Antolin S Paparrigopulos
Antolin S Paparrigopulos
Antolin S Paparrigopulos
Paparrigópulos
Miguel de Unamuno
textos.info
Libros gratis - biblioteca digital abierta
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Texto núm. 5100
Edita textos.info
Maison Carrée
c/ Ramal, 48
07730 Alayor - Menorca
Islas Baleares
España
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Antolín S. Paparrigópulos
Y decidió ir a consultarlo con Antolín S. —o sea Sánchez—
Paparrigópulos, que por entonces se dedicaba a estudios de mujeres,
aunque más en los libros que no en la vida.
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decía también que la neurastenia proviene de meterse uno en lo que no le
importa y que se cura con ensalada de burro.
Sabía que hay que aprender a ver el universo en una gota de agua, que
con un hueso constituye el paleontólogo el animal entero y con un asa de
puchero toda una vieja civilización el arqueólogo, sin desconocer tampoco
que no debe mirarse a las estrellas con microscopio y con telescopio a un
infusorio, como los humoristas acostumbran hacer para ver turbio. Mas
aunque sabía que un asa de puchero bastaba al arqueólogo genial para
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reconstruir un arte enterrado en los limbos del olvido, como en su modestia
no se tenía por genio, prefería dos asas a un asa sola —cuantas más
asas, mejor— y prefería el puchero todo al asa sola.
Preparaba una edición popular de los apólogos de Calila y Dimna con una
introducción acerca de la influencia de la literatura índica de la Edad Media
española, y ojalá hubiese llegado a publicarla, porque su lectura habría
apartado, de seguro, al pueblo de la taberna y de perniciosas doctrinas de
imposibles redenciones económicas. Pero las dos obras magnas que
proyectaba Paparrigópulos eran una historia de los escritores oscuros
españoles, es decir, de aquellos que no figuran en las historias literarias
corrientes o figuran sólo en rápida mención por la supuesta insignificancia
de sus obras, corrigiendo así la injusticia de los tiempos, injusticia que
tanto deploraba y aun temía, y era otra su obra acerca de aquellos cuyas
obras se han perdido sin que nos quede más que la mención de sus
nombres y a lo sumo la de los títulos de las que escribieron. Y estaba a
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punto de acometer la historia de aquellos otros que habiendo pensado
escribir no llegaron a hacerlo.
Para el mejor logro de sus empresas, una vez nutrido del sustancioso
meollo de nuestra literatura nacional, se había bañado en las extranjeras, y
como esto se le hacía penoso, pues era torpe para lenguas extranjeras y
su aprendizaje exige tiempo que para más altos estudios necesitaba,
recurrió a un notable expediente, aprendido de su ilustre maestro. Y era
que leía las principales obras de crítica e historia literaria que en el
extranjero se publicaran, siempre que las hallase en francés, y una vez
que había cogido la opinión media de los críticos más reputados, respecto
a éste o aquel autor, hojeábalo en un periquete para cumplir con su
conciencia y quedar libre para rehacer juicios ajenos sin mengua de su
escrupulosa integridad de crítico.
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fama que prevén le espera, tratan de empequeñecerle. Tal hay que dice
de Paparrigópulos que, como el zorro, borra con el jopo sus propias
huellas, dando luego vueltas y más vueltas por otros derroteros para
despistar al cazador y que no sepa por dónde fue a atrapar a la gallina,
cuando si de algo peca es de dejar en pie los andamios, una vez acabada
la torre, impidiendo así que se admire y vea bien ésta. Otro le llama
desdeñosamente cocinador, como si el de cocinar no fuese arte supremo.
El de más allá le acusa, va de traducir, ya de arreglar ideas tomadas del
extranjero, olvidando que al revestirlas Paparrigópulos en tan neto, castizo
y transparente castellano como es el suyo, las hace castellanas y por ende
propias, no de otro modo que hizo el padre Isla propio el Gil Blas de
Lesage. Alguno le moteja de su principal apoyo en su honda fe en la
ignorancia ambiente, desconociendo el que así le juzga que la fe es
trasportadora de montañas. Pero la suprema injusticia de estos y otros
rencorosos juicios de gentes a quienes Paparrigópulos ningún mal ha
hecho, su injusticia notoria, se verá bien clara con sólo tener en cuenta
que todavía no ha dado Paparrigópulos nada a luz y que todos los que le
muerden los zancajos hablan de oídas y por no callar.
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modestísimo obrero del pensamiento, que acopio y ordeno materiales para
que otros que vengan detrás de mí sepan aprovecharlos. La obra humana
es colectiva; nada que no sea colectivo no es ni sólido ni durable...
—¿Y las obras de los grandes genios? La Divina Comedia, la Eneida, una
tragedia de Shakespeare, un cuadro de Velázquez...
—Sí, ya sé eso.
Para Antolín, el principal, el único valor de las grandes obras maestras del
ingenio humano, consiste en haber provocado un libro de crítica o de
comentario; los grandes artistas, poetas, pintores, místicos, historiadores,
filósofos, han nacido para que un erudito haga su biografía y un crítico
comente sus obras, y una frase cualquiera de un gran escritor directo no
adquiere valor hasta que un erudito no la repite y cita la obra, la edición y
la página en que la expuso. Y todo aquello de la solidaridad del trabajo
colectivo no era más que envidia e impotencia. Pertenecía a la clase de
esos comentadores de Homero que si Homero mismo redivivo entrase en
su oficina cantando le echarían a empellones porque les estorbaba el
trabajar sobre los textos muertos de sus obras y buscar un apax cualquiera
en ellas.
—Una pregunta así, tan vaga, tan genérica, tan en abstracto, no tiene
sentido preciso para un modesto investigador como yo, amigo Pérez, para
un hombre que no siendo genio, ni deseando serlo...
—¿Ni deseando?
—Sí, vamos, como aquel otro cofrade de usted que escribió un libro sobre
psicología del pueblo español y siendo, al parecer, español él y viviendo
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entre españoles, no se le ocurrió sino decir que éste dice esto y aquél
aquello otro y hacer una bibliografía.
—¡Hombre!
—Bueno, pues de lo que en las mujeres hace las veces de alma... ¿qué
cree usted?
—Que usted no es uno de esos que están a robarle a uno lo último que le
hayan oído y darlo como suyo...
—Se comprende: el que tiene almacén guarda su género con más celo
que el que tiene fábrica; hay que guardar el agua del pozo, no la del
manantial.
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interesantísima teoría respecto al alma de la mujer...
—Veámosla.
—Dice ese escritor, y lo dice en latín, que así como cada hombre tiene su
alma, las mujeres todas no tienen sino una sola y misma alma, un alma
colectiva, algo así como el entendimiento agente de Averroes, repartida
entre todas ellas. Y añade que las diferencias que se observan en el modo
de sentir, pensar y querer de cada mujer provienen no más que de las
diferencias del cuerpo, debidas a raza, clima, alimentación, etc., y que por
eso son tan insignificantes. Las mujeres, dice ese escritor, se parecen
entre sí mucho más que los hombres y es porque todas son una sola y
misma mujer...
—Ve ahí por qué, amigo Paparrigópulos, así que me enamoré de una me
sentí en seguida enamorado de todas las demás.
—Y por eso, amigo Pérez, lo mismo da que estudie usted a una mujer o a
varias. La cuestión es ahondar en aquélla a cuyo estudio usted se dedique.
—Y ¿no sería mejor tomar dos o más para poder hacer el estudio
comparativo? Porque ya sabe usted que ahora se lleva mucho esto de lo
comparativo...
—¡No, dos no! ¡De ninguna manera! De no contentarse con una, que yo
creo es lo mejor y es bastante tarea, por lo menos tres... La dualidad no
cierra.
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—¿Cómo que no cierra la dualidad?
—Claro está. Con dos líneas no se cierra espacio. El más sencillo polígono
es el triángulo. Por lo menos tres.
—Pero dos no, ¡nunca! De pasar de una, por lo menos tres. Pero ahonde
usted en una.
—Tal es mi propósito.
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Miguel de Unamuno
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