedad y su gobierno.
La diminuta isla, desprovista de vegetación, pero que
para los mejicanos encerraba el interés de acatar la dispo­
sición del oráculo, pertenecía al rey de Azcupozalco.-
Los mejicanos solicitaron del monarca tepancca el per­
miso para establecerse en el sitio que anhelaban, y con so­
licitud se les dijo que les seria concedida, á condición de
que se obligasen á pagar cierto tributo en determinadas
épocas del año. La errante tribu admitió las condiciones
del soberano tepaneca, y acto continuo tomó posesión de
aquel sitio á quien dió el nombre de Tcnochtitlan, que
significa nopal solre piedra. (1)
(1) Tenochllt significa nopal. I.os mejicanos llamaron TenocM itlan 4 la ciu­
dad que allí fundaron. Muchos historiadores, sin embargo, por no conocer el
140 HISTO RIA DE M É JICO .

13 26 . Lo primero que los mejicanos hicieron al


Fundación tomar posesión del lugar señalado por el orfi-
Mcjico. culo, fuó construir junto al nopal en que apa­
reció el águila, un humilde templo de céspedes y de paja,
dedicado á su dios HuUziloyoclitU, que les había señalado
el paraje en que debían ediíicar su ciudad.
La expresión del agradecimiento á la divinidad ha sido
en todos tiempos y en todas las naciones, cualquiera que
haya sido su religión, el primer acto del hombre después
de haber llegado, á través de penosos trabajos y peligros,
al punto deseado.
Por desgracia, los mejicanos tenían una religión que Ies
presentaba como ofrendas las mas aceptables á su dios, los
sacrificios de víctimas humanas.
Deseando que la dedicación del humilde templo revelase
el respeto y amor hácia su dios, salió á los bosques inme­
diatos un atrevido mejicano ú cazar la primer fiera que en­
contrase para sacrificarla y ofrecerla á la divinidad que ado­
raban. Cuando se internaba en un punto peligroso, se en­
contró con un colhua llamado Xomimitl. El resentimiento
que los mejicanos tenían contra los colimas por la esclavi­
tud á que les tuvieron reducidos, y el desprecio con que
los segundos miraban á los primeros, dió por resultado
que, después de haber cruzado algunas palabras ofensivas,
ambos echasen mano á las armas que llevaban. La lucha
personal fuó tenaz ; pero al fin venció el mejicano, y alan­
do á su rendido enemigo, le llevó al sitio en que habian

idioma, lian adulterado el nombre, escribiendo T em x iU lm , Tem ihtitlan y T e-


nm tU lan.
CAPÍTULO I I. 141
construido el frágil santuario ú Huitzilopochtli. Notable
fué el regocijo que causó en todos la presencia del prisio­
nero : la ofrenda que con él podian ofrecer á su dios, la
consideraron de mas valía á los ojos de su divinidad, que
la de una fiera. No queriendo retardar ni un solo instante
la celebración del estreno del templo, hicieron que bailase
el colhua delante de la sangrienta deidad, le tendieron so­
bre la piodra del sacrificio, y poco después, rasgándole el
pecho, le sacaron el corazón que, humeante todavía, lo co­
locaron sobre el altar, ofreciéndolo á su dios, con grandes
demostraciones de placer y de alegría. Aquel sacrificio lo
consumaron con doble satisfacción, porque á la vez que les
proporcionaba un desahogo de su ódio contra los colimas
que les privaron un dia de su libertad, presentaban á su
munen do la guerra, la sangre de uno de los vasallos del
régulo de Colhuacan, Coxcox, en desagravio del nefando
desacato cometido por éste al manchar el altar de Huitzi-
lopocUtli con el inmundo envoltorio de que hicimos refe­
rencia anteriormente.
Hecho el rústico santuario, los mejicanos empezaron á
construir miserables chozas de juncos y de cañas al rede­
dor do él, así para tener mas próxima la protección de su
divinidad, como para defenderla de cualquiera extraña
tribu que tratase de ofenderla.
Así se dió principio á la fundación de la pintoresca Ve­
necia del mundo occidental; á la ciudad de Tenochlillan
quo llegó á ser, con el tiempo, la suntuosa corte de los
poderosos emperadores aztecas, y la mas notable, rica y
grandiosa ciudad del Nuevo-Mundo que licuó de admira­
ción á los mismos españoles.
142 HISTORIA. D E M ÉJICO .

Origen dei Los mejicanos, queriendo consagrar á su


de Méjico, dios Huitzilopockbli un recuerdo eterno de
gratitud por los tienes de que se creían deudores liácia
él, dispusieron que la ciudad llevase, además del nombre
de TenochtiÜan, que indicaba el acatamiento ü la Orden
del oráculo, el nombre de MexitU, (Méjico) que significa
lugar de MexitU ó de Hnitzüopochtli, pues con estos dos
nombres era conocido por ellos la predilecta deidad que
adoraban. (1)
Con la noble mira de ponerse á salvo de cualquier ata­
que que se intentase de nuevo contra su libertad, los me­
jicanos trabajaron sin descanso en aumentar los edificios,
y en dar á la ciudad de Méjico una respetabilidad que tu­
viese á raya á las tribus colindantes.
Ocupaba entonces el trono chichimeca, su cuarto rey
Quinatzin, á quien vimos establecer definitivamente la
corte en la ciudad de Texcoco, y que fué, hasta la con­
quista por los españoles, la capital del reino de Acol-
huacan.
Corria el año de 1325 cuando los mejicanos levantaron
la primera cabaña en la después gran ciudad de Méjico, á
su deidad tutelar, acariciando la lisonjera esperanza de po­

li) Muchas y variadas opiniones se han emitido respecto de la etimología


del nombre de Méjico. Unos dicen que viene de la palabra Aíetetli, luna, porque
esta reflejaba en la laguna cuando llegaron los mejicanos, como lo había indi­
cado el oráculo: otros aseguran que significa en la fu e n te , por haber encontrado
una do buena agua en aquel sitio, y algunos han creído que venia de la palabra
meccico, que quiere decir, en el centro d el maguey. Pero en )a6 dos primeras eti­
mologías hay violencia; y respecto de la tercera el mismo Clavijero que pensó
en ella, dice que, «con el estudio de la historia se desengañó» de que no reco­
nocía el origen que se imaginó. «Al presente—anade en su «Historia Antigua
CAPÍTULO I I . 143
der constituirse en nación independiente. Sin embargo,
aunque establecidos en el lugar en que les había indicado
el oráculo, no por esto las condiciones de bienestar, con
respecto á la subsistencia y comodidades de la vida, h a-
bian mejorado. Situados en medio de la laguna, en aque­
lla islila en extremo reducida para contener á todos los
habitantes; careciendo de terreno para sem brar; des­
provistos de toda materia para tejer y hacer sus vestidos ;
aislados de todo trato con las demás tribus; abrigando
constantemente una invencible desconfianza hácia todas
las naciones vecinas, los mejicanos pasaban una vida no
menos penosa que la que habían tenido hasta entonces.
Sin maíz, sin legumbres, porque no tenían donde culti­
varlas, se veian reducidos á alimentarse solamente de ani­
males y de vegetales acuáticos. Pero estas penalidades y
miserias no llegaron á abatir jamás el espíritu de aquellos
hombres, ni á hacerles desmayar en su trabajo. Alentados
por los mismos contratiempos, se propusieron remediar un
grave mal, del que conocían que dimanaban todos los
otros. El mal era la carencia de terreno para fabricar sus
casas, pues la islila no prestaba la capacidad necesaria
para contener á todos los mejicanos. Resueltos á vencerlos
obstáculos (fue se presentaban, empezaron á poner estaca­
das en aquellas parles en que mas baja oslaba el agua,
terraplenándolas con céspedes y piedra; y continuando este
trabajo penoso, consiguieron unir á la islita principal, otras
mas pequeñas que se encontraban á corta distancia.

de Méjico,»—estoy ya seguro de que Méjico significa el lugar do Mexitli 6 de


Huitzilopoclitli, esto es, el Marte de los mejicanos, ú causa del santuaúo fabri­
cado allf».
144 H ISTO RIA I>E M É JICO .

Alimento de los Asombra la resignación y la constancia con


en Tos O m eros <
Iue aquel pueblo se resolvía á sufrir las pena-
anos de lidades de lodo género y la miseria mas es-
Méjico. panlosa, en medio de un rudo trabajo y de
una islita miserable, por conservar su libertad preciada. La
isla carecia de los alimentos mas indispensables á la vida ;
y los mejicanos, para sustentarse, se vieron precisados A
hacer alimenticios aun los objetos que mas repugnantes les
hubieran parecido en circunstancias menos aflictivas. Aco­
sados por el hambre y la necesidad, se vieron obligados A
sustentarse con todo lo que encontraban en las aguas del
lago, y en los yerbajos próximos A la orilla. Sobreponién­
dose al temor de contraer penosas enfermedades por la mala
calidad de los alimentos, comían. no solo las raíces de las
Asperas plantas acuáticas, sino los moscos, los huevecillos
que estos ponian en cantidad prodigiosa sobre los juncos de
la laguna, las culebras, el a letep il el a¿opinan, diversi­
dad de animalillos, varios insectos palustres, las hormigas
y el axolotl, llamado ajolote, que se cria en el fango de los
pantanos. (1) La cantidad de moscos llamados amaneati que
se extendian por el lago, era fabulosa, y los mejicanos in­
ventaron la manera de cogerlos con la mayor facilidad y en
número prodigioso. Con este insecto, querccogian Amillo­
nes, lograban, no solo aliméntame ellos, sino alimentar1

(1) El axolotl, ó ajolote como lo llamaron los españoles, adulterando el nom­


bre, es un lagarto pequeño acuático, de ocho pulgadas do largo, que se cria cu
la laguna de Méjico y en el fungo de las acequias. .Su figura es repugnante: su
piel blanda y negra; larga la cabeza; grande la boca; larga la cola: y corta, an-
cha y cartilaginosa la lengua. Desde la mitad del cuerpo basta la extremidad
do la cola, va estrechándose: sus piés, que son cuatro, y con los cuales nada, se
asemejan á los de la rana. La carne del axolotl es blanca, y su salwr muy pare-
CAPÍTULO I I . 145
también diversidad de pájaros, y vender una gran cantidad
en el mercado. Para hacer menos desagradable aquel ali­
mento, amasaban los moscos, y formando una pasta, ha­
dan redondos panecillos que, colocados en hojas de alguna
planta, los cocían en agua con sal. Cuando, mas tarde,
pudieron sembrar el maíz, los panecillos los ponían en las
hojas de esta benéfica planta que ha llegado á ser la mas
necesaria para los pueblos del Anáhuac. Obligados por la
imperiosa necesidad, no sacaban menos provecho de los
huevecillos que los mismos moscos depositaban á millares,
en los juncos y yerbas del lago. Queriendo utilizarlos como
utilizaban los insectos, hacían una especie de albóndiga ó
torta llamada ahuau-htli, que aun forma parte del alimento
de los indígenas de los pueblecillos próximos á Méjico, si­
tuados al borde del canal y de la laguna. Entre las cosas
que no se puede concebir cómo se resolvieron á tomarla
por alimento, se encontraba una sustancia fangosa, llama­
da tcmitlatl, esto es, escremenlo de piedra, que nadaba en
la superficie del lago. Pero el hambre da osadía para pro­
barlo lodo, y los mejicanos sacaron de aquella sustancia
un provecho inapreciable. Ingeniosos y entendidos, la po­
nían al sol hasta que llegase á quedar perfectamente seca;
le daban una forma redonda, -y la conservaban para co­
merla, á manera de queso, al cual se parecía algo en el
sabor.
Los mejicanos llegaron á acostumbrarse de tal manera á
estos miserables alimentos durante los muchos años de pe-

ciilo al de la anguila. En Méjico se hace algún consumo de este pez, pues pare­
ce <i'»c es un alimento muy bueno para los enfermos, especialmente para los de
tisis.
146 H ISTORIA D E M ÉJICO .

nalidades que sufrieron, que siguieron haciendo uso de


ellos hasta en su mayor prosperidad.
Pero todo lo admitían con gusto en cambio de mantener
su libertad. Puesto el pensamiento en la esperanza de que
con la abnegación y el trabajo llegarían á conseguir el
bienestar social, se dedicaron á la pesca de un pez que,
aunque pequeño, es de agradable sabor, llamado blanco: á
la de otros mucho menores, conocidos con el nombre de
amarillitos; pesca que, unida á la caza de diversas aves
acuáticas y á los objetos y sustancias antes referidos, les
proporcionó un activo y productivo comercio con las tribus
próximas á la laguna, que les daban en cambio maíz, fri­
jol, y cuanto les era necesario.
Provistos, merced ó su asiduo trabajo, de piedra, de ma­
dera y de otros materiales de construcción, hicieron sólidas
estacadas, sobre las cuales edificaron pobres y humildes
edificios sí, pero agradables y pintorescos, que formaban
calles rectas y animadas, por donde transitaba, en lige­
ras canoas, la trabajadora multitud, así como por los mul­
tiplicados puentes hechos de cañas y de juncos que cruza­
ban de una á otra orilla de la calle,
chinampas 6 Las dificultades mas grandes llegaron á ser
flotantes?modo in c id a s por la industria y el ingenio. Pero
«le formarías. en donde estas dos cualidades de los mejica­
nos brillaron de una manera marcada, fué en la feliz con­
cepción de formar graciosos huerLos flotantes sobre el agua.
Careciendo de tierras de labranza, pues á su derredor no
lonian mas que las- ondas de la espaciosa laguna, idearon
la manera de construir nadantes sementeras sobre el líqui­
do elemento, donde pudiesen cultivar toda clase de horlali-
CAPÍTULO II. 147
zas y de fruías. El ingenio, aguijoneado por la necesidad,
realizó Lien pronto el pensamiento felizmente concebido,
y la apacible laguna se vid poco tiempo después, sustentan­
do sobre sus durmientes aguas los flotantes huertos, llama­
dos chinampas que, manteniéndose á flote sobre la blanda
superficie, eran llevados de un sitio á otro de la lagu­
na, á merced del industrioso cultivador. Formaban estos
huertos, uniendo estrechamente maderas fofas y esponjosas
con que lograban hacer una balsa que reunia las condicio­
nes de resistente y ligera. Esta balsa iba entrelazada con
tejidos de mimbres, cañas verdes y flexibles, y de raíces
de varias plantas palustres ó de otras yerbas acuáticas li­
geras, pero suficientemente fuertes para mantener la tierra
del huerto perfectamente unida. Sobre esta base, cuyo
conjunto venia á resultar una balsa herbosa, ligera y con­
sistente, colocaban ligeros céspedes de los mismos que flo­
taban en la laguna, y encima de todo ponían el fango que
sacaban del fondo del agua. La fonna de estos huertos era
cuadrilonga; las dimensiones de ellos, diversas; pero ge­
neralmente tenian veinte varas de largo, siete de ancho
y poco mas de una tercia de elevación sobre la superficie
del agua, que, manteniéndose á flote, sobre el lago, reme­
daban islas encantadas que resbalaban sobre las ondas,
obedientes al mágico poder de las liadas, para situarse á
voluntad de su misterioso deseo.
En estas campiñas flotantes ó chinampas, creación de
un claro ingenio inspirado por la necesidad y el patriotis­
mo, que aun forman en las cercanías de Méjico la fortuna
de los indios; en estos huertos poéticos y vistosos que fue­
ron los primeros campos que en medio de las aguas apa-
148 HISTORIA D E M É JIC O .

recicron como pensiles graciosos y rientcs, cultivaban los


mejicanos el maíz, el pimiento y otras muchas plantos y
semillas para su sustento.
1338 . Trece años llevaban ele aquella vida de pri-
Dmejf<ttnosenS vac^ones aunque lentamente, iban desa-
«los reinos, pareciendo por fortima. Hasta entonces, á pe­
sar de las discordias que de continuo se suscitaban entre
los dos bandos en que estaban divididos desde el encuen­
tro de los dos envoltorios de que ya nos hemos ocupa­
do, se mantuvieron unidos para ser fuertes ; poro, cuan­
do se creyó cada partido capaz de formar por sí solo un
reino, los odios que se habian trasmitido de padres & hi­
jos, se dejaron ver con mas fuerza, y uno de los bandos,
mirando como insoportable la presencia del otro, se resol­
vió á separarse, buscando terreno en otro punto. Pronto
puso en planta su pensamiento ; pero temiendo que si so
alejaba mucho, le privase de la libertad alguno de los seño­
res de los Estados vecinos, se dirigió liácia el norte, y se
instaló en una islita próxima-.
Los que abrazaron el partido de separarse, fueron aque­
llos (pie, según el moral epílogo que hemos referido ya,
habian encontrado la piedra preciosa: los que continuaron
en Méjico, eran los que recogieron los dos leños.
La islita elegida por los que se habian separado, era po­
bre como todas las que se encontraban en la laguna, y per­
tenecía, lo mismo que el sitio en que se levantó Méjico,
al rey de Azcapozalco.
Los separatistas solicitaron del monarca tepaneca el per­
miso de habitar el punto que tenian dispuesto poblar ; y
conseguida la licencia, en cambio de reconocerse tributarios
CAPÍTULO I I . 149
de la corona de Azcapozalco, se dirigieron á tomar pose­
sión del sitio que anhelaban. Al lomar posesión de su nuevo
recinto, se encontraron un gran monton de arena en me­
dio de la isla, por lo cual la pusieron por nombre Xalti-
lolco.
Acostumbrados á las privaciones y al trabajo, se entre­
garon inmediatamente á este y sufrieron aquellas, con la
esperanza de hacer productivo el reducido sitio que pisa­
ban. Su primera diligencia fué el construir un terraplén, y
conseguido su objeto al poco tiempo, cambiaron el nombre
de la isla, llamándola desde entonces Tlatelolco, nombre
que conserva hasta nuestros dias.
Desde el momento que se operó la separación de los dos
bandos, se llamaron los que se establecieron en Tlatelolco,
llatelolcos, y los que continuaron en Tenochtillan, tenoclir
chí. Sin embargo, nosotros, siguiendo la costumbre obser­
vada por los demás historiadores, continuaremos llamán­
doles mejicanos á los segundos.
Nombres do Mientras los llatelolcos se esforzaban en pro-
íos cuatro porcionar á la nueva íioblacion lo muy preciso
cuarteles en que ± # .
se dividió á la vida, los mejicanos continuaban cons-
dXo°nexiste fruyendo casas y templos, puentes y canoas
hasta ci día. p0r (¿¿as partes, y aumentaban notablemente
los recursos de bienestar. Viendo que la población había
tomado creces notables, dividiéronla ciudad, para mejorar
la administración de ella, en cuatro cuarlelos, á cada uno
de los cuales asignaron su diviuidad protectora, sin per­
juicio del mayor de sus dioses Huüzilojpochtli, que era la
deidad suprema de la nación. Los cuatro cuarteles en que
dividieron la ciudad son los mismos que se conservan has­
150 H ISTO RIA D E M É JIC O .

ta el día con los nombres de San Pablo, San Sebastian,


San Juan y Sania María, y que entonces se llamaron, si­
guiendo el mismo órden, Tcopan y JTocfamilca, el primero;
Azlacoalco el segundo; Moyolla el tercero, y Cvepopan y
Tlaqucclmcckcan el cuarto.
Con proporciones mas agradables y con materiales me­
nos frágiles y toscos que al principio, se levantaba en el
centro de los cuatro cuarteles, el templo del dios Iluitzilo-
jpoclibli, cada vez mas reverenciado, recibiendo cada dia ma­
yor culto de la nación entera, que atribuía su prosperidad
á la protección del ídolo por ella divinizado.
El engrandecimiento progresivo y rápido de los mejica­
nos; la belleza que liabian sabido imprimir á una ciudad
edificada sobre el agua; el ingenio y valor que desplegaban
en todas sus empresas, les conquistó una alta reputación
entro todas las naciones vecinas.
Loa mejicanos Atribuyendo á su dios Hmtsilopoclltli, co­
piden ai rey de mo ]16 dicho anteriormente, la situación b ri-
Colhuacan .
una de sus hijas liante á que liabian conseguido llegar, dispu-
11mad^e do* sieron manifestarle su gratitud con un acto
su dios. q u e juzgaron alcanzaría todo el beneplácito de
su falsa divinidad. Halagados por la idea que habían con­
cebido, se apresuraron á enviar una embajada al rey de
Colhuacan, solicitando se dignase concederles alguna de
sus hijas, para consagrarla madre de la deidad protectora
que les había concedido los notables bienes de que en aquel
momento disfrutaban. Los embajadores, después de pon­
derar los nobles atributos do que juzgaban adornado al
dios que respetaban, manifestaron que la solicitud partía
de la misma divinidad bienhechora, que les había enviado
CAPÍTULO I I . 151
para que le expresasen que era voluntad suya exaltarla al
distinguido lionor de hacerla madre suya.
ei soberano El rey de Colhuacan, doseando atraerse la
4 los embaja- estimación de los mejicanos, borrar la memo-
dores m«uiconos ria ¿c ia indigna conducta observada por el
sus hijas, régulo Coxcox cuando les redujo á la esclavi­
tud, y sobre todo, deslumbrado por la gloria que le estaba
reservada de ver á su hija deificada, contestó manifestando
que obsequiaba la solicitud con la mas profunda alegría.
Satisfecho de la honra que recibía, corrió á comunicar la
nueva ú la mas hermosa de sus hijas, quien llena de júbilo
por la suprema dignidad á que la elevaba un dios, se di­
rigió, acompañada de los embajadores, y reverenciada por
éstos, á la animada ciudad de Méjico.
El rey de Colliuacan quedó en su corte, después de ha­
ber ofrecido que asistiría al apoteosis de su hija el dia
destinado para la gloriosa fiesta.
Los mejicanos recibieron á la hermosa joven que debia
ocupar el distinguido puesto correspondiente á la madre
de su divinidad protectora, con las demostraciones de la
mas alta satisfacción y respe Lo.
sacrificio ejecu- Los sacerdotes, mirándola como una futura
tado en la hija ¿¡osa, la condujeron á un templo donde le
hulean para prodigaron todos los respetos de una deidad
deificarla. cclesLe. La joven recibía los honores que se
le tributaban, como mandatos del dios que la recibía por
madre, gozándose en la gloria que le esperaba. Pasados
los primeros instantes, los sacerdotes entregaron la joven
á otros que se acercaron á ella con respeto ; la tendieron
sobre una ancha losa; la sujetaron y observando siempre
152 HISTORIA D E M É JIC O .

con ella las mismas consideraciones, la sacrificaron ; des­


pojaron al cadáver de la piel, y se dispuso que con esta se
visLiese uno de los jóvenes que mas se hubiese distingui­
do por sü valor en la nación.
El rey de Colhuacan estaba muy lejos de creer que su
bija babia sido destinada al sacrificio, y esperaba con im­
paciencia el dia en que se celebrase el apoteosis que la
elevase en vida, A la categoría de los dioses.
El momento anhelado llegó : el rey recibió la invitación
para que asistiese á la religiosa ceremonia, y marchó á
Méjico con los principales personajes do su corte.
El rey de Colhuacan fué introducido en el santuario
donde reinaba el silencio mas profundo. En aquel recinto
se debia celebrar la notable función, y él estaba nombrado
para ser uno de los adoradores de la nueva deidad.
El santuario se hallaba envuelto en tinieblas, como cor­
respondía para el recogimiento y la solemnidad del acto,
y en medio de la oscuridad que reinaba, solo se acertaban
A descubrir dos figuras, aunque sin distinguirlas: la de
Hv.lt:\lopoclttii, y otra que estaba A su izquierda, pero
próxima A ella.
Los sacerdotes se acercaron al re}'- de Colhuacan, le pu­
sieron un incensario en la mano con un poco de copal, le
acercaron al sitio en que estaban las dos divinidades, y le
ordenaron que las incensase para dar principio A la cere­
monia religiosa.
El soberano, lleno de respeto, y fijos los ojos en los dos
objetos que aun no distinguía, empezó A incensar. De re­
pente, A favor de la llama que producía el copal, creyó re­
conocer A uno de aquellos dos bultos que incensaba ; vuel­
CAPÍTULO I I. 153
ve á despedir su luz el copal; clava entonces la vista en
lo que le sorprende ; ve al jóven guerrero cubierto con la
piel que reconoce ser la de su hija; da un grito espantoso;
deja caer el incensario de su mano, y sobrecogido de ter­
ror y de espanto, salió corriendo á la calle trastornada la
razón por el dolor, ordenando á los suyos la venganza por
el bárbaro atentado que se habia cometido contra su hija
querida.
Pero la venganza era imposible. Se hallaba en una ciu­
dad populosa donde la multitud se hubiera arrojado sobre
ellos, y el rey de Colhuacan abandonó la ciudad y se diri­
gió á su reino, prensado el pecho por el dolor, y llorando
la horrible muerte del sér querido de su corazón.
La jóvcn que, como su padre, no imaginó jamás que la
solicitasen para el trágico fin que tuvo, fué creada diosa;
y no solo fué venerada como madre de ffuitcilopochtlisi­
no también como de lodos los demás dioses, pues esto sig­
nifica Teteoinm, que es el nombre que la pusieron, y con
el cual fué conocida y reverenciada en lo sucesivo.
La idea de un Sér Supremo es innata en el hombre,
quien en todos tiempos ha procurado manifestarle con
ofrendas, su amor y su gratitud. Por eso lo temible era,
en los que desconocían la mansedumbre de un dios todo
caridad, equivocarse en la ofrenda que pudiera serle gra­
ta. Los mejicanos que juzgaban que nada era mas acepta­
ble para su dios que la sangre de los séres humanos verti­
da en sus altares, se apresuraban á complacerle; y por eso
la celebración de los hechos mas notables, la marcaban
con las sangrientas escenas de personas sacrificadas á su
falsa divinidad. Los triunfos, la erección de sus templos,
154 HISTORIA D E M ÉJICO .

el feliz resultado de una empresa, todo lo celebraban con


el sacrificio de las víctimas humanas. Su falsa religión les
ordenaba actos sangrientos, y las consecuencias, en la
práctica de sus doctrinas, no podian producir otros resul­
tados.
La historia de esa divinidad, en cuyas aras se celebraron
terribles hecatombes de séres racionales, es digna de ser
conocida al empezar, por decirlo así, el prólogo de las víc­
timas que le fueron sacrificadas.
Historia de HvÁtzilopoclitli, según la falsa religión de
Huitwiopochtii. i og qUe eDL adoraban con verdadera f é , era
descripción, un sér celestial que habia encarnado en una
hermosa mujer llamada Coatlicue, de acrisolada virtud y
entregada al culto de los dioses; pero sin que para aquella
concepción hubiese mediado cooperación ninguna de va-
ron. Era la bella dama, viuda de un distinguido noble de
quien le habian quedado varios hijos varones y una hem­
bra llamada Coyolxauhqui, que habitaban, lo mismo que
ella, en el pintoresco pueblo de Coatepec, próximo á la an­
tigua ciudad de Tula.
La primera oración que se elevaba en el templo á las az­
tecas divinidades al brillar los nacientes rayos de la aurora,
salia de los labios de la modesta Coatlicue; el primer in­
cienso que aromatizaba las bóvedas del sagrado recinto de
los dioses era el que exhalaba el suave copal de su incen­
sario ; las manos primeras que se consagraban al nacer el
dia, en el decoroso aseo del pavimento del tcocalli eran
las suyas. En uno de esos momentos en que humilde y
fervorosa limpiaba muy de mañana las espaciosas gradas
del templo, vió descender suavemente del cielo, una blan­
CAPÍTULO I I . 155
da y trillante bola de matizadas plumas. La hermosa Coa­
tlicue contenta del primoroso hallazgo, lo guardó en su
seno, con el inleolo de colocarlo después, como un precio­
so adorno, en el altar de la deidad principal; pero cuando
terminado el aseo del templo, buscó la preciosa bola, esta
había desaparecido y no pudo encontrarla. Maravillada
quedó la hermosa Coatlicue de la desaparición del objeto
que buscaba: pero se maravilló doblemente cuando sintió
en su sór la concepción de otro sér inexplicable.
Aunque tranquila en su conciencia, la virtuosa Coatli­
cue, temía sin embargo la censura del público; y cuando
sus hijos, trascurido el tiempo necesario, llegaron á cono­
cer el estado que guardaba, temiendo que cayese sobre
ellos un borron de infamia, determinaron matarla antes de
que en la población se sospechase de su virtud. La afligida
Coatlicue llegó á saber que sus hijos habían resuelto qui­
tarle la vida, y la duda de ellos aumentó la pena de su
sensible corazón. De repente escuchó una voz celestial que
operó un cambio completo en su espíritu, convirtiendo su
tristeza y su dolor en intensa alegría y profundo placer.
Aquella voz divina salía de su vientre, y con acento blan­
do y profélico le decía: «No temáis, madre m ia ; rego­
cijaos mas bien; yo os salvaré con honor, vuestro y glo­
ria mia.»
Aun no volvía de su religioso asombro la hermosa Coa­
tlicue, cuando entraron sus hijos á matarla, azuzados por
su hermana Coyolxauhqui. De repente, y en los momen­
tos en que se disponían á descargar el golpe parricida, na­
ció HuiULlopochtli, llevando en la mano izquierda un bri­
llante escudo, un dardo en la derecha; un rico penacho de
156 HISTO RIA D E M ÉJICO .

plumas verdes eu la cabeza; listado de azul el rostro; ador­


nada la pierna izquierda con tornasoladas plumas de coli­
brí, y listados también de azul los muslos y los brazos. (1)
Los Lijos de Coatlicue quedaron extáticos ante aquella
aparición, sin atreverse á dar un paso.
Huilálopoclilli hizo aparecer, en cuanto salió á luz, una
gran serpiente de pino, y mandó á un soldado suyo, lla­
mado Tochancalqui, quo matase inmediatamente á la jóven
Coyolxauliqui, que era la mas culpable. El soldado obede­
ció; y mientras cumplia la sangrieuta órderj, Huilzilopock-
tli se lanzó sobre los otros hermanos, matándoles á lodos,
sin que les valiese ni la defensa que hicieron, ni los ruegos.
Concluida aquella escena de sangre y de matanza, incen­
dió las casas que tenían en la población, quedando la ma­
dre dueña de los despojos. Los pueblos todos quedaron
aterrados con aquel inesperado suceso, que desde entonces
lo llamaron Telzahuitl (espantoso) Tclzauhteotl, dios es­
pantoso.
La estátua con que los mejicanos representaban á IIn.it-
zilopochtU era la de uu hombre de gigantesca altura, sen­
tado en un banco azul que ostentaba cuatro ángulos, sa­
liendo de cada uno de ellos una enorme serpiente: su ros­
tro, que era muy ancho, estaba cubierto con una máscara
de oro, pero grotesca, igual á otra del mismo rico metal
que le cubría la Duca; sus ojos eran disformes y espanto-1

(1) Huitzilopochtti.&quien Bernal Díaz llama en su historia, adulterando el


nombre, Huichilobos, y algunos otros autores europeos, Yizlipuzli, es un nom­
bre cumpuesto de dos: de huihilin, nombre de un pajarito de plumoje vario y
brillante, conocido vulgarmente por chupa mirto, (colibrí) y de opochlli, que
significa izquierdo. Los mejicanos pusieron aquel nombre i. su deidad, porque,
le representaban con plumas del expresado pajarito en el pié izquierdo.
CAPÍTULO I I . 157
sos; su fronte ancha y tosca ora azul: brillaba sobre su
descomunal cabeza un rico penacho de plumas, de la for­
ma de un pico de pájaro ; diez figuras de corazones huma­
nos formaban el adorno de una lujosa gargantilla que lleva­
ba en el cuello ; empuñaba con la mano derecha un lujoso
bastón azul de forma espiral, y con la izquierda sostenia
un ancho escudo adornado de cinco bolas de vistosas plu­
mas, dispuestas en forma de cruz. Una banderola de oro
con cuatro flechas que le habian enviado del cielo para eje­
cutar heróicos hechos, se alzaban en la parte superior del
expresado escudo. Su fornido cuerpo estaba salpicado de
piedras preciosas, de figuritas de oro representando diver­
sos animales y rodeado de una gran serpiente también de
oro. Cada uno de los ricos adornos que se encontraban
aglomerados en aquella sangrienta divinidad, tenia un
significado en la religión azteca.
También se le representaba de pié ; con los ojos cente­
llantes ; rodeado el cuerpo de enormes culebras y adorna­
do de rica pedrería ; con una gargantilla de caras y cora­
zones de indios; con el arco en la mano izquierda: varias
flechas en la derecha, y con un paje á su lado que le te­
nia una lanza corta y una rodela de oro y pedrería.
Este era el dios á quien se sacrificaban mas tarde, mi­
llares de víctimas humanas, y á quien en la paz y en la
guerra se le demandaba protección, cubriendo sus altares
con la sangre de séres desgraciados.
No debemos creer, sin embargo, que estas horribles he­
catombes eran sugeridas por un instinto sanguinario y
cruel. No era un acto espontáneo en obsequio de un senti­
miento inhumano que gozaba con los sufrimientos de la
158 HISTORIA. DK M ÉJICO .

humanidad, sino ©n cumplimiento de un deber sagrado,


según ellos, impuesto por su religión que juzgaban santa,
prescrita por dioses que les castigarían si faltaban á ella.
Acaso se complacían, como tendremos ocasión de ver
mas adelante, en poder presentar á sus divinidades el mayor
número de víctimas; pero se complacian, no por el gusto
material de sacrificar séres humanos, sino porque juzgaban
que en relación con el número de sacrificados, se hallaba
la gratitud y el placer del dios á quien ofrecían sus víc­
timas.
No veian en aquellos sacrificios un acto de crueldad re­
prensible, sino un acto meritorio de religión.
Tenemos el deber de no juzgar de los sentimientos de
los antiguos mejicanos, por sus prácticas religiosas.
Los mejicanos obraban de una manera en su vida civil
y particular, y de otra muy distinta bajo su aspecto reli­
gioso.
La bondad, los nobles sentimientos de la mas sana mo­
ral, eran las máximas que inculcaban á sus hijos en la
educación que les daban. En los preceptos de su religión,
la sangre del prójimo, vertida en los altares de sus dioses,
se presentaba como una ofrenda grata y laudable.
Respetemos, pues, á los hombres, y lamentemos sus
preocupaciones.
CAPITULO III.

Sistema de gobierno de los mejicanos hasta 1352.—Fundación de la monarquía.


—Primer rey de Méjico.—Primer rey de Tlatelolco.—Tributos impuestos &
los mejicanos por el rey de Azcapozalco.—Progreso de los mejicanos.—Huit-
ziluhitl, segundo rey de Méjico.—Se casa con una hija del rey de Azcapozal­
co, y poco después con otra del sefior de Cuahu&nhuao.—Quedan libres los
mejicanos de los anteriores tributos.—Triunfo debido & ellos en Xaltocan.—
El rey de Acolhuacan divide su reino en 03 estados.—Prosperidad agrícola y
comercial de los mejicanos—Enemistad de Maxti atoa, se&or de Coyoacan
con los mejicanos.—Se asesina por sn drden al hijo del rey de Méjico.—Con­
ducta prudente del rey de Méjico.

1368. Veintisiete años llevaban los mejicanos de


Fundación haberse establecido en la ciudad de Méjico
la monarquía por ellos edificada, cuando resolvieron cam-
mejicana. ¿£a r sisf,ema de gobierno con que se liabian
regido constantemente. Hasta el año 1352, su régimen gu­
bernativo habia sido aristocrático, componiéndolo varias
personas en quienes concurrian la nobleza, la probidad,
la sabiduría y la riqueza. A este cuerpo respetable por sus
relevantes cualidades, obedecia la nación entera con vo­
luntad firme y ciega fé. Los individuos que se hallaban al
frente de los negocios públicos cuando llegó á fundarse la
ciudad de Méjico, eran veinte, destacando entre ellos, por
su vasta capacidad y su feliz acierto en los negocios públi-
ICO H ISTO RIA DB M ÉJICO .

eos, el noble Tenoch, como aparece por las pinturas de los


mejicanos. (1)
Las continuas disensiones y graves disgustos á que ha­
bían estado entregados entre sí desde su primera discor­
dia en Coallimamac; el ejemplo de paz y de firmeza que
les daban otras naciones del Anáhuac ; la prosperidad en
que veian al reino de Acolhuacan, cuyo trono ocupaba en
Texcoco el quinto rey chichimeca Tcchotlalatzin, de quien
dije que ordenó que en lodos sus estados se hablase la len­
gua náhuatl ó sabia, abandonando el dialecto duro de los
chichimecas ; la falla de unidad en que se hallaban para
no tener que sufrir las incomodidades que les inferian sus
vecinos, y la esperanza, en fin, de que origiéndose en mo­
narquía encontrarían en un rey al recto juez, al padre ca­
riñoso y al intrépido general que, en caso necesario, les
condujese á la victoria, les decidió á constituirse en mo-
1358 . narquía, y de común consentimiento eligieron
^íX eydT ’ P0T soberano al ilustre Acamajñteiu, que sig-
Méjíco. nifica el que tiene cañas en la mano.
La elección no podía haber recaído sobre personaje mas
digno n i distinguido. El electo rey era hijo de Opochtli,
personaje de la mas alta nobleza azteca y de la hermosa
Atozoztli, princesa de la casa real de Acolhuacan. (2) Su
origen por el lado paterno, lo traía del noble Tochpane-

(1) Los nombres de los veinte seflores que gobernaban al fundarse Méjico,
eran: Tenoch, A tú n , Acacitli, Ahuexotl 6 Ahueitl, Ocelopan, Xom imitl, XivJicac.
Axolohm , N am caltin , Qncntzin, Tlalala, Tzonlliyayanh, Cotcatl, Tctcall, Toch-
pan, Munich, Tetepau, Tczacall, Acohuatl y Achitomecatí.
(2) Llama la atención que Opoohtli hubiese alcanzado la mano de una prin­
cesa acolhua en los tiempos en que los mejicanos se hallaban en la esclavitud;
pero no cabe duda de que ese enlace se verificó, pues asi consta en las pinturas
CAPÍTULO I I I . 161
cali, aquel bondadoso señor de Zumpango, que impulsado
de sus generosos sentimientos, recibió á los mejicanos,
cuando pasaron por aquella ciudad, con las demostracio­
nes del mas cordial y afectuoso cariño.
Hecha la elección del monarca, y colocado sobre el tro­
no, se estableció que la corona fuese electiva.
Era el reciente rey mejicano Acamapitzin, jóven de
arrogante presencia, de gran juicio, de notable prudencia
y de sentimientos generosos. Aunque tenia varias muje­
res, pues como tengo dicho al liablaT de los toltecas, esta­
ba establecida en todas las tribus de la América la poliga­
mia, la nación trató de unirle con alguna princesa de las
tribus vecinas mas poderosas, con el laudable objeto de
celebrar así alianzas favorables. Para que la solicitud fuese
liccha con la dignidad que debe mediar entre personas
, , reales, se enviaron sucesivamente embaí a -
E1 rey de ’ J
Azcapozaico y dores al señor de Tacuba y al rey de Azca-
Tacuba,"niegan pozalco, pidiendo primero fi uno y después al
la mano otro, }a mano de una de sus hijas. La contes-
de sus hijas . J . .
ai rey tacion de ambos poderosos rué negativa y casi
mcjicano- insolente.
Los mejicanos disimularon el desaire injurioso, y con­
servando la esperanza de proporcionar fi su rey un enlace
ventajoso y conveniente al Estado, enviaron una comisión
de las personas mas notables, al señor de Coallichan, lla­
mado Acólmiztli, descendiente de uno de aquellos tres
magnates acolhuas, ó quien el rey chichimeca Xolotl re­
cibió benévolamente, diciendo que se dignase dar una de
de los mejicanos y colimas, de que hace mención el sabio mejicano Sigllenza
que colectó un gran número de ellas á subido precio.
162 HISTO RIA D E M É JIC O .

El monarca sus hijas en casamiento al monarca mejicano.


mejlCTon30038* Acolmizlli accedió gustoso á la solicitud, y
dei señor en^regó su hija Ilancueitl á los embajado-
de Coatíiebau. res. Los mejicanos, agradecidos y contentos,
condujeron, en triunfo á la jó ven princesa, y á los po­
cos dias las bodas se celebraron con el mayor fausto y ale­
gría.
Al mismo tiempo que los mejicanos con su prudente
política, su actividad y su industria, 1c daban á su nacien­
te ciudad esplendor y poder, los tlatelolcos, la fracción
intransigente que, henchida de odio, se habia separado de
ellos, formando en Tlatelolco una nación diferente, se es­
forzaba en rivalizar en todo con los que fueron sus herma­
nos y compañeros.
i3B3. Recelosos del creciente poder de los meji-
canos> y temiendo que intentasen algún dia
do Tiateioico. oprimirles y dominarles, los tlatelolcos, así
por asegurar su independencia como por anular la gloria
de los mejicanos, dispusieron ser regidos por un rey que
diese á la nación respetabilidad y gloria. Llevados de su
odio hácia los mejicanos, y tratando de crearles dificulta­
des con el rey de Azcapozalco, se propusieron halagar la
vanidad de éste, en provecho de ellos y en perjuicio de
sus temibles rivales. Para conseguir el doble objeto que se
habian propuesto, en vez de elegir por rey á uno do los
grandes de su nación, los tlatelolcos enviaron una embaja­
da, pidiendo respetuosamente al_ soberano do Azcapozalco,
que les enviase por rey alguno de sus hijos, para que les
gobernase como á fieles vasallos. 121 monarca de Azcapo­
zalco, agradecido, manifestó á los embajadores tlatelolcos
capítulo m. 163
el contento que le causaba aquella distinción, y les dió á
su hijo Quaquauchpitzahum.
Los embajadores, al ver halagada la vanidad del mo­
narca tepaneca, trataron de sacar provecho de ella, indis­
poniendo su ánimo contra los mejicanos. Para conseguir
el dañado objeto de sus mitas, ponderaron la magnanimi­
dad del monarca, concediendo á ellos, humildes tributa­
rios, la honra de darles á uno de sus hijos por rey : mani­
festaron que se consideraban felices con haber demostrado
con aquel paso, que eran leales feudatarios de la corona te­
paneca, sin cuyo permiso hubieran juzgado irrespetuoso
elegir soberano ; y terminaron manifestando extrañeza de
que los mejicanos hubiesen elegido monarca sin haber so­
licitado su permiso ; puesto que semejante proceder envol­
vía irrespetuosidad, casi desprecio y punible olvido de
que eran sus tributarios.
Las palabras de los embajadores tlalelolcos produjeron
en el rey, el efecto que se habían propuesto. El soberano
de Azcapozalco se manifestó descontento del proceder de
los mejicanos, y los embajadores se retiraron contentos de la
impresión que en el ánimo real habian causado sus palabras.
El hijo del soberano de Azcapozalco fué recibido en
Tlatelolco, con el mas ardiente entusiasmo. Toda la pobla­
ción salió á recibirle; y pocas horas después fué coronado
rey, con gran solemnidad y regocijo, corriendo el año
de 1353.
Contribuciones Las palabras de los embajadores tlatelolcos,
impuestas presentan(j0 ¿ los mejicanos como insolentes
mejicanos por ¿ irrespetuosos, hicieron brotar en la mente
Azcoposaico. del rey de Azcapozalco, sospechas que le alar-
164 HISTO RIA D E M É JIC O .

marón. Dominado por el sentimiento del amor propio he­


rido, y preocupado con la idea de que su autoridad había
sido despreciada, convocó á sus consejeros para comunicar­
les sus recelos y consultar las medidas que en lo sucesivo
se debían tomar con los mejicanos. Reunidos todos los in­
dividuos que formaban el consejo, el rey les manifestó el
motivo que babia tenido para llamarles: les presentó como
un alentado inaudito el que los mejicanos hubiesen nom­
brado un rey, sin perdirle permiso para ello ; les dijo que
so habian introducido en sus dominios manifestándose res­
petuosos ; pero quo al ver floreciente su ciudad, obraban
sin cuidarse de la opinión del país que él gobernaba ; que
si do aquella manera se conducian en los primeros años de
su existencia política, se debia esperar que se manifestasen
altaneros cuando se encontrasen fuertes; que era de te­
mer que, de tributarios quo entonces eran, tratasen de
imponerles á ellos tributo, y que no era aventurado creer
que el hombre que habian proclamado por rey, tratase de
serlo mas tarde de los lepanecas. «Yo juzgo—agregó—que
en vista de todo lo que acabo de exponer, debemos aumen­
tarles los impuestos hasta el grado de que superen á lo
que puedan pagar; de esta manera, apremiados continua­
mente por nuestros recaudadores, se verán precisados á
abandonar el país, quedando asegurada así la tranquilidad
de nuestro Estado.»
El discurso del monarca fué acogido con unánime acep­
tación ; y sin pérdida de momento, se les hizo saber á los
mejicanos que el tributo que hasta entonces habian paga­
do, se duplicaba en su valor. Pero no solo fuó el aumento
del tributo el que se hizo pesar sobre los mejicanos. Bus­
CAPÍTULO I II . 165
cando la manera de que no pudiesen cumplir con las con­
diciones nuevas que se les impusiese, y tener así un pre­
texto para tiranizarles, se les exigió además, que llevasen
algunos miles de sauces, para plantarlos en los caminos y
en los jardines del rey de Azcapozalco; y, por último, que
condujesen hasta la corte del rey tepaneca, un gran huer­
to en que se ostentasen, sembradas y ya crecidas, todas las
simientes usuales en Anáhuac.
Injustas encontraron los mejicanos las exigencias del
monarca de Azcapozalco. Hasta entonces el tributo que
hahian pagado, les liabia sido fácil presentar, porque solo
consistia en una corta cantidad de peces y en cierto nú­
mero de pájaros acuáticos que abundaban en la lag u n a;
pero temiendo que se les obligase á abandonar una ciudad
que habian levantado á fuerza de sacrificios, trabajaron
con afan por satisfacer sus nuevos impuestos, y con efec­
to, al vencimiento del dia en que debian entregarlos, se
presentaron con ellos al rey de Azcapozalco.
Como cuento inverosimil y fantástico aparecerá para al­
gunos el que los mejicanos cumpliesen con la última de
las obligaciones que se les habia impuesto ; la de conducir
un huerto flotante ostentando crecidas ya todas las semillas
que se cultivaban. Pero nada es mas cierto. Los mejicanos,
como he dicho en páginas anteriores, habian llegado á for­
mar jardines flotantes, llamados chinampas, sobre la lagu~
na, y conduciondo por el agua hasta Azcapozalco una de
estas chinampas, donde habian sembrado lo exigido por el
rey, llenaron su compromiso. Los que, como yo, han vi­
vido en aquel país y conocen las pintorescas y poéticas
chinampas que hasta el presente constituyen los deliciosos
16G HISTORIA. DE M ÉJICO .

huertos de los indios, pueden testificar que la conducción


del pensil nadante por los mejicanos, nada tenia para ellos
de extraordinario ni de sorprendente, por mucho que tu­
viese de costoso y molesto.
El rey de Azcapozalco, resuelto á seguir observando
una conducta arbitraria que, colmando la medida de la
paciencia de los mejicanos, diese por resultado el aban­
dono de la naciente ciudad por los que á fuerza de
privaciones y de constancia la habian edificado, exigió
que, al año siguiente le presentasen otro florífero huerto,
enriquecido con las plantas mas delicadas, y en medio del
cual debia llevarse una preciosa garza y una vistosa ána­
de, cluecas, empollando ambas sus huevos, cuyos pollue-
los habian de nacer precisamente en los instantes mismos
en que el pensil flotante llegase á Azcapozalco.
Inverosímil, por ridicula, parecerá la pretensión del
impertinente soberano, respecto de la última cláusula. Im­
propio de un alto personaje parece, con efecto, el ordenar
á sus tributarios una cosa que, por lo fútil, tocaba en la
puerilidad. Pero quien trate de juzgar de la capacidad del
soberano de Azcapozalco por la simple pretcnsión de que
le presentasen las aves en el estado que habia exigido, sin
detenerse á meditar en la intoncíon palpitante que entra­
ñaba aquel mandato, no hará mas que separarse del pen­
samiento político que tuvo presente aquel monarca al or­
denar su ejecución. El soberano de Azcapozalco buscaba
por todos los medios que no arguyesen una persecución
abierta, la manera de que los mejicanos abandonasen un
punió que pertenecía á su distrito; pero sin querer apare­
cer inconsecuente, puesto que, con autorización suya, se
CAPÍTULO I I I . 167
habían establecido en él. Creyó al principio que bastaría
el aumento del tributo y algunas exacciones, al logro de
su in ten to : agregó mas tarde la gravosa condición, para
un pueblo corto aun y pobre, de la entrega de un huerto
abundantemente provisto de plantas y semillas, la de mi­
les de árboles, y la de algunos otros objetos. Pero los meji­
canos, que consagraban á la ciudad que habían levantado
desde sus cimientos, el cariño que se profesa á todo lo que
al hombre le cuesta grandes sacrificios, complieron con
cuanto se les había prescrito, sin dar motivo á reclamación
ninguna. Entonces fué cuando el monarca de Azcapozalco,
viendo que los gravámenes que podían cubrir por medio
del trabajo, no producian en el ánimo levantado de los
mejicanos el resultado que se había propuesto, recurrió á
un medio que no vaciló en creer que realizaría el plan me­
ditado. Comprendió que nada existe de mas resistente pa­
ra el hombre que el cumplimiento de aquellas órdenes que
puedan humillarle y rebajar su dignidad. Cuanto mas pue­
ril y mas impropio de la dignidad de una nación aparez­
ca un mandato, tanto mas ofensivo se presenta á los ojos
de aquel á quien se ordena su ejecución. La disposición
del rey de Azcapozalco, ordenando que le entregasen el
ánade y la garza de la manera que referido queda, era una
impertinencia que tocaba en lo ridículo ; pero por lo
mismo que era una impertinencia, era una cosa humi­
llante que no dudó el soberano de Azcapozalco que se re­
sistiesen á ejecutarla, abandonando, en consecuencia, la
ciudad de Méjico que era el objeto de todos sus deseos. (1)
(1) Clavijero y otros historiadores califican de insensato y de necio, al rey de
Azcapozalco, por ese hecho de las aves y de los polluelos; pero en mi concepto
168 HISTO RIA D E M ÉJICO .

Los mejicanos miraron la nueva exigencia con mani­


festaciones de la mas profunda repugnancia: pero com­
prendieron que aun no estaban en disposición de oponerse
á los caprichos del soberano de quien oran tributarios, y
obedecieron fielmente la disposición del rey de Azcapozal-
co, logrando, con exactitud matemática, que los polluelos
salieran de los cascarones en los instantes mismos en que
la flotante huerta penetraba en la ciudad de aquel sagaz
soberano.
Viendo fracasar sus esperanzas y salir fallido el pro­
yecto de hacer abandonar á los mejicanos el sitio que ocu­
paban, recurrió á otro medio que acarició como conducente
al fin de su deseo. Lisonjeado por la idea que habia conce­
bido, les ordenó que en el año próximo, condujesen igual
miniero de objetos, á los cuales habian de agregar un ve­
nado vivo.
Este último precepto era altamente comprometido para
los mejicanos. Los puntos de la laguna no abrigaban ve­
nado ninguno ; y para cazarlo, era preciso que se dirigie­
sen á territorios de otras tribus, que por aquella infracción
del derecho, podrian declararles la guerra. (1) Sin embar­
go, se comprometieron á cumplir lo ordenado: y con efcc-

le han calificado asf porque solo juzgaron el hecho sin analizar la iatención dol
pensamiento. En mi concepto, lejos de merecer esos calificativos, es acreedor
Alos de sagaz y penetrante.
(1) Clavijero dice que esta orden ora «difícil de cumplirse, porque exponía
dios mejicanos al evidente peligro de encontrarse con sus enemigos.» Esto
viene í comprobar que el rey de Azeapozalco se valia de los medios, yaque hu­
millasen, ya que aterrasen, para lograr su objeto, pues la presentación del ve­
nado, por sf sola, no hubiera sido menos pueril que la de las aves. Pero en esta
trató el soberano de Azeapozalco de hacer intolerable el precepto por la humi­
llación ; en la del venado por el temor do provocar guerras con los vecinos.
CAPÍTULO I I I . 169
lo, venciendo todas las dificultades, lograron llevar, en el
tiempo señalado, lo que se les habia pedido.
El rigor y la arbitrariedad desplegados por el soberano
cliicbimeca, poniendo obstáculos al adelanto de los meji­
canos, llenaban de satisfacción á los llatelolcos que, con la
ruina de aquellos, esperaban engrandecerse y ensanchar
sus límites.
Nuevos impuestos y nuevas exigencias siguieron á los
hasta entonces señalados ; impuestos y exigencias que fue­
ron satisfechos por los mejicanos.
Sensible le era al rey mejicano Acamapitzin, ver la ma­
nera altanera con que el soberano tepaneca aumentaba el
tributo y las dificultades de satisfacerle ; pero la falta de
recursos en que todavía se hallaba la ciudad para armar
un numeroso ejército, y el temor de que la resistencia ú
cumplir con lo que se les pedia, diese por resultado mayo­
res injusticias y exigencias, se resolvió, de acuerdo con d
consejo de la nobleza, á entregar en el tiempo debido, lo
que se le pedia á la nación.
Al profundo pesar que le causaba al sensible Acamapit­
zin ver á sus vasallos precisados ú sufrir las vejaciones
del injusto soberano tepaneca, se agregaba la honda pena
de no tener sucesión de su bella esposa Tlancueitl, hija,
como ú su tiempo dije, del señor de Coatlichan.
iíi rey mejicano Acamapitzin, teniendo la falta de sucesión
mia desgracia, contrajo segundo m atri-
controonnovo c o m o
mntrimemio.monio con la joven Tezcallamiahuatl, hija del
señor de Tclcpanco, sin dejar por esto á su primera mu­
jer, cuyas virtudes se complacía en admirar.
No era menos recomendable por sus bellas cualidades
170 HISTORIA D E M É JIC O .

la seguuda consorte que la prim era; y esta identidad de


sentimientos nobles, hizo que las dos viviesen siempre en
la mas completa armonía, y con el cariño íntimo de dos
verdaderas amigas.
Del segundo enlace tuvo el rey mejicano varios hijos,
entre ellos á Huilzilihuitl y Chimalpopoca, que fueron es­
meradamente cuidados por las dos esposas, desvelándose
la primera en la educación del primero de los dos principes
mencionados, con un cariño de verdadera madre. Do las
hijas, la mas notable fué Natlalcihuatzin, en quien reunió
la naturaleza sus mas bellos dotes.
Además de las dos mujeres legítimas, el rey tuvo, como
tengo dicho, otras varias, aunque no elevadas á la categoría
de rein as; entre las cuales se contaba una esclava de quien
tuvo un hijo llamado Ilzcoatl, que llegó á ser uno de los
reyes mas notables que registran los anales del Aná­
huac.
El amor hacia sus vasallos y el deseo de legar al que le
sucediese en el mando, un trono menos penoso que el que
él ocupaba, le hizo redoblar sus esfuerzos en el engrande­
cimiento de la ciudad á que estaba reducido entonces todo
el reino mejicano. Alentados los nobles y los plebeyos con
el ejemplo de su rey, edificaron varias casas de alguna im­
portancia, construyeron gran número de canoas, se au­
mentaron los huertos flotantes, se hicieron nuevos puen­
tes, y la población creció notablemente respecto de Habi­
tantes.
A la satisfacción que le causaba la buena marcha de los
negocios públicos, se agregó la de ver pedida la mano do
su hija NaílalcihuaUin para el príncipe H tlikochill, hijo
C A PfT U I.0 I II . 171
de Techo llalla, rey de Acollmacan. Esta unión que se ce­
lebró con satisfacción de lodos, juzgó que seria de buenos
resultados para su patria, pues constituía un lazo de alian­
za entre las dos naciones.
El rey Acamapilzin, después de haber trabajado con
Infatigable celo por el engrandecimiento de la ciudad y por
el bien de sus vasallos, cayó gravemente enfermo. Pronto
conoció que el último instante de su vida se acercaba; y
animado de los mas nobles sentimientos, convocó á los mag­
nates del reducido reino , que acudieron inmediatamente
á su llamamiento. Al verles reunidos, Acamapitzin, des­
pués de recomendarles en un breve, pero sentido discurso,
que velasen por el bien y la felicidad del pueblo, y de en­
comendar al cuidado de ellos el porvenir de sus mujeres y
de sus hijos, terminó diciendo que la corona que habia re­
cibido de sus manos, se la volvía para que la colocasen en
las sienes del hombre que juzgasen mas digno para gober­
nar; que llevaba al sepulcro la pena de dejar á la nación
tributaria de los lepanecas; que habia hecho cuanto lmbia
estado de su parte por sacarla de aquel triste estado de tu­
tela; pero que lo que no habia logrado conseguir él, espe­
raba que lo alcanzase bien pronto, el hombre que le iba á
suceder en el mando.
1389 . Poco después de este discurso, el rey A ca-
Mu°reydel mapüzin dejó de existir, en 1389 á los trein-
Acnraapitzín. ta y siete años de haber sido elevado al trono.
Muerto el monarca mejicano, la nación estuvo goberna­
da por los consejeros durante cuatro meses; tiempo que
trascurrió en arreglar el número de electores, en establecer
las ceremonias de la coronación, y en deliberar sobre cuál
172 H ISTORIA DE M É JICO .

de los liijos del finado rey debía ser elevado al primer


puesto de la nación.
Se establece que Después de varias conferencias verificadas
seau cuatro entre los consejeros relativas al número de
para electores que debían nombrarse para la elección
elegir rey. S0i,eran0) ei pUnto se terminó satisfactoria­
mente para todos, quedando desde entonces establecido lo
dispuesto por ellos. Se crearon cuatro electores, general­
mente de la sangre real, que perteneciesen á la primera
nobleza, y en los cuales concurriesen las recomendables
cualidades de prudencia, probidad y saber. En estos
electores tenia depositada su confianza la nación, y en el
parecer de ellos, se comprometían los sufragios de todo el
reino. El empleo de elector acababa en la primera elección
que hacían, y en seguida se nombraban nuevos electores,
ó se reelegían los mismos, por votos de la nobleza. Si al­
guno de los electores moría durante la vida del rey, se
elegía otro que le reemplazase, y que, como aquel, debia
ser nombrado por la nobleza.
1339 . Reunidos los cuatro electores elegidos por
Hu 2*1pey*111, Ia nobleza, el mas caracterizado de ellos tomó
de Méjico, la palabra, recomendando que en la elección
obrase la conciencia y no el afecto á determinadas perso­
nas. El discurso fué escuchado con muestras de aproba­
ción; y procediéndose en seguida á la elección, resultó
electo á quien por derecho de primogenitura le correspon­
día, el príncipe Huitzililmitl, que significa ave de ricas
plumas.
Los electores, satisfechos del resultado que juzgaban con­
veniente para el país, se dirigieron, acto continuo, á la
CAPÍTULO III . 173
casa del nuevo soberano; le llevaron al tlatocaiqxdli, que
era el trono ó silla real; le pidieron que se sentase; le un­
gieron; le ciñeron sus sienes con el copilli ó corona, y en
seguida le protestaron todos vasallaje y fidelidad.
Elevado una vez al trono, la nobleza pensé que seria al­
tamente conveniente para el Estado, casarle con una hija
de Tezozomoc, rey de Azcapozalco, que entonces goberna­
ba á la nación tepaneca. Para no exponerse á sufrir otro
ofensivo desaire como el que sufrieron del anterior monar­
ca cuando trataron de dar esposa al rey Acamapitzin, dis­
pusieron que pasase á ver al soberano tepaneca una comi­
sión compuesta de las personas mas nobles del reino, la
cual debía hacer la petición con las mas altas demostracio­
nes de sumisión y de respeto.
Los mejicanos La comisión nombrada, marché inmediata-
detvzcapo"a^co1men^e * Azcapozalco, y admitida á la preseu-
cia del monarca tepaneca, le expuso la peti-
para su rey. cion en términos los mas lisonjeros. E l rey
tepaneca, seducido así por la elegante forma del discurso,
no menos que por la respetuosidad que entrañaba en el
fondo, se manifestó dispuesto á obsequiar el deseo de los
mejicanos, y entregó su hermosa hija Ayauhcihuatl, á los
enviados, para que la llevasen á su soberano.
se casa Conducida la jóven princesa á Méjico con
mejicano con la *as mas « « s consideraciones, se hicieron ín -
u'jaa*1n* mediatamente los preparativos para la boda,
Azcapozalco. y el casamiento se verificó en medio del rego­
cijo general, y con la ceremonia acostumbrada de atar la
extremidad de la ropa de los dos novios.
Profundo disgusto experimentaron los tlatelolcos al ver
174 H ISTO RIA D E M É JICO .

el favor dispensado por el rey tepaneca á los mejicanos, ó


quienes su antecesor les había vejado y ofendido por con­
sejo de ellos; pero tuvieron que devorar en silencio su dis­
gusto, en tanto que los mejicanos se entregaban á la espe­
ranza de un favorable porvenir.
Los beneficios producidos por aquella alianza, se dejaron
sentir bien pronto en la sociedad mejicana.
Un año llevaba la hermosa Ayauhcihuatl de haberse uni­
do al rey de Méjico, cuando dió á luz un hijo á quien pu­
sieron por nombre Acolnahuacatl.
La jóven reina pidió entonces ó su padre el monarca te­
paneca, que relevase á los mejicanos de las fuertes gabe­
las á que habían estado sujetos hasta entonces. E l rey Tc-
zozomoc, sensible al ruego de su hija, se apresuró á con­
cederle el favor que pedia; y los mejicanos solo quedaron
obligados á entregar dos ánades cada año, como señal úni­
camente de que se reconocían por feudos del soberano de
Azcapozalzo.
Segundo Mucho habia mejorado la posición de los
made™eyl° mejicanos con este enlace, pues por él se veían
de Méjico, libres de los gravosos tributos, y se habían dis­
minuido además las arbitrariedades de los súbditos tepane-
cas. Sin embargo, el rey Huilzilihuitl aspiraba á dar á su
corona el mayor brillo y respetabilidad posible ; y anima­
do de esa noble ambición que juzgó fácil realizar por me­
dio de nuevas alianzas de familia, pidió al señor de Cucuh-
naliuac la mano de su hija Miahuaxochitl. La solicitud del
soberano azteca fué obsequiada inmediatamente, y las
bodas se celebraron con notable pompa y grandes rego­
cijos.
CAPITULO I II . 175
De este segundo matrimonio tuvo un hijo llamado Moc­
tezuma Ilhuicamina, que brilló mas tarde como el astro
sin rival de los monarcas que ocuparon el trono de Méjico.
La nación que mas benévola se manifestaba á los meji­
canos, era la de los acollaras, cuyo nombre habian adopta­
do los reyes chichimecas, como tengo referido ya, desde
que se operó la fusión de las dos tribus. Desde el primer
rey chicliimeca Xololl, hasta Quinatzin que fué el cuarto,
las órdenes dadas á los señores tributarias suyos, eran re­
comendando que se les tratase con deferencia, y que se les
dejase establecer en el sitio desocupado que mas les convi­
niese. Cierto es que los mejicanos sufrieron, á pesar de esas
recomendaciones, la esclavitud del injusto Coxcox, régulo
de Colhuacan; pero de esto no debe culparse á los soberanos
chichimecas ó de Acolhuacan, como les llamaremos en lo
sucesivo, sino al abuso del poder que ejercian los régulos,
sin que el soberano de quien se reconocian tributarios, tu­
viese la facultad de impedir que hiciesen la guerra á un
Estado ó reino contrario.
Cuando los mejicanos eligieron por rey ai noble joven
Acamapitzin, aun reinaba Quinatzin, que fué el cuarto so­
berano chichimeca que estableció definitivamente la corte
del reino de Acolhuacan en la ciudad de Texcoco. Con sa­
tisfacción vió este monarca empezar á fundar la ciudad de
Tenochlitlan por los mejicanos, elegir por primer rey á
Acamapilzin, y dedicarse á las mejoras de la nueva po­
blación .
Cinco años después de la coronación del monarca meji­
cano, esto es, oa 1357, murió Quiualziu, sin haber ofen­
dido jamás á los mejicanos, y subió á ocupar el trono de
176 H ISTORIA D E M É JICO .

Acolliuacan su hijo Techollalla ó Tlechotlalatzin, en quien


dejé interrumpida la historia de los reyes chichimecas,
para ocuparme de las vicisitudes sufridas por los mejica­
nos hasta aquel reinado.
E l monarca Techotlalla no desdijo de la conducta bené­
vola observada con los fundadores de la ciudad de Méjico,
por los soberanos chichimecas que le precedieron. Los me­
jicanos, por su parle, se manifestaban agradecidos á la
conducta leal de los reyes de Acolliuacan ; y unos y otros
se hallaban en las mejores condiciones para favorecerse.
Pronto tuvo motivo el rey de los acolhuas para conven­
cerse de la buena amistad de los mejicanos.
Robeiion de Después de treinta años de haber goberna-
Tíompan, senor ¿0 ¿ sus pUC])los con admirable acierto y sin
de Xaltoean, 1 J
contra su que se notase el mas leve síntoma de descon-
soberono ci rey tento en ej re¿no ¿e Acolliuacan, se dejó
Acoihuncan. escuchar el grito de rebelión dado por Trom­
pan, señor de X al tocan. El hombre que acababa de encen­
der la tea do la discordia contra la corona, era el último
descendiente de Chiconcuaulitli, uno de los tres principes
acolliuas, á quienes el rey chichimeca Xolotl, no sola­
mente les recibió con distinguidas muestras de cariño, sino
que les dió por esposas á sus hijas, dándoles en seguida el
mando de tres Estados.
Profundo fué el pesar que recibió el monarca Techotla­
lla, al ver rebelarse contra él á quien descendía de una
persona de las mas dignas que habiau pisado el suelo del
Anáhuac ; y no queriendo verse en la penosa necesidad de
castigar á quien descendía de un hombre que se hizo amar
por sus virtudes, le amonestó para que abandónasela ac­
CAPÍTULO I I I . 177
titud hostil que había tomado, al mismo tiempo que dis­
ponía su ejército para marchar á Latirle en caso de que
continuase en su rebeldía.
151 rebelde señor de Xaltocan, resolvió llevar adelante
su pensamiento contra el rey de Acolhuacan; pero consi­
derándose débil para llevar á cabo por sí solo la empresa
que habia acometido, invitó á los señores de los Estados
•de Otompan, Meztitlan, Cuahuacan, Tecomic, Cuauhti-
llan y TepolzoÜan á que secundasen su grito. Contentos
admitieron la invitación; y pronto, reunidas las fuerzas
de todos los confederados, se presentaron amenazantes y
formidables.
El rey Techotlalla, tratando de evitar á todo trance el
derramamiento de sangre y los terribles males de la guerra
á sus pueblos, volvió á enviar unos comisionados, supli­
cando al caudillo de la revolución, lo mismo que á los se­
ñores que se le habían unido, que dejasen las armas y se
sometiesen, pues les prometía olvido y perdón.
La contestación del ambicioso Tzompau, fué altamente
insolente.
Techotiaiin rey Ofendido l)0r e^ a ®1 prudente soberano de
deAcolhuacan Acolhuacan, se propuso castigar á los rebel-
auxíiio d/ios des, y solicitó el auxilio de los mejicanos y
mejicanos. ¿6 ¡os tepanecas.
El monarca mejicano H uilzilihuitl. comprendiendo que
de la campaña á que se le invitaba podría atraerse el favor
del rey Techotlalla, envió todas las tropas que pudo reunir,
y pronto se dió principio á las operaciones de la campaña.
La guerra fué obstinada, y trascurrieron varios meses
dándose batallas muy sangrientas con éxito vario ; pero ol
178 HISTO RIA DE M ÉJICO .

fin la victoria quedó por las tropas del rey y do sus alia­
dos, y los mejicanos, cubiertos de gloria y de despojos,
volvieron ó su ciudad, recibiendo las demostraciones de
agradecimiento del monarca de Acollniacan.
Son castigados Tzompan y los jefes coligados pagaron
cou suplicio su rebeldía, y los Es-
muerte. Lados quedaron sujetos y tranquilos. (1)
Ahogada la revolución y castigados con la muerte los
que la habían promovido, el triunfante soberano de Acol-
huacan, estudiando la manera de evitar que se repitiesen
nuevas rebeliones, admitió como remedio para ellas, el di­
vidir el reino en sesenta y cinco Estados, regido cada uno
por un señor que lo gobernase, pero subordinados Lodos á
la corona.
El rey Puesto en planta el pensamiento, sacó do
divide°ei ^cfno ca<^a Estado alguna gente para establecerla en
en 65 Estados, otro ; pero sin que por esto dejase de estar su­
jeta al señor del Estado de donde había salido. Do osle
modo trataba el rey Techotlalla de tener obedientes á los
pueblos por medio de las personas extrañas en cada uuo
de ellos. Esta política, que revela gran disposición y don
de mando en el rey que la concibió y la puso en planta,
patentiza, como tengo ya indicado, la injusta caliíicacion
que algunos escritores extranjeros han emitido respecto
de los primeros habitantes del Nuevo-Mundo. Roberlson.
autor respetable por mil títulos, en otros p u n t o s , se equi-

(1} Esta guerra está representada en las pinturas antiguas; pero so lian
engranado aquellos escritores que lian creído que las ciudades mencionadas que
señalan las referidas pinturas bubiuu sido conquistadas para la corona de Mé­
jico.
CAPÍTULO I II . 179
voca lastimosamente cuando se ocupa de las facultades in­
telectuales de los indios, asegurando quo «poquísimos Cie­
rnen el discernimiento intelectual necesario para ser ju z -
»gados dignos de acercarse á la sagrada mesa.» (1)
La política adoptada por el rey do Acolhuaean, aunque
previsora y sagaz para evitar rebeliones, era ofensiva ú los
súbditos pacíficos y leales, y altamente incómoda para los
jefes encargados del gobierno. Sin embargo, los resultados
de aquella política correspondieron á la esperanza concebi­
da por el rey al abrazarla, aunque no siempre se disfrutó
de la completa tranquilidad á que aspiraba.
Hecho el arreglo de los pueblos de la manera que ex­
presado queda. Tecbotlalla nombró general de los ejércitos
á Tetlato, que se Labia distinguido en la lucha contra el
rebelde Tzompan: introductor de embajadores y aposenta­
dor á Y alqui; mayordomo de palacio á T lánu; inspector
do policía de las casas reales al noble Ameclúclii, y direc­
tor de los maestros que trabajaban el oro y la plata con
perfección admirable, al inteligente Colmall.
Con el fin de conseguir que reinase la mas perfecta ar­
monía entre las tres principales ramas que formaban la so­
ciedad, y evitar los malos resultados que suelen producir
siempre las preíercnciasylos favores íi determinados bandos,
liizo que el aposentador de embajadores tuviese £í sus órdenes
el número conveniente de oficiales colimas, el mayordo­
mo, de cliichimccas, y el inspector de policía, de tepane-
cas. Respecto de las obras de orfebrería pertenecientes al
rey, nadie podia entregarse á ellas sino los hijos del mis­

il) Historia de América, por Robcrtson, libro 8."


180 HISTO RIA D E M É JICO .

mo director, que eran los mas entendidos en aquel arte.


Todas estas notables disposiciones unidas á otros rasgos
de política que revelaban fino tacto y previsión clara, con­
tribuyeron á aumentar el esplendor de la corona, á rodear
el trono de grande respetabilidad, á dar impulso al comer­
cio, á la agricultura y ú las artes, y á consolidar mas y
mas los cimientos del trono de Acolbuacan.
Entre tanto los mejicanos, libres de los tributos de que
antes se babian visto recargados, y considerados por el rey
de Acolbuacan doblemente que hasta entonces, por haber
contribuido al triunfo obtenido sobre el rebelde señor de
Xaltocan, se entregaron al mejoramiento de cuanto cons-
tituia su vida política y social. La alianza llevada á cabo
entre el monarca de Azcapozalco, suegro del de Mójico, y
Techotlalla soberano de Acolbuacan, contribuyó también,
en gran parte, á la prosperidad que empezaban á gozar.
E l favor del primero y las consideraciones del último, les
permitió entregarse con afan á todas las obras materiales y
de gobierno; y ampliados así los horizontes de su libertad
y de su comercio, empezaron á poder sustituir sus misera­
bles ropas, hechas de grosera lela de hilo de maguey (1),
con otras mas agradables de tela de suave algodón.
Mastiaton, Pero apenas empezaban á disfrutar de los
can, se declaro beneficios de que hasta entonces se habían
cne“ ¡e° visto privados, cuando Maxllaton, señor do
ios mejicanos. Coyoacan, hombre de instintos crueles que
miraba con despecho y temor la marcha progresiva de la
nación mejicana, se propuso malquistarles con el monarca
de Azcapozalco.
(1) Planta llamada en castellano, pita.
CAPITULO 111. 181
Era Max lia Ion hijo de este último, aunque muy distin­
to en sentimientos y carácter. Desde que su padre conce­
dió la mano de la princesa Ayauhciuatl al jó ven H uitzi-
lihuitl, segundo rey de Méjico, se despertaron en el cora­
zón do Maxtlaton afectos de odio, de celos y de venganza.
Max tía ton amaba á su hermana, aunque nunca le habia
revelado su amor, sin duda porque no esperó jamás que
fuese entregada á otro hombre sin llegar antes á su noti­
cia. Es preciso advertir que Maxtlaton y Ayauhcihuatl,
aunque hermanos, y ambos hijos de Tezozomoc, habían na­
cido de diversas madres, y entre los tepanecas era lícita la
unión entre hermanos, cuando concurrían esas circunstan­
cias.
Pero la unión de la hermosa Ayauhcihuatl con el mo­
narca mejicano se verificó sin que hubiese tenido noticia
de lo que iba ú pasar; y aunque despechado y celoso, di­
simuló su encono por entonces.
Aunque el tiempo llegó á amortiguar el sentimiento del
amor liácia su hermana, hizo renacer otro no menos vehe­
mente : el odio y la envidia hácia el que juzgó que podría
Uegav á heredar los dominios de su padre. Maxtlaton te­
mió que en su sobrino Acoluahuacatl, hijo de su hermana
y del rey de Méjico, recayese, pasado el tiempo, el señorío
de los tepanecas, dando por resultado la sumisión de su
patria á la nación mejicana ; y no pudiendo tolerar aquella
idea que le atormentaba, se propuso recurrir á un medio
atroz, pero eficaz para evitarlo.
Aplazando, pues, el momento de la ejecución para la
época que juzgó conveniente, y anhelando humillar antes
al soberano de Méjico y enagenarle las simpatías de la no­
182 H ISTO RIA DE M í JICO.

bleza lepaneca, pasó á la ciudad de Azcapozalco para con­


seguir su objeto.
Habían trascurrido ya diez años desde la unión de su
hermana con Huitzilihuill, cuando Maxllaton tomó la de­
terminación que dejo referida. Rebosando encono contra
los mejicanos y su monarca, pero disimulando su ambi­
ción, convocó á la nobleza, y expuso con los colores mas
vivos y alarmantes para la tranquilidad del Estado, el grado
de poder ó que habían llegado los que pobres y miserables
habían logrado que se les concediese poblar una desprecia­
ble islita; exageró el orgullo y la arrogancia de que se
hallaban henchidos desde que, merced al auxilio de ellos,
había alcanzado el rey de Acolhuacan el triunfo sobre los
rebeldes: ponderó la ambición de que estaban domina­
dos, trabajando sin descanso por sobreponerse á todos los Es­
tados ; hizo ver los fatales resultados que podrían sobre­
venir sobre el reino lepaneca si no se ponía ó tiempo un
límite á las aspiraciones que alentaban; y terminó queján­
dose de los graves daños que el rey de Méjico le había cau­
sado, usurpándole la joven que él tenia reservada para es­
posa.
se hace La nobleza escuchó atenta y conmovida el
C°nréj-de"al discurso del vengativo Maxllaton, y convino
Méjico ante eu «ue existía la razón en sus palabras, v
lu corte 1 i ’ •
de Awnjioaaico. en que era preciso llamar al monarca mejica­
no para que contestase á los cargos que contra él había.
Huitzilihuill se puso en marcha en el instante que se lo
comunicó el (leseo de. que se presentase en la corte del rey
lepaneca. No había en este paso dado por el monarca me­
jicano, nada opuesto á su dignidad, pues además de ser
CAPÍTULO I II . 183
costumbre en los soberanos el pasar al territorio de otro
cuando se les invitaba, en el rey de Méjico existia el deber
de obsequiar al soberano tepaneca, por ser su feudatario.
Cierto es que el monarca de Azcapozalco no fué quien
dió aquella órden, porque no quiso mezclarse en un asun­
to en que tenia que lastimar la delicadeza del esposo de su
h ija; pero lemia oponerse á la voluntad de su hijo, cuyo
genio irascible conocia, y no tuvo suficiente energía para
oponerse á lo resuello por él y la nobleza.
El rey de Méjico fué recibido por Maxllaton en una sala
del palacio donde se encontraba toda la grandeza de la cor­
le. Llegada la hora de comer, y sentados á la mesa, Max­
llaton hizo recaer la conversación sóbreles negocios de
Estado, y tomando un aire severo, dirigió en seguida la pa­
labra á Iluilzilihuitl, manifestándole, con acento de repri­
mida cólera, que liabia recibido de él una grande injuria,
por haberse casado con la mujer que estaba deslinada para
ser suya. El monarca mejicano protestó que ignoraba aque­
lla circunstancia cuando solicitó la mano de Ayauhcihuall:
dijo que si hubiera tenido conocimiento de ello, se habria
abstenido de pedirla; y añadió, que el mismo rey Tczo-
zoiuoc debia hallarse ignorante de aquella pasión, cuando
no puso obstáculo ninguno en entregarle su hija.
El señor de Ooyoacan, no dándose por salisfecho de las
sinceras palabras del monarca mejicano, le atajó diciendo
que no olvidase que podia imponerle silencio y darle muer­
te allí mismo, castigando asi su temeridad y dejando ven­
gado su honor ultrajado; pero que no quería que en nin­
gún tiempo se dijese que un principe tepaneca había ma­
tado, prevaliéndose del poder, á un enemigo. «Marchad.
184 HISTORIA. DE M ÉJICO .

por ahora en paz, que tiempo vendrá en que pueda tomar


una venganza mas digna y decorosa.»
El rey Huitzilihuill se alejó de la corte tepaneca con el
corazón henchido de ira ; y al entrar en su palacio do Mé­
jico, hizo presente á los nobles, lo que le habia pasado en
la entrevista con Maxtlaton.
Todos se indignaron del altanero proceder del orgulloso
príncipe Maxtlaton, y se lamentaron de la debilidad del
rey su pad re; pero aun no estaba la nación en estado de
recurrir á las armas para vengar la ofensa de una nación
poderosa, y fué preciso devorar interiormente el ultraje,
siendo motivo para que se trabajase con mas ahinco en po­
ner á la ciudad en estado de hacerse respetar en un plazo
no lejano.
Las palabras últimas del señor de Coyoacan, amena­
zando al monarca mejicano con una venganza en ocasión
y tiempo oportunos, inquietó el ánimo de Huitzilihuill, que
esperaba de su injusto enemigo todo lo que existe de mas
cruel en el corazón perverso de un hombre.
1399. No se hizo esperar mucho la venganza ofre-
Maxtiaton cida. Maxtlaton, para evitar que el trono te-
manda d unos *
malvados paneca pasase á manos del hijo de su hermana
^dcTrey'd'e^0 7 del monarca de Méjico, su sobrino Acolua-
Mójico. huacatl, concibió el criminal pensamiento do
asesinarle. Concebida la infernal idea, encargó la ejecu­
ción del crimen á hombres de su confianza, pero de cos­
tumbres depravadas, asegurándoles que nada tenian qué
temer y sí mucho que esperar de su gratitud si le ser\ ian
cumplidamente.
Los asesinos, alentados por la codicia leí premio, obe-
CAPÍTULO III. 185
Mecieron fielmente la órden ; y el niño príncipe que ape­
nas contaba nueve años de edad, fué asesinado bárbara­
mente en 1399.
Ningún historiador ha referido la manera con que se
cometió el crimen, ni se puede concebir cómo se perpetró
dentro del mismo Méjico, sin que se llegase á descubrir ja­
más quienes fueron los ejecutores del asesinato. Y sin
embargo, el hecho es cierto. El crimen cometido en el hijo
del afligido soberano de Méjico, se halla consignado pol­
los autores-nacionales.
El trágico íin del niño príncipe, inundó de amargura el
corazón del desdichado soberano Huitzilihuitl; pero aunque
sabia muy bien de donde le liabia venido el terrible gol­
pe, meditó si seria mas conveniente fingir que ignoraba
su origen, ó manifestar que lo conocía.
La nación que gobernaba, se reducia á los estrechos lí­
mites que aun ocupaba la naciente ciudad de Méjico, que
empezaba entonces á levantarse y florecer.
Para reclamar contra el acto sangriento de Maxtlaton
necesitaba la alianza de otros Estados.
El rey Huitzilihuitl no se atrevía á solicitar esta alian­
za, porque abrigaba la idea de que nadie quiere atraerse el
odio del fuerte por salir á la defensa del derecho del débil.
Temía, además, que aquellos de quienes solicitase el
auxilio y la cooperación, lejos de servirle, se apresurasen
á delatar sus proyectos al monarca tepaneca, exponiendo á
la ciudad á sufrir las horribles consecuencias de una guer­
ra destructora con una nación comparativamente pode­
rosa.
Los LlaLclolcos, sus vecinos y rivales, serian en su con-
186 H IST O RIA DE M É JIC O .

ceplo, los primeros en unirse al rey de Azcapozalco para


destruir su ciudad.
De fingir que se ignoraba el origen del crimen cometi­
do en su hijo, solo se exigía la renuncia de una venganza.
De darse por entendido de la causa de su muerte, re­
sultaba la obligación de pedir una satisfacción de la ofen­
sa, envolviendo al país en mía guerra para la cual no
contaba aun con los elementos precisos, ó de humillarla si
no la exigía.
Huitzilihuitl optó por ahogar en su corazón el resenti­
miento individual. Juzgó mas patriótico sacrificar su deseo
de venganza, á envolver á su nación en una guerra fu­
nesta.
Huitzilihuitl pospuso, con abnegación heroica, sus sen­
timientos de padre, á los deberes de rey.
CAPÍTULO IV.

Prosperidad de la agricultura entre los mejicanos, y aumento de su comercio.


—Tlacateotl, segundo rey do Tlatelolco.—Fiestas de los mejicauos en la ter­
minación de cada siglo que se componia de 52 años, y en el principio del
siguiente.—Juego llamado de los voladores.—Ixtlilxocliiti, sexto rey de Acol-
linacan.—Rebelión dol rey de Azcapozulcu y de otros señores contra el mo­
narca de Acolhuacan.—Mucre en una batalla Cuauhxilotl, scüor delztapallo-
can.—Convenio de paz entre el rey de Acolhuacan y los rebeldes.—Muerte
do Huitzilihuitl) rey de M¿jico.—Mejoras que recibid Milico durante su rei­
nado.

La conducía de rigor emprendida de nuevo por los te-


panecas contra los mejicanos, era mirada con notable pla­
cer por los tlatelolcos que aspiraban á. sobreponerse á sus
antiguos hermanos y modernos rivales.
Los tlatelolcos, lisonjeando el amor propio del rey de
Azcapozalco, habian conseguido que éste los dejaso pros­
perar, sin poner trabas á ninguna de sus empresas, lo­
grando así ver ó su ciudad levantarse rápidamente, de­
jando presentir una era próxima de ventura. Su rey
Cuacuaubpitzaliuac que, desde que filé elevado al trono,
se ocupó con celo infatigable del buen gobierno de sus va­
sallos, logró que la naciente ciudad se viese en poco liem-
188 H ISTO RIA D E M É JICO .

po adornada de buenos y sólidos edificios, embellecida con


líennosos jardines, animada con el comercio que logró es­
tablecer con las naciones vecinas, cultivados los campos
próximos á la corte produciendo el maíz, el frijol, (alubia)
y otras nutritivas semillas, y establecido cierto grado de ci­
vilización y de policía que patentizaban las bellas dotes del
entendido monarca. El objeto £L donde se liabian dirigido
lodos sus deseos desde que ocupó el trono, fué el de superar
á los mejicanos en todos los ramos que constituyen el bien
de la sociedad y en hacer ver ó sus vasallos que no habian
andado desacertados al honrarle con la confianza de ele­
varle á la primera dignidad del reino.
Los mejicanos, á pesar de las vejaciones de que habían
sido blanco por parte de los tepanecas, continuaban ocu­
pándose constantemente del engrandecimiento de su ciu­
dad, procurando siempre encontrarse en condiciones de
superioridad respecto de los tlatelolcos. Esta rivalidad es­
tablecida entre los habitantes de las dos ciudades, fué el
mas eficaz agente que pudo presentarse para impulsarlas
al trabajo y á la industria. Los mejicanos, multiplicando
el número de flotantes huertos, habian convertido, por
decirlo asi, el lago, en una esmaltada campiña nadante,
cubierta de nutritivos granos, de sabrosas frutas y de ju­
gosas y delicadas verduras que erau altamente estimadas
en el mercado de las naciones próximas á la laguna. La
pesca, con la construcción de nuevas canoas que diaria­
mente se echaban al agua, había aumentado considerable­
mente, cuadruplicando las ganancias de los que se habian
dedicado á ella; y los edificios de la ciudad, así como la
población, aumentaron de una manera notable.
CAPÍTULO IV . 189
Meditando en nuevos medios de engrandecer mas rápi­
damente su reino se hallaba el monarca de Tlatelolco,
cuando una enfermedad que le llevó al sepulcro, le privó
de realizarlos. Hacia pocos meses que habia perecido el
niño príncipe Acaahuacall bajo el puñal de infames asesi­
nos, cuando acaeció la muerte del expresado monarca, en
el mismo año de 1399.
1399. No fu é menos activo Tlacaleoll q u e fu é elc-
T12°«rey11’ g ^ 0 Por rc.y para ocupar el trono vacante. El
do Tiatcioico. nuevo soberano, según unos historiadores, era
tepaneca, como su antecesor; y , según otros, acolhua, da­
do á los llalelolcos por el rey de Acolhuacan. Como no en­
vuelve importancia ninguna la averiguación del sitio do
su nacimiento, dejaremos en el lugar que les correspondo
las dos opiniones emitidas, para ocuparnos únicamente de
sus actos. Dominado por el mismo celo patriótico que dis­
tinguió á su antecesor y por la rivalidad hacia los mejica­
nos, impulsó todas las obras de construcción, protegió la
agricultura, favoreció el comercio, y dió mayor ensanche
á la población.
Las dos naciones rivales, impulsadas por la emulación,
crecian rápidamente ; y los mejicanos, merced á los resul­
tados producidos por esa emulación, se hallaron en 1402,
tros años después del asesinato cometido en su príncipe,
en estado de poder celebrar con toda solemnidad, el prin­
cipio del quinto siglo que contaban desde su salida de su
patria Áztlan.
El siglo de los mejicanos se componia, como el de los
lollecas, de cincuenta y dos años ; y el quinto empezaba,
como he dicho, en 1402, que se prepararon á celebrarlo
100 H ISTO RIA DE M ÉJICO .

con la decencia que les permitía ya el mejoramiento de


su posición.
Las ceremonias de la conclusión de un siglo, y las fies­
tas del principio del otro, eran celebradas entre los meji­
canos, con imponente solemnidad las primeras, y con ale­
gres y bulliciosas fiestas las segundas.
El mundo debia desaparecer, por un cataclismo horren­
do, en el último instante en que espirase un siglo.
Se ignoraba el siglo en que el funesto acontecimiento
debia verificarse.
Cada uno de los que llegaban, podia ser el señalado por
los dioses para que en su desaparición, desapariciese tam­
bién, entre horribles sacudimientos, la tierra.
Por eso en la última noche de cada siglo, se preparaban
para presenciar el tremendo espectáculo en que debían sol­
adores y víctimas.
Modo Todo era imponente y lúgubre en esa no-
la foriuinucion che (lue podia ser la última para el género
el "irindpU)1 humano. Apagaban el luego y las luces que
dei otro. en los templos ardían, y apagaban también el
de sus casas, quedando envueltos on completa oscuridad;
rompían las ollas, los vasos, los platos y todos los utensi­
lios de barro y loza destinados para condimentar la comida
y el servicio de la mesa, y se disponían para morir despi­
diéndose de sus deudos y de sus amigos. Los sacerdotes,
vestidos con las insignias y ricos ornamentos de sus divi­
nidades; tendida al viento su larga y despeinada cabellera;
acompañados de un inmenso pueblo silencioso y medita­
bundo, salían con gran recogimiento del templo principal,
.llevando consigo una noble víctima para el sacrificio, al
CAPÍTULO IV . 191
mas valienle de los prisioneros que se habían hecho en los
combates; cruzaban lentamente la silenciosa ciudad en­
vuelta en sombras, y se dirigian con majestuoso paso, ha­
cia el monte de Huixacblla, distante dos leguas de la
grandiosa capital, y muy próximo á Ixtapalapa. La lúgu­
bre y misteriosa procesión emprendía su lenta marcha al
salir del templo, á una hora, cuya exactitud calculaba
por la posición que las estrellas guardaban, y llegaba al
religioso monte momentos antes de la media noche. La
numerosa procesión hacia alto en un sitio designado, y los
sacerdotes se adelantaban con paso tardo y con profun­
do recogimiento hácia el centro de la cima, donde de­
bía encenderse, llegada la media noche, el sagrado
fuego que indicase que había empezado el nuevo si­
glo y que había terminado el anterior sin el cataclismo te­
mido.
Pero durante esas horas de duda, en que la población
esperaba con ansia la aparición del fuego, y lemia al mis­
mo tiempo terminar la existencia en medio de la catástro­
fe del mundo, la angustia de todos era terrible, indescrip­
tible. Los esposos cubrían con hojas de maguey el rostro
de sus mujeres grávidas y las encerraban en los graneros,
temiendo que se convirtieran en .sangrientas fieras y les
devorasen: temerosos igualmente de que los niños se tras-
formasen en ratones y sabandijas, les tapaban la cara con
las hojas de la misma planta, y les movian y hablaban in­
cesantemente para evitar que so durmiesen. Las personas
que se habían quedado en la ciudad sin formar parle de
la procesión, ocupaban las azoteas de sus casas, á donde
habían subido para tener lija la vista en la cima del monte
192 HISTO RIA D E M ÉJICO .

destinado á dejar ver la señal de que los dioses concedian


nuevos dias de vida al mundo.
La ceremonia de encender el fuego sagrado que indica­
se el principio de un nuevo siglo, tocaba privativamente á
un sacerdote del barrio llamado de Coopolco. Pasado el
instante que indicalja la continuación de otra edad, el va­
liente prisionero que había marchado eu la procesión, era
sacrificado inmediatamente, y su cadáver lo colocaban so­
bre una pira funeral de maderas resinosas y aromáticas.
El sacerdote encargado de encender el fuego sagrado, se
acercaba á la víctima ; colocaba en su rasgado pecho dos
pedazos de leño que por medio de la fricción encendía ; y
pronto la llama, comunicándose á la combustible pira, se
elevaba como una columna de fuego hasta las nubes, de­
jándose ver á distancias considerables. Al lúgubre y pro­
fundo silencio que habia reinado durante las horas de
angustiosa incertidumbre, siguieron, al ver la señal de
nueva vida, los gritos de triunfo y de alegría lanzados pol­
la multitud que cubria las campiñas, los terrados de los
templos, las colinas y las azoteas de los edificios. Todos
los que habían formado parle de la lúgubre procesión, cor­
rían presurosos á la hoguera encendida, á coger un poco
de aquel fuego sagrado para llevarlo á su casa. Millares de
hombres se veian cruzar en todas direcciones con leños re­
sinosos encendidos, como fantásticas apariciones en medio
de las oscuras selvas y de los caminos; en tanto que las
personas que habían quedado en la ciudad, acudían á en­
cender sus antorchas en los templos á donde una parle del
fuego divino había sido llevado por los sacerdotes. El ele­
mento consolar que indicaba la vida de un siglo mas, res-
CAPÍTULO IV . 11)3
plandecia en los altares y en el hogar doméstico, al rede­
dor del cual se agrupaban contentas las familias.
Los trece dias siguientes á la renovación del fuego, que
eran los que se intercalaban entre el siglo fenecido y el
naciente para ajustar el curso solar del año, se empleaban
en la festividad del nuevo ciclo y en las felicitaciones re­
cíprocas que se enviaban porque las leyes de la naturaleza
continuaban para los aztecas en su curso regular.
Eu esos trece dias se blanqueaban, embellecían, lim ­
piaban y componían los ediíicios públicos y particulares;
se empezaban á construir nuevas casas y templos; se reem­
plazaban los rotos utensilios de cocina con otros nuevos y
mas brillantes; platos, manteles, vasos, todo era flamante
á fin de que nada usado se presentase al aparecer el nue­
vo siglo. El pueblo, formando diversas procesiones, coro­
nado de vistosas guirnaldas y llevando en la mano exqui­
sitos ramilletes de flores, se dirigía á los templos para
elevar cánticos de gracias á sus divinidades que les ha­
bían concedido la dicha de entrar en otra era de ventura.
El siglo y el año nacientes, empezaban siempre el 26
de Febrero. En ese dia á nadie le era lícito beber agua
hasta que el sol elevándose al cénit, no marcaba las doce
en su brillante carrera. EnLonccs empezaban los sacrifi­
cios, cuyo número estaba en relación con la grandeza de la
fiesta. Por todas parles resonaban los gritos de júbilo y de
alegría y se escuchaban las palabras da enhorabuena que
mutuamente se dirigian los amigos.
En esos días, lodos se presentaban con los trajes mas
vistosos y ricos que tenían; los convites, los bailes, la
música y los juegos públicos, aumentaban la animación
194 HISTORIA D E M É JIC O .

de la escena, y las luminarias que la ciudad ostentaba du­


rante las trece noches, aumentaban el placer de los ale­
gres habitantes. Era la gran festividad secular en que se
celebraba la nueva vida de un pueblo entero que habia te­
mido hundirse en el abismo de los tiempos al terminar el
siglo.
Entre los variados juegos, alusivos á la regeneración
del mundo que en esa fiesta particularmente celebraban,
habia uno verdaderamente notable, llamado de los solado­
res. Era un juego que exigía notable agilidad y gallardía
en los que lo ejecutaban.
Tu^ d° P ara verificar este vistoso juego que se con­
fiadores. serva hasta el dia, aunque muy modificado,
fijaban un palo alto y grueso, como el mástil de un ber­
gantín, en medio de una plaza. En la parte superior de
este gran palo, metian un cilindro de madera, semejante á
un mortero, del cual pendían cuatro cordeles de fuerte y
«•prelado tejido, que sostenían, por los cuatro ángulos, un
bastidor, también de madera, de forma cuadrada. Consta­
ba el bastidor de cuatro pedazos con un agujero en medio
do cada uno de ellos. Otras cuatro cuerdas semejantes á
las primeras, estaban en el espacio que existia entre el
bastidor y el cilindro, formando al rededor del palo trece
vueltas, que eran las que debían dar precisamente los vo­
ladores. Estaba fijado el número de troco vueltas, porque
con úl se representaba el número del siglo que se compo­
nía de cuatro períodos de trece años cada uno. La longi­
tud de las cuerdas y la elevación del palo se bailaban
combinados de una manera que, al terminar la vuelta déci­
mo tercia, los cuatro voladores llegasen con matemática
CAPÍTULO IV . 105
exactitud á tierra. Cada una de las cuerdas que daban
vueltas al rededor del palo entre el cilindro y el bastidor,
pasaba por el agujero que, como he dicho, tenia cada uno
de los cuatro pedazos que formaban el último; y otra cuer­
da, independiente de estas, que bajaba desde el cilindro,
rodeando todo el palo, servia para que subiesen por él los
voladores. Los principales de estos, que eran cuatro, vesti­
dos de águilas, de cisnes, ó de otras vistosas aves, subian
con velocidad asombrosa al cilindro, valiéndose única­
mente de la última cuerda que dejo mencionada: tras de
ellos subian otros nueve individuos para formar el núme­
ro de trece, vestidos también caprichosamente, colo­
cándose ocho en el bastidor, y el noveno sobre el c i­
lindro, provisto de un tamboril ó de una banderola.
Colocados de la manera indicada, los cuatro primeros
voladores que habian subido al cilindro, bailaban unos
cuantos instantes, entreteniendo á la multitud que acu-
dia á verles; se ataban eu seguida con la extremidad
de las cuerdas que pasaban por los cuatro agujeros del bas­
tidor, y sin detenerse un instante, se lanzaban con ímpetu
extraordinario, emprendiendo el vuelo con las alas exten­
didas y moviéndolas con admirable rapidez. Al impulso de
los cuerpos al emprender el vuelo, se ponian en movi­
miento el bastidor y el cilindro, desenvolviendo aquel con
sus giros las cuerdas de cuyos extremos estaban atados lus
voladores, de manera que cuando mas se alargaban, iban
siendo mayores los círculos que describían. Durante este
vistoso vuelo en que los voladores giraban en círculos pro.
gresivos, el que se había colocado encima del cilindro, to­
caba el tamboril ó tremolaba la banderola, sin cuidarse del
196 HISTORIA. D E M É JIC O .

peligro en que se ponía. Entre tanto los otros ocho que se


hallaban colocados en el bastidor, tenían fijos los ojos en
los voladores; y cuando estos daban la última vuelta, se
desprendían de la altura, agarrados de las cuerdas para lle­
gar al mismo tiempo que ellos al suelo, en medio de los
aplausos y voces de alegría de la multitud regocijada. Pe­
ro no se concretaban los últimos que ocupaban el bastidor
á precipitarse de la altura para llegar al suelo al mis­
mo tiempo que los primeros. Para manifestar al públi­
co su ligereza y su habilidad, solian, en la parle en
que las cuerdas estaban mas próximas, pasar con no­
table rapidez de la una á la otra, basta que siendo lar­
gas las distancias, descendían por la última á que habían
pasado.
Con estas manifestaciones de regocijo acogieron los me­
jicanos la llegada del nuevo siglo, esperando que los dio­
ses continuarían prestándoles protección en todas las em­
presas, y muy especialmente en el engrandecimiento y
prosperidad de la ciudad de Méjico.
No se tiene noticia del número ni de la calidad de las des­
graciadas víctimas que en esa notable festividad secular se
inmolaron á las sangrientas deidades. Debemos suponer sin
embargo, que fué corlo comparativamente, y que esas víc­
timas que escogieron para celebrar el quinto siglo de la sa­
lida de su patria Azllau, fueron tomadas de entre los p ri­
sioneros hechos en Xaltocan, cuando marcharon de auxi­
liares del rey de Acolhuacan contra el rebelde Tzompan.
Costumbre era entre ellos reservar para sus Gestas religiosas
y sus notables acontecimientos una parte de los prisione­
ros; y no habiendo tenido desde la campaña de Xaltocan
CAPÍTULO I V . 197
otro heclio de armas, es lógico pensar que economizaban
*1 número de sacrificados.
Mientras los mejicanos lograban por medio del trabajo
y déla constancia cambiar favorablemente su posición, me­
jorar la calidad de sus alimentos y de sus vestidos así por
el aumento de huertos en que cosechaban los principales
frutos para la vida, como por el comercio activo que man­
tenían con todas las naciones próximas á la laguna, de las
cuales se proveían de telas de algodón y de otros objetos ne­
cesarios, el monarca de Acolhuacan, el prudente Techotlal-
la, á quien las tropas mejicanas auxiliaron en su campaña
contra el rebelde Tzompan, señor de Xaltocan, veía acon­
gojado acercarse la muerte, temiendo que, después de ella,
su nación, hasta entonces la primera y mas poderosa del
Anáhuac, se viese desmembrada y envuelta en sangrienta
guerra.
Se hallaba Tecliollalla en la edad ya de la decrepitud, y
deseando que no se realizasen los males que para su patria
temía, llamó, poco antes de morir, á su hijo Ixtlilxochitl que
debia sucederle en el trono. Llegado el príncipe á su pre­
sencia, su anciano padre le dijo que procurase ganarse,
por todos los medios dignos y de las concesiones justas, la
amistad y la adhesión de lodos los señores feudatarios de
la corona ; que tenia motivos para creer que Tezozomoc,
rey de Azcapozalco, que hasta entonces se había manteni­
do amigo, abrigaba proj'ectos ambiciosos y miras de cons­
piración contra el trono ; que por estas circunstancias le
recomendaba mantuviese la mejor armonía con los seño­
res feudatarios y no descuidase nada para captarse la vo­
luntad de ellos y grangearse sus ánimos.
198 HISTORIA D E M ÉJICO .

Muerte Pocos dias después de haber dado al prínci-


dCTreyÜdeaHa Pe ^ 0re^0ro 10S anteriores instrucciones y oirás
Acoibuacan. no menos importantes para conjurar la tor­
menta que presagiaba, dejó de existir en 1406, cuatro años
después de haber celebrado los mejicanos, de la manera
que he referido, el principio del siglo, y á los cuarenta y
nueve años de su reinado.
Las exequias del finado soberano de Acolhuacan se ce­
lebraron con la dignidad y grandeza que correspondían al
acertado tino con que había gobernado su floreciente mo­
narquía. Todos los rejes y señores feudatarios de la corona
asistieron con gran número de sus nobles, á la fúnebre ce­
remonia. Entre ellos se destacaba por su distinguido porte
y el lucido acompañamiento que habia llevado, el anciano
Tezozomoc, rey de Azcapozalco, de quien el difunto mo­
narca acolhua habia manifestado á su hijo que descon­
fiaba y temía.
1406. Pasados los dias dedicados á las demoslra-
ixtiiixociiiti, ciones de sentimiento, se dispuso la corona-
chicUimeca óde ciou del nuevo monarca Ixllilxochitl.
Acolhuacan. Todos los pessonajes que habían asistido á las
exequias, permanecieron en la corte para presenciarla y pro­
testar fidelidad y obediencia al sucesor del finado soberano.
Solamente uno se alejó antes de que llegase el dia de la
coronación. El rey tepaneca Tezozomoc.
Hacia tiempo que acariciaba eu su mente la idea de no
continuar siendo feudatario del rey de Acolhuacan, y cre­
yó llegado el momento oportuno de manifestar, ausentán­
dose sin prestar obediencia, que no reconocía por señor al
nuevo monarca.
CAPÍTULO IV . 199
Ixtlilxochill notó aquella falta cometida por el orgulloso
y temible feudatario, y comprendió que no habían sido in­
fundados los recelos de su padre.
Rebelión del Dado el primer paso, que equivalía á des-
rcyde conocer la soberanía de Ixllilxochitl, el rey
Azc&pozalco .
y otros de Azcapozalco se fué 4 sus estados para exci-
^monareade lar á Te^elion contra el nuevo monarca, á
Acoibuacan. todos los reyes y señores que habían pro­
testado obediencia al jóven que acababa de sentarse en el
trono de Acoibuacan. Sagaz y atrevido, envió activos y
diestros emisarios invitándoles á entrar en una confedera­
ción, cuyo objeto, les decía, era sacudir el yugo de los re­
yes acolbuas, y poder gobernar en lo sucesivo cada uno
su estado, con absoluta independencia y libertad.
La idea era halagadora, y la coalición se verificó en bre­
ves dias.
Entran los Aunque el ambicioso Tezozomoc compren -
mejicanos en dia que los mejicanos debían estar resentí -
contra el rey dos por la altanería con que su hijo Maxtla-
'i° Acolbuacan- ton habia tratado á su rey Huitzilihnill y por
el asesinato cometido en el niño príncipe, no por esto va­
ciló en invitarles para que, como feudatarios suyos, se
uniesen á él contra el soberano acolbua. Para inclinar al
monarca mejicano á la alianza, apeló al parentesco que les
unía desde que le dió por esposa 4 su hija A yauhcihuatl;
le aseguró que había visto con profundo dolor la conducta
observada por Maxllaton, y le hizo protestas de sincera
amistad altamente halagadoras.
El monarca mejicano Huitzilihuill sentía unir sus a r­
mas á los tepanecas para llevar la guerra 4 los acolbuas,
200 H ISTO RIA D E M ÉJICO .

únicos que habían guardado siempre buena armonía con


los mejicanos. Favorecer á los que acababan de herirle
horriblemente con la muerte de su hijo y luchar contra
los que siempre se babian manifestado generosos, era al­
tamente sensible para H uilzilihuill; era un acto que re­
pugnaba á sus sentimientos nobles y rectos. Pero al lado
de la repugnancia estaba la obligación. Era feudatario del
rey de Azcapozalco, y estaba casado con su hija.
El parentesco y el deber, unidos al temor de atraerse
una guerra si se negaba á la invitación, fueron motivos
que le obligaron á entrar en la conjuración contra el rey
de Acolhuacan.
El monarca de Tlatelolco, cuyas miras se dirigían á
atraerse el aprecio del soberano tepaneca, no solamente se
manifestó dispuesto á enviarle sus tropas, sino que se ofre­
ció á no abandonarle en su empresa basta perder por ól la
vida si necesario era.
El jóven Ixllilxochill, veia desde la corte de Texcoco,
preparársela tormenta con lodos los horrores de uDa guer­
ra sangrienta. Prudente, á la vez que enórgico, trató de
conjurarla, acudiendo á los medios que su anciano padre
le había recomendado como los mas eficaces para evitar el
mal, y procuró, con su conducta leal y franca, con su asi­
dua aplicación al arreglo de los negocios públicos, y con
la deferencia hácia sus vasallos, atraerse el amor y la adhe­
sión de los pueblos. Pero, con sentimiento, vió que mu­
chos de los hombres de cuya fidelidad no se hubiera atre­
vido á dudar, ó se manifestaban tibios en servirle, ó se
adherían al partido contrario.
Ixllilxochill, comprendiendo que no le quedaba mas re­
CAPÍTULO IV . 20 i

medio que acudir á las armas y manifestarse inflexible


con los rebeldes, reunió nn número considerable de tro­
pas ; amenazó con castigar severamente á los que prote­
giesen directa ó indirectamente la revolución, y mandó ¿
los señores de Coatlicban, de Huexotla y de algunos esta­
dos próximos á la corte, y de cuya lealLad estaba seguro,
que pusiesen en pié de guerra toda la gente que p u ­
diesen.
Pronto se vió el rey de Acolhuacan con un brillante
ejército á su disposición, y resolvió marchar él mismo á
batir á los rebeldes. Pero aquella determinación, aunque
digna de un rey, no era la mas conveniente en las circuns­
tancias criticas en que se encontraba la nación. Los conse­
jeros y la nobleza le hicieron ver que su ausencia podría
dar lugar á que algunos ambiciosos, aprovechándose de
ella, se declarasen en favor de los disidentes; y escuchan­
do sus consejos, se resolvió á permanecer en la corte. E n­
tonces se dispuso que el ejército lo mandase el general To-
chinleuclli, hijo del cacique de Coatlichan; y por si en los
azares de la guerra perdía la vida, nombraron para que
tomase el mando en su lugar, á Cuauhxilotl, señor de Iz-
tapallocan.
Ambos ejércitos se dirigieron hácia la ancha llanura de
Cuauhtitlan, cinco leguas al norte de Azcapozalco, para
resolver la cuestión política por medio de las armas.
Las tropas del rey de Acolhuacan, con el fin de castigar
á los pueblos rebeldes y de privar de los recursos á sus
contrarios, destruyeron cuanto hallaron á su paso en seis
Estados de los caudillos rebeldes.
El número de tropas presentadas por los disidentes, era
202 HISTO RIA DB M É JICO .

mucho mayor que el de las contrarias; pero la superiori­


dad numérica de los tepanecas, estaba compensada con la
superioridad de organización militar y de disciplina que
tenían los cuerpos texcocanos.
Muere La fortuna empezó siendo adversa para los
en una batalla rebeldes: y la guerra hubiera terminado pron-
Cuaulixilotl, . ' J . ° . . . -i
señor de to sino hubiera sido por la actividad que to-
iztapaiiocan. ^ j os seg ores coligados desplegaron en re­
clutar incesantemente nuevos soldados que enviaban á la
lucha. Muchas fueron las acciones sangrientas que con
éxito vario se libraron; y en una de esas acciones murió
intrépidamente, defendiendo la ciudad de Cuauhtitlan, el
valiente Cuauhxiloll, señor de Iztapallocan, que estaba
nombrado para sustituir al general en jefe que mandaba
las tropas leales, en caso de que éste hubiera muerto.
El soberano de Acolhuacan, abrazando un nuevo plan
de campaña que, aunque mas lento, le pareció menos des­
tructor y mas seguro, colocó en todas las poblaciones de
alguna consideración, fuertes guarniciones, y destinó un
gran cuerpo de ejército á las operaciones de la campaña.
Pronto este ejército se vió aumentado considerablemente,
co:i numerosas tropas auxiliares que le enviaban los seño­
res de diversos puntos.
Mientras las tropas del rey de Acolhuacan engrosaban
diariamente con los refuerzos que acudían en su auxilio,
las del rebelde Tezozomoc disminuían visiblemente. Sin
embargo, aun estaba en actitud imponente y ofensiva, y
podía prolongar la lucha por largo tiempo.
Tres años llevaban de aquella guerra desastrosa que ha­
bía matado la agricultura y aniquilado los pueblos.
CAPÍTULO IV . 203
se hace Convencido Tezozomoc de que cuando las
laPe“z^“tre revoluciones se prolongan, el triunfo es délos
de Acoihuacan gobiernos, porque cuentan con mas recursos
Azcapozaico. y mas unidad do acción, propuso la paz al
rey de Acoihuacan, pidiendo que se diese al olvido todo lo
pasado, y que á nadie se castigase, reprendiese, ni moles­
tase por haber hecho armas contra la corona.
Ixllilxochill, aunque sentía dejar sin castigo á los re­
beldes, no estaba en estado de prolongar la guerra por mas
tiempo. Sus vasallos habían sufrido mucho; los puebles
estaban cansados de la lucha; y esta podía serle contraria
si rehusando admitir la proposición que se le hacia, exas­
peraba á su orgulloso contrario obligándole á defenderse. El
rey de Acoihuacan, después de pesar detenidamente sobre
los males presentes de una guerra asoladora, y las conse­
cuencias futuras de una paz comprada con el perdón de los
rebeldes, optó por la segunda, por muchas que fuesen las
razones que tenia para no confiar en la duración de ella,
supuesto el ambicioso carácter del astuto Tezozomoc.
Terminada la guerra sin exigir condiciones, el rey lepa-
neca retiró sus tropas, y el de Acoihuacan hizo lo mismo
con las suyas, entregándose en seguida á las tareas de una
buena administración.
1409. Pocos dias después de terminada la guerra
Mu0e,rte del y haber vuelto las tropas auxiliares meji-
mejiéano canas á la ciudad de Méjico, murió de enfer-
Huitziiihuiti. me(ja¿ su monarca H uitzilihuitl, en 1409.
Durante su reinado que duró veinte años, la ciudad creció
notablemente, aumentó el comercio, promulgó acertadas
leyes en armonía con las costumbres y exigencias de aque-
204 HISTORIA D E M É JIC O .

lia sociedad, se edificaron algunas casas de bástanle impor­


tancia, y confirmó á la nobleza en eL derecho de elegir
para sucederle en el trono á la persona que mas digna
juzgase.
C A P Í T U L O V.

.Se da una ley para que la elección de monarca recaiga en un hermano, sobri­
no oprimo del rey fenecido.—Cliimalpopoca, tercer rey de Méjico.—Nueva
rebelión de Tezozoinoc coutra el rey de Acolhuacan.—Caída de éste.—Muere
apedreado el príncipe Cihuacuecuenotzin.—Muerte del rey Ixtlilxockitl.—
El monarca de Azcapozalco se apodera del trono de Acolhuacan.

Muerto el rey Huitzilihuill, los cuatro electores nom­


brados por la nobleza á quien el finado monarca liabia
conferido la facultad de nombrar el sucesor á la corona,
procedieron á la elección.
se da una ley Desde esa época se estableció por ley, que
para que la elección recayese en uno de los hermanos
la elección
de rey del rey fenecido; que á falta de hermanos, se
reooiffa sobre
alg^n hermano eligiese á uno de los sobrinos; y que no exis­
sobrino tiendo éstos, se procediese á elegir á uno de
<Sprimo del
monarca que sus primos, teniendo los electores la soberana
fallece.
facultad de escoger entre los hermanos, sobri­
nos ó primos del monarca difunto, al que mas digno juz­
gasen por sus virtudes, de empuñar el cetro y ceñir la co­
206 HISTORIA DB MÉJICO.

roña. Esta práctica llegó á seguirse, sin alterarla, desde el


primero de los soberanos, liasta la desaparición del último
rey azteca.
1409. E l nombramiento recayó por unanimidad
Chimnlpopoca, de los electores, ou un hermano del difunto
3.er rey de
Méjico. monarca, llamado Ckimalpopoca, que signifi­
ca rodela que humea.
Eu la ceremonia de la coronación, al sentarse en el tro­
no, le colocaron en la mano derecha una espada con filos
de pedernal, y en la izquierda un arco dorado y flechas.
La nobleza y los electores quisieron simbolizar con
aquel acto, que por las armas se habia de conquistar la
completa independencia, rompiendo la sujeción de tribu­
tarios de los reyes de Azca poza Ico.
Animado Ckimalpopoca del mismo celo que sus prede­
cesores por el bien de la patria, continuó la obra de orga­
nización y de prosperidad empezada por ellos, y procuró
sobrepujar en todos los ramos á los tlatelolcos que, por su
parte, estaban resueltos á llevar la supremacía en lodo, á
los mejicanos.
Pero 6sta emulación no se oponia á que se tuviesen mu­
tuamente las dos pequeñas y nacientes naciones las consi­
deraciones mas señaladas. Ambas conocían, por entonces,
que debían respetarse; y Ckimalpopoca dió una prueba de
la buena armonía que deseaba reinase entre los dos pue­
blos, pidiendo al rey de Tlalelolco la mano de su hermosa
hija Matlalatzin, que se la concedió en el acto, celebrán­
dose la unión con beneplácito de todos.
Mientras estas dos naciones, émulas y sin embargo de­
ferentes entre sí, crecían por el ardiente anhelo de supe-
CAPÍTULO V . 207
rarse en poder, en felicidad y en grandeza, la cíe Acol-
huacan, venturosa y fuerte hasta entonces, se encontraba
envuelta en un torbellino de revueltas políticas que ame­
nazaban acabar con el esplendor que llegó á adquirir por los
esfuerzos de sus notables soberanos. Aquella nación que
empezó su infancia bajo el paternal gobierno de su primer
rey ckichimeca Xololl; que creció robusta al amparo del
benigno cetro de Nopaltzin y de Tlotzin, protectores am­
bos de la industria, de las artes y de la agricultura; y
que se ostentó potente y venturosa, respetada y obedecida,
desde Quinalzin basta su quinto r e í Techotlalla, se vió de
repente, casi desde los primeros instantes que su sexto
monarca Ixtlilxockitl empuñó el timón del Estado, sacu­
dida y maltratada por el terrible oleaje de las ambiciosas
pasiones de rebeldes magnates que, empezando por que­
rerse sustraer de la obediencia del soberano de Acolbuacan,
pretendían concluir por derribarle del trono,
sueva rebelión La Paz arreo^ac^a entre el rebelde Tezozo-
«ieTezozomoc moc, rey de Azcapozalco. y el monarca Ixtlil-
contra el ’ r
rey de xockitl, no fué mas que instantánea. El pn-
¿coihuacan. m ero y ^ . ^ á trabajar con mas ahinco y ele­
mentos, desde el instante en que el segundo retiró sus
tropas, y pronto los ambiciosos señores que se habían
adherido á su plan, se manifestaron dispuestos á repetir
la rebelión. El rey de Acolkuacan, aunque vió formarse la
•tormenta y quiso conjurarla, no tuvo tiempo para hacerlo.
Los rebeldes tenían ganadas las principales ciudades; y
dado el grito contra el bondadoso Ixtlilxochitl, éste se en­
contró por todas partes rodeado de enemigos, á los cuales
era imposible hacer frente con los pocos amigos leales que
208 HISTORIA DB M ÉJICO .

le quedaron. Sin embargo, luchó por algún tiempo con el


auxilio de algunos pueblos que habian resistido hasta en­
tonces á la seducción. Hizo frente á la tempestad con el
heróico ardimiento que correspondia á un rey digno que
preíiere la honra á la vida; pero al ver que sus esfuer­
zos eran inútiles, y que poco á poco le iban abandonan­
do sus adictos, se decidió á abandonar el terreno de la
lucha.
Para salvar á los pueblos de la guerra civil y librarse
él de caer en poder de sus contrarios, fué á buscar un re­
fugio seguro en las montañas vecinas. En medio de la
desgracia y de la ingratitud de muchos, tuvo el con­
suelo de ver la lealtad de algunos fieles servidores y
amigos que no quisieron abandonarle. Una corla fuer­
za de valientes guerreros, unida á los señores de Hue-
xolla y de Coatlichan, se propusieron morir en su de­
fensa.
Pronto empezaron á faltar en las áridas asperezas á
donde se habian refugiado, los víveres indispensables á la
vida, y el hambre se dejó sentir entre los leales vasallos
que le obedecian.
Los tepanecas, dirigidos por su rey Tezozomoc, primer
caudillo y jefe de aquella revolución, cortaron toda comu­
nicación entre las poblaciones y el destronado monarca.
Para reducirle á la necesidad de que el hambre le obliga­
se á presentarse á sus enemigos, prohibieron bajo severas
penas, que se le proporcionase ningún género de auxilio,
y colocaron numerosas fuerzas en todos los puntos conve­
nientes, para que interceptasen los víveres que alguno pu­
diese enviarle.
CAPITULO V . 209
Reducido el destronado rey Ixtlilxochitl al
El monarca des- .
tronado, mas extremo grado de necesidad, y conmo-
" ‘‘“ S vido por el triste cuadro que presentaba aquel
mismos corlo numero de leales que le acompañaba, se
enemigos, ¿ solicitar de sus mismos enemigos,
que le enviasen algunos víveres, para no ver perecer de
hambre á sus adeptos.
Para que desempeñase esta comisión al lado de sus con­
trarios, eligió á CiMuiciiecmnotzm, jó ven de relevantes
cualidades, sobrino suyo, que siempre habia sido mirado
con aprecio por el pueblo. La ciudad á donde debia diri­
girse en solicitud de lo que se necesitaba, fué Otompan,
que era una de las rebeladas. El rey, confiando en el in­
flujo que su sobrino ejercia en el ánimo de los que cono­
cían sus bellas cualidades, le encargó que hiciese saber
á los habitantes de Otompan, la miseria y las penas que
aquejaban á su monarca; que les inclinase á abandonar el
partido de los que habian alterado la venturosa paz del
reino; y que volviesen á la obediencia para cumplir con
los juramentos de fidelidad que al subir al trono le habian
prestado.
Cibuacuecue- El príncipe Cihuacuecuenotzin, escuchó á
^ r e n n o m b r e SU Ú 0 y ^ COn 3 ^ nC Í0n y XQS^ 7 mÍdÍÓ
dei monarca,en un instante las dificultades de que estaba
cercada la empresa que se le confiaba. Sin
ios rebeldes,
embargo, resuelto á posponer su vida á los nobles senti­
mientos de la amistad, del parentesco, y sobre todo del
deber de caballero, aceptó la comisión sin vacilar ni un
solo instante. «Marcho á obsequiar vuestros deseos— dijo
—y á dar mi vida por cumplir con el sagrado deber de
210 H ISTO RIA D E M É JICO .

obedeceros. Creo imposible que los otompanecas que han


cometido el crimen de rebelarse contra vos, vuelvan á la
obediencia, cuando los tepanecas, de quien son aliados, se
encuentran en los alrededores. Todo el país está sembrado
de peligros para los que hemos tenido la gloria de no se­
paramos del deber. Mi vuelta es, por lo mismo , difícil:
acaso no nos volvamos á ver. Pero si muero en servicio
vuestro y en el de la patria, y si el sacrificio de la vida
por el cumplimiento del primer dober del hombre, es mere­
cedor de alguna recompensa, yo os pido, señor, que en­
cuentren en vos dos tiernos y amados hijos que tengo, el
cuidado y las atenciones indispensables, para que lleguen
á ser algún dia, los sucesores de mi lealtad Inicia vos.»
Las dignas palabras del jóven Cihuacuecuonotzin con­
movieron el generoso corazón del desgraciado monarca, el
cual, abrazándole tiernamente, le dijo que los dioses le
acompañarían en el desempeño de la comisión que le con­
fiaba; pero que si otra cosa habian dispuesto en sus altos
fines, sus dos tiernos hijos quedaban bajo su custodia.
E l noble príncipe se despidió en seguida de su tio y
monarca, y se dirigió á Otompan.
En los instantes mismos en que ponía los piós en la
ciudad, se disponían los tepanecas, enviados por Tezozo-
moc, á publicar un bando.
Todos los habitantes de la ciudad se encontraban con­
gregados en la plaza, á donde les habian convocado con el
objeto de que se enterasen de lo que en él se ordenaba.
Cihuacuesuenotzin, aunque comprendió lo desfavorable
que le era aquella circunstancia, no vaciló por esto, y se
dirigió con entereza ü la plaza, ocupada por la multitud
CAPÍTULO V . 211

en los momentos de sn llegada. El leal y noble príncipe,


se presentó en medio del gentío; y colocándose en un
punto dominante de donde pudiese ser escuchado y visto,
saludó con dignidad, suplicó que le prestasen atención, y
expuso con franqueza el objeto de su embajada. El discur­
so fué escuchado con manifestaciones de burla y de des­
precio. Sin embargo, ninguno se atrevió ú ofender perso­
nalmente al príncipe. Este permaneció algunos instantes
esperando la resolución del pueblo; pero no recibió otra
cosa que risas y silbidos, síntomas alarmantes de próxi­
mas injurias y desmanes. Así lo comprendió el valiente
Cihuacuecuenotzin; pero se propuso sacrificarse en aras
de la lealLad y del deber á su rey, y permaneció quieto en
su puesto. Pronto á las risas y los silbidos se unieron al­
gunas palabras descomedidas, y entonces un hombre de
la hez del pueblo que llevaba la voz en un grupo de inso­
lentes, le tiró una piedra excitando á los demás á que le
matasen. El ejemplo fué seguido por algunos, y celebrado
por todos. Los soldados tepanecas que hasta entonces h a ­
bían permanecido sin tomar parle ninguna en aquella es­
cena que presenciaron en silencio, dejaron su actitud pa­
cífica al ver á los otompanecas declararse abiertamente
contra el monarca de Acolhuacan, y uniéndose á la m ul­
titud, excitaron el odio contra el embajador, gritando mie­
ras y arrojándole una lluvia de piedras.
Muere El ultrajado príncipe se mantuvo firme
cuiuacuecue- instante, tratando de contener el desmán,
notzin, sobrino afeándoles un hecho indigno de un pueblo
Acolhuacan. valiente. Pero sus palabras se perdieron entre
los gritos de furor lanzados por la multitud. Cihuacuecue-
212 H ISTO RIA DE M É JICO .

nolzin, viéndose acosado por todas partes, se vió precisado


á recurrir á la fuga para salvar la vida; pero era ya tarde
cuando tomó esta resolución. Los enemigos le babian cor­
tado todas las salidas, y el valiente jóven, no encontrando
donde refugiarse, cayó muerto en medio de un diluvio de
piedras que lanzaron sobre él.
Digno de imperecedera memoria es el nombro del prín­
cipe Cikuacuecuenotzin, víctima de la lealtad del caballe­
ro y del esclarecido patrióla. Pocos hechos registra la
historia, en sus mas honrosas páginas, que superen en
nobleza y dignidad al que inmortalizará siempre la gran­
deza de alma del vasallo que supo sacrificarse por su rey
en la desgracia; por el bien de su patria en el peligro.
La noticia de la muerte dada al enviado del destronado
rey de Acolhuacan y de la crítica situación en que éste se
encontraba, fnó comunicada inmediatamente por los tepa-
necas que habían presenciado el hecho, al señor de Acol­
man, hijo de Tezozomoc. Pronto puso en conocimiento de
su ambicioso padre la noticia, felicitándole por aquel acon­
tecimiento.
El rey de Azcapozalco, tratando de sacar provecho de
las favorables circunstancias que le brindaban poder y
grandeza ú su ambición, concertó con los señores do Olom-
pan y de Chalco, que eran sus mas adictos compañeros, la
manera de acabar de una vez con el destronado rey.
1410 . El p la n s e a r r e g ló y s e p u s o e n p la n ta s in
E eírcfd o d0 p é r d id a d e m o m e n to .
Acolhuacan. Los señores de Chalco y de Otompan, que
eran los que mas próximos se hallaban al sitio en que se
habia refugiado el monarca de Acolhuacan, debían con sus
CAPÍTULO V . 213
tropas, sorprender y capturar á este último. Ambos mag­
nates, hicieron salir de noche y con gran sigilo, suficientes
tropas que las situaron, sin que nadie se apercibiese de
ello, en un monte vecino, próximo al que ocupaba el mo­
narca destronado. Hecho esto, enviaron dos capitanes, no­
tables por su arrojo, al campamento del monarca de Acol-
huacan, fingiendo una comisión que tenia por objeto un
arreglo; pero cuyo verdadero intento era alejar al r6y de
sus tropas, y llevarle, entreteniéndole en la conversación,
hasLa un sitio próximo á donde estaba la emboscada. El
plan salió de la manera que se habia esperado al concebir­
lo. Los dos capitanes fueron admitidos á la presencia de
íxllilxoohitl que se hallaba entonces en las inmediaciones
de Tlaxoala. Sagaces y de talento, se manifestaron condo­
lidos de la suerte á que las circunstancias le habian con­
ducido, y le prometieron que infiuirian en que las diferen­
cias terminasen de una manera di'gna. Pocos instantes
después, y al ver que el rey les escuchaba con notable in ­
terés y complacencia, manifestaron deseo de dar un paseo
por la campiña, que brindaba con su frescura, á recorrer su
esmaltado suelo, durante el cual podrían convenir en lo
que debia hacerse para un arreglo conveniente á lodos. Ix-
llilxochill se apresuró á complacerles; y los tres, anima­
dos en la conversación, se fueron alejando lentamente del
sitio en que se hallaban las tropas del último. Asi camina­
ron hasta un punto bastante retirado, y entonces los dos
capitanes se lanzaron de improviso sobre el confiado rey,
quitándole la vida á la vista de sus mismas tropas, aunque
á distancia conveniente de ellas. Los jefes y soldados, in ­
dignados de aquella infame traición, volaron á apoderarse
214 H ISTORIA D E M E JICO .

de los malvados; pero inmediatamente so vieron acometi­


dos por todas partes, por el ejército que los jefes rebeldes
tenian emboscado.
Los sorprendidos y leales vasallos del desgraciado Ixllil-
xochitl, alentados por su hijo el príncipe Nezahualcoyotl,
jóven dotado de relevantes prendas, lucharon con denuedo
por largo rato; pero acosados par todas partes, apenas pu­
dieron recoger y salvar el cadáver de su desventurado
monarca.
El príncipe Nezahualcoyotl, perseguido de cerca por
numerosos enemigos, por en medio de los cuales se abrió
paso con sus armas, se vió precisado á esconderse en unos
espesos matorrales para no caer en manos de sus perse­
guidores.
Los leales servidores del asesinado monarca, celebraron
las exequias de su soberano profundamente conmovidos,
y depositaron sus cenizas en un sitio seguro, donde repo­
sasen hasta que la escena política se presentase menos
borrascosa para su familia.
El trágico ün del rey Ixllilxochill, acaecido en 1410,
fué sentido por lodos los hombres rectos de la nación, y
llenó de duelo el corazón de los buenos vasallos.
Ixllilxochitl dejó varios hijos; pero el que mas sobresa­
lía por sus recomendables prendas, por su ingenio y por
su noble carácter, fué Nezahualcoyotl, que ora el herede­
ro de la corona, tenido de su matrimonio con Mallalci-
huatzin, hija de Acamapitzin, primer rey de Méjico, con
la cual se unió cuando aun era principe.
La trágica muerte del monarca de AcolliuacaD, acaecida
á los siete años de haber subido al trono, acabó de dar el
CAPÍTULO V . 215
■triunfo á los rebeldes. Tezozomoc envió inmediatamente
considerables fuerzas sobre las ciudades de Texcoco, Hue-
xolla, Coatlichan, Iztapallocan y Coatepec que se babian
mantenido adictas al rey acolhua, con órden de que entre­
gasen á. las llamas toda población que hiciese resistencia.
Las mujeres, Jos niños y los ancianos, toda la gente, en
fin, que no estaba en disposición de tomar las armas, se
internaron en los montes, y buscaron un lugar de refugio
entre los huexotzingos y los tlaxcaltecas; pero todos los
hombres útiles se prepararon al combate y lucharon con
heróico esfuerzo por su patria. Al fin fueron vencidos los
leales; mejor dicho, murieron casi todos en defensa de lo
que mas amaban; pero hicieron pagar hien cara la victo­
ria á sus contrarios que vieron caer en la lucha millares
de sus compañeros.
Alcanzado el triunfo completo, y sometidos los pueblos
que combatieron por su soberano, el ambicioso Tezozomoc
pasó á Texcoco, y se hizo proclamar, con toda pompa, rey
de Acolhuacan. Para satisfacer las aspiraciones de los que
le babian auxiliado en la empresa, distribuyó entre ellos
las dignidades y el mando de ciertos pueblos. A Chimal-
popoca, rey de Méjico, le dió en feudo, la ciudad de Tex­
coco; la de JIuexclla, fi Tlacateotl, rey de Tlatelolco, y el
gobierno de otros varios puntos lo confió á diversos mag­
nates que se babian distinguido.
La ceremonia se celebró con toda pompa, y en ella se
declaró que, en lo sucesivo, Azcapozalco seria la capital
de todo el reino de Acolhuacan.
Varios individuos de alta importancia del partido opuesto
al triunfante, asistieron, disfrazados, á la ceremonia. Entre
216 HISTORIA DE MÉJICO.

aquellos individuos se hallaba el mismo príncipe Neza­


hualcoyotl , que miraba con indignación, ocupar á un
cruel usurpador el trono de donde la traición habia arroja­
do á su excelente padre.
La indignación y la cólera se veian pintadas en los
semblantes de los adictos al gobierno derrocado, lo mismo
que en el de Nazahualcoyotl; pero la prudencia exigía
que se reprimiesen los afectos del alma, y todos tuvieron
suficiente fortaleza para sobreponerse á su ira.
Por su parte, los adictos al nuevo orden de cosas y al­
gunos que comercian con la adulación do los que suben al
poder, trataron de excitar al pueblo para que prorumpiese
en gritos contra los príncipes de la dinastía caída, y aun
salieron algunas voces en aquel sentido. Al escucharlas,
el general mejicano Itzcoatl, hermano del rey Chimalpo-
poca, que había contribuido en gran parte al triunfo de la
revolución con las tropas auxiliares mejicanas, subió al
templo en que la raza tolteca tenia sus divinidades, y con
voz clara y enérgica, pronunció un breve, pero eficaz dis­
curso, que escuchó atenta y con respeto la multitud.
Aquel personaje mejicano, teniendo presente que el
príncipe Nezahualcoyotl era hijo de la princesa mejicana
Matlalzihuatzin, hija del primer rey de Méjico, trató de
evitar que se cometiese acto ninguno de persecución con­
tra él. En su corta alocución, después de pedir en alta voz
á los chichimecas, á los acolhuas y al pueblo entero que
le escuchasen, les dijo, que nadie osase hacer el mas leve
daño al bondadoso Nezahualcoyotl, ni permitiese que nin­
gún otro se lo hiciera sino quería exponerse á sufrir un
rigoroso castigo.
CAPÍTULO V . 217
La amenaza hecha en los términos mas enérgicos por
un personaje que acababa de distinguirse en la guerra,
produjo un feliz resultado. Nadie quiso atraerse el enojo
de un personaje cu ja nación empezaba j a á inspirar res­
peto, j Nezahualcojoll se libró así de ser el blanco de la
persecución de sus contrarios.
El usurpador Tezozomoc, queriendo captarse el aprecio
de los vencidos, concedió indulto general j permiso de
volver á sus casas á los que babian combatido contra él.
Muchos nobles j personas principales que babian emi­
grado á Tlaxcala j Iluexotzinco para salvarse del furor de
los soldados tepanecas, se reunierou en un sitio próximo á
Tcxcoco, llamado Papalotla, con el fin de tratar si debian
aprovecharse del indulto acogiéndose á él, ó si continua­
rían sufriendo les males de la emigración. La resolución
unánime íué optar por lo primero; y todos volvieron á sus
casas j al seno de sus familias, reconociendo por sus se­
ñores á los nuevos que el usurpador Tezozomoc babia
nombrado, y prestándoles obediencia.
CAPITULO VI.

Tezozomoc, usurpador de Acolliuacan.—Impone mayores tributos.—Muerte del


tirano Tezozomoc.—Maxtlaton se apodera del reino de Azeapozalco.—Muere
Tayatzin asesinado por úrden de su hermano.—Proclaman AMaxtlaton rey de
Azeapozalco y de Colhuacan.—Ofensas que infiere AChimalpopoca, rey de
Méjico.—Prisión de éste.

Reconocido el usurpador monarca Tezozomoc como so­


berano de los pueblos vencidos, y declarada la ciudad de
Azeapozalco, donde rosidia, capital de todo el reino de
Acolhuacan, los acolhuas y cbickimecas empezaron á co­
nocer bien pronto que las promesas halagadoras de liber­
tad y abolición de tributos con que babia sabido seducir
á la multitud, no babian sido mas que palabras de encan­
tador sonido con que babia ocultado su ambición, para lle­
gar á la tiranía mas pronunciada.
Lejos de cumplir con el bello programa de reducción de
gabelas, aumentó los tributos que en víveres y en telas
pagaban á su monarca; y exigió, además, que le entrega­
sen periódicamente, una cantidad de oro y de piedras
preciosas que difícilmente podían presentar.
220 HISTORIA. DE MÉJICO.

Nuevos tributos El nuevo impuesto decretado por el inflexi-


del usurpador ’ ,, , . ,
Tezozomoc. ble Tezozomoc, llenó de pena y de inquietud
á los nobles toltecas y chichimecas; y conociendo que casi
tocaba en lo imposible satisfacer lo que de sus pueblos se
exigía. dispusieron enviar dos personajes, respetables por
su saber y por su posición social, que manifestasen respe­
tuosamente al nuevo soberano, la triste situación en que
liabia quedado el país á consecuencia de los estragos de la
guerra, para poder obsequiar el nuevo tributo impuesto.
Los acoihuas Los personajes que eligieron para el des-
envien dos empeño de la delicada misión, fueron dos no-
oradores al 1 .
«uevo soberano tables oradores, de cuya elocuencia arrebata-

quite e^nuevo ¿ora se prometían alcanzar que el roy les li-


¡mpuesto. brase de aquel gravámen. P oto se engañaron.
'E l rey Tezozomoc escuchó primero el sentido y conmovedor
discurso del orador tolteca y después el elocuente y severo
del cliichimeca, y aunque les hizo grandes manifestacio­
nes de aprecio, confirmó la disposición de que se pagase
el nuevo tributo.
Los dos desairados oradores salieron de Azcapozalco tris­
tes por la respuesta del tirano, y llegaron á Texcoco, don­
de con impaciencia les esperaban los nobles toltecas y chi­
chimecas que les habían dado la comisión referida.
El sentimiento que produjo la resolución del rey de Az­
capozalco, fué profunda, y los ánimos se exaltaron al com­
parar el carácter benévolo de sus pasados reyes, con el
despótico y cruel del usurpador.
Entre tanto que el ambicioso Tezozomoc se hacia odioso
y aborrecible para los acoihuas con sus actos injustos y
opresivos, el príncipe Nezahualcoyotl se conquistaba las
CAPÍTULO V I. 221
simpatías de todos los que fueron vasallos de su excelente
padre.
Afable, atento y dotado de un talento claro y de una
inteligencia privilegiada, Nezahualcoyotl recorría las ciu­
dades y pueblos del reino de Acolbuacan, con el objeto de
captarse las simpatías de sus habitantes y de subir á un
trono que de derecho le pertenecía. Grande era, con efec­
to, el interés con que lodos le miraban y los deseos que
tenían de verle rigiendo los destinos de la patria oprimida
por un tirano; pero estaban supeditados por la fuerza; te­
mían la ira del cruel Tezozomoc, y nadie se atrevía á pro­
nunciar una palabra que revelase deseo de un cambio. El
jóven príncipe comprendía perfectamente el origen de la
profunda reserva que los pueblos observaban; pero estaba
interiormente satisfecho, porque en los rostros, en los ade­
manes, en la mirada de los que habían sido vasallos de su
padre, creía ver la adhesión y el amor hacia su persona.
Sin embargo, muchos desengaños sufrió de aquellos de
quienes precisamente debía esperar mas cariño y amis.
tad. Mientras la mayor parte de los pueblos sentian no
poderle favorecer y proclamarle su rey, varios de sus
amigos y deudos, temiendo malquistarse con el usurpador
Tezozomoc, le abandonaban indignamente. Entre esos deu­
dos que posponian el lazo sagrado del parentesco al egoís­
mo de sus personas, se encontraban Cihimalpan, tio suyo,
y Tecpanecatl, hermano de su segunda mujer Nezahual-
xochil, de la estirpe real de Méjico.
Nezahualcoyotl, sintió profundamente la conducta de
sus dos parientes; pero auBque se vió privado del favor de
ellos, no por eso dejó de continuar su viaje por las pobla­
222 HISTO RIA D E M É JICO .

ciones, para granjearse la voluntad de sus habitantes, tin


hecho desagradable, originado de un celo imprudente por
la observancia de las leyes dictadas por los reyes de su es­
tirpe, vino á hacerle gran daño en aquellos momentos en
que mas que nunca necesitaba de poder transitar sin te­
mor por todas partes. Habiendo llegado una tarde á un
Xezaiiuaicoyoti pueblecito de la provincia de Chalco, vió á
mata por su una mu¡er extrayendo de la planta del mal
propia mano á . , ]
una mujer por guey, el vino llamado pulque, no solo para eJ
''una*"ley"sobre0^ so su familia, sino también para venderlo
eipulque. eI1 población. Aquella mujer se llamaba
Tziltomiauh, era viuda, y pertenecia á ella el pueblecito.
El principe Nezahualcoyotl, no vió en ella ni á la mujer,
n i á la dueña del pueblo, sino á una transgresora de una
de las leyes de los chichimecas, que prohibían severamen­
te la extracción y venta de aquel licor, y ciego de ira
se lanzó sobre ella y la dió muerte por su propia mano.
Este hecho reprensible, hijo de un celo indiscreto, causó
gran sensación en la provincia; y el señor de Chalco que
era enemigo de Nezahualcoyotl y había sido cómplice en el
asesinato del padre de éste, envió inmediatamente gente para
prenderle. Nezahualcoyotl conoció el peligro que corría,
y se puso en salvo antes de que sus perseguidores llegaran.
Entre tanto el tiempo trascurría y los pueblos seguían
gimiendo, agobiados por los enormes tributos que sobre
ellos pesaban.
Sueños de Tezozomoc que llevaba ocho años de poseer
Re?neúRU80hijo8S^n contradicción el reino de Acolhuacan, sa-
y íes pídela cando do él grandes riquezas, llegó de repente
Nezahualcoyotl. ó verse dominado de una inquietud y de un
CAPÍTULO V I. 223
sobresalto que acibaraban sus placeres. Supersticioso, co­
mo lo eran entonces todos los hombres de su país, creia
los sueños como presagios de acontecimientos futuros, y
habiendo tenido dos sueños alarmantes, se vió dominado
por el terror que le inspiraron. En uno de esos sueños vió
á Nezahualcoyotl que, convertido en águila, le destrozaba
el pecho y le devoraba el corazón : en el otro vió al mismo
príncipe, en forma de león, lamerle el cuerpo y chuparle
la sangre. Tezozomoc, sobresaltado, llamó á sus tres hijos
Tayatzin, Teuclzintli y Maxtlaton ; les refirió lo que había
soñado, y les encargó que, en secreto y sin que nadie pu­
diese sospechar que él lo había mandado, diesen muerte á
Nezahualcoyotl, lo mas pronto posible.
Aunque unánimes ofrecieron á su padre poner en juego
lodos los resortes mas convenientes para que su orden que­
dase cumplida, no era muy fácil llevarla á cabo con el di­
simulo que se requería ; y en tanto que buscaban el medio
de realizar el crimen, los años y los achaques iban condu­
ciendo al sepulcro al tirano usurpador. Se hallaba enton­
ces Tezozomoc en la edad de la decrepitud; su cuerpo
carecia ya de calor, y sus miembros de fuerzas. Un frió gla­
cial circulaba por sus venas, y á fin de proporcionarle algún
calor, le sacaban, cubierto de algodón, de pieles y de blan­
das telas, á que tomase el sol, sentado en una gran canasta
que tenia la forma de una cuna. Sin embargo, aunque veia
próximo el fin de su vida, no llegó á separarse de la arbi­
trariedad y de la tiranía, que las ejerció con inaudito rigor.
Los pueblos sufrieron el peso del cetro de hierro del ti­
rano, hasta el instante en que la muerte vino á arrancarle
del mundo.
224 historia de Méjico.
Muere Tezozo- Cuando abrumado por nuevos achaques
recomienda ásu Propl°s de su avanzada edad, conoció que iba
hijo la muerteá morir, llamó á su hijo Tayatzin, á quien ha-
Nezahuaiooyou. bia nombrado ya heredero de la corona. Al
presentarse el príncipe, el decrépito rey, dominado siem­
pre por sus instintos de odio y de crueldad, le manifestó
que moria con la pena de no haber logrado que se vertiese
la sangre de Nezahualcoyotl. «Sin embargo—añadió— esta
pena será menor si me prometes que será asesinado cuan­
do ocupes mi trono. Mi deseo es que muera : yo te ordeno
como rey y como padre, su muerte.»
Poco después de haber recomendado ese crimen, espiró
acariciando la idea de que Nezahualcoyotl seria asesinado.
Así aquel hombre, que por espacio de setenta y nueve
años habia ocupado el trono de Azcapozalco, tiranizando
nueve el reino de Acolhuacan, bajó al sepulcro dictando
disposiciones sangrientas.
Maxtiaton se Desde que el rey Tezozomoc se puso grave*
dci "ob^i-nodemcnle ma^°> Pcns(i el ambicioso Maxtlalon,
Azcapozalco. por cuya órden vimos asesinar al niño prín­
cipe mejicano Acoinahuacatl, sobrino suyo, pensó sentarse
en el trono de su padre, aunque perlenecia la corona á
su hermano Tayatzin. Maxtlalon superaba en crueldad y
perversos instintos á su padre Tezozomoc, y aun éste le
habia temido siempre. Tayatzin, por el contrario, era t í ­
mido, y sobre lodo, no se atrevía á oponerse á nada de lo
que resolvía su hermano, cuyo carácter vengativo co­
nocía.
En cuanto murió Tezozomoc, el osado Maxtlaton, ó Max-
tla, prevaliéndose del genio apocado de su hermano, se
CAPÍTULO V I. 225
arrogó Ius facultades que á éste le pertenecían, y pasó avi­
so á los reyes de Méjico y de Tlatelolco, así como á varios
señores y grandes, pora que asistiesen á las exequias del
finado monarca.
Los reyes invitados p a s a r o n i n m e d i a t a m e n t e á Azcapu-
zalco, donde estaba la corte, y fueron recibidos por Max-
l l a t o D , que disponía y ordenaba como si estuviese en p o ­

sesión del trono que ardientemente codiciaba.


El cadáver del difunto soberano se bailaba colocado en
una sala del palacio, expuesto á la vista de los nobles y
de la grandeza.
Los reyes de Méjico y de Tlatelolco, los régulos y los
señores, fueron conducidos á la sala mortuoria, donde se
sentaron, por orden de categorías.
No había sido convidado para las exequias el príncipe
Nezahualcoyol!; pero el joven se propuso asistir para ob­
servar lo que pasaba, y sondear los áuimos, y se presentó
en la sala, acompañado de algunas personas notables y de
uu intimo confidente en quien tenia puesta toda su con­
fianza.
E n la sala en que estaba expuesto el cadáver, so encon­
traban los tres hijos del finado Tezozomoc, los reyes de
Méjico y de Tlatelolco, lodos los señores feudatarios y lo
mas notable de la nobleza.
Nezahualcoyoll fué saludando uno por uno á todos los
concurrentes, y presentándoles ramos u« flores, como era
costumbre entre ellos. El primero á quien saludó fué á su
cuñado Chimalpopoca, rey do. Méjico, luego á TI acateo ti,
rey de Tlatelolco, y así su-lesivamente i los demás seño­
res, según el orden en que estaban sentados.
226 H ISTO RIA t-B M É JIC O .

Terminada la ceremonia del obsequio de los ramilletes,


Nezahualcoyoll tomó asiento al lado de Chimalpopoca. El
jóven príncipe consagraba un afecto sincero á su pariente
monarca; y aunque senlia que hubiese auxiliado al tirano
para derrocar á su desventurado padre, privándole á él de
la corona, no le guardaba por ello rencor ninguno.
La presencia de Nezahualcoyoll inspiré un pensamien­
to criminal en Teuctzintli, uno de los hijos del finado.
Creyó oportuna aquella ocasión para cumplir con la órdeu
que les dió su padre para asesinar á Nezahualcoyoll, y le
propuso, *p voz baja, á su hermano Maxtlaton el ponerla
por obra. Maxtlaton, aunque no menos perverso que su
hermano, era mas sagaz, y le hizo ver que no convenia
hacerlo en los momeulos en que debian manifestar senti­
miento por la muerte de su padre; que derramar la san­
gre de cualquiera, cuando solo debian derramar llanto por
la pérdida que habían sufrido, seria enagenarse el aprecio
de todos los grandes que habían asistido á las exequias, y
exponerse á adquirir el nombre de inhumanos, cuando,
para captarse el aprecio de todos, debian procurar adqui­
rir el de magnánimos. «Tiempo oportuno vendrá— agregó
— en que tu deseo, que es también el mió, como fué el de
nuestro padre, se realice: Nezahualcoyotl vive confiado;
pero aun cuando se ocnltase en lo mas profundo d éla tier­
ra. será infaliblemente asesinado.»
Las observaciones de Maxtlaton y la seguridad con que
pronunció que Nezahualcoyoll perecería, satisfacieron á
Teuctzintli, y Nezahualcoyotl quedó, por entonces, libre
del golpe asesino.
Terminadas las exequias con la mayor pompa y solem­
CAPÍTULO V I. 227
nidad, el rey de Méjico, el de Tlateloloo y los régulos y
señores, volvieron para sus rfspeclivas ciudades.
Proyecto contra Maxtlaton, resuelto á apoderarse del trono
Maxtiaton. perteneciente á su hermano, empezó á dirigir
los asuotos del Estado, á dictar órdenes y á poner en
planta todo lo que su voluntad anhelaba, sin tomar pare*
cer, ni consultar para nada con Tayalzin. Este no miraba
con gusto el que Maxtlaton se arrogase un mando que á
él solo le coriespondia; pero no se atrevía á reclamar de
su hermano lo que le pertenecía, temiendo su enojo y su
venganza. No queriendo sin embargo dejarse arrebatar un
trono que le pertenecía, resolvió hacer una visita al rey de
Méjico, pera consultar con él lo que debía hacer. Chimal-
popoca recibió á Tayatzin con sumo respeto y agrado, y
escuchó de éste las justas quejas que tenia contra su her­
mano. Chiinalpopoca le aconsejó que hiciese un llama­
miento á sus súbditos, como rey legítimo que era, para
lanzar del tiono al usurpador; pero al cir de Tuystzin que
los súbditos no acudirían á su llamamiento por temor de
atraerse el enojo de Maxtlaton que ya estaba en posesión
del mando, Chimulpopoca concluyó por darle un consejo
que Tayatzin escuchó con la mayor aieneicn. Le aconsejó
Chimalpopoca que no habitase el palacio de su padre, pre­
textando que se renovaba con su vista el dolor que sentía
por la pérdida de su padre; que manifestase deseos de ha­
cer un palacio para su residencia; que cuando estuviese
terminado, diese, para estrenarlo, un gran banquete, y-
convidase á su hermano; que cuando mas entregados á los
goces de la mesa estuviesen, penetrasen en la sala algu­
nos hombres, de antemano preparados, se arrojasen sobre
'223 HISTO RIA D E M ÉJICO .

Maxtlalon y le quitasen la vida, libertando así al país de


un tirano, y á la humanidad de uu monstruo. «Obrad con
resolución— agregó—y para que nada tengáis que temer,
yo acudiré en vuestro auxilio con mis [tropas y mi per­
sona.»
Tayalzin era, como he dicho, de corazón tímido, y aca­
bó de escuchar á Chitnalpopoca, sin que en su fisonomía
se retratase ningún afecto pronunciado. Toda su contesta­
ción consistió en enviar al rey de Méjico una mirada me­
lancólica, en inclinarse respetuosamente á é l. y en salir
triste y meditabundo. Tal vez, el consejo de Chimalpopoca
le pareció demasiado terrible para ponerlo en obra con un
hermano, á quiea, á pesar del acto injusto que con él ha-
bia cometido, amaba y respetaba.
Uu criado de Aunque la entrevista había sido únicainen-
Ta¿fMastíaton1* lo enlr® dos soberanos, sin embargo, fue
ei proyecto, escuchada por un individuo que se ocultó en
una de las piezas inmediatas con el objeto de saber lo que
iban á tratar. Aquel individuo era un criado de Tayalzin.
Dueño del socrelo, creyó que la delación podría proporcio­
narle una recompensa que bastase á su felicidad, y salió
aquella misma noche de Méjico, para poner en conoci­
miento de Maxtlalon el plan que habia descubierto. Max-
llalon sintió exaltarse su corazón con el sentimiento de la
ira y con el deseo de la venganza: pero comprendiendo
que le convenia disimular, reprendió Agriamente al dela­
tor, diciéndole que aquella era una injuria hecha á su her“
mano, cuyos rectos principios conocia, para ganar una re­
compensa; le amenazó con castigarle severamente si volvía
á inferir semejante injuria al distinguido personaje á quien
CAPÍTULO V I. 220
calumniaba, y le hizo que volviese al lado de su aruo para
obedecerle lealmenle; no para ofenderle injustamente ni
malquistarle.
Salió el delator desairado por el usurpador, y éste que­
dó meditando, á sus solas, en la manera de ejecutar con
su hermano, lo mismo que el criado le liabia referido que
habian tratado hacer con él. Nada le pareció mas fácil.
Convocó á los habitantes de Azca poza Leo, y al verles reuni­
dos, les manifestó que no era conveniente que él siguiese
viviendo en el palacio do su padre, cuando le correspondía
de derecho á su hermano Tayatzin; que anhela, sin embar­
go, tener en Azcapozalco una casa donde alojarse para cuan­
do algún negocio grave le llamase de sus estados á Coyo-
huacan, y que no dudaba que se apresurarían á edificarle
un palacio, como muestra inequívoca del amor de sus pue­
blos.
Manifestar su deseo y empezar la construcción del edi­
ficio, todo fué obra de un instante. Centenares de opera­
rios, enviados, como era costumbre, por los señores de los
pueblos, dieron principio á la formación del nuevo palacio,
y íí los tres dias de estar de vuelta Tayatzin de su entrevis­
ta con el rey de Méjico, la obra estaba baslauto adelantada.
Tayatzin, admirado do lo que veia, preguntó á su her­
mano el motivo que había tenido para mandar hacer aquel
edificio. MaxLlalon, fingiendo el mas noble desinterés y el
mas profundo amor por su hermano, le manifestó que lo
había mandado hacer porque no era justo que permanecie­
se por mas tiempo en un sitio que únicamente le pertene­
cía al heredero legítimo de la corona; que su objeto era
tener un edificio digno para residir en él cuando marchase
230 H ISTO RIA D E M É JICO .

á la corle, y que en el momento que se terminase la obra,


iría á residir en su nueva morada.
Tayatzin, que ignoraba la delación hecha por su criado,
creyó fácilmente á su hermano, y se reprendió á sí mismo
interiormente, por haberle creído capaz de la infame ac -
cion de usurparle el trono.
Adormecido con esta confianza, veia con placer adelan­
tar todos los dias la construcción del edificio, esperando
entrar á regir los destinos de la nación en el instanle en
que Maxtlaton pasase á vivir al nuevo palacio.
Poco tiempo tardó en concluirse la obra; y Maxtlaton
dispuso un gran banquete en el nuevo edificio, para cele­
brar su terminación, al cual convidó á sus hermanos, á
Chimalpopoca, rey de Méjico, al soberano de Tlaleloico, á
varios régulos y á los mas distinguidos magnates.
Todos admitieron la invitación y concurrieron al ban­
quete.
Solamente uno de los convidados dejó de asistir, ale­
gando graves ocupaciones de gobierno.
Este uno, era el rey Chimalpopoca.
Sospechó que Maxtlaton tenia noticia de los consejos
que había dado á su hermano, y temió que aquel fuese un
lazo tendido para cogerle.
La disculpa de Chimalpopoca pareció á todos los convi­
dados leal y sincera.
Solamente Maxtlaton sospechó el verdadero origen de
ella; pero fingió creerla, para no delatar con una indis­
creta palabra, su odio al rey de Méjico.
El pretexto, sin embargo, tenia todas las apariencias de
un motivo justo.
CAPÍTULO V I. 231
Los mejicanos acababan de tener una guerra con los
chalqueüos, sobre los cuales habían alcanzado varias vic­
torias. La mas notable de ellas fué una naval, en que casi
todas las canoas quedaron en poder de la armada de Chi-
malpopoca.
El rey de Méjico que se proponía celebrarlas fastuosa­
mente, se ocupaba precisamente en aquellos momentos,
que correspondían al undécimo aüo de su reinado, en dis­
poner la colocación de dos grandes piedras que Labia h e ­
cho llevar algunos meses antes. Una de esas piedras esta­
ba destinada para que sirviese de altar en los sacrificios
comunes de los prisioneros: la otra, que era redonda y de
mayores dimensiones, para el sacrificio gladistorio. (1)
Reunidos los convidados, Maxtlatcn ordenó que se sir­
viese la mesa, y todos se sentaren á ella, ocupando cada
cual el lugar que se le habia señalado, según su categoría.
La alrgiía reinaba en aquel banquete, y nadie de los con­
vidados llegó á imaginarse siquiera, que existían penas ni
dolores sobre la tierra.
Tayalzin, satisfecho de la conducía de su hormano, le
prodigaba los mayores elogies.
Tcyatziu, Cuando el contento habia estallado, por ele-
resillado por cirl0 así p0r el influjo del calor de las bebi-
hermano das fermentadas que usaban, entraron de re-
Maxtiaton. varias personas armadas, y arrojándose
p e n le

sobre el desgraciado Tayalzin, le quitaron la vida. La víc­


tima no tuvo tiempo ni aun para fijar la vista en sus ene­
migos, pues so apagó para siempre, al primer golpe mortal
(1) Las batallas que los mejicanos tuvieron con los clialquefios, así como el
combato naval, so encuentran en la i Intnra cuarta de la colección de Mendoza.
232 HISTORIA D E M É JIC O .

que recibió, exhalando un ¡¡>y! desgarrador, y escuchán­


dose, casi en el mismo instante, el ruido de un cuerpo que
cae en tierra.
Los circunstantes quedaron aterrados con aquella escena
de sangre; pero Maxllaton, poniéndose de pié, les expli­
có, en breves palabras, la causa de aquel hecho. Les dijo
que la muerte- perpetrada en Tayalzin, no era mas que el
justo castigo de lo traición por él dispuesta para asesinar­
le; que no había castigado al hermano, cuya muerto sen­
tía, sino al criminal, cuya muerte es lu garantía de la so­
ciedad.
Maxtiaton L as palabras de Maxllaton, pronunciadas
proclamado A x
rey. con energía y con un tinte de verdad persua-
sivo, tranquilizó á los concurrentes. Todos miraron como
justo la muerte do Tayatzin, y proclamaron allí mismo
rey de Azcapozdco y do Acolhuacau. al fratricida Mux-
t-laton.
Proclamado monarca, Maxllaton se propuso humillar
primero y vengarse despucs, dol rey Chimalpopoea. Sin
embargo disimuló al principio su encono, por no alarmar
al hombre que pensaba hacer su víctima. Para conseguir
su objeto sin desperlar sospecha ninguna en Chimalpo-
poca, se manifestó deferente hácia él mientras se asegura­
ba en el IroDo; pero cuando sojuzgó firme y poderoso, (lió
libre rienda á su encono, y se desaló en injurias contra el
monarca de Méjico.
Chimalpopoea no ignoraba nada de lo que el usurpador
rey de Azca poza Ico y de Acolkuacan decia contra él, y te­
mía los resultados de su enojo. Pronto empezó á sentir los
primeros efectos de la ira de su poderoso enemigo. Todos
c a p ít u l o v i. 233
los reyes feudatarios tenían obligación de enviar, cada año,
un presento al monarca de quien eran tributarios, para
manifestar con él, que reconocían el supremo dominio de
aquel á quien obsequiaban. Cbimalpopoca envió el suyo
que consistía, como siempre, en tres canastas de diversos
peces, una cantidad regular de cangrejos y ranas, ricas
legumbres y jugosa y magnífica verdura. Maxllalon reci ­
bió el pre.'en le con las demostraciones inas grandes de
gratitud, y manifestó á los embajadores, que deseaba cor­
responder al afecto del rey de Méjico, de una manera que
patentizase el grado de estimación en que le tenia.
Ofensivo regalo Los embajadores esperaron el regalo del
que iii*oairey monarca de Azcapozalco, con que era qoslum-
tir.iuo bre corresponder al presente que se le envia-
Maxtiaton. ^ conientos ¿e jas palabras de deferencia y
amistad que liabia pronunciado Lucia Cbimalpopoca. Max-
tlaton, entre tanto, había ido á consultar con sus confiden­
tes para convenir en lo que se debia enviar al monarca
mejicano. Resuelto lo que debia ser, mandó que se entre­
gase á ios embajadores, para el monarca á quien servían,
un cucUl y un huepüli, esto es, unas enaguas y una ca­
misa mujeril, prendas altamente ofensivas con que trató
de infamarle, reputándole afeminado y cobarde.
El rey Cbimalpopoca sintió despedazado el pecho por
la ira, ante aquellos objetos que le humillaban; pero aun no
contaba su corta nación con los elementos necesarios para
pretender castigar la grave injuria que acababa de hacérse­
le; se hallaba además escaso de recursos por la guerra que
había tenido con los chalqueses, y disimuló su indignación
y su despecho. No satisfecho Maxtlaton con haber iuferi-
T omo I . 30
234 HISTORIA. DE MÉJICO.

do á su contrario acuella Lérida en el sentimiento de la


delicadeza, quiso inferirle otra nueva y mas profunda en
el honor. Sabia el tirano que entre las mujeres del rey de
Méjico habia uua do una belleza extraordinaria y de un
atractivo seductor. La pintura que de la hermosura de
ella le habian hecho sus cortesanos, inflamó el corazón
del impetuoso tirano, quien resolvió sacrificar á su deseo,
la honra de la que formaba el encanto del hombre á quien
odiaba. Para conseguir el inicuo objeto que se habia pro­
puesto siu que la víctima sospechase la red que se le ten -
dia, hizo que unas damas tepanecas, con motivo de un
acontecimiento fausto, convidasen á la hermosa, á pasar
en Azcapozalco algunos dias. La invitación era hecha por
personas de quien ni ella ni el rey Chimalpopoca podian
recelar nada indigno: y la linda esposa del monarca de
Méjico, marchó á Azcapozalco donde cayó en el lazo que
se le habia puesto. En vano hizo una resistencia tenaz;
en vano se valió de la reprensión y de las Ligrimas para
librarse del tirano. Nada bastó á cambiar la resolución de
éste; y la engañada jóven volvió á Méjico cubierta de ver­
güenza y de dolor, y manifestó á su esposo, ruborizada
y llena de profunda pena, la iniquidad cometida por el
infame Maxtlaton. La relación de aquel hecho, referido
entre sollozos por la desgraciada víctima, desgarró el co­
razón del desventurado Chimalpopoca, y llenó de indig­
nación á los cortesanos. El insulto primero hecho íí su
rey y la villana acción cometida contra su noble con­
sorte, recaian sobre el reino todo, á quien se ofendia en
sus altos dignatarios. Pero aquellas nacioncitas que uo go­
zaban de soberanía mas que en el nombre, puesto que
CAPÍTULO V I. 235
de hecho se veian obligadas por la necesidad, á sufrir las
arbitrariedades de las que aun que cortas, eran mas fuertes
que ellas, callaban sus resentimientos por temor de mayo­
res males, y vivían soportando en silencio las vejaciones
de extraños monarcas de quienes eran feudatarias.
El rey de Méjico, la nobleza y el pueblo, devoraron en
silencio los ultrajes inferidos por el tirano Maxtlaton, y
nadie pensó en pedir ai altanero monarca tepaneca, sa­
tisfacción ninguna por sus graves ofensas. La mencr obser­
vación digna y justa que se le hubiese formulado, habría
bastado para que destruyese Ja ciudad, diese la muerte á
los hombres mas principales, y redujese á la esclavitud al
pueblo. Cada nacioncila era, á la vez, opresora y oprimi­
da; y cada una, así como era inflexible con los menores,
era humildemente respetuosa con las mayores.
Conociendo el desventurado rey Chimalpopoca la im ­
posibilidad de tomar venganza del último ultraje hecho á
su honor por el soberano tepaneca, resolvió sacrificarse á
su dios Huitzilopochtli, como lo habían hecho algunos in­
dividuos de su nación, para borrar la mancha que sobre su
honra Labia arrojado el mónstruo que le arrebató la felici­
dad con el honor de su esposa.
Chimalpopoca comunicó á. la nobleza y á sus consejercs
el pensamiento que tenia, y lejos de tratar de disuadirle de
su intento, le apoyaron la idea, teniendo su resolución
como digna de la grandeza de un rey que se sacrificaba
por su dios. Nada juzgaron mas eficaz para lavar la man­
cha que había arrojado un pérfido sobre Ja honra de su
rey, que el que éste se sacrificase en aras de la sangrienta
divinidad de Biiitzilopochély varios de ellos se ofrecie­
236 HISTO RIA D E M É JICO .

ron á sacrificarse con él, como era costumbre, para tener


la honra de acompañar á su rey á la presencia de su
dios.
Resuelto el sacriGcio y señalado el dia en que debia ve­
rificarse, el rey y los nobles que se habian propuesto morir
con él, se dispusieron con actos religiosos, para dar la vida
por honra y gloria de su divinidad.
El plazo señalado llegó por fin, y el rey Cbimalpopoca
se presentó para aquella ceremonia, vestido de la manera
misma con que representaban á su dios Unitzilopochtli.
Los demás personajes que, como él, habian de ser sacrifi­
cados, se pusieron los trajes mas ricos que tenían. La fies­
ta religiosa empezó con un baile acompasado, que debia
durar todo el tiempo en que se estuviesen sacrificando las
victimas. Los nobles habian de preceder á su soberano en
el sacrificio, y así se fueroa presentando uno á uno, sien­
do inmolados por los sacrificadores á la funesta deidad.
Mastiaton La noticia de la resolución lomada por Clii-
se apodera de malpopoca había llegado á oidos del rey Max-
Clnuia!popoca, r r ° J
m y de Halón, pocos días antes de que llegase el se-
eneferraeauna üa' a(*0 Para Ia fiesta religiosa. El monarca de
jaula. Azcapozalco, viendo que de aquella manera se
sustraía su enemigo de nuevos actos de venganza que te­
nia dispuestos contra él, se propuso evitar que realizase
su sacrificio. Para conseguirlo, dispuso que una fuerza
considerable de tropas entrase en Méjico de repente, se
apoderase de su monarca, y le condujese preso á la ciu­
dad de Azcapozalco. Todo se hizo á medida del deseo del
tirano Maxllalon. Solo faltaban ya dos víctimas para sacri­
ficar, á las cuales debia seguir el sacrificio del rey, cuan­
CAPÍTULO v r . 237
do las tropas tepanecas, presentándose de improviso, in­
terrumpieron la fiesta, se apoderaron de Cliimalpopoca,
le condujeron á Azcapozalco y le presentaron al monarca.
Los mejicanos, sorprendidos, no tuvieron tiempo para
marchar en auxilio de su rey.
La entrada de los tepanecas en la ciudad de Méjico ha­
lda estado dispuesta con gran sigilo, y verificada por un
número considerable de fuerzas, fácil le fué al tirano
Maxllalon conseguir su objeto.
Los mejicanos hubieran luchado dentro de la ciudad, y
lal vez hubieran vencido á sus contrarios; pero aun eran
¡mpoleules para atacar al poderoso rey de Azcapozalco en
su corte misma, y tuvieron que sufrir aquel nuevo ultraje,
y dejar á su monarca en poder de su vengativo contrario.
Maxllaton, complaciéndose en los sufrimientos del rey
de Méjico, mandó que se le encerrase en una jaula sólida
de madera, que era la cárcel usada entre los tepanecas.
Chimalpopoca oprimido, pero no humillado, quedó cus­
todiado por una fuerte guardia, esperando el instante en
que su vengativo enemigo ordenase su muerte.
¡De esta manera trataba Maxtlaton al soberano que
había contribuido eficazmente con sus tropas, á colocar á
su padre Tezozomoc en el trono de Acolhuacan, de donde
arrojó á Ixtlilxochitl, padre del príncipe Nezahualcoyotl!
CAPÍTULO VII.

Xezahualcoyotl se presenta en Azcapozaloo por <5rden de MaxtlatonCliimal-


popoca llama al principe á la prisión en que esta y le dice que huya.—Neza-
hualcoyotl obedece.—Fin trágico del rey Cliimalpopoca.—Maxtlaton envía
varios capitanes d que asesinen fi Nezaliualcoyotl.—El principe logra huir.—
Rasgo de fidelidad de los habitantes de Coatitlan.

La prisión del rey Chimalpopoca. llenó de indignación


á los mejicanos: pero se vieron precisados á devorar en si­
lencio sn enojo. La nación se creia débil para represerlar
contra aquel acto con que se había hollado su territorio,
arrebatándole su rey y encerrádole en una prisión, y
permaneció sin protestar contra aquel injusto hecho, te­
miendo su aniquilamiento y su ruina.
Contento Maxtlaton de tener en su poder al hombre
que odiaba, para hacerle sufrir horriblemente, creyó que
solo faltaba para satisfacer todos sus deseos de venganza,
apoderarse del príncipe Nezaliualcoyotl, cuya muerte tenia
decretada hacia mucho tiempo. La realización de este de­
seo lo creyó sumamente fácil, atendida la nobleza de alma
y la franqueza del jóven príncipe. Con efecto, el astuto
240 H ISTO RIA D R M ÉJICO .

monarca envió un respetable emisario al noble Nezahual-


coyotl, diciéudole que se dignase pasar á la corle de A z­
capozalco para tratar de asuntos importantes de Estado, y
poder celebrar un convenio digno y decoroso respecto de
la corona del reino de Acolhuacan. Nezahualcoyoll com­
prendió con su clara inteligencia, la intención que envol­
vía aquel afectuoso llamamiento; pero incapaz de intim i­
darse ante ningún peligro, y sostenido sobre lodo, por la
fuerza de su derecho, se decidió á presentarse ante el u sur­
pador del trono que le pertenecía. Inmediatamente so puso
en marcha hacia Azcapozalco, y al pasar por Tlalelolco
visitó á Qiciqiúiicall, leal y sabio conüdenle suyo, á quien
comunicó el recado que había recibido de Maxllalon y su
resolución de presentarse á él. Lejos de aprobar la resolu­
ción del jóven príncipe, Quiquincatl le aconsejó que de­
sistiese de su intento ; le dijo que el proyecto de Muxlla-
ton era mandarle asesinar, como mandaría lo hiciesen con
el rey Chimalpopoca, que gemia preso en una jaula ; que
su ambición no conocia límites, y que no seria difícil que
aun proyectase la muerte del rey de Tlalelolco, para en­
contrarse sin rivales que algún dia le pudiesen disputar el
poder y el derecho sobre el trono de Acolhuacan.
Nez&kuicoyoti Nezahualcoyoll escuchó á su sabio confi -
sepresentaen dente con atención; convino con él, en que
Azcapozalco, i i • ,
íia.uudo no podía ser otro el objeto del tirano; pero
por Moxthton. m aQ ^fe s(^ q Ue estaba resuelto á arrostrar todos
los peligros. No juzgó conveniente Quiquincatl insistir en
disuadirle de su intento, y Nezahualcoyoll siguió su mar­
cha hácia Azcapozalco, á donde llegó sin temor, descan­
sando en la tranquilidad de su conciencia. Su primer paso
1- M a x t i .a j o n . tirano de A/.e¡i|>oy.¡i)ro.— ¿. N ií /a iil a l c u v o t l , ic.\ de. Acolliu.icun.
(Ji'Aiii'ArHriTZAHL Ai.. ]ir¡iiier rey de Tlatelolco.- 4. T oto ^ i m i a i /.in , pri­
mer rey de Tlacopnn.
CAPÍTULO V II. 241
fué visitar á Chachaton, personaje que le tenia dadas dis­
tinguidas muestras de aprecio, y favorito estimado del mo­
narca Maxtlaton. Nezahualcoyotl le dijo que confiaba en
su amistad, y que esperaba del influjo que ejercía con
el rey, que se le guardarían las consideraciones debi­
das, sin que nadie atentase contra su vida ni contra su li­
bertad.
Poco después el favorito de Maxtlaton y el jóven prin­
cipe, se dirigieron á la residencia del rey.
Maxtlaton recibió al joven Nezahualcoyotl con afabili­
dad; y éste con la franqueza y sinceridad que le eran pe­
culiares, fué el primero que Lomó la palabra: «Sé—le dijo
—que el rey do Méjico ha sido reducido á prisión por
vuestra órden: ignoro si aun vive ó habéis mandado qui­
tarle la vida; y se me ha asegurado por último, que me
habéis hecho venir para hacerme perecer. Si esto último
es cierto, aquí mo leneis; matadme por vuestra propia
mano, pues yo no he titubeado en venir á vuestro llama­
miento.»
Maxtlaton le miró con sorpresa; y después de manifes­
tar á su favorito, on alta voz, lo mucho que extrañaba que
un jóven que se hallaba en lo mas florido de su vida, se
mostrase tan desprendido de ella; agregó dirigiéndose á
Nezahualcoyotl: «Cierto es que el rey de Méjico se en­
cuentra aquí preso por el plan dispuesto con mi hermano
para asesinarme; pero vivo, y no pienso privarle de la
vida. Con respecto á vos, yo os garantizo que en nada se­
réis ofendido.»
Dichas estas palabras, mandó á sn favorito que dispu­
siesen nn buen alojamiento para el jóven príncipe, en
242 HISTORIA DE MÉJICO.

prueba de la buena amistad que anhelaba se estableciese


entre los dos.
Al siguiente dia de haber llegado á la ciudad de Azca-
pozalco, el rey Chimalpopoca, informado por varios ami­
gos de que se hallaba en la corte NezahualcoyoÜ, le envió
un recado, suplicándole se dignase pasar á verle á su pri­
sión. El jóven príncipe pidió permiso ó Maxtlaton para
pasar á ver á su desgraciado pariente.
El soberano lepaneca, queriendo manifestarse compla­
ciente, le concedió el permiso, y NezahualcoyoÜ se diri­
gió á la prisión.
Chimalpopoca, arrepentido de haber lomado parte en la
desgracia del rey Ixtlikoxill, envolviendo en ella á su
hijo Nezahualcoyotl, anhelaba ver á éste para reparar, en
lo posible, su falta.
El generoso príncipe, bastante noble para no ver en su
cuñado su pasada falta, sino sus presentes desventuras,
deseaba consolarle.
Nezahualcoyotl Pocos insUmtes después, la puerta de la
Tieítafi prisión se ab ria , dando entrada á Neza-
Chimalpopoca 1
enu hualcoyotl. Chimalpopoca, al verle, corrió
prisión. ¿ abrazarle; y aquellas dos nobles víctimas
de la ambición y del odio de un tirano, quedaron por un
momento sin poder pronunciar una palabra; embarga­
dos sus corazones por el sentimiento del cariño. Pasado
un instante, Chimalpopoca, recobrando su serenidad, y
estrechando entre sus manos las del valeroso príncipe, su
cunado, le refirió la triste y larga série de sus desgracias;
le aseguró que el tirano tenia dispuesta la muerte de los
dos; que le suplicaba por lo mismo, que se alejase in­
CAPÍTULO V II. 243
mediatamente de Azcapozalco; que no volviese á la ciudad
mientras viviese el perseguidor de ambos; que velase por
la felicidad de los mejicanos, y que hiciese por ellos todo
lo que un buen padre haría por la dicha de sus hijos que­
ridos. Terminadas estas palabras, Chimalpopoca se quitó
del labio un rico pendiente de oro, prenda querida que fué
de su hermano Huilziiihuill, se despojó de otros dos que
llevaba en las orejas, y juntos con otras joyas que conser­
vaba en su prisión, los entregó á Nezahualcoyotl, dición-
dole que los conservase como recuerdo de cariño de un
amigo y de un cuñado.
El joven príncipe recibió aquellas prendas con profund
emoción; y poco después salia de la prisión, humedecidos
en lágrimas sus ojos, y dejando á su desdichado parien­
te esperando de un momento á otro la terrible muerte.
Nezahuuicoyoti Fuera do la estrecha cárcel en que se ha-
huye de 1
Azcapozalco. liaba el rey de Méjico, Nezahualcoyotl resol­
vió abandonar inmediatamente la ciudad sin que nadie tu­
viese noticia de ello. Las palabras de su cuñado Chimal­
popoca, la fingida amabilidad del tirano Haxtlaton y la
tristeza que creía descubrir en el rostro de Quiquincail,
favorito del rey, le patentizaron que se atentaba contra su
vida, y sin presentarse al rey ni despedirse de su minis­
tro, salió clandestiuamente de Azcapozalco, se dirigió á
toda prisa á Tlalelolco; tomó allí una canoa tripulada por
excelentes remeros, y sin detener^ uu instante, partió há-
cia Texcoco, para ponerse lejos délas asechauzas del tirano.
i4S 3. Entre tanto el desventurado rey Chimalpo-
Chímaipopoca Pocai oeDÜLi-a oprimido en la estrecha jaula en
«osuicida, q u e le tenían encerrado. Allí pasaba los dias
244 HISTORIA DB MfiJICO.

en la desesperación. sin esperanza de libertad y con la cer­


teza de una muerte cruel, propia del corazón perverso de
Maxtlaton. La convicción de que nada debia aguardar sino
ignominia y una muerte tormentosa, le hizo tomar una
resolución desesperada: la de quitarse la vida por sí m is­
mo, sin dejar al tirano el placer de que se la quitase.
Abrazada la idea, la puso inmediatamente en ejecución.
Aprovechando un instante en que el centinela estaba
descuidado, subió al cielo de la prisión, se quitó la faja
que cubría su cintura, la amarró por un extremo á una de
las vigas de la jaula; hizo un lazo corredizo en el otro ex­
tremo; metió la cabeza en él; se dejó caer de repente de
la altura, y quedó ahorcado ;í los pocos instantes.
Así terminó la vida, en 1423, el tercer rey de Méjico,
el desgraciado Chimalpopoca.
En los trece años que reinó, hizo cuanto le fué posible
por el adelanto de la agricultura, de las artes y por las
mejoras de la ciudad. Tuvo muchos hijos de sus cuncubi-
nas, y su trágico fin, acaecido un año después de la muerte
de Tezozomoc, padre del tirano Maxtlaton, causó profunda
sensación entre los reyes y señores tributarios de éste.
El príncipe Nezahualcoyotl supo con dolor profundo el
íin trágico de su pariente, y permaneció algunos dias en
su palacio de Texcoco, sin dejarse ver mas que de algunos
íntimos amigos que, como él, anhelaban salvar á los pue­
blos de la opresión en que les tenia el usurpador. Termi­
nados los dias de duelo, Nezahualcoyotl que sabia que es­
taba vigilado por los agentes de Maxtlaton para que le
diesen cuenta hasta de sus mas insignificantes acciones, se
dejó ver de todos, y se entregó á las diversiones que mas
CAPÍTULO V II. 245
halagaban sil carácter, ó que, mas bien, había adoptado pa­
ra desorientar á sus espías. Convencido de que para inspirar
confianza á sus enemigos, el medio mas acertado era per­
suadir con actos agenos á la política, que en nada pensaba
menos que en conspirar contra ellos, adoptó el sistema de
entregarse en todas las poblaciones que visitaba, á los bai­
les, á los moderados, pero agradables goces, y á determi­
nados juegos que no podian perjudicar su honra. El resul­
tado del método abrazado, no pudo corresponder de una
manera mas lisonjera á sus deseos. Los gobernadores de
los pueblos, al verle entregado completamente á los goces
que formaban generalmente las delicias de la juventud,
informaban favorablemente, asegurando que, por entonces
al menos, nada habia qué.temer ni qué sospechar de él.
Mientras así, engañados por las apariencias, no se dete­
nían á examinar lo que se ocultaba en el fondo de aquella
superficie seductora, Nezahualcoyoll hablaba con los hom­
bres mas distinguidos del partido oprimido, procuraba
captarse el amor de los pueblos, y se ocupaba astutamente
de preparar el terreno para que se operase un cambio fa­
vorable.
Desde la muerte del rey Chiraalpopoca, se habia ido á
vivir á Texcoco, donde observaba, con el mismo fin, idén­
tico sistema de vida.
Cuando el tirano Maxllaton supo que Chiraalpopoca ha­
bia puesto fin á sus dias, sustrayéndose así al género de
muerte que él habia dispuesto darle, estalló en cólera, cre­
yéndose poco vengado de su desgraciada víctima. No sin­
tió menos enojo con la noticia de la desaparición de Neza-
hualcoyotl, á quien habia deseado tener en Azcapozalco
246 B1ST0R2A DE M ÉJICO .

para quitarle la vida y poner así ün á los recelos de poder


perder el dominio sobre el reino de Acolhuacan. Varias
ocasiones oportunas se le lialian presentado á Maxllaton
para llevar á cabo la muerte del joven y temible príncipe:
pero se Labia abstenido de hacerlo, porque los signos
consultados por los sacerdotes le habían dicho que no era
tiempo todavía de hacerlo.
Maxtiatou El tirano, en medio de su cólera, sintió nc
capltalies con ^ e r despreciado los agüeros, y resuelto á
órdeu obedecer únicamente los instintos sanguina-
Nezahuaicoyoii. nos de su corazón, llamó á cuatro capitanes
de los de mas confianza para é l ; les ordenó que saliesen
inmediatamente ccn algunos bravos soldados hácia Tex-
coco como en cumplimiento de alguna comisión común del
servicio, para no asustar la caza que neccsilaba hacer, y
que, donde quiera que se hallase Nezahualcoyoll, se arro­
jasen sobre él y le quitasen la vida.
Los encargados de aquella inhumana comisión llegaron
á Texcoco, y se dirigieron al palacio en que habitaba el
príncipe Nezahualcoyoll. Eu aquellos momentos se hallaba
éste jugando al balón con un individuo de su servidumbre,
llamado Oivlotl. Avisado por el portero de que cuatro ca­
pitanes tepanecas solicitaban hablarle, Nezahualcoyoll sos­
pechó el iulento que llevaban, y se propuso huir, pero sin
manifestar á nadie su intento.
Ocultando, por lo mismo, su sobresalto interior, mandó
á Oceloll, con quien estaba jugando, que les recibiese con
afabilidad, les diese algo de comer, y les dijese que en
cuanto concluyesen de tomar aquel ligero obsequio y de
reposar un poco, saldria su amo á tener el gusto de hablar
CAPÍTULO V II. 247
con ellos. Los oficiales tepanecas nada vieron en aquello
que no fuese natural, y por lo mismo admitieron el convi­
te y se sentaron á la mesa, dejando para después la eje­
cución de la órden dada por Max lia ton. Terminada la co­
mida, los cuatro capitanes esperaron otro instante m a s;
pero viendo que el principe no se presentaba como había
mandado decir, penetraron en las piezas con objeto de ase­
sinarle. Los soldados que les acompañan lo registraron
todo; pero nadie encontró al hombre que buscaban. Neza-
hualcoyotl habia salido, mientras comían, por una puerta
secreta de que solo él tenia conocimiento, y poco después
se alejaba de la ciudad sin ser visto de nadie, (1) refugián­
dose, por entonces, en un pueblecito cercano, llamado
Coatí lian, cuyos habitantes, tejedores la mayor parte, le
eran sumamente adictos y fieles.
Noble rasgo Los capitanes tepanecas , furiosos por el
tóshabitantes c^ asco (Iue habían recibido, salieron en su
de coatítian. busca por todas partes. Informados por un
campesino que encontraron en el camino de Coatitlan, de
que se hallaba oculto en el pueblo indicado, penetraron en
él con sus soldados, y exigieron de los habitantes, que les
entregasen el fugitivo, so pena de la muerte al que le tu ­
viese oculto y no obedeciese la órden.
Los amenazados vecinos comprendieron perfectamente
que iban á ses víctimas del furor de aquellos sicarios del
tirano ; pero pudiendo mas en ellos la lealtad y la fideli- 1

(1) Según Torquemada,.Nezahualcoyotl salió de su palacio por un laberinto


lleno de vueltas y de secretos que habia hecho, y que solo él y un confidente
suyo conocían. Factible es lo diolio por el citado historiador, si se tiene pre­
sente el ingenio que distinguió siempre al principe perseguido.
248 HISTOTUA DE MÉJICO.

dad, que el temor á la muerte, nadie quiso delatar el sitio


en que el principe estaba escondido, aunque todos lo sa­
bían. Los tepanecas, irritados al verse desobedecidos, dieron
muerte á varios que se obstinaron en negar el punto en
que el príncipe se ocultaba ; y entre las nobles víctimas
sacrificadas que prefirieron dar la vida á cometer una in­
fame delación, se encontraron dos, cuyos nombres de­
be conservar la historia como dignes de eterna memoria,
Tochmalzin, sobrestante de todos los telares de aquel pue­
blo fabril, y Matlalinlzin, noble señora de distinguida
gerarquía. Exasperados los tepanecas de no poder encon­
trar á Nezahualcoyotl, descargaron su furor sobre todr- el
pueblo, y sospechando que se hubiese ocultado en alguna
cueva ó entre la maleza del campo, salieron en su busca.
Nezahualcoyotl, al verles alejarse, abandonó el pueblo, lo­
mando la dirección contraria que sus perseguidores, cre­
yendo que por allí no encontraria enemigos. Pero se equi­
vocó. Los enviados por Maxtlaton, no encontrándole por
un lado, se dirigieron hacia el sitio que llevaba. El prín­
cipe logró verles antes de ser vistos ; pero estaban ya muy
cerca, y no podían tardar en descubrirle. En medio de
aquella angustia, Nezahualcoyotl vió á unos labradores á
muy corta distancia de él, y se acercó á ellos. No quedán­
dole mas remedio que aventurarlo todo, les dijo quién era
y el peligro que corría. Los labradores, llevados de un ge­
neroso sentimiento y queriendo salvarle, le escondieron en
unos montones grandes de yerba conocida en Méjico con
el nombre de chía, y cuya diminuta semilla se dedica pa­
ra resfrescos.
Los soldados tepanecas pasaron por junto á los monto­
CAPÍTULO V il. 240
nes de yerba; pero estando muy lejos de pensar qne allí
se encontraba el hombre que buscaban, se alejaron, vol­
viéndose á Texcoco despechados del mal resultado de su
expedición.
Nezahualcoyoll, libre de sus perseguidores, se puso in ­
mediatamente en camino, y se dirigió á Texcolzinco, que
era una casa de campo que sus antepasados habían cons­
truido, como punto de solaz, para pasar en ella una tem­
porada del año. El prófugo príncipe quedó gratamente sor­
prendido al encontrarse en aquel retirado y delicioso sitio
con seis perseguidos régulos que liabian sido despojados
do sus señoríos por Maxtlalon, y que andaban errantes,
no atreviéndose á permanecer en un sitio fijo, por no caer
en poder do los pérfidos agentes del tirano.
Reunidos los siete por circunstancias idénticas, trataron
detenidamente de buscar los medies para sacudir el yugo
que oprimía á les pueblos chichimecas y acolhuas. y con­
vinieron en solicitar el auxilio de algunos señores conoci­
damente adictos á sus ideas, empezando por el de Chalco,
no obstante haber perseguido en un tiempo, obstinadamen­
te, á Nezahualcoyoll, y de haber contribuido, en parle, á
la muerte de su padre el rey Ixtlilxochitl.
Tomada la resolución de obrar activamente, Nezahual-
coyotl salió al siguiente dia, muy de mañana, á ponerse
de acuerdo con los adictos á su persona, que tenia en va­
rios pueblos, mientras otros de los señores marchaban á
conferenciar con el señor de Chalco, con el objeto de in­
clinarle en favor del príncipe.
Nezahualcoyoll pasó dos dias en ponerse de acuerdo con
los partidarios que tenia en Matlallan y en diversos pue-
250 HISTO RIA DE M ÉJICO .

blecitos próximos, v llegó á la ciudad de Apac en la no­


che del segundo dia, hallando en todas partes la mejor
disposición para rebelarse contra el tirano. La fortuna pa­
recía sonreirle. No había punió donde no encontrase adic­
tos resueltos á lanzarse á la lucha para ayudarle á con­
quistar el trono de Acolhuocan que le pertenecía. En el
mismo Apan, á las pocas horas de hallarse en la pobla­
ción, llegaron unos embajadores cholultecas, ofreciéndole
el apoyo de los vasallos de su señor para arrojar del trono
al tirano Maxtlaton. La fatal nueva que en aquellos ins­
tantes recibió, en que le decían que el usurpador había
dado muerte en el tormento á su leal favorito Iluitzilihuitl,
queriendo arrancarle un secreto que la víctima jamás qui­
so descubrir, aumentó la indignación de los embajadores
cholultecas contra el infame Maxtlaton, y las simpatías
hácia el noble príncipe, blanco de las iras del tirano.
Nezahualcoyotl, prensado de pena el corazón por la in­
fausta nueva recibida, pasó de Apan, á Huexotzingo, don­
de fué recibido con las pruebas mas sinceras de cariño por
el régulo do aquella población, que era pariente suyo. In­
dignado, como todos, el señor de Huexotzingo de la bár­
bara conducta y de la insufrible tiranía de Maxtlaton, le
ofreció unir sus tropas á las de sus adictos, para ayudarle
en la santa empresa de librar al mundo de un mónstruo.
No encontró menos adhesión en Tlaxcala, á donde marchó
de Huexotzingo. El gobierno de aquella república le ofre­
ció sostenerle en la guerra que emprendiese contra el
usurpador de su trono, y admitidos por Nezahualcoyotl
los sinceros ofrecimientos de todos, se marcó el sitio en
que debían reunirse las fuerzas de Tlaxcala, de Cholula y
CAPÍTULO V II. 251
de Huoxotzinco. Señalado el día y el punto, el favorecido
príncipe marchó á Calpolalpan, ciudad intermedia entre
Tiaxcala y Texcoco. acompañado de una comitiva selecta
y numerosa que denunciaba, no al solicitante de favores,
sino al grande, estimado por los poderosos. Nadie se habia
negado á servirle: todos le ofrecieron ayudarle en su em­
presa; y para que nada faltase á la esperanza de un buen
éxito, no bien había llegado á Calpolalpan, cuando recibió
una satisfactoria respuesta de los chalqueses ó cbalqueños,
diciéndol© que estaban dispuestos á servirle hasta colocar­
le en el trono de Acoihuacan.
Obcecado el tirano Maxtlalon con sus ideas de opresión
y de vengauza, no veia prepararse la negra tormenta que
debia descargar sañuda sobre su cabeza. Vano y orgulloso,
creia que nadie osaría levantar el estandarte de la rebelión
contra él: y queriendo dominar por el terror, desplegaba
lodo su encono contra el que tuviese la desgracia de ins­
pirarle la menor sospecha. Insaciable en su venganza, ya
que ésta no la pudo desplegar con toda la fuerza que él se
habia propuesto sobre el rey Chiinalpopoca, por haber
puesto este último íin á su misera existencia, la dejó caer
sobro los mejicanos, agobiándoles con impuestos, humi­
llándoles con sus actos arbitrarios, y oprimiéndoles con su
injusticia y tiranía.
CAPÍTULO VIII.

1tzccaíi. cuarto rey do Méjico.—Xeznhiialco.votl entro con sus adictos en Texco-


co.—IJl rey de Méjico lo ofrece sus tropas para derrocar ííMastlaton.—Emba­
jada enviada á Nezaliuolcoyoíl.—El embajador mejicano Moteuczoma es cap­
turado por el se¡lor de Choleo.—Dipna conducta de los huexotzíngas.—Raspo
iier.'ico de Cnateotzin.—Crueldad del señor de Choleo.—La plebe pide al rey-
de Méjico que no declare la puerta al de Azcapozalco.—Los embajadores,
mis derechos y sus deberes.—Re declara la puerro entre mejicanos y tepone-
Pacto celebrado entre la plebe de Méjico y el rey.

Kl tirano Maxtlaton gozaba haciendo sufrir á los pue­


blos.
jucoati Deseosos los mejicanos de sacudir aquel yu-
de Méjico, go insoportable impuesto por el soberano te-
paneca, resolvieron elegir un rey que estuviese dotado de
las cualidades relevantes que exigía la penosa situación
eu que sa encontraban, para sacar á la nación del degra­
dante estado en que se hallaba. El momento no podía ser
mas oportuno. Sabían la buena disposición en que estaban
los reinccilos próximos, en sostener á Nezahualcoyotl,
combatiendo contra Maxtlaton, y creyeron que había lle­
gado el instante do vengar las afrentas inferidas por el ti-
254 H ISTORIA D E M É JICO .

rano. Congregados los electores, y escuchado uu sentido


y patriótico discurso lleno de energía, pronunciado por
uno de los ancianos mas respetables, se procedió al nom­
bramiento de un rey, y la elección recayó sobre el princi­
pe Itzcoal!, que signiíica culebra de ¡meajas, hijo natural
de Acama pilziu, primer rey do Méjico y de una esclava,
y bermuiiu de los dos reyes precedentes. No podia haber
recuido la elección en persona mas digna por sus excelen­
tes prendas, por su valor, por su clara inteligencia, por
su honradez, por su rectitud y por su prudencia. Pero á
Cualidad pesar de las bellas cualidades expresadas, no
indbiwiMobie hubiera alcanzado la gloria de ser electo rey,
ser electo sino hubiera reunido á ellas la circunstancia
rey <ic Méjico. haberse distinguido en el ejército. La pro­
fesión mas noble y honrosa en tre ios mejicanos, era la de las
armas, y su principal mimen, el de la guerra, que era ve­
nerado como protector de la nación. Nadie podia ser electo
rey, sino se había distinguido ou las batallas por su valor
y su pericia. Ilzcoatl tenia cuarenta y seis años, había
desempeñado el distinguido cargo de general, por espacio
de veinte años, acreditando su valor cu las varias guerras
con las naciones vecinas, y por la mismo reunía todas ias
condiciones necesarias.
Electo rey, se le hizo sentar en el tlalocaicpallió silla
real, y en seguida fue aclamado como soberano de Méjico
por toda la nobleza.
Dominado el nuevo monarca ltzcoatl del noble senti­
miento de la patria, y resuelto á salvar á su reino de la
opresión vergonzosa de un déspota inhumano, dio á un so­
brino suyo la comisión de que fuese á donde se hallaba el
CAPÍTULO V III. 255
principe Nezahualcoyotl, Je hiciese saber su elevación al
trono, y le dijese que estaba dispuesto á ayudarle con sus
tropas para derrocar á Maxllalon y hacerle recobrar la co­
rona. Nezahualcoyotl recibió la embajada con las mas se­
ñaladas muestras de aprecio, manifestó su placer por la
elevación al trono de su entendido cuñado Itzcoatl. y acep­
tó la oferta que se le hacia. Sin embargo, juzgando por
entonces conveniente que la ciudad de Méjico no quedase
expuesta á un golpe de mano de parte de los tepanecas,
dijo que ninguna tropa se le enviase, porque para las pri­
meras operaciones tenia suGcientecon las que había reuni­
das en Calpolalpan, y que las fuerzas mejicanas se queda­
sen cuidando su ciudad, como punto importante para la
campaña.
El horizonte político iba cubriéndose de negros nubarro­
nes para el tirano Maxllalon. Había logrado con sus iras,
sus enconos, sus persecuciones y sus injusticias, formar
«na espesa nube de resentimientos sobre el dosel del tro­
no, y el rayo do la venganza de los oprimidos, iba á caer
sobre su cabeza.
Nezahualcoyotl, trabajando con una actividad asombro­
sa, vió al fin terminados todos los preparativos para la
guerra, y juzgando que los golpes imprevistos y prontos
son los que dan mejores resultados, se puso al frente de
las tropas auxiliares tlaxcaltecas, huexotzingas y chal-
queüas, y se dirigió á Texcoco, resuelto á apoderarse de la
ciudad y á castigar á sus habitantes por haber hecho a r­
mas contra su rey, y favorecido al soberano de Azcapozal-
co. Al llegar á un punto llámado Oztopolco, que se en­
cuentra á la vista de la ciudad, Nezahualcoyotl mandó
256 H ISTORIA D E M ÉJICO .

hacer alto, dictó las disposiciones convenientes para ata­


car la ciudad al siguiente dia, y dispuso que allí se pasase
la noche.
Temerosos los habitantes de Texcoco de un castigo se­
vero de parte del príncipe por haber sido desleales al rey
su padre, salieron de la ciudad al rayar el alba para soli­
citar el perdón y mover á piedad el corazón del ofendido
Nezahualcoyotl. Afligidas madres, llevando en sus brazos
á sus tiernos hijos; débiles ancianos encorbados bajo el pe­
so de los años, desdichados enfermos, inocentes niños y
delicadas jóvenes, marcharon á encontrar en el camino al
jóven principe que avanzaba ya sobre la ciudad. Al verle
llegar, todos se postraron en tierra, y le suplicaron que no-
descargase sobre ellos, quo eran inocentes, el castigo que
solo merecían algunos culpables. Nezahualcoyotl, conmo­
vido ante aquel cuadro de llanto y de aflicción, les ofreció
el perdón, añadiendo que nada debian temer de él; que so­
lo se proponía castigar á los culpables que mandaban la
ciudad y á los usurpadores tepanecas. Tranquilos con
las benévolas palabras del príncipe, se quedaron en aquel
sitio, esperando el resultado del ataque sobre la ciudad.
Nezahualcoyotl destacó, en seguida, fuerzas tlaxcalte­
cas y huexotzingas sobre Texcoco y Acolman, y fuerzas
chalquenas con órden de que se apoderasen de la ciudad
de Coatlichan. Las tres poblaciones cayeron en el mis­
mo dia, en poder del ejército de Nezahualcoyotl. La
sangre de los defensores del tirano Maxtlaton corrió en
abundancia. En Texcoco, según la órden dictada por Ne­
zahualcoyotl á los jefes, se dió muerte á los gobernadores,
á los representantes de la autoridad del usurpador, y á lo­
CAPÍTULO V III. 257
dos los tepanecas que so hallaban en la ciudad. E n Acol-
inan quedó cubierto de cadáveres lodo el trayecto desde las
puertas de la ciudad liasla la habitación del caudillo, her­
mano de Maxtlalon, que pereció en la lucha ; y en Coa-
tlichan los clialqueños mataron al gobernador, sin que
hubiesen sido bastante á salvarle, los dioses del templo
principal á donde se habiu refugiado.
El usurpador Maxtlalon, al saber que las tres principa­
les ciudades del reino de Acolhuacan habían caído en
poder de Nezahualcoyoll, se dispuso á recobrarlas, y pre­
paró un numeroso ejército que marchase á combatir á sus
enemigos. Para evitar que el rey de Méjico pudiese enviar
tropas en auxilio de Nezahualcoyoll, destacó una respeta­
ble parte de tropas que se interpuso inmediatamente entre
los dos. Tomada esta providencia, amenazó á Toleolzin, se­
ñor de Chaleo, con la destrucción do su ciudad, si conti­
nuaba auxiliando al príncipe que halda levantado el estan­
darte de la rebelión, y esta amenaza produjo el resultado
que se habia propuesto. Toleotzin, cuyo carácter veleidoso
era de lodos conocido, pidió perdón al tirano por su pasado
error, protestó serle fiel en lo sucesivo, y retiró sus tro­
pas del lado de Nezahualcoyoll.
Esta defección fué sensible para el valiente príncipe, y
de notorio perjuicio para los mejicanos que volvieron á
tener un nuevo y rencoroso enemigo que trataba de ven­
gar las derrotas sufridas en tiempo do Chimalpopoca. Pero
no decayó el ánimo de Nezahualcoyoll por aquella defec­
ción, ni entibió en el rey de Méjico la buena disposición
hácia el principo su cuñado. Por el contrario, el afecto del
último creció con el desleal proceder do los chalqucscs, y
T omo I. 33
258 H ISTO RIA DE M É JIC O .

dispuso enviar una embajada al valiente principe, dándole


la enhorabuena por sus triunfos, y repitiendo la oferta de
su auxilio cuando lo juzgase conveniente.
Altamente difícil era conseguir que el encargado de la
embajada pudiese llegar al sitio en que se encontraba Ne-
zahualcoyoll. Todos los caminos que salían de Méjico, es­
taban cuidados por tropas de Max lia Ion; y tratar de pasar
al campo del principe, era exponerso á graves peligros, y
aun á la muerto. Sin embargo, la consideración de los in­
convenientes referidos no hicieron desistir al rey Itzcoall
de su propósito, y comunicado su pensamiento á un sobri­
no suyo llamado Moteuczoma Tlhuicumina, este se ofreció
á desempeñar la comisión, despreciando los riesgos y la
muerte.
Era Moteuczoma hombre de elevada talla, de muscula­
tura atlética, de fuerza hercúlea, de extraordinario valor
y de indomable arrojo, que se habia hecho notable por sus
heroicas hazañas en las diversas acciones de guerra con
los remedios vecinos, y sobre todo en la última lucha con­
tra los clialqueses. Su temerario arrojo y su destreza en
el manejo del arco y en el disparo do una flecha, le con­
quistaron el nombre de Tlacaele, que significa, hombre de
gran corazón, y el de JUimeamína que equivale á flechador
del cielo. Estas dos cualidades que en él brillaban de una
manera marcada, trataron los mejicanos de perpetuarla en
los tiempos, y para el efecto, le presentaban en sus pintu­
ras, con un cielo herido por una flecha sobre su cabeza.
Moteuczoma, acompañado de algunos otros individuos,
salió de Méjico con las precauciones necesarias para bur­
lar la vigilancia de los tepanecas; pero con la resolución de
CAPÍTULO V III. 259
morir luchando contra ellos, en caso de verse atacado.
Ningún obstáculo encontró, por forLuua ; y atribuyéndolo
á favor distinguido de los dioses, se presentó satisfecho
á Nczahualcoyoll, desempeñando fielmente la comisión
que llevaba.
La noticia de que Moteuczoma liabia marchado á confe­
renciar con Nezuhualcoyotl, llegó bien pronto á saberla
Toleilzin, señor de Chuleo. El veleidoso magnate que se
acababa de separar de la coalición por la amenaza de M aí­
lla Ion, creyó llegado el momento oportuno de manifestar
al último su arrepentimiento y lealtad, apoderándose del
enviado mejicano.
La idea lisonjeó sus interesadas miras, y anhelando rea­
lizarla, hizo salir inmediatamente una fuerza, con orden
de emboscarse en el camino que debía llevar Moteuczoma
á su regreso ú Méjico, y apoderándose de él, conducirle á
Chalco en unión de todos los que le acompañaban.
Moteuczoma, ignorando el lazo que el señor de Chalco
le había tendido, se puso en camino después de evacuada
su comisión, y marchaba lleno de confianza y de regocijo.
De repente, al pasar por junto á un bosque, se vió acome­
tido por todas partes por los chalqueños emboscados, y
antes do que tuviese tiempo do echar mano á sus armas,
se vió sujetado y reducido A prisión con los que le acom­
pañaban. Conducido á Chalco, Toteilzin mandó en cerar­
le en una prisión.
Pocos dias después, queriendo granjearse el aprecio de
los huexotzingos, á quienes juzgaba enemigos de los meji­
canos, les envió los prisioneros, como un obsequio para
sus dioses. Al enviarles aquel presente, les decía que les
260 HISTO RIA D E M É JIC O .

sacrificasen, si lo juzgaban conveniente, en Huexotzingo,.


asistiendo al acto los clialqucños; pero si juzgaban mas
acertado que el sacrificio se verificase en Cbalco, se dig­
nasen los huexolzingos pasar á presenciarlo ú esta última
ciudad.
Cuando el variable Toleitzin esperaba recibir los pláce­
mes y las gracias de los huexolzingos, vió entrar á los pri­
sioneros que les habió enviado, custodiados por la misma
fuerza que les sacó de Choleo.
Noble rosgo La acecion de Toleitzin, Icios de merecer
de los , ' _J
ímexotzíngos. la aprobación de los huexolzingos, alcanzó su
desprecio. La contestación que dieron á los enviados que
les presentaron los prisioneros, fué manifestar que no po­
dían ni debían recibirlos.
«Decid al señor de Choleo—añadieron— que no es mo­
tivo para privarle ó nadie de la vida, el ser fiel mensajero
de su rey; que le devolvemos sus prisioneros; y que la no­
bleza huexotzinca no se presta á la infamia ni á las bastar­
das acciones que deshonran.>>
Desairado Totcitzin por los huexotzingos, puso en co­
nocimiento de Maxtlalon la captura de Moteuczoma y de
los demás individuos, diciéndole que determinase la clase
de muerte que debia dárseles, y encargó el cuidado de los
prisioneros á Cuateotzin.
Generosidad Dolado éste de un corazón recto y compa­
rte Cuateotzin. sjYOj ll0 p0tü a ver con 0j0S serenos el trágico
fin que esperaba á Moleuczoma y sus compañeros sin mas
delito que el de la lealtad á su soberano. Interesado al fin
vivamente por la existencia del primero, lo dijo que iba á
proporcionarle la fuga.
CAPÍTULO V III. 261

Moteuczoma quedó asombrado de la generosa oferta de


su carcelero; y al manifestarle su agradecimiento, le dijo
que viese que se exponía á sufrir un terrible castigo de su
señor Toteilzin. El compasivo custodio contestó que había
meditado ya en las consecuencias funestas que podrían so­
brevenirle ; pero que no podía resistir al deseo de obrar
bien. «Sé— añadió—que caerá sobre mi el odio de Toleit-
zin; que me quitará la vida acaso; pero no me podrá qui­
tar el placer de haber obrado bien: solo os ruego, si muero,
que en recompensa de mis servicios, protejáis á los tier­
nos hijos que tengo.»
Moteuczoma le prometió obsequiar su deseo si por des­
gracia acontecía el fin funesto que temía.
Cualeotzin, al abrir la puerta de la prisión de los enco­
mendados á su custodia, aconsejó á Moteuczoma que en
vez de dirigirse á Méjico por tierra, marchase por Izlapa-
llocan á Chimahuacan, y de aquí se dirigiese en una ca­
noa ligera, conducida por buenos rameros, á Méjico.
Moteuczoma siguió belmente el consejo, y pocas horas
después llegaba á la presencia de su monarca, en medio de
las aclamaciones del pueblo que le había creído ya sacri­
ficado.
Toteítzin, Mientras Moteuczoma y sus compañeros rc-
Smuñía malar0’ c^ an los sinceros plácemes de la multitud
ú cuateotziiiy por la libertad alcanzada, el hombre generoso

su familia, ú quien eran deudores de ella, pagaba con la


vida la nobleza de sus sentimientos. Irritado Toleitzin con­
tra él por la fuga de los prisioneros, mandó darle la muerte
y descuartizarle, haciendo que sufriesen igual terrible cas­
tigo sus hijos y su esposa. Solamente un hijo y una hija se
262 HISTO RIA D E M ÉJICO .

pudieron salvar de esa espantosa hecatombe, ocultándose


el primero en casa de unos parientes, y refugiándose la se­
gunda en Méjico, donde fué tratada con las altas considera­
ciones á que era acreedora por el heroico servicio prestado
por su noble padre.
El señor de Chalco que esperaba recibir del rey de Az-
capozalco los plácemes por la prisión de Moteuczoina, se
vio aun contrariado en su lisonjera esperanza. El tirano
Maxllalon, conservando su enojo por su pasada alianza con
Nezahualcoj'otl, le reprendió agriamente por haber pro­
cedido á la captura de la embajada mejicana; le llamó
hombre traidor v doble, y le ordenó que, sin pérdida de
tiempo, dispusiese la libertad de sus inocentes prisioneros.
Tolcitzin sintió profunda pena al ver reprobada su con­
ducta; y temiendo el enojo de Max Liaton, le pidió humil­
demente su perdón, protestando servirle lcalmenlc culo
sucesivo. Así apareció con doble fealdad el horrendo cri­
men de haber quitado la vida al generoso CualeoLzin y á
su inofensiva familia.
La orden del tirano Maxllalon en favor de los desgra­
ciados prisioneros, no fué sin embargo dictada en obsequio
de un sentimiento noble y generoso del corazón, ni por
que se hubiese operado en su alma un cambio favorable
hácia los mejicanos. Jamás se halda encerrado mas odio en
su pecho contra los habitantes de Méjico, ni baldan bulli­
do en su. mente mas ideas de venganza contra ellos que
en aquel instante. Era que con aquella orden se halda
propuesto humillar la vanidad del señor de Chalco, y que
viese envuelta en la reprobación del hecho de que se enva­
neció, el desprecio que le merecia por su pasuda conducta.
CAPÍTULO V III. 203
Lejos de haber sido inspirada por un senliraicnlo gene­
roso hacia los mejicanos la disposición para que pusiesen
en libertad á los oinbajadores, Max tía ton se propuso abrir
la campaña contra Nezaliualcoyotl, atacando la ciudad de
Méjico, y una ve*/, tomada y destruida, marchar al encuen­
tro del enemigo principe, y recobrar, derrotándole, todas
las plazas que le obedecían.
Nezaliualcoyotl que comprendió el plan que se propo­
nía desarrollar el usurpador, pasó á Méjico pora concertar
con el rey Itzcoall, el que ellos debían adoptar. Después de
una larga deliberación en que tomaron parle los hombres
mas notables en las armas, convinieron en que las tropas
texcocanas pasasen á Méjico, y que. unidas á las mejicanas,
defendiesen la ciudad, como punto importan te y déla mas alta
trascendencia en la decisiva campaña, próxima á empezarse.
ICn medio de los penurias y escaseces que habían traba­
jado desdo un principio á la reducida nación mejicana, sus
sufridos hijos, con una constancia inquebrantable, siguie­
ron edificando casos, levantando puentes, construyendo
canoas, aumentado el número do flotantes huertos, ha­
ciéndose notables ya en aquellos instantes, entre sus mu­
chos y notables obras, las anchas calzadas construidas sobro
el lago, para facilitar su comercio y sus comunicaciones
con el continente.
La piolín pido La plebe, al tener noticia de la próxima
Mtjtocpioevito ru Plura de las hostilidades contra los tepano-
in Riiorra cas que so disponían á lomar por asalto la
ao Azoapozaico. ciudad, quedó consternada, temiendo ver des­
aparecer en un dia, lo que les había costado largos años do
fatigas y de privaciones.
264 H ISTORIA D E M É JIC O .

Y no era sin motivo el terror que entonces inspiraba A


la plebe ele las naciones cortas, la guerra con otra compa­
rativamente poderosa. Para los vencedores que entraban
en una ciudad, no babia ni ancianos, ni niños, ni mujeres,
ni enfermos: todos oran trotados de la misma suerte. Las
ciudades eran destruidas, y perseguidos los habitantes,
hasta en las cuevas de las montañas en que buscaban su
salvación.
La plebe que no podio aspirar A ningún puesto honroso;
que trabajaba para los reyes, la nobleza y los magnates;
que no mejoraba de condición en los triunfos, y que era la
víctima en las derrotas, no podia, por mucho que sintiese
ver A su nación feudataria de otra, tomar un interés palpi­
tante en la política.
Los royes, los señores, la nobleza y el cloro, eran los
poseedores do la riqueza pública, do los honores, de las
consideraciones y del mando. No debe extrañarse, en con­
secuencia, que los pensamientos levantados, los rasgos
heroicos y el heroísmo por la patria, no se encontrasen en
la plebe, sino en las clases privilegiadas.
La plebe, considerando que de la lucha con los podero­
sos lepanecas, no podría resultarle mas que la esclavitud
ó el sacrificio, se agolpó A las puertas del palacio, y pidió
al rey, con súplicas conmovedoras, que desistiese de su
intento; que ofreciese al monarca de Azcapozalc-o separarse
do la liga de los que le combatían; y que se llevase A la
presencia de Max tía ton al dios Hmtdlojmlitíi. en hom­
bros de los sacerdotes, para alcanzar su gracia y su
perdón.
Los gritos de la multitud y las súplicas mezcladas con
CAPÍTULO V IH . 265
algunas voces amenazadoras, hicieron titubear al monarca
Ilzcoall, sobre la respuesta que debia dar al gentío que
continuaba en su demanda. Moteuczorna que se hallaba al
lado del rey y presenciaba aquella escena, sintiéndose in­
dignado al ver la pusilanimidad de la plebe, tomó la pala­
bra, y dominado por el noble sentimiento del amor á la
patria y por el lustre de su buen nombre, dijo con acento
de autoridad al pueblo, que era indigno de corazones me­
jicanos el paso de bajeza que se le proponia al rey; que
nunca debian borrar los hijos de Méjico, quo eran des­
cendientes de aquellos héroes que inquebrantables en su
i'óy en sus resoluciones, habian fundado la ciudad que ha­
bitaban; de aquellos hombres que la habian conservado lu­
chando constantes por la independencia y por la libertad.
«Entre una muerte honrosa y una vida de ignominia—
agregó — nunca, ningún mejicano ha dudado optar por
la primera. Si no queréis renunciar al nombre honroso de
mejicanos, si queréis ser dignos de la gloria heredada de
vuestros abuelos, deponed el temor y poneos del lado de
vuestro rey para rechazar á la nación que trata de arrojar
un borron de ignominia sobre la nuestra.»
Las palabras de Moteuczorna, pronunciadas con acento
varonil y enérgico, entusiasmaron á. la multitud.
14 35 . El re}' Ilzcoall, aprovechando aquellos mo-
, , ®!rcy . mentos de entusiasmo, habló á sus vasallos
ue Méjico envía
un embajador diciéndolcs; que no se trataba de provocar
6. Mnxtluton , , . .
proponiéndole una guerra, sino de ceLebrar una paz honro-
lopaz. s a . que antes de romper las hostilidades, se
enviaría un embajador proponiendo un arreglo digno para
las dos naciones ; y que, puesto que la guerra no producía
266 H ISTO RIA D E M É J[CO .

en las sociedades sino ruina y desgracias, solo se recurri­


ría á ella cuando no quedase otro medio de salvar su hon­
ra. En seguida invitó con la comisión de embajador al
que se encontrase con deseo, valor y disposición para des­
empeñarla. El desempeño de la comisión era peligroso.
Todos ternian presentarse ante el cruel y vengativo Max—
tlaton. Los nobles se miraron sin atreverse ó lomarla á su
cargo, y todos permanecieron por un instante en silencio.
Entonces el valiente Moteuczoma, dispuesto siempre ít sa­
crificarse por la patria, se ofreció ú desempeñar la comi­
sión, diciendo que perderia gustoso la vida en servicio de
su país y de su rey. El monarca le abrazó enternecido,
y poco después Moteuczoma salia de Méjico para Azcapo-
zalco. No habría llegado á la mitad del camino, cuando se
encontró con una fuerza tepaneca. E l intrépido joven ma­
nifestó la comisión (fue llevaba, y pidió que le dejasen pa­
sar á conferenciar con el monarca. Los tepanecas le deja­
ron libre el paso, y Moteuczoma llegó al fin íi la presencia
del soberano tepaneca.
Después de saludarle respetuosamente, el embajador
mejicano le pidió una paz que fuese digna y decorosa para
los dos pueblos. Maxtlaton le dijo que para resolver aquel
delicado asunto dignamente, necesitaba consultar con los
consejeros y la nobleza ; y que no siendo posible reunirles
á todos en aquel instante, volviese al siguiente dia, á saber
lo acordado.
14 3 6 . Moteuczoma "prometió volver, y haciendo
Declaración de otro saludo, se dirigió á Méjico, que solo dis-
’mejicanos y ta legua y media de Azcapozalco. Al nacer el
tepanecas. nuevo so} ? el embajador mejicano volvió á
CAPÍTULO V IH . 267
presentarse en la corte del usurpador. Maxtlaton le recibió
con airo imponente, y le dijo que la resolución del con­
sejo, así como la suya, era la guerra. Moteuczoma, para
manifestar que la aceptaba, hizo las ceremonias que en su
nación se usaban entre los magnates que se retaban. Las
ceremonias fueron presentarle unas armas ofensivas, le
untó la cabeza con un aceiLe aromático, colocándole en se­
guida en ella unas plumas, como tenian costumbre de co­
locarlas en la cabeza de los muertos. Este último acto de
la ceremonia fué acompañado con las siguientes palabras
dichas por el embajador. «Por haber rehusado la paz que
en nombre de mi soberano os lie ofrecido, vais á perecer
al golpe de nuestras armas, lo mismo que el reino que
mandáis.»
Maxtlalon escuchó impasible aquellas palabras, y á su
vez le dió armas á Moteuczoma para que las presentase á
su rey Ilzconll. Rotas así las relaciones, Maxllalon, te­
miendo que el pueblo intentase algo contra el embajador
mejicano, le dijo que saliese por una puerta secreta del pa­
lacio, valiéndose de un disfraz que le proporcionó. Moleuc-
zoma consiguió de aquella manera ponerse fuera de la po­
blación ; pero dejándose llevar de su carácter atrevido, no
quiso ulejarse de allí sin hacer ver á los soldados que cui­
daban la puerta de la ciudad, que habia logrado burlar
los perversos intentos que liabian acariciado de matarle.
«Aquí me teneis. cobardes,—les dijo,— dueño aun de la
vida que os habiais propuesto quitarm e: tem blad; que
pronto nuestras armas tomarán__venganza de las graves
ofensas que vuestra nación ha inferido constantemente á
los mejicanos.» Los soldados lepanecas, irritados por aque-
268 H IST O RIA D E M ÉJICO .

lia provocación, salieron con intención de apoderarse de


é l ; pero Moteuczoma, después de haber matado á dos de
los que le acometieron, se retiré tranquilamente liácia
Méjico.
Los que están acostumbrados á ver el respeto y justas
consideraciones que múluamente guardan las Daciones á
los representantes de ellas, se formarán un concepto muy
desfavorable sin duda, de los soberanos y de los embaja­
dores de las diversas nacioncitas que habitaban el Aná­
huac, al ver que no podia garantizar el soberano de Azca-
pozalco la vida de un embajador, y que éste admitió un
disfraz para poder huir, poniéndose luego que se vió fuera
de la ciudad, á dar voces desde el camino, insultando á los
soldados. Pero so engañarla él lector si, por el hecho ante­
rior, juzgase que así eran tratados todos los embajadores.
Aquel fué un caso excepcional. Maxtlaton era un rey san­
guinario, sin respeto á nada ni á nadie, que detestaba á
los mejicanos y que, acaso, se hubiera complacido en que
sus soldados hubiesen matado á Moteuczoma. Pero ya que
estaba obligado á respetar, en cierta manera, el derecho
de gentes, en la infancia aun entre aquellos pueblos, quiso
que Moteuczoma llevase la idea de que reinaba entre los
tepanecas tanto entusiasmo como odio hacia los mejicanos,
que solo fué posible salvarle del segundo, dándole un dis­
fraz y haciéndole salir ocultamente. Respecto de Moteuczo­
ma, cuyo carácter y temerario arrojo eran proverbiales, no
es de extrañarse que, indignado contra los tepanecas por
la manera poco decorosa con que habia sido tratado, des­
fogase su cólera dirigiéndoles palabras amenazadoras. Pero
aunque en la infancia, repito, entre aquellas naciones, el
capítulo vni. 269
derecho de gentes, no por oslo dejaban de guardar á los
embajadores las consideraciones debidas.
Embajadores; Para *as embajadas se elegian siempre los
su traje hombres mas notables por su nacimiento, no-
ccrCLUOnial . ,
con que cmn bleza, virtudes y elocuencia. y se componían
recibidos, aquellas comisiones, desde tres hasta cinco in­
dividuos. Llevaban, á fin de que se conociese el1carácter de
que se les habiu investido y hacerlo respetar, un traje verde,
semejante en su forma, á un escapulario con largos flecos
de algodón, y un sombrero adornado con vistosas plumas
de brillante matiz y flecos de variados colores: llevaban,
en la mano derecha, una flecha con la punta hacia arriba,
y en la izquierda una lujosa rodela: pendionlc del brazo
izquierdo llevaban una red con las provisiones necesarias
para el camino. En su marcha, por donde quiera que
pasasen, eran recibidos con altas muestras de respeto,
y se veian tratados con las consideraciones á que eran
acreedores por su elevado carácter. Esto, siempre que
no se apartasen del camino principal á donde llevaban
la embajada, pues se hacían indignos de toda deferencia y
de toda consideración, si se apartaban do la senda que de­
bían seguir. En cuanto llegaban á las puertas de la pobla­
ción á dondo llevaban la embajada, se delenian antes de
entrar, hasta que la nobleza salía de la ciudad para reci­
birles; y , acompañados de ella, marchaban en seguida á la
casa pública, en donde se les alojaba y se les trataba con
todas las atenciones debidas á su carácter. Los nobles, con
notable respeto, les incensaban y les presentaban ramos de
exquisitas flores. Luego que los embajadores habían des­
cansado un rato, la nobleza les conducía al palacio del
270 HISTO RIA D E M É JICO .

rey, régulo ó señor, y eran introducidos en la sala de au­


diencia. E n esta les aguardaban ya el soberano y los gran­
des que formaban su consejo, todos sentados. Los emba­
jadores, al presentarse, hacian una profunda reverencia,
y on seguida se sentaban en el suelo, en [medio del salón,
donde sin alzar los ojos ni pronunciar una sola palabra,
permanecian quietos, esperando que les indicasen que
podian exponer el asunto que llevaban. Cuando esta indi­
cación se les hacia, se ponia en pié el que hacia cabeza
en la embajada, volvia hacer otra profunda reverencia, y
en seguida expouia, con voz medida y reposada, el objeto
de la misión que llevaban, valiéndose de las frases mas
elocuentes y escogidas. El rey y sus consejeros escucha­
ban aquel discurso con suma atención, con la cabeza incli­
nada hasta las rodillas, y sin quitar la vista del suelo.
Terminado el discurso, los embajadores volvían á su aloja­
miento, acompañados de la nobleza, para esperar la reso­
lución del monarca 6 señor á quien habían llevado la em­
bajada.
E l rey, sin perder momento, entraba en consulta con
los consejeros sobre la respuesta que convenia dar, y en
seguida de haberse resuelto la contestación, se les hacia
saber á los embajadores por medio de los ministros; se les
proveía de víveres para el camino, se les hacian algunos
regalos, y salían á acompañarles hasta las puertas de la
ciudad, los mismos nobles que les habían recibido en ellas.
Cuando el supremo magnate á quien iba dirigida la emba­
jada, era amigo de los mejicanos, no se podía excusar nin­
guno de los enviados, de recibir los regalos, pues esto era
considerado como un ofensivo desaire, como una señalada
CAPÍTULO v i i r . 271
afrenta; pero cuando era enemigo, ningún embajador me­
jicano los podía recibir, si para ello no alcanzaba el consen­
timiento de su monarca. Estas coremouias no eran las que
se observaban en todas las embajadas, ni estas se envia­
ban únicamente al jefe de la nación ó del Estado, pues al­
gunas veces iban enviadas al cuerpo de la nobleza ó á la
plebe.
Por la descripción anterior respecto á las consideracio­
nes que se guardaban entre las naciones del Anáhuac á los
embajadores, habrá visto el lector que lo acontecido con el
embajador Moteuczoma y el rey de Azcapozalco, fué un
caso excepcional.
Convenio En cuanto se divulgó la noticia de haberse
declarado 1° guerra, la plebe de Méjico vol­
ite . vio, llena de espanto, porque juzgaba indefec­
tible su ruina, á presentarse ante ol palacio del rey con
grandes clamores de adicción. Itzcoatl se presentó á ella
para saber lo que anhelaba, y un clamor general se escu­
chó pidiendo que se les permitiese salir de la ciudad para
no ser víctimas del furor de los tepanccas. El monarca tra­
tó de alentar á la multitud, asegurándola el triunfo, ani­
mándola para que se quedase, y, unida á la nobleza y al
ejército que estaban resuellos á luchar, participase de la
gloria de haber humillado el orgullo lepaucca.— «¿Y si
somos vencidos?» Replicó la multitud. — «Entonces,—
contestó el r e y ,— yo me ofrezco desde ahora á vosotros,
para que me sacrifiquéis á los dioses y os liberten de las
desgracias que toméis.»
Aquella promesa tranquilizó á la plebe, que juzgaba efi­
caz presentar en holocausto á su rey, para conjurar los
272 H IST O RIA D E M É JIC O .

males que, en el caso adverso que temía, pudieran ame­


nazarla.
Aceptó la multitud la proposición del monarca, y á su
vez ofreció, por su parte, si se alcanzaba la victoria, ser
siempre, así ella como sus descendientes, tributaria del
soberano, labrar sus tierras y las de los nobles, edificar
sus casas, y llevar, cuando saliese á campaña, sus armas
y sus equipajes.
Itzcoatl admitió la proposición ; y la multitud se retiró,
dispuesta ¡í permanecer en la ciudad y á luchar contra los
tepanecas.
CAPITULO IX.

Los tepanccas se dirigen 4 Méjico con objeto de apoderarse de la ciudad.—El


rey Itzcoatl pide auxilio ¡i Nezahualcoyotl y lo recibe.—Datadas entre meji­
canos y tepanccas.—El general tepaneca muere á manos de Moteuczoma.—
Triunfo de los mejicanos.—Muerte del tirano Maxtlaton.—Incendian y des­
truyen la ciudad de Azcapozalco.—Nezahualcoyotl reduce varias ciudadcsá su
obediencia y se reúne con el rey de Méjico.—Fundación de la monarquía
de Tacuba.—Alianza ofensivo y defensiva entre los reyes de Méjico, Acolliua-
can y Tacuba.—Acertada política del primero.—Coronación de Nezahual­
coyotl.

Los habitantes de la ciudad de Méjico, se dispusieron


al combate.
De aquella lucha dependía su futuro bien ó su des­
gracia.
Los lepan ecas, por su parte, preparaban un numeroso
ejército para invadir la ciudad y dominarla.
El rey Itzcoatl, á la vez que alentaba á su gente para la
defensa, puso en conocimiento del príncipe Nezahualco­
yotl la ruptura de la paz con el monarca de Azcapozalco,
y le suplicó que le enviase inmediatamente á Méjico par­
te de su ejército para combatir, unidos, al tirano.
Nezahualcoyotl se apresuró á complacer ú su aliado, y
T omo I. 35
274 HISTORIA. D E M É JICO .

pocos ellas clespues llegó un general suyo ü la ciudad, al


frente de mas de cien mil acolhuas, os ten lando los plumajes
mas variados y vistosos, y provistos de excelentes rodelas,
flechas, hondas y espadas.
El rey Tlzcoatly sus generales se entregaron con activi­
dad á poner la ciudad de Méjico en un estado de defensa
inespugnable.
Sobre las anchas y admirables calzadas que los mejica­
nos habian construido sobre la laguna, logrando mantener
por medio de ellas fácil y cómoda comunicación con el
continente, situaron escogidas fuerzas, en combinación con
otras que debían cruzar en canoas por las calles, y con las
situadas on los principales templos.
Aquellas calzadas, que mas larde llamaron la atención
de Hernán Cortés y de sus compañeros, fueron elegidas por
Nezahualcoyotl y el monarca mejicano, como punto eslra-
téjico y principal de sus operaciones.
Al siguiente dia de haber llegado el príncipe Nczahual-
coyotl á Méjico, se dejaron ver enfrente ú la ciudad, ocu­
pando un campo vastísimo, las numerosas legiones lepa-
necas.
Nunca con mayor lujo se habian presentado sobre el
terreno del combate los ejércitos del orgulloso Maxilalon.
Envanecidos de su poder, quisieron ostentarse entonces
con todo el brillo y aparato usado entre aquellas naciones.
Altos penachos de vistosas plumas llevaban arrogantes en
sus erguidas cabezas, con el fin de hacer mas alta su esta­
tura y dar al individuo un aspecto guerrero. Grandes es­
cudos de formas caprichosas, figurando cabezas de leones,
de tigres y de serpientes, sostenían en el brazo izquierdo.
CAPÍTULO IX . 275
para cubrirse de los golpes de sus contrarios, mientras en
la mano derecha empuñaban la temible macana ó sostenían
las veloces flechas que sacaban de su carcaj.
A la cabeza de este ejército que caminaba con la segu­
ridad del triunfo, marchaba el general Mazatl, famoso guer­
rero en quien el tirano Max lia ton tenia toda su confianza
y la certeza de un éxito favorable. El monarca tepaneca,
juzgando innecesaria su presencia en la campaña contra
los mejicanos, so quedó en Azcapozalco, disponiendo todo
lo necesario para marchar después á recobrar la ciudad de
Texcoco, y castigar á los pueblos que se habían declarado
en favor de Nezahualcoyotl.
El ejército mejicano, dirigido por el valiente Molcuczo-
maá quien el rey habia conferido el mando délas tropas,
se situó convenientemente, observando todos los movi­
mientos del enemigo que seguía avanzando para asaltar la
ciudad. El monarca de Méjico, queriendo participar de los
peligros de sus soldados, se colocó al lado de su general,
animando con su voz y su presencia á sus guerreros.
Pronto el ejército tepaneca, que afanoso de venir á las
manos, avauzaba sobre sus contrarios, llegó junio íi las
calzadas do la ciudad. El rey ILzcoatl dirigió entonces al­
gunas palabras llenas de bélico ardor á los mejicanos, y
en seguida dió la señal de ataque, tocando un tamborcilo
que llevaba al hombro.
Batallas entre Ambos ejércitos se acome tierou entonces
mejicanos J
y tcpanccns. con furia espantosa, y la lucha se hizo tenaz
y sangrienta por todas partes. El combate se prolongó to­
do el dia, ganando unos y otros el terreno que poco des­
pués volvían á perder. Sin embargo, las probabilidades del
276 HSTORIA. D E M É JICO .

triunfo se presentaban del lado do los tepanecas que iban


recibiendo continuos refuerzos do refresco, mientras las
tropas mejicanas, no contundo con ese recurso, se encon­
traban fatigadas y rendidas de cansancio.
Los tepanecas, alentados con los refuerzos que recibían,
atacaban la ciudad por Lodas partes, y hablan logrado apo­
derarse de algunos puntos.
La plebe A la vista de las ventajas adquiridas por
putei»pix. jQS tepanecas y de las considerables fuerzas
que de continuo recibían, desmayó la plebe, se insubordinó
contra sus jefes y prorumpió en gritos contra su soberano,
cuya ambición, decía, iba á ser causa de la ruina de Lodos.
El monarca Ilzcoall oyó aquellas voces de la multitud,
con hondo pesar y sobresalto, temiendo que ellas hiciesen
flaquear el espíritu de las tropas, y consultó con Moleuc-
zorna lo que seria conveniente hacer para alentarlas. ^Con­
ducirlas al peligro, y luchar hasta morir:» contestó el va­
liente general. «Pues conduzcámoslas— dijo el soberano—
y muramos como valientes.»
Pero el ardor del general y del monarca no era sufi­
ciente á sofocar las voces de la plebe insubordinada, que
continuaba clamando contra los que babian provocado aque­
lla guerra. Varios individuos de los que capitaneaban á la
multitud, se atrevieron á dirigir amenazas al rey, y no
fallaron algunos que, tratando de atraerse la piedad de los
tepanecas, les gritaban que, si les ofrecían el perdón, da­
rían allí mismo la muerte á los jefes. (1)1

(1) El «preciable historiador mejicano Clavijero, pone las siguientes quejas


en boca de la numerosa plebe. «¿Qué hacemos? ¿Será bueno el sacrificar nues­
tra vida ú la ambición de nuestro rey y de nuestro general? ¿Cuánto mas salu-
CAPÍTULO IX. 277
Heroico vnior La indignación que produjo aquella infame
cicircy.de proposición en el rey, en la nobleza, en el
Molouczoma 1 1 . . . . ..
y de la general y en todos los jefes, fui indescriptible,
nobleza, y aun hubieran castigado severamente ú los
que la vociferaban, si la precisión do atender á la lucha
no les hubiera impedido detenerse allí. «Quien amo la
honra de su patria, quien no reniegue del glorioso nom­
bro de mejicano que lleva, que nos siga.» Dijeron Ala voz
el rey y el general Motouczoma. Aquellas bélicas palabras
fueron repelidas por los nobles y por los guerreros: y rea­
nimados los soldados y la plebe con el ejemplo de sus jo­
les, se lanzaron con ímpetu irresistible sobre las tropas le-
panecas, logrando arrojarles de un foso de que se liabinn
apoderado. La lucha so hizo entonces mas sangrienta.
Moleuczoma, animando con la voz y con el ejemplo, aco­
metía y desbarataba cuanto so oponía A su paso. En los
momentos mas críticos de la batalla, cuando la balanza de
la fortuna dobia inclinarse al lado en que la menor venta­
ja so presentase, llegaron A encontrarse los dos generales
contrarios. Al verse, ambos se dirigieron A la voz uno al
otro, con las armas levantadas, emprendiendo una lucha
personal. Moleuczoma, con su pujanza hercúlea y su bra­
Moteuczoma
zo poderoso, detuvo el golpe que le dirigió
combate Mazatl, y descargó sobre éste uno furibundo
personalmente
con Mazatl quo lo hizo rodar por el suelo, privándole de
y mata á éste. la vida. La muerte del general Mazatl, aterró

dable no será el rendirnos, confesando humildemente nuestra temeridad, para


obtener el perdón y la gracia de la vida?» Luego llamando á sus enemigos les
decían:«¡Oh fuertes tepanecas, señores del continente, refrenad vuestra¡cdlera,
pues ya nos rendimos. Si os agrada, aquí ú vuestra vista mataremos á nuestros
278 HISTO RIA D E M É JICO .

ü. los lepaiiccas, que empezaron íi ceder terreno á sus con­


trarios. Los mejicanos, mirando ya seguro el triunfo, re­
doblaron sus esfuerzos; pero la noche vino á impedir la
continuación del combate, y ambos ejércitos se retiraron a
sus respectivos puntos, para renovar al siguiente dia la
sangrienta batalla.
i4ss. El orgulloso Maxllalon al ver desalentadas
Triunfo ¿ sus tropas con la muerte de su mejor genc-
dc los mejicanos A ”
«obre ral, les arengó excitándoles á la venganza ; y
l0y muerte” al alumbrar la luz del nuevo sol, avanzó su
de M axtiaton. ejército sobre los mejicanos, quienes alenta­

dos por las ventajas obtenidas el dia anterior, salieron de


la ciudad para encontrar á los tepanccas. El combate se
renovó con el mismo furor que la víspera, y la victoria se
mantuvo indecisa hasta el medio dia en que, deshechos los
topanecas en todas partes, emprendieron la retirada. Los
mejicanos siguieron el alcance de sus enemigos haciendo
en ellos una horrible carnicería. Alerrados los lepanecas, y
dejando sembrado el camino de su retirada con millares de
cadáveres, entraron desaladamente en Azcapozalco, segui­
dos siempre de sus temibles contrarios que penetraron en
Muerto sus mismas casas llevando el eslerminio y
de Muctiatou. ja muerte l os tepanecas, para salvarse de la
tenaz persecución de los vencedores, -huyeron á los mon­
tes; y el orgulloso Maxllaton se escondió en un tcmazco.lU,
baño sudorífero, donde fué encontrado y muerto ü palos y
pedradas por los vencedores. No satisfechos aun con ha­
berle quitado la vida, y henchidos de ira contra aquel hom-

jefes, para merecer de vosotros el perdón de la temeridad á la cual nos lia indu­
cido su ambición.»
CAPÍTULO IX . 279
brc que se había complacido en humillarles, arrojaron al
campo su cadáver para que sirviese de pasto á las fieras y
á las aves de rapiüa. La sed de venganza de que se sentían
poseídos contra los tepanecas era insaciable, y no se respe­
tó sexo ni edad en la horrible carnicería hecha entre los
que no lograron huir á las montañas. A las escenas san­
grientas del dia, siguieron las no menos terribles de la no­
che. Los mejicanos, para acabar para siempre con el poder
de sus contrarios, destruyeron cuanto en la ciudad había,
quemaron los templos, derribaron las casas, destrozaron
el palacio, y se apoderaron de todo lo que de valor encon­
traron en los edificios.
Esta espléndida victoria, acaecida en 1425, un siglo
después de la fundación de Méjico, vino á cambiar la faz
de aquellos pueblos, y á dar á los mejicanos un poder y
una influencia extraordinarios.
Tomado No fué menos favorable la fortuna de las
Lr0pas
vanas ciudades. tlaxcaltecas y huexotzingas que se ha­
llaban á las órdenes del príncipe Nezahualcoyoll, que ope­
raban á su vez, por distinto rumbo, pero por la misma
causa. Destacadas del ejército, atacaron con impetuoso
brío la antigua corte de Tenayuca donde residieron los pri­
meros reyes chichimecas, y la tomaron por asalto, hacien­
do un horrible estrago en sus enemigos. Noticiosos enton­
ces del triunfo alcanzado por los mejicanos y los acolhuas,
vinieron al siguiente dia á reunirse con ellos, dirigiéndose,
unidos, á la ciudad de Cuollachlepec, que se rindió á las
pocas horas.
La estrella de los tepanecas se había eclipsado. La es­
peranza do recobrar lo perdido, había desaparecido do
280 HISTO RIA D E M É JICO .

ellos: em ules y hambrientos, perseguidos y sin albergue,


resolvieron implorar la clemencia de los vencedores y ren­
dirse á ellos, si les concedian la vida. Tomada osla resolu­
ción, enviaron al rey de Méjico una embajada, compuesta
de las personas mas respetables de la nación, que fueron
admitidas inmediatamente á la presencia del soberano. El
personaje que llevaba la voz en aquella embajada, imploró
del rey Ilzcoall el perdón para sus compatriotas los lepa-
ñecas; le manifestó (pie estaban dispuestos á reconocerle
por su legítimo señor, á servirle como leales vasallos, y á
respetar sus disposiciones, si en virtud de lo que ofrecían,
se les concedía la vida y se les dejaba volver á sus casas
sin que nadie atontase en lo mas mínimo á su libertad.
El monarca mejicano, en cuya alma se albergaban los no­
bles sentimientos que enaltecen al hombre, respondió filos
embajadores, que concedía á los vencidos todo lo que le pe­
dían; que lejos de mirarles como á contrarios, les conside­
raría como hijos, si cumplían con lealtad su promesa; pero
que seria inexorable con ellos, si alguna vez faltaban á su
juramento.
Los tcponccas Los tepanecas, mirando en las palabras del
reconocen re y Itzcoatl la mas segura garantía do su vi-
rey da y de su libertad, volvieron uimedialamcn-
de Méjico. ¿ ia ciu<la¿ de Azcapozalco, donde se ocu­
paron ardientemente de reparar los estragos causados por
la guerra.
Desde entonces aquella ciudad y los pueblos ó ella pró­
ximos, quedaron reconociendo para siempre, como sobera­
nos, ;í los monarcas de Méjico. Pero no toda la nación te-
paneca entró en aquellos convenios. Muy al contrario. La
CAPÍTULO IX . 281
parle que no había sido invadida, se hallaba resuelta á
combatir en caso de verse atacada. En esa parte que se
mantenía dispuesta á resistir &quien tratase de someterla,
se contaba el Estado de C'oyohuacan, uno de los mas gran­
des de la nación tepaneca, cuya principal ciudad, que lle­
vaba el mismo nombre, se hallaba dispuesta á la defensa.
No pensó el soberano de Méjico, por entonces, en llevar
la guerra hasta aquel punto. Había conseguido destruir á
Max lia ton y sujetar lo mas importante del reino, v se de­
dicó ii dictar las disposiciones que estimó mas acertadas,
para asegurar de una manera sólida á la corona de Méjico,
los pueblos que se habían sometido á su obediencia,
itzcoati, premia Su primer acto, después de la victoria, fué
<usthm¡!oron Prem^ar l°s señalados servicios que acababan
en la de prestarle sus vasallos. Dió en propiedad á
¡t los que los jefes y nobles que se lucieron notables por
pedían la paz, sn Yaior su lealtad y su relevante proceder,
y obliga a la 7 J 1 7
piebo ¡i asi como al intrépido general Moteuczoma que
iwTtodo servir se halda distinguido por sus heróicos hechos,
4 i» nobleza. uua gran paxte de las tierras conquistadas, re­
comendando que no se ofendiese en nada á los pueblos so­
metidos, y la otra parte la cedió á los sacerdotes para el
sostenimiento del culto. Hecho esto, hizo comparecer á la
plebe para que ratificase el convenio que habían celebrado
al declarar la guerra á los tepanecas, de obligarse á servir
á la nobleza, en caso de triunfo, así como él se liabia ofre­
cido á sor sacrificado por el pueblo si la suerte era adversa.
La plebe coníirmó su promesa, y desde entonces se cons­
tituyó en sierva de la nobleza y del rey.
No se olvidó el monarca Itzcoatl de los indignos vasa-
282 H ISTORIA D E M É JIC O .

líos que hablan procurado con sus voces, lágrimas y cla­


mores, desmayar el valor de sus soldados ; y con el fin de
evitar que se repitiesen en lo sucesivo actos semejantes,
les borró de la nacionalidad mejicana, y les hizo salir des­
terrados del territorio mejicano.
Dictadas estas y o Iras providencias de buen gobierno y
de recta administración, Itzcoatl volvió á Méjico con sus
tropas, cargado de ricos despojos, con un número conside­
rable de prisioneros, con no pocas cautivas, y llevando pre­
sos en medio de las filas de sus soldados, á todos los ídolos
de que pudo apoderarse el ejército vencedor.
Costumbre era entre aquellas naciones capturar los dio­
ses de las ciudades vencidas, y llevarlos prisioneros para
encerrarlos en una prisión hecha exprofeso. Se creia quo
de esta manera se les privaba á los enemigos del favor de
sus deidades, á los cuales juzgaban al mismo tiempo, riva­
les de las suyas.
Cada provincia tenia sus ídolos particulares, y estaba
persuadida que únicamente los suyos eran sus protectores.
En Méjico, la prisión destinada á las prisioneras deida­
des, se hallaba junto al templo de Hniízilopochtli. Era
una cárcel de notables dimensiones donde cabían muchos
millares de ídolos.
El monarca Itzcoatl fué recibido con entusiastas aclama­
ciones de la mas viva adhesión.
El triunfo oblenido sobre los tepanecas, y la sumisión
de una gran parte de los pueblos de estos íi los monarcas
mejicanos, se celebró con extraordinarios regocijos públi­
cos, manifestando su gratitud á los dioses con el sacrificio
de algunos prisioneros.
CAPÍTULO IX . 283
Conducta leal El rej7 de Méjico, después de haberse ocu-
i>or eunonarea P a<^° activamente del arreglo de los negocios
t mejicano públicos, envió sus tropas en auxilio del prín-
pi-incípc cipe Nczahualcoyotl, para sujetar algunos ciu-
Nczahuaicoyoti. ¿a¿cs que aun se mantenían rebeldes en el
reino de Acolhuacan, en cuyo trono anhelaba ver sentado
al valiente príncipe, á quien, por derecho, le corres­
pondía.
La conducta de Itzcoatl ha sido, con justicia, ensalzada
por lodos los que se han ocupado de darla á conocer, figu­
rando, entre ellos, el discreto y sabio mejicano Clavijero,
uno de los literatos que inas han ilustrado, con sus lumi­
nosos escritos, la historia antigua de Méjico.
Elógian, y repito que con justicia, el noble empeño de
ponerle en posesión de la corona arrancada de la frente
del rey su padre, cuando podia haber pretextado derechos
legales para ceñírsela á sus propias sienes. «Tezozomoc—
dicen— dió á Chimalpopoca, rey de Méjico, el señorío de
Texcoeo, sobre cuya ciudad mandó como señor absoluto.
Itzcoall, heredero de todos los derechos de su antecesor,
podia considerar aquella ciudad como incorporada mucho
tiempo antes á la corona de Méjico. Habiendo conquistado
además la ciudad de Azcapozalco, y sometido á los lepa-
nccas, pareciu justo que se apoderase de los derechos de
los vencidos; tanto mas, cuanto que teniun en su favor
una posesión de doce años, y el consentimiento de los
pueblos.»
No se puede negar la verdad de esos hechos; pero el
proceder de Itzco at i , rej- de Méjico, no hubiera corres­
pondido al que el honor prescribe á un hombre honrado,
284 H ISTO RIA D E M É JICO .

si se hubiera separado una sola línea de la pauta de con­


ducta que se trazó al proponerse obrar de la manera leal
con que obró. Itzcoatl tenia presente que el señorío dado
por el usurpador Tezozomoc á Chimalpopoca, era en pre­
mio del auxilio que le babia importado para derrocar al
padre de Nezahualcoyoll, despojando á éste de sus sagra­
dos derechos al trono de sus mayores; que este señorío,
debido al favor de un usurpador, era ilegal, como era ile­
gal todo lo que procedia del acto de una usurpación; y
que, en consecuencia, no podia cambiar de condición un
señorío de origen infame, con solo pasar al sucesor del
.que lo recibió de un usurpador. Además, Nezahualcoyoll
le babia enviado en los momentos en que los tepanecas
amenazaban á Méjico, una gran parte de sus tropas para
combaLir contra el tirano Maxllalou, y hubiera sido injus­
to corresponder con una ingratitud, al hombre que le ha-
bia ayudado á destruir el poder del enemigo mas implaca­
ble de los mejicanos.
Itzcoatl, obrando como correspondía á la nobleza de un
rey que no quiere manchar este título augusto con acción
ninguna indigna de la grandeza real, se propuso colocar
en el trono de Acolhuacan al príncipe Nezahualcoyoll, á
quien por derecho perteneció, y puesto de acuerdo con él,
se unieron con sus tropas en Chimalhuacan, para someter
á la obediencia á varias ciudades que aun se manlenian
rebeldes contra el legítimo heredero.
La primera ciudad que se propusieron atacar fué H ue-
xotla, próxima á Texcoco, donde su orgulloso señor, lla­
mado H uitznahuatl, se manlenia resuelto á permanecer
rebelde.
CAPÍTULO IX . 285
En el instante en que el rey de Méjico se puso en ca­
mino paru unirse á Nezahualcoyotl, los habitantes de Co-
yohuacan, creyendo oportuno manifestarse abiertamente
contra él, aprovechándose de su lejanía, empezaron á ex­
citar los ánimos de los tepanecas, aconsejándoles que sa­
cudiesen el yugo de los mejicanos. Era Coyohuacan, la
principal ciudad del Estado del mismo nom bre; uno de
los mas grandes del reino tepaneca; y que, como dije al
hablar del sometimiento de Azcapozalco, no quiso quedar
sujeto á la corona de Méjico. Al llamamiento de los coyoa-
neses acudieron algunas ciudades, también tepanecas, co­
mo Allacuibuayan y Huitzilopochco, pero la mayor parte
de los pueblos permanecieron quietos, temiendo sufrir el
mismo castigo que el terrible que sufrió Azcapozalco. Los
coyoanescs, despreciando á los pueblos que se manifesta­
ban tímidos, y creyéndose suficientemente fuertes con los
que se les liabian unido, empezaron á manifestarse inso­
lentes con los mejicanos q u e , obligados por negocios de
comercio, llegaban á Coyohuacan. Deseando provocar una
guerra en aquellos momentos en que el monarca mejicano
se dirigía á la campaña de Huexotla, los habitantes de
Coyohuacan insultaban á las mejicanas que ibau al mer­
cado, asi como á los mejicanos que pasaban por el ca­
mino ó la ciudad. Las quejas de sus vasallos llegaron á
oidos del rey de Méjico ; pero precisándole concluir
la guerra contra los de Huexotla, disimuló, por enton­
ces, los desmanes cometidos por los coyoaneses, apla­
zando para mas tarde, el severo castigo que pensaba apli­
carles.
Deseando sin embargo que este se verificase en el plazo
286 HISTO RIA D E M É JICO .

mas breve posible, activó la campaña de Huexotla, y dis­


puso todo para terminarla felizmente.
Reunido, como he dicho, con Nczahualcoyotl en Chi-
malhuacan, aprestaron sus tropas para atacar la ciudad.
Lisio ya todo para el ataque, enviaron una embajada á
Huitznahuall, señor do la población, diciéndole que, si la
ciudad se ponia á disposición de su legítimo soberano, los
habitantes serian perdonados por su pasada falta; pero que,
si hacia resistencia, seria entregada A las llamas y castiga­
dos severamente cuantos en ella habia.
La respuesta de Huitznahuall fuó salir al encuentro de
las tropas reales, en forma de batalla, provocándolas al
combate.
conquista acción se trabó á los pocos instantes, y
de Hnexotia por ios rebeldes fueron completamente derrotados,
de Milico v siendo hecho prisionero su caudillo por el
Neiabuoicoyoti, Ya\¿e71(,e general Moteuczoma.
Los habitantes de la población salieron entonces pidien­
do perdón humildemente, presentando al vencedor, como
ora costumbre de aquellos pueblos, sus mujeres embaraza­
das, sus tiernos hijos, sus ancianos y sus oufennos.
Los dos egregios personajes, llenos de magnanimidad,
les ofrecieron el perdón; y dueños de la ciudad, que reco­
noció por su rey á Nezahualcoyotl, se ocupó ésto de dar
las disposiciones necesarias para el buen arreglo y mar­
cha de la población.
Libre el rey de Méjico de las atenciones de la campaña
de Huevo tía, solo pensó ya en marchar sobre las poblacio­
nes lepanecas que le habían provocado á la guerra insul­
tando A sus vasallos, y se propuso atacar primero á la ciu­
CAPÍTULO IX . 287
dad de Coyohuacan, que había sido la excitadora á la
lucha. Creyendo así él como Nczahualcoyoll, que con las
tropas mejicanas y acolhuas era bastante para alcanzar el
triunfo sobre los enemigos, que uno y otro pudieran com­
batir, licenciaron las legiones tlaxcaltecas y liuexolzincas,
dejándolas llevar una gran parte del botin cogido en Azca-
pozalco y otros puntos, y el ejército mejicano y el acolhua.
unidos, marcharon sobre Coyohuacan. Los rebeldes se pre­
pararon al combato, y los jefes de esta ciudad, así como
los de Allacuihuayan y los de Iluilzilopochco, reunieron
sus fuerzas, que eran respetables por su número y por su
calidad.
conquista El monarca mejicano Itzcoatl y el intrépido
<ie Coyohuacan Moleuczoma, iban al frente de sus tropas. El
otros pueblos encuentro de los dos ejércitos contrarios fuó
medícanos y len*H>le- P°r h*es dias se renovó la batalla,
«colimas. sin mas intermedio que las noches, sin que
las tropas reales alcanzasen ventaja alguna considerable.
Puede decirse que fueron tres batallas interrumpidas úni­
camente por algunas horas. Durante la noche que debía
Ardid do preceder á la cuarta, Moleuczoma, emboscó
1
Moteuczoina
y sus buzarías, una fuerza de escogidos guerreros en un pun­
to conveniente, quedándose allí á la cabeza de ellos. Tra­
bada la lucha por la cuarta vez con mas ardor que nunca
por ambas partes, la victoria se mantenía indecisa, sin
atreverse á declararse por ninguno. En medio del ardor
de la pelea, y cuando los brazos no se ocupaban mas que
de herir y de matar, salió, de repente, Moleuczoma de la
emboscada, como sale el rayo de la preñada nube, y lan­
zándose por la retaguardia del enemigo con la velocidad
288 HISTORIA. DE M É JICO .

del águila, empezó causando una horrible carnicería en


sus enemigos. Aterrados los rebeldes con aquella acometi­
da inesperada, se pusieron en confusión, y sobrecogidos de
espanto, huyeron en desorden hacia la ciudad, perseguidos
de cerca por los mejicanos y acolhuas. Moteuczoma, cono­
ciendo que procurarían refugiarse en el templo para resis­
tir en él, se apresuró á ocuparle antes que ellos, y conse­
guido su intento, pegó fuego á las torres, que pronto de­
jaron ver gruesas columnas de llamas que elevándose
gigantescas hasta el ciclo, parecian alumbrar la horroro­
sa escena del eslerminio de la humanidad.
Los rebeldes, al verse sin retirada, cercados por todas
partes, ocupados sus templos y oprimidos por sus enemi­
gos, echaron las armas á tierra, indicando así que se ren­
dían á discreción, y la matanza cesó desde aquel instante.
Hecho original Un hecho original y notable se verificó en
d° y de tres ma a(Iue^ a batalla. Moteuczoma y otros tres ofi-
oiiciaicsacolhuas cialcs acolhuas, convinieron entre sí, pero
sin comunicar á nadie su pensamiento, en corlar á cada
prisionero que hicieran, un mechón de cabellos para cono­
cer los hechos por mano de ellos. Terminada la batalla, y
presentados los prisioneros, se vió que á casi todos les fal­
taba un tufo de cabellos. La mayor parte do los prisioneros
habían sido, en consecuencia, hechos por Moteuczoma y
sus tres valientes compañeros.
Los habitantes de Coyohuacan, de Huilzilopochco y de
Atlacuihuayan, así como los de todos los pueblos que les
habían seguido, se sometieron al rey de Méjico, protes­
tándole obediencia. Ilzcoatl les prometió gobernarles como
padre amoroso, y después de haber dejado en buen órden
CAPÍTULO I X . 289
los asuntos públicos, se volvió con Nezahualcoyoll y lodo
el ejército á la ciudad de Méjico, que recibió &los dos so­
beranos y á sus tropas con indecible entusiasmo.
Fundación El monarca mejicano ItzcoaÜ, queriendo
de Tacubl. probar á los tepanecas que, el ofrecimiento
Toti°crUreUdeÍn í ue ^es habia hecho de gobernarles con el ca-
Tacuba. riño de un padre, no era una simple promesa,
sino una sincera verdad, se propuso nombrar para que les
gobernase, á una persona digna, de su misma nacionalidad,
que les inspirase aquella confianza que hace mas tranqui­
la la vida, y que les guardase aquellas consideraciones que
les pudieran hacer menos duro el yugo de los mejicanos.
La persona que eligió para el noble cargo que se había
propuesto, fué Totoquihualzin, nielo del rey Tezozomoc,
á quien amaban como á miembro de la familia de sus an­
tiguos soberanos. Ilzcoall hizo que el individuo elegido,
que vivía en Azcapozalco, marchase ú Méjico. Toloqui-
liuatzin se presentó, ignorando el objeto para que era lla­
mado. El monarca mejicano le recibió con afabilidad, le
dijo su pensamiento, y le creó rey de Tlacopan ó Tacuba,
importante ciudad de los tepanecas, de la parte del territo­
rio que se hallaba al poniente, y del agradable país de Ma-
zahuacan. El rey Ilzcoall, al concederle el gobierno délos
puntos expresados, exigió de Toloquihuatzin la obligación
de acudir con sus tropas en defensa del monarca de Méji-
i’ncto co, en el momento en que éste se las pidiese
celebrado entro . .. , .
e) rey de Pa?a combalir contra cualquier enemigo, re -
TacubaV'eíde scrván^ e quinta parte del botin que se
Acoibnacan. hiciese á los contrarios. En compensación el
soberano de Méjico se comprometió á enviar en auxilio de
290 H ISTORIA DE M ÉJICO .

él, siempre que la necesidad lo reclamase, las tropas ne­


cesarias y los auxilios precisos. El favorecido nieto de Te-
zozomoc, se manifestó dispuesto á cumplir con lo que se
le exigía, y lleno de gratitud hacia el soberano Itzcoall,
se dirigió á tomar posesión de los Estados de que le habiu
hcclio rey. Aunque las ciudades de Azcapozalco, Coyo-
huacan, Mixcoac y otras eran también tepanecas, no en­
traron en las concedidas al nieto de Tezozomoc, sino que
quedaron dependientes de los soberanos de Méjico. En los
convenios celebrados entre el rey itzcoatl y Nezahualco-
yotl para poner á éste en posesión del reino de Acolhuacan,
se hizo constar, que el segundo se comprometía á acudir
con sus tropas, siempre que se le llamase, en auxilio do
los mejicanos; que tenia derecho á la tercera parte de los
despojos hechos al enemigo, después de separada la que lo
correspondía al rey de Tacuba, quedando para el soberano
de Méjico las otras dos terceras parles. Los reyes mejica­
nos se obligaban en compensación, A socorrer á los de
Acolhuacan, y por lo mismo á Nezahualcoyotl, siempre
que lo necesitasen.
Notable fuerza y poder dió á los mejicanos aquella alian­
za, precursora de grandes victorias para sus armas, de
magnificencia para sus reyes, y de prosperidad para su
nación.
son croados A fin de que el lazo que acababa de unir á
honorarios! el l°s tres reinos llegase á ser inquebrantable y
rey do firme, quedaron el rey de Tacuba y el de
Acolhuacan y el 1 x ^ ~
do Tacuba. Acolhuacan creados electores honorarios, para
cualquier tiempo en que se procediese ú la elección de
monarca en Méjico por muerte del anterior. Sin embargo,
CAPÍTULO IX . 291
en los únicos que residía la facultad de nombrar rey era
en los cuatro electores elegidos de la primera nobleza que,
como hemos visto, representaban los sufragios de la na­
ción entera. El rey de Acolhuacan y el de Tacuba, no ha-
cian mas que raLificar la elección hecha por los cuatro re­
feridos electores, que eran los verdaderos, y nunca con­
currieron sí ninguna elección.
La alianza que acababan de celebrar los tres reyes, acor­
dando ayudarse múluamente en sus guerras ofensivas y
defensivas, distribuyéndose los despojos en la forma que
habían convenido, llegó á ser notable por la fidelidad con
que fué observada. Aquella liga no tiene igual en la his­
toria. por la lealtad que se guardaron los monarcas de las
tres naciones por espacio de mas de un siglo de no inter­
rumpidas guerras.
Acertada Al fino tacto político revelado en Ilzcoatl
política del ±
rey do Mójico. para crearse aliados do invariable fidelidad por
la gratitud y el interés recíproco, agregó otro rasgo de po­
lítica interior para captarse el aprecio de los hombres de
mérito do todas las clases de la sociedad, estimulando las
heróicas hazañas, sin excepción de personas. Para alcanzar
este noble objeto, recompensó, con dignos premios, á los
fieles vasallos que habían conquistado con sus hechos la
gratitud de su país, fijándose, al obsequiar con el galar­
dón, no en el nacimiento elevado y en la alta alcurnia del
individuo á quien premiaba, sino en los merecimientos de
la persona.
14S0- Terminados los asuntos de mas vital iuterés
Coronuciou de
Kezaiiuaicovoti. para el Eslado, y celebrada la alianza ofensi-
va y defensiva con los dos agradecidos soberanos, el rey
292 HISTORIA DE M ÉJICO .

de Méjico acompañó á Nezahualcoyotl á Texcoco, donde


le coronó por sus propias manos, en 1426, con regocijo
de todos los pueblos, celebrándose la coronación con gran­
diosa solemnidad.
Colocado Nczalmalcoyoll en ol trono de sus mayores, se
esmeró en obsequiar al monarca mejicano; pero llamándo­
le á éste los asuntos de Estado á su nación, se despidió del
soberano de Acolhuucan, y volvió á Méjico, satisfecho de
haber obrado con la lealtad que correspondía á su buen
nombre y á la dignidad de su patria.
CAPITULO X.

Gobierno de Nezahualcoyotl.—Amnistía general.—Reglamentos y disposicio­


nes para la buena marcha del reino de Acolliuacan.—Tribunales de hacienda,
de justicia y de guerra.—Junta de ciencias, artes y literatura.—Agricultura
mejicana y algunos instrumentos de labranza.—Nuevas conquistas del rey
de Méjico.—Establece un juez supremo y recaudaciones en lae provincias
tributarias.—Muerte del rey de Méjico.—Funerales entre los mejicanos: sus
ceremonias.

El rey Nezaliualcoyoll, al empuñar el cetro de Acol-


huacan, se ocupó con infatigable celo en remediar los ma­
les que en el órden y administración del reino liabian
causado el tirano Tezozomoc y su cruel hijo y sucesor
Max tía ton, duraute los veinte años que lo tuvieron usur­
pado. Dotado de una inteligencia privilegiada, de una in­
clinación irresistible á las ciencias y á la literatura, de un
amor profundo á las leyes de buen gobierno y de un sen­
timiento noble hacia lodo lo bello, hacia todo lo noble,
bácia Lodo lo útil, Nezaliualcoyoll supo asociar, con acier­
to admirable, en la sociedad que empezaba ú regir, lo
conveniente con lo agradable, lo sério con lo digno, las
294 HISTO RIA D E M ÉJICO ,

rígidas leyes con la equidad, los estudios sirios con la


cautivadora poesía. Rey y poeta, ocupaba la mejor parte
del dia en dictar convenientes leyes para la buena marcha
de la nación, y los ratos de solaz, en expresar en agradable
ritmo y en sentidos y seductores conceptos, los afectos
mas puros del alma. Estudioso observador de las necesi­
dades de la sociedad con respecto á reglamentos de buena
administración política, reformó muchas de las leyes ob­
servadas en tiempo de sus antepasados, y nombró pava los
consejos que habian sido establecidos por su abuelo, y á
los cuales dió nueva forma, los hombres mas aptos, pro­
bos y entendidos del país.
Educado en la escuela del infortunio, Nezahualcoyoll,
habia estudiado el carácter de los hombres y las necesida­
des de los pueblos.
El nombre de Nezahualcoyoll que le pusieron sus ami­
gos y sus adversarios cuando andaba errante en los mon­
tes para no caer en manos de los últimos, revela su astu­
cia y su penetración.
sifi-n¡flcario «id Ne/.ahualcovotl que significa zorra Jiam-
nombre
Kexniiuaicoyoti. Orienta, había estudiado con efecto, en medio
de sus necesidades, lo que era la sociedad en que vivia.
Pero si tenia la astucia de la zorra, también tenia la ge­
nerosidad del hombre probo.
Dominado por los levantados sentimientos de su noble
corazón, su primer paso en la carrera del poder, fué pro­
clamar una amnistía general que hiciese perder la memo­
ria de los disturbios pasados, y que llevase al seno de las
familias el consuelo y la ventura. Su máxima era: «que el
rey podiu castigar: pero que era indigua de ól la vengan­
CAPÍTULO X . 295
za.» (1) Máxima digna de imitación y que él la practicó
lealmente desde el principio de su reinado, no solo perdo­
nando á los que le liabiau combatido, sino confiriendo pues­
tos de honor y de confianza á'no pocos de sus antiguos con­
trarios. Cierto es que para obrar de esa manera digna, se
necesitaba estar dotado de una alma noble y magnánima
como la que abrigaba el generoso Nezahualcoyotl, y que,
por desgracia, muy pocos de los hombres políticos poseen.
Nesiiinsiícoyoii Celoso del orden y de la justicia, formó un
código con código de ochenta leyes, altamente útiles al
ochenta leyes. Estado, que llenaban las exigencias de la épo-
ca, y que produjeron los nías felices resultados respecto
de las costumbres y de la administración de justicia, algo
relajadas ambas durante la dominacion/de los anteriores
reyes usurpadores.
Estas leyes que fueron adoptadas por los soberanos de
Méjico y de Tacuba como concepciones acertadas para el
buen régimen de los pueblos, las recopiló después de la
conquista de aquel bello país por Hernán Cortés, su es­
clarecido descendiente D. Fernando de Alba Ixtlilxochitl,
en su «Historia de los señores chicliimccas.» (2)
xczahuaicoyoti Cuatro eran los consejos principales que
loBtrtbimaics formó, para que los ramos de la administra­
do hacienda, cion pública no encontrasen jamás obstáculo
y de justicia, ninguno en la marcha conveniente que de­
bían llevar. El de las causas civiles, en que figuraban

(1) Ixtlilxochitl. Historia chichimeca.


(2) £eta obra la escribió Ixtlilxochitl, por obsequiar el deseo del vi rey, que
le suplicó escribiese las antigüedades de su nación. El erudito indio, ademán
de ln expresada obra, escribió otras no menos apreeiables, que se titulan: "His­
toria de la Xuera-£;<pafia:» un compendio histórico del reino do Texcoco, y
-296 HISTO RIA D E M ÉJICO .

hombres de la mas notoria honradez y ciencia; el de las


causas criminales que lo presidian dos hermanos del mo­
narca, príncipes integérrimos en quienes la nación tenia
puesta toda su confianza; el de hacienda compuesto de los
comerciantes mas entendidos y honrados de la nación y do
los mayordomos del palacio real que eran personas de ca­
pacidad y de experiencia; y el de guerra, uno de los mas
importantes en las naciones del Anáhuac, que estaba for­
mado de los capitanes mas distinguidos, entre los cuales
ocupaba el lugar preferente el señor de Teotihuacan, uno
de los trece magnates del reino, y yerno del monarca Ne-
zaliualcoyoll.
Arreglados los ramos importantes de la administración
pública, creó academias de historia, de astronomía, de be­
lla literatura, donde se cultivaba la poesía, de músico, de
pintura y de escultura, para lo cual llamó de todas partes
á los maestros mas distinguidos en cada uno de los ramos
expresados. A fin de que los resultados correspondiesen al
objeto noble con que las academias habiun sido creadas,
ordenó que, en dias señalados, se reuniesen los catedráti­
cos y los sabios, para comunicarse mútuamente sus cono­
cimientos, sus observaciones y sus descubrimientos, y
fundó para cada una de las secciones de ciencias y artes,
en la infancia entonces enLre aquellas naciones, diversas
escuelas que se establecieron en diferentes puntos de la ca­
pital.
Para el fomento de estos nobles ramos de las ciencias,

«Memorias históricas <!e los toltecns y de otras naciones del Anáhuac.» Estas
obras se hallaban en la librería dol colegio de jesuítas do San Pedro y San
Pablo, en Méjico.
CAPÍTULO X . 297
<le la literatura y de las artes, formó un tribunal, llamado
«Consejo de Música,» á cuyo juicio se sometían las obras
de cronología, historia, astronomía, bellas letras y todas
las que pertenecían á la inteligencia. Componían ese cuer­
po calificador, los hombres mas eminentes del reino en los
diversos ramos del saber humano. Todo se hallaba bajo
la vigilancia de este tribunal, así las obras intelectuales
como las materiales. Era, por decirlo asi, un consejo gene­
ral nombrado para la educación del reino, que decidía so­
bre la aptitud de los profesores encargados bien del culti­
vo de las leLras ó de las ciencias, bien de las manufacturas
ó de las arles.
Delante de esta numerosa y respetable corporación reci­
taban en determinados dias, los poetas, los oradores y Ios-
cronistas, sus escogidas producciones, basadas sobre algún
punto moral, histórico, religioso ó tradicional. En el espa­
cioso salón en que se celebraban estos agradables certáme­
nes, esas nobles luchas de la inteligencia, en que el talen­
to brilla con todos los fulgores de la inspiración, de la
filosofía y de la oratoria, había asientos destinados para
los reyes de Méjico, Tacuba y Texcoco, quienes delibera­
ban, en unión de los ilustrados miembros q\ie formaban la
junta, sobre el mérito de las composiciones, distribuyendo
en seguida, valiosos premios entre los autores que mas ha­
bían sobresalido.
Llama la atención y causa maravilla al hombre pensa­
dor, encontrar en los primeros habitantes del Anáhuac,
esa admirable institución, que bastaría, por sí sola, á dar
una idea favorable de la marcha de un pueblo eu la senda
de la cultura y del buen gusto. Muy alto hablan en favor
298 H STORJA D E M ÉJICO .

Je aquellas nacientes sociedades, los restos de los monu­


mentos arquitectónicos que, cual hojas sueltas, pero elo­
cuentes, de un libro que ha desaparecido, convencen del
mérito de la obra entera, y denuncian la inteligencia del
autor. Pero la arqueología, aisladamente, solo podría con­
ducirnos al conocimiento del desarrollo operado en los sen­
tidos de una sociedad amante del esplendor, que da los
primeros pasos en el gran trayecto de la civilización;
mientras que las resplandecientes señales que encontramos
de la existencia de la científica academia, creada para el
cultivo do las facultades intelectuales, nos están revelando
la existencia de un gusto delicado, producto del desarrollo
en la marcha de la cultura social.
Los respetables fragmentos de las grandiosas pirámides
y templos que, solitarios y somiocullos entre la yerba y el
musgo, yacen olvidados de la mayoría de los hombres,
son un lénuc rayo emanado del astro de la civilización;
pero los fragmentos que se han conservado de las produc­
ciones de los poetas, de los oradores, de los astrónomos v
de los historiadores reunidos en Texcoco, son el astro mis­
mo de la civilización asomando en el horizonte, alumbran­
do directamente á las naciones del Anáhuac.
Tc-xcoco podía considerarse como lu Atenas del Anáhuac,
bajo el reinado de Nczahualcoyoll, no porque la ciencia de
sus hombres pudiese compararse con la fie los que inmor­
talizaron el nombre de aquella ciudad de la Grecia, sino
por ser el punto en que so habían reunido los individuos
mas sobresalientes en saber y en letras que exislian en la
América.
Dispuesto de la manera acertada que referido queda lo
CAPÍTULO X . 299
concerniente á la marcha política, á las ciencias, ú las le­
tras y á las bellas artes, se ocupó inmediatamente del buen
arreglo de las artes mecánicas, y señaló exclusivamente pa’
ra cada una de ellas, uno de los treinta barrios en que di­
vidió la ciudad de Texcoco para el buen orden de la poli­
cía. Por esta disposición, se le ponia al comprador en la
ventajosa posición de poder encontrar reunido en un punto,
el objeto que necesitaba, escoger lo mejor, y alcanzarlo á
cómodo precio, por la competencia que se establecía en los
comerciantes que vendían un mismo renglón. Las zapate­
rías, las platerías, las tiendas de telas, así como lodos los
giros de comercio y de industria, ocupaba cada cual una
calle determinada.
Pero si era amante del saber y de la buena policía, no
lo era menos del progreso de la agricultura. Siempre juzgó
Nezahualcoyoll á esta, como la gran fuente de prosperidad
y de riqueza de todo país, y la protegió marcadamente, lo­
grando, con el favor que h impartía, ver cubiertos de cul­
tivadas campiñas hasta los sillos que habían parecido, has­
ta entonces, improductivos por su aridez.
Comprendiendo las condiciones favorables de un país
donde las arboledas y los bosques abundan, prohibió, ba­
jo penas severas, la destrucción de ellos, y prescribió á los
leñadores los límites convenientes para el corte de las ma­
deras. Celoso de la conservación de esos bosques que á la
inestimable circunstancia de proveer á los reinos y á las
ciudades del material precioso para objetos de notable uti­
lidad, contribuyen á mejorar las condiciones higiénicas de
los países en que se conservan, NezahualcoyoLl salía mu­
chas veces de incógnito, á visitarlos, para saber, por sí
300 HISTO RIA D E M ÉJICO .

mismo, si se observaban religiosamente, las disposiciones


por él dictadas. En una de esas veces, se detuvo á la falda
de un monte cercano á Tcxcoco, donde estaban los límites
prescritos á los leñadores para el corle de los árboles. N e-
zahualcoyotl iba acompañado de un hermano suyo, que
también iba de incógnito, como él! En la línea marcada,
encontró á un muchacho recogiendo pedazos de leña menu­
da que habiau dejado tirada allí los leñadores. Nezahualco-
yoll al verle entregado á aquella faena, le dijo:— «Para na­
da sirve eso quo recoges: ¿por qué no vas al bosque y
llevas á tu casa pedazos mas gruesos?/)— «Porque el rey,
contestó el muchacho, ha mandado que no pasemos de es­
tos límites, y si quebrantásemos su disposición, seriamos
castigados severamente.» Nezahualcoyotl trató de que el
muchacho fallase á la prohibición diciéiidolc, que nadie le
veia, y ofreciéndole un regalo si penetraba al bosque á co­
ger la poca leña que le hacia falta; pero el muchacho se
manifestó inflexible á toda seducción, repitiendo que el rey
tenia prohibido bajo penas graves el que se infringiese la
ley, y el monarca, después de obsequiarle por su comporta­
miento, se retiró satisfecho de ver que ornu respetadas re­
ligiosamente sus disposiciones. Sin embargo, conoeicudo
que eran demasiados cortos los límites prescritos, los en­
sanchó con el fin de que la gente pobre pudiera proveerse
de la leña indispensable.
Agricultura trabajaba con man ; celo el monarca
mejicanaynigu- mejicano ltzconll por el bien de sus pueblos.
nos instrumen­
tos do Desde que logró derrocar al soberano do A z-
íubranza. cap0zalc0j y de oprimidos convertir á sus va­
sallos en dominadores, se ocupó de dar vida á la agricul­
CAPÍTULO X . 301
tura, hasta entonces seducida á muy estrechos límites por
la falla de terrenos donde sembrar. Pero dueña la nación
de vastas campiñas, conseguidas por sus últimas conquis­
tas, los mejicanos se dedicaron con afan al cultivo del cam­
po que les proporcionó bien pronto las semillas y los frutos
que constituyen el bien primero de los países.
Como no existían en la América ni bueyes, ni caballos,
ni animal ninguno, propio para dedicarlo á las faenas del
campo, ni se conocía el arado, los mejicanos, así como las
demás naciones d.el Anáhuac, lo suplían á fuerza de tra­
bajo y de algunos instrumentos sumamente sencillos. En
lugar de la azada y del azadón usados en Europa para re­
mover la tierra, tenían un instrumento llamado coatí, que
hoy se conoce allí con el nombre de coa. El expresado ins­
trumento tenia el mango de madera y la plancha de co­
bre, pues desconocían el hierro. Sembraban el maíz prac­
ticando con un palo, cuya punta endurecían al fuego, un
leve agujero donde echaban uno ó dos granos de maíz que
cubrían con un poco de tierra que movían con el pié. Es La
operación se repetía de trecho en trecho, en línea recta,
hasta el fin del terreno que era preciso sembrar, y se vol­
vía de allí al punto de partida, formando otra línea para­
lela á la primera, practicando la misma operación. Con es­
te sistema, yo casi en desuso hasta entre los mismos in­
dios, encontraban la ventaja de no perder casi ninguno de
los granos sembrados, y la de proporcionar con mas
acierto la cantidad de semillas á la calidad y condicio­
nes del terreno. En cuanto la planta del maíz llegaba á
una altura dada, le cubrían el pié con un monton de tier­
ra sin abono ninguno, que estaba junto, á íin de que se
302 HISTORIA. DE M É JICO .

nutriera y presentase suficiente resistencia á los vientos.


Tenían para deshojar y desgranar el maíz, eras de bas­
tante capacidad, y para guardarlo y conservarlo bien, con­
taban con graneros diestramente fabricados, y en nada pa­
recidos á los que se usan en Europa. Esos graneros que
tenian capacidad para conlener hasta siete mil fanegas de
maíz, eran de forma cuadrada, y estaban hechos de la ma­
dera incorruptible, dura y flexible á la vez. de un árbol
muy alto llamado ojametl. Aun so ven en nuesLros dias,
en algunas haciendas y lugares próximos á lu capital, va­
rios graneros somcjanles, y es de creerse que hay entre
ellos algunos que fueron fabricados antes de la conquista
por los españoles, según la antigüedad que manifiestan.
Además de la especie de azada llamada cuati, tenian los
mejicanos otros varios y curiosos instrumentos de agricul­
tura, todos de cobre; y para corlar los árboles usaban de
una sierra del mismo metal, cuya forma era muy parecida
á la nuestra. Para regar los campos construían sólidas
presas en que recogían las aguas de los rios ó las de los
arroyuelos que descendían de los montes, y por medio de
perfectas canales, las conducían á sus deliciosas semente­
ras que recompensaban con usura los trabajos del sencillo
labrador.
Mientras el monarca mejicano Ilzcoall, lo mismo que
Nezahualcoyotl y el de Tacuba, se ocupaban en sus res­
pectivos reinos del adelanto de lodos los ramos de utilidad
social, los xochimilcos, juzgando que la preponderancia de
los mejicanos era una amenaza para su independencia, se
reunieron con el objeto de resolver si dobian declararse
feudatarios del rey de Méjico, pora no sufrir la suerte de
CAPÍTULO X . 303
los lepanecas, ó si debían formar alianza con oíros reineci-
los, íí fin de declararles la guerra y destruir su poder an­
tes de que llegase á mayor altura. La opinión dominante
fué la de la guerra, la cual no se debía declarar hasta no
tener seguro el golpe.
Los xochimiicos Aunque las juntas se celebraron con el ma-
~ 10S y or secreto; R1 monarca mejicano Itzcoatl, lle-
mejicanos. g<j ¡i tener conocimiento de ellas, y se propu­
so destruir á sus enemigos antes de darles tiempo á que
pusieran en práctica lo que hablan ideado. Procurando no
perder ningún instante, alistó su ejército, pidió á los reyes
de Tacaba y de Acolhuacun, según el pacto de su triple
alianza, que le enviasen un número de fuerzas respetable,
y puestas todas bajo el mando del valiente Moleuczoma,
salieron con dirección á donde eslaba el enemigo. La ac­
ción se trabó en las inmediaciones de Xochimilco, quedan­
do victoriosos los mejicanos. Los xochimilcos, derrotados
completamente, huyeron ó la ciudad para tratar de defen­
derse ; pero perseguidos de cerca por sus contrarios, des­
truidas muchas de sus casas, incendiadas las torres de
sus templos y acosados por los mejicanos en los montes, á
donde se habían refugiado por último, arrojaron las armas
al suelo, en señal de rendimiento, y protestaron obediencia
al monarca de Méjico.
Los despojos cogidos en la población rendida ú viva
fuerza, fueron considerables.
En lodos esos triunfos de ciudades tomadas por asalto,
sé contaba entre el bolín, un número bastante crecido de
mujeres y de tiernos niños: aquellas hechas cautivas para
inmolarlas á sus diosas en determinadas fiestas, como ve­
304 HISTORIA DE M ÉJICO .

remos en el curso de los acontecimientos; y los segundos,


cautivos también, con el fin de sacrificarlos en las varias
festividades que se hacian al año á Tlaloc, dios del agua,
y de tener en ellos además, victimas reservadas, para con
la sangre de ellos amasar la pasta de semillas con que se
Ilación algunos ídolos en señaladas fiestas. (1)
Xochimilco era la ciudad mas grande que liobiu eu el
valle, y por lo mismo, lo sujeción de ella á los mejicanos,
fui) de gran importancia para los vencedores.
Moteuczoma que acabó en once dias aquella campaña,
desplegando, como siempre, una intrepidez fabulosa, entró
triunfante con sus tropas en la ciudad conquistada, donde
fué recibido con música de flautas y tamboriles, por los
sacerdotes de Xochimilco , que trataron de atraerse su
aprecio. Asegurada la conquista, el rey Itzcoatl, marchó ú
tomar posesión de la nueva tierra conquistada, y llegó á
Xochimilco rodeado de la nobleza y de los grundes do su
reino. Itzcoatl fué aclamado inmediatamente rey, y recibió
de los xochimilcos el homenaje que le presentaron, decla­
rándose desde entonces súbditos suyos.
No bien habían sido sujetados los xochimilcos, cuando
los habitantes de Cuitlahuac, ciudad colocada en una isla
dellago de Chalco, y fuerte por su posición, provocó á la
guerrra contra los mejicanos. Moteuczoma pidió permiso1

(1) Clavijero al hablar de la tercera fiesta quo se hacia á U uilzilopocktli y ul


hermano do esta sangrienta doidad, dice: «que los sacerdotes hacian dos esta­
tuas de aquellos dioses, con ciertos granos amanados con sangre de nlfioa.»
Hernán Cortes, en su segunda carta-relación oscrita A Carlos V el 30 do oc­
tubre de 1530, le dice: «Los ídolos son hechos de masa do todas los semillas y
legumbres que ellos comen, molidas y mezclados con sangre de corazones de
cuerpos humanos. »
CAPÍTULO X . 305
al rey para irles á batir, y concedido por Itzcoall, salió el
bravo general con algunas compañías de jóvenes que él
mismo habia adiestrado en el manejo de las armas, y des­
pués de siete dias de asedio, tomó la ciudad que quedó su­
jeta á la corona de Méjico ; cargó de ricos despojos á los
valientes que le habian acompañado cu su empresa, y
volvió ú Méjico, conduciendo un número considerable de
prisioneros para sacrificarlos al dios de la guerra, y no po­
cas cautivas y niños á quienes no les estaba reservada me­
jor suerte.
Atribuyendo los mejicanos las victorias alcanzadas y
sus rápidas conquistas y engrandecimiento ü la protección
de su deidad principal, el rey Itzcoall, ordenó, después de
la conquista de Cuillahuac, que de referir acabo, que se
ampliase el templo del dios de la guerra HuitzilopochtU,
y levantó un notable santuario á la diosa Cihuacohuatl,
que significa mujer culebra, conocida también con el nom­
bre de Quila:tli. Esta diosa liabia sido, según la religión
de los mejicanos, la primera mujer que tuvo liijos en el
mundo, teniendo la particularidad de parir siempre geme­
los. Era tenida en gran veneración esta femenil deidad, la
cual aseguraban que se aparecia con frecuencia, llevando
sobre las espaldas una cuna con un niño dentro.
La conquista de Cuitlaliuac dió á los mejicanos un
nombre respetable, y sus hazañas fueron vistas con asom­
bro, por unos, con envidia, por otros; pero como grandes
por todos. Con la agregación de los pueblos vencidos, Mé­
jico empezó á extenderse y crecer.
Nadie miraba con peores ojos el engrandecimiento del
imperio mejicano como Cuauhllatoa, tercer rey de Tlalelol-
306 HISTORIA. D1S MÉJICO.

co. No atreviéndose á declarar una guerra franca, y juz­


gando que la muerte del monarca de Méjico bastaría á que
los mejicanos volviesen al estado en que anteriormente se
hallaban, trató de hacer asesinar á Ilzcoati, confederándose
con otros caudillos de las provincias vecinas, para reprimir
á los vasallos de la víctima en caso de que tratasen de ven­
gar su muerte. El plan estaba bien concebido; pero el so­
berano Itzcoall que no ignoraba los inicuos proyectos, su­
po desbaratarlos, preparándose á la defensa, sin darse por
entendido de nada. El rey de Tlalelolco, viendo al de Mé­
jico poner en pié de guerra un grande ejército, desistió de
sus proyectos, y lodo quedó en el estado mismo que antes
tenia.
Cuauhllatoa ocultó su odio, y el monarcaa Itzcoall si­
guió en tranquila posesión de las ciudades que había con­
quistado.
Por otra circunstancia rara vino el monarca mejicano
Ilzcootl á entrar en posesión de la ciudad de Cuauhnahuac.
y á tener un nuevo aliado en el señor de Xiuhlepec, ciu­
dad del país de los llahuioas, situado á cosa de diez leguas
al Mediodía de Méjico. Este magnate había pedido al se­
ñor de Cuauhnahuac, vecino suyo, una de sus hijas para
esposa. El padre de la joven contestó manifestándose dis­
puesto á obsequiar su deseo; pero habiendo pedido pocos
dias después la mono de la misma joven el señor de Tlal-
texcal, el inconsecuente padre, mirando mas al interés que
al cumplimiento de su palabra, se la entregó al segundo.
Ofendido el señor de Xiuhlepec del afrentoso ultraje re­
cibido, trató de vengarse; pero siendo mucho mas pequeño
su Estado que el de su ofensor, solicitó el favor del rey de
CAPÍTULO X . 307
Méjico, ofreciéndole, en cambio, perpetua amistad, firme
alianza, y servirle con su persona y sus vasallos siempre
que fuese necesario. El monarca Itzcoatl vió una manera
oportuna de ensanchar su reino con nuevas conquistas, y
pidiendo tropas al rey de Tacuba ó Tlacopan y al de Acol-
huacan, las unió á las suyas, formando un ejército respe­
table. Bien se necesitaban las tropas que reunió para aco­
meter la empresa. Cuauhnahuac era una de las ciudades
mas fuertes por su situación y por el número de gente de
que podía disponer el señor de ella, como se vió en tiempo
de la conquista de los españoles en la resistencia que opu­
so, cuando la sitiaron. E l monarca mejicano Itzcoatl dispu­
so que la plaza fuese atacada por tres par Les á la vez. Los
lepanecas, por Tlalzacapechco, en la parle del N orte: los
loxcocanos y xiulilepcqueses, por Tlulquilenaueo, en la
del Oriente y Mediodía, y los mejicanos por Ocuilla. en la
parto de Occidente. El ataque se dió con vigor. Los tepa-
nccas subieron resueltamente; pero recibidos con una llu­
via de flechas y de pedradas, se vieron precisados á retro­
ceder ante el enemigo. Pero esta ventaja de parle de los
que defendian la ciudad, solo duró un momento, pues ata­
cados casi al mismo tiempo por todas partes, se vieron en­
cerrados en un círculo inquebrantable, de donde salia la
destrucción y la muerte. Los cuaulmahuaqueses resistie­
ron con valor el choque ; mas al. fin se vieron precisados á
rendirse al rey de Méjico, obligándose a pagar anualmen­
te un tributo de algodón, telas y otros objetos. Con la
conquista de aquella importante ciudad, capital de los lla-
huicas, la monarquía mejicana ensanchó su poder consi­
derablemente, aumentándose mas y inas con las conquis­
H ISTO RIA O lí M É JIC O .

tas de la ciudad de Cuaulilillan y de Tolitlan que se efec­


tuaron poco tiempo después.
Méjico, que doce años antes liabia sido tributaria de los
lepanecas, que se vió precisada á sufrir en silencio afren­
tas y humillaciones de sus contrarios, se presentaba abora
potente y magnánima, respetada y temida, empezando á
figurar en primera línea entre las naciones del Anáhuac.
La alianza ofensiva y defensiva, formada por las tres
naciones y guardada con una fidelidad do quo no hay
ejemplo igual en la historia, fué de brillantes resultados
para cada una de ellas. Ninguna de las naciones del Aná­
huac podia resistir por mucho tiempo á las fuerzas unidas
de los monarcas coligados. Declarar la guerra á cual­
quiera de ellos, era declarársela á los tres para sufrir una
derrota y perder la libertad.
El monarca mejicano Itzooall, lleno de gloria, respetado
de los extraños y querido de los suyos, se dedicó, después
de la guerra, á los negocios del Estado. Todos los ramos
de la administración los puso bajo un pié brillante : liizo
que se construyesen buenos edificios; enriqueció con los
despojos de las conquistas la ciudad ; embelleció sus calles
con importantes obras; impulsó el comercio y la agricul­
tura ; premió los servicios de los hombres que se habían
distinguido en la guerra, atendiendo mas al mérito que al
nacimiento del individuo ; aumentó el brillo y esplendor
de la carrera de las armas ; mejoró la administración de
justicia, y colocó, en fin, á la nación en un sendero de
progreso y de prosperidad relativamente notable.
Iztcoatl fué el primer rey conquistador que tuvo Méjico,
y el primero también que reinó con verdadera indepen­
CAPÍTULO X . 309
dencia. Los monarcas mejicanos anteriores, no lo liabian
sido mas que en el nombre, puesto que siempre fueron el
juguete de los reyes de Azcapozalco. Itzcooll, sabiendo sa­
car partido de las circunstancias favorables que se le pre­
sentaron, destruyó el poder de los lepanecas que áe babian
ostentado como dominadores : les hizo tributarios de la co­
rona de Méjico, cuando poco antes eran ellos los que co­
braban el tributo; sujetó á muchas de las naciones vecinas
que no hacia mucho se desdeñaban de contraer alianza con
los mejicanos; conquistó señoríos que agregó £i su nación:
creó un r e y ; colocó en el trono á otro, y dió á su patria
gloria, riqueza y poder.
e i mooaica do El rey Itzcoall, con el fin de que las pro-
MÓJtHbnnaieseC0 viaciQS ?ue había sujetado ü la corona de
y recaudaciones Méjico cumpliesen con el pago de los tributos
provincias que se habían obligado á dar á la corona de
tributarias. Méjico, n0mbró recaudadores para el cobro,
creó en cada ciudad principal mi juez supremo para que
conociese y fallase en las causas civiles y criminales, dejó
en los principales puntos conquistados alguna fuerza para
conservar lo adquirido, y dictó otras muchas providencias
para la buena marcha del gobierno.
Religioso en alto grado, no se contentó con haber man­
dado edificar á la diosa ZikuakoJiuae, mujer-culebra, un
magnifico templo, como dejo referido, sino que dispuso
que se construyese otro en honor del dios de la guerra
Huikzilojpoch¿U.
1436. Itzcoall no tuvo el gusto de ver concluida
la obra, pues falleció poco tiempo después de
re y iío a t! .
haberse empezado su fabricación.
310 H IST O RIA D E M ÉJICO .

Doce años duró su reinado, que fueron otros tantos de


preponderancia para su reino, y murió en 1436.
Como general, sirvió á la patria, antes de subir al tro­
no, por espacio de treinta años, con valor y celo constan­
tes: como rey, sus doce años de reinado fueron una séric
de triunfos y de adquisiciones territoriales no interrumpi­
da. Su muerte fué, en consecuencia, muy sentida por to­
dos los mejicanos, y sus funerales se celebraron con la
extraordinaria solemnidad con que se acostumbraba cele­
brar las de los monarcas, grandes y señores, y que paso
a referir por ser dignos de conocerse.
Manera de Desde el instante en que el soberano caia
celebrarlos ritos enfermo, se le ponia al dios déla güera Bvü-
' eutre zilopocklli una careta, sobre las dos que tenia,
ios mejicanos. s e nrU n c p C(la referido en páginas anteriores, y
otra al dios Tezcallipoca, cuyo templo, después del consa­
grado á HuUzilo])Oclitli, era el mas notable. Aquellas más­
caras colocadas á las dos referidas deidades, no se las qui­
taban sino cuando el monarca habia recobrado la salud ó
despucs de beber sucumbido á la enfermedad. En el ins­
tante en que el rev de Méjico espiraba, se daba publicidad
á su muerte con grande aparato, y se avisaba, así á los
señores de los pueblos tributarios, caciques y grandes, co­
mo á los personajes notables de la corle para que asistiesen
ú los fuueralcs. Mientras llegaba el dia en que se debían
celebrar éstos, se colocaba el cadáver del rey sobro her­
mosas y finas esteras, quedando á su lado, para acompa­
ñarle, sus criados. Por espacio do cinco dias permanecía
asi el cadáver del monarca, tiempo en que llegaban de sus
respectivas provincias los caciques tributarios, ataviados
CAPÍTULO X. 311
con sus mas lujosos trajes, ostentando ricos plumajes do
brillantes colores, y acompañados de un séquito numeroso
de escogidos esclavos. Dado el pésame á la familia real, los
fastuosos caciques, revelando en sus semblantes la doloro­
so pena por la pérdida del monarca, vestían por sí mismos
el embalsamado cadáver. Varios hábitos de linas telas do
algodón de variados colores, formaban el ropaje que le po­
nían. Alhajas de oro y piala, exquisitamente trabajadas,
y preciosas piedras de valiosos precios,'adornaban sus bra­
zos, cuello y pecho. Una rica esmeralda que le debía ser­
vir de corazón, le suspendían del labio inferior horadándo­
selo ligeramente, y varias joyas, do diversas hechuras, las
colocaban en distintos pliegues del ropaje. Vestido el real
cadáver, y terminado el adorno, se le cortaba con profun­
do respeto, un pedazo de la melena que, unido á otro que
se le había corlado en la infancia, lo guardaban en una
preciosa cajita de lina y aromática madera, con objeto de
perpetuar la memoria del finado, monarca, uniendo su na­
cimiento con su muerte; la cuna con la tumba. Todo lo
mas rico, lo mas precioso que podia en vida adornar su
cuerpo, lo llevaba después de muerto; y para que nadie
pudiese notar el cambio que la muerte había operado cu
su fisonomía, lo cubrían el rostro con una careta lujosa y
rica. Puesto el misterioso antifaz, colocaban sobre los ves­
tidos que velaban su cuerpo, las insignias de la divinidad
en cuyo templo debían sepultarse sus cenizas, y encima
de la cajita en que habían guardado las dos melenas do
pelo, ponían el retrato ya de madera, ya de piedra, del
finado monarca.
A este acto curioso de vestir y engalanar el cadáver, se-
312 H ISTO RIA D E M ÉJICO .

guia otro que, co.mo casi lodos los que pertenecían á la re­
ligión que profesaban, exigia victimas.
La primera que se sacrificaba después de vestir al mo­
narca, era el capellán que babia tenido á su cargo el cui­
dado del oratorio y de todo lo que correspondía al culto
privado de sus dioses, y que era esclavo suyo. La muerte
de este esclavo capellán era precisa, segim sus creencias
religiosas. No se le quitaba la vida por el duro placer de
verter sangre, sino con el fin de que en el mundo desco­
nocido á donde se pasa de este que habitamos, conlinuase
sirviendo á su señor en el empleo misino en que le habia
servido en la tierra.
Ejecutada la muerte del capellán, seguía inmediatamen­
te la procesión fúnebre con todo el aparato propio de la
grandeza de un soberano. Delante del cadáver marchaba
triste y silenciosa, la nobleza, llevando en alto un gran
estandarte de papel, y las insignias y las armas reales..
Junto al finado monarca iban, en el mas profundo recogi­
miento sus parientes, sus consejeros, los caciques y los
grandes del reiuo. Suelto el abundante cabello, vestidas de
lu to , vertiendo abundante llanto y lanzando lastimeros
ayes, marchaban las mujeres del difunto rey, acompañan­
do sus lágrimas y suspiros con diversos y raros ademanes
con que trataban de significar la honda pena de sus almas.
Sin tocar ningún instrumento músico, triste el semblante
y clavada la vista en el suelo, caminaban los sacerdotes
cantando los himnos religiosos propios de aquel acto impo­
nente. Cerraba la lúgubre procesión el inmenso pueblo
que, respetuoso y con aire melancólico, seguía de lejos ú
la selecta comitiva.
CAPÍTULO X . 313
Mientras marchaba el fünobre cortejo hácia el templo
donde debían sepultarse las cenizas del rey, en el atrio á
donde se dirigía, se hallaba levantada una pira de maderas
aromáticas y resinosas, con abundancia de copal y de otros
aromas muy estimados por los mejicanos. Aquella pira era
la destinada para colocar en ella el cadáver del monarca
en el instante que llegase. Varios sacerdotes esperaban en
el atrio la llegada de la procesión, guardando el mas pro­
fundo recogimiento. Cuando la comitiva fúnebre llegaba
al atrio inferior del templo, los sumos sacerdotes que ha­
bían estado pendientes de su llegada, salian inmediata­
mente con sus ministros, al encuentro del real cadáver, y
acto continuo lo hacían colocar sobre la pira que, como lie
dicho, se hallaba dispuesta en el atrio.
Terminada esta operación, instantáneamente los sacer­
dotes prendían fuego á la pira, cuyas maderas resinosas,
empezaban á levantar sus llamas envolviendo entre ellas el
cadáver que debía reducirse á cenizas. Durante el tiempo
en que el fuego abrasador, envuelto en densas nubes de
humo aromático, pulverizaba el cuerpo del difunto rey, las
ricas telas con que estaba vestido, las insignias reales, las
armas y todos los adornos que sobre el cadáver se habían
colocado, eran sacrificados uno á uno, al pié de la escalera
del templo, varios de los esclavos presentados por los caci­
ques, otros que pertenecían al rey fenecido, algunos hom­
bres irregulares y monstruosos que liabia reunido en su
palacio para su diversión y pasatiempo y que debian pro­
porcionarle igual recreo en el otro, y varias de sus mujeres
mas queridas que también debian serlo en el sitio destina­
do á las almas de los finados. Según la categoría del per­
314 H ISTORIA D E M É JICO .

sonaje difunto, así era la cifra á que se hacia subir la de


personas que se sacrificaban, llegando muchas veces el
número de éstas á mas de doscientas. A los sucrificios hu­
manos, seguía el sacrificio de un cuadrúpedo doméstico
llamado techichi, semejante íí un perrito. Se creia que sin
aquel guia no podria el rey, en el largo viaje que aca­
baba de emprender, salir de algunos intrincados senderos
que se encontraban en el camino desde este mundo al
otro.
Las horas restantes del dia en que se habia quemado el
cadáver, así como la noche de aquel, se pasaban en distin­
tos actos religiosos, y al brillar la luz del nuevo sol, se
procedía á recoger, por los sacerdotes, las cenizas y los
dientes que se habían conservado enteros, buscando con
gran empeño la esmeralda que le habían colgado en el la­
bio inferior. Encontrada la esmeralda, la ponían, en unión
de las cenizas y los dientes, dentro de la cajila en que ha­
bían colocado los dos pedazos de pelo corlados de la mele­
na. La caja se colocaba entonces con sumo respeto, en el
sitio que estaba señalado para su sepulcro, y sobre este
celebraban en los cuatro siguientes dias, ofrendas de los
comestibles mas delicados; el quinto, sacrificaban algunos
esclavos; y estas hecatombes se repetían de veinte en vein­
te dias hasta el octogésimo en que terminaban los sacrifi­
cios humanos. El aniversario de la muerte del monarca se
celebraba los cuatro primeros años nada m as; pero, por
fortuna, los sacrificios no eran entonces de víctimas huma­
nas, sino de codornices, conejos y mariposas, acompañados
de presentes de pan de maíz, pues el trigo no era conoci­
do allí, de vino extraido del maguey, do flores, copal y
CAPÍTULO X . 315
de unos cañutos llamados acaietl, llenos de sustancias aro­
máticas.
Funerales Respecto de los funerales do la gente del
de la gente del 1 D
pueblo. pueblo, las ceremonias eran igualmente cu­
riosas, y revelaban una superstición que excedía los lími­
tes de lo concebible.
Ilabia unos maestros de ceremonias, hombres ya de
avanzada edad, á quienes se llamaba cuando había muerto
alguna persona en una casa. Dominados estos hombres de
las mismas supersticiones que el vulgo, y creyendo en la
eficacia de las ceromonias del ministerio que ejercían, cu­
brían el cadáver con pedazos de papel que corlaban con
religioso respeto, y derramando un vaso do agua sobre
su cabeza, le decían que aquella era el agua que se había
formado durante su existencia. Terminada esta ceremonia,
veslian al cadáver con el traje correspondiente al dios pro­
tector del oficio, arte ó profesión que había ejercido, sien­
do el valor de la lela y adornos, proporcionado á la fortu­
na del individuo. Al militar se le vestía como al dios de
la guerra HmUilopochtli; al comerciante, con los atributos'
de Xacakutli, divinidad del comercio, al platero de la mane­
ra misma que á Xipe, deidad protectora de los plateros, y al
labrador con los distintivos de Conlooti, diosa de la tierra
y del maíz. Cuando un individuo moria ahogado, le veslian
de Tlaloc, dios del agua, llamado también TlaloactcuctU,
señor d-el paraíso; al que había sufrido la pena de muer­
te por adulterio, así como á lodo individuo ajusticiado por
delito infamante, se le ponía el traje de Tlozoltcoll, deidad
que invocaban los mejicanos para precaverse de la infamia
y obtener el perdón de sus pecados ; y al que habia sido
316 H ISTO RIA D E M ÉJICO .

privado de la vida por ébrio, se le presentaba con el hábi­


to de Tczeateonmll, dios del viuo. Por eso dice Gomara
que llevaban después de muertos mas vestidos que los que
habian usado durante toda su vida.
Terminado de vesLir el cadáver, faltaba lo mas importan­
te para su tranquilidad y ventura. Las provisiones y las
cartas de recomendación 6 pasaportes indispensables para
el largo viaje que liabia emprendido desde este mundo al
otro.
Los maestros de ceremonias estaban encargados de pro­
porcionarle todo lo necesario, á fin de que no encontrase
tropiezo ninguno en el camino. Como en el largo trayecto
no existían fuentes, ni arroyuelos, le ponían entre los ves­
tidos un gran jarro de agua cristalina y fresca para que
mitigase la sed cuando la necesidad le aquejase. Llenada
esta obligación sagrada y caritativa, le colocaban seis pe­
dazos de papel, hecho de las hojas del maguey, indicán­
dole el uso que debia hacer de cada uno de ellos, y en los
cuales se veian trazadas algunas pinturas gerogUficas. El
primer papel servia para marchar con seguridad y sin tro­
piezo por en medio de dos montes que continuamente se
daban el uno contra el otro : el segundo era el seguro pa­
saporte para cruzar sin el mas leve obstáculo por un peli­
groso sendero que estaba defendido por una enorme ser­
piente : el tercero le aseguraba el paso por un punto en
que so hallaba el terrible cocodrilo X ochitonal: el cuarto
era un salvo conducto para cruzar libremente odio vastos
desiertos que se encontraban en la penosa travesía : el
quinto servia para pasar igual número de collados ; y el
sexto para atravesar sin lesión ninguna por el monte I:te-
CAPÍTULO X . 317
hecayan, donde soplaba un vieulo corlante y frió que des­
pedazaba la cara, y do una fuerza indescriptible que le­
vantaba las piedras. Con el fin de evitar que el viento he­
lado que suponian en el referido monte, entumeciese los
miembros del viajero, reunían toda la ropa vieja de éste,
y la quemaban haciendo con ella una hoguera. Creiau que
asi, con el calor del fuego producido por sus vestidos usa­
dos, neutralizaban la atmósfera helada que reinaba en el
monte Iztelwcayau, y que el viajero que caminaba al otro
mundo iba disfrutando de una temperatura templada y de­
liciosa.
Terminadas las anteriores ceremonias, se procedía A
matar un ícchichi, especie de perrito que, como ya he di­
cho, no faltaba en ninguna casa. El sacrificio de este do­
mestico animalito tenia por objeto el que acompañase á su
amo en su prolongado viaje, sirviéndole de guia en los in ­
trincados senderos de que estaba lleno el camino. E l teihi-
chi se mataba en todas las ceremonias, cualquiera que
fueso la categoría y posición del personaje muerto. En el
momento en que se sacrificaba el leal animalito, le ataban
una cuerdo en el pescuezo, sin la cual creían que era im­
posible pasar el rio Clmilmalma¿mi, que significa rio de
nueve ayuas, y en seguida lo quemaban ó lo enterraban
con su amo, según correspondiese A la clase de muerte
que-su dueño había tenido. Acto continuo los maestros de
ceremonias encendían la hoguera para quemar el cadAver,
y los sacerdotes entonaban entre tanto que aquel se redu­
cía A cenizas, fúnebres cánticos en voz doliente y lúgubre.
Apagado el fuego y consumido el cuerpo, recogían las ce­
nizas en una laza, y juntas con una piedra de mas ó me­
318 HISTORIA DK MÉJICO.

nos valor, según la fortuna que dejaba el difunlo, pero


siempre vistosa y estimada, que debia servirle de corazón
en el lugar donde se hallase, las enterraban en un hoyo
profundo, sobre el cual hacian oblaciones de pan y vino
por espacio de cuatro dias.
Todos los cadáveres se quemaban, excepto los de los in­
dividuos que morían de hidropesía, ahogados ó de otros
accidentes y enfermedades no comunes, los cuales eran
enterrados enteros.
Generalmente se colocaban las cenizas de los reyes, de
los magnates, de los caciques y de los régulos, en las tor­
res de los templos.
Para enterrar las cenizas ó los muertos, no había un sitio
determinado. Cada cual enterraba al deudo que se le mo­
n a, en el lugar que mas le convenia. Unos enterraban las
cenizas de sus finados en el campo, otros junto á los tem­
plos de sus divinidades; algunos en los montes dedicados
ú los sacrificios, y no pocos en los collados próximos al
pueblo en que vivían. Los sepulcros donde se enterraban
los cadáveres enteros, eran unas fosas hechas de piedra y
cal, donde colocaban los cadáveres, sentados en unas silli-
las muy bajas ( icpalli), ostentando en los instrumentos
con que habían sido enterrados, el oficio, arle ó profesión
á que se habían dedicado en el mundo. En el sepulcro del
militar colocaban una rodela y una espada: en los de aque­
llos que habían estado encargados de los ritos, ponían oro
y jo y as; en los de las mujeres, los objetos necesarios para
h ila r ; y en lodos abundantes víveres para que de nada
careciesen en el largo viaje que tenían que hacer en el
desconocido mundo á donde marchaban.
CAPÍTULO X . 319
Los chichimecas, en los primeros años de haberse es­
tablecido eu el Anáhuac, tenían sus sepulcros en las cue­
vas de los montes; mas luego que llegaron los acolbuas á
quienes recibieron con el aprecio que dejamos referido,
adoptarou sus ceremonias, que eran casi las mismas de
los mejicanos y de todos los pueblos nahuaclatos, ó ilus­
trados relativamente.
Por lo que hoce á los mixtéeos, la costumbre observada
respecto de sus finados, aunque participaba en algo de la
antigua de los chichimecas, tenia cosas enteramente ori­
ginales y que diferian de las que practicaban los mejica­
nos. Al caer enfermo el jefe principal de su nación ó
cualesquiera de sus prohombres que ejercían mando, se
hacían rogativas, sacrificios y votos á los dioses para que
recobrase la salud. Si en vez de sanar sucumbía á la en­
fermedad, se continuaba hablando de él como si viviese
aun; vestían á uno de los esclavos del finado con un traje
de éste, le cubrían el rostro con una máscara, le llevaban
á donde el cadáver de su señor se encontraba, le ponían
delante de él, y le tributaban, durante aquel dia, todos los
honores correspondientes á la categoría del difunto, como
si realmente fuese aquel esclavo el individuo ilustre que
había muerto, puesto que ellos le juzgaban su representan­
te en aquella ceremonia. Llegada la media noche, cuatro
sacerdotes entraban por el cadáver, y le llevaban á darle
sepultura en alguno de los bosques, montes ó cuevas, pre­
firiendo, si se disponía que fuese enterrado en cueva,
aquella quo consideraban que era la boca ó puerta que
conducía al Pavuíso. Terminado aquel acto, sacrificaban al
volver, al esclavo á quien habían reverenciado durante
320 HISTORIA D E M É JIC O .

todo el día; y, siu despojarle de los vestidos que le hablan


puesto de su amo para revestirle de uua autoridad verda­
deramente quimérica, hacían un hoyo, y le enterraban en
él, sin llegarle ú cubrir con tierra. Los mixtéeos no cele­
braban el aniversario del cacique fenecido; pero sí el de su
nacimiento, guardando en toda esa ceremonia un silencio
profundo, y sin hablar una sola palabra.
Vecinos de los mixtecas eran los zapotecos, y sin em­
bargo el uso de enterrar sus muertos diferia del de
los primeros. Los zapotecas embalsamaban el cadáver del
jefe d éla nación, usando de confecciones aromáticas que
preservaban por algún tiempo el cuerpo de la corrupción,
sistema que algunas veces, aunque pocas, usaron los chi-
chimecas.
La costumbre de entorrar á los grandes personajes con
ricas joyas de oro y otras alhajas de valor, era común á
todas las naciones del Anáhuac. La verdad de esta cos­
tumbre está testificada por el dicho de los conquistadores
españoles que descubrieron casualmente algunos de esos
sepulcros.
Durante el sitio puesto á Méjico por los españoles, los
soldados, al hacer algunas entradas en la ciudad, dieron, al
derribar algunos edificios, con varias tumbas que contenían
alhajas. Hernán Cortés, en su tercera carta-relación escri­
ta al emperador Cárlos V. desde Coyoacan el 15 de Mayo
de 1822, dice que algunos de sus subordinados que había
dejado de celada en unas casas de la ciudad, «estando allí
abrieron una sepultura, y hallaron en ella, en cosas de
oro, mas de mil quinientos castellanos.«
CAPITULO XI.

Moteuczoma I, quinto re; de Méjico.—Ceremonias usadas en la coronación de


los reyes.—Los monarcas mejicanos salian á campaña para hacer prisioneros
que fuesen sacrificados en su coronación.—Manera con que los reyes se
presentaban en público.—Son muertos por drden del señor de Chalco dos
hijos del rey de Texcoco y tres nobles mejicanos.—Son vencidos los cbal-
queüos, y su territorio sometido á la corona de Méjico.—Amagos de guerra
entre mejicanos y tlaxcaltecas.

Celebrados los funerales del rey Itzcoall con la magni­


ficencia que le correspondía por haber colocado á su nación
enlre la categoría de las primeras del Anáhuac, se proce­
dió á la elección del nuevo monarca, pues no podia hacer­
se la elección sino después de haberse celebrado las exe­
quias del rey difunto.
±433. Reunidos los cuatro electores, muy poco
Mot!u„c“ “ a *’ tuvieron que deliberar respecto del hombre
de Méjico, que en concepto de ellos debia empuñar el ce­
tro. No teniendo el difunto soberano hermano ninguno, la
elección debia hacerse en uno de sus sobrinos. Entre éstos
el que mas notable se había hecho por su valor, por su ta-
322 HISTORIA. DK M É JIC O .

lento y por los servicios prestados á la patria, era Moteuc-


zoma iLhuicamina, hijo de Huitzilihuitl. Los cuatro elec­
tores juzgándole altamente digno de la suprema magistra­
tura, lo eligieron rey con sumo placer de la nación entera,
y pusieron en conocimiento del rey de Acolhuacan y del
monarca de Tacuba el nombramiento para que lo confir­
masen, y luego á todos los feudatarios que habian asistido
á las exequias del soberano Itzcoatl.
ceremonias Las ceremonias usadas entre los mejicanos,
endeio0flr0reyes°n en *a coronacion d®l monarca elegido, y que
de Méjico, se efectuaron, en consecuencia, en la de Mo-
teuczoma, son m uy dignas de conocerse. Lo primero que
se hacia después de la elección, era dar aviso de ella á los
reyes de Acolhuacan y de Tacuba, esto desde la alianza de
los tres reinos, para que aprobasen el nombramiento. Con­
firmada por ambos la elección de los cuatro electores me­
jicanos, se hacia saber, como he dicho arriba, á todos los
caciques y señores feudatarios, el nombre de la persona ele­
vada al trono. Unánimes todos con lo resuello por los electo­
res, el rey de Acolhuacan y el de Tacuba, acompañados
de la nobleza y de los hombres mas notables, conducian
al templo de Huitzilopochtli, que era el principal del rei­
no, al hombre elegido para gobernar los pueblos. El <5rden
que llevaba aquella procesión desde la casa del elegido
hasta el santuario donde debían celebrarse las ceremonias,
era el siguiente: Abrían la marcha los señores feudatarios
de los diversos Estados, llevando cada uno las insignias
correspondientes al suyo: seguían los nobles con los dis­
tintivos que revelaban sus empleos y dignidades: mar­
chaban después los reyes de Acolhuacan y de Tacuba, fir­
CAPÍTULO X I. 323
mes aliados del de Méjico; y detrás caminaba el monarca
elegido. Iba éste desnudo, sin otra tela que el maxtlatl,
conveniente y ancha faja de algodón, que tapaba sus pu­
dendas, llavando á sus lados algunos ministros de la reli­
gión. Al llegar al templo, subia á la parte elevada de éste,
apoyado en los hombros de los personajes mas distingui­
dos de la nobleza. En el instante que llegaba al punto
elevado del santuario, salía á recibirle uno de los sumos
sacerdotes que le estaba ya esperando con lo mas distingui­
do de los ministros de la religión. El rey, conducido por
los sacerdotes á donde se hallaba el dios Huitzilopochtli,
adoraba de rodillas á esta sangrienta deidad, tocando res­
petuosamente al suelo con la mano, y llevándola con igual
respeto á la boca. Prestada esta adoración, pero conti­
nuando siempre de rodillas, el sumo sacerdote, empapando
un lienzo en una especie de tinta, le teñia todo el cuerpo
con ella; tomaba en seguida ramas de sauce, de cedro y
de hojas de maíz, y mojándolas en una agua que habían
bendecido, le rociaba por cuatro veces, que era el rito
que se seguía en la mayor de las fiestas; la consagrada
al mismo dios Huitzüojpochtli. Hecho esto, el mismo
sumo sacerdote le vestía con un manto en que esta­
ban pintados cráneos y huesos hum anos; le cubría la
cabeza con dos velos uno azul y otro blanco, en que se
veían las mismas figuras; le colocaba en el cuello, atada
por una cinta, una calabacita que contenia dentro un polvo
misterioso que servia de amuleto, según sus creencias,
contra las enfermedades, los engaños y los hechizos; y en
seguida le daban un incensario y un saquito de copal
para que incensase á su venerada divinidad.
324 HISTORIA DR MÉJICO.

Terminadas las anteriores ceremonias religiosas, en qne


el rey había permanecido de rodillas, tomaba asiento el
sumo sacerdote, y haciendo que se sentasen también el mo­
narca, los reyes aliados, los señores y la nobleza, dirigia
un discurso al nuevo soberano, felicitándole por su eleva­
ción al trono como ól mismo se felicitaba, y recomendán­
dole el buen gobierno, la recta administración de justicia,
el respeto á la religión, el cariño paternal bácia los pobres,
y el engrandecimiento y prosperidad de la patria.
Al discurso pronunciado por el sumo sacerdote, seguían
los de los reyes de Acolhuacan y de Tacuba, los de los se­
ñores y los de la nobleza, reducidos todos á congratulacio­
nes por su nombramiento y á ofrecimientos de amistad, de
lealtad y de disposición á servirle. El rey contestaba á to­
das las arengas, ofreciendo cumplir religiosamente con los
deberes sagrados que tiene un monarca que solo debe vivir
para labrar la felicidad de sus pueblos.
Después de los discursos, el rey, seguido de su comitiva,
bajaba al átrio inferior, donde el resto de la nobleza le espe­
raba para protestarle fidelidad y obediencia y pagarle en
telas y enjoyas el tributo á que estaban obligados. Cuan­
do los nobles que le babian esperado en el átrio inferior
acababan de jurarle adhesión y presentarle su tributo, el
sumo sacerdote y algunos otros ministros de los dioses, le
conducían á una habitación llamada Tlacateco, situada den­
tro del mismo templo, y en ella le dejaban enteramente so­
lo por espacio de cuatro dias. En cada uno de estos, solo
podia hacer una comida, bien de carne, bien de cualquier
otra cosa que apeteciese. En cada uno de estos cuatro dias
babia de bañarse dos veces, sacándose sangre de las orejas
CAPÍTULO XI. 325
después de haberse bañado, y ofreciéndola al dios Huitzi-
lopochtli, acompañada de oloroso copal que en honor de la
deidad quemaba, orando continuamente á ün de alcanzar
las luces que eran necesarias para gobernar con acierto el
reino.
Trascurridos los cuatro dias, al siguiente volvia la no­
bleza al templo, y conducia á su palacio al nuevo monarca
con las mas altas disüncipnes y consideración. Aquí se
presentaban otra vez los feudatarios para que les confirma­
se en la investidura de sus feudos, y se repetían las pro­
testas de fidelidad. La corona era puesta en las sienes del
que habia sido nombrado rey de Méjico, por el rey de
Acolhuacan. La corona, llamada copilli por los mejicanos,
tenia la forma de una mitra, pues estaba levantada por la
parte anterior rematando en punta, y por la posterior pen­
diente y caida sobre el cuello. Se componía generalmente
de láminas de oro muy sútíles, ó tejida primorosamente
con hilo también de oro y figurado con brillantes plumas.
Siguieron á la coronación de Moteuczoma I los festejos
y los regocijos públicos, acompañados de los sacrificios hu­
manos verificados en los prisioneros de guerra, en honor
del dios £TuüzüopocJitli.
Hasta entonces las víctimas sacrificadas en los regocijos
de la coronación de un monarca á la sangrienta divinidad,
habían sido prisioneros hechos en general en las batallas
por todo el ejército, sin necesidad de que en éstas se en­
contrase el soberano; pero el nuevo monarca Moteuczoma
introdujo la costumbre que se siguió continuamente des­
pués, de que las víctimas que habían de sacrificarse en la
grandiosa fiesta de la coronación fuesen hechas en comba­
326 HISTO RIA DE M É JIC O .

tes dados por el mismo que había sido nombrado rey. Se­
gún lo dispuesto por el reciente soberano y por él puesto
en práctica, el rey elegido estaba obligado á salir á la guer­
ra para proveerse de los prisioneros que debian sacrificarse
en su coronación. Para conseguir el objeto que se anhela­
ba, jamás faltaba alguna ciudad que se rebelaba, algún in ­
sulto que vengar hecho á los embajadores, 6 bien la captu­
ra de los que en los mercados habian inferido alguna ofen­
sa, ó hecho algún daño á los mejicanos.
El personaje elegido monarca, salia á la guerra para
hacerse de los prisioneros necesarios que se habían de sa­
crificar en su coronación, con grande aparato, llevando
sus insignias reales y ostentando sus armas. Los prisione­
ros eran conducidos con notable pompa, con objeto de dar
todo el realce posible á la campaña hecha por el soberano;
pero entre esos prisioneros, los que tenían un lugar dis-
Los prisioneros tinguido, y marchaban separados de los otros
hechos como merecedoreg d6 mas honra, eran aque-
por mano ael '
rey. líos que habían sido hechos por mano del
mismo rey. A esos prisioneros, cuya presencia argtiia el
valor y el esfuerzo del monarca vencedor, se les vestía con
las ropas de mas lujo y vistosas; se les engalanaba con
brillantes adornos, y colocados en preciosas literas, eran
llevados á la capital, de donde los habitantes salían á re ­
cibirles con músicas y demostraciones de regocijo. Todas
las provincias del reino, anhelantes de patentizar su admi­
ración hácia el rey, por los prisioneros hechos por su ma­
no, le enviaban embajadas y regalos, felicitándole por el
alto esfuerzo de su magnánimo corazón.
Llegados á la capital los prisioneros hechos por el mo­
CAPÍTULO X I. 327
narca, eran conducidos á nn sitio cómodo y decente, donde
se Ies daba de comer abundantemente hasta el dia desti­
nado para el sacrificio. La víspera de este, el rey ayunaba
y hacia largas oraciones con gran recogimiento y devoción,
como era costumbre hacerlo por los dueños de las víctimas
que iban á ser sacrificadas, por ser ceremonia expresa
de la religión que profesaban. Llegado para los desdicha­
dos prisioneros el funesto dia destinado á su sacrificio,
les colocaban las insignias del sol, y les conducían en se­
guida al altar común de los sacrificios, donde morian á
manos del gran sacerdote, que era quien desempeñaba el
cargo de sacrificar á los prisioneros debidos á la persona
real. Acto continuo de haber rasgado á la primera víctima
el pecho y sacado el corazón que lo presentaba al sol y lo
arrojaba luego á los piés del númen de la guerra, hacia
con la sangre del prisionero sacrificado una aspersión h á-
cia los cuatro vientos cardinales, y daba al rey un vaso de
ella para que rociara con el rojo y caliente líquido de la
víctima, los ídolos que se hallaban en el ensangrentado re­
cinto del templo, en demostración de gratitud por el triun­
fo alcanzado sobre los enemigos de la patria. Terminada la
anterior ceremonia con el profundo respeto con que solían
celebrarla, colocaban la cabeza del sacrificado sobre un
palo altísimo hasta que se llegase á secar perfectamente el
pellejo, y conseguido esto, lo llenaban de algodón, y á fin
de que el hecho glorioso del monarca se perpetuase, lo col­
gaban en algún sitio del palacio, donde se conservaba como
glorioso trofeo que patentizaba el real valor del personaje
real.
Moteuczoma fuó el primero que dió el ejemplo, y el que
328 H ISTO RIA H E M ÉJICO .

dejó establecida esa costumbre. Después de haber concur­


rido al templo, como todos los reyes anteriores, y de haber
permanecido en él cuatro dias practicando los actos que
referidos quedan, quiso, antes de proceder á la corona­
ción, salir á campaña, con el fin de hacer el mayor núme­
ro de prisioneros para que fuesen sacrificados en honra del
dios Huitzilopochlli en aquella solemne ocasión. Querien­
do vengarse de la injuria que hacia algún tiempo le hicie­
ron los chalqueños de conducirle preso á la cárcel de Chal-
co, cuando salia de desempeñar su embajada con Nezahual-
coyotl, en Texcoco, dispuso proveerse de víctimas en la
nación de ellos. Tomada esta determinación, reunió su ejér­
cito, y salió al frente de él con dirección á Chalco. Los
chalqueños, le salieron al encuentro; pero derrotados com­
pletamente, huyeron á la ciudad, dejando en poder de los
mejicanos un considerable número de prisioneros.
El dia señalado para la coronación, Moteuczoma entró
en Méjico con los tributos y regalos que los pueblos ven­
cidos le habian presentado. En medio de los soldados vic­
toriosos marchaban, en gran número, los prisioneros chal-
queses; pero los que habian sido hechos por mano del
mismo Moteuczoma, iban por delante, en vistosas literas
llevados, vestidos con gran lujo, y acompañados de la mú­
sica que habia salido á recibirles al acercarse á la ciudad.
Moteuczoma, rodeado de la nobleza, caminaba en medio de
los Víctores del pueblo que le miraba como al hijo mimado
del dios de la guerra. Delante de él marchaban los mayor­
domos de su palacio y los recaudadores de rentas : seguían
á estos los individuos que de parte de sus señores, lleva­
ban los regalos: iban divididos en igual número de cua­
CAPÍTULO XI. 320
drillas al que formaban los pueblos cuyos presentes lleva­
ban. El órden en que caminaban llamaba la atención de
todos; y los regalos hácia los cuales se dirigian las mira­
das de la multitud, consistían en oro, plata, plumas de es­
plendidos colores, ricas telas de algodón, innumerable can­
tidad de preciosas aves de diversas clases, y otros mil
objetos de gran gusto y valía.
La coronación de Moteuczoma se celebró con una es­
plendidez que superó á la de todos los reyes que le liabian
precedido. Los prisioneros becbos por su mano fueron sa­
crificados por el gran sacerdote : el nuevo monarca que
habia ayunado la víspera, como era costumbre, roció con
la sangre de la primera víctima, los sangrientos ídolos que
estaban en el templo ; el pellejo de las cabezas fué llenado
de algodón así que estuvo bien seco, y colocado en un si­
tio conveniente del palacio ; y las iluminaciones, los jue­
gos y las fiestas presentaron una animación que excedió á
todo lo que basta entonces se babia visto.
Traje de los El traje que usaban los monarcas mejicanos
reyes mejicanos. e ra 6\ xivMilmatli ó capa entretejida de azul
y blanco, dentro de palacio : el que vestían para asistir al
consejo y demás actos públicos, variaba, según el acto á
que tenian que concurrir : para ir al templo llevaban el
xiulUihnatli blanco; pero á todas las funciones iban con la
corona puesta.
Manera con que Cuando salían á la calle, lo hacían en unas
se presentaban lujosas andas, llevadas en hombros de cuatro
ios reyes señores principales, en las cuales se ostenta-
mejicanos. en iUgar conveniente, un rico quitasol de
brillantes plumas verdes. Delante de la regia comitiva
330 H ISTO RIA DK M É JICO .

marchaban tres personajes de la nobleza, llevando levan­


tadas tres varitas de oro, anunciando así al pueblo que el
monarca se acercaba, y detrás de las andas caminaban
cuatro distinguidos magnates llevando un magnífico pálio,
también de plumas verdes con exquisitos adornos de oro,
para cubrir con él al soberano cuando anhelase bajar de
las andas y marchar á pié. El respeto que se tenia á los
reyes era profundo, y el pueblo se postraba ante ellos cuan­
do pasaban, sin atreverse á levantar los ojos para verles.
La nobleza y los grandes señores, cuando iban á su lado ó
se presentaban al monarca, tenían fija la vista en el suelo,
y nunca hablaban delante de él si no cuando dirigía la
palabra á alguno.
El nuevo rey Moteuczoma, que significa señor sañudo (1),
lleno de noble ambición y anhelando continuar el en­
grandecimiento de su patria, se preparaba á notables em­
presas.
Atribuyendo, lo mismo que el anterior monarca, que
las victorias alcanzadas eran debidas á la protección del
dios Huitzilopochtli, su primera providencia, al sentarse
en el trono, fué levantar un suntuoso templo á la referida
divinidad en un punto de la ciudad que llamaban Huitz-
nahuac. Para hacerlo con toda la magnificencia que él
juzgaba digna del númen de la guerra, pidió á los reyes
de Acolhuacan y al de Tacuba que le ayudasen en la obra,
enviándole piedra, madera y todos los materiales, así como
entendidos operarios. Nezahualcoyotl y Totoquihuatzin le1

(1) El verdadero nombre era Moteuczoma, señor sañudo ; pero por corrup­
ción de la voz se ba quedado el nombre de Mootezuma, como le llamaremos
desde abora.
CAPÍTULO X I. 331
enviaron, en abundancia, todo lo que pedia, y el templo
se terminó muy en breve, celebrándose su dedicación tras­
curridos algunos dias.
Poco tiempo después de liaber dado principio á la obra,
los cbalqueses ó chalqueños que conservaban un odio im­
placable á los mejicanos, buscaban los medios de ofenderles,
insultando á los que á sus mercados marchaban, y profi­
riendo siempre palabras ofensivas contra Moctezuma y sus
vasallos. La campaña anterior hecha por éste con el fin de
proveerse de prisioneros chalqueses para sacrificarles en su
coronación y el haberse vuelto sin atacar la ciudad de
Chalco, les persuadía á creer que si sus enemigos podían
dar un golpe de mano, eran impotentes para sostener una
guerra contra ellos.
El reino de Chalco era, con efecto, fuerte entre las na­
ciones del valle, y sus soldados, instruidos en el ejercicio
de las armas y valientes : el gran número de canoas que
tenian, les hacia poderosos por el agua, y sus muchas y
buenas tropas, respetables por la tierra. Moctezuma com­
prendía que una lucha contra aquella nación se debía evi­
tar mientras no hubiese un motivo poderoso de honra
para emprenderla, y por lo mismo disimulaba todo lo que
no llevaba una ofensa imperdonable para el país, para po­
derse ocupar en los negocios importantes del Estado. La
prudencia de Moctezuma, aumentó la osadía de los chal­
queses, y un acto inhumano cometido por ellos, obligó al
rey de Méjico á dejar su actitud pacífica.
El acto, que reunia á la crueldad la injusticia, fuó co­
metido en personas de alta suposición, de nacionalidad
acolhua y mejicana.
332 H ISTO RIA D E M É JICO .

Teteotzín, Dos príncipes reales de Texcoco, hijos del


seBor de Chalco, , f .
manda matar rey h¡ ezahualcoyotl y tres señores mejicanos,
4 dei rey08 marchando de caza y entretenidos en ella, se
Nezahnaicoyoti alejaron de su comitiva y entraron en los
mejicanos, montes que dominan las llanuras de Chalco,
agenos á todo temor y recelo. Cuando mas entretenidos se
hallaban, se vieron sorprendidos y presos por una partida
de soldados chalqueses. Conducidos á Chalco, el cruel Te-
teotzin, señor de la ciudad, dejándose llevar de su odio
hacia Moctezuma, y sin atender al elevado carácter de
sus prisioneros, ni cuidarse de las consecuencias que po­
drían sobrevenirle, ordenó que se diese muerte así á los
dos príncipes de Texcoco, como á los tres señores mejica­
nos. La bárbara disposición se ejecutó inmediatamente;
pero no satisfecho aun el cruel Teteotzin con el crimen co­
metido, mandó que los cinco cadáveres se salasen y seca­
sen perfectamente para poderlos conservar, y cuando, con
efecto, estuvieron bien secos, los colocó en una de las sa­
las de su palacio, á donde tenia por costumbre pasar de
noche un rato de tertulia con tres ó cuatro de la nobleza.
El objeto que se había propuesto era recrearse con la vista
de aquellas víctimas de su odio, y á fin de que sus ojos
pudiesen gozar por completo del espectáculo que le recrea­
ba, hacia que los cadáveres sirviesen para sostener las ra­
jas de pino con que de noche se alumbraba,
contrarios Nezahualcoyotl, lleno de dolor por la muer-
chaiqueiios. te de sus dos hijos, y anhelante de justicia
para castigar aquel acto horrible de inhumanidad, pidió al
rey de Méjico y al de Tacuba, sus dos firmes aliados, que
le enviasen auxilios para llevar la guerra al señor de
CAPÍTULO XI. 333
Ckaico. No se hizo esperar mucho el socorro. Moctezuma
necesitaba castigar también severamente á los chalqueses
por los asesinatos cometidos en los tres señores que acompa­
ñaban á los dos desventurados príncipes, y resolvió ponerse
al frente de las tropas. Listos los tres ejércitos de Tacuba,
Méjico y Acolhuacan, Moctezuma dispuso que los texco-
canos atacasen la ciudad de Chalco por tie rra ; y que sus
tropas y las de Tacuba lo harían al mismo tiempo por
agua.
Los cUaiqueñoa Reunido un considerable número de canoas
y°su territorio Para trasportar las tropas de Méjico y de Ta-
sometido & cuba, y preparadas por tierra las fuerzas de
de Méjico. Nezahualcoyotl, el ejército marchó sobre la
ciudad. Los chalqueños no se intimidaron ante el conside­
rable número de contrarios que sobre ellos iba. Por el
contrario, llenos de valor y confiando en el triunfo, espe­
raron á sus enemigos. El combate empezó con igual furia
por una y otra p arte; los chalqueses, á pesar de la supe­
rioridad numérica de los que les atacaban, no cedían ni
un palmo de terreno. El mismo Teteotzin, aun que carga­
do de años que le impedían el andar, pero lleno de bélico
entusiasmo, se hizo llevar en una litera al teatro del com­
bate, con el objeto de inflamar con su presencia el valor
de sus vasallos. De su lado Moctezuma, con su arrojo te­
merario, se lanzaba donde mas grande era el peligro y
mas recia la pelea. Pero quien en medio de aquella lucha
tenaz aparecía como el dios de la guerra, era el príncipe
Axoquentzin, hijo del rey Nezahualcoyotl, quien deseando
dejar vengada la muerte de sus hermanos, arrollaba cuan­
to á su paso se le oponía. Prodigios de heroicidad hicieron
334 HISTO RIA B E M ÍJIC O .

los chalqueses para contener el empuje de sus contrarios;


pero al fin fueron vencidos, después de haber visto caer
muertos á sus mejores guerreros, y de dejar en poder de
sus contrarios, millares de prisioneros. Dueños de la ciu­
dad los vencedores, la pusieron á saco, se apoderaron de
todo cuanto de algún valor habia en ella, tomaron prisio­
neras algunas mujeres; y habiendo logrado capturar á Te-
teotzín, que habia provocado aquella guerra con el acto
inhumano referido, fuó sentenciado á la pena del último
suplicio, que sufrió con entereza. El triunfo alcanzado so­
bre los chalqueses se debió, en gran parte, al príncipe
Axoquentzin, digno vástago del ilustre Nezahualcoyotl.
Con arreglo al convenio celebrado entre el rey de Acol-
huacan, el de Méjico y el de Tacuba, en el reinado del
monarca mejicano Ilzcoatl, los tres soberanos se repartie­
ron el bolin ; pero Chalco, así como todo el territorio que
le perlenecia, quedó sometido desde aquel instante al rey
de Méjico.
La posesión de Chalco, aumentó considerablemente el
poder de los mejicanos, cuya nación crecia diariamente
con sus conquistas.
La alianza de los tres soberanos era la garantía de cada
uno de ellos respecto de cualquiera otra nación que tratase
de promoverle guerra.
No habían crecido menos que los acolhuas y mejicanos,
los tlaxcaltecas, que, como tengo repetido, pertenecían á
una de las siete tribus nahuatlacas, que después de los
toltecas, poblaron el Anáhuac.
Celosos rivales los tlaxcaltecas de los mejicanos, eran
siempre los que estaban dispuestos á prestar auxilio á las
CAPÍTULO XI. 335
nacioncitas que los solicitaban para hacer la guerra á Mé­
jico.
Las conquistas hechas por Itzcoatl y su sucesor Mocte­
zuma, las vieron con profundo disgusto, y anhelaban que
se presentase una ocasión propicia para poder cortar las
alas á aquella águila que, aparecida sobre el solitario no­
pal de una isleta miserable, habia emprendido un vuelo
que amenazaba no terminar sino después de haber domi­
nado con su garra todos los pueblos que se hallaban al al­
cance de su penetrante mirada.
Con este fin aumentaron su ejército, que era ya num e­
roso, y esperaron, preparados, el momento en que fuese
necesario medir sus armas con las de los mejicanos.
CAPÍTULO XII.

Buena administración del rey Nezabnalcoyotl.—Víveres que anualmente se


consumían en palacio.—Casamiento de Nezaliualcoyotl con la hija del Tey de
Tncuba.—Sus composiciones literarias.—Magnificencia de los palacios y jar­
dines de Nezahualcoyotl.—Número de gente que se ocupó en su construc­
ción.—Nobles sentimientos de Nezabualcoyotl.—Su idea reconociendo un
Sér supremo.—Prohíbe los sacrificios humanos, pero se vó precisado ó per­
mitirlos.—Un lunar en su brillante vida.

Mientras los tlaxcaltecas se ocupaban de proyectos de


guerra, Nezabualcoyotl, el poeta rey de Acolhuacan, se
afanaba por reunir en su corte de Texcoco, todo lo que pu­
diese influir en el adelanto de las ciencias, de la literatura
y de las artes, y en poner en un estado digno la adminis­
tración de justicia, en la cual fué siempre inflexiblemente
recto. Siguiendo la marcha que habia emprendido desde
el primer dia que empuñó las riendas del gobierno, no ha­
bia descuidado, ni por un solo instante, la obra del en­
grandecimiento de la patria, ni en la parte intelectual ni
•en la parte material. Con igual empeño queria que se cul­
tivase la inteligencia que produce los bienes de la civiliza-
338 HISTORIA. DB M É JIC O .

cion y de la cultura, como las fértiles campiñas que, agra­


decidas al trabajo del hombre, le presentan sus sabrosos
frutos.
Fija su mente en esa civilización que él comprendía, y
con razón, como reguladora de todos los actos nobles, la
quiso ver aplicada ú todas las leyes que promulgó y que,
con efecto, fueron verdaderamente notables en aquel tiem­
po. Celoso del órden, dispuso que ninguna causa, ya fuese
criminal, ya civil, se alargase mas de ochenta dias, que
constituían cuatro meses mejicanos.
Cada vez que terminaba este período, los jueces y los
reos se presentaban en una sala del palacio real, donde se
celebraba una reunión, para juzgar allí todas las causas
que en el tiempo señalado no se hubiesen terminado y
que, irremisiblemente, tenían que quedar en aquel sitio
concluidas. Si al que se creyó reo, aparecía inocente, se
le dejaba en libertad; si culpable, recibía allí mismo el
castigo que las leyes señalaban al delito que había cometi­
do. Para los crímenes de adulterio, homicidio, sodomía,
embriaguez, hurto y traición á la patria, dictó leyes seve-
rísimas. Los historiadores texcocanos, al hablar de su in ­
transigencia con algunos de los crímenes indicados, y de
que, para salvarse del castigo no valían las recomendacio­
nes del nacimiento ni del parentesco, dicen que mandó dar
muerte á cuatro de sus hijos por haber cometido el crimen
de incesto.
Pero si por su excesivo celo de justicia hacia que se
cumpliesen las leyes, no por esto se le puede acusar de
falta de sensibilidad. Nezahualcoyotl poseía sentimientos
generosos, tiernos y humanitarios. Creia que la aplicación
CAPÍTULO I I I . 339
de la pena á los delitos, según señalaban las leyes, era de
imprescindible deber, y desobedecía á sus afectos de com­
pasión, por obsequiar los derechos de la justicia. Que era
compasivo, se manifiesta por todas las disposiciones que
dictó para con los desgraciados á quienes siempre vió con
singular clemencia. Al mismo tiempo que era inflexible
con los criminales y bastaba robar del campo ageno cua­
tro mazorcas de maíz para incurrir en la pena de muerte,
queriendo hacer así sagrada la propiedad, mandó que á los
lados de todos los caminos se sembrase maíz, alubias y
otras semillas y plantas, á fin de que los caminantes po­
bres, pudiesen tomar de balde lo necesario para vivir. Con
los que carecian de recursos, muy especialmente si eran
enfermos, ancianos ó viudas, se manifestó siempre carita­
tivo, pues gastaba en limosnas una gran parte de lo que
tenia.
No era, pues, falta de humanidad sino sobra de amor á
la justicia la que le obligaba á ser severo con los transgre-
sores de las leyes y con los criminales.
Los víveres La pauta de su celo por la buena adm inis-.
quec“ “8““i,ala tracion de justicia, la podemos conocer de una
deTexcoco en manera marcada, en una de sus disposiciones
Nezahuaiooyoti. dadas con el objeto de que fuesen incorrupti­
bles los jueces. Para que no pudiesen éstos ser sobornados
por los litigantes, dispuso que víveres, ropa y cuanto era
necesario para sostenerles con la decencia debida á la ca­
tegoría de cada uno, les fuese suministrado por la casa
real. Pero aunque los progresos en las artes, en las cien­
cias y en las letras, así como las acertadas leyes sobre ad­
ministración de justicia hablan muy alto en favor de los
340 HISTORIA DB MÉJICO.

adelantos de la nación acolhua, lo sensible era que, de los


beneficios de su prosperidad y de su grandeza, solo goza­
ban, casi exclusivamente las clases privilegiadas, pues en
aquellos gobiernos, el pueblo no tenia derecho mas que á
ser defendido de los grandes señores, á quienes serna
cultivando sus tierras y fabricando sus palacios. La plebe
no tenia acceso á ningún destino ni puesto elevado. La
nobleza era la que desempeñaba todos los cargos públicos.
Los pueblos puede decirse que trabajaban para los re ­
yes y los señores. Causan asombro las enormes cantidades
de víveres que anualmente se consumían en el gasto del
rey Nezahualcoyotl y de su familia, inclusos los jueces á
quienes mantenía. 4.900,300 fanegas de maíz; 2.744,000
de cacao; 3,500 de chiles ó pimientos y tomate; 1,300
panes gruesos de sal, y 8,000 pavos. (1) Respecto del
consumo que se hacia de alubias ó frijoles, de chía, de
verduras de todas clases, de frutas, ciervos, patos, cone­
jos, liebres, codornices y toda especie de aves, pueden
considerarse aun mucho mayor, aunque no se marca su
.guarismo.
Se dudaría de que esa enorme cantidad de víveres se
consumiese cada año en el sólo servicio de la familia real
y de los jueces, si no constase de las pinturas originales
en que consta lo dicho, y si no estuviese confirmado por
el irrecusable testimonio de un descendiente del mismo
Nezahualcoyotl.
Pero prescindiendo de los sacrificios exigidos del pue­
blo para sostener el boato y grandeza de los reyes y de la1

(1) Ixtlilxochitl, Hlet. cliicb.


CAPÍTULO XII. 341
nobleza, la enorme cifra de víveres que dejamos ¡indicada,
revela la exuberancia de aquellos vírgenes terrenos, el
grande movimiento comercial de Texcoco y el considera­
ble número de brazos que debian emplearse en recoger los
efectos referidos, especialmente por la notable cantidad de
cacao que consignada queda. El cacao no se daba en nin­
guno de los puntos de los diversos reinos del Anáhuac. Era
planta propia de la tierra caliente, y provenia el que se con­
sumía en Texcoco, Méjico y otras ciudades, del comercio es­
tablecido con la referida tierra-caliente. Todas estas pro­
visiones y otras muchas como la leña que se consumía en
cantidades enormes en la casa real, eran proporcionadas,
durante medio año, por catorce ciudades, y durante el otro
medio, por quince. Los nombres de las catorce primeras
eran Texcoco, Alenco, Huexotla, Coatlichan, ChiauhÜa,
Papalolla, Tepetlaoztoc, Tezonyoccan, Acolman, Coate-
pec, Tepechpan, Iztapallocan, Xaltocan y Chimalhua-
can. Los de las restantes quince, los siguientes: Aztaque-
mecan, Olompan, Axapochco, Cempoallan, Teotihuacan,
Tepepolco, Tlalanapan, Tizayoccan, Ortoticpac, A huate-
pee, Cuauhtlatzinco, Coyoac, Oztotlatlauhcan, Achichilla-
cachoccan y Telliztacac.
Los grandes recursos que para cubrir los enormes gas­
tos de la casa real, de los magistrados, de las obras ma­
teriales emprendidas para el embellecimiento de la ciu­
dad, así como para el pago de los maestros dedicados á la
enseñanza de las ciencias y de las artes, emanaban de las
conquistas de diversos pueblos hechos por el monarca, de
la vida de la industria, del impulso dado á la agricultura,
y de la actividad del comercio.
342 HISTORIA. DE MÉJICO.

NeíruaTwyíü, Nezahualcoyotl, trascurrido algún tiempo


con la hija del brillante triunfo alcanzado sobre los chai*
de Tacuba. queses, quiso tomar una esposa digna de la bri­
llante posición que guardaba el reino. Aunque tenia varias
mujeres con las cuales se babia casado desde su juventud,
y babia tenido de ellas varios hijos, á ninguna le habia
concedido el título de reina. Para haber obrado así, existia
el motivo de que todas eran hijas de sus vasallos, ó escla­
vas, si se exceptúa á Nezahualxochitl, que pertenecía á la
casa real de Méjico y podía elevarla ai trono. Pero ésta
habia muerto antes que Nezahualcoyotl hubiese recobrado
la corona usurpada por el rey tepaneca Azozomoc, y N e­
zahualcoyotl resolvió casarse con la princesa Matlalcihuat-
zin, jóven de notable belleza y modestia, hija del rey de
Tacuba su aliado.
Concedida la mano de la jóven, por su padre el monar­
ca Totoquihuatzin, fué conducida la princesa por éste y el
rey de Méjico á Texcoco, donde fué recibida por Nezahual­
coyotl con el aparato régio que le correspondía. Las bodas
se celebraron con notable esplendor y extraordinarios rego­
cijos públicos que duraron ochenta dias. El último de es­
tos, el rey Nezahualcoyotl obsequió con un banquete es­
pléndido á la nobleza de su reino y á la de las dos naciones
aliadas. Amante de la poesía y dotado de inspiración dulce
y tierna, Nezahualcoyotl escribió una sentida oda que hizo
que los músicos la cantasen á la mitad de la comida. La
composición era filosófica como todas las que brotaban de
la mente del rey poeta. En ella comparaba, con sencillez
cautivadora, la brevedad de la vida y la de los halagadores
placeres de la tierra, con la belleza de una flor que se mar­
CAPÍTULO X II . 343
chita apenas ha comenzado á gozar de los primeros albo­
res de la mañana. Los tiernos conceptos con qne presentó
las melancólicas imágenes de su expresiva concepción, con­
movieron profundamente el auditorio, á cuyos ojos asoma­
ron las lágrimas del sentimiento. Esta sencilla producción
del rey Nezahualcoyoll, la he visto traducida por entendi­
dos poetas mejicanos de nuestra época, logrando que en la
traducción se conservase aquel dulce sabor primitivo que
caracterizaban las producciones] poéticas de Nezahualco-
yotl. La oda comenzaba con estas palabras:
«Flores esparcidas simétricamente en el pueblo de los
sabinos.»
Terminado el banquete, el rey de Méjico y el de Tacu-
ba, acompañados de la nobleza de sus respectivas naciones,
volvieron á sus correspondientes reinos, para ocuparse de
los asuntos del Estado.
Un año después, la joven y hermosa reina Matlalzi-
hualzin dió á luz un hijo á quien se puso por nombre Ne-
zahualpilli, cuyo nacimiento se celebró con manifestaciones
de regocijo.
Xezahuaicoyott Nezahualcoyotl, procurando que al par del
fabricaun adelanto de las ciencias y de las artes, m ar-
^Deacripeion chasen las obras materiales que embelleciesen
de e1, la ciudad de Texcoco y el esplendor de la co­
rona, levantó agradables palacios para la nobleza, y cons­
truyó un conjunto de soberbios edificios reunidos, que se
llamó Hueictecpan, ó gran palacio, que servian de morada á
la¡familia real, y donde estaban al mismo tiempo todas las
oficinas públicas. Este soberbio palacio, media de Oriente
á Occidente 1234 varas, y de Norte á Sur 798. Le rodea­
344 H IST O R IA D E M É JIC O .

ba un espeso muro de ladrillos crudos y 'mezcla, de seis


piés de ancho y nueve de alio, en la mitad de la circunfe­
rencia, y quince piés de altura en la otra mitad. Dos es­
paciosos patios se ostentaban dentro de este vasto recinto:
era el exterior la plaza del mercado de la ciudad, que si­
guió sirviendo de lo mismo después de la conquista hecha
por los españoles : el interior tenia á uno y otro lado los
salones en que se celebraban los consejos: ricos alojamien­
tos para los embajadores extranjeros, y un vasto salón, con
preciosos pórticos, donde se reunian los hombres entrega­
dos á las letras y á las ciencias, á tratar sobre diversas
materias, y que comunicaba con los aposentos que les es­
taban destinados. E n el mismo departamento, pero en sa­
la separada, se encontraban los archivos públicos que se
conservaban con especial cuidado.
Las habitaciones del rey. y las de las numerosas y bellí­
simas mujeres que formaban su delicioso serrallo, estaban
anexas al átrio interior que era de magnífica extructura.
Vastas y numerosas eran las piezas que tenian, y las pa­
redes de todas ellas ostentaban riquísimos tapices hechos
de brillantes plumas y pinturas de vivísimos y variados
colores. Grandiosos y notables departamentos, adornados
con todo el gusto y abundante lujo de aquel tiempo entre
las naciones del Anáhuac, estaban destinados exclusiva­
mente para cuando los reyes de Méjico y de Tacuba, sus
importantes y leales aliados, -visitasen la corte de Texcoco.
Por debajo de majestuosos pórticos de agradable elegancia
y solidez, y cruzando por entre-odoríferas veredas de flo­
res y de arbustos, se pasaba de les régias habitaciones á
los deliciosos y -pintorescos jardines del palacio, cuya at­
CAPÍTULO X U . 345
mósfera embalsamaban las delicadas rosas y las variadas y
aromáticas plantas que en abundancia admirable se osten­
taban. Preciosos baños, vistosas fuentes, espaciosos estan-
' ques en cuyas ondas se veian cruzar millares de peces de
los mas vivos colores; inmensas pajareras dentro de las
cuales cruzaban volando de un punto á otro las aves de
plumajes riquísimos, todo estaba cercado de frondosos ár­
boles, cuyas ramas, uniéndose en la copa, formaban una
verde y sonante bóveda que se mecía dulcemente al suave
halago de las brisas, graduando sabiamente los rayos so­
lares que debian penetrar embelleciendo el recinto sin per­
judicarlo.
No era posible fijar la vista en aquel conjunto de sun­
tuosos edificios unidos, sin sentirse dominado por el asom­
bro. Trescientos riquísimos aposentos, muchos de ellos de
mas de cincuenta varas cuadradas, se contaban dentro de
la suntuosa fábrica que nos ocupa. Su altura nos es
desconocida, por no haber tenido la curiosidad ninguno
de los que pudieron saberlo, de marcar ese detalle, ni
existir pintura antigua que lo consigne. Exquisitas ma­
deras y materiales escogidos se emplearon en la cons­
trucción interior de esos palacios; y que la argamasa
y la piedra entraban en las obras sólidas que empren­
dían, lo estuvieron demostrando por mucho tiempo des­
pués de la conquista por los españoles, la enorme can­
tidad que proporcionaron los restos de aquellos regios pa­
lacios, para construir iglesias y levantar cómodas casas en
el mismo sitio en que había estado situada la antigua ciu­
dad de Texcoco.
Se ignora el tiempo que se tardó en terminar ese con-
T omo I . 44
346 HISTORIA. BE MÉJICO.

junto de palacios que componían el llamado Hueüecpan 6


gran palacio; pero se asegura que en su construcción se
emplearon doscientos mil operarios.
No sé si la cifra adolecerá de exageración; pero yo mas
bien la admito que la rechazo, puesto que los reyes de to­
das las naciones del Anáhuac, tenían á su disposición los
brazos de la gente del pueblo, y podían disponer de in ­
mensas masas para sus obras, como los monarcas egipcios
y del Asia.
Número de Los hijos del rey Nezahualcoyoll que as-
hijos que tnvo cendian á ciento diez, cincuenta hembras y
Nezahualcovotl.
E ducación sesenta varones, tenidos de sus vanas muje-
de ellos. reSj vastos edificios contiguos al
gran palacio. Dentro de esos mismos edificios había salo­
nes destinados á la enseñanza de los príncipes, donde se
instruian, guiados por los mejores maestros en las letras,
en las ciencias y en la manera de gobernar á los pue­
blos.
A estos ramos del saber quiso Nezahualcoyoll que sus hi­
jos reuniesen otros pertenecientes á las artes, y les hizo
aprender á trabajar el oro, la plata, las joyas y los mosái-
cos de pluma.
Juzgando que sin moral y sin religión los gobernantes
no pueden dirigir bien á los pueblos, tenia dispuesto que
una vez, cada cuatro meses, concurriesen á escuchar un
discurso que abrazase las dos importantes materias referi­
das, y que era pronunciado por uno de los hombres mas
eminentes del sacerdocio, en una sala consagrada al obje­
to. En esos discursos, el orador se esmeraba en inclinar el
ánimo de los príncipes á la práctica de las virtudes y en
CAPÍTULO X I*. 34*7
separarles de toda senda que no condujese al bien y á la
felicidad del alma.
Magnificencia No eran de menos magnificencia los jard i-
. 108
jardinee de
nes destinados al recreo del rey
t J
Nezabualco-
Nezahuaicoyoti. yotl, que los notables palacios de que bace
u u instante me ocupé detenidamente. Nada babia mas her­
moso que esos pensiles cubiertos de extrañas y preciosas
flores, de estanques, de pajareras, de plantas exquisitas y
de corpulentos y copudos árboles. Pero entre todos esos
deliciosos jardines, babia uno que se bacia notable por su
singular belleza y que se conocia con el nombre de Tex-
cotzinco. Era mas bien que un jardin, un precioso bosque,
donde se veían reunidas la majestad de éste con las ríen-
tes gracias de aquel. Rodeaba el precioso bosque-jardin,
sitio que era el preferido de Nezabualcoyotl para sus fre­
cuentes paseos, un muro bastante alto y grueso. Profun­
das albercas, espaciosos estanques, pintorescas fuentes,
cómodos y vistosos baños y multiplicados canales de riego
que cruzaban en todas direcciones, se veian en medio de
frondosos árboles, de variadas y fragantes flores, de verde,
fresca y abundante grama. Alimentaba estas albercas, fuen­
tes, baños y estanques, el agua conducida de sierra en sier­
ra, desde su nacimiento, por un acueducto sólido, sostenido
por gigantescos y robustos muros de argamasa, que iba
á una parte alta que tenia el bosque, de donde, como de
un monte, se dominaba el resto del jardin y la llanura
que se desarrollaba como una alfombra de rosas y verdu­
ras. Por unas espaciosas gradas, parte de ellas practicadas
en la roca, y la otra parte construidas de argamasa, se
subía al sitio elevado y dominante, donde babia un delicio­
348 H ISTO RIA D E M É JIC O .

so paseo de estrechas calles de árboles, en que se respiraba


una brisa fresca y embalsamada por el aroma de las flores
que desde la parte baja exhalaban sus perfumes. Como vi­
gilante centinela de aquel recinto, se levantaba, en el pun­
to culminante de la expresada altura, una elevada torre
que ostentaba por chapitel, un colosal macelon de donde
salían brillantes penachos de vistosas plumas; y debajo de
ella, sombreado por un palio formado de oro y delica­
das plumas, yacía reclinado un melenudo león de cuatro
varas de largo, ostentando alas y plumas, con la mirada
fija en el Oriente, y en cuya boca asomaba un rostro que
era el retrato del rey Nezahualcoyotl.
En el principal de los estanques se levantaba una roca
que señalaba, en claros geroglíficos esculpidos en ella, los
años trascurridos desde el nacimiento de Nezahualcoyotl
hasta el instante en que la obra quedó terminada, y los
mas preclaros hechos de su vida. Eran dos inscripciones
importantes que señalaban dos épocas históricas de alto
interés en los anales de la existencia del reino de Acol-
huacan. Junto á la segunda inscripción que patentizaba
las proezas del monarca científico y poeta, se hallaban
también esculpidas en la roca, sus armas. Eran éstas una
casa ardiendo en llamas, amenazando desplomarse, enfren­
te de otra sólidamente edificada, en medio de las cuales se
veia una piedra preciosa atada á un pié de venado, del
que brotaban unos penachos de plumas y una cierva, en­
cima de la cual se descubría un brazo, empuñando con la
mano un arco con flechas. Completaban el escudo de
armas, un guerrero con morrión, orejeras y coselete,
con dos tigres á los lados arrojando agua y fuego por las
CAPÍTULO X II. 349
bocas, y por orla doce cabezas de reyes y de señores.
Dos abundantes porciones de agua se desprendían m a-
jeslnosamente de este monumental estanque, recorriendo
y vigorizando la una, la exuberante parte del bosque por el
lado delicioso del S ur, y llevando la otra sus fecundantes
linfas por el pintoresco punto que se encontraba al Norte.
Tres abundantes albercas se levantaban á distancia con­
veniente del hermoso estanque descrito, sombreadas por el
espeso ramaje de los corpulentos árboles que á distancia
próxima crecían.
En la deliciosa alborea que se encontraba en medio de
las otras dos no menos admirables, se destacaban tres her­
mosas estátuas de mujer, alusivas á los tres Estados del
imperio. En la alberca que á la parte del Norte se osten­
taba á su lado, se levantaba nna peña en que se hallaba
grabado el escudo de armas de Tollan, capital de los tol-
tecas, y esculpido diestramente en otra caprichosa peña
que embellecía la tercera alberca que ocupaba el lado del
Sur, se veia el escudo de Tenayucan, corte primera de los
reyes chichimecas, edificada por Xolotl, cuando se esta­
bleció con su errante y numerosa tribu en el Anáhuac.
Abundante y cristalina era el agua que enriquecía esas
espaciosas albercas que enviaban sus refrigerantes linfas
por numerosos canales que en diversas direcciones cruza­
ban los jardines; pero se destacaba entre las tres, por su
profundo lecho, la que se hallaba ocupando el lado del
Sur, desprendiendo de su seno, por anchurosos chorros,
una cantidad asombrosa de agua que, cayendo sobre las
peñas formando espumosas y pintorescas cascadas, descen­
día luego, como brillante y menuda lluvia, sobre una ma­
350 H ISTO RIA DK M É JIC O .

tizada alfombra de fragantes flores, en cuyos delicados


pélalos brillaban temblantes las trasparentes gotas, reme­
dando limpios y nítidos brillantes.
Siguiendo una calle de gigantescos árboles que forma­
ban con su espeso ramaje uua bóveda impenetrable á los
rayos del sol, se llegaba á un delicioso sitio en que, exca­
vados en la viva roca de rnaciso pórfido, se encontraban
espaciosos baños y pórticos y pabellones de mármol, á los
cuales se descendia por relucientes peldaños formados en
la misma roca, que brillaban por su lustre y la perfección
con que estaban pulimentados, como límpidos y diáfanos
espejos. Esculpidos con admirable maestría se veian en el
pretil de esta admirable escalera, en signos geroglíficos,
la hora, dia, mes y año en que el rey Nezahualcoyoll re­
cibió la noticia de la muerte del señor de Huexotzinco,
leal y fiel amigo que le babia ayudado á recobrar el trono,
y á quien profesaba una amistad profunda. La funesta y
sensible nueva la llegó á recibir en los instantes mismos
en que se terminaba la escalera, y en su pretil quiso dejar
consignado aquel triste suceso, como un vivo recuerdo á
la memoria de su amigo.
En uno de los pintorescos sitios del majestuoso jardin,
cercado de gigantescos cedros y acariciado por las frescas
brisas, se levantaba esbelto y grandioso el régio alcázar de
agradable arquitectura, notable por la variedad infinita de
sus mármoles, con sus numerosas y ventiladas alcobas, sus
espaciosos salones y sus anchos patios, donde se aspiraba
una atmósfera pura y embalsamada por el blando perfume
de las nacientes flores.
A este delicioso alcázar se retiraba con frecuencia el
CAPÍTULO X II . 351
poeta rey Nezahualcoyotl, para descansar de las fatigosas
tareas del gobierno, y entregarse á los goces de la bella li­
teratura, y á la dulce sociedad de sus mujeres favoritas.
E n aquel poético alcázar tenia destinadas esplendentes h a­
bitaciones para sus aliados soberanos de Méjico y de Tacu-
ba, cuando llegaban á visitarle para entregarse con él á
los placeres de la caza en las umbrosas selvas que se ex­
tendían á corta distancia de la quinta. Enfrente de esas
lujosas habitaciones, se ostentaba un espacioso palio en
que se verificaban, en determinados dias, las mas vistosas
danzas y los espectáculos mas dignos y agradables que en­
tonces se conocian entre las naciones del Anáhuac.
Las descripciones de los grandiosos monumentos de la
arquitectura texcocana están plenamente confirmadas por
las venerandas ruinas que aun quedan semi-enterradas co­
mo recuerdos de esa régia quinta, en la desierta y conifor­
me colina de Tezcotzingo, que se descubre á dos leguas de
Texcoco. Allí yacen olvidadas y casi ignoradas de la gene­
ralidad de los hombres, sin conseguir atraer mas que las
miradas de uno que otro viajero que, impulsado por la cu­
riosidad ó el amor al estudio, las examina afanoso, dando
forma y vida en su fecunda imaginación á lo que solo son
fragmentos ennegrecidos por el tiempo.
Pero no tenia Nezahualcoyotl los bosques y los jardines
únicamente con el objeto de recrear los sentidos, sino tam­
bién con los de ilustrar la inteligencia. Aficionado ai es­
tudio de la naturaleza, se recreaba examinando las flores y
las plantas, de las cuales procuraba descubrir los secretos y
las propiedades. El amor al estudio de la botánica y de la
zoología, le hizo que mandase pintar con toda exactitud en
352 H ISTO RIA DB M É JIC O .

las paredes de sus palacios, las plantas y los animales de


otros climas que no se daban en Texcoco, para poder co­
nocerlos, ya que no le era posible estudiarlos.
Nezahuaicojoti Dedicando una gran parte del tiempo que
^ideadeT Permilían sus asuntos de gobierno, á la in ­
verdadero Dios, vestigacion de las causas de los fenómenos n a-
¡nteriormente turales, llegó á formarse una idea bastante
la idolatría. ciara ja existencia de un Sér Supremo, y
á persuadirse de la falsedad de la idolatría. Dotado de una
razón clara y de un juicio recto, perfeccionado con el aná­
lisis de los mas bellos objetos de la creación, confesaba la
existencia de un solo Dios increado, invisible al hombre,
criador de cielo y de la tierra; recto juez que premiaría
después de la muerte las virtudes de los buenos con inefa­
bles goces de eterna ventura, y castigar con terribles penas
las acciones délos malvados. No reconociendo en el fondo de
su alma mas que una divinidad, creadora de toda lo exis­
tente, la invocaba como á «aquella por quien vivimos y
que tiene todas las cosas en sí misma.»
Aunque precisado, para no chocar con las creencias de
los demás, á guardar respeto y venerar á los ídolos, en­
señó á sus hijos á no reconocer mas Dios que uno solo To­
dopoderoso, y á desconfiar de las falsas deidades, aunque
exteriorícente les manifestasen respeto, á fin de marchar
en armonía con las creencias de la nación entera.
Con estas ideas rectas, hijas de una inteligencia supe­
rior y de un juicio admirable, era lógico que juzgase in­
dignos de un Dios todo bondad y amor hácia el hombre,
la sangre vertida en los altares á los monstruosos ídolos que
adoraban. Persuadido de que todo acto inhumano y san­
CAPÍTULO X II . 353
griento debía pugnar con la dulzura del supremo Hacedor,
prohibió los sacrificios de víctimas humanas. Este era un
gran paso dado en el camino de la civilización y de la hu­
manidad ; pero que por desgracia no pudo realizarlo. Los
sacerdotes y el pueblo se rebelaron contra aquella disposi­
ción que juzgaron sacrilega, y Nezahualcoyotl se vió pre­
cisado á permitirlos, «viendo cuán difícil es apartar á los
pueblos de las ideas antiguas en materias de religión.» (1)
Esta oposición de la nación entera acolhua á la noble
idea del mas querido de sus reyes, viene ó prestar un ve­
hemente indicio mas, en apoyo de la idea emitida por el
profundo observador Humboldt, respecto á que los toltecas
observaban, aunque moderadamente, el sacrificio de vícti­
mas humanas.
E l reino de Acolhuacan ó de Texcoco, se componía de
los restos de la nación tolteca, de la chichimeca y de la
acolhua, fundidas en esta última. Si los sacrificios hubie­
ran estado en pugna con las creencias de una parte de los
habitantes del reino, la disposición del monarca, no hu­
biera encontrado, como encontró, una oposición absoluta
en los sacerdotes y el pueblo todo, ni el rey hubiera ocul­
tado hasta entonces sus creencias «porque no le acusasen
de contradecir la doctrina de sus mayores.» (2)
Se ha consignado, por respetables historiadores, que los
sacrificios humanos fueron trasmitidos á todas las nacio­
nes del Anáhuac por los aztecas ó mejicanos que, domi­
nando el país entero, introdujeron aquel sangriento culto
entre los pueblos conquistados. Pero los mejicanos, en la
(1) Clavijero: «Hist. ant. de Méjico.»
(2) Clavijero: «Hlst. ant. de Méjico.»
354 HISTO RIA DR M É JIC O ,

época en qne Nezahualcoyotl trató de quitar la sangrienta


costumbre, apenas acababan de sacudir el yugo de los te-
panecas y de darse á conocer como nación independiente
y guerrera. Hasta pocos años antes, lejos de imponer sus
costumbres, eran mirados con desden aun por las tribus
menos poderosas. Si los mejicanos hubieran sido los que
habian trasmitido á la nación acolhua el sangriento rito de
las víctimas humanas, se habría verificado esa trasmisión
después de su preponderancia y no cuando yacían reduci­
dos á los estrechos límites de su aislada ciudad, donde vi­
vían como tributarios del rey de Azcapozalco.
Pues bien, la preponderancia de los aztecas ó mejicanos
era reciente; y que la costumbre de la nación acolhua da­
taba de una fecha remota, está demostrado en el temor
que Nezahualcoyotl tenia de que «no le acusasen de con­
tradecir la doctrina de sus mayores,» viendo «cúan difícil
es apartar á los pueblos de las ideas antiguas en materias
de religión.»
Si el régulo de Colhuacan y su corta tribu se horroriza­
ron de los cuatro prisioneros que los mejicanos sacrifica­
ron cuando los tenia reducidos á la esclavitud, no debe­
mos deducir por esto que las demás tribus que poblaban el
Anáhuac dejasen de practicar el mismo sangriento rito.
No habian impuesto los mejicanos sus costumbres ni su
dominio, aun muchos años después, á varias naciones mas
ó menos distantes, y sin embargo, «desde la isla de Cozu-
mel y punta de Yucatán hasta la isla de Sacrificios y V i­
lla de Veracruz, sacrificaban víctimas humanas.» (1)
(1) «Carta de la Justicia y Regimiento de la Rica Villa de la Veracruz á la
reina dona Juana y al emperador Cirios V, su liljo, & 10 de Julio de 1519.»
CAPÍTULO XII. 355
Nación bien distante de la de Méjico era la de Cálzala,
situada junto á la laguna de Chapala, á 170 leguas de
aquella ciudad, y sin embargo sacrificaban anualmente
considerable número de niños y de niñas, todos los pri­
sioneros que cogian en sus guerras á la nación tarasca
que era su enemigo, y se lavaban sus cuerpos con la san­
gre de los sacrificados, imaginándose que así quedarian
fuertes y se bacian invencibles.
No estaban mas próximos á Méjico los habitantes de
Teul, indios comarcanos á Guadalajara. El dios de ellos
era distinto en el nombre al de los mejicanos: le llamaban
TJieoíl; pero no por esto era menos sanguinario que ffuit-
züopochtli. Los teules, atribuyendo á la divinidad que
adoraban, deliciosa complacencia en ver humear sus alta­
res con la sangre de séres racionales, le sacrificaban, con
reverente afan, hombres y niños.
Mas lejana aun estaba la provincia de Acalán, por don­
de Hernán Cortés pasó en su penosa expedición á las
Hibueras; mas no obstante su ningún comercio con los
mejicanos, ni aun después de su engrandecimiento, sacri­
ficaban á una diosa en quien tenian mucha fé, doncellas
vírgenes y hermosas, pues creian que era indispensable que
concurriesen esas cualidades en las sacrificadas, para que
la deidad no se irritase contra ellos. Con este fin las ele­
gían entre las mas hermosas, y las criaban desde niñas
con notable esmero y cuidado. (1)
Que «los chichimecas estuvieron mucho tiempo sin usar
sacrificios, no teniendo al principio ni ídolos, ni templos,
(I) Carta de Hernán Cortés al emperador Cárlos V, escrita en Méjico el 3
de Setiembre de 1386.
356 H ISTO RIA D E M É JIC O .

ni sacerdotes, ni ofreciendo otra cosa á su dioses, el sol y


la luna, que yerbas, flores, frutas y copal,» (1) no arguye
que en su país, antes de pisar la tierra de Anáhuac, y cuan­
do ya estuvieron viviendo en sociedad, no hubiesen tenido
sacrificios. Los mejicanos adoraban el sol y le ofrecian in­
cienso y codornices. También ellos caminaron sin ídolos
y sin sacerdotes desde que salieron de su país Aztlan, si­
tuado al Norte del seno de la California, hasta que pasados
muchos años fabricaron una estátua de madera á su dios
Huitzilopochtli en Hueicolhuacan, hoy llamado Culiacan,
lugar situado sobre el seno de la California: tampoco de
ellos se sabe que hubiesen sacrificado hasta allí víctimas hu ­
manas; y si la historia de los mejicanos hubiera terminado
allí, no existiría dato ninguno para asegurar que sacrifi­
caban séres humanos á sus dioses. Sin embargo, los hechos
posteriores nos hacen creer que si realmente no sacrificaron
hasta entonces, que no es creíble, no era porque dejasen
de anhelar los sacrificios, sino porque carecían de víctimas
para hacerlos. Acaso aconteció igual cosa respecto de los
chichimecas; pero si así no fué, puede asegurarse de to­
das maneras, que los sacrificios entre los acolhuas, de cu­
ya nación formaban parle, eran ya muy antiguos cuando
los mejicanos empezaban apenas á ejercer alguna influen­
cia en las naciones del Anáhuac.
Me he detenido á hacer las observaciones anteriores, no
para defender á los aztecas del cargo que les hacen de
que «no ocurrió á las demás naciones la inhumanidad de
sacrificar víctimas humanas hasta que los mejicanos no
borraron con su ejemplo las primeras ideas impresas por
(l) Clavijero, «Historia autigua de Méjico.»
CAPÍTULO XII. 357
la naturaleza en sus ánimos;» (1) hasta que dominan­
do con sus conquistas «dieron un sombrío colorido á las
creencias de las naciones conquistadas;» (2) sino con el
noble deseo de que se esclarezca en lo posible todo lo rela­
tivo á ese punto importante de la historia.
Ignoro si las razones que acabo de exponer parecerán
aceptables al lector. No las he emitido con la vana pre­
tensión de que sean admitidas, sino con el objeto de que
el público las conozca, para que en vista de ellas, abrace
la opinión que mas lógica y segura juzgue.
Enemigos irreconciliables fueron siempre de los meji­
canos, los tlaxcaltecas y michoacanos; y sin embargo, am­
bas naciones verlian en los altares de sus ídolos la sangre
de humanos séres, aun mucho antes de que la nación me­
jicana se presentase potente y conquistadora.
El rey Nezahualcoyotl, viendo que era preciso dejar al
pueblo en la sangrienta costumbre religiosa que profesaba,
alcanzó al menos que, en lo sucesivo, solo serian sacrifica­
dos los prisioneros de guerra.
Mucho conseguir fué ; pero sin embargo, la sangre de
los cautivos inmolados á los ídolos, le despedazaba el alma,
y en el seno de su familia, comparando las creencias que
sus observaciones le habian inspirado, con las que observa­
ba el resto de la nacioo, exclamaba: «Los ídolos de piedra
que no hablan, ni sienten, no pudieron hacer ni formar la
hermosura del cielo, el sol, la luna y estrellas que lo her­
mosean, y dan luz á la tierra ; rios, aguas y fuentes, ár­
boles y plantas que la embellecen, las gentes que la po-
(1) Clavijero: «Historia antigua de Méjico.»
(2) Prescott: «Historia de la conquista de Méjico.»
358 H ISTO RIA DB M É JIC O .

seen, y todo lo criado: algún Dios muy poderoso, oculto


y no conocido, es el Criador de todo el Universo. El solo
es el que puede consolarme en mi aflicción, y socorrerme
en tan grande angustia como mi corazón siente.» (1)
Nezahuaicoyoti Convertidas en profunda convicción sus
fabrica nuevas ideas religiosas, robustecidas fuerte -
una torre al
Dios mente por la observación, edificó un templo
verdadero. e n fo rm a ¿e torre, dedicado al «Dios no cono­
cido, causa de las causas.» (2) El religioso monumento os­
tentaba nuevos cuerpos que representaban otros tantos cie­
los, el último de los cuales dejaba admirar un majestuoso
techo de bóveda, pintado de un limpio azul claro celeste
con brillantes estrellas, y elegantes cornisas de oro con
gusto y lujo trabajadas. En el remate de esa elevada tor­
re, que estaba provista de habitaciones para los encarga­
dos de cuidarla, colocó finísimas hojas de sonoro metal,
cuyo sonido, al tocarlas, se escuchaba de cualquier punto
de la ciudad.
Cuando á determinadas horas del dia la voz del sonoro
metal sonaba tocado por el mazo de uno de los encargados
del nuevo templo, el rey se ponia de rodillas para elevar
sus oraciones al Criador del cielo, en cuyos altares se le
prohibió al pueblo que vertiese sangre humana.
Nezahuaicoyoti Llaman la atención y asombran los conoci-
se hace mienlos que Nezahualcoyotl adquirió en las
notable por bus . . . . , .
composiciones ciencias, en las letras y en las artes, sin im­
poéticas. jj6r teDí¿0 fijaos en que estudiar, n i sabios
maestros de quienes aprender. En la poesía brilló por la
(1) M. S. de Ixtlilxochitl.
(2) M. S. del mismo.
CAPÍTULO X II. 359
dulzura de sus expresiones y por sus pensamientos filosó­
ficos. Todas sus producciones poéticas eran escuchadas
con indecible entusiasmo y placer, y los sesenta himnos
que compuso en alabanza del Criador del cielo, fueron
celebrados en el siglo xvi por los españoles. Dos de estas
obras fueron traducidas al castellano, después de la con­
quista, por uno de sus descendientes, y se conservan to­
davía. Una de ellas fué compuesta poco después de la rui­
na de Azcapozalco, y su argumento entraña el mismo
pensamiento que la composición que los músicos cantaron
en el banquete que dió á la nobleza y á los reyes de Mé­
jico y de Tacuba con motivo de su boda con la hija de
este último: lamenta la instabilidad de las grandezas h u ­
manas, presentando al tirano rey Maxtlaton como á un
árbol frondoso y robusto que extiende sus ramas domi­
nando todo lo que alcanza y cubriendo con la sombra de
sus ramas al territorio del imperio entero; pero que roidas
sus raíces por el gusano, y podrido y seco su tronco, vino
al fin á tierra despreciado de todos, y sin esperanza de le­
vantarse n i de recobrar el antiguo verdor y lozanía.
La dedicación del rey á las ciencias y á la literatura; el
cuidadoso empeño que tuvo de llevar á su corte á todos
los hombres mas eminentes entre ellos en saber y talento,
y las recompensas que dedicaba á los que sobresalían en
bien decir, en capacidad y en la enseñanza, despertaron
en la nobleza y en todos, el deseo de cultivar el enten­
dimiento, y Texcoco llegó á ser considerada después, como
el centro de la civilización, como la patria de las artes, y
como la ciudad en que se hablaba con mas pureza y per­
fección el idioma mejicano. Muchas de las leyes que regían
360 HISTO RIA DB M É JICO .

á la nación gobernada por Nezahualcoyotl, fueron adop­


tadas por los mejicanos y por otros muchos pueblos, y no
sin motivo ha merecido que se denomine á Texcoco la Ate­
nas del Anáhuac y á Nezahualcoyotl como el Solon de la
América.
En medio de las brillantes cualidades que distinguian
al ilustre soberano de la nación acolhua ó lexcocana, una
debilidad, nacida de una pasión vehemente, vino á formar
un triste lunar en el bello conjunto de su admirable con­
ducta. La pasión fué inspirada por una joven de seducto­
ra hermosura, cuya mano estaba destinada á otro hombre.
Nezahoaicoyoti Buscando Nezahualcoyotl nuevos objetos
66deCiada estu<^ ° en naturaleza} se propuso visitar
prometida de algunos de los Estados de su reino, próximos
Unieaies8US á sn deliciosa quinta de Tezcotzinco. Siguien-
■vasaiioB. ¿ 0 un poético sendero que habia cautivado sus
sentidos, llegó á un punto delicioso, donde fué recibido
con distinguidas manifestaciones de aprecio por el señor
de Tepechpan, noble anciano y leal vasallo suyo, que le
habia servido con fidelidad durante la lucha contra los
usurpadores del trono. Juzgándose honrado con la visita
del monarca, el agradecido súbdito obsequió con un mag­
nífico banquete á su ilustre soberano, y dispuso que la es­
canciadora que le sirviese el rico licor, fuese una noble y
bellísima jóven con quien debía casarse muy en breve y
que, contra la costumbre de aquellos países, habia sido
educada bajo el mismo techo del que se iba á unir á ella.
La interesante jóven, cuyos hechiceros atractivos adqui­
rían un indefinible encanto bañados por las delicadas tin­
tas del pudor y de la modestia, se presentó con el rubor en
CAPÍTULO X II . 361
las mejillas y la dulce afabilidad en el semblante, á des­
empeñar junto al monarca, el cargo mismo que en la mesa
de los dioses desempeñaba en el Olimpo la hermosa y se­
ductora Hebe.
La belleza de la linda escanciadora causó una profunda
emoción de amor en el alma apasionada del monarca poe­
ta ; pero cauto y prudente, supo ocultarla por aquel mo­
mento, para no acibarar la satisfacción del noble anciano
que le obsequiaba.
Nezahualcoyotl se despidió de su leal vasallo, llevando
impresa en su corazón la imágen de la pudorosa jóven que
no podia apartar un solo instante de su memoria, y bácia
la cual sentía una violenta pasión.
Negro lunar El enamorado monarca, ocultando á todo el
6n'vida de018 mundo v°lcánico fuego que le abrasaba,
Nezahualcoyotl. discurría la manera de hacerse dueño del amor
de aquel ángel que le habia cautivado, y no encontrando
otro medio que el de hacer desaparecer al hombre á quien
estaba destinada, lo abrazó á pesar de conocer que el paso
que iba á dar era contrario á sus sentimientos de justicia
y á su honor.
Para que nadie pudiera sospechar ni remotamente su
intento, nombró al señor de Tepechpan, jefe de una de
las secciones de un ejército que enviaba contra los tlaxcal­
tecas, diciéndole que á nadie mas que á él, cuyos conoci­
mientos en el arte de la guerra y su prudencia en el con­
sejo le eran conocidos, queria confiar el cuerpo de tropas
que le correspondía.
El noble anciano que hacia muchos años que se habia
retirado á la vida tranquila del hogar, se sorprendió con
3G2 HISTORIA DB M ÉJICO .

la órden de marchar á campaña, y su présago corazón,


vaticinando una desgracia, buscó el motivo que podía ha­
ber decidido al rey á dictar la órden referida, y como por
intuición, creyó ver la verdadera causa de ella.
No quiso, sin embargo, revelar á nadie su sospecha,
temiendo equivocarse ofendiendo la honra de su rey; pero
sí manifestó en un convite de despedida que dió á sus
amigos, que presentía que no volvería de aquella expe­
dición.
No le engañó su presentimiento.
El noble anciano salió al frente de sus tropas, á comba­
tir con los tlaxcaltecas.
El mando del ejército en general, lo confirió el rey á dos
acreditados jefes texcocanos, encargándoles que á donde el
peligro fuese mas inminente, allí obligasen á marchar, en
lo mas recio del combate, al señor de Tepechpan. Para que
no les sorprendiese la órden que les daba, les dijo que el
veterano anciano se había hecho acreedor á la muerte por
una grave falta que habia cometido ; pero que en conside­
ración á su edad, á los buenos servicios prestados á la pa­
tria y al distinguido puesto que ocupaba, habia resuello
evitarle un castigo público, haciendo que terminase su vida
de una manera gloriosa.
Pocos dias después se daba una sangrienta batalla entre
tlaxcaltecas y texcocanos, y el anciano y valiente señor
de Tepechpan moría en el campo de batalla, víctima de su
lealtad al rey, y dedicando su último pensamiento á la jó-
ven que amaba.
Nezahualcoyotl, al recibir la noticia de la muerte del
noble anciano, manifestó, por medio de una parienta suya,
CAPITULO XII. 363
á la jóven que debió desposarse con él, la hondajpena que
sentía por la desgracia que había sufrido, entablando con
este motivo con ella una correspondencia amistosa.
La jóven, que ignoraba que la muerte del hombre á
quien debió unirse había sido dispuesta por el monarca,
se manifestaba agradecida al interés que éste se tomaba
por su felicidad. Cuando Nezahualcoyotl conoció que el
corazón de la jóven se encontraba mas resignado, le hizo
saber que estaba dispuesto á unirse á ella, si por su parte
no había obstáculo que lo impidiera. No fué rechazada la
proposición del monarca, y Nezahualcoyotl se dispuso á
realizar su deseo.
Para que todo guardase una marcha natural y nadie
sospechase, ni remotamente, su conocimiento ni afición á la
jóven, convino en que ésta se presentase un dia determi­
nado en la quinta de Tezcotzinco, como una de las muchas
concurrentes á una ceremonia pública que se celebraría.
Con efecto, la hermosa jóven se presentó en los jardines
reales cuando el monarca Nezahualcoyotl se encontraba
asomado á uno de los corredores de su alcázar. A l verla,
preguntó á los que le rodeaban, fingiendo sorpresa, «quién
era aquella dama que por primera vez veia en sus posesio­
nes,» y cuando le hicieron saber su desgracia y rango,
mandó que la condujesen á donde estaba, para que fuese
tratada con las distinciones debidas á su cuna.
La recepción hecha por el rey á la simpática jóven fué
altamente afectuosa, y á ella se siguió poco después una
declaración pública de amor de parte del monarca. Trans­
curridos algunos dias, el matrimonio del rey con la jóven
se celebró con grandes regocijos y fiestas, con asistencia de
364 HISTORIA. D B M É JIC O .

loda la corte y de los monarcas de Méjico y Tacuba sos


aliados.
Este hecho, único á todas luces reprobable en la vida
de nobles y heréicos hechos del rey Nezahualcoyotl, se
encuentra referido por el historiador lexcocano Ixtlilxo-
chitl, cuya relación la sacó de la hecha circunstanciada­
mente por el hijo y un nieto del monarca. Ambos censu­
ran ese acto, presentándolo como una degradante mancha
caida en la honra de su ilustre antecesor. Reprensible es,
con efecto, aquella innoble acción, y sensible que la hubie­
se cometido un hombre de relevante mérito, digno de res­
peto y de alabanza por todos los demás actos de su go­
bierno.
CAPITULO XIII.

Indigna conducta y muerte de Cuauhtlatoa, rey de Tlatelolco.—Conquistas


•le Moctezuma.—Inundación de Méjico.—Construcción de un dique.—El
ejército; oficiales de guerra: órdenes militares; traje marcial del rey; armas
ofensivas y defensivas; simulacros, táctica y fortificaciones.—Hambre en
Méjico en 1452.—Nuevas conquistas de Moctezuma —Prohíbe todo comercio
con los tlaxcaltecas.—Estos se ven privados absolutamente de la sal.—Los
chalqueflos invitan &un hermano de Moctezuma á que sea rey de ellos.—
Se quita la vida por no admitir.—Moctezuma vence i loa chalqueflos y les
hace sus tributarios.—Muerte de Moctezuma.

indigna Mientras el rey Nezahualcoyoll, después de


muerted/ unirse á la mujer que amaba, se entregaba de
Cuaubtiatoa, nuevo á las ciencias, al embellecimiento de
Tiateioico. Ia ciudad de Texcoco y á la buena marcha de
los negocios públicos, el monarca de Méjico, Moctezuma
se veia precisado á prepararse para la lucha.
El temible Cuauhtlatoa, tercer rey de Tlatelolco; el
mismo á quien vimos confederarse con los señores de los
territorios inmediatos cuando proyectó asesinar el rey Itz-
eoati, con el fin de apoderarse de Méjico, volvió á concebir
el mismo pensamiento respecto de Moctezuma.
366 HISTO RIA D E M ÉJICO .

Desde que fracasó el plan puesto contra Itzcoatl, ambas


naciones se vieron con desconfianza, y la antigua enemis­
tad de los mejicanos y de los tlatelolcos, se aumentó de
una manera notable, hasta el grado de haber pasado m u­
chos años sin comunicarse, excepto algunos individuos del
pueblo que, furtiva y recíprocamente asistian al mercado,
por causas de comercio.
Sabedor Moctezuma de los proyectos de su vecino el
rey de Tlatelolco, se propuso sorprenderle cuando mas
confiado estaba en que iba á sorprender, y disponiendo su
ejército, asaltó con extraordinario brio la capital de su
contrario; hizo prisionero á su rey Cuauhtlatoa, y mandó
que le quitasen la vida. Dado aquel severo castigo al sagaz
rey de Tlatelolco, no quiso, por entonces, someter su Es­
tado á la corona de Méjico, y se contentó con hacer que
sus habitantes eligiesen por soberano al digno y moderado
Moquihuix.
Libre Moctezuma do su peligroso contrario y vecino,
se dirigió con sus tropas, para vengar la muerte cometida
en algunos de sus vasallos, al territorio de los cohuixcas,
situado al Sur de Méjico. Dispuestos sus habitantes ú com­
batir contra los mejicanos, lucharon denodadamente; pero
era imposible resistir al empuje de los tres poderosos alia­
dos, y vencidos al fin, añadió Moctezuma á la corona de
Méjico, los territorios de Yautepec, Tepoztlan, Huaxtepec,
Yacapichtla, Totolapan, Tlalcozauhtitlan, Quilapan ó Chi-
lapan, Ozlamantla, Coixco, Tlachmalac y otros muchos,
distantes los siete primeros, á cincuenta leguas de la cor­
te. Hechas estas conquistas, marchó inmediatamente hácia
el Poniente, y haciéndose dueño de Tzompahuacan, some-
CAPÍTULO X II I . -367
lió al dominio de los monarcas de Méjico, todo el vasto
país de los cohuixcas.
Enriquecido con el triunfo del botin, volvió Moctezuma
triunfante á la capital, llevando un número considerable
de prisioneros, que fueron sacrificados en honor de la divi­
nidad de la guerra ffnitzUopochtli.
Para asegurar la posesión de las provincias conquista­
das, quedaban en las principales ciudades, guarniciones
mejicanas, y á los señores de ellas se les exigia que vivie­
sen en Méjico durante cierta época del año, dejando en re­
henes al volver á sus territorios, algún hijo ó pariente en
su lugar. Con este sistema se afianzaba lo conquistado, y
la ciudad se embellecía con los palacios que levantaban los
señores feudatarios para vivir con la esplendidez que les
correspondía.
La grandeza y fausto de los reyes mejicanos fué cre­
ciendo á proporción que se ensanchaban mas y mas los
limites de su imperio.
La sencillez de los primeros monarcas se habia sustitui­
do con el lujo y el esplendor de una corte poderosa; y los
tributos de los pueblos, se aumentaron á medida que el
boato de los reyes y de los grandes crecia.
Moctezuma viendo levantar á los feudatarios de la coro­
na, residentes en la capital del reino, vastos y elegantes
palacios, mandó edificar para sí uno verdaderamente sun­
tuoso, poniendo la servidumbre bajo un pió de grandeza y
aparato hasta entonces desconocidos.
La fortuna sonreía á este monarca que se hallaba dotado
de las cualidades mas notables y elevadas.
Nueve años llevaba de encontrarse al frente de los des­
368 H IST O R IA D E M É JC O .

tinos de la patria, y la nación habia adquirido un ensan­


che asombroso, con las muchas provincias que con las ar­
mas había agregado á su imperio.
1446. Cuando mas risueña y próspera se presen-
Inundacion , , .. * „ -
de Méjico, taba á los mejicanos la fortuna, una funesta
calamidad les fué á sorprender en medio de sus glorias
militares y de sus prósperas conquistas.
Méjico, fundado sobre una ancha laguna, estaba ex­
puesta á sufrir grandes inundaciones, aunque hasta en­
tonces no habia sufrido ninguna. Pero en 1446, diez años
después de haber subido al trono Moctezuma, las lluvias,
sucediéndose sin interrupción y con abundancia excesiva,
aumentaron considerablemente el volumen de las aguas del
lago á donde iban á parar además todas las que descendían
de las montañas, y no pudiendo contenerse en su lecho,
se desbordaron por la ciudad, derribando algunas casas,
arruinando muchas, y anegando por completo, sin excep­
ción, todas las calles, por las cuales no se podía transitar
sino en canoas.
Se hace Pasada la calamidad con grandes pérdidas
^evitaHae™ Para la ciudad, Moctezuma, deseando preve-
inundaciones. nir el remedio á fin de que el daño no volvie­
se á repetirse, consultó con el sabio rey Nezahualcoyotl
sobre lo que seria conveniente hacer para librar á Méjico
de ser invadido por otra inundación. Nezahualcoyotl ma­
nifestó que lo preciso, en su juicio, era que se construyese
un gran dique en un punto que determinó, indicando al
mismo tiempo las dimensiones que debía tener para que
pudiese refrenar las aguas. Moctezuma adoptó inmediata­
mente el parecer del rey de Acolhuacan, y á fin de poner­
CAPÍTULO X II I , 369
lo sin pérdida de tiempo por obra, hizo que los pueblos de
Xochimilco, de Azcapozalco y de Coyobuacan, le suminis­
trasen algunos millares de estacas muy gruesas, mientras
á otros pueblos ordenó que condujesen toda la piedra ne­
cesaria para la construcción de la obra. Reunido el mate­
rial necesario, Moctezuma convocó á los habitantes de
Tacuba, de Colhuacan, de Tenayuca y de Itztapalapan,
para la ejecución de la importante obra, y atendido su de­
seo, los reyes mismos, los caciques, los señores y los mag­
nates fueron los primeros en estimular, con el ejemplo, á
sus vasallos, á emprender la obra concebida.
Es incalculable el número de miles de hombres que se
ocupó en la construcción del dique; pero merced á ese nú­
mero, la empresa quedó terminada en muy poco tiempo,
cuando, de otra manera, hubieran trascurrido muchos
años para darle fin. Tres leguas de largo y veintidós varas
de ancho tenia el dique; el cual se componia de dos sóli­
das estacadas paralelas, perfectamente aseguradas, cuyo
espacio medio se terraplenó sólidamente de piedras y de
arena. Grandes dificultades se presentaron para poder tra­
bajar dentro del lago, y muy particularmente en aquellos
sitios en que Labia mucha profundidad; pero la constan­
cia, la industria y el empeño las vencieron todas, y el di­
que se vió terminado, y la ciudad preservada, aunque no
del todo, de nuevas inundaciones, puesto que de estas no
le han podido salvar ni las grandes ohras hechas después
de la conquista por los españoles, y practicadas por los
mas insignes ingenieros europeos.
Queriendo los chalqueses aprovecharse de los .trabajos
emprendidos por Moctezuma, creyendo que aquel era el
370 HISTO RIA D E M É JIC O .

momento mas oportuno para sacudir el yugo de los meji­


canos, se rebelaron empuñando las armas; pero nada con­
siguieron. El monarca de Méjico salió contra ellos, y
después de un reñido combate, los chalqueses fueron ven­
cidos, aunque la victoria les costó á los vencedores algunos
buenos capitanes.
Oficíales de Reprimidos y sujetados de nuevo, Mocte-
guerra, Z J ’
órdenes milita- zuma volvió á Méjico, donde se ocupó de re -
“ 7 parar los males que la inundación liabia cau-
los pruerreros, s a ¿ 0 en ja ciudad, de embellecer el temulo de
y vestido A
UiálzibpocMli, y de poner bajó un pié bri­
marcial dci rey.
llante el ejército, pues la carrera de las armas era entre
as naciones del Anáhuac, la mas honrosa y distinguida.
E ntre los mejicanos, ningún príncipe podía ser rey, si an­
tes no habia servido'en el ejército, dando pruebas de peri­
cia y de valor. El númen predilecto era el de la guerra,
que estaba reputado como el defensor de la nación; y aun
en la otra vida se juzgaba que alcanzaba privilegiado lu­
gar el que habia servido á la patria con las armas, gloria
que se centuplicaba si moría luchando en defensa de ella.
Los Estados pequeños para defender su independencia, y
los mayores con el objeto de hacerse obedecer de los se­
ñores tributarios, nocesitaban del ejército como elemento
indispensable de su existencia política. No es de extrañar­
se, por lo mismo que, reinecitos insignificantes en terreno,
presentasen ejércitos numerosos. Las armas eran general­
mente el argumento que resolvía todas las cuestiones, y
conociendo su importancia, los padres de familia procura­
ban inspirar valor á sus hijos, les instruían en el manejo
de ellas desde la niñez, les acostumbraban á sufrir grandes
CAPÍTULO X II I . 371
fatigas, y les hacían practicar ejercicios propios para el
desarrollo y fortaleza del cuerpo.
A esa escuela constante de las armas á que los mejica­
nos se dedicaron con empeñoso afan, debieron el salir de
la esclavitud de los colimas, el sacudir mas tarde el yugo
de los tepanecas, y por último, la gloria de haber sujetado
á la corona de Méjico á los reyes y señores de quienes
poco antes eran tributarios.
El rey Itzcoatl, adiestrando á su ejército, había sacado
á los mejicanos del estado de humillación á que los mo­
narcas de Azcapozalco les tenían reducidos; hizo siervos
á los que eran sus señores; hizo tributarios de los mejica­
nos, á los que poco antes pagaban estos tributos; y con
las armas colocó á su reino á uua altura suprema entre
las demás del Anáhuac.
Moctezuma que le sucedió en el gobierno, ensanchó y
engrandeció también, por medió de las armas, el reino
que regia, y comprendiendo que con ellas únicamente po­
dría mantener lo conquistado y aumentar el esplendor de
su grandeza, se dedicó, con particular esmero, á las aten­
ciones del ejército y al brillo de las armas.
En la esclarecida carrera de la milicia, la primera dig­
nidad era la de general, y de esta graduación, aunque di­
ferentes en categoría, había cuatro en el ejército. El prin­
cipal, el que tenia la autoridad suprema, se llamaba ila-
cochcalcatl, que significa balitante de la armería ó de la
casa de los dardos. Los nombres con que se designaba á
los otros tres eran, atcmpanecatl, ezJmacatecatl y tlillan-
calqui, que se ignora si estaban subordinados al primero,
ó tenían autoridad independientemente de él. E l nombre
3 72 HISTORIA. DE M É JICO .

que tenían los demás jefes del ejército era el de capitanes;


pero en esto nombre se incluían todas las graduaciones de
la oficialidad, desde la inmediata al general, basta la me­
nos importante, y lodos ellos mandaban un número mas ó
menos mayor de gente.
Todas las cuestiones relativas á la guerra, se trataban
detenidamente en un consejo compuesto de los generales
mas distinguidos, presidido por el rey. Cuando la opi­
nión del monarca y de la mayoría se manifestaba por re­
currir á las armas en caso de no recibir satisfacción á la
ofensa recibida, se emdaban embajadores, exigiendo de la
nación enemiga, que recibiese los dioses mejicanos y se
declarase feudataria de la corona de Méjico, pagando el
tributo que se le señalaba. Si la proposición no era admi­
tida, se mandaba una declaración de guerra ó se desafiaba
al combate. Toda provincia conquistada, quedaba obligada
al servicio militar siempre que fuese necesario, lo mismo
que al pago de los tributos.
Los monarcas aztecas, con el objeto de estimular el es­
píritu guerrero y dar á la carrera de las armas eL mayor
brillo y esplendor posibles, crearon tres órdenes militares
para premiar los servicios de los guerreros que llegaban á
distinguirse por sus heroicos hechos. Estas tres órdenes se
llamaban Achcav.hlin, Cuauhtin y Ocelo, ó lo que es lo
mismo, príncipes, águilas y tigres. Cada una de las referi­
das órdenes, disfrutaba privilegios especiales, usaba insig­
nias peculiares, y todas tenían en sí mismas, individuos que
se distinguían por el lugar preferente que ocupaban. E n­
tre los que pertenecían á la primera órden, los mas nota­
bles eran los conocidos con el nombre de cuachictin. Lie-
CAPITULO x m . 373
-vaban éstos atado el cabello en la coronilla, con un cordon
de un rojo encendido, del cual pendían blancas borlas de
algodón, cu jo número era igual al de acciones heróicas
en que el que las llevaba se habia distinguido. Era una
condecoración que se consideraba de la mas alta estima, y
que los rejes mismos se envanecían de llevarla. La órden
de los tigres usaba una armadura imponente j séria, ma­
tizada de las variadas manchas que cubren la piel de la
llera cuyo nombre habían adoptado; y la de las águilas,
vistosos y pintorescos trajes, adornados de pedrería, j be­
llísimos penachos formados de las ricas plumas de la reina
de las aves. Unicamente cuando marchaban á la guerra
usaban los brillantes vestidos mencionados, pues en la
corte, toda la oficialidad llevaba un traje llamado tlach-
moAÜi'co, de fina tela de algodón, tejida de varios colores.
A nadie le era permitido llevar insignias de oficiales,
mas que á los militares aguerridos, acreditados por su va­
lor en los combates. Los que por primera vez salían á
campaña, iban vestidos con un ropon blanco, hecho de lela
de maguey (pita); y solo cuando con sus hechos acredita­
ban su valor, les cambiaban aquel traje por otro altamente
honroso, que se llamaba tcncaliu-liqui. La observancia de
esta regla era inquebrantable, cualquiera que fuese la ca­
tegoría del individuo que entraba en la milicia; y ni aun
los mismos príncipes podían llevar otro vestido hasta no
haberse dado á conocer por alguna distinguida acción en
algún combate. Las órdenes militares no solamente se dis­
tinguían por el traje, sino también por las habitaciones
■que ocupaban en el palacio real cuando daban la guardia.
A todas ellas les era permitido engalanarse con joyas de
374 HISTO RIA D E M É JICO .

oro y plata, vestirse de telas finas en la corle y usar ex­


quisitas fajas, diferentes de las que llevaba el pueblo, cosa
que á los soldados les estaba prohibida mientras no hubie­
sen alcanzado algún ascenso por sus acciones. Además de
los trajes que servian para distinguir á todos los que des­
empeñaban algún cargo militar, habia otro llamado tla-
caldtüiqui, que se destinaba á los valientes jefes que, en
los momentos críticos en que entraba el desaliento en las
filas, animaba á sus soldados haciéndoles entrar de nuevo
y con mas brio en el combate.
Todos los grados del ejército estaban reservados á la no­
bleza.
SI reclutamiento del ejército era sencillo, puesto que se
derivaba del principio de que todo hombre que podia m a­
nejar las armas, estaba obligado á pertenecer ;í el.
Los jefes y señores, feudatarios estaban obligados á su­
ministrar un número de tropas, á cuya cabeza marchaban
ellos, siempre que el monarca lo exigía.
Respecto del rey, el fausto con que marchaba á campa­
ña era notable.
No existiendo caballos ni animal ninguno que pudiese
conducir á un hombre encima, el rey era llevado en lujo­
sas andas adornadas de oro y pedrería, en hombros de sus
nobles, que se iban remudando de cuatro en cuatro en dis­
tancias convenidas. La armadura que vestia, presentaba
además de la consistencia y la belleza, el lujo y la riqueza.
Encima de esta armadura de un trabajo exquisito, ostentaba
unas insignias especiales que denunciaban su ilustre cate,
goría: ricos brazaletes llamados matemeatl> con profusión
de figuras de oro y pedrería adornados, cubrían la mitad de
CAPÍTULO x u r . 375
sus brazos, y brillantes pulseras nombradas matzopezÜi,
ostentando profusión de piedras preciosas, adornaban sus
muñecas. Para evitar que una flecha 6 el golpe de una
piedra dirigida por certera honda le hiriese una pierna,
calzaba lujosos borceguíes, cozdmatl, cubiertos de láminas
delgadas de oro; una valiosa cadena ó collar, también de
oro, que se conocia con el nombre de cozcapctlatl, adornaba
su cuello; en el labio inferior llevaba una esmeralda en­
garzada en oro, cuyo nombre particular era tentell: visto­
sos pendientes, llamados nacochtli, también de oro y de
esmeraldas, colgaban de sus orejas; y en la corona que
cubria su cabeza, y que tenia, como he dicho anteriormen­
te, la forma do una mitra, ondulaba al halago del viento,
un lindo penacho de brillantes plumas que le caían sobre
la espalda, y que era conocido con el nombre de cua-
clrictli.
Todas las naciones de Anáhuac ponían cuidadoso esme­
ro en que las insignias diesen á conocer inmediatamente
la categoría de las personas, y muy especialmente en los
momentos de una batalla.
Las armas asi ofensivas como defensivas que usaban los
mejicanos y los diversos reinos establecidos en aquella re­
gión, eran varias, y muchas de las primeras, m uy temi­
bles. El arma defensiva de que iban provistos nobles y
plebeyos, jefes y soldados, el ejército entero en lin, era el
escudo llamado diimalU, cuya forma variaba según el
guste del que dos hacia, pero que generalmente era re­
donda.
Nada podía darse mas pintoresco que el traje de los
guerreros de superior graduación. Llevaban gruesas cotas
376 H ISTO RIA DB M É JICO .

de algodón acolchadas, llamadas ichcahuepilli, impenetra­


bles á la aguda punta de la flecha de los indios, á la vez
que ligeras para evitar la fatiga en las marchas. Encima
de estas cotas que defendían el pecho y la espalda, se co­
locaban otra armadura que les cubría además, la mitad de
los brazos y de los muslos. Los jefes principales y los se­
ñores, cifrando su mayor placer en la brillantez y riqueza
de sus arreos militares, ostentaban corazas hechas de lá­
minas delgadas de oro y plata, y lujosas capas de exquisi­
tas plumas sobre los hombros. Para resguardar la cabeza
como resguardaban el cuerpo, la metían en yelmos de ma­
dera que imitaban las cabezas de animales foroces, como el
león, el tigre, la pantera, ó la serpiente, con la boca
abierta y enseñando los dientes, inflamadas lasnarices y cen­
tellantes de ira los ojos, con el objeto de inspirar terror en
los contrarios. Encima de estos espantosos yelmos pintados
todos de los mas vivos colores, llevaban grandes penachos
de preciosas plumas, para aumentar así notablemente la
estatura y realzar al mismo tiempo la persona. Los escu­
dos que empuñaban con gracia en su mano izquierda, eran
hechos de láminas delgadas de oro, de plata ó de bronce,
de grandes conchas de tortugas, guarnecidas de algún
rico metal, y no pocas veces de cuero de venado, de león,
de tigre, y de ricas telas cubiertas de resinas elásticas y
adornadas de oro, plata y esmeraldas.
Como no habia uniformidad en el tamaño de los escudos,
y cada individuo, como he dicho, lo mandaba hacer á me­
dida de su gusto, habia algunos con los cuales el guerrero,
se cubría todo el cuerpo durante el combate, y que cuando
avanzaba, retrocedía ó marchaba, lo doblaba por la mitad
CAPÍTULO X II I . 377
y lo colocaba debajo del brazo. Estos colosales escudos eran
hechos de tela y materias resinosas elásticas.
Para los simulacros de guerra, pero de ninguna mane­
ra para las batallas, usaban los nobles, escudos muy
pequeños y vistosos, adornados de escogidas y brillantes
plumas.
Para poder distinguir unas compañías de otras, los no­
bles y los oficiales llevaban una insignia especial que evi­
taba toda equivocación.
Los soldados iban desnudos, sin mas vestido que una
faja que usaban para cubrir sus pudencias ; pero se pinta­
ban el cuerpo de diversos y vivísimos colores, imitando el
traje que mas les agradaba. Los escudos que llevaban eran
de unos palos flexibles y duros á la vez, llamados otatli, 6
bien de cañas igualmente sólidas y flexibles que se sujeta­
ban con hilo muy grueso de algodón, cubriéndolos de
plumas, concillando así la suficiente resistencia con la li­
gereza.
Las armas ofensivas que usaban, y en las cuales se
manifestaban altamente diestros, pues estaban enseñados
á manejarlas desde la niñez, eran la espada, la maza, la
honda, el arco, la flecha, la lanza, la pica, el dardo y la
vira. (1)
Los arcos, que eran de una madera fuerte y elástica,
los usaban generalmente muy grandes, y habia muchí­
simos cuya cuerda hecha de nervios de animales y de
pelo de ciervo, hilado, tenia cinco piés de largo. Las puntas
de las flechas eran de agudo y duro pedernal, ó de itztli,

(1) Se da el nombre de vira &una especie de saeta delgada y de punta muy


aguda: se la llamo asi, de tí$¡ por la mucba fuerza con que se arrojaba.
378 H ISTO RIA DB M É JIC O .

de hueso muy afilado, ó de alguna espina fuerte y gruesa


de enormes peces. Su puntería era certera, y rara vez se
desviaba la flecha del punto á donde habia sido dirigida. La
misma seguridad y destreza manifiestan hasta el dia en el
manejo de esa arma, las tribus salvajes de indios que habi­
tan junto á las fronteras de la actual república mejicana,
y en cuyos pueblos fronterizos suelen hacer algunas ir­
rupciones.
El dardo mejicano, llamado tlacochlli, no se diferenciaba
de la flecha sino en que se arrojaba atado con una cuerda
para poderlo arrancar después de haber herido al contra­
rio, mientras las flechas se disparaban sueltas.
Otra de las armas favoritas era la honda, que la mane­
jaban con admirable destreza, y con ella arrojaban piedras
durísimas, cuyo golpe muchas veces era mortal.
Sin embargo, nada era mas temible que la denominada
espada por los españoles, y que los mejicanos llamaban
ínacahuül. Venia á ser un recio bastón de vara y tercia de
largo y cuatro dedos de ancho, que lo llevaban atado al
brazo con una cuerda, con el fin de que no se escapase de
la mano al estar combatiendo. Por una y otra parte del
bastón se veian adheridos á él, trozos agudísimos y cor­
tantes de piedra ztzóU, pegados de una manera inseparable
por una goma resinosa llamada laca. Nada habia que re­
sistiese al golpe primero del mucahuitl, cuyos afilados
pedernales separaban instantáneamente del cuerpo, el
brazo, pierna 6 cuello en que daba. La potencia del filo
de esa arma la conocieron los soldados de Hernán Cortés,
que vieron cortar alguna vez con ella, de un solo tajo, la
cabeza de un caballo en el combate. Pero evitado el pri­
CAPÍTULO X III. 379
mer golpe, parándolo con destreza, el arma valia ya muy
poco, pues embotado el filo de los pedernales, solo podía
causar ya los efectos de un simple bastón.
Usaban también mucbo en los combates, las lanzas y la
maza. Aquellas tenían la punta, no de hierro, porque era
desconocido entre ellos, sino de cobre diestramente traba­
jado ó de cortante pedernal. La segunda era semejante á
la clava antigua, pues engrosando desde la empuñadura,
remataba en abultada cabeza llena de cortantes puntas de
itztli y de cobre.
En ninguna de las naciones de Anáhuac se hizo jamás
uso de las flechas envenenadas, pues siendo su afan hacer
prisioneros para sacrificarlos á sus dioses, no podían de­
sear que los heridos que caían en su poder, dejasen de vi­
vir, privándose así de verter su sangre en los altares de
sus divinidades.
Todos los soldados iban generalmente armados de arco,
flechas, honda, espada y dardo.
Los ejércitos estaban fraccionados en cuerpos de ocho
mil hombres, y cada cuerpo en compañías de trescientos
soldados, cada una con sus jefes respectivos. Todos los
cuerpos y compañías Lenian sus estandartes y divisas par­
ticulares ; pero había uno, que era el principal, pertene­
ciente á todo el ejército, donde se ostentaban las insignias
y las armas del Estado, hechas de oro, de plata ó de p lu ­
mas. Este estandarte nacional, que tenia alguna semejanza
con el signim de los romanos, le tocaba conducirlo al gene­
ral en jefe, ó bien á otro personaje de alta graduación en
el ejército. El asta, iba atada á la espalda del personaje que
lo llevaba. De esta manera le era imposible al enemigo
380 HISTO RIA DR M É JIC O .

apoderarse del estandarte sin liacer primero pedazos al jefe


que lo tenia. La bandera de los mejicanos llevaba por in ­
signia una águila en actitud de lanzarse sobre un tigre, y
siempre la colocaban en el centro del ejército durante la
batalla.
En los combates, mas gloria adquiría el soldado por el
número de prisioneros que hacia, que por el de enemigos
que mataba. Lo primero era visto como un bien para el
Estado y para la religión, puesto que proporcionaba escla­
vos al primero y víctimas á los dieses ; mientras lo segun­
do solo daba por resultado la muerte de algunos enemigos.
Por eso en la guerra ora castigado con la pena de muerte,
el que le quitaba á otro su prisionero ó le ponía en li­
bertad.
Lo temible cuando se rompían las hostilidades entre
dos naciones, era la loma de una plaza por asalto. El in ­
cendio, la destrucción y el exterminio, sin excepción de
edades ni de sexo, sucedían al triunfo. Por eso la primera
precaución de los sitiados era poner en seguro á sus m u­
jeres, á sus hijos y á los ancianos, enviándoles á los mon­
tes hasta ver el término del asódio.
La táctica que tenían, aunque estaba muy lejos de m e­
recer el nombre de ciencia, era sin embargo suficiente
para aquellas naciones, cuyo ejercicio ordinario puede de­
cirse que era la guerra. Nunca acometían sino cuando la
señal del combate habia sido dada por el sonido de un
tamboril que llevaba á la espalda el general ó el rey, ó por
los instrumentos bélicos. El soldado que atacaba á sus
contrarios antes de darse esa señal, pagaba con la vida su
falta.
CAPÍTULO XIII. 381
Dado el toque de guerra, avanzaban entonando himnos
guerreros y lanzando gritos espantosos, simulando diri­
girse á un punto para cargar vigorosamente á otro: ora
atacando con indecible furia, ora retirándose cautelosa­
mente; ya emprendiendo la fuga determinados cuerpos
para atraor á los enemigos á una emboscada; ya avanzan­
do una parte del ejército por el centro, mientras el resto
flanqueaba las posiciones contrarias. No era una batalla
sin plan ni combinación, sino hecha con el mayor órden y
observando una disciplina rigorosa. El historiador Anóni­
mo que presenció las acciones de guerra al verificar H er­
nán Cortés la conquista de aquellos países, dice «que era
un hermoso espectáculo verles marchar al ataque movién­
dose todos alegremente y en admirable órden.»
La ordenanza señalaba castigos muy sevoros por la fal­
la mas leve. La desobediencia á las órdenes de los jefes;
el robarle á otro el bolin ó el prisionero hecho en cam­
paña y el abandonar sus banderas, se pagaban con la
muerte.
E n la ejecución do las penas impuestas por la orde­
nanza á los tranagresores, eran inflexibles los monarcas,
cualquiera que fuese la categoría del transgresor. Uno de
los últimos soberanos de Texcoco hizo que se aplícase la
pena de muerte á dos de sus hijos, después de haberles
curado de las heridas recibidas en el combate, por haberse
apropiado los prisioneros de otro. (1)
A fin de inflamar el espíritu guerrero, el ejército tenia
su música militar. Los instrumentos, mas á propósito para

(1; Ixtlilsochitl, Hist. cilich. M. S.


HISTO RIA D E M É JICO .

meter ruido que para producir armonías, se componian de


caracoles marinos, tamboriles y trompetas.
Todas las plazas de alguna importancia, muy especial­
mente las que se bailaban en las fronteras, presentaban
obras de defensa, que llamaron la atención de los españo­
les. Las fortificaciones eran espesos muros con parapetos,
estacadas y fosos, siendo los puntos mas fuertes por su so­
lidez y por la manera con que estaban dispuestos, los ico-
callis, que venían á sor otros tantos castillos dentro de las
poblaciones. La muralla que defendía la ciudad de Cuauh-
quechollan, consta que tenia veinte piés de altura y doce
de espesor, y que estaba construido de piedra y cal.
Mas notable aun era el atrincheramiento militar de Xo-
cbicalco, que se halla al Suroeste de la ciudad de Cuerna-
vaca, próximo á Tetlama. Monumento digno de ser visita­
do por los amantes al estudio de los objetos que revelan el
adelanto de los pueblos antiguos de aquella parle del mun­
do y de las sociedades pasadas. Es un collado que tiene
117 metros de elevación, aislado, formando cinco cuerpos
ó plataformas defendidas por parapetos hechos de cal y
piedra, formando el todo una pirámide truncada, cuyos
cuatro lados, que miraban á los cuatro vientos cardinales, se
encuentran perfectamente orientados. Llaman la atención
por la maestría con que están cortadas, las piedras de pór­
fido con base de basalto, llenas de figuras gcroglíficas re­
presentando hombres sentados en el suelo con las piernas
cruzadas, como los orientales, y grandes cocodrilos arrojan­
do agua á larga distancia. Este collado atrincherado, se ve
cercado de fosos; y la gran plataforma que ostenta el cu­
rioso monumento, tiene 9,000 metros cuadrados, dejando
CAPÍTULO X III. 383
ver los restos de un reducido edificio de forma cuadrada,
que revela haber sido el punto último en que los defenso­
res que lo guarnecían, hicieron una resistencia heróica.
No menos importante que las fortificaciones referidas
eran otras de que nos han dejado noticia los conquistadores
españoles, figurando entre las de primer orden, la gran
muralla de seis millas de largo que los tlaxcaltecas, para
defenderse de las invasiones de los mejicanos, levantaron
en los confines de la república, ocupando el intermedio de
dos montañas.
1458. s eis aj[0s Rabian trascurrido desde la inun-
Hambre en .
Méjico. dación de Méjico, y la monarquía mejicana
se había consolidado mas y mas en todo ese tiempo, y sus
rentas habían crecido, y su ejército había mejorado, cuan­
do otra calamidad mas funesta que la inundación de 1446,
llegó á llenar de aflicción á sus habitantes.
Perdidas casi por completo, á consecuencia de fuertes
heladas, las cosechas de maíz en los años de 144S y 1449,
y por falta de agua la de 1450 y 1451, la población se en ­
contró, en 1452, sin aquel grano de primera necesidad para
su alimento, pues el trigo no se conocía como tengo dicho.
El hambre se dejó sentir bien pronto con todo su rigor y con
todas sus horribles consecuencias. Gran número de gente
del pueblo, sin encontrar un pedazo de pan que llevar á
la boca, transitaba macilenta y flaca por calles y caminos,
en solicitud de algo con que restaurar sus desfallecidas
fuerzas. Afligidas madres, estrechando á sus tiernos hijos
contra su pecho, fallecian de necesidad, dando el último
alimento que habían conseguido, á los frutos de su amor,
cuya vida preferían á la suya. Los hombres y las mujeres
384 H ISTO RIA D E M É JIC O .

marchaban á otras naciones vecinas para vender su liber ­


tad, y se hacian esclavos por alcanzar lo muy preciso para
alimentarse y no morir; y los ancianos y los enfermos, que
no podian marchar á otros países para venderse, ni recor­
rer las calles buscando lo preciso, sucumbian víctimas del
hambre.
El monarca Moctezuma y los principales magua tes,
abrieron sus graneros para socorrer á sus vasallos; pero
todo se agotó en un instante. Afligido el rey con la des­
gracia de sus súbditos, y viendo que no le era dado de
manera alguna remediarla, les permitió que se marchasen
á otras naciones para que no pereciesen de hambre en la
suya. Muchísimas personas fueron las que emigraron, y
muchas las que murieron de necesidad en los caminos an­
tes de llegar al término de su viaje. Casi todas las que lle­
garon, viéndose expuestas á morir de hambre, vendieron
su libertad, por un poco de maíz.
El monarca Moctezuma, viendo que la necesidad les
obligaba á gran número de personas á venderse por la
mezquina subsistencia de dos ó tres dias, mandó, por me­
dio de un bando que hizo publicar, que ninguna mujer se
vendiese por menos de cuatrocientas mazorcas de maíz,
ni hombre ninguno por menos de quinientas.
En medio de aquella desolación producida por el ham ­
bre, la gente infeliz del pueblo se vió precisada á alimen­
tarse de raíces, de yerbas, de moscos, de insectos, de aves
acuáticas y de pececitos de la laguna, como los primeros
fundadores de la ciudad.
Por fortuna el año de 1453 fué mas abundante, y ha­
biendo sido aun mejor el de 1454, la nación volvió ó go­
CAPÍTULO X II I . 385
zar de las comodidades de los buenos tiempos, y la calma
volvió al seno de las familias.
Nuevas No bien empezaban los mejicanos á ver cu-
conquislas . A 0
«ic Moctezuma, bierlos sus campos de abundantes maizales y
de toda clase de hortaliza y de verduras, cuando les fué pre­
ciso empuñar las armas para llevar la guerra á un poderoso
contrario que la provocaba. Atonaltzin, señor de la ciudad
de Coaxllahuacan y del Estado del mismo nombre, en el
país de los mixtecas, por mala voluntad hócia los mejicanos,
cuyas glorias despertaban su envidia, prohibió que nin­
guno de b s últimos pasme por su Estado, para cualquier
parte que fuese y el negocio que llevase. Esta orden la
hacia cumplir con todo rigor; y cuando algún mejicano,
porque no tuviese conocimiento de ella, ó por circunstan­
cias ajenas á su voluntad, pasaba, se veia insultado, pre­
so y maltratado.
Moctezuma, disgustado altamente contra aquella arbitra­
riedad que perjudicaba los intereses de sus vasallos y ofen­
día la dignidad de su nación, envió una embajada al or­
gulloso Atonaltzin, pidiéndole satisfacción de las ofensas
hechas á sus. vasallos y la derogación de la orden injusta
que les negaba transitar por su territorio, ó que de lo contra­
rióle declaraba la guerra. Atonaltzin que estaba preparado
para ella, y que contaba con fuerzas numerosas, por ser su
señorío muy poblado y poderoso, recibió á los embajadores
con desden, y mandó traer á presencia de ellos parte de
las riquezas que tenia. Hecho esto, se las entregó álos en­
viados, encargándoles que dijesen á Moctezuma que por
aquel presente que le enviaba, podría deducir lo mucho
que él recibía de sus vasallos; y el alto grado de adhesión
386 HISTO RIA D E M ÉJICO .

que le consagraban; que señor que así es querido, nada


teme ele otra nación; que, en consecuencia, admilia la
guerra, y que en ella se resolvería la cuestión de si los
mejicanos habían de ser tributarios de él, ó el Estado de
Coaxllahuacan, de los mejicanos.
Recibida esta arrogante contestación, Moctezuma pidió
á los reyes de Acolhuacan y de Tacuba, sus aliados, un
número de fuerzas que juzgó suficientes, y unidas á las
mejicanas, las envió, bajo el mando deunespertogeneral,
contra el señor de Coaxllahuacan.
E l ejército contrario, fuerte y numeroso, y mandado por
el mismo Atonaltzin, esperó ó los mejicanos en la fron­
tera, ocupando posiciones ventajosas. I/U batalla se dio.
combatiendo por una y otra parlo con indecible arrojo:
pero atacados de repente los mejicanos con ímpetu terrible
por los mixtéeos, no pudieron resistir el choque, y des­
hechos y acosados por todas partes, se vieron precisados
á retirarse, abandonando la empreso.
Moctezuma, al recibir la fatal noticia de la derrota, resol­
vió marchar él mismo al frente de todo su ejército, para
recobrar el brillo do sus armas y dejar bien puesto el ho­
nor de su corona. Dispuesto cuanto era necesario para la
campaña, y acompañado de los reyes Nezahualcoyolly To-
loquihualzin, que quisieron ir con el ejército que cada uno
le proporcionó, marcharon los tres soberanos ú llevar la
guerra á los mixtéeos.
Orgulloso Atonaltzin con el triunfo alcanzado, y no du­
dando, desde el momento do la victoria, que Moctezuma
trataria de enviar nuevas tropas, se preparó á recibirlas, y
con el fin de asegurar el triunfo, envió embajadores ¡i los
CAPÍTULO X III. 387
tlaxcaltecas y huexolzingos. invitándoles á una alianza y
pidiéndoles auxilio. Los tlaxcaltecas, que eran enemigos
irreconciliables de les mejicanos, y que anhelaban atajar
los conquistas de éstos, enviaron inmediatamente un
grueso ejército en favor de Alonaltzin, y lo mismo hicie­
ron los huexolzingos.
Lo primero que hicieron fué dirigirse sobro Tlacli-
quiaulico, pueblo de la Mixleca, en que Labia una fuerza
mejicana que allí se detuvo después de pasada la batalla,
quedándose en posesión del pueblo. Los tlaxcaltecas y
huexolzingos se arrojaron sobre la guarnición mejicana y
degollaron á todos los soldados que la componían.
Irritado Moctezuma contra sus enemigos, apresuré su
marcha para llegar pronto á la Mixleca, en cuya frontera
le aguardaba ya Alonaltzin con su ejército y el de los tlax­
caltecas y huexolzingos. El combate fué mucho mas tenaz y
sangriento que el pasado, pero fatal para los mixtecas, que
fueron completamente derrotados, pereciendo casi lodos á
manos de los mejicanos, que les persiguieron con tenaci­
dad. Muy pocos fueron los soldados mixtecas, tlaxcaltecas
y huexolzingos que pudieron salvarse, y Alonaltzin, vién­
dose perdido, se rindié á Moctezuma. Ganada la batalla y
lomada la ciudad de Coaxlluhuacan, ésta y ledo el Estado
reconoció por dueño al monarca de Méjico, de quien en lo
sucesivo fueron tributarios. Triunfante Moctezuma de sus
enemigos, y queriendo aprovechar aquellos instan Les opor­
tunos en castigar á otros pueblos que se liabian distinguido
en hacer daño ú los mejicanos transeúntes y correos en
tiempos de paz, siguió adelante y se apoderó de Toclitepee,
Tzapollan, Tolollan y Cliinaulla.
388 H 1ST0U IA D E M ÉJICO .

(largado de ricos despojos y con uu considerable núme­


ro de prisioneros destinados para el sacrificio, volvió el
ejército mejicano á su ciudad, donde Moctezuma premió ó
los que se liabian distinguido en la campaña.
Dos años después, por causas iguales á las que provo­
caron la guerra de los mixtecas, se vio precisado Mocte­
zuma á ir contra las ciudades de Cozomaloapan y Cuauh-
lochco, á las cuales, después do conquistarlas, les hizo sus
tributarias.
145V Pasado algún tiempo de las señaladas vic-
Conquísta do ía lorias que dejo referidas, Moctezuma, por
provincia do . .
Cotasta causas que se ignoran, se vio precisado a cm-
por Moctezuma. pren¿|ei. una expedición contra la provincia
de Cuclladitlan, ó sea Cotasta, que se liallaba en la costa
del seno mejicano. La expresada provincia estaba habitada
por los ohr.ecas, á quienes, como dijimos en otra parte,
arrojaron los tlaxcaltecas del territorio que poseían. Los
olntecas eran gente de valor y liabian logrado poner la
provincia de Cotasta bajo un pió de abundancia notable.
Comprendiendo, sin embargo, que para conjurar la tor­
menta que les amenazaba, no tenían un ejército que pu­
diese competir en número con el que enviase el monarca
de Méjico, pidieron auxilio á los hucxolziugos y tlaxcal­
tecas. cuyo odio húcia los mejicanos conocían. Lcs.huexol-
zingos, no solo contestaron favorablemente, sino que con­
siguieron hacer enlrar en la liga ;í los cliolulcses, sus veci­
nos. Puestas de acuerdo las tres repúblicas de Tlaxcala.
Hucxolzingo y Cliolula, enviaron reunidos sus ejércitos en
auxilio de los cotasteses.
Conociendo Moctezuma lo difícil de la empresa, dispu­
CAPÍTULO X III. 389
so mía gran división, compuesta de los soldados de las dos
naciones amigas, que, unidos á les suyos y á los que pi­
dió á los Estados tributarios, formaron un ejército nume­
roso. Toda la nobleza de Méjico, de Texcoco, de Tacuba
de Tlatelolco se alistó en la expedición. Lo mas grana­
do de la grandeza se encontraba en aquel ejército, que se
disponía ó destruir el poder de los habitantes de Colasla.
El valiente Moquihuix, rey de Tlatelolco, que sucedió en
el trono al desventurado Cuauhtlaloa, afanoso de gloria, era
uno de los principales personajes que iba en aquella expe­
dición. También brillaban en ella, el general Axayacail,
T ízoc y Aliuitzotl, hermanos los tres, los cuales pertene­
cían á la familia real de Méjico, y qué, mes tarde, ocupa­
ron sucesivamente el trono. Junto á ellos, y dominados
del mismo entusiasmo bélico, se veia á los caudillos de
Teuayuca, de Colhuacan y de otras regiones, esperando,
impacientes, el momento do marchar al combate.
El dia de partir llegó por fin, y el ejército salió, que­
dando Moctezuma en Méjico, ocupado en asuntos de go­
bierno. Cuando se pusieron en marcha las tropas, se igno­
raba la alianza hecha entre las tres repúblicas y los de
Colasla, asi es que, cuando llegó ú noticia de Moctezuma
la liga celebrada, despachó inmediatamente correos á los
generales de su ejército, ordenándoles quo regresasen á
Méjico. Vista la disposición de Moctezuma, los jefes confe­
renciaron sobre lo que seria conveniente hacer. Las opi­
niones fueron encontradas. Unos creían que se debía se­
guir la marcha, si en algo se estimaba la honra militar, y
otros juzgaban que la honra no quedaba empanada por
obedecer las órdenes del soberano. La opinión de los últi­
390 HISTORIA. D E M É JIC O .

mos se aceptó al íin como la mas arreglada al deber de los


leales y buenos vasallos, y las tropas se dispusieron á vol­
ver. Entonces Moquihuix, rey de Tlalelolco, que habia sido
de los que con mas calor habían manifestado que retroce­
der equivaldría á echar sobre la nobleza la infamante nota
de cobardía, exclamó colocándose al frente de sus vasallos:
«Vuelvan la espalda al enemigo los que carezcan de ánimo
para combatir y arrostrar el peligro : yo, que amo mas la
honra que la vida, avanzaré con mis tlatelolcos sobre los
contrarios, y alcanzaré el honor de la victoria.» Aquellas
palabras, y Ja heroica resolución del rey Moquihuix, iníla-
maron el corazón de todos los generales y de la nobleza,
los cuales á una voz exclamaron : « Marchemos al com­
bate./
Los colasteses, los tlaxcaltecas, los cholulesesy los liue-
xotzingos. esperaron reunidos, la llegada de sus contrarios.
El ejército mejicano, unido al de sus aliados, se dejó al
fin ver en Catasta, y la acción que se dió fué sangrienta.
Dudosa estuvo, por mucho tiempo, la victoria; pero al fin
se decidió por los mejicanos. Los colasteses y sus confede­
rados fueron completamente destrozados, y dejaron en po­
der de sus vencedores seis mil doscientos prisioneros. La
provincia de Colasla, temiendo la destrucción de sus pue­
blos, juró obediencia al rey de Méjico, quedando desde en­
tonces sujeta á la corona mejicana.
La victoria se debió, en gran pai te, al arrojo y buenas
disposiciones dictadas por el rey Moquihuix.
Los vencedores volvieron á Méjico llenos de abundantes
y ricos despojos, dejando en Cotasta una guarnición meji­
cana que mantuviese á los colasteses en la obediencia, y
CAPÍTULO X IH . 391
llevando, cu medio de sus lilas, á. los seis mil doscientos
prisioneros que el rey mandó que estuviesen bien tratados,
á fin de que disfrutasen de buena salud el dia en que se
celebrase la dedicación de un templo llamado Coaxicalco,
en cuya fiesta debían ser sacrificados.
Mientras los desgraciados prisioneros eran colocados en
sus jaulas para engordar y presentarse robustos al sacrifi­
cio, los ídolos que se habian capturado en las ciudades
conquistadas, se encarcelaban también en la espaciosa pri­
sión de las divinidades enemigas.
Pronto se terminó el templo Coaxicalco. construido para
guardar los huesos de las víctimas.
Los preparativos para el estreno, so hicieron con la ma­
yor minuciosidad, y los prisioneros destinados para ofre­
cer al dios Huitzilopochtli, fueron sacrificados en la dedi­
cación del teocalli.
Aunque Moctezuma miró con disgusto Ib desobediencia
:í sus órdenes, la olvidó al ver los buenos resultados de la
campaña; y posponiendo su amor propio al cariño de la
patria, premió generosamente á todos los que se habían
distinguido en servicio de ella. Al rey de Tlatelolco, cuya
autorizada yoz decidió á toda la grandeza íí seguir sin re­
troceder en la marcha emprendida, le dió en gratitud, por
mujer, á una hermosa prima suya, hermana de los tres
principes de que hice mención al hablar de los altos perso­
najes que se habian puesto al frente del ejército mejicano.
Moctczuma Queriendo Moctezuma castigar de alguna
prohíbe todo manera la república de Tlaxcala, por el fa­
comercio
con loa vor que constantemente prestaba á los enemi­
tlaxcaltecas. gos de Méjico, prohibió que ninguna pro-
392 HISTORIA. DE M ÉJICO ,

vincia de las á él sometidas, tuviese comercio con los


tlaxcaltecas. Carccian éstos de sal y de otras cosas muy
precisas, y se propuso hacerles padecer, ya que eran de­
masiado fuertes para llevarles la guerra. Los tlaxcaltecas
movieron todos los resortes para conseguir de pueblos le­
janos la sal que uecesitaban; pero temiendo aquellos á
quienes se dirigian, atraerse el enojo de Moctezuma, obser­
vaban exactamente la disposición dada por éste, y los tlax­
caltecas se vieron desde entonces precisados á lomar sus
alimentos sin sal. La prohibición de que se mantuviese
comercio con Tlaxcala, encendió mas y mas el odio de los
tlaxcaltecas contra los mejicanos; odio que existió vivo
hasta la conquista de Méjico por los españoles.
No bastaron todas las victorias hasta entonces alcanza­
das por Moctezuma, ni el engrandecimiento que las conti­
nuadas conquistas dieron á Méjico, á contener el espíritu
de independencia de algunos pueblos que habían sido su­
jetados á la corona de Méjico. Entre esos pueblos se con­
taban los habitantes de Chaico, siempre dispuestos á em­
puñar las armas para romper el yugo que les oprimía. Con
la mira de sustraerse al dominio del monarca de Méjico,
hicieron prisionero al señor de Ehccalepee, hermano del
mismo Moctezuma, y á varios mejicanos nobles que se
Los choiqueüos hallaban á su lado. El pensamiento concebido
unhennano Por l°s chalqueses fuó proclamar rey de Chal-
do Moctezumaá Co al ilustre prisionero que tenían, no du­
de ciios. dando que, con su admisión, se aseguraba el
respeto de Moctezuma hacia el territorio gobernado por su
hermano, y hacer que Clialco, libre de todo tributo, lle­
gase á ponerse al nivel de la ya potente ciudad de Méjico.
CAPÍTULO X III. 393
E l invitado hermano de Moctezuma, se negó por mucho
tiempo á admitir el honroso puesto con que se le invitaba;
pero temiendo que su negativa le atrajese el odio y la ven­
ganza de los que le ofrecían la corona, admitió la suprema
dignidad, manifestando que, con el íin de que al acto se le
diese toda la solemnidad que merecía, se colocase en me­
dio de la plaza un árbol de gigantesca altura hecho do ma­
dera, adornado de un tablado, en donde se presentaría
para hablar á sus nuevos vasallos y ser visto de todos
ellos.
Tíos chalqueses, contentos de la admisión, se apresura­
ron á satisfacer los deseos del oleelo monarca, y lodo se
encontró terminado en un espacio cortísimo de tiempo.
El personaje invitado á ceñirse la corona de Chuleo,
dejó á los mejicanos que le acompañaban, al pié del árbol,
y en seguida subió al tablado, llevando en la mano un ra­
mo de flores.
La multitud llenaba lodos los ámbitos de la plaza, ávida
de ver y do escuchar al hombre á quien habia brindado
con el cetro. El favorecido hermano de Moctezuma tendió
la vista desde la dominante altura sobre el inmenso pue­
blo, y dirigiéndose luego hacia los mejicanos que se halla­
ban al pió del árbol, exclamó con acento varonil y fuerte:
« Mejicanos, los chalqueses me han invitado á que acople
la corona de su nación ; pero yo no puedo admitirla. Nues­
tros diosos me libren del menor pensamiento de traición á
la patria ; y ellos me inspiran la resolución del sacrificio
de ini vida, para que con mi ejemplo aprendáis á tener en
mas la honra y el deber, que la existencia.»
Terminada esta breve alocución, el invitado á ser roy
394 H ISTORIA DE M ÉJICO .

Heroica de Ckalco, se arrojó de la inmensa altura


hermano*161 en <Iue se h ^ a h a , 5 Poco después yacía sin
«leMoctezuma, vida, tendido al pié del árbol.
Los chalqueses, indignados, se arrojaron sobre los me­
jicanos indefensos que allí estaban, y ú todos les mataron
con las puntas do sus lanzas.
Terminada la matanza y calmada la sed de sangre, la
reflexión ocupó el lugar de las ideas vengativas, y ella les
hizo pensar en que el acto que acababan de cometer, lo
procuraría vengar el monarca de Méjico. Preocupados
con esle pensamiento, y dados como eran á la supersti­
ción, al escuchar á la siguiente noche el cauto melancólico
de una ave nocturna, creyeron oir en aquel canto el triste
presagio de su próxima ruina.
Los hechos vinieron á arraigar mas y mas en ellos la
superstición, y hacerles ver como realidad las predicciones
de los agüeros.
Moctezuma, irritado por la muerte dada á sus vasallos,
y apenado por el fin trágico de su hermano, declaró inme­
diatamente la guerra á los chalqueses, mandó encender,
como señal de exterminio contra los enemigos, las hogue­
ras en la cima de los montes, y al frente de un numeroso
y aguerrido ejército, se dirigió á vengar las ofensas reci­
bidas. Los chalqueses resistieron un poco; pero fueron
deshechos completamente, y el ejército mejicano recorrió
toda la provincia, llevando el exterminio y la ruina á su
paso. El incendio, la muerte, la desolación, era el cuadro
que presentaba el territorio entero. La ciudad de ('«baleo
fué entregada á saco ; la provincia quedó casi despoblada ;
y los pocos que lograron salvarse huyendo á los montes y
CAPÍTULO X III. 395
ocultándose en las cavernas, se refugiaron eu Hucxotzingo
y en Atlixco, donde fueron acogidos con benevolencia.
Pasado el furor de la venganza, Moctezuma, movido á
compasión por la suerte de los desventurados prófugos, la
mayor parle ancianos, niños y mujeres, publicó un in­
dulto general, ofreciendo no hacer mal á ninguno, y ase­
gurándoles que podian volver á sus hogares donde serian
respetados. Muchos volvieron tranquilizados por la real
promesa y fueron distribuidos en Tlalmanalco, Amecame-
ca y otros pueblos; pero no faltaron algunos que, por des­
pecho, ó por no querer sufrir el dominio de sus vencedo­
res, prefirieron morir de hambre en las montañas.
Moctezuma después de dividir entre los capitanes que
mas se habían distinguido en la guerra, una gran parte
de la provincia de Chuleo, se volvió á Méjico, llevando un
crecido número de prisioneros y considerables despojos de
los vencidos.
A la anterior campaña siguió, poco después, otra no me­
nos favorable para las armas del rey de Méjico, en la cual
sus tropas conquistaron las ciudades de Tamazollan, Piaz-
llan, Xilolcpcc, Acallan y otros muchos pueblos.
■La fortuna empeñada en conducir al pueblo mejicano de
ventura en ventura y de conquista en conquista, le hizo
extender su mando á territorios distantes y ricos, que le
proveían de cuanto al gusto y al regalo produce la natu­
raleza. El poder de Moctezuma se extendía dominante y
respetado, por LevanLc, hasta el golfo de Méjico ; por S u­
deste, hasta el bello y vasto país de los mixlecas; por Me­
diodía mucho mas allá de la rica provincia do Cliilapan ;
por Sudoeste, hasta el centro del territorio de los olomites,
39G HISTO RIA H E M ÉJICO .

v por el Norte hasta dar fin al pintoresco y grandioso ra ­


lle de Méjico.
En el trascurso de cuarenta años que llevaba Méjico de
haber salido de la dependencia de los reyes tepanecas ven­
cidos por ltzcoatl, digno antecesor de Moctezuma en el
trono, su faz habia cambiado de una manera que hacia
imposible conocer el presente por el pasado.
Moctezuma, no menos atento á los progresos de la agri­
cultura, de las artes, de las ciencias y del embellecimiento
de la ciudad que á los de la guerra, habia fomentado lodos
los ramos útiles, y el país presentaba, por todas parles, el
risueño aspecto que imprimen en los pueblos la abundan­
cia y la gloria. Celoso de la buena administración de justi­
cia, adoptó muchas de las sabias leyes dadas por Nezaliual-
coyoll. Amante de su religión, edificó un gran templo a
la sanguinaria deidad de la guerra,'instituyó muchos ritos,
aumentó el número de sacerdotes, les repartió tierras de
las conquistadas para sostener con brillantez el culto, dió
creces al esplendor de su corle, y llegó á introducir en ella
un fastuoso ceremonial desconocido de sus antepasados.
Después de haher trabajado con empeño y fortuna por
el engrandecimiento de su nación, Moctezuma cayó gra­
vemente enfermo. Pronto comprendió que el término de
sus dias estaba muy próximo, y conservando hasta el pos­
trer "instante el deseo del bien de la patria, convocó á todos
los principales personajes de su reino, al sitio en que esta­
ba postrado. Reunidos allí para escuchar ú su rey, Mocte­
zuma pidió á los cuatro electores nombrados por la nobleza,
que eligiesen por rey al príncipe Axayacatl, en quien juz­
gaba concurrian todas las prendas que deben adornar al
CAPÍTULO X III. 397
hombre encargado de regir las riendas del Estado. En
aquella petición de Moctezuma recomendando la elección
del príncipe Axayacall, no habia un sentimiento de prefe­
rencia de simple afecto hacia determinada persona, sino
el sentimiento santo del bien de la patria. Axayacatl se
habia distinguido en los campos de batalla, y á la entonces
indispensable cualidad del valor, reunía las de las demás
virtudes que deben adornar el alma de un príncipe. Primo
de Moctezuma y nieto del primer re}' Acaruapictzin, las
simpatías de los electores estaban de su parte, y por lo
mismo, la petición de Moctezuma fué tomada en conside­
ración.
1464. Pocos dias después de la reunión que acabo
Moctezuma, de referir, Moctezuma espiró, en 1464, de­
jando eulre sus vasallos los recuerdos mas gratos de gloria
y de justicia. Su reinado, que duró veintiocho años y algu­
nos meses, fué verdaderamente de engrandecimiento para
su patria. La sobriedad, la prudencia y las buenas cos­
tumbres distinguieron siempre al valiente monarca meji­
cano. Amante del buen orden, castigó siempre con severi­
dad el degradante vicio de la embriaguez que rebaja al
hombre en su dignidad y le hace despreciable á la vista
de todo el mundo. Sus exequias se celebraron con un apa­
rato y pompa desconocidos hasta entonces. La magnificen­
cia de ellas se encontró, como era preciso, en relación con
el brillo de la corte y el poder y grandeza á que habia lle­
gado la nación.
CAPÍTULO XIV.

Engrandecimiento de la monarquía mejicana.—Pompa <le los reyes aztecas.—


Gobierno político y administración de justicia.—Castigos que sefialaban las
leyes á los transgresores de ellas.—Los hombres tenían Obligación de casar­
se Adeterminada edad.—Los esclavos y la esclavitud.—Orden civil.—Cómo
se hacia la compra y venta en el comercio.—Correos y manera de cotnunicar
las noticias.—Nobleza y plebe.—Manera en que estaban distribuidas las tier­
ras.—La plebe no poseía propiedad rústica individualmente, y estaba obliga­
da á cultivar las tierras de la corona y de los Dobles, asi como i edificar los
palacios y jardines de los priinoros.—Impuestos y tributos enormes que pe­
saban sobre el pueblo.—Recaudadores de tributos, y penas impuestas á los
que no los pagaban.—Educación de la juventud.—Seminarlos para ambos se­
xos.—^Máximas de moral de los padres ü sus hijos.—Astronomía azteca; arre­
glo del tiempo.—El calendario mejicano y explicación de los signos que con­
tiene.—Literatura y teatros, música y baile.—Aritmética.—La escrito—y in ■
litro.

Méjico era ya la nación mas poderosa del Anáhuac, líl


dominio azteca se extendía á veintinueve ciudades podero­
sas, y las armas mejicanas, marchando victoriosas por leja­
nos territorios, fueron conquistando todos los pueblos has­
ta la mar del Norte, dando la vuelta hasta la mar del Sur.
Grandes provincias se veiau sujetadas á la corona azle-
400 H ISTO RIA D E M É JICO .

ca; y los reyes mejicanos, anhelando manifestar la supe­


rioridad de su poder sobre los reyes de Texcoco y de
Tacuba, sus aliados, lomaron desde entonces el título de
emperadores, juzgándole mas digno y elevado.
La ciudad de Tenochtitlm, cuyo humilde origen habia
sido una árida islila sin mas vegetación (pie un verde no­
pal sobre una abierta peña en que descansaba la reina de
las aves, era ya la corte mas brillante y fastuosa de cuan­
tas se liabian edificado, hasta entonces, en aquellas férti­
les regiones.
La grandeza de la corte azteca, patentizaba la piiblica
prosperidad de la nación entera. Los frágiles edificios de
ramas y de cañas con que al principio se guarecía la su­
frida y fatigada tribu, se hallaban sustituidos por otros
amplios y hermosos, de sólidas paredes de cal y piedra.
Obligados los grandes señores feudatarios á vivir una
parte del año en la capital del imperio y á dejar á sus hi­
jos en rehenes en su ausencia, levantaban palacios y quin­
tas por todas parles, contribuyendo eficazmente al pronto
embellecimiento de la ciudad.
Las casas reales eran suntuosas: tenían vastos salones y
espaciosos departamentos para alojar á la numerosa guar­
dia que daba diariamente al rey la nobleza; grandes patios
donde quedaban los esclavos y numerosos criados que lle­
vaba cada noble; amplios corredores donde los grandes se
paseaban entretenidos en variada conversación; un magní­
fico serrallo abundante en mujeres hermosas, á donde solo
penetraba el monarca, y bellos jardines con vistosas paja­
reras, fuentes, estanques, y magníficos baños, sombreados
por gigantescos árboles y rodeados de las galanas flores
CAPÍTULO X IV . 401
que ostentaban los variados climas del florífero Anáhuac.
Los soberanos aztecas, desde que su poder se extendió
hasta lejanas y ricas provincias obligadas á contribuir á las
rentas de la corona do Méjico, vivian con una pompa y un
lujo verdaderamente orientales.
Pero no por esto descuidaron las leyes de buen gobierno
para regir á los pueblos.
La administración do justicia, llenaba todas las exigen­
cias de aquella sociedad, y las leyes velaban por la incor­
ruptibilidad de los encargados de desempeñarla.
Aunque el poder legislativo residia enteramente en el
monarca, su imperio absoluto se encontraba neutralizado
por la institución de tres tribunales supremos, compuestos
de los indivucs mas distinguidos de la primera nobleza.
Ninguna resolución tomaba, generalmente, en ninguno de
los negocios importantes del gobierno, sin haber consulta­
do antes y escuchado la opinión de sus consejeros. Todos
los negocios relativos al gobierno de las provincias, á la
hacienda y á la guerra, se hallaban bajo la inspección de
esos tribunales, con quienes el monarca guardaba las mas
altas consideraciones.
En la corte, así como en cada una de las ciudades prin­
cipales y los territorios que de ellas dependian, había un
juez supremo, ú quien se le daba el nombre de cihuuvatl,
nombrado por el soberano, investido con tan amplias fa­
cultades para que entendiese y fallase en las causas civiles
y criminales, que do sus sentencias no se podía apelar ú
ningún otro tribunal, ni al rey mismo. Su empleo era vi­
talicio, y á cualquiera que usurpaba sus insignias ó su
autoridad, se le castigaba con la pena de muerte. A este
402 H ISTO RIA D E M É JIC O .

supremo magistrado le estaba encomendado nombrar los


jueces subalternos, y á él rendían las cuentas los recau­
dadores de las rentas del distrito, pertenecientes á la co­
rona.
Estaba además establecido en cada provincia un tribu­
nal inferior al magistrado referido, compuesto do tres ja e­
ces que conocían de las causas civiles y criminales. El
principal de estos tres jueces, llevaba el nombre de llacate-
cali, que era el mismo con que se denominaba el tribunal,
y los otros dos, el de quavlmochtii.Todos los días se reunían,
á delcrmidas horas, en una sala de la casa del público,
donde escuchaban com cahna y atentamente á los litigantes,
examinaban las causas, y sentenciaban en conformidad con
las leyes, aunque la sentencia se pronunciaba á nombro
solo del Üacatccfítl, que, como he dicho, era el principal
dé los tres. En las causas civiles, lo dispuesto por osle
tribunal, no tenia apelación: pero en las criminales, podía
apciarsí al supremo magistrado ó cikmcoall. Pronunciada
la sentencia, se hacia saber á los interesados y al público,
por medio del pregonero (Icj/ojotl.. y so ejecutaba por uno
de los tres jueces del tribunal, aunque nunca por el prin­
cipal de ellos.
Para que nada fallase al buen arreglo de la justicia, ha­
bía en cada barrio do las ciudades y de los pueblos, mi­
nistros inferiores de ella, nombrados anualmente por el
pueblo; unos, que conocían en primera instancia do las
causas de su distrito, que diariamente iban á dar cuenta al
tribunal de los tres jueces de todo lo que ocurría y ú reci­
bir sus órdenes; otros, que estaban encargados cu cada
barrio de vigilar la conducta de cierto número do familias,
CAPÍTULO X IV . 403
y de avisar ú los magistrados todo lo que en ellas ocurría;
y algunos aun mas inferiores, como alguaciles, celadores
y ministriles, que se ocupaban en llevar las notificaciones
de los magistrados y de citar ú los reos.
En los juicios, las partes interesadas no liacian sus ale­
gatos por medio de abogados, sino por sí mismas. N ingu­
na prueba se le admitía al actor en una causa criminal,
mas que la de testigos; pero el reo podía dar como señal
de su inocencia, el juramento. Cuando los pleitos versaban
sobre límites de posesiones, los jueces consultaban las
pinturas de las tierras, que venían á ser como escríturas
auténticas. Esas pinturas jeroglíficas en que estaba repre­
sentado con admirable exactitud todo lo referente á la pro­
piedad y división de terrenos, fueron recibidas, en los tri­
bunales españoles, mucho después de la conquista, como
pruebas, para fallar sobre algunos negocios de esa na­
turaleza. Conociendo su importancia, por los muchos inte­
reses de propiedad que con frecuencia eran llevados ú los
tribunales después de la agregación de Méjico á España,
el gobierno español estableció en Méjico en 1553, una cá­
tedra para el estudio y la interpretación do esas pinturas
en que estaban la relación del caso, las pruebas y los pro­
cedimientos de los juicios.
Los empleos eran vitalicios, y para sostener con decen­
cia digna á los jueces de los tribunales, estaba dedicada á
ese objeto una parle de los productos de las tierras de la
corona. En los procedimientos judiciales, se observaba
gran compostura y decencia, como estaba ordenado. Dos
terceras partes del dia estaban destinadas al despacho de
los negocios; y con el laudable objeto de aprovechar el
404 H ISTO RIA DE M É JIC O .

tiempo y abreviar los asuntos, comian los jueces en una sa­


la próxima á la (le las causas.
El juez que tenia la debilidad de dejarse cobechar, ó for­
maba colisión con algunos de los litigantes, era castigado
con la pena de muerte.
Las primeras leyes fueron, entre los mejicanos, hechas
por un cuerpo de sabios de la nobleza; pero después, los
reyes fueron los legisladores de la nación, y los que hadan
que se vigilase cuidadosamente por el cumplimiento de
ellas, siendo los primeros en respetarlas.
De la formación de los tribunales referidos y del buen
orden establecido en todos los ramos, se desprende que los
aztecas estaban bastante civilizados, puesto que uno de los
rasgos que mas caracterizan la civilización de un pueblo,
es que el gobierno extienda su cuidado así á los derechos
de la propiedad, como al de los individuos. La ley que en
los asuntos únicamente criminales, autorizaba la apelación
á los tribuuales superiores, da una idea muy ventajosa de
la previsión de los legisladores, pues demuestra claramen­
te la atención con que atendían á la seguridad personal,
tanto mas obligatoria y laudable, cuanto era extrema la
severidad de su código penal.
Una de las medidas que hablan muy alto en favor del
grado de adelanto á que habían llegado los aztecas, es la
absoluta independencia de los jueces superiores respecto
de la corona. Esa independencia era el valladar mas firme
de las garantías que las leyes concedían á la sociedad, y
diquo seguro contra la tiranía.
No pretendo manifestar con esto que los mejicanos se
hallaban á la altura de la civilización de los pueblos de Eu­
CAPÍTULO X IV . 405
ropa; paro sí que habían llegado á una altura de civiliza­
ción tanto'mas asombrosa, cuanto á sus esfuerzos, ú su ca­
pacidad y á su ingenio eran exclusivamente debidos lodos
sus adelantos.
En la vasta extensión que comprende toda la América,
las naciones de Anáhuac eran las mas cultas, las mas ci­
vilizadas , las únicas que han dejado un código de leyes
que las distingue y honra.
Las leyes se Estas leyes se recopilaban y promulgaban
promulgaban 1)0r medio de pinturas jeroglificas, como acon-
guras
1
pur medio de fi- , . . ...
teco en toda nación imperfectamente civiliza-
jerogüficas. que atiende con preferencia á la seguridad
del individuo que á la propiedad; pero que, sin embarga,
revelan una excelente marcha en el adelanto social.
Debido al estado todavía imperfecto de esa civilización,
se encuentran, al lado de leyes que indican humanidad,
prudencia y notable celo por la moral y las buenas cos­
tumbres, otras excesivamente rigorosas, que casi degene­
raban en crueldad.
Penas impuos- La traición á la patria se castigaba descuar-
>iucfaltaban á tizando traidor y reduciendo á la esclavitud
las leyes. todos los parientes de él que, sabiéndolo, no
le habían denunciado.
La pena do muerte y la confiscación de bienes se apli­
caba al que se presentase en las fiestas públicas ó en una
acción de guerra con las insignias del soberano de Méjico,
de Tacuba ó de Acolhuacan.
La mujer adúltera era apedreada, y se la aplastaba la
cabeza entre dos piedras. Este delito se castigaba terrible­
mente en todos los Estados ; pero en unos con mas cruel-
406 H ISTO RIA D E M É JIC O .

dad que eu otros. En Ichoallau, la mujer'contra la cual se


presentaban ú los jueces pruebas que testificaban su deli­
to, era sentenciada en el mismo tribunal, donde inmedia­
tamente se le aplicaba la pena, descuartizándola y divi­
diendo los cuartos entre los testigos.
En Tl/.lepec los magistrados sentenciaban á la quo había
cometido adulterio, á ser castigada por su marido, quien
acto continuo procedía á corlarle la nariz y las orejas.
Para hacer mas odiosa esa falta y apartar do ella ú la
que había contraido los deberes de esposa, se castigaba
con la pena de muerte al marido que volvía á unirse con
la que le había faltado á la fidelidad.
Nadie podía repudiar á su mujer sin pormiso de los ma­
gistrados, quienes procuraban disuadir al marido de aquel
intento: pero si insistía, le daban permiso para hacerlo;
pero ya no podia volverse á unir después con ella, aunque
lo solicitase.
Aunque el adulterio estaba visto como el delito inas
diguo de castigo, sin embargo, el marido que mataba A su
mujer, aun sorprendiéndola en su falla, era sentenciado A
muerte. Con esto impedia la ley que se invadiese la auto­
ridad de los jueces, á quienes correspondía únicamente juz­
gar los delitos y señalar el castigo del culpable.
El homicidio se castigaba con la pena de muerte, aun
cuando se hubiese cometido en un esclavo.
Todo individuo que cometía un pecado nefando, era
ahorcado; y si era sacerdote, se le quemaba vivo.
El robo se castigaba con la esclavitud ó con la muerte,
según las circunstancias que habían concurrido en el de­
lito, y la importancia del robo. Si el burlo era de consi-
CAPÍTULO X lV . 407
elevación, se le condenaba A ser esclavo del individuo á
quien había robado. Si el robo consistía en alhajas de oro
ó piedras preciosas, se le sacaba Ala vergüenza, paseándole
por todas las calles do la ciudad, y en seguida le encarce­
laban hasta ol dia do la fiesta de los plateros, en que le
sacrificaban al dios Xqw. patrón de los artífices. Al que
robaba en el mercado, se le mataba A palos, acto continuo,
en la misma plaza. Pena de la muerte tenia el soldado que
robaba A otro sus armas ó insignias. La persona que arran­
caba del campo ageno plantas útiles, ó robaba cierto nú­
mero de mazorcas de maíz, era condenado á ser esclavo
del dueño del campo en que habia cometido el robo. Uni­
camente el ladrón de cosas insignificantes estaba libre de
la esclavitud ó de la m uerte; pero, en cambio, tenia que
pagar el valor de la cosa robada.
Cosí la vida pagaba un juez el haber dado una sentencia
injusta ó contraria ú las leyes. El mismo fin tenia el
individuo que motivase una sedición en el pueblo. y
el que mudaba ó quitaba de los campos las señales
puestas por la autoridad, marcando los límites de las pose­
siones.
A lodos ios individuos que se juzgaban por delitos no­
tables, ;'C les presentaba en piulara ; y cuando la senten­
cia quo se iluminaba contra alguno era Uc mucrl", se in ­
dicaba por medio do una linea trazada con una flecha quo
atravesaba el velrulo dol delincuente.
Cuando alguno de los jóvenes de ambos sexos quo so
educaban en los seminarios incurría en algún exceso con­
tra la continencia que profesaban, el castigo que so le apli­
caba era severo, y no pocas veces el de la muerte. Pero al
408 H ISTORIA DE M É JICO .

mismo tiempo no existia ley ninguna que prohibiese la sim­


ple cópula carnal, aunque se conocia la malicia do este ac­
to, puesto que los padres exortaban á sus hijos á que lo
evitasen.
La mujer que terciaba en las ilícitas relaciones de perso­
nas de distinto sexo, desempeñando el repugnante ministe­
rio de facilitarles los medios de satisfacer sus pasiones, se
la conducia á la plaza pública, donde, con hachas de pino,
le quemaban los cabellos, embarrándole en seguida la ca­
beza con la trementina del mismo árbol.
Todo el que hacia esclavo suyo al niño extraviado que
encontraba, ó lo vendia á otro, era condenado á ser esclavo
y á perder sus bienes, la mitad de los cuales se destinaban
para los alimentos del niño, y la otra mitad para pagar al
individuo que lo habia comprado de buena le, restituyendo
asi la libertad al tierno cautivo. A la misma pena de escla­
vitud era condenado cualquiera que, habiendo lomado en
alquiler alguna posesión, la vendia á otro como propia.
Las personas que valiéndose de su destreza y de medios
que no estaban al alcance de la multitud, usaban de hechi­
cerías, eran sacrificadas á las divinidades.
La embriaguez en los jóvenes, se castigaba con la pena
de muerte; en los hombres, con esa misma muerte, pero re­
cibida á palos en la cárcel á donde eran conducidos; en
las mujeres, apedreándolos ; y en los ancianos, imponién­
doles alguna pena severa. Unicamente en la celebración
de las bodas ó de otros festejos semejantes, era permitido
que se bebiese mas de lo acostumbrado; pero habia do ser
dentro de la casa. Se decia que era indigno de vivir entre
los hombres el que, por su voluntad, se privaba de las fa-
CAPÍTULO XIV. 409
cul ludes intelectuales para colocarse mas abajo que las mis­
mas bestias.
El tutor que presentaba menoscabados los bienes de sus
pupilos, por mala versación, era ahorcado.
La misma pena sufrian los hijos que disipaban en satis­
facer sus vicios, los bienes heredados de sus padres.
Al «pie decía alguna mentira grave que perjudicase á la
honra de alguna familia ó individuo, se le corlaba ¡jarte de
los labios, y algunas veces también las orejas.
El hombre que se vestía de m ujer, así como la mujer
que se vestía de hombre, sufrían la pena de horca.
Los hombres El matrimonio era visto entre los aztecas
oi.i¡Inicio» de como 1111 k*cu imprescindible de la sociedad;
casarse. como un lazo que lodo individuo debía con­
traer ú cierta edad para seguir disfrutando del aprecio de
las familias. El jóven que Legaba á la edad de veintidós
años y permanecía soltero, se veia precisado íi consograrse
al servicio do los dioses; y si arrepentido de su celibato
pretendía después casarse, quedaba infamado, y no había
mujer que le admitiese por marido. (1) Los ritos del ma­
trimonio se celebraban con majestuosa formalidad, y para
esta institución, que era vista con el mayor respeto, había
establecido un tribunal que solo se ocupaba de las cuestio­
nes relativas á ella.
Los esclavos Otra parte muy importante del código me-
v la esclavitud j¡cano que uos ocupa, era la relativa á la
esclavitud.
Ilabia varias clases de esclavos. Una era la de los pri-
(1) En Tlaxcala al que no se casaba al cumplir la edad referida, se le corta­
ba el cabello, que era lu eeflal mas palpitante do deshonra entre ellos.
•110 H ISTORIA D E M ÉJICO .

sioneros de guerra, la mayor parle de los cuales se reser­


vaban para saeriíicarlos á los dioses: la de los hijos vendi­
dos por sus padres en una necesidad extrema ; la de los
<[ue so vendían á sí mismos por carecer de recursos para
la subsistencia, y la de los criminales y deudores pú­
blicos.
Lícito le era ú cualquiera que se hallase necesitado,
venderse; pero el que le compraba no tenia derecho para
venderle á otra persona, si no consentia en ello desclavo.
Exceptuando los prisioneros de guerra, todos los demás
esclavos podían adquirir propiedades, tener bienes y com­
prar otros esclavos que le sirviesen, sin que el amo pudie­
se disponer de ellos, pues solo tenia jurisdicción sobre los
individuos que él había comprado.
Los hijos de los esclavos, nadan libres, cosa verdadera­
mente laudable, puesto que el hijo no debe ser, en justicia,
responsable de los actos ni de la desgracia de su padre.
Si una esclava agena resultaba grávida del trato ilícito
con un hombre libre, y moría, éste quedaba esclavo del
dueño de aquella; pero si no acontecía desgracia ninguna,
el hijo nacía libre sin que sobre el padre recayese pena
ninguna.
Los esclavos que cometían alguna falta y no se corre­
gían, eran llevados al mercado, atados en unas varas largas
y con un collar de madera al cuello, donde eran vendidos
sin que fuese necesario su consentimiento. Tal vez no les
era muy difícil á los amos conseguir este último, á juzgar
por el crecido número que llevaban para su venta, pues
Bernal I)iaz del Castillo, testigo ocular, dice que tantos
esclavos de ambos sexos llevaban á vender á la plaza de
CAPÍTULO X IV . 411
Tlalelolco, «como traen los portugueses los negros (lo
Guinea . »
Esto indica que el número de esclavos era demasiado
crecido ; y que si es cierto que los royes, los señores y la
nobleza ostentaban lujo, vasallos y grandeza, la plebe es­
taba muy lejos de gozar do la abundancia, puesto que no
pocos de sus individuos, obligados por la miseria, se ha­
cían esclavos y vendían á sus Hijos, para remediar sus ne­
cesidades.
Mucho iulluiria también en el número, la bondad con
que eran tratados por los amos, pues les señalaban un tra­
bajo moderado, les miraban con benignidad, y comunmen­
te al morir, les concedían la libertad.
Para ser válida la venta do un esclavo, era preciso que
se hiciera delante de cuatro testigos do edad madura.
El precio que comunmente se daba por un esclavo, era
ana carga de ropa, ó un equivalente.
Además de esta esclavitud, había otra que se llamaba
huelmetlallacolli. Consistía en que una ó dos familias pobres
se compróme Lian á suministrar, por un precio convenido,
un esclavo perpetuo á la persona con quien habían cele­
brado el contrato. La combinación era la siguiente: le da­
ban uno de los hijos, para que le sirviese por algunos años,
al cabo de los cuales le enviaban otro, para que el primero
volviese al seno de su familia. I)e esta manera, alternando
sucesivamente todos los hijos que tenían, la esclavitud
venia ú hacerse menos dura.
Estos son los rasgos mas notables del código azteca. En
medio de la excesiva severidad que encierra, no en la par­
le relativa á la esclavitud, sino en la parte penal, reve­
412 Historia d e Mé j i c o .

lando que los legisladores confiaban mas, para precaver los


delitos, en los medios físicos que en los morales, manilics-
la, sin embargo, el profundo conocimiento de los princi­
pios de moral y el laudable respolo que les consagraban :
conocimiento y respeto en que no les superaban las nacio­
nes mas cultas.
A las actuales sociedades parecerán demasiado draconia­
nos esos artículos del código penal azteca; pero aunque es
cierto que algunos podríamos calificar de crueles, no de­
bemos olvidar que se daban para un pueblo nuevo y
guerrero, avesado á las penalidades y á los peligros, accs-
luuibvado á mirar con desprecio la vida, y familiarizado á
ver derramar en los altares de sus deidades, no solo la
sangre de centenares de victimas sacrificadas en honor de
su religión, sino la suya propia.
Pero si cuidadoso se mostraba el gobierno del cumpli­
miento de las leyes, no se manifestaba menos del buen ar­
reglo de la policía y del orden en todos los ramos pú­
blicos.
Arrecio y orden Había jueces del comercio que señalaban
en los , , J . . . . . .
mercados, eu ias plazas de mercado, el sitio especial que
le correspondía á cada mercancía. Los vendedores de aves
ocupaban un punto, otro los de pescado, otro ios de ver­
dura, y así sucesivamente los de legumbres, los herbola­
rios, los fruteros, los vendedores de esclavos, los de telas,
los de cueros curtidos, los plateros, pintores, alfareros y
todos aquellos, en fin, que llevaban las obras de su arle,
de su profesión y de su industria.
Había, para evitar el fraude en los contratos y vigilar
cuidadosamente del orden, agentes do policía y comisarios
CAPÍTULO X I y . 413
que cuidaban de que el pescado ni la caza estuviesen pa­
sados, de la exactitud de las medidas y de evitar riñas y
desórdenes.
Toda diferencia suscitada en el morcado, se arreglaba
por el tribunal de comercio, que se componía de doce indi­
viduos, que celebraban sus sesiones en una casa de la
plaza. Las quejas, las reclamaciones, lodo pasaba á este
tribunal quo decidia y sentenciaba después de escuchar á
los interesados.
Muy raros eran en el mercado los robos, las disputas y
los fraudes, pues la constante vigilancia de los empleados,
evitaba los desórdenes y mantenían la buena armonía.
Todos los efectos que entraban ai mercado, pagaban de­
rechos al rey, parle de los cuales se invertía en el pago
de los empleados en él.
E) comercio se t i lla 8Tan Pai’l° del comercio se hacia en la
i.acia 1101*medio p}aZn pür medio de permuta; pero no era rue­
de punuutus. A A A
y ¡mu por nos activó el que se verificaba por compra y
compra y venta. yenla (;.‘inc0 clases de moneda corriente,
aunque ninguna acuñada, tenían los mejicanos para faci­
litar sus contratos: una que consislia en saquillos de cacao,
diverso del usado en las bebidas, y que contenían un n ú --
moro determinado de granos: otra hecha do pedaeilos de
lela de algodón, que servia para comprar los artículos de
primera necesidad: la tercera, en pedazos do cobre corla­
dos en forma de una T, que era la que inas semejanza te­
nia con la acuñada; la cuarta, cu cierto número de granos
de oro, contenidos dentro de un cu ñu lito estrecho ; y la
quinta, que solo se empleaba en la compra de cosas de muy
poco valor, en pedaeilos de estaño.
41-1 HISTORIA DE MÉJICO.

.Las permutas, lo mismo que las com pás, se hacían por


medio de número ó medida; pero no por peso. pora evitar
el fraude que se juzgaba mes fácil por este medio que pol­
los otros.
I,a persona que cometía algún robo ó delito en el mer­
cado, era severamente castigado allí mismo.
Coi-reos Para tener noticias prontas de lodo lo que
comunicar las acontecía en el reino,’ habla establecidas, do
noticias. ilos en dos leguas, en todas direcciones, unas
torrecillas, en cada una de las cuales liabia un correo dis­
puesto siempre á ponerse en camino. Comunicada una no­
ticia al primer correo, éste corría hasta la próxima posta,
donde la comunicaba al otro correo que en ella estaba,
quien á su vez hacia lo mismo con el que estaba inmedia­
to, y así sucesivamente hasta que llegaba con admirable
prontitud á su destino. Cuando la noticia era infausta pa­
ra el rey, anunciándole, por ejemplo, una batalla perdida,
el correo llevaba los cabellos sueltos, melancólica la faz, y
al llegar á la presencia del rey, se ponia de rodillas para
entregarle la relación que iba puesta en pinturas jero­
glificas.
Si por el contrario, la noticia era grata, el correo lleva­
ba alados los cal,ellos con una cinta de color, el cuerpo ce­
ñido con un lienzo blanco de algodón, alegre el rostro,
empuñando en la mano derecha una espada, un escudo en
la izquierda, y entonando algún canto guerrero de la pa­
tria. 12n el momento que eulraba en la corle, el pueblo,
lleno de regocijo y de entusiasmo, salía á recibirle, y le
conducía, con manifestaciones de regocijo, á la presencia
del rey.
C A i 'í r n . 0 x iv . 415
Con osa sistema «le correos, las noticias so. recibían con
prontitud admirable, pues había mensaje que atravesaba
cien leguas en un solo día.
nasos de i¡i Respecto de la sociedad, la nación se com-
sociwiiui. p 0nja ¿le dos clases: la noble y la plebeya.
Aquella desempeñaba exclusivamente todos los puestos
elevados, productivos y do honra, así en los cargos del go­
bierno. como de la magistratura y en la milicia. La se­
gunda no tenia acceso á ningún destino distinguido.
Pero no lodos los nobles eran de una misma categoría,
sino que pertenecían á diversas clases en que la nobleza
estaba dividida, y cada una de las cuales tenia insignias y
privilegios particulares.
Aunque en el traje, que era sumamente sencillo, no
existía casi diferencia, se conocía el carácter de la per­
sona por los adornos de oro y de piedras preciosas que lle­
vaba. Los plebeyos no podían usar ninguna alhaja de va­
lor: únicamente los nobles tenían derecho A adornarse con
oro y joyas.
T^a nobleza era hereditaria entre los mejicanos, y los hi­
jos sucedían á los padres en lodos sus derechos, excepto
<n la familia real que. como se ha dicho, la elección caia
sobre un hermano del monarca, un sobrino 0 un primo.
Distribución de 15» cuatro parles estaban repartidas las
las tierras, tierras de la nación. Tina que era la mas ex­
tensa, pertenecía Si la corona, otra á la nobleza; la tercera
á los templos, y la cuarta al común de los vecinos. La
pertenencia de cada una de oslas tierras se conocía por el
«olor de las pinturas con que estaban representadas. El
color púrpura, indicaba lis del rey: el grana, las de los
416 HISTORIA DE M ÉJICO .

nobles; el rojo, las del clero, y el amarillo, las de los ple­


beyos.
Las tierras de los nobles procedían de galardones conce­
didos por el rey, por servicios prestados á la corona, ó do
posesiones propias trasmitidas de padres ü hijos. E l dueño
de ellas tenia el derecho de enajenarlas; poro le estaba
prohibido darlas ó venderlas á los plebeyos.
Las tierras pertenecientes «líos templos eran vastísimas,
y cada uno de ellos tenia las suyas propias y aun labradores
para cultivarlas y hacerlas mas productivas. Con las rentas
que producían, se atendían ó lodos los gastos del culLo y
á la manutención de los sacerdotes. I«as semillas ó comes­
tibles que sobraban y que solían guardarse en almacenes
hechos exprofeso, aliado de los templos, se repartían anual­
mente entre los pobres.
Las tierras pertenecientes al común de los vecinos, se
dividían en tantas partes cuantos eran los barrios de la
ciudad, villa ó pueblo en que estaban. Cada barrio poseía
su parle con entera independencia del otro, pero no podia
venderla ni en todo ni en parte. La propiedad particular
no existía, pues, entre la clase del pueblo. La plebe solo
podia tener terrenos do la comunidad; pero sus individuos
no podían poseer personalmente finca rústica ninguna.
Se creía que respecto de la plebe, bastaba para cumplir
con ella, dictar leyes que la pusiesen á cubierto de toda
ofensa. Por eso, aunque veía protegidas su vida y su pro­
piedad por leyes verdaderamente dignas, se encontraba
precisada á contribuir con fuertes impuestos, y con su tra­
bajo personal, al lujo de los reyes, de los señores y de la
nobleza.
CAPÍTULO X IV . 417
ei pncMo La plebe no solo cultivaba los campos de
CSt?ínm S rd° corona y *os de los nobles, atendía á los
ci campo ocios jardines reales y levantaba palacios para los
nobles. °b monarcas, sin estipendio ninguno, sino que se
veia precisada á pagar tributos onerosos para sostener el
fausto y la grandeza del rey y de las clases privilegiadas.
Tribuios Las poblaciones próximas á la capital, te-
'pa-rnbne"0 n ^an obligación de enviar operarios y toda
pueblo. clase de materiales, pava la construcción de los
edificios de la corona, y proveían además, de leña, víve­
res. v de lodo lo necesario, á la casa real, para el gasto
diario de ella, que era exorbitante.
Los vasallos de los señores de las provincias ó ciudades
conquistadas por los mejicanos, daban también á la corona
una parle de sus aprovechamientos, agregándose A oslo
otro impuesto sobre todas las manufacturas y productos
agrícolas del reino.
Se pagaban estos tributos, que eran demasiado crecidos
y fuertes, en telas finísimas de algodón, en trajes exquisi­
tos hechos del mismo genero, en mantos preciosos de ricas
plumas, oro en polvo, perlas, vajilla, vasos, armaduras, con
primor trabajadas, brazaletes de oro, collares de esmeral­
das, liquidambar, jarros y copas doradas de una especie
de cristal agradable á la vista, armas, turquesas finas, ho­
jas redondas de oro, considerable cantidad de miel, ocre
amarillo para la pintura; pendientes de ambar, engarzados
graciosamente en oro, cacao, aves, frutas, leña, maíz, alu­
bias, sal, cochinilla, copal y cuanto en fin es necesario
para el lujo, el alimento y la fabricación de grandes pala­
cios, templos, jardines y quintas de recreo.
4 18 H ISTO RIA D E M É JICO .

Estas excesivas contribuciones que se pagaban al rey do


Méjico, con todas las producciones útiles, naturales y arti­
ficiales de todos los Estados que recouocian su gobierno,
unidas á los despojos de las continuas guerras y á los fre­
cuentes, repetidos y grandes regalos que le enviaban los
gobernadores do las provincias y los señores feudatarios,
trasformaron la corte cu un sitio de fausto, de grandeza,
de lujo y de poder, que realizan los fantásticos cuentos de
las liadas.
Pero aun hay que agregar al número de tributos paga­
dos e:i las diversas materias que dejo referidas á que esta­
ban oidigados, sin distinción, lodos los pueblos tributarios,
otros mas onerosos todavía, que consistían en objetos pro­
pios de la naturaleza de cada uno de los puntos sometidos.
En una de las pinturas que se han conservado, y en qiu*
los tesoreros del rey tenían especificados los objetos que
en calidad de tributos les correspondía á las poblaciones
tributarias, se encuentran los que gravitaban sobro las
ciudades que paso á mencionar.
Veinte sacos de cochinilla y cuarenta trozos grandes de
oro, daban anualmente, los zapotecos, además de las con­
tribuciones ordinarias. Doscientos sacos de cacao, cuatro
mil manojos de plumas exquisitas, de. diversos colores, cua­
renta pieles de tigre, y ciento sesenta pájaros de bello
plumaje, grandes y de diversas especies, entregaban las
ciudades de Huehuellan, Xocomochco y Mazatlán, sin
contar las muchas lelas de algodón que les estaban im­
puestas. Exollan, Tlachquiaubco, y Tcolzapollan, entre­
gaban veinte vasos grandes, llenos de polvo de oro. I«os
puntos cercanos á la capilal, como Acalziuco, Tecama-
CAPÍTULO X IV . 4 19
choleo y Tepeyacac, ocho mil cañas, llenas de materias
aromáticas, cuatro mil ele otra especie, para la construc­
ción <le edificios, igual número que el segundo, para hacer
dardos y Hechas, cuatro mil sacos de cal, y gran cantidad
de leña. I.as poblaciones situadas en la costa del golfo me­
jicano, sobre las cuales pesaban grandes tributos de ropas
linas de algodón, de cacao y de oro, entregaban veinti­
cuatro mil manojos de ricas plumas, de diversos colores,
diez y seis mil cargas de resina ó goma elástica ; cien bo­
les de liquidambar, cuatro collares de esmeraldas corrien­
tes, dos de muy finas. veinte pendientes grandes de
ambar, engarzados en oro fino, y número igual, hechos de
una materia brillante parecida al cristal. Varias poblacio­
nes meridionales situadas en las tierras cálidas, como Mali-
nallepcc, C'ualac, y Oliinallan, daban cuarenta cántaros de
ocre amarillo, destinado á la pintura ; seiscientas botijas
grandes de miel, cien Lo sesenta hachas de cobre; diez copas
llenas de turquesas finas; una carga de ordinarias, y cua­
renta láminas redondas de oro, de regular tamaño, llu ilz i-
lac, Xiuhlcpec y algunas otras poblaciones de los tlahui-
cas, diez y seis mil hojas de maguey, confeccionadas, para
que sirviesen como papel en las pinturas jeroglificas, y cua­
tro mil idcal/is, (vasos) de tamaños diferentes. Varios pue­
blos próximos á la ciudad, como Cuauhtitlan y Tehuiloxo-
can, ocho mil banquilos y número igual de esteras. Otras
poblaciones enviaban piedra, cal y vigas para las construc­
ciones do edificios, sal, leña, pavos, maíz, pieles, toda es­
pecio de aves, cuadrúpedos, pescado, legumbres y todo
cuauto, en fin, produciau las exuberantes provincias suje­
tas á la corona de Méjico.
420 HISTO RIA DJ¡ M ÉJICO .

Algunas provincias pagaban el tributo con indias y con


indios. (1)
Agobiados se bailaban los pueblos con las enormes gabe­
las (pie pesaban sobre ellos. La grandeza de los reyes, de
los nobles y el brillo de la corte, eran deslumbradores,
verdaderamente notables; pero en cambio la plebe for­
maba contraste con las clases privilegiadas, para quienes
trabajaba. La monarquía mejicana ora poderosa en el Aná­
huac ; pero los goces, las comodidades, las prcrogalivas,
el poder y la gloria, solamente los disfrutaban las clases
privilegiadas. Por eso el año en que la cosecha del maíz
se perdía y escaseaban las semillas de primera necesidad,
el pueblo sufría la plaga del hambre, y la parle mas des­
graciada de él se veia precisada á vender su libertad para
no morir de necesidad, como aconteció en el reinado de
Moctezuma I.
A lo exorbitante de los tributos, se agregaba la manera
despótica y odiosa de cobrarlos, y el castigo terrible apli­
cado á los que no podiau pagarlos.
En la capital de cada provincia conquistada, había guar­
nición mejicana para mantener lo conquistado, y recauda­
dores encargados de cobrar los tributos cu semillas, mine­
rales, lelas y en lodos los frutos perteneciente á cada país,
que se almacenaban en grandes edificios hechos exprofeso
para ello, cri las ciudades principales. Los recaudado­
res eran hombres que no guardaban consideración con
Recaudadores ninguno, por desgraciado quo fuera, y eran
insift-i'insque P01’ lo lu ism o > odiados de todos los pue-
usaban. blos. La insignia que usaban era una va-
(1) Demal Díaz: «Conquista ilc la Nueva-Espafia.?
CAPÍTULO X IV . 421
ra cu la mano derecha y uu abanico en la izquierda.
Nadie louia jamás la dicha de salvarse, por olvido de
los recaudadores, de la contribución que le tocaba, pues
los tesoreros del rey tenían especificados perfectamente en
pinturas jeroglíficas, las poblaciones tributarias y los efec­
tos que á cada una le correspondía entregar*
ai :,uc no La ley relativa á los onerosos impuestos
jMoabad W!>.U'referidos, era inflexible, dura v odiosa, pues
como esclavo, el desdichado que no pagaba el tributo que
se le había impuesto, era vendido como esclavo, cobrando
asi el gobierno, con el precio de la libertad de un indivi­
duo, la cantidad quo no le Labia podido pagar con su in­
dustria y su trabajo.
Para comprender toda la repugnancia con que serian
pagados los tributos, preciso es tener presente que. desde
los pueblos que se hallaban á legua y media, como Azca-
pozalco y otros, basta les mas lejanos, eran conquistados,
naciones distintas de la mejicana. Mejicanos no se llama­
ban, ni oran entonces otros, mas que los que ocupaban la
ciudad de Méjico, á que estaba concreiadn verdaderamente
la nación azteca. El nombre de mejicano solo se hizo ex­
tensivo á todo el país, después de la conquista por los es­
pañoles, al darle estos al territorio entero de aquella parle
de la América, el nombre de Nucva-España ó Méjico. Pe-
) ro antes de la agregación de aquella deliciosa parle del
Nuevo-Mundo la corona de Castilla, cada nación de las
muchas que ocupaban el vasto país de la actual república
mejicana, se distinguía por sus dioses, sus costumbres y
sus nombres, siendo tan contrarias unas de otras, como el
Portugal y la España, á pesar de hallarse próximas. M u-
m HISTORIA DE M ÉJICO .

días de esas naciones S2 diferenciaban no solo por las cos­


tumbres, sino por el idioma. En nada se parecían la len­
gua mejicana á la otomita, mixleca, matlatzinca, tarasca,
/apoteca, populuca, lolonaco y otras.
Pasan de veinte las lenguas que aun se hablan entre los
indios do las diversas provincias que hoy cuenta la repú­
blica mejicana, lo cual arguye que existía una notable va­
riedad de castas y de orígenes entre las diversas naciones
establecidas en el Anáhuac. De estas lenguas so encuen­
tran impresas catorce gramáticas escritas por los primeros
misioneros españoles que aprendieron los diversos idiomas
que se hablaban en aquellas apartadas regiones, con el
noble objeto de instruir á los indios. «Parece— dice el ba­
rón de Humboldl— que la mayor parte de dichas lenguas,
lejos de ser dialectos de una sola, como algunos autores lo
han creído sin fundamento, son tan diferentes unas do
otras como el griego del alonan, ó el francés del polaco.»
Méjico era onlonces lo que había sido liorna en sus pri­
meros tiempos. Guerreros y valientes sus hijos, fueron
extendiendo su poder, reducido al principio al solo recinto
ilo la ciudad, ü los pueblos inmediatos. Vencedores de
ellos, les precisaron á sor sus auxiliares; y conquistando
nuevas provincias, que A su vez se nnian á sus vencedores
para ma'rchar contra otras, el imperio mejicano llegó á ser
el mas poderoso y rico de la América.
Pero los reinos sometidos y conquistados, lejos de con­
siderarse mejicanos, anhelaban sacudir el yugo de ellos,
y siempre que encontraban una ocasión oportuna, se su­
blevaban con objeto de recobrar su independencia.
Sin embargo, esto era difícil. Los principales señores
CAPÍTULO X IV . 423
(le todas las provincias estaban obligados á residir en la
corte de los emperadores aztecas ó á dejar en rehenes sus
hijos, y al instante que se indicaba la rebelión en un pun­
to, marchaban á sofocarla los demás Estados feudatarios,
resultando de aquí la sumisión general, temiendo cada
uno que los demás fuesen contra él en caso do pretender
la independencia de su reino.
Previsora era esta política de los mejicanos, y ella reve­
la el delicado tacto de sus gobernantes.
La residencia obligatoria de los grandes señores de los
Estados en la capital, ó de rehenes de alta estima en su
ausencia, eran la garantía mas segura de su obediencia, y
daba un poder formidable á los emperadores aztecas.
Aunque en el sistema establecido entre las provincias
sujetas á la corona de Méjico y ésta, existian algunos ras­
gos del sistema feudal; en otros diferia absolutamente do
él. Los soberanos do Méjico eran absolutos; pero al mis­
mo tiempo su absolutismo no era el despotismo ejercido
por los soberanos del Oriente, pues el gobierno de aquellus
iba acompañado de muchas circunstancias lenitivas, des­
conocidas en él de los segundos.
Pero si eu el gobierno político que á los mejicanos regia,
se observaban, en uiedio de las tristes condiciones, en que
se colocaba al pueblo, leyes previsoras de sana moral y
rasgos notables de justicia, de previsión y de amor al bien
público, en el gobierno doméstico, en la vida intima de la
familia y de la sociedad; en las máximas que constituyen
el ser moral de los pueblos, base principal del orden y de
la felicidad, habían llegado á un grado que se tendria por
inverosímil, á no estar comprobada la verdad por las pin­
244 HISTORIA DE M ÉJICO .

turas jeroglificas que aun se conservan, y por los escritos


de autores in tachables, que con laudable diligencia se ocu­
paron después de la conquista, como testigos oculares, de
recoger lodo lo que pudiese ilustrar la historia.
Kl erudito jesuíta español, 1>. .losé de Acosta, autor de la
Nido,'¡a natural y moral (He las hullas, que vivió algunos
años en la América, dice que nada le causó mas admira­
ción ni juzgó mas digno <lo alabanza y de memoria, que
el orden y cuidado que tcniun los mejicanos en la educa­
ción de sus hijos.
Con efecto, asombra el esmero que les padres «le familia
tenían en sembrar en el tierno corazón de sus hijos la se­
milla de la moral, considerando á la juventud como la
destinada íí regir, después d i ellos, los destinos de la patria.
Para que al respeto se agregase el amor filial, las mejica­
nas, sin excepción de clases, criaban por sí mismas á sus
hijos, nutriéndoles á la vez que con su.leche, cou sus ca­
ricias maternales. Desde la infancia les enseñaban á ser
parcos y á los diversos cambios de las estaciones, pero de
una manera moderada y prudente. A los cinco años, en
seminarios pora (Ti:ie sc encontraban ya en estado de entender
nobles 1 * .
j- plebeyos, y hacerse entender, eran enviados los niños
A los seminarios y escuelas que estaban A cargo de los sa­
cerdotes, únicos encargados de la enseñanza; y las niñas,
á los dirigidos por respetables y entendidas matronas, cu­
j a vida ejemplar y saber eran conocidos.
Todos estos planteles de educación estaban situarlos jun­
io á los templos; pero sin que hubiese comunicación entre
los destinados á distinto sexo, castigándose con severidad
el mas leve descuido en ese punto.
CAPÍTULO X IV . 425
Como la sociedad estaba dividida en dos clases, plebeya
y noble, había para cada nna distintos seminarios. Los
hijos do los reyes y de los nobles recibían su educación
on los mas contiguos al santuario: los de los plebeyos, en
los que estaban algo mas retirados. La enseñanza reli­
giosa era la primera que recibía la juventud, y se tenia
cuidadoso esmero en ocuparla algunos instantes en el ser­
vicio de los templos. A. los hijos de los nobles les corres­
pondía baríer el átrio superior del templo y atizar el fuego
sagrado. A los jóvenes plebeyos, llevar la leña, la piedra
y la cal para la compostura ó reparación de los santuarios.
Después de la cátedra de religión, se les daba otras de es­
crito-pintura, historia, música, astronomía y pintura.
No eran menos celosas las matronas encargadas de la
educación de los jóvenes, respecto de inculcar en estas las
máximas de religión, que lo eran los sacerdotes con s u í
educandos. Las jóvenes se levantaban tres veces durante
la noche, para ofrecer incienso á sus dioses, preparar las
viandas destinadas á las oblaciones v arreglar los adornos
que se habían de poner á las divinidades. Al mismo tiem­
po que se las instruía en los deberes religiosos, se les en­
señaba á disponer lo necesario en el arreglo de una casa ,
la música, á coser, bordar, tejer, hilar, y á todo lo que
forma la educación esmerada y útil do la mujer. Las pie­
zas en que dormían, eran salas amplias, donde eran vi­
giladas por las matronas, argos constantes que ponían
especial cuidado en que la modestia y la compostura,
acompañasen siempre todas las acciones de sus jóvenes
educandos.
Los alumnos de ambos sexos que se educaban en esos
m HISTO RIA D E M É JIC O .

seminarios, no marchaban á su casa sino cuando, transcur­


rido mucho tiempo, sus padres manifestaban quo deseaban
verles y solicitaban el permiso para ello. Difícil era conse­
guir la concesión ; pero cuando se alcanzaba, el joven iba
acompañado do otros dos condiscípulos y de uno de los
maestros. La visita á su familia era corla, y siempre aca­
baba con bellísimas máximas de moral, dadas por los pa­
dres al joven educando, que las escuchaba con respeto,
volviendo en seguida al seminario, acompañado siempre
de los mismos con quienes había salido. De osla manera
permanecía el joven hasta los veinte ó veintidós años, que
era la edad en que, como he dicho ya, debia casarse si no
quería que se le destinase al servicio de los dioses. Enton­
ces el joven pedia permiso al director del seminario para
irse ú casar, aunque el permiso lo pedia generalmente el
padre del educando, y se despedia dando las gracias al
superior por los beneficios que le debia de una buena edu­
cación. El superior al conceder la licencia ú los jóvenes de
ambos sexos que salían de los seminarios, para contraer
matrimonio, pronunciaba un breve discurso, en que les
exhortaba la perseverancia en la virtud, la fidelidad con­
yugal, y el cumplimiento oxacto de las obligaciones que
se imponían en el nuevo estado en que iba á entrar.
Las jóvenes se casaban generalmente de diez y siete á
diez y ocho años.
Aunque el número de seminarios era considerable, no
por esto recibía toda la juventud, la educación en ellos.
Los hijos de los pobres eran generalmente educados por
sus padres, á quienes al mismo tiempo ayudaban en sus
faenas.
CAPÍTULO X IV . 427
Sin embargo, la educación dada en el hogar, era alta­
mente moral, como lo era la recibida cu los colegios de
ambos sexos.
Máximas No se pueden concebir máximas que en -
pádres/sus08 traí*ien doctrina mas pura que la que encerra-
injo». ban, las que los aztecas daban á sus hijos.
Solamente es sensible que aplicasen castigos que casi
locaban en crueldad, cuando algún hijo fallaba á ellas.
Les enseñaban á respetar á los dioses, como á dispen­
sadores de todos los bienos de la tierra; les hacían co­
nocer las bellezas de la virtud y la horrible fealdad del
vicio.
Los primeros misioneros españoles que en la época de
la conquista pisaron aquel país, y aprendieron la lengua
de los indios para instruirles en el catolicismo, nos han
dado á conocer gran parte de esas máximas que recogieron
con solicitud laudable. El padre Olmos, franciscano es­
pañol, que no solo aprendió las lenguas mejicana, Lolonj­
ea, y huaxleca, sino que.escribió de ellas, gramáticas y
diccionarios, nos dejó escritas en mejicano, las exhortado
nes que los antiguos aztecas hacían á sus hijos, y que
prueban la suma moral que predicaban.
En esas exhortaciones, que las tradujo el señor Clavi­
jero para su historia, se encuentran dos muy notables:
una dirigida por una tierna madre á su hija, y la oirá
por un padre á su hijo. Como en ambas se resúmen ,
por decirlo así, los principios mas culminantes de la mo­
ral y aun do algunos muy marcados de urbanidad, voy á
transcribirlos para que el lector pueda juzgar, por si mismo,
de la doctrina que encierran.
128 HIST01U.V D E M É JIC O .

exhortación do «Hijo mió— dccia el padre en sus consejos.


un padre ú J 1.
su hijo. — lias salido á luz del vientre de lu madre,
como el pollo del huevo, y creciendo como él, le dispones
á volar por ol mundo, sin que alcancemos á saber por
cuanto tiempo nos concederá el cielo el goce de la precio­
sa piedra que en ti poseemos. Sin embargo, sea cual fuere
esc tiempo, procura vivir reclámenle, rogando á Dios de
continuo, quo le ayude. El te crió y él te posee: él es
lu padre, y te ama mas que yo: pon todos tus pensamien­
tos en él, y dirígele noche y dia tus plegarias y suspiros.
Reverencia, respeta y saluda á tus mayores, y no vean
en ti jamás señales de desprecio. No permanezcas mudo
con los pobres y atribulados; por el contrario procura con­
solarles coa cariñosas palabras. Honra á todos, pero espe­
cialmente á lus padres, á quienes debes obediencia, amor,
respelo y servicio. Guárdate de imitar el ejemplo de aque­
llos malos hijos que, á guisa de bestias privadas de razón,
no reverencian á los que les lian dado el sér, ni escuchan
su doctrina, ni quieren someterse ú sus correcciones : por
que quien sigue sus huellas tendrá un fin funesto, y mo­
rirá Heno de despecho, ó arrojado en un precipicio, ó
entre las garras de una fiera.
te burles nunca, hijo mió, de los ancianos, ni do
los que tienen alguna deformidad en su cuerpo: no le
mofes de aquel á quien veas cometer alguna culpa ó lla-
quez », ni se la eches tampoco en cara: por el contrario,
confúudele y teme que te suceda lo mismo que le ofende
en los otros. No vayas á donde no le llaman, ni le ingie­
ras en lo que no le importa. E n todas tus acciones y pa­
labras procura demostrar tu buena crianza; y cuando con­
CAPÍTULO X IV . 421)

verses con alguno, no le molestes con tus manos, ni ha­


bles demasiado, ni interrumpas ó perturbes á los oíros con
tus discursos. Si oyes hablar á alguno desacertadamente
y no te loca corregirle, calla : pero si te loca, medita antes
lo que vas á decirlo, y no lo hables con arrogancia, á íin
de que sea mas agradecida tu corrección.
»Cuando alguno hable contigo, óyele atentamente y en
actitud comedida, no jugando con los pies, ni mordiendo
la capa, ni escupiendo demasiado, ni alzándole á cada ins­
tante si estás sentado, pues estas acciones son indicios de
ligereza y de mala crianza.
«Cuando te pougas á la mesa no comas á prisa, ni des
señal de disgusto, si algo le desagrada. Si á la hora de co­
mer llegase alguno, parte con él lo que tienes, y cuando
alguien coma contigo, no fijes en él tus miradas.
«Cuando andes, mira por donde vas , para que no tro­
pieces con los que pasan. Si ves venir á Alguien por el
mismo camino, desvíale un poco para hacerle lugar, y no
pasos nunca por delante de tus mayores, sino cuando sea
absolutamente necesario, ó cuaudo ellos le lo ordenen.
Cuando comas en su compañía, no bebas antes que ellos,
y sírveles lo que necesiten para graugearlc su favor.
«Cuando Le den alguna cosa, acéptala con demostracio­
nes ile g ratitu d : si es grande, no le envanezcas: si es pe­
queña. no la desprecies, no le indignes, ni ocasiones dis­
gusto á quien le favorece.
«tíi te enriqueces, no te insolentes con los pobres, ni
les humilles, pues los dioses que negaron, á otros las ri­
quezas para dártelas á Li, pueden quitártelas, disgustados
de tu orgullo, para dárselas á otros. Vive del fruto do tu
430 H ISTO RIA D E M É JIC O .

trabajo, porqiin así te será mas agradable el sustento.


»Yo, liijo mío, te he sustentado hasta ahora con mis su­
dores, y en nada he fallado contigo á las obligaciones de
padre; te he dado lo necesario sin quitárselo á otros. Haz
lii lo mismo.
y-No mientas jamás, que es gran pecado mentir : cuando
refieras á alguno lo que otro te ha contado, di la verdad
pura, sin añadir nada. No hables mal de nadie, y calla lo
inalo que observes cu otro, sino te toca corregirle. No seas
noticiero ni amigo do sembrar discordias. Cuando lle­
ves algún recado, si el sugeto á quien le llevas se en­
fada y habla mal de quien lo envía, no vuelvas á él
con esta respuesta, sino procura suavizarla y disimula
cuanto puedas lo que hayas oido, á fin de que no se
susciten disgustos y escándalos de que tengas que arro­
pen tir le.
;»No le entretengas en el mercado mas del tiempo ne­
cesario, pnes en estos sitios abundan las ocasiones de co­
meter excesos.
/•Cuando te ofrezcan algún empleo, haz cuenta que lo
hacen paTa probarte: así «pe, no lo aceptes de pronto,
aunque lo conozcas más apto que otro para ejecutarlo, sino
cscúsale hasta que le obliguen á aceptar, pues así serás
mas estimado.
»No seas disoluto, porque se indignarán contra ti los
dioses y le cubrirán de infamia : reprimo tus apetitos, hijo
mió, pues aun eres joven, y aguarda á quo llegue ú edad
oportuna la doncella que los dioses te lian destinado para
mujer. Déjalo á su cuidado, pues ellos sabrán disponer lo
que mas lo convenga, y cuando llegue el tiempo de ca-
capítulo x iv . 431
sarte, no le atrevas á hacerlo sin el consen lómenlo de tus
padres, porque tendrás un éxilo infeliz.
»No hurles ni le des al roho, pues serás el oprobio do
tus padres, debiendo anles bien servirles de honra, en re­
compensa de la educación que le han dado. Si eres bueno,
tu ejemplo confundirá á los malos. No mas, hijo mió : esto
basta para cumplir las obligaciones de padre : con estos con­
sejos quiero fortificar tu corazón: no los desprecies ni los ol­
vides, pues de ellos depende tu vida y toda lu felicidad.»
Las máximas inculcadas por la madre de familias ú su
hija crau Las siguientes:
Precepto* «Hija mia— le decia— nacida de mi sus-
ilo una mejicana 0. .
áüuiiíja. Lancia, panda con mis dolores, y alimentada
con mi leche, he procurado criarle con el mayor esmero,
y tu padre le lia elaborado y pulido á guisa de esmeralda,
para que le presentes á los ojos de los hombres como una
joya de virtud. Esfuérzate en ser siempre buena, porque
si no lo eres, ¿quién le querrá por mujer? todos le despre­
ciarán. La vida es trabajosa, y es preciso echar mano de
todas nuestras fuerzas, para obtener los bienes que los dio­
ses nos quieran enviar; pero conviene no ser perezosa ni
descuidada, sino diligente en lodo. Sé aseada, y leu lu
casa en orden : da agua á tu marido para que se lave las
manos, y haz el pan para lu familia. Donde quiera que
vayas, preséntate con modestia y compostura, sin apresu­
rar el paso, ni reirle de las personas que encuentres, sin
fijar las miradas en ellas, ni volver ligeramente los ojos á
una parle y á otra, á fin de que no padezca lu reputación.
Responde corlesmenlc á quien le salude ó pregunte algo.
«Empléale diligenlómente en hilar, en tejer, en coser
432 H ISTORIA D E M É JIC O .

y en bordar, porque así serás estimada, y tendrás lo ne­


cesario pora comer y vestirle. No le des ol sueño, ni des­
canses á la sombra, ni vayas á lomar el fresco, ni te aban­
dones al reposo, pues la inacción trae consigo la pereza y
otros vicios.
^Cuando trabajes, no pienses mas quo en el servicio d*'
los diosos y en el alivio de tus padres : si te llaman ellos,
no aguardes á la segunda vez, sino acude pronto para sa­
ber lo que quieren, á fin de quo tu tardanza no les causo
disgusto. No respondas con arrogancia, ni muestres rehu­
sarte á lo que le ordenen : si no puedes hacerlo, excúsalo
con humildad. Si llaman á otra y no acude, responde tú.
oye lo que mandan, y hazlo bien. No le ofrezcas nunca á
lo que no puedas hacer, y no engañes á nadie, pues los
dioses le miran. Vivo en paz con lodos : ama á todos ho­
nesta y discretamente, á fin de que todos le ¡unen.
»No seas avara de los bienes que los dioses le han con­
cedido : si ves que á otras se dan, no sospeches mal en
ello, porque los dioses, de quienes son todos los bienes,
los reparten como juzgan conveniente. Si quieres que los
otros no le disgusten, no les disgustes tú á ellos.
»lCviln la familiaridad indecente con los hombres, y no
le abandones á los perversos apetitos de tu corazón, por­
que serás el oprobio de tus padres, y ensuciarás tu alma,
como el agua con el fango : no te acompañes con mujeres
disolutas, ni con las embusteras, ni con las perezosas, por­
que infaliblemente inficionarán tu corazón con su ejemplo.
Cuida de tu familia, y no salgas á menudo de casa, ni l>*
vean vagar por las calles y por la plaza del mercado, pues
allí encontrarás tu ruina. Considera que el vicio, coma
CAPÍTULO X IV . 433
yerba venenosa, da muerte al que lo adquiere, y una vez
que se introduce en el alma, difícil es arrojarlo de ella.
»Si encuentras en la calle algún jóven atrevido y le in­
sulta, no le respondas, y pasa adelante : no hagas caso de
lo que te diga ; no des oidos á sus palabras ; si le sigue,
no vuelvas el rostro á mirarle, para que no so inílamcn
mas sus pasiones. Si haces lo que te aconsejo, se detendrá
y te d'jará ir en paz.
¿No entres en casa ogena sin urgente motivo, porque
no se diga ó se piense algo contra tu honor : pero si entras
en las de tus parientes, salúdales con respeto, y no estés
ociosa, sino loma inmediatamente el huso, ó empléale en
lo que sea necesario.
¿Cuando te cases, respeta á tu marido, y obedécele di­
ligentemente en lo que te mande. No le ocasiones dis­
gusto, ni le muestres cou él desdeñosa ni airada : acógelo
amorosamente en tu seuo, aunque sea pobre y viva á tus
expensas. Si en algo te apesadumbra, no le des á conocer
tu desazón cuando te mande algo : disimula por entonces,
y después le expondrás con mansedumbre lo que sientes,
á íiu de que con tu suavidad se tranquilice y no te aflija
mas : no le denuesles en presencia de otro, porque tú se­
rás la deshonrada. Si alguno entrase en tu casa para visi­
tar á tu marido, muéstrale agradecida y obsequíale como
puedas. Si tu marido es desacordado, sé tú discrela : si m»
maneja bien tus bienes, dale buenos consejos ; pero si ab­
solutamente es inútil para aquel encargo, tómalo tú por tu
cuenta, cuidando esmeradamente de tus posesiones, y pa­
gando con exactitud á los operarios. Guárdale de perder
algo por tu descuido.
4.34 HISTORIA D E M ÉJICO .

./Sigue, hija mía, los consejos que te doy. Tengo mu­


chos años y bastante práctica del m undo: soy tu madre,
y quiero que vivas bien : lija estos avisos en tu corazón
pues así vivirás alegre; y si por no querer escucharme, ó
por descuidar mis instrucciones le sobrevienen desgracias,
culpa tuya será, y tú serás quien lo sufra. No mas, hija
inia : los dioses le amparen.a
Cada padre do familia daba á sus hijos, consejos de
igual importancia, añadiendo aquellos avisos particulares,
relativos al oficio, arte, profesión ó carrera que tenían.
Nada se puede pedir mas perfecto rospeclo á moral, que
los anteriores preceptos; pero las penas aplicadas por los
padres á los hijos que no los observaban, eran crueles.
Duros «luiros Cuando les cogían en alguna m entira, les
por !¡i fiilru ~ °
mas leu*, punzaban los labios con las duras y agudas
espinas del maguey hasta brotar la sangre. Al hijo díscolo
y desobediente le azotaban con ortigas. Cuando incurrió
eu la taita que ya se le había reprendido, le hacían recibir
por la nariz el terrible humo del pimiento, 0 se le alaba
durante un dia á un leño. Cuando la falta era do alguna
gravedad, le echaban ascuas pequeñilas en la cabeza. Los
azotes y los pellizcos en lodo el cuerpo se aplicaban con
mucha generalidad, por los padres, á los niños de ambos
sexos.
Las mismas penas imponían los sacerdotes en los semi­
narios á los educandos que descuidaban algún deber.
Las faltas de respeto á los padres eran castigadas que­
mando los cabellos al irrespetuoso, azotándole con una
vara, 6 aplicándole otras penas severas.
Pero eran muy raro- Ls hijos que incurrían en la falta
CAPÍTULO X IV . 4:35

tío irrcspeluosidad hacia sus padres. Generalmente eran


obedientes y respetuosos, y este respeto lo conservaban
toda la vida, pues aun después de casados, apenas se
atrevían á hablar en su presencia.
Pero si las excelentes máximas (le moral inculcadas por
los padres y maestros á la juventud, hablan muy alto en
favor de la cultura de los aztecas, no hablan en voz menos
elocuente respecto de ella, los dalos que se conservan re­
ferentes á la manera con que tenían distribuido el tiempo
v al arreglo de su calendario.
XS\ncpio,n' *j0S meP canos > 1° mismo que las demás
<ioi tiempo, naciones del Anáhuac, distinguían cuatro eda­
des diferentes, con igual número de soles que, según el
órden. eran, sol ó edad de agua, sol ó edad de tierra, de
aire, y sol ó edad de fuego. La primera comprendía desde
la creación del mundo hasta el instante en que el sol y
casi lodos los habitantes de aquel, perecieron victimas de
una general inundación. La segunda abrazaba un período
que, según sus creencias, duró desde el expresado cata­
clismo hasta la repetición de otra escena no menos espan­
tosa que la anterior, en que la tierra, sacudida por espanto­
sos terremotos, causó la ruina do los gigantes, y puso íin al
segundo sol. La tercera daba principio en la caída de los
¡•oderosos gigantes, y terminaba con los destructores tor­
bellinos que hicieron desaparecer el tercer sol y á lodos los
hombres que poblaban de nuevo la tierra. La cuarta, que
ora la edad del fuego, empezaba en la última restauración
del género humano que se verificó, merced al esfuerzo de mil
seiscientos héroes, nacidos á la vez de una diosa, y debía
concluir cuando el sol y la tierra fuesen consumidos por
m HISTO RIA D E M ÉJICO .

«1 luego. La manera con que esos seiscientos héroes lo­


graron que la tierra que había quedado sin un solo indivi­
duo, volviera á verse habitada, fue, según la religión de los
aztecas, altamente milagrosa.
La diosa Oinecihv.atl quo habitaba en el cielo, dió á luz
en un parto, un cuchillo de pedernal. Indignados sus hijos
do aquel acontecimiento, la arrojaron del ciolo á la tierra.
Al caer á osla la'diosa, nacieron de ella, al recibir el gol­
pe de la caída, seiscientos héroes. (Jomo la tierra so ba­
ilaba deshabitada, los nobles hijos de la diosa, orgullosos
do su alto origen, y viéndose sin gente que les sirviesen,
pidieron á su madre, por medio de una embajada, el per­
miso de crear hombres que les aculasen. La diosa les dijo
que solicitasen del dios ¿el infierno un hueso de muerto,
del cual, regándole con sangre de ellos mismos, saldriau
un hombre y una mujer, de quienes nacerían después mu­
chos hijos, y la tierra volvería ü verse poblada. E l consejo
í'ué admitido; y Xolotl, uno do los héroes, bajó al iniierno,
en solicitud del hueso. Obsequiado por el dios del iniierno
con lo que anhelaba, eolio Xolotl á correr Inicia la super­
ficie de la tierra, antes do que el numen infernal se arre­
pintiera de la dádiva, como en efecto se arrepintió, y le
seguía para quitársela. Xolotl, violentó mas la carrera, sin
ver quo el perseguidor se volvía ya al infierno, y en su
apresuramiento, tropezó, y el hueso se rompió eu pedazos
desiguales. Xolotl se detuvo un instante á recogerlos, y en
seguida volvió á emprender la fuga, hasta llegar á donde
le esperaban sus hermanos. Los pedazos del hueso fueron
entonces colocados en una vasija, y sacándose todos san­
gre de varias parles del cuerpo, los regaron con olla. Cua­
CAPÍTULO X IV . 437
tro dias después vieron formarse un niño, y co¡Llamando
«•I riego do sangre por espacio de oíros tres, so formó una
niña de seductora belleza. Xololt, por ruego do sus her­
manos, se encargo del cuidado do las dos criaturas, á las
cuales crió con lecho de cardo. Así, según los mejicanos,
liabia vuelto á poblarse el mundo, lista cuarta edad debía
terminar, según creían, el último tlia de uno de sus siglos,
y por eso al llegar la última noche de los cincuenta y dos
años, en que acababa el siglo, apagaban, como hemos visto,
el fuego de los templos y de las casas, rompían los utensi­
lios do cocina, y esperaban con ansia inaudita ver arder el
fuego en la montaña, anunciando que liabia empezado otro
siglo.
Pero estas creencias religiosas, en nada se oponían ui
admirable arreglo con que distribuían el tiempo, y al mé­
todo que observaban para contar los siglos, los años, lo.-
meses, las semanas y los dias.
Los mejicanos seguían el sistema de los antiguos lobe­
ras en el cómputo del tiempo. Su siglo, como queda dicho,
constaba do cincuenta y dos años, dividido cu cuatro pe­
riodos de trece años. Cada dos siglos hacían una edad, y
los últimos instantes del siglo que fenecía, 1c daban
nombre de ligadura del Uauj/•), porque en ellos se lig.ib.;
<l nuevo que empezaba a correr para formar una edad.
Lo mismo los aztecas que los acolhuas, ajustaban en lu
medida del tiempo, su año civil al solar, (.'olistaban io-
años de diez y ocho mesas de veinte dias cada uno, espe­
cificando los primeros y los segundos por medio de jero­
glíficos peculiares. Aunque parece que resultaba de csl.
distribución, que el año tenia trescientos sesenta dias, nc
\
4^8 HISTOHIA L>1¡ M ÉJICO.

era así. pues, como los egipcios, agregaban cinco días quo
denominaban inútiles, porque oslaba destinado íi visitarse
múlilamente, dando por resollado que tenia, como el nues­
tro. Irescienlos sesenta y cinco dias.
Las estaciones del año estaban scñoladas por jeroglíficos;
y para saber exactamente los años que iban transcurridos de
cada siglo, y aquel en quo se hallaban, babian puesto á los
años, cuatro nombres, que eran, conejo, caño, pedernal y
casa. (1) El año primero con que empezaba el siglo, era
primer conejo: el segundo año, ser/anda caña: el tercero,
tercer pedernal: el cuarto, cuarta casa: el quiulo, quinta
conejo, siguiendo este orden basta el íin del primer perío­
do que se verificaba el año decimotercio, que era dirimo-
tercio conejo. El segundo período empezaba con el segundo
nombre del año correspondiente al primer siglo, esto es.
con primera raña, puesto que daba principio por ella; se-
guia sé-pando pedernal, tercera casa, cuarto conejo: y asi
sucesivamente hasta el decimotercio año. que venia á ter­
minar con el nombre con que había empezado el período,
(..'orno el nombre que seguía á caña era pedernal, el perío­
do do trece años inmediato, empezaba con primer pedernal.
y el cuarto período, con que terminaba el siglo, con pri­
mera rosa.
Con osle método sencillo en que eran cuatro los nombres
y trece los números, se hacia del lodo imposible la equi­
vocación de un año con otro, y segura la cuenta de los si­
glos transcurridos.
El año primero con que daba principio el siglo, empe-

(1; l.«w nombro.' en mejicano oran, 1‘oriaii. .■!«»//. v Cutti.


CAPÍTULO XIV. ■130
y,aba el 20 «.lo feb rero ; pero los últimos comenzaban doce
dias antes, oslo es, el 14. Provenia Lo expuesto, de que ri
año mejicano se anticipaba un dia cada cuatro años, por
causa del dia intercalar do nuestro año bisiesto, interpo­
niéndose , en consecuencia, trece dias en los cincuenta y
dos años que constituían el siglo. Cuando éste habla ter­
minado, el entrante continuaba empezaudo, como empe­
zaban todos, ol 20 de Pobrero.
Eos nombres de los meses los lomaban ya de sus fiestas
religiosas, ya de alguna cosa notable que se practicaba en
ellos, ó bien de ciertas particularidades muy marcadas.
Mu esos nombres, asi como en las iiguras, se notaba
muchas voces alguna variedad, aunque nunca sustancial,
151 número troce era el que figuraba en todas las combi­
naciones del arreglo del tiempo entre los mojicanos; y es­
ta importancia que al número trece daban, reconocía per
cansí ei >er troco Ir.s dioses principales. El siglo so com­
ponía do cuatro periodos do troce años; do troco meses so
componia su ciclo, y trece eran los dias que se interponían
('ii el curso del primero.
Respecto del gobierno civil, dividían ol mes en cuatro
periodos de cinco dias cada uno, y en el último de cada
semana se celebraban las ferias públicas ó mercados lla­
mados íiaríi/u¡.s.
Este arreglo tenia una ventaja sobre el do las naciones del
antiguo con tinento asi de Europa como do Asia; el do que
cada mes tuviese igual número de días, y do que las se­
manas fuesen completas, sin fracción ninguna en el año y
en los meses.
Aunque ú primera vista parece complicado el si*lema
440 HISTO RIA DE M ÉJICO .

ile lns mejicanos y de los lollecas respecto de la distribu­


ción del tiempo, no lo es realmente si se analiza bien; pe­
ro de todas maneras revela que, las naciones que lo plan­
tearon. estaban dotadas de notable ingenio, y que lejos de
merecer el calificativo de bárbaras, que algunos escritores
les lian dado por no haberlas estudiado, tenían bastantes
grados de cultura y de civilización.
El siglo estaba representado con una rueda de cuatro
ligaras que indicaban los nombres de los años, y que s»
hallaban repelidas trece veces, en la rueda, haciendo to­
das. el número de cincuenta y dos que correspondía á ios
años del siglo. Al rededor pintaban una serpiente enros­
cada, formando cuatro pliegues, indicando así los cuatro
puntos cardinales, y el punto de partida de los cuatro pe­
ríodos de trece años de que cada uno de ellos constaba. El
año se simbolizaba por medio de un círculo dividido en
diez y ocho figuras, que representaban el mismo número de
meses que tenia; y el mes, con otro círculo, dividido en
veinte figuras, que correspondían ú los veinte dias de que
constaba.
De los signos con que distribuían los años y los dias, so­
lian servirse también para señalar en sus pronósticos su­
persticiosos el sino con que nacía la criatura, la felicidad
ó desgracia de los acontecimientos, el resultado de las em­
presas, y todo aquello que tenia relación con la fortuna
del hombre, y cuyos resultados debian ser ya venturosos
ú ya adversos, según el día en que se habían empezado.
Por eso todos procuraban emprender un viaje, entrar en
\k>negó'io ó dar principio á una obra en un dia señalad»
cora.i propicio.
CAPÍTULO X IV . 441
Pero estas supersticiones han sido propias casi de todos
los pueblos.
Los mejicanos conocian la causa de los eclipses, y te­
nían un sistema arreglado de constelaciones, como lo de­
muestra palpablemente la operación de regular todas sus
festividades por las Pléyadas.
ei calendario Lógico es suponer, atendida su aplicación al
mejicano, estudio de la astronomía, que conocerian va-
Esplicacion de .
los signos nos instrumentos astronómicos ; pero no se
que contiene. ^ ene noticia de ninguno de ellos, y solo exis­
te un monumento de su ciencia astronómica. Ese monu­
mento, digno de conocerse, es una inmensa piedra circular,
en que está diestramente grabado el calendario azteca;
obra verdaderamente notable, de la antigüedad mejicana,
que está revelando que poseian los conocimientos claros de
determinar, con precisión, el período de los equinoccios, do
los solsticios, de las horas del dia, y el tránsito fijo del sol
por el cénit de Méjico.
Una feliz casualidad proporcionó á los hombres amantes
al análisis de los progresos de la ciencia, en la marcha de
los antiguos pueblos, esa producción, hija del estudio y de
la observación de un pueblo separado del resto del mundo.
El 17 de Diciembre de 1790, siendo virey el conde de
Revillagigedo, al remover los trabajadores un trozo de
tierra de la plaza mayor de Méjico, para componer el em­
pedrado, se encontraron, á la insignificante profundidad
de diez y ocho pulgadas, con una enorme piedra circular,
que llamó su atención por la forma y figuras que tenia.
Era el calendario azteca, que yacia enterrado sin duda allí
por los mejicanos, antes de que Hernán Cortés se apodera­
442 HISTO RIA D E M ÉJICO .

se de la capital. El sitio de la plaza en que se encontró, so


hallaba á distancia de ochenta varos de la puerta segunda
de palacio, al Poniente, y á treinta y siete al Norte del
Portal de las Flores. Inmediatamente se procedió (x desen­
terrarla, y el virey, conde de Revillagigedo, á petición do
dos personas notables del cabildo eclesiástico, ordenó que
á Osle se entregase el monumento azteca, á condición de
que fuese colocado en sitio público, como se verificó en
seguida, colocándolo al pié de la torre do la catedral, al
costado de ósta que mira al Einpedradillo, donde perma­
nece actualmente.
El importante calendario que nos ocupa, es do lava vol­
cánica, de la clase del basalto, como lo son casi todos los
monumentos antiguos aztecas, que se han encontrado m
diversas épocas en la capital de Méjico.
Aunque el calendario está completo en la parte corres­
pondiente á los signos, no lo está en la que pertenece á la
material. Se ve que la piedra, en su origen, era un parale-
lipipedo rectángulo, cuya base lo formaba un cuadro per­
fecto de doscientas diez y seis pulgadas por lado, ó qui­
nientas cuarenta y seis varas y cuarta cuadradas de su­
perficie, en su base y contrabase: el grueso ó profundidad
debía ser una vara, á juzgar por lo que se advierte; y su
peso se calcula que no baja de cuatrocientos ochenta y
dos quintales.
Esa enorme mole fué conducida á Méjico desde las mon­
tañas, que altísimas se levantan detrás del ancho lago de
Chalco. Asombra el que esa extraordinaria piodra, fuese
conducida desde el fragoso punto en que fué lomada, basta
la capital de Méjico, no existiendo animales do carga, y no
capítulo x iv . 443
pudiendo hacer uso mas que de los brazos de los hom­
bres.
La conducción, de esa piedra ha dado lugar á que algu­
nos conjeturen que dehió ser conducida por algún medio
propio de la ciencia mecánica : pero sus conjeturas se mi­
ran destruidas por la relación que existe de eso hecho. No
existían máquinas de ninguna naturaleza, para transportar
esos enormes peñascos que eran conducidos de un punto á
otro para sus grandes monumentos; pero había grandes
masas de hombres dispuestos para suplirlas, y se sabe que
se emplearon muchos miles de individuos en la conduc­
ción de la colosal piedra, escogida para formar el calenda­
rio. Sin tropiezo ninguno, liabia cruzado largas leguas de
malos caminos la enorme mole ; pero al pasar por uno do
los últimos puentes de la capital, se hundieron los cimien­
tos, y la colosal masa fue al fondo del agua, de donde lo­
graron sacarla, merced al gran número de brazos que se
empicaron para conseguirlo.
Sobre el fondo de ese monumento astronómico de los
aztecas, hay un cilindro de ciento noventa y cuatro pul­
gadas de diámetro y diez y seis de espesor, en que están
grabadas las íiguras y signos que constituyen el calenda­
rio. El canto ó proyectura circular del cilindro, ostenta
curiosas y diversas labores perfectamente hechas, poro sin
mas objeto que el de embellecer la obra , pues carecen de
significación. La superficie dol cilindro, que es la parle
principal y está con perfección labrada, se encuentra divi­
dida on seis parles ; una en que se representa la imágen
del sol con las iusignias y adornos con que le presenta­
ban, que es el círculo que se encuentra cu el centro; y las
444 H ISTO RIA D E M É JICO .

cinco zonas ó fajas circulares concéntricas que se hallan á


su derredor, todas do diversa anchura, y circunscritas las
unas á las otras.
Cuatro cuadros, con liguras que representan las cuatro
edades que los aztecas suponían que había tenido el inun­
do, y señalaban al mismo tiempo las cuatro fiestas princi­
pales, formaban la primera zona. Dos de esos cuadros se
encuentran en la parte superior, encima del sol; y los
otros dos en la parte inferior, debajo del astro referido. En
medio de los dos cuadros de arriba, se ve un triángulo que
no tiene mas objeto que señalar la división de la segunda
zona ; pero á cada uno de sus dos lados se encuentra una
figura diminuta que indican dos fiestas distintas, y los
dias en que so celebran. A cada lado del sol y entre los
cuadros de arriba y los de abajo, se ven dos figuras en
forma de herradura, que representan á Cipactonal y á su
mujer Oxo.uaco, á quienes juzgaban inventores de la as­
tronomía. En la parte inferior se descubren otras dos figu­
ras, que indican igual número de fiestas, al mismo tiempo
que señalan dos de los principales movimientos del sol.
La segunda zona presenta los veinte dias que compo­
nían el mes, los cuales se deben contar empezando por la
parte de arriba, sobre el triángulo, y de derecha á iz­
quierda.
La zona tercera contiene cuatro figuras que cortan con
su extremidad superior, la siguiente zona. Estas cuatro fi­
guras que están dos en sentido vertical y las otras dos en
posición horizontal, en forma de fajas unidas por la extre­
midad saliente y dobladas en los extremos opuestos, sim­
bolizan cuatro rayos dol sol. E n cada una de las cuatro
CAPÍTULO XIV. 445
partes en que está dividida la zona por medio de las figu­
ras que, como lie dicho, representan otros tantos rayos so­
lares, hay diez rectángulos pequeños, ó sea cuarenta en
toda la zona. Esto por lo que hace á los rectángulos visi­
bles; pero como hay además doce que se suponen cubier­
tos por la parle inferior de los cuatro rayos referidos, tres
por cada uno de ellos, resulta un total de cincuenta y dos
rectángulos, número igual al de años que tenia el siglo az­
teca. Cada uno de esos rectángulos represonta, por medio
de un círculo y de cuatro óvalos pequeños, los cinco dias
en que dividían la semana, resultando una suma de dos­
cientos sesenta dias que tenia su año lunar, del que no
existen pormenores; pues con respecto al solar, al cual ar­
reglaban el civil, ya he dicho que se componía, como el
nuestro, de trescientos sesenta y cinco dias.
La cuarta zona, que presenta mayor espacio que las
otras, tiene cuatro rayos solares, semejantes á los de la zo­
na anterior; pero sin que se les vea abajo, la pavle curva
que los otros tienen. Los arcos pequeños que hay en esta
zona, representan las luces que rodean el sol; y los catorce
oirculilos dobles, son signos numéricos. Las ocho figuras
que en forma de carcaj, en cuyos extremos se descubren
unos circulitos dobles, simbolizan ocho rayos solares; y va­
rios arquilos que están entre esos rayos, represeatan, como
los arcos pequeños, antes mencionados, las luces del sol. En
el remate de la zona se ven doce figuras en forma de lla­
mas, unidas á la última faja. Estas figuras representan los
objetos á que los aztecas consagraban gran veneración y
respeto; esLo es, los montes y las nubes.
La quinta zona da á conocer la vía láctea, que los meji-
146 HISTO RIA D E M ÉJICO .

cutios conocían con el nombre de CiilaUnycue. Entre dos


ángulos agudos, que sirven de índices y se encuentran en
la parle superior de la zona, hay una ligura cuadrada que
simboliza el año trece caña, que es la terminación del me­
dio siglo. JOu el extremo opuesto <5 parle inferior, so des­
cubre una figura grande, donde se ven dos rostros idénti­
cos, uno frente al otro, puestos de perfil y con adornos en
la cabeza. Esta figura representa al dios de la noche, á
quien los mejicanos daban el nombre de 2'oaItencUi.
Muchos signos y caracteres pequeños, cuyos significados
se ignoran, se encuentran en el calendario azteca; pero se
cree, con bastante fundamento, que servian para señalar á
los sacerdotes el tiempo de sus prácticas religiosas, de al­
gunos ritos, de sus oraciones y de otros actos propios de
su ministerio, por medio de la sombra proyectada sobre
las figuras y earacléres numéricos por los gnómones, ó va­
ritas de bronco que ponían encima, como se pone á los re­
lojes de sol para señalar la hora.
El calendario azteca es, como se ve, un monumento
notable de las antigüedades mejicanas. En él están de­
mostrados los movimientos del sol, en declinación, durante
los doscientos sesenta dias que tenia su año lunar, desde
que partió de la línea equinoccial, para marchar al trópico
do Cáncer, basta volver ú la misma linca. Indicaba las
épocas dsl año destinadas á celebrar fiestas, marcando los
dias de éstas. Servia de reloj solar, señalando á los sacer­
dotes aztecas las horas destinadas al culto y á los sacrifi­
cios; y , por último, en ese calendario se encontraba redu­
cida la mitad de la Eclíptica, ó movimiento del sol, de Oc­
cidente á Oriente, desde el primer signo del zodiaco hasta
CA I'ÍT I U ) X IV . 447
el sétimo ó primero de Libra, así como el movimiento dia­
rio do Oriente á Occidente, desde el instante c[uenace has­
ta aquel en que se oculta.
f.it«rat.iira I 'a inteligencia y el amor al estudio, revelu-
mcjicana. elos por los mejicanos, en los pocos monumen­
tos que de ellos se conservan, resallan también en las le­
yendas históricas, en las maravillosas tradiciones, en las
fábulas heroicas y en los patrióticos himnos que en los
seminarios enseñaban á la juventud.
No se conserva ninguna de esas composiciones de los
antiguos aztecas, para poder apreciar debidamente su
mérito : pero las traducciones del laborioso fraile francis­
cano español, Sahogun, vertiendo al castellano las plegarias
y discursos público s do los mejicanos, dan una idea favo­
rable de la riqueza y dulzura del idioma de éstos, y de l-.i
buena forma y elocuencia í[ue daban á sus obras literarias
los oradores y los poetas. Las producciones de los últimos
están manifestando, en los apveeiables fragmentos que de
ellos quedan, que el lenguaje poético era dulce, sonoro,
puro y brillante, y que los hombres que se entregaban al
cultivo de la poesía, observaban en sus versos el metro y
la cadencia.
Los que se dedicaban á la oratoria, procuraban desde
niños expresarse con facilidad y elegancia, bebiendo las
ricas frases del bien decir, en las sonoras y elocuentes aren­
gas y discursos de sus mas ilustres oradores, que sus
maestros les hacian aprender de memoria.
No es mi intento, al hacer el elogio de los oradores y
poetas aztecas, nivelarlos con los oradores y poetas de las
naciones cultas de Europa. Nada de eso. Mi objeto no es
448 H ISTORIA D E M É JICO .

oLro que dar íí conocer el estado de civilización, á que por


sus solos esfuerzos habian llegado los mejicanos, haciendo
observar únicamente, que sabían dar á sus producciones
un fondo de raciocinios sólidos, y una forma elegante y
bella.
Para sus composiciones, no echaban mano los poetas, de
argumentos complicados que revelasen esfuerzo de inven­
tiva. Todas las obras basaban en argumentos sencillos.
Eran himnos en honor de sus dioses, que se cantaban en los
templos ó en los bailes sacros; algún hecho heroico de
personaje notablo; una fábula moral, ó algún himno, en­
salzando las glorias de la patria.
Literatura La misma sencillez observaban en las com-
drteatroCa' posiciones dramáticas. Sus comedias Lenian
y m*s¡ca. por objeto, despertar la hilaridad del público,
presentando cojos, mudos, sordos, ciegos y tullidos que
se dirigian al templo á pedir la salud á los dioses. Los
teatros se levantaban en los atrios de los templos, ó en las
plazas do mercados, y los hacian de palos y enramada, no
pasando sus dimensiones de treinta piés en cuadro. El
adorno consistía en arcos de plumas y llores, de los cua­
les colgaban vistosas aves, conejos y objetos agradables.
El pueblo acudía á las representaciones después de co­
mer, y los actores, que como he dicho, figuraban perso­
najes lisiados, entablaban diálogos en que cada cual expo­
nía los inconvenientes de su enfermadad ó de su defecto
físico, provocando la risa de los espectadores, y termi­
nando con que se dirigian al templo á pedir á sus divini­
dades el remedio á sus males. Otras comedias Lenian por
argumento, dar á conocer el sufrimiento y las propiedades
CAPÍTULO XIV. 449
de los animales; y entonces los actores se disfrazaban con
caretas, qoe figuraban la cabeza del animal que tenían á
su cargo desempeñar. En los mismos teatros se daban es­
pectáculos pantomímicos, y toda función terminaba con
un gran baile, ejecutado por todos los actores, al son de
una música insonora y desagradable, que se componía de
trompetas, caracoles marítimos, un tambor llamado hue­
huetl, que era un cilindro de madera, de una vara de alto,
cubierto con una piel de ciervo por arriba, que se tocaba
con los dedos, y de sonajas y chirimías.
Monótono y duro, como el ruido de sus instrumentos,
era su canto; pero su afición hácia este era extremada, y
veces había, que en sus fiestas y regocijos, se pasaban
cantando un dia entero.
Por imperfectas que las comedias fuesen, y por desapa­
cible que para nuestros oidos seria hoy aquella música, re ­
velan al menos el principio de una cultura literaria, y la
pasión hácia una de las artes mas delicadas y dulces en
que, ciertamente, sobresalieron menos.
En su marcha progresiva por el campo de la inteligen­
cia, tocaron también, con buen suceso, el principio de la
ciencia de las matemáticas. Dotados de agudo ingenio, in*
Aritmética, ventaron un sistema sencillo de numeración
para su aritmética, y ejecutaban sus operaciones con no­
table facilidad.
La Con la misma expresaban sus pensamien-
esonto-pintura. ^p0r 0
m e¿i ia pintura. Esto, mas que
un arte para recrear el sentido de la vista, era entre los
mejicanos, la instructiva y útil historia de los aconteci­
mientos operados en la nación. Lss pinturas eran, por de­
450 HISTORIA D E M É JIC O .

cirio así, los caractéres tipográficos, para eternizar la me­


moria de los hechos; y los pintores, los cronistas encarga­
dos de escribirlos. Los primeros que en la América se
valieron de la pintura, para formar la historia, fueron los
loltecas; y conociendo la importancia de ella, pronto la
adoptaron los acolhuas, extendiéndose rápidamente su uso
á todas las naciones de Anáhuac.
Los mejicanos tenian infinidad de pinturas. En unas se
hallaban compiladas las leyes que regian en el reino : en
otras la historia de los principales acontecimientos: en a l­
gunas, los tributos señalados álos pueblos, y en no pocas,
su mitología, los objetos del culto idolátrico, los ritos, fies­
tas y ceremonias religiosas.
Habia pinturas topográficas y corográficas, en que se
marcaba los límites de los terrenos, la situación de los
pueblos, la forma de las costas, la distancia de los puntos,
la posición de los lagos y el curso de los rios : las habia
religiosas, en que constaban los himnos que se cantaban
en los templos; y abundaban las cronológicas, astronómi­
cas y astrológicas. No habia acontecimiento ni objeto, así
animado como inanimado, que no estuviese representado
en las pinturas. No es de extrañarse, por lo mismo, que
el número de ellas fuese exorbitante. Por desgracia, recien
hecha la conquista de Méjico por los españoles, los prime­
ros misioneros, creyendo que aquellas pinturas no repre­
sentaban mas que ídolos y signos idolátricos que alimen­
taban en los indios las ideas de sacrificar séres hum a­
nos, que siempre que podian lo verificaban ocultamente,
hicieron una inmensa hoguera en la plaza de Texcoco, con
las muchas que allí encontraron, desapareciendo entre las
CAPÍTULO X IV . 451
llamas, junto con los signos y jeroglíficos de la supersti­
ción, de los oráculos, de la mitología y délas extravagan­
tes producciones de los fanáticos arúspices, la memoria de
importantes hechos, relativos á la marcha de aquellos pue­
blos; al lado de las fígnras de los sangrientos ídolos, el
importante manuscrito en que estaban consignados los cu­
riosos pormenores de la inmigración de aquellas naciones,
y de su paso desde el Norte del Asia á la apartada Amé­
rica; unido al ridículo vaticinio sobre el nacimiento en de­
terminados meses, el instructivo y precioso mapa hecho
con la mas admirable exactitud.
Sensible fué para la historia, la pérdida de los muchos
documentos buenos que, mezclados con un gran número
de inútiles, y convertidos unos y otros en cenizas, espar­
ció el viento por todas partes. Sin embargo, no lo fué tan­
to como se ha tratado de hacer creer por algunos histo -
riadores extranjeros, mas apasionados que filósofos, menos
analizadores que sinceros. Los mismos misioneros, al sa­
ber el error que habían cometido, se apresuraron á reparar
el mal causado involuntariamente, buscando y recogiendo,
con laudable afau, todas las pinturas que se habían salvado
del incendio; informándose verbalmente de los indios ins­
truidos, del contenido de las que se habían quemado, y
apuntándolo todo con la exactitud mas escrupulosa; apren­
diendo el idioma para informarse de sus costumbres, y es­
cribiendo apreciables obras relativas á todo lo concernien­
te al país de Anáhuac; obras que han sido la fuente de
donde han tomado gran copia de hechos para las suyas, los
demás escritores que se han ocupado de las cosas de aque-
452 H ISTO RIA DE M É JICO .

Fresca estaba en la memoria de los sabios aztecas y tex-


cocanos, los acontecimientos históricos de sus respectivas
naciones, y referidos por ellos á los misioneros, empeñados
en darlos á conocer, hay motivo para creer que si la repa­
ración no excedió al mal, quedó al menos compensado fe -
lizmente. El noble celo por reparar el daño causado, les
hizo escribir lo que acaso nadie, ni ellos mismos hubieran
escrito por entonces, á no haber sido quemados los jero­
glíficos ; y quedando estos archivados, fácil hubiera sido
que mas tarde nadie los pudiera descifrar, como no se hu­
bieran descifrado algunas pinturas, que después se han
encontrado, á no ser por los escritos que nos dejaron. Sin
las producciones literarias de esos humildes misioneros,
serian incomprensibles las pinturas que se conservan, co­
mo los manuscritos de los clásicos latinos lo hubieran sido,
si el clero de la edad media, celoso de la pureza de lo be­
llo, no se hubiera esforzado en mantener viva la lengua
en que estaban escritos, viniendo á ser el idioma litúr­
gico.
El mismo gobierno español, animado de un noble celo,
creó una cátedra de antigüedades mejicanas, en la Univer­
sidad de Méjico, donde el profesor se dedicaba exclusiva -
mente al estudio de la escrito-pintura, y á la explicación
de los caractóres, signos y figuras de la pintura azteca.
Otra consideración consoladora para los amantes del sa­
ber, viene en apoyo de que la pérdida sufrida en las pin­
turas quemadas, aunque lamentable, fué menor que la que
se ha supuesto. La escrito-pintura exigía grandes y mu­
chos volúmenes, para referir un suceso, por breve que el
asunto fuese.
CAPITULO X IV . 453
Los signos y los emblemas de que tenían que valerse
los aztecas para expresarse, tenían que ocupar un espacio
mucho mayor que el que hoy se ocupa para dejar consig­
nado un hecho. Un viaje lo significaban, pintando lo hue­
lla del pié. Un terremoto se indicaba con un hombre sen­
tado cu el suelo, y el habla con una lengua. Todos los ob -
jetos que tenían forma, los presentaban como eran, y para
las cosas que no tenían imágen propia, usaban caractéres
significativos de ellas, pero que ocupaban mas lugar que
el que hoy se ocupa para escribir. Cuando trataban de
presentar una persona determinada, pintaban una cabeza
de hombre ó de mujer, según el sexo á que pertenecía, ó
un hombre ó una mujer, colocando sobre el dibujo, una
figura que expresaba la significación de su nombre. Igual
cosa verificaban para dar á conocer el nombre de una ciu­
dad ó de una villa. Respecto de la historia, para fonnarla,
pintaban en el márgen del papel las figuras de los años á
que se referian en número igual de cuadritos, y al lado
de cada uno de éstos, los acontecimientos que le corres­
pondían. Cuando eran muchos los años y no cabían, por
lo mismo, en la misma tela, seguian colocándolos en otra.
De lo expuesto, debemos deducir que, aunque fué gran­
de el número de pinturas que al principio se quemaron,
lo importante para la historia, contenido en ellas, podría
reducirse á muy estrechos límites.
Materias en que Las pinturas las hacían sobre pieles adoba-
escribían, das, telas de palmas y de cortezas muy súti-
les de árboles á propósito, preparadas con goma y otras
materias.
El papel que resultaba de esas combinaciones y de los
454 HISTO RIA DE M É JIC O .

medios de que se valían para confeccionarlos, era semejan­


te al cartón actual, aunque mucho mas terso y claro que.
éste. Por la manufactura mejor y mas apreciable usada
para la escrito-pintura, era la confeccionada con las hojas
de la pita, planta llamada por los mejicanos mujmy. Para
reducirlas al estado de admitir la pintura, las maceraban
como cáñamo, las lavaban perfectamente, las extendían y
las pulimentaban, resultando un papel semejante al papy-
rus de los egipcios.
Los colores empleados por los aztecas en las pinturas,
eran vivísimos, y los sacaban do ciertas piedras minerales,
de las ñores, del añil, de la cochinilla, y de varias plan­
tas. Que la brillantez de esas pinturas era notable, se de­
duce de la frescura y viveza que ostentan las que se
conservan hasta nuestros dias.
Los pliegos de la escrito-pintura, se conservaban arrolla­
dos como los antiguos pergaminos, ó doblados como un
biombo, en volúmenes de regular tamaño.
El escritor prusiano Paw, no queriendo conceder á los
países antiguos de la América, ninguno de los adelantos
que realmente tenían, ridiculiza la escrito-pintura de los
mejicanos; dice que para representar un árbol, pintaban
un árbol, que no tenían jeroglíficos, y que apenas po­
dían expresar por medio de las pinturas, aunque siempre
de una manera imperfecta, los acontecimientos mas sen­
cillos.
No negaré yo que estaba muy lejos de la perfección el
modo de representar las cosas por aquellos pueblos; que el
método observado daba lugar á interpretaciones y equívo­
cos; pero no por eso podré estar ni remotamente de acuer­
CAPÍTULO X IV . 455
do con las apreciaciones del escritor mencionado. Los me­
jicanos usaban de los jeroglíficos, y no solo representaban
los objetos materiales, sino también el siglo, el año, el
mes, la semana, la noche, el dia y todo lo que anhelaban
dará conocer. Creo, por lo mismo que, aunque imperfecto,
como tenia que ser, ei modo de representar las cosas, me­
recen todo elogio y alabanza los pueblos que, sin modeles
á quienes imitar y por sí solos, se entregaban al estudio y
á la observación, y llenos de la noble ambición de saber,
caminaban por el sendero de los adelantos, dejando en sus
pinturas, un recuerdo eterno de su legislación, de su in­
dustria, de su policía, de su moral y de los acontecimien­
tos operados en el rico suelo de Anáhuac.
CAPITULO XV.

Religión de los mejicanos.—Sus dioses y sus atributos—Origen de los sacrifi­


cios.—Fiestas celebradas en los diez y ocho meses del aflo azteca.—Sacrifi­
cios de victimas humanas que en ellos se hacían.—Número de sacrificados
anualmente.—Oblaciones, ayunos y penitencias.—Ceremonias á la salida
del sol.—Número de veces con que diariamente incensaban i sus Idolos.—Si­
tios destinados á las almas en la otra vida.—Número de sacerdotes que habia.
—El sacerdocio no era perpetuo y los sacerdotes eran casados.—GeTarqufas
quo existían entre los sacerdotes.—La educación de la juventud estaba á
cargo de los sacerdotes.—Ordenes religiosas.—Sacrificadores sacerdotes y
sacrificios en diversas fiestas.—Ayunos y terribles penitencias de loe sacer­
dotes.—Número de templos y sus rentas.—Hitos de los mejicanos en el na­
cimiento de un niiio.—Hitos nupciales.

Después de haber dejado correr la pluma por el agrada­


ble campo de los adelantos y la civilización de un pueblo,
que supo con su inteligencia y su amor al estudio formar
códigos de acertadas leyes, presentar monumentos que acre­
ditan sus conocimientos en astronomía, y crear una lite­
ratura sentida y filosófica, preciso es detenernos á dar á
conocer uno de los puntos que se enlazaban íntimamente
con su vida política, y que ejercía una poderosa infíuen-
458 HISTO RIA D E M É JICO .

cia en los mas notables actos de la sociedad. El punto


intimamente ligado al sér político de aquella sociedad, era
la religión.
Quien no conozca la religión de los aztecas, es imposi­
ble que pueda formarse una idea exacta de sus institucio •
nes sociales y de su gobierno.
La mitología azteca, aunque semejante en los atributos,
de algunos dioses, á la mitología de los antiguos griegos y
romanos, no lo era en la parte- relativa á la moral de sus
divinidades.
En ambas se ven los esfuerzos del hombre, impulsado
por un sentimiento religioso que, no comprendiendo los
misterios de la naturaleza, busca para poderlos explicar y
darse cuenta de su misma existencia, los agentes sobreña •
turales que dirigen las maravillosas obras de la creación.
Comprendían que no podia existir efecto sin causa,
criatura sin creador; y siendo muchas las cosas creadas,
juzgaban que el número de dioses, debía estar en relación
con el número de ellas. Sin embargo, los sentimientos que
lunación mejicana atribuía á sus dioses, diferían com­
pletamente de los que los griegos y romanos concedían á
los suyos. Estos dos últimos pueblos, atribuían á sus divi­
nidades todas las venganzas, impurezas y crímenes ima­
ginables, y celebraban sus fiestas con vergonzosas bacana­
les y escandalosas saturnales, justificando sus vicios con los
vicios de que juzgaban dotados á sus númenes. Los dioses
de los aztecas, estaban exentos de impureza; pero en cam­
bio eran sangrientos, y solo parecían complacidos cuando
la caliente sangre de víctimas humanas humeaba en sus
altares.
CAPÍTULO X V . 459
Las hecatombes de séres racionales, era una exigencia
de aquellas divinidades, que manchaban el poético y flori­
do suelo del Anáhuac; la negra nube importuna, en medio
de un cielo diáfano y encantador; la repugnante huella
del genio desolador, impresa en el delicioso jardin de
América; el sombrío semblante de la tristeza, en medio de
los trasparentes lagos, del ambiente perfumado, de las flo­
ríferas colinas, de los bosques, de las aves, de las delicias
en fin, de un país encantador, donde la naturaleza entera
sonríe dulcemente al hombre.
En todas las fiestas de las principales deidades, que se ce­
lebraban en los diez y ocho meses, de á veinte dias, de que
constaba el año azteca, se hacían sacrificios de víctimas
humanas á las divinidades, excepto en una que se verifi­
caba el 16 de Febrero, en honor del dios del fuego.
Las mismas hecatombes se repetían en las fiestas anua­
les, así como en las que se celebraban al principio de cada
período de trece años, y en la secular, al fin de los cin ­
cuenta y dos de que se componía el siglo de aquellas n a­
ciones. Eu esas fiestas, se presentaban asociadas íntim a­
mente cosas que, por su naturaleza, se repelían, se recha­
zaban como repulsivas y contrarias entre si. Al mismo
tiempo que se vertía la sangre humana de desventuradas
víctimas, se ofrecían flores, incienso, codornices, palomas,
plantas y semillas, á las inhumanas deidades. Mientras
modestas y virtuosas jóvenes y candorosos niños, corona­
dos con bellas y aromáticas guirnaldas, se dirigían en
agradable procesión al templo, á colocar al pié de los alta­
res, aromático incienso y vistosos ramilletes, otra proce­
sión, imponente y severa, conducía á ofrecer á la misma
40 0 HISTORIA. D E M É JIC O .

divinidad, el corazón arrancado del pecho de un desgracia­


do. La idea de lo bello, de lo digno, de lo grato, estaba
unida á la délo funesto y lo espantoso.
Se diría, examinando los contrastes de aroma y de san­
gre, ofrecidos á la vez á sus trece dioses tutelares, que los
mejicanos obedecían á dos influencias opuestas, noble y
magnánima la una, inspirada por la naturaleza ; dura y
terrible la otra, sugerida por la preocupación. En el punto
religioso, lo mismo que en lo que hace relación al estado
social, los mejicanos ofrecían disparidades las mas incon­
cebibles y extrañas. Al lado de las máximas de moral, in­
sinuadas de la manera mas dulce, los castigos severos y
hasta crueles, por la infracción de la menos importante: le­
yes prudentes y sabias, junto á otras inobservables : cos­
tumbres suaves, mezcladas con otras rudas y sangrientas:
la luz acompañada de la sombra : lo bello y encantador,
unido á lo repugnante y Aero ; los sacrificios humanos y
los banquetes celebrados con los miembros de las víctimas
sacrificadas, asociados á las fragantes rosas, las vistosas
guirnaldas de flores, Las blancas palomas y las sencillas
codornices.
Los aztecas, aunque idólatras, tenian una idea, bien
que imperfecta, de la existencia de un Sér Supremo, Crea­
dor de todo lo que ostentan los cielos y la tierra. Le ju z ­
gaban invisible, y por lo mismo no le representaban bajo
ninguna forma ni figura. Le distinguían con el nombre
genérico de Teotl, y en las plegarias que le dirigían, le
llamaban «el dios por quien vivimos;» «el que todo lo
tiene en sí mismo,» «sin el cual es nada el hombre;»
«que está presente á cuanto se hace;» «que lee todos los
CAPÍTULO X V . 461
pensamientos, y ve todas las obras;» «dispensador de las
gracias y los bienes;» «perfecto y puro,» «bajo cuya
paternal protección, encontramos dulce reposo y seguro
amparo.»
Pero á pesar de esos sublimes atributos que le conce­
dían, juzgaban demasiado grande la máquina complicada
del Orbe, para que pudiese regirla sin asociarse á otros
dioses, y creian que á cada uno de éstos, estaba encomen­
dada una de las sublimes obras de la creación. La unidad
de un Sér, á cuya sola voluntad se subordinan y obedecen
las diversas partes del sublime conjunto que forman las
maravillas de la creación, no la veian con claridad ; y no
se podían explicar la marcha uniforme y perfecta del todo,
sino por medio de agentes inferiores, encargados de la
ejecución de sus respectivas obras.
Trece eran los dioses principales: doscientos sesenta, los
que recibían oraciones durante todo el año lunar ; y dos
mil. los menos importantes, aunque no menos respetados.
líl dios de mas alta alcurnia, después del Supremo Sér
invisible, que ya liemos mencionado, era Tezcatlipocu, que
significa espejo reincidí te. Se le juzgaba autor del cielo y
de la tierra, el alma del mundo y señor de todas las cosas.
Representábanle hermoso y dotado de juventud perpetua,
para significar la belleza de lo creado, y que siempre es
jóven la naturaleza. La materia de que el Idolo estaba h e­
cho, era de una piedra negra y reluciente, llamada feoteU,
que significa piedra divina, semejante al mármol negro.
Le juzgaban dispensador de envidiables bienes, á todos los
que observaban una conducta irreprensible, y severo con
los malos y viciosos, á quienes castigaba, enviándoles
462 HISTO RIA DE M É JIC O .

penosas enfermedades y males continuos. Atento con el


menesteroso arrepentido, escuchaba los ruegos que se le
dirigían, y remediaba las penas que le aquejaban. No h a­
bía esquina de calle que no ostentase asientos de piedra,
hechos exclusivamente, para que en ellos descansase la
deidad; bancos sagrados, en que á ninguna persona le era
permitido sentarse. Según la historia mitológica, presenta­
da en las pinturas aztecas, había descendido del esplen­
dente cielo por medio de una misteriosa cuerda, formada
de telarañas que, cediendo suave y elásticamente al divino
peso de la celeste deidad, llegó justamente hasta tocar la
tierra. En las curiosas páginas de esa misma mitología, que
conslituian el libro divino de la Dación azteca, se consigna­
ba, que había arrojado de la ciudad de Tula al gran sacer­
dote Quetzalcoall, virtuoso y venerable sabio, á quien mas
larde se le colocó en el número de las divinidades. Se le
representaba al dios Tczcallipoea, atados los cabellos con
un cordon de oro, de cuyo extremo pendía una oreja del
mismo rico metal, con algunas partículas, imitando el h u ­
mo, que significaban los ruegos de los afligidos. De su
labio inferior le colgaba un cañuto trasparente, de una m a­
teria semejante al cristal, en cuyo fondo brillaba una plu-
mita verde, que persuadía de pronto* una piedra preciosa.
Cubría su ancho pecho una lámina de oro macizo, y ricos
brazales, también de oro, adornaban sus brazos. Velaba su
ombligo una fina esmeralda de subido precio : ricos pen­
dientes de oro adornaban sus orejas, y en la mano izquier­
da ostentaba un bellísimo abanico del mismo metal, con
brillantes plumas, en que se reflejaban los objetos, como en
un limpio y terso espejo. De esta manera trataban de sig­
CAPÍTULO X V . 463
nificar, que todo lo veia la expresada deidad; que nada se
le ocultaba de lo que en el mundo se hacia. Cuando que-
rian darle á conocer con los atributos de la justicia, lo re ­
presentaban sentado en un banco, rodeado de un lienzo
escarlata, en que se veian pintados huesos y cráneos h u ­
manos, empuñando en la mano izquierda un escudo y
cuatro flechas; levantado el brazo derecho, en cuya mano
tenia un dardo en actitud de arrojarlo: pintado de negro
el cuerpo, y coronada la cabeza con plumas de codorniz.
Otras dos divinidades, altamente reverenciadas, y que
habitaban en una ciudad llena de encantos y placeres,
edificada en el cielo, eran el dios Omctcudlió Citlallalo-
)iac, y la diosa Oniecihuall, 6 CitloMcue. Se creía que am­
bos tenían el cuidado de velar por la felicidad del mundo,
y que comunicaban á los séres humanos sus respectivas
inclinaciones. La diosa que habia tenido muchos hijos,
tuvo la desgracia de dar á luz, en un parto, un cuchillo de
pedernal, como tengo dicho en el capítulo anterior, al ha­
blar de la última de las cuatro edades, por lo cual fué ar­
rojada del cielo por aquellos. También referí, que al caerá
la tierra, brotaron, al golpe dado, seiscientos héroes que,
por medio de un hueso pedido al dios del infierno, que se
hizo pedazos, lograron, rociando con sangre de sus cuer­
pos los fragmentos, formar un hombre y una mujer, vol­
viendo de esta manera á poblarse de nuevo el mundo. Los
seiscientos héroes, ó semidioses, consiguieron de aquella
manera, su objeto, que era tener servidores y vasallos.
Mucho tiempo disfrutó la tierra de todos los bienes apete­
cibles ; pero llegó un dia en que se extinguió el sol, sin
cuya luz y calor el mundo tenia que desaparecer. Aule
464 H ISTORIA D E M É JIC O .

Apoteosis aquel conflicto, los expresados héroes se reu-


dei eoi. nieron en Teotihuacan, al rededor de una in ­
mensa hoguera que encendieron, y con acento profético
dijeron á la multitud que, si había alguno que se atreviese
á lanzarse en las llamas, al instante se vería convertido
en sol, perteneciendo desde entonces á la gloriosa clase de
los diosos. Al escuchar la promesa de los héroes, un hom­
bre llamado Xanaliuatem, lleno de intrepidez y deseando
verse deificado, se arrojó al fuego y bajó al infierno. Todos
los circunstantes quedaron esperando el resultado de la em­
presa acometida. Entre tanto los seiscientos héroes hicie­
ron una apuesta con varios animales, entre los cuales figu­
raban las langostas y las codornices, respecto del sitio por
donde el sol debía aparecer de nuevo. Ninguno délos an i­
males consultados, pudo adivinar el punto por donde apa­
recería el astro del dia, y en consecuencia, fueron sacrifi­
cados.
Por fin el sol se presentó por la parte que después se
llamó Levante; pero á los pocos instantes de haberse eleva­
do sobre el horizonte, se detuvo. Los héroes le mandaron
que continuase su carrera; pero habiéndose negado el sol
á obedecerles, uno de ellos, llamado Citli, preparando el
arco, le arrojó una flecha. El sol se inclinó un poco, y
evitó el golpe. Citli disparó otras dos flechas, de las cua­
les solo una llegó hasta el sol. Irritado éste de aquel des­
acato, rechazó la flecha contra Citli, clavándosela en la
frente, de cuya herida murió á los pocos instantes. La
muerte de Citli, llenó de consternación á los demás héroes;
origente ios y juzgándose impotentes para luchar contra
hum anos. el sol, ó queriendo desagraviar al ofendido
CAPÍTULO X V . 465
-dios, pidieron á su hermano Xolotl, que Ies matase por su
propia mano. Xolotl obsequió el deseo de los héroes ; les
quitó la vida, abriéndoles el pecho á todos, y en seguida
se mató á sí mismo. Antes de morir, los héroes se despo­
jaron de sus ropas y las entregaron á sus servidores. Cuan­
do Hernán Cortés conquistó Méjico, los indios guardaban
aun, con grande veneración y respeto, unas telas muy vie­
ja s que se aseguraban ser las que heredaron de los ilustres
héroes. La muerte de éstos, llenó de tristeza á los habitan­
tes de la tierra, y el dios Tecaztlipoca que era, como he
dicho, la divinidad mayor, después del invisible Ser Su­
premo, envió á uno de los fieles vasallos de los sacrifica­
dos héroes, al palacio del sol, para que trajese una so­
nora música con que se celebrasen las fiestas en honor del
mismo sol, encargándole que hiciese saber á éste que,
cuando hiciese un viaje por mar, como tenia resuelto, se
le pondría un puente de ballenas y tortugas. El hombre
encargado de la elevada comisión, partió hácia el palacio
del astro principal, entonando un himno que el mismo
dios Tecaztlipoca le enseñó. De aquí tuvo origen, según
los mejicanos, la música y el baile con que celebraban las
fiestas de sus divinidades, y el sacrificar diariamente co­
dornices al sol. Respecto de los sacrificios humanos, la
•costumbre reconocia por principio, el cometido por Xolotl
Apoteosis en sus hermanos, y en él mismo. Parecido al
<ie la lana, apoteosis del sol fué el apoteosis de la luna.
Otro hombre, de los que se hallaban al rededor de la ho­
guera en que se arrojó Nanahuatzin, se lanzó tras él, imi­
tando su ejemplo ; pero como las ilamas habiau per­
dido, al devorar el combustible, parte de su brillantez,
T omo I. 5!)
46l> H ISTO RIA 1>E M ÉJICO .

apareció menos luminoso, quedando transformado en


luna.
La divinidad mas interesante, en la mitología de los az­
tecas, es Qmt:alcoallf dios del aire, en quien concurrían
la bondad, el talento, la belleza y el buen gobierno. El
numen del aire era reverenciado con igual fervor en las
diversas naciones del Anáhuac, y su nombre pronunciado
con veneración. Según las creencias religiosas de ios me’-
jicanos, Quetzalcoatl había sido gran sacerdote de Tula, y
su vida honesta y ejemplar, su talento y su prudencia le
habían conquistado las simpatías del mundo entero. A él
se debia la invención de la fundición de los metales, el
pulimento de las piedras preciosas, el mejoramiento de la
agricultura, y las sabias leyes que regían á los hombres.
En armonía con la belleza del alma, se encontraba la del
cuerpo. Era blanco, alio, bien formado, de espaciosa frente,
grandes y rasgados ojos ; de cejas arqueadas y negras,
como eran negros su luengo cabello y su espesa y bien
peinada barba. La moderación y la elegancia resaltaban
en todas sus maneras; asi como en sus vestidos, que eran
largos, la decencia y la honestidad. Nadie hizo en el
mundo una vida mas austera que él, ni nadie se dedicó al
bien de la humanidad, con el afaay los buenos resultados
que Quetzalcoatl. Bajo su dirección, creció la industria; la
tierra anmentó el volumen de sus producciones. Una sola
mazorca de maíz formaba la carga que podia llevar un in ­
dividuo: las calabazas, eran de dos varas; las ciruelas, como
el puño de la mano; les (mas ó higos chumbos, del tama­
ño de la cabeza de un hombre. El uso de teñir las telas,
era innecesario, pues el algodón creoia en el árbol con to­
CAPÍTULO X V . 467
dos los colores apetecibles: el sol calentaba, sin abrasar; el
viento era dulce y perfumado; blanda y tibia la atmósfera,
y suave y templado el invierno.
Las aves se hallaban vestidas de mas brillante plumaje,
y su canto era mas delicado y melodioso que lo que hasta
entonces habia sido. Era la edad de oro del Anáhuac, en
que la felicidad y la ventura, se presentaban risueñas al
hombre, brindándole dichas sin guarismo. Cuando juzgaba
prudente dictar alguna ley benéfica, como eran todas las
suyas, mandaba al monte Tzalzitepec, monte de los clamo­
res, próximo á la ciudad de Tula, un pregonero para que
la diese á conocer al pueblo. La voz, que era sonora y metá­
lica, se escuchaba clara y distintamente, á mas de trescien­
tas millas de distancia, sin que las personas que la escu­
chaban, llegasen á perder ni una sola palabra. No habia
pobre ninguno en el país gobernado por el sabio y virtuo­
so Quetzalcoatl: la riqueza era general, y él, no obstante
su modestia, habitaba en palacios de plata y de piedras
preciosas. Pero la felicidad de los hombres suele tener su
término, y la de los gobernados por Quetzalcoatl, era p re­
ciso que tuviese su limite. Cuando lodo el país nadaba en
la abundancia, el dios Tezcatlipoca, primero en gerarquia,
«*n la mitología, como queda dicho, dispuso el destierro
del benéfico gobernante, sin que jamás se llegase á sa -
ber el motivo. Para hacerle abandonar el país, se p re­
sentó á él, en figura de un venerable anciano, el dios Tez­
catlipoca, haciéndole saber, que la voluntad de los seres
inmortales era que pasase al reino de Tlapallan, patria de
donde salieron los toltecas. Al mismo tiempo que le comu­
nicaba la voluntad de los dioses, le presentó una bebida
468 H ISTORIA D E M É JIC O .

para que la lomase, cociéndole que con ella alcanzaría la


inmortalidad. Afanoso de alcanzar la deificación, bebió-
Quetzalcoatl el liquido, y en el instante se sintió con deseos,
dep artir para Tlapallan. Pronto emprendió la marcha,
acompañado de gran número de vasallos que quisieron se­
guirle, procurando hacerle agradable el viaje, tocando sin
cesar en él, escogidas piezas de música, de encantadora
melodía. Aseguraban los habitantes de Anáhuac, que cerca
de la ciudad de Cuauhtillan, arrojó unas piedras sobre un
árbol, las cuales quedaron enterradas en el tronco. Por co­
sa igualmente cierta tenían, que en las inmediaciones de
Tlalnepantla, dejó señalada su mano en una piedra; señal
que los mejicanos mostraban á los españoles, después de la
conquista, como objeto venerado hasta entonces. Al llegar
á Cholula, los cholullecas se esmeraron en hacerle una
recepción brillante; le agasajaron dignamente, y le supli­
caron que les gobernase por algún tiempo. Quetzalcoatl,
accedió á la súplica de sus admiradores, y permaneció
veinte años en Cholula, enseñándoles el arte de la fundi­
ción; dictando leyes sabias para que mas tarde se gober­
nasen; instruyéndoles en los ritos y ceremonias de la reli­
gión y en el arreglo del calendario. Quetzalcoatl. era aman­
te de la paz y de las costumbres suaves. Veia con horror
todo acto cruel; y solo el nombre de guerra, le hacia extre-
mecer, por la consideración de los estragos y desgracias,
que ocasiona toda lucha.
Emprendida su marcha de Cholula , acompañado de
cuatro jóvenes nobles y gallardos, llegó á la provincia ma­
rítima de Coatzacoalco, desde donde se propuso ir solo á
Tlapallan. Antes de partir, llamó á los cuatro arrogantes
CAPÍTULO X V . 469
jóvenes y les dijo que se volviesen á Cholula, que asegu­
rasen á los cholultecas, que pasado algún tiempo, volverían
él y sus descendientes al país, para regirlo y gobernarlo;
y que les recomendaba la observancia de las leyes por él
dictadas. Dichas estas palabras, QuetzalcoatL se despidió
de ellos, entró en un ligero esquife, hecho de pieles de ser­
pientes y de conchas, y desapareció en el Océano, sobre
cuyas ondas, resbalaba la encantada embarcación, con la
suavidad de una blanca gaviota en la tranquila superficie
de un sereno lago.
Los habitantes de Cholula, queriendo testificar el cari­
ño que profesaban al sabio Quetzalcoall, confiaron el g o ­
bierno de su país á los cuatro nobles jóvenes que habían
alcanzado el aprecio del sér mas bueno de la tierra. Pasa­
do algún tiempo, corrieron varias noticias con respecto á
Quetzalcoatl: unos decían que habia desaparecido, y otros
que habia muerto en la costa; pero como quiera que fue­
se, los toltecas de Cholula le consagraron dios, le constitu­
yeron protector de la ciudad, y le elevaron un magnífico
templo, cuyos restos se contemplan al presente, como una
muestra de la grandiosidad de los monumentos antiguos
del Anáhuac. Pronto le erigieron otro no menos notable
en Tula; y propagándose rápidamente el culto por todas
partes, se edificaron santuarios al dios del aire, aun entre
las tribus enemigas de los cholultecas.
El mimen del aire adquirió, por donde quiera, una fa­
ma imperecedera. Las fiestas que se celebraban en su h o ­
nor, eran notables, especialmente en Cholula, á cuyo san­
tuario iba la gente en romería, desde puntos muy lejanos.
Se aseguraba que concedía grandes bienes ; y las mujeres
470 H ISTO RIA D E M É JIC O .

estériles, elevaban á él sus ruegos para salir de su esterili­


dad. La Eesta principal, que la celebraban los cbolultecas
en el año divino, era notable. Precedian á ella ochenta
dias de rigoroso ayuno y de austeridades las mas terribles,
de parte de los sacerdotes. Como tesoro de inestimable
precio, conservaban los cholultecas unas piedrecitas ver­
des que, según ellos, habían pertenecido á su deidad pro­
tectora. La veneración al dios del aire era profunda y g e­
neral. Los cholultecas se gloriaban de haber recibido de él
las leyes y el conocimiento de las ciencias y de las artes,
y los yucatecos, tenían como un timbre de honra el ase­
gurar que sus señores descendían del ilustre QuetzalcoatL
En la mezcla extraña que hacian de las ocupaciones que
atribuían á los dioses, tenían por cierto, que la divinidad
del aire, el mimen Quelzalcoall, barria el suelo al dios de
las aguas, porque siempre la lluvia llega precedida por el
viento.
Algunos escritores, han creído ver en la descripción que
los habitantes de Anáhuac hacian del virtuoso y sabio
Quetzalcoall, rasgos del apóstol Santo Tomás, deduciendo
de ellos, que el Evangelio habia sido predicado en aquellos
países, algunos siglos antes de la llegada de los españoles*
En apoyo de su opinión, presentan el ayuno de cuarenta
dias, que observaban algunos pueblos de la América; la se­
mejanza de la doctrina y de las predicaciones de los dos per­
sonajes; el hallazgo de algunas cruces, en varios puntos de
aquellos países; la tradición que se habia conservado entre
los indios, de que seria ocupado el país por gente blanca y
barbuda ; el ropaje que usaban, y algunas otras circuns­
tancias que han juzgado que robustecían su opinión.
CAPITULO X V . 471
Sin embargo, todas las conjeturas de los que asi han
opinado, desaparecen ante un examen detenido. Ni una
sola palabra referente á Jesucristo, ni á su religión, se
encuentra en las máximas que por tradición conservaban
del sabio Quetzalcoatl los indios. La hechura del vestido
con que le presentaban, estaba muy lejos de tener la
forma del traje que usaban los apóstoles; y por lo que
hace al ayuno de cuarenta dias, no arguye nada en fa­
vor de su opinión, puesto que observaban ayunos de tres,
cuatro, cinco, veinte, ochenta y aun de ciento sesenta
dias.
Reverenciado y muy querido era también el dios Tlaloc.
numen del agua, á quien creian habitando en lo mas alto
de las montañas, velando por la fecundidad de los campos
y en proporcionar á los hombres los bienes temporales.
Según la mitología azteca, Tlaloc había llegado al Aná­
huac en tiempo de Xolotl, primer rey tolteca, y el ídolo
apareció en la cima del monte, que tenia el mismo nombre
que la aparecida divinidad. El ídolo era de piedra blanca,
porosa y ligera, y figuraba un hombre sentado en una
piedra cuadrada, teniendo delante una vasija llena de se­
millas, de diferentes especies, y de resinas elásticas. Se
cree que el ídolo de Tlaloc fué el mas antiguo en el país,
pues los tollecas, que le hadan todos los años una oblación
por las cosechas que habían recogido, le colocaron en el
expresado monte, donde permaneció hasta principios del
siglo xvi. En esta época, el rey Nezahualpilli, que go­
bernaba el reino de Acolhuacan, lo quitó de allí para co­
locar otro ídolo. Poco duró aquel cambio, pues habiendo
caido un rayo sobre el ídolo que le usurpó el lugar, el an­
472 H ISTO RIA D S M É JICO .

tiguo de Tlaloc volvió á ser colocado en el mismo sitio,


para calmar la ira de la deidad ofendida. Allí permaneció,
recibiendo culto, hasta después de la conquista de aquel
país por los españoles, tiempo en que, predicado el evan­
gelio, el ídolo fuó hecho pedazos por disposición de %a-
márraga, primer obispo de Méjico.
Otro de los dioses de alta importancia, era el sangriento
HvÁtzilopochlli, númen de la guerra, cuyo fabuloso naci­
miento queda referido en uno de los capítulos anteriores.
Seguían á estas divinidades, la de la caza, la diosa de
la tierra v del maíz, de las flores, el númen del fuego, el
dios de la noche, el del inlierno, de los caminos, de las
calles, del comercio, de la medicina, de la pesca, del vino,
de los plateros y de todos los ramos imaginables.
Fiestas Sin embargo, la multiplicidad de los dioses
dci°sdi*z^ocho
meses de) ano
hubiera sido menos sensible,7 si las fiestas
azteca, con consagradas á los que figuraban en primera
"viMimas*1* )ínea» no hubiesen exigido hecatombes cons*
humanas, tantes de inocentes víctimas humanas.
Cada mes, de los diez y ocho de que se componia el año,
estaba consagrado á la fiesta de alguna deidad tutelar, y
solo en una dejaban de humear los altares con la caliente
sangre de los desgraciados seres condenados al sacrificio.
Fiesta á Tiaioc, El mes primero, empezaba el 26 de Febre-
tíacrtftcfode ro- Desde las primeras horas del siguiente
niños, dia, la vida y la animación se notaba por
giadtatorio, donde quiera que se dirigia la vista. Los ha­
bitantes de la ciudad, henchidos de entusiasmo religioso,
apresuraban el paso para llegar á un espacioso teocalU,
casa, de dios, que se levantaba en forma de pirámide en
CAPÍTULO X V . 4 73
uno de los sitios mas pintorescos de la poética ciudad de
Méjico, la graciosa Venecia de la América.
Se trataba de presenciar y de asistir á la solemne fiesta
que se consagraba á 2'laloc, dios del agua.
Los sacerdotes de la falsa divinidad, celosos del brillo y
lucimiento de la festividad, adornaban esmeradamente el
templo, y engalanaban á su dios con brillantes plumas de
exquisitos colores, y con ricas y preciadas joyas.
Pero el valioso presente que mas grato juzgaban á los
ojos del numen del agua, en su funesta religión, era el ho­
locausto de infantiles séres, en esa tierna edad en que se
presentan con toda la gracia cautivadora de la inocencia.
Se juzgaba como imprescindible deber religioso, sacrificar
á su dios tiernos niños, que apenas contaban un lustro de
existencia, y esos inocentes niños eran comprados á padres
fanáticos y pobres, para conducirlos al sangriento sacrifi­
cio. Pero no lodos estaban destinados á sufrir la muerte en
el mismo dia. Preciso era sacrificar algunos en los siguien­
tes meses de Marzo y Abril; y para las fiestas que en ellos
debian celebrarse, se reservaban los que se creian nece­
sarios.
Entre tanto, los que estaban destinados al dios Tlaloc,
veian, sobrecogidos de terror, las galas y los trajes que se
preparaban para vestirles. Los desventurados habian visto,
en otras fiestas, sacrificar á niños de la misma edad que
ellos, y conocian perfectamente el terrible fin que les es­
peraba.
El momento angustioso llegaba al fin. Los infelices n i­
ños, vestidos con traje de papel de colores, semejante en la
hechura al que le ponían al numen del agua, y coronados
474 HISTO RIA D E M ÉJICO .

con vistosas guirnaldas de fragantes flores, se veian colo­


cados en vistosas andas descubiertas, embellecidas con­
fresca enramada y con delicadas rosas.
Cuatro sacrificadores tomaban en hombros aquellas an ­
das, y precedidos de varios ministros del templo, y segui­
dos de la multitud, conducian á las infantiles víctimas por
las calles, al sitio de la hecatombe.
El terror se veia pintado en el rostro de aquellas tiernas
criaturas, que veian llevarse á la muerte. Sobrecogidas de
espanto y tendiendo hácia todas parles sus bracilos y sus
manos, pedian, llorando, piedad; llamaban á sus padres
con doloroso acento, buscándoles con la vista entre la mul­
titud, y gritaban, desconsoladas, al ver que nadie se com­
padecía de ellas, que á nadie habian ofendido en el mundo.
Aquel era un cuadro desgarrador; una escena dolorosa,
que la pluma no puede presentar con el delicado colorido
de profundo sentimiento que encerraba. Pero eran vanos,
sus tristes clamores y su llanto. Sus infantiles voces mo­
rían ahogadas en el horrible canto de los sacerdotes, y sus
lágrimas eran vistas por la multitud, como presagios de
fecundantes aguas que destinaba á los campos la deidad,
no para aquel mes, en que eran innecesarias, por lo cual
se llamaba detención del agua, sino para los meses en que
eran altamente benéficas.
A los lamentables sacrificios de los inocentes niños, se
agregaba el sacrificio gladialorio, que tenia el tinte de los
antiguos torneos, y que, por lo mismo, llamó la atención
de los conquistadores españoles. Era un sacrificio en que
el valor y la destreza del prisionero en el manejo de la es­
pada, podian conquistarle la libertad, y que reputado co -
CA PÍT i LO X V . 475

rao altamente honorífico, únicamente estaba destinado para


los prisioneros que se liabian distinguido por su valor y
su pujanza en los combates.
El valiente prisionero, destinado al sacrificio gladiatorio,
era conducido á un terraplén redondo, de ocho piés de alto,
sobre el que descansaba una piedra redonda, grande, de tres
piés de alto, cubierta de raros y bien ejecutados relieves.
El terraplén se hallaba próximo al templo, en un sitio es­
pacioso, capaz de contener un número considerable de es­
pectadores. Al llegar al sitio referido, el prisionero, ente­
ramente desnudo, y cubiertas únicamente sus pudencias
con una faja, subía á la piedra llamada temalacatl. por los
aztecas; se le ataba un pié, á fin de que permaneciese fir­
me en un punto, y se le daba para combatir, una espada
corta y una rodela. Dispuesto para el combate, se p re­
sentaba á lidiar con algún oficial ó soldado mejicano de
acreditado valor, provisto siempre de mejores armas. El
prisionero ponia en juego todos sus recursos para vencer
á su contrario, quien, á su vez, procuraba no perder ante
el numeroso concurso que presenciaba el combate, la re­
putación de valiente que disfrutaba. Sin embargo, en el
prisionero, además de la calidad inferior de sus armas,
concurria una circunstancia que amenguaba su fuerza mo­
ral. No le bastaba vencer al formidable guerrero con quien
la lucha empezaba. Para recobrar la libertad, por medio
de su esfuerzo, tenia que salir victorioso de otros seis con­
trarios, en otros tantos combates. La consideración de esta
idea que le presentaba como imposible el triunfo, debili­
taba su brazo, y daba generalmente el triunfo á su con­
trario. Si, pues, como generalmente acontecía, quedaba
476 HISTO RIA D E M É JIC O .

vencido por alguno de los siete, se apoderaba inmediata­


mente de él nn sacerdote llamado chalcJrii'htepeht'a. le
conducía herido ó muerto al altar de los sacrificios ordina­
rios, le ahria el pecho, y arrancándole el corazón, lo arro­
jaba á los piés del ídolo. El vencedor no solo alcanzaba
los plácemes y los aplausos del pueblo, sino que era pre­
miado por el rey con alguna honrosa insignia militar.
Segundo mes. El segundo mes, que empezaba el 18 de
l?Xipe *1ios*8 Marzo, se celebraban fiestas solemnes, en ho-
sncriñcadosse nor del dios X ip e , protector de los plateros.
después Antes de que llegase el dia de la anhelada
de muertos. flest,aj se escogían los desventurados prisione­
ros que debian ser sacrificados, y se les ponía en sitios
mas cómodos y ventilados. Desde aquel funesto ins­
tante en que contados quedaban los breves dias que iban
á permanecer en el muudo, se les servia la comida bien
condimentada y sustanciosa, á fiu de que se presentasen
en la procesión que solia preceder á la hecatombe, vigoro­
sos y lozanos, como correspondía á las víctimas destina­
das á la festividad de un dios.
Mientras las escogidas víctimas esperaban el plazo fa -
tal, ocultando su pena, pues se les obligaba á manifestar­
se contentas, los sacerdotes y la sociedad entera, se dispo­
nía para la fiesta con severas penitencias, en que se saca­
ban sangre de varias partes del cuerpo, y con rigorosos
ayunos.
Los encargados del adorno del templo, se manifestaban
celosos de su deber, y engalanaban los ídolos y los altares
con todo lo que juzgaban digno de la grandeza de sus nú­
menes.
CAPÍTULO X V . 4T7
El ídolo del dios Xipe, objeto de la festividad, se
veia lujosamente vestido, ostentando ricas joyas y de­
licados adornos de oro y plata, presentados por los pla­
teros.
La devoción á sus divinidades, no conocia límites en
los mejicanos, y las oblaciones de pan, aves, semillas,
pastas y delicados manjares, que hacían á sus dioses du­
rante el año, bastaban para mantener á los ministros del
templo.
Todas las mañanas se veia al pié de los altares del dios
Xipe, lo mismo que en las fiestas de los demás dioses,
centenares de platos con delicados guisos, que calientes
presentaban á la divinidad, á fin de que llegando su re ­
galado olor hasta el elevado sitio que ocupaba el ídolo, go­
zase el olfato con el aroma de las sabrosas viandas, que
constituía, según sus creencias, el agradable alimento de
las inmortales deidades.
Mientras los sacerdotes se ocupaban del ornato del san­
tuario y cada miembro de la sociedad en los actos con que
juzgaba hacerse grato á los ojos del numen, los nobles,
animados del mismo sentimiento religioso, entonaban
himnos guerreros en honor de los héroes, y los militares
se ejercitaban en el manejo de las armas, arreglaban sus
arcos, sus flechas, sus espadas y sus escudos, y hacian
vistosos simulacros de guerra, en que ponian en juego to­
dos los recursos de su reducida táctica. Los tlaxcaltecas
daban grandes bailes, de nobles y plebeyos, y se presen -
taban vestidos de pieles de diversos animales, con abun­
dantes adornos de oro y plata.
Llegado el dia de la fiesta, la multitud invadia el lem -
473 HISTO RIA DE M É JIC O ,

pío. v los punios próximos á él, para presenciar las cere­


monias religiosas.
Los sacerdotes y los nobles bailaban delante dol ídolo,
ea tanto que otros le incensaban con aromáticas resinas,
y elevaban cánticos en su alabanza.

Nada babia hasta allí repugnante ni sangriento.


Las escenas que reunian estas dos funestas condicio­
nes, se reservaban, en la liesla del dios Xipe, para lo úl­
timo.
La procesión salia después de terminadas las oraciones
3’ los himnos religiosos, figurando en ella los desventura­
dos prisioneros destinados al sacrificio.
Después de haber recorrido todo el espacio al rededor
del templo, la procesión volvía á entrar en éste, poco an­
tes de la caída del sol.
E l momento de los sacrificios habia llegado: y estos sa­
crificios, en la fiesta del dios Xipe, que nos ocupa, pre­
sentaban un aspecto de crueldad aterradora. Las desven­
turadas victimas no eran conducidas apaciblemente al
sitio en que debían recibir la muerte, sino que eran lle­
vadas al átrio superior del templo, tirándolas por los cabe­
llos. Allí las esperaban, con sus repugnantes vestiduras
salpicadas de sangre, con el luengo cabello enmarañado,
con las cabezas ceñidas con cintas de cuero y teñidos de
negro el cuerpo, seis inflexibles sacerdotes, que desempe­
ñaban el terrible cargo de sacrilicadores.
Las victimas eran llevadas por estos, una á una, y des­
nudas, al altar del sacrificio. Allí, el sacrificador señalaba
á los circunstantes el ídolo á quien se dedicaba aquel holo­
causto. para que lo adorasen: y mientras la multitud oraba
CAPÍTULO X V . 479
de rodillas, los sacerdoles tendían al prisionero sobre el
altar de piedra; cinco le sujetaban la cabeza, los piés y
las manos; y el sesto, abriéndole el pecho, le arrancaba el
corazón que, palpitante, lo ofrecía al sol, arrojándolo en
seguida á los piés de la funesta divinidad. Dada la muerte
á los prisioneros, sacrificados al dios Xipe, los sacerdotes
los desollaban con admirable destreza, y con sus pieles
ensangrentadas, se vestían, ostentando, durante algunos
dias, como un timbre de gloria, los despojos sangrientos
de las desventuradas victimas. Los dueños de los prisione­
ros sacrificados, dominados de profundo sentimiento reli­
gioso, ayunaban rigurosamente por espacio de veinte dias,
entregándose en ellos, á las oraciones y á la penitencia. De
todos los placeres de la mesa se privaban durante ese
tiempo; la abstinencia en el comer y el beber, la observa­
ban rígidamente; pero terminado el penoso ayuno, dispo­
nían grandes banquetes, á que convidaban á sus amigos,
en los cuales, el plato principal era el condimentado con
carne de las víctimas.
En la misma fiesta del dios Xipe eran conducidos tam­
bién al sacrificio, los individuos que habían cometido algún
robo de oro, plata ó de alhajas; pero sus cadáveres, como
manchados por el crimen, eran destinados para el alimen­
to de las fieras, que se mantenían en una de las casas de
recreo de los reyes.
El nombre con que era conocida la fiesta del dios Xipe,
que acabo de describir, se hallaba en perfecta consonancia
con la repugnante operación que se verificaba en ella,
pues se llamaba TlacaxipéhualiztU; que significa desolla-
míenlo de gente.
480 H ISTO RIA B E M ÉJICO .

Tercer mes. El 7 de Abril, daba principio al mes ter-


Segunde cero, y en ¿I se celebraba la segunda fiesta á
fiesta 4 Tlaloc. „„ , . , _ . °
Sacrirtcio LLaloc, dios del agua. Los inocentes niños
de nidos. q Qe se habían reservado en la primera festi­
vidad, dedicada al espresado numen, se veían ahora con­
ducidos al sacrificio, llorando vivamente y tendiendo sus
brazos hácia la multitud, desde las floridas andas descu­
biertas en que les llevaban. ¡Inútiles clamores y estériles
lágrimas! La muerte de las infantiles victimas, se conside­
raba como un deber sagrado á la divinidad que fecundiza­
ba la tierra con sus lluvias, y aquellas inocentes criatu­
ras sufrían el sacrificio, sin que nadie se compadeciese de
ellas.
En esta fiesta, se llevaban en solemne procesión, desde
el templo de Xipe al de Xopico, que estaba situado dentro
del recinto del templo principal, las pieles de los prisione­
ros sacrificados el mes anterior. El concurso era numero­
so, y los sacerdotes, entonando religiosos cánticos, depo­
sitaban las pieles humanas, al llegar al santuario, en una
cueva que habían hecho junto á él.
Fiestasin Mas agradable y poética era la fiesta que
sacrificios en el dedicaban los xochimilcos, en el mismo mes,
4 la diosa ’ á la diosa Coatltcue, divinidad de las flores,
de las flores. <jue á | u z ¿ HvÁtzLlojjOclitli, concibién­

dole, como tengo referido, por medio de una flor, que


guardó en su seno, al estar barriendo el templo. Los xo­
chimilcos, ó rauitUcteros, le presentaban á la Flora del
Anáhuac, graciosos ramilletes de exquisitas flores, artísti­
camente mezcladas, cuyo suave aroma embalsama suave­
mente la atmósfera. Aquellos ramilletes, formados con el
CAPÍTULO X V . 481
mas delicado gusto, eran colocados en el altar de la diosa,
con la mayor veneración; y á nadie le era permitido oler
sus flores, hasta no haber terminado la oblación.
Cuarto mes. El cuarto mes empezaba con una notable
Fiesta de fiesta, dedicada á Centeotl, diosa de la tierra
la diosa del 1 7
mata. y del maíz. El mes se llamaba JIti&ítozoztU,
ó vigilia mayor, en que no solo los sacerdotes velaban en
el templo, sino también la nobleza y la plebe. Los actos
■con que se preparaban para la fiesta eran duros y sensi­
bles.
Se sacaban sangre de las orejas, de los párpados, de
los labios, de la lengua, de la nariz, délos carrillos, de los
piés, de las manos, de los brazos y de los muslos, en des*
agravio de las ofensas hechas á los dioses, con los pecados
que habian cometido. Satisfechos de que su ohra era me­
ritoria á los ojos d éla deidad que veneraban, teñian con
la sangre que vertian de sus miembros, algunas ramas
cortadas de los árboles, y las colocaban en las puertas de
sus casas, á fin de hacer ostentación de su penitencia ante
los ojos del público. Llegado el dia de la fiesta, se sacrifi­
caban á la diosa víctimas humanas, así como varios ani­
males, especialmente codornices. Mientras por un lado se
verificaba la horripilante escena de los sacrificios huma­
nos, por otro se veia acercarse al altar de la diosa á her­
mosas jóvenes, coronadas de flores, llevando en sus manos
doradas mazorcas de maíz, que le presentaban amorosa­
mente, juzgando que así quedaban santificadas, y preser­
vado el grano de todo animal dañino. Terminada la ceremo­
nia de la presentación de las mazorcas, las volvían á con­
ducir á sus graneros, entonando cánticos de alabanza á la
482 H ISTO RIA D E M É JIC O ,

divinidad. Los militares repetían en esta fiesta sus simu­


lacros de guerra.
Quinto mes. El 17 de Mayo, era el dia con que daba
d^os^ría'flesta Principi° el quinto mes, que casi todo él se
el mas hermoso componía de festividades. La primera yprin-
prisioneroa. cipal, se celebraba en honor del dios Tezcatli-
jtoca, que ocupaba, después del Supremo Sér, el rango
mas elevado en la m andón de las divinidades, y á quien,
como tengo dicho, se le creía autor del cielo y de la tierra
y el alma del inundo. Como se le presentaba joven, her­
moso y robusto, se elegía también para que fuese sacrifi­
cado en sus altares, el prisionero de mas distinguida figu­
ra, que reuniese las condiciones físicas que se le atribuían
á la fabulosa deidad. La elección del prisionero se hacia
un año antes de que llegase la fiesta, y desde entonces se
le vestía con riquísimos trajes, semejantes á los que se le
ponían al ídolo; se le instruía en la manera de desempe­
ñar con gracia y dignidad el honroso papel que á su cargo
tenia, y se le dejaba pasear libremente, aunque siempre
escoltado por una respetable guardia. El oficial encargado
de su custodia, no podía oponerse á quo marchase libre­
mente á los sitios que mas halagasen su fantasía, para pa­
searse; pero, aunque á distancia regular, vigilaba cons­
tantemente sobre él, para que no huyese, pues la pena
impuesta al que dejaba huir á la víctima, era ocupar su
mismo lugar para el sacrificio.
Las distinciones que se tenían con el gallardo prisionero,
tocaban en veneración. Los nobles encargados de cuidarle,
le incensaban, le obsequiaban con ramilletes de flores, y
hacían que le sirviesen en la mesa los manjares mas ex­
CAPÍTULO X V . 483
quisitos. Cuando salía á la calle, iba acompañado de nobles
pajes de palacio, pendientes siempre de obsequiar basta
su menor deseo; y por donde quiera que pasaba ó se dete­
nia, la multitud se prosternaba ante él, rindiéndole home­
najes y respeto, como si realmente fuese una divinidad.
Encargado de pedir limosna para el culto, como se encar­
gaba á todo prisionero, á quien se veslia con las insignias
del dios á quien iba á ser sacrificado, recorría los puntos
principales de la ciudad, alcanzando considerables presen­
tes, que recogían y llevaban al templo los que le acompa­
ñaban.
Así, entre el lujo y el regalo, que para el obsequiado p ri­
sionero no eran mas que recuerdos vivos de una muerte
próxima, pasaba los dias, echando de menos los que había
visto transcurrir al lado de sus amigos y en su propia pa­
tria, con menos regalo, es cierto, pero con mas tranquili­
dad, mas alegría y mayor libertad.
Entonces podia endulzar sus penas y sus dolores, comu­
nicándolas á un amigo, á un hermano, á una amorosa ma­
dre. Ahora tenia que ahogar en el corazón todo sentimien­
to de pesar: ahora se le obligaba á manifestarse contento,
para no agregar á su honda pena el severo castigo que se
le hubiera aplicado, manifestándose triste, pues se tenia
por funesto agüero que la víctima no apareciese contenta.
Tener que reir con el semblante, cuando se llora con el
corazón, debe ser uno de los tormentos mas terribles del
hombre de tiernos y nobles sentimientos.
La máscara del placer se adapta bien con las almas
egoistas: no con las nobles y sensibles.
Veinte dias antes de la fiesta, y á fin de que gozase de
484 HISTORIA. DE M É JIC O .

todos los placeres de la vida, se le casaba con cuatro jóve­


nes doncellas, de singular belleza, á quienes daban los.
nombres de cuatro diosas principales. Era un sarcasmo
presentar las delicias del amor, del afecto que presta en­
canto y existencia á todo, á las puertas de la horrible
muerte del sacriñcio. Los cinco últimos dias, las atenciones
con la elegida víctima, se multiplicaban, y los nobles le
daban espléndidos banquetes, en que se le servian las be­
bidas mas exquisitas, tributándole todos los distinguidos
honores que hubieran rendido á la misma divinidad.
Mientras el obsequiado prisionero veia acercarse el fin
de su existencia entre el amor y los placeres, acibarados
por el recuerdo de una muerte próxima, en el templo se
preparaban las cosas necesarias al esplendor de la festivi­
dad del dios Tezcatlipoca. Diez dias antes de la celebra­
ción de la fiesta, se vestia un sacerdote con vestiduras pa­
recidas á las de la deidad, y tomando en la mano un ramo
de flores y una flautilla de barro, salia del templo y se co­
locaba en un sitio bastante elevado. Al verse allí, levanta­
ba el rostro, y mirando primero al Oriente y en seguida á
los otros tres puntos cardinales, llevaba á los labios la
flautilla, la tocaba con fuerza, dejando escuchar un sonido
agudo á distancias considerables, tomaba del suelo, acto
continuo, un poco de polvo, que á poco tragaba con gran
reverencia, y en seguida volvia al templo. Al oir el sonido
del agudo instrumento, todos se arrodillaban; los que ha­
bían cometido algún crimen, temblaban sobrecogidos de
espanto, pidiendo á la poderosa deidad perdón de sus cul­
pas y la gracia de que no fuesen descubiertos sus delitos;
los buenos, solicitaban perseverancia; los militares, feliz
CAPÍTULO X V . 485
éxito en las batallas y gran número de prisioneros para
sacrificarlos en honor de los dioses; y todos repetian la ce­
remonia de llevar el polvo del suelo á la boca y tragarlo
con gran respeto, implorando la protección y misericordia
de los dioses.
El toque de la flautilla, por el sacerdote, se repetía to­
dos los dias á la misma hora, causando el mismo efecto en
los habitantes de la ciudad ; y la víspera de la fiesta, los
nobles regalaban al ídolo un traje nuevo de gran valor,
que los sacerdotes le ponian inmediatamente, guardando
el que le quitaban en una caja del templo, como reliquia
preciosa de inestimable precio. Puesto el nuevo vestido,
le adornaban con ricas alhajas de oro, plata y piedras pre­
ciosas, y hermosas plumas ; le incensaban con aromático
copal, y en seguida abrían el porton que cerraba siempre
la entrada al templo, para que todos los concurrentes pu­
diesen ver y adorar la veneranda imágen del dios Tezca-
tlipoca. El día de la fiesta, un inmenso gentío llenaba el
atrio interior del templo, esperando la solemne procesión
con que empezaba la ceremonia religiosa. La mayor com­
postura y recogimiento se observaba en la numerosa con­
currencia. Ni una palabra mal sonante, ni el mas ligero
acto de disgusto, ni nada que revelase irrespetuosidad ó
negligencia, se advertía en las personas allí reunidas.
Mientras con satisfacción religiosa esperaba la multi­
tud la solemne fiesta, el gallardo jóven, destinado para el
sacrificio, veia desaparecer todos los goces y delicias que
le habían proporcionado por espacio de un año. El papel
que habia representado, imitando las maneras del dios á
quien le destinaban, iba á terminar en la dura piedra de
486 H ISTO RIA D E M É JICO .

los sacrificios. El instante fatal habla llegado para él: el


término de sus amores y ele los regalos conque le habian
obsequiado, espiraba en aquel momento. Cuando acaso el
verdadero amor bácia alguna de las hermosas jóvenes, á
quienes le habian unido, se dejaba sentir dulce y tierno
en su corazón, le arrancaban del lado de ella para condu­
cirle á la muerte.
Desde las primeras horas del día de la fiesta, se dirigía
una lucida comitiva por el jóven, para conducirle al tem­
plo donde debía ser sacrificado. El gallardo prisionero se
despedia tristemente de las cuatro lindas compañeras con
quienes habia vivido veinte dias, y poco después entra­
ba, acompañado de los nobles y de los sacerdotes, en una
adornada canoa de la casa real, que habia sido enviada con
aquel objeto. La ligera embarcación, surcando rápidamen­
te las tranquilas aguas de las risueñas calles de la Vene­
cia de la América, llegaba al severo templo que se levan­
taba á la orilla del lago. Eu cuanto el gallardo prisionero
pisaba el santuario, se le conducía al sitio en que se ha­
llaba la deidad venerada.
El numeroso concurso entre tanto, esperaba ansioso la
salida de la procesión. Pronto se dejaba ver ésta con toda
la pompa y majestad acostumbrada ; y desde el instante
que se presentaba, la multitud se ponía de rodillas. Varios
sacerdotes, pintados de negro el rostro y cuerpo, y vesti­
dos con traje igual al ídolo, se presentaban llevando en
hombros, sobre lujosas andas, la imágen del dios Tezca-
tlipoca, mientras otros dos le iban incensando de continuo.
E l ídolo llevaba adornada la cabeza con una guirnalda de
granos de maíz tostado, de que formaban cuerdas, y en el
CAPITULO XV. 487
pescuezo un collar de la misma materia. Las andas iban
ceñidas también con cuerdas hechas de hileras de granos
de maíz tostado, y las doncellas y los jóvenes del templo, así
como los nobles y la numerosa comitiva que marchaban en
la procesión, llevaban gargantillas y pulseras de lo mismo.
Estas cuerdas simbolizaban la sequía, mal muy temido
por aquellas gentes; y para evitarla, y que la cosecha del
maíz fuese abundante, adornaban en aquella ñesta á la
divinidad, con los granos cogidos de sus mejores mazorcas,
y tostados cuidadosamente.
Acompañando al ídolo, y á corta distancia de él, iba el
jóven prisionero, alcanzando aun la veneración délos con­
currentes. Al tiempo mismo que la procesión cruzaba el
espacioso átrio interior, la desventurada víctima se iba
despojando poco á poco del rico traje que llevaba, se des-
ceñia la corona de bellas flores que adornaba su cabeza, y
arrojaba al suelo las galas todas, con que por espacio de
un año habían escondido su tristeza.
Del átrio interior la procesión pasaba al átrio inferior,
cuyo pavimento estaba alfombrado de fragantes flores y
de aromáticas yerbas. En este sitio se delenia la procesión
un instante; y en tanto que unos sacerdotes elevaban him­
nos á la deidad y otros la incensaban, el pueblo, arrodi­
llado siempre, se azotaba terriblemente las espaldas con
duras cuerdas llenas de gruesos nudos. Terminada la pro­
cesión y con ella la prolongada flagelación, el ídolo se co­
locaba sobre el altar de donde se le habia llevado, y el
prisionero era conducido, desnudo, á la parle superior del
templo, en donde, entre otros monstruosos ídolos, se des­
cubría aquel á quien iba á ser sacrificado.
488 H ISTO RIA D E M É JIC O .

Seis sacerdotes se encontraban en aquel sitio destinado


á la muerte.
Eran los sacrificadores, encargados de la repugnante
misión de las hecatombes.
Cinco de ellos veslian hábitos blancos, recamados de
negro, de la forma de un escapulario, salpicados de man­
chas de sangre; llevaban enmarañada la luenga cabellera;
ceñida la cabeza con correas de cuero; llena la frente de
ruedecillas de papel, pintado de varios colores, y teñido
el cuerpo de negro. El sexto, que era el principal, el que
en cada sacrificio tomaba el nombre del dios á quien se
dedicaba la víctima que por su mano sacrificaba, vestia
un hábito de la misma forma que el de sus compañeros,
pero escarlata, emblema de su sanguinaria misión; osten­
taba en la cabeza una corona de plumas rojas y amarillas;
en las orejas zarcillos de oro y esmeraldas, y pendiente
del labio inferior una rica piedra turquesa.
Al presentarse el desnudo prisionero en la parte supe­
rior del templo referida, era recibido por los temibles sa­
cerdotes y llevado al altar del sacrificio, que era una pie­
dra de jaspe verde, de tres piés de alto, una vara de ancho
y cinco piés de largo, convexa en la superficie superior, á
fin de que al tenderse en ella la víctima, quedase arquea­
da, con el vientre y pecho levantados.
El principal sacrificador, á quien se daba el nombre de
iopiltun, dignidad preeminente y hereditaria, señalaba á
los circunstantes el ídolo á quien se dedicaba el sacrificio,
para que lo adorasen: los cinco sacerdotes extendian en
seguida á la víctima sobre la piedra ; dos le sujetaban los
brazos; dos las piernas, y el otro la cabeza con un instru­
CAPÍTULO I V . 489
mentó de madera de la forma de una culebra enroscada.
Colocado en aquella posición violenta, el sacrificador se
acercaba, armado de un afilado cuchillo de üztli, sustan­
cia volcánica y dura como el pedernal; le abria el pecho,
le sacaba el corazón, y palpitando y vertiendo saDgre, lo
ofrecia al sol, objeto del culto de todo el Anáhuac, arro­
jándolo en seguida á los piés del ídolo.
Según la interpretación que los sacerdotes aztecas da­
ban al sacrificio verificado en el gallardo joven, se repre­
sentaban en ese hecho lo pasajeras que son las grandezas
humanas, junto á las cuales encuentra generalmente el
hombre, los pesares y la muerte.
El cadáver del jóven, sacrificado en la fiesta que nos
ocupa, no era arrojado, como solian ser los de las otras
víctimas, por las escaleras del templo. Ahora era llevado
con gran reverencia al pié del santuario, donde se le cor­
taba respetuosamente la cabeza. Terminado instantánea­
mente este acto, para ellos altamente religioso, el cráneo
se ensartaba en unos largos palos que estaban en un edi­
ficio dispuesto con ese objeto, mientras los brazos y las
piernas, cocidos y condimentados, se enviaban, como ex­
quisito regalo, á los banquetes de los principales indivi­
duos de la nobleza.
En cuanto terminaba el sacrificio, la multitud se acer­
caba al altar del dios Tezcatlipoca, y se le hacian abun­
dantes oblaciones de plumas, piedras preciosas, aves y sa­
brosos manjares, dispuestos por las doncellas del templo
y por otras mujeres de la nobleza, consagradas, por voto
particular, á desempeñar en aquellos dias, lo necesario en
el servicio del culto. Los platos de sabrosas viandas, eran
490 HISTORIA. D E M É JIC O .

llevados en procesión por las vírgenes del templo, pre­


cedidas de un respetable sacerdote de distinguido naci­
miento, y entragados á los jóvenes que los repartían en
las habitaciones, á los ministros del ídolo, para los cuales
habían sido dispuestos.
Seguía á los actos que referidos quedan, un gran baile,
en que tomaban parte los nobles que habían asistido á la
fiesta, y los alumnos de los seminarios. En los momentos
que el sol se ocultaba en Occidente, las vírgenes que se
educaban en el templo, preparaban nuevas oblaciones de
pan, amasado con miel, que se destinaban para premiar á
los jóvenes alumnos que mas se distinguían en la carrera,
que hacían por las escaleras del templo, no como acto re­
ligioso, sino como solaz y grata diversión, que presencia­
ban con gusto los sacerdotes y el pueblo.
La fiesta terminaba con el licénciamiento de los alumnos
de ambos sexos que se encontraban en edad de casarse.
Los que se quedaban, se chanceaban con ellos, satirizán­
doles con gracia inofensiva, el que dejasen el servicio de
los dioses por el de la mujer, y arrojándoles hacecitos de
yerba. Los sacerdotes les permitían en ese dia esas chan­
zas de buen género, que á nadie ofendían, y que eran
propias de la edad.
Fiesta en ei Otra fiesta notable se celebraba en el m is-
mismo meB, en
honor de mo quinto mes que dejamos referido. Era la
^aícrifleios'de ¿el ^ arle mejicano Huitzilopochtlinúmen
codornices tutelar de la nación azteca. La víctima desti-
y human™*8 nada al sacrificio de esa funesta divinidad, se
elegía, lo mismo que la del dios Tezcatlipoca, con un año
de anticipación, y ambas se paseaban muchas veces ju n ­
CAPÍTULO X V . 491
tas por las calles. El prisionero destinado á la deidad ba­
talladora, era también jóven y de arrogante presencia;
pero el pueblo no le adoraba como lo hacia con el que re­
presentaba al dios Tezcatlipoca. Sin embargo, las conside­
raciones que el pueblo le guardaba eran muchas; y cuan­
do pascando por las calles pedia limosna para el culto,
como le estaba ordenado al prisionero que representaba al
dios á quien iba á ser sacrificado, los presentes que sus
guardias recogian para el templo, eran numerosos.
Con bastante anticipación al dia de la fiesta, los sacer­
dotes hacían una imágen de HuitzilopoclitU, para sacarla
en la procesión. Tenia la estátua la altura de un hombre:
la carne estaba hecha con la masa de una legumbre que
usaban mucho en sus comidas, y los huesos de una ma­
dera dura y poco pesada. Terminada la imperfecta escul­
tura, se procedía á vestirla con el lujo que le correspondía.
Un rico manto de brillantes plumas, colgaba de sus hom­
bros, rivalizando la perfección de su manifactura, con la
de la fina tela de algodón de su ropaje. Su pecho resplan­
decía con una bruñida plancha de oro, delicadamente
trabajada: ostentaba sobre su cabeza un quitasol de papel,
engalanado de vistosas plumas, que remataba con un afi­
lado cuchillo de pedernal ensangrentado; y valiosas figu­
ras, imitando corazones y cuerpos despedazados, símbolos
de sus sanguinarios instintos, completaban el adorno de
la terrorífica deidad. Terminado el arreglo de la vestidura,
se disponía una procesión, para llevar el ídolo desde el si­
tio en que se había hecho, hasta el altar.
La imágen del numen de la guerra era colocada en
unas lujosas andas, dispuestas sobre cuatro espantosas ser­
492 HISTO RIA D E M É JIC O .

pientes de madera: cuatro jefes de alta graduación en el


ejército, las cargaban en hombros ; y varios jóvenes de la
nobleza, formando circulo con adornadas flechas, que unos
las lenian por el remate y otros por la punta, se colocaban
delante de las andas. A la cabeza de todos se ponia otro
joven de distinguida cuna, llevando en el remate de un
palo, un gran papel en que se veian representadas, con
extraños jeroglíficos, las gloriosas acciones del mimen de
la guerra. Dispuesta en el órden referido la procesión, se
emprendia la marcha á paso lento y acompasado, entonan­
do los nobles jóvenes, al son de instrumentos poco sono­
ros, himnos guerreros en que se elogiaban los hechos mas
notables de su venerada divinidad.
Al dia de la fiesta, el rey, los consejeros, los grandes y
la nobleza se dirigían desde muy temprano al templo, pues
el monarca era el que daba, por decirlo así, principio á la
ceremonia. El pueblo invadía el átrio y todos los puntos
desde donde se podia presenciar el espectáculo religioso.
Al prisionero destinado al sacrificio, le vestían con un
traje vistoso de papel pintado; en la cabeza le ponían una
especie de mitra, hecha de escogidas plumas de águila; le
colocaban á la espalda una ligera red con una bolsa enci­
ma, y así era conducido á la fiesta con las mas altas con­
sideraciones.
La ceremonia empezaba con el sacrificio de centenares
de codornices. El rey era el primero que sacrificaba va­
rias de estas aves, cortándolas la cabeza y arrojando sus
cuerpos al pié del altar. Al rey seguían los sacerdotes, y
á los sacerdotes el pueblo. Era asombroso el número de
codornices sacrificadas en esos momentos. Una parte se
CAPÍTULO X V . 493
condimentaba para la mesa del monarca, otra para los sa­
cerdotes, y las aves restantes se guardaban para diversos
banquetes. Al sacrificio de las codornices seguia un baile
de doncellas y de sacerdotes. Las primeras llevaban, ador­
nada la cabeza con guirnaldas hechas de granos de maíz
tostado ; en los brazos, vistosas plumas ; y en las manos
unas graciosas banderolas de algodón y papel, colocadas
en ligeras y adornadas cañas. La cara la llevaban teñida
de raros colores. Los sacerdotes se presentaban con el ros­
tro pintado de negro, con un cetro en la mano, que termi­
naba en una flor y un circulo de plumas; la frente con
ruedas de papel pegadas á ella, atada la luenga cabellera;
untados de miel los labios, y cubiertas las partes genitales
con un papel. Sobre el borde en que ardia el fuego sagra­
do, bailaban dos hombres, que cargaban en los hombros
una jaula de pino; y en un sitio algo retirado, bailaban á
la vez los militares y los cortesanos, tomando parte en el
baile de estos, el prisionero destinado al sacrificio.
En todos los bailes, los músicos se colocaban dentro del
círculo de los que bailaban; pero en éste se situaban fuera
del círculo, á fin de que los instrumentos pudiesen escu­
charse bien de todos los sitios en que se bailaba.
Poco atractivo podian tener en aquel instante, para el
prisionero, los acordes de la música y los pasos de la dan­
za ; pero el desgraciado bailaba en el honroso círculo de
los cortesanos, vestido con el frágil traje de pintado papel,
que debía durar mucho mas que su vida. Pero era lo sin­
gular, que nadie en esta fiesta, señalaba el instante del sa­
crificio humano.
La elección de la hora y del momento, estaba al arbitrio
494 H ISTO RIA D E M É JIC O .

de la misma víctima, á la cual le tocaba señalar el tér­


mino de su vida, aunque siempre dentro de las horas de
aquel dia. Libre, pues, para escoger el fatal instante, se
presentaba, cuando le parecía, á los sacerdotes encargados
de la ejecución del acto sangriento. Los ministros de lu
funesta deidad, no conducían á este prisionero á la piedra
del sacrificio, como se llevaba á todos, sino que le tenían
en sus brazos, donde el sacrificador le abría el pecho y le
extraía el corazón, que lo presentaba al sol y lo arrojaba á
los piés del ídolo.
A la terrible escena del sacrificio, seguía otra bastante
dolorosa. Todos los niños nacidos en el año anterior, eran
presentados en el templo, y los sacerdotes les hacían una
ligera incisión en el pecho y en el vientre; ceremonia que
indicaba que la nación azteca se reconocía consagrada es­
pecialmente al Marte mejicano.
Los bailes, la música, los regocijos y las diversiones,
seguían á los actos anteriores, y el país entero esperaba
grandes bienes de los sacrificios consumados.
sexto mes. El sexto mes empezaba el 6 de Julio, y
Tareera fleBta en ese dia se celebraba en honor del dios del
al dios
dei agua, agua Tlaloc, la tercera fiesta que le corres-
DesaMrdotes1O8P0n^*a- Eos sacerdotes consagrados á la ex­
de ia deidad; presada divinidad, se dirigían algunos dias
de prisioneros antes al lago de Citlaltepec, donde cogían el
y dennos, número de juncos que querian para adornar
el templo. Según su religión, tenían derecho de hacer,
impunemente, todo el daño que quisieran á las personas
que encontraban en el camino que ellos llevaban al ir á
cortar los juncos. El encuentro de los ministros de Tlaloc,
CAPÍTULO X V . 495
era temible en aquellos instantes, pues los caminantes se
veian despojados de la ropa y de todo lo que llevaban, y
aun recibían terribles golpes, si oponían resistencia al des­
pojo. Nada respetaban : así como se apoderaban de las co­
sas de los plebeyos, se hacían dueños de los tributos rea­
les, que los recaudadores llevaban, si por casualidad eran
encontrados en el camino. Nadie tenia derecho á quejarse
de las tropelías sufridas en esos momentos, ni el rey para
castigarles.
El dia déla festividad del Neptuno azteca, los minis­
tros de la deidad del ag u a, conducían al teocalli gran
cantidad de resina elástica y de papel de diversos colores.
Después de haber elevado algunas oraciones á los dioses,
se ocupaban de untar resina al papel, y acercándose en
seguida á los ídolos, les emborraban la garganta con la
misma resina elástica. A esta ceremonia supersticiosa y
extravagante, seguía otra demasiado seria y dolorosa: el
sacrificio de varios prisioneros en la terrible piedra, á la
cual eran llevados, vestidos de la manera misma con que
se presentaba á Tlaloc.
No menos sensible y dolorosa era la escena que seguía
á la anterior. En todas las fiestas del númen del agua se
sacrificaban niños; y era preciso que también en ésta fi­
gurasen como víctimas. Con efecto, una niña y un ni­
ño, coronados de flores y graciosamente vestidos, eran
llevados por los sacerdotes en una canoa, á un sitio del
lago.
Los nobles y la multitud seguían á la embarcación de
las infantiles víctimas, en ligeras falúas, conducidas por
robustos remeros.
496 H ISTO RIA D E M É JIC O .

La canoa de los sacerdotes hacia alto en un punto en


que el lago tenia una vorágine.
Allí era el sito en que las dos tiernas criaturas debían
ser sacrificadas.
E l terrible aparato, la vista del agua, el instinto que
les indicaba que allí iban á perder la vida, llenaba de es­
panto á los dos niños, que lloraban sin cesar y demandaban
compasión.
Los himnos religiosos apagaban la voz infantil de las
dos víctimas, que eran ahogadas en el lago, en cuyas aguas
se arrojaban en seguida los cadáveres de los prisioneros
sacrificados, que habían sido llevados en una canoa con
aquel objeto. Así creían que el dios Tlaloc les enviaría las
aguas en tiempo oportuno para la siembra.
Después de los sacrificios, seguía el castigo de los sa­
cerdotes que, durante el año, se habían manifestado negli­
gentes en el cumplimiento de sus obligaciones, ó habían
cometido algún delito que no merecía la muerte. El casti­
go era privarles del sacerdocio, y atándoles de la cintura
una cuerda, sumirles repetidas veces en el agua, de don­
de salían medio ahogados y sin fuerzas.
Séptimo mes. El mes séptimo empezaba el 26 de Junio,
Fiesta á la diosa y en ¿1 se celebraba la fiesta en honor de
de la sal. J
Seiesaoriflca HuÁxtocifouitl, diosa de la sal. La víspera se
«na prisionera. (jaj)a un g raa baj¡e ¿e muj eres> que danza­
ban formando círculo. En medio de éste se encontraba una
mujer que llevaba un traje semejante al de la diosa: era una
prisionera destinada al sacrificio de la deidad. El baile du­
raba toda la noche. Al siguiente dia, que era el de la fes­
tividad, se daba otro baile, desempeñado por los sacerdotes.
CAPÍTULO X V . 497
Solo se interrumpía este baile, que duraba todo el dia, de
ciorto en cierto tiempo, en que se detenían para sacrificar
algunos prisioneros que presenciaban la fiesta.
A.sí continuaban basta la caida del sol, que era la hora
destinada para el sacrificio de la infeliz prisionera.
Conducida á la piedra del sacrificio, cuya superficie con­
vexa obligaba, como he dicho ya, á tener levantado el pe­
cho, el corazón de la víctima era presentado al sol por el
sacerdote, cuando aquel astro se ponía, como queriendo no
presenciar las aberraciones de los hombres.
El alimen Lo que los sacerdotes lomaban el dia de la
fiesta que acabo de describir, se reducía á alubias, llama­
das allí fríjoles.
Todo este mes, era de grandes regocijos y fiestas. Los
bailes y los banquetes se verificaban casi todos ios dias en
las casas de los nobles; los pobres y los ricos se vestían
con los trajes mejores que tenían; los poetas recitaban sus
mejores composiciones eróticas; los plebeyos iban á cazar
á los montes, los grandes daban dias de campo en sus
vastos jardines, y los militares hacían vistosos simulacros
de guerra.
Octavo mes. El octavo mes, que empezaba el 16 de J u -
119deiAmaír°Sa se celebraba la fiesta en honor de Ccn-
itéjalos entre ¿e0¿¿ diosa de la tierra y del maíz, á quien
las familias. 1111 1 ,
se le sacrifica en ese período, se le daba ei nombre de Xi—
Una/vátlosera l°mcn' á cansa de que en ese tiempo, la m a-
prisioneros. zorca tiene el grano en estado tierno que se
llama xilolL y aun hoy suelen decir los indios labradores,
cuando se halla así, que está jiloteando. Ocho dias d u ra ­
ban los fiestas que se hacían á esta divinidad, y en ellas
498 H IST O RIA DI? M É JIC O .

las familias se enviaban regalos unas á otras, de oro, pía-


ta, plumas y animales raros; los nobles daban grandes
banquetes, y el rey y los señores daban de comer, en esos
dias, en el Sirio inferior del templo, á gran número de
personas del pueblo. Los que alcanzaban esta distinción,
se colocaban en el álrio, formando hileras, y á la vez que
abundantes y buenos manjares, se les servia un agradable
licor llamado cluampinolli. Entre los sabrosos platos de
que gustaban los mejicanos, se encontraba el la,mil!, lla­
mado boy tamal. (1) Después de la comida del pueblo, y
al ponerse el sol, bailaban los sacerdotes por espacio de
cuatro horas, eu cuyo tiempo estaba iluminado el lera -
pío con leños aromáticos y recinosos, que no producian
hum o.
Varios prisioneros se destinaban para ser sacrificados á
la deidad festejada; pero la víctima notable era una p ri­
sionera, á quien vestían con traje igual al de la diosa, para
que la representara.
Esta prisionera, que era jóven y hermosa, tomaba
parte el último día, en el baile do los nobles y de los mi­
litares. Llegado el momento fatal, era conducida al altar,
donde era sacrificada con las demás víctimas. A esta fies­
ta, lo mismo que al mes en que se celebraba, se le llama­
ba HmilmmiUw.Ul, que significa yean fiesta de 1*
señores.

;i) Son hechos tío xasa de maíz, y entre ellos Ley de varias ciases: unos
mezclados con :¡%<lacitos do carne, otros co:\ pimii ::<<. llamado ciiiic, otras
dulce, otros <le manteca, y alguno.? de una fruta parecida * nuestra careza. Hu­
mada c«.palia. Suelen tornarse caliente», y están envuelto» cii hojas do maíz.
E! tamaño »» e) de un chorizo., perineñito y gordo.
CAPÍTULO XV. 499
Noveno roes. El noveno mes, que caía el 5 dcAgosLo, se
Segunda fiesta
al dios <lc la celebraba la segunda fiesta del dios Euilzilo-
guerra.
Adorno de flores pochtli. En esta festividad, se adornaban con
y sacrificio de llores lodos los ídolos de los templos, de las
víctimas
humanas. calles y de las casas, al mismo tiempo que se
elegían los prisioneros que debían ser sacrificados. ¡In ­
comprensible mezcla de costumbres dulces y suaves, con
otras duras y crueles! ¡La tendencia á la sensibilidad, á
lo bello, amalgamada á una costumbre dura, impuesta por
la funesta preocupación que avasalla y domina!
La noche que precedía á la fiesta, se pasaba en prepa­
rar las viandas que se habian de servir al siguiente dia
en medio del regocijo y la alegría. Al nacer el nuevo sol,
la ciudad se ponia en movimiento, y el átrio inferior del
templo se llenaba de gente. Los nobles y los guerreros for­
maban un baile, en que danzaban, poniendo cada cual sus
manos encima de los hombros de los otros. Este baile dura­
ba, con ligeras interrupciones, desde la salida hasta la pues­
ta del sol, y lermiuaba con el sacrificio de los prisioneros.
Can saugre también de víctimas humanas, se celebra­
ba en el mismo mes, la Gesta que se hacia en honor de
.Facatet'.dli, dios del comercio.
Décimo mes. Mas horrible era la muerte que sufrion
Fiesta al
dios del fuego los prisioneros del mes décimo, que empeza­
I.as víctimas
son arrojadas; ba el 2ü de Agosto, en la fiesta destinada á
la hoguera .1’mhUvxtii, dios del fuego. Con gran pompa
y luego
sacrificadas. y solemnidad haciau conducir los sacerdotes,
desdo un bosque inmediato, un árbol hermoso y lozano
que colocaban do pió, en medio del átrio inferior del
templo. Ninguna ateaciou se descuidaba para mantenerlo
500 HISTO RIA D E M ÉJICO .

fresco y frondoso: diariamente se regaba su tronco y sus


ramas. Así permanecía con toda su belleza, hasta la vís­
pera dei dia en que debía celebrarse la íiesla. Entonces
sufria una metamorfosis completa. Los sacerdotes le despo­
jaban de las verdes ramas y de la aromática corleza, y lo
adornaban con papeles d9 colores, reverenciándole desde
ese instante como á perfecta imágen de la divinidad del
fuego. Muchos individuos que poseían prisioneros, domi­
nados por el sentimiento religioso, que se sobreponía al
del interés y la comodidad, se proponían presentarlos á los
sacerdotes, para que fuesen sacrificados. Para verificar
dignamente la dádiva y hacer que en todos los actos resal­
tasen sus creencias, se teñian escrupulosamente el rostro y
todo el cuerpo, con ocre de subido color, tratando de imi­
tar, en lo posible, el encendido y flamante del fuego: se
adornábanla cabeza con brillantes plumas rojas y am ari­
llas, se ponían el traje mas fino y exquisito que leuian, y
así marchaban al templo, llevando las víctimas que consa­
graban al numen abrasador. Para entregarse á la oración y
dedicar su pensamiento á la protectora deidad, so quedaban
eu e!. sautuario, donde pasaban la nocho bailando respetuo­
samente delante de los monstruosos ídolos. Así llegaba ei
siguiente dia, dedicado á la celebración de la fiesta. A la
hora destinada á los sacrificios, los sacerdotes ataban las
manos y los piés á las desventuradas víctimas; les cubrían
el rostro con el soporífero polvo de una planta Hornada
zauhtU, con el objeto da que, entorpecidas las faculta­
des por el olor, sintiesen menos los padecimientos que les
estaban reservados para morir, y revisaban las ligaduras
que les sujetaban. Terminada la operación referida, cada
CAPÍTULO X V . 501
dueño cargaba en hombros á uno do los esclavos que ha­
bía presentado, y se dirigía al átrio, en medio del cual
se había encendido una hoguera. Reunidos allí todos los
dueños, bailaban al rededor del fuego con su prisionero á
cuestas, y cada cual arrojaba el suyo en las llamas, de
donde les sacaban inmediatamente con unos instrumentos
de madera, conduciéndoles en seguida al altar, donde eran
sacrificados, abriéndoles el pecho, como era costumbre, y
arrancándoles el corazón.
Mes undécimo. El mes undécimo empezaba el 16 de Se-
madre de los ^ ^ r e ; pero desde cinco dias antes cesaban-
dioses, so sacñ- todas las fiestas, aunque no los preparaliws-
prisionera, Para ‘a «guíente, que estaba bien cerca, y\sg]
sobro las espai- dedicaba á Tctcoimn. madre de los diosesM'
das de otra ’
mujer. Los primeros ocho dias se hacían bailes; pero
sin que e.u ellos sonase el menor instrumento de música
ni voz ninguna de canto, llevando cada cual el compás
que mentalmente se fijaba, y acompañando sus pasos coa
los gestos y contorsiones que le dictaba su fantasía.
Pronto, por desgracia, transcurría aquel tiempo; y al
terminarse, el primer paso que sedaba por los sacerdotes,
era elegir entre las prisioneras mas hermosas, una que re­
presentase á la madre de los dioses. Hecha la elección,
vestían á la bella cautiva con un vistoso traje, de hechura
igual al que ostentaba la estatua de la diosa, y le destina­
ban para que la acompañasen, sirviesen y consolasen en
su tristeza, varias mujeres, entre las cuales se contaban
siempre algunas distinguidas parteras. Por espacio de cua­
tro dias, permanecían las mujeres á su lado, procurando
distraerla de sus tétricos pensamientos de muerte, y dis-
502 H ISTO RIA D E M É JIC O .

pueslas á obsequiar con amislosa voluntad, liasla sus mas


ligeros deseos. Llegado el dia principal de la celebración
de la Gesta, la hermosa y desventurada prisionera era con­
ducida por varios sacerdotes al atrio superior del templo,
donde estaba colocada la estatua de la diosa, á cuya pre­
sencia debia perder la vida. No se tendía á la bella prisio­
nera, como se acostumbraba en otras Gestas, sobre el altar
para sacrificarla, sino que, teniéndola sobre las espaldas
otra mujer, era decapitada por el sacrificado!-, ensartado
su cráneo éntre el infinito número de los que se guarda­
ban en determinado edificio, y desollándola cuidadosa­
mente en seguida. En tanto que duraba esta última hor­
ripilante operación, se sacrificaban sobre el altar, cuatro
prisioneros, on memoria de los enalto primeros xochimil-
cos, de igual condición, que sus antepasados sacrificaron
en Coihuacan, durante su penosa esclavitud.
En el momento en que el cadáver de la desdichada pri­
sionera quedaba desollado, se entregaba la piel á un guer­
rero jéven y gallardo, quien, acompañado de gran núm e­
ro de nobles, la presentaba, con gran veneración, al dios
conmemorando así el becbo de sus mayo­
res, cuaudo para hacer madre de su numen de la guerra
á una princesa de Coihuacan, hicieren vestir su piel, des­
pués de sacrificarla, á un jó ven y valieale guerrero.
En este mes, se pintaban los edificios, se componían las
calles y los caminos, se reparaban los acueductos y se h a­
cían todas las mejoras materiales posibles. Los militares
se ejercitaban en el manejo de las armas; los jóvenes que
pretendían pertenecer al ejército, se enganchaban, que­
dando obligados desde ese instante á ir á la guerra, siem­
CArÍTULO X V . 503
pre que se les ordenase; el rey y los generales, pasaban
revista á todas las tropas; y los nobles y los plebeyos, bar­
rían el templo.
Mes duodécimo. El duodécimo mes, se celebraba la llegada
F1l l e g a d a l ° s ^ oses- El mes empezaba el 4 de Ochi­
do ios dioses, bre. Para recibirles con la decencia y digni-
morían dad que á tan altos seres correspondían, en-
quemadas, gaznaban el dia 16 las calles, con bellos ar­
cos de preciosas enramadas, de donde colgaban exquisitos
ramilletes y graciosas guirnaldas, formadas de las mas
delicadas flores, que producían las flotantes y poéticas chi­
nampas, acariciadas por el lago. No era menos agradable
el adorno con que se vestían los templos y la limpieza que
reinaba en ellos.
Aunque nadie había visto jamás llegar á los dioses,
ninguno dudaba que empezaban á llegar el 18 de aquel
mes, para recibir las manifestaciones de amor de los
hombres.
El primero que llegaba al templo, según las creencias
de la nación azteca, era el dios Te:catUpoca que, después
del Sér Supremo, presidia los destinos de la hum ani­
dad. Para que sus delicadas plantas no pisasen el áspero
suelo, colocaban á la entrada del santuario una estera
finísima de palma, sobre la cual esparcían blanda y suave
harina do maíz. Toda la noche anterior, velaba un sacer -
dote de aila gerarquía, acudiendo de continuo á la puerta
para observar la estera y ver si en la harina que la cu­
bría, si existía la huella do la deidad esperada, la cual in­
dicaría que había entrado ya al santuario. La pisada so
presentaba por último, impresa sin duda por algún otro
504 H ISTO RIA DE M É JIC O .

sacerdote, y entonces daba voces diciendo: nuestro gran


titos, ha llegado. Al escuchar la agradable y anhelada
nueva, los sacerdotes y el pueblo acudían presurosos para
adorarle, bailaban y entonaban himnos sagrados en el
templo durante la noche, y aumentaban el adorno de los
altares. Desde el dia siguiente, se creia que iban llegando
los demás dioses, y el último del mes, en que se suponia
que estaban ya reunidos todos, se celebraba la gran fiesta.
Una ancha hoguera hecha de maderas aromáticas y re­
sinosas, se encendian en medio del espacioso atrio del
templo. Los sacerdotes, vestidos de negro, y alado el ca­
bello en trenzas, conducían junto al fuego, á los desgra­
ciados prisioneros que debían ser sacrificados, y que m ar­
chaban desnudos.
Varios jóvenes de la nobleza, vestidos con extravagan­
tes trajes, imitando horrendos mónstruos, se presentaban
eu seguida ; la multitud, ávida do presenciar las escenas
que se preparaban, invadía lodos los puntos próximos. De
repente sonaban ios instrumentos músicos; los jóvenes
disfrazados de mónstruos empezaban á bailar al rededor de
la hoguera; y mientras, haciendo ridiculas contorsiones,
giraban en torno del elemento abrasador, eran arrojados
á las llamas los desdichados prisioneros, donde morían
lanzando terribles gritos, y entre convulsiones horribles.
Terminados los sacrificios, empezaban los grandes ban­
quetes á la caída del sol. En ellos reinaba la alegría, y los
licores se servian con abundancia. Todos los convidados
bebían en ese momento mayor cantidad de vino de la que
acostumbraban tomar comunmente ; pero mas que por el
gusto que les pudiera proporcionar el beber, lo hacían por
CAPÍTULO X V . 505
espíritu religioso, pues creian que el vino que en aquella
liesta bebian, servia para lavar los piés á los dioses que
les babiau visitado.
Otra ceremonia pronunciadamente supersticiosa, se veri-
íicaba en la fiesta que nos ocupa. Se creia de una manera
firme, que uno de los dioses, antes de marchar, podria
descargar su enojo sobre los niños; y á fin de preservar á
éstos del mal que temían, les pegaban en las piernas, en
los brazos y en los hombros, plumas embarradas en tre ­
mentina.
Mea Empezaba el décimo tercio mes eL 24 de
décimo tercio. Octubre, y en él se celebraba la cuarta fiesta
Cuarta fiesta ^
a los dioses del á los dioses del agua y de los montes. H a-
a*montes108 c*an montecillos de papel, sobre los cuales co-
sacriiicio de locaban sierpes de madera, idolitos, árboles
lnUJhombre*Un y arroyos. Dispuestas todas las figuritas, po­
nían los montecillos en los altares, y los adoraban como
á imágenes de los dioses, entonando himnos en su alaban­
za, y les ofrecían copal y manjares. La parte sensible, que
era la de los sacrificios, llegaba en seguida. Cinco eran
los prisioneros que se inmolaban en esta fiesta, á las falsas
divinidades. Cuatro mujeres y un hombre. A todos se les
vestía con papeles de vivos colores, cubiertos de resina
elástica, y á cada uno de ellos se le daba un nombre parti­
cular, que correspondía á determinado misterio de su reli­
gión. Puesto el vistoso traje y llegada la hora funesta, se
les colocaba en unas lujosas andas, y se les conducía pro-
cesionalmente al lugar en que debían sufrir la muerte.
Recibidos allí por los sacerdotes y despojados de sus galas,
eran sacrificados de la manera comunmente acostumbrada.
506 HISTORIA DE M É JIC O .

Mes El mes décimo cuarto, empezaba el 13 de


décimo cuarto. Noviembre. La fiesta que en él se celebraba,
Fiesta á la . T ’
diosa de la caza, pertenecía á Mixcoatl, diosa de la caza. Los
para'eüa*0011 preparativos para la función de esa divinidad,
oraciones, ¿e seductor atractivo para los mejicanos, se
de sangre, nacían con fervoroso celo religioso. Se dispo­
nían para celebrarla dignamente, con fervientes oraciones,
un riguroso ayuno general de cuatro dias, y con efusión
de sangre. Durante ese tiempo, se bacian las flechas y los
dardos, para proveer abundantemente las armerías reales.
Transcurridos los cuatro dias de ayuno, los mejicanos y
tlatelolcos, llevando al hombro sus arcos y sus flechas, sa­
lían juntos á cazar, á uno de los montes inmediatos, lo
mismo que el rey y la nobleza; y los animales cazados por
todos, y que se procuraba cogerlos vivos, se conducían á
Méjico, con grandes demostraciones de júbilo y de satis­
facción, donde se sacrificaban á la diosa. El acto del sacri­
ficio se hacia con toda pompa, y el mismo rey solia asistir
á él.
Poco después de la anterior escena, los mejicanos se
dirigían á los sepulcros de sus parientes, llevando vian­
das, leña de pino y saetas, que acababan de hacer con ese
objeto.
Al llegar al sitio en que reposaban los restos de las
personas de su familia, colocaban aquellos objetos sobre la
tumba, y con gran veneración y respeto los quemaban,
permaneciendo allí hasta que se extinguía la última llama.
Se le daba á este mes el nombre de Quccliolli, porque en
esa estación del año aparecía en las pintorescas orillas del
lago un pájaro bellísimo, llamado así.
CAPÍTULO X V . 507
Meg E l mes décimo quinto, empezaba el 3 d e '
décim o q u in to . Diciembre, y en él se celebraba l a tercera fies*
Tercera fiesta
ai dios ta dedicada á Huitzilopoclitli y á su hermano
Estatúamela Tlacahuey>a)i-Cuexcotzin. Con anticipación se
con sangre escogían los desdichados prisioneros que de-
Sacriflcios de bian ser sacrificados en aras de la sangrienta
prisioneros, y se compraban esclavos con el m is­
mo objeto. En el primer dia del mes, los sacerdotes, lle­
nos de fanático celo por aquella religión absurda, hacian
dos estátuas, que representaban á las dos funestas divini­
dades mencionadas. La materia de que las formaban, era
de legumbres, amasadas con sangre de inocentes niños sa­
crificados; los huesos los figuraban con varas de acácia.
Terminados los horribles ídolos que, hidrópicos de vícti­
mas, llevaban en sí mismos el rojo liquido manado del pe­
cho de séres infantiles, los colocaban respetuosamente so­
bre el altar principal del templo, donde toda la noche
permanecían los sacerdotos velándoles con religioso celo.
A las primeras horas del dia siguiente, se bendecían con
gran solemnidad los ídolos, y lo mismo se hacia con una
Bendecían ni cantidad de agua que se guardaba en el tem-
aguayU pío. Esta agua bendita se destinaba para d i­
guardaban paraA . ,
ciertas versas ceremonias, unas que teman tiempo
ceremonias. ¿eiermina(j 0 en e] a g 0) y otras que s© verifi­
caban, según lo exigían los acontecimientos operados en
la nación. Con ella se rociaba, cuando se elegía nuevo so­
berano, el rostro del electo rey. Igual cosa se hacia con
el personaje que era nombrado general de las armas; pero
por añadidura, se le daba á beber un vaso de ella.
Terminada la consagración de las estátuas, se daba
508 HISTO RIA D E M É JICO .

principio á un baile, entre personas de ambos sexos. Este


baile duraba cuatro Loras, y se verificaba todos los dios,
hasta la terminación del raes. Notables eran las peniten­
cias que se imponían durante ese tiempo un gran número
de personas, martirizándose, como tenían de costumbre,
sacándose sangre de la lengua, de los oidos, de los párpa­
dos. y de otras partes del cuerpo. Los dueños de los pri­
sioneros, ayunaban los cuatro últimos dias que precedían
á la fiesta, y á las míseras víctimas que debían ser sacri­
ficadas, se les pintaba el cuerpo de diversos colores.
Llegada la mañana del vigésimo dia, que era verdade­
ramente el déla fiesta, se verificaba una procesión solem­
ne en que marchaban los personajes mas notables de la
nación. Abrían la marcha dos sacerdotes de reconocida
virtud, recogidas en trenzas las luengas cabelleras, vesti­
dos con negro ropaje, llevando uno de ellos en las manos,
que las alzaba sóbrela cabeza, una sierpe de madera, pin­
tada de vivos colores, que era la veneranda insignia de los
dioses de la guerra, y el otro el estandarte guerrero, en
que se veiau signos y pinturas jeroglíficas de raros, pero
significativos lincamientos. Detrás, y á distancia regular
de ellos, marchaba otro sacerdote, vestido de igual mane­
ra, cargando la horrenda eslátua del dios Puimlton, te­
niente de JluUzilopoclUli. Con aspecto de resignación,
pero con firme y seguro paso, caminaban á poco, los des­
dichados prisioneros y esclavos, destinados al sacrificio,
vestidos con papeles de colores, imitando el traje de las
divinidades á quienes iban á ser inmolados. Tras de las
desventuradas victimas marchaban los sacriíicadores, os­
tentando en sus extrañas vestiduras, salpicadas de seca
CAPÍTULO X V . 509
sangre, algunos signos jeroglíficos de su funesta misión;
seguian después los nobles, los seminaristas y los sacerdo­
tes de varios templos; y cerraba, por último, la marcha,
el numeroso pueblo.
La procesión salía del templo mayor, y bacía su prime­
ra detención en el barrio de Teotlachco. Durante el tiempo
que allí se detenía, eran sacrificados dos prisioneros y va­
rios esclavos, á las sangrientas deidades de la guerra.
Continuaba la procesión su marcha, deteniéndose en Tla-
telolco, Popotla y Chapultepec, en cada uno de cuyos pun­
tos se hacian sacrificios de codornices, y luego de prisio­
neros y esclavos. De Chapultepec, volvia la procesión á la
ciudad; recorría algunos barrios; hacia nuevos sacrificios
en cada sitio en que se detenía, y por último, llegaba al
templo principal, de donde había salido.
En cuanto la procesión penetraba en el santuario, colo­
caban los sacerdotes la estátua de Painalton y los estan­
dartes, en el altar de HuiteilopochtU, donde era incensado
inmediatamente por el rey. Pocas horas después, se hacia
otra procesión al rededor del templo, que concluía al po­
nerse el sol, siendo sacrificados todos los prisioneros y es­
clavos que quedaban. Llegada la noche, velaban los sa­
cerdotes, orando y elevando himnos á sus divinidades. Al
brillar la luz del siguiente día, conducían respetuosamente
á una sala del templo la eslúlua de Huiizilo’pochtU que,
como lie dicho, la habían hecho, para aquel objeto, de se­
millas amasadas con sangre de niños, y la colocaban en
un punto conveniente.
En aquella sala estaban únicamente el rey, los cuatro
principales sacerdotes, los cuatro superiores de los semi­
510 HISTO RIA DE M É JICO .

narios y otro ministro del altar, á quien se daba el nombre


de Qnetzalcoatl, siempre armado de plumas, y que era el
mismo del dios del aire. Este último sacerdote cogía un
arco, preparaba una flecha, y la disparaba sobre el ídolo,
atravesándole de parte á parte. Al verle cruzado el peclio
con el arma, aseguraban que su dios Labia muerto; y ac-
los sacerdotes to continuo, el gran sacerdote se aproximaba

dan &comer ¿ ]a eslátua, le sacaba el corazón, becbo de la


corazón de la masa ya referida, y so lo daba á comer al rey.
estütua. -gi cuerpo de la estatua se partía entonces en
dos mitades : una para los llalelolcos, la otra para los m e­
jicanos. La parte perteneciente á éstos, se dividía en se­
guida en cuatro porciones, distribuyéndolas en los cuatro
barrios que formaban la ciudad, y cada porción se subdi-
vidia en tantos pedacitos, cuantos eran los hombres que
habitaban en cada barrio.
A esta ceremonia se le daba el nombre de teocualo, que
equivale á dios comido. Las mujeres no participaban de la
masa del ídolo, porque no tocándoles el ejercicio de las
armas, no necesitaban de un alimento que tenia la virtud
de excitar el espíritu guerrero. Los jóvenes que estaban
ya en actitud de manejar el arco y la flecha, en los com­
bates, y comían el cuerpo de Huitzilopochtli, contraían,
con solo ese hecho, la obligación de observar por espacio
de un año, un riguroso ayuno.
En este m es, llamado Panquelzaliztli , que signi­
fica enarbolar el estandarte, por motivo de que así se
llevaba en la procesión descrita , se dedicaban los meji­
canos á la reparación de los vallados y lindes de los
campos.
CAPÍTULO X V . 511
Mes décimo El mes décimo sesto, empezaba el 23 de Di-
QuintiTfiesta ai ciembfe- En él se celebraba la quinta y últi-
dios Tiaioc. ma fiesta consagrada á Tlaloc y á otras divi­
nidades del agua, así como á las de los montes. Los meji­
canos se disponían para la celebración de esta fiesta, con
duras penitencias de sacarse sangre de sus miembros, co­
mo acostumbraban en sus notables funciones religiosas,
con oblaciones de aromáticas resinas, y con oraciones fer­
vientes.
También hacian montecillos de papel, simbolizando
á los númenes, y muchos idolitos con pasta de semillas,
á quienes, después de haberles adorado reverentemente,
les abrian el pecho, imitando el verdadero sacrificio, les
arrancaban el corazón y les cortaban la cabeza. A cada in­
dividuo que hacia cabeza de una familia, se le daba un
pedazo del cuerpo de algún ídolo, para que lo repartiese
entre sus sirvientes, á fin de que, comiéndolo, se librasen
de muchas enfermedades, á que quedaban sumamente ex­
puestos los que descuidaban el culto de los dioses.
Los cuatro dias anteriores á la fiesta, los ayunos eran
altamente rigorosos, y la efusión de sangre, verdadera­
mente excesiva.
Al mismo tiempo que en las casas particulares se prac­
ticaban los ritos que dejo consignados, en los templos se
sacrificaban víctimas humanas, cuyo número aumentaba
el dia de la fiesta. En esta, 6 en otra consagrada al mismo
dios del agua, Tlaloc, se hacia perecer de una manera in-
humuna, á tres inocentes niños de seis años, encerrándo­
les en una cueva, y dejándoles perecer en ella de hambre,
de sed y de espanto.
5 12 HISTO RIA 1>E M ÉJICO .

Mes décimo Empezaba el mes décimo sétimo, el 12 de


Kiesteiiadiosa Enero, y en él se celebraba la fiesta de lía­
tele. vejez, mateiictli, diosa de la vejez, como lo indica
su nombre, que significa, señora vieja. La víctima que
debía ser sacrificada en la festividad de la anciana divini­
dad, era una mujer que se escogía entre las prisioneras,
y á la cnal se la vestía como se representaba á la diosa,
cuyo papel desempeñaba en aquellos instaules. Era la
única fiesta en que se le permitía estar triste, por su pró­
xima muerte, al que iba á ser sacrificado; pues en todas
las demás, se les obligaba á manifestarse contentos, por
ser, como be dicho, de mal agüero cualquiera demostra­
ción de pena. Pero aunque libre para poderse entregar á
la tristeza y á sus melancólicos recuerdus, no lo era para
permanecer completamente dedicada á ellos. Muy lejos de
eso, se le obligaba á bailar sola á determinadas horas, no
ai compás de melódica y agradable música, sino de una
monótona canción religiosa, cantada con insonoras voces,
por los fanáticos ministros de la divinidad á quien iba á
ser inmolada. Verificada la procesión al rededor del tem­
plo, la victima era llevada al altar por los sacerdotes, que
se presentaban vestidos con las insignias de varios dioses;
y al ponerse el sol, la sacrificaban sobre la piedra, del
modo ordinario que ya conoce el lector. Muerta ya, y se­
parada del cuerpo, como era costumbre, la cabeza, uno de
ios sacerdotes tomaba esta en sus manos y empezaba á
bailar, siguiéndole los otros. Terminado el baile, corrían
por las escaleras del templo, y después entonaban himnos
á la diosa. Al día siguiente, los habitantes de la ciudad de
Méjico, presenciaban una escena muy parecida á la que
CAPÍTULO X V . 513
los habitantes del imperio romano presenciaban en tiem­
po del paganismo, en la fiesta de las lnpercales. El pue­
blo azteca, provisto de sacos de heno, corria presuroso por
las calles, pegando con ellos á todas las mujeres que en­
contraba. Los romanos lo bacian con correas de cabras
sacrificadas, cuyos golpes tenian, al decir de ellos, la
virtud de hacer fecundas á las mujeres estériles. Ignoro
la virtud que se les suponia á los recibidos de los sacos de
heno.
Otra fiesta se celebraba en el mismo mes, á Mictlau-
leicctli, dios del infierno, en la cual se sacrificaba de noche
á un prisionero.
ultimo n.es. El último mes, que era el décimo octavo,
tiesuTai'dio*del ca*a en Febrero. En él se celebraba la
t f«ego- segunda fiesta del dios del fuego. Toda la ju-
eiiasacrificios ventud salia, al rayar la luz del dia 1 0 , arma-
humanos. ¿a ¿e arco y ¿6 flech aSj 4 ¡os montes y á las
selvas, á cazar aves y fieras. Cuanto se cazaba, lo presen­
taban los cazadores á los sacerdotes, que lo guardaban para
los momentos de la festividad. El dia 16 se veia lujosa­
mente engalanado en su altar, el ídolo del dios del fuego,
ostentando preciosas plumas y valiosas joyas. En ese mis­
mo dia, apagaban los sacerdotes el fuego del templo, y el
pueblo el de sus casas, y encendían el nuevo, ante el al­
tar del númen en quien estaba representado. Terminada
la ceremonia de encender el fuego, los sacerdotes ofrecían
á los dioses, en holocausto, parte de la numerosa caza que
tenian recibida de los cazadores, y la otra la sacrificaban
á la deidad de la fiesta. A este acto, seguia otro sencillo,
pero curioso: los niños de ambos sexos, que habían asistí-
Tomo I. G5
514 H ISTO RIA DE M É JIC O .

Ceremonia do en gran número á la fiesta, se acercaban á


se peroraban á ^os sacerdotes, quienes les perforaban las óre­
los ñiños<ie jas, para que les pusieran pendientes.
ambos sexos las _ ., i r .
orejas. Lo notable en la fiesta que nos ocupa, era
que no Labia en ella sacrificio de víctimas humanas.
Todos los animales sacrificados se condimentaban en
seguida para los sacerdotes y la nobleza. Entre los cazado­
res se repartían, con abundancia, sabrosos Icmalli (tama­
les) que las mujeres habían presentado á los dioses como
agradable oblación.
En este mismo mes, se verificaba la segunda fiesta en
honor de la madre de los dioses. En ella había una cere­
monia altamente original y extravagante. Los sacerdotes
levantaba aSarra^an á l°s muchachos de las orejas y los
iUoamucbachoB levantaban en el aire, pues se creia firme-
para que mente que asi llegarían a tener una estatura
fuesen altos. eieva¿ a_ g 6 ignora todo lo demás que se prac­
ticaba en esta fiesta, y si los sacrificios humanos eran los
mismos que se celebraban en la que se le dedicaba en el
mes de Setiembre.
Días llamados Terminado el año mejicano de diez y ocho
inútiles, en ios meses, el 2 0 de Febrero, empezaban los cin-
porun ma? co dias llamados inútiles, el 2 1 , en los cuales
ei nacer. na¿ie emprendía obra ni negocio importante,
persuadidos de que el resultado seria infausto. Aun el na­
cer en esos dias se tenia por una desgracia: al varón n a­
cido en ellos se le llamaba ncmoyuichtli, hombre iutUil, y
á la niña, nencilmullmujer inútil.
Pero las fiestas que excedían en solemnidad á las que
dejo referidas, eran las que se celebraban, una, al princi-
CAPITULO X V . 5 15
pío de cada período de trece años, de los cuatro ea que
estaba dividido el siglo azteca, y la de l'eozilmül, ó año
divino. E a ellas, las numerosas oblaciones, los bailes y los
liimnos religiosos, estaban en relación con las víctimas
humanas, que con exceso se sacrificaban.
Sin embargo, á todas esas fiestas superaba la secular
con que terminaba el siglo, y de la cual hablé ya detenida­
mente, detallando la manera con que se disponían para el
temido cataclismo del fin del mundo. (1) Los regocijos pú­
blicos que se hacian al ver que la naturaleza seguía su
majestuosa marcha, superaban á lo que la pluma podría
ponderar, correspondiendo, por desgracia, los sacrificios
en honra del nuevo siglo que entraba, á la importancia
que daban á la fiesta.
Esto, por lo que hace á las víctimas sacrificadas en las
fiestas religiosas ; pues respecto á las hecatombes hechas
en la consagración de un templo, en la coronación de un
rey, en la celebración del triunfo de una batalla, en la
muerte de un soberano ó de cualquier notable aconteci­
miento, el número de sacrificados era excesivo.
Difícil seria precisar la cifra de los sacrificados anual­
mente á sus falsas divinidades, por la variedad que se no­
ta en los historiadores, respecto de su número.
El primer obispo de Méjico, D. Juan de Zumárraga, en
una carta escrita el 12 de Junio de 1531, al capítulo ge­
neral de su orden, consagrado en Tolosa, manifiesta que
solo en la capital se sacrificaban anualmente veinte mil.
« Lo que no puedo referir—decía— sin causar espanto y 1

(1) Dot-Ue la página 190 á la 1C3.


516 H ISTO RIA DE M É JIC O .

horror, es que tenían antes por costumbre, principalmen­


te en la gran ciudad de Tenochtitlan, sacrificar todos los
años á sus dioses mas de veinte mil personas.»
Otros, refiriéndose á los inmolados en todo el imperio,
también anualmente, consignan que su número ascendia á
cincuenta mil. Según el entendido escritor D. José de
Aeosta, jesuíta español, (1) había día en que, en diversos
puntos de la nación mejicana, se sacrificaban cinco mil, y
en alguno hasta veinte mil. El cronista real de las In ­
dias, D. Antonio Herrera, estima en veinte mil el número
de víctimas anuales, y algunos creen que á esta cifra es á
lu que subían solo las sacrificadas en el monte de Tepe-
yacac.
El apreciable escritor mejicano, D. Francisco Clavijero,
que escribió á fines del siglo pasado, dice que, «el número
de veinte mil, que es el que se cree acercarse mas á la ver­
dad, si se comprenden todos los individuos sacrificados
anualmente en el imperio mejicano, no le parece excesi­
vo;» «pero lo juzga exagerado si «como pretenden algunos
autores, se limita á solos los niños; á los sacrificados so­
lamente en el monte de Tepejracac ó en la capital.»
Solamente el padre las Casas, mas recomendable por sus
preciaras virtudes y sus sentimientos filantrópicos que
por su criterio, difiere de todos los escritores en ese punto,

(lí D. José Acosta, que supo conquistar con sus obras un buen lujar en la
república de las letras, después de haber vivido por espacio de muchos años en
ambas Américas. recogiendo noticias importantes de las personas inas carac­
terizadas, escribid la «Historia natural y moral de las Indias.» impresa por pri­
mera vez en Sevilla en 15$), y reimpresa en Barcelona en 1501. La obra fuú tra­
ducida á varias lenguas en Europa.
CAPÍTULO X V . 517
reduciendo el número de víctimas á la menor cifra imagi­
nable. «No sé, dice con este motivo el ilustre Clavijero,
por qué el señor Casas, el cual en sus escritos se vale con­
tra los conquistadores del testimonio del señor Zumárraga
y de los primeros religiosos, se oponga á ellos tan abierta­
mente en cuanto al número de los sacrificados.»
Conocido el carácter noble y recto del señor Zumárra­
ga, su amor á la verdad y el deber de dar exactos informes
al ministro general de la órden; examinadas las cifras que
los autores mas caracterizados kan presentado, y teniendo
en cuenta el sano criterio del ilustre historiador mejicano,
1). Francisco Javier Clavijero, se puede asegurar, sin te­
mor de incurrir en el defecto do exceso, que el número
anual de víctimas sacrificadas á las funestas deidades en
todo el imperio mejicano, ascendia á veinte mil.
Parece á primera vista que con los miliares de indivi­
duos sacrificados anualmente, la población hubiera ido de­
creciendo sensiblemente hasta quedar reducida á muy pocos
habitantes, en lugar de ir creciendo, como realmente crecía;
pero pronto la razón viene á convencer de que el número
de víctimas no podia producir el resultado creído. Obliga­
dos por la ley, á casarse los hombres de veinte á ventidos
años, y las mujeres de diez y siete á diez y ocho; existien­
do la poligamia en aquellos pueblos, y mirándose la esteri­
lidad como una desgracia, era lógico que la población cre­
ciese notablemente en habitantes, sin que el número de
sacrificados pudiese igualar al de nacidos.
Meditando sobre los sangrientos actos que referidos que­
dan en las anteriores páginas, causa dificultad creer que
pueblos que se hallaban íntimamente adheridos á esas eos-
518 HISTO BIA D S M É JIC O .

lumbres, pudiesen presentar nada que arguyese la mas li­


gera idea de civilización y de cultura.
Los sacrificios humanos y una forma regular de gobier­
no, parecen incompatibles en una sociedad; antagonistas
que se rechazan, que no pueden unificarse jamás; y sin
embargo, en la nación mejicana, se presentaba el fenóme­
no de esa uniGcacion; de esa amalgama de costumbres
disímbolas. Tenían las hórridas hecatombes de hombres,
de mujeres y de niños; y presentaban, al mismo tiempo,
leyes, reglamentos, costumbres, máximas morales, litera­
tura, ciencias y gobierno, que le daban derecho al título
de adelantada y culta, relativamente. Además de las fiestas
de cada mes á los dioses tutelares, tenian otras muchísi­
mas particulares, y ceremonias diarias que, por fortuna,
no exigían mas que oblaciones de resinas aromáticas, para
incensar los ídolos, de pan, de aves y de flores.
Todos los dias, momentos antes de que apareciese el sol
en el horizonte, se situaban algunos sacerdotes en el atrio
superior del templo, vuelto el rostro hácia el Oriente, con
el fin de ver el primer rayo del astro principal, y tenien­
do cada uno de ellos una codorniz viva en la mano. En
cuanto el luminar del dia dejaba ver su esplendorosa luz, 1c
saludaban con los acordes de una música, para ellos melo­
diosa, y cortando la cabeza á las codornices, se las ofre-
cian, incensándole acto continuo con oloroso copal y aro­
máticas resinas delicadas. Nueve veces al dia se repetía
la incensación al astro rey: cuatro, desde su aparición
hasta su puesta, y cinco durante la noche. A los ídolos se
incensaba cuatro veces al dia; al amanecer, al medio dia,
al descender al ocaso, y á las doce de la noche. A la in -
CAPÍTULO X V . 519
ceusacion última, asistían los sacerdotes mas caracteriza­
dos, y la ceremonia de incensar la desempeñaba el sacer­
dote á quien tocaba el turno.
E a los dias comunes las oblaciones eran de (lores, de
frutas, de aves, de plantas y de resinas aromáticas* con
que el público manifestaba á sus dioses su amor y su re­
conocimiento.
La idea religiosa, era la dominante en aquella sociedad.
En todas las casas había incensarios para incensar á los
ídolos particulares que en ellas tenían. Nada se hacia sin
incensar primero á los dioses. Los jueces incensaban á sus
ídolos, hácia los cuatro vientos cardinales, antes de pro­
nunciar cualquier sentencia ó resolver algún punto; los
padres de familia, en sus hogares, al ir á empezar sus n e­
gocios; y los sacerdotes en el templo, para dar principio á
sus oraciones.
Respecto del alma, los mejicanos creían en su inmorta­
lidad, y se imaginaban tres mansiones diversas, cuya be­
lleza y esplendor estaba en relación con los méritos de los
que dejaban de existir. El sitio privilegiado y refulgente,
que brindaba una eternidad de goces inefables, estaba re­
servado para las venturosas almas de los guerreros que
morían heróicamente en el combate, ó que, cayendo pri­
sioneros, espiraban en la piedra de los sacrificios con la
serenidad del valiente. Creían con toda la fuerza de una fé
viva, que las felices almas de esos patrióticos séres, que su­
cumbían vertiendo su saDgre en las batallas, pasaban ins­
tantáneamente al espléndido y reluciente palacio del sol,
á quien acompañaban en su brillante carrera por los
cielos, entonando himnos de dulcísima-melodía, y gozando
520 H ISTO RIA D E M ÉJICO .

entre las nubíferas glorietas de sus miríficos jardines,


bienes sin término, y dichas sin guarismo.
Reservada estaba para las mujeres que llegaban á mo­
rir al dar á luz al tierno fruto de sus amores, la misma
deliciosa mansión. Cuatro años habitaban el brillante alcá­
zar del astro de la luz; mirando resbalar su plácida existencia
envuelta en una superabundancia de felicidad que excedia
á lo imaginable, pasando á animar al espirar su plazo, las
blancas y flotantes nubes y los canoros pájaros de brillan­
te plumaje, libres siempre para remontar su vuelo por las
etéreas salas, bien para vagar por las deliciosas florestas,
las selvas, los lagos y los perfumados pensiles que trans­
forman la tierra en un oasis de delicias. Pero esta brillan­
te transmigración solo estaba reservada á las almas de los
nobles y de los grandes. Las almas de los plebeyos, oscu­
ras como la existencia de los humildes seres que anima­
ron, iban á habitar los asquerosos cuerpos de los escaraba­
jos, de los sapos, de las lagartijas y de los inmundos rep­
tiles. ¡Ni en la otra vida se les concedia á las personas del
pueblo, una habitación decente para sus almas! La trans­
migración debia ofrecer poco atractivo á la plebe.
A la mansión del sol, destinada á los intrépidos guerre­
ros, seguia otra de felicidad negativa, pero siempre de fe­
licidad, que se llegaba á alcanzar, no por medio de la
práctica de meritorias obras, sino por la casualidad de ha­
ber sucumbido víctima de un rayo, de hidropesía, úlce­
ras, tumores y de otras dolencias igualmente penosas.
Para compensar los sufrimientos causados por las capri­
chosas enfermedades en sus cuerpos, iban sus almas á la
morada de Tlaloc, dios del agua, en cuyo fresco y delicio­
CAPÍTULO X V . 521
so silio se les obsequiaba diariamente con opíparos ban­
quetes, en que lo selecto de los manjares competia con lo
exquisito de los vinos. Las almas de los niños sacrificados
á la expresada divinidad del agua, á quienes su inocencia
y su temprana muerte parecia darles derecho á delicadas
venturas, risueños paraísos, animadora música y deleites
celestiales, pasaban á habitar esa misma mansión del dios
Tlaloc, en cuyas fiestas se les había arrancado de un mun­
do que apenas conocían.
El lugar destinado á los individuos que morían sin h a­
ber dejado en la tierra huella ninguna de patrióticas vir­
tudes, de honradez ó de moral, se encontraba en el cen­
tro de la tierra, y era conocido con el nombre de Mictlan
■ó infierno. Sin embargo, en ese lugar, á donde se temía
descender al abandonar la vida, no era un sitio de expia­
ción ó de terribles castigos, sino de tristeza y de silencio,
donde la pena consistía en vivir en perpetua oscuridad.
El mismo don de inmortalidad concedían á las almas
de los animales, y por eso, cuando moría algún individuo,
sacrificaban, como he dicho, un perrito, para que enseña­
se en el otro mundo el camino á. su amo.
Los otomites, por el contrario, creían que el alma de
todos los séres moria con el cuerpo.
Número En relación con el crecido número de dio -
de sacerdotes. ses> estaba el de sacerdotes. Solamente en el
templo principal de la ciudad de Méjico había cinco mil,
y á un millón ascendía la cifra de los que se contaban en
todo el imperio.
Para que la cifra de ministros del altar arrojase esa
enorme suma, existían motivos altamente poderosos. S a­
522 HISTORIA. D E M É JIC O .

tisfacian primeramente el sentimiento religioso, que era el


mas pronunciado y dominante en aquella sociedad, donde
los actos de la vida política y social estaban íntimamente
unidos á la religión; y rodeaban en segundo lugar al in ­
dividuo, de consideraciones y respetabilidad comparables
solo á las que disfrutaban las mismas divinidades á quie­
nes estaba consagrado.
Todoa Los nobles de primera clase, los señores, y
^¡jos^uaata18 k asla l°s mismos reyes, dedicaban por algún
cierta edad, ai tiempo á sus hijos al servicio de los templos,
igieaia. por la honra que á las familias les resultaba
de tener séres empleados en algún acto de servicio hácia
sus celestes divinidades. A ellos les tocaba incensar los
ídolos y cuidar los altares. Los hijos de la nobleza menos
elevada, eran los que llevaban la leña al templo, barrian,
atizaban el fuego sagrado, cuidando de que no se eslin-
guiese, y desempeñaban otros cargos análogos.
ki sacerdocio El sacerdocio entre los mejicanos no era
no era perpetuo perpetuo, sino por determinado tiempo que
sacerdotes los que lo abrazaban se proponían, bien para
eran casados. cumpür una pr0mesa, bien por devoción,
bien por alcanzar el favor de sus dioses. Sin embargo, ha­
bía individuos que se consagraban por toda la vida.
No excluía tampoco el sacerdocio el casamiento. Todos
los ministros del altar eran casados, excepto los que se ha­
bían entregado para siempre al servicio de los dioses,
aunque ignoro si se hacia extensiva á ellos la poligamia.
Durante el tiempo que dedicaban á las obligaciones del
ministerio religioso, se abstenían de toda otra mujer que
no fuese la legítima; y cuando se encontraban con alguna
CAPÍTULO X V . 523
extraña, bajaban honestamente la vista para no mirarla.
La incontinencia, durante la época en que el sacerdote es­
taba de servicio en el templo, era castigada con marcado
rigor. En Teotihuacan era entregado al pueblo y mata­
do á palos por éste, de noche, el ministro del altar á quien
se le probaba que había faltado al deber de castidad.
El traje que usaban era el mismo que llevaban los d e ­
más mejicanos, sin otro distintivo que un velo negro de
algodón, que ostentaban en la cabeza. Pero no todos iban
de esta manera. Los que habían hecho voto de una vida
austera y mortificada, vestian traje negro, que era el ro ­
paje que llevaban los demás sacerdotes de las naciones
conquistadas y anexas al imperio mejicano. Los cabellos,
que á muchos les colgaban hasta las piernas, porque n u n ­
ca los cortaban, los llevaban entrenzados con gruesos cor­
dones de algodón, untados de tinta, formando una volu­
minosa trenza embadurnada con el negro y asqueroso
liquido mencionado, no menos estorbosa para el sacerdote,
que repugnante nos parecería hoy á nuestros ojos, aunque
no lo parecía así á la vista de aquella sociedad de diferen •
tes costumbres á las presentes.
Los sacerdotes ^ estos asquerosos embadumamientos dia-
s©embadurnaban # # *
el cuerpo, rios de tinta, agregaban otro mucho mas re­
pugnante, siempre que tenían que hacer algún sacrificio
en las montañas ó en las oscuras cavernas en que podían
habitar animales feroces ó venenosos. Cogían escorpiones,
culebras, lagartijas, arañas, gusanos y diversos reptiles, y
quemándolos en un sitio determinado del templo, coloca­
ban las cenizas en un mortero de piedra, donde mezclán­
dolas con hollín de una madera resinosa llamada ocoll, con
524 H ISTO RIA D E M É JIC O .

insectos vivos, yerbas y tabaco, hacían una masa nada se­


ductora para la vista ni para el olfato. Pero la preocupa­
ción reviste de atractivo y de virtudes los objetos mas in­
nobles, y aquella confección encerraba para los sacerdotes
aztecas, encantos y virtudes sobrenaturales. Convencidos
do la excelencia de la extraña confección, llenaban con
ella bruñidos vasitos, y después do presentarla á los
dioses, se untaban todo el cuerpo, emprendiendo en se­
guida el camino á los sitios mas peligrosos, con la firma
fé de que ni las fieras de los bosques, ni las culebras de
las montañas, ni los animales ponzoñosos de las cavernas
les podían hacer ya el mas leve daño.
Pero no solamente atribuían á la confección referida, la
virtud de librar á los sacerdotes que con ella se ungían, de
ser atacados por los animales dañinos y feroces, sino que
le atribuían el don eficaz de curar todas las enfermedades,
por cuya razón la aplicaban á los enfermos y á los niños.
Aquella untura era considerada como la panacea de todas
las dolencias físicas; y como acontece con todas las cosas
que han logrado alcanzar por el consentimiento general
alguna reputación, aunque estén los hechos muy lejos de
corresponder á su fama, á pesar de que ningún enfermo
sanaba por la eficacia de ella, le llamaban tcojxitli, esto es,
medicamento divino.
A los alumnos de los seminarios les estaba encomenda­
da la tarea de coger los asquerosos animales para la mila­
grosa confección, así es que familiarizándose desde muy
niños con el manejo de ellos, los cogian después sin
temor ninguno, haciéndolo todo sin la mas ligera repug­
nancia.
CAPÍTULO X V . 525
Había diversas Estaban establecidas en el sacerdocio di-
SeeniosíaS versas gerarquias. Los sumos sacerdotes <5
sacerdotes. jefes supremos eran dos, cuya alta dignidad
solo se conferia á personas de ilustre nacimiento, notables
no menos por sus virtudes como por su saber. Su nom­
bramiento se hacia por elección, aunque se ignora si esta
era hecha por los sacerdotes ó por los que elegían á la su­
prema dignidad política del reino. Ninguna providencia im­
portante tomaba el monarca, sin consultar antes con ellos,
que eran verdaderamente los oráculos de los reyes. Aunque
investidos ambos del elevado carácter de cabezas de la re­
ligión, exislia sin embargo alguna diferencia que estable­
cía una distinción entre los dos, como lo indica el nombre
de señor divino, que daban al uno, y el de gran sacerdote
con que era denominado el otro. El señor divino 6 primer
sumo sacerdote, era ungido entre los totonacas, y lo mismo
se cree que sucedia entre los mejicanos, con sangre de
niños, á cuya ceremonia le daban el nombre de unción di­
vina. La dignidad de sumo sacerdote nadie la obtenía en
el reino de Acolhuacan mas que el hijo segundo del rey.
A él solo le pertenecía el honroso distintivo que le coloca­
ba en el primer puesto de los ministros de las diversas di­
vinidades. Los sumos sacerdotes eran los que ungían álos
monarcas después de su elección. Los hombres sin cuyo
parecer jamás declaraba el rey la guerra á nación ningu­
na, y los que, en fin, tenían como un distintivo de honor
en los ritos sangrientos de su funesta religión, abrir el
pecho y arrancar el corazón á las víctimas humanas ofre­
cidas á sus monstruosos ídolos en las solemnes festivi­
dades.
526 H ISTO RIA D E M É JIC O .

I^a insignia que comunmente llevaban los sumos sacer­


dotes de la ciudad de Méjico, era una borla blanca de al­
godón sobre el peclio. En los dias destinados á la celebra­
ción de algún notable acontecimiento, bien religioso ó bien
político, vestían ricos trajes de finísima lela, en que se
veian pintados los distintivos de la divinidad á quien es­
taba dedicada la fiesta que se celebraba. El sumo sacerdote
de los mixlecas, cuando la festividad era solemne, se pre­
sentaba con una fina túnica de algodón, en que se veian
pintados los principales sucesos de la mitología. Sóbrela
delgada túnica lujosamente adornada, se descubría, limpia
y con esmero puesta, una especie de sobrepelliz, cuya
blancura rivalizaba con el ampo de la nieve: una lujosa
capa, adornada do jeroglíficos signos de misteriosa signi­
ficación, colgaba con gracia sobre sus hombros; un lienzo
blanco de algodón, de finísimo tejido, llevaba pendiente
del brazo derecho; otro lienzo no menos limpio y delicado
pendia de sus hombros, y sobre su cabeza resplandecía un
rico penacho de vistosas plumas, artísticamente tejidas,
donde brillaban diminutas figuritas de oro, representando
diversas divinidades de su falsa religión.
Seguía á la alta dignidad de sumo sacerdote, ia del en­
cargado de velar sobre la exacta observancia de los ritos y
ceremonias; de la conducta de los directores de los semi­
narios; de castigar á los sacerdotes que no cumplían con
su sagrado ministerio, y de cuidar, en fin, de que nadie
se desentendiese de las obligaciones que se había impues­
to al admitir el puesto que ocupaba. Para poder desempe­
ñar eficazmente su difícil cargo, tenia dos vicarios que ob­
servaban con infatigable actividad, todo lo que era necesa­
CAPÍTULO X V . 527
rio examinar, uno de los cuales era el superior general de
los seminarios.
A las dignidades referidas, seguia el ecónomo de los san­
tuarios; el compositor principal de los himnos destinados
á cantar en las fiestas; el maestro de ceremonias; el de
capilla, que tenia á su cargo enseñar y dirigir el canto, y
otro número considerable de sacerdotes encargados de di­
versos ramos que seria prólijo mencionar.
En la capital de Méjico, lo mismo que en las demás
ciudades del imperio, existía, en cada barrio, un sacerdote
principal, encargado de dirigir en su distrito ó parroquia,
las fiestas y los demás actos religiosos, reconociendo siem­
pre como superior, al encargado de vigilar sobre el cum­
plimiento de los ritos y de todo lo relativo al culto.
Los asuntos relativos al servicio de los templos, estaban
repartidos en todo el cuerpo sacerdotal. Habia sacerdotes
encargados de barrer el santuario; los habia destinados al
adorno de los altares: cantores que entonaban himnos á las
divinidades durante varias horas de la noche, y músicos
que desempeñaban el mismo cargo durante el día; habia
sacrificadores; cuidadores del fuego sacro, compositores
de canciones religiosas y poetas encargados de componer
la letra.
Los sacerdotes lo eran todo en aquella sociedad, porque
en ellos residia el talento y el saber.
Los sacerdotes La educación de la juventud, el arreglo del
encargados calendario; las pinturas mitológicas, los ade-
¿eiaeducación, lantos de la juventud, los seminarios y las
escuelas, todo se hallaba encomendado á los ministros del
altar.
528 HISTO RIA D E M É JIC O .

Una gran parte de los sacerdotes se teñían diariamente


el cuerpo con un tinte negro, hecho de la madera aro­
mática, llamado ocotl, (ocote) preparándolo como un es­
peso hollín reluciente y negro, sobre cuyo embarramiento
se untaban otro de ocre, que les daba un matiz repug­
nante. Así desempeñaban durante el dia sus deberes
religiosos, y todas las noches, á determinada hora, se
bañaban en unos espaciosos estanques que se hallaban
en el recinto del templo. Ya he dicho que el cabello lo
usaban sumamente largo y que lo llevaban formando una
gruesa trenza, embadurnada también de tinta.
Sacerdotisas Tsf0 era e[ sacerdocio propiedad exclusiva
y varias órdenes / . . . .
religiosas, de los hombres. El ministerio se veía ejercido
igualmente por las mujeres, aunque estaban excluidas de
alcanzar las primeras dignidades y del cargo de sacrificar
víctimas humanas. Pero cuidaban del fuego sagrado, en­
tonaban himnos, incensaban los ídolos, adornaban los al­
tares, barrían el templo, y presentaban á los ídolos las
oblaciones de comestibles que diariamente se hacían.
Algunas de estas sacerdotisas se habían consagrado des­
de la niñez ai servicio de los dioses, por promesa de sus
padres; pero la mayor parte estaban por dos años, ya para
cumplir con algún voto hecho por devoción, ya para lograr
un matrimonio feliz, ya, en fin, por cualquier otro motivo
de los muchos que nunca faltan á los desventurados seres
de la especie humana. Las jóvenes que desde la niñez se
habían consagrado al servicio de los dioses, en cuanto
cumplían los diez y siete años, que era la edad en que de­
bían casarse, se disponían para salir del templo. Sus pa­
dres, que para entonces les tenían dispuesto ya mari­
CAPÍTULO X V . 529
do, presentaban al encargado de hacer cumplir el culto,
en bruñidos plaLos de curiosas labores, flores, delicados
comestibles, copal, codornices, y un discurso en que, des*
pues de manifestar en expresivos conceptos su profunda
gratitud por la esmerada educación que sus hijas habian
recibido, terminaban solicitando la gracia de llevarlas al
seno de sus familias. La solicitud era contestada verbal­
mente, con otro discurso bien sentido, accediendo á la
justa solicitud de los padres, y exhortando á las jóvenes á
la práctica de las virtudes y al cumplimiento exacto de los
sagrados deberes del matrimonio.
Varias eran las órdenes religiosas que habia de hom­
bres y de mujeres; pero una de las mas dignas de cono­
cerse era la del dios del aire Quelzalcoatl. La vida que
en los monasterios dedicados á la expresada deidad bacian
los jóvenes de uno y otro sexo, era sumamente austera.
Practicaban duras penitencias, donde se sacaban sangre de
varias partes del cuerpo, ayunaban con frecuencia; pasa­
ban parte del dia elevando himnos á su deidad, se baña­
ban siempre á media noche, velaban hasta poco antes de
amanecer, y tenian libertad para marchar á los montes á
la hora que quisiesen, así antes de ponerse el sol como des­
pués de haberse ocultado, para martirizarse el cuerpo con
terribles flagelaciones. El traje que usaban era altamente
modesto.
Austeridad La austeridad que observaban los superio-
observada por res de esos monasterios, era excesiva. Su vida
res'dehw estaba dedicada á la mortificación y á las pri-
monastenos. vacjoneSt a. nadie visitaban mas que al rey,
y eso únicamente en circunstancias precisas. La manera
530 HISTORIA. D E M É JIC O .

de ingresar en la órden de Quetzalcoall era la siguiente.


£1 padre que anhelaba que algún niño suyo fuese recibido,
convidaba á comer al superior, quien enviaba en su lugar
á uno de los sacerdotes que elegía para el caso. El fiel re­
presentante tomaba al niño, y lo presentaba al superior;
éste le tomaba en brazos, elevaba una religiosa oración al
dios Qnetzalcoatl, ofreciéndole la criatura, y en seguida le
ponía un collar al cuello, que debía llevar durante siete
años.
Transcurridos dos desde la presentación, el superior
practicaba en el pecho del niño una incisión, que era lo
mismo que el collar, el signo de su consagración. Cuan­
do se cumplían los siete años, el padre del jóven dirigía á
éste un moral discurso, exhortándole á practicar todas las
virtudes, á no faltar en lo mas leve á las buenas costum­
bres, á respetar á sus superiores, á rogar á los dioses por
la felicidad de los sóres que le dieron la vida, así como por
la dicha y prosperidad de la patria, y en seguida entraba
al monasterio.
Había otra órden en que estaban juntos jóvenes y niños,
que también se consagraban desde la infancia al culto, ca­
si con las mismas ceremonias que los dedicados al dios del
aire. Pero los miembros de esta orden de jóvenes, que así
se llamaba, no vivían en comunidad, sino en sus respec­
tivas casas.
En cada barrio de la ciudad tenían un superior; y to­
dos los dias, á la caída del sol, se reunían en una casa á
bailar, entonando á la vez himnos en elogio de su divini­
dad. Concurrían á esta ceremonia personas de ambos
sexos, guardando siempre el mayor órden y compostura,
CAPÍTULO X V . 531
pues la mas leve falta hubiera sido castigada rigorosa­
mente.
Pero la órden mas notable era una que había entre los
lolonacas, compuesta de ancianos, monges de acrisolada
virtud, consagrados al culto de Centeoll, diosa de la tierra
y del maíz. A esta órden no podian pertenecer sino hom­
bres que habían cumplido sesenta años de edad, viudos,
de moral intachable, de costumbres honestas y verdadera­
mente castos. Vivían entregados á la oración, al recogi­
miento, ai estudio, y á presentar en pinturas jeroglíficas,
los principales puntos de la historia. El número de ellos
era fijo, y solo cuando alguno moria, podía entrar otro á
ocupar su lugar. Era grande la veneración en que el pue­
blo les tenia, y siempre que algún individuo se encontra­
ba afligido por algún negocio, iba á consultar con los
inoDges lo que debía hacer. Los sacerdotes escuchaban
sentados, con profunda atención, llenos de amabilidad y
con los ojos bajos, lo que les decían, y el consejo que
en seguida daban, era admitido como pronunciado por el
oráculo.
La incensación era una de las primeras atenciones de
los ministros de la religión azteca. Cuatro veces al dia,
como tengo ya dicho, incensaban á sus ídolos, y nueve al
sol. Para el desempeño de cada cosa perteneciente al cul­
to, había sacerdotes encargados de dar cumplimiento á la
que les pertenecia. Pero el cargo mas importante y distin­
guido, el principal y mas honorífico, era el de los sacrifi­
cios. El presente de víctimas humanas se consideraba como
el mas grato á las divinidades del culto azteca, y sacerdo­
tes distinguidos tenían que ser los que ofreciesen la sangre
532 HISTO RIA D E M É JIC O ,

de aquellas en el altar de las segundas. Nada importante


se emprendía sin que precediesen sacrificios. Se implo­
raba la protección de los dioses, sacrificando desventura­
das víctimas, y otras nuevas volvían á sacrificarse cuando,
verificándose algún fausto acontecimiento, se creía que
habían atendido á la petición hecha.
Seis sacerdotes eran, como manifesté al describir las
fiestas de cada mes, los encargados de las hecatombes, y
descritos están allí el traje que usaban y los pormenores
del sacrificio ordinario.
Algo respecto número de víctimas inmoladas, lo mis-
de los
sacrificios, iuo que la forma de sacrificio y el sitio donde
se verificaba el sangriento presente, cambiaban según la
categoría de la fiesta y las circunstancias del momento.
Generalmente, la funesta escena se verificaba en el atrio
superior del templo, donde estaba el altar destinado á los
sacrificios: sobre su piedra convexa en la superficie, ten­
dían á la víctima, le sujetaban entre cinco los piés, las
piernas y le cabeza, y el sexto, abriéndole el pecho con un
afilado cuchillo d miztli, le sacaba el corazón, le presentaba
al sol, lo arrojaba en seguida á los piés del ídolo; volvía
á cogerlo para presentarlo á la divinidad, lo quemaba, y
permanecía un instante contemplando sus cenizas. Cuando
el ídolo era hueco y de proporciones colosales, solia el sa-
criíicador introducirle en la boca, con una cuchara de oro,
el corazón de la víctima. Otras veces untaban los labios de
la espantosa imágen de la falsa deidad y la cornisa de la
puerta del santuario, con sangre del infortunado que había
perecido.
Si era prisionero de guerra el sacrificado, después de
CAPÍTULO X V . 533
arrancarle el corazón, le cortaban la cabeza para conser­
varla, como tengo referido: arrojaban el cuerpo por las es­
caleras al átrio inferior, donde lo esperaban el oñcial ó
soldados que le habian hecho prisionero, y cortándole los
muslos y los brazos, los llevaban á sus casas para guisarlos
y comerlos, mientras la parte del vientre se destinaba
para el alimento de las fieras de la casa real. Cuando el
sacrificado era esclavo, su amo se apoderaba del cuerpo, y
se lo llevaba con el mismo objeto de guisarlo y de comer­
lo, en unión de los amigos mas predilectos.
Loa otoruites Los otomites, mas comerciantes eu este
en el uíercado la Punto í ue l°s mejicanos, dividían los miem-
came bros de la víctima en pedazos regulares, y
del prisionero , . , ,
sacrificado, los vendían en el mercado, como hoy se ven­
de la carne de ternera.
Pero no todos los sacrificios se hacían sobre la convexa
piedra de los altares, pues ya hemos visto, al referir las
fiestas celebradas durante los diez y ocho meses del año,
que unos eran quemados, otros ahogados en el lago, que
algunos morían de hambre y de sed, encerrados en las
cavernas, no pocos en el sacrilicio gladiatorio, y bastan­
tes mujeres sobre la espalda de otras, donde recibían la
muerte.
Los zapolecas sacrificaban niños á ciertos númenes pe­
queños que tenían; hombres á los dioses, y mujeres á las
diosas.
Horrible fiesta. Los habitantes de Cuauhlitlan, celebraban
cada cuatro años, una fiesta al dios del fuego, verdaderamen­
te terrible. La víspera de la función plantaban en el átrio
inferior del templo, seis árboles muy altos, y sacrificaban
534 H ISTO RIA D E M É JIC O .

dos esclavos, á los cuales, después de sacrificados, les ar­


rancaban la piel y les sacaban los liuesos de los muslos.
Vestidos con las ensangrentadas pieles, arrancadas á las
víctimas, y ostentando los huesos de ellas en las manos,
se presentaban al siguiente dia, que era el de la fiesta,
dos sacerdotes, bajando á paso lento del templo y dando
espantosos gritos. «Aquí están ya nuestros dioses que se
acercan;» exclamaba en alta voz la multitud, que se ha­
llaba agolpada al pié del templo. Los dos sacerdotes, con­
tinuando con la misma lentitud su marcha, llegaban al
átrio inferior, y entonces empezaba un baile en que el
ruido de los instrumentos, mas que para facilitar el compás
y halagar el oido, servia para destrozar el tímpano y causar
una profunda sensación nerviosa. Mientras con monótono
movimiento bailaban los que á su cargo tenían la danza,
el pueblo sacrificaba un número considerable de codornices,
que muchas veces llegaba, y algunas pasaba, de ocho mil.
En cuanto terminaban las anteriores ceremonias, seis
sacerdotes subian á los árboles, llevando igual número de
prisioneros; les ataban á las ramas, y dejándoles allí para
que sirviesen de blanco á las flechas disparadas por el
pueblo, descendían inmediatamente. Cuando habían b a­
jado al suelo, ya los prisioneros habían espirado, cubier­
tos de millares de flechas, que el pueblo les había dispa­
rado. Los sacerdotes volvían entonces á subir á los árbo­
les, desataban los cadáveres, los arrojaban al suelo, y acto
continuo, les abrían el pecho y les arrancaban el corazón,
como era costumbre entre aquellos pueblos. Las codorni­
ces, lo mismo que los muslos y brazos de los prisioneros,
se distribuían entre los sacerdotes, los nobles y los gran­
CAPÍTULO X V . 535
des, y bien cocidos y condimentados, eran el plato principal
de los suntuosos banquetes con que terminaban aquellas
terribles fiestas.
Los tlaxcaltecas, en una de sus principales festividades,
alaban á un prisionero en una cruz altísima, y disparando
sobre él una lluvia de flechas, moría, sufriendo espantosos
dolores: otras veces, por el contrario, le alaban á una cruz
muy baja, y sobre ella moria á palos.
No se reducían únicamente á víctimas humanas los sa­
crificios de los antiguos aztecas. También hacian en nú­
mero considerable sacrificios de animales de diferentes
especies. Al sol, en cuanto asomaba en el Oriente, sacrifi­
caban diariamente codornices; á JluitzilopucJiili, codorni­
ces y esparavanes; y á Mixcoatl, diosa de la caza, conejos,
coyoles (especie de zorras), liebres y ciervos.
Terribles Sorprende el rigor que consigo mismos
penitencias y usaban la mayor parte de los sacerdotes,
ayunos de los para hacerse gratos á los ojos de sus dioses.
sacerdotes. Acostumbrados á verter en los aliares la san­
gre de las víctimas, eran pródigos de la suya en los actos
religiosos. Casi diariamente se sacaban sangre de sus
miembros, perforándolos, y aplicándose agudas espinas
de maguey que penetraban en sus carnes, hiriéndoles
brazos, piernas, párpados, frente, pecho y orejas. Creyen­
do insuficiente estos tormentos, introducían pedacitos
muy delgados de caña en los agujeros hechos con las es­
pinas, aumentando progresivamente el grueso de la cañi-
ta, á fin de que manase en abundancia el rojo líquido de
sus cuerpos. Satisfechos del terrible martirio que se impo­
nían, guardaban la sangre vertida desús miembros, en ra­
536 H ISTO RIA D E M É JICO .

mos hechos de una planta llamada acxoyatl, y las espinas


ensangrentadas las clavahan en unas de heno, que expo­
nían en los merlones del kocalli, casa (le Dios, á fin de
que el público supiera que hacían penitencia.
Los sacerdotes que practicaban las terribles austerida­
des que acabo de referir, pertenecían á una órdeu llamada
Tlamacazque. Cuando acababan su penitencia, se bañaban
en uno de los estanques que habia en el mismo templo,
cuyas aguas estaban siempre teñidas de sangre, por cuyo
motivo se le llamaba ezapan.
Los ayunos y las vigilias eran sumamente frecuentes
entre los mejicanos. No habia fiesta ninguna para la cnal
no se preparasen con ayunos rigorosos, no haciendo mas
que una comida ligera cada veinticuatro horas, privándo­
se en ella de tomar carne y vino. Los ayunos iban general­
mente acompañados de vigilia y efusión de sangre, y le
estaba vedado al mismo tiempo al que ayunaba, acercarse
á mujer ninguna, ni aun á la legitima, durante su peni­
tencia.
En algunas fiestas, los ayunos eran generales, y el pue­
blo estaba obligado á ellos. Los ayunos en que estaba in­
cluida la plebe, era en los que se hacían en las fiestas
del sol, y en las del «dios de la providencia.» Cuando se
verificaban esos ayunos, el rey se retiraba á u n edificio si­
tuado dentro del recinto del templo, donde hacia peniten­
cia, se sacaba saDgre y velaba.
Habia otros ayunos que obligaban únicamente á los
dueños de las víctimas que debian sacrificarse en la fiesta
que se celebraba.
Los nobles, lo mismo que el rey, tenian dentro del re­
CAPÍTULO I V . 537
cinto una casa á donde se retiraban cuando tenian que
entregarse á la oración y la penitencia.
En los funestos casos de una calamidad pública, en que
era preciso calmar la ira de los dioses, el sumo sacerdote
de Méjico hacia un ayuno extraordinario, acompañado de
las privaciones mas penosas, y de austeridades que asom­
bran. Lleno de ardiente celo, se retiraba á un bosque don­
de no habia mas habitación que una cabaña, construida ex*
elusivamente para ese objeto. Separado de todo trato social
y sin tener comunicación con nadie, pasaba allí nueve
meses, y algunas veces un año, sin tomar mas alimento
que maíz crudo y agua, lacerándose el cuerpo, y sacándo­
se con frecuencia sangre de sus miembros.
No era menos austera la vida que hacian cuatro sacer­
dotes que habitaban el templo principal de Teotihuacan.
Su traje era el mismo que llevaba la gente pobre, y su
comida consistía en un pan de maíz que no pesaba mas
que dos oDzas, y en una taza de atoUi, atole, líquido hecho
también del maíz. E o tragados á la penitencia y á la ora­
ción, incensaban cuatro veces á sus ídolos, velaban dos de
ellos cada noche entonando himnos á las divinidades, y
martirizándose los cuerpos con efusión de sangre. En los
cuatro años que estaban obligados á vivir en el templo, pa­
ra que entrasen otros cuatro, el ayuno era diario, excepto
un dia de fiesta que habia cada mes. Cuando se acercaba
la festividad del dios del templo, se preparaban para ella,
perforándose con agudas espinas de maguey las orejas, y
pasando por los agujeros que se habian hecho con ellas,
sesenta pedacitos de caña de diferentes tamaños. Venera­
dos eran por su virtud esos sacerdotes, y los mismos reyes
T omo I. 08
538 HISTO RIA D S M É JIC O .

de Méjico les miraban como á séres privilegiados. Por la


misma razón de que eran vistos con veneración por todos,
estaban obligados á no faltar en lo mas leve á sus deberes.
Al que faltaba á la continencia, se le mataba á palos, se
quemaba su cadáver, y se esparcian sus cenizas por el
viento.
La penitencia estaba generalizada en las naciones del
Anáhuac. En la Mixteca, los primogénitos de los señores,
antes de entrar en posesión de sus Estados, estaban preci­
sados á permanecer por espacio de un año en un monas­
terio, haciendo una vida dé privaciones y de penas. En el
momento en que llegaban al templo, eran despojados del
traje rico que llevaban, y se les vestia con otro im pregna­
do con goma elástica; les untaban en la espalda, en el
vientre y en la cara un líquido fétido, hecho de yerbas que
juzgaban gratas á sus dioses, y les ponian en la mano una
lanceta de itztli, para que hiriéndose con ella en diversas
partes, se sacasen sangre en abundancia. La abstinencia
que observaban durante el año, excedia á toda pondera­
ción, y la falta menos importante era castigada con severo
rigor.
Pasado el año de martirio y de padecimientos, cuatro
hermosas doncellas les lavaban con aguas olorosas, y en
seguida eran conducidos á sus casas con grande regocijo
y alegría.
Los tlaxcaltecas celebraban en su año divino una fiesta,
preparándose con ayunos y penitencias no menos terribles
que los que llevamos referidos. La fiesta se hacia en ho­
nor de su dios Camaxtle. Cuando se aproximaba su cele­
bración, el jefe de los penitentes convocaba á éstos, exhor-
CAPÍTULO X V . 539
laudóles á la penitencia; pero haciendo saber al mismo
tiempo que, quien no se juzgase con fuerzas para hacerla,
lo manifestase en el término de cinco dias.
De no hacer la manifestación, se argüía que pertene­
cían al número de los que anhelaban mortificarse en ser­
vicio de la divinidad. El individuo que transcurrido el pla­
zo faltaba al ayuno, era expulsado del sacerdocio, y se le
quitaban los bienes que poseia. Pasados los cinco dias, el
jefe, seguido de todos los que se encontraban dispuestos á
hacer penitencia, subia al monte Mallalcueye, sobre cuya
cima se levantaba el templo consagrado á la diosa del
agua. Al llegar á la mitad de la montaña, los penitentes
hacian alto, y el jefe, avanzando hasta la cúspide, hacia
una oblación de copal y de piedras preciosas. Entre tanto,
los que habian quedado en la mitad del monte, pedian á
los dioses fuerzas y valor para las austeridades que se pro­
ponían verificar. Hecha la oblación por el jefe, bajaban en
compañía de él, del monte, y mandaban hacer unas nava­
jas de piedra de itztli, y varitas de diversos tamaños.
Los obreros encargados de hacerlas, ayunaban cinco
dias para emprender la obra, y se tenia por fatal agüero
el que rompiesen alguna varilla ó navaja, ai fabricarlas,
pues indicaba que el individuo, en cuyas manos se había
roto, no cumplió con el ayuno impuesto. A este ayuno de
los operarios, seguía el de los penitentes, que duraba cien­
to sesenta dias. Empezaban por la dolorosa operación de
hacerse un agujero en la lengua, por donde introducían
las agudas varas. Terribles eran los dolores que con aquel
martirio sufrían; y sin embargo, sobreponiéndose á los
sufrimientos, y mirando la saDgre que manaba de sus
540 H ISTORIA D E M ÉJICO .

lenguas, como una ofrenda grata á los ojos de sus dioses,


se esforzaban en cantar himnos en alabanza de ellos. Cada
veinte dias repetian esta terrible operación, que no se com­
prende como podian resistirla. El ayuno del pueblo empe­
zaba ochenta dias después de haber principiado el de los
sacerdotes, y ni aun los jefes de la república estaban ex­
ceptuados de ese ayuno. Durante el tiempo consagrado á
esas austeridades, á nadie le era lícito servirse en la mesa
la pimienta con que condimentaban la comida, ni bañarse.
Número de L°s templ°s llamados teocallis, esto es, ca-
tempios. sas dios, eran numerosos en Méjico, y va -
rios autores no han titubeado en elevar la suma de los que
existian en la capital solamente, á dos mil, incluyendo en
ella hasta los mas pequeños. Sin poner en tela de juicio
la mas ó menos exactitud en la cifra, añadiré que entre
los numerosos santuarios levantados en la capital á las fal­
sas divinidades, ocho ó diez eran I gs verdaderamente no­
tables por su magnitud y solidez, elevándose arrogante el
templo levantado á HvÁtzüopoclitli, junto á la gran plaza
de Tlatelolco; punto importante durante el sitio que Her­
nán Cortés puso á Méjico, y en cuj'as elevadas torres, á
la lúgubre luz de las antorchas de resinoso pino, murieron
sacriñcados algunos soldados del héroe estremeño, sin que
sus compañeros, que les veian desde las posiciones que
ocupaban, pudieran favorecerles en aquel angustioso lance
que Bernal Diaz, testigo ocular, nos describe en su impar­
cial historia.
La extructura de los templos variaba según la impor­
tancia de ellos. La base de algunos tenia mas de cien piés
cuadrados, y sus torres se elevaban á mucha mayor altu­
CAPÍTULO X V . 541
ra. Muchos ostentaban una forma piramidal de un solo
cuerpo, y una escalera, mientras otros presentaban varias
escaleras y un solo cuerpo: algunos eran sólidas masas de
tierra, cubiertos por dentro con ladrillo y piedra, dejando
ver una forma semejante á la de las antiguas pirámides de
Egipto. Se componian generalmente de cuatro ó cinco
cuerpos, que iban en diminución visible. Se subía al p ri­
mer cuerpo, por UDa escalera practicada en uno de los án­
gulos exteriores del templo, llegando á un amplio terrado,
en la base del segundo cuerpo, hasta ir á dar con otra
escalera, construida también en el mismo ángulo y en la
misma forma, por la cual se ascendía al otro cuerpo, en­
contrándose allí con otra escalera igual, para continuar
subiendo al inmediato, y así sucesivamente.
De esta manera, para llegar á la cúspide del templo,
era preciso rodear éste tantas veces, cuantos eran los
cuerpos que tenia. Por esta construcción dada á los leoca-
llis, el pueblo podía presenciar de cualquier punto de la
ciudad en que se hallase, conducir al atrio superior del
teocalli, á las víctimas destinadas al sacrificio. En esa par­
te superior se veia una espaciosa área, donde se destaca­
ban dos torres de diez y ocho varas de altura, que eran
los venerados santuarios en que se hallaban sus principa­
les deidades. Delante de aquellos monstruosos ídolos, se
descubría la horrible piedra del sacrificio y dos sólidos al­
tares en que ardía continuamente el fuego sagrado, man­
tenido cuidadosamente por los sacerdotes, como ardía en
el altar de Yesta el consagrado á esta diosa, cuidado por
las vírgenes sacerdotisas, encargadas de mantener inestin-
guible la llama. Seiscientos de estos altares, se contaban
542 HISTO RIA D E M ÉJICO .

en los diversos edificios comprendidos dentro del inmenso


muro que rodeaba el templo principal, cuyas brillantes
hogueras, uniéndose á otras sin número, que se elevaban
de los multiplicados altares de los demás templos que se
encontraban repartidos por toda la ciudad, causaban de
noche un efecto admirable y fantástico.
Entre ese conjunto de teocallis, el principal era el
templo mayor, dedicado á Huitzilopochtli. Anexos á él,
se encontraban otros vastos edificios que pertenecian al
servicio religioso. Uno de ellos, era lá espaciosa pri­
sión en que estaban encerrados todos los ídolos hechos
prisioneros en las diversas provincias conquistadas; los
otros eran, el llamado Guaxicalco, donde estaban haci­
nados en grandes montones los huesos humanos, y el
destinado á guardar las calaveras de las víctimas sacrifi­
cadas. Las dos torres de este edificio estaban construidas
de cráneos y cal; entre piedra y piedra de todos sus esca­
lones, habia un cráneo, y colgados de las vigas, y repar’
tidos en los puntos mas visibles de aquel espantoso local,
llegaron á contar los soldados de Hernán Cortés, ciento
treinta y seis mil, simétricamente colocados.
Rentas y Las rentas que cada templo principal tenia,
Pdesfrutaban * eran ctian liosas. Todos esos grandes teocallis
ios sacerdotes, contaban con posesiones y tierras propias, y
con numerosos labradores para trabajarlas. Parte de esas
considerables rentas, estaban destinadas á la manutención
del numeroso clero, y para la leña que en gran canti­
dad se coDsumia, puesto que la única luz de sus altares,
era la de las maderas aromáticas y resinosas, que abunda­
ban en aquellos países. El número considerable de labra­
CAPÍTULO X V . 543
dores que se ocupaba, sin remuneración ninguna, en el
■cultivo de las tierras pertenecientes al clero, se considera­
ban muy felices, por contribuir con su trabajo al sosteni­
miento del culto de sus dioses y á la manutención de los
sacerdotes. Numerosos eran los pueblos, que á la vez que
estaban obligados á suministrar las provisiones á sus re­
yes, las proporcionaban también á los templos. A las gran­
des riquezas que poseían, se agregaban las constantes y
numerosas oblaciones de víveres, que expontáneamenle
presentaban los pueblos, y que hubieran bastado ellas
solas para sustentar abundantemente el crecido número
de sacerdotes que existia. Para poder guardar las infinitas
ofrendas que de los primeros y mejores frutos que produ­
cía la tierra les hacían los pueblos, había junto á los tem­
plos, grandes almacenes, con distribuciones á propósito,
para los diferentes renglones que recibían. A medida que
fuó creciendo con las conquistas el imperio, creció tam­
bién la riqueza territorial de los templos. Las posesiones
de los ministros de las falsas deidades, se aumentaban
con cada adquisición de una nueva provincia, sujetada
por las armas á la corona de Méjico; y como esas conquis­
tas eran frecuentes y rápidas, las posesiones se multipli­
caron con la misma rapidez, con los donativos de terrenos
hechos por la devoción de los reyes, llegando á poseer en
el reinado de Moctezuma I I , una inmensa extensión de
territorio que cubría una gran parte de los distritos del
imperio.
Sin embargo, una porción, no pequeña, de los bie­
nes que los templos recibían, se empleaba en hospitales
para los pobres y en aliviar las necesidades de las familias
544 HISTO RIA D E M É JICO .

miserables. Siempre, al fin de cada año, reparlian éntre­


los pobres los víveres que sobraban.
Rito En los ritos que los mejicanos observaban en
eneinacimiento 01 nacimiento de los niños, hay cosas de no-
de loa niños, bles sentimientos religiosos, al lado de raras,
supersticiones.
La primera atención de la partera, al nacer la criatura,
era proceder á cortarle el cordon umbilical. Terminada
esta operación y de enterrar las secundinas, lavaba al
niño perfectamente el cuerpo, acompañando el lavatorio
con estas palabras: «Recibe, tierna criatura, el agua pri­
mera, pues la diosa de ese precioso líquido, que fecundiza
la tierra, es tu madre: el baño que ahora recibes, sirve
para lavar las manchas con que has salido del vientre de
la que te dió la vida: baño purificador que te limpiará el
corazón, embellecerá tu alma, y te proporcionará una
existencia tranquila y perfecta.» Luego, dirigiendo la pa­
labra á la diosa, le pedia los mismos bienes para el recien
nacido; y en seguida, tomando por segunda vez el agua
con la mano derecha, soplaba en ella, humedeciendo el
pecho, la cabeza y la boca del recien nacido. A estas cere­
monias, seguia un baño general. Durante los momentos
que en él transcurrían, la partera decia con cariñoso an­
helo: «Que el dios invisible descienda á esta agua ventu­
rosa; que amoroso y benéfico borre todos tus pecados, in­
mundicias y debilidades, y que, velando amante por tí,,
te libre de infortunios y desventuras.» Después, diri­
giendo la palabra á la criatura, continuaba diciendo:
«Gracioso niño, en la parte mas elevada y esplenden­
te del cielo te criaron los dioses Ometcuclli y Omcd-
CAPÍTULO X V . 545
hmtl (1) para enviarle á vivir en la tierra; pero no olvides
jamás, que es Irisle y penosa la vida que empiezas; que eslá
sembrada de sobresaltos y dolores, de trabajos, de males y
de lágrimas: que comerás por medio del Irabajo, y que
las vicisitudes y las desgracias constituyen la vida del
hombre. Véncelas, pues, con tu honradez y tu laboriosi­
dad, y Dios te ayude y acorra, como se lo pido, en las
adversidades y aflicciones que le aguardan.» Terminadas
estas palabras, la partera felicitaba á los padres y parien­
tes del inocente sér, que acababa de entrar en el sendero
del mundo.
Limpio ya, con el primer baño, de las culpas con que
había nacido, los padres consultaban con los augures sa­
cerdotes, sobre la suerte mala ó buena que le esperaba al
niño. Los augures sacerdotes se informaban detenidamen­
te del dia, la hora y circunstancias del nacimiento; y des­
pués de consultar la calidad del signo, bajo cuyo influjo
había nacido, declaraban la suerte que al niño le espera­
ba. Si ol vaticinio era adverso, y era también funesto el
quinto dia después del nacimiento, que solia ser el desti­
nado para dar al recien nacido el segundo baño, se transfe­
ría esta ceremonia para otro dia que no estuviese bajo el
influjo de signo contrario. Elegida la fecha conveniente,
los padres de la criatura convidaban á todos los parientes
y á muchos niños para que asistiesen á esta segunda cere­
monia, que era mas solemne que la primera. Después de
darles un banquete, se regalaba un vestido á cada uno de
los convidados, esto cuando los padres de la criatura se

(1) Dios el primero y diosa la segundo, que velaban desde el cielo sobre el
inundo y dabou sus inclinaciones, aquél d ¡os hombres, la diosa 1 las mujeres.
546 H ISTO RIA D E M ÉJICO .

hallaban en buena posición social. Para el dia desliuado


al segundo baño, los padres preparaban para la criatura
aquellos objetos propios de la profesión que ejercian, y un
traje hecho á la medida del niño, de la misma hechura
del que debía usar en su edad adulta. Si el padre era la­
brador, se le ponían algunos instrumentos diminutos de
labranza; si militar, un arco pequeño y cuatro flechas, en
armonía con el arco; si pescador, una redecita; y así, se­
gún el oficio ó carrera que tenían.
Llegado el acto de la ceremonia, se encendían bastantes
luces de maderas aromáticas y resinosas; y la partera, to­
mando á la criatura en brazos, la paseaba por el patio de
la casa, le colocaba sobre un lecho de hojas de junco, ju n ­
to á un barreño de agua, puesto en medio del patio, y pro­
cediendo á desnudarle poco á poco, le decia: «Niño queri­
do, les dioses Ometeuclli y Omecihuatl, que imperan en
lo mas alto del cielo, te han enviado al triste mundo que
habitamos: recibe venturoso esta agua, que te dará la pu­
reza y la vida.» Dichas las anteriores palabras, repetía la
ceremonia del primer baño de lavarle el pecho, la cabeza
y la boca; hecho esto, le bañaba todo el cuerpo, y al irle
frotando uno por uno sus miembros, decia: «¿En dón­
de te escondes, fortuna adversa? deja inmediatamente el
cuerpo de este inocente niño.» Dospues de haberle frotado
suavemente todos los miembros, para que la mala fortuna
saliera de ellos, levantaba en sus brazos á la criatura y la
ofrecía á los dioses, pidiéndoles con fervoroso acento, que
nutriesen el alma de aquel niño con todas las virtudes co­
nocidas. Cuatro eran las oraciones que elevaba, haciendo
ia anterior petición: una, que era la primera, al dios y á
CAPÍTULO X V . 547
la diosa ya mencionados; la segunda, á la femenil deidad
de las aguas; la tercera, á los dioses en general, y la cuar­
ta, al sol y á la tierra, en la cual pronunciaba estas pala­
bras: «Til, benéfico sol, que prestas vida á la creación, pa­
dre amoroso de todos los vivientes, y tú, Tierra, madre
cariñosa, que velas por nosotros, acoged benignos á esta
criatura, protegiéndole como á hijo vuestro.» Después, di-
ciéndoles la profesión para la cual había nacido, pues los
hijos seguían la misma que la de sus padres, les manifes­
taba que en ella, procuraría sevir á los dioses, á los cua­
les consagraba parte de su trabajo.
Terminada la súplica, la partera rogaba á los niños que
habían sido convidados para la ceremonia, que le pusie­
sen nombre al recien nacido; y ellos, sabiendo ya cuál era
el que deseaban los padres de la criatura, le ponían el
convenido de antemano. Puesto el nombre, le colocaban
en las manecitas los instrumentos de la profesión que le
correspondía seguir; le vesLia en seguida la partera, y
poniéndole en la cuna, rogaba á la diosa de las cunas que
le cuidase y abrigara, y al numen de la noche, que le en­
viase gratos y dulces sueños. Si la criatura era niña, le po­
nían en las manecitas un huso pequeñito, 6 cualquier otro
utensilio de tejer, y le ponían un traje correspondien­
te á su sexo.
Generalmente se le ponía un nombre que estuviese en
relación con el signo del dia en que había nacido, <5 con
las circunstancias que habían ocurrido en el nacimiento,
aunque también era muy común poner á los varones nom­
bres de animales, y á las niñas, de flores. Aunque regu­
larmente no se daba mas que un nombre, muchas veces
548 HISTORIA DB M ÉJICO .

los guerreros solían adquirir otro por sus hazañas, reve­


lando aqnellas en que se habían hecho notables.
Terminadas todas las ceremonias, empezaba el gran
banquete, donde cada convidado procuraba lucir su talen­
to, prouuuciando breves discursos análogos á la fiesta. En
estos banquetes era permitido beber mas de lo que se te­
nia por costumbre; pero nadie salía del convite sino des­
pués de encontrar expeditas sus facultades. La festividad
se repetía á los tres años, que era cuando se destetaba á
la criatura. Las mismas fiestas se celebraban en G ua­
temala, cuando el niño empezaba á andar; y el aniver­
sario de su nacimiento, se festejaba en los siete años pri­
meros.
Cuando el recien nacido era hijo de un rey ó de un
gran señor, visitaban al padre los principales súbditos,
dándole la enhorabuena por el beneficio que el cielo le
había concedido, y augurando las mas envidiables ventu­
ras al nuevo vástago.
En Chiapas, en Guatemala, y en otras provincias
próximas á esos lugares, se sacrificaba un pavo en el ins­
tante de nacer la criatura; el baño se verificaba en algún
rio de fuente, acompañado de oblaciones de copal; se in ­
molaban muchos papagayos; se corlaba el cordon umbili­
cal con un cuchillo nuevo, sobre una mazorca de maíz, y
el instrumento cortante se arrojaba inmediatamente á las
aguas. Terminadas estas ceremonias, sembraban un grano
de ¡a mazorca, y cual si fuese objeto celestial, lo cuidaban
esmeradamente, y la cosecha que producía se repartía en
tres parles; una para el augor, oirá destinada al niño pa­
ra que le sirviese de alimento, y la tercera para guardar­
CAPITULO X V . 549
la, con el fin de que al llegar á la edad de la juventud la
sembrase en provecho suyo.
lutos nupciales. Los ritos nupciales de los mejicanos, aun­
que revelaban una superstición extrema, no lenian nada
contrario al pudor, á la decencia, ni á la moral. Cuando
el jóven llegaba á la edad de veinte á veintidós años, sus
padres le buscaban una esposa, en quien concurriesen las
bellas cualidades que deben resaltar en la que está lla­
mada á ser la depositaría de la honra de su marido, y el
claro espejo en que sus hijos miren reflejarse la virtud y
la amabilidad. Hecha la elección, los padres del jóven
consultaban con los adivinos, á fin de que. examinando
los signos bajo cuya influencia habia nacido la novia, ma­
nifestasen el porvenir que les esperaba. Si la contestación
de los augures era funesta, se desistia de aquel enlace, y
se buscaba otra jóven, hasta encontrar la que habia na­
cido bajo un signo favorable. La petición primera se ha­
cia por medio de tros mujeres llamadas dhuatlanqne ó so-
Modo de pedir lidiadoras, parientas del novio. Provistas de
la mono 1 .
de la noria, un regalo, en relación con la fortuna del solí"
citante, se presentaban á media noche en la casa de la jó­
ven, y desp.ues de entregar el presente á los padres de la
jóven, les pedian, con palabras corteses y respetuosas, la
mano de su hija para el hombre que anhelaba unirse ú
ella. La contestación de los padres de la jóven, era siem­
pre negativa, aun cuando ambicionasen aquella unión,
como el bien supremo de su hija. Transcurridos algunos
dias, volvian las mismas mujeres, con nuevos regalos, á
repetir la demanda, exponiendo las cualidades que ador­
naban al novio, los bienes que poseía, el dote que podia
550 HISTO RIA D ? M É JICO .

(lar á su futura, preguntando lo que ésta tenia, y rogando


que no desairasen su solicitud. En esta segunda visita,
los padres de la joven respondian que, antes de resolver,
necesitaban contar con la voluntad de ella y conocer la
opinión de sus parientes. Dada esta contestación, las mu­
jeres se marchaban á dar cuenta de su comisión á los pa­
dres del novio, y éstos, habiendo terminado allí lo que
estaba establecido por la costumbre, esperaban la contes­
tación que estaban obligados á dar los padres de la jé ven.
Con efecto, pasados algunos dias, otras mujeres, pertene­
ciente^ á la familia de la novia, se presentaban en la
casa del novio á dar la respuesta. Si era favorable, se se­
ñalaba el dia de la unión, y los padres de la jó ven, des­
pués de exhortarla á la virtud y de hacerla saber las obli­
gaciones que contraía, y á las cuales jamás debía faltar,
Modo de llevar ja conducían con música, y acompañada de
y de recibir . , ,
á la novia, todos los parientes, á la casa del suegro, á
pié, si pertenecía al pueblo; en litera, si pertenecia á la no­
bleza. El novio y los padres de éste, precedidos de cuatro
mujeres, que tenían en las manos hachones de aromáticas
maderas, aguardaban en la puerta. Al llegar la jóven, se
incensaban mutuamente los novios; luego, tomando el fu­
turo esposo á su elegida consorte de la mano, la conducía
al salón ó pieza en que debia celebrarse el casamiento,
precediendo la marcha las cuatro mujeres que alumbra­
ban, y cerrándola los parientes de la feliz pareja. Llega -
curiosas <jos ¿ ia sa}a dispuesta para la ceremonia, los
ceremonias en ,
el matrimonio,dos contrayentes se ponían en un pctatl, (pe­
tate ó estera) muy lleno de adornos y enteramente fla­
mante, colocado en el centro de la pieza, y á cuyo lado
CAPITULO X V . 551
ardía un poco de fuego, encendido exprofeso para aquella
ceremonia. Puestos los novios en el petate, el sacerdote
se acercaba á ellos, y agarrando una punta del liucipilíi ó
camisa de la jóven, y otra del tílmatli ó capa del no­
vio, las ataba una con otra, pronunciando ciertas palabras
misteriosas, quedando celebrado con ese solo acto lo mas
importante del contrato matrimonial. Terminado el anu­
damiento de la punta de la camisa y de la capa, la jóven
daba siete vueltas al rededor del fuego, que junto al petate
estaba; ofrecía, en seguida, en unión de su esposo, aromá­
tico copal á los dioses, y después se bacian uno al otro
mutuos regalos.
Consumada de esta manera la unión de los dos jóvenes,
se daba principio al banquete. Les recientes cónyuges co­
mían en el petate, sirviéndose el uno al otro, y á los con­
vidados se les servia en los sitios que ocupaban. Cuando
el vino babia becbo sus efectos en los concurrentes, salían
éstos al palio á bailar y divertirse, y los nuevos consortes
Terribles quedaban solos en la pieza, donde permane-
seTmpon?aV\o8 c^aIL Por espacio de cuatro dias, sin salir mas
reoien casados. q Ue ¿ media noebe para incensar á los ídolos,
y presentarles oblaciones de delicados manjares. Durante
ese tiempo se guardaban un respeto profundo, sin tomar­
se la mas ligera libertad, entregándose al ayuno, la peni­
tencia y la oración, pues tenían por cosa indubitable que
los dioses les castigarían severamente el menor exceso car­
nal que cometiesen. En esas cuatro noches, dormían en
dos petates nuevos, de junco, formando la línea devisoria
de los dos lechos, unas plumas y una rica piedra conocida
con el nombre de chalchihvül. Los sacerdotes eran los en­
552 H ISTORIA DE M ÉJICO .

cargados de hacerles la cama durante ese tiempo para san­


tificar la unión, y en los cuatro ángulos del lecho coloca­
ban espinas de maguey y cañitas puntiagudas, para que
se entregasen á la penitencia y á la mortificación. Domi­
nados por el sentimiento religioso y anhelando hacerse
dignos del aprecio de sus dioses, ambos cónyuges se apo­
deraban de las espinas y de las cañas, y llenos de un ce­
lo, digno de mejor religión, se sacaban sangre de las ore­
jas, de los párpados, de la frente, de los brazos y de la
leDgua.
En esta continua penitencia, ayuno y oración, y vesti­
dos con trajes nuevos y ostentando las insignias de los
dioses de su devoción, vivian hasta el cuarto dia, en que
se consumaba el matrimonio. No bien aparecía la luz
de la siguiente mañana, se lavaban, se ponian un traje
nuevo, se adornaban con finas plumas blancas la cabeza,
y con rojas las manos y los piés, y después de ser felicita­
dos por los convidados, repartían á cada uno de estos un
traje mas ó menos valioso, según la posición del nuevo es­
poso. La ceremonia terminaba con llevar al templo los pe­
tates, las espinas, las cañas y las oblaciones de ricos man­
jares, que debían ser presentados á los dioses.
Aunque en casi todas las provincias sujetas á Méjico se
observaban las mismas ceremonias, Labia, sin embargo,
pueblos en que resaltaban algunas particularidades dignas
de conocerse. El individuo que en Ichcatlan quería casar­
se, comunicaba su deseo á los sacerdotes. Estos le condu­
cían al templo; le cortaban un mechón de cabellos delan­
te de los ídolos que allí se veneraban, y enseñándole en
seguida al pueblo desde el atrio superior, gritaban: «Este
CAPÍTULO X V . 553
quiere casarse.» Anunciado de aquella manera el deseo
del jóven le hacían bajar, para que se casase con la pri­
mera mujer soltera que encontrase, creyendo que aquella
seria indefectiblemente la elegida por los dioses para él.
Este sistema tenia un inconveniente para el hombre, y
grandes ventajas para la mujer, pues la que no hallaba de
su agrado al individuo anunciado, tenia buen cuidado de
no acercarse al templo; y la que le encontraba aceptable,
se apresuraba á llegar para ser su mujer, aunque el inte­
resado no la encontrase de su gusto. Por lo demás, las ce­
remonias eran las mismas que ya quedan referidas.
Losotomites Entre los otomites, por el contrario, las
d°ecualquier" veQtaj as oraü Para hombre, pues les era
mujer permitido abusar de la soltera que les gustaba
casarse y los quena, antes de casarse. Si en la pri-
con ella. m ei-a noche encontraba el hombre que se ca­
saba, algo que no le pareciese bien en su mujer, tenia el
derecho de desecharla al dia siguiente; pero ese derecho
desaparecía, si continuaba viviendo otra noche mas con
ella, sin haber manifestado su descontento. Contraído el
matrimonio, y satisfecho el marido de su compañera, se
retiraban los cónj'uges, por espacio de un mes, de todo pla­
cer sonsnal, entregándose durante ese tiempo, para lavar
los pasados deslices, á los ayunos, á la penitencia, á los
terribles actos religiosos de sacarse sangre y martirizarse,
y bañándose con frecuencia.
Las ceremonias que usaban los mixtéeos eran las m is­
mas que tenían los mejicanos; pero á ellas se agregaban
dos mas: una consistía eu corlarse parte de los cabellos:
la otra en que el novio llevaba en hombros ú la novia.
554 HISTORIA. D E M É JIC O .

Aunque generalmente era costumbre que los padres del


jóven que anhelaba casarse, buscasen novia para él, tam ­
bién se acostumbraba que los que tenían bijas, bascasen
maridos para ellas, si no babian tenido solicitantes basta
la edad de diez y ocbo años, que era la señalada para con­
traer matrimonio.
Ya tengo manifestado que la poligamia estaba estableci­
da en aquellas naciones, y que los reyes, señores y caci­
ques, tenían un número considerable de mujeres; pero es
de creerse que las ceremonias que bemos referido, solo se
veriGcasen con las que eran consideradas como las princi­
pales esposas, reduciéndose en las demás á solo el acto de
anudar la punta de la camisa y de la capa.
El casamiento, entre parientes en primer grado de con­
sanguinidad ó de afinidad, estaba prohibido por las leyes,
así en Méjico, como en el reino de Michoacán. Se excep­
tuaba en esas leyes á los cuñados. Ningún casamiento se
hacia sin que precediera el consentimiento de los padres
de los contrayentes.
Dadas á conocer la religión y las principales costum­
bres de aquella sociedad, que explican esa mezcla ex­
traña de sacrificios y de cultura, de supersticiones y de
moral, de rudeza y de civilización, que le dan un tinte
interesante y vardaderamente original, continuemos si­
guiéndola en sus conquistas, que extendieron la esfera de
su poder á pueblos numerosos y distantes.
C A P IT U L O X V I.

Axayacatl, sesto rey de Méjioo.—Significado del nombre del nuevo rey.—Lleve


ia guerra á la provincia de Teliuantepec.—Triunfos de Axayacatl y conquis­
ta de Coatulco.—Nuevos triunfos de los mejicanos.—Chimalpopoca. segundo
rey de Tacuba.—Muerte de Nezahualcoyotl.—Nezahualpilli, rey de Acolliua-
can.—El rey de Tlateloleo se pone de acuerdo con varios señores para bacer la
guerra á Méjico.—La mujer del rey de Tlateloleo, pone en conocimiento del
monarca de Méjico los proyectos de su esposo.—El rey de Tlateloleo y sus
guerreros, beben para alcanzar la victoria contra los mejicanos, sangre bu-
mana mezclada con agua.—Los tlatelolcos atacan la ciudad de Méjico.—Se
renueva el combate al siguiente dia, y muere el rey de Tlateloleo.—Los
tlatelolcos se hacen vasallos del rey de Méjioo.—Axayacatl, sentencia ü
muerte el sacerdote tlateloleo Poyabuitl.—Varios caudillos sufren la misma
pena.—La ciudad de Tlateloleo llega é formar un barrio de la de Méjico.—
Modo de declarar la guerra entre aquellas naciones.—Manera con que mar­
chaba el ejército á campana: tenían una ambulancia para retirar Iob heri­
dos del combate, y se estimaba en mas hacer prisioneros que matar ene­
migos.—Campafia contra el señor de XiquipiIco.—Combate personal del Tey
Axayacatl.—Sale herido.—Triunfo de los mejicanos.—Axayacatl da un ban­
quete á los reyes aliados y manda que den muerte allí mismo 6. su prisionero
Tlilcuezpalln.

1434. Honrada de una manera esplendente la


Axayacatl
memoria del monarca Moctezuma, los cuatro
(i.# rey
de Méjico. electores que resumían en sí los sufragios del
país entero, procedieron á la elección del personaje que
debía ocupar el trono vacante. La recomendación del di-
556 HISTO RIA D E M É JIC O .

íunto rey, en favor de su primo Axayacatl, estaba en com­


pleta armonía con el ventajoso concepto que ellos teman
formado del apreciable príncipe. Sin embargo, mirando
con escrupulosidad lo que mejores resultados podria dar al
Estado, se detuvieron á meditar entre las condiciones no­
tables que distinguian al valiente Axayacatl, y entre las
que poseia el príncipe T ízoc , hermano mayor del propues­
to. Del eximen hecho entre las virtudes que poseian los
dos príncipes, el resultado fué favorable para A xaya-
catl, y en consecuencia , fué inmediatamente nombra­
do rey.
Significado doi Las virtudes y el valor que distinguian al
nombre J 1
Axayacatl. nuevo monarca Axayacatl, nombre que sig­
nifica rostro cercado de agua, eran una garantía de nue­
vas glorias para los mejicanos.
Las ceremonias religiosas que procedian á la coronación
y seguían al nombramiento, se celebraron de la manera
misma que al lector he referido, al describir esa original
costumbre, y una vez terminadas, Axayacatl salió á la
guerra, con el objeto exclusivo de hacer en la campaña, el
número mayor de prisioneros que le fuese dable, para sa­
crificarlos en las fiestas de su coronación.
No se encontraba en aquellos instantes Méjico en desave­
nencia con ninguna de las tribus ó naciones del Anáhuac;
pero era indispensable para la coronación, el sacrificio de
desdichados prisioneros, y no faltó un pretexto que con­
dujese á realizar el objeto deseado.
Guerra contra La provincia elegida para llevar á ella la
Tehuantepeo. guerra, fué Tehuantepec, situada ventajosa­
mente en la costa del mar Pacífico, distante ciento treinta
CAPÍTULO X V I. 557
y tres leguas de Méjico hácia el Sudeste, y favorecida por
los dones de la naturaleza.
Declarada la guerra, los tehuantepecas, resueltos á opo­
nerse á las tentativas de los mejicanos, formaron alianza
con los pueblos vecinos, logrando así formar un respetable
ejército, que se preparó á la lucha.
Axaj-acatl, al frente de sus lucidas y numerosas tropas,
llegó á la vista de sus contrarios, acometiéndose ambos
ejércitos con furia espantosa, y dando los horrendos alari­
dos de costumbre. La batalla se prolongaba sin que se ad­
virtiese la menor ventaja en ninguno de los dos cuerpos
contendientes. Axayacatl, diestro en el arte de la guerra,
comprendió que era preciso acudir á un recurso estratégi-
Dcrrotadélos 00 Para vencerá sus contrarios, y ordenan-
tehuanteiiecas. ¿0 ¿ varios cuerpos que se ocultasen en un
punto íi propósito que habia á retaguardia, emprendió
una retirada falsa, dándole todos los visos de una fuga.
Los tehuantepecas, juzgándose victoriosos, emprendieron
la persecución, sin cuidarse de guardar órden ninguno; y
cuando mas ciegos y con Gados en el triunfo marchaban,
se vieron acometidos de repente, por la retaguardia y los
flancos, al mismo tiempo que lo hacia por el frente el rey
Axayacatl, que habia hecho alto en un punto convenido.
La mortandad causada eD los tehuantepecas fué espan­
tosa, y la victoria de los mejicanos completa. Los prime­
ros, enteramente destrozados, procuraron refugiarse en la
ciudad; pero los segundos, penetrando al mismo tiempo
en ella, la entregaron á las llamas, que alumbraron las
escenas de muerte y de eslerminio, que seguian siempre á
la toma de una población. Axayacatl, aprovechándose del
558 H ISTO RIA D E M É JIC O .

Conquistado terror qu e habia causado en las poblaciones.


Coatuico. próximas, siguió su marcha triunfante, ex.-
teudiendo sus conquistas á Coalulco, población y puerto
muy importante del mar del Sur, que después se ha lla­
mado Huatulco ó Gualulco.
Cargado de ricos despojos, volvió el ejército de Axaya-
catl á Méjico, llevando un número considerable de prisio­
neros, que fueron sacrificados en las fiestas de la corona­
ción del monarca, que estuvieron espléndidas.
Durante su campaña, algunas de las provincias con­
quistadas anteriormente, queriendo romper el yugo á que
estaban sujetas, se rebelaron contra Méjico, anhelando re­
cobrar la independencia que esta nación les babia quitado.
Axayacatl, esperó á que terminasen los regocijos públi­
cos, para salir á someterlas á la obediencia, y conquistar
á la vez otros Estados que codiciaba.
Pronto se puso en campaña, y los resultados de ella
ferou felices.
El monarca mejicano, regresó á la capital lleno de ri­
quezas, y se dedicó á dictar providencias de buen gobier­
no, favoreciendo la agricultura, las artes y el comercio.
Pero la vida de los palacios, no tenia, para Axayacatl,
atractivo ninguno, y su monotonía se le hacia insopor­
table.
Nuevas Dotado de un espíritu guerrero indomable,
conquistas de ambicionando gloria militar, y queriendo
Axayacatl b J n
y sujeción de aumentar mas y mas el poder y grandeza do
provincias rebe- ^ monarquía, no se ocupó en los primeros
ladas. años de su reinado, mas que en llevar á cabo
nuevas conquistas. Siguiendo en esto el ejemplo de sus
CAPÍTULO X V I. 559
dos predecesores, Itzcoall y Moctezuma, llevó sus tropas
vencedoras por diversas partes, agregando tributarios á la
corona de Méjico. Reconquistó en 1467 á Colasta y á
Toclilepec, que se liabian sublevado para recobrar su in ­
dependencia: alcanzó una completa victoria en 1468 sobre
los huexotzingos y los allixqueses; dejó fuertes guarnicio­
nes mejicanas en todas las ciudades conquistadas, y rico
de gloria y de despojos, volvió á Méjico al frente de su
ejército triunfante.
m et &
^\ o Nuevos proyectos de conquista halagaban
de Tacuba. la imaginación del monarca mejicano, que
acaso los hubiera realizado; pero que se vi ó precisado á
aplazarlos para mas tarde. La causa de este aplazamiento
fué la muerte de sus dos leales aliados, el rey de Tacuba
y el de Acolhuacan, acaecida la de Totoquihuatzin en
1469, y la de Nezahualcoyoll en 1470. Los dos monarcas
habian ayudado á los soberanos de Méjico en todas sus
empresas, y la muerte de ellos no podía menos de ser
muy sensible para Axayacatl.
En los cuarenta años que Totoquihuatzin, primer rey
de Tacuba ó Tlacopan, ocupó el trono creado por Itzcoatl,
monarca de Méjico, después de la conquista de Azcapo-
zalco, siempre fué constante amigo de los mejicanos, y les
sirvió con empeñoso celo en todas las conquistas y cam­
pañas que emprendieron.
1469. Axayacatl asistió á sus funerales, que se
auma^popoca, c e i e ])r a r o n con todo esplendor; y á ocupar el

do Tacuba. trono subió el príncipe Chimalpopoca, hijo


del finado rey, y dolado de la misma lealtad y virtudes
que distinguieron á su excelente padre.
560 HISTO RIA DE M É JICO .

Sensible filé para Jos mejicanos, la muerte de un amigo


que se distinguió siempre por su fidelidad; pero aun lo
fué mas la del monarca Nezahualcoyotl que, á la lealtad,
al talento y á las dotes distinguidas del caballero, reunía
las del valor y la prudencia.
Nezahualcoyotl, que fué, sin disputa, uno de los héroes
mas famosos de la América antigua, no podia menos que
dejar, con su muerte, una profunda pena en el corazón de
sus amigos y en el de sus vasallos.
lino. Antes de morir, el ilustre rey convocó á lo-
Nezahualcoyotl. dos sus hijos, para comunicarles algunas co­
sas importantes, y manifestarles su voluntad con respecto
al príncipe que anhelaba que le sucediese en el trono.
Aunque amaba con igual ternura ú lodos sus hijos, de­
claró heredero de la corona á Nezahualpilli, que era el
menor de sus hijos; pero cuyas virtudes, talento, saber y
don de gobierno, juzgó como la mejor garantía de la feli­
cidad de los pueblos.
1470. Declarada su voluntad, y dada por todos sus
NeZareydeUl1' hijos la promesa de cumplirla, Nezahualcoyotl
Acoibuacan. recomendó á su primogénito Acapipiollzin,
que ayudase, con sus buenos consejos y su experiencia, al
nuevo rey, en la dirección de la nave del Estado, mientras
aprendía el arte difícil de gobernar. El príncipe le prome­
tió obsequiar cumplidamente su deseo; y entonces, volvién­
dose Nezahualcoyotl al jóven Nezahualpilli, le recomendó,
muy expresivamente, el amor á sus hermanos, el cariño
hacia sus vasallos, la buena administración do justicia, y
el celo por la felicidad do la patria.
Coa el laudable fin de evitar que su muerte diese lugar
CAPÍTULO X V I. 561
á que se dividiesen las opiuiones con respecto al hijo que
debia sucederle en el trono, encargó que aquella se ocul­
tase á sus vasallos todo el tiempo posible, hasta que Neza-
hualpilli se viese firmemente consolidado en el poder y se
hubiese conquistado, con su buen gobierno, las simpatías
de todo el pueblo.
Los principales salieron profundamente conmovidos de
la estancia real, y se dirigieron á la sala de la audiencia
en que estaba reunida la nobleza, esperando saber de ellos
las disposiciones del moribundo rey. Entonces Acapipiolt-
zis que, como queda dicho, era el primogénito, expresó,
con nobleza, que la voluntad de su excelente padre había
sido nombrar á Nezahualpilli sucesor de la corona, y que
él, su hermano mayor, era el primero que se complacía
en aclamarle por rey. La nobleza, acatando la disposición
•leí espirante monarca, y siguiendo el noble ejemplo del
príncipe Acapipioltzin, aclamó por rey á Nezahualpilli,
unLe el cual prometió leal obediencia.
Pocas horas después espiró el ilustre Nezahualcoyoll, á
los ochenta años de edad, y de un reinado venturoso de
cuarenta y cuatro, consagrados al bien de la patria y al
engrandecimiento de sus pueblos.
Para poder ocultar al reino su muerte, se quemó en se­
creto su cadáver, y sus cenizas se colocaron en un sitio
reservado y digno. Al pueblo solo se le dijo que Neza-
hualcoyotl seguia enfermo, y que su voluntad era que se
coronase rey su hijo meDor Nezahualpilli.
Con el fin de mantener viva la creencia de que vivía
aun Nezahualcoyoll, en vez de celebrarse sus exequias, se
celebró la coronación de Nezahualpilli. con lujosos fiestas
T jüío I. 71
562 HISTORIA. D E M É JIC O .

y notables regocijos públicos, que acabaron de persuadir


completamente á la multitud, de lo que se tuvo cuidadoso
empeño en hacer creer. Pero aunque el secreto llegó á
estar oculto por algunos dias, al fin se supo que Neza-
hualcoyotl habia espirado, y muchos magnates y señoros
se dirigieron á Texcoco, para dar el pósame á los miem­
bros de su familia. El pueblo manifestó profundo senti­
miento por el fallecimiento de un rey que le habia mira­
do con el amor de un padre; pero siempre mantuvo la
creencia de que el ilustre monarca, cuyas virtudes le colo­
caron á una altura suprema sobre los demás gobernantes
de su época, habia sido llevado á la mansión de los dioses,
para premiar, con interminables venturas, el bien que
habia proporcionado á sus vasallos.
Desde que el rey de Méjico Axayacall, volvió á su cor­
te en 1468, triunfante de los huexotzingos y los atlixque-
ses, se ocupó en embellecer la ciudad con nuevos edificios,
y emprendió la fábrica de un suntuoso templo, que llamó

Ooatlan. El estímulo hizo que Moquihuix, rey de Tlate-


lolco, no queriendo que los mejicauos superasen á su
nación en la belleza de los templos, mandase edificar otro
de no menos importancia, á quien puso el nombre Coa-
tlan.
Axayacatl, comprendiendo el espíritu de rivalidad que
dictó aquella obra, se manifestó con sus nobles, disgustado
de la competencia de su vecino; pero reprimió su enojo,
reflexionando que cada gobernante tiene derecho para em­
prender la obra que mas juzgue conveniente al Estado.
Pronto, á la competencia de la fábrica del templo esta­
blecida por el rey de Tlatelolco, siguieron las señales de
CAPÍTULO X V I. 563
una envidia poco disimulada departe del mismo monarca,
por las glorias adquiridas por los mejicanos.
ei rey de Moquihuix do podia resignarse á que Mé-
Tiatdoieoinvita;^c0 apareciese á los ojos de Jas naciones del
A varios 6cilo- J
resfiíudatariosdeAnáhuac con mas esplendor y renombre que
coJbaiirccmtia ^os tlatelolcos, y no descuidaba ocasión para
ios mejicanos, tratar de oscurecer su brillo y su poder. Esta
mala voluntad de Moquihuix, hácia Jos mejicanos, nacida
de la bastarda pasión de la envidia, hizo que empezase á
sentir odio contra su esposa, hermana de Axa vaca ti, que
Moctezuma le dió por mujer, como en su Jugar dije, en
premio de la victoria alcanzada sobre los cotasteses. La v i­
da mas amarga hacia pasar Moquihuix á la desventurada
reina, blanco en quien desfogaba su ira y su encono cod-
tra los mejicanos. Por último, queriendo manifestarse
abiertamente enemigo de la nación mejicana, empezó á
trabajar activamente para formar una liga con los pueblos
subyugados por los mejicanos, y que deseaban romper su
yugo.
Pronto se prestaron á entrar en la liga las ciudades de
Chaleo, Xilotepec, Tenayuca, Toltitlan, MexicallziDCo,
Huilzilopochco, Cuitlahuac, Xochimilco y Miscuic. Todos
estos pueblos convinieron en atacar á los mejicanos por la
retaguardia, en el momento en que estos emprendiesen la
batalla con los tlatelolcos. El ambicioso Moquihuix, para
asegurar mas su triunfo, logró que los huexolzingos,
los cuauhpanqueses y los mallalzincas, se uniesen á su
plan, y que convinieran en que enviarian sus tropas,
á fin de que. unidas á las de Tlateiolco, defendiesen la
ciudad.
564 H ISTO RIA DE M É JIC O .

La mujer dei Mirando con pena la reina, los preparativos


reydeTlatelolco . r 1 r r
avuaai monarca que se hacian para llevar á cabo la ruina de
losproyectosde lamicio u mejicana á que pertenecía: y con-
su esposo, vertido en odio su antiguo cariño liácia el rey,
su esposo, por el indigno trato que le daba, puso en cono­
cimiento de su hermano Axayacall, el proyecto de Moqui-
liuix, y de sus confederados.
El monarca de Tlatelolco, contando ya con el apoyo de
todas las ciudades aliadas, convocó á los nobles de su cor­
te, excitándoles á que de su parle hiciesen los mayores es­
fuerzos, á fin de conseguir la ruina y destrucción de la
monarquía de Méjico. Las palabras del rey fueron escu­
chadas con entusiasmo, y poniéndose en pié un anciano
sacerdote llamado Poyahuitl, hombre de gran influencia
entre la nobleza, y de gran estima y veneración en el pue­
blo, se ofreció, en nombre de todos, á luchar hasta vencer
ó morir, contra los mejicanos y en pró de la prosperidad
de su patria. Hecha esta promesa, hizo un sacrificio, y
dió á beber al rey y á todos los jefes y caudillos, agua te­
ñida con caliente sangre humana. El monarca y los que
le rodeaban, manifestaron que la bebida prodigiosa, había
redoblado el valor de sus corazones, y que con ella se juz­
gaban invencibles.
La reina, exasperada por los ultrajes continuos de Mo-
quihuix, y deseando poner en conocimiento de su herma­
no Axayacatl, los proyectos destructores de su esposo,
pasó á Méjico con cuatro hijos que tenia, y se puso bajo
la protección del monarca mejicano. El paso de la reina á
Méjico, fué muy sencillo y fácil, á causa de la proximidad
de las dos cortes, á quienes separaba un corlo tramo.
CAPÍTULO X V I. 565
La fuga de la reina exasperó al orgulloso Moquikuix, y
fué mirada con satisfacción por los mejicanos.
Entre tanto, los preparativos de guerra seguían activa­
mente en TJatelolco, y no con menos empeño los empren­
dió el monarca mejicano.
Al aproximarse la época dispuesta para abrir la cam­
paña, el rey Moquihuix se dirigió, con los caudillos p rin­
cipales de su reino y de los pueblos confederados, á un
monte que se hallaba próximo á la ciudad. En él, á fin de
atraerse la protección y el favor de los dioses, hizo un so­
lemne sacrificio, y no dudando ya de que la victoria seria
el resultado de la lucha, se determinó el dia en que de­
bían romperse las hostilidades. Convenidos en la fecha,
Moquihuix pasó inmediatamente aviso á los señores
de Ja confederación, encargándoles que estuviesen dis­
puestos á socorrerle en el instante en quo el ataque se
empezase.
El belicoso Xiloman, señor de Colhuacan. manifestó su
deseo de acometer inmediatamente á los mejicanos; su
proyecto era fingir una retirada, atraerlos fuera de 1a
ciudad, y que los tlalelolcos les acometiesen por la reta­
guardia, destrozándoles por completo.
Al siguiente dia de haber avisado á los confederados
que estuviesen dispuestos para acudir al combate, verificó
el rey de Tlalelolco, con toda solemnidad, la original ce­
remonia de armar á sus tropas. Contento y altamente sa­
tisfecho del entusiasmo de que estaban poseídas, pasó en
seguida al gran templo del dios Hmtzüopoclillí, santuario
soberbio llamado Coaxolotl, que ora distinto del templo
que se ostentaba en la ciudad de Tenochlitlan. Llegado á
566 H ISTO RIA DE M É JICO .

ei rey de la casa de la sangrienta deidad, acompaña-


TlaDobíe»yla do de la nobleza, y de los principales cau-
beben, para dillos, invocó la protección del dios de la
hacerse invenci­
bles, sangre guerra; y para aumentar hasta un grado he-
mezcKda con ró*co va^or y Ia fé, bebieron todos, otra
agua. vez, el agua mezclada con sangre humana,
que el sacerdote les habia servido en la primera conferen­
cia. Tomada la bebida sangrienta, se inclinaron ante el
ídolo, y acto continuo, todos los soldados fueron pasando
uno á uno por delante del dios Huitdlopochtli, haciéndo­
le cada cual, una profunda reverencia.
Pocos momentos después de haber terminado esta cere­
monia, y cuando mas tranquila se hallaba la. ciudad, pe­
netró en la plaza una corla fuerza de mejicanos, sembran­
do el terror y la muerte en los que encontraban á su pa­
so. Las tropas llatelolcas, al tener noticia de La temeraria
empresa de la osada partida, acudió al sitio en que se ha­
llaba, la atacó por todas parles, la arrojó de la ciudad, y
le hizo algunos prisioneros, que fueron sacrificados inme­
diatamente en otro vasto templo que se llamaba Tlillan.
Varias mujeres de Tlatelolco, llevadas del odio que se
consagraban los habitantes de las dos ciudades, tuvieron
la temeridad de penetrar, al ponerse el sol, en las calles
de Méjico y de insultar á los mejicanos, anunciándoles su
próxima ruina.
Los tiateioioos p or [a n0cbe, los tlatelolcos, tomaron las
ataoan la ciudad
de Méjico, armas; y al asomar la primera luz del si-
guien te dia, emprendieron su ataque sobre la ciudad de
Mójico, arrojando, como era costumbre, espantosos gritos
y alaridos. La acción se formalizó bien pronto, y la lucha
CA PÍTULO X V I. 5C7
se llizo sangrienta. Eü los instantes mas supremos de la
acción, se presenLó con sus tropas, Xiloman, señor de
Colhuacun. que era el mismo que se ofreció á atacar á los
mejicanos, y emprendiendo una retirada falsa, hacer que
los llalelolcos los desbaratasen, atacándoles por retaguar­
dia. El valiente caudillo, al ver que Moquihuix habia
emprendido el ataque sin darle aviso ninguno y despre­
ciando su plan, se retiró indignado; pero aunque resenti­
do de aquel acto poco atento, no quiso alejarse sin hacer
algún daño á los mejicanos; y para conseguirlo, cerró el
canal por el que podian recibir socorros. El rey de Méji­
co que, con una actividad maravillosa, atendia á los diver­
sos puntos de la ciudad, hizo reparar inmediatamente el
daño causado por XilomaD, en el canal, y el paso quedó
libro á los socorros que esperaba.
La acción duró desde la salida del sol hasta la hora de
ponerse, y la noche fué la única que puso liu al combate,
obligando á los tlatelolcos á que volviesen á su ciudad.
Durante la noche, una partida de mejicanos, por órden
de su general, se acercó á quemar algunas casas próxi­
mas á Tlatelolco, con objeto de dejar enteramente libre el
campo de operaciones; pero los llalelolcos salieron de im­
proviso, y llegaron á coger veinte prisioneros, á los cua­
les sacriücaron pocos instantes después,
se renueva ci combale se renovó al siguiente di», con
combate . .
aisiííuieutedía. el mismo encarnizamiento que el anterior;
pero en esta vez, los mejicanos fueron los quo tomaron la
ofensiva, habiendo salido desde la coche á ocupar todos
los caminos que conducian á Tlatelolco. Los defensores de
la ciudad, al verse cercados y acometidos por todas partes,
568 HISTO RIA DE M É JIC O .

se fueron reconcentrando hácia la gran plaza del mercado,


notable por su belleza y extensión, con el objeto de reunir
allí sus fuerzas y combatir con esperanza de buen éxito;
pero el número considerable de fuerzas allí aglomeradas
fué precisamente lo que mas les impedia maniobrar y de­
fenderse. El rey Moquihuix, colocado en lo mas alto de
un templo, desde donde se dominaba todo el campo, daba
voces de mando que no podían escucharse en medio del
fragor de la pelea, y de los gritos de los combatientes.
Sus soldados, acometidos por sus contrarios con ímpetu
terrible, caian á centenares, heridos de muerte, lanzando
insultos á su rey, y llamándole cobarde, porque no bajaba
de la torre á combatir al lado de ellos. La acusación era
injusta, pues no era el temor el que le obligaba á Moqui­
huix á permanecer en la torre, sino la necesidad de ver
los movimientos de los mejicanos, para hacer que sus sol­
dados acudiesen á donde las circunstancias lo exigieseu.
Pronto la gran plaza de Tlatelolco quedó cubierta de
cadáveres, pertenecientes á los defensores de la ciudad, y
el templo en que se hallaba el rey Moquihuix, cercado
por todas partes. Los mejicanos, trataron de ganar la torro
que ocupaba el monarca de Tlatelolco. Después de una
tenaz resistencia, lograron llegar hasta las escaleras del
templo: allí se renovó con mayor furia la lucha, pero ven­
ciendo los mejicanos todos los obstáculos que se les pre­
sentaban, subieron hasta el sitio en que se hallaba Moqui­
huix, con lo mas selecto de la nobleza.
Mueve un ei El rey de Tlatelolco, resuelto á morir *lu-
«ie Tlatelolco. chaudo, combatía con un valor indescriptible.
Pero era imposible que pudiese resistir por mucho tiempo
CAPÍTULO X V I. 569
al número de enemigos que le atacaban. Sin embargo,
Moquihuix blandía furiosamente el wuptahuül, ó espada,
hiriendo á cuantos alcanzaba su brazo, hasta que un capi­
tán mejicano, llamado Quetzallina, logró arrojarle por la
escalera abajo, quedando muerto en el acto, del golpe. El
cadáver, al rodar hasta al suelo, fue recogido por unes
soldados mejicanos que lo presentaron al rey Axayacall.
El monarca vencedor, contento de su triunfo, abrió el pe­
cho á su ya muerto competidor y le arrancó el corazón
con la facilidad adquirida por la costumbre de hacerlo asi
con los prisioneros.
Los tlalelolcos, viendo muerto á su rey, y sin esperan­
za de alcanzar la victoria, emprendieron la fuga desordena­
damente, quedando los mejicanos dueños de la ciudad.
Los tiateioicos Los vencidos, para salvar la vida y alcan-
vswaliosdei zar °lemencia, se declararon vasallos de la
« y de Méjico,corona de Méjico, y así aquella ciudad que se
habia gobernado por espacio de ciento diez y ocho años
por sus reyes, que fueron cuatro, quedó agregada para
siempre á la ciudad de Méjico; ó mejor dicho, formó en lo
sucesivo un barrio de la misma ciudad, como sucede hasta
el presente.
El rey Axayacall, dominador ya de aquel vecino te­
mible, puso allí un gobernador rígido, pero justo; y los
tlalelolcos se comprometieron, ya no solo á satisfacer el tri­
buto que le pagaban en granos, telas y armas, sino tam­
bién á reedificar, siempre que necesario fuese, el templo
de Huikmlmac.
La impaciencia fué la causa de la derrota de Moqui­
huix, pues empezó la batalla antes de que sus aliados se
570 HISTORIA. D E M É JICO .

acercasen; y ofendidos eslos de la falla de alencion del


rey de Tlatelolco, se retiraron, sin tomar parte en la
lucha.
uecibe la pena El monarca mejicano, viéndose dueño de
1sácMdote61 ciudad rival, mandó dar muerte al sacerdo-
poyahuiti. te Poyahuill, á quien vimos lomar la palabra
excitando á la guerra contra los mejicanos, y haciendo li­
bar al rey y á los caudillos agua mezclada con sangre.
Igual órden dió respecto de otro personaje llamado Ehccai-
.7iteimUl que, lo mismo que el primero, habia despertado
el espíritu de guerra contra los mejicanos.
varios caudillos Libre de estos dos poderosos contrarios,
sufren la pena .
de muerte, cuya influencia con los habitantes de Tlate-
loico podia ser, con el tiempo, contraria á Méjico, el mo­
narca Axayacatl ordenó, poco tiempo después, que
también sufriesen la pena de muerte, los caudillos de Cuil-
tahuac, Huitzilopochco, Xochimilco y otros que se habían
confederado con los tlalelolcos para hacerle la guerra, tra­
tando con estos severos castigos, evitar que nadie en lo
sucesivo se confederase con la nación con quien Méjico se
declarase en guerra.
Tlatelolco Los tlatelolcos que, como hemos visto en
yKdounasoTa" oLra Parte> no erau mas que mejicanos segre-
ciudad. gados de sus compatriotas por rencillas entre
algunos jefes, olvidaren sus querellas pasadas, y volvie­
ron á unirse á sus hermanos con sincero y estrecho lazo
nacional. La reconciliación de los dos antiguos bandos,
fué leal y franca; y viviendo desde entonces bajo u n mis­
mo gobierno, y formando de ambas ciudades una sola,
combatieron siempre unidas, por el engrandecimiento y
CAPÍTULO X V I. 571
]a gloria do la patria común, hasta los últimos tiempos de
su existencia política.
El espíritu guerrero y de conquista que formaban el
carácter del rey Axayacatl, no quedó satisfecho con solo
el castigo aplicado á los caudillos de los Estados menos
poderosos. Su anhelo era descargar la misma severidad
sobre otros que, considerándose poderosos, eran el cons­
tante apoyo de los pueblos, que no cesaban de hacer es­
fuerzos por no ser tributarios de la corona de Méjico. E n ­
tre esos caudillos de importancia, se encontraba el rey de
los matlatzincas, intrépido guerrero que se había ofrecido
á enviar sus legiones al monarca de Tlatelolco, cuando
éste se preparaba á combatir contra los mejicanos. Los
matlatzincas, eran una nación de gran poder y numerosa,
asentada en el fértil valle de Toluca, á quien respetaban
los Estados colindantes. Su gente, fuerte, robusta y ágil,
reunía á la actividad en sus movimientos, el valor y la
decisión.
Axayacatl, conociendo el poder y las cualidades de sus
contrarios, dispuso un numeroso ejército, formado de la
gente mas granada y aguerrida, para llevarles la guerra.
El pensamiento del rey de Méjico era humillar la sober­
bia del monarca de los matlatzincas, y probar á las nacio­
nes del Anáhuac, que le sobraba poder para sojuzgar á la
que se declarase su contraria.
Dispuesto el ejercito, Axayacatl, para salvar su respon­
sabilidad y patentizar que no era la arbitrariedad la que
dictaba sus actos, quiso observar escrupulosamente la cos­
tumbre que estaba establecida entre aquellos pueblos, an­
tes de recurrir á las armas.
572 H ISTO RIA D E M É JIC O .

La costumbre á que me refiero, y que el rey Axayacall


observó al disponerse á castigar en los mallaLzincas sus pa­
sadas ofensas, voy á consignarla, á fin de que el lector la
conozca en lodos sus detalles.
Modo d® Celoso el Consejo del acierto en las resolu-
declarar la # J
guerra. ciones de que dependía la suerte futura de
los pueblos, se reunía en una sala destinada á sus conferen­
cias, para examinar detenidamente, si existia la suficiente
causa para declarar la guerra y emprenderla. La causa,
considerada como terminante, como poderoso motivo para
la declaración de guerra, era la rebelión promovida en al­
guna ciudad ó provincia; las ofensas ó los insultos inferi­
dos á los embajadores; la muerte dada en época de paz y
de armonía á algún correo, traficante, viajero, ó á cual­
quiera otra persona que se hallase en extraño territorio.
Bajo dos aspectos se examinaba la rebelión en el Consejo
mejicano, y conforme al que presentaba, se establecía la
reclamación. Cuando los promovedores de ella solo habían
sido los jefes, sin tomar participación los pueblos, se daba
órden de prender á los primeros; y conducidos á la capital,
eran castigados severamente. Si en la rebelión se hallaba
complicado el pueblo, se le exigía que diese una cumplida
satisfacción al rey. Si se prestaba á darla, manifestando
humildemente, un sincero arrepentimiento, alcanzaba, in­
mediatamente, el perdón de su culpa, amonestándole, sin
embargo, á que se abstuviese de turbar en lo sucesivo el
órden; pero si se Degaba á dar la satisfacción pedida, ma­
nifestándose altanero contra los mensajeros, el Consejo se
reunia para deliberar, y tomada la resolución de la guerra,
se expedían las órdenes oportunas á los generales que de-
CAPÍTULO X V I. 573
lñan conducir á la campaña al ejército. Algunas veces el
rey con el objeto de justificar á los ojos de los pueblos su
conducta, y patentizar que buscaba todos los medios nobles
y honrosos de conciliación, enviaba tres embajadas conse­
cutivas; una, que era la primera, al monarca, régulo 6 se­
ñor de la nación con quien existían las diferencias, exi­
giendo una satisfacción cumplida en el término que se le
prescribía, amenazándole con que seria tratado, en caso de
no darla, con el rigor de un enemigo irreconciliable. La
segunda embajada se dirigia á la nobleza, invitándola á
que, haciendo ver los males que de una guerra resultaría
al Estado, persuadiese al que empuñaba las riendas del
gobierno, á que los evitase, dando una franca y digna sa­
tisfacción. La tercera embajada, cuando las dos anteriores
habían fracasado, se enviaba á la plebe, para darla á co­
nocer las causas que habian provocado la guerra que se le
llevaba.
La elocuencia desplegada por los embajadores, pintan­
do los horrores de la guerra y las bellezas de la paz, al­
canzaba, no pocas veces, que se efectuase una reconcilia­
ción entre las naciones preparadas á la lucha, con profundo
regocijo de la clase pobre, que era la victima en esas
guerras de desolación y de ruina.
El rey de Méjico, además de las instrucciones que daba
á sus embajadores cuando llevaban la delicada misión de
ajustar la paz ó declarar la guerra, enviaba con ellos una
imágen del dios Huitzilopochtli, exigiendo de los que ha­
bian dado causa á las diferencias suscitadas, que colocasen
á la deidad mejicana en el lugar en que reverenciaban y
tenían sus divinidades. La proposición del monarca de
574 H ISTO RIA D E M ÉJICO .

Méjico, únicamente era admitida, cuando la nación am e­


nazada era débil. El temor de ser vencidos y aniquilados,
les obligaba á que diesen acogida al ídolo enviado, seña­
lándole un honroso sitio entre los dioses nacionales, y
respondían á la embajada con expresivas palabras de su­
misión, despidiéndola con un buen regalo de oro, de pie­
dras preciosas ó de hermosas plumas. Pero cuando la na­
ción se consideraba con suficiente fuerza para comba­
tir, la proposición era rechazada, y el dios extranjero era
despedido, como inmorecedor de hallarse al lado de las
deidades que adoraba la nación.
Rechazadas las proposiciones presentadas por los emba­
jadores, rotas todas las esperanzas de un avenimiento pa­
cífico, y resuelto el reclamante monarca á dejar muy alta
la bandera de su honra, avisaba á sus enemigos, por uu
acto de nobleza y de caballerosidad, que se dispusiesen pa­
ra la guerra que iba á llevarles á sus Estados, pues era
considerada como acción indigna de hombres de corazón
noble y de valor probado, el atacar de súbito al enemigo
que se eucontraba desprevenido. El caballeroso aviso á
que hago referencia, se daba algunas veces, enviando al
rey amenazado, algunos escudos que revelaban descon­
fianza, acompañados de varios vestidos de algodón de po­
ca valia.
Cuando el desafío tenia la circunstancia de ser de un
monarca á otro monarca, el jefe principal de la embajada,
con la dignidad que á su alto carácter correspondía, aumen­
taba á los actos comunes de la declaración de guerra, la
ceremonia de ungir al soberano retado, y tomando en sus
manos vistosas y delicadas plumas de variados colores,
CAPÍTULO X V I. 575
coa profundo respelo se'las pegaba en la cabeza, déla
manera con que el valiente Moctezuma, siendo embajador
del monarca Itzcoatl, llegó á ungir ai tirano Maxtlaton,
al admitir el reto de su poderoso adversario.
Publicada en ambos países la declaración de la guerra,
cada nación ponia en movimiento todos los resortes que le
condujesen al conocimiento de los actos y disposiciones
referentes á su contrario. Los espías llamados quimicMíi,
esto es ratones, porque como ellos penetraban en las partes
mas secretas, registrándolo todo sin ser vistos, se espar­
cían, disfrazados, por los pueblos enemigos, y observan­
do los movimientos, el número de fuerzas, la calidad de
ellas, el espíritu que las animaba, y la calidad de los
caudillos que las mandaban, lo ponian en conocimiento de
sus respectivos gobiernos, á fin de que, conociendo los re­
cursos de que podían disponer los contrarios, hiciese todo
lo posible para superarlos.
Antes de salir á campaña, y con el objeto de atraerse
la protección de sus divinidades para que les concediesen
el triunfo, se bacian algunos sacrificios de victimas huma­
nas, al dios de la guerra y á los númenes protectores de la
ciudad ó del Estado á donde se llevaba la guerra, y en se­
guida salía el ejército lleno de animación y de esperanza
en la victoria. No salían las columnas formando en alas
ni en filas. Marchaban divididas en compañías, llevando
cada una de ellas, un jefe y un estandarte, y cada cuerpo
iba mandado por un general. Si el número de tropas era
considerable, se dividía en xiqmpi/lís. esto es, en cuerpos
de ocho mil hombres.
La música militar, sin ia cual jamás marchaba el ejcrci-
576 HISTORIA. D E M É JICO .

to. se componía, como tengo dicho en otra parle, de cara­


coles marinos que producían un sonido agudísimo y de cor­
netas y tamboriles de una destemplanza suprema.
La primera batalla se daba generalmente en un vasto
terreno destinado para aquel objeto, que cada provincia le
nia, y que era conocido con el nombre de Xoutlalli, que
significa campo de batalla. La acción empezaba, como en­
tre los antiguos romanos, por un estruendo espantoso pro­
ducido por los caracoles marinos, las destempladas corne­
tas, los tamboriles, los agudos alaridos, los silbidos y el
continuo clamoreo de los combatientes. En algunos ejérci­
tos, y entre ellos el texcocano, la señal de ataque la daba
el mismo rey, sonando un tamboril que llevaba á la es­
palda.
Sangriento y terrible era siempre el primer choque; pero
no se empeñaba nunca la acción, como algunos han crei-
do, tomando parte á la vez todas las tropas. Todo lo contra­
rio; tenían formada con gran cuidado su reserva, y de las
relaciones consignadas por los españoles consta, de una
manera incontrovertible, que enviaban tropas de refresco
que emprendian la acción con un vigor prodigioso, que no
pocas veces decidian la victoria. La batalla empezaba co­
munmente con un diluvio de flechas, de dardos, de pie­
dras y saetas que causaba horrorosos estragos en las filas;
pero cuando las distancias se estrechaban acercándose un
ejército al otro, y las armas arrojadizas habían concluido,
se acometian con la espada, la maza y las picas. En medio
del sangriento combate, y despreciando el peligro, se veia
:í un número de hombres ocupados en retirar los heridos
y los muertos, con el fin de ocultar al enemigo las pérdi­
CAPÍTULO X V I. b ll

das que se sufrían, y evitar que adquiriese mayores bríos.


Esta operación y la de guardar la unión en las huestes y
defender el estandarte, eran las cosas en que mas cuidado­
so empeño ponian aquellas naciones.
a i prisionero El renombre de valiente y los timbres de
de^buir^tedes- militar del soldado, mas que por el nú-
jarretaban. mero de enemigos que mataba, lo adquiría por
el de prisioneros que hacia para que pudiesen ser sacrifi­
cados al numen de la guerra, en gratitud á la victoria
alcanzada sobre los contrarios. Por eso cuando algún
enemigo vencido procuraba escaparse, lo desjarretaban,
privándole así del movimiento de las piernas, y en conse­
cuencia, de la posibilidad de huir.
La defensa del estandarte nacional, insignia veneranda
en la milicia, era el deber sagrado del ejército. Cuan­
do ese símbolo de las grandezas nacionales, que lo llevaba
el general en jefe, llegaba á caer en poder del enemigo,
el ejército emprendía la fuga, y todo esfuerzo de sus jefes
era inútil para detener á los soldados.
Conseguido el triunfo, se celebraba la victoria con las
demostraciones del mas vehemente júbilo, y el general,
contento del esfuerzo de sus valientes subordinados, pre­
miaba debidamente á los oficiales y soldados que habían
hecho mayor número de prisioneros.
El rey mejicano Axayacatl, antes de emprender la
guerra contra el monarca de los mallalzincas de quien es­
taba ofendido, como he dicho, por haberse dispuesto á fa­
vorecer á los tlatelolcos, envió sucesivamente las tres em­
bajadas que era costumbre enviar; una al rey, otra á la
nobleza y la última á la plebe, exigiendo una cumplida
578 H ISTO RIA DE M ÉJICO .

satisfacción á la ofensa; pero no habiéndola alcanzado.


Axayacatl, en unión de los reyes aliados de Acolhuacan y
de Tacuba, salió con un poderoso ejército, con Ira el arro­
gante monarca de los ma lia l?,incas,
valle doToiuca, La empresa era altamente difícil.
La provincia de los matlalzincas compren-
nmiateincos. cLLa, además del ameno valle de Tolocan, hoy
Toluca, que mide íuas de cuarenta millas de longitud de
Sur á Noroeste, y treinta de la latitud por donde mas se
extiende, lodo el pintoresco espacio de fértil tierra que se
descubre hasta Taximaroa, entonces Tlaximaloyan, fron­
tero al potente reino de Michoacán. Tolocan, que era la
residencia del jefe principal de los uiatlalzinques, y que
liabia tomado su nombre del risueño valle que se exten­
día á sus plantas, se hallaba situado, como se encuentra
actualmente, al pié de un elevado monte, coronado de per­
petuas nieves, distante diez y seis leguas de la capital
de Méjico. Multitud de pueblecillos que se extendían
por el mismo valle, se velan habitados, parle de ellos
por los mallatzinques, y la otra parto por Jos bravos
otomites. El rey, formando un ejército aguerrido, se dis­
puso ai combate. Pero por mucho que fuera el valor y la
decisión de los matlatzinques, era imposible que pudieran
resistir el ímpetu de las numerosas tropas que conducían
Axayacatl y sus leales reyes aliados. El ejército mejicano,
Nuevaseanqms- venciendo cuanto se oponía ú su paso, tomó,
loa mejicanos, en su marcha, los pueblos de Allalpolco y
Xalallauhco; y penetrando en el valle de Toluca, con­
quistó á Telenanco, Metepcc, Tzinacantepec, Calimayan
y otros varios lugares de la parte meridional. Convencí-
CAPÍTULO X V I. 579
dos los matlatzinques de que era de todo punto imposible
resistir á sus contrarios, y temerosos de su completa ru i­
na, imploraron la clemencia del rey Axayacall, y se ofre­
cieron á ser desde entonces tributarios de la corona de
Méjico.
Alcanzado el triunfo, y dejando una guarnición respe­
table en la nueva nación tributaria, Axayacall se volvió á
Méjico, donde fué recibido con marcadas demostraciones
de regocijo.
No pasó mucho tiempo sin que en su espíritu guerrero
no se despertasen deseos de nuevas conquistas, y sin que
al pensamiento concebido de hacerlas, no sucediese inme­
diatamente la ejecución.
Axayacall buscó un preteslo para declarar la guerra á
los señores que ocupaban otro rumbo de la misma provin­
cia que acababa de sentir la fuerza de sus armas; señores
que gobernaban los pueblos situados en la parte septen­
trional del valle, que actualmente se llama ralle de Ixtla-
Jimca.
Entre las poblaciones que se propuso conquistar, se ha­
llaba Xiquipilco, ciudad y poderoso estado de los otomi-
tes, gobernados en aquellos momentos por Tlilcuezpalin,
hombre de un valor extraordinario, que había llegado á
hacerse notable por su arrojo en los combates y por su es­
trategia militar.
A la aproximación de las tropas mejicanas, Tlilcuezpa­
lin dispuso las suyas, y esperó á los contrarios, que pronto
se dejaron ver enfrente de sus soldados. Dada la señal de
acometida, los dos ejércitos se lanzaron con indecible fu­
ria, dando espantosos alaridos y sonando los músicos sus
5S0 HISTO RIA I)E M É JIC O .

caracoles marinos, sus trómpelas y sus tamboriles. Tlil-


cuezpalin, desaliando el peligro y metiéndose donde la
lucha era mas sangrienta, buscaba ai rey de Méjico, de­
seando medir con él, personalmente, sus armas. Axa-
yacatl, que no estaba dotado de menos valor que su real
combate perso- coatrari°, animado del mismo deseo, le salió
«ai del rey al encuentro, trabándose bien pronto entre
jefe de loa los dos un combate personal terrible. Los dos
o toantes. monarcas eran diestros en el manejo de las
armas, y los dos se hallaban dotados de grande aptitud y
fuerza. Los golpes que se dirigian eran mortales, pero los
paraban con destreza maravillosa. Sin embargo, no era
posible detener todos los golpes, y el rey de Méjico recibió
una profunda herida en un muslo, sin haber tenido tiem­
po de parar el arma de su pujante adversario. En los mis­
mos momentos en quo recibió la herida, se lanzaron sobre
él dos capitanes olomiles que sobrevinieron, y arrojándole
al suelo se disponían á llevarle cautivo, cuando aparecie­
ron sobre la escena algunos jóvenes mejicanos que, ha­
ciendo retroceder á los dos capitanes, lograron salvar la
libertad y la vida de su rey. Aunque herido el monarca
mejicano, la lucha siguió con igual encarnizamiento, y al
fin, la victoria la alcanzó el ejército mejicano. El triunfo
fué espléndido. Once mil sesenta, fueron los prisioneros
hechos en aquella sangrienta batalla, entre ellos el mismo
Tlilcuezpalin y los dos capitanes que habian derribado al
suelo al rey Axayacatl.
Triunfos do los Con el brillante triunfo alcanzado sobre los
nuevo8^stado6 otomites> Axayacall agregó á la corona de
conquistados. Méjico, los Estados de Xocotitlan, Niquipil-
CAPÍTULO X V I. 581
co, Atlacomolco y todos los demás que antes no poseía en
aquel valle.
La recepción hecha al rey Axayacatl, al volver á Méji­
co, fué brillante.
La herida recibida en el combate personal con el jefe
otomite, le enaltecia á los ojos de la nación, y todo el pue­
blo rogaba á los dioses que sanase de ella.
Dotado de una naturaleza robusta, pronto sanó Axaya­
catl de su herida; pero quedó para siempre cojo.
Contento de las victorias alcanzadas y deseando obse­
quiar á los reyes aliados y á los magnates de Méjico por
el brillante comportamiento con que se habian distinguido
en la campaña, les dió un gran banquete al que asistieron
con el mayor placer. En los momentos mas deliciosos de
la mesa, y como espectáculo que debia parecer agradable
Axajraeati á los convidados, Axayacatl mandó dar muer-
A^McuMpaün t® á su ilustre prisionero Tiilcuezpalin y á los
y ados ¿0B capiianes otomites ya mencionados. No
capitanes * ^
otomites. eran esas escenas de saDgre, vistas con re­
pugnancia en medio de las delicias de un convite, puesto
que era costumbre de aquellos pueblos el derramar sangre
humana, en lodos sus regocijos públicos y ceremonias re ­
ligiosas. Horrible y funesta era esa costumbre, y debemos
lamentarnos de que hubiese existido; pero no podemos
culpar á los que la practicaban, puesto que ellos la habian
heredado de sus mayores, y lejos de juzgarla, como real­
mente era, horrible, la tenían por digna y meritoria. Era
una aberración del entendimiento humano; pero era una
aberración presentada como idea altamente luminosa por
sus mismos sacerdotes al adorar á sus ídolos sedientos
5S2 HISTORIA D E M É JIC O .

siempre de sangre. Aquellos hombres eran mas dignos de


lástima que de vituperio, toda vez que no obraban por im­
pulso propio, sino por el que juzgaban deber patriótico y
religioso.
Después de haber transcurrido algunos años de tranqui­
lidad respecto de hechos de armas, Axayacatl, por moti­
vos que se desconocen, se dispuso á llevar la guerra con­
tra los michoacanos, gente belicosa, entendida y de claro
ingenio, cuya nación rivalizaba en poder con la mejicana.
Desde muy lejanos tiempos existia entre las dos nacio­
nes un odio profundo, y era preciso que de la enemistad
que se profesaban, surgiese, al fin, la guerra.
Axayacatl, comprendiendo las dificultades de la empre­
sa y el notable valor de los michoacanos, dispuso un nu­
meroso ejército mandado por lo mas selecto de la nobleza
y de los mas intrépidos generales.
Dispuestas las tropas y provistas de todo lo necesario
para la campaña, Axayacatl, puesto al frente de sus aguer­
ridas legiones, salió con dirección al país que se habia
propuesto hacer tributario de la corona de Méjico.
Pero mientras el formidable ejército de los tres reyes
aliados, marchaba lleno de entusiasmo hácia el país de sus
contrarios, conveniente es, para los hombres amantes del
saber, detenernos un instante á dar á conocer, siquiera sea
someramente, las producciones de su suelo, las costum­
bres, usos, religión, carácter, adelantos y cultura á que
habían llegado los habitantes del rico reino de Michoacán,
uno de los mas occidentales de aquella parte de la Amé­
rica.
C A P I T U L O XV II .

Descripción del reino de Michoacán.—Tribus que la poblaban.—Separación de


los mejicanos y tarascos & su paso por Michoacán.—fusión do los tarascos
con otras tribus que habitaban el país.—Se adopta el culto de Huitzilopoch-
06
tli.—Llegada de los chichlmecos vanAceos.—Guerra entre ell y las tribus
que poblaban Michoacán.—Fundación de Patzcuaro por los cbichimecas va-
náceos.—Guerra entre uno de los reyes que habitaba junto &la laguna y los
chichimecas.—Derrota de éstos.—Asesinato cometido en los dos principes
que gobernaban i los cbichimecas.—Vapeani, hijo de uno de Jos principes
asesinados, toma venganza de la muerte de su padre, conquistando los pue­
blos que fueron sus contrarios.—Divide el imperio de Michoacán en tres rei­
nos.—Las provincias tarascas quedan reducidas al dominio de los chichi-
mecas.—Fusión de los chichimecas y tarascos.—Se declara corte del rei­
no, Tzintzuntzan.—Templos y casas que se rubrican: fortificaciones de la
ciudad.—Estado déla industria en Michoacán.—Traje que usaban.—Cualida­
des físicas de los tarascos.—Modo de ir ú cumpaila.—Premio que se daba por
un hecho heróioo en la batalla.—Limites de Michoacán.—Descripción del
suelo de Michoacán, su cliniu y producciones.—Ministros de justicia.—Algu­
nas leyes y administración de justicia.—Religión.—Victimas humauas.—Ce­
remonias en Iob funerales, y condición de las personas que eran sacrificadas
en ellas.—Guerra entre michoacauosy mejicanos.—Derrota de éstos.—Muer­
te del rey Axayacatl.—Los tesoros que dejd guardados.

El reino El reino de Michoacán, que significa Iv.gtü'


de Michoacán: de pescado, (1) estaba poblado de gente beli­
origen de sus
cosa, y competía en poder y en riqueza con
pri tueros
habitantes.
la temible nación mejicana. Los michoa-
canos ó tarascos, llamados así por los españoles, porque
(1) Michoacán es un nombre compuesto de m oh ín, que significapescado, y
584 H ISTO RIA D E M ÉJICO .

cuando fueron á aquella provincia, los principales de


ella les daban sus hijas llamándoles iarascac, que significa
yerno, pertenecian á la misma familia de aquellas siete
tribus nahuatlacos, que superaban en civilización á todas
las otras que se establecieron en el país de Anáhuac.
L°S¿l^ ,0an08 k °s mejicanos, en su larga peregrinación,
en Michoacán, después de salir del país de AzllaD, se de­
tuvieron en ese rico territorio, cuando se dirigieron al
valle de Méjico, llevando en andas á su dios Huitzüu-
jjochtli. Varias tribus salvajes y cazadoras, de distintas
denominaciones habitaban, á la llegada de ellos, esparcidas
en las orillas de los lagos, en las montañas y en los bos­
ques. Los mejicanos, con quienes iba otra tribu de distin­
ta nacionalidad; pero de igual origen, de costumbres pa­
recidas, de idéntica religión, y de idioma semejante en
algunas cosas, aunque muy diversas en vocablos y pro­
nunciación, se situaron en los puntos mas deliciosos, ar­
rojando de ellos á los habitantes que los poseian.
La feracidad de la tierra, su benigno clima, la pureza
de su cielo, la abundante pesca con que brindaban sus an­
chos lagos y sus multiplicados rios, todo convidaba á per­
manecer en aquel delicioso país, que reunia las condicio­
nes que pudieran apetecer los colonos mas exigentes. En
todas partes, á donde iban de paz, eran bien recibidos.
Sin embargo, el ídolo de su dios HidldlojpoclUli les habia
ordenado que continuasen el viaje, y obedeciendo al orácu­
lo, atravesaron los pueblos de Pénjamo, Numaran, Con­

je ca n que quiere decir lu n a r . El Dombre le fué puesto por el mucho pescailo


;ue hay en la leguna de Pútzcuaro, que allí existe.
CAPÍTULO X V II. 585
guripo y otros, hasta llegar á descubrir la pintoresca la­
guna de Pátzcuaro.
Prendados de la amenidad del rico suelo que se descor­
n a á la vista, la tribu vagabunda creyó que aquel era el
bello país prometido por su dios Bvilzilopochtli, como
término de sus fatigas y premio de sus trabajos. Pero no
lué así. Consultado el ídolo por los sacerdotes, su contes­
tación fué ordenarles que abandonasen el país, y siguie­
sen su peregrinación hasta que él les indicase el sitio en
que debian establecerse, dejando en el país á los indivi­
duos que formaban la tribu, con la cual habían hecho has­
ta entonces su viaje.
Abandonan Los mejicanos, obedeciendo las disposicio-
los“ e^ anos nes de su divinidad, emprendieron su rnor-
compafieros. cha, dejando abandonados á sus antiguos
compañeros.
Esta separación ha sido referida de distintas maneras,
aunque atribuyéndola siempre á mandato del numen de
la guerra BuiL'iloporJifli.
Entre esas relaciones hay algunas de todo punto inve­
rosímiles, al dar noticia del origen de sus primeros habi­
tantes.
En una de ellas se dice, que habiendo llegado los meji­
canos, al cabo de una larga peregrinación á Michoacán,
resolvieron instalarse allí, admirados de la feracidad del
terreno; pero que siendo pequeño el territorio para con­
tener á toda la gente que hasta entonces había camina­
do junta, su dios HnUñlopocMi sugirió á sus elegidos la
•idea de que cuando los otros, como tenían de costumbre
todos, se estuviesen bañando en la laguna de Pátzcuaro.
T omo I. 74
586 HISTORIA. D E M ÉJICO .

inmediata á la ciudad, les robasen los vestidos, y contina-


sen su marcha; pues de esta manera, al verse sin ropa
los que estaban en el agua, no podrían salir de ella, por la
vergüenza natural que debía darles presentarse desnudos.
Los aconsejados obedecieron, y con efecto, al verse sin ro*
pa los que se bañaban, permanecieron en el agua, logran­
do entre tanto los otros, alejarse del país.
Una sola reflexión echa por tierra la relación anterior.
Si el número de la tribu no cabía en el vasto territorio que
ocupaba el reino de Michoacán, llama la atención que cu­
piese una tercera parte de ella en solo la laguna de Pátz-
cuaro, y el resto en sus orillas, para apoderarse de la ropa
de los que se bañaban. Ni era un obstáculo insuperable
para seguir á los que se alejaban-, el verse sin vestidos,
puesto que no eran los indios los que mas se cuidaban de
cubrir su desnudez.
Eu casi todas esas relaciones, se presenta á los que fue­
ron abandonados y á los que les abandonaron, como me­
jicanos. No abrigo yo la misma opinión. EL odio que aun
hasta después de la conquista efectuada por los españoles,
hubo entre los habitantes de Michoacán y los mejicanos;
el desamparo en que estos dejaban á sus compañeros, ex­
poniéndoles á que fuesen víctimas de las demás tribus, y
la resolución de los últimos en preferir el peligro á con­
tinuar su viaje, arguyen, en mi concepLo, que no perte­
necían á una misma nacionalidad. Diferencias y cues­
tiones notables hubo durante aquella peregrinación, y
existían en los mismos momentos de hallarse en Méji­
co, entre los que después se dividieron en tlatelolcos
y mejicanos; y sin embargo, la separación no se efec­
CAPITULO X V II. 5H7
tuó sino después de verse libres de todo enemigo, con­
tinuando juntos por entonces su marcha, dejando unos
y otros amenazados de grandes peligros á los que, has­
ta entonces, habian visto como compañeros. Si de una
misma prosapia hubieran sido todos, se hubieran pro­
puesto correr una misma suerte, como se propusieron,
aplazando la resolución de sus diferencias, mejicanos y
tlatelolcos.
La tribu abandonada por los mejicanos, se entregó al
trabajo y á la pesca para atender á las precisas necesida­
des de la vida. La feracidad del terreno y la abundancia
de peces en la laguna, premiaron con usura la laboriosi­
dad y la industria, y pronto empezó á reinar en las fami­
lias la abundancia y la tranquilidad.
los nuevos co- Los nuevos colonos, dotados de clara in -
10conotrMn teligencia y de actividad, se unieron bien
tribus que pronto con otras naciones comarcanas, for-
habit&ban en r
Michoacán, miándose una fusión completa; y contentos de
verse en medio de un país que les brindaba con la abun­
dancia y el regalo, adoptaron el idioma de los habitantes
del país, aunque conservando muchas voces de su materna
lengua.
La población tarasca crecía visiblemente, y la tierra de
Michoacán se vió á los pocos años poblada de un número
asombroso de habitantes.
La cultura y la industria crecieron al par que la pobla­
ción; y los industriosos huéspedes, llegaron á formar ciu­
dades pintorescas, en que reinaban el buen orden y la
abundancia.
La principal residencia estaba en Tzintzuntzan, ciudad
588 HISTORU DB MÉJICO.

edificada junto á la espaciosa laguna, y cuyo nombre sig­


nifica, pueblo il<t pájaro verde, en memoria del origen de
su ídolo HuMzilopochtU, que nació adornado el pié izquier­
do con plumas de colibrí.
Los mejicanos, que fueron los que le dieron á la ciudad
nombre antes de partir, la llamaron en su lengua, Chinciu-
la ó Huitzitzila, que es como la denomina Hernán Cortés
en sus cartas.
Adoptan Al mismo tiempo que se levantaban con
HuitiHopochtii, asombrosa actividad agradables casas, se cons-
íos; diversos t r u i a n también templos para los dioses, enlre
pueblos qua se r . .
unen al tarasco, los cuales figuraba, en primer término, el san­
guinario Huitzilopochtli, cuyo culto fue admitido por todos
los pueblos con quienes se mezcló la nueva tribu.
Otras muchas nacioncilas y señoríos se encontraban en
el vasto territorio de aquel país, figurando como uno de
los jefes de mas renombre el rey de las islas situadas en la
laguna do Pátzcuaro, á quien le daban el título de E l-
Seaditaré, que significa, señor. Varias tribus chichime-
cas y otomiles, cuyo establecimiento en aquella provincia
se ignora como se efectuó, reconocían la autoridad del per­
sonaje mencionado, mientas otras vivían errantes y sin
jefe, por los bosques y las florestas.
A distancia corla de la ribera del Norte, se levantaba
pintoresca la ciudad de Naranjan, señorío independiente
que regia con acertado tino, el régulo Ziraziran Camaeo.
hombre de prudencia y de valor, que velaba constante por
la felicidad de su reducido señorío.
Cuando mas felices se consideraban aquellos dim inu­
tos reinos, aparecieron en los bosques próximos á No,-
CAPÍTULO X V II. 589
Llegada de ios ranjmi, los chichmccas ranéenos, tribus nó-
Cl"aliáceos* madas y guerreras, que vivían de las frutas,
i Michoacán, de las raíces y de la caza, y que llegaban
de un país lejano llamado Baya-meo.
Marchaba al frente de la guerrera tribu, un jefe muy
distinguido de ella, llamado Ir i-Tica ¿amé, que llevaba,
por un derecho correspondiente á su elevada dignidad, al
ídolo que adoraba su tribu, y que representaba á su dios
Cwrkaecri.
El caudillo chichimeca se detuvo con su belicosa gen­
te en Virm-Cimi'umpejo, espeso bosque, desde donde se
descubrían los edificios de .Yara>ijan. Su primer acto fué
levantar, debajo de uno de los copudos árboles, un altar á
la divinidad protectora que llevaban, y ordenar á su gente
que construyese sus chozas en el sitio en que se encon­
traban.
Los pueblos comarcanos se alarmaron al ver que aque­
lla tribu extranjera elevaba un altar, pues creían ver en
aquel hecho, la resolución do los chichimecas en perm a­
necer en el país.
ei rey de No se engasaron en su suposición. El jefe
Naronjanda chichimeca Iri-Ticatamé, envió al señor de
ai jefe Naranjan, sus embajadores, ordenándole que
chichimeca. envj[ase iega para <jue ardiese en el altar de
su dios. Esta notificación, que equivalía á notificarle al rey
de Naranjan que en lo sucesivo seria tributario de la tri­
bu chichimeca, indignó á los sacerdotes y á la nobleza;
pero el monarca les hizo ver que los resultados de una
guerra contra los numerosos extranjeros seria fatal para
el Estado, y que el medio mas acertado para vencerles no
590 HISTO RIA D E M É JIC O .

era el Je las armas, sino el de la astucia. «El tiempo,—


les dijo,—nos presentará esta favorable ocasión. Por aho­
ra es preciso obsequiar su deseo, y enviar además á su
jefe una hermana mia, dándosela por esposa.»
Las observaciones del monarca convencieron á los sa­
cerdotes y á la nobleza; y poco después le fueron entre­
gadas al jefe chichimeca, la leña para el altar, y la her­
mana del rey para que la recibiese como esposa en señal
de alianza.
El caudillo chichimeca se manifestó agradecido, y de
la unión con la hermana del rey de Naranjan, tuvo un
hijo, á quien pusieron por nombre Sicuiracha.
Educado en el culto de los dioses y en el ejercicio de la
caza, le encomendaron, siendo ya hombre, que saliese á
cazar algunos animales para ofrecerlos á uno de los dioses.
Sicuiracha salió; pero lodos los animales huyeron he­
ridos, marchando á morir á los campos de Querécuaro,
(Jerécuaro).
Disposición Esto ^ué v^ ° Por rey Naranjan, co-
mo funesto agüero para los chichimecas y
dei se ñ o r
de N aranjan, , . , ,
contra los para el jóven cazador, y convocó á los sacer-
ohichimecas. ¿oles y ¿ la nobleza, diciéndoles que había
llegado el momento de obrar que él les había anunciado
que llegaría.
El jefe chichimeca Iri-Ticatamé, sabedor de lo queso
disponia por el señor de Naranjan, mudó, con su tribu, de
residencia, estableciéndose en un lugar llamado ZicUacuá-
Jci'o, donde levantaron sus rústicas cabañas y un altar pa­
ra sus ídolos.
Pero aunque los habitantes de Naranjan vieron alejarse
CAPÍTULO X V II. 591
á los que á su llegada se habían manifestado altane­
ros, no por esto olvidaron los parientes de la mujer del
caudillo chichimeca, que aquella esposa se le había da­
do, no por voluntad, sino por temor; y considerando
que el nacimiento del joven Sicuiracha, envolvía una
deshonra para ellos, se propusieron destruir el poder del
padre.
El momento era oportuno. El jefe lri-1'katarnc, estaba
ya viejo y sin vigor; su tribu, entregada al ócio desde que
pisó el feraz terreno de Michoacán, había perdido su espí­
ritu guerrero.
El rey de Naranjan y la nobleza, para dar feliz cima á
la empresa, imploraron el auxilio de Orcsta, jefe en aque­
llos momentos de Camachin, y sumo sacerdote del dios
Ttres-ttpemé.
Para alcanzar la cooperación de este cacique, uno de
los mas temidos entonces, le enviaron algunos regalos de
exquisitas obras de pluma y de valiosas alhajas.
Orcsta. que había temido siempre que creciese el poder
de la tribu chichimeca, entró con gusto en la alianza, y
envió sus tropas para que, unidas á las de Naranjan, des­
truyesen á Iri-Ticatamc.
EL plan se dispuso con el mayor secreto, y los aliados
cayeron sobre la población de los chicbimecas vanáceos,
sin que estos pudiesen evitar el golpe.
La hermana del rey de Naraüjan, que se hallaba de pa­
seo, lejos de la población, al ver las tropas de Naranjan,
sospechó el peligro que corría su esposo, y quiso marchar
á avisarle; pero la detuvieron, impidiéndole cumplir su
deseo.
592 HISTO RIA D E M É JIC O .

Los habitantes La desgraciada hizo esfuerzos supremos


sorprendeos. Para desprenderse de los que la detenian
loschichimecas, mientras los demás avanzaban. Por fin logró
^aduareaSy8 que la dejaran libre, y corrió hacia el sitio en
matan d su jefe, se haua]ja su esposo. ¡Vano afan! Los
enemigos habian llegado antes que ella; y cuando la infe­
liz penetró en el umbral de su casa, sus piés tropezaron
con el ensangrentado cadáver de Ir i-Tica,tomé, que, aun­
que anciano y sorprendido, habia muerto luchando como
un valiente.
El jóven Sicuiracha- se encontraba, en los momentos de
la terrible escena, cazando en la montaña, bien ajeno de
pensar el fin trágico del hombre á quien debía la vida.
l'na persona le dió aviso de la lucha trabada entre los
asaltantes y los asaltados. Sicuiracha, voló inmediatamen­
te en auxilio de los suyos; pero cuando llegó, todo habia
terminado, menos el profundo dolor de su afligida madre
qne, mostrándole el cadáver de su padre, exclamó, vertien­
do un torrente de lágrimas: «Mira, hijo mió, la obra de
tus tios: ellos han derramado la sangre del sér que mas
amábamos y se han llevado los dioses de nuestros al­
tares.»
EL jóven Sicuiracha quedó con la vista fija sobre el ca­
dáver de su padre, mientras la desgraciada viuda exhalaba
lastimeros ay es de dolor.
Aquella era una escena conmovedora, que la hacia mas
terrible aun las devoradoras llamas en que estaban con­
vertidas las cabañas incendiadas de la tribu chichimeca.
Sicuiracha se inclinó hácia el cadáver de su padre, es­
trechó entre sus manos las de la virtuosa mujer que le dió
capítulo xvii . 593
la existencia, y dirigiendo nna mirada al cielo, juró ven­
garse de los que habían cubierto de duelo su corazón.
3¡cu¡racha ^u® vano su j uramento. El indignado
venen ¡a muerte y valiente jóven reunió los restos de los chi-
y derrota á loa chimecas que se habían salvado de la matan-
de Naraujan. za^ y p OCO después l0gr<j alcanzar, derrotar y
hacer prisioneros á sus contrarios.
Triunfante y temido, Sicuiracha se dirigió con todos
sus prisioneros, á un punto llamado Bayameo, donde había
establecido su residencia.
Con aquel completo triunfo alcanzado por el intrépido
jóven chichimeca, los guerreros de Naranjan y los de Cu*
machín vinieron á ser sus esclavos.
Sicuiracha es Los nobles, después de prometer fidelidad
rey al vencedor, recobraron su libertad, comprán-
chichíaiKcns. ¿0la Con una parte de sus riquezas, y Sicui­
racha, aprovechando la buena disposición de sus agradeci­
dos prisioneros, logró ser proclamado rey con todas las
ceremonias acostumbradas, siendo entre los chichimecas.
el primer jefe que tenia aquel título.
Sicuiracha, atribuyendo á sus dioses las dichas conse­
guidas, mandó edificar altares y construir templos de mas
importancia que los que hasta entonces se habían levanta­
do, y nombró sacerdotes para el servicio de los ídolos.
Bayameo, que vino á ser así, en Michoacán, la capital
de los reyes chichimecas, creció notablemente en belleza
y comercio.
Muerte doi rey Sicuiracha emprendió algunas expedicic-
Sícuiracha. n e s p 0 r i o s señoríos comarcanos, y agregó á

su nación varios pueblecitos que no pudieron resistirle.


T omo I. 75
594 H ISTO RIA D E M É JIC O .

Después de un reinado verdaderamente venturoso, murió


en 1290, dejando entregado el gobierno á sus dos hijos
Pavacumé y Yapeaní.
Gobierno de los ^ or a^gun tiempo permanecieron los dos
hijos de príncipes sin hacer que resonara en sus pue-
Siculracha: f , , , .
conquistas he- blos el estrépito de las armas; pero ambicio -
chas por ellos. n a n ¿ 0 £¡a extender sus fronteras, se dispu­
sieron á llevar la guerra á los comarcanos señoríos en que
mas rica se manifestaba la naturaleza. Contentos los guer­
reros con aquella determinación, tomaron sus arcos y sus
Hechas, y cargando entre varios sacerdotes las andas en
que llevaban á su dios Cuí'icaveri, emprendieron la mar­
cha hácia el cerro de Capacureo, en cuya cima, anadian,
había manifestado el ídolo deseos de ser colocado.
Los chichimecas iban sometiendo á su yugo todas las
poblaciones que encontraban al paso, y avanzaban sin obs­
táculo hácia el cerro en que anhelaban levanlar un altar á
su dios, y desde el cual se dominaba el anchuroso lago.
Los dos príncipes, después de haber sometido á su do­
minio muchos pueblos, llegaron á subyugar á los habitan­
tes de Pabamaliua-Nacaradlo.
Al ser dueños de este punto, convinieron los guerreros
chichimecas en separarse en varias fracciones, para que
cada una viviese en el sitio que mas agradable le parecie­
se; y con efecto, tomando cada una alguno de los ídolos
que habian llevado, se situaron en los puntos que les brin­
daban mas comodidades.
Pero aunque vencedores de muchos pueblos, no per
esto terminó la guerra. Los príncipes, viendo la tenacidad
de los habitantes del país en seguir la lucha, se dirigieron
CAPÍTULO XVJI. 595
á las riberas del lago, y sojuzgaron varios pueblos situa­
dos en la orilla; pero ninguno de ellos habia logrado ser
admitido en las pintorescas ciudades de las islas que se
elevaban en la laguna, en una de las cuales, llamada Xa-
rácuaro, estaba edificado un suntuoso templo.
El rey que gobernaba aquellas pintorescas islas se lla­
maba Curicaten, y llevaba el título de ül-ffenditaró que,
como ya he dicho, significa señor.
Aquellas poblaciones levantadas en el delicioso archi­
piélago, en que los árboles, las flores y las plantas embal­
samaban la atmósfera, eran fuertes por su ventajosa posi­
ción y por el crecido número de canoas que sus habitantes
poseian.
El príncipe Vapeaní, contemplando un día desde la
cima de la montaña de Atupen el sorprendente pano­
rama que presentaba el anchuroso lago, con sus poéti­
cos pueblos, acariciados por las ondas, quedó seducido
del bellísimo conjunto del paisaje que se descorría á su
vista.
En aquellos momentos vió á un pescador que se aproxi­
maba con su canoa á la orilla y que echaba sus redes á
corta distancia del sitio en que él estaba. Vapeaní conci­
bió de repente una idea, que juzgó conducente al logro de
un derecho legítimo para ser admitido en las poblaciones
del archipiélago.
Concebido el pensamiento, llamó al pescador. Amedren­
tado éste, se disponía á huir; pero viendo que varios
guerreros chichimecas le apuntaban con sus flechas, se
vió precisado á obedecer.
El príncipe Vapeaní le hizo varias preguntas, infor-
59G HISTORIA. D E M ÉJICO .

mandóse del nombre de los pueblos y del señor bajo cuyo


gobierno estaban.
Satisfecho de las respuestas del pescador, y sabiendo
por ellas que tenia una hija hermosa, le dijo que volviese
al siguiente dia con ella; que sus dioses le hablan prome­
tido que seria dueño de todo aquel hermoso país, y que,
en consecuencia, la jó ven participarla de aquella dicha.
El pescador volvió al siguiente dia con su hija, pues se
habia comprometido solemnemente á ello, y el príncipe
encontró á la jóven aun mas hermosa de lo que se habia
imaginado.
Vapeaní, después de haber recibido á la jóven, encargó
al pescador que no manifestase que voluntariamente habia
cedido su hija, sino que dijese que se la habian robado los
chichimecas, reduciéndola á la condición de esclava.
El pescador prometió cumplir lo que se le ordenaba, y
marchó á la ciudad, al mismo tiempo que el priucipe Va­
peaní se dirigió con la jóven á Tarinú Cliioidiro, donde
tenia su residencia, pintoresco pueblo que se levantaba al
Oeste de Tzuntzintzan.
Vapeaní habia tomado á la jóven con objeto de casarla
con su hermano; y con efecto, se casó con Pavacumé, que
la encontró hechicera. Al enlazarse con ella, el príncipe
se creyó con derecho para poseer los territorios que su
dios Cnricaceri habia prometido á los chichimecas vaná-
ceos. Creian los jefes chichimecas que, el casarse con una
mujer del país, cualquiera que fuese su dignidad ó clase,
daba derecho al caudillo á la posesión de la tierra prome­
tida por sus deidades.
Un año después del referido enlace, la hija del pesca-
CAPÍTULO X V II. 597
<lor dió á luz un hijo, á quien pusieron por nombre Ta.-
r i acuri.
El rey que gobernaba las islas, alarmado por los resul­
tados que podian sobrevenir á su país, sído se buscaba un
medio de contener el espíritu de dominación de los chichi-
mecas, convocó á los nobles y grandes personajes, con ob­
jeto de buscar el remedio al mal de que eslabau amenazados.
Oido el parecer de todos, se resolvió, por unanimidad,
que para atraer á su favor á los príncipes cbichimecas, se
les invitase á establecerse entre ellos, ofreciéndoles rique­
zas, honores, enlaces con las hijas de la nobleza del país,
y nombrar á uno de ellos primer sacrificador, y al otro
gran sacerdote del dios tíuangari.
Inmediatamente salió una embajada, llevando ricos pre­
sentes á los principes. Los caudillos chiohimecas recibie -
ron á los enviados con amabilidad, y no queriendo desai­
rar la invitación que se les hacia de parte del rey de
Xarácuaro para que pasasen á su corle, se embarcaron los
dos príncipes con los individuos de la embajada, y poco
después entraban en la corte del soberano de aquellas is­
las, muy obsequiados de todos sus habitantes.
El rey les recibió con la mayor benevolencia y les dió
un gran banquete, al que asistieron los nobles, los guer­
reros y la grandeza.
Las atenciones, los honores, el íino trato do los cortesa­
nos, cautivaron á los dos principes; y persuadidos de que
los bienes que recibían eran superiores á los que les po­
dría proporcionar una conquista dudosa, admitieron las
proposiciones, y el nombramiento de primer sacrilicador
el uno, y de gran sacerdote el otro.
598 HISTO RIA D E M É JICO .

El rey de Xarácuaro, los habitantes de las islas y los


dos príncipes, se manifestaban saLisfeclios del convenio ce­
lebrado; pero mientras ellos creian establecida la buena
armonía entre los dos pueblos, los guerreros chichimecas,
que se habian quedado en la costa esperando á sus caudi­
llos, viendo que no parecían, y temiendo que les hubieran
hecho víctimas de alguna traición, se embarcaron en unas
canoas, y se presentaron en la ciudad, reclamando que les
volviesen los príncipes que les habian concedido los dioses,
ó que de lo contrario, emprenderían inmediatamente la
guerra.
La amenaza de los guerreros chichimecas alarmó al
rey, y para evitar una lucha que podia serle funesta, ac­
cedió á la petición, y los príncipes abandonaron la ciudad
con verdadero 'sentimiento, aunque fingiendo una alegría
suprema.
La vida errante que llevaba aquella tribu guerrera, que
no queria establecerse fijamente eu ninguna parte, había
perdido á los ojos de los príncipes el atractivo que antes
tenia.
Fundación Los dos príncipes hermanos, que habian
de Patzcuaro. llegado á conocer las ventajas de la vida agri-
cultora de los tarascos, á la nómada de su tribu, se
propusieron hacer abrazar á sus montaraces vasallos, una
existencia mas tranquila y social. Para conseguirlo, se
pusieron de acuerdo con los sacerdotes, cuyas palabras
eran recibidas como oráculos por aquellas naciones. Los
ministros de las falsas divinidades, convocaron entonces
al pueblo chichimeca, anunciándole que tenian que co­
municarle una órden de sus dioses. Los chichimecas acu­
CAPÍTULO x n i . 599
dieron á saber la palabra de sus númenes, y entonces los
sacerdotes les hicieron saber que la voluntad de los dio­
ses, era que edificasen una ciudad y dejasen la vida nó­
mada. La tribu se afanó por obsequiar el deseo de sus nú­
menes, y fundó la ciudad de Pálzcuaro, que hasta hoy
figura como una de las principales ciudades de M i­
choacán .
Reducidos así á la vida social los chichimecas vanáceos,
se dedicaron á la industria y al trabajo; y con la afluencia
de gente, que de todas partes acudía á la moderna ciudad,
crecieron prodigiosamente en cultura y civilización.
Guerra Por algún tiempo vivieron en buena ar-
eUt'reyes de'08 monía con las demás naciones que habitaban
Michoacán y á la orilla de la laguna; pero la prosperidad
y derrotada de los nuevos pobladores, despertó los recelos
éstos. TQy Ouríncuaro, uno de los mas po­
derosos de los que habitaban una parte del lago, y bus­
cando un pretexto para la guerra, envió un embajador á
los príncipes chichimecas Pavacumé y Yapeaní, notifi­
cándoles, que les pagasen tributo, reconociéndole como
señor, ó que se dispusiesen á la lucha. Los gobernantes
chichimecas, contestaron que estaban dispuestos á lu ­
char en vez de declararse feudatarios, y se prepararon al
combate. Los soldados chichimecas se pintaron el cuerpo
con vivísimos colores, tomaron sus arcos y sus flechas, y
conducidos por sus valientes jefes, armados de pesadas
mazas y ostentando ricos penachos de plumas en la ca­
beza, salieron hacia Aiáqmro (A.técuaro), en busca de
sus contrarios que les esperaban en un campo próximo á
aquella ciudad.
600 HÜSTOM.V m í M É JICO .

La batalla íuó sangrienta, pero fatal para los chichimc-


cas, que fueron completamente derrotados, saliendo heri­
dos los príncipes que les gobernaban, Pavacuiné y Va-
pean i.
El rey de Curíncuaro, podía haber penetrado en Pátx-
ouaro y haber aniquilado el poder de los chichimecas, si
hubiera marchado en persecución de los vencidos; pero
afortunadamente para éstos, era aquella precisamente la
época en que se celebraban las fiestas de la diosa de C u-
ríncuaro, y el monarca vencedor se contenté con el triun­
fo alcanzado, pues en las fiestas de la diosa, no era cos­
tumbre ocuparse de batallas, y toda enemistad cesaba en
esos dias, sin distinción de nacionalidades, para concurrir
todos á las grandes festividades.
13 3 0 . Restablecidos de sus heridas los dos prin-
S0U1*08cio8ld09 c^Pes chichimecas, fueron invitados por algu-
pvíncipes n os vecinos de Curíncuaro, á que asistiesen á
que gobernaban .
¿ jos las fiestas; y aunque sus consejeros trataron
chichimecas. ^ ¿isua¿[iries q Ue Do emprendiesen el viaje
porque temían una asechanza, ellos no lo creyeron así, y
se dirigieron á las fiestas. Las sospechas de los consejeros
salieron ciertas. Los dos príncipes hermanos, cayeron en
una emboscada antes de llegar á Curíncuaro. Vapeaní loé
asesinado, y Pavacumé, que cayó herido, se levantó y lo­
gró escaparse, volviendo á la ciudad de Pálzcnaro. Pero de
nada le valió su esfuerzo y ligereza. Casi Lodos los habi­
tantes de Pálzcuaro se hallaban en las fiestas de Curín­
cuaro; y el principe, seguido de cerca por sus enemigos,
fué alcanzado y asesinado en las calles de su misma
ciudad.
CAPÍTULO X V II. 601
Este hecho, que aconteció en 1360, llenó de indigna­
ción á los chichimecas; pero ocultaron por entonces su de­
seo de venganza, aplazando esta para ocasión oportuna.
Quedó al frente de los negocios públicos y ejerciendo el
mando supremo sobre los chichimecas de Pátzcuaro, Cu-
vatamé, el mayor de los hijos del príncipe Vapeaní. EL
hijo de Pavacumé y de la hija del pescador, llamado, co­
mo tengo ya dicho, Tariacurí, era aun muy jóven, y los
sacerdotes le habian enviado á educar á la isla de X aré-
cuaro, á fin de que adquiriese una instrucción propia de
un príncipe tarasco, y conservase, á la vez, la entereza y
energía de la raza chichimeca.
Acontecida la muerte do su padre, dejó la isla y regre­
só á Pátzcuaro, donde se ejercitaba en el ejercicio de las
armas y en el servicio de los dioses.
Tariacurí era un jóven de grandes esperanzas.
Los sacerdotes y el pueblo veian en él un porvenir de
gloria para la patria.
ei principe Llegado á la mayor edad, fué investido por
veneaiarauérte l°s m^ i stros los dioses y por la nobleza,
de su padre. con q \ mando del ejército, que le acogió con
entusiasmo.
Puesto al frente do los destinos de su nación, tomó el
mando del ejército, y queriendo tomar venganza do la
muerte de su padre, bizo la guerra á todos los pueblos ve­
cinos de Pátzcuaro, los venció y sujetó; pero no siendo
bastante vasto aquel escenario para sus hazañas, llevó la
guerra á lejanos Estados, venciendo á todos los que se
oponian á su paso. Los señores de las diversas uacioncitas,
queriendo poner un dique á su poder, se coligaron, m ar­
602 H IST O RIA D E M É JIC O .

chando en seguida sus ejércitos sobre Pátzcuaro. No se in­


timidó ante aquella tempestad el valiente jóven Tariacurí.
Por el contrario, salió con sus tropas á hacerles frente, y
dando una batalla, derrotó completamente á los ejércitos
alidos, conquistó al reino de Zirumbo, se apoderó de las
islas del lago, y el reino entero de Michoacán fué la re ­
compensa alcanzada por su valor y su heroismo.
El aura popular del valiente Tariacurí, despertó la en ­
vidia de sus primos, y formaron una conspiración que te ­
nia por objeto asesinarle. Tariacurí, aleccionado con el
trágico fin de su padre, descubrió lo que se tramaba; y
cayendo sobre sus contrarios, los venció, sin que nadie en
lo sucesivo se atrevióse á hacer armas contra él.
Iavostido con el titulo de rey de todo Michoacán, el va­
liente monarca, se dedicó á dar impulso á las artes, á la
industria y á la agricultura, en que los pueblos tarascos
habian sobresalido siempre.
1400. Entregado á les negocios de su feliz gobier-
^diwde1' 110 80 encontraba, cuando se vió acometido de
ei imperio de una enfermedad que comprendió le llevaría al
sn tres reinos, sepulcro. Viendo eercano su fin, llamó á los
hijos de uno de los primos que había conspirado contra él,
y olvidando las ofensas de! padre, dividió en tres reinos
el imperio michoacano que había conquistado. Al mayor de
ellos le dió á gobernar Coyúcan, una de las ciudades mas
importantes do Michoacán, en aquella época: al segundo
le asignó la ciudad de Pálzcuaro y los pueblos inmediatos;
y á su mismo hijo Tangaxoan, le confirió el gobierno de
Tariacurí ó Tzinlzcnlzan, que llegó á ser después la capi­
tal do todo el imperio de Michoacán, y que entonces reco­
CAPÍTULO X V ]I. 603
nocía como dependencias suyas, las diversas islas que se
hallaban en el lago.
Fusión p or esta distribución hecha en 1400, vi-
de tarascos
y chfohimecas. nieron todas las provincias tarascas á que-
dar reducidas al dominio de los chichimecas vanáceos,
los cuales, mezclándose bien pronto con los indígenas
del país, se confundieron con ellos, formando una sola fa­
milia.
Muerto el monarca, la división ordenada por él se efec­
tuó lealmente; pero duró muy poco aquel órden de cosas.
EL rey de Pátzcuaro, Hicueasé, tuvo la desgracia de que
sus hijos observasen una conducta indigna y escandalosa;
y en vez de poderles dejar el trono, se vió precisado á con­
denarles á muerte, para castigar los escandalosos abusos
que diariamente cometian. Poco tiempo después tuvo
otro hijo, en quien cifró sus esperanzas; pero fuó muerto
por un rayo; y aquella funesta muerte, fuó considerada,
en las creencias supersticiosas de aquellos pueblos como
un bien del cielo, y el rey Hicucaxé fué adorado, como
una divinidad, desde el trágico fin de su último hijo. Al
morir sin descendientes, el reino quedó agregado á Tzint-
zuntzan; y el cuerpo del monarca, después de haber sido
embalsamado, se colocó en el gran templo de la isla de
Apupato.
Vuelve4 p oco tiempo después muró también Huici-
formarse un r 1
reino solo, pan, rey de Coyúcan; y habiendo abandonado
sus sucesores el gobierno, se unió de nuevo todo el reino
de Michoacán, no formando ya mas que un solo imperio,
bajo el gobierno de Ziziz-Paiuhcmrc, hijo y sucesor de
Tangaxoan, rey de Tzintzuntzan.
604 H ISTORIA D E M É JICO .

Se deciara El reino de Michoacán, creció rápidamente


dei°reUio bajo acertada dirección del monarca Ziziz-
Tztntzuatzan. Pamlecuarr, que poseia virtudes y capacidad
no comunes. Comprendiendo la ventajosa posición de la
ciudad de Tzinlzuntzan, la hizo corte del imperio, y man­
dó edificar templos y edificios suntuosos que la embelle­
cieron notablemente. También mandó hacer obras de im ­
portancia en los templos de Apupato, en que se hallaban
sepultados algunos de sus nobles predecesores; y en los
amplios sepulcros de éstos, que eran subterráneos, guar­
dó todos los tesoros reales. Contentos de su noble celo
los pueblos, miraban sus disposiciones con prevención be­
névola; y el mouarca, lleno de noble ambición y de amor
patrio, introdujo notables mejoras en la administración,
dictó acertadas leyes, estableció el órden mas perfecto en
los distintos ramos administrativos, y pronto sus vastos
Estados se vieron fuertes, ricos y preponderantes.
Fortificaciones. Para atender á la seguridad del reino, co­
locó fuertes guarniciones en las fronteras, y empezó á le­
vantar notables fortificaciones en la capital.
Muy poco tiempo llevaba de haber mandado construir
las últimas, cuando se sintió atacado de una enfermedad,
que al fin le llevó al sepulcro.
1460. La muerte del sabio y prudente rey Ziziz-
Eandecuarc, acaecida en 1400, cuatro años
decuaré. antes que la de Moctezuma 1, fué profunda­
mente sentida do lodos sus vasallos.
El reino de Michoacán, bajo su reinado, creció en poder
y en órden, como habia crecido Méjico durante el gobier­
no de Moctezuma. Eran los dos soberanos que brillaban al
CAPÍTULO X V II. 605
mismo tiempo, y con igual esplendor, en el horizonte po­
lítico de la América.
1460. Sucedió á Ziziz-Pandecv.arú en el trono,
Sube ai trono Sihuanga ó Zuvanga, hombre dotado de va­
de Michoacán . . .
Zuvanga lor y de nobles sentimientos. Siguiendo Jas
6Slhuauíía- huellas de su predecesor, dió impulso á las
artes y á la agricultura; y aunque amante de la paz, es­
taba siempre preparado para la guerra, temiendo que los
mejicanos tratasen de llevar sus armas conquistadoras
hasta sus provincias. Prudente y activo, mandó, para
prevenirse contra cualquier ataque, que se trabajase con
actividad en las fortificaciones que su antecesor habia co­
menzado en la capital; y pronto aquella obra, que mas
tarde llamó la atención de los españoles, quedó terminada.
Las conquistas del emperador mejicano Axayacatl, le
hicieron creer que este guerrero monarca proyectaba algo
contra Michoacán, y quiso prepararse para el caso de que
algo intentase.
Entre tanto, el comercio crecia, la industria se aum en­
taba, y adquiría mejoras la administración de justicia.
Estado de la Los mosaicos de pluma, las telas do algo.
industria. ¿ 0n, todos los artefactos, en fin, que se ha­
d an en la nación de los tarascos, en el bello reino de
Michoacán, aventajaban en hermosura y perfección á las
obras del mismo género hechas en las demás naciones de
la América. Nadie podia competir con los tarascos, en la
manera de curtir las pieles de los animales que cazaban:
trabajaban primorosamente el oro y la plata; tenían bas­
tantes conocimientos respecto del uso, mezcla y aplicación
de muchos colores, así vegetales como minerales; hacían
606 H ISTO RIA D E M É JIC O .

con exquisito gusto preciosas esteras de juncos; labraban


la madera con instrumentos de cobre, como entendidos
carpinteros y entalladores; en sus esculturas de piedra,
revelaban mayor perfección que las otras naciones de
Anáhuac, como se nota en la forma que dieron á sus ído­
los; los lapidarios cortaban con suma facilidad y destreza
las piedras preciosas, valiéndose de una arena especial
que ellos conocían; y los fabricantes de instrumentos cor-
con las navjas tantes, hacían notables navajas de una piedra
de piedra so J 1
podían afeitar, negra y dura, llamada icinapo, cuyo filo po­
día competir con el acero. Los soldados españoles, poco
después de la conquista, se afeitaban con esas navajas, sin
sentir molestia ninguna.
El tejido de las telas destinadas para los reyes y magna­
tes, era delicado y fino. Generalmente las destinadas
á los monarcas, eran unas preciosas mantas de algodón,
blancas unas, azules otras y de diversos colores las mas.
No eran menos curiosos los tejidos hechos de pelos de
conejo y de algodón, que usaban los caciques y gente prin­
cipal.
Trajes do La manera de vestirse de los tarascos di-
íosmichoiicanos. f6ria m u y pOCo de la de los mejicanos. E n­
tre los grandes personajes se acostumbraba llevar largo el
ropaje hasta media pierna, y encima una vistosa manta
terciada, formando un nudo encima de uno de los hom­
bros: su calzado consistía en unas suelas delgadas de cue­
ro de venado, bien curtido, que se sujetaban á los pies por
medio de cordones, á semejanza de las sandalias; distinti­
vo de la misma nobleza era llevar levantado el pelo y alado
al rededor de la cabeza, formando con vistosos cordones
CAPÍTULO X V II. 607
'de algodón, de diversos colores, varias trenzas, y ostentar
lujosos penachos de primorosas plumas.
La plebe iba desnuda, sin otra tela en todo su cuerpo
que unos pañetes con que se cubrian sus pudendas; y el
pelo lo llevaban suelto, con una que otra pluma en la ca­
beza.
Las indias llevaban el cabello levantado y en la forma
misma que los nobles.
Cualidades Los michoacanos ó tarascos, eran ligeros,
físicas de los D ’
tarascos, robustos, valientes, trabajadores, y la gente
■mas hermosa entre las demás naciones indias; sobresalían
en el mojeno del arco y de la flecha, y eran infatigables
en sus marchas.
Como soldados, ninguno les aventajaba; y era casual la
batalla que perdían.
Modo de Belicosos y amantes del peligro, iban ú
ir á la guerra, campaña con el placer y júbilo con que pu­
diera irse á una fiesta de regocijo y de placer; pintados
los desnudos cuerpos de rojo, negro y amarillo: con petos
hechos de hojas de maguey, y armados de arco, flechas,
macana y escudo. Los estandartes, que los llevaban oficia­
les de alta graduación, eran labrados de plumas de diver­
sos y vivos colores; y para aumentar el entusiasmo y enar­
decer el corazón en medio del combate, llevaban una nu ­
merosa música de bocinas, trompetas, caracoles marinos
y otros instrumentos mas ruidosos que armónicos.
t>edescaí» en En las batallas procuraban, lo mismo que
ios batallas J0S mejicanos, mas que matar, hacer prisio-
prUíoneroB pare ñeros para sacrificarlos á sus dioses,
ci sacnfloto. p ara estimular el espíritu guerrero, se da-
60S H ISTO RIA D E M ÉJICO .

Premios Lan premios á los que se distinguían por al-


destinados & guna acción heróica en un combate,
los cjuo sobresa-u
lían en una Al capitán que alcanzaba la gloria de ha-
b&taiia. cersQ nota}3i0 durante la batalla, le daba uno
de los grandes del reino, por esposa, una mujer de las vein­
te que cada uno tenia; acto en que la mujer cedida, se
consideraba muy honrada, porque se la consideraba como
un gran premio al valor.
Para evitar cualquier golpe de mano de los mejicanos y
matlatzingas, tenían fuertes guarniciones en las ciudades
de las fronteras, que eran Tiaximaloyan <5Taximaroa, Tzi-
tácuaro, Maravalio y Tzinapécuaro.
El valor era la primera virtud que debia resaltar en sus
reyes y señores; y á ningún príncipe le era permitido po­
nerse joyas y ricos vestidos, sino después de haberse dis­
tinguido en las batallas, haciendo, por su propia mano,
algún prisionero.
Nunca se empeñaban en una guerra, sino después do
la cosecha, para asegurar así la manutención de todos los
habitantes del reino; pero si alguien trataba de invadir su
reino, entonces les encontraban dispuestos á luchar en
cualquier tiempo.
Juegos y Los juegos favoritos de los michoacanos
diversiones. eran ¡a pei0ta y la carrera, y tenían extraor­
dinaria afición al baile y á la música
Se ignora el sistema de gobierno que rigió á los mi-
choacanos en los primeros tiempos; porque no tuvieron la
curiosidad de consignar en sus pinturas los acontecimien­
tos operados en sus cambios políticos; pero desde que la
monarquía llegó á su apogeo, la corona fuó hereditaria.
CAPÍTULO XVII. 609
El monarca ejercía un poder absoluto, en toda la exten­
sión de la palabra. Sus vasallos estaban sujetos á su vo­
luntad; le daban cuanto les exigía, y por la pesada servi­
dumbre en que vivían, mas que súbditos, venían á ser
esclavos. ( 1)
No les permitía tampoco á los señores y caciques gran­
de libertad el rey; pero sin embargo, gozaban de algunas
consideraciones.
Todos ellos, sin excepción ninguna, tenian la obligación
de acudir al servicio del monarca; y en tiempo de guerra
levantaban numerosos ejércitos en sus Estados, y coloca­
dos al frente de ellos, se ponían á disposición del sobe­
rano.
Al valor y á la inteligencia de los habitantes de Mi­
choacán, se reunían la actividad y el espíritu de adelanto.
En los momentos eu que el monarca mejicano Axoya-
catl se preparó á llevarles la guerra, Michoacán se encon­
traba á una altura de civilización no iuferior á la de los
mejicanos, y gobernada, como hemos visto, por un rey
entendido y prudente.
El vasto terreno que ocupaba, se veia cubierto de pobla­
ciones mas ó menos importantes, y habitado por todas
partes.
Limites Michoacán empezaba en el punto céntrico,
a*Michoacán. pU¿iera decirse, del país de Anáhuac; y era,
después del reino de Méjico, el mas poderoso de lodos,
incluso el de Acolhuacan. Sus últimos soberanos lo eran
también de la hermosa provincia de Jalisco; y su capital,
Tzintzunlzan, presentaba edificios y templos notables. Sus
(lj Beaumont. «Crónica de Michoacán.»
010 HISTORIA DE MÉJICO.

confines con el imperio mejicano, los parlia en lxllahuaca,.


distrito de Tala, extendiéndose ciento cincuenta leguas
desde allí hasta la mar del Sur. Continuando desde este
punto en dirección de la costa, iba á colindar cerca de
Mazatlán, con diversas tribus nómadas que se mantenian
de la caza y tenian sus movibles aduares en las frescas
arboledas que se encontraban á las márgenes de los rios.
que bañaban los incultos campos de Sonora y Sinaloa. En
forma irregular y caprichosa, y abarcando terrenos de una
feracidad prodigiosa, se extendia por la parle del Norte y
del Nordeste, hasta los vastos desiertos en que vagaban
errantes los teides chichi-mecas; y al Norte y al Poniente,
se dilataba abrazando á Zacatecas, Durango, Jalisco y Si­
naloa, vastos territorios habitados por indómitas y diver­
sas tribus guerreras, que conservaban distintas denomina­
ciones.
Descripción El terreno del poderoso reino de Michoa-
<iei suelo Can ó tarasco, aunque montuoso y quebrado,
<le Michoacán, :
su clima, sus ostentaba bellísimas vegas de una feracidad
producciones. exuberant6_y disfrutaba de un clima delicio­
so, templado y suave, que acaso supere al benigno y dul­
ce con que Dios ha favorecido á la hermosa capital de Mé­
jico. Allí, al lado de los árboles propios para la fabricación,
se encuentran los medicinales y los que brindan delica­
das frutas : allí se elevaba frondoso el aromático cedro ; el
medicinal tamarindo de flores blancas; el gigantesco ahue-
buete, de frondosas ramas: el ébano de maciza madera que
compite en altura y calidad con el que se creia en las sel­
vas de Ceilan y en la Etiopía; el frondoso llamado cañafis-
tula, de hojas y flores vistosas, el ororuz, de flores de color
CAPÍTULO XVU. Gil
de rosa, de cuya raíz benéfica se toma el palo dulce; el
taray; el guayaco de torcido tronco y madera medicinal;
el agradable chirimoyo, de sabrosa fruta; el corpulento ma­
mey; el coco, el guayabo, el plátano, el chicocapote, el
cacao, y otros mil árboles de diversas frutos, cuya num e­
rosa variedad seria difícil encontrar reunida en ninguna
otra provincia.
En las entrañas de los montes, que ostenta la majestuo­
sa sierra que embellece el pintoresco territorio de Michoa­
cán, se ocultan abundantes y ricos minerales de oro.
plata, bronce y cobre, al mismo tiempo que valiosas y ex
quisitas piedras.
Muchos y caudalosos son los ríos que bañan y fecundi­
zan las vistosas campiñas de la deliciosa región que ocu­
paban los tarascos. Entre ellos, se encuentran el de b'ra-
pan que, formándose en un ojo de agua de doce varas de
circunferencia, brota con abundancia y fuerza tan ex -
traordinarias, que, á distancia de pocas varas, no permite,
vadear sus corrientes; el de Zacatula, el de Talcalepeque;
el de Xacona, San Gregorio, San Felipe, y otros muchos
que mantienen en constante vigor y lozanía los árboles, las
plantas y las flores, que por todas partes se presentan á
la visla del hombro, brindándole delicioso ambiente, grata
frescura y regaladas frutas.
Grandiosas lagunas, cercadas de pintorescos pueblos
escondidos entre el verde ramaje de los frondosos árboles,
aumentan el seductor encanto del paisaje. La mas notable
Laguna esas hermosas lagunas es la de Pálzcuaro.
de Pdtzcuero. en CUyas dulces aguas se encuentran los mas
exquisitos peces. Esta laguna, que tiene quince leguas de
G 12 HISTORIA DE MÉJICO.

circunferencia y nueve de una punta á la otra, ostentaba


en la época en que Méjico se disponía llevar la guerra á los
tarascos, mayor número de pueblos situados en su esmal­
tada circunferencia, que los que actualmente la cercan y
acompañan.
Abundantes aguas termales, como las salutíferas de
Chucándiro y San Bartolomé, eficaces para curar num e­
rosas enfermedades, así como las sulfurosas del manantial
de Ario y de Tararaeo que no permiten, por los elevados
grados de calor que encierran, que nadie se lave en ellas,
se encuentran en diversos puntos de aquel favorecido ter­
ritorio.
En consonancia con la fertilidad de su rico suelo y con
la belleza de su esplendente y limpio cielo, siempre azul
3* risueño, se encuentra su delicioso clima. Nunca, en la
estación del invierno, que allí no es conocido mas que por
el nombre, llueve d í nieva. El sol, constantemente libre
de nubes importunas, envia sus limpios rayos, templando
la transparente atmósfera en los últimos y primeros meses
del año; y en la estación de las aguas, que empieza en los
sofocantes calores de Junio, y termina á fines de Setiem­
bre, las benéGcas lluvias, cayendo única y casi infali­
blemente de tres á cuatro de la tarde, refrescan gra­
tamente la atmósfera, conservándola pura y agradable
durante la noche, en que el cielo se ve tachonado de es­
trellas.
Los reyes de Michoacán, no solamente se dedicaron á
proteger la agricultura y la industria, sino que, como los
mejicanos y texcocanos, dictaron leyes que sirviesen á la
sociedad de garantía y seguridad.
capítulo xvir. 613
Leyes penalea Los delitos se castigaban con severas pe-
mioboaoanoB. ñas; y para evitar que se cometiesen impu­
nemente, había en las principales poblaciones, gobernado­
res nombrados por el rey, que velaban por el órden y la
conservación de las buenas costumbres.
El distintivo de los principales ministros de justicia,
consistia en una vara larga negra, adornada, en su parLe
superior, con plumas de colores, y engastada con piedre-
citas que produciaü el sonido de los cascabeles.
Jueces. Cuando estos jueces pasaban por la calle,
salían de sus casas algunos vecinos, para acompañarles
hasta la inmediata, donde eran acompañados por los de
aquella en que marchaba.
Los gobernadores no tenían mas facultad en la admi­
nistración de justicia, que examinar la causa de los trans-
gresores de las leyes; pero de ninguna manera castigar ni
absolver al acusado. La facultad de aplicar la pena, solo
residía en el soberano, cuyo poder, como be dicho, era
absoluto, para lo cual el gobernador le enviaba el informe
y el reo.
cddifro penal. Al individuo que cometía estupro ó violen •
cia contra la honestidad de una mujer, le rasgaban la
boca basta las orejas con un cuchillo de pedernal, y en
seguida le clavaban sobre un palo.
El robo, se perdonaba por la primera vez, amonestando
únicamente al ladrón á que no repitiese el delito; pero si
reincidía, le despeñaban de una inmensa altura, y dejaban
tirado su cadáver, para que sirviese de pasto á las aves
de rapiña.
La embriaguez, aunque era mal vista, no se castigaba
<314 HISTORIA DE MÉJICO.

con las penas terribles con que se castigaba en Méjico y


en Texcoco; y en los bailes y vítores que usaban, solian
beber vino hecho de maíz, hasta el extremo de caer á tier­
ra, privados de conocimiento y de fuerza. (1)
La vagancia se castigaba, condenando al entregado á
ella, al trabajo de las minas, que era una especie de pre­
sidio perpéluo.
Para el homicidio no hubo señalada pena por mucho
tiempo, como juzgando al hombre incapaz de perpetrar
semejante crimen; pero viendo, mas tarde, que aquel se
cometía, se ordenó que al homicida se le llevase arrastran­
do de los piés por calles y plazas, hasta que espirase.
Religión de ios A empañar las bellas dotes naturales de los
michoacanoB. michoacanos, las obras de su clara inteligen­
cia y de su creador ingenio, venia la funesta y falsa reli­
gión que, por desdicha, profesaban. En medio de las sen­
cillas ofrendas de flores, copal y de diversas resinas aro­
máticas ofrecidas en el altar de sus ídolos, iba á mezclarse
la horripilante de los sacrificios humanos,
solemnidad en Pero donde se manifestaban en marcado y
ios funerales Queencontrado relieve los nobles sentimientos de
se hacían &los
reyes taraecos.y amor j de respeto hácia sus semejantes, con
vícll™“®que los duros actos dictados por la superstición,
sacrificadas. e ra en los funerales de los reyes y de los
grandes, que celebraban con un respeto profundo.
Desde el instante que caia enfermo el monarca, entraba
á gobernar interinamente su sucesor, y acudían todos los
médicos y herbolarios del reino, á fin de que el monarca
se utilizase de los conocimientos de aquellos facultativos
(1) Beaumont. «Crónica de Michoacán.»
CAPÍTULO XVII. 6 15
que mas entendidos juzgase para su enfermedad. Cuando
esta no cedia á las medicinas, el rey llamaba á su sucesor,
á los señores que gobernaban sus provincias y á todos los
individuos que ejercian algún cargo público. Todos tenían
obligación de acudir al llamamiento del monarca; y aquel
que no acudía, era considerado como rebelde y traidor.
Cada uno de los referidos magnates se presentaba, llevan­
do ricos regalos al rey enfermo, pues era condición preci­
sa llevarlos; y esos valiosos presentes se colocaban en un
portal, donde babia una silla ostentando las insignias rea­
les. En el momento en que el rey entraba en agonía,
se prohibía á todos la entrada en su alcoba; y á los ilustres
huéspedes se les señalaba, para que habitasen, espaciosos
salones donde permanecían, perfectamente asistidos, hasta
que espiraba el soberano.
Muerto el monarca, el sucesor al trono daba aviso de
aquel triste acontecimiento á los magnates y funcionarios
públicos. La noticia causaba en ellos una sensación pro­
funda, y corrían á la pieza mortuoria, llenos de aflicción,
llorando y exhalando lastimeros ayes, apoderándose entre
lágrimas y suspiros, del cuerpo del soberano. Dominados
por el sentimiento de pena y de respeto, lavaban cuidado­
samente el real cadáver, le vestían una camisa delicada de
algodón, adornaban su garganta con rico collar de perlas;
le ponían grandes zarcillos de oro en las orejas; valiosos
brazaletes en los molledos, y en las muñecas unas pulse­
ras de turquesas; un broche de oro y de esmeralda en la
boca, pendiente del labio inferior; preciosas sandalias en
los pies, como timbre heroico de su valor; cascabeles de
oro en los tobillos; le adornaban el largo cabello con un
016 HISTORIA DE MÉJICO.

trenzado de ricas plumas y valiosa argentería, y le ponian


otras varias alhajas de subido precio que llamasen la
atención, asi por su valor como por su exquisita hechura.
Vestido el cadáver, lo colocaban en un lecho de finas
mantas, preparado en un alto labiado, y le cubrian con
otra manta finísima, en que se veia el retrato del rey, pin­
tado de colores, y dibujados todos los objetos con que ha­
bían adornado el cuerpo.
Las mujeres del r e y , que hasta entonces permanecían
calladas, daban libre salida al llanto, exhalaban profundos
suspiros, y pronunciaban palabras de dolor y de pena,
que acompañaban con ademanes del mas vivo sentimiento.
Tras esta escena de llanto, venían otras mas sérias y
verdaderamente sensibles. Era preciso que al difunto mo­
narca, acompañasen en el otro mundo un número de per­
sonas de ambos sexos, que le pudiesen proveer de todo lo
necesario. La elección de esas personas era hecha por el que
habia heredado el trono. Siete eran las mujeres que de­
bían morir para que le sirviesen atentamente; y de hom­
bres, uno de cada profesión y oficio, panadero, peinador,
zapatero, sastre, cocinero, perfumista, leñador, músico,
remero, barquero, fabricante de armas, plalero, algunos
de los médicos que habian pretendido curarle, sin duda pa­
ra que los otros se afanasen en estudiar, y f otros, cuyos
oficios y profesiones seria prolijo enumerar.
Al llegar la media noche, se disponía la procesión fúne­
bre para conducir el real cadáver, desdo el palacio al tem­
plo, donde debia ser reducido á cenizas.
Abrían la marcha los desdichados que habian tenido la
desgracia de ser elegidos para morir y acompañar al sobe­
CAPÍTULO XVII. (517
rano. Llevaban en la cabeza graciosas guirnaldas de aro­
máticas flores, embarrado el cuerpo con pintura amarilla,
guardando el mayor recogimiento, y marchando á lento
paso y formando dos largas hileras.
Tras do las desventuradas víctimas iban cuatro señores
de alta distinción, llevando en hombros las ricas andas en
que marchaba el cadáver, y oslen laudo en sus trajes las
insignias con que habian servido á su monarca. Seguían
á los grandes que conducían las andas, los sacerdotes, con
largas vestiduras blancas, labradas de negro, tiznados con
pintura negra, enmarañado el largo cabello, ceñida la fren­
te con una correa, y entonando con voz lúgubre, himnos
religiosos, al son de una música de bocinas y caracoles.
Después de los sacerdotes marchaba la nobleza, y cerraba
el lúgubre cortejo la multitud que caminaba con la cabeza
inclinada y á una distancia respetable. De ralo en ralo, y
aumentando lo pavoroso de aquella fúnebre procesión, se
escuchaba, en vez del doble de las campanas que ellos des­
conocían, el horripilante tañido causado por el golpe dado
con huesos de caimanes sobre grandes rodelas de tortugas.
El crecido número de luces que arrojaban las hachas de re­
sinoso pino y de ocote, quo llevaban en la mano los dolien­
tes, imprimían un aspecto pavoroso á aquella escena en
que muchos vivos, caminaban al funesto sitio donde les
esperaba la muerte para que acompañasen á su rey.
Cuando la triste y numerosa comitiva llegaba al atrio
del templo, daba cuatro vueltas al rededor de una gran pi­
ra de leña seca y resinosa que había sido preparada con
anticipación por los sacerdotes, y con reverencia y notable
acatamiento, colocaban el real cadáver en el último tramo
G IS HISTORIA DE MÉJICO.

de la pira. Entonces cuatro ministros de los falsos dioses


se acercaban con hachas de ocote encendidas, á la pira,
y comunicando á la vez, por los cuatro lados, el fuego á la
seca leña, las llamas se levantaban, envolviendo entre ellas
el cadáver, en medio de los himnos religiosos, del tañido
producido por las rodelas de tortuga, y por las bocinas y
los caracoles marinos. En los momentos en que la hoguera
empezaba á elevar su devoradora ñama, se arrojaban sobre
los desventurados que debían servir y acompañar al mo­
narca en el otro mundo, y á quienes embriagaban para
quitarles el temor, varios individuos armados de porras y
macanas, y á golpes les quitaban la vida.
Las horas que restaban de la Doche se pasaban en arro­
jar, de tres en tres y de cuatro en cuatro, ios cadáveres de
las víctimas sacrificadas, en unas hondas sepulturas, prac­
ticadas detrás del templo, que daban, según su creencia,
paso ai otro mundo, y en atizar continuamente el fuego
de la pira, hasta pulverizar el cadáver. Al rayar el dia y
asomar la luz primera del sol, se recogían cuidadosamente
las cenizas, las joyas derretidas por el fuego, las valiosas
piedras que se conservaban enteras y algunos huesos no
consumidos; y unido todo, lo colocaban en un lienzo, pro­
curando darle la forma del monarca, colocándole, para
figurar el rostro, una careta de oro. Figurado así el cuer­
po, le adornaban de nuevas joyas y galas, practicando las
mismas ceremonias que en el entierro: le colocaban en la
espalda una rodela de oro; y poniéndole al lado un rico
arco y algunas flechas, le conducían á una ancha sepul­
tura, profunda y cuadrada, semejante á una espaciosa al ­
coba, delicadamente esterada, en medio de la cual se
CAPÍTULO XVII. 619
veia una cama de madera, donde era colocado el bullo
que figuraba al rey. El lecbo ostentaba rodelas de oro,
alhajas y preciosas joyas de notable valor. Junto á esta
valiosa cama, ponían provisiones de pan, vino y delicadas
viandas para que no sufriese hambre ni sed en el viaje.
Acomodados en sus respectivos lugares las ollas, las vasi­
jas y los platos, el gran sacerdote tomaba en sus brazos
el envoltorio que figuraba al monarca, y en el cual esta­
ban sus cenizas, y lo metia en una gran tinaja, le sentaba
en ella con el rostro hácia al Oriente, tapaba la tinaja pro­
nunciando algunas palabras, y en seguida se marchaba.
Entonces los nobles y demás sacerdotes, lendian sobre la
tinaja y la cama muchas y finas mantas; llenaban con cajas
de caña, en que estaban las bellas plumas y las alhajas con
que se adornaba el rey en los bailes, el hueco que que­
daba, y todo lo cubrían con vigas barnizadas, formando
una especie de bóveda, diferenciándose en esto de las de­
más sepulturas que se cubrían de tierra.
Terminadas las ceremonias referidas, lodos los que h a­
bían tocado los cadáveres se bañaban, para evitar el conta­
gio; y en seguida marchaban al palacio, donde el nuevo
monarca les daba un opíparo banquete en el espacioso
patio. Levantados los manteles, daban á cada convidado
un trozo de algodón, con el cual se limpiaban el rostro, y
en aquel patio permanecían cinco dias, manifestando una
tristeza profunda, con la vista clavada en el suelo, y sin
pronunciar una sola palabra que interrumpiese el silencio.
Eran cinco dias de un duelo profundo, en que la ciudad
remedaba un ancho sepulcro; dias en que á nadie le era
permitido encender lumbre en su casa, moler el maíz, ni
620 HISTORIA DE MÉJICO.

hacer nada que pudiese interrumpir el silencio: los mer­


cados y tiantjius cesaban; ninguna persona cruzaba por
las callos, y todos permanecían en sus casas tristes, afligi­
dos, y entregados al ayuno por la muerte del rey.
El nuevo monarca no se mostraba menos conmovido
que sus vasallos; y los señores de las provincias, manifes­
tando un dolor intenso, iban á llorar á la tumba, y vela­
ban el sepulcro, alternándose, según el orden que estable­
cían.
Las ceremonias referidas, solo se usaban con los reyes,
los señores y los grandes. Respecto del pueblo, los en­
tierros de los tarascos se celebraban según la posibilidad
de las familias, aunque con muchas y raras supersticio­
nes. Generalmente elegían para sepulcro, las faldas de los
cerros, que veuian á ser unos cerrilos sueltos, hechos á
mano, con piedras y cascajo, de los cuales aun se ven
algunos en lo que lleva el nombre de Mal-País.
ufíctaacanos* á conocer las costumbres y la rique-
mfjicauoB. za del suelo á donde el emperador mejicano
Axayacatl llevaba la guerra, pasemos á referir las opera­
ciones de la campaña.
El monarca de Michoacán, el cauto y valiente Sihuau-
ga, se preparó á recibir á su terrible adversario desde el
instante que se declaró la guerra, y reforzó la frontera con
numerosas y aguerridas tropas.
La lucha empozó con tenacidad y encarnizamiento.
Los mejicanos alcanzaron al principio, tras de rudos
y costosos combates, algunas ventajas, logrando penetrar
en las fronteras de sus enemigos; pero pronto se vieron
detenidos en su avance. El monarca micboacano Sihuan-
capítulo x v ii . 621

ga, poniéndose al frente de su aguerrido ejército, esperó


ai conducido por el rey Axayacall.
sangrienta Dada la señal de ataque por una y otra
batalla. parte, las tropas tarascas y mejicanas se aco­
metieron lanzando espantosos alaridos, aumentando su a r­
dor bélico el incesante ruido de las bocinas y caracoles
marinos, tocados por los músicos. A una lluvia espesa de
flechas, arrojadas al emprender el avance unos sobre otros,
siguieron los terribles golpes de las macanas, al luchar
cuerpo á cuerpo. El furor de los combatientes crecia á
medida que corría la sangre, tiñendo de rojo la campiña.
Nunca se había dado una batalla mas sangrienta que
aquella.
El odio que se profesaban mejicanos y michoacanos, les
hacia á unos y otros despreciar la muerte, y arrojarse so­
bre sus contrarios con el afan de eslerminarles.
Muchas horas llevaban de combatir y de malar. Los
combatientes, pisaban, por decirlo así, no sobre el suelo,
sino sobre cadáveres.
La mayor parte de la nobleza mejicana había perecido,
y sus mejores capitanes estaban muertos ó heridos.
Axayacatl, ardiendo en ira, hizo un sublime esfuerzo,
procurando alcanzar la victoria; pero en aquella acometi­
da perdió á varios de sus mas distinguidos guerreros y ai
valiente Huilznahuatl, á quien profesaba singular afecto.
Los ¡ubícanos El monarca mejicano traló de vengar aque-
S0WporT^08 muerte; pero rodeado por todas partes de
michoacanos. enemigos, viendo sin vida sobre el campo de
batalla la flor de sus jefes y de su ejército, y fatigados,
heridos y sin capitanes á sus soldados, se vio precisado á
622 HISTORIA DE MÉJICO.

emprender la relirada con los restos de sus destrozadas


tropas.
Los mejicanos, destruidos y acosados por los michoa-
canos, y dejando millares de prisioneros entre sus vence­
dores, volvieron á Méjico, tristes por el funesto éxito de
la campaña.
Axayacatl, inconsolable por su derrota, se encerró en
su palacio, á donde fueron á consolarle los principales se­
ñores y guerreros, haciéndole ver que no siempre es vo­
luntad de los dioses premiar el valor; y que toda vez que
los mejicanos, con su conocida decisión y prodigando su
sangre por la patria, habian probado á los michoacanos el
esfuerzo de su brazo, la mayor prueba de entereza era re­
signarse á acatar la voluntad del que era la luz y la noche,
el agua y el fuego, el cielo y la tierra, del magnánimo
dios ITniLilopoclitU.
El rey Axayacatl escuchó con grata satisfacción las pa­
labras de los nobles de su reino, y se manifestó grande en
medio de su infortunio. «El que tione en su mano— dijo—
los triunfos y las derrotas; el que prueba en la desgracia
el temple de los corazones; nuestro adorado dios HiUktfo-
jmchtli, dispuso negarnos la victoria, y yo venero su vo­
luntad: mis valientes guerreros no han sido vencidos por
las manos débiles de mujeres, sino por el robusto brazo de
intrépidos michoacanos: la sangre de nuestros compatrio­
tas, vertida á torrentes, ha servido de grata ofrenda á
nuestra divinidad; y las almas de los que han perdido la
vida, han volado á gozar de la eterna gloria que nuestro
dios Hnikilopochtli tiene destinada á los que mueren
combatiendo por él y por la patria.»
CAPÍTU.0 XVII. 623
Aunque el rey Axayacatl se manifestaba resignado con
el revés sufrido, no por eslo desistió del pensamiento de
hacer la guerra á los michoacanos. Su espíritu guerrero
se sublevaba contra la idea de haber sido derrotado, y se
propuso volver de nuevo á la lucha para vindicar su honor.
Su pensamiento fué ensanchar los límites de su impe­
rio, por la parle del Poniente que le parecían demasiado
estrechos por aquel punto, y continuar en seguida, inter­
nándose en Michoacán.
Nuevas Resuelto á llevar á cabo su empresa, pre-
conqulstas < 1 x
de Axayacsti. paró un numeroso ejército; marchó al frente
de él por el valle de Toluca, y pasó mas allá de los montes:
pero únicamente logró apoderarse de Tocbpan y de Tlaxi-
maloyan, quedando desde entonces lijada en aquel punto
la frontera del reino de Michoacán.
101 monarca Axayacatl, dejando en la frontera UDa par­
te de sus tropas para que conservasen lo conquistado, se
apoderó, volviéndose hacia el Oriente, de las ciudades de
Ocuilla y de Malacatepec.
Dueño de estos puntos, Axayacatl volvió á Méjico, don­
de empezó á prepararse para nuevas conquistas.
Los tlaxcaltecas, con quienes Moctezuma había prohibi­
do que se tuviese comercio ninguno, enviaron unos comi­
sionados al rey Axayacatl, en solicitud de que se estable­
ciese entre ambas naciones el tráGco, siempre útil á todos
los pueblos. La sal, el cacao y el algodón, de que carecian
en absoluto, les obligaba á insistir en su demanda. Axa­
yacatl, ensoberbecido con la rápida prosperidad con que
su nación marchaba, respondió que el rey de Méjico era
señor de todos los pueblos situados en el continente ame­
624 HISTORIA DE MÉJICO.

ricano; que no reconocía en nadie derecho para que le hi­


ciese proposiciones; que los habitantes lodos de los diver­
sos reinos, eran sus vasallos; y que si los tlaxcaltecas
querían alcanzar su favor, le prestasen obediencia y se
declarasen tributarios de la corona de Méjico.
La arrogante contestación de Axayacatl, llenó de indig­
nación á los embajadores. Ofendidos por las palabras del
monarca mejicano, contestaron que los tlaxcaltecas no de­
bían tributo á ninguna nación, porque de niDguna habían
sido tributarios nunca; que desde que sus antepasados
habían salido de los países septentrionales, para habitar el
punLo que ocupaban, habiau disfrutado de completa liber­
tad; y que no estando acostumbrados á la esclavitud, ni
hallándose dispuestos á sufrirla nunca, se retiraban dis­
puestos á derramar su sangre contra cualquiera nación que
tratase de imponerle su yugo.
Axavacall se propuso probar, llevando la guerra á los
tlaxcaltecas, que tenia poder suficiente para obligarles á
147r7- ser sus tributarios; pero la muerte viuo á
Muerte del rey
Axnyacati. privarle de la vida antes de que pusiese en
planta sus nuevos proyectos, y falleció en 1477, á los tre­
ce años de un reiuado glorioso, en los cuales la m onar­
quía mejicana extendió notablemente sus límites.
Axayacatl, aunque dedicado á las conquistas, no por
esto descuidó el buen despacho de la administración de
justicia, ni los demás importantes negocios públicos. Fue
severo en castigar á los Irunsgresores de las leyes que su
antecesor dió á los pueblos: su valor no tuvo límites; y
su amor á la patria, igualó á su celo por el lustre de las
armas. Tuvo muchas mujeres, de las cuales dejó numero -
CAPÍTULO XVII. 625
sos hijos, entre ellos Moteuczoma II, que llegó á ser céle­
bre en la historia, así por su poder y magnificencia, como
por haberse hallado ocupando el trono á la llegada de
Hernán Cortés al rico suelo de Méjico.
Todos los ricos y numerosos despojos de oro, plata, per­
las y alhajas que de sus frecuentes conquistas, durante
sus trece años de reinado, llevó el rey Axayacatl á la ca­
pital, asi como los valiosos tributos y presentes que ue los
mismos ricos objetos le enviaban con frecuencia los seño­
res feudatarios, los dejó guardados, sin que nadie mas que
la familia real supiese el sitio en que estaban, en una es­
paciosa pieza de uno de sus palacios.
CAPITULO XVIil.

T ízoc, sétimo rey de Méjico.—Sale Acampaña.—Fiestas que se liocen en su


coronación.—Trajes de los mejicanos, y adornos que llevaban en el rostro.—
El rey Tízoc somete al órden varias ciudades rebeladas.—Guerra entre liue-
xotzingos y texcocanos.—Triunfo de los texcocanos.—Casamleuto de Neza-
hunlpilli con una sobrina del rey de Méjico.—El monarca T ízoc muere
envenenado.—Son castigados los culpables.—Aliuitzotl, octavo rey de Méji­
co.—Sale :i campana para hacerse de los prisioneros, para el sacrificio en su
coronación.—Concluye el templo de Huitzilopochtli.—Dónde estaba el Ico-
a tlli principal.—Lo que había en sus cimientos.—Número de victimas sacri­
ficadas en la dedicación del templo.—Los indios pintados por los poetas y
presentados por la historia.—Nuevas hecatombes.—Muerte del rey de Tacu-
ha.—Totoquihuntzin, tercer rey de Taouba —Nuevas conquistas de Abuit-
zotl.—Los mejicanos son derrotados en Atl ixco.—Valar y fuerza de Tolteootl.
capitán huexotzlngo.—Proyecto de uu acueducto.—El rey Ahuitzotl manda
matar Aun fiel consejero.—Ceremonias en la conducción del agua AMéjico.
—Nueva inundación de Méjico.—Hambre en Méjico.—Descubrimiento de la
piedra tetcOH/li.—Mas conquistas.—Muerte del rey Ahuitzotl.

14 7 7 . Celebradas las exequias de Axayacall, fué


nombrado rey de Méjico, por voto unánime
7.nrey deMéjioo.
de los cnatro electores, su Hermano Tízoc, óTitzotzin, que
significa flcduuh, y que, como general, se había distin­
guido ya en varias campañas.
628 H ISTO RIA D E M É JIC O .

Para hacerse de los prisioneros que debían sacrificarse


en las fiestas de su coronación, llevó la guerra á varios
pueblos tributarios que se habían sublevado en cuanto es­
piró el monarca Axayacatl, anhelantes de sacudir el yugo
de los monarcas mejicanos.
Entre las ciudades rebeladas, proclamando su indepen­
dencia, se encontraban Toluca y Tecaxic; y en el país de
los mixtecas, Tlapan y Tamapachco.
El monarca T ízoc , combatiendo al frente de sus aguer­
ridas y numerosas huestes, las venció, y las volvió á la su­
jeción de la corona de Méjico.
Los despojos alcanzados en esa campaña fueron nume­
rosos y de gran valor.
Los habitantes de la capital salieron á recibr al rey-
triunfante, llenando los aires de entusiastas aclama­
ciones.
Las fiestas celebradas en su coronación, se hicieron no­
tables por el placer y la elegría demostrada por la pobla­
ción entera.
Fiestas y Sacrificados al dios ffwUzilopoclUli los nu-
juegos. merosos prisioneros, y repartidos sus brazos
y sus muslos entre los militares que los vencieron, para
regalo de sus banquetes, el pueblo acudía á todas partes,
llenando las calles y las plazas en que habia bailes, mú­
sica, juego de pelota, volador, teatro y ejercicios gimnás­
ticos.
La vista que presentaba aquel inmenso océano de gente
por la diversidad de colores que se advertian en sus tra -
jes, así como en los adornos que ostentaban en el rostro y
la cabeza, era verdaderamente pintoresca.
Caballero azteca con Lodas sus insimulas
CAPÍTULO XVIII. G29
Trajea de los Allí se veia á los hombres del pueblo, cu -
mejícanos biertas las pudendas de su desnudo y cobri-
y adornos que * „ ,
llevaban zo cuerpo, por una faja de algodón, llamada
en el rostro, maxtlatl, cuyas extremidades colgaban por

detrás y por delante; llevando terciada y anudada sobre


uno de los hombros una capa cuadrada, conocida con el
nombre de Uhnatli, de cerca de cuatro piés de cada lado,
liecha del áspero hilo de maguey, pero de uu tejido ordi­
nario y abierto; calzados con unas sandalias, denominadas
cacili, que eran una suela de cuero de venado, sujeta al
pié por correas; (1 ) ostentando grandes pendientes de con­
chas, de ambar ó de otra materia reluciente, en las orejas,
en la nariz y en el labio inferior; llevando vistosos collares
en el pescuezo; pulseras en los brazos, y argollas en las
piernas; con su luenga cabellera trenzada y recogida, y
dejando flotar sobre sus cabezas, brillantes plumas de v a ­
riados colores.
Junto á ellos se descubria á las mujeres, también del
pueblo, con la negra cabellera suelta, sin mas ropaje que
un pedazo cuadrado de lela ordinaria de algodón, con que
se envolvian desde la cintura hasta la rodilla, sujetándola
con una faja, improvisando así unas enaguas que llamaban
cueill, y cubriendo su pecho y espalda con una especie de
camisa, sin mangas, llamada fompilli, que la llevaban por
encima, y que apenas les llegaba á la cintura.
Ocupando los puntos principales y rodeados de sirvientes
y de esclavos, se veia á los ricos y nobles, con finísimas ca-1

(1) Hoy llaman generalmente A este calzado los indios, gm rachcs; voz to­
mada de la lengua tarasca.
C30 HISTO RIA D E M É JIC O .

pas de algodón de variados colores, bellos penachos do


plumas en la cabeza; con valiosos pendientes de oro y pie­
dras preciosas en las orejas, nariz y labio inferior; con pre­
ciosos collares de /inas esmeraldas, costosos brazaletes, ar­
gollas de oro en las piernas; con exquisitas sandalias su -
jetas al pié, por medio de hermosos cordones trenzados de
oro y piedras preciosas: y ostentando en el adorno de sus
vestidos las alhajas de mas valía.
Todo era animación 3^vida en la ciudad en aquellos dias
en que se celebraba la coronación del nuevo soberano.
Terminadas las fiestas públicas, el rey Tízoc se dedicó
á la buena marcha de los asuntos del Estado.
Mas inclinado á los negocios interiores que á la guerra,
se entregó á los trabajos gubernativos, y vigiló con empe­
ño sobre la recta administración de justicia. Pero no obs­
tante su repugnancia á la guerra, muchas veces se vió
Tízoc somete 6. precisado á salir con su ejército, para reducir
iaobediencia ¿ la obediencia á Estados sometidos por sus
ciudades predecesores, y que buscaban sin descanso la
rebeladas. o c a s jo n ¿e hacerse independientes de la co­

rona de Méjico. Catorce fueron las ciudades rebeladas en


diversas épocas de su reinado, que obligó á volver á la
obediencia, venciéndolas, según consta de una Colección de
pinturas antiguas que se conservan.
Afas amante de la paz que de la guerra, T ízoc, solo re­
curría á esta cuando era indispensable afianzar por las ar­
mas la estabilidad de aquella.
Dotado de un carácter grave, circunspecto y severo, se­
mejante al que había distinguido á los monarcas que le
precedieron, se mostraba celoso de la observancia de las
CAPÍTULO X V III. 631
buenas costumbres, y castigaba con rigor á los que come­
tían delitos de importancia.
Guerra entre Mientras el nuevo soberano de Méjico se
103 ‘" i r 08 0CUPaba de la buena marcha de los negocios
huexoteiogos. públicos y del embellecimiento de la ciudad,
el reino de Acolhuacan, que el sabio Nezahualcoyoll dejó
floreciente y poderoso, sentía rugir la amenazadora tem­
pestad de las revoluciones.
Nezahualpilli, que había heredado las virtudes de su
excelente padre, seguía las huellas del rey poeta y legis­
lador, protegiendo la agricultura, las artes, las ciencias y
las letras. Amante del embellecimiento de la ciudad, man­
dó construir un gran palacio, en que se ocuparon los artis­
tas mas notables que contaba la culta Texcoco.
Duran Le los primeros años de su reinado, la armonía
mas perfecta existió entre él y sus hermanos. Ninguno de
estos parecía envidioso de que el menor de ellos hubiese
sido el preferido para ocupar el trono. La memoria y el
respeto hacia el finado monarca, que les había recomenda­
do la unión, mantenía firme el lazo de la familia; pero
pasado algún tiempo, la ambición vino á ahogar el senti­
miento fraternal en los hermanos mayores, y juzgándose
humillados con obedecer al menor, resolvieron derrocarle
del poder que ellos ambicionaban.
Los hermanos ^ ara alcanzar Ia realización de su deseo,
dei rey empezaron á conspirar en secreto con algunos
Nezahualpilli ., . . . ,
conspiran partidarios que teman, y se pusieron de acuer-
contra él. ¿0 con los chalqueses para dar el golpe pro­
yectado. Obstáculos imprevistos se opusieron á la realiza­
ción del plan proyectado con los chalqueses; y enlonces
632 HISTORIA DE M É JICO .

los príncipes conspiradores solicitaron el favor de los hue-


xotzingos, que se prestaron á servirles. Informado el rey
Nezahualpiili de lo que contra él se intentaba, reunió un
numeroso ejército, y marchó á su cabeza contra los hue-
Guerra entre xotzingos, en cuyas filas se hallaban sus re-
l0S “ °B Yeldes hermanos. El general de las tropas hue-
huexotzíngos. xolzingas, juzgando que el triunfo completo
se alcanzaría fácilmente si so lograba matar ó hacer prisio­
nero al rey, se informó del traje con que había salido á
campaña, y ofreció codiciados premios á los que le presen­
tasen vivo ó muerto, y les dió las señas del vestido que
llevaba. Muchos se propusieron alcanzar el premio, y se
dispusieron á lanzarse sobre el monarca en cuanto empe­
zase la acción. No falló alguna persona que informase á
Nezahualpiili de la disposición tomada; y el rey, aprove­
chándose del aviso, y tratando de burlar el golpe proyec­
tado, cambió de traje antes de presentarse á sus contra­
rios, haciendo que uno de sus capitanes se vistiese con el
suyo y con las insignias reales.
La batalla se trabó con igual valor por una y otra parle.
Un número considerable de huexotzingos, codiciosos de
alcanzar el premio ofrecido al que matase ó hiciese prisio­
nero á Nezahualpiili, se lanzaron sobre el capitán que
vestía el traje del rey, equivocándole con este, le cercaron
por todas partes, y trataron de apoderarse de él. Los solda­
dos del acometido, defendían á su jefe con un valor he­
roico, á la vez que él luchaba con temerario arrojo. El
monarca Nezahualpiili, que habia previsto que los esfuer­
zos del ejército contrario se dirigirían contra el que juzga­
ban rey, acometió con furia indecible á los huexotzingos
CAPÍTULO X V III. 633
por la retaguardia. En aquellos momentos caia muerto,
por infinidad de heridas, el capitán que llevaba las insig­
nias reales; los huexolzingos lanzaron un grito de alegría,
mientras los texcocanos, creyendo muerto á su monarca,
pues ignoraban el cambio de vestido, empezaron á desma­
yar visiblemente. La presencia de Nezahualpilli, atacando
Los por la espalda á les que se juzgaban triunfan-
imexotzingos tes, animó á los suyos y difundió el terror en
por ios los contrarios. El general de los huexotzin-
texcocanos. g0S} que tra Ló de resistir el ataque del monar­

ca texcocano, fué muerto por éste; y los huexolzingos, al


verse sin jefe, y acosados por todas partes por las tropas
texcocanas, emprendieron la fuga en completa derrota,
dejando sembrado el campo de batalla de millares de ca­
dáveres. Los lexcocanos, victoriosos y sin hallar enemigo
que so opusiera á su pase, penetraron en Huexotzingo,
saquearon completamente la ciudad, y cargados de ricos
despojos, volvieron á Texcoco llenos de satisfacción por
el triunfo alcanzado. Se ignora si los príncipes rebeldes,
hermanos del rey, quedaron muertos en la sangrienta ac­
ción, en la cual lucharon con marcado valor, ó si se salva­
ron huyendo á lejanos reinos. La notable circunstancia de
que nunca se llegó á saber el sitio en que se hallaban, ni
á tener noticia alguna de que existían, induce á creer que
retirándose de la lid mortalmenlo heridos, espiraron en
algún bosque ó caverna, donde se ocultaron para no ser
hallados por sus enemigos.
El vencedor monarca, queriendo dejar un monumento
que perpetuase la memoria del triunfo alcanzado, hizo que
se construyese un sólido muro, que encerrase el mismo es­
<334 H ISTORIA D lí M É JIC O .

pació que ocupaban los soldados huexotzingos, que acu­


dieron á defender á su general cuando cayó muerto por
su mano. El monumento llevó el nombre del dia en que
se ganó la memorable batalla.
ei rey Pocos dias después de la anterior victoria,
oaaacondosse6 Nezabualpilli pensó en unirse á una m eji-
florasmejicanas, cana de familia distinguida, para estrechar
así mas el lazo que unia á las dos aliadas naciones. M u­
chas eran las mujeres que entonces tenia Nezabualpilli, y
todas de la nobleza, de las cuales contaba numerosos h i­
jos; pero á ninguna habia elevado al rango de reina, re ­
servando este honor para alguna parienla del monarca
mejicano.
Constante en su pensamiento, pidió á Tízoc, rey de
Méjico, que le diese para esposa una jóven de la familia
real; y Tízoc se apresuró á obsequiar su deseo, dándole
una sobrina suya, hija de Tzolzocalzin.
Conducida la novia á Texcoco por los embajadores de
Nezabualpilli, se celebraron las bodas con uu esplendor
nunca hasta entonces visto, asistiendo á ellas los reyes de
Méjico y de Tacuba, y toda la nobleza de las tres nacio­
nes. Asistió igualmente á la ceremonia una hermana de la
bella desposada, llamada Xocotzin, jóven de una hermo­
sura extraordinaria, á quien profesaba particular aprecio.
Dominada de este profundo afecto, pidió á su padre que
dejase á su hermana viviendo con ella en su palacio de
Texcoco, y concedido el favor, la hermosa Xocotzin per­
maneció junio á la recien desposada.
segundas Pronto la belleza de la simpática Xocotzin,
bodas de A
Nezabualpilli. inflamó el corazón del rey Nezahualpilli, y
CAPÍTULO X V III. 635
pidiéndola por mujer, se unió á ella, elevándola también
á la categoría de reina.
Estas segundas bodas excedieron en fausto á las prime­
ras, desplegando la corte un lujo inusitado y un esplendor
deslumbrante.
De ambas hermanas tuvo el rey hijos, cuyo nacimiento
se celebró con las solemnidades y fiestas dignas del brillo
de su corona. De la primera, tuvo al príncipe llamado Oa-
camakiii; y de la segunda á Jftiexotzíncatzin, á quien se
puso este nombre, en memoria del triunfo alcanzado sobre
los huexotzingos.
Ambos desempeñaron un papel importante en los acon­
tecimientos que mas tarde se operaron en Anáhuac, y de
los dos nos ocuparemos detenidamente, cuando lo exija la
relación de los hechos.
14 8 2. Cuando en Texcoco las satisfacciones y los
Ma^M^jfco0y licites placeres parecían empeñados en hacer
Tiaoc. agradable la existencia del rey Nezahualpi-
lli, en algunos Estados tributarios de Méjico se trabajaba
secretamente para privar de la suya al monarca mejicano
T ízoc . Entre los que projrectaban la muerte del soberano,
so encontraba Techotlalla, señor de Ilzlapalapan, y M ax-
Llaton, señor deTlachco, ambos feudatarios suyos.
Cautos y poderosos, únicamente revelaron el pensa­
miento á las pocas personas que debían ejecutarlo, y á
quienes ofrecieron un premio considerable.
El rey Tízoc se ocupaba en aquellos instantes de prepa­
rar materiales para erigir un nuevo templo al dios Huilzi-
lopochtli, que excediese en magnitud y grandeza á lodos
los fabricados hasta entonces. Hecho el diseño y apenas
636 H ISTO RIA D E M É JIC O .

comenzada la obra, el rey espiró en 1482, á los cinco años


de su reinado, víctima de un veneno que los señores de
Itzlapalapaa y de Tlachco lograron que se le diese de una
manera disimulada. El vulgo atribuyó la muerte del m o­
narca á las hechiceras; pero la nobleza, comprendiendo
que existia en ella algo que revelaba un crimen, trabajó
con actividad para averiguar la causa, y llegó á descubrir
á los autores de ella. Reducidos inmediatamente á prisión.
Seles condena *os regicidas sufrieron la pena de muerte en
4muerte á medio de la ancha plaza de Méjico, en presen-
envenenaron cia de los reyes aliados, de los señores de
al rey' otras provincias y de la nobleza mejicana y
de Texcoco.
1482. Las exequias del monarca T íz o c , que espiró
sAhuitzoti en ej a- Q qUinlo su reina(j 0> se celebraron
Méjico. Con la grandeza que á su elevado carácter
correspondia. A las exequias siguió la elección de nuevo
soberano, que recayó en su hermano Ahuitzoll, que se
habia distinguido, como general de los ejércitos, en dife­
rentes campañas.
SIffnombredel Ahuitzoll, que significa, animal 2>alustrc,
Aiiuitzoti. se hallaba en lo mas florido de la edad y an­
helante de gloria y de renombre,
saleei rey4 p¡[ nuevo monarca, después de las ceremo -
campana para A
hacerse de nias que seguian á la elección, salió á campa-
Prqú°i8DeBSA ha para hacerse de los prisioneros que debian
sacrificar sacrificarse en las fiestas de su coronación,
en su . . . . i i
coronación. Los primeros que sintieron el golpe de su
ejército fueron los mazahuas, que se habían rebelado con­
tra el rey de Tacuba y sacudido su yugo. Vencidos y der­
CAPÍTULO X V III. G37
rotados y red ácidos al órden, el rey Ahuilzotl volvió
triunfante á Méjico, donde fué coronado con la mayor so­
lemnidad.
Su primer cuidado, después de empuñar el cetro, fué
continuar la fabricación del suntuoso templo trazado y
principiado por el rey T ízoc.
La suntuosa fábrica se levantó en el mismo sitio en que
hoy se encuentra la notable catedral católica, que embe­
llece á la moderna y hermosa ciudad de Méjico.
ni templo £1 nuevo teocalli ocupaba una área inmen-
MéjicoOslaba sa; pero no era, como se ha dicho, por apre-
■en Tiateioico, y ciablos historiadores, el templo principal que
se baila to ex istia en la corte de los emperadores aztecas,
catedral. Ha padecido una equivocación el ilustre
historiador Clavijero, al asegurar que, el espacioso teocalli
«empezado por el rey T ízoc y terminado por Ahuitzotl,
fué aquel gran templo que tanto celebraron los españoles
despucs de haberlo arruinado, que ocupaba el centro de la
ciudad, y comprendia, juntamente con los otros templos y
edificios anexos á él. el sitio de la gran iglesia cate­
dral.» (1)
El gran teocalli, el que justamente llamó la atención de
los españoles y describieron ensalzando su grandeza Her­
nán Cortés y Bernal Diaz del Castillo, se levantaba impo­
nente y soberbio en Tlatelolco, junto á la plaza del mismo
nombre; de aquella gran plaza cercada de portales, doble-1

(1) Clavijero. «Historio antigua de Méjico.» Beaumont en su «Crónica,» dice


lo mismo que el Sr. Clavijero, que «el templo principal estaba donde se halla
hoy la catedral.»
63S HISTO RIA D E M É JIC O .

mente mayor que la plaza de Salamanca, (1) y en ol sitio-


mismo en que hoy se encuentra la iglesia de Santiago,
ocupando una insignificante parte del vasto terreno que
ocupó el templo gentílico.
La exacta descripción del teocalli que presenta el ilus­
tre historiador Clavijero, corresponde perfectamente á lo
consignado en sus líneas por aquellos dos testigos oculares,
de los hechos que referian; pero ha sufrido una equivoca -
cion al aplicar al templo levantado por el rey Ahuilzoll,
lo que realmente se decia del deTlatelolco.
De los renglones trazados por el conquistador de Méjico
y el rudo militar que consignó lealmente los sucesos que
se operaron en el país de Anáhuac, se desprende que el
gran teocalli á que se referian, se hallaba situado en un
punto contiguo á la plaza de Tlatelolco, y que contaba una
antigüedad mas lejana que la del templo trazado por Tízoc
y levantado por el rey Ahuitzotl.
Cuando en son de amistad, Hernán Cortés visitó el 12
de Noviembre de 1519 la capital de MocLezuma II, m a­
nifestó á sus soldados, que seria conveniente dirigirse «á
la plaza Mayor, á ver el gran adoratorio de Hiálzilo-
pochtli,» (2) favor que solicitó del emperador mejicano.
Concedido el permiso, Hernán Cortés y sus soldados «fue­
ron al Tlatelolco,» cuyo mercado les sorprendió ag ra­
dablemente; y apenas salieron de la provista plaza «entra­
ron en el gran cu, que ostentaba antes de llegar ú él un
gran circuito de patios, mayores que la plaza do Salaman-

(1) Hernán Cortés. «Segunda carta-relación al emperador Cfirlos.V,» el 30


de Octubre de 1530.
(2) Bernal Diaz.
CAPÍTULO X V IIi. C39
ca.» (1) Así que Hernán Cortés y sus compañeros llega­
ron á la altura del templo, Moctezuma, que se encontraba
en él, le dijo al primero: «señor malinche, fatigado estaréis
de haber subido á Duestro gran templo.'» (2) Bernal Diaz,
pinta en seguida el bello panorama que se descoma á la
vista; el gran movimiento de la gente que hormigueaba
en el mercado y «cuyo solo rumor y el zumbido de las vo­
ces y palabras, se podían oir á distancia de una legua;»
describe los grandes patios, seminarios y demás templos
que estaban delante del dios Hv.iizüopochtli\ «en que aho­
ra se vé la iglesia de Santiago Tlatelolco,» y termina el
capítulo diciendo que, «el gran cu de Tlatelolco, era el
mayor templo de ídolos de todo Méjico, aunque había mu­
chos y muy suntuosos.» (3)
Que este templo era el mismo de que hablaba Hernán
Cortés en su segunda carta á Carlos Y, diciendo que «era
el principal; que dentro de su circuito, cercado todo de un
alto muro, se podría formar una villa de quinientos veci­
nos; que tenia cuarenta torres, y que en una de sus capi­
llas puso la imagen de Nuestra Señora,» se ve claramente,
por que de la expresada imágen habla Bernal Diaz, refi­
riendo que, con permiso de Moctezuma, se colocó aquella
y una cruz, en el gran cu de Tlatelolco. en un altar apar­
tado de los ídolos, dejando ambas cosas al cuidado de un
soldado viejo.

(I) Bernal Díaz.


(á) Idem.
(3) Mucho me lo detenido—dice lternal Díaz—en contar deste pran cu del
Tlateluico y bus patios, pues digo era el mayor templo de sus Ídolos de todo
Méjico, porque había tantos y muy suntuosos, que entre cuatro 6 cinco barrios
teuian un adoratorio y sus ídolos.
6 -1 0 H ISTO RIA D E M ÉJICO .

Otro dato importante concurre para acabar de persua­


dir de que al hablar del templo mayor, ios conquistadores
se refieren al tcocalli de Tlatelolco.
Cuando Bernal Díaz describe lo que en los cimientos do
aquel templo depositaron los que tomaron parte en su
construcción, temiendo que se dudase de su verdad, por­
que hablaba de un santuario de época muy remota, dico
que su relación descansa en los informes que los caciques
y principales señores, así como el mismo Guatimolzin le
dieron, asegurándole que lo sabían por tradición y por­
que asi constaba de sus libros y pinturas correspondientes
á las cosas antiguas. (1)
Si se hubiera referido al levantado por A.huitzoll, que no
contaba de construido mas que cuarenta y cuatro años, quo
se cuentan desde 1477, en que subió al trono el rey Tízoc,
hasta 1.521, en que Hernán Cortés se apoderó de Méjico,
no hubiera empleado Bernal Díaz la frase de mil años, ni
los caciques se habrían referido á los libros y pinturas de
hechos antiguos, puesto que la mayor parte de ellos de­
bieron ser testigos oculares de aquel hecho.
Creo, pues, que la equivocación de los diversos y res-1

(1) «Dirán abora algunos lectores muy curiosos, que cómo pudimos alcan­
zar ¿saber quo en el cimiento de aquel gran cu cebaron,» etc., haciendo sobre
mil años (esto es, un número indefinido y considerable de años; que se fabri­
có y se Itizo. A esto doy por respuesta que desde que ganamos aquella fuerte y
gran ciudad y se repartieron los solares, que luego propusimos que en aquel
¿Trt»CKhabiaiuo6 de hacer la iglesia de nuestro patrón y guiador, señor San­
tiago;» y Iob caciques, y los principales señores, así como el misino Guatimot-
zin dijeron que es verdad, «e que así lo tenian por memoria en sus libros y
pinturas de cosas antiguas.»—Bernal Diaz. «Historia de la conquista de Mé­
jico.»
CAPITULO x v m . 641
petables autores que ta n descrito Méjico, dando el nombre
de templo principal al teocalli que ocupaba el sitio en que
hoy se levanta la suntuosa iglesia metropolitana, ha pro­
venido de una cosa de fácil explicación.
Después de la toma de la ciudad de Méjico por Hernán
Cortés, se hizo el plano de la nueva ciudad, que se edificó
en el mismo sitio que la antigua, aunque bastante mer­
madas sus dimensiones. En ese plano, la población india
y la española quedaron ocupando distintos puntos. Un an­
cho canal dividia la parte habitada por ios indios, de la
que habitaban los españoles, cruzando de una á otra parte
por anchos puentes de madera. La población indígena se
extendió por los barrios de su demarcación, especialmente
al Norte, desde Santo Domingo hasta Tlatelolco; y la es­
pañola se estableció en las calles de Santa Teresa, Em pe-
dradillo, Tacuba, Arzobispado, y todas las inmediatas á
donde se hallaban los palacios de Moctezuma, situados
precisamente próximos al vasto teocalli levantado por
Ahuitzoll, cuya área era inmensa, y parte de la cual ocu­
pa hoy la hermosa iglesia metropolitana. Establecida así
la división de la ciudad, se formaron dos plazas grandes ó
mercados, llamados tianguis; uno en Tlatelolco, para los
naturales, y el otro en la plazuela del Volador, para los
españoles, á poca distancia siempre de la catedral.
Para los vecinos españoles, el templo de Tlatelolco que
quedaba retirado del núcleo de ellos, no tenia importancia
ninguna, mientras la tenia, y muy grande, el que existia
donde hoy se encuentra la catedral, no por la suntuosidad
de la obra, sino por el vasto espacio que ocupaba en el
centro de la nueva ciudad, abarcando una gran parte de
6 42 H ISTO RIA DE M É JICO .

las principales calles que hoy se hallan próximas á la igle­


sia metropolitana, y en que los españoles deseaban tener
solares para fabricar sus casas.
Por estos motivos, no tiene nada de extraño que al vas­
to templo de JEIuitzilopochtU, allí situado, lo considerasen,
como era para ellos, el principal enLonces, quedando el de
Tialelolco, no obstante sus recuerdos históricos, relegado
al olvido por la ninguna importancia de su terreno para
edificar. Aun puede ser muy bien que algunos escrito­
res que escribieron muchos años después de la conquista,
hiciesen la descripción del templo que ocupó el sitio que
hoy ocupa la catedral, valiéndose de los informes de las
personas que lo consideraron principal por el sitio en que
estaba, y no por el lugar que le correspondía en la historia.
El sabio y erudito jesuita español, D. José Acosla, que es­
tuvo en Méjico sesenta años después de la conquista,
cuando nada quedaba en pió de lo antiguo; cuando se había
operado un cambio completo en todo, describió en su
«Historia natural y moral de las Indias, >> en vez del tem­
plo de Tialelolco y aun del que existió en el sitio en que
se encuentra la catedral, otro muy distinto; incurriendo
en el mismo error, los notables historiadores Herrera y
Solis, que copiaron su descripción.
Los informes, por las razones que dejo expuestas, po­
dían no estar de acuerdo con la historia. Esta, por las au­
torizadas plumas de Hernán Cortés y Bernal Diaz del Cas­
tillo, testigos oculares, demuestra que el templo principal,
durante los emperadores aztecas, fué el de Tlatelolco; y
no es justo despojar al sitio que sirvió de último ba­
luarte á los mejicanos en la heróica defensa que hicio-
CAPÍTULO X V III. 643
roa de Méjico, de nao de sus mas notables monumentos.
Así el viajero podrá dirigirse, cuando visite la moderna,
ciudad, á los sitios notables de la antigua; y al fijar su
vista en el modesto templo católico de Santiago Tlalelolco,
dar forma, con su creadora fantasía, al soberbio santuario
en que los emperadores aztecas se entregaban á la peni­
tencia, antes de ceñir la corona y empuñar el cetro.
¡Cuántas veces me be detenido enfrente de la humilde
iglesia católica que boy existe allí, con el mismo nombre
con que la designa Bernal Díaz, y emocionado por los re­
cuerdos históricos, be permanecido quieto, por largo rato,
trayendo á la memoria todas las escenas de que fué teatro
el gran teocalli azteca!
Pero volvamos á ocuparnos del templo mandado le­
vantar por el monarca Ahuitzotl al dios jffuitzilopocMli.
Dimensiones del La era soberbia, y en su construc-
tempio. cion estaban ocupados muchos millares de
indios. Por el lado meridional formaba la continuación de
la línea que desde la acera del arzobispado continúa hasta
la Alcaicería, tocando con el frente de la actual catedral:
al Poniente, corría fronterizo á la casa vieja de Moctezuma,
quedando entre ambos la calle llamada boy del Empedra-
dillo, y que en un tiempo se denominó «plazuela del
marqués del Valle;» pero por el Oriente y Norte se ex­
tendía mucho mas quo la manzana que forman la catedral
y el vasto edificio contiguo, que fué Seminario hasta hace
poco, y llegaba en la primera de estas direcciones hasta la
calle de Santa Teresa, y siguiendo la dirección de ésta
hasta concurrir con la Enseñanza y de Monlealegre. (1)
(l) D. Lílcas Alaman. «Disertaciones »
644 HISTORIA DB M ÉJICO .

Lo que había Los cimientos de esos sorprendentes feo-


en 108 callis, levantados á la deidad sangrienta de
cimientos .
dei templo Huitzilopochtli, estaban, generalmente, em -
mayor- papados en sangre de víctimas humanas y
ocultaban en ellos alhajas y tesoros de considerable valor.
Esto, al menos, aconteció en la fabricación del gran
teocnlli de Tlatelolco, dedicado al numen de la guerra.
Gran número de prisioneros hechos en varias batallas,
fueron sacrificados al abrir los cimientos del Uocalli, para
que, bañados con la sangre de los infelices indios sacrifica­
dos, fuesen dignos del grandioso sanluario dedicado al dios
de las batallas. Enrojecidos los cimientos con el caliente
líquido de las numerosas víctimas, todos los vecinos de
alguna valía, así como los grandes y nobles de la ciudad,
depositaron, en ellos, como ofrenda de amor y de respeto
á la divinidad que adoraban, láminas y piezas de oro,
plata, piedras preciosas, graudes perlas, aljófar y otras
muchas alhajas de considerable valor. (1)
Queriendo Ahuitzotl que la fiesta de la dedicación de
aquel templo fuese la primera en su clase que se hubiese
verificado, dispuso que lodos los prisioneros que se hicie­
ran hasta su conclusión, se reservasen para el dia de la
solemnidad.(I)

(I) Bernal Día* del Castillo, en su historiada la «Conquista de IaNueva-Eó-


paño.» dice que, después de la conquista de Méjico, por loa españoles, de que él
formó parte como valiente soldado, se derribó el gran cu de H tü tiilo jm h lli, pn-
ra levantar allí una iglesia &Santiago; y que cuando abrian los cimientos de
la Iglesia católica para hacerlos mas fijos, hallaron «mucho oro y p la ta y chac-
chihnis. y prrla s i aljófa r y otras piedras.» Ignal riqueza asegura que encon­
tró otro vecino, i quien se le dió un solar en el mismo sitio para fabricar una
CAPÍTULO X V III. 645

Entre tanto que la magnífica obra seguía, el rey Ahuit-


zotl salió á campaña varias veces contra los zapotecas y
contra otros varios pueblos, á quienes sujetó y venció, lle­
vando á Méjico ricos despojos y gran número de prisione­
ros. Cuatro años duró la construcción del templo, en que
trabajaron millares de operarios, y cuatro años guerreó el
monarca Ahuitzotl contra muchas ciudades que venció,
conservando los prisioneros hechos en todas las batallas,
para sacrificarlos, como he dicho, en la apertura del espa­
cioso santuario.
1483. Cuando la obra estuvo terminada, el rey
^seelnu*11 convidó á los monarcas de Acolhuacan y de
y ocho mil Tacuba, así como á la nobleza de ambos rei-
en la nos, á las fiestas de la dedicación, á la cual
asist¡ó un número fabuloso de personas, que
d eitem p io á
algunos historiadores hacen subir á millones.
Huitziiopociitu.
Abierto el templo en 1436, los prisioneros hechos en los
cuatro años, que ascendían á sesenta y ocho mil, fueron
colocados en dos filas, cada una de milla y media de lar­
go, que daban principio en las calles de Itztapalapan y de
Tacuba, y que iban á terminar en el nuevo templo. (1)
Un numeroso gentío, que había acudido de todas las
provincias y pueblos á la ciudad de Méjico para asistir á1

(1) El fraile franciscano Betancurt, en su obra inti ta lada Tealro Mejicano, Im­
presa en Méjico eu ICOS, dice que la fila de prisioneros para el sacrillcio, orde­
nada en la calzada de Iztapalapa, comenzaba en aquel sitio que se llama hoy la
candelaria Malcitillapilco. por cuya causa tuvo este nombre, pues 3falc*illapil-
co significa punta, cola, ó extremidad de prisioneros. El historiador D. Fran­
cisco Clavijero, versado en el antiguo idioma mejicano, dice, que «lacongctura
de Detaucurt es muy verosímil, y que no es fácil encontrar otro origen de este
nombre.»
6 46 H ISTO RIA D E M É JIC O .

la dedicación del templo, llenaba las plazas y las calles.


Los sacerdotes, preparados con sus afilados cuchillos de
pedernal, iban recibiendo á las infelices víctimas, á las
cuales iban sacrificando á medida que llegaban aL álrio
principal del templo de la sanguinaria deidad.
Cuatro dias duraron las fiestas de la dedicación, en los
cuales fueron sacrificados los sesenta y ocho mil desgra­
ciados, que habían tenido la desventura de caer prisio­
neros.
Así, aquel templo, cuyos cimientos estaban empapados
con sangre humana, que hizo verter el anterior monarca
T ízoc , fué abierto á las ceremonias idolátricas con ríos
también de sangre de las desventuradas víctimas sacrifica­
das por órden del rey Ahuilzoll.
La vi<ia de los Cuando yo escucho ensalzar á los poetas en
pintada por loe dulcísimas cantigas de ritmo cadencioso, las
poetas, es la interminables delicias en que fingen envuel-
opuesta & . . . . . . . .
la roai. ta la existencia do los primitivos habitantes
de la América; cuando en selectos períodos de seductoras
frases y de escogidas voces les presentan á la contempla­
ción del mundo, reclinados en blandos lechos de fragantes
rosas y bajo el fresco toldo do benéficas palmeras; libres
como el aire, tranquilos como el sueño de la inocencia, fa­
vorecidos con los abundantes y sobrosos frutos que afec­
tuosa les brinda la pródiga naturaleza; recordando con de­
licia el pasado, contentos con el presente y acariciando las
delicias del futuro; cuando esas bellas descripciones leo,
y miro la triste realidad de la vida del indio, obligado á
labrar la tierra de sus señores y á fabricar sus suntuosos
palacios; envuelto siempre en desastrosas guerras, en que
CAPÍTULO XVIII. 647
si era vencido, no tenia mas porvenir que el de ser sacrifi­
cado á los dioses ó gemir esclavo de algún poderoso mag­
nate, no puedo menos de maravillarme de que, pintores
llenos de inspiración, hayan pintado un cuadro, cuya va­
lentía de pincel admira; cuya inexactitud con el original,
asombra.
La historia, mas exacta que la poesía, se ve en el sensi­
ble deber de presentar la realidad, desvaneciendo los b e ­
llos ensueños con que la segunda entretiene, halagando,
la viva imaginación de los lectores. El menos favorecido
de los bienes de fortuna de esos poetas, no cambiaria su
modesta posición, por la de los séres á quienes presenta en
medio de un paraíso de interminables venturas. No hay
noticia de que ninguno de esos entusiastas trovadores haya
marchado, en nuestros dias, á asentar su morada en medio
de los aduares de los indios comanches, ni de las errantes
tribus de los apaches.
Pasados los cuatro dias de regocijos y de hecatombes,
ol monarca Ahuilzotl hizo grandes regalos á todos los per­
sonajes que habia convidado á ellos, y los monarcas alia­
dos, así como los señores de las provincias, volvieron á su
país, admirados de la grandeza y lujo desplegados por el
soberano de Méjico.
Maa Pocos meses después, pero en el mismo
hecatombes. ag0, se verificó otra horrible hecatombe de
víctimas humanas. Mozauhqui, señor de Xalallauhco,
muy adicto al rey de Méjico, queriendo celebrar también
con el mayor fausto posible la dedicación do un templo
que acababa de edificarse por órden suya, sacrificó en las
fiestas celebradas, un número considerable de desdicha­
648 H ISTO RIA D E M É JIC O .

dos prisioneros, á quienes se había mantenido con abun­


dantes alimentos para que fuesen vigorosos y sanos á ser­
vir de ofrenda á los dioses.
Causa asombro, que naciones que habían llegado á un
grado de cultura y de adelanto que admira; que en la le­
gislación, en las ciencias, en la agricultura y en las artes
llamaron la atención de los mismos españoles, que mas lar­
de llegaron á pisar aquellas fértiles regiones, tuviesen
una costumbre que hace estremecer al pensar en ella. Pe­
ro esa extraña mezcla de civilización y de duras costum­
bres, se concibe sin esfuerzo, al traer á la memoria que la
sociedad se encontraba distribuida en clases privilegiadas
y plebeya, sin que existiese contacto ninguno entre las
primeras y las últimas. En las naciones del Anáhuac, el
pueblo se hallaba dividido en clases, cada una de las cua­
les se encontraba dedicada á determinados trabajos, y le es­
taba vedado dedicarse á las otras. Trabajando todas en be­
neficio de la corporación, de los reyes, del ejército y de la
nobleza, y no gozando, por lo mismo, de propiedad parti­
cular, podían enriquecer el país, como realmente enrique­
cieron, con magníficas obras, con espaciosas calzadas, con
vastos palacios y jardines, con acueductos y obras notables
de orfebrería, tejidos y pluma; pero era muy difícil que,
conservando ese aspecto uniforme, pudiesen avanzar, si
no es muy lentamente, en el cultivo moral.
14 8 ?. Mientras el belicoso rey de Méjico, el con-
Muertede quistador Ahuitzotl, meditaba en nuevas con-
rey ’ quistas que llevasen su poder hasta los confi-
de Tacuba. nes mas iej anos aei Anáhuac, el monarca de
Tacuba, el pacífico Chimalpopoca, dejó de existir en 1487,
CAPÍTULO XVIII. 649
■después de un reinado venturoso de diez y ocho años. Su
muerte fué muy sentida por sus vasallos, así como por los
soberanos de Méjico y de Texcoco. En ese año mismo, se
sintió un terrible terremoto, que causó grandes daños en
los edificios, y que llenó de consternacióná los habitantes.
T0t°3er reatZÍn' ^ 0CUPar troüo del finado Chimalpopoca,
de Tacuba. subió Toloquihuatzin, segundo de este nom­
bre, cuyas virtudes y valor le hacian apreciable á los ojos
del pueblo.
Nuevas Dominado el monarca Ahuitzotl de un es-
conquistas del
rey Ahuitzotl. píritu belicoso y guerrero, y encontrando su
mayor placer en el estruendo de las armas, dispuso su
aguerrido ejército, y poniéndose al frente de él, llevó la
guerra á los habitantes de Cozcacuauhtenanco. Los con­
trarios se dispusieron para el combate, y la batalla que se
dió fué de las mas sangrientas. Los mejicanos vencieron
al fin; y Ahuitzotl, exasperado por la tenaz resistencia
que habia encontrado, cometió con los desdichados habitan­
tes de la provincia vencida, actos de la mas repugnante
crueldad, no perdonando ni á niños, ni á ancianos, ni á
mujeres. Enardecido mas y mas su espíritu guerrero con
aquel brillante triunfo, se dirigió á Cuapilotlan, á cuyos
habitantes sometió á su obediencia; marchó en seguida so­
bre la provincia de Quelzalcuitlapillan, habitada por gente
intrépida y guerrera, á la cual venció después de obs­
tinada lucha; y por último, dirigió sus formidables hues­
tes sobre Cuuuhlla, lugar situado en la costa del seno me­
jicano.
En estas campañas, acompañaron al rey Ahuitzotl,
Moctezuma, hijo del anterior monarca Axayacatl, su her­
650 H ISTO RIA D E M É JIC O .

mano Tezcatzin, y el valiente Tliltotoll, noble mejicano,


que llegó á ser mas tarde general del ejércilo.
Los habitantes de Cuauhlla combatieron con heróico
brio contra los mejicanos; pero al cabo se vieron vencidos.
E n estos combates se distinguió, de una manera singular,
el jóven Moctezuma, poco antes mencionado, y que por
sn rango, su valor y su nacimiento, estaba llamado á su­
ceder en el trono al monarca Ahuitzotl.
Aunque el monarca mejicano se deleitaba con el estruen­
do de los combates, no por eso descuidaba los demás nego­
cios públicos, ni el embellecimiento de la ciudad. Magní­
ficos y numerosos edificios se construyeron en su tiempo,
que no tenían rival en niguna otra ciudad de la América.
Méjico, bajo el reinado de Ahuitzotl, llegó al esplendor
asombroso en que la encontraron los españoles, y fué la
población mas grande, rica y hermosa del Nuevo-Mundo.
Cierto es que esta grandeza era á costa de los enormes
tributos impuestos á los pueblos conquistados; pero hu­
biera sido peor que se exigiesen aquellos con el rigor que
se exigian, sin que la ciudad y sus habitantes hubiesen
participado de los beneficios de las conquistas. No; el rey
Ahuitzotl, lo mismo que sus predecesores, se manifestó ce­
loso del engradecimiento de su nación, y cuando recibía
los tributos de las provincias á él sujetas, congregaba á la
plebe, y entre las familias mas pobres y necesitadas re­
partía, por su propia mano, algunos víveres y ropa que
remediasen, en algo, sus males. Igualmente generoso se
manifestaba con los capitanes y soldados que se habían
distinguido en los combates, así como con los ministros y
empleados de la corona que cumplían religiosamente con
CAPITULO X V III. 651
sus obligaciones. Valiosos objetos de oro, de joyas, de
plata y de ricas plumas, eran los regalos con que obse­
quiaba sus excelentes servicios.
A pesar del carácter guerrero que distinguia al monarca
Ahuitzotl, era sumamente alegre y jovial, y su afición á
la música rayaba casi en fanatismo. Durante las tempora­
das de paz, que permanecía en palacio, nunca faltaba ésta
ni de dia ni de nocbe, no sin grave-perjuicio de los nego­
cios públicos que los descuidaba el filarmónico monarca
por deleitarse en los acordes del arte encantador.
Sin embargo, su pasión dominante era la guerra; y
prefiriendo á todos los placeres, los horrores de las san­
grientas luchas, buscaba los pretextos mas á propósito pa­
ra declarar la guerra á cualquiera nación á quien deseaba
hacer feudataria de la corona de Méjico.
De uno de esos pretextos se valió para llevar su ejército
contra la república de los huexotzingos. Unidas sus tropas
á las texcocanas, que puso á sus órdenes el monarca Neza-
hualpilli, se dieron combates muy sangrientos, en que se
distinguieron por sus heróicos hechos Moctezuma, su her­
mano Tezcatzin y el noble mejicano Tliltotoll. Después de
sérios combates, desastrosos la mayor parte para los hue­
xotzingos, Ahuitzotl volvió á Méjico con gran número de
prisioneros y de ricos despojos, siendo recibido con inde­
cible entusiasmo.
Antes de haber salido á la última campaña, el rey
Ahuitzotl habia mandado construir un templo llamado
Tlacateco que, á los pocos dias de haber llegado triunfan­
te, quedó concluido á su satisfacción. Ahuitzotl quiso ce­
lebrar la dedicación del nuevo santuario con el mayor faus­
652 H ISTO RIA DB M É JICO .

to posible, y en las fiestas que se dispusieron, fueron


sacrificados todos los prisioneros hechos en las guerras
anteriores. El incendio de otro templo llamado Tlillan, ve­
rificado en los momentos de los regocijos públicos, llegó á
derramar la mas profunda tristeza eu los corazones poco
antes entregados al júbilo y á la alegría.
1^96. Nuevas conquistas siguieron á las luchas
son*derrotados P iad a s; y queriendo castigar algunos des­
en Atiísco. manes de las provincias tributarias, Ahuilzoll
entró repentinamente en el valle de Atlixco, sin que sus
habitantes tuviesen otro aviso de aquella guerra, que la
vista de las tropas mejicanas en su provincia. Los allix-
queños, aunque sorprendidos, corrieron á lomar las armas
para defenderse, y enviaron embajadores á los huexotzin-
gos, sus vecinos, pidiéndoles su auxilio.
Aunque la república de Huexotzingo era feudataria de
la corona de Méjico desde el reinado de Axayacatl, sin
embargo, siempre estaban sus habitantes dispuestos á con­
federarse con los enemigos de los mejicanos, con el objeto
de sacudir la dependencia á que estaban sujetos.
Los enviados atlixqueños fueron, por lo mismo, recibi­
dos con satisfacción por el gobierno. E n los momentos
que llegaron á Huexotzingo, se hallaba jugando al balón
un famoso capitán llamado Toltecatl, que reunia á u n valor
valor y fuerza sin límites una fuerza verdaderamente her-
dechitanU’ cúlea. Noticioso de lo que pasaba, y ansioso
huexotzingo. batirse contra los mejicanos, se puso al
frente de las fuerzas auxiliares que el gobierno convino
en poner á disposición de los de Atlixco, y se dirigió á
este último punto. Confiado en la pujanza irresistible de
CAPITULO XVIII. 653
su brazo, y queriendo al mismo liempo hacer alarde de su
valor y del desprecio con que miraba á sus enemigos, en­
tró sin armas en la batalla, se arrojó sobre sus contrarios,
destrozó á uno con sus manos, y apoderándose de sus ar­
mas, hizo una horrible carnicería, una verdadera matanza
en las filas mejicanas. En vano las tropas del rey A huil-
zotl, hicieron esfuerzos inauditos por alcanzar la victoria.
Era imposible resistir el tremendo choque de las fuerzas
contrarias, y los mejicanos, viéndose acosados por todas
partes, emprendieron la fuga, volviéndose á Méjico des­
truidos y avergonzados.
Los huexolzingos, contentos por la brillante victoria al­
canzada, y persuadiéndose de que con ella habían roto
para siempre el yugo y la dependencia á que habían es­
tado sujetos, elevaron al valiente Toltecatl á la primera
magistratura de la república, con el noble fin de recom­
pensar sus servicios. El favorecido capitán, ageno á la
bastarda ambición de mando, pero no á la noble y santa
del bien de la patria, admitió agradecido la elevada inves­
tidura con que se le honraba, animado del laudable pen­
samiento de corregir los abusos que corroían la sociedad.
Convencido de que nunca dan mejores resultados las pro­
videncias de órden y de moralidad que cuando los primeros
á quienes se aplican son los que se encuentran en posición
elevada, dirigió una amonestación á los sacerdotes y á
otros ministros de las multiplicadas deidades, previniéndo­
les que procurasen no traspasar, en lo sucesivo, como lo
habían hecho hasta entonces, los limites de sus atribucio­
nes. La prevención del nuevo gobernante había sido dic­
tada por el sentimiento de la mas recta justicia. Tiempo
654 HISTORIA DE MÉJICO.

hacia que los encargados de la religión, abusando del alto


respeto y veneración que el pueblo les consagraba, pene­
traban en las casas de todas las personas, sin solicitar per­
miso de ellas; se apoderaban de lo que juzgaban conve­
niente, disponian de los objetos de mas estimación y valía,
y cometían otros excesos indignos del decoro y la decencia
que les correspondía guardar.
La amonestación del recto Toltecatl, indignó á los amo­
nestados; y valiéndose de la iníluencia que ejercían en
todas las clases de la sociedad, excitaron los ánimos de
muchos contra el jefe de la república, acusándole de irre­
ligioso y tirano. A pesar del respeto hácia los sacerdotes
de las falsas divinidades, algunos se declararon en favor
de las disposiciones dictadas por Toltecatl. formándose bien
en breve dos partidos, y surgiendo de los distintos pare­
ceres, una funesta guerra civil, que amenazaba aniquilar
la república. Toltecatl, sensible á las desgracias de la pa­
tria, y queriendo evitar que continuase el derramamiento
de sangre, abandonó el poder y, acompañado de algunos
nobles, dejó su país, marchando á Tlalmanalco, atrave­
sando los montes que entre ambos puntos se interponían.
Noble y laudable fué la abnegación del patriota Tolte-
call, renunciando á la elevada posición de gobernante para
evitar á la patria los horrores de la guerra civil; pero esa
abnegación le fué altamente costosa. La provincia de Tlal­
manalco era tributaria de la corona de Méjico; y el gober­
nador de ella, no olvidando la derrota sufrida por los me­
jicanos en Atlixco, envió un recado al monarca Ahuitzoll,
avisándole que se hallaba allí el osado Toltecatl, acompa­
ñado de algunos grandes de la república. El rey de Méjico
CAPÍTULO XVIII. 655
ordenó inmediatamente la muerte de lodos, considerándo­
les como rebeldes; y cumplida la sentencia, envió sus ca­
dáveres á Huexolzingo, amenazando con el mismo fin á los
que no querían continuar siendo feudatarios de la monar­
quía mejicana.
1498. Mientras los huexotzingos, alarmados con
Proyecto de un t #
acueducto, el sangriento aviso, se disponían á confederar-
se con otras provincias subyugadas también por los meji­
canos, para combatir cuando fuesen invadidos, el monarca
Ahuitzotl, que babia observado que la navegación por el
lago se babia becbo mas difícil, juzgó que la dificultad
pro venia de la falta de agua, y proyectó aumentar su vo­
lumen con la del abundante manantial de Huilzilopocbco,
que servia á los habitantes de Coyobuacan para fecundizar
sus tierras. Concebido el pensamiento, Ahuitzotl, querien­
do ponerlo en prática, llamó á Tzotzomatzin, señor de Co­
yobuacan, y le comunicó su idea. Juzgando Tzotzomatzin,
que la primera obligación de los leales servidores era ma­
nifestar, con respeto, la verdad á los soberanos, se detuvo
á probar al rey que el agua del manantial de Huitzilo-
pochco no era perpétua; pero que algunas veces salía con
mucha abundancia, y que al aumentar con ella el volumen
del lago, podría causar la anegación de Méjico.
K, rey Las justas observaciones de Tzotzomatzin
Ahuitzotl, parecieron al orgulloso rey, pretextos de par-
manda matar 4 f. jr .
un sincero ticular interés del gobernador, por su provm-
consejero. c¿a p oco ¿;spuest0 ¿ escuchar objeciones á
sus ideas, Ahuitzotl se manifestó disgustado de las que
le hizo Tzotzomatzin, le despidió con marcado enojo, y
poco después ordenó que se le diese muerte.
656 HISTORIA DE MÉJICO.

¡Así pagó el rey Ahuitzoll la lealtad y el buen consejo


de su buen vasallo!
Si Tzolzomatzin hubiera halagado el pensamiento del
monarca, habría alcanzado honores y premios, mientras
que con decir lo conveniente á la felicidad de los pueblos,
alcanzó la muerte. Por eso en los palacios suena muy rara
vez la severa verdad en los oidos del que gobierna.
Manifestando á otros consejeros el proyecto desaprobado
por Tzotzomatzin, fué acogido con frenético aplauso, te­
niendo presente el trágico fin. Recibido como excelente
el pensamiento del monarca, mandó hacer un ancho
acueducto desde Coyohuacan á Méjico, para conducir por
él con abundancia el agua. La ceremonia se celebró con
gran solemnidad y con profusión de ritos supersticiosos.
Ceremonias El sumo sacerdote, vestido con el traje que
con que fué representaban á Chalchihuitlicue, diosa del
ei agua agua, marchaba en medio de las dignidades
áMéjico. r6Hgiosas qU0 componian el núcleo del sacer­
docio idólatra: muchos ministros de los principales tem­
plos, suelta en desórden la luenga cabellera, incensaban
con aromáticas esencias el líquido elemento; varios sacri­
ficaban tiernas codornices, con cuya saDgre untaban algu­
nos las márgenes del acueducto; otros elevaban himnos de
gratitud á los dioses; no pocos tañían inarmónicos instru­
mentos; y todos solemnizaban á la vez, con las demostra­
ciones de un entusiasmo sin límites, la conducción del
agua por el acueducto construido por órden del monarca
Ahuitzotl. Pronto, sin embargo, se cambiaron los regoci­
jos en aflicción y sobresalto. Las lluvias, siempre abun­
dantes en el valle de Méjico en la estación de las aguas,
CAPÍTULO XVIII. 657
fueron terribles y poderosas en ese año. Los aguaceros se
sucedieron sin interrupción unos á los otros, y elevándose
Nüeva las aguas de las lagunas á una altura exlraor-
inundacion de °
Méjico. diñaría, la ciudad se vió inundada por ellas;
muchos de sus edificios vinieron á tierra, se ahogaron no
pocas personas, y las calles quedaron convertidas en otros
tantos lagos, por donde solo era dable transitar en canoas.
El mismo rey Ahuitzotl estuvo en peligro de ser víctima
de aquel desbordamiento de las aguas. Encontrándose en
uno de esos dias en una habitación baja de su palacio, en­
tró de repente el agua con impetuosidad y abundancia,
amenazando llenar la pieza. El monarca, sorprendido, tra­
tó de salir á toda prisa, y al hacerlo, se olvidó de que la
puerta era baja, y agachando m uy poco la cabeza, recibió
en ella un golpe bastante fuerte, de que estuvo por algún
tiempo malo.
Viendo los sufrimientos del pueblo, y temeroso de que
la inundación siguiera haciendo mayores estragos, llamó
en su ayuda á Nezahualpilli, rey de Acolhuacan, como
Moctezuma 1 habia llamado en la suya al monarca Neza -
hualcoyotl. Nezahualpilli, siguiendo las huellas de su di­
funto padre, ocupó millares de vasallos en reparar el dique
hecho por consejo del último, y Méjico volvió al contento
y á la vida que anima la sociedad, después de pasado
el peligro.
Hambre g r a ^ e abundancia de aguas produjo,
en Méjico, además de los males causados por la inun­
dación de la ciudad, la destrucción de las sementeras y
la pérdida del maíz, principal alimento de la población.
El hambre volvió á dejarse sentir como en 1452, gober-
658 HISTO RIA DE M ÉJICO .

nando Moctezuma 1; pero los estragos fueron mucho me -


ñores, aunque no dejaron de ser sensibles. Por fortuna, el
mal terminó ordenando el rey á las provincias feudata­
rias que proveyesen del maíz necesario á los habitantes
de Méjico, y la gente pobre, no se vió en la dura necesi­
dad de marchar á otras ciudades á venderse por esclava,
como entonces, para poder adquirir el sustento indispen­
sable á la vida.
Descubrimiento En los momentos mismos en que la escasez
canterade víveres disminuía con justo regocijo de los
(citoniu. mejicanos, se descubrió en el valle de Méjico
una cantera de tetzontli (amigdaloides poroso) que fué, pa­
ra la construcción de edificios, un acontecimiento de noto­
ria importancia. El monarca AhuitzoLl fué el primero que
mandó emplear aquella piedra rojiza, que reúne las condi­
ciones de solidez y de ligereza, en la fabricación de los
templos; y la nobleza y los grandes, á imitación del sobe­
rano, la emplearon para levantar nuevos palacios y sólidas
y espaciosas casas. Ahuilzoll, contento de aquel descubri­
miento, y anhelando que la ciudad aumentase en belleza
y esplendor, hizo que lodos los edificios arruinados por la
inundación, fuesen reedificados con tetzontli, y haciendo
que se les diese mas elegante forma, la capital de la mo­
narquía presentó muy pronto un aspecto sorprendente de
hermosura.
Nuevas a. sacarle de sus pacificas empresas de
conquistas de , . ., , ,
Abuitzoti. construcción, llegó el ruido de las armas que
se dejó escuchar en varios puntos del Anáhuac. Muchas
de las provincias sometidas |por la fuerza á la corona de
Méjico, agobiadas por los exorbitantes tributos que paga­
CAPÍTULO XVIII. 659
ban, y queriendo sacudir el yugo á que estaban sujetas,
se levantaron con el objeto de recobrar su perdida inde­
pendencia. Miraban á Méjico como á la orgullosa sultana
de cuya ambición se juzgaban victimas, y cuya grandeza
se veian condenados á sostener con el fruto de un cons­
tante y duro trabajo. Mirábanla como á la usurpadora de
un país á donde había sido la última en llegar, y exaltadas
de indignación contra sus actos de dominio, estaban siem­
pre dispuestas á sublevarse para recobrar la libertad. Fre­
cuentes eran las rebeliones de los pueblos sometidos, y
frecuentes los castigos severos que por ellas recibían al ser
reducidos á la obediencia. Pero nada bastaba á matar su
espíritu de independencia. En el momento que se creían
con bastante fuerza para luchar, volvían á levantarse, y
volvían á ser sometidos y castigados. Esta constante lucha
de las provincias tributarias contra sus dominadores, tenia
en continuo movimiento á las tropas mejicanas que, para
reducir á la obediencia á las diversas poblaciones que se
sublevaban, sufrían grandes pérdidas de gente.
Entonces los mejicanos eran los conquistadores de todos
los pueblos que los españoles incluyeron en el vasto terri­
torio que denominaron Nueva-España; pero que antes del
descubrimiento de la América, formaron diversos reinos
de distintas denominaciones.
El rey Ahuitzotl, reunió un numeroso ejército, y ocupó
los últimos años de su reinado en llevar la guerra á las
provincias de lzquizochitlan, Amallan, Tlacuilollan, X al-
tepec, Tehuantepec y Huexotla.
La primera de estas campañas le fué encomendada al
general Tiiltotoll, que llevó sus armas victoriosas, haciendo
660 HISTO RIA DE M É JIC O .

nuevas conquistas, hasta las lejanas regiones de G uate­


mala y Nicaragua, extendiendo el dominio azteca por
donde quiera que su ejército dirigia la planta. Por todos
los ángulos del Anáhuac se referian las notables hazañas
llevadas á cabo por el general mejicano que, después de
dejar fuertes guarniciones en los puntos conquistados,
volvió á Méjico cargado de ricos despojos, y llevando un
número considerable de prisioneros destinados para el sa -
orificio.
Cuarenta y cinco ciudades y considerable número de
provincias sujetó el rey Ahuilzotl á la corona de Méjico,
durante su próspero reinado.
1502. p oco después los gloriosos triunfos al-
Muerte del rev r °
A h u itio ti. '
canzados por las armas mejicanas, imponien­
do la ley á las diversas naciones que se proponian agre­
gar á la corona de sus emperadores, cayó enfermo el mo ­
narca Ahuilzotl, de resultas del terrible golpe recibido en
la cabeza en los dias de la inundación de la ciudad, y
murió en 1502, á los veinte años de un reinado de conti­
nuas guerras, es verdad; pero en que la monarquía meji­
cana llegó á hacerse dueña de todas las posesiones que los
mejicanos tenian á la llegada de los españoles.
Tuvo el monarca Ahuilzotl algunas virtudes que le dis­
tinguían, entre las cuales se contaba la de favorecer á los
necesitados cuando recibia los tributos de las provincias
feudatarias en que, como hemos dicho, congregaba á la
plebe para repartir víveres y ropa entre los mas pobres.
Sin embargo, esas bellas cualidades se hallaban oscurecidas
por grandes defectos que le afeaban. Era soberbio, venga­
tivo, cruel; recibia mal un consejo cuando contrariaba su
CAPÍTULO X V III. 661
capricho; se aburría en la paz, y buscaba la guerra como
una necesidad, para satisfacer su decidida pasión por los
combates: tenia en continuo jaque y sobresalto á las n a ­
ciones próximas, y los pueblos sometidos se veian conti­
nuamente acosados por sus providencias tiránicas. Esta
inquietud y esta amenaza continua en que tenia á todos,
hizo que su nombre quedase para designar á cualquiera
persona que molesta á otra con sus vejaciones, y no le deja
vivir tranquila. Fulano es mi Ahnitzoie, á nadie le falta,
su Ahuitzole, es la frase que en Méjico suele usar el in d i­
viduo acosado, al hablar del molesto pertinaz que le
acosa.
Después de su pasión por la guerra, las dos mayores
que le dominaban eran la de la música y la del amor.
Todos los reyes mejicanos anteriores á él, habían tenido
muchas mujeres, juzgando que el brillo de autoridad y de
grandeza estaba en relación directa con el número de her­
mosas destinadas á los placeres secretos. Ahuitzotl, que
liabia extendido considerablemente los límites de sus do­
minios, engrandeciendo el poder de la corona, creyó que
debia superar á sus antecesores en el número de compañe­
ras; y queriendo satisfacer su vanidad y sus deseos, exce­
dió á todos en el guarismo de sus mujeres, con quienes su ­
cesivamente se fué casando.
Las exequias del rey Ahuitzotl fueron celebradas con
toda magnificencia; y los electores, después de termina­
das, se reunieron para la elección del monarca que le d e­
bia suceder en el trono.
CAPITULO XIX.

Moctezuma II. Xocoyotzin, nono rey de Méjioo.—Discurso de Nezahualpilli,


rey de Texcoco.—Campana de Atlixco.—Descripción de la antigua ciudad de
Méjico.—Los mejicanos no usaban mesa para comer, ni cubiertos.—Sos ca­
noas, sus espejos y su ajuar.—No usaban candeleros ni velas.—Manera con
que se alumbraban.—Número de habitantes de la capital.—Importancia de
los comerciantes.—En los indios de carga llamados totu m es.

1503. Celebradas las exequias del rey Ahuitzotl


r^a n ’ con magnificencia extraordinaria, los cuatro
de Méjico, electores procedieron al nombramiento del
monarca que debia sucederle en el trono.
Todos los hermanos del difunto rey babian muerto al­
gunos años aDtes que él, y , por lo mismo, la elección de­
bia recaer, según la ley tenia prevenido, en uno de los
sobrinos.
Varios, y de relevantes cualidades, Labia dejado A huit­
zotl, haciéndose notable entre ellos Moctezuma que, como
lie dicho al hablar del primer monarca de este nombre,
significa señor sañudo
664 n iS T O R IA D E M É JICO .

Era Moctezuma hijo del valiente rey y conquistador


Axayacall, sexto monarca de Méjico, que enriqueció á la
monarquía mejicana con los despojos de las ciudades ven­
cidas por sus ejércitos. Heredero del valor de su padre, se
habia distinguido como general en las últimas guerras
emprendidas por Ahuilzotl. Al valor y á la prudencia,
reunía el noble príncipe, el talento, la afabilidad y la ins­
trucción.
Educado en las prácticas religiosas, y habiendo desem­
peñado el cargo de sacerdote, que era visto con alta consi­
deración y respeto por todas las clases de la sociedad, los
electores creyeron encontrar en él las cualidades mas dig­
nas que debían concurrir en un príncipe, y le eligie­
ron rey.
Se hallaba entonces Moctezuma en lo mas florido de la
juventud. Contaba veintiséis años de edad; era esbelto,
delgado, de buena estatura y perfectamente proporciona­
do. Su fisonomía era apasible y simpática; agradables sus
facciones; aguileno el rostro y suavemente moreno su cu ­
tis; en su mirada se encontraba esa majestuosa mezcla de
amor y de gravedad, que inspira cariño y respeto en
quien se fija; sus ojos eran negros y de agradable forma,
como era también negro su cabello que, con esmero pei­
nado, y no muy largo, le colgaba graciosamente hasta cu­
brirle las orejas; su barba, como generalmente se advierte
en toda la raza india, era muy poca, negra y rala, y la
llevaba con esmero cuidada: vestía con gracia; era aseado
y limpio, y se bañaba diariamente poco antes de ponerse
el sol. (1)
(I) Bernal Díaz del Castillo que, el llegar diez j siete afioe después &Méjico
CAPÍTULO X IX . 665
La elección hecha en un jóven en quien concurrían las
bellas cualidades que distinguían á Moctezuma, fué aco­
gida con entusiasmo por la nobleza y por el pueblo, y se
dió aviso de ella á los reyes aliados.
El monarca Nezahualpilli, acompañado de la nobleza
texcocana, se dirigió inmediatamente á Méjico para felici­
tar al nuevo soberano, y lo mismo hizo Totoquihuatzin II,
rey de Tacuba.
Moctezuma, al tener noticia de la elección y saber que
los reyes aliados y la nobleza se preparaban á felicitarle,
se retiró al templo, tratando de manifestar con este acto,
que se juzgaba indigno del alto puesto á que se le que­
n a elevar.
No era fingida en él aquella modestia, pues en armonía
con la mesura que manifestaba en todas sus acciones y
palabras, se bailaban su desinterés y su moderación.
La nobleza mejicana, dispuesta en el órden conveniente,
se dirigió al templo en que se bailaba retirado Mocte­
zuma, le dió cuenta de la elección, y le condujo con
marcadas consideraciones de respeto y con numeroso acom­
pañamiento de grandes y señores, al palacio, donde los
electores le hiceron saber solemnemente su nombra­
miento.
Terminado el acto, Moctezuma volvió al templo para
verificar las ceremonias acostumbradas después de la elec­
ción, y de las cuales nos hemos ocupado al hablar de la
coronación de los reyes.

con Hornan Cortés, le conoció personalmente, liace una pintura minuciosa déla
persona y de las costumbres de Moctezuma II, en su «Verdadera historia de la
conquista de la Nueva-Espaíia.»
666 H ISTO RIA DE M É JIC O .

Una vez concluidas las ceremonias, Moctezuma recibió


los homenajes de la nobleza, de los régulos, de les gober­
nadores, y escuchó los discursos gratulatorios de los mas
distinguidos oradores.
La primera felicitación fué la del monarca texcocauo
Nezahualpilli que, como su padre el rey poeta Nezahual-
coyotl, era dado á las bellas letras que las cultivaba con
esmero.
Su discurso, digno de conocerse, porque manifiesta el
gusto literario de aquellas naciones y la forma que daban
á sus producciones, se ha conservado afortunadamente, y
voy á presentarlo de la manera misma que lo guardaron
los mejicanos, y que el ilustre Clavijero lo ha consignado
en sus obras.
Discurso de «La £ran ventura, dijo, de la monarquía
Nezahualpilli. »mejicana, se manifiesta en la concordia que
«ha reinado en esta elección, y en los grandes aplausos
»con que de todos ha sido celebrada. Justa es en verdad
»esta alegría, porque el reino de Méjico ha llegado á tal
«engrandecimiento, que no bastaria á sustentar tan grave
»peso, ni menor fuerza que la de vuestro invencible cora-
»zon, ni menor sabiduría que la que en vos admiramos.
«Claramente veo cuán grande es el amor con que favorece
»á esta nación el Dios Omnipotente, pues la ha iluminado
«para escoger lo que mas puede convenirle. ¿Quién pon-
»drá en duda que el que siendo particular supo pene-
«trar los secretos del cielo, conocerá, siendo monarca,
«las cosas de la tierra, para emplearlas en bien de sus
«súbditos? Quien tantas veces ha ostentado la grande-
«za de su ánimo, ¿qué no hará ahora, cuando tanto
CAPÍTULO X IX . 667
«necesita aquella eminente cualidad’? ¿Quién puede creer
»que donde hay tanto valor y sabiduría, no se halle tam-
»bien el socorro de la viuda y del huérfano? El impe*
«rio mejicano ha llegado, sin duda, á la cúspide del
«poder, pues tanto os ha dado el Criador del cielo, que
«inspiráis respeto á cuantos os miran. Alégrate, pues,
«nación venturosa, por haber encontrado un príncipe que
«será el apoyo de tu felicidad, y en quien los súbditos ha­
blarán un padre y un hermano. Tienes, en efecto, un so­
beran o que no se aprovechará de su autoridad para darse
»á la molicie, y estarse en el lecho abandonado á los pa-
«satiompos y á los deleites; antes bien, en medio de su
«reposo, le inquietará el corazón y le despertará el cui-
«dado que tendrá de tí; ni hallará sabor en el manjar mas
«delicado, por la inquietud que le ocasionará el deseo de
«lubicn. Y vos, nobilísimo príncipe y poderoso señor, te-
»ned ánimo y confiad que el Criador del cielo, que os ha
«exaltado á tan eminente dignidad, os dará fuerzas para
«desempeñar las obligaciones anexas á ella. Quien ha sido
«hasta ahora tan liberal con vos, no os negará sus precio-
«sos dones, habiéndoos él mismo subido á esta altura en
«que os aDunció muchos y muy felices años.«
Moctezuma contestó á este discurso, que escuchó atenta­
mente y con profunda emoción, manifestando su reconoci­
miento por el honor con que le habian distinguido, eleván­
dole al trono, y dando las mas expresivas gracias al rey
de Acolhuacan, por los elogios que le habia dirigido en
su elocuente alocución.
Retirados la nobleza y todos los felicitantes de la pre­
sencia del monarca, éste quedó en el templo por espacio
068 H ISTO RIA D E M É JIC O .

de cuatro dias, para entregarse á las oraciones, baños y


ayunos que eran de costumbre, y en seguida salió con
pujante ejército contra los atlixqueños que se habian re­
belado, con objeto de proveerse de prisioneros para sacri­
ficarlos en las fiestas de su coronación.
Campanaeu Los habitantes de Atlixco que, como todos
Atiixeo. }os q u e estaban bajo el dominio de los mejica­
nos, trataban de romper el yugo á que el derecho de con­
quista les habia reducido, se prepararon para la lucha. La
batalla que se dió fué sangrienta. Moctezuma perdió algu­
nos de los valientes caudillos de sus tropas; pero la victo­
ria quedó por suya, y los atlixqueños, volvieron á quedar
sujetos á la corona de Méjico.
Moctezuma regresó triunfante á la capital, y los prisio­
neros destinados al sacrificio, se colocaron en seguras ja u ­
las, donde se les daba de comer abundantemente, ó fin de
que se presentasen robustos y sanos el dia destinado á la
hecatombe.
Grandes eran los preparativos que se hacian para el dia
de la coronación. Bailes, juegos, representaciones teatra­
les, iluminaciones, todo se disponía en gran escala y con
notable lujo. La fama do que las fiestas iban á celebrarse
con magnificencia, hasta entonces sin igual, llegó á los
mas apartados ángulos del vasto país do Anáhuac, y
desde los puntos mas remotos emprendieron muchos se­
ñores su marcha á Méjico, con el objeto do presenciar­
las. Aun de las provincias y reinos que estaban cons­
tantemente en pugna con los mejicanos, se presentaron
en la corte de Moctezuma muchos nobles disfrazados,
atraídos por la curiosidad. Entre esos nobles se encon-
capítulo x ix . 669
traban algunos tlaxcaltecas y michoacanos de elevada po­
sición.
Habiendo llegado á oidos de Moctezuma la secreta visi­
ta de los disfrazados nobles, ordenó que se les alojase en
edificios dignos, que se les atendiese con las consideracio­
nes mas distinguidas, y que se dispusiese un tablado en
el punto principal en que se iban á celebrar los regocijos
públicos, para que los pudiesen ver con toda comodidad y
gusto.
Asombrados quedaron los nobles michoacanos y tlaxcal­
tecas de la grandeza, poderío y majestad que presentaba
la ciudad de Méjico; la dominadora de las naciones del
Anáhuac.
La realidad de lo que sorprendidos admiraban, supera­
ba á lo que la imaginación de ellos habia concebido ante
las deslumbrantes descripciones que en sus países habían
escuchado.
Descripción do Méjico era la Venecia de la América; no
la ciudad de J 7
Méjico. menos poética entonces, que la seductora ma­
trona reclinada entre las ondas del Adriático. El aspec­
to que presentaba era risueño y encantador, como debió
aparecer á los ojos del primer hombre el florífero Paraíso.
Las tranquilas y serenas aguas se extendían silenciosas
y apacibles, por una vasta porción del majestuoso valle de
Méjico, bañando por el Norte la base de los áridos cerros
del Tepeyacac, por el Este las entonces poderosas ciudades
de Texcoco y de Ilzlapalapan; por el Oeste los pintorescos
puntos de Popotla y Chapultepec, y uniéndose, hácia el
Sur, con el lago de Xochimilco, por medio de un ancho y
delicioso canal.
670 HISTORIA DE M É JICO .

Hoy, con los cambios y la diminución de las aguas,


seria difícil reconocer en el original, la descripción presen­
tada; pero ésta, sin embargo, es la fiel copia del aspecto
que presentaban los sitios referidos.
La sultana de la América, la grandiosa emperatriz de
las ciudades del Anáhuac, la sorprendente ciudad de Mé­
jico, fundada en la inmensa laguna en que hacia 177 años
levantó sus primeras chozas de juncos y de cañas, se pre­
sentaba ahora ostentando su belleza y poderío. Una dis­
tancia respetable la separaba, por todas partes, de la tierra
firme, y tres anchas calzadas de céspedes, tierra y piedra,
hechas á mano, eran las únicas que le unian con aquella.
La mas notable de esas espaciosas calzadas era la de Itz-
tapalapa, que medía muy cerca de dos leguas; era la otra,
la de Tacuba, de mas de una legua de largo; y la tercera,
que contaba tres cuartos de legua, era la de Tepeaquilla.
Para hacer mas inexpugnable y fuerte la ciudad, te­
nían construidos en las tres calzadas, varios puentes de
trecho en trecho, por donde entraba y salía, de una parte
á la otra, el agua do la laguna. Las calles eran anchas y
rectas, la mitad de agua y la otra mitad de tierra, cu­
bierta aquella de canoas y chalupas que cruzaban en todas
direcciones cargadas de mercancías de toda especie, y
llena, la otra, de transeúntes que marchaban á sus diversas
ocupaciones. Cerca de veinte mil eran las casas que se con­
taban en la ciudad, separadas unas de las otras por medio
del agua, y á las cuales no se podía pasar, sino por medio
de ligeros puentes levadizos que cada una tenia, ó diri­
giéndose en canoa. Además de estos puentes particulares,
habia otros anchos y firmes, de gruesas vigas bien labra­
CAPÍTULO X IX . 671
das, por donde podían pasar, de frenle, veinte hombres, y
que se encontraban colocados de una calle á la otra. Los
edificios de las personas de elevada posición eran de pie­
dra y cal; generalmente de dos pisos, con aposentos y sa*
las bien dispuestos; con dos espaciosos patios; paredes
blanqueadas y bruñidas; amplio terrado; torres, cerca­
dos de almenas, un gracioso jardín, estanques, y dos sa­
lidas, una bácia la calle, que era la principal, y la otra al
canal. Sobresalían en belleza y capacidad, entre los espa­
ciosos edificios de los nobles y de los ricos, los vastos pa­
lacios de los señores de las diversas provincias que, en se­
ñal de vasallaje tenían la obligación de vivir una parte del
año en la corte de los emperadores de Méjico. Todos estos
palacios ostentaban espaciosos salones, grandes y ventila­
dos patios, anchos corredores, lujosos baños y delicados
Los mejicanos vergeles de las mas exquisitas flores. (1) Al-
Sa^bovedas yUIf gunas las piezas de estos edificios eran de
arcos. bóveda, en que estaban pintados ídolos y as­
tros, de colorido altamente pronunciado. (2) Las casas de la
gente de mediana posición, eran de adobe y pequeñas, sin
altos, blanqueadas y con azotea. Las de los pobres, que vi­
vían en los suburbios de la ciudad, de cañas y de ladrillos

(1) Hernán Cortés. Carta segunda al emperador Cirios V.


(2) Sufren una equivocación los historiadores Torquemada y Beaumont al
creer que los mejicanos ignoraban la manera de hacer las bóvedas, aseguran­
do ambos que loa indios no se atrevian &entrar en la primer iglesia católica
que hicieron loa españoles, al quitar las cimbras, temiendo que la bóveda vi­
niese Atierra, cogiéndoles debajo. Acaso el temor provendría de que )ob espa­
ñoles quitaron las cimbras antes de lo que los mejicanos acostumbraban; pero
de ninguna manera de falta de conocimiento en esa parte de la arquitectura.
Que conocían la bóveda y que las construían, se ve por sus pinturas; por sus
baiios, y por los palacios de Nezahualcoyotl, en que habia bóvedas y arcos.
C72 HISTO RIA DE M É JICO .

crudos, con débiles techos de grueso y largo heno ó de ho­


jas de maguey, puestas unas sobre otras, en la misma forma
con que se colocan las lejas, á las cuales se parecen algo
en la forma y en el grueso.
Ningún edificio tenia puertas de madera, acaso porque
la severidad con que las leyes castigaban el robo, las ha­
cia innecesarias; pero para impedir que los transeúntes
pudiesen ver lo que dentro pasaba, se cubrian, las salidas,
con un tejido de cañas, colgando de él algunos tiestos de
loza rota, á fin de que, si alguno entraba, pudiesen los de
dentro despertar al ruido causado por los objetos colgados.
Esto daba un mal aspecto aun á los mejores edificios
que, aunque ámplios, carecian de belleza arquitectó­
nica.
El adorno interior de las casas era sencillo, y los mue­
bles casi no merecían este nombre. Pero lo que no faltaba
en ninguna de ellas era la piedra del metate para moler
el maíz, pues las mujeres hacían las tortillas, poco antes
de empezar la comida, á fin de que estuviesen calientes.
Los mejicanos p ara comer n0 usaban de mesa, sino que
no usaban mesa
ni cubiertos, extendian en el suelo una estera lujosa ó cor­
riente, según la posición de los individuos, que hacia el
servicio de aquella. TeDÍau servilletas, y se sentaban en
unos banquitos muy bajos de madera, palma ó junco, llama­
dos entonces trpalli, y que hoy se conocen con el nombre de
e/jmjyales. La gente pobre se sentaba, generalmente, en el
suelo. Tampoco usaban cubiertos; pero tomaban perfecta­
mente hasta los guisados de mas salsa, dando al pan de
maíz, llamado tortilla, y que era una masa flexible y sin
migajon, la necesaria concavidad, sirviéndoles á la vez de
CAPÍTULO X IX . 673
cubierto y de pan, pues el pedazo con que cogían la tajada,
formaba parte del mismo bocado que tomaban. (1) Las
camas se componían, en las casas ricas, de dos petates
gruesos de junco, con otros dos finos de palma encima,
delicadas sábanas de algodón y una colcha de la misma
lela, tejida con plumas. La almohada la formaban dando
los necesarios dobleces á una tela de algodón hecha ex­
profeso.
Camas de ios La cama de los pobres se reduela á un pe-
mejicanos. ordinario sin sábanas ni colcha, pues se
cubrían con su tihnatli ó capa hecha con el tejido de la
pita, y por almohada tenían un tronco de árbol ó una
piedra.
No usaban Los candeleros, las velas de cera 6 sebo,
ni candeleros. y aun los candiles eran desconocidos, pues
aunque abundaba la cera que sacaban de los panales, no
les ocurrió aplicarla al alumbrado. Lo mismo sucedía con
el aceite que lo extraían de varias sustancias, y que solo lo1

(1) £1 pan de maíz, ó to rtilla , en nada se parecia al pan de Europa. En una


grande olla, llena de agua con cal, ponian el maíz 4 medio cocerlo i fuego len­
to. En cuanto estaba blando, lo sacaban y lo ponian 4 enfriar en una batea. Asi
frió y blando el maíz lo molían sobre una piedra llamada meta t i hoy metate, co­
mo nuestros chocolateros muelen en varias partes el cacao, con la diferencia
de que el metate no levanta una tercia del suelo, por lo cual, las tortilleras 6
las que hacen el pan de maíz, están de rodillas para moler, á Ún de poder hacer
fuerza con los hombros. Formada 1a masa cogen un pedazo de ella y golpeándo
la en las palmas de ambas manos la van extendiendo y redondeando en forma
de hojuela: extendida y delgada la masa, la ponen 4 cocer en el Comatli. plato
poroso de bairo, y cuando se levantaba el pellejo de la tortilla por una de las
caras, se van colocando laB tortillas unas sobre otras en una canastita, según
se van haciendo, 4 fin de mantenerlas caliontes, pues todo lo que tienen de
agradables de esta manera, tienen de desabridas cuando están frías. El didme-
674 HISTORIA. D E M É JIC O .

empleaban en la medicina, en los barnices y en la pintu­


ra. Los cocuyos ó luciérnagas luminosas, eran los que de
noche serviau de luz en los países marítimos ó próximos á
la costa; pero el alumbrado que generalmente se acostum­
braba en todas las casas, era el de rajas de ocote, que
produce buena y suficiente luz y exhala agradable olor;
pero que en cambio produce espeso y desagradable humo
que molestaba y ennegrecía las paredes.
Modo de sacar El sistema que tenian todas las naciones
lumbre. Anáhuac, para sacar fuego, era el de la
violenta frotación de dos leños secos, como hacian en lo
antiguo los pastores de Europa.
Fruta que suplía P a r a el ase0 7 Para
Iavar la roPa D0 u s a -
aijabón, ban jubón, porque uo lo conocian, aunque el
país abundaba en materias para fabricarlo; pero tenian
en una raíz de un árbol y en una fruta llamada camalxo-
cotl, una cosa que lo suplia perfectamente. Un autor fran­
cés llama á la expresada fruta savomvier; la pulpa que es­
tá bajo de la corteza, es amarga y viscosa; pone blanca el
agua, y al frotarla en la ropa, saca espuma y limpia lo
mismo que el jabón.
Espejos que Los espe¡0s en que se miraban, eran de ob-
los mejicanos . .
usaban. sidiana, especie de lava de que abundaba el

tro de la tortilla es comunmente de siete dedos, y su grueso de poco roas de


una linea. Se hacen también mas chiquitas y delgadas; pero éstas suelen ser
para las casas particulares que las toman con algún plato favorito, y sobre todo
con los frijo le s 6 habichuelas que alli se sirven de una manera especial al ter­
minar la comida, antes de empezar los postres. En la época de Iob emperadores
mejicanos, se hacían las tortillas, cuando eran para los grandes seilores, muy
pequeñas y delgadas, de mafz encarnado, y lo amasaban ya con huevo, ya con
la bellísima flor coatzontecoxoohitl, junto con algunas yerbas de grato olor y
salutíferas para ayudar el calor del estómago.
CAPÍTULO X IX . 675
país, de aspecto semejante al del vidrio, y en que se repro­
ducía perfectamente la persona. Los peruanos fabricaban
de la misma piedra sus espejos, y por este motivo, á la ob­
sidiana en láminas, se le da el nombre hoy de espejos dolos
Incas.
Los vasos los hacian de uüa fruta semejante, en la cor­
teza, á la calabaza; fruta redonda, y conocida en Méjico con
el nombre de guaje, que se da en los países cálidos, en un
árbol de corla elevación. Cada pieza de fruta dividida por
en medio, daba dos vasos grandes llamados xicalli, y co­
nocidos por los españoles con el nombre de jicaras. Ade­
más de estos vasos, había otros mas pequeños, hechos
también de otra fruta llamada tecomaíl (tecomate) y de
forma cilindrica. Para convertir la fruta en útiles va­
sos, se le extraía, después de dividirla por mitad, la parte
jugosa que tenia dentro; y por medio de una tierra mine­
ral, conseguían darle exteriormen te un brillante barniz de
agradable aroma, y vivos y firmísimos colores, entre los
cuales dominaba el rojo. Aun se usan actualmente de esas
brillanlesy/ra/rts y tecomates, cuya vista es altamente agra­
dable, y en que abundan los adornos plateados y dorados.
Pero si no existia, por decirlo así, ajuar notable dentro
de las casas y palacios, en cambio presentaban estos
grandes comodidades en sus espaciosos patios, sus jardi­
nes, sus vastos salones y sus estanques.
En las calles de Méjico, ni en la de ninguna población,
habia tiendas. Las plazas de mercado eran los sitios desti­
nados á vender las diversas manufacturas y productos
agrícolas. La gente se habilitaba en ellas de lo preciso, y
lo guardaban en su casa.
í )76 HISTORIA- DE MÉJICO.

Varias plazas de mercado, perfectamente provistas, se


encontraban situadas en distintos puntos de la población
de Méjico, descollando entre ellas, la de Tlatelolco, ro­
deada por todas parles de ámplios portales, y donde la
distribución y el buen órden que reinaban en ello, lla­
mó altamente la atención de los conquistadores españoles.
En aquella plaza en que se reunian diariamente mas de
sesenta mil personas, entre vendedores y compradores, las
mercancías estaban distribuidas en sitios especiales, sin
que en uno se mezclasen los efectos que se expendían en
los otros. Había departamento donde se vendían gallinas,
pavos, tórtolas, perdices, codornices, palomas, lavancos,
palos, dorales, zarcetas, loros, guacamayos, águilas, y to­
das las especies de aves que se codocian en las diversas
provincias, y que formaban el ramo de volatería; otro
doude se hallaban las sabrosas frutas de lodo el país, fi­
gurando entre ellas la pina, la anana, ol mamey, el zapote
blanco, el negro, el amarillo, el chico-zapote, la guayaba,
la ciruela, el higo chumbo, el chayóte, el ahuacate, el ca­
pulín de la forma déla cereza, la guanábana, los dátiles,
los piñones, y otras mil de diversos nombres; mas allá, el
sitio de los herbolarios con numerosas y variadas raíces y
yerbas medicinales, en que abunda aquel país rico en
producciones; casi á su lado, las que pudiéramos llamar
boticas, donde se vendían diversas medicinas, así líquidas
como espesas, y abundancia de ungítentos y emplastos;
á pocos pasos, las pieles adobadas ó con pelo, de leones, ti­
gres, nutrias, gatos monteses, tejones, ciervos y de otros
animales; los vendedores de oro, plata, perlas y piedras
preciosas; aquí las telas de algodón de exquisito tejido,
CAPULLO XIX. 6 77
las mantas de nequen, las capas de pluma, los géneros de
diversas clases, y el hilo torcido de algodón de varios colo ­
res; allí los cañutos de olores de liquidambar, y las resinas
aromáticas; á corla distancia, la miel de abejas, la cera,
los dulces, la melcocha, el agua miel extraída del ma­
guey, el azúcar hecha de las cañas de maíz, y algunas
otras golosinas de sabroso gusto: próximo á estos renglo­
nes, los zapateros que hacían sandalias: los que vendían
conejos, liebres y venados; los mercaderes de loza, expen­
diendo píalos, tazas, ollas, jarras, vasijas y tinajas de ex­
quisito barro, vidriadas y de colores, y braseros de la
misma materia; los traficantes de maíz, de alubias y de
chia; los vendedores de pasteles de aves, empanadas de
pescado, de tamales y de atole; los mercaderes que ven­
dían colores para los pintores; los comerciantes de algodón
y do cacao; los estereros; los vendedores de pescado y de
huevos, de leña y de cuanto, en una palabra, podía en­
contrarse entonces en el mercado de la nación mas pode­
rosa de la América.
n o había Cierto es que no se encontraba en medio
leche, Di man te- (j ft aquella abundancia, ni leche, ni queso, ni
ca, porque 1 7 7 * 7
aecarecíade nada de los muchos manjares exquisitos que
vacas, cabras y , .. ,
cerdos. se hacen con ella, ni manteca, porque no ha­
bía en el país vacas, ni cabras, ni cerdos; pero, esos artí­
culos por la misma razón de que no eran conocidos, no
eran tampoco codiciados, por útiles que sean, como ali­
mentos nutritivos y agradables.
En un sitio espacioso y cómodo de la plaza, se veian,
de venta, numerosos esclavos de ambos sexos, sueltos
unos, y atados otros á unas largas varas y con colla­
6 78 HISTORIA DE MÉJICO.

res de madera en los pescuezos para que no huyesen.


Los primeros eran los que, de acuerdo con su Amo, que­
rían ser vendidos á otro; pues, como he dicho en anterio­
res páginas, los dueños de esclavos no tenían derecho
para vender los suyos á nadie, sino era con consentimien­
to del esclavo. Los segundos, los que llevaban el collar de
madera, eran los que habiendo sido amonestados por tres
veces, reincidían en una falta, lo cual le daba derecho al
amo á llevarlos á vender al mercado.
Abundaban en el mercado los figones en que, á módico
precio, daban de comer y beber; las barberías en que la­
vaban y rapaban las cabezas con navajas muy cortantes
de pedernal, y los puestos de bebidas frescas.
En distintos puntos del mercado y ofreciéndose á los
compradores á llevar lo que compraban, se veian muchos
cargadores, que eran los mismos que conducían las cargas
á las tiendas.
Todo se vendía, como ya tengo dicho, por cuenta y me­
dida, y nada por peso.
Para evitar el fraude y el engaño, así como la venta de
comestibles dañinos, recorrían todos los puestos de la pla­
za, algunos individuos de policía, encargados de exami­
nar los objetos y de hacer guardar el orden.
Había, además, una casa de bastante capacidad, situada
en la misma plaza, donde había una especie de audiencia,
compuesta de doce individuos ó jueces de mercado, los
cuales resolvían todas las cuestiones suscitadas entre com­
pradores y vendedores, y castigaban allí mismo á los que
contravenían á las leyes.
El órden y el buen arreglo de aquel mercado hablaba
CAPITULO XIX. 679
muy alto en favor de la cultura de la nación azteca , y
prueban la injusticia de algunos escritores que calificaron
de bárbaros á sus habitantes, fijándose solo en los sacri­
ficios que les exigia su religión, y no en sus leyes, en su
industria, en sus máximas de moral, en su policía y en
su buen órden.
Inmediato á la plaza de Tlatelolco estaba el templo .
principal, elevado al mimen de la goerra Huitzilopochlli,
y descrito por Bernal Diaz y Hernán Cortés, quienes al
visitar el mercado en 1519, pasaron al templo, que fué el
objeto principal de la visita.
El sitio que ocupaba el notable teocalli que, según Her­
nán Cortés, no habia leDgua humana que pudiese expli­
car su magnificencia y esplendor, era vastísimo. Antes de
llegar á él, se ostentaba un gran circuito de patios que ex­
cedían en magnitud, como asegura Bernal Diaz, á la plaza
de Salamanca: y dentro del espacioso recinto de aquel so­
berbio templo que se encontraba rodeado de un sólido mu­
ro de cal y canto, de ocho piés de altura, hubiera podido
caber muy bien, una población de quinientos vecinos. (1)
El pavimento del espacioso átrio, comprendido dentro de
la muralla, y en el centro del cual se levantaba la gigan­
tesca fábrica dedicada al númen de la guerra, era de ter­
sas y blancas losas que brillaban como claros espejos, y
donde el aseo no permitía ni la mas ligera mancha de pol­
vo, ni la menor piedrecita. (2)
El templo era cuadrilongo y macizo, de losas iguales y 1

(1) Hernán Cortés. Secunda carta al emperador Cirios V.


(i) «Y todo muy limpio, que no hallaran ni una paja, ni polvo en todo él.»—
Bernal Díaz. «Historia de la conquista de la Nueva-EspaDa.»
680 HISTORIA DE MÉJICO.

cuadradas, que descollaba, como uu gigante, por encima de


lodos los edificios de la ciudad, ostentando cinco cuerpos
casi iguales en altura, pero no en longitud ni latitud, pues
la medida de ancho y largo, iban disminuyendo en cada
cuerpo del edificio. El primero, que venia á ser la base de
la colosal fábrica, medía de largo 117 varas de Oriente á
Poniente, y 104 de ancho de Norte á Sur. El segundo
cuerpo tenia siete piés menos de largo, guardando propor­
ción la diminución también de su anchura. La misma pro­
porcionada relación se veia en los demás cuerpos, estre­
chando progresivamente sus proporciones. (1) De esta
manera venia á quedar, en cada cuerpo, un ancho espacio
por todos lados, que permitía andar con facilidad á cuatro
hombres de frente. En el último cuerpo, había una plazo­
leta cuadrilonga, que hemos venido dándole el nombre de
atrio superior, que medía 104 varas de largo y 79 de an­
cho. Su pavimento era de losas blancas y tersas, igual
en un todo á las que se veian en el átrio inferior.
Dos primorosas torres, perfectamente labradas, se le­
vantaban en la extremidad oriental de la plazoleta, osten­
tando una altura de diez y nueve varas, que contaba tres
cuerpos. En el primero de estos, que venia á ser propia­
mente el santuario, se veian, sobre un altar de piedra de
cinco piés de alto, los Idolos tutelares; pero ocupando la(I)

(I) La descripción que presento, be querido que esté de acuerdo con la de


Cortés, Berual Díaz 7 el conquistador anónimo que vieron ei Icocalli, porque
el lector tendré así una idea exacta de aquel temple. «El circuito del gran c u -
dice Bernal Díaz,—seria de seis muj grandes solares de los que dan en esta
tierra, 7 desde abajo hasta arriba va estrechando, 7 en medio del alto cu hasta
lo mas alto de él, van cinco concavidades, 4 manera de barbacanas, 7 descu­
biertas sin mamparas.
CAPÍTULO XIX.. 681
torre ó santuario que les correspondía, según sus atribu­
tos. Sobre el altar'de uno de esos santuarios, se veian los
númenes de la guerra, figurando, en primer término, el
terrible dios Huilzilopochtli: en el otro figuraban los ído­
los de varias divinidades pacíGcas, á la cabeza de las
cuales se hallaba la eslálua del dios Texcallipoca. El inte­
rior del santuario, ó primer cuerpo de la torre en que
estaban las falsas divinidades, era de cantería, maravillo­
samente trabajada; pero la sangre de las víctimas sacrifi­
cadas desde su construcción, manchaba sus altares, sus
paredes y su pavimento, ocultando los primores del arte,
y dejaba percibir un hedor tan repugnante y nauseabundo
que contrastaba con el de la perfumada atmósfera que
fuera se respiraba. (1) El segundo y tercer cuerpo eran
de exquisito maderámen, con realzados de oro y plata, y
figurando, entre sus adornos, mónstruos raros y labores
caprichosas. Las torres del templo que describo, así como
la de los demás teocallis, que se levantaban en la grandio­
sa ciudad, servian de sepulcros á los grandes señores que
anhelaban que sus cenizas descansasen al lado de los ído­
los de su devoción.
En una de esas torres se veia un inmenso tambor, he­
cho de las pieles de grandes animales, que venia á ser la
campana de aquellos templos, cuyo sonido melancólico y
aterrador se escuchaba, dice Bernal Diaz, á distancia de dos
leguas. No muy lejos de ese descomunal tambor, había
bociuas, trompetas y navajas de itztli para los sacrificios.1

(1) «Y estaban todas las paredes de aquel adoratorio tan bañadas y negras
de costra de sangre, y asimismo el suelo, que todo hedía muy malamente.»—
Bernal Díaz. «Conquista de la Nueva-Espafia.'*
682 HISTORIA DE MÉJICO.

Las puertas de ambos santuarios miraban al Poniente, y


el último cuerpo de ellos terminaba con una cúpula de
madera, llena de diversas figuras.
Desde la base del primer cuerpo basta el quinto, se
contaban ciento catorce escalones, de un pié de alto cada
nao; pero esta escalera no era seguida sin interrupción,
como algunos autores ban creido, sino que estaba dividida
en tantas partes, cuantos eran los cuerpos del edificio.
Cada cuerpo tenia su escalera de grandes y tersas losas,
practicada del lado del Sur, que llegaba hasta el cuerpo
superior inmediato. Pero la escalera de un cuerpo, no se
encontraba con la escalera del cuerpo que le seguía, sino
que conducía á un punto del ancho espacio que contaba
cada cuerpo en su base; espacio por el cual rodeaba el que
subía, hasta venirse á encontrar con la escalera que le
conducía al otro cuerpo por la que le correspondía, y que
se hallaba en la misma posición que la anterior. De esta
manera era preciso andar todo el rededor de un cuerpo,
desde donde terminaba la escalera del de abajo, para en­
contrarse con el principio de la que le correspondía, per­
mitiendo al público ver de cualquier sitio de la ciudad,
las escenas religiosas que se practicaban en el gran teo-
calli.
La altura de este notable templo, desde su base hasta
la cúpula de sus torres, no bajaba de sesenta y tres varas.
En el gran atrio inferior en que descansaba el primer
cuerpo del templo, se veia el altar de los sacrificios gla­
diatores, y en el átrio superior, el de los sacrificios ordi­
narios. Dos grandes braseros, de dos varas de alto, se
encontraban delante de las puertas de las dos torres ó
CAPÍTULO XIX. 683
santuarios, en los cuales ardia constantemente el fuego
sagrado, que se cuidaban de mantener vivo noche y dia
las sacerdotes, pues era visto como presagio de terribles
desdichas el que se extinguiese. Seiscientos eran los bra­
seros que se contaban en los templos y edificios compren­
didos en el recinto del gran teocalli, y seiscientos, por lo
mismo, las brillantes fogatas que de aquel solo punto en­
viaban su luz sobre la ciudad, remedando, entre las
sombras de la noche, otros tantos fantasmas relucien­
tes, envueltos en los pliegues de las negras y pavorosas
nubes.
Cuarenta torres de notable altura se levantaban de otros
tantos teocallis de menores dimensiones, que se hallaban
entre el sólido muro y el templo mayor. Los mas im portan­
tes, entre ellos, eran el consagrado á la divinidad del agua,
al númen del aire, y el dios de la providencia. Todos, sin
embargo, eran de la misma forma, cuadrados, y tenian sus
fachadas hácia el templo principal, no sucediendo lo mis -
mo con los demás teocallis, construidos fuera del recinto,
que siempre se fabricaban con el frontis hácia el Ponien­
te. Unicamente el del númen del aire era redondo, y la
puerta que daba entrada á su santuario, figuraba la boca
de una enorme culebra. Otro templo se encontraba dedi­
cado al planeta Vénus, con una columna que representa­
ba este astro. Junto á la expresada columna, se veia un a l­
tar donde se sacrificaban algunos prisioneros al tiempo de
su aparición.
No babia uno solo de estos adoratorios, que no tuviese
su altar de sacrificios impregnado de sangre; y en un de­
partamento separado, se veian grandes ollas y cazuelas,
684 HISTORIA DE MÉJICO.

destinadas á cocer y condímenlar la carne de los indios


sacrificados.
Seria imposible describir uno por uno los numerosos
edificios contenidos dentro del recinto del templo mayor.
Allí se hacia notable, por la singularidad del objeto para
que había sido hecho, una gran cárcel, donde tenian
aprisionados, con vigilancia y órden, á los ídolos de las pro­
vincias conquistadas que habían sido conducidos á Méjico
como prisioneros de guerra. No llamaba menos la aten­
ción, aunque de una manera mas triste y conmovedora,
otro en que se veian sesenta vigas altísimas agujereadas de
arriba abajo, colocadas á distancia de cuatro piés unas de
otras, con varas que cruzaban del agujero de una á los de
las que estaban á sus lados, colgando de ellas ciento treinta
y seis mil cráneos de las víctimas sacrificadas. (1)
A corta distancia, y dentro siempre del recinto, se veian
varios seminarios destinados á los dos sexos; los edificios
no muy altos, como dice Bernal Diaz, en que vivían los
millares de sacerdotes; las casas en que se guardaban los
objetos pertenecientes al culto; los grandes depósitos de le­
ña para mantener vivo el fuego en todos los templos; un
edificio destinado al retiro, en determinados dias, para el
sumo sacerdote; otro á donde el rey se retiraba á hacer
oración y penitencia en ciertas épocas del año; un hospi­
cio para alojar en él á los peregrinos que por devoción
marchaban á la capital á visitar á las divinidades; un
hospital; un vasto departamento para criar las aves dcsti- (I)

(I) Tuvo la curiosidad de contarlos uno de los capitones de Hernán Cortés,


llamado D. Andrés de Tapia, y habiéndoselo dicho al historiador Gomara, éste
lo hizo constar en su obra relativa é Méjico.
CAPÍTULO XIX. 685
nadas al sacrificio, un jardin, fuentes, y un gran estanque
de agua extraordinariamente cristalina, que por ámplios
conductos llegaba de Chapultepec, y que estaba destinada
para el servicio exclusivo de los dioses.
Por donde quiera que se dirigía la vista en aquella anima­
da ciudad, se descubrían huertos, flores, árboles y plantas.
Era un bellísimo panorama el que se descorría á los
ojos, al observar el encantador conjunto desde algún pun­
to elevado.
Aquí se levantaba una islita cultivada esmeradamen­
te, formando un ramillete en medio de la avenida de
varias calles, como se levanta un jardincito en el cen­
tro de una de las modernas plazuelas de nuestras grandes
ciudades: allí, en distintas direcciones, so veían cruzar co­
mo rápidos peces, las ligeras canoas empleadas en el trá­
fico constante; acá los notables palacios de los empera­
dores, ostentando su lujo y su belleza; sus ámplias casas
de recreo, sus pensiles, su serrallo, sus edificios de aves
y de fieras, sus estanques, sus baños y sus retretes; allá
los curiosos acueductos de cal y piedra, de cinco piés de
alto, que conducían, en abundancia, la excelente agua de
Chapultepec á la población; y flotando sobre las blandas
ondas del tranquilo lago, las poéticas chinampas que, cual
encantados y floríferos huertos, brindaban á la ciudad ro­
sas y sabrosas verduras.
La pintoresca Méjico de los emperadores aztecas, se
encontraba edificada en el sitio mismo en que hoy se mi­
ra la moderna ciudad del mismo nombre. (1)1

(1) Altanos han creído, por la lectura de un librito en que se habla del si-
BISTORIA DE MÉJICO.

Número de El número de habitantes que en su vasta


liabitantes déla . A
capital. área contenía, aunque no se pueda determi-
nar exactamente, hay vehementes indicios para poderlo
apreciar en ciento veinte mil, su cifra. (1) Pero lo que au­
mentaba la vida y el movimiento de la ciudad, era la in­
mensa población flotante, que diariamente marchaba de
todas las partes del imperio, y el comercio activo que so
mantenia con todas las poblaciones próximas que por tier­
ra y agua enviaban sus abundantes productos.
consideraciones l os mercados estaban llenos de comercian-
&los
comerciantes, les que llevaban sus efectos de una población
á otra. Se dedicaban muchos al comercio, porque era una
ocupación á que se guardaba muchas consideraciones y
respeto. Los comerciantes aztecas, no tenían almacenes
fijos, sino que eran mercaderes ambulantes que recom an
todos los pueblos de Anáhuac, llevando sus mercancías, no

tio que ocuparon las tlatelolcos y los mejicanos, que la ciudad antigua abra­
zaba en su ¿vea á Chapultepec. Pero no es asi. Chapultepec ac hallaba &dis­
tancia de dos millas de la antigua Méjico. Bastará á cualquiera, para conven­
cerse, leer las siguientes palabras de Bernal Díaz: «Una gran alberca de agua
que se bencbia y vaciaba, que le venia por un calió encubierto de la que entra­
ba en la ciudad desde Chapultepec.» El mismo autor dice al hahlar del sitio
puesto i Méjico por Hernán Cortés: «Acordaron fuésemos ¿quebrar el agua de
Chapultepeque, de que bc proveía la ciudad.» El Sr Clavijero trae el siguien­
te párrafo. «Construían los mejicanos acueductos: los que conduelan el agua ft
la capital desde Chapultepec, etc.»
(1) Hernán Cortés en sus cartas é Cirios V, dceia que «era tan grande como
Sevilla y Córdoba.» Sevilla, que después del descubrimiento de Méjico y de)
Perú, creció en importancia y población, tenia entonces 80,000 habitantes:
Córdoba tenia 40,000. La cifra que arrojan ambas ciudades juntas, esté de acuer­
do con el que resulta del cálculo que debemos hacer, suponiendo é cada familia,
seis individuos, pueBto que, exceptuando los palacios de los grandes, que te­
nian dos pisos, las casas eran de uno, en qne únicamente vivía una familia.
CAPÍTULO XIX. 6 87
cargadas por animal ninguno, pues no existían de carga,
sino en hombros de individuos que no se ocupaban de otra
cosa. Cada comerciante ajustaba los hombres necesarios
indios de carga, llamados lamentes, y reunidos varios merca-
cargaban. deres, formaban una caravana en que iban
centenares de tamemes. El peso de la carga que cada
uno de estos llevaba, no podia exceder de sesenta li­
bras. Los comerciantes llevaban á vender, finas telas de
algodón, capas de bellas plumas, joyas, esclavos, y cuan­
to juzgaban que podria ser deseado en las provincias á
donde marchaban. El comercio de esclavos era entre los
aztecas, un tráfico honorífico, y generalmente los presen­
taban en las ferias mas concurridas, como las que se cele­
braban periódicamente en Azcapozalco, para la venta de
ellos. (1) Los comerciantes eran respetados por donde
quiera que iban, y ellos llevaban siempre algún valioso
regalo del soberano del país de donde salían, para los je­
fes de aquellos puntos á donde iban, y recibían de éstos,
otros para corresponder al regalo recibido. Las autorida­
des guardaban con ellos grandes consideraciones, y les da­
ban el permiso de comerciar libremente en el sitio á que
llegaban. Siempre marchaban en esas expediciones mu­
chos comerciantes juntos, y la numerosa caravana iba
perfectamente armada y municionada, para defenderse en
el caso de que intentasen algo contra ella. Si alguna fuer­
za extraña les acometía, se defendian, sabiendo que inme­
diatamente marcharian fuerzas en auxilio de ellos. Pero
nadie se atrevía á causar daño ninguno á los comerciantes1

(1) Sabagun, Hist. de Nueva-España.


688 HISTO RIA DE M É JICO .

mejicanos, porque equivalía á provocar el enojo del em­


perador de Méjico, quo eslaba pronto á emprender ia guer­
ra con cualquier pretexto, para extender su dominio. (1)
Para dar una idea del número de gente que se les conce­
día llevar á esos comerciantes, bastará decir que en cier­
ta ocasión, pusieron sitio á la ciudad de Ayotlan, y que
después de cuatro años do asedio, la lomaron. Los em­
peradores mejicanos se informaban, por medio de ellos, de
lodo lo que pasaba en los estados que recorrían, y loma­
ban sus providencias, con arreglo á las noticias que les da­
ban. Muchas veces les concedían los reyes permiso para
levantar genle que se ponía á sus órdenes, y siempre les
veian como á súbditos que prestaban importantes servi­
cios á la nación. Todas estas consideraciones y facultades
concedidas á los comerciantes, hacían que la esfera de su
acción se extendiera mucho mas allá de la que correspon­
día al simple tráfico comercial, y les daba un participio
importante en la política. Como distintivo honorífico, se
les permitía llevar insignias y divisas particulares que
eran respetadas.
El principal distintivo era un bastón negro y liso que
llevaban en la mano y que, según sus creencias, represen­
taba la imágen del dios del comercio Xacateuclli, y con el
cual se creían seguros de toda asechanza. Cuando hacían
alto en alguna posada ó en algún sitio conveniente, en el
camino, juntaban todos los bastones, los ataban, y colo­
cándolos en un lugar, los tributaban culto. Por la noche1

(1) Ha; una pintara en el códice de Mendoza, que representa la destrucción


de una ciudad, por haber maltratado, su cacique, ó unos mercaderes meji­
canos.
CAPÍTULO XIX. 689
se sacaban sangre ele los párpados, de las orejas, de los
brazos y de los muslos, en honor de aquella divinidad.
Mientras duraba el viaje emprendido, ni su mujer, ni sus
hijos, ni nadie de la familia, podia lavarse la cabeza, aun
cuando se bañase el cuerpo, sino de ochenta en ochenta
dias. Creian que con esto se atraian la protección de los
dioses, y era á la vez una demostración de tristeza por la
ausencia del viajero. Cuando alguno de los comerciantes
moria en la expedición, se comunicaba la noticia á los
mercaderes mas ancianos del país, que eran los encarga­
dos de ponerla en conocimiento de la familia. Esta, para
honrar dignamente la memoria del finado, mandaba hacer
una estátua de pino que le representase, y hacian con ella
las mismas ceremonias fúnebres que hubieran practicado
con el cadáver verdadero.
El papel distinguido que en aquellas naciones hacian
los comerciantes, se ve claramente en que varios de ellos
formaban, on Texcoco, lo que pudiéramos llamar consejo
de hacienda. En muchos asuntos les consultaba el mo­
narca y escuchaba su parecer con profunda atención.
Cuando les dirigia la palabra, les daba el nombre de «tío,»
que era un dictado que revelaba estimación y cordiali­
dad. Tenian tribunales privativos, que entendían en los
negocios, así civiles como criminales, inclusas las causas
de delitos capitales, viniendo á formar, de esta manera, una
comunión enteramente independiente, compuesta, pudiera
decirse, de ellos solos. Estas prerogativas y las grandes
utilidades que les dejaba el comercio, les proporcionaba
respeto en la sociedad, y grandes riquezas con que aten­
der al lujo y al regalo.
690 HISTO RIA D E M É JICO .

Todos los dias se veian salir por las calzadas de Méjico,,


gran número de esos comerciantes, llevando sus efectos
en hombros de los numerosos lamemos, acostumbrados á la
carga.
Todo se presentaba animado á la vista del observador.
Los puntos próximos á la suntuosa corle de los emperado­
res aztecas, eran verdaderamente vergeles, entre los cuales
descollaba el majestuoso bosque de Chapultepec, deliciosa
quinta de recreo de los monarcas mejicanos, cuyos corpu­
lentos y antidiluvianos ahuehuctes asombran aun con la
magnitud de sus robustos troncos, que solo es dado abra­
zar entre doce personas, y refrescan con la benéfica som­
bra de su tupido y extendido ramaje.
Esta era la capital del imperio azteca, en los momentos
en que se disponian las fiestas para celebrar la coronación
del emperador Moctezuma II.
Los nobles tlaxcaltecas y michoacanos que habían ido-
para presenciarlas, estaban asistidos con cuidadoso esmero.
La coronación se efectuó con una esplendidez que ex­
cedió á los elogios que le habían precedido, anunciándola
como la mas notable.
Las ceremonias religiosas se celebraron con el brillo
que correspondía á la grandeza de la nación, y los prisio­
neros atlixqúeños fueron sacrificados al númen de la
guerra HiiitzilopochlU.
CAPITULO XX.

Rebelión de algunas provincias tributarias y nueva sujeción de ellas.—Mocte­


zuma declaradla plebe incapaz de obtener empleos.—Manera de presentarse
al rey.—Serrallo de Moctezuma.—Comida que ae le servia.—La que se daba
d los palaciegos.—Bebidas que usaban.—Personas que concurrían á palacio.—
Número de criados encargados del cuidado de las aves y de las fieras.—Aca­
tamiento del pueblo al monarca.—Car&cter de Moctezuma.—La agricultura.
—Estado de las minas.—Guerra con los de Tlascala.—Muere en una batalla
el hijo de Moctezuma.—Nuevos triunfos de los tlaxcaltecas sobre los meji­
canos.—Hambre en Méjico.—Fausto de los grandes y miseria del pueblo.—
Campana de Cuauhtemallan.—Erección de un nuevo templo.—Se da mayor
anchura &la calzada de Chapultepec.—Incendio del templo Zomolli.—Moc­
tezuma, desconfiando de loa tlatelolcos, les priva de sus empleos.—Les repo­
ne en sus destinos.—Rebelión de algunas provincias.—Los mejicanos sujetan
ú los rebeldes.—Gran piedra de los sacrificios.—Fiestas celebradas en su de­
dicación.—Nuevas rebeliones.—Guerra entre Méjico y Miohoacan.

Rebelión de Transcurridos algunos días, el espíritu de


provinoiae. rebelión que fermentaba, sin descanso, en to­
das las provincias snjetas á la corona de Méjico, estalló
en Tlachauhco, poniéndose al frente del movimiento de in­
surrección Malinalli, señor de ella. Moctezuma envió con­
tra los insurrectos á un capitán llamado Tlilxochitl, que se
092 HISTO RIA D E M É JICO .

había hecho notable por su valor en las campañas anterio­


res. Tlilxochitl venció á los sublevados, sujetándolos de
nuevo á la corona de Méjico. Moctezuma, en premio á los
relevantes servicios prestados á la patria, le dió el Estado
que acababa de someter á la obediencia, y mandó dar
muerte al rebelde Malinalli, que había tratado de hacerle
recobrar su independencia.
A esta victoria siguió otra mas importante, cuyo resul­
tado fué la conquista del estado de Achiotlan, que llegó á
quedar sujeto al imperio mejicano.
Al mismo tiempo que el capitán Tlilxochitl reducía á la
obediencia á los pueblos insurrectos, Moctezuma se pro­
puso introducir en la servidumbre de palacio y en el des­
empeño de varios cargos, algunas reformas que juzgó con­
venientes para rodear de mayor prestigio y veneración del
que aun tenia, á la persona real.
Aunque los monarcas no veian en la plebe mas que
siervos, pues como hemos visto, hasta la religión azteca
negaba á las almas de los individuos del pueblo un lugar
decente en la otra vida, sin embargo, los reyes que habían
precedido á Moctezuma, llegaron á ocupar en el servicio
de su palacio, á uno que otro plebeyo que se había distin­
guido por algún hecho notable. Pero Moctezuma no creyó
digno á nadie del pueblo, de desempeñar ningún cargo
honroso.
Cierto es que la plebe, desde el reinado de Itzcoall, había
celebrado un solemne pacto voluntario con el monarca,
obligándose por ella y por sus. descendientes, á ser tribu­
tarios del rey, á trabajar sus tierras y las de los nobles, á
fabricar las casas reales y á llevarle, cada vez que saliese
CAPÍTULO X X . 693
á la guerra, sus armas y bagajes; pero aunque, con efecto,
se le obligaba á cumplir exactamente con el terrible pacto,
no por esto dejaron los soberanos de premiar, de vez en
cuando, el mérito de algunos plebeyos, particularmente si
se habian distinguido en las batallas.
Pero Moctezuma se propuso no hacer ni esas excepcio­
nes. El nuevo monarca, no concediendo á la plebe el mas
leve sentimiento elevado, ni lealtad, ni constancia, ninin-
Mooteruma guna de esas virtudes que engendran rasgos
ta'pi'ebe generosidad y de heroísmo, la eliminó de
incapaz de todo cargo honroso; despojó de sus empleos á
obtener , , , . . .
empleos, los pocos plebeyos que ios reyes anteriores
habian distinguido; declaró que nadie que perteneciese á
la clase referida, podía, en lo sucesivo, obtener destino al­
guno; y formándose el mas despreciable concepto de ella,
no titubeaba en asegurar, cuando dictaba aquellas disposi­
ciones, que lo hacia por el buen nombre y engrandeci­
miento de la patria; porque los plebeyos siempre obrarían
como correspondía á su oscura clase, patentizando en to­
das sus acciones, el bajo origen de su nacimiento y la
grosera tela de su educación.
E q vano su respetable ayo, venerable y anciano, de
la primera nobleza del reino, trató de disuadirle, con
sólidas razones, de aquella idea que negaba, en absolu­
to, cualidades nobles á todos los que pertenecían á la
plebe.
Los consejeros, en aquellos gobiernos en que el rey era
todo y en que la voluntad del monarca era la suprema ley,
no servían, según dice Gil González, mas que de or­
namento, como vasos de aparador, que no se tienen con
694 H ISTORIA D E M É JIC O .

otro objeto que con el de dar gasto á la vista. Mocte­


zuma encontró importuna la opinión de su ayo, y la
disposición se cumplió, sin que la modificase en lo mas
mínimo.
La dictada reforma empezó por la servidumbre de pa­
lacio. Los pocos plebeyos que desempeñaban algún cargo,
por insignificante que pareciese, fueron despedidos inme­
diatamente. La nueva servidumbre se compuso de perso­
nas distinguidas y principales.
El palacio de Moctezuma era el núcleo de la nobleza y
de los grandes.
Número Todos los dias, al brillar la luz primera del
desefloresque sol. entraban en la régia habitación mas de
marchaban . . .
¿palacio seiscientos señores feudatarios y de la alta
diariamente. D0ijicza) co n ej exclusivo objeto de acompa­
ñarle y estar dispuestos á cumplir las órdenes que les
dictase. Grandes salones y espaciosos corredores eran
los sitios en que ese número extraordinario de personajes
distinguidos esperaba la dicha de ver al monarca, pa­
seándose unos, en animada conversación otros, aunque
sostenida siempre en voz muy baja, y sentados los mas
en banquitos muy bajos. Allí, sin otra ocupación que
la de aguardar, entregados al solaz, las disposiciones
del soberano, permanecian todo el dia, sin que en aquellos
magníficos salones y corredores, á ellos exclusivamente
destinados, pudiese entrar la servidumbre.
Todos estos grandes señores y feudatarios, marchaban
á palacio acompañados de numerosos criados y esclavos
que, no cupiendo todos en tres vastísimos patios que te­
nia el inmenso edificio, quedaba una gran parte de ellos
CAPÍTULO X X. 695
ocupando casi la calle entera, que era muy grande y an­
cha. (1)
Para entrar Cuando alguno de los personajes se dispo-
a ver al rey se n ja ¿ entrar en la estancia en que el rey se

ei calzado y hallaba, se quitaba el calzado y se despojaba


la manta de lujo. ja ¿ ca mania qU6 $ manera de capa mo­
risca llevaban, poniéndose otra ordinaria, pero limpia,
pues se hubiera tomado por manifestación de orgullo, el
presentarse con deslumbrante lujo. Descalzo ya, y cu­
bierto con la modesta manta, entraba con los ojos bajos,
inclinados al suelo, sin levantarlos jamás á mirar el rostro
del monarca, y se dirigía, no de frente, porque habría
sido considerado como desacato, sino rodeando un poco
por el lado de la puerta, haciendo tres profundas reveren­
cias.
Manerade En ^ Primera» <lue fe verificaba al presen-
saiudar al reytarse en la estancia, decía, señor, (llatoani):
Beestabaen bu en la segunda, hecha en la mitad del camino,
presencia. se^WYj (notlatocafcin); y en la tercera, que
la hacia al llegar á la distancia conveniente, gran señor,
(kueitlatoani) .
Si el individuo que entraba había sido llamado por el
rey, permanecía con la cabeza inclinada, en la misma
actitud humilde con que había entrado, y escuchaba, res­
petuosamente, de boca de un secretario, la disposición dic­
tada por el soberano. Oida la orden que se le dictaba, ha­
cia una inclinación profunda, y se retiraba andando hácia
atrás, para no volver la espalda al monarca; pero siempre1

(1) Segunda corta de Hernán Cortés ACárlos V, en 30 de Octubre de 1520.


696 HISTO RIA DB U É JlC O .

con la vista fija en el suelo, liasta salir de la estancia.


Cuando era un gran señor que llegaba de lejana pro­
vincia, para negocios importantes, observaba las mismas
ceremonias que lodos, y exponía su asunto en breves pa­
labras y con voz muy suave; recibía la respuesta del mo­
narca por medio del secretario, á quien escuchaba con la
veneración y respeto que podría prestarse á un oráculo, y
se retiraba sin volver la espalda al soberano, ni levantar la
vista, como dejo indicado que lo hacían los que eran lla­
mados. Al verse fuera, volvía á calzarse, cambiaba la
manta ordinaria por la lujosa que había dejado, y se aleja­
ba sin pronunciar una palabra.
Solamente les era permitido á los parientes del monar­
ca, llegar á su presencia sin quitarse el calzado ni cambiar
de vestido.
Bi serrallo de extraordinario número de magnates que,
los monarcas x
mejicanos, desde muy temprano hasta la noche, se reu­
nían en el palacio para hacer la corte al soberano, se
agregaba el mayor aun, que componía la servidumbre del
monarca. A la enorme cifra de criados, se anadia la no
menor de mujeres que habitaban en la casa real entre
señoras, criadas y esclavos. Los ámplios departamentos de
estas mujeres que en ellos vivían encerradas, venían á
constituir un magnifico serrallo de bellezas indianas, don­
de se encontraban los mejores tipos de las razas que habi­
taban el Anáhuac. Nobles matronas de inquebrantable
fidelidad, estaban encargadas de la custodia de ese magní­
fico harén, velando incesantemente sobre su conducta,
pues los monarcas aztecas eran excesivamente celosos, y
castigaban, con penas muy severas, la falta mas leve come-
CAPÍTULO XX. 697
lida en palacio. De aquel provisto serrallo de mujeres her­
mosas, tomaba el rey para sí aquellas que para él reunían
mayores encantos, y recompensaba con las otras los actos
de valor, de heroicidad ó de patriotismo de sus vasallos.
La mayor parte de esas encantadoras jóvenes, que consti­
tuían un jardín de flores animadas, cuya dulce fragancia
solo lo era dado aspirar al poderoso monarca, eran hijas
de señores principales, llenas de habilidad y de encantos,
y que, para entretener agradablemente las blandas horas
del dia, se ocupaban, gozosas, en hacer delicados tejidos
de sobresaliente mérito.
Bufones «leí rey. Formando un contraste pronunciado con
las indianas bellezas del cautivador harén, se encontraban,
en distinto departamento, los desgraciados racionales, á
quieues la caprichosa naturaleza se había empeñado en
hacerles notables, por su deformidad y raras formas. Aun-
<jue bien tratados y asistidos, tenian á su cargo el triste
papel de bufones, provocando la hilaridad de los soberanos,
con los defectos físicos con que habían tenido la desgracia
de nacer.
Entre los grandes que concurrían á palacio con fre­
cuencia, á visitar al monarca, se hallaban los feudatarios
de la corona, los cuales estaban obligados á residir una
parle del año en la corte; y cuando se marchaban á sus
estados, concurrían sus hijos ó sus hermanos que, como
hemos dicho ya, dejaban en rehenes, por exigirlo así la
ley, para asegurar la fidelidad de los primeros.
Nunca reyes ningunos de la tierra han ostentado mas faus­
to en el servicio de su persona, que los monarcas de Méjico.
La descripción que Hernán Cortés y Bernal Díaz del
006 HISTO RIA D E M É JICO .

Castillo hacen del sistema de vida que observaba en sil


palacio Moctezuma II y que, como testigos oculares de los
actos de este rey, supieron apreciar debidamente, da á co­
nocer de una manera inequívoca, la magnificencia con
que se trataban los soberanos de aquella conquistadora
monarquía.
Trajes que Cuatro veces al día mudaba de ricos trajes
elisiamente monarca Moctezuma, siendo los cuatro di-
Mootozuma. ferentes udos de otros, y completamente nue­
vos. Estos delicados vestidos no se los ponia mas que una
sola vez; y para hacerlos, se ocupaba gran número de
personas de ambos sexos, dedicadas únicamente á tejer las
ricas telas y á confeccionar la ropa del soberano.
Su calzado, que era una especie de sandalias, de pri­
morosa hechura, tenían de oro la suela, y rica pedrería en
las cintas que cruzaban el pié por encima.
Pero en donde resaltaba la esplendidez y el regalo que
rodeaba la vida de Moctezuma, era en el servicio déla mesa.
La sala en que comía, era notable por sus dimensiones y
por la clara luz que la bañaba. El pavimento tenia, por
alfombra, vistosas esteras de diversos colores, hechas de
finísimas palmas, y con delicado primor labradas.
Momentos antes de que entrase A comer, ponían nuevos
y limpios manteles de suave tela de algodón, en una mesa
bajita, cuya altura estaba en relación con el asiento que
era también bajo, pero rico y blando.
«e le servían ai Puestos los manteles, que no volvían A ser -
rey en ia otra Vez. pUes en cada comida se estrena-
comida, 3»o ' r
platos ban otros enteramente flamantes, entraban, en
diferentes. or¿ ena(j as fil0S} trescientos jóvenes de la no­
CAPITULO X X . 699
bleza, llevando cada cual un guiso distinto en un plato
colorado de loza de Cliolula, con un braserillo de barro
oscuro y fino debajo, á fin de que no se enfriase; y deján­
dolos en un lado de la sala, se salian en el mismo órden
con que habían entrado, sin proferir una sola palabra, y
procurando que casi fuese imperceptible el ruido de sus
pisadas.
Platos que le Los manjares que contenían aquellos tres-
ia comida, cientos platos, que casi llenaban la sala, (1)
eran de los mas delicados y sabrosos. Gallinas, faisanes,
perdices, patos, codornices, venado, pichones, liebres,
conejos, variedad de gustosos pajaritos, peces de rio y de
mar, frutas las mas exquisitas de todas las zonas, cuanto,
en fin, de exquisito y bueno existia en los extensos domi­
nios de la monarquía, se encontraba en la mesa del mo -
narca. (2)
En cuanto el soberano se sentaba á la mesa, cerraba el
mayordomo la puerta, y se acercaban á él cuatro esbeltas
jóvenes de las mas hermosas del reino, llevando rico agua­
manos y limpias y finísimas toallas para que se lavase los
dedos.
Terminado el lavatorio, se disponía á dar principio á ia
comida, y entonces colocaban delante de la mesa, pero á

(1) Hernán Cortés. Secunda carta al emperador Cirios V, el 30 de Octubre


de 1520. «Poníanle, dice, todos los manjares juntos en una gran sala en que él
comía, que oasi toda se henchía, la cual estaba toda muy bien esterada y muy
limpia.»
(2) Bernal Dias, que vid los platos que servían 4 Mootezuma, después de
nombrar infinidad de ellos, dice: «Y muchas maneraB de aves é cosas de las
que se crian en estas tierras, que son tantas que no las acabaré de nombrar
Un presto.»
700 HISTO RIA D E M É JIC O .

distancia conveniente, una preciosa mampara pintada de


oro, con el exclusivo objeto de evitar que nadie le viese co­
mer. Las cuatro lindas jóvenes que le liabian ofrecido el
aguamanos, quedaban de pié, detrás de él, y cuatro perso­
najes de los mas distinguidos del reino, venerables por su
avanzada edad y su saber, se colocaban de pié también, á
los lados del monarca, siempre en ademan respetuoso y
sin mirarle á la cara.
En la estación del invierno que, aunque benigna en
aquellos países, siempre se presenta mas fría que las
restantes del año, templaban la temperatura de la pieza
con lumbre de áscuas, de una leña aromática que exhala­
ba suave y dulcísima fragancia, sin que llegase á despe­
dir ni la mas ligera nubecilla de humo. Desde el instante
mismo en que estaba diestramente graduado el calor que
el soberano apetecia, colocaban delante de la lumbre una
preciosa tabla, primorosamente labrada con oro, y en la
cual se veian, pintadas con diversos colores, las figu­
ras de diversos ídolos que formaban las divinidades de
aquel pueblo
Empezada la comida, uno de los personajes que estaban
de pié, señalaba al mayordomo, con una varita, los platos
que deseaba gustar el monarca, y las cuatro hermosas jó­
venes le servian en seguida la mesa.
Entonces se presentaban otras dos mujeres, no menos
hermosas, llevando en unos platos, cubiertos con limpias
servilletas, el caliente y suave pan de maíz, amasado con
huevos y otras cosas sustanciosas; pan conocido en Méjico
con el nombre de tortillas, y que las dos agraciadas mu -
jeres le servian con cuidadoso esmero.
CAPÍTULO X X . 701
Bebía un üoor Durante la comida, le servían de cuando
hecho del '
cacao. en cuando, en copas de fínísimo oro, una be­
llida espumosa, hecha del cacao, que, en cincuenta brillan­
tes ánforas de bruñido barro de Cholula, colocaban en la
sala en que comía. Las escanciadoras de aquella aromática
bebida, eran las mismas cuatro bellas jóvenes que le ha­
bían servido el lavamanos, y al presentarle las copas, lo
hacían con notable acato y respeto. (1)
Los cuatro ancianos y nobles personajes, permanecían
siempre en silencio, y las únicas palabras que pronuncia­
ban, eran las que servían de respuesta á alguna pregunta
que les dirigía el rey.
Cuando, por distinguido favor, le daba á alguno de ellos
el plato que á él le habían servido, lo recibía como una
manifestación honrosa, y lo comía de pié, en actitud siem­
pre respetuosa, y sin levantar los ojos á ver al monarca.
Algunas veces que su ánimo estaba dispuesto á chan­
zas ó diversiones durante la mesa, se entretenía en escu­
char, ya las chocarrerías de ciertos hombres corcovados,
semi-enanos y horriblemente feos, quebrados por la mitad
del cuerpo, que mantenía por ostentación, ya en oir las
burlescas sátiras de otros mas truhanes y menos defectuo­
sos, ya en ver bailar á diestros danzarines, ó ya, en fin,
en escuchar el canto de los mas diestros músicos que en­
tonces se encontraban en aquel reino.1

(1) Bernal Díaz, al hablar del servicio de la mesa de Moctezuma, dice aBl:
«Mae lo que yo vi, que traían sobre cincuenta jarros grandes, hechos de buen
cacao oon su espuma, y de lo que bebía; y las mujeres le servían al beber con
gran acato.»
702 H ISTORIA D E M É JIC O .

Terminada la comida, las cuatro jóvenes que le habían


servido la mesa, levantaban los manteles, y le llevaban
otro aguamanos luciente, con nuevas toallas aromatiza­
das, pues nada de lo que una vez había usado, volvia á
servirle en lo sucesivo, excepto las copas de oro, que se
tenían siempre limpias y brillantes.
En cuanto acababa de lavarse las manos, le ponían so -
bre la mesita tres graciosos tubos primorosamente dora­
dos, henchidos de aromático tabaco, mezclado con ámbar;
los cuatro nobles ancianos se despedían de él con profundo
acatamiento, saliendo de la pieza con los ojos bajos y sin
volverle la espalda; igual cosa practicaban las hermosas y
el mayodomo; y entonces el monarca, saboreando el hu­
mo de uno de los dorados tubos, quedaba reposando la
comida hasta que el sueño cerraba blandamente sus pár­
pados.
En cuanto el rey había terminado de comer, se les ser­
via la mesa en otros departamentos, á lodos los grandes
que diariamente le visitaban, cuyo número exhorbitanle
dejo referido, lo mismo que á la enorme cifra de criados
que llevaban.
Mas de mil platones, llenos de las mismas exquisitas
viandas que al monarca se servian, se presentaban en los
espaciosos salones en que comían los nobles; y excedía de
dos mil ánforas del líquido espirituoso del cacao, las que
se les ponían para que bebiesen. (1)

Í1) Berual Díaz. «Verdadera historia de la conquista de la Nueva-Espaíla.»


«Y me parece—dice—que sacaban sobre mil platos de aquellos manjares que
CAPÍTULO X X . 70 3
vinos que Pero 110 era único licor de los mejicanos,
bebían. e \ delicado hecho del cacao. Tenían además,

otros varios, mas ó menos agradables, extraidos de la ca­


ña del maíz, del grano de este, de la palma, y de otras
plantas; pero el principal, el que tenia mas consumo en
el pueblo, el mas sano de todos, era el llamado pulque,
blanco como la leche, sacado del maguey, y del cual se
hace actualmente un consumo extraordinario, por ser el
vino que se toma en todas las mesas. (1)
Dormían siesta Acabada la comida, toda persona de media-
fumando. n a posición conciliaba el sueño con el humo
del tabaco, cuya planta abundaba, y abunda en aquel país.
Lo fumaban, poniendo la hoja con liquidambar ó alguna
otra yerba aromática, en tubitos semejantes á los que h e ­
mos visto le presentaban á Moctezuma, con la única di­
ferencia de ser, generalmente, menos ricos, pues el lujo de
ellos estaba en relación con la fortuna del fumador. El hu-

dicho tengo; pues jarros de cacao con su espuma, como entre mejicanos se
Lace, mas de dos mil, y fruta infinita.»
(1) Los mejicanos le llamaban al vino del maguey ó de la pita, ncnclli, que
quiere decir vino dulce: pero los españoles le dieron el nombre de pulque, to­
mándolo de la lengua araucana que se hablaba en Chile, y que aquellos habi­
tantes aplicaban á toda bebida embriagante. El neuclli, como le llamaban los
mejicanos, ó el pulque, como es conocido hoy, se extraía y se preparaba de
una manera muy sencilla. Cuando llega el maguey al estado de madurez y de
desarrollo, se le cortan las hojas tiernas que se encuentran en el centro de la
planta, de que sale el tallo, y allí le hacen una cavidad conveniente. Hecho es­
to, le raspan la superficie interior, de la cual se filtra, en bastante abundancia
un jugo muy dulce, al que dan el nombre de aguamiel. Se valen para sacarlo
de la cavidad referida, de un calabazo largo y estrecho, llamado acocote, con el
cual sorben y extraen el jugo de la planta, que lo ponen en una gran vasija,
hasta que llega á fermentar. Antiguamente facilitaban la fermentación con
una yerba nombrada ocpatli, que servia, al mismo tiempo, para darlo mas fuerza.
704 HISTO RIA DE M É JICO .

mo lo recibían oprimiendo el tubo con la boca y tapando


la nariz con la mano, con el fin de que pasase aquel con
mas brevedad al pulmón. También usaban tomándolo en
polvo por la nariz, como se toma el rapé.
Con la misma abundancia se daba de comer á los infi -
nitos criados que aguardaban á sus señores; y la surtida
despensa, y los variados licores, estaban abiertos todos los
dias y á todas horas, para las personas distinguidas que
apeteciesen tomar algo.
Mientras á los que visitaban al monarca les servian la
comida los criados, á las numerosas mujeres del soberano
les servian, en sus espaciosos departamentos, las criadas y
las esclavas.
Todo era allí abundancia y magnificencia. La infinita
servidumbre de palacio se regalaba de igual manera que
los convidados, y el gasto diario de la comida solamente,
arrojaba una cifra prodigiosa.
Vasta tenia que ser la morada real para contener dentro
de su recinto, de una manera cómoda, el crecido número
de personas que se reunían en él diariamente; y, con
efecto, era vastísima.
Magnificencia A.que] soberbio edificio, construido sólida*
de loe * ,
palacios reales, mente de piedra y cal, ocupaba una área in ­
mensa, y contaba veinte espaciosas puertas que daban á
la plaza y á las calles. Entro sus salones, que eran muchos
y notables por su capacidad, se encontraba uno en que,
según la relación de uno de los conquistadores de recono­
cida veracidad, cabían tres mil personas cómodamente. (1)
(1) «Relación de na gentil-horabre de Fernando Cot'Us. No habiéndose podido
averiguar el nombre del expresado gentil-hombre que trae oosas mu; curiosas
CAPÍTULO XX. 705
Cien piezas de bastante extensión; tres patios amplísimos,
en uno de los cuales se levantaba una preciosa fuente;
considerable número de habitaciones para las mujeres, las
criadas y las esclavas; ámplios departamentos para los mi­
nistros, los consejeros, los emplados de la corte, la servi­
dumbre; y régias alcobas con muros de mármol, techos
de cedro, de ciprés y de otras ricas maderas perfectamen­
te labradas, destinadas para alojar á los dos reyes aliados
y á los extranjeros ilustres, completaban la grandeza del
palacio que servia de ordinaria residencia al monarca me­
jicano. (1)
La siesta que dormia Moctezuma, reclinado en el blan­
do asiento que se hallaba junto á la mesa en que habia
comido, era bastante corta. Después de ese dulce rato de
reposo, se dirigia áu n a sala próxima, amplia y bien ador­
nada. donde le esperaban ya, algunos ministros y el secre­
tario; y sentándose en un asiento bajo, resplandeciente de
oro, daba audiencia á sus vasallos, que entraban descalzos,
como dejo referido, con los ojos bajos y haciendo las mani­
festaciones de profundo acatamiento acostumbradas. Moc­
tezuma escuchaba con suma atención lo que con moderada
voz exponían los súbditos, y les respondía por medio de
sus ministros ó secretarios.
Terminada la audiencia, entraba en el baño, que era de

relativas fi. los temploB, edificios, armas y costumbres de los antiguos mejica­
nos, los historiadores le designan con el nombre de * £ l conquistador Anónimo.»
La curiosa y estimable producción de este sincero escritor, se halla en la colec­
ción de Ramuflo.
(1) El mismo Conquistador Anónimo dice que cuatro veces entró en el pala­
cio referido, y que no le fué posible verlo enteramente, i pesar de haberse can­
sado en recorrerlo.
706 H IST O RIA D E M É JIC O .

agua tibia y aromatizada, y en él permanecia por espacio


de una hora entregado al aseo del cuerpo.
A la magnificencia del suntuoso palacio en que tenia
su residencia, correspondía la de otros muchos de recreo
que tenia dentro y fuera de la capital, y la grandiosidad
de sus vastísimos jardines, ricos en la variedad de todas
las ñores y plantas que producian aquellas floríferas re­
giones.
Edificios eran menos notables los dos grandes
avesyTeras. edificios destinados, uno á las diversas fieras
de toda especie que se conocían en la América, y la otra
á las multiplicadas aves de brillante plumaje, que cruzan
los aires y pueblan los gigantescos árboles del Anáhuac.
El edificio destinado á las últimas, estaba adornado de
espaciosos corredores, sostenidos por bellísimas columnas
de mármol de una sola pieza, que daban á un delicioso
jardín, con esmero y gusto cultivado. Diez espaciosos es­
tanques, de agua dulce los unos, y de salada los otros,
sombreadas por el espeso ramaje de corpulentos árboles,
que al rededor se levantaban robustos y lozanos, dejaban
cruzar en su clara superficie á las hermosas aves acuáticas
de diversas especies, que remedaban vistosos ramos de ex­
quisitas flores, resbalando entre las suaves ondas al blan­
do soplo de embalsamadas auras. En bellos departamentos,
bañados por la luz y refrescados por las brisas, se veian
los papagayos de brillante plumaje, los guacamayos de
variados y encendidos colores, los parlantes loros, los ro­
jos cardenales de elegante penacho, las águilas reales de
vistosa corona, el cernícalo, y cuanta diversidad de exqui­
sitos pájaros existen en toda la extensión del favorecido
CAPITULO XX. 707
suelo del antiguo imperio azteca, desde el mayor de su
elegante especie, hasta el diminuto y tornasolado colibrí,
mas bello en sus variados colores, que las fragantes y de­
licadas flores en cuyo cáliz liba y se alimenta, agitando
sin cesar sus matizadas alas.
Número Para el cuidado exclusivo de las expresadas
de personas aves, estaban destinadas trescientas personas
encargada bde . *
cuidar las de ambos sexos. Cada una de las diversas es-
ayes' pecies de pájaros, cuyo número y variedad
llenó de asombro á los conquistadores españoles, estaba
alimentada con lo que tenia costumbre de comer en el
campo.
Notable era la cantidad de granos, de frutas, de in­
sectos y de carne que consumian. Solamente para las
aves que se alimentan de peces, se gastaban diariamente
diez grandes canastas de éstos, pescados en las lagunas y
en los rios; y para las aves de rapiña, se mataban qui­
nientos pavos.
De las trescientas personas destinadas al cuidado de
las aves, unas estaban encargadas de curarlas cuando se
enfermaban, otras de prepararlas los nidos, otras de lim­
piar los departamentos en que estaban, no pocas de des­
plumarlas en cierta época conveniente del año, y algunas
en recoger las plumas, que se empleaban en hermosos pe­
nachos. en bellos mosaicos, que llamaron la atención de la
Europa, y de otros adornos que entre los nobles mejicanos
eran de grande estima.
Este edificio, que presentaban magníficas habitaciones
donde hubieran podido alojarse espléndidamente dos prin­
cipes, con sus comitivas numerosas, estaba situado en el
708 H ISTO RIA D E M É JIC O .

sitio mismo en que hasta hace poco se levantaba majes­


tuoso el notable convento de San Francisco.
La espaciosa casa destinada á las fieras, se bailaba em­
bellecida por un patio de vastas proporciones y cómodas y
numerosas babitaciones. En piezas becbas exprofeso, se
hallaban, en sólidas jaulas de madera, los leones, los leo­
pardos, los tigres, los gatos monteses, las zorras, los lo­
bos, y otra porción de feroces animales que seria prolijo
enumerar.
Todas estas devoradoras fieras estaban alimentadas con
carne, y se les daba, para sustentarlas, venados, gallinas,
conejos, liebres, perrillos, pájaros, y los intestinos de las
víctimas sacrificadas á las sangrientas divinidades.
Además de las fieras, se mantenían en aquel edificio,
que estaba cubierto por todas partes de ídolos espantosos,
diversidad de víboras, culebras de cascabel, y horribles y
feroces cocodrilos; éstos en anchos estanques, rodeados
de lisas paredes, y aquellas en grandes vasijas de barro,
con pluma, donde ponían sus huevos y criaban sus vibo­
reznos.
Igual número de personas se ocupaban en el cuidado
de las fieras y de los reptiles, como el que dejo indicado
que estaban dedicadas al servicio de las aves.
Todos los palacios do Moctezuma, tenían deliciosos
jardines, donde se encontraban las mas delicadas y fra­
gantes flores, plantas medicinales; grandes estanques, en
cuyas limpias aguas se veian cruzar millares de peces
de colores; poéticas y enramadas glorietas; deliciosos ba­
ños; graciosas fuentes, y murmurantes arroyuelos que
iban acariciando la planta de los rosales y de los copudos
CAPÍTULO XX. 709
árboles, entre cuyas sonantes ramas, cantaban alegre­
mente el clarín del bosque, el cenzontle y la pintada ca­
landria del Anáhuac. Pero no eran estos sitios, impreg­
nados de aromas, los únicos que de recreo tenían los reyes
mejicanos.
Aficionados á la caza, poseían bosques deliciosos, cerca­
dos de elevadas tapias, en cuya intrincada espesura vaga­
ban considerable número de animales que el rey, acompa­
ñado de los grandes de la corte, se entretenía en perseguir
en determinadas épocas del año. Entre esos agradables
bosques en que los monarcas aztecas, provistos de un rico
arco y de vistosas flechas, corrían tras de la ligera fiera
hasta alcanzarla y herirla, se encontraba uno altamente
pintoresco entonces, por hallarse en medio de las aguas
del lago, como una isla encantada y risueña; y que hoy,
cambiado su aspecto por el transcurso del tiempo y las
transformaciones operadas, no conserva vestigio ninguno
que denuncie, ni remotamente, lo que fué, bajo el nombre
de Peñón viejo con que actualmente es conocido.
No quedan de aquellos espesos bosques, mas que la me­
moria de que existieron. Unicamente ha sobrevivido á la
ruina de todos ellos, el grandioso y venerando bosque de
Chapultepec; esa emperatriz de las selvas; esa bellísima
sultana de las florestas, que ostenta aun en su histórico re­
cinto, lleno de recuerdos conmovedores, los gigantescos y
majestuosos ahuehuetes, que los hace aun mas venerables,
el encanecido y ceniciento parásito que cuelga en largas
hebras de sus frondosas ramas, imprimiéndoles ese carác­
ter de antigüedad que conmueve y cautiva.
A completar el fausto y la grandeza ostentosa del empe­
710 H ISTO RIA D E M É JIC O .

rador Moctezuma venían otros varios edificios reales, des­


tinados á objetos notables de diversa naturaleza. Entre
esos edificios descollaban dos, en los cuales se encontra­
ban colocadas, con órden notable, todas las armas ofensivas
y defensivas que entre aquellas naciones se conocían.
Muchas de esas armas estaban adornadas de oro y pedre­
ría. Allí se veian lujosas rodelas de diversos tamaños de
mas ó menos lujo; temibles macanas; espadas de á dos ma­
nos, engastadas con hojas de durísimo y corlante pedernal,
largas lanzas, arcos, flechas, varas de á dos gajos, hondas
y rollizas piedras hechas á mano, paveses, cotas acolcha­
das de algodón, lujosamente labradas; cascos de madera y
de hueso adornados de vistosas plumas, y otra porción de
objetos de guerra que llenaban completamente los dos edi­
ficios. (1)
Asombra la magnitud de los numerosos palacios desti­
nados á la morada y al recreo de los emperadores mejica­
nos. No se concibe cómo en sesenta y seis años que lleva­
ba Méjico de haber sacudido el yugo de los tepanecas, de
quienes había sido tributaria, pudo llegar á ser la domina­
dora de todas las demás naciones del Anáhuac, y á levan­
tar palacios que llenaron de asombro á Hernán Cortés y
sus soldados.
Cierto es que ese férreo yugo había sido despedazado
por Iztcoatl, cuarto rey de Méjico, en 1425, en que der­
rotó á su antiguo opresor Max tía ton, monarca de Azcapo-
zalco; pero también es cierto que las grandes obras de los
palacios reales, solo se pudieron empezar desde el reinado
(1) Bernal Diaz del Castillo. «Verdadera historia de la conquista de la Xue-
va-EspaOa.»
CAPÍTULO X X . 711
de Moctezuma I, que subió al trono en 1436, puesto que
su predecesor Ilzcoatl no pudo ocuparse mas que de afian­
zar la independencia de su pequeña nación, hasta enton­
ces reducida al sufrimiento y á las vejaciones de los mo­
narcas de Azcapozalco.
Solamente se encuentra la explicación de esas grandes
fábricas, levantadas en el corto período mencionado, en el
poder que los reyes ejercian sobre las masas inmensas del
pueblo. Desde el rey Iztcoatl, la plebe, como tengo repeti­
do, se obligó solemnemente, por ella y por sus descen­
dientes, á ser tributaria del monarca, á trabajar sus tierras
y las de los nobles, y á fabricar las casas reales. Pues
bien, en virtud de este pacto, los monarcas mejicanos, así
como el de Texcoco y todos los señores que gobernaban
otros reinos y provincias del Anáhuac, disponian de masas
inmensas de hombres, y podian destinar á las obras pú­
blicas, á la población entera, sin excluir á las mujeres,
como los monarcas del Asia y del Egipto. De esta ma­
nera, al lado de las humildes viviendas de la clase tra­
bajadora, se destacaban los soberbios palacios, quintas
y jardines de los monarcas y de los nobles; las gigantes­
cas pirámides y los suntuosos tcocallis, monumentos le­
vantados como por encanto, á expensas del fatigoso trabajo
de los pueblos.
La fastuosa grandeza que rodeaba á los reyes y á los
señores, inclinaba el ánimo de los vasallos al respeto y
casi veneración de ellos.
Nunca se dejaban ver eu público sino deslumbrando
con el aparato de su riqueza y de su poder. Cuando Moc­
tezuma salia de su palacio para dirigirse á sus quintas de
712 HISTO RIA D E M É JIC O .

recreo <5 al templo principal, se presentaba en ricas andas


de láminas de oro, llevadas en hombros por nobles distin­
guidos; un bellísimo quitasol de plumas verdes, adorna­
das con figuritas de oro, le daban frescura y sombra: tres
señores principales precedian la marcha, llevando levan­
tadas tres pulidas varas de oro, indicando con ellas al pue­
blo la presencia del monarca: detrás de las andas marcha­
ban cuatro personajes de elevado linaje, con un vistoso pa­
lio, también de plumas verdes con adornos de oro, para
cubrir con él al monarca cuando quisiese caminar á pió, y
cerraban la marcha muchos individuos de la nobleza, co­
locados de dos en dos, y arrimados á las paredes de las
casas, en manifestación de respeto al soberano. Toda esta
lucida comitiva caminaba sin levantar los ojos del suelo,
con la cabeza inclinada, humillado el cuerpo, y despojado
del calzado, para no molestar con sus pisadas los oidos del
monarca: éste marchaba vestido con un exquisito manto
adornado de piedras preciosas y de finísimo oro, que le col­
gaba con gracia de los hombros; cubría su cabeza una es­
plendente corona del mismo rico metal, y calzaban sus piés
magníficas sandalias de suelas de oro, sostenidas por cin­
tas llenas de costosa y brillante pedrería.
Ninguno de la régia comitiva se atrevia á levantar la
cabeza para ver al soberano; las personas que se encontra­
ban en las calles por donde el rey pasaba, volvian el ros­
tro para no cometer el desacato de mirarle; y todos los
individuos pertenecientes al pueblo, se postraban mien­
tras pasaba el monarca. Cuando bajaba de las andas, le
daban el brazo cuatro personajes de la familia real, en los
cuales se apoyaba; los otros cuatro nobles que llevaban el
CAPÍTULO X X . 713
pálio, le iban cubriendo para evitar que el sol le ofen­
diese; varios señores iban barriendo el suelo por delante
de él, y otros colocaban finas mantas para que no pisase
la tierra.
Moctezuma, lo mismo que los monarcas que le habían
precedido en el trono, procuraba tener en continua activi­
dad á sus vasallos. Para conseguirlo, les tenia á unos ocu­
pados en el cultivo de los campos; á otros en la construc­
ción de nuevos templos y palacios; en la reparación de
caminos á otros; en ejercicios de guerra á los militares; y
á fin de que ni aun los mendigos permaneciesen en el
Tributo de oc^°j les únpuso©1 deber de que entregasen
ciertos insectos. cierta cantidad
de esos insectos asquerosos
que se crian en el cuerpo de toda persona desaseada, y
que, ocultándose en sus raidos vestidos, se alimentan de
su sangre y denuncian su miseria. Para evitar que en
ninguna parte apareciesen los que una vez habian sido
entregados, se les ponia en sacos de tela muy espesa, de
donde era imposible que se saliesen, y se colocaban en un
punto separado de los almacenes reales, para arrojarlos,
sin duda, en alguna hoguera, que se encendía para ese
objeto.
Se ha equivocado el escritor Paw al deducir de esta
disposición de Moctezuma, una consecuencia ofensiva
para la generalidad de sus vasallos, suponiéndoles devo­
rados por uua innumerable cantidad de esos insectos. La
obligación de ese impuesto, solo hablaba con los mendi­
gos, desaseados en todas partes, y tenia por objeto obli­
garles á cuidarse de sí mismos.
Aquella terrible sujeción en que tenia á los pueblos,
714 H ISTO RIA DE M É JIC O .

los enormes tributos que pagaban, el rudo y constante


trabajo que sobre ellos pesaba, y la severidad con que era
castigada la mas ligera falta, producia un descontento ge­
neral en la clase pobre; pero acostumbrados todos á mirar
á sus reyes como á divinidades celestes, y á recibir sus
mandatos como preceptos santos, sufrian, sin quejarse, sin
atreverse á comunicar á ninguno, ni á los mismos de su
familia, el menor sentimiento de disgusto contra el sobe­
rano.
Carácter Al lado de esa tirantez en que Moctezuma
de Moctezuma. tenia ¿ S1IS vasallos, poseia sentimientos dig­
nos, y t9nia rasgos que revelaban un fondo de alma noble
y generosa. Compasivo y humano, socorría con frecuen­
cia á los desgraciados; premiaba con largueza los servicios
prestados á la patria, y se complacía en favorecer al huér­
fano y á la viuda. Obsequiando uno de los sentimientos
nobles que le dictó su corazón, á la vista de las desgracias
de muchos leales súbditos que gemían en la indigencia,
convirtió la ciudad de Colhuacan, en hospital de inváli­
dos, donde, á expensas del reai erario, fuesen atendidos
cuidadosamente todos los que habían servido lealmente al
reino y que ya por su edad, ya por sus achaques, ya por
cualquiera otra causa, no se hallaban en aptitud de tra­
bajar.
Pero si se complacía en premiar los servicios de los rec­
tos emplados , también sabia castigar severamente las
faltas de los que no cumplían con sus deberes. Celoso de
la observancia de las leyes, era inexorable en el castigo
de los que las transgredían. Algunas veces, para poner á
prueba la integridad de los jueces, ponía en juego, por
CAPÍTULO X X - 715
medio de otra persona, el atractivo de la codicia; y si al­
guno tenia la debilidad de dejarse seducir de ella, su cas­
tigo era terrible y seguro, aun cuando la persona pertene­
ciese á lo mas distinguido de la nobleza.
Aunque la agricultura no podía recibir grande impulso
por la falta de instrumentos de fierro y de animales pro­
pios para las faenas del campo, sin embargo, el ingenio de
los aztecas y la feracidad del terreno, suplían en lo posi­
ble, aquella falta. Contribuía también á contener en algo
el progreso de la agricultura, la falta de varias semillas
muy importantes, como ol trigo, el arroz, el garbanzo, la
lenteja, el haba, el chícharo, la alverja, el arverjon, y al­
gunas otras semillas y legumbres desconocidas entonces en
la América; pero en cultivar el maíz, la abichuela, el cacao,
el algodón, el maguey, la chia y las diversas verduras en
que el país abundaba, marchaban en escala ascendente.
En el tejido de las telas de algodón, en la preparación de
este, en las obras de mosaico de pluma, en trabajar el oro,
la plata y las alhajas, y en la manera de curtir las pieles
de venado, tigre, león y de otros animales, aunque siem­
pre se manifestaron diestros, habían llegado, en el reinado
de Moctezuma, á ser verdaderamente notables. Sabían do­
rar las copas de cobre ó de oro bajo, con una perfección
asombrosa, dándoles un color brillantísimo que persuadía
ser oro de veintidós quilates. Para adquirir este resultado,
se valían de ciertas yerbas de que solo ellos tenian el se­
creto. En la arquitectura, si sus edificios no eran compa­
rables con los europeos, eran al menos los mejores y mas
grandiosos de la América, y superaban á los de las pobla­
ciones africanas y asiáticas. Aunque no habían descubier­
716 HISTO RIA DE M ÉJICO .

to el uso del fierro, no obstante de haber bastante abun­


dancia en algunas provincias de aquel país, no por esto
carecían de instrumentos de corte y de labranza, pues lo
suplían con el cobre, de cuyo metal hacían hachas, sierras
y diversos objetos. No habían hecho menos progresos en
la astronomía y en la literatura, que seguían encontrando
protección en Moctezuma; y el idioma que era dulce, ex­
presivo y abundante, continuó enriqueciéndose y adqui­
riendo mayores encantos.
Al mirar los pasos dados por aquellos pueblos en el sen­
dero de la civilización; al ver su afan por los adelantos, y
al notar su ingenio en las diversas obras de arte, que con
acierto trabajaban, no concibo cómo haya autores extran­
jeros muy apreciables, entre ellos el Sr. Robertson, que
les quieran negar la clara inteligencia que tenían. No
comprendo, en vista de lo que eran realmente los habi­
tantes del Nuevo-Mundo, como el escritor escocés men­
cionado, afirma que los indios, por causa de tener un en ­
tendimiento en extremo limitado, carecían de ideas gene­
rales y abstractas; que su idioma estaba reducido á cierto
número de voces indispensables, para explicar únicamente
las causas sensibles, y en fin, que eran incapaces de co­
nocer por sí la causa y el efecto.
Sensible es ver que así se Riegue á los antiguos habi­
tantes de la América, por hombres justamente estimados
en la república de las letras, las bellas cualidades que les
adornaban, sin que les perdonen nada de lo desfavorable
que tenían.
La civilización de los pueblos del Anáhuac, era una ci­
vilización que empezaba; una civilización mezclada con
CAPÍTULO X X . 717
costumbres duras y terribles: la luz envuelta en sombras
que lucha por abrirse paso; pero al fin, civilización, que
solo el genio, la capacidad y la inteligencia, conciben y
emprenden.
Estado E n lo que puede decirse que no babian hecho
de las minas, adelantos ningunos, era en el trabajo de las
minas. Y no es que no ambicionasen la posesión de los ricos
metales. El oro y la plata eran los objetos codiciados por los
reyes y por los grandes, y sus mas lujosos adornos se com­
ponían de esos dos ricos metales. La causa debemos creer
que provenia de la falta de los principales artículos para
explotarlos. Antes de la conquista por los españoles, la
cantidad de oro y plata que los indios extraían, era muy
corta. Desconocían los aztecas el beneficio por azogue; y
como las fundiciones las hacían únicamente en braseros
pequeños, sin mas soplo que el que podian dar con la
boca, por medio de tubos, algunos hombres que alterna­
ban en el trabajo, los resultados no podian ser sino mez­
quinos. Por la falta del azogue y de otros objetos indis­
pensables de que carecian, los antiguos habitantes de
aquellos países, no podian sacar de los ricos minerales
que conocemos, sino una parte insignificante de los metales
que encerraban. Casi toda la plata que tenían, procedía,
bien de la que se encontraba en estado nativo, bien de
minerales excesivamente abundantes, que se fundían con
mucha facilidad. Nada prueba de una manera mas evi­
dente la dificultad que tenían en extraer el oro y la plata,
que la desventajosa proporción en que esos metales figu­
raron en los regalos hechos por Moctezuma á Hernán Cor­
tés, á pesar del empeño que tuvo aquel monarca en
718 H ISTO RIA DE M É JIC O .

presentarle la mayor cantidad posible de los metales referi­


dos. Sufre, por lo mismo, elSr. Prescolt, una equivocación,
al asegurar que los expresados minerales y otros, se saca­
ban «no solo de las incultas masas de la superficie de la
tierra, sino de las velas trabajadas en las sólidas rocas,
donde abrian extensas galerías.»
Los habitantes del Anáhuac eran ágiles, sufridos, par­
cos, de estatura mediana, bien formados, de ojos y pelo
negros; de color bronceado claro; de agradables facciones,
aunque desfiguradas por los pendientes que llevaban en
las orejas, en la nariz y en el labio inferior; ingeniosos y
valientes, barbilampiños, infatigables en sus marchas, y
si no muy fuertes, sí sanos y ligeros.
No hay mas que ver al indio actual, para convencerse
de su agilidad, su resistencia en las marchas, y su sobrie­
dad en el comer.
Moctezuma, después de haber sujetado de nuevo á la
obediencia á los habitantes de Atlixco, de Tlachauhco, y
de haber conquistado la provincia de Achiotlan, pensó,
como sus predecesores, en hacer tributaria de la corona de
Méjico á la república de Tlaxcala, Viendo sometidos á su
poder casi todos los pueblos, no podia tolerar que los tlax­
caltecas fuesen los únicos que siguiesen gobernándose por
sí mismos, sin doblar la cerviz á la fuerza poderosa de sus
armas.
Por su parte los tlaxcaltecas, conociendo que serian el
blanco de la ambición de los reyes mejicanos, se estuvie­
ron preparando á la guerra desdo Moctezuma I, poniendo
en estado de defensa todas sus poblaciones, y fabricando
con actividad admirable, toda clase de armas ofensivas y
CAPÍTULO X X . 719
defensivas. Las palabras amenazadoras del rey Axayacatl
á sus embajadores, manifestando que todos los pueblos te­
nían que ser tributarios de la corona de Méjico, les obligó
á redoblar sus trabajos, á levantar considerables fuerzas,
que situaron en las poblaciones de la frontera, á circundar
las tierras de la república con grandes fosos, y á fabricar
aquella sorprendente muralla de seis millas de largo que,
mas tarde, llamó la atención de los españoles, y que situa­
da en la parte de Oriente, que era el sitio mas peligroso,
impedia que la nación fuese invadida.
Los enemigos mas encarnizados de los tlaxcaltecas, eran
sus vecinos los huexotzingos y los cholultecas, en un
tiempo aliados suyos, y entonces sus contrarios por envi­
dia y por rivalidad. Los cbolultecas, muy especialmente,
babian logrado irritar el ánimo de los reyes mejicanos
contra la república de Tlaxcala, diciendo que trataban de
apoderarse de las provincias marítimas del golfo, con las
cuales tenían un comercio activo. El aviso de los cbolul­
tecas produjo el efecto que so babian propuesto. Los habi­
tantes de las provincias marítimas referidas, eran origina­
rios de Tlaxcala, y sabiendo los gobernantes mejicanos
que á ellos recurrían los tlaxcaltecas en solicitud de algo-
don, cacao y sal, redobló su vigilancia en la frontera, pa­
ra impedir que recibiesen aquellos artículos, aumentó el
número de tropas próximas á la república, y trataron
siempre á ésta con un encono, odio y rigor impondera­
bles.
Con las medidas dictadas por los gobernantes mejicanos,
los tlaxcaltecas se vieron privados de todo comercio con
las provincias marítimas desde Axayacatl, viéndose preci-
720 H IST O RIA D E M É JIC O .

sados á comer los alimentos sin sal, que no volvieron á


probarla hasta la llegada de Hernán Cortés á las playas
mejicanas.
Eotre tanto los tlaxcaltecas, aumentaban sus fortificacio­
nes y acogían con aprecio en su territorio á los clialque-
ños y otomites de Xaltocan, que se habían salvado en las
guerras anteriores del furor de los mejicanos. Los otomi­
tes odiaban de muerte á los habitantes de Méjico, por las
vejaciones y daños que de ellos habían recibido. Los tlax­
caltecas, tratando de utilizar el deseo de venganza de los
prófugos, pusieron á los chalqueños y otomites de guarni­
ción en los pueblos de la frontera. Acertada fué la dispo­
sición, pues siempre se portaron con heróico valor, y la
república premió sus servicios con generosa magnificencia.
1504. Vigilaba la línea fronteriza el general tlax-
ei rey de Méjico calleca Tlahuicolo, afamado guerrero, que se
manda hacer 1
la guerra oíos habia hecho notable por su valor y su fuerza
tlaxcaltecas, ^ g ^ i g a g u n0mbre imponía terror en sus

contrarios, y cuando se presentaba en los combates, pare­


cía el genio exterminador ante el cual todo se humillaba
y perecía. La tremenda espada mejicana con que combatía,
y que su formidable mano la blandía con la facilidad con
que se maneja una ligera caña, era de un peso excesivo,
y apenas la podía levantar del suelo un hombre de fuer­
zas ordinarias.
Tlahuicolo, confiando en su prodigiosa fuerza con la
cual rivalizaba su denuedo, era siempre el primero en lan­
zarse sobre los enemigos, cada vez que éstos trataban de
traspasar la frontera.
Cada vez que los huexotzingos intentaban un ataque,
CAPÍTULO X X . 721

eran rechazados por el temible Tlahuicolo, que parecía el


rayo de la guerra.
TiohutccOo cae ^os huexolzingos, que á pesar de ver que
prisionero, nada alcanzaban, no querían desistir del em­
peño en molestar á los tlaxcaltecas, como se lo tenia orde­
nado Moctezuma, asaltaron inesperadamente un dia áu n a
de las guarniciones olomiles. Tlahuicolo empuñó su enor­
me espada, y voló al encuentro de sus enemigos. En el
calor del combate, no vió un terreno fangoso que existia,
y al querer lanzarse á donde era mayor el peligro, quedó
atascado hasta las rodillas, en el pantano. Los huexotzingos,
al verle imposibilitado de salir, cargaron sobre él. mientras
obligaban á los otomiles á retirarse. Tlahuicolo se defen­
dió heróicamente; dejó tendidos á sus piés á muchos de
los que se acercaron; pero viéndose rodeado de enemigos
y sin poder salir del pantanoso sitio en que estaba hundi­
do, íué hecho prisionero y enviado á Méjico, á disposición
del emperador Moctezuma.
Tlahuicolo no monarca mejicano, admirador de las
admite la J ’
libertad, proezas de su ilustre prisionero, en vez de
destinarle al sacrificio gladialorio, le concedió la libertad
para volverse á su patria. Tlahuicolo le manifestó su agra­
decimiento; pero no quiso admitirlo, diciendo que d o que-
ria presentarse á sus compatriotas después de haber sido
vencido, y que anhelaba morir en honor de sus dioses,
como digno prisiouero, en el sacriGcio gladialorio, destina­
do á los nobles.
La arrogante resolución del general llaxcalleca, cautivó
el ánimo de Moctezuma, y viendo que no quería volver á
su patria, por un exceso de pundonor militar, se propuso
Touo I. 91
722 H ISTO RIA D E M É JIC O .

hacerle amigo de los mejicanos y aun utilizar su valor y


sus conocimientos en la guerra, combatiendo contra otras
naciones. Sin indicarle, sin embargo, su pensamiento,
Moctezuma le estuvo entreteniendo en la corte, alargando
el dia de su sacrificio y dejándole que anduviese en com­
pleta libertad.
Entre tanto los huexotzingos, los cholultecas, los teca-
nía cháleos, y otras provincias próximas á Tlaxcala, conti­
nuaban en sus hostilidades contra los tlaxcaltecas; pero
sin conseguir otra cosa que la de verse rechazados conti­
nuamente.
Moctezuma, resuelto á no tolerar que existiese nación
ninguna sin reconocerle como soberano, insistió de nuevo
en que todos los Estados vecinos á los tlaxcaltecas, invadie­
sen el territorio de aquella república indomable. Unidas
las tropas huexotzingas y cholultecas, llevando por gene­
ral á Tecayahuatzin, atacaron con ímpetu y decisión la
frontera. Los otomiles y chalqueños, que defendian los lí­
mites de Tlaxcala, resistieron con heróico valor á los inva­
sores; pero siendo corto su número, se vieron precisados á
abandonar los puntos que guarnecían y á retirarse hacia
Xiloxochitlan, ciudad que se hallaba á una legua de dis­
tancia de la capital.
Los huexotziDgos y los cholultecas avanzaron denoda­
damente y atacaron la plaza, defendida por un célebre
caudillo tlaxcalleca llamado Tizalllacatzin. El combate fué
sangriento y la resistencia tenaz; pero muerto en la bata­
lla el caudillo de los tlaxcaltecas, la victoria fué de los
huexolzingos, aunque quedó muy menguado el núme­
ro de sus combatientes. Cara debió costarles aquella victo­
CAPÍTULO X X . 723
ria, cuando, en vez de avanzar sobre la capital que se ha­
llaba próxima, emprendieron la retirada y salieron del
terriLoño de la república, temiendo ser atacados por las
tropas tlaxcaltecas.
Triunfos délos Con ¡efecto, el triunfo de los huexotzingos
tlaxcaltecas.mas pareció un descalabro que una victoria;
y los tlaxcaltecas, irritados por aquella invasión, traspasa­
ron sus fronteras, atacaron á sus enemigos en su propio
territorio, los derrotaron, y volvieron cargados de ricos
despojos á Tlaxcala. Halagados por el triunfo alcanzado y
ambicionando nuevo botin de guerra, los tlaxcaltecas vol­
vieron á invadir el territorio de los huexotzingos, y ata­
cando á éstos por las faldas de los montes que se encuen­
tran al Occidente de Huexotzingo, les obligaron á encer­
rarse en su capital. Los huexotzingos, viéndose reducidos
á la mayor estrechez, pidieron auxilio á Méjico, iy Mocte­
zuma les envió inmediatamente numerosas fuerzas, manda­
das por su hijo primogénito. El camino que tomó el ejér­
cito mejicano, jfué por la falda meridional del grandioso
volcan de Popocatepetl. Reunidas á las tropas mejicanas
las de Chiellan y de Itzocan, tomaron por Cuauliquecho-
llan, entrando en seguida en el valle de Allixco. Todos los
movimientos hechos por las fuerzas de Moctezuma, los
sabian los tlaxcaltecas.
El triunfante estandarte mejicano que, como he dicho
en otro capítulo, llevaba por insignia una águila en acti­
tud de arrojarse sobre un tigre, iba á luchar contra el de
la república de Tlaxcala, que representaba una águila, con
Jas alas extendidas. Las fuerzas de cada Estado, de los
cuatro que componían la expresada república, llevaban adc-
724 HISTO RIA DE M É JIC O .

más, la insignia que le correspondía al sujo, y que era di­


ferente de los demás. La del Estado de Teticpac, era un
lobo que oprimía con la garra varias flechas: la de Ocote-
lolco, representaba un pájaro verde, colocado sobre una ro­
ca: una garza blanca, descansando sobre una alta peña, era
la insignia de Tizatlan; y un quitasol de plumas verdes,
la que se veia en el estandarte del Estado de Quiahuitz-
tlan.
Los tlaxcaltecas, llevando su estandarte á la retaguar­
dia, como tenían por costumbre cuando marchaban á cam­
paña, pues en tiempo de paz iba á la vanguardia, cami­
naban á prisa, resueltos á impedir la reunión de los meji­
canos con los huexotzingos. Los mejicanos llevaban su
estandarte en el centro, porque asi lo ordenaba su táctica,
y caminaban tranquilos, bien agenos de pensar que sus
contrarios trataban de salirles al encuentro. Los sagaces
tlaxcaltecas dieron un rodeo, y atacando de improviso á
ios mejicanos por la retaguardia, los derrotaron completa­
r e 1'6 en una mente. Entre los distinguidos personajes que
batalla el hijo de ° 1 J *
Moctezumu. sucumbieron en ese inesperado ataque, se ha­
lló el hijo de Moctezuma, que quedó muerto en el campo
de batalla. Los destrozados y cortos restos del ejército
mejicano, huyeron perseguidos de cerca por sus enemi­
gos. Los tlaxcaltecas, contentos de aquella completa victo­
ria y cargados de ricos despojos, regresaron á Tlaxcala,
dejando de continuar el sitio sobre Huexotzingo, para ce­
lebrar con grandes regocijos el triunfo.
Moctezuma, queriendo vengar la muerte de su hijo,
envió otro nuevo ejército contra los tlaxcaltecas; pero fue
igualmente derrotado, dejando en poder de sus contrarios
CAPÍTULO X X . 725
gran número de prisioneros y considerables riquezas. Los
tlaxcaltecas celebraron con brillantes fiestas los triunfos
alcanzados; premiaron á los valientes otomites, que habian
combatido con notable heroismo, sus distinguidos servi­
cios; confirieron al de mas elevado carácter la dignidad
de Texctli, que era la primera del Estado, y dieron á sus
jefes las hijas mas hermosas de la nobleza de aquella re­
pública.
1504. emperador Moctezuma, hubiera enviado
H am bre en 1
Méjico. nuevos ejércitos que acaso hubieran veDgado
las pasadas derrotas; pero el hambre se habia presentado
en Méjico con su aterrador aspecto, desde que empezó la
campaña contra los tlaxcaltecas, y se vió precisado á de­
sistir de su empresa. La terrible calamidad habia prove­
nido de la pérdida de la cosecha del maíz en varias pro­
vincias del imperio, en los dos años anteriores. Moctezu­
ma, viendo que se habia consumido todo el grano que
exislia en todas las casas particulares, abrió generoso los
depósitos reales, en que tenia abundancia considerable de
maiz, y lo distribuyó entre sus vasallos.
La magnanimidad del monarca sirvió, al pronto, de
grande alivio á los pobres; pero agotado luego el grano
que habia en los graneros imperiales, el hambre con­
tinuó acosando al pueblo y causando muchas víctimas.
Moctezuma, viendo que por sí mismo no podia remediar
los males de sus vasallos, concedió á estos permiso, como
lo habia concedido Moctezuma I, en circunstancias igua­
les, de que marchasen á otros países para poderse propor­
cionar los medios de subsistencia como mas conveniente
juzgasen.
726 HISTO RIA D E M É JIC O .

Fausto de los Preciso es convenir en que todo lo que de


/m iseria halagad0™ y espléndida tenia la vida de los
del pueblo, reyes, grandes, sacerdotes y nobles, presen­
taba de amarga y triste la del pueblo. Sensible le es tam­
bién al historiador, en este punto, no encontrar ciertas las
bellas descripciones de los poetas, que presentan al pueblo
indio satisfecho de los abundantes frutos que da el campo,
de las aves que cazaba con sus flechas, y de los peces
que con profusión asombrosa le brindaban los rios y los
lagos.
Si en los países de Anáhuac hubiese habido vacas,
toros, corderos, cabras y cerdos, el azote del hambre hubie­
ra sido muy difícil; pero aun no se conocían esos benéficos
animales, y al faltar la cosecha del maíz ó del frijol,
principales alimentos de la mayoría, se dejaba sentir in­
mediatamente aquella plaga con todos sus horrores. Para
los reyes y las clases privilegiadas, eran la carne de vena­
do, las liebres, los conejos y las aves; pero el alimento de
los pobres se reducía á un líquido alimenticio, hecho de
maíz, llamado atole, con que se desayunaban, y á fríjoles,
chile (pimiento), tortillas y algunas verduras, que toma­
ban en la comida, regalándose de vez en cuando con tu-
males hechos también de maíz, con algunos pedacitos de
carne.
Pero faltando la cosecha del maíz, faltaba para la gen­
te pobre el todo; y los males que causaba la necesidad,
se deduce que debían ser muy terribles, cuando he­
mos visto que á muchos les obligaba á vender su liber­
tad, y que los reyes les daban licencia para privarse de
ella.
CAPÍTULO X X . 727
^ab a P °r ^ortuna> cosecha del siguiente año
el hambre: de 1505 fué abundante, y las poblaciones vol-
Cuauhum&naD. vieron * disfrutar de los bienes precisos.
Erección de Moctezuma, libre del cuidado que le había
un nuevo .
templo. obligado á tener en inacción las armas de sus
ejércitos, envié una fuerza respetable á combatir á los
guatemaltecos, que habían cometido algunos desmanes
contra los súbditos de la corona de Méjico.
Los habitantes de Guatemala, se dispusieron á luchar
contra los mejicanos, y la camp'aña fué sangrieula.
Durante esta, se terminó un gran templo que Moctezu­
ma había mandado levantar en honor de Centeoll, diosa
de la tierra y del maíz.
Mas felices los mejicanos contra los guatemaltecos que
contra los tlaxcaltecas, lograron derrotarlos en varios en­
cuentros, y cargados de ricos despojos volvieron á la ca­
pital, donde los numerosos prisioneros que llevaban, fueron
sacrificados el día de la dedicación del templo, á la diosa
Centeotl.
Mejoras En mismo año de 1505 se hicieron algu-
materiales. nas 0ijras materiales, de bastante importancia
y utilidad pública. Eutre esas obras, de provechosos resul­
tados, se encontraba la del camino de Chapultepec á Méji­
co, construido sobre el lago, el cual se le dio mucha ma­
yor anchura.
incendio de El placer causado por la terminación de esa
un templo, y ¿e 0tras obras importantes, se vió acibarado

por el incendio que produjo la caída de un rayo en la tor­


re ó santuario de un templo llamado ZowollL
Al ver elevarse las llamas, los habitantes de la ciudad,
728 H ISTO RIA D E M É JIC O .

lejanos al templo, que ignoraban la causa que había pro­


ducido el incendio, se imaginaron que algunos enemigos
de la nación, entrando repentinamente en la ciudad, ha­
bían puesto fuego al santuario, y corrieron á tomar las ar­
mas para matarles.
Los tlalelolcos particularmente, dominados por aquel
pensamiento, tomaron sus arcos y sus flechas, y corrieron
al templo para defender á sus dioses.
EL celo de los tlatelolcos fné interpretado por Moctezu­
ma como un pretexto para rebelarse, y se indignó alta­
mente contra ellos.
Moctezuma El monarca mejicano no tenia confianza en
desconfiando de ja adhesión de los que en un tiempo fueron ce­
los tlatelolcos, , .
les quita sus losos rivales de los mejicanos, y á todas horas
empleos. temia una sedición de parle de ellos. Domina­
do por aquella sospecha, privó de sus empleos á todos los
tlatelolcos que desempeñaban algún puesto público, y les
prohibió que en lo sucesivo se presentasen en la corle.
En vano protestaron de su inocencia los acusados de un
hecho que estaba muy lejos de la verdad. Nada quiso oír
Moctezuma, y la disposición se llevó á cabo. Sin embar­
go, no pasó mucho tiempo sin que el monarca, calmado
su primer ímpetu de indignación, no diese lugar á la justi­
cia; y persuadido de que no había existido un motivo jus-
Los tlatelolcos tificado para la privación de los empleos, res-
son repuestos ea *■ A , .
sus destinos, tituyó á los despojados á sus destinos y á su
gracia.
Nuevas Aunque las provincias feudatarias y suje-
rebeiiones. tas a] poder de Méjico, comprendían lo difícil
que era sacudir el yugo, no por esto renunciaban á las
CAPÍTULO X X . 729
tentativas de recobrar su independencia. Los pueblos se
bailaban abrumados con el peso de los impuestos que au ­
mentaban en proporción del lujo y fausto de los monarcas,
y los señores, anhelando no depender de un conquistador,
trabajaban, sin descanso, por emanciparse de Méjico.
Los mixtecas y los zapotecas, que no podian resignarse
á sufrir ningún extraño poder, se rebelaron casi en los
momentos en que fueron vencidos los guatemaltecos.
La nobleza de ambas provincias tomé parte en la rebe -
lion, y los jefes principales que se pusieron al frente de
ella, fueron Cetecpatl y Nahuixochitl, señor éste de Tzot-
zollan, y aquel, de Coaxllahuacan.
El primer paso dado por los rebeldes, fué arrojarse so­
bre las guarniciones mejicanas que ocupaban Huaxyacac
y otros pueblos, las cuales fueron pasadas á cuchillo.
Al tener Moctezuma noticia de la rebelión y del fin trá-
jico de las guarniciones referidas, pidió considerables
fuerzas á los reyes aliados de Texcoco y de Tacuba, y
uniéndolas á las mejicanas, envió un fuerte ejército á so­
focar el movimiento. El mando de la expedición se lo dió
al príncipe Cuillahuac, hermano suyo, y sucesor á la co­
rona.
La campaña fué de brillantes resultados para los meji­
canos. Los rebeldes fueron vencidos: el número de prisio­
neros considerable, contándose entre ellos sus jefes; la
ciudad de Tzotzollan, saqueada; y reducidos á la obedien­
cia todos los pueblos.
El ejército aliado volvió á Méjico llevando un abundan­
te y rico bolín, y los prisioneros fueron sacrificados á los
dioses. Unicamente el jefe Cetecpatl, señor de Coaxtlahua-
730 HISTO RIA DB M É JICO .

can no sufrió, por entonces, la muerte, por haberse diferi­


do su sacrificio hasta que descubriese á todos los que esta­
ban complicados en la rebelión, y los proyectos del plan.
Al mismo tiempo que los rebeldes pagaban con la vida
su movimiento de independencia, Cozcacuauhtli, herma­
no de Nahuixochitl, que no habia querido tomar parte en
el plan de éste, fué nombrado por Moctezuma, señor del
Estado de Tzotzollan, ocupando así el lugar de su vencido
hermano.
Desavenencia Mientras el castigo sufrido por los rebeldes
fcuexotzingoe ev^tó í 11® °^ros Estados intentasen sacudir el
v choiuitecae. yugo, temiendo igual resultado, los huexot-
ziogos y los cholultecas que hasta entonces habian comba­
tido unidos, contra los tlaxcaltecas, tuvieron sérias desa­
venencias entre sí que dieron lugar á un rompimiento en­
tre ellos. Recurriendo entonces unos y otros á las armas,
se dieron una batalla campal. La suerte fué contraria á los
cholultecas, y para salvarse en su derrota del furor de sus
enemigos se refugiaron en Cholula. Los huexotzingos les
siguieron de cerca, matándoles mucha gente y quemándo­
les algunas casas.
Alcanzado el triunfo y calmadas un poco las pasiones,
los huexotzingos comprendieron que podría caer sobre
ellos el enojo de Moctezuma, y enviaron dos embajadores
al monarca mejicano, manifestando que la lucha habia
sido suscitada por los cholultecas, y justificando ellos su
proceder.
Los embajadores, al contar el hecho y pintar la victo­
ria alcanzada contra sus antiguos amigos, cometieron la
imprudencia de potiderar los estragos causados en la cíu-
CAPITULO X X . 731
dad por sus compatriotas, sin mas objeto que el de hacer
resaltar así el valor de ellos. Moctezuma, creyendo por la
pintura que le hacian, que la ciudad había quedado des­
truida, se manifestó pesaroso. Temió que el santuario
del dios Quetzalcoatl, que era el mas reverenciado en el
país, hubiese sido profanado por los huexotzingos, y de­
seando saber lo que había pasado, envió, de acuerdo con
el rey de Texcoco y el de Tacuba, sus aliados, á personas
de su confianza para que le diesen una noticia exacta de
todo lo que había acontecido.
Viendo, por la relación de sus comisionados, que los
huexotzingos le habían engañado, exagerando el hecho,
se indignó por el engaño; y para castigar la mentira, en­
vió contra ellos un formidable ejército, con órden de que
los castigase severamente.
Los huexotzingos, al ver aproximarse la tormenta,
salieron en órden de batalla á recibir á los mejicanos. El
general que mandaba las fuerzas de Moctezuma, se ade­
lantó entonces, y expuso á los jefes huexotzingos la órden
que llevaba de castigar á la población, por haber causado
la ruina de la ciudad do Cholula y haber profanado el
templo de Quetzalcoatl.
cortan &dos Los huexotzingos hicieron presente que
embaja-tores las sus embajadores habían exagerado el hecho,
orejas y las na- .
rices por sin que se les hubiese dado permiso para
haber mentido. y q ue 0Si aijanL dispuestos á castigarlos por
haberse traslimitado de la misión que llevaban. Enton­
ces, para probar la culpabilidad de los dos embajadores
llamados Tolimpanecatl y Tzoncoztli, les hicieron compa­
recer, les cortaron las orejas y las narices, que era el
732 H ISTO RIA DE M É JIC O .

castigo de los que propagaban mentiras graves, y los


entregaron al general mejicano para que les condujese &
Méjico.
Moctezuma quedó satisfecho con aquel acto que reve­
laba la inocencia de los huexotzingos, y el ejército volvió
á Méjico sin haber causado el menor daño.
1506 . Un año después, 1506, se rebelaron los
deíos**" aÜiX(T:ieSos contra la corona de Méjico, an -
atiixquefios. helando recobrar su libertad; pero la insur­
rección duró poco. Las tropas mejicanas derrotaron com­
pletamente á los rebeldes, y volvieron á Méjico cargadas
de despojos y con un considerable número de prisioneros,
parte de los cuales se destinaron al sacrificio de la fiesta
de la renovación del fuego, al principio del nuevo siglo,
que cayó precisamente en esos dias, pertenecientes á
Febrero de 1506. El resto de los prisioneros se reserva­
ron para inmolarlos en la dedicación de un templo próxi­
mo al gran leocalli, destinado á guardar las calaveras de
los sacrificados.
Por espacio de algunos meses, las armas descansaron y
las obras materiales tomaron notable impulso á la sombra
de la benéfica paz.
Los acueductos, las calzadas y los puentes, merecieron
especial atención; y la obra de la reedificación del templo
Zomolli, que vimos incendiarse por la caida de un rayo,
quedó terminada.
Pero la estabilidad de la paz era imposible en un
imperio que debía su grandeza á las conquistas, y en
que cada nación feudataria anhelaba recobrar su indepen­
dencia.
CAPITULO X X . 733
16 07. Moctezuma, para no tener ociosos sus ejér-
Los mejicanos citos, envió UDa expedición contra Micllan y
hacen una 7 r J
expedición, y Tzolan, pueblos mixtecas que no estaban
^pueblos™6 preparados para la guerra. Al tener noticia
sublevados. ¿e ja aproximación de las tropas majicanas,
los habitantes de ambas poblaciones huyeron á las mon­
tañas, sin excepción de edad ni sexo, y el ejército de
Moctezuma solo consiguió hacer algunos prisioneros de
aquellos que no tuvieron tiempo para salir de las ciuda­
des y ponerse en salvo.
No encontrando el ejército mejicano enemigos con quie­
nes combatir, se dirigió de allí á Cuauhquechollan, que
se habia rebelado contra el dominio de Méjico. Los ha­
bitantes se prepararon á luchar contra las tropas mejica­
nas, y las acciones que se dieron fueron sangrientas.
El príncipe Cuitlahuac, que era el general que man­
daba á los mejicanos, se distinguió por su valor y su pe­
ricia. La campaña costó algunos valientes caudillos al
ejército de Moctezuma: pero alcanzó el triunfo sobre sus
contrarios, á quienes impuso de nuevo el yugo, y llevó
á la capital del imperio tres rail doscientos prisioneros,
que fueron sacrificados, parte en la dedicación del templo
reedificado, y la otra en la fiesta que se verificaba en el
segundo mes mejicano.
150 8. No alcanzó el mismo éxito la expedición
de^Pedad°de ^ue eriv^> Poco después, á la apartada pro-
íos mejicanos vincia de Amatlan. El ejército, compuesto de
i» provincia mejicanos, texcocanos y tepanecas, padeció
de Amatian. fuertes temporales en el camino que diezma­
ron su gente. Una terrible tempestad de nieve y viento,
734 HISTORIA DE MÉJICO.

que le sorprendió al atravesar una elevada montaña,


causó un estrago imponderable en aquellos soldados que
marchaban casi desnudos y que estaban acostumbrados á
un clima suave. Muchos murieron de frió, y no po­
cos destrozados por los árboles que arrancaba el hu­
racán.
Mermado así el número de combatientes, era imposi­
ble que la campaña alcanzase un feliz éxito; y con efecto,
el resto de los soldados pereció en las diversas batallas
que tuvieron.
A la anterior expedición, siguieron otras en el mismo
año de 1508, contra los atlixqueños, huexotzingos, tlax­
caltecas, y los habitantes de Malinaltepec y Xepatepec,
en que lograron hacer cinco mil prisioneros, que fueron
sacrificados poco después en la capital.
1500. Aun D0 <jeScansaban las tropas de las cam-
Los mejicanos #
reducen a pañas anteriores, cuando se vieron precisadas
,a“ á marchar contra los habitantes de Xochite-
U6
xocbitepec. peCj q empuñaron las armas para sacudir
el yugo impuesto por la corona de Méjico. Pronto fueron
vencidos los rebeldes y reducidos á la obediencia. El bo­
tín alcanzado por los vencedores fué considerable, y el
castigo de los jefes de la rebelión, severo.
i 5 io . Como la idea religiosa era la dominante en
p&ra el anude aí ue^ as Daciones, Moctezuma, que siempre se
ios sacrificios, había manifestado celoso por los actos de su

religión, creyó que la piedra de los sacrificios que se ha­


llaba en el templo mayor, no correspondía ni á la m agni­
ficencia de éste, ni á la dignidad de los dioses. Deseando,
por lo mismo, que todo guardase la mas perfecta armonía,
CAPÍTULO X X . 735
mandó que se buscase una piedra de la magnitud que
juzgó conveniente.
El deseo del monarca fué inmediatamente obsequiado;
y la piedra, que era de un tamaño enorme, fué labrada
perfectamente, como lo habia ordenado el soberano. Con­
cluida la obra, se dispuso conducirla á la capital con la
mayor solemnidad posible. Millares de personas se ocupa­
ron de su conducción. Los sacerdotes salieron á recibirla
hasta las puertas de la ciudad, y el sumo sacerdote mar­
chaba incensándola. De repente, al pasar un puente de
madera que se encontraba á la entrada de la ciudad, se
rompieron las vigas de él, con la enormidad del peso, co­
mo se rompieron en época anterior las de otro, cuando se
llevó la piedra del calendario, y la extraordinaria piedra
del sacrificio cayó al canal, llevando tras sí al sumo sacer­
dote y á otras muchas personas que estuvieron en peligro
de ahogarse.
Grande fué la pena que causó aquel acontecimiento en
el emperador Moctezuma; pero animado de su celo reli­
gioso, hizo que se sacase á todo trance del sitio en que
habia caido, y al fin logró que se colocase en el templo
mayor.
Contento del resultado, se dispusieron grandes fiestas
para el dia de la dedicación de la piedra. Moctezuma con­
vocó á la nobleza de todo el imperio para que concurriese
á los solemnes festejos, y la piedra fué dedicada con el
sacrificio de todos los prisioneros que se habían reservado
para la solemnidad de aquel acto.
Moctezuma hizo notables regalos, al terminar las fiestas,
á nobles y plebeyos, y los forasteros que concurrieron á
736 BIST0R1A DE MÉJICO.

ellas quedaron asombrados del esplendor con que habían


sido celebradas.
Doce mil A los regocijos públicos, por la dedicación
sacrificados en U0
pi0d-ra <I se acababa de colocar en el
dos ceremonias. g ran templo, siguieron, en el mismo año, otros
de no menos animación, originados por la dedicación del
templo Tlamatzinco y la del Cuaxicalco, en cuyas dos
ceremonias fueron sacrificados mas de doce mil indivi­
duos.
La necesidad de hecatombes de séres humanos, pa­
ra casi todos los actos religiosos, hacia indispensable la
guerra.
De aquí las continuas luchas entre aquellas naciones
por la mas insignificante causa, siendo el pueblo la victi­
ma de ellas.
La guerra y el afan de víctimas no eran, pues, efectos
de un sentimiento inhumano, sino una exigencia religiosa
que juzgaban sagrada. Pero esta exigencia religiosa, de
que no eran culpables, pesaba horriblemente sobre las
grandes masas de los pueblos, que eran de donde se pro­
veían de víctimas los sacerdotes, y de esclavos los caci­
ques y señores que vencían.
i 5 ii. Mal hallados los xopes con ser tributarios
^opeVyron8 corona ¿e Méjico, empuñaron las armas
vencidos, para independerse, y trataron de asesinar
á toda la guarnición mejicana que se hallaba en Tlaco-
tepec.
Descubierto su intento, fueron sujetados de nuevo; y
doscientos de los rebeldes fueron enviados prisioneros á la
capital, donde fueron sacrificados.
CAPÍTULO X X . 737
i 5 is . A-l año siguiente envió Moctezuma una ex-
Expedicíon pedición hácia el Norte, contra los quetzala-
oontra
quetzaiapane- paDecas. La campaña fué favorable para los
cas' mejicanos, pues con la insignificante pérdida
de menos de cien hombres, lograron vencer á‘sus contra­
rios y hacerles mas de mil trescientos prisioneros, que fue­
ron llevados á Méjico para inmolarlos á los dioses.
La fortuna acompañaba á las armas mejicanas en casi
todas sus expediciones. La victoria iba en sus filas; y
Moctezuma logró sujetar á su imperio cuarenta y cuatro
lugares y ciudades, que con sus ricos tributos contribuian
á mantener el fausto y la opulencia de la corte.
°Méjicoy'Pe Dueño de las mas ricas provincias del Aná-
Michoacan. huac, y anhelando la dominación de otras
nuevas, se dispuso á llevar la guerra á los michoacanos,
que siempre habian tenido á raya, por su frontera, los
avances de los mejicanos.
Conociendo el valor y el poder de los tarascos, reunió
un gran ejército que, unido á las tropas que le enviaron
sus reyes aliados de Texcoco y de Tacuba, no pudiese en­
contrar larga resistencia.
Para que el golpe fuese seguro, Moctezuma se propuso
dar el mando á un general experimentado, cuyo valor y
pericia fuesen conocidos.
Se hallaba en la corte, sin haber querido admitir su li­
bertad, el valiente y forzudo Tlahuicolo, que, desde que ca­
yó prisionoro, defendiendo la frontera deTlaxcala, espera­
ba ser conducido al sacrificio gladiatorio. Creyó llegado el
momento de marchar á éste, después de los reveses sufri­
dos por los mejicanos en la campaña contra los tlaxcalle-
738 HISTORIA D E M É JICO .

cas; pero con sorpresa vió que Moctezuma, lejos de Lomar


en él venganza, le siguió tratando con el mas alto aprecio,
le permitió que llamase á su mujer, que se hallaba en
Tlaxcala, y que viviese con ella.
El esforzado Tlahuicolo, aunque estaba resuelto á no
admitir la excepción del sacrificio gladiatorio, pues creia
que era un deber morir luchando en él, ya que no pudo
evitar el caer prisionero, quedó cautivado de las distincio­
nes del monarca mejicano, sintiendo liácia él un sincero
afecto de simpatía.
Moctezuma da Moctezuma, comprendiendo los nobles sen-
61ejército*161 que abrigaba el alma del rígido tlax-
¿Tlahuicolo. calteca, y queriendo utilizar sus conocimien­
tos militares y su valor, le llamó á palacio y le nombró
general en jefe del ejército que iba á salir contra los m i-
choacanos. Tlahuicolo, agradecido á las continuas mani­
festaciones de aprecio del monarca, y viendo que en ad­
mitir, no ofendía á su patria, aceptó el cargo, y marchó
contra los tarascos.
Ocupaba entonces el trono de michoacan, Tangaxoan 11,
ó el Caltzontzi, como le llamaron los españoles. Dotado de
gran valor y de un patriotismo á Loda prueba, el rey ta­
rasco se dispuso á esperar á sus contrarios, colocando res­
petables fuerzas que se opusieran al paso de los que inten­
taban invadir su territorio.
El general Tlahuicolo, llegó con sus aguerridas hues­
tes mejicanas, tepanecas y texcocanas, al sitio en que
debía abrirse la campaña, y plantó sus reales en las fronte­
ras de la nación tarasca, que eran Maravatio, Toximaroa,
Tzitácuaro, Anámbaro y Tzinapécuaro.
CAPÍTULO X X . 739
Los dos ejércitos se prepararon á la lucha.
Dada la señal de acometida, se lanzaron el uno al otro,
con la furia que les prestaba el odio profundo que las dos
naciones se profesaban.
La batalla se empeñó con igual ardor, por una y otra
parte.
Tlahuicolo, correspondiendo á la confianza que en él se
habia depositado, y patentizando que era merecido el re­
nombre do valiente que habia conquistado, combatia como
un héroe, tendiendo por su propia mano muchos enemigos
sobre el campo de batalla. Pero su pujanza y su valor,
encontraron dignos enemigos q u e , despreciando el peli­
gro, despedian la muerte en cada golpe de sus terribles
macanas y en cada disparo de sus certeras flechas.
La decisión y la destreza en el manejo de las armas
eran iguales en uno y otro ejército.
Nadie cedia ni un palmo de terreno. Habían transcur­
rido muchas horas de combate cuerpo á cuerpo, haciéndo­
se múluamenle prisioneros, y la victoria no queria deci­
dirse por ninguno.
Los mejicanos hicieron prodigios de valor; pero no pu­
dieron hacer retroceder á los michoacanos ni una sola
línea de las posiciones que ocupaban.
Tlahuicolo, después de haber permanecido algunos dias
reforzando las guarniciones de la línea próxima á la fron­
tera michoacana, volvió á Méjico, donde Moctezuma le
manifestó su aprecio por lo hecho en la campaña, pues
aunque no le fue dable arrojar de sus posiciones á los ta­
rascos, les hizo muchos prisioneros, y les cogió alguna
cantidad de oro y de plata.
740 HISTO RIA D E M É JIC O .

Agradecido el emperador mejicano á los servicios pres­


tados por el ilustre tlaxcalteca, volvió á ofrecerle la liber­
tad. Tiahuicolo rehusó admitirla, añadiendo que, si en
algo se apreciaban los servicios que acababa de prestar, se
le condujese al sacrificio gladiatorio, pues su obligación y
su honra le exigían marchar á él. Moctezuma le ofreció
entonces el empleo vitalicio de general, que tampoco quiso
aceptar. «Nada deseo— contestó el valiente Tiahuicolo—
sino ser conducido al sacrificio gladiatorio.»
Yiendo el monarca mejicano el empeño del rígido tlax­
calteca, se vió precisado á condescender con él, y señaló
el dia para su muerte.
Tiahuicolo en el Llegado el plazo, Tiahuicolo fué colocado
sacrificio 1
gladiatorio. sobre la piedra del sacrificio gladiatorio, lla­
mada temalacatl, que era redonda, grande, de tres piés de
alto, y cubierta de raros relieves; se le ató de un pié, y
se le dió una espada corta y una rodela para combatir. La
piedra, como ya he dicho en otra parte de esta historia,
estaba sobre un terraplén redondo, de ocho piés de alio,
de manera que la lucha pudiera ser vista con comodidad
por los espectadores.
Tiahuicolo se presentó arrogante. Su colosal estatura,
su musculatura atlética, su fisonomía varonil, franca y
guerrera, atraían las miradas de lodos los concurrentes.
Un oficial de gallarda presencia, de notable valor y dies­
tro en el manejo de las armas, salió á combatir con él;
pero pronto fué víctima de su temerario arrojo, quedando
muerto de un formidable golpe, descargado por el brazo
de hierro del temible tlaxcalteca. Acto continuo se presen­
tó otro intrépido guerrero, en la liza, que también fué
CAPÍTULO X X . 741
muerto, lo mismo que otros cinco, que sucesivamente sa­
lieron á combatir. Según la ley, el prisionero que vencia
á siete, era puesto inmediatamente en libertad; pero como
Tlahuicolo no la babia querido recibir, y su empeño era
sacrificarse por sus dioses, siguió combatiendo, hasta que
después de haber matado á ocho y herido á veinte, cayó
en tierra, al recibir una herida profunda en la cabeza. In­
mediatamente los sacrifica dores, se lanzaron sobre él, le
condujeron ante el ídolo Huitzilopochlli, y tendiéndole
sobre el altar de los sacrificios comunes, le abrieron el
pecho, le arrancaron el corazón, y arrojaron el cadáver
por las escaleras del templo, según el rito establecido.
Su vencedor se apoderó de los muslos y los brazos, y los
llevó á su casa para dar un banquete á sus amigos.
Así terminó la vida de aquel valiente indio, que despre­
ció los mas altos honores, por cumplir con lo que su ho­
nor, su deber y su religión le imponian.
£1 rasgo no cede en heroicidad á los que han eterniza­
do la memoria de los héroes de la antigüedad, en el resto
del mundo.
Ardid de Moctezuma envió contra los michoacanos
guerra de los
michoacanos. un nuevo general, con mayor número de
fuerzas que las que llexó Tlahuicolo.
El monarca tarasco Tangaxoan ó Callzontzi, conociendo
la ventaja que le llevaban los mejicanos por la fuerza numé­
rica, recurrió á un ardid que compensase aquella. Se pu­
so al frente del ejército, y emprendió su marcha, llevando
un número considerable de tamemes, cargados de víveres
y de abundante vino.
Los tarascos llegaron de aquella manera hasta ponerse
742 HISTORIA. D E M É JICO .

enfrente de las tropas mejicanas, situándose en un cam­


po conveniente; pero en vez de que escalonasen sus es­
cuadrones , y tomasen las precauciones que se toman
antes de una batalla, colocaron por toda la linea, las con­
siderables provisiones de boca que habian llevado, sin cui­
darse, al parecer, mas que de ellas.
El ejército mejicano les acometió entonces con ímpetu
extraordinario, y los michoacanos, fingiéndose sorprendi­
dos, se pusieron en precipitada fuga. Sus contrarios les
siguieron un gran trecho; pero al encontrarse con las pro­
visiones de víveres, dejaron el alcance del enemigo para
entregarse á comer y beber. Cuando mas entregados esta­
ban á los placeres de la mesa y casi embriagados con los
licores, cayeron sobre ellos de improviso los michoacanos,
destrozándoles completamente, y haciéndoles un número
considerable de prisioneros.
Aquella derrota, hizo desistir á Moctezuma de seguir
la campaña contra los michoacanos, empleando sus armas
en reducir á la obediencia á las provincias que intentaban
rebelarse.
C A P IT U L O X XI.

Buen gobierno de Nezahualpilli, rey de Texcoco.—Paralelo entre la literatura


texcocana y mejicana.—Nezahualpilli, por no quebrantar las leyes, deja qne
se cumpla la sentencia de muerte dada contra bu hijo.—Infidelidad de una
de las mujeres de Nezahualpilli: sufre la pona de muerte con sus amantes y
cómplices.—Nezahualpilli se retira de los negocios públicos.—Muerte de Ne­
zahualpilli.—Victimas que se sacrificaron en sus exequias.—Es electo rey su
hijo Cacamatzln.—Se opone su hermano Ixtlilxochltl.—Se forman dos parti­
dos y se divide el reino de Acolhuacan.—Odio de IxtlilxocliitL d Moctezuma:
reta d éste d combate personal.—Ixtlilxochitl manda quemar vivo A un primo
de Moctezuma hecho prisionero.—Llegada de los españolee días costas de Mé­
jico.—Disposiciones de Moctezuma: la escuadilla desaparece.—Situación del
país.—Rebeliones de los pueblos.—La república de Tlaxcala; su extensión.—
Extensión del reino de Acolhuacan.—Lo que era el reino de Tlacopan.—Ex­
tensión del imperio mejicano.—Número de habitantes de todo el país.—Lle­
gada de Hernán Cortés días playas mejicanas.

Mientras Moctezuma, rodeado de poder y de esplen­


dor, se ocupaba en proyectos de grandeza y de felicidad,
el rey Nezahualpilli, el ilustre hijo de Nezahualcoyotl,
abrumado con hondas penas de familia, se disponía á aban­
donar el trono, para poderse entregar á los sencillos, pero
dulces goces de la vida privada.
744 HISTO RIA D E M ÉJICO .

Nezahualpilli, que significa «príncipe por quien se ha


ayunado,» había nacido con la misma inclinación á las
ciencias y las bellas letras, que manifestó el ilusLre Neza-
hualcoyotl durante su reinado.
Mas severo aun que su rígido padre, en la moral y en
la ejecución de la justicia, logró con el castigo de algunos
transgresores de las leyes, que la mayoría de la nación
no se apartase una sola línea de la pauta de sus de­
beres.
Mas inclinado al trato de las musas y al estudio de la
astronomía que al ruido de las batallas y á los estragos de
la guerra, dedicaba todos los instantes que le permitían
sus asuntos de gobierno, á la composición de sentidas le­
yendas y á la contemplación de los astros, para lo cual ha-
bia hecho construir un observatorio en uno de sus pala­
cios.
Dorante los primeros tiempos de su reinado, salió va­
rias veces á campaña al frente de sus tropas, bien para
ayudar en sus empresas á los monarcas de Méjico, bien
para mantener el espíritu guerrero en sus soldados; pero
cuando los años calmaron el ardor de la juventud, procuró
conservar inalterable la paz, y solo salian sus ejércitos
cuando el rey de Méjico demandaba su auxilio, en cum­
plimiento de la afianza ofensiva y defensiva celebrada en­
tre ellos y el monarca de Tacuba.
Afanoso como su padre por el esplendor de la ciudad de
Texcoco, edificó magníficos palacios y quintas de recreo,
en que la belleza y la comodidad rivalizaban con la buena
disposición del repartimiento de las vastas piezas y con la
pintoresca situación que ocupaban.
CAPÍTULO X X Í . 7-A5
La corte de Texcoco siguió siendo, con NezahualpUíu
lo que había sido con Nezahualcoyotl; el punto de reu­
nión de todos los sabios del Anáhuac, de los poetas y de
los oradores.
Literatura Las mejores historias, las mas delicadas
texcocana y , . . . , , .
mejicana, poesías, eran debidas á los ingenios que habi­
taban en aquella ciudad, protegidos por sus literatos y le­
gisladores reyes. En ninguna parte se hablaba con mas
pureza el idioma azteca que en Texcoco. Los mejicanos
competían con sus leales vecinos en la agricultura, en las
arles, en la astronomía, en la grandiosidad de sus tem­
plos, en la magnificencia de sus palacios, y en la pompa
verdaderamente asiática que ostentaban sus monarcas;
pero en lo que correspondía á la forma literaria de sus
obras, á los giros del idioma, á la pureza de la dicción, á
la redondez de los períodos, y al delicado gusto de la
•cadencia, se encontraba mas elegancia, mas corrección,
en los poetas y oradores texcocanos.
El ilustre historiador Prescott, al hacer el paralelo en­
tre los adelantos de aquellas dos naciones que iban, en
ol Anáhuac, á la vanguardia de la civilización, atribuye
la inferioridad de los mejicanos en la elocuencia y poesía,
á la sangrienta religión que profesaban. La grandeza de
los aztecas, en su concepto, «era el desarrollo de elementos
• materiales, mas bien que intelectuales. Necesitaban el
.refinamiento de costumbres, esencial á un continuo pro-
igreso en la civilización; y un insuperable límite estaba
»pueslo á las suyas, con aquella sangrienta mitología que
"comunicaba su horrible y asquerosa infección al mismp
; aire que respiraban.v
Toao l 94
'7 4 6 HISTORIA. DB M É JIC O .

Pero, en mi humilde juicio, la causa de que en las


obras lilerarias de los mejicanos no se encontrasen las be­
llas formas y la correcta y elegante dicción que en las pro­
ducciones literarias de sus vecinos, es preciso buscarla en
otra parte. Si el escollo insuperable al desarrollo intelec­
tual hubiera sido para los mejicanos la sangrienta religión,
que desgraciadamente profesaban, seria preciso negar
aquel desarrollo á los texcocanos. No debemos olvidar que
la religión era la misma, y que los sacrificios humanos
existían entre los acolhuas, como tengo dicho, mucho an­
tes de que los mejicanos ejerciesen el menor influjo en el
Anáhuac. Solo que todos hablan de los prisioneros sacri­
ficados por los mejicanos, detallando sus actos, y nadie
hace mención de los inmolados por las demás naciones del
Anáhuac.
La causa de que las obras literarias de los mejicanos
careciesen del gusto que se advierte en las de los poetas y
oradores texcocanos, era la continua ocupación de la
guerra.
Ocupada la nación en llevar la conquista á todas parles,
los literatos solo se podían ocupar de himnos guerreros
que ensalzasen la gloria de sus héroes y de sus monarcas.
La literatura mejicana era enérgica, guerrera, porque
estaba impregnada del sentimiento que dominaba á la na­
ción entera. La texcocana era dulce, filosófica, tierna,
amorosa, porque estaba inspirada en medio de la deliciosa
calma de la paz.
Cada literatura reflejaba el sentimiento dominante de la
sociedad en que brotaba, y caminaban paralelas en su
desarrollo, en los distintos géneros á que pertenecían.
CAPÍTULO X X I. 747

Nezahualpilli no solo había heredado de su padre el


gusto por las ciencias y las letras, sino también sus ideas
religiosas. No creía en el poder de las deidades que adora­
ba el pueblo; pero se veia precisado á tolerar los sacrifi -
cios y á reverenciar los ídolos, para no atraerse el odio de
sus vasallos y de los sacerdotes.
Querido de los pueblos y gozando en los adelantos de
su patria vivía, cuando un hecho, nunca por él esperado,
vino á inundar de duelo y profunda pena su corazón, aci­
barando para siempre lodos los instantes de su existencia.
El rey que siempre se había manifestado inexorable
contra los vasallos transgresores de las leyes, tenia que
serlo con uno de sus hijos.
Tenia Nezahualpilli, entre sus numerosas concubinas,
una que descollaba entre todas por su notable belleza, su
claro talento y la agudeza de su ingenio. Era jóven de h u ­
milde origen; pero de elevados pensamientos y de rica in ­
teligencia. Las bellas cualidades que adornaban íi la inte­
resante jóven, hizo que Nezahualpilli la mirase con singu­
lar predilección, y que la consagrase un amor vehemenle
y profundo.
Habitaba aquella indiana belleza, conocida con el nom ­
bre de la señora de Tula, un elegante palacio, con agrada­
bles jardines, que el rey la destinó para que viviese con el
fausto y distinciones que ninguna de sus otras concubinas
disfrutaba.
Correspouden- La gracia, la discreción y la hermosura de
cia epistolar
entre una la jóven Tula, movieron el interés de un jó ­
concubina del ven, á entablar una correspondencia poética
rey y el hijo
de éste. con ella, que también gozaba de la reputa-
74 8 H ISTO RIA D E M É JICO .

cion de poelisa. Este jóven era Huexotzincatzin, hijo del


monarca, principe de relevantes prendas, muy dedicado á
las letras, y dulce y expresivo en sus composiciones poé­
ticas. Nezahualpillí tenia hácia este hijo, singular prefe­
rencia. Habia nacido en la época de sus triunfos contra los-
huexotzingos, por lo cual le puso, como entonces vimos,
el nombre de Huexotzincatzin, y le tuvo de sn linda espo­
sa Xocotzin, sobrina del monarca mejicano Tízoc.
Se ignora si la correspondencia era amorosa; pero cual­
quiera que fuese la causa que la motivé, envolvía una
grave falta al soberano y al padre. Las leyes señalaban la
pena de muerte á aquel delito. El príncipe fuó sujetado á
un juicio, y el tribunal competente pronunció su sentencia,
condenándole á perder la vida. El rey se estremeció en el
fondo de su corazón; pero celoso del cumplimiento de las
leyes, se sobrepuso á los sentimientos de la naturaleza, y
dejó que se cumpliese el terrible fallo. Podría sospecharse
que en aquella resignación del monarca á la sentencia de
los jueces, se mezclase, acaso, el sentimiento de los celos;
pero no fué así. Habia manifestado siempre su invariable
celo por el cumplimiento de las leyes, y hubiera juzgado
un crimen no acatar el fallo del tribunal, solo porque se
trataba de su hijo, cuando lo habia respetado en casos pa­
recidos, al condenar á otros. Nezahualpillí poseía la recti­
tud de los antiguos héroes, y como Guzman el Bueno,
ahogó en su corazón la honda pena del amoroso padre,
para cumplir con el sagrado deber del hombre pítblico.
Es sentenciado La sentencia se cumplió. El príncipe, su-
4 hijode*31 fr*6 Ia Pcna <1®muerte; y el desventurado pa-
dre se encerró, por mucho tiempo, en una pie-
Nezabuaipiiií.
CAPITULO XXI. 749
za de su palacio, sin dejarse ver de nadie; y para que no
se renovase el hondo sentimiento que despedazaba su co­
razón, con la vista de los sitios en que mil veces pasó con
su hijo, dulces horas de amena conversación, mandó ta­
piar las puertas y ventanas de las habitaciones del des­
venturado príncipe, ordenando que nadie las ocupase en
lo sucesivo.
Al lado de esa severidad, impuesta en cumplimiento de
lo que él juzgaba un deber sagrado, se encontraban los
sentimientos humanitarios de su corazón. Compasivo y
bondadoso con los desgraciados, habia mandado hacer una
ventana en una de las piezas de palacio que daba al mer­
cado, desde donde, sin ser visto, pudiese observar á las
personas que concurrian. Allí se colocaba á la hora mas á
propósito el rey, y observaba, al través de una celosía que
impedia le viesen, todo lo que acontecia. Cuando veia una
persona pobre que solicitaba semillas ó algo para comer, re­
velando en su traje ia necesidad que le aquejaba, hacia que la
llamasen, y la pro veia de lodo lo necesario, si era honrada y
buena. Todos los dias se daba en palacio, por órden suya,
limosna á un número crecido de huérfanos y de enfermos.
Tenia en una mano la severidad para castigar á los
transgresores de las leyes, y en la otra la caridad para so­
correr al desgraciado.
infidelidad Pero no era sola la muerte de su hijo, la
de unadeiaa desgracia habia llenado de duelo su cora-
mujeres ° *
dei re; zou, acibarando los dias de su vida, sino tam-
snfreiapena ^ en infidelidad de una de sus esposas, que
de muerte. ^om<j después de las dos sobrinas del rey T í ­

zoc, aunque viviendo éstas.


750 HISTORIA DB MÉJICO.

La infiel consorte era de estirpe real mejicana. Cuando


Nezahualpilli la eligió por mujer, aun era muy niña, y
el monarca la puso en un palacio aparte, rodeada de n u ­
merosa servidumbre, que acatase sus mas ligeros deseos.
El fausto, la grandeza y el lujo rodeaban á la jóven, y su
cariñoso consorte bizo que recibiese una educación mas
esmerada que se podia dar entonces.
Pero aunque el monarca la veia aun como una niña,
la jóven abrigaba un corazón inclinado á la liviandad, y
una astucia superior á sus años.
Viéndose en entera libertad en su palacio; pendientes
de su voluntad á sus numerosos criados, y comprendiendo
que ninguno de ellos se atreverla á censurar sus actos,
dió libre rienda á sus caprichos de liviandad, y los im pu­
ros pensamientos que hasta entonces habian estado encer­
rados en su imaginación, los empezó á poner en práctica
con un desenfreno inaudito. Si la vista de un jóven le in ­
teresaba, daba órdenes secretas para que le condujesen á
sus habitaciones, y después de haber satisfecho sus deseos
carnales, hacia que le diesen muerte para que no pudiese
contar á nadie su aventura. De cada víctima de su livian­
dad, mandaba hacer una efigie, y vistiéndola ricamente,
la colocaba en una de las piezas que habitaba para recor­
dar los goces pasados. Muchas eran las efigies, que en
órden de fechas, se encontraban en la pieza referida, y
llamándole la atención al rey su número, uno de los dias
que fué á verla, le preguntó el objeto que tenian y lo
que indicaban. La jóven le contestó que eran las esta­
tuas que representaban á sus dioses. Nezahualpilli, cono­
ciendo lo inclinados que los mejicanos eran al culto de sus
CAPITULO XXI. 751
númenes, no dudó de las palabras de su esposa, y se reti­
ró amoroso y tranquilo.
La reina estaba segura de la fidelidad de su servidum­
bre, y sus dias se deslizaban entre aventuras amorosas.
Jamás cruzó por su pensamiento la idea de que el rey
llegase á descubrir sus liviandades; pero se equivocó.
Llegó un dia en que los crímenes quedaron descu­
biertos.
La libertina reina, conservando cariño mas duradero á
tres mancebos de la primera nobleza, lejos de mandar
quitarles la vida, siguió teniendo con ellos un activo co­
mercio amoroso, para lo cual entraban de noche á su pa­
lacio. La casualidad hizo que el rey reconociese entre las
alhajas que llevaba uno de ellos, una que él habia regala­
do á su esposa. Esto, aunque no le hizo sospechar una in­
fame traición, sí despertó un ligero recelo que se fijó en
su mente.
Entrada la noche, el monarca, deseando pasar algunas
horas al lado de la reina, marchó á visitarla. Era ya algo
larde, y las mujeres encargadas de velar junto á la alcoba
de su soberana, le dijeron que ésta dormia. EL rey iba á
marcharse como se habia marchado otras veces, cuando se
le habia dicho lo mismo; pero acordándose de repente de
la alhaja que habia visto en el noble jóven, insistió en en­
trar, y penetró en la alcoba. Nezahualpilli se acercó al le­
cho de su mujer para despertarla; pero en vez de encon­
trarse con ella, se halló con una estátua que la represen­
taba, adornada con una cabellera semejante á la suya, y
colocada ía figura de una manera que persuadiese al que
se acercara, que era la reina.
75*2 HISTORIA DE MÉJICO.

La infiel esposa conocía el carácter atento del monarca,


y no dudaba que si alguna vez entraba en su alcoba, es­
tando ella ausente, saldría sin atreverse á tocar la está-
tua, temiendo interrumpir el sueño de la que juzgaba su
mujer.
Nezahualpilli, á la vista de aquel engaño y de la turba­
ción de los criados, comprendió la traición de su esposa,
y mandó que se registrase todo el palacio, y se la conduje­
se á su presencia.
La infiel esposa, que estaba muy agena de saber lo que
pasaba, fué sorprendida en conversación con sus tres
amantes, y llevada, en unión de ellos, á la presencia del
rey. Era uno, Cbicuhcoatl, señor de Tezonyoccan, perso­
naje notable del reino; y los otros dos, Maxtla y Huitzili-
mitzin, pertenecientes á la primera nobleza. El rey pre­
sentó su acusación al tribunal competente para que obrase
con arreglo á las leyes, hiciese las averiguaciones necesa­
rias para descubrir á todos los que estaban complicados en
aquellos escandalosos hechos, y aplicase á los que resulta­
sen culpables, la pena que estimase justa.
Los jueces trabajaron con actividad, y vieron que el
número de cómplices era crecido. Unos habían sido los
encargados de conducir á los amantes á las habitaciones
de la reina; otros los que les mataban y enterraban en un
sitio escondido; y varios los escultores que ejecutaron las
efigies que representaban á las victimas. Terminado el
proceso, el rey Nezahualpilli envió embajadores á los re-
yes de Méjico y de Tacuba, poniendo en conocimiento de
ellos todo lo acaecido, y avisándoles del día que se había
señalado para la ejecución de la reina y de sus cómplices.
CAPÍTULO XXI. 753
Con el fin de que la nación entera tuviese noticia del cas­
tigo impuesto á los que habían delinquido, ordenó que
todos los señores de las provincias del imperio, los nobles
y los caciques, concurriesen con sus hijas y mujeres á pre­
senciar el acto de justicia, aplicado á los culpables. La ciu­
dad de Texcoco se vio pocos dias después de aquel aviso,
llena de forasteros que de todas partes habian acudido,
atraídos por la curiosidad y por las órdenes del monarca.
Llegado el dia señalado para la ejecución, esta se verificó
públicamente, colocando á los reos en un sitio en donde
pudiesen ser vistos de cualquier parte de la ciudad. La
reina y sus tres amantes fueron los primeros que sufrieron
la muerte; y como eran nobles, sus cuerpos fueron que­
mados en una hoguera, en unión de las estáluas de los
que habian gozado por un instante las caricias de su sobe­
rana. A la ejecución de los cuatro, siguió la de los demás
cómplices, que ascendían á dos mil, y sus cadáveres se
arrojaron á una hoguera colocada exprofeso en una bar­
ranca hecha junto al templo del ídolo de los adúlteros.
El ejemplar castigo recibido por los culpables, mereció
la aprobación del reino entero; y lodos vieron en el rey
un juez recto, para quien no había, ante la ley, distinción
de nacimiento.
Xezafcuaipíiii so La infidelidad de su esposa y la pérdida del
J E S . hii° i™ mas habia amado> y á í uiea la %
públicos, había dado muerte, llenaron de amargura el
corazón del monarca texcocano. Abrumado por el senti­
miento y haciéndosele pesada la carga del gobierno, deci­
dió retirarse por algún tiempo de los negocios públicos,
dejando entregado el mando, á dos principes reales, dota­
754 HISTORIA. DE MÉJICO,

dos de recomendables cualidades. Dadas las instrucciones


que juzgó conducentes á la buena marcha de una acertada
administración, se retiró á la deliciosa casa de campo de
Texcotzinco, llevando en su compañía á una de las muje­
res mas queridas, á la prudente Xocotzin, madre del des­
graciado príncipe que perdió la vida por su correspon­
dencia poética con otra de las mujeres de su padre.
Llevaba Nezahualpilli cuando se retiró á su quinta para
descansar de los asuntos del reino, cuarenta y cinco años
de regir los destinos de la patria. Seis meses pasó en la
deliciosa posesión de Texcotzinco, entregado al cultivo de
las bellas letras, á la contemplación de la naturaleza y al
estudio de los astros. La caza, los libros, los árboles y las
flores formaban sus delicias, y no hubiera renunciado á
ellas, si solo hubiese consultado su gusto; pero era rey, y
ios sagrados deberes de monarca le hicieron volver á la
corle. Sin embargo, su vuelta no fué para empuñar do-
nuevo las riendas del Estado, sino para que el pueblo vie­
se que vigilaba por la buena marcha de los negocios.
ib is . A su regreso á la corte, ordenó á su queri-
Nezahualpilli. da esposa Xocotzin que se retirase con sus
hijos á un delicioso palacio llamado Tecpilpan, y él, re ­
suello á no volver á figurar en la escena política, se en­
cerró en las piezas mas retiradas del palacio de su residen­
cia, no dejándose ver sino de algunas de las personas mas
notables. Quebrantada su salud por los antiguos pesares
de familia, y por los lúgubres pronósticos de que seria do­
minado el reino por otra nación que vendria del otro la­
do de los mares, decayeron sus fuerzas rápidamente, y
pocos meses después, en 1516, dejó de existir, á los cua­
CAPÍTULO XXI. / 5o
renta y seis años de reinado y cincuenta y dos de edad,
victimas que se Sus exequias se celebraron con toda solem-
eaCeQ£BU8°n n*dad; y no obstante sus creencias privadas,
exequias. 00n la sangrienta pompa con que los pueblos
juzgaban indispensable solemnizar aquel acto, por Honra
de sus reyes y de sus dioses. Doscientos esclavos y núme­
ro igual de esclavas se sacrificaron delante de la pira fu­
neral, en que su cadáver, vestido lujosamente y adornado
de ricas alhajas, era reducido á cenizas por las llamas de
las materias resinosas y aromáticas. Pulverizado el cuerpo
por el fuego, se recogieron cuidadosamente sus cenizas, y
se guardaron en una urna de oro, que se colocó en un
suntuoso templo consagrado á Hu.ilziLopoch.tli; deidad á
quien, no obstante las lecciones de su padre, consagraba
alguna parcialidad. (1)
Sin embargo de la celebración de los funerales, el pue­
blo no pudo persuadirse que babia muerto. Creyó que las
ceremonias verificadas, se habían hecho para celebrar su
memoria; pero vivió en la persuacion de que babia ido al
reino de Amaquemecan; país en que tuvieron origen sus
antepasados, como varias veces lo babia dicho á los gran­
des en sus conversaciones.
iB ie. El rey Nezahualpilli bajó á la tumba sin
Cfti]TreyID’ ^ a^er nombrado al hijo que debía sucedería
<ieTexcoco. en el trono. Los grandes y la nobleza, com­
prendiendo que de la falla de una autoridad declarada le­
gítima, podrían surgir ambiciones y discordias peligrosas
entre los que se creyesen con derecho á la corona, resol-

(1) Prescott. «Historia de la conquista de Méjico.»


HISTOHIA DE MáJICO.

vieron elegir un sucesor, observando el sistema seguido


por los mejicanos.
r)e8ttentreD0Ía Animados los individuos que componian el
Consejo supremo del rey, del mas puro senti­
ios principes.
miento patriótico, se reunieron para deliberar concienzu­
damente respecto del príncipe que debía ocupar el trono.
Sus votos, así como el de los demás consejeros, recayeron
en el joven Cacamatzin, que además de ser el mayor de los
hijos del finado Nezahualpilli, estaba dotado de las pren­
das mas relevantes. Los príncipes que hablan estado aguar­
dando en una sala inmediata la resolución del Consejo, re­
cibieron recado de que entrasen para hacerles saber sobre
cual de ellos había recaído la elección. Al penetrar en el
salón, el Consejo señaló á Cacamatzin el asiento preferente
para que le ocupase, y á sus hermanos Ixtlilxochill y Coa-
nacolzin, los que estaban ásus lados.
Los tres príncipes eran muy jóvenes. Cacamatzin tenia
veinte años; igual edad contaba Coanacotzin, y diez y
ocho Ixllilxochitl. Colocados en los sitios que les habian
señalado, el individuo que había presidido el Consejo, an ­
ciano venerable y respetado, se puso en pié, y dirigiendo
la palabra á los principes, les hizo saber la decisión de los
electores, con la cual estaba de acuerdo de antemano la
Dación entera. Ixtlilxochitl, que había halagado la seduc­
tora idea de ocupar el trono, y cuyo carácter ambicioso y
dominador no estaba dispuesto á admitir superioridad de
niDgnn hermano, tomó la palabra desconociendo en el Con­
sejo el derecho de elegir soberano. Los individuos que for­
maban la Junta, conociendo el genio irascible de Ixtlilxo-
chitl, no juzgaron prudente contradecirle, y tolerando su
CAPÍTULO XXI. 757
ofensa, suplicaron á Coanacotzin que se dignase manifes­
tar su opinión. «Yo reconozco— dijo eljóven— el derecho
del respetable Consejo, y admito, con gusto, por rey, á mi
hermano Cacamatzin.» La aprobación de Coanacotzin.
exaltó mas y mas á Ixtlilxochitl, que profirió nuevas pala­
bras ofensivas. «No es justo, hermano mió— advirtió Coa­
nacotzin— oponerse á la sabia determinación de los hom­
bres mas probos del reino, y debes no olvidar que de no
haber sido él la persona elegida, hubiera sido yo, por ser
mayor que tú.» Ixtlilxochitl, herido con aquella adverten­
cia, replicó: «Convengo que si la edad es la única que da
derecho á la corona, os pertenece á los dos antes que á mí;
pero si se adjudicase, como debiera ser, al valor, entonces
seria mia.»
Viendo los consejeros que el allercado entre los prínci­
pes tomaba un giro que podia conducir á resultados funes­
tos para el país, les llamaron al órden, y levantaron la se­
sión.
El ambicioso jóven Ixtlilxochitl marchó, terminada la
junta, á sus habitaciones, y continuó manifestando á su
hermano Coanacotzin lo indignado que estaba por la elec -
cion hecha por el Consejo.
Entre tanto Cacamatzin, nombrado legítimamente rey,
consultaba con los nobles y la grandeza, las medidas que
debía tomar para obligar á su iracundo hermano á confor­
marse con lo resuelto con los consejeros. Resuelto á per­
manecer en un trono que le pertenecía así por primogeni-
tura como por elección, dispuso pasar á Méjico, para
manifestar al monarca Moctezuma, los temores que abri­
gaba de que intentase Ixtlilxochitl disputarle la corona.
7 58 HISTORIA DE MÉJICO.

Moctezuma que tenia particular predilección por el jóven


y nuevo rey de Texcoco, le dijo que contase con su coo­
peración para sostener la legitimidad de sus derechos,
sancionada por la voluntad de los pueblos; que interpon­
dría su mediación con Ixtlilxochill, para atraerle á la ra­
zón; pero que si preciso era, le enviaría sus ejércitos para
sofocar cualquiera movimiento revolucionario que pudiese
promover su ambicioso hermano.
Moctezuma, después de haberle hecho los mas lisonjeros
ofrecimientos, le aconsejó que, como medida de precaución,
pusiese de todas maneras, en parte segura los tesoros de
la corona, que eran considerables.
ixtiiixochitise Ixtlilxochill, comprendiendo el asunto que
reb hermano98U ^ eva^° á Cacamatzin á la corle de
Cacamatein. Moctezuma, abandonó la capital de Texcoco,
y se dirigió, con sus parciales, á los pueblos situados en
las montañas de Mexlillan, pertenecientes á sus ayos. El
inquieto príncipe, convocó inmediatamente á los princi­
pales guerreros que habitaban aquellos puntos, para tra­
tar asuntos importantes á la patria. Todos acudieron al
llamamiento, y tomando la palabra Ixllilxochitl, les ma­
nifestó que no el deseo de mando, sino el de la dignidad
de la nación, le imponia el sagrado deber de oponerse á lo
dispuesto por el Consejo. «Respeto y quiero á mi hermano
Cacamatzin,— dijo;— pero sobre el respeto y el cariño á la
familia, está la obligación bácia la patria. Conozco el co­
razón dócil de mi hermano y la ambición sin límites del
emperador de Méjico. El reino de Acolhuacan, regido por
el primero, no será mas que un dócil servidor de Mocte­
zuma, cuyo apoyo ha ido á solicitar en este instante. El
CAPÍTULO XXI. ■ 739

soberano digno se sostiene con el amor de los suyos: so­


licitar el auxilio de los extraños, es indicar desconfianza
de los suyos, ó quererlos humillar juzgándoles inferiores
á los otros. Yo que amo el buen nombre de la patria y
soy celoso de la honra de los valientes guerreros que le
han elevado á la prosperidad eu que se encuentra, invito
á los que no hayan renunciado á los sentimientos del ho­
nor, á oponerse al nombramiento apasionado del Con­
sejo, hecho bajo la influencia de los consejos de Mocte­
zuma.»
Las palabras de Ixllilxochill fueron acogidas con entu­
siasmo por los guerreros de las montañas de Mexlitlan,
que inmediatamente se pusieron á sus órdenes.
En el momento que el ambicioso príncipe abandonó
Texcoco para conspirar, su hermano Coanacolzin, ani­
mado de sentimientos generosos, envió un recado á Caca-
matzin, avisándole la ausencia de Ixllilxochitl, y aconse­
jándole que se aprovechase de ella para coronarse.
Cacamatzin, admitiendo el consejo de su leal hermano,
se despidió de Moctezuma, y acompañado de la principal
nobleza de Méjico y de Cuitlahuac, hermano del monarca
mejicano, marchó á Texcoco , donde fué recibido con
demostraciones del mas vivo entusiasmo. Cuitlahuac, si­
guiendo las instrucciones de su hermano Moctezuma, con­
vocó inmediatamente á la nobleza texcocana, la cual se
reunió en el palacio de los reyes, á donde se le habia cita­
do. Después de un breve discurso en que hizo ver que á
Cacamatzin le correspondía el trono, como primogénito y
como elegido por el respetable Consejo, le presentó como
legítimo soberano de Acolhuacan. Todos aceptaron coa
7G0 HISTORIA DR MÉJICO.

júbilo al jóven soberano, y se eligió el dia para la coro­


nación. Hechos los preparativos para la solemnidad, y
llegado el momento de la ceremonia, fué preciso suspen­
derla. Una noticia alarmante fué la causa de aquella sus­
pensión. Ixtlilxochitl, seguido de un ejército de ochenta
mil hombres, se dirigía de Mextillan sobre la corte de
Texcoco. Cacamatzin dispuso su ejército, fortificó la ciu­
dad, y se preparó á la defensa.
Con efecto, Ixtlilxochitl habia logrado con sus vehe­
mentes discursos, atraerse la adhesión de los guerreros,
y habia emprendido su marcha sobre la capital. Todos los
pueblos por donde pasaba se unian á su causa, y nada
se oponia á su paso triunfal. Unicamente los otompanecas
se manifestaron contrarios á sus proyectos. Ixllilxochill
les envió, desde Telepolco, una embajada ordenándoles
que le prestasen obediencia; pero habiéndole contestado
que no reconocian mas rey que el elegido por el Consejo,
marchó sobre ellos. Los otompanecas le presentaron bata­
lla, y la lucha fué reñida. Sin embargo, era imposible re­
sistir á las numerosas fuerzas del osado príncipe. Los
otompanecas se vieron acosados por todas partes, y viendo
caer muertos á sus principales capitanes y al mismo se­
ñor de Otompan, se retiraron á la ciudad que al fin cayó
en manos del vencedor.
Esto alarmó á Cacamatzin, y aumentó las obras de for­
tificación de Texcoco, esperando de un momento á otro
ser atacado por su hermano. Pero no fuá así. Ixtlilxochitl,
contento de verse dueño de una importante ciudad del
reino; querido de los pueblos que se le habían unido, y
temido de los que obedecían á Cacamatzin, se propuso,
CAPÍTULO XXI. 7G 1
por entonces, permanecer en Otompan. Tomada aquella
determinación, distribuyó sus fuerzas, colocándolas en
diversos puntos, ordenando que se dejase transitar libre­
mente por los caminos y penetrar en las ciudades á todo
el mundo, á fin de que la agricultura y el comercio no
sufriesen daño ninguno.
Convenios Cacamatzin, viendo á Ixtlilxochitl entre­
entre el rey de gado al arreglo de los negocios de los pueblos
y su hermano que le obedecian, le envió, de acuerdo con
ixtlilxochitl. h ermano Coanacotzin, una embajada, ha­
ciéndole proposiciones que tenian por objeto evitar la
guerra civil. Temiendo que de ésta resultase la ruina de
la nación, y prefiriendo ceder parle de su derecho en ob­
sequio de la paz, á sostenerlo por medio de una lucha des­
tructora, les ordenó á los embajadores que no perdonasen
medio alguno para inclinar á su hermano á que admitie­
se, por bien de la patria, las proposiciones que le hacían.
Estas se reducían á cederle el gobierno de todos los pue­
blos de las montañas, de que se hallaba en posesión, á
condición de que no había de disputarle el de la ciudad
de Texcoco y el de los pueblos de la llanura. Como ga­
rantía de la estabilidad de la cesión que le hacia, le mani­
festaba, por medio de sus enviados, que todo era con apro­
bación de su hermano Coanacotzin, con quien estaba resuel­
to, además, á dividir las rentas de la corona, á fin de que los
tres viviesen en la mejor armonía, como correspondía á her­
manos que debían amarse. Cacamatzin, concluía suplican­
do á Ixtlilxochitl, que admiliese el arreglo que le propo­
nía; que no continuase turbando la tranquilidad que hasta
entonces había gozado el reino, y que los dos diesen al
762 HISTORIA DE MÉJICO.

mundo un ejemplo de que sacrificaban parte de sus de­


rechos al amor de la patria, evitándola una sangrienta
guerra civil que la destruiría.
Las personas que formaban la embajada, eran m uy no­
tables en el reino, y de gran respeto para el príncipe, á
quien iban á ver. Ixtlilxocbitl les recibió con señaladas
distinciones, y se manifestó digno en la respuesta que dió
á sus proposiciones y advertencias. Ixtlilxocbitl les dijo
que su movimiento no tenia por objeto disputarle el trono
á su hermano Cacamatzin; que deseaba, por el contrario,
que siguiese en posesión del reino de Acolhuacan; que
nada pretendía contra él; que al ponorse al frente del ejér­
cito que le obedecia, no había tenido mas idea que la de
tener á raya las aspiraciones de los emperadores de Méji­
co, estando dispuesto á disputarles cualquiera usurpación
que intentasen solapadamente; que la tranquilidad del
reino jamás la alteraría por bastardas ambiciones; y que si
en aquellos instantes se hallaba dividida la nación, no por­
que él aspirase al mando, sino para oponerse á las miras
ambiciosas de los mejicanos, que se hablan engrandecido
con los sacrificios de los acolhuas, esperaba verla muy
pronta unida y fuerte, al librarse de caer en los lazos que
le tenia tendidos el astuto Moctezuma. «Aconsejad á mi
hermano Cacamatzin— añadió— que no dé oidos á las pa­
labras del ambicioso monarca de Méjico; que desconfíe de
él. Entre tanto yo, con mis tropas, velaré por la integri­
dad del territorio, oponiéndome á las miras siniestras del
emperador mejicano.»
Los embajadores quedaron satisfechos de la respuesta
de Ixllilxochitl, y después de celebrar el convenio pro­
CAPÍTULO XXI. 76 3
puesto por Cacamatzin, se volvieron á Méjico, donde les
recibió el rey con marcadas demostraciones de aprecio,
ixtiiixociiiti Ixtlilxochiti, dominado por su sentimiento
reta& de antagonismo contra los mejicanos, mante-
Mootezuma . , J ’
i. combate ma en continuo movimiento sus tropas, y va-
personai. r¡ag veceg n egó hasta las puertas de la capital
de Méjico, y retó á combate personal al emperador Moc­
tezuma. Pero el monarca mejicano, bien porque los rega­
lados goces de la vida que llevaba hubiesen amortiguado
su energía, bien por cualquiera otra causa, nunca quiso
admitir el reto, juzgando, sin duda, que era mas pruden­
te destruir su ejército, saliéndole á batir con otro poderoso,
que presentarse á un duelo personal con un joven impe­
tuoso y resuelto, cuya destreza en las armas era conocida.
Muchos encuentros y batallas se dieron entre las tropas
mandadas por Ixtlilxochiti y las mejicanas, con éxito vário.
Indignado un primo del emperador Moctezuma de la ar­
rogancia de Ixtlilxochiti, ofreció al monarca hacer prisio­
nero al osado príncipe y conducirle preso á su presencia.
Puesto á la cabeza de un buen número de tropas, salió al
encuentro de su contrario. Ixtlilxochiti tuvo aviso de la
promesa hecha, y preparó su gente para la batalla, que
fué tenaz y sangrienta. El primo del emperador Moctezu­
ma luchó como un héroe; pero en vez de hacer prisionero
á Ixtlilxochiti, fué derrotado y hecho prisionero por éste,
ixtuixocüiti Ixtlilxochiti, para castigar la presunción
vivoá^uTprimo manifestada en la promesa hecha ai monarca
de Moctezuma, ¿e Méjico, ordenó que le colocasen alado so­
bre un monton de cañas secas, y le quemó vivo en pre­
sencia de todo el ejército.
764 HISTORIA DE MÉJICO.

Así, aquellas dos naciones hasta entonces unidas con la­


zos de la mas estrecha amistad, se hacian la guerra para
destruirse mutuamente. La armonía entre una gran parte
de la nación acolhua y la mejicana había terminado. Cier­
to es que el rey Cacamatzin continuaba siendo fiel aliado
de Moctezuma; pero sus dominios habían disminuido con­
siderablemente con los pueblos cedidos á su hermano; y
mientras éste se mantuviese en actitud hostil contra los
mejicanos, era imposible que Moctezuma intentase nuevas
conquistas sin la alianza de la nación entera. La firme re­
solución de Ixtlilxochill de mantenerse contrario á los me­
jicanos, contrariaba los proyectos ulteriores que Moctezu-
is i8 . ma h*hi* concebido respecto de Michoacán y
Llegada délos de Tlaxcala. En aquellos momentos de con-
espanoles á las
costas de tranedad, que exaltaban su cólera, recibió una
Méjico. alarmante noticia, cuyo grave carácter ocupó
plenamente su pensamiento. Los gobernadores mejicanos
que tenia nombrados en los pueblos de la costa, se pre­
sentaron en la corle diciéndole que unos hombres blan­
cos, de barbas, de diverso traje y leDgua, habían lle­
gado en barcos muy grandes, á las playas del imperio.
Los gobernadores , á fin de dar una idea del vestido
de los extraños huéspedes, de sus armas y de los barcos,
los traian representados, con bastante perfección, en pin­
turas.
Con efecto: la llegada de gente extranjera era cierta; y
aquella gente era española.
D. Juan de Grijalva, que con doscientos cuarenta espa­
ñoles había recorrido, con cuatro buques, la costa de Yu­
catán, acababa de llegar á una islita á quien pusieron el
c a p ít u l o xxr. 765
Dombre de Ulna, y á otra contigua á ella, el de > Sacri­
ficios. (1)
Alarmado Moctezuma con aquella noticia, y no que­
riendo tomar resolución ninguna respecto á la conducta
que debia seguir con los extraños huéspedes, sin consul­
tar con sus aliados y los sabios y grandes de la corle, tu­
vo una conferencia con su sobrino Cacamalzin, rey de
Texcoco, con el de Tacuba, con Cuitlahuitzin, señor de Iz-
tapalapan, hermano suyo, y con varios distinguidos per­
sonajes de recto juicio y de acreditado saber, que eran sus
consejeros ordinarios.
Ya he dicho, al hablar de la religión y de la mitología
azteca, que todos los pueblos del Anáhuac conservaban la
creencia de que Quelzacoall, dios dol aire, á quieu se juz­
gaban deudores de sus leyes, de la agricultura, de las ar­
tes y de todos los ramos del saber, habia prometido, al
desaparecer del país de una manera maravillosa, que vol­
vería acompañado de séres de gran saber para hacerse
cargo, de nuevo, del gobierno y de la felicidad de los pue­
blos. El cumplimiento de esta promesa estaban seguros
de que se realizaría, como hecha por un dios el mas bue-

(1) £1 erigen del nombre de U ln a es el siguiente: Al desembarcaren la ia-


lita los españoles, vieron que los sacerdotes acababan de sacrificar dos nifios.
Pregunto Grijalva por senas, á un Indio que llevaba del rio de Banderas, que
por qué habían dado muerte 6. aquellos inocentes. El indio, no pudiendo expli­
carse sino por senas, contesté señalando hácia Méjico, Acolbua: esto es, que el
rey de los acolhuas, que asi eran conocidos los habitantes del valle de Méjico
lo mandaban. Grijalva, no oyendo roas que la palabra v i v a , llamé asi élai6]ita,
y por ser dia de San Juan y llamarse él así, se le puso ü aquel sitio, San Juan de
Ulua.
A la otra se le pubo el nombre de isla de Sacrificios, porque en uno de los
templos que habia en ella acababan de sacriñcar cinco indios &sus dioses.
766 HISTORIA DE MÉJICO.

no; y los reyes y señores no se consideraban sino como


lugartenientes de la divinidad.
Dominados por esta idea, los personajes que se reunieron
á conferenciar, convinieron en que los hombres barbudos y
blancos que acababan de llegar á las playas del imperio,,
surcando los mares en los grandes y desconocidos barcos
que veian pintados, no podian ser otros que los que acom­
pañaban al dios Quetzacoatl, el cual, sin duda, se hallaba
entre ellos. Persuadido Moctezuma, por la opinión unáni­
me, del arribo del venerado númen, dispuso que cinco
notables personajes fuesen á dar la bienvenida á la divini­
dad, llevándole ricos presentes por ofrenda. Sin embargo,
no parece que en su interior se hallaba muy contento de
aquel acontecimiento.
Se encontraba muy bien rigiendo los destinos del impe­
rio, y tal vez el númen del aire podia dar las riendas del
Estado á otro de los que le acompañaban. De todas mane­
ras, Moctezuma quiso cumplir con su deber religioso, y
antes de que se pusiesen en marcha los embajadores con
los regalos, ya habia comunicado órdenes á los goberna­
dores de las ciudades próximas á la costa, disponiendo que
observasen hasta los mas ligeros movimientos de los bar­
cos extranjeros, y que le diesen aviso de cuanto llegasen
á ver.
Los enviados con los regalos, emprendieron su marcha;
pero antes de que llegasen al punto en que estaban los es­
pañoles, Moctezuma recibió una noticia inesperada de los
gobernadores que observaban la escuadra. La noticia fué
para él agradable. Los extranjeros se habian alejado del
país. Con efecto, Grijalva, no contando con los elementos
CAPÍTULO XXI. 7C7
necesarios para establecerse allí, se alejó después de haber
permanecido algunos dias en Ulua y Sacrificios. Moctezu­
ma respiró tranquilo al ver que podía continuar en el tro­
no, y siguió ocupándose en hacer adquisiciones territoriales
que aumentase su poder. El carácter blando de Cacamatzin
y el influjo que como tio ejercía sobre su corazón, favore­
cieron sus miras ambiciosas. Moctezuma, valiéndose ya de
la astucia, ya de estratagemas y y a de pretextos, logró
despojar á su aliado sobrino, fingiéndole protección y ca­
riño, de algunas importantes poblaciones, debilitando asi
el poder de la nación Acolhua, y robusteciendo mas y mas
el de su imperio.
Esto aumentaba el odio del príncipe Ixtlilxochitl, que
ocupaba con su ejército las montañas, contra el monarca
mejicano. Pero la guerra que continuaba haciéndole Ixtlil-
xochill, lejos de considerarla como un mal, la juzgaba co­
mo un bien inapreciable, puesto que las batallas le pro­
porcionaban prisioneros, para sacrificarlos en honor de sus
dioses. Precisamente, la necesidad de víctimas que todos
aquellos países tenían, era la principal causa de que rara
vez viviesen en armonía entre sí; y tiempo hacia que los
tlaxcaltecas y mejicanos habían convenido en darse un
número de batallas campales al año, para proveerse ambas
naciones, de los necesarios prisioneros que su religión les
exigía sacrificar en los altares de sus ídolos.
Sin embargo, aunque le pareciese un bien la lucha con­
tra Ixtlilxochitl porque de ella, además de los prisioneros,
pudiera resultarle que se agregasen, mas adelante, al­
gunas poblaciones á su corona, era positivamente un
mal. Las provincias conquistadas, que siempre estaban re­
768 HISTORIA. DE MÉJICO.

helándose para sacudir el yugo que les sujetaba á Méjico,,


viendo ocupada una gran parte de las tropas en vigilar los
movimientos de IxLlilx.ocL.itl, creyeron oporluno aquel ins­
tante para levantarse, y algunas se lanzaron á la lucha.
Moctezuma, que tenia fuertes guarniciones en las princi­
pales plazas conquistadas, envió, suficiente número de
gente, contra los insurrectos, y venciéndoles, volvió á su­
jetar á su obediencia á los pueblos sublevados, castigando
con la muerte á los principales jefes. Pero estos castigos y
el rigor que se desplegaba contra los vencidos, no eran
bastantes á sofocar el sentimiento do independencia. Pe­
saban sobre las provincias conquistadas ruinosos impues­
tos, que se cobraban con un despotismo odioso, para man­
tener el fausto y la grandeza del monarca. La insolencia
de los recaudadores que no guardaban miramiento nin­
guno con los que tenian que entregar el tributo, ocasiona­
ba frecuentes resistencias, y mantenia vivo el rencor con­
tra los dominadores. Todas las provincias sojuzgadas veian
á los mejicanos como á los últimos que habian llegado al
país, y como á usurpadores del terreno á que ellas única­
mente se juzgaban con derecho. De aquí las continuas re­
beliones en cada nuevo monarca, y los continuos castigos
al reprimirlas. Hacia algunos años que el reinado de Moc­
tezuma se habia convertido en una no interrumpida suce­
sión de hostilidades. Cierto es que su poder era grande, y
que los pueblos sojuzgados le obedecian. Pero aquella obe­
diencia no era sino el resultado del temor, y de ninguna
manera de la adhesión del cariño. No se habia procurado
por ninguno de los emperadores, y mucho menos por Moc­
tezuma, usar de una política de amalgamación, que unie­
CAPÍTULO XXI. 769
se, por intereses múluos, á todos los países conquistados
con la nación conquistadora. Los reinos tributarios esta­
ban reprimidos por las armas de sus vencedores. Eran
como caudalosos rios contenidos por una alta y robusta
prosa. Solo faltaba que una mano extraña y diestra se
presentase á romper por algún lado esta, para que, des­
bordándose las aguas contenidas por tanto tiempo, ahoga­
sen en su impetuosa corriente á los que las habían puesto
el dique.
La T T ^ esL°S numerosos elementos desunión,
su extensión, que podían producir á Méjico la desmembra­
ción de sus mas ricas provincias, se agregaba el antago­
nismo de dos próximas y guerreras naciones, sobre quienes
nunca había conseguido alcanzar ventajas. Estas guerre­
ras naciones, que consagraban un odio implacable ú los
mejicanos, odio que era correspondido con igual fuerza,
eran Michoacán y Tlaxcala. La extensión de territorio que
ocupaba la primera, ya lo he referido al dar á conocer las
costumbres, adelantos, religión y producciones de ella. La
república aristocrática de Tlaxcala, enclavada en el impe­
rio mejicano, y regida por un senado compuesto de ancia­
nos, aunque corta en su terreno, era fuerte y temible. Por
el Oriente confinaba con varios Estados sujetos á la corona
de Méjico : por el Poniente con el reino de Acolhuacon;
por el Norte, con el Estado de Zacatlan, y por el Medio­
día, con las repúblicas de Cholula y Hucxotzingo, y con
el Estado de Tepeyacac, que pertenccia al imperio meji­
cano.
No excedía la longitud de la república llnx califica
de diez y siete leguas, ni su latitud de diez. La capital,
770 HISTORIA DE MÉJICO.

La ciudad do Uama<la Tlaxcala, y de donde tomó su nom-


t laxcnia y mí- b r e la república, estaba situada sobre la pen-

iiab¡untes quo diente de la elevada montaña Matlalcueyc,


tenia' bácia el Noroeste y á distancia de veinticua­
tro leguas al Oriente de la capital de Méjico. Eva grande
y hermosa la ciudad. Sus edificios muy buenos; corea de
noventa mil sus habitantes, muy bien abastecida do co­
mestibles y artefactos, y verdaderamente fuerte por sus
notables obras de defensa.
Entre las muchas plazas de mercado que contaba, ha­
bía una, que era la principal, donde se reunian diariamen­
te mas de treinta mil personas, unos para proveerse de lo
necesario, y otras, para vender sus efectos. En ese gran
mercado se encontraban joyerías de oro, piala y piedras
preciosas; linas y ricas lelas de algodón; capas de vistosas
plumas; leña, carbón, yerbas medicinales, aves, legum­
bres, abundancia do maíz, vestidos, calzado y loza finísima,
de la cual habla con elogio Hernán Cortés en una de sus car­
tas dirigidas al emperador Carlos V. Reinaba en la ciudad
el mayor orden y policía ; su gente era robusta, de clara
inteligencia y de juicio, y superior, en capacidad, ú la me­
jor de Africa. (1) I-Tabia baños, barberías, cu que rapaban
y lavaban la cabeza al parroquiano, y cuanto ora necesa­
rio á la comodidad y á la vida, excepto la sal, de que esta­
ban privados hacia muchos años, por haber impedido los
emperadores mejicanos, que sus vasallos les proveyesen
de aquel artículo. La capital era la residencia de todos los
grandes señores de los pueblos, y esto daba á la corte llax-
calteca una vida y una animación indescriptibles.
,1) Carta secunda de Hernán Cortés i Carlos V.
CAPÍTULO XXI. 771
E xtensión del E l reino ¿ e Acolhuacan, aunque aliado
reino (le
Acoihuacnn. hasta entonces de los monarcas mejicanos, se
mostraba en aquellos momentos una gran parte de él,
contrario, y solo le era favorable el soberano Cacamatzin
con los pueblos que le obedecían. Este reino que, como el
mas antiguo del Anáhuac, había sido también el mas ex­
tenso, se encontraba reducido á mas estrechos límites por
las adquisiciones de los mejicanos. Por el Oriente confina­
ba con la república de Tlaxcala; por c-1 Sur con el Estado
de Chuleo, snjolo á la corona de Méjico; por el Norte con
la provincia de los huaxtecos, y por el Poniente termina­
ba en la laguna de Texcoco, viéndose igualmente estre­
chado por algunas provincias de Méjico. La longitud del
reino de Acolhuacan, de Norte á Sur, era de sesenta y
ocho leguas; su latitud no excedía de veinte. Pero, si no
contaba con grandes terrenos, se hallaba enteramente po­
blado, y sus ciudades eran muchas y notables. Texcoco,
capital del reino, se hallaba situada sobre la ribera Orien­
tal de la laguna que llevaba el mismo nombre, á cinco le­
guas al Orienle do la ciudad de Méjico, y era, como ya
Texcoco. hemos dicho, una de las poblaciones mas
V nftm eio <io ilustradaS y ricas del Anáhuac. Su población

tenia. no bajaba de ciento veinte mil almas, y sus ca­


sas de cal y piedra, así como sus templos y sus palacios, de­
jaban admirar su buena construcción y su vasta capacidad.
Inmediatas á esta corte, notable por el cultivo de las
ciencias y de las letras, se encontraban las ciudades do
Huexotla, Coallicban y Alenco, que venían á formar, por
decirlo así, tres notables suburbios do ella. (1) No eran
(1) Hernán Cortés dice que Texcoco «seria «le hasla treinta mil vecinos-,»
772 HISTORIA DE MÉJICO.

de menos importancia las ciudades de Olompan, Acolman


y Tepopolco, cada una de las cuales contaba con una po­
blación de veinte mil almas.
Pero ya liemos visto que esta poderosa nación, aunque
amiga, hasta entonces, y aun en aquellos momentos, en
las provincias regidas por el rey Cacamalzin, le era con­
traria en los Estados que gobernaba el príncipe Txtlilxo-
chill.
Habitantes Las repúblicas de HuexoUingo y de Cho-
4«iudad d«* > aunque se manifestaban en buena armo-
Hucsoteinjyo.nía con el imperio mejicano, cuyo señorío
reconocían, era de temerse que si soplaba un viento con­
trario para éste, le volviesen la espalda y aun se decla­
rasen sus contrarias. Las ciudades de ambas repúblicas,
que llevaban el mismo nombre que éstas, oran las mas
grandes y bien pobladas que se conocian, y un cam­
bio de ellas, podia ser de gravedad para el emperador
Moctezuma. Huexotzingo debia tener cosa de cien mil ha­
bitantes; y Cholula, que estaba gobernada por los sacer­
dotes, contenía, en su área, veinte mil casas, casi todas
Número de un piso, excepto la de los personajes que
'habitantes0 C(mtaban dos, y número igual en sus arraba-
de choluia. les. ( 1 ) Cholula era la ciudad mejor del con­
tinente americano, y dentro de ella se elevaban, de los

pero incluía on eso número á los habitantes do las tres ciudades referidas,
pues, según 61, no había, próximas á Texcoco, mas que otras dos ciudades ala
uno á tres leguas, que se llama Acuruman (Acolman), y la otra ú sois leguas-
que se dice Otumpa,» (Otumba}.
(I) Hernán Cortes. Carta segunda.
CAPÍTULO XXI. 773
tcocallis, mas de cuatrocientas torres. (1) El número de
habitantes de olla no podía bajar de cien mil, suponiendo
á cada casa habitada por una familia de cinco personas.
Tiacopan Un reino tenia verdaderamente amigo: el
extensión, de Tlacopan ó Tacuba, situado entre el de
Méjico y Michoacán; pero su extensión era extremada­
mente reducida, y poco auxilio le podia prestar en un
caso aflictivo. Tlacopan no comprendía mas que la capi­
tal, que llevaba su mismo nombre, algunas ciudades de
poca importancia de la nación tepaneca, y los lugares de
los mazakuis, que se hallaban situados en las montañas
occidentales del valle de Méjico. La corle de Tlacopan se
levantaba sin pompa y sin grandeza, en la ribera occiden­
tal de la laguna de Texcoco, á distancia de legua y media
de la grandiosa corte de Moctezuma.
Había otras naciones que no habiendo sentido la domi­
nación de los emperadores mejicanos, vivian indiferentes
á las evoluciones que se operaban en el Anáhuac, sin odio
ni simpatía hácia ellos; pero teniendo do los monarcas az­
tecas y de la riqueza de su imperio, una elevada idea.
Península de Estas naciones ó tribus se hallaban exlen-
Yncatan. didas en la fértil península llamada Onohual-
co, por los aztecas, y Yucatán por los españoles, y que hoy
forma uno de los Estados de la actual república mejicana.
líl origen de los yucatecos ó mayas, no ha sido posible
averiguarlo hasta ahora; pero las ruinas que aun existen de
algunos do los templos que elevaron, atestiguan que los
primeros habitantes, no cedían en cultura y civilización á

(I) «E certifico ¡IV. A. que ya contó desde « 11a mezquita, cuatrocientas y


lautas torres.—Idem.
774 HISTORIA DE MÉJICO.

los acolhuas y mejicanos. Acaso las grandes obras, cuyos


notables restos ve admirado el viajero en Uxmal, Zayí,
Chicben y en otros puntos, fueron levantadas por los tol-
tecas, cuando, precisados por la peste y el hambre á aban­
donar el suelo de Anáhuac en 1052, se dirigieron á
Y ucatán, Guatemala, Gbolula y otros diversos lu­
gares.
Algunos escritores han conjeturado que los cartagineses
poblaron á Cuba, y que de allí, pasando á Yucatán, edi­
ficaron los monumentos, cuyas ruinas llaman justamente
la atención del hombre observador. Pero esta suposición
carece de fundamento, en mi humilde juicio. Si ú los car­
tagineses se debiesen las obras del Palenque, de Ilzinlé,
Kabali, Xlabpac y otras' muchas que se encuentran espar­
cidas en la vasta península de los mayas ó yucatecos, es
seguro que monumentos semejantes hubieran encontrado
los españoles al descubrir la isla de Cuba, en caso de que
esos cartagineses hubiesen sido los primeros habitantes
que pasaron del viejo al nuevo continente, aviles de que
las evoluciones geológicas separasen completamente los
dos mundos. Pero en la isla de Cuba solo encontró Colon
humildes chozas de madera, cubiertas con lechos de hojas
de palma, circunstancia importante que revela que no
fueron los compatriotas de Asdrúbal los que pisaron la
perla de las Antillas.
Ya fuesen, pues, los loltecas los que levantasen los
templos, cuyas ruinas se admiran, ya otra tribu cuyo ori­
gen se ignora, ó bien aquellos y ésta, que, uniéndose,
formaron una sola familia, admitiendo los primeros el
idioma y las costumbres de los habitantes del país, es lo
CAPÍTULO XXI. 775
cierto que la civilización había dado ventajosos pasos en­
tre ellos.
Parece que en los primeros tiempos, la península for­
maba uua monarquía hereditaria, cuyas leyes encerraban
un fondo de justicia admirable. La capital y residencia
del gobierno, se fundó el año de 1160, y se denominó
Mayapan, de donde lomó el nombre toda la península.
La lengua maya no tenia ni la mas ligera analogía con la
mejicana, ni con ninguna otra de las diversas tribus que
poblaban el Anáhuac. El carácter nacional de los mayas,
no diferia menos del carácter azteca. El país producía al­
godón, maíz, y otras semillas, y era abundante en caza
de loda especie; pero muy particularmente de pavos y de
venados, como lo indica el haberlo dado el nombre de
tierra de paros y venados.
Los mayas vivieron por algún tiempo disfrutando de la
paz, y marchando á su sombra por la senda del progreso;
pero brotaron en el pecho de algunos poderosos la ambi­
ción de mando, y las sangrientas revoluciones sucedieron
á la tranquilidad y la calma. La discordia asentó sus rea­
les en la península, y la ruina y la devastación cubrieron,
entre escombros, las monumentales obras de sus antepasa­
dos. Los instrumentos agrícolas y de arquitectura se aban­
donaron para empuñar el arco, la lanza y la macana, y ni
aun la capital pudo salvarse del furor de los irreconciliables
combatientes. La hermosa ciudad de Mayapan fue comple­
tamente destruida en 1420, y dividiéndose el país en diver­
sos cacicazgos ó señoríos independientes, ya no edificaron
mas que miserables chozas, excepto en alguuos sitios de la
costa, en que aun construían casas de agradable aspecto,
77G HISTORIA DE MÉJICO'.

aunque ligeras y de poca importancia. E l tiempo acabó


de destruir lo poco que las revoluciones liabian dejado en
pié, y en la época en que nos encuentra la historia, referen­
te al reinado de Moctezuma en Méjico, no quedaban en Yu­
catán mas que vestigios de los monumentos de sus primi­
tivos habitantes, cuya memoria se hallaba envuelta en
sombras. Donde en un tiempo brillaron suntuosos pala­
cios, solo se veia crecer la yerba, cubriendo un monton
de piedras ennegrecidas; y en el sitio en que brilló la
hermosa ciudad de Mayapan, se alzaba la modesta habita­
ción de un cacique de pocos vasallos. Pero si las guerras
habiau hecho perder á los mayas los monumentos levanta­
dos por sus antecesores, no les privó de las bellas cualida­
des de que les doló la naturaleza. Los mayas ó yucatecos
eran de claro ingenio, altamente industriosos, amanles del
aseo, inteligentes en la agricultura y las artes, y sobrios,
ágiles y valientes. Sus vestidos, hechos de tela de algo-
don, revelaban limpieza en las personas y lo adelantados
que eslaban en el tejido y el hilado. Tenían pintado el
rostro y el cuerpo de diversos colores, y se horadaban las
orejas, las ternillas de la nariz y el labio inferior, para
ilevar colgando, como llevaban, vistosos y pesados pen­
dientes, de igual manera que llevaban las demás naciones
de la América. El tributo que pagaban á sus gobiernos,
uonsistia en algodón, gallinas, cacao, cierta resina que
servia de incienso y sal, en unas monedas que usaban lla­
madas cazcas, y en determinado número de doncellas.
La religión de los muyas ó yucatecos, era la idolátrica;
y sacriíicaban en el altar de sus falsos dioses, niñas y ni­
ños que compraban, y á los cuales les lonian, en tanto
CAPITULO XXI. 777
que llegaba el dia del sacrificio, en jaulas de madera, de
vivos colores pintadas, manteniéndoles regaladamente para
que se presentasen robustos y lozanos. También sacrifica­
ban hombres de edad madura, y en sus fiestas religiosas
guardaban severo ayuno y hacían penitencia.
Desde 1517 colocaron los mayas, al lado de sus ídolos,
un signo que mas tarde sorprendió á los españoles encon­
trarlo en aquellos lejanos países, y que dio lugar á que
algunos historiadores creyesen que, en los primeros tiem­
pos de la Iglesia, habia ido Santo Tomás á predicar allí el
Evangelio. La cruz representaba, para el puoblo maya, al
dios de la lluvia, y el origen de su adopción, que era mo­
derno. lo daré á conocer cuando el asunto de la historia
nos conduzca á su explicación.
La serranía que corre de Norte á Sureste, divide, por
decirlo así, en dos regiones la península de Yucatán. El
aspecto del país, en la parto situada al Norte, en que hoy
está fundada Mérida, carece de rios y de fuentes, es pe­
dregoso y llano, y los habitantes se proveen de agua de
los algibes naturales que hay, á los cuales dan el nombre
de cenóles. El terreno de la parte del Sur es montuoso y
accidentado, con muchas colinas, y extensas sabanas, don­
de tampoco se encuentran rios ni fuentes.
EXtCreino 101 ^ imperio mejicano, que habia crecido pro­
de Méjico. digiosamentc llevando sus armas victoriosas
hasta las mas lejanas provincias, era la mas grande y la
mas moderna de las naciones del Anáhuac. Por el Orien­
te, exceptuando una insignificante parte del reino de
Acolhuacan y los tres distritos de las tres repúblicas,
se extendía hasta el Golfo de Méjico; por el Sudoeste y
778 HISTORIA DE MÉJICO.

Mediodía, liasta el mar Pacífico; por el Sur, casi liasla


Guatemala; por el Setentrion, al país de los huaxte­
cos; por el Noroeste, colindaba con las bárbaras tribus
chicliimecas; y por el Poniente, se hallaba estrechado
por los dominios de Tlacopan y Michoacán. El reine
de Méjico era, en una palabra, ¡de mucha mayor exten­
sión que todos los demás reinos y repúblicas juntos del
Anáhuac.
iztapaiapa: Ciudades insignificantes hoy, y notables
habitantes, entonces por su importancia, formaban el nú­
cleo de su poder y de su grandeza. Brillaban, onlrc ellas,
Iztapalapa, (1) situada á orillas de la laguna, con tres
cuartas partes de la población edificada sobre el agua y
una en la tierra, á dos leguas de Méjico, con hermosos
jardines, buenos edificios, y sesenta mil habitantes; M e-
xicaltzingo, con quince mil; Churubusco, con veinte mil,
y otras con número no menos respetable. (2) Cierto es
que esa población se repartió después en otras ciudades y
pueblos que hoy existen y entonces no estaban fundados;
pero, en aquella época, eran de grande importancia para
sustentar el poder y el brillo de los monarcas de Méjico.
Número de El número de habitantes que habia en todo
h hoWa^nciUO País <lue levaba la denomiriaciou de Aña­
pas huac y en los demás reinos y repúblicas, se­
ria difícil fijar con exactitud. Los escritores extranjeros

(1) Iztapalapa tenia, según Hernán Certés, de doce Aquince mil vecinos:
hoy tendrá mil quinientas almos; pero aun se ven las ruinas de algunas casas
que indican su antigua importancia.
(2) He seguido en el número de habitantes., á las noticias dadas por Cortés
¿ Cárloa V.
CAPÍTULO XXI. 779
creen que los historiadores españoles le dieron un número
muy superior al que realmente tenia, para que así apare­
ciesen mas brillantes los hechos de sus compatriotas en la
conquista de Méjico. Pero al lado de esos historiadores
que, llevados de agenos informes y con la mejor buena fé,
hicieron subir la cifra de habitantes á un número exagera­
do de millones, so encuentra la relación de los conquista­
dores, rectificando lo dicho por aquellos, renunciando á la
gloria que les podria resultar dejando pasar por cierta la
población que le daban á aquellos vastos territorios. El
franco soldado Pernal Oiaz, del Castillo, á quien Roberlson
llama, con justicia, el mas veraz de lodos los escritores -primir
ticos, es el primero en denunciar el defecto del historiador
Gomara, de aumentar el número y grandeza de los pue­
blos conquistados para hacer resaltar las proezas de los
hombros que dieron cima á la difícil empresa. No es de
extrañar que los que hayan leido la historia do la N ueva-
España por el expresado historiador Gomara, m uy apre-
ciablc por mil títulos, pero jamás cu lo correspondiente á
números, le den á la antigua ciudad de Méjico sesenta- mil
rasas y trescientos mil habitantes. (1) Pernal Díaz, in­
transigente con las exageraciones, y mal hallado con las
inoxacliludos do Gomara, dice que cuando refiere el nú­
mero de millares de casas que tenían las ciudades y pue-

(l) l). PVancisco T.opcv. de Gomara escribió su historia ilo ’.a Nueva- España,
fundado 011 las noticias que rcrbalmeiue le dicrou algunos conquistadores.. y
en los escritos do los primeros religiosos que marcharon :i Méjico. Hay en ¡a
obra del S¡\ Gomara cosas muy curiosas, y él fue el primevo que publicó la ma­
nera con que los mejicanos contaban el tiempo, sus leyes, sus ritos y sus cere­
monias: povo su obra adolece de graves errores por la falta de exactitud en
muchos do los informes que le dieron.
780 HISTORIA DE MÉJICO.

blos, asi como del número de indios aliados que hacían


sus entradas en Méjico cuando Cortos la puso sitio, <-'uo se
debe dar crédito á su narración, no trayendo prueba algu­
na, ni subiendo en realidad el número á la quinta parte
de lo que él pondera." (1)
Pues bien, Pernal Diaz, aunque no precisa el número
de habitantes que tenia el país á la llegada de Ilernan
Cortés, sí presenta un dato para impedir que nadie se ex­
ceda de una cifra determinada. En el mismo capitulo cu
que censura la exageración del historiador Gomara, añade,
refiriéndose al mismo escritor y á su defecto de aumentar
las cifras que, «si se suma toda la gente que pone en
»su historia, son mas millones de hombres que en toda
«Castilla están poblados, y eso se le da poner mil, que
«ochenta mil.»
Do lo dicho por Pernal Diaz, se deduce una cosa exac­
ta para la historia; que la población de los diversos reinos
y repúblicas do aquel continente, era mucho menor que
la que contaba entonces España, cuyo número ascendió á
diez millones de habitantes. Apoyándose el abate 1). Juan
Nuix, en el anterior dato del sincero Bernal Diaz, dice en
sus «Reflexiones Imparciales,» que lodo el país conocido
hoy con el nombre do Méjico, no llegaba á dos millones
de almas, que eran las que lendria la provincia de Casti­
lla. Pero esto es tomar el extremo opuesto de Gomara.

(1) «Y también dice osle coronista que iban tantos millares de indios con no­
sotros á las entradas, que no tiene cuenta ni razón eu lautos como pone: y tam­
bién dice de ios ciudades y pueblos y poblaciones que oran lautos millares de
casas, no siendo la quinta parto .—Cornal Diaz. «Historia de la Conquista de
la Kueva-Espaflu, capitulo 119.»
CAPÍTULO XXI. 781
Bernal Diaz se vale del nombre de «toda Castilla» para
indicar toda JEspaTia. y de ninguna manera una sola parle
de la Península.
No creo, por lo mismo, que está muy lejos del nú­
mero exacto, el consignar que los países conocidos des­
pués de la conquista con el nombre de Nucva-España, te­
nían una población de ocho millones de habitantes. La
parte en donde, por decirlo así, se hallaba reconcentrada
la mayoría de la gente que poblaba aquella deliciosa re­
gión, era la que se extendía al Sur del rio de Santiago,
con particularidad entre el gran valle de Méjico y la
rica provincia de Oajaca, que aun conserva magniíicos
restos que atestiguan su antigua cultura. E n esa parle
que la agricultura y la civilización habían elegido como
asiento, se encontraban las grandes ciudades, el órden y
la verdadera población. En las provincias dei Norte de
aquel vasto país, apenas se encontraban habitantes. Los
vastos terrenos situados mas allá del paralelo do 20" no
sentían la huella mas que de pequeñas tribus errantes
y nómadas de otoinites y chichimecas, cuyos aduai'es.
esparcidos en los vastos desiertos que recorrían tras do
la caza, se perdían entre las inmensas llanuras y los bos­
ques.
Los feraces terrenos que hoy forman los Estados de Que­
rétaro, Guauajuato, San Luis, Zacatecas y otros, hasta la
línea con los listados-Unidos, erau desiertos incultos en
que vagaban partidas de salvajes, sin mas ley que sus ar­
cos y sus Hechas.
Huyendo, puos, de los dos extremos locados por (jo­
mara y por el abate Nuix, y colocándonos en el justo me­
782 HISTORIA DE MÉJICO.

dio á que nos conduce la indicación del veraz Bernal


Diaz, creo que la cifra de oclio millones, es la mas acepta­
ble, en mi concepto.
Pero, no todos esos diversos reinos, señoríos y pueblos
que lodos juntos arrojaban ese número bastante respeta­
ble, se hallaban á una altura de civilización, ni tenian to­
dos iguales costumbres y leyes. Algunos pueblos de la
costa y de la tierra caliente, así como varias tribus bárba­
ras, tenian vicios repugnantes, aceptados como costum­
bres, puesto que á sus ídolos los representaban con ellos,
en que figuraban la embriaguez, hasta un grado incon­
cebible, el incesto y la sodomía, y que han dado lugar á
que escritores de varias naciones los hayan atribuido, in­
justamente, al país entero, creyéndolos generales y no lo­
cales, con daño de la verdad histórica y del buen nombre
de las rectas leyes que regían á la nación mejicana, acol-
hua, llaxcalleca, miclioacana, huexotzinga, cholulleca y
otras, quo castigaban severamente todo acto inmoral y
lorpe.
Yu que los historiadores se encuentran en el triste de­
ber de referir los defectos de algunos pueblos, como el
placer de ensalzar sus virtudes, debieran no envolver en
aquellos á todos los habitantes de un continente, como ha
tenido la debilidad de hacerlo el escritor P a v , sino preci­
sar el punto en que los vicios existían, para no caer en el
funesto y lamentable error de hacer general un defoclo,
que solo pertenecía á determinadas localidades. (1)

;i) Jlúiii; I Diaz, que conocía pcrfeclamcnto el país en aquellos momentos, y


que, en consecuencia merece mas crédito que el lilósofo L’aw. dice que los vi-
CAPÍTULO XXI. 783
Varios eran los idiomas que se hablaban entre las di­
versas naciones que se cxtendian por la vasta región que
después se denominó Nueva-España, y que forma ac­
tualmente la república mejicana. La lengua nahml, ó
sabia, que fué la mejicana ó azteca, se hablaba en toda
la mesa central, y se extendió su conocimiento hasta
regiones muy distantes ; la tarasca, expresiva y bas­
tante abundante, era la de los michoacanos; los yucatecos
y algunos pueblos de Tabasco, hablaban la maya; los ha­
bitantes de la provincia de Panuco, llamada hoy Tamau­
lipas, el idioma huaxteco; en la parte que actualmente
forma el Estado de Méjico, y era entonces el reino inde­
pendiente de Toluca, el otomí; en el itsmo de Teliuante-
pec, así como en una parte del reino de Oajaca, hoy Esta­
do del mismo nombre, se hablaba el zapolcco; y el mixc,
el mazahua, el huave, el serrano, el popoloca y otros
muchos que seria fatigoso mencionar, en diversas nacion-
cilus y señoríos mas ó menos importantes.
Entre esos diversos reinos y repúblicas que reunión
ocho millones de habitantes, Méjico figuraba en primera
línea en poder, y compctia en ilustración con el reino de
Acolhuacan.
El poder de Moctezuma era grande; pero el disgus­
to de las provincias distantes, oprimidas con las exac­
ciones del fisco, y anhelantes de recobrar su independen­
cia, crecia de dia en dia. Las provincias mas próximas, que
no se alrevian á rebelarse, por temor al castigo, veian,

cios indicados se encontraban «en los indios de la costa y de la tierra caliente.?


Capitulo 206.
78 4 HISTORIA DB MÉJICO.

con satisfacciónj que se sublevasen, otras mas retiradas, con


la esperanza de un cambio; y los tlaxcaltecas, los rnichoa-
eanos y la parte de la nación Acolhua que obedecía á Ix -
llilxocliill, acechaban el momento en que pudiesen atacar
con ventaja á su poderoso rival.
Las rebeliones se repitian ; pero eran sofocadas inme­
diatamente. El hábito constante de obedecer; el respeto
que infundio el nombre de Moctezuma ; la vigilancia de
las fuertes guarniciones mejicanas establecidas en los prin­
cipales prvnlos conquistados; la permanencia en la corte ó
que estaban obligados los principales señores de las pro­
vincias feudatarias, como garantía de la obediencia de éstas;
la voluntad absoluta del monarca; el temor al casLigo y el
valor de sus aguerridas huestes, acostumbradas á la victo­
ria y adiestradas, como ninguna, en el arlo de la guerra,
hacia fuerte el imperio.
Todos anhelaban corlar las alas á la imperial águila que
sujetaba ;í unos y amenazaba á otros; pero cada cual espe­
raba que otro fuese el (fue se lanzase á la lucha para se­
guir después.
En medio de esas agitaciones y de esos deseos ; en me­
dio de las discordias que dividian el reino de Acolliuacan
y ocupaban al monarca de Méjico, aparecieron el año de
1510, dia de Jueves Santo, en las playas mejicanas, once
buques españoles.
1519. Eran los barcos que llevaban á Hernán
Lteiri Cortés y sus compañeros.
Uernan Cortos
ftias playas La noticia le fué comunicada iumediala-
<ieMéjico. mcn[,0 á Moctezuma.
El emperador mejicano se sobresaltó.
CAPÍTULO x x r. 785
¿Serian esos soldados los que iban á romper el dique
que contenia á los pueblos sometidos al poder de Mocte­
zuma?
Los acontecimientos son los que están encargados de
contestar á nuestra pregunta.

FIN DEL TOMO PltlMEHO.


ÍNDICE
DE LOS CAPÍTULOS Q.UE CONTIENE ESTE TOMO.

iNigimi*.
lNTUOUÜCCIOX................ ........................................................................ V
Capítui -o I. Procedencia do los primeros habitantes del continente Ame­
ricano.—Los toltecas: su establecimiento en el país de Anáhuac: su
civilización: su desaparición.—Los rbichimecas: sus monarcas: su ¡ro-
bierno: su favor hácia los inmigrantes.—Llegada de los acolhuas. de
los ollaceas y de otras diversas tribus que liabitavou antes que los me­
jicanos el país A quien estos dieron al fin su nombre.—Union de los
cliichiiuecas y acolliuas: sus progresos en las artes y en la agricultura. :)1
Cap. U. Los aztecas ó mejicanos.—Su viajo al país de Anáhuac.—Se es­
tablecen sucesivamente en Tepeyacae, Chapultepec y Acocolco.—Son
reducidos á esclavitud eu Collmacan.—l n sacrificio humano.—Reco­
bran la libertad.—Fundación de Méjico.—Huertos flotantes 0 chinam­
pas <le los mejicanos.—División do los mejicanos eu (latclolcos y tc-
noclicti».—fie liacen dos naciones vecinas y rivales.—Los mejicanos
piden al rey do Culhuaean nna hija para hacerla madre de su dios.—
Sar-rillcio humano.—Huitzilopoehtli. númen de la guerra: su descrip­
ción.................................................................................................... 131
Cap. III. Sistema de gobierno de los mejicanos hasta-1352.—I-’undacion
de lu monarquía —Primer rey de Méjico.—Primer rey do Tlntelolco.—
Tributos impuestos ¡i los mejicanos por el rey de AzcapoMileo.—Pro­
gresos do los mejicanos.—I-Initzilihuiil. segundo rey «le Méjico.—!áe
casa con una hija del rey de Azeapozaleo. y poco después con otra del
señor «le Cuahiianliuac.—(¿iicdun libres los mejicanos «lo los anterio­
res tributos.—Trinnfo debido ¡i ellos en Xaltooan.—El rey de Acol hua-
can divide su reino en <3 estados.—Prosperidad agrícola y comercial
de los mejicanos.—lincmistad de Mnxtlaton, señor de Coyoacan, con
los mejicanos.—Se asesina por su únten al hijo del rey de Méjico.—
Conducta prudente del rey de Méjico............................................. 15#
C ap . IV. Prosperidad do la agricultura entre los mejicanos., y aumento
788 ÍNDICE.

de su comercio.—Tlacateotl, segundo rey de Tlatclolco.—Fiestas de


los mejicanos en la terminación de cada siglo que se componía de 53
ai¡os, y en el principio del siguiente.—Juego llamado de los volado­
res.—Ixtlilxochitl, sexto rey de Acolhuacan.—Rebelión del rey de Az-
capozalco y de otros señores contra el monarca de Acolhuacan.—Mue­
re en una batalla Cuauhxilotl, señor do Ixtapallocan.—Convenio de
paz entre el rey de Acolhuacan y los rebeldes.—Muerte de Huitzili-
liuitl, rey de Méjico.—Mejoras que recibid Méjico durante su reinado. 1H7
Cap. V. Se da una ley para que la elección de monarca recaiga en un
hermano, sobrino ó primo del rey fenecido.—'Chima!popoca, tercer rey
de Méjico.—Nuera rebelión de Tczozomoc contra el rey de Acolhua­
can.—Caída de éste.—Muere apedreado el prfucipe Cihuacuecucnut-
zin.—Muerte dol rey Ixtlilxochill.—El monarca de Azcnpoznlco se
apodera dol trono de Acolhuacan........................................................205
Cap. VI. Tezozosuoc, usurpador de Acolhuacan.—Impono mayores tri­
butos.—Muerte del tirano Tezozoinoc.—Maxtlaton so ripíldora <1el rei­
no de Azcnpoznlco.—Muere Tnyatzin asesinado por orden de su her­
mano.—Proclaman á Maxtlaton rey de Azcnpoznlco y de Colhuacan.—
Ofensas que infiere á Chimalpopoca, rey de Méjico.—Prisión de éste. 21!i
Cap . Vil. Xczahualcoyotl so presenta en Azcnpoznlco por Orden ilc Max­
tlaton.—Chimalpopoca llama al príncipe á la prisión en que esté y le
dice que huya.—Nezahunlcoyotl obedece.—l-'in trágico del rey Chi-
malpopoca.—Maxtlaton envía varios capitanes á que asesinen á Ncza-
hualcoyotl.—El príncipe logra huir.—Rasgo de fidelidad de los habi­
tantes do Coatitlan............................................................................. ¿3ii
Cap . VIII. Itzcoatl, cuarto rey de Méjico.—Nezuhualcoyotl entra con
sus adictos en Texcuco.—El rey de Méjico le ofrece sus tropas para der­
rocar á Maxtlaton.—Embajada ouviada ú Nczalmalcoyotl.—El embaja­
dor mejicano Motcuczoraa es capturado por el señor de Chalco.—Dig­
na conducta do los hitexotzingos.—Rasgo horóico de Cnatcotzin.—
Crueldad del señor de Chalco.—La plebe pide al rey de Méjico que no
declare la guerra ol de Azcupoznlco.—Los embajadores, sus derechos
y sus deberes.—Se declara la guorra entro mejicanos y tepaneens*.—
Pacto celebrado entre la plebe de Méjico y el rey............................... 233
Cap. IX. Los topanccas se dirigen á Méjico con objeto do apoderarso do
la ciudad.—El rey Itzcoatl pide auxilio á Nczalmalcoyotl y lo recibe.
—Batallas entre mejicanos y toponéeos —El general tepaneca muero ¡i
manos de Motenczoina.—Triunfo do los mejicanos.—Muorto del tirano
Maxtlaton.—Incendian y destruyen la ciudad do Azcapozalco.-Ncza-
huolcovotl reduce varias ciudades á su obediencia y se retine con el
rey tic Méjico.-Fundación'de la monarquía de Tacubn.-Alianza o Ten
sivay defensiva entre los reyes de Méjico, Acolhuacan y Tacuba.—
Acertada política del primero.—Coronación de Kezahualcoyot).. . . 273
ÍNDICE. 789
P«6inns.
Cap. X. Gobierno de Nezabualcoyotl.—Amnistío general.—Reglamen­
tos y disposiciones pora la buena marcha del reino de Acolliuacan.—
Tribunales de hacienda, de justicia y de guerra.—Junta do ciencias,
artes y literatura.—Agricultura mejicana y algunos Instrumentos de
labranza.—Nuevas conquistas del rey de Méjico.—Establece un juez
supremo y recaudaciones en lus provincias tributarias.—Muerte del
roy de Méjico.—Funerales entre los mejicanos: sus ceremonias.. . . 3Í13
Cap. XI. Moteuczoraal, quinto rey de Méjico.—Ceremonias usadas en
la corunacion de los reyes.—Los monarcas mejicanos sallan á campa­
na para hacer prisioneros que fuesen sacrificados en su coronación.—
Manera con que los reyes se presentaban en público.—Son muertos
por orden del scfiov de Chalco dos hijos del rey de Tcxcoco y tres no­
bles mejicanos.—Son vencidos los chalqneflos, y su territorio someti­
do (i la corona de Méjico.—Amagos do guerra entre mejicanos y tlax­
caltecas...................................................................................................:fól
Cap . XII. Uuena administración del rey Nezahuolcoyotl.—Víveres que
anualmente so consumían en palacio.—Casamiento de Nezahual
coyotl con la hija del rey de Tacaba.—Sus composiciones litera­
rias.—Magnificencia de los palacios y jardines de Nezahualcoyotl.—
Número de gente que se ocupé en su construcción.—Nobles senti­
mientos de Nezahualcoyotl.—Su iden reconociendo un Sér supremo.
—Prohíbe los sacrificios humanos, pero se vé precisado ú permitirlos.
—Un lunar en su brillante vida...............................................................337
C a p . XIII. Indigna conducta y muerte de Cuauhtlaton. rey deTlalelol-
eo.—Conquistas do Moctezuma.—Inundación de Méjico.—Construc­
ción de nn dique.—El ejército: oficiales (le guerra: órdenes milita­
ros: trajo marcial del rey; armas ofensivas y defensivas; simulacros,
táctica y fortificaciones.—Hambre en Méjico en 1153.—Nuevas con­
quistas do. Moctezuma.—Prohíbe todo comercio con los tlaxcaltecas.
—Estos se ven privados absolutamente de la sal.—Los chnlqucíiGS
invitan A un hormanodc Moctezuma, á que sea rey do ellos.—Se quita
la vida por no admitir.—Moctezuma vence á los chalquciios y les lince
sus tributarios.—Muerte de Moctezuma.................................................. 3l>5
C a p . XIV. Engrandecimiento de la monarquía mejicana.—Pompa de
los reyes aztecas.—Gobierno político y administración do justicia.—
Castigos que señalaban las leyes á los transgr'esorcs do ellas.—Los
hombros tenían obligación de casarse <1determinada odad.—Los escla­
vos y la esclavitud.—Orden civil.—Cómo se hacia la compra y venta
en el comercio.—Correos y manera de comunicar las noticias.—Noble­
za y plebe.—Manera en que estaban distribuidas las tierras.—La plebe
no poseía propiedad rústica individunlmenlo. y estaba obligada á cul­
tivar las tierras do la corona y ilc los nobles. así como á edificar los
palacios y jardines de los primeros.—Impuestos y tributos enormes
790 In d ic e .

que posaban sobre el pueblo.—Recaudadores de tributos, y penas im­


puestas 4 los que no los pagaban.—Educación «le la juventud.—Soml-
nnrios para ambos sexos.—Máximas de moral de los padres 4 sus hi­
jos.—Astronomía azteca; arreglo del tiempo.—Ei calendario mejicano
y explicación de los signos que contiene.—Literatura y teatros, músi­
co y baile.—Aritmética.—La escrito-pintura ........................................:¡iw
Cap. XV. Religión de los mejicanos.—Sus dioses y sus atributos.—Ori­
gen do los sacrificios.—Fiestas oulebradas en los diez y ocho meses
del afío azteca.—fiacriiicios de victimas humanas que en ellos so Ila­
ción.—Número de sacriflcndos anualmente.—Oblaciones, ayunos y pe­
nitencias.—Ceremonias íi la salida del sol.—Número do voces con que
diariamente incensaban 4 sus (dolos.—Sitios destinados A las almas
en la otra vida.—Número de sacerdotes que babin.—El sacerdocio no
era perpetuo y los sacerdotes eran casados.—Gerarquios que existían
entre los sacerdotes.—I,a educación de la juventud estaba ú cargo
de los sacerdotes.—Ordenes religiosas.—Sacrificadoras sacerdotes
y sacrificios en diversas liestas.—Ayunos y terribles penitencias de
los sacerdotes.—Número de templos y sus mitas.—Hitos de los meji­
canos on el nacimiento de un niño.—Ritos nupciales..........................-ir,"
Cap. XVI. Axayaeatl. sesto rey do Méjico.—Significado del nombre dol
nuevo rey.—Lleva la guerra Ala provincia de Tcbuantcpec.—Triun­
fos do Axayaeatl y conquista de Coatulco.—Nuevos triunfos do los
mejicanos.—Cbiinnlpopoca, segundo rey de Tucuba.—Muerte de Ne-
zahualcoyotl.—Xczahualpllll, voy de Acolhuacnn.—El rey de Tloto-
Jolco se pone de acuerdo con varios señores para hacer la guerra A
Méjico.—Lo mujer del rey de Tlalololco. pone en conocimiento del
monarca do Méjico los proyectos de su esposo.—El rey de Tlatclolco y
sus guerreros. bclx?n para alcalizar la victoria contra los mejicanos,
sangre humana mezclada con agua.—Los tlutololcos atacan la ciudad
de Méjico.—Se renueva el combate u) siguiente dio. y muera el rey de
Tlatclolco.—Los tlatelolcos se hacen vasallos del rey de Méjico.—Axa-
yacatl. sentencia Amuerte el sacerdote tlatclolco l'oyahnltl.—Varios
cuudiIIos sufren la misma pena.—1.a dudad de Tlatclolco llega Afor­
mar un barrio de la de Méjico.—Mudo do declarar la guerra entre
aquellas naciones.—Manera con que marchaba el ejército Acampaña:
tenían una ambulancia para retirar los heridos del cómbale, y se esti­
maba en mas hacer prisioneros que matar enemigos.—Campaña con­
tra el señor de Xiqiiipilco.—Combate personal «Icl rey Axayaeatl.—Sale
herido.—Triunfo de los mejicanos.—Axayaeatl da un banquete A los
reyes aliados y manda q u e den muerte allí mismo ú mi prisionero Tlil-
cnezpalin............................................................................................333
Cap. XVII. Descripción del reino de Michoacán.—Tribus que la pobla­
ban.—Eoparaclon de los mejicanos y (áraseos Asu paso por Miclioa-
ÍNDICE. 791

can.—Fusión de los tarascos con otras tribus que habitaban el país.—


Se adopto el culto de Huitzilopoohtli.—Llegada de los'chichimecas va-
náceos.—Guerra entre ellos y las tribus que poblaban Michoacán.—
Fundación de Pátzcuaro por los cbichimecas vanáccos.—Guerra entre
uno de los reyes que habitaba junto 6. la laguna y los chichimecas.—
Derrota do éstos.—Asesinato cometido en los dos principes que gober­
naban á los cbichimecas.—Vapeani, hijo do uno de los principes ase­
sinados, toma venganza de la muerte de su padre, conquistando los
pneblos que fueron sus contrarios.—Divide el imperio de Michoacán
en tres reinos.—Las provincias tarascas quedan reducidas al dominio
<le los cbichimecas.—Fusión de los cbichimecas y tarascos.—Se declara
corto del reino, Tzintzuntzan.—Templos y casas que se fabrican: forti­
ficaciones de la ciudad.—Estado de la industria en Michoacán.—Traje
que usaban.—Cualidades físicas de los tarascos.—Modo de ir á cam­
pana.—Premio que se daba por un hecho herúico en la batalla.—Limi­
tes de Michoacán.—Descripción del suelo de Michoacán, su clima y
producciones.—Ministros de justicia.—Algunas leyes y administra­
ción de justicia.—Religión.—Victimas humanas.—Ceremonias en los
funerales, y condición de las personas que eran sacrificadas en ellas.
—Guerra entre michoacanos y mejicanos.—Derrota de éstos.—Muerte
del rey Axayacatl.—Los tesoros que dejd guardados........................... 583
Cap. XV11I. T ízoc, sétimo rey de Méjico.—Sale i campana.—Fiestas
que se hacen en su coronación.—Trajes de los mejicanos, y adornos
que lleva lian en el rostro.—El rey Tízoc somete al Orden varias ciuda­
des rebeladas.—Guerra entre huexotzingos y texcocanos.—Triunfo do
los texcocanos.—Casamiento da Nezaltualpilii con una sobrina del rey
de Méjico.—El monarca Tízoc muere envenenado.—Son castigados los
culpables.—Ahuitzotl, octavo rey de Méjico.—Sale á campana para ha­
cerse de los prisioneros, para el sacrificio en su coronación.—Concluye
el templo de Huitzilopochtli.—Dónde estaba el teocalli principal.—Lo
que había en sus cimientos.—Nlimero de victimas sacrificadas en la
dedicación del templo.—Los indios pintados por los poetas y presenta­
dos por la historia.—Nuevas hecatombes.—Muerte del rey de Tacuba.
—Totoquibuatzin, tercer rey de Tacuba.—Nuevas conquistas de Ahuit-
zotl.—Los mejicanos son derrotados en Atlixco.—Valor y fuerza de
Toltecat), capitán luiexotzingo.—Proyecto de un acueducto.—El rey
Ahuitzotl manda inatar á un fiel consejero.--Ceremonias en la con­
ducción del agua á Méjico.—Nueva inundación do Méjico.—Hombro
en Méjico.—Descubrimiento de la piedra (ckon tli .—Mas conquistas.—
Muerte del rey Ahuitzotl....................................................................627
Ca p . XIX. Moctezuma II. Xocoyotzin, nono ruy de Méjico.—Discurso
de Nczahualpilli, rey de Texcoco.—Canipaila de Atlixco.—Descrip­
ción de la antigua ciudad d® Méjico.-Los mejicanos no usaban mesa
792 ÍNDICE.

para comer, ni cubiertos.—Sus canoas, sus espejos y su ajuar.—No usa­


ban candelcros ni velas.—Muñera con que se alumbraban.—Número
de babi (antes de la capital.—Importancia délos comerciantes.—En los
indios de carga llamados ta m m e s ....................................................... lifi3
Cap. XX. Rebelión de algunas provincias tributarias y nueva sujeción
de ellas.—Moctezuma declara Ala plebe incapaz de obtener empleos.
—Manera de presentarse al rey.—Serrallo de Moctezuma.—Comida
que se le servia.—La que se daba &los palaciegos.—Debidas que usa­
ban.—Personas que concurrían sí palacio.—NAmero do criados encar­
gados del cuidado de las aves y de las fieras.—Acatamiento del pueblo
al monarca—Carácter de Moctezuma.—La agricultura.—Estado délas
minas.—Guerra con los de Tloxcala.—Muere en una batalla el h ijo do
Moctezuma.—Nuevos triunfos do los tlaxcaltecas sobre los mejicanos.
—Hambre en Méjico.—Fausto do los grandes y miseria del pueblo.—
Cumpafia de Cuauhtemallan.—Erección do un nuevo templo.—So da
mayor anchura á la calzada de Chapultepec.—Incendio de! templo Zo-
molli.—Moctezuma, desconfiando do los tlatclolcos, les priva do sus
empleos.—Les repone en sus destinos.—Rebelión do algunas provin­
cias.—Los mejicanos sujetan á los rebeldes.—Gran piedra de los sacri­
ficios.—Fiestas celebradas en su dedicación.—Nuevas rebeliones.—
Guerra entre Méjico y Michoacán...................................................... Util
Cap . XXI. Buen gobierno de Nezahualpilli, rey de Texcoco.—Paralelo
entre la literatura texcocana y mejicana.—Nczalmalpilli, por no que­
brantar las leyes, deja que so cúmplala sentencia do inuorto dada
contra su hijo.—Infidelidad de una de las mujeres de Nezahualpilli:
sufre la pena de muerte con sus amantes y cómplices.—Nezahualpilli
se retira de los negocios públicos.—Muerte de Nezahualpilli.—Vlcti-
mus que se sacrificaron en sus exequias.—Es electo rey su hijo Caca-
matzin.—Se opone su hermano Ixllilxoeliill.—Se forman dos partidos
y es divide elreino de Acolhuacan.—Odio do lxtülxochitl ú Moctezu­
ma: reta á éste á combate personal.—lxtülxochitl manda quemar vivo
&un primo de Moctezuma hecho prisionero.—Llegada de los españo­
les & las costas de Méjico.—Disposiciones de Moctezuma: la escuadri­
lla desaparece.—Situación del país.—Rebeliones de los pueblos.—La
república de Tluxcala; su extensión.—Extensión dol reino de Acolhua­
can.—Lo que era el reino de Tlacopan.—Península de Yucatán—Ex­
tensión del imperio mejicano.—Número de habitantes do todo el pafs.
—Llegada de Hernán Cortés &las playas mejicanas.......................... 743

FIN DE!. ÍNDICE.

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