I. CAPÍTULO VIII El Trabajo Por Cuenta Ajena
I. CAPÍTULO VIII El Trabajo Por Cuenta Ajena
I. CAPÍTULO VIII El Trabajo Por Cuenta Ajena
Los principios que se mencionaron anteriormente eran los que existían en una sociedad en la que una mayoría relativamente grande
y la mayor parte de quienes elaboraban la opinión disfrutaban de independencia en lo que respecta a las actividades que les
proporcionaban la subsistencia (80% a principios del siglo XIX, 33% hacia 1870 y 20% en 1940). ¿Hasta qué punto son válidos los
principios que funcionaron en dicha sociedad, cuando la mayoría de nosotros trabajamos como empleados de vastas organizaciones,
utilizamos recursos que no poseemos y actuamos en gran parte en virtud de instrucciones dadas por otros? ¿Han perdido
importancia las aportaciones de quienes trabajan en puestos independientes, considerando, sobre todo, que dichos individuos
constituyen una parte de la sociedad bastante más reducida y ejercen una influencia mucho menor, o, por el contrario, son todavía
esenciales para el bienestar de cualquier sociedad libre?
Antes de referirnos a la conclusión principal, debemos rechazar el mito referente al crecimiento de la clase
trabajadora, que aunque mantenido en su forma más cruda solamente por los marxistas, ha logrado una
aceptación lo suficientemente amplia para confundir a la opinión. (144) Según este mito, la aparición de un
proletariado carente de bienes es el resultado de un proceso de expoliación merced al cual las masas fueron
despojadas de aquellos bienes que anteriormente les permitían ganarse la vida con independencia. La
realidad, sin embargo, es distinta. Antes de referirnos a la conclusión principal, debemos rechazar el mito
referente al crecimiento de la clase trabajadora, que aunque mantenido en su forma más cruda solamente por
los marxistas, ha logrado una aceptación lo suficientemente amplia para confundir a la opinión. (144)
Si “el capitalismo ha creado al proletariado”, lo hizo al permitir a muchos sobrevivir y tener descendencia.
Actualmente el efecto de dicho proceso en el mundo occidental ya no es, desde luego, el aumento del
proletariado en el antiguo sentido, sino el crecimiento de una mayoría que en muchos respectos es ajena y a
menudo hostil a gran parte de lo que constituye la fuerza impulsora de la sociedad libre.
La trascendencia política de tal evolución se ha visto acentuada por el hecho de que, a la par que crecía más
rápidamente el número de trabajadores por cuenta ajena carentes de bienes propios, se les concedía ventajas
de las que la mayoría había estado excluida. El resultado fue que, probablemente, en todos los países
occidentales, los puntos de vista de la gran mayoría del electorado se vieron determinados por quienes
ocupaban puestos de trabajo asalariado. (145)
El problema consiste en que numerosas libertades carecen de interés para los asalariados, resultando difícil frecuentemente hacerles
comprender que el mantenimiento de su nivel de vida depende de que otros puedan adoptar decisiones sin relación aparente alguna
con los primeros. Estiman innecesarias muchas libertades esenciales para la persona independiente a fin de que pueda cumplir las
funciones que le corresponden, manteniendo opiniones acerca de cuál sea una remuneración justa totalmente contraria a las que
aquéllas propugnan. Así ocurre que hoy la libertad se halla gravemente amenazada por el afán de la mayoría, compuesta por gente
asalariada, de imponer sus criterios a los demás.
Aunque en la vida del que disfruta de un empleo determinado el ejercicio de la libertad tenga poca importancia, eso no quiere decir
que no sea libre. Muchísimas personas prefieren un empleo a las órdenes de un patrono, porque les ofrece mayores posibilidades
vivir la clase de vida deseada que si se hallaran en posición independiente.
Quienquiera que desee un ingreso regular a cambio de su trabajo, tiene que emplear sus horas de trabajo en las tareas inmediatas
que otros le fijan. La ejecución de las órdenes que dan otros se convierte para el trabajador dependiente en la condición necesaria
que hace posible el logro de su propósito. No obstante, aunque a veces encuentre tedioso lo anterior, normalmente no carece de
libertad en el sentido de sufrir coacción. (146)
Resulta evidente que la libertad del que trabaja en régimen de empleo depende de la existencia de un gran número y variedad de
empresarios, máxime si tenemos en cuenta la situación que se produciría si existiera solamente uno, esto es, el Estado, y si la
aceptación de un empleo fuese el único medio permitido de subsistencia.
Es inevitable que los intereses y valores de quienes trabajan por cuenta ajena sean algo distintos de los intereses y valores del que
acepta el riesgo y la responsabilidad de organizar la utilización de los recursos. (147)
La persona independiente no distingue de modo tajante entre su vida privada y su vida de negocios, a
diferencia de quien ha enajenado parte de su tiempo a cambio de un ingreso fijo.
Difieren, sobre todo, el que trabaja en régimen de empleo y el independiente, en sus juicios acerca del
concepto de beneficios, de los riesgos a afrontar y en cuanto a la manera de actuar en la vida para alcanzar el
éxito con mayor seguridad.
Ahora bien, la diferencia más acusada existente entre ambas actitudes surge en el momento de decidir acerca
de cuál sea el método más idóneo para señalar la remuneración adecuada a los distintos servicios. Muchas
veces ha de ser remunerado de acuerdo con la apreciación del mérito y no en consonancia con los resultados.
(148)
“Ahora bien, en los trabajadores por cuenta propia se ha desarrollado masivamente y por razones evidentes, el sentimiento de
responsabilidad y de previsión del futuro. Tienen que planificar a más largo plazo y deben incluir en sus cálculos la posibilidad de
hacer frente, mediante ingenio e iniciativa, a épocas adversas. Los trabajadores por cuenta ajena, que reciben su salario a plazos
regulares, tienen una sensibilidad vital distinta, estática. Raras veces planifican a largo plazo y les espanta la más mínima
fluctuación. Buscan en todos sus sentimientos y pensamientos, estabilidad y seguridad.” (E. Bieri, 1956)
Cuando la mayoría de los que trabajan en régimen de empleo decide cuál sea la legislación imperante y
determina la política que debe prevalecer, es obvio que las condiciones generales de vida se ajustarán a las
normas de conducta gratas a aquellos, resultados menos favorables para quienes se aplican a actividades
independientes.
Es notorio que el trabajo por cuenta ajena ha llegado a ser no sólo la ocupación dominante, sino la preferida por la mayoría de la
población, que descubre que el empleo colma sus fundamentales aspiraciones: un ingreso fijo y seguro del que se puede disponer
para el gasto inmediato, ascensos más o menos automáticos y previsión para la vejez. De este modo los que así optan se ven
relevados de algunas de las responsabilidades de la vida, y de una manera enteramente natural creen que la desgracia económica,
cuando acaece como resultado de faltas o fracasos de la organización que los empleó, es culpa evidente de otros, pero de la que ellos
se hallan exentos. En consecuencia, no ha de sorprender que tales personas deseen ver entronizado un superior poder tutelar que
vigile aquella actividad directiva cuya naturaleza no llegan a entender pero de la que depende su propio subsistir.
Donde predomina tal clase, el concepto de justicia social se ve acomodado a la conveniencia de sus
componentes; ello influye no sólo en la legislación, sino también en las instituciones y los usos mercantiles. Los
impuestos vienen a basarse en una concepción de la renta que fundamentalmente es la del que trabaja en
régimen de empleo; las previsiones paternalistas de los servicios sociales están hechas a la medida casi
exclusiva de sus necesidades, e incluso las normas y técnicas del crédito al consumidor se ajustan
primordialmente a sus requerimientos. Todo lo que respecta a la posesión y empleo del capital, con reflejo en
la manera de ganarse la vida dicha mayoría, viene a tratarse como el interés especial de un pequeño grupo
privilegiado contra el que se puede discriminar justamente. (149)
Privilegios tales como la inamovilidad o el ascenso por antigüedad, otorgados a los funcionarios públicos no
por beneficiarles, sino en interés de la comunidad, tienden a extenderse más allá del sector que
originariamente los disfrutó. No hay que olvidar que en la burocracia estatal, a diferencia de lo que ocurre en
otras grandes organizaciones, no cabe calcular el valor específico de los servicios rendidos por un individuo, lo
que obliga a remunerarles en función de los méritos estimables más bien que por los resultados. (150)
La trascendencia de que existan particulares propietarios de bienes cuantiosos no estriba tan sólo en que sin ellos resulta impensable
el mantenimiento del sistema del orden competitivo. La figura del hombre que cuenta con medios independientes todavía cobra
más importancia en la sociedad libre cuando no dedica su capital a la persecución de ganancias y, en cambio lo aplica a la
consecución de objetivos no lucrativos.
Lord Keynes explicaba en alguna ocasión la trascendente misión reservada al hombre económicamente independiente en toda
sociedad ordenada. Tal afirmación me produjo sorpresa por proceder de un hombre que en una etapa anterior recomendó la
“eutanasia del rentista”. Mi sorpresa habría sido menor de haber conocido como el propio Keynes, desde un principio, advirtió la
decisiva importancia que para él tenía amasar una fortuna personal para desempeñar el papel histórico a que se consideraba
llamado, fortuna que bien acertó a acumular. Como dice su biógrafo (R. F. Harrod. The life of John Maynard Keynes, 1951), a la edad
de 36 años Keynes “estaba determinado a no recaer en la condición de asalariado. Tenía que lograr la independencia financiera.
Sentía que dentro de él había algo que justificaba tal independencia. Tenía muchas cosas que decir a la nación y necesitaba
independencia económica”. (151)
La dirección de individuos o de grupos que son capaces de respaldar financieramente sus ideales es esencial,
especialmente en el campo de la cultura, en las bellas artes, en educación e investigación, en la conservación
de la belleza natural y de los tesoros artísticos y, sobre todo, en la propagación de las nuevas ideas políticas,
morales y religiosas.
Si es válida la tesis de que el proceso de elevación social ha de extenderse a veces a través de varias
generaciones, y si admitimos que algunas personas no tienen que dedicar la mayor parte de sus energías a
ganarse la vida, sino que deben disponer del tiempo y de los medios para consagrarse a cualquier objetivo que
elijan, no puede negarse que la herencia constituye seguramente el mejor modo de selección que conocemos.
(152)
La feliz realización de la tarea que tienen encomendada quienes poseen mayor cantidad de bienes solamente resulta posible cuando
la comunidad, en su conjunto, no considera que su única misión es la inversión rentable de riquezas y su incremento y cuando la clase
adinerada no se halla integrada exclusivamente por personas que convierten el empleo productivo de los recursos en objetivo
primordial. En otras palabras: debe haber tolerancia para la existencia de un grupo de ricos ociosos, ociosos no en el sentido de que
no realizan nada útil, sino en el de que sus miras no se hallan enteramente dirigidas por consideraciones de beneficio material. (153)
Es dudoso que una clase rica cuyo ethos requiera que por lo menos cada miembro masculino demuestre su
utilidad haciendo más dinero pueda justificar adecuadamente su existencia. Por muy importante que el
propietario independiente sea para el orden económico de una sociedad libre, su trascendencia quizá resulte
todavía mayor en las esferas del pensamiento y de la opinión, de los gustos y las creencias. Hay algo que falta
seriamente en una sociedad en la que todos los dirigentes intelectuales, morales y artísticos pertenecen a la
clase que trabaja en régimen de empleo, especialmente si su mayoría es integrada por funcionarios públicos.
Y, sin embargo, en todos los países nos acercamos hacia esa posición. Aunque el escritor y el artista libre y las
profesiones jurídica y médica todavía proporcionan algunos dirigentes de la opinión pública que actúan con la
innegable independencia de quienes debieran asumir la tarea, la gran masa, incluso los doctos en ciencias y
humanidades, ocupan hoy, en la mayoría de los países, empleos al servicio del Estado. A este respecto se ha
verificado un gran cambio desde el siglo XIX, cuando hombres eruditos como Darwin y Macaulay, Grote y
Lubbock, Mottley y Henry Adam, Tocqueville y Schiliemann, eran figuras públicas de gran eminencia, y cuando
un crítico heterodoxo de la sociedad como Karl Marx pudo encontrar un mecenas acaudalado que le permitió
dedicar su vida a la elaboración y propagación de doctrinas que la mayoría de sus contemporáneos detestaban
de todo corazón. (154)
“La presencia de un cuerpo de hombres bien instruidos que no precisen trabajar para ganar el pan de cada día tiene un grado de
importancia que no puede ser infravalorado, pues todo el trabajo altamente intelectual lo llevan a cabo tales hombres y de él depende
principalmente el progreso material, para no mencionar otras ventajas mayores”. (Ch. Darwin. The Descent of Man).
No tengo nada que objetar a la debida influencia ejercida por las clases intelectuales a las que yo mismo
pertenezco; a la influencia del profesor, del empleado, del periodista o funcionario público. Sin embargo,
reconozco que, por tratarse de un grupo de empleados, como tal grupo posee sus propias tendencias
profesionales que en algunos puntos esenciales son contrarias a los requisitos de una sociedad libre y
necesitan ser contraatacadas o al menos modificadas acercándose a ellas posiciones distintas y utilizando
puntos de vista de hombres que no son miembros de una jerarquía organizada, hombres cuya situación en la
vida es independiente de la popularidad de las opiniones que expresan y que pueden mezclarse en igualdad de
condiciones con los ricos y los poderosos.
La desaparición casi completa de dicha clase –y su inexistencia en la mayor parte de los E.U.- ha provocado una situación que se
caracteriza por que el sector adinerado, integrado hoy exclusivamente por un grupo de empresarios, no asume la dirección
intelectual e incluso carece de una filosofía de vida coherente y defendible. La clase acaudalada, que en parte es una clase ociosa, ha
de entremezclarse con la correspondiente proporción de eruditos y estatistas, de figuras literarias y de artistas.
Es innegable que dicho grupo ociosa producirá una proporción mucho mayor de individuos a quienes les guste
vivir bien que de eruditos y empleados públicos, y que asimismo su evidente derroche de dinero ofenderá la
conciencia pública. Ahora bien, tal derroche, en todas partes, constituye el precio de la libertad. (155)
El despilfarro que implican las diversiones de los ricos es realmente insignificante comparado con los
despilfarros que suponen las diversiones semejantes e igualmente “innecesarias” de las masas, que por otra
parte, difieren bastante más de los fines que pudieran parecer importantes de acuerdo con cierto nivel ético.
En la vida de los ricos la mera evidencia y el carácter poco común del derroche son los elementos que se
coaligan para hacerlo aparecer tan singularmente reprobable. (156)
Una de las grandes tragedias de nuestro tiempo es que las masas hayan dado en creer que el logro de sus
elevados niveles de bienestar material es el resultado de haber abatido a los ricos, y que teman que la
conservación o el resurgimiento de dicha clase les prive de algo que de otra forma sería para ellos y que
consideran que les es debido.
Si por motivos de envidia hacemos imposibles ciertas maneras excepcionales de vivir, al final todos sufriremos
el empobrecimiento material y espiritual. No podemos eliminar las manifestaciones desagradables del éxito
individual sin destruir al mismo tiempo las fuerzas que hacen viable el proceso. Se puede compartir totalmente
la aversión hacia la ostentación, el mal gusto y el despilfarro de muchos de los nuevos ricos y, no obstante,
reconocer que, si impidiéramos todo lo que no disgusta, las buenas cosas imprevistas que de este modo se
frustrarían sobrepasarían probablemente a las malas. Un mundo en el que la mayoría pudiera impedir la
aparición de todo lo que no fuera de su agrado sería un mundo estancado y, probablemente, un mundo
decadente. (157)
Preguntas
1. ¿Qué es el trabajo por cuenta ajena?
2. ¿Qué es el trabajo independiente?
3. ¿Qué porcentaje de la población económicamente activa de Guatemala trabaja para
otros?
4. ¿Qué porcentaje de la población económicamente activa de Guatemala trabaja por
cuenta propia?
5. ¿Son distintas las aspiraciones, los valores, la jornada de trabajo de ambos tipos de
trabajadores?
6. La legislación laboral en Guatemala, ha sido hecha sobre todo para proteger al
trabajador por cuenta ajena o dependiente. ¿Por qué razón?
7. ¿Cómo afecta la legislación laboral de Guatemala al trabajador independiente?
8. ¿Se aplica de la misma manera el seguro social en Guatemala (IGSS) para el
trabajador por cuenta ajena que para el trabajador independiente?
9. Hayek justifica la existencia de personas que por su posición socioeconómica no
necesitan trabajar. Explique.
10. Explique a qué se refiere con la ética de los ricos, de los mecenas.