Lectura N2

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CURSO DE FILOSOFÍA, ÉTICA Y SOCIEDAD

LECTURA N.2
LA ADMIRACIÓN COMO COMIENZO DE LA FILOSOFÍA

"La filosofía es el amor a la verdad, la búsqueda de la verdad. La filosofía se ocupa de la


verdad de modo global, sin restricciones. Lleva consigo una actitud sin la cual el amor a la
verdad no aparecería o estaría conmocionado por otros intereses; el amor a la verdad tiene
que ser sincero, auténtico.
La filosofía resulta signo de paranoia para algunos: ocuparse de lo que no existe. ¿Qué es
la verdad? Es la pregunta de Pilato. Era un escéptico y sucumbió a la componenda, tuvo
miedo de la turba y ganó una tranquilidad falsa. Encontrarse con la verdad puede
acontecer de muchas maneras. En cualquier caso, si no tiene lugar el encuentro con la
verdad, no hay libertad, porque entonces no hay encargo posible, no hay tarea asumible. La
que encarga es la verdad. Uno puede encontrarse con la verdad de un modo global: no es
la verdad de esto o lo otro, sino en esto o lo otro descubrir la verdad como tal. Y entonces
se llega a decir: la he encontrado, pero todavía no la he enunciado. La verdad encarga
ante todo la tarea de pensar, la inteligencia tiene que ponerse en marcha para ver si puede
articular un discurso que esté de acuerdo con la verdad. (...)
Hegel decía de sí mismo que era un desgraciado porque estaba dominado por un
incontenible afán de verdad. En rigor, le faltaba esperanza. La afirmación de Hegel es una
interpretación patética de la filosofía (Hegel debió experimentar fuertes contrariedades). En
cualquier caso, se ha de recomendar paciencia; hay que tener en cuenta el tiempo necesario
para ir madurando y combinar, en dosis variables según la edad, el estudio y la propia
indagación.

Con todo, tampoco es recomendable una actitud tan exagerada como la de Kierkegaard, un
gran filósofo romántico. Kierkegaard concede a la decisión un gran valor, pero dice que, si
se tarda en ponerla en marcha, pierde todo su fervor. Kierkegaard es demasiado exigente.
Es la suya una autenticidad caricaturesca, ilustrativa, sorprendente, pero irrealizable. Ambas
actitudes, la de Hegel y la de Kierkegaard, comportan crispación. No, la verdad es alegre,
porque es preferible a cualquier otro objetivo vital, y reclama sinceridad de vida, búsqueda.
Conviene empezar de una buena vez sin prisas; importa no ser escéptico, no renunciar a la
tarea de buscarla y servirla, por más que parezca utópico o inalcanzable. Buscar la verdad
lleva consigo ser fiel a ella, no admitir la mentira en uno mismo.
Los filósofos clásicos consideraron que la admiración despierta la filosofía. La admiración
tiene que ver con la ingenuidad: el filósofo se admira sin condiciones ni resabios. Con todo,
la filosofía no es tan antigua como la humanidad, sino que surge de modo abrupto: en un
momento determinado se desató la admiración en algunos hombres. La admiración no es la
posesión de la verdad, sino su inicio. El que no admira, no se pone en marcha, no sale al
encuentro de la verdad.

Sin embargo, la admiración es más que un sentimiento. Intentaré describirla. Ante todo, es
súbita: de pronto me encuentro desconcertado ante la realidad que se me aparece,
inabarcada, en toda su amplitud. Hay entonces como una incitación. La admiración tiene
que ver con el asombro, con la apreciación de la novedad: el origen de la filosofía es algo
así como un estreno. A ese estreno se añade el ponerse a investigar aquello que la
admiración presenta como todavía no sabido.

En nuestra época parecemos acostumbrados a todo: no nos damos cuenta de cuán


espléndido es lo nuevo. Asistimos a muchos cambios; sin embargo, sólo son cambios de
modos: este sentido de lo nuevo tiene que ver con lo caleidoscópico: no son novedades

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reales, sino recombinaciones. Hoy se arbitran múltiples procedimientos para llamar la


atención de la gente, para que el público pique. La propaganda de una conocida bebida, por
ejemplo, pretende llamar la atención con un reclamo: "la chispa de la vida". Estamos
solicitados por muchos estímulos, por muchas llamadas vertidas en los trucos publicitarios.
También los políticos tienen un asesor de imagen, porque no es fácil que un político salga
bien en la TV.

La admiración no tiene nada que ver con esto. No es el llamar la atención utilizando
procedimientos propagandísticos. No es una cuestión de imagen. La admiración no es la
fascinación. Fascinada, la persona es manejada por intereses ajenos y particulares, pero la
filosofía es una actividad del hombre libre: los filósofos han descubierto la libertad, porque
para ser amante de la verdad uno tiene que ponerse en marcha desde dentro, ser activo.
Ante la publicidad uno es pasivo: con ella se intenta motivar e inducir. La admiración es el
despertar del sueño, de la divagatoria, pues desde ella se activa el pensar: poner en marcha
el pensar es filosofar. La filosofía es un modo de recordar al hombre su dignidad, es uno de
los grandes cauces por los que el hombre da cuenta de que existe. Los grandes filósofos
han sido humanistas.
La filosofía tiene una importancia histórica extraordinaria. Antes de la filosofía, los pueblos
viven prisioneros de un cauce inmemorial. Hegel lo dice de un modo excesivo: un pueblo sin
filosofía es un "pequeño monstruo" despistado, extrañado. Lo extraño ha de conjurarse,
obliga a ejercer un poder que lo domine. Ese dominio exige el empleo de recursos, que son
muy variados. Cuando esos recursos son nobles, acontece lo que se llama civilizar,
colonizar. Los pueblos sin filosofía, o los que la han olvidado, no son estériles, pero, a lo
sumo, alcanzan a civilizar, a superar su desconcierto ante el cosmos imponiendo la impronta
humana a lo extraño. La filosofía pone al hombre ante algo insospechado, pero no ajeno. La
filosofía reclama una actividad muy intensa, pues la verdad no se deja domesticar, sino que
su encuentro con el hombre lo dignifica. La verdad no obedece a conjuros. Por eso, para
salir a su encuentro hay que partir de la admiración.
La admiración es el inicio del filosofar, la primera situación en que se encuentra el que será
filósofo. Insisto, quizá no resulte fácil admirarse en nuestros días porque estamos
bombardeados con todo tipo de solicitaciones "civilizadas" que reclaman nuestra atención;
esos bombardeos pueden aturdir o dejarle a uno insensible. Porque una cosa es civilizar y
otra dejarse civilizar: esto último vuelve a provocar la extrañeza o conduce a abdicar ante
un dominio excesivo. En la época del triunfo de la publicidad hablar de la admiración exige
ciertas precisiones. Casi siempre, lo que se nos pide hoy no es admiración, sino una especie
de suspensión estática del ánimo, algo así como lo que pude ver hace poco en una
fotografía del periódico: unas personas que estaban mirando un equipo de fútbol con cara
de que se les hubiera aparecido un ser sobrenatural. La admiración es menos pretenciosa.
Cuando se admira no aparece lo brillante, sino un resplandor todavía impreciso. Intentaré
describirlo para que por lo menos se caiga en la cuenta de cómo fue seguramente el
primer momento de la filosofía (una actitud que, por otra parte, se ha repetido muchas
veces). Aristóteles, que estaba muy cerca del origen de la filosofía y conocía muy bien a
los filósofos que le habían precedido, sostiene que de la admiración arranca el filosofar.
Ya digo que cuando se reclama nuestra atención en términos propagandísticos, se lleva a
cabo una exhibición. Pero eso no es propio de la admiración. En ella la excelencia no se
exhibe, sino que más bien se oculta. Admirarse es como presentir o adivinar: un anticipo,
no débil sino preguntante, pero sin palabras. Y, además, tampoco saca de sí (el
entusiasmo platónico es posterior a la admiración). No es una iniciación al éxtasis. El
extático es el que se queda como alelado, y sólo sabe salir de sí (ex-stare); es una especie
de emigrante a otra cosa. En cierto modo, se trata de un desarrollo de la admiración, pero

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no completo, sino unilateral; la admiración no es sólo una invitación a ir por algo, sino a
erguirse.
Ese carácter indeterminado que tiene la admiración se refiere tanto al objeto como a uno
mismo, a los propios resortes que tendrían que responder a lo admirable, pero sin acertar a
saber todavía cómo. Hay una imprecisión en la admiración que hace difícil su descripción
psicológica (quizá la admiración no sea un tema psicológico, porque es doblemente
indeterminada). Hay una clara ignorancia ante lo admirable o admirado, que no se muestra
patentemente, pero a su vez, tampoco el hombre sabe qué recursos humanos debe poner
en marcha para penetrar o hacerse cargo de lo admirable. Ahora bien, esa indeterminación
no comporta inseguridad, sino todo lo contrario. Lo que no comporta es certeza. Esta
distinción es sumamente importante.
(...) Así pues, admirarse es dejar en suspenso el transcurso de la vida ordinaria: ésta es su
consideración estática. Por tanto, esa expresión hegeliana –que traduzco como "exención
de supuestos"– se podría entender sin más como puro comienzo. El ser en el comienzo no
se dice de nada, ni nada se dice de él. Tampoco la admiración: lo admirable no es un
predicado ni admite predicados. Y eso quiere decir que es una situación sin precedentes: no
pertenece a un proceso. Cuando uno se admira es como si "cayera" en la admiración (estoy
hablando, insisto, de la admiración filosófica). La admiración se experimenta por primera
vez: antes de admirarse uno no sabía que se pudiera admirar. Por eso, la filosofía tiene en
su origen un carácter subitáneo: se cae en la filosofía como cayendo en lo que no se había
sospechado; la precedente actividad civilizadora todavía no permitía instalarse en la
admiración. El origen de la filosofía no tiene precedentes en sentido propio: eso es
admirarse.
Algunos autores han dado de la admiración una interpretación patética. No es asunto fácil.
En la admiración Sócrates notaba la pura insipiencia que permite la ironía (cuya
interpretación patética es el desprecio de los cínicos a la civilización) y según Nicolás de
Cusa la docta ignorancia. Cuando uno se admira su atención se concentra en "eso" de lo
cual se admira y que aún no se conoce. Sabe, entonces, que todo lo demás no vale. Es la
distinción entre lo admirable y lo prosaico. Por eso, el filósofo empieza separándose del
mundo empírico. Esa separación obedece al mismo carácter insospechable de la
admiración. La admiración es como un milagro: de pronto se encuentra uno admirando.
(...) En cualquier caso, la filosofía no tiene sucedáneos. Después, si se conoce la filosofía,
puede uno ocuparse de muchos asuntos, pero, de entrada, es menester el caer en la
admiración.
¿La imposibilidad de predicar, de usar, es lo enteramente previo? ¿Lo es la situación que
los modernos llaman a priori? ¿O lo que Descartes llama duda universal?
Los griegos enfocaron este asunto de un modo más sencillo: no trataron de delimitar con la
filosofía o dentro de ella el tema de la admiración, sino que lo descubrieron sin más y sólo
por ello se pusieron a filosofar. Esto permite notar que la admiración lleva consigo un
descubrimiento inicial –y me parece que esto es lo más importante que ocurrió en Grecia–:
se cae en la cuenta de que no hay sólo procesos. Y eso de más ¿qué es? Realmente es
lo único que despierta la admiración. La admiración se estrena sin razón antecedente: no
está preparada por nada. Pero la ausencia de proceso ¿qué es? ¿Qué es lo admirable? Lo
estable, o si quieren, la quietud. Dicho más rápidamente: lo intemporal.

Caer en la admiración es caer en la cuenta de que no sólo entra en juego el tiempo: al


admirarse se vislumbra lo extra temporal, lo actual. Esto es lo que tiene de acicate la
admiración. La concepción griega destacó algo que no está tan claro en Hegel y menos
en Heidegger (por otra parte, Hegel pretende el saber absoluto de lo absoluto, lo cual, como

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dije, no es la filosofía). No sólo existe el movimiento, no sólo existe el tiempo, no todo es


evento, proceso, sino que se da, hay, lo actual, lo que no está surcado por ninguna inquietud.
Para Hegel el proceso es la inquietud. Con la admiración la filosofía advierte lo estable. ¿Es
poco descubrimiento? No es un descubrimiento acabado, pero caer en la cuenta de que no
todo pasa, no todo fluye, que no todo es efímero, eso es admirar. La admiración solamente
es posible si hay algo que se mantiene, y por eso es subitánea, no está preparada
temporalmente. Lo temporal no es admirable; porque nos trae azancanados y nos gasta, es
el reino del gasto. La admiración nos libra del imperio tiránico del tiempo: lo más primario no
es temporal.
Esto constituye el centro de la admiración y lo que tiene de milagro. Lo prodigioso es que no
haya sólo tiempo. Desde que el hombre nace, sus vivencias están trenzadas y vertidas en
la temporalidad. El saber práctico es temporal, se refiere a lo contingente, a lo que puede
ser de una manera o de otra. También lo proposicional tiene que ver con el tiempo, porque
el perro blanco puede dejar de ser blanco y además ha empezado a serlo.
En suma, la filosofía empieza por el descubrimiento de lo intemporal. La filosofía sólo puede
empezar admirando. Pero con ello sólo empieza; después vienen las formulaciones y las
aporías. La filosofía no es un acontecimiento histórico que tuvo lugar una vez en Grecia, en
las costas espléndidas del mar Egeo; no, la filosofía surge según el acontecimiento de la
admiración: unos hombres cayeron en la cuenta de que no sólo hay tiempo. Esto tiene el
carácter de un acicate para saber más.
La averiguación de lo intemporal no es de poca monta, y sólo quien se ha admirado lo sabe;
si no, puede que lo haya oído, pero no lo sabe. ¡Qué cosa más sorprendente que la
existencia humana, de pronto, se enciende como una luz lo intemporal! El hombre se puede
parar, porque admirarse es pararse. ¿Cómo es posible que el hombre se pare si su
existencia fluye temporalmente? Y, sin embargo, en algunos hombres ha acontecido la
admiración; han caído en la cuenta de que su vida no sólo transcurre. Esta es la carta
fundacional de la filosofía. La filosofía versa sobre cualquier cosa, también sobre el tiempo,
pero en su inicio está la admiración, la seguridad de entender esto: ni en la realidad –
porque entonces no sería admirable– ni en mí, porque no podría admirarme, la inseguridad
es lo único"1.
CUESTIONARIO SOBRE LA LECTURA

1. ¿Qué relaciones se pueden establecer entre la verdad y la Filosofía?


2. ¿Cómo influye la publicidad en la capacidad de admirarse que posee el ser humano?
3. ¿En qué sentido la verdad nos hace más libres?
4. Explique cinco características propias de la necesidad de admirarse.
5. ¿Por qué Hegel se refería a los pueblos sin filosofía hablando del "pequeño monstruo"?
6. ¿Cómo se explica la dimensión intemporal de la verdad?

1
POLO, L, Introducción a la Filosofía, Madrid, Rialp, 1994, p. 21-30.

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