En La Sombra Del Estado. Esfera Pública Nacional Y Homogeneización Cultural en La España de La Restauración

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Historia Contemporánea 45: 483-518

ISSN: 1130-2402

EN LA SOMBRA DEL ESTADO.


ESFERA PÚBLICA NACIONAL Y HOMOGENEIZACIÓN
CULTURAL EN LA ESPAÑA DE LA RESTAURACIÓN

IN THE SHADOWS OF THE STATE.


NATIONAL PUBLIC SPHERE AND CULTURAL
HOMOGENIZATION IN RESTORATION SPAIN

1Ferran Archilés y Marta García Carrión*


Universitat de València

Entregado el 4-4-2012 y aceptado el 15-5-2012

Resumen: Este artículo plantea el estudio de la interrelación entre las diná-


micas nacionalizadoras impulsadas por el Estado y las surgidas desde abajo. A
partir del análisis del periodo de la Restauración española se propone una inter-
pretación alternativa a las tesis que han insistido en la debilidad del proceso na-
cionalizador en la España contemporánea. El artículo propone la centralidad de
las dinámicas nacionalizadoras surgidas desde la sociedad civil pero que se pro-
dujeron en el marco establecido por el Estado. La homogeneización lingüística
y la creación de una esfera pública integrada son los dos aspectos clave en el es-
tudio de los procesos de homogeneización cultural.
Palabras clave: nacionalismo, construcción nacional, homogeneización
cultural, nacionalismo español, Restauración.

Abstract: This article seeks to analyse the interrelation between the nation-
alization dynamics promoted by the State and those ones coming from below.

* Los autores participan en el proyecto «De la dictadura nacionalista a la España de-


mocrática de las autonomías: política, cultura, identidades colectivas» (HAR2012-27392),
del Ministerio de Economía y Competitividad.
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The analysis of the period of the Spanish Restoration allows to propose an alter-
native interpretation to the theses that have emphasized the weakness of the na-
tionalization process in contemporary Spain. The article proposes the centrality
of the nationalization dynamics arising from civil society but developed within
the framework established by the State. Linguistic homogenization and the cre-
ation of an integrated public sphere are the two key aspects in the study of the
processes of cultural homogenization.
Key words: nationalism, nation-building, cultural homogenization, Spanish
nationalism, Restoration.

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Una de las zonas de sombra más características en los estudios sobre


la construcción de la identidades nacionales, y específicamente sobre la
identidad nacional española es la que se encuentra en el espacio impreciso
que se extiende entre las dinámicas nacionalizadoras impuestas por el Es-
tado y las dinámicas surgidas desde las esferas no institucionalizadas. Y
todavía más oscura resulta la indagación en los efectos homogeneizado-
res resultantes de la interacción entre ambas. Por una parte, las dinámicas
impulsadas por el Estado deberían apuntar hacia como el Estado español
ha ejercido en la época contemporánea una potente tarea de homogeneiza-
ción cultural y de marginación en la esfera pública de la diversidad cultu-
ral, especialmente la de matriz lingüística no castellana. Por otra parte, en
cambio, las dinámicas no institucionalizadas o «informales» parecerían,
de forma engañosa, estar completamente al margen de las iniciativas de-
pendientes en uno u otro grado del Estado. En este sentido, incluso si se
argumenta que estas dimensiones surgidas «desde abajo» o desde el mar-
gen pueden haber ejercido una tarea nacionalizadora, se trataría de una
misteriosa actuación que ignoraría la alargada sombra del Estado.1
Este artículo argumenta en favor de una interpretación alternativa a la
más extendida sobre la fallida nacionalización y homogeneización cultu-
ral en la España contemporánea. Para ello nuestro análisis se concentrará
en algunas dimensiones de nacionalización desde abajo que afectan a la
esfera pública.2 Sin embargo, como trataremos de argumentar, ninguna
de estas dinámicas ni ninguna de estas funciones homogeneizadoras pue-
den ser explicadas al margen del cono de influencia que el Estado som-
brea sobre la totalidad de la esfera de comunicación que es la nación.3 No
es nuestra intención trazar una contraposición rígida entre una idea del
Estado entendida por completo al margen de las influencias y confluen-
cias desde abajo, ni siquiera tratándose del Estado de la Restauración es-
pañola. En nuestra opinión, sería necesario explorar desde una perspec-
tiva de renovada historia social e historia cultural, la interacción que, en

1 En el trabajo canónico sobre los procesos de nacionalización en Alemania, George

Mosse demostró la importancia decisiva de las dimensiones no directamente estatales en


la construcción y difusión de la identidad alemana, como el movimiento obrero o el teatro.
Véase George L. Mosse: La nacionalización de las masas, Marcial Pons, Madrid, 2005.
2 Sobre las dificultades de definir esta dimensión «desde abajo», Maarten van Gin-

derachter, Maxim Beyen: «General Introduction: Writing the mass into a massa pheno-
menon», en M. van Ginderachter, M. Beyen: Nationhood from below. Europe in the long
Nineteenth Century, Palgrave, Basingstoke, 2012, pp. 3-22.
3 Benedict Anderson: Comunidades imaginadas, FCE, México, 1993.

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la España de la Restauración, hizo confluir la acción del Estado, la forja


de una esfera pública y de comunicación social y las dinámicas de la so-
ciedad civil en la construcción de una identidad nacional. Una identidad
nacional que expulsó a lo márgenes o fuera de ellos la diversidad cultural
tan pronto como cualquiera de sus manifestaciones o reivindicaciones al-
canzaba unos límites considerados inaceptables y que, nada casualmente,
comportaban, precisamente, su salto a la esfera pública «nacional». Lejos
de suponer un apriori histórico (como sería plantearlo para la primera mi-
tad del siglo XIX), las demandas de reconocimiento de la diversidad cultu-
ral por parte de las culturas no oficiales del Estado se produjeron, y con
intensidad creciente según avanzó el tiempo, en el marco de la Restaura-
ción.4
Caben pocas dudas de que en la España de la Restauración no hubo,
ni se pretendió nunca, ejercicio alguno por parte del Estado de construc-
ción o reconocimiento de una identidad multicultural. Dejamos al margen
de nuestras consideraciones la diversidad en los ámbitos coloniales (hasta
1898 en América y Asia y hasta el fin del periodo en África) donde la plu-
ralidad religiosa, racial o lingüística, se mantuvo de facto, ante la incapa-
cidad (y probablemente, la inutilidad) de una acción homogeneizadora por
parte del Estado más que por una acción deliberada de respeto.
Todavía estamos muy lejos de disponer de un marco sólido de análi-
sis de la construcción de las identidades nacionales y su interiorización por
parte de los sujetos. En otro lugar planteamos la posibilidad de intentar de-
finir unas «experiencias de nación», particularmente en relación con los
debates historiográficos (y no historiográficos) entorno a la «nacionaliza-
ción» de las masas.5 La mayoría de trabajos realizados en este sentido ha
insistido casi de manera exclusiva en la función del Estado a la hora de fo-
mentar y difundir los discursos del nacionalismo. Sería a partir de ahí, en
definitiva, cómo, desde arriba hacia abajo, tendría lugar el mecanismo de
«interiorización» de las identidades. La obra de Eugene Weber dedicada

4 Sobre estas políticas de reconocimiento o su ausencia, véase, Charles Taylor et alii:

El multiculturalismo y la política del reconocimiento, FCE, Madrid, 1993.


5 Véase, Ferran Archilés: «¿Experiencias de nación? Nacionalización e identidades

en la España restauracionista (1898-c-1920)», en J. Moreno (ed.), Construir España. Na-


cionalismo español y procesos de nacionalización, Centro de Estudios Políticos y Cons-
titucionales, Madrid, 2007, pp. 127-152; Ferran Archilés: «Vivir la comunidad imaginada.
Nacionalismo español e identidades en la España de la Restauración», Historia de la Edu-
cación, 27, 2008, pp. 57-85. En este artículo retomamos algunos datos y argumentos de
este último trabajo.

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a la construcción de la identidad nacional francesa es el paradigma per-


fecto de este tipo de planteamientos. Para Weber, la modernización impli-
caría la erosión de las identidades tradicionales (esto es, rurales) en un pro-
ceso que desde la acción del Estado (y a través del ferrocarril, la Escuela y
el servicio militar) tendería a homogeneizar la nación, también en sentido
cultural (no en balde la imagen preferida de Weber habla de una Francia
rural sometida a condiciones similares a las de las colonias ante la acción
imperial).6 De esta manera, los individuos (así como los campesinos) pare-
cen ser concebidos como recipientes vacíos sobre los que verter el conte-
nido que ha de rellenar su identidad nacional. Sin embargo, las revisiones a
que se ha sometido a la obra de Weber parecen insistir tanto en la cronolo-
gía que el autor planteó y en las teorías de la modernización en que se basó
como en la incapacidad de entender los procesos de negociación (así en los
territorios de las regiones y provincias) de la identidad en juego.7
Ernest Gellner, en sus trabajos clásicos, insistió repetidamente en la
importancia de la creación de una «cultura nacional» (idea que recoge-
ría Benedict Anderson) —como esfera de comunicación nacionalizada—
entendida como correlato necesario del proceso de modernización y por
tanto como elemento clave para la configuración de la identidad nacio-
nal.8 Para Gellner la homogeneización cultural sería un resultado derivado
del proceso de industrialización de las sociedades.9 Daniele Conversi ha
señalado la insuficiencia explicativa de este vínculo, ya que no debería
perderse de vista que es sobre todo al Estado y algunos de sus instrumen-
tos (como el ejército) a quien debe responsabilizarse de las tareas extre-
mas que la homogeneización cultural puede conllevar.10 Con todo, sigue

6 Eugene Weber: Peasants into Frenchmen. The Modernization of Rural France,

1870-1914, Stanford University Press, Stanford, 1976.


7 Un excelente balance en Miguel Cabo y Fernando Molina: «The long and winding

Road of Nationalization: Eugene Weber’s Peasants into Frenchmen in modern European


history (1976-2006)», European History Quarterly, 39-2, 2009, pp. 264-286.
8 Esta concepción, basada rígidamente en las teoría de la modernización, ha sido con

razón uno de los objetos de crítica más reiterados a Gellner. Véase, John A. Hall (ed.): Es-
tado y nación: Ernest Gellner y la teoría del nacionalismo, Cambridge University Press,
Cambridge-Madrid, 2000.
9 Más escéptico respecto a la necesidad de homogeneización de todo estado es John

A. Hall: Ernest Gellner. An intellectual biography, Verso, Londres, 2010, pp. 338-342.
10 Daniele Conversi: «Homogenisation, nationalism and war: sould we still read Ernest

Gellner?», Nations and Nationalism, 13-3, 2007, pp. 371-394; Daniele Conversi: «“We are
all equals!” Militarism, homogenization and “egaliarianism” in nationalist state-building
(1789-1945)», Ethnic and Racial Studies, 31-7, 2008, pp. 1.286-1.314.

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abierta la indefinición de la zona de sombra entre el Estado, las dinámicas


de «modernización» y la construcción de la esfera pública. En Gellner, la
concepción de la cultura subyacente parece remitir a un concepto bastante
funcionalista e instrumental de la misma. Por supuesto, a partir de ahí la
construcción de las identidades nacionales consiste, básicamente, en la di-
fusión de estos planteamientos, mediante un esquema casi por completo
exclusivo de difusión desde arriba hacia abajo, bastante rígido, similar al
adoptado por Eugene Weber.11
Sin embargo, uno de los legados más interesantes de los debates pro-
ducidos en los últimos años en la historia sociocultural, tiene que ver con
una reconsideración de la cultura, así como de los lenguajes, en tanto que
piezas centrales para la configuración de las identidades.12 Se trata de los
efectos del llamado «giro cultural»13, que ha posibilitado que la concep-
ción ahora en juego de la «cultura» (tras la influencia intensa de los de-
bates postestructuralistas) tienda a presentar a ésta menos como un ám-
bito prefijado y que se impone sobre el sujeto, que como un espacio en
que tiene cabida la recuperación de la «agency», la acción (y construcción
cultural autoconsciente) de los sujetos14.
¿Cuál puede ser, por lo tanto la relación de los sujetos respecto de
la «cultura nacional» y la interiorización de las identidades nacionales?
¿Cómo pudo articularse la existencia de una cultura nacional a la vez pro-
movida y facilitada por el Estado y producida «autónomamente» desde
abajo?15 Para intentar avanzar en estas propuestas, trataremos de abordar
una perspectiva de la identidad nacional entendida en términos no sólo es-
trictamente políticos, sino prestando especial atención a la dimensión cul-

11 Este mismo esquema es el que nutre a Eric J. Hobsbawm, Terence Ranger (eds.): La

invención de la tradición, Crítica, Barcelona, 2000.


12 Véase un apasionante relato de la evolución de los debates en la historia social en

Geoff Eley: Una línea torcida. De la historia cultural a la historia de la sociedad, Publica-
cions de la Universitat de València, Valencia, 2008.
13 Victoria Bonnell and Lynn Hunt (eds.): Beyond the Cultural Turn. New directions in

the Study of the Society and Cultura, University of California Press, Berkeley, 1999.
14 Véase la reflexión de Gabrielle M. Spiegel: Practicing History. New Directions in

Historical Writing after the Linguistic Turn, Routledge, Nueva York-Londres, 2005.
15 Sobre las dificultades y necesidad acuciante de teorizar este extremo, véase Alejan-

dro Quiroga: «Les tres esferes. Cap a un model de la nacionalització a Espanya», Segle XX.
Revista catalana d’Història, 4, 2011, pp. 143-160; Fernando Molina, Miguel Cabo: «An
Inconvenient Nation: Nation-Building and National Identity in Modern Spain. The histo-
riographical debate», en M. van Ginderachter, M. Beyen: Nationhood from below, op. cit.,
pp. 47-72

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tural como pieza clave a la hora de configurar la autocomprensión de los


sujetos, su acción y, por tanto, su identidad. Según Umut Özkirimli, el na-
cionalismo debe entenderse como «a particular way of seeing and inter-
preting the world, a frame of reference that helps us make sense of and
structure the reality that surround us». Por ello, esta dimensión cognitiva
del discurso nacionalista implica que éste afecta a toda nuestra manera de
entender y estar en el mundo16.
En este sentido, resulta de especial relevancia la fórmula que a me-
diados de los años noventa acuñó el psicólogo social Michael Billig y a la
que denominó «Banal nationalism» en la medida que comporta una per-
cepción «inconsciente».17 Asimismo, esta idea conlleva implícito el carác-
ter cotidiano, la reproducción en el «everyday life» de la identidad nacio-
nal, una dimensión que (por ejemplo en los trabajos de Tim Edensor) está
resultando muy fructífera18. Desde esta perspectiva, ninguna dimensión
por ínfima que pueda parecer resulta irrelevante (el marco local, la viven-
cia del espacio urbano, la interacción individual, las pautas de consumo,
las formas de vestir o comer). Cabe no olvidar, sin embargo, que para Bi-
llig el nacionalismo banal no se puede separar de la acción primera y exi-
tosa del Estado, precondición necesaria de la «banalidad».
En el presente trabajo trataremos de explorar la España de la Restau-
ración a través de ese espacio que se extiende en la sombra del Estado y
que condujo al desarrollo de pautas de homogeneización cultural, produ-
cidas no sólo desde arriba hacia abajo, pero sin ignorar que estuvieron re-
lacionadas con procesos de «ingeniería social» impulsadas por el Estado
tendentes a la construcción de culturas de masas estandarizadas.19 Que-
dan fuera de nuestro análisis, entre otras cosas porque se ha insistido ya
repetidamente en ello, tanto los intelectuales como el conjunto de la pro-
ducción de la «alta cultura» (de la literatura a la historiografía, pasando
por las artes), cuya nacionalización y función nacionalizadora son hechos
comprobados. Otra cosa es que, paradójicamente, puede presentarse ello

16 Umut Ozkirimli: Contemporary Debates on Nationalism. A Critical Engagement,

Palgrave, Basingstoke, 2005, p.30.


17 Michael Billig: Banal Nationalism, Sage, Londres, 1995.
18 Tim Edensor: National identity, popular culture and everyday life, Berg, Oxford-

Nueva York, 2002.


19 Aunque alejadas del desarrollo de políticas de «limpieza étnica» que suelen estar

asociadas. Véase, Daniele Conversi: «Cultural Homogeneization, Ethnic cleansing and Ge-
nocide», en Robert A. Denemark (ed.): The International Studies Encyclopaedia, Wiley-
Blackwell/ISA, Oxford-Boston, 2010, vol. 2, pp. 719-742.

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mismo como una anomalía en una nación no suficientemente nacionali-


zada.

¿Un nación fracasada? ¿Un Estado fallido?

Como es bien sabido, el estudio sobre la construcción de la identi-


dad nacional española contemporánea alcanzó en la década de los no-
venta un punto de inflexión con la que se denominó tesis de la débil na-
cionalización.20 El fundamento de la misma (en realidad construida sobre
planteamientos que hunden sus raíces en la historiografía española de los
años sesenta y setenta) consideraba la construcción de la identidad nacio-
nal española repleta de fracasos y limitaciones, especialmente en el si-
glo XIX, pero con consecuencias que alcanzaban el siglo XX.21 El periodo
de la Restauración, aunque visto en ocasiones con ambivalencia (especial-
mente por ser el marco de una innegable politización de las masas), no ha
escapado de esta gran narrativa del pasado español. A nuestros efectos,
tres son los aspectos más recurrentemente argumentados: la pluralidad de
proyectos políticos en juego, vista como prueba inequívoca del fracaso de
un proyecto estatal eficazmente unificador, la incapacidad de homogenei-
zación lingüística y (en estrecha relación) el mantenimiento de identida-
des regionales y locales, concebidas como amenaza la identidad nacional.
Además, una perspectiva comparada de alcance limitado, en concreto casi
reducida a un supuesto ejemplo normativo como sería el caso francés, ser-
viría para reforzar la constatación de las debilidades nacionalizadoras. El
caso francés, sin embargo, no puede presentarse sin más como ejemplo
aproblemático y exitoso de nacionalización, ignorando las poderosas frac-
turas políticas internas o el mantenimiento de identidades regionales que

20 Los planteamientos más influyentes proceden de los trabajos de los años noventa

recopilados en Borja de Riquer: Identitats contemporànies: Catalunya i Espanya, Eumo,


Vic, 1999; Borja de Riquer: Escolta Espanya. La cuestión catalana en la España liberal,
Marcial Pons, Madrid, 2002. Aunque con matices, hay que situar en esta estela la muy in-
fluyente obra de José Álvarez Junco: Mater Dolorosa. La idea de España en el siglo XIX,
Taurus, Madrid, 2001.
21 Ferran Archilés: «Melancólico bucle. Narrativas de la nación fracasada e historio-

grafía española contemporánea», en Ismael Saz, Ferran Archilés (eds.): Estudios sobre na-
cionalismo y nación en la España contemporánea, Publicaciones Universitarias de Zara-
goza, Zaragoza, 2011, pp. 245-330.

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la bibliografía más reciente ha señalado.22 De hecho, el trabajo de Eugene


Weber era ya un intento por argumentar el mantenimiento de una socie-
dad no suficientemente «modernizada» en la terminología del autor, de un
mundo rural y periférico, al margen de las dinámicas nacionalizadoras del
Estado hasta al menos 1914.
Para el caso español, resulta difícil mantener sin más una narrativa so-
bre el fracaso nacionalizador basada en el doble fracaso de la revolución
liberal (o burguesa) y de la modernización económica del país, según de-
sarrolló la historiografía española de posguerra. Las revisiones historiográ-
ficas han cuestionado seriamente estos planteamientos, aunque todavía la
producción historiográfica que asume la necesaria revisión sea limitada.23
Recientemente Salvador Calatayud, Mari Cruz Romeo y Jesús Millán,
han elaborado una síntesis sobre el papel del estado en la España del si-
glo XIX que (desde una perspectiva que desborda el problema de la nacio-
nalización) ofrece las bases para un nuevo paradigma de interpretación.24
Así, han planteado la imposibilidad de minimizar el impacto de las trans-
formaciones políticas y sociales de la revolución liberal española como
nuevo telón de fondo para el Estado y su acción. Sin negar sus debilidades
estructurales, como las que atañen a su financiación, estos autores señalan
que es imposible afirmar sin más que no cumplió tareas nacionalizadoras
(en el sentido weberiano clásico).25 Además, la diversidad territorial, la
acción de las élites, etc., es integrada en un relato en el que la complejidad
de la integración y la negociación de la acción estatal no se anulan mutua-
mente.
En definitiva, el Estado no fue el gran ausente en la nacionalización
española del siglo XIX. Más allá de las limitaciones de su acción directa,

22 Véase este relato mucho más complejo de la identidad francesa plenamente incorpo-

rado en dos síntesis recientes, Anne-Marie Thiesse: Faire les français. Quelle identité na-
tionale?, Stock, Paris, 2010; Robert Gildea: Children of the Revolution. The French, 1799-
1914, Penguin, Londres, 2009.
23 Ferran Archilés, Manuel Martí: «Una nació fracassada? La construcció de la identi-

tat nacional espanyola al llarg del segle XIX», Recerques, 51, 2005, pp. 141-163.
24 Salvador Calatayud, Mari Cruz Romeo y Jesús Millán: «El Estado en la configura-

ción de la España contemporánea. Una revisión de los problemas historiográficos», en Sal-


vador Calatayud, Mari Cruz Romeo y Jesús Millán: Estado y periferias en la España del
siglo XIX. Nuevos enfoques, Valencia, PUV; 2009, pp. 9-130.
25 Véase también la aportación de Juan Pro sobre el nada desdeñable despliegue ins-

titucional del Estado español en Joaquín del Moral, Juan Pro, Fernando Suárez: Estado y
territorio, 1820-1939: la formación del paisaje nacional, Ediciones de la Catarata, Madrid,
2007.

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492 Ferran Archilés y Marta García Carrión

vale la pena explorar cómo reordenó todo el espacio de la política y de la


esfera de comunicación social. Igualmente, en el marco de la Restaura-
ción hay que señalar la presencia de un poderoso (aunque concebido en
versiones rivales) discurso nacionalista español, desplegado en los térmi-
nos de un nacionalismo cultural excluyente de la diferencia cultural, muy
similar al de sus contemporáneos europeos.26 Desde el Estado o en su es-
pacio de sombra.

El papel de una esfera pública nacional

Un aspecto decisivo a la hora de abordar la construcción de una es-


fera pública nacional es el de la alfabetización de la población. Una al-
fabetización, por supuesto, que únicamente puede considerarse en la len-
gua nacional, esto es, en español. Como se ha insistido repetidamente
las deficiencias del sistema educativo español a lo largo del siglo XIX y
aun en buena parte del siglo XX fueron notables. Con todo, no puede de-
jar de subrayarse el hecho de que entre 1860 y 1930, en lo que Clara Eu-
genia Núñez ha denominado «transición de la alfabetización», se produjo
un incremento indudable de las tasas de alfabetización (más retrasado en
el caso femenino), especialmente comparado con los países de su entorno.
Conviene, sin embargo, tener presente la presencia de peculiaridades re-
gionales e incluso provinciales en estas tasas que dibujan en general que
la mitad sur del país mantuvo una incorporación a la alfabetización menor
y más tardía. En este sentido, no parece que pueda atribuirse exclusiva-
mente a la debilidad del estado en la oferta escolar, como ha sido reitera-
damente señalado en los trabajos sobre la nacionalización española, sino
que en las economías más rurales las dificultades en la articulación de la
demanda pudieron ser factores tanto o más decisivos27. Las cifras globa-
les nos muestran que en 1887 las tasas de analfabetismo eran de un 65%,
para descender a un 59% en 1900, a un 52% en 1910, a un 44% en 1920 y
a un 32% en 1930. En realidad, la diferencia entre las tasas de hombres y
mujeres pasó de un 52% y un 77% respectivamente en 1887 a un 24 y un

26 Una equilibrada perspectiva del periodo restauracionista en Ramon Villares, Javier

Moreno: Restauración y dictadura. Historia de España vol. 7, Crítica/Marcial Pons, Bar-


celona, 2009, pp. 177-242.
27 Clara Eugenia Núñez: La fuente de la riqueza. Educación y desarrollo económico

en la España contemporánea, Alianza, Madrid, 1992.

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40% en 1930. La disminución fue casi similar en las tasas decenales, ex-
cepto en los años veinte, lo que consolidó la diferencia de las cifras para
las mujeres28.
Lo cierto es que a pesar de las debilidades del sistema educativo es-
pañol, el impulso regeneracionista convirtió la nación y la educación pa-
triótica en una auténtica obsesión para los educadores y para la acción
pública a través de un impresionante repertorio de propuestas y materia-
les, con un lugar central dedicado a la enseñanza de la historia pero con
otras muchas dimensiones dedicadas a formar el «espíritu nacional».29
No estaríamos por tanto ante ninguna ausencia de un discurso netamente
nacionalista (español) como fundamento de la acción pedagógica, an-
tes al contrario. Ni tampoco, por cierto, ante un discurso nacionalista
caracterizable como «cívico»; antes bien se trata de un discurso mani-
fiestamente «cultural» y cuya voluntad (obsesión sería más adecuado)
homogeneizadora de las diferencias lingüísticas fue clara. Lo cual era
exactamente lo que sucedía en este momento en el entorno europeo.
Igualmente sucede con otro supuesto acríticamente asumido que se-
ñala al peso del catolicismo y de la Iglesia como una de las causas de la
debilidad de la identidad nacional española30. El argumento desborda el
ámbito de la educación y tiñe buena parte de las grandes narrativas so-
bre la construcción nacional española contemporánea. En nuestra opi-
nión, esto es abiertamente matizable, ya que parte de un supuesto (a
mayor peso del catolicismo mayor prueba del fracaso del liberalismo es-
pañol y por tanto del Estado) muy discutible. En realidad, la religión es-
tuvo presente en la definición del liberalismo español decimonónico. Por
otra parte, las culturas políticas conservadoras o tradicionalistas inclu-
yeron un discurso sobre la nación española que hacía del catolicismo el
elemento fundamental de la definición de la idea de España, de Aparisi y
Guijarro a Vázquez de Mella, pasando por Menéndez Pelayo o Canovas

28 Mercedes Vilanova, Xavier Moreno: Atlas de la evolución del analfabetismo en Es-

paña de 1887 a 1981, Ministerio de Educación y Ciencia, Madrid, 1992, pp. 167-168.
29 María del Mar Pozo Andrés: Currículum e identidad nacional: regeneracionismos,

nacionalismos y escuela pública (1890-1939), Biblioteca Nueva, Madrid, 2000, pp. 181
y ss.
30 Sobre la relación entre la construcción de la identidad nacional y la religión véase

Rogers Brubaker: «Religion and nationalism: four approaches», Nations and Nationalism,
18-1, 2012, pp. 2-20; Heinz-Gerhard Haupt y Dieter Langewiesche (eds.): Nación y reli-
gión en Europa. Sociedades multiconfesionales en los siglos XIX y XX, Institución Fernando
el Católico, Zaragoza, 2010.

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del Castillo31. Además, algunos trabajos recientes indican que la tarea na-
cionalizadora de ciertos símbolos religiosos pudo ser extremadamente
eficaz.32
En el ámbito escolar, como ha mostrado María del Mar Pozo Andrés,
los discursos y versiones impulsadas por los gobiernos conservadores y
con fuerte impronta católica de la escuela pública partían de un reperto-
rio nacionalista bien sólido. Por lo demás, no es cierto que las escuelas
religiosas «fabricaran» católicos, sin más, y por tanto no nacionalizaran.
Sin duda, es necesario reinterpretar la función de las escuelas dirigidas
por religiosos, que no fueron incompatibles con la enseñanza dirigida a
una sociedad moderna.33 Estudios de caso específicos, como el del País
Vasco en la Restauración y hasta los años treinta, apuntan inequívoca-
mente a que las escuelas regidas directamente por la Iglesia ejercieron
una clara función nacionalizadora.34 Por supuesto que todo ello se inser-
taba en el modelo ideológico que se ha dado en llamar «nacionalcatoli-
cismo» (remarcable en su muy característica concepción de la historia
de España) pero ello no supone en absoluto que su contenido fuera otra
cosa que nacionalista, ni menor en importancia que en otras escuelas pú-
blicas.35 En otro sentido, tampoco tenemos prueba alguna de que la mo-
vilización femenina impulsada tan eficazmente en el primer tercio del
siglo XX por la Iglesia no reforzara, igualmente, la dimensión nacional
española.

31 M.ª Cruz Romeo: «“¿Qué es ser neocatólico?” La crítica antiliberal de Aparisi y

Guijarro», en IV Jornadas de estudio del carlismo, Gobierno de Navarra, Pamplona, 2011,


pp. 129-163.
32 Joseba Louzao: «El Sagrado corazón de Jesús como instrumento de nacionaliza-

ción (c.1898-1939). Breves notas para un estudio pendiente», en Mariano Esteban de Vega
y María Dolores de la Calle (eds.): Procesos de nacionalización en la España contemporá-
nea, Universidad de Salamanca, Salamanca, 2010, pp. 173-188.
33 Pere Fullana, Maitane Ostolaza: «Escuela católica y modernización. Las nuevas

congregaciones religiosas en España (1900-1930)», en Julio de la Cueva, Feliciano Mon-


tero (eds.): La secularización conflictiva. España (1898-1931), Biblioteca Nueva, Madrid,
2007, pp. 187-213.
34 Véase Maitane Ostolaza: «La nación española en el País Vasco, 1875-1931: el pa-

pel de la escuela», en Luis Castells, Arturo Cajal, Fernando Molina (eds.): El País Vasco y
España: Identidades, nacionalismos y estado (siglos XIX y XX), Universidad del País Vasco/
Euskal Herriko Unibertsitatea, Bilbao, 2007, pp. 179 y ss.
35 Un ejemplo son los diversos datos sobre las Escuelas Pías de Barcelona en 1900, en

Ana Yetano: La enseñanza religiosa en la España de la (1900-1920), Anthropos, Barce-


lona, 1988, pp. 333-338.

Historia Contemporánea 45: 483-518


En la sombra del Estado. Esfera pública nacional y homogeneización... 495

En todo caso, de manera inseparable con la enseñanza de la lengua


nacional, se desplegó la enseñanza de la literatura en lengua española. La
configuración del canon en los curriculos seguramente resultaría muy re-
veladora de las evoluciones del modelo nacionalista en juego. En oca-
siones, algún caso concreto acabó por convertirse en especialmente re-
levante. Puede servir como ejemplo destacado la presencia del Quijote
en el marco de las conmemoraciones del tercer centenario de su publica-
ción.36 La voluntad de convertir la obra en emblema de un «ideal común»
fue uno de los motivos clave en su introducción en la escuela primaria.37
Según Jean-Louis Guereña, todas las culturas políticas españolas usaron
el Quijote para nacionalizar a la población infantil.38 Sin duda, una obra
tan compleja, plantea muchas dudas respecto a la recepción efectiva que
los alumnos pudieran hacer de ella.39 Pero ello no debe alejarnos del he-
cho de que, fuera cual fuera el grado de entendimiento concreto de lo na-
rrado, la novela pasó a convertirse en una pieza singular en el panorama
de la literatura enseñada. Quedó así convertida en icono indiscutible de la
identidad nacional. Leída o no, desde la escuela (así como otros ámbitos
conmemorativos) para amplios sectores sociales pasó a ser el símbolo de
la cultura nacional española, como sucedió en la cultura republicana. Esto
es, de la «Cultura» en mayúsculas.40
En todo caso, además de la consideración de las cifras respecto de la
difusión de la enseñanza de la lengua española, cabría problematizar el
hecho mismo de cómo y en qué términos la lengua castellana alcanzó la
consideración de lengua nacional. Inevitablemente, ello incluye todo el
juego de ideologías lingüísticas asociadas a un discurso explícitamente
nacionalista que implica distinciones entre lenguas y dialectos, la supe-

36 Eric Storm: «El tercer centenario del don Quijote en 1905 y el nacionalismo espa-

ñol», Hispania, LVII/3-199, 1998, pp. 625-654.


37 Véase M. del Pozo Andrés: Currículum, op. cit., pp. 192-196.
38 Jean Louis Guereña: «¿Un icono nacional? La instrumentalización del Quijote en

el espacio escolar en el primer tercio del siglo XX», Bulletin Hispanique, 110-1, 2008,
pp. 145-190. También Julio Ruiz Berro: «Las lecturas del Quijote en la escuela», en Deme-
trio Castro Alfín (coord.): Las lecturas de El Quijote. Sentidos e interpretaciones, Univer-
sidad Pública de Navarra, Pamplona, 2007, pp. 103-152.
39 Según una encuesta del año 1920, 398 alumnos de 924 escogieron el Quijote frente

a otras obras. Tal vez no era la mayoría, pero era el libro más citado. Cfr. M. del Pozo: Cu-
rrículum, op. cit., p. 195.
40 A finales de la segunda década del siglo XX el equipo de fútbol del centro republi-

cano de Castellón había sido denominado «Cervantes C.F», en lo que era un intento de dig-
nificación de las actividades de ocio promovidas.

Historia Contemporánea 45: 483-518


496 Ferran Archilés y Marta García Carrión

rioridad «intrínseca» de la lengua nacional, y la confusión explícita de la


dimensión política con la esfera comunicativa.41 Nos encontramos con un
discurso nacionalista ampliamente desarrollado en el pensamiento filo-
lógico español en el periodo de la Restauración.42 Pero, sobre todo, sería
muy interesante indagar cuál fue el impacto de la enseñanza de la lengua
española en aquellas áreas donde la lengua materna era otra entre los jó-
venes (o adultos, en ámbitos distintos a la escuela primaria reglada) y su
actitud, ya fuera una voluntad abierta de aprendizaje o de rechazo ante la
imposición. Como apuntó para el caso italiano Adolfo Scotto: «E difficile
immaginare oggi cosa fosse nella sua dimensione concreta, corporea, la
scuola ottocentesca. È in relazione alla fatica di imparare a esprimersi in
una lingua diversa da quella materna che va posto il problema dello Stato
nazionale. Non astrattamente. Suoni, parole, strutture sintattiche, la gram-
matica. Un mondo tutt’altro che famigliare».43
En realidad, y a pesar de la enorme trascendencia de la homogenei-
zación lingüística promovida incansablemente por el Estado español (no
por casualidad nunca hubo mención ni explicita ni implícita alguna a otras
lenguas que el español en las constituciones del siglo XIX), es todavía
poco lo que sabemos al respecto.44 En este sentido, la comparación con
Francia es perfectamente pertinente (aunque existan importantes diferen-
cias de grado y capacidad) también en lo que respecta al mantenimiento

41 En el fondo, todo ello conllevó la invención de una lengua «española» histórica-

mente definible en sus rasgos esenciales, y más allá de dialectos propios, jergas, etc. Abun-
dante información en Francisco Abad: «Lengua española», para la historia de un concepto
y un objeto, Universidad de Murcia, Murcia, 2003.
42 Todo este pensamiento filológico vendría a culminar en la obra filológica (e histó-

rica) de Ramón Menéndez Pidal. Véase, José Portolés: Medio siglo de filología española
(1896-1952), Cátedra, Madrid, 1986. Específicamente sobre la naturaleza de su discurso
nacionalista, Prudencio García Insasti: La España metafísica. Lectura crítica del pensa-
miento de Ramón Menéndez Pidal (1891-1936), Euskaltzaindia, Bilbao, 2004, pp. 313 y
ss. Un contexto de más amplio alcance en José del Valle, Luis Gabriel-Stheeman (eds.):
The Battle over Spanish between 1800 and 2000. Language Ideologies and Hispanic Intel-
lectuals, Routledge, Londres-Nueva York, 2002.
43 Adolfo Scotto di Luzio: La scuola degli italiani, Il Mulino, Bolonia, 2007, p. 85.
44 Sobre ello son muy escasas (y vinculadas específicamente al fracaso de la voluntad

y eficacia educativa) las referencias que ofrece en su monumental trabajo J. Álvarez Junco:
Mater dolorosa, op. cit., pp. 549-550. A pesar de sus insuficiencias, como fuente documen-
tal véase Francesc Ferrer: La persecució política de la llengua catalana: història de les
mesures preses contra el seu ús des de la Nova Planta fins avui, Edicions 62, Barcelona,
1985.

Historia Contemporánea 45: 483-518


En la sombra del Estado. Esfera pública nacional y homogeneización... 497

de otras lenguas que el francés, cuyo avance fue más tardío de lo que el
tópico proclama, como ya hiciera notar Eugene Weber.
Ciertamente, la pura y simple imposición en la escuela (con todo el re-
pertorio asociado de estigmatización y prácticas punitivas del dialecto) no
fue el único elemento clave, por decisivo que llegara a ser. Como señaló
Joan Lluís Marfany para el caso de la lengua catalana, ya en el primer ter-
cio del siglo XIX, liberales catalanoparlantes cambiaron su lengua incluso
en el correo escrito privado.45 La difusión del español como lengua de
prestigio social (connotada como lengua urbana frente al dialecto del es-
pacio rural), y en tanto que lengua exclusiva del Estado, jugó un papel de-
cisivo en la voluntad de difusión en época contemporánea, siguiendo cro-
nológicamente y de manera descendiente, la jerarquía social.
Sin duda, las importantes tasas de analfabetismo en la España con-
temporánea son un dato de enorme importancia, pero conviene insistir
en la decidida regresión de las mismas en el primer tercio del siglo XX.
En todo caso, estas cifras (que reflejan un conocimiento extraído de las
cifras de escolarización) no lo explican todo, pues la difusión social del
español se pudo hacer en paralelo a la función escolarizadora. Por apun-
tar un par de ejemplos, la lectura en voz alta (por ejemplo de la prensa)
en ámbitos de sociabilidad diversos (casinos o ateneos, Casas del Pueblo,
etc.) o la predicación en las iglesias, pudieron resultar decisivos en este
sentido. De no ser así, y como después veremos, ¿cómo pudo llegar a di-
fundirse tan exitosamente una cultura popular en lengua española (en la
zarzuela, el teatro o el music hall y el cine) en los territorios que conta-
ban con otra lengua?
Con todo, es muy poco lo que se ha investigado en este sentido. Tal
vez pueda servir de ejemplo para alguno de estos aspectos el caso valen-
ciano. Hasta el último tercio del siglo XX (con el efecto combinado de la
presión lingüística ejercida por la dictadura franquista y unas elevadas ta-
sas de inmigración intrapeninsular) la lengua catalana ha sido la lengua
materna de la mayoría de la población. Pero ello no significa (y a pesar
de los valores medios de escolarización y alfabetización, propios de una
sociedad en gran medida basada en una economía agraria) que el conoci-
miento socialmente difundido del castellano fuera inexistente. Ni muchí-
simo menos que ello implique per se merma alguna de la identificación
con la identidad nacional española. El caso valenciano es, en este sentido,

45 Joan Lluís Marfany: La llengua maltractada, Empúries, Barcelona, 2001.

Historia Contemporánea 45: 483-518


498 Ferran Archilés y Marta García Carrión

un ejemplo del mantenimiento de pautas lingüísticas autóctonas, construc-


ción de una fuerte identidad regional e intensa nacionalización española.46
Ciertamente, la castellanización de determinados sectores sociales
(aristocracia y sectores burgueses, vinculados a las esferas de poder es-
tatal) de la sociedad valenciana es un fenómeno que hunde sus raíces al
menos en el siglo XVI. Por otra parte, el papel de la Iglesia en la castella-
nización cultural del país es un dato de enorme importancia47. Pero hay
que esperar precisamente al periodo de la Restauración para que se inicie
de manera clara un proceso irreversible de sustitución lingüística en con-
textos urbanos y en las clases medias (en el caso de la ciudad de Alicante
en primer lugar48). A partir de ahí, el resto de las grandes ciudades valen-
cianas (con Castellón como ejemplo más tardío) han seguido la misma
pauta49. Se consolidó de esta forma una duradera distinción entre el espa-
cio rural y el urbano y entre las clases medias y populares en este último.
Pero ni siquiera en estos casos se trata de situaciones antitéticas, pues la
difusión social del español se produjo incluso cuando se mantuvo la len-
gua materna como lengua de uso vehicular. En este sentido, las capitales
de provincia valencianas son buenos ejemplos de la difusión de una esfera
pública nacional: desde una esfera política intensamente nacionalizada (el
blasquismo valenciano es el ejemplo señero, pero no el único) hasta la re-
cepción de prensa o espectáculos. Asimismo, buena parte del mundo rural
valenciano (o de las «agrociudades») estuvo lejos de ser un espacio atra-
sado y estanco, ajeno a las dinámicas políticas y sociales del mundo ur-
bano.
Cabe plantearse, en definitiva, si las cifras de actuación estatal son
las únicas válidas para entender la expansión real de la esfera pública
nacional. Resulta significativo que frente a la ausencia de escuelas y bi-
bliotecas de inspiración pública proliferaran durante la Restauración los
casinos y asociaciones para la lectura, así como las bibliotecas popula-
res. Un aspecto especialmente relevante es el relativo a la prensa perió-

46 Ferran Archilés, Manuel Martí: «La construcción de la Nación española durante

el siglo XIX: logros y límites de la asimilación en el caso valenciano», Ayer, 35, 1999,
pp. 171-190.
47 Vicent Pitarch: Llengua i esglèsia durant el barroc valencià, IIFV, Valencia-Barce-

lona, 2001.
48 Brauli Montoya: Alacant, la llengua interrompuda, Denes, Valencia, 1996.
49 Brauli Montoya, Antoni Mas: La Transmissió familiar del valencià, Acadèmia Va-

lenciana de la Llengua, Valencia, 2011.

Historia Contemporánea 45: 483-518


En la sombra del Estado. Esfera pública nacional y homogeneización... 499

dica50, cuya actividad es independiente de las instituciones estatales. En


este sentido, sería interesante saber cuál pudo ser el acceso real de la po-
blación a la prensa. Evidentemente, su desarrollo estaba vinculado a la
difusión de la alfabetización, pero como es bien conocido la práctica de
la lectura en voz alta estaba muy extendida, en ámbitos de sociabilidad
como los antes apuntados, por lo que se pudo soslayar en parte las caren-
cias en el acceso a la letra impresa51.
Aunque no disponemos de investigaciones concluyentes, todos los
indicios apuntan a que entre 1879 y 1913 el incremento de la prensa en
España fue notable, también entre la prensa política. David Ortiz ha mos-
trado cómo en la España de la Restauración borbónica, a partir de 1875,
se creó una verdadera esfera pública extrainstitucional que habría per-
mitido la consolidación de una cultura política nacional52. También pa-
rece claro que a partir de la ley de imprenta de 1883 se produce un in-
cremento extraordinario en la aparición de la prensa periódica. Un rasgo
característico de la estructura de la prensa española es la proliferación
de prensas locales y regionales pero también el incremento progresivo
de la difusión de prensa de alcance nacional. El periódico de mayor di-
fusión en estos años, El imparcial, afirmaba en el fin de siglo superar
los 100.000 ejemplares (con motivo del IV Centenario del Descubri-
miento de América publicó un número extraordinario y gratuito que al-
canzó 200.000 ejemplares). Cabe destacar que la prensa política de todas
las tendencias tenía vocación de difusión nacional, independientemente
de cuál fuera la ciudad en la que se editaba su cabecera. A todo ello ha-
bría que añadir la transformación y crecimiento de la prensa ilustrada,
con publicaciones como La Ilustración Española Americana o Blanco
y Negro, que inició su andadura en 1891 (en 1898 alcanzaba una tirada

50 Otro aspecto igualmente relevante podría ser el de la publicación de libros y el con-

junto de la industria editorial, cuyo incremento es igualmente cierto para estas fechas. Jean
François Botrel: Libros, prensa y lectura en la España del siglo XIX, Fundación Germán
Sánchez Ruipérez, Madrid, 1993.
51 Antonio Viñao: «Los discursos sobre la lectura en la España del siglo XIX y prime-

ros años del XX», en Jesús Martínez (ed.): Orígenes culturales de la sociedad liberal (Es-
paña siglo XIX), Biblioteca Nueva, Madrid, 2003, pp. 85-147; Jean François Botrel: «Teoría
y práctica de la lectura en el siglo XIX: el arte de leer», Bulletin Hispanique, 100-2, 1998,
577-90.
52 David Ortiz: Paper Liberals. Press and Politics in Restoration Spain, Praeger, Wes-

tport, 2000, que, sin embargo, excluye el análisis explícito de la identidad nacional.

Historia Contemporánea 45: 483-518


500 Ferran Archilés y Marta García Carrión

de 70.000 ejemplares).53 Ciertamente, la fiabilidad de las estadísticas de


prensa es dudosa en todo el periodo que nos ocupa. Probablemente, hasta
el fin de la I Guerra Mundial los diarios y las revistas más importantes
difícilmente alcanzaron los 100.000 ejemplares. Los cálculos de M.ª Cruz
Saoane y M.ª Dolores Saiz, a partir de datos del empresario Nicolás Ur-
goiti, señalan una tirada de 120.000 ejemplares diarios para la prensa pe-
riódica, que se elevaría hasta 160.000 tres años más tarde y que en 1920
habría superado los 200.000 ejemplares (así, los dos principales diarios
eran el ABC, que se situaba en torno a 150.000 ejemplares hacia 1920, y
La Vanguardia, en torno a 100.000 en 1918). Ello arrojaría un índice de
60 a 94 ejemplares por cada 1.000 habitantes. Independientemente de la
veracidad última de los datos, lo que cabe destacar es la magnitud de las
tiradas así como la tendencia clara al crecimiento.
En 1918 los diarios editados en Madrid sumaban un total de
656.000 ejemplares, de los cuales unos dos tercios se distribuían fuera
de la capital. Barcelona, el segundo centro difusor de prensa, sumaba
311.000 ejemplares. Por tanto, ambas ciudades representaban cerca de un
60% del total de la prensa nacional.54 Frecuentemente se ha señalado que
la preponderancia de prensa local en España sería un rasgo de la debilidad
de una esfera pública nacional, pero estas cifras de producción y sus esfe-
ras de distribución obligan a una lectura más cauta. En todo caso, tal vez
sea mejor plantear que prensa nacional y prensa local coexistieron sin pro-
blemas, al menos en los ámbitos urbanos. Tal vez resulte clarificador un
ejemplo como el de la provincia de Castellón (una provincia y capital de
tamaño medio) que en el año 1900 contaba con 9 publicaciones periódicas
locales pero que recibía hasta 146 cabeceras procedentes del resto de Es-
paña, que sumaban cerca de 1.895 ejemplares, mientras que la tirada de la
prensa local no superaba los 5.000 ejemplares.55 La conexión, por tanto,
en la esfera comunicativa entre lo local y lo nacional debió de ser mucho

53 M.ª Cruz Seoane: Historia del periodismo en España. 2. El siglo XIX, Alianza Edito-

rial, Madrid, 1996, pp. 254, 269-271.


54 M.ª Cruz Seoane, M.ª Dolores Saiz: Historia del periodismo en España. 3. El si-

glo XX: 1898-1936, Alianza Editorial, Madrid, 1996, pp. 30-32. Véase también, aunque
con algunas diferencias, Jean François Botrel, Jean Michel Desvois: «Las condiciones de
la producción cultural» en Serge Salaün, Carlos Serrano (eds.): 1900 en España, Espasa
Calpe, Madrid, 1991, pp. 43-48.
55 José Ribelles Comín: Intereses económicos, agrícolas, industriales y mercantiles

de Castellón, con la Historia del puerto del Grao y del periodsmo provincial, Imprenta de
Francisco J. Altés y Alabart, Barcelona, 1905, pp. 601-608.

Historia Contemporánea 45: 483-518


En la sombra del Estado. Esfera pública nacional y homogeneización... 501

menos problemática de cuanto se ha supuesto. De igual modo, el notable


desarrollo de infraestructuras como el telégrafo y el correo durante la Res-
tauración y el primer tercio del siglo XX reforzarían esta impresión (ade-
más de una mayor eficacia de la acción estatal).56
Especialmente importante resulta el hecho de que en los conteni-
dos de esta prensa está fuera de toda duda que «la política nacional si-
gue ocupando, naturalmente, un lugar privilegiado frente a la política
internacional».57 Y en realidad esto era cierto no sólo para la política, sino
para cualquier noticia de ámbito nacional. La prensa española de la Res-
tauración establecía una jerarquía natural que separaba los asuntos espa-
ñoles como los más destacados de los demás. Por su parte, la prensa lo-
cal y regional situaba en primer lugar el ámbito más cercano, pero ello no
significa que las noticias de ámbito español estuviesen excluidas ni que
las noticias de alcance local no quedaran vinculadas a dinámicas de al-
cance nacional.
En última instancia, el desarrollo de la prensa nos indica la construc-
ción de una esfera pública compartida, nacional, que cumplía plenamente
las condiciones de construcción de una comunidad imaginada señaladas
por Benedict Anderson. Una cultura nacional expresada exclusivamente
en español. Por supuesto, también existió prensa en otras lenguas, pero la
magnitud de las cifras de publicaciones y sus tiradas resulta incompara-
blemente mayor en el caso de la prensa en castellano. Alfabetizados o no
en lengua española, los públicos de los territorios que tenían otra lengua
materna que el español quedaron incorporados a esta esfera comunicativa
que cumplió, por tanto, una decisiva tarea homogeneizadora.

Culturas políticas y nación: una para todas y todas para una

¿Existió una esfera política nacional integrada durante la Restaura-


ción? Como es sabido, la larga sombra de Ortega y Gasset ha influido re-
petidamente en la visión de la desvertebración de la vida nacional espa-
ñola. Hace algunos años, Juan Pablo Fusi sintetizó brillantemente esta
interpretación con la imagen de un país de centralismo aparente pero pre-

56 Ángel Bahamonde (dir.): Las comunicaciones en la construcción del Estado con-

temporáneo en España: el correo, el telégrafo y el teléfono, Ministerio de Obras Públicas,


Transporte y Medio Ambiente, Madrid, 1993.
57 M. C. Seoane, M D. Saiz: Historia del periodismo en España. 3, op. cit., p. 53.

Historia Contemporánea 45: 483-518


502 Ferran Archilés y Marta García Carrión

dominio de lo local en la vida política y social española. ¿Cuestiona ello


necesariamente la aceptación de un (único) marco nacional? En nuestra
opinión, resulta especialmente reveladora la actuación de los excluidos
del sistema restauracionista, como lo fueron los republicanos y socialistas.
Porque también en ellos encontramos la paradoja de que su actuación era
local, pues nunca fueron partidos de gobierno, pero en cambio siempre
aceptaron el marco del Estado y de la nación como el fundamento de sus
reivindicaciones y de su identidad.
En la España de la Restauración, si se pretende analizar a las clases
trabajadoras en este sentido, resulta obligado referirse a las culturas polí-
ticas del republicanismo, incluso más que a las de las culturas obreristas
(anarquistas y socialistas). En muchos de los más importantes núcleos ur-
banos españoles (Madrid, Barcelona o Valencia, pero también en ciudades
medianas como Málaga o Castellón) la presencia política del republica-
nismo era muy destacada y en ocasiones mayoritaria. Esos partidos en-
cuadraban a buena parte de las clases populares, así como a importantes
sectores de las clases medias.
Aunque los republicanos actuaban en esferas locales de influencia
(excluidos como estaban del acceso al poder del Estado), es inexplica-
ble su cultura política sin la centralidad de la referencia «nacional».58
Asimismo, a pesar de su «localismo», se convirtieron en eficaces instru-
mentos nacionalizadores59. En este sentido cabe destacar la importancia
de los espacios de sociabilidad republicana, los casinos y ateneos, que
desplegaron programas culturales (conferencias, teatro, música o clases)
que no era solo local/ista. de hecho se hallaba plenamente inmersa en la
cultura nacional española. Por ejemplo el caso de los casinos republica-
nos bilbaínos estudiados recientemente por Jon Penche, prueba que sus
actividades culturales eran similares a las de cualquier otro casino espa-

58 Pilar Salomón: «Republicanismo e identidad nacional española: la República como

ideal integrador y salvífico de la nación española», en Carlos Forcadell, Ismael Saz, Pilar
Salomon (eds.): Discursos de España en el siglo XX, Publicacions de la Universitat de Va-
lència, Valencia, 2009, pp. 35-64.
59 Ferran Archilés: «Una nacionalización no tan débil: patriotismo local y republica-

nismo en Castellón (1891-1910)», Ayer, 48 (2002), 283-312. Incluso entre los republicanos
emigrados, el estallido que siguió al 98 mostró la fuerte interiorización del discurso nacio-
nalista que se había ido construyendo ya desde años antes. Véase Àngel Duarte: «Republi-
canos, emigrados y patriotas. Exilio y patriotismo español en la Argentina en el tránsito del
siglo XIX al XX», Ayer, 47, 2002, pp. 57-79.

Historia Contemporánea 45: 483-518


En la sombra del Estado. Esfera pública nacional y homogeneización... 503

ñol (sin un despliegue específico de fomento de aspectos de la cultura


vasca).60
Junto con el republicanismo, un ámbito de estudio especialmente in-
teresante es el del movimiento obrero organizado, que en el caso español
sólo muy recientemente se ha abordado desde la perspectiva de su fun-
ción en la interiorización y reproducción social de la identidad nacional.
Como demuestran otros ejemplos europeos, sin embargo, la importan-
cia de esta dimensión concreta fue decisiva en la construcción de identi-
dad y en la acción colectiva de tales movimientos sociales.61 Al menos a
partir de los años noventa convendría no pasar de puntillas por el grado
de aceptación del marco territorial de la nación, y ello en diferentes cul-
turas políticas del movimiento obrero en España: no por casualidad se
llama el principal partido Partido Socialista Obrero Español o el sindi-
cato anarquista Confederación Nacional de Trabajadores. Es cierto que
existían notables diferencias entre socialistas y anarquistas en el grado de
voluntad de participación y por lo tanto de «integración» en el marco de
la política nacional. Pero no lo es menos que la intensa politización obre-
rista (en la que los sectores de las clases trabajadoras son herederos en
muchos casos de prácticas políticas previas muy nacionalistas, como las
de las culturas políticas del republicanismo) tomaba el ámbito nacional/
estatal como marco básico de referencia y acción62. Al imponer en el de-
bate público la cuestión social, se reclamaba el marco del Estado-nación
como espacio para la obtención de derechos, movilizando en consecuen-
cia a los trabajadores en esta dirección.63
Por otra parte, conviene destacar en el ámbito de la movilización so-
cial y el marco crecientemente nacionalizado del ámbito político, el peso

60 Jon Penche: Republicanos en Bilbao (1868-1937), Universidad del País Vasco/Eus-

kal Herriko Unibertsitatea, Bilbao, 2010.


61 Ya señalado por G.L. Mosse: La nacionalización, op. cit. También Eric J. Hobs-

bawm: Naciones y nacionalismo desde 1780, Crítica, Barcelona, 1991, pp. 97-98 y 132-
133. Un muy interesante estudio de caso es el de Paul Ward: Red Flag and Union Jack:
Englishness, Patriotism and the British Left, 1881-1924, Boydell Press, Rochester, 1998.
62 Eric Hobsbawm llega a calificar de «natural» que las clases trabajadoras se identi-

ficaran con el ámbito nacional. Cfr. Eric Hobsbawm: «Tradiciones masificadoras: Europa
1870-1914», en E.J. Hobsbawm, T. Ranger: La invención, op. cit.
63 Una prueba del enorme potencial de este tema de estudio en Pedro Ruiz Torres:

«Política social y nacionalización a finales del siglo XIX y en las primeras décadas del si-
glo XX», en Ismael Saz, Ferran Archilés (eds.): La nación de los españoles. Discursos y
prácticas del nacionalismo español en la época contemporánea, Publicacions de la Uni-
versitat de València, Valencia, 2012, pp. 15-38.

Historia Contemporánea 45: 483-518


504 Ferran Archilés y Marta García Carrión

que tuvo el anticlericalismo entre las diversas culturas políticas republi-


canas y obreristas. Este formaba parte de un tipo nuevo de nacionalismo
que hacía de la crítica al caciquismo y la España de la Restauración (con
la consiguiente propuesta «regeneracionista») el eje de su propuesta64.
El conflicto anticlerical se convirtió en uno de los fundamentos centra-
les de la política. Éste permitía, de manera muy fluida, combinar con-
flictos locales (sobre conventos, entierros…) con grandes principios «fi-
losóficos». Pero el eje que permitía combinarlos no era otro que el de la
política nacional. Porque de lo que se trataba era de la secularización del
Estado y, por lo tanto, de aprobar medidas políticas desde el Estado. Lo
cual es igualmente cierto, como es lógico para el lado de los «clerica-
les», que reproducían la misma lógica especular. Además, como es evi-
dente, en el trasfondo de todo ello latía una idea de España frente a otra,
un proyecto de nación frente a otro: el progreso del país frente al atra-
so.65 Las posiciones anticlericales aspiraban a una «regeneración» na-
cional.
En definitiva, no parece demasiado arriesgado suponer que el grado
de participación y aceptación de la esfera política nacional implicaba algo
más que la participación en un espacio «neutro», una pura arena vacía de
significados nacionales. En caso contrario no tendría sentido el crescendo
que culmina con los valores patrióticos y nacionalistas defendidos por la
izquierda española durante la República y la Guerra Civil66. Igualmente,
en este sentido resulta imposible soslayar el hecho de que con la aparición
de los movimientos regionalistas y nacionalistas finiseculares, la respuesta
mayoritaria del movimiento obrero organizado en Cataluña y Euskadi fue
la de oponerse a sus planteamientos políticos y culturales, mostrando unas
posiciones abiertamente españolistas, nacionalistas.67 Por todo ello, cabe

64 Esto lo hizo notar ya José Álvarez Junco: «Redes locales lealtades tradicionales y

nuevas identidades colectivas en la España del siglo XIX», en A. Robles Egea (comp.): Po-
lítica en penumbra, Madrid, Siglo XXI, 1996, pp. 72-94, especialmente pp. 89 y ss. Pilar
Salomón: «El discurso anticlerical en la construcción de una identidad nacional española
republicana (1898-1936)», Hispania Sacra, 110, 2002, pp. 485-498.
65 Enrique A. Sanabria: Republicanism and Anticlerical Nationalism in Spain, Pal-

grave, Basingstoke, 2009, pp. 15-38.


66 Xosé Manoel Núñez Seixas: ¡Fuera el invasor! Nacionalismos y movilización bé-

lica durante la guerra civil española (1936-1939), Marcial Pons, Madrid, 2006.
67 Antonio Rivera: Señas de identidad. Izquierda obrera y nación en el País Vasco,

1880-1923, Biblioteca Nueva, Madrid, 2003. También ocurrió lo mismo con muchos par-
tidos republicanos, por ejemplo en Cataluña, que contaban con amplias bases sociales

Historia Contemporánea 45: 483-518


En la sombra del Estado. Esfera pública nacional y homogeneización... 505

afirmar que, en el caso español, el distanciamiento, señalado reiterada-


mente, del discurso patriótico o nacionalista oficial (por ejemplo durante
la guerra de Cuba, o en Marruecos) no significaba la inexistencia de ele-
mentos procedentes del discurso identitario del nacionalismo español, fre-
cuentemente de raíz liberal.
En el caso del anarquismo español no cabe duda que se desarrolló (y
especialmente con motivo de las guerras y frente a la institución del ejer-
cito) una fuerte crítica del «patriotismo» frente a las posiciones internacio-
nalistas. Pero al mismo tiempo, como ya hizo notar José Álvarez Junco,
ello tuvo que convivir con «frecuentes infidelidades “nacionalistas” en el
sentido de plantear el “problema de España” en términos de singularidad
psicológica o destino providencial»68.
Por lo que respecta al caso del socialismo español, todo parece indi-
car que su grado de aceptación del marco nacional era todavía más claro
y que, de hecho, el PSOE no evitó un discurso más abiertamente nacio-
nalista en las primeras décadas del siglo XX, especialmente tras la guerra
de Cuba de 1895. 69. Las propuestas de modernización y «regeneración»,
como ya hemos indicado, implicaban en definitiva asumir un programa
nacionalista. Se requería una implicación del movimiento obrero, en pala-
bras de Pablo Iglesias en pro del «interés nacional»70.

procedentes de los sectores de las clases trabajadoras Àngel Duarte: «Republicanos y na-
cionalistas. El impacto del catalanismo en la cultura política republicana», Historia Con-
temporánea, 10, 1993, pp. 157-177.
68 José Álvarez Junco: La ideología política del anarquismo español (1868-1910), Si-

glo XXI, Madrid, 1991 (2.ª ed.), p. 254; Pilar Salomón: «Internacionalismo y nación en el
anarquismo español anterior a 1914», en I. Saz, F. Archilés (eds.): Estudios sobre naciona-
lismo, op. cit., pp 137-168.
69 Carlos Forcadell: «Los socialistas y la nación», en C. Forcadell, I. Saz, P. Salo-

mon (eds.): Discursos de España, op. cit., pp. 15-35. Véase asimismo, Michel Ralle: «Une
fausse découverte de l’Espagne. Le mouvement ouvrier espagnol et la crise de 98», en Paul
Aubert (dir.): Crise espagnole et renouveau idéologique et culturel en Méditerranée fin
XIXe-debut XXe siècle, Publications de l’Université de Provence, Aix-en Provence, 2006,
pp. 137-146.
70 A. Smith: «Spaniards, Catalans and basques: labour and the Challenge of nationa-

lism in Spain», en Stefan Berger, Anthony Smith (eds.): Nationalism, labour and ethnicity,
1870-1939, Manchester University Press, Manchester, 1999, pp. 71 y ss. Por cierto que la
aceptación de la identidad nacional a partir de la primera década se detecta también en el
ámbito de las representaciones. Véase, Maria Antonia Fernández: «La imagen de España
en la prensa obrera durante el primer tercio del siglo XX», Cercles, revista d’Història cultu-
ral, 8, 2005, pp. 196-213.

Historia Contemporánea 45: 483-518


506 Ferran Archilés y Marta García Carrión

Un ejemplo interesante a considerar sería hasta qué punto el énfasis


en la educación por parte del movimiento obrero no implicó una acepta-
ción plena de la única alta cultura disponible: aquella filtrada por el tamiz
de la cultura «nacional», del canon cultural español. Vale la pena recordar
la importancia que la literatura, y especialmente la novela, tuvieron en la
configuración de las identidades nacionales. En palabras de Franco Mo-
retti, la novela moderna se convierte en la forma simbólica de la nación-
estado71. En el caso español, a partir de los años ochenta, con la novela
realista y naturalista, asistimos al nacimiento de un modelo de literatura
nacional, que harán del tiempo presente, de los años de la Restauración el
eje de su novelística, y (re)crearan una representación de la sociedad espa-
ñola, concebida en términos nacionales.72
Parece claro que los autores más difundidos y leídos no eran los pro-
cedentes de una literatura estrictamente «obrerista», según se desprende
de los estudios realizados sobre las lecturas de los trabajadores españoles.
Reiteradamente en las bibliotecas de las asociaciones obreras la literatura
ocupa un lugar muy destacado, cuando no prioritario. Ese es el caso de la
casa del Pueblo de Madrid, donde tanto en número de volúmenes como en
cifras de préstamo, la literatura es absolutamente mayoritaria.73 Además,
corresponde a la literatura contemporánea española un predominio incon-
testable, muy por encima de obras de otras literaturas. Asimismo es signi-
ficativo que la historia de España fuera uno de los cuatro temas más repre-
sentados entre los volúmenes de ciencias sociales y humanidades (junto a
la gran guerra, la revolución bolchevique y las historias nacionales).

71 Franco Moretti: Atlas of European Novel, 1800-1900, Trama, Londres-Nueva York,


1998.
72 Ferran Archilés: «La novela y la nación en la literatura española de la Restauración

(1877-c.1898): espacios e imaginarios narrados», en Mónica Burguera, Christopher Sch-


midt-Novara (eds.): Historias de España contemporánea. Cambio social y giro cultural.
PUV, Valencia, 2008, pp. 115-148. Lo cierto es que ello sucedió no sólo en la literatura de
calidad, pues también el marco estrictamente nacional (frecuentemente de base en Madrid)
era omnipresente en la novela corta. Véase, Christine Rivalan: Fruición-Ficción. Novelas y
novelas cortas en España (1894-1936), Ediciones Trea, Gijón, 2008.
73 Véanse los datos en el estudio de Francisco de Luis Martín y Luis Arias que enca-

beza el trabajo de Nuria Franco, Catálogo de la biblioteca de la Casa del Pueblo de Ma-
drid (1908-1939), Comunidad de Madrid, Madrid, 1998, pp. 21-68. También en el Ateneo
Obrero de Gijón hacia 1917 la literatura española contemporánea era la mejor represen-
tada, según la información que ofrece José Carlos Mainer en «Notas sobre la lectura obrera
en España», en La doma de la quimera, Bellaterra, Barcelona, 1988, pp. 19-86.

Historia Contemporánea 45: 483-518


En la sombra del Estado. Esfera pública nacional y homogeneización... 507

¿Puede ser casualidad que los Episodios Nacionales fueran una de las
lecturas más demandadas en la Casa del Pueblo de Valencia en la primera
década del siglo XX?74. Más bien cabe deducir, en fin, que una parte signi-
ficativa de los obreros españoles preferían la literatura y muy específica-
mente la literatura española en su tiempo de ocio y en su afán de cultura.75
Según Anderson la novela ayudó a configurar un tipo de lector concebido
dentro de los términos de una nación y que aprende a través de la novela
la distinción respecto a otras naciones que no son la suya76. De esta ma-
nera, cada vez que un obrero leía una novela española en su tiempo libre,
en su casa o en su sociedad obrera o casa del Pueblo, «aprendía» nación,
aprendía a naturalizar un mundo de naciones imaginadas.
Probablemente con su énfasis en oponerse a cualquier afirmación po-
lítica de lo particular, nadie mostraba una cultura «nacional» más homo-
génea que los partidos y organizaciones obreristas (en consonancia, pre-
cisamente, con la búsqueda de la respetabilidad y la admiración hacia la
«alta cultura»77). No en menor medida, además, el referente deliberada-
mente buscado de una cultura laica (en el marco del conflicto y moviliza-
ción social anticlerical) contribuyó a diseñar una imagen de la sociedad y
de la identidad de la nación muy característica.
Creemos que se ha reflexionado poco sobre el alcance de las activi-
dades culturales, en sentido amplio, desplegado en los centros obreros en
relación con la creación o difusión de una cultura fuertemente nacionali-
zada. En este sentido la actividad de los orfeones, teatro, cine o conferen-
cias (y también la de la prensa de que se podía disponer libremente, no
solo la obrerista sino la general española) apuntan hacia la coexistencia de
una cultura socialista, de marchamo internacionalista pero a la vez, y de

74 Amparo Álvarez: «La Biblioteca de la Casa del Pueblo de Valencia: aspectos de una

cultura popular», Estudis d’Història Contemporània del País Valencia, 6, 1982, pp. 295-
316.
75 Aunque para unas fechas más tardías, en el caso de La Sociedad de Cultura e Hi-

giene de Cimadevila, Ángel Mato señala entre los autores más solicitados y leídos (como
en las demás bibliotecas populares asturianas) de la biblioteca figuran en primer lugar Pé-
rez Galdós y Blasco Ibáñez, seguidos de los asturianos Palacio Valdés y Pérez de Ayala, y
ya más lejos los autores del 98. Véase, Ángel Mato: La Atenas del Norte. Ateneos, socie-
dades culturales y bibliotecas populares en Asturias (1876-1937), KRK ediciones, Gijón,
2008, p. 135. No aparece mencionado ni un solo autor no español entre los primeros.
76 Jonathan Culler: «Anderson and the novel», en Jonathan Culler, Pheng Cheah

(eds.): Grounds of Comparison, Routledge, Nueva York-Londres, 2003, pp. 29-52.


77 Jacques Rancière: The Nights of Labour: the Workers’ Dream in Nineteenth-Century

France, Temple University Press, Philadelphia, 1989.

Historia Contemporánea 45: 483-518


508 Ferran Archilés y Marta García Carrión

manera aproblemática, española.78 Resulta especialmente significativo el


ejemplo, tomado de la casa del Pueblo de Madrid, del listado de las con-
ferencias impartidas, que prueban la presencia de buena parte de la inte-
lectualidad republicana, institucionista, etc. (además de la socialista) espa-
ñola más destacada.79 Difícilmente cabe imaginar otro contenido en estas
intervenciones que el característico en los intelectuales españoles del mo-
mento, y similar al que podríamos hallar en los centros republicanos. No
cabe, por tanto, sino hablar de una función homogeneizadora en el diseño
de una esfera cultural nacionalizada, también en el uso de la lengua na-
cional, lo cual es especialmente relevante en los territorios españoles con
otras lenguas. Ciertamente, ello no es óbice para que se pudiera desarro-
llar un sentimiento de identidad «regional» entre amplios sectores de las
clases trabajadoras; por ejemplo, es significativo que junto a las canciones
más características como La Internacional o La Marsellesa, los orfeones
interpretaran canciones populares y regionales. Este sentimiento no era en
absoluto incompatible con la identidad española, antes bien, se presentaba
como alternativa explícita a cualquier propuesta antiespañolista.80
Todo ello sin olvidar nunca que resulta más que probable que cuando
nos refiramos a una cultura obrera y a su posible existencia autónoma
(como las élites obreristas reclamaban) ésta tenga un alcance bastante li-
mitado. En la práctica, la mayoría de los trabajadores continuaban parti-
cipando de los espacios de sociabilidad o compartiendo los contenidos de
una magmática cultura «popular»81. Una cultura que desde el periodo de
entresiglos cabe definir como una cultura de masas nacionalizada. De he-
cho, era contra esta aceptación de la cultura popular contra la que se des-

78 Sería muy interesante explorar el ámbito de las representaciones teatrales y sus re-

pertorios. Un estudio reciente sobre Barcelona apunta a su abundante desarollo en la socia-


bilidad obrera, con repertorios frecuentemente interclasistas que combinaban, además, el
teatro en castellano con el sainete catalán. Jeanne Moisand, «Entre tréteaux et barricades.
théatre et mobilisation ouvrière a Barcelone, 1868-1909, Actes de la recherche en sciences
sociales, 186-187, 2011, pp. 42-57.
79 Francisco de Luis Martín, Luis Arias González: Casas del pueblo y centros obreros

socialistas en España. Estudio histórico, social y arquitectónico, Fundación Pablo Iglesias,


Madrid, 2009, p. 203.
80 Ibidem, 223 y ss. En realidad parte de los sectores trabajadores debieron desarrollar

un sentido de pertenencia a la identidad regional bastante acusado. Al menos sucedió así


entre importantes sectores del obrerismo republicano blasquista y también en Cataluña.
81 Carlos Serrano: «Cultura popular/Cultura obrera en España alrededor de 1900»,

Historia Social, 4, 1989, pp. 21-32.

Historia Contemporánea 45: 483-518


En la sombra del Estado. Esfera pública nacional y homogeneización... 509

gañitaban una y otra vez los líderes obreristas, con un éxito, como mí-
nimo, limitado.

Cultura popular y cultura de masas para una nación

Fue a partir de los años noventa, en una cronología no muy lejana


al contexto europeo, el momento en que se evidencia una transforma-
ción de las formas de ocio y de las formas de sociabilidad en la cultura
popular. Se abrió el paso así hacia formas de sociabilidad y formas de
consumo cultural propias de una cultura de masas. Este fenómeno, que
se produjo en toda Europa82, debemos entenderlo no sólo como un fenó-
meno general, sino que, en todos los casos, y en plena era de las masas
ello implicó la forja de verdaderas culturas «populares» nacionales. Este
fue también el caso de España, aunque esta sea una dimensión sobre la
que todavía se ha profundizado poco.83 Así sucede, por ejemplo, en los
trabajos de Jorge Uría, sin duda el mejor especialista sobre la cultura
popular y las transformaciones de la misma en una cultura de masas. En
sus trabajos se parte de una perspectiva analítica que es la del ámbito
territorial estatal y, además, la dimensión nacional nunca es problema-
tizada.84 El resultado es que se demuestra la existencia de una cultura
popular (e incluso de unas prácticas de vida cotidiana) nacionalizada y
homogénea o con tendencia a serlo. Sin embargo, el hecho de que ello
mismo sea parte del proceso de construcción de la nación y sus imagina-
rios resulta soslayado.
No hay que olvidar que en la segunda mitad del siglo XIX se expe-
rimentó una importante transformación de la estructura urbana españo-

82 Alain Corbin (dir.): L’Avènement des loisirs 1850-1960, Flammarion, Paris, 1995,

Jean Pierre Rioux, Jean François Sirinelli: La culture de masse en France, Fayard, Paris,
2002.
83 Probablemente el primer autor en señalar la nacionalización de la cultura popular

en la España de la Restauración fue Juan Pablo Fusi: España. La evolución de la identi-


dad nacional, Temas de Hoy, Madrid, 2000, pp. 189-196. Aunque en otro sentido, Carlos
Serrano: El nacimiento de Carmen: símbolos, mitos, nación, Taurus, Madrid, 1999
84 Jorge Uría: «Cultura popular y actividades recreativas: la restauración», en Jorge

Uría (ed.): La cultura popular en la España contemporánea. Doce estudios, Biblioteca


Nueva, Madrid, 2003, pp. 77-108; recientemente ha elaborado la que es la síntesis más ex-
tensa y detallada en Jorge Uría: La España liberal (1868-1917). Cultura y vida cotidiana,
Síntesis, Madrid, 2008.

Historia Contemporánea 45: 483-518


510 Ferran Archilés y Marta García Carrión

la.85 Si bien el peso de las zonas rurales siguió siendo notable, las gran-
des ciudades fueron ganando peso, especialmente en el primer tercio del
siglo XX, lo que a su vez permitió una transformación de las pautas cultu-
rales urbanas.86 Tal vez el ejemplo más significativo y mejor estudiado sea
la extensión sin precedentes de la fiesta de los toros, con todo lo que con-
llevaba de identificación como fiesta quintaesencialmente española. Si a lo
largo de todo el siglo XIX había sido un espectáculo muy popular, en la Res-
tauración pasó a consolidarse como auténtico espectáculo de masas. No es
casualidad que muchas plazas de toros fueran construidas en estas fechas.87
Especialmente importante, sin embargo, fue el caso de la zarzuela
como género musical/teatral preferido. Hay que tener en cuenta que el
debate entorno a una música nacional era algo que venía arrastrándose
desde el siglo XIX. A finales de siglo, la búsqueda insistente de las esen-
cias y el espíritu nacionales propios del regeneracionismo incluyó tam-
bién el mundo de la música de manera explícita. Se buscaba una ópera
nacional, un sinfonismo español, un lied hispano. Es por ello que en la
Restauración hubo una auténtica oleada de recopilación y ordenación de
la llamada cultura popular musical, de la mano, claro está, de los estu-
dios dedicados al folklore y la etnomusicología (y la mayoría de ellos es-
tructurados en términos regionales). Fue la zarzuela, sin embargo, la que
acabó por ocupar en gran medida el espacio real de la música nacional y,
además, popular. Como señaló en 1892 el entusiasta defensor y estudioso
de la zarzuela Antonio Peña y Goñi: «Hija del pueblo nació, en efecto, la
zarzuela; hija del pueblo fue siempre y sigue siéndolo, e hija del pueblo
morirá. Su gloria está ahí, en nutrirse de sangre del pueblo, en señalar los
caracteres de una nación en aquello que la nación tiene de más típico, de
más individual, que les separa y distingue de las demás naciones».88

85 Gaspar Fernández Cuesta: «Crecimiento urbano y modernización en España entre

1857 y 1900», Ería, 84-85, 2011, pp. 5-46.


86 Brigitte Mangien: «Cultura urbana» en S. Salaün, C. Serrano (eds.), 1900 en Es-

paña, op. cit., pp. 107-130.


87 Xavier Andreu: «De cómo los toros se convirtieron en fiesta nacional: los «intelec-

tuales» y la «cultura popular» (1790-1850)», Ayer, 72, 2008, pp. 27-56; Jon Juaristi: «El
ruedo ibérico. Símbolos y mitos de masas en el nacionalismo español», Cuadernos de Al-
zate, 16, 1997, pp. 19-31; Adrian Shubert: Death and Money in the Afternoon. A History of
the Spanish Bullfight, OUP, Oxford, 1999.
88 Las citas proceden de un discurso leído en abril de 1892 ante la academia de Bellas

Artes de San Fernando, reproducido en Antonio Peña y Goñi: España desde la ópera a la
zarzuela, Alianza Editorial, Madrid, 1967, pp. 242 y 244.

Historia Contemporánea 45: 483-518


En la sombra del Estado. Esfera pública nacional y homogeneización... 511

Por otra parte, la consideración de los contenidos obliga a concluir


que se trata de un ámbito privilegiado para comprobar la difusión de un
ámbito común de representación del imaginario nacional89. Más allá de la
dimensión musical estricta, el análisis de los libretos y de las puestas en
escena permite indagar en la plasmación de unas representaciones cultu-
rales que los espectadores podían reconocer y decodificar sin problemas
como parte de su comunidad imaginada y compartida. La selección de es-
pacios regionalizados (Andalucía, «Levante» o Aragón sobre todo) o lo-
calmente muy específicos, como la importantísima zarzuela madrileña,
permitía dibujar una geografía de la nación a través de la patria chica.90
Hay que tener en cuenta que el uso (y abuso) de estereotipos fuertemente
regionalizados no limitaba la identificación del espectador. No tanto con
la región específicamente representada, como es lógico, sino con la na-
ción de la que la región actuaba como parte, específica pero identificable:
eran intercambiables, en última instancia. En el caso de la zarzuela de te-
mática madrileña, su función como capital, difícilmente pudo hacer otra
cosa que reforzar esta sensación. Además, el tipismo, a través de una au-
toconsciente fijación de «lo popular», no hacía sino contribuir a la auten-
ticidad de la zarzuela. En este sentido, la regionalización de la zarzuela
fue de la mano de buena parte de la cultura española que construyó los
imaginarios de la nación (de la pintura a la geografía) basándose en las re-
giones, lo mismo que después sucedería en el cine.91 Esta representación
de la diversidad regional tenía, sin embargo, unos límites precisos res-
pecto del reconocimiento de la diversidad, pues en ningún caso ponía en
cuestión la unidad de la nación ni su esencia nacional. Antes bien, la re-
gión se convertía en imagen metonímica de esta esencia nacional, única
aunque declinada en formas diversas. El despliegue de la pluralidad regio-

89 Serge Salaün: «La zarzuela finisecular o el consenso nacional», en Luciano García

(ed.): Ramos Carrión y la zarzuela, Zamora, Instituto de Estudios Zamoranos Florián de


Ocampo, 1993; «Zarzuela e historia nacional», en Jacqueline Covo (ed.): Las representa-
ciones del tiempo histórico, PUL, Lille, 1994, pp. 179-186; «En torno al casticismo... escé-
nico. El panorama teatral hacia 1895», Siglo XIX (Literatura Hispánica), Anejo. Monogra-
fías 1, 1997, pp. 173-185.
90 Interesantes consideraciones sobre la dimensión regional de la zarzuela en Margot

Versteeg: De fusiladores y morcilleros. El discurso cómico del género chico, Rodopi, Ams-
terdam, 2000, especialmente pp. 361 y ss.
91 Ferran Archilés: «“Hacer región es hacer patria”. La región en el imaginario de la

nación española de la Restauración», Ayer, 64, 2006, pp.121-147.

Historia Contemporánea 45: 483-518


512 Ferran Archilés y Marta García Carrión

nal era exactamente opuesto a forma alguna de reconocimiento político de


la diversidad cultural.
Además, la generalizada difusión geográfica (en ámbitos urbanos, ya
sean grandes ciudades o pequeñas, pero también en núcleos rurales) y la
proliferación de funciones, en cifras imposibles de calcular pero de miles
de representaciones (no hay que olvidar el abaratamiento del precio de las
entradas y la construcción de nuevas salas, como sucedió para el conjunto
del teatro y después el cine), le otorga una destacada preeminencia (tal
vez solo comparable a las fiestas de toros). Sin duda, la popularidad de las
piezas perduraba más allá del ámbito de la representación teatral estricta,
y las letras y músicas de las obras alcanzaron otras formas populares de
reproducción (por ejemplo, a través de las bandas de músicas locales,
como en el caso valenciano que las incluían habitualmente en sus reperto-
rios). Resulta imposible exagerar la importancia que tuvo el hecho de que
progresivamente una gran parte de la población española pudo asistir a los
mismos espectáculos de zarzuela. Merecería la pena poder indagar en la
recepción y aceptación por parte del público de los valores y los imagina-
rios que la zarzuela puso a su alcance. ¿Acaso asistir a una representación
no era una forma muy concreta de vivir y participar una experiencia de
autenticidad identitaria: a un tiempo popular y española?92 En todo caso,
caben pocas dudas de que se trató de un espectáculo de masas que homo-
geneizaba al público español de cualquier procedencia a través del género
castizo por antonomasia.93
Ya iniciado el siglo XX, las nuevas tecnologías de masas actuaron de
manera decisiva en la democratización del imaginario de la nación espa-
ñola. A los nuevos espectáculos y espacios de sociabilidad de masas (mu-
sic halls, cafés cantantes, etc.) cuyos públicos iban a compartir mensajes
estandarizados y nacionalizados94, se añadieron, nuevas formas de difu-
sión de la escritura o de la cultura visual: de la fotografía al cine (así como

92 Así funcionó el sinfonismo alemán, como ha mostrado, Michael P. Steinberg: Escu-

char a la razón. Cultura , subjetividad y la música del siglo XIX, Fondo de Cultura Econó-
mica, México DF, 2010.
93 En realidad, buena parte de todo lo apuntado es aplicable al llamado género chico

en su totalidad y no sólo a la zarzuela. Véase la síntesis que ofrece en su texto introductorio


Alberto Romero Ferrer (ed.): Antología del género chico, Cátedra, Madrid, 2005, pp. 9-73;
asimismo, M. Versteeg: De fusiladores, op. cit. Otras manifestaciones teatrales finisecula-
res pudieron cumplir una función similar. Véanse, María Pilar Espín Temprado: El teatro
por horas en Madrid (1870-1910), Instituto de Estudios Madrileños, Madrid, 1995.
94 Serge Salaün: El cuplé (1900-1936), Espasa-Calpe, Madrid, 1990.

Historia Contemporánea 45: 483-518


En la sombra del Estado. Esfera pública nacional y homogeneización... 513

también se incorporó el mundo del deporte como nuevo espectáculo de


masas)95. Significativamente, para estos nuevos medios de tránsito a pau-
tas de ocio modernas, se desarrolló un intenso debate sobre lo «popular»,
una pugna para definir la representación de lo que era socialmente acep-
table bajo esta etiqueta en la política de masas96, pero también lo «verda-
dero», lo auténtico.97 Nada apunta, por tanto a que la difusión de pautas de
ocio modernas (frecuentemente urbanas) «desnacionalizara» al erosionar la
«tradicional» cultura popular, antes bien apuntaló la esfera pública nacio-
nal y generó experiencias de participación en la comunidad imaginada.98
El cinematógrafo fue uno de los símbolos más representativos de la
nueva cultura de masas protagonizada por la transformación de la socia-
bilidad urbana. En la segunda década de siglo XX el número de locales ex-
perimentó un fuerte crecimiento, configurándose en España un parque de
salas que se consolidó en la década siguiente99. El moderno lenguaje fíl-
mico contribuyó (junto con otros como la radio) a modificar la relación
con la cultura de una creciente masa de españoles100, además de contri-

95 Juan Francisco Fuentes: «El desarrollo de la cultura de masas en la España del si-

glo XX», en Antonio Morales Moya (coord.), Las claves de la España del siglo XX. La cul-
tura. Sociedad estatal España Nuevo Milenio, Madrid, 2001, pp. 287-305. La reproducción
de la nación a partir del deporte y el tiempo de ocio ha sido analizado para el caso británico
por Paul Ward: Britishness since 1870, Routledge, Londres-Nueva York, 2004, pp. 73-92.
96 Barry J. Faulk: Music Hall and Modernity. The Late Victorian Discovery of Popular

Culture , Ohio University Press, Atenas, 2004. Una fascinante pespectiva desde postulados
foucaltianos en Peter Bailey: «Entertainmentality! Liberalizing modern pleasure in the Vic-
torian Leisure industry», en Simon Gunn, James Vernon (eds.): The Peculiarities of Liberal
Modernity in Imperial Britain, University of California Press, Berkeley, 2011, pp. 119-133.
97 Podría establecerse una interesante comparación entre el cockney londinense del

music hall inglés y los personajes de la zarzuela madrileña en tanto que estereotipos de
lo nacional. Véase, para el primer caso. Gareth S. Jones: «The “cockney” and the nation,
1780-1988», en David Feldman, Gareth S. Jones (eds.): Metropolis London. Histories and
representations since 1800, Routledge, Londres-Nueva York, 1989, pp. 272-324.
98 Apuntó en este sentido, Vanessa R. Schwartz: Spectacular Realities. Early Mass

Culture in Fin de Siécle Paris, University of California Press, Berkeley, 1998, p. 6. Diver-
sos estudios de caso sobre como el Estado intervinó en la construcción de pautas de ocio
nacionales en Rudy Koshar (ed.): Histoires of Leisure, Berg, Oxford-Nueva York, 2002.
99 El estudio más completo dedicado a la evolución de la exhibición cinematográfica

en España en el primer tercio de siglo lo encontramos en Emilio García Fernández: El cine


español entre 1896 y 1939. Historia, industria, filmografía y documentos, Ariel, Barcelona,
2002, pp. 179-267.
100 Julio Montero, Maria Antonia Paz: «Ir al cine en España en el primer tercio del si-

glo XX», en José-Vidal Pelaz, José Carlos Rueda (eds.): Ver cine. Los públicos cinemato-
gráficos en el siglo XX, Rialp, Madrid, 2002, pp. 91-136.

Historia Contemporánea 45: 483-518


514 Ferran Archilés y Marta García Carrión

buir a la construcción de una esfera pública nacionalizada. Sería ya en los


años veinte y treinta cuando se produjo la consolidación definitiva del es-
pectáculo cinematográfico entre los hábitos de ocio de los españoles, así
como su afirmación como medio artístico y ámbito cultural.
Los años veinte fue un momento clave para la consolidación social del
cine y vieron, asimismo, el desarrollo de la cinematografía española, si bien
en una trayectoria muy irregular y con fuertes crisis101. Una constante del
mundo cinematográfico español fue la voluntad de crear un cine nacional,
una producción fílmica que estuviera en consonancia con la identidad espa-
ñola, sus tradiciones y cultura102. De hecho, la cinematografía española se
encuentra en este sentido en consonancia con el contexto europeo del pe-
riodo de entreguerras, pues las diferentes cinematografías europeas trata-
ron de fijar un estilo nacional que les permitiera diferenciarse del de otros
países (particularmente del cine norteamericano, convertido ya en hege-
mónico en las pantallas europeas) y ligar la practica fílmica a la propia tra-
dición cultural y de representación nacional103. En esta misma línea, y con
el objetivo de consolidar un público amplio, la producción cinematográfica
española se desarrolló entre sucesivas tentativas por encontrar géneros «na-
cionales». Se pretendió incorporar la tradición y el bagaje cultural del na-
cionalismo imperante en otras manifestaciones artísticas que contaran con
respaldo popular. No por casualidad, las pantallas españolas vieron así pro-
liferar adaptaciones de zarzuelas y obras teatrales de éxito, films sobre el
universo taurino y melodramas rurales. Asimismo, otra de las grandes ve-
tas creativas fue el costumbrismo regional, y en este sentido una valoración
global de los argumentos de las películas producidas durante la dictadura de
Primo de Rivera (como lo sería también después durante la II República104)

101 Joaquín Canovas Belchi: El cine en Madrid (1919-1930): hacia la búsqueda de

una identidad nacional, Murcia, Universidad de Murcia, 1990.


102 Aunque con conclusiones divergentes, este esfuerzo por crear un cine nacional ha

sido estudiado en Nuria Triana Toribio: Spanish National Cinema, Routledge, Londres-
Nueva York, 2003 y Marta García Carrión: Sin cinematografía no hay nación, Institución
Fernando el Católico, Zaragoza, 2007.
103 Así ha sido analizado en obras como Andrew Higson: Waving the Flag. Construct-

ing a National Cinema in Great Britain, Clarendon, Oxford, 1995; Susan Hayward: French
National Cinema, Routledge, Londres, 1993; Gian Piero Brunetta: Il cinema italiano di Re-
gime. Da La canzone dell’amore a Ossessione, Laterza, Roma, 2009.
104 De hecho, a pesar de la importante ruptura política que conllevó la proclamación

de la República, lo cierto es que en el cine español de los años treinta hay una clara conti-
nuidad temática con la década anterior.

Historia Contemporánea 45: 483-518


En la sombra del Estado. Esfera pública nacional y homogeneización... 515

nos indica la cuantiosa presencia de las temáticas, espacios y folclores re-


gionales.
Merece la pena señalar que esta apuesta nacionalista no se debió a
una orientación impuesta desde el Estado, aunque durante la dictadura se
impulsaron políticas muy activas de nacionalización que afectaron a ám-
bitos muy diversos de la sociedad105. En el caso del séptimo arte, la «na-
cionalización» del cine respondió más bien a iniciativas surgidas de la so-
ciedad civil, particularmente de la industria y la cultura cinematográfica
española. Aunque se aprobó legislación relativa a diversos aspectos cine-
matográficos, ni los gobiernos primorriveristas ni después los del periodo
republicano impulsaron una política dirigida a construir una cinematogra-
fía nacionalista106. En otro ámbito, tanto durante los años de la dictadura
como durante el periodo republicano se prestó una especial atención a vi-
gilar la exhibición de películas extranjeras que dieran una imagen nega-
tiva de España (en buena medida como respuesta a las protestas surgidas
en la opinión pública), etiquetadas como «españoladas», bien presionando
a las productoras y distribuidoras, bien censurando o incluso prohibiendo
filmes que se consideraban una ofensa a la nación107. Estas disposiciones
nos indican que los poderes públicos tenían claro el potencial del celu-
loide para la difusión de imágenes y representaciones sobre la nación.
Pero el gran impulso a un cine «nacional», de contenido y estilo espa-
ñol, no provino de los poderes públicos, sino la cinematografía española
en sus diferentes vertientes. Así lo hizo la cultura cinematográfica, como
prueba la prensa especializada del periodo en que llega a sorprender la rei-

105 La difusión social de la identidad nacional promovida por la dictadura fue más efi-

caz que la aceptación de los valores ideológicos primorriverista. Alejandro Quiroga: Ha-
ciendo españoles: la nacionalización de las masas en la Dictadura de Primo de Rivera
(1923-1930), Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2008.
106 Antonio Vallés, Historia de la política de fomento del cine español, Ediciones de la

Filmoteca, Valencia, 2000. No obstante, sí que se produjeron determinadas iniciativas por


parte de los poderes públicos de contenido nacionalista (como determinadas medidas pro-
teccionistas aprobadas por el gobierno republicano que respondían, sin satisfacerlas com-
pletamente, a las demandas del sector de la producción y buena parte de la crítica. Ésta era
una preocupación en consonancia con el amplio espacio que tuvieron en la Europa de en-
treguerras los debates sobre el proteccionismo en el cine, Victoria de Grazia: «Mass culture
and sovereignty: the American challenge to European cinemas, 1920-1960», Journal of
Modern History, 61, 1989, pp. 53-87.
107 Sobre el discurso nacionalista contra las «españoladas» extranjeras ver el capítulo 2

de M. García Carrión: op. cit.; sobre las iniciativas estatales v. Emeterio Díaz: Historia so-
cial del cine en España, Fundamentos, Madrid, 2003.

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516 Ferran Archilés y Marta García Carrión

teración y contundencia en la exposición de discursos españolistas108. La


afirmación de los valores patrióticos del cine, la loa de las virtudes espa-
ñolas, la crítica a una cinematografía que se consideraba insuficiente para
una nación de la grandeza de España y la demanda de un cine de conte-
nido nacional fueron cuestiones recurrentes. Las opiniones sobre cine des-
plegaron de forma explícita una serie de discursos sobre la especificidad
nacional y las esencias del pueblo español, frecuentemente definido en
términos raciales.
También las empresas productoras de cine y el personal creativo (di-
rectores, guionistas) impulsaron dotar de un contenido o estilo nacional
a sus películas españolas, coincidiendo con las demandas que se hacían
desde la cultura cinematográfica española. Esto no quiere decir que hu-
biera una única versión de cómo llevar España a las pantallas o que no
hubiera divergencias en cuanto a lo «verdaderamente» español. Pero sí
había un amplio consenso en torno a la producción de un cine nacional, es
decir, inspirado por una noción esencialista de España como fuente crea-
tiva, como forma de singularizar la producción española frente a otras y
garantía de éxito popular. De hecho, la españolidad de las películas fue
utilizada habitualmente como reclamo publicitario. Asimismo, la industria
española apostó, de forma incipiente en los años veinte y ya claramente
en los treinta, por una política de fomento de un star system nacional, pro-
mocionando a actores y actrices como iconos de España. En conjunto,
pues, puede afirmarse que la industria cinematográfica apostó claramente
por una nacionalización del cine, una estrategia que obtuvo no pocos éxi-
tos entre el público.
No menos significativo resulta el debate sobre la lengua en las panta-
llas que abrió la generalización del cine sonoro. Entre finales de los años
veinte y principios de los treinta se generó una intensa (y en ocasiones
muy virulenta) polémica sobre el español que debían hablar las películas
y la cultura cinematográfica española apostó con firmeza por la promo-
ción de un castellano «puro» o «de Castilla» frente a variantes sudame-
ricanas. Asimismo, se impuso la visión de que el castellano debía ser la
única lengua peninsular en la que hablaran las pantallas, y así fue salvo

108 Esta preocupación nacionalista por parte de la cultura y la crítica cinematográfica

no sería una anomalía del caso español, sino que se situaría en paralelo con lo que sucedía
en otras cinematografías europeas, v. Christopher Gautier: «Le cinéma des nations: inven-
tion des écoles nationales et patriotisme cinématographique (années 1910-années 1930)»,
Revue d’histoire moderne et contemporaine, 51-4, 2004, pp. 58-77.

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En la sombra del Estado. Esfera pública nacional y homogeneización... 517

en muy contadas excepciones. De hecho, ya en el periodo mudo, el cas-


tellano había sido el idioma mayoritario en los carteles explicativos, tam-
bién con alguna excepción109. En conjunto, cabría valorar el impacto ho-
mogeneizador en términos lingüísticos que pudo tener el hecho de que en
el cine todas las películas hablaran castellano (incluidas las extranjeras,
pues cuando se generaliza el doblaje éste se hace sólo al castellano).
Aunque no contamos con estudios sobre la recepción de las películas
españolas del periodo (metodológicamente muy complejos de realizar),
la apuesta por parte de la industria cinematográfica española por un cine
nacional y la reiterada aparición de referentes nacionales en las pantallas
junto con la información disponible sobre la larga permanencia en car-
tel de muchas películas españolas y la respuesta de la crítica y la cultura
cinematográfica nos permiten plantear algunas consideraciones sobre el
impacto nacionalizador del medio cinematográfico. Cabría apuntar así la
importante participación del cine español en la creación de una esfera pú-
blica nacionalizada. La producción generalizada por parte de empresas y
directores de diverso signo, y el consumo, también generalizado, entre es-
pectadores de diferentes partes de España, de unas representaciones com-
partidas sobre la nación otorga al cine español en este momento un papel
decisivo en la elaboración del marco de la comunidad imaginada.

Conclusiones

El presente trabajo ha tratado de explorar la hipótesis de como en la


España de la Restauración se construyó, en el seno de un marco político
unitario delimitado por el Estado, una esfera pública nacionalmente inte-
grada y culturalmente definida (lo que desmiente una vez más, la interpre-
tación de la nación española como exclusivamente «cívica»). Fue la in-
teracción entre ambos ámbitos la que estableció el terreno de juego que
determinó las posibilidades y naturaleza de la construcción de la identidad
nacional.
La Restauración fue, en aspectos muy diversos, un periodo de fo-
mento muy activo de la nacionalización española, y especialmente de
unas pautas de homogeneización cultural, singularmente lingüística y ex-

109 Sobre los discursos nacionalistas en relación con la introducción del cine sonoro,

véase el capítulo 3 de Marta García Carrión: Por un cine patrio: cultura cinematográfica y
nacionalismo español, PUV, Valencia, 2012.

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518 Ferran Archilés y Marta García Carrión

clusivamente en castellano. Nunca hubo voluntad alguna de reconoci-


miento de la pluralidad lingüística por parte del Estado. Por definición,
todo proceso de homogeneización cultural (a no ser que desemboque en
una limpieza étnica) tiene sus límites, y así sucedió en el caso español.
En efecto, la pluralidad lingüística en España no desapareció ni en la Res-
tauración ni en resto del siglo XX. Sin embargo, el proceso de nacionali-
zación tuvo un alcance notablemente más exitoso de lo que el relato so-
bre las debilidades de la construcción de la nación española, y de manera
directamente relacionada de las insuficiencias del Estado, hacen suponer.
En nuestro caso, hemos insistido en que la homogeneización lingüística
se desplegó tanto en ámbitos dependientes del Estado, así en la educación
primaria, como en ámbitos no dependientes del mismo: la prensa, la ac-
ción de las culturas políticas fuera del marco del turno o la cultura popular
y de masas. En todos estos casos, impulsada desde arriba y/o desde abajo,
la esfera pública se concibió de manera nacional, de suerte que concedió
un alcance muy limitado a la diversidad cultural (excepto en una dimen-
sión regionalizada políticamente no amenazante). Uno de sus resultados
más duraderos (incluso cuando no hubo un proceso directo de sustitución
lingüística) fue la difusión masiva del castellano. Habida cuenta que esta
era la lengua nacional, la del Estado, todas estas dinámicas tendieron a
fomentar el prestigio social de la misma en detrimento de las demás. Por
otra parte, la creciente integración de una esfera pública en ámbitos como
la política y el ocio, ayudaron a la naturalización («banalización») del es-
pacio nacional. Ciertamente, la posición de los individuos no debió de ser
simplemente pasiva, aunque es mucho lo que nos falta saber sobre este
extremo. La participación desde abajo en los procesos de nacionalización,
y por tanto la aceptación del modelo cultural en juego es algo sobre lo que
cabe reflexionar. Especialmente en la medida en que no puso en cuestión
(ni siquiera entre los excluidos del sistema restauracionista) la aceptación
del espacio nacional. Un espacio nacional, en definitiva, delimitado por el
Estado y forjado en sus zonas de sombra.

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