Sem. Becattini Giacomo PDF
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ISSN: 1695-7253
[email protected]
Asociación Española de Ciencia Regional
España
Becattini, Giacomo
Del distrito industrial marshalliano a la «teoría del distrito» contemporánea. Una breve reconstrucción
crítica
Investigaciones Regionales, núm. 1, otoño, 2002, pp. 9-32
Asociación Española de Ciencia Regional
Madrid, España
ARTÍCULOS
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RESUMEN: El artículo reconstruye ante todo la génesis histórica del concepto del
distrito industrial concentrándose en el pensamiento de un autor, Alfred Marshall, al
que se puede considerar su formulador. Se muestra como el concepto tiene su origen
de la feliz confluencia de la atenta observación de la realidad industrial contemporá-
nea, sobre todo británica, con un intento por dar respuesta a las dificultades de la teo-
ría clásica y, al mismo tiempo, responden al desafío de la lucha de clases (por ejem-
plo, naciones económicas).
Las condiciones económicas que habían impulsado el desarrollo de los distritos in-
dustriales británicos se repiten, grosso modo, en la Italia de la segunda posguerra. Al-
gunos estudiosos han analizado sin prejuicios la industrialización ligera de determi-
nadas regiones en Italia y, volviendo al pensamiento de Marshall, han redescubierto
el fenómeno de los distritos industriales. De ahí nace una abundante literatura que
muy pronto supera las fronteras italianas. Algunos de estos estudios internacionales,
en particular los realizados por expertos españoles, se cita brevemente. El texto exa-
mina el nexo distrito-made in Italy como clave que explica las ventajas competitivas
del producto italiano en muchos sectores (por ejemplo, el textil-moda, calzado, mue-
bles, etc.). Por último, en una tercera parte el documento examina algunos nuevos es-
tudios sobre el distrito industrial en Italia.
ABSTRACT: As a departing point, the paper presents the historical genesis of the
concept of industrial district focusing on the scientific views of the pioneer of this
1
Estoy muy agradecido a diferentes colegas y amigos, sobre todo a N. Bellanca, M. Bellandi, P. Groene-
wegen, T. Raffaelli, G. Dei Ottati y F. Sforzi por sus útiles comentarios, pero esto no comporta, evidente-
mente, ninguna responsabilidad por su parte respecto a la utilización que yo haga de sus observaciones.
Traducción a la lengua castellana a cargo de Mariano Solivellas. Revisión a cargo de Joan Trullén.
9
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field, Alfred Marshall. The concept has its origins in the observation of the current in-
dustrial reality, mainly of the British one. The purpose is to give an explanation to the
difficulties of the classic theory and to study the challenges of the class conflicts.
The economic conditions which launched British industrial districts were present,
grosso modo, in Italy after the second World War. Some contributions have dealt with
the little industrialisation of some Italian regions and using Marshallian thoughts
have rediscovered the industrial districts phenomenon. This is the starting point of a
high number of scientific contribution in Italy and abroad. Some of these internatio-
nal studies, particularly the ones made by Spanish experts, are quoted. The text analy-
ses the link between districts-made in Italy with the competitive advantages of Italian
products in many economic activities (i.e. clothing, shoes, furniture, etc.). Finally, in
the third part the paper reviews some new contributions on the industrial district in
Italy.
2
Cfr. J. Whitaker (editor), (1975).
3
Toda la vida y el trabajo de Alfred Marshall han sido investigados extensamente y con gran maestría
por Peter Groenewegen. Véase Groenewegen (1995).
4
La argumentación marshalliana también es válida en lo que concierne a la integración vertical que se
realiza en la pequeña empresa no especializada. Marshall anticipa aquí, en sustancia, la interpretación
coasiana según la cual, para cada fase distinguible del proceso productivo, se plantea la pregunta de si
conviene mantenerla dentro del proceso productivo o se externaliza, recurriendo al mercado.
5
Por ejemplo: W. Cooke Taylor (1841) y W.L. Sargant (1857), que inspira mucho a Les Ouvriers Euro-
péens di F. Le Play, sobre cuya metodología de investigación Marshall reflexiona atentamente.
6
Entre ellos destaca Mill (1841), Cairnes (1874), Clife Leslie (1888), y también Hearn (1864). Hearn ha
considerado con una cierta atención el fenómeno de los distritos industriales, anticipando de alguna
forma Marshall. Cfr. Pesciarelli (1999). El manual que Marshall tiene en consideración es, sin embargo,
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llega muy pronto a la conclusión de que, por lo menos para ciertos tipos de produc-
ción, existen dos modos de producción eficientes: el conocido, basado en grandes
unidades productivas integradas verticalmente en su interior, y un segundo, basado en
la concentración de numerosas fábricas de pequeñas dimensiones y especializadas en
las diferentes fases de un único proceso productivo en una o varias localidades.
«Encontramos —escriben Alfred y Mary Marshall en su manual de economía—
que determinadas ventajas de la división del trabajo sólo se pueden obtener en las fá-
bricas muy grandes, pero que muchas, más de las que pueda parecer a simple vista, se
pueden obtener de pequeñas fábricas y talleres, con tal de que exista un número muy
elevado en la misma actividad.
La fabricación de un producto, a menudo, se compone de varios estadios distin-
tos, cada uno de los cuales tiene reservado un espacio separado en la fábrica; sin em-
bargo, si el volumen global de la producción es muy elevado puede resultar conve-
niente destinar por separado pequeñas fábricas a cada fase. Si hay muchas fábricas,
grandes y pequeñas, todas dedicadas al mismo proceso productivo, surgirán indus-
trias auxiliares para satisfacer sus necesidades particulares (...)8.
Pero las pequeñas fábricas, sea cual sea su número, se encuentran en clara des-
ventaja respecto a las grandes, a menos que no tengan una muy alta densidad en el
mismo distrito9.
Por lo tanto, tanto las grandes como las pequeñas empresas obtienen beneficios
(...) (de la ubicación de la industria), pero estos beneficios son más importantes para
las pequeñas empresas porque les evitan muchas de las desventajas que sufrirían al
tener que competir con las grandes empresas». Por último, «en estos distritos se ha
desarrollado una posterior subdivisión de la especialización; además, los intercam-
bios por separado han buscado localidades separadas (...). Quienes trabajan la lana
generalmente no viven entre los trabajadores del algodón de Lancashire, sino que se
hallan en Yorkshire, y ellos mismos se dividen en «comercio de la lana cardada» y
«comercio del peinado de la lana» y, a su vez, éstos se subdividen en diferentes ra-
mos, cada uno de los cuales tiene un distrito favorito10».
Como podemos observar, además de la descripción fenomenológica del distrito
industrial, se tiene ya una primera estructuración teórica que se basa en los «benefi-
cios» que, posteriormente, se convertirán en las economías externas11.
el de H. Fawcett (1983) generalmente conocido como «Mill and water», porque se consideraba un resu-
men del de Mill (1848).
7
Hay que destacar que Marshall no fue un armchair economist, sino que mostró siempre, desde joven,
un gran interés por los detalles técnicos y organizativos del proceso productivo, que trata de aprender on
the spot. Baste recordar los dibujos de instalaciones y maquinaria industrial que realizó en un estudio so-
bre las fábricas existentes en los Estados Unidos. Véase Whitaker (1996), vol. 1. pp. 51-59 y 80-81.
8
Ibid., p. 52. Este es el origen de la bifurcación conceptual que conduce, por un lado al distrito indus-
trial, y por el otro al sector industrial o a la filière industrial.
9
Aquí se opta por el «territorio» como instrumento de difusión de las «ventajas».
10
Ibid., p. 47.
11
Entre los estudios que enmarcan históricamente el concepto marshalliano de distrito recuerdo: Bellandi
(1982), Loasby (1998), Raffaelli (2002). Veáse además Loasby (1989) para una útil introducción sobre el tema.
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12
El primer escrito económico marshalliano, de contenido teórico es la recensión (1872) del libro de Je-
vons, de 1871. Cfr. Pigou (1925), pp. 93-100.
13
El primer ensayo de cierto valor teórico de Marshall es precisamente una crítica de las críticas de Cair-
nes a J.S. Mill. Cfr. Pigou (1925), pp. 119-133.
14
Sobre el joven Marshall, veáse Dardi (1984).
15
Sobre esta concepción de «nación económica» me he basado en «Nazione económica e nazione poli-
tica nel pensiero di Alfred Marshall» de Roggi (1994). Veáse también, en el mismo volumen, algunas bre-
ves anotaciones sobre el tema, de Marco Dardi.
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sión extraeconómicos que perfilan estos cuerpos sociales, haciendo que cambie la
«forma» y el grado de cohesión social a través de los años.
Este segundo tipo de nación económica tiene siempre, a diferencia del primero, un
gobierno propio, más o menos explícito, y una «política exterior», más o menos com-
pleta y coherente, que decide las alianzas con grupos análogos o provoca conflictos16.
Esto significa, entre otras cosas, que en una relación dialéctica —que aún ahora se
ha de investigar totalmente—existirían para cada «nación económica» del segundo
tipo, junto a intereses contrapuestos entre masters y men, también un elemento de co-
hesión común que los contrapone a ambos, de manera sólida, con el resto de la socie-
dad. Éste no está dicho que sea el mismo que une a los habitantes de una misma área,
ni que sea el que se supone que mantenga unida a la clase obrera internacional, pero
es evidentemente de aquel tipo17.
¿Cuál es el sentido general de la investigación marshalliana de una nación econó-
mica diferente del estado-nación? A mi parecer expresa el rechazo marshalliano de
buscar el origen de la investigación económica en las entidades del mundo real como
los estados nación y las banales divisiones administrativas. En este sentido, es difícil
definir una nación como una entidad empírica. Incluso la utilización de la historia y
la geografía como medios de clasificación comporta un esfuerzo de contextualización
y abstracción que puede verse condicionado por influencias históricas y geográficas,
numerosas e indeterminadas. Es el movimiento conjunto de las fuerzas socioeconó-
micas quien define y redefine continuamente la unidad del análisis que, de todos mo-
dos, es una «nación económica»; es decir, una pluralidad de individuos más estrecha-
mente interconectados que la media, en una combinación que permanece imprecisa
entre la primera y la segunda versión18.
Se trata de una unidad de investigación que permita, de la mejor manera posible,
el circuito the one in the many, the many in the one. Considero que uno de los rasgos
más distintivos de Marshall, también en el proceso de clasificación, es la importancia
que atribuye a la autopercepción individual, es decir, su preocupación por la manera
de pensar historico-relativa de los individuos pertenecientes a diferentes países y es-
tratos sociales. Podría ser de utilidad hacer hincapié en este punto.
Aparece aquí la posibilidad de un cambio de la clave de lectura típica del economista:
del estudio del comportamiento individual de los productos19 en los mercados, cuya iden-
16
Esta construcción, que puede parecer extravagante para el sentido común contemporáneo, no era en su
momento la boutade de un teórico en su torre de marfil. Baste para demostrarlo el movimiento político
del «guild socialism», al cual Marshall, significativamente, presta atención. Veáse su texto de 1919, Libro
III, parte XIV, 7. En cierto sentido la idea vuelve sobre la formulación corporativista de la «corporación
propietaria».
17
El único economista contemporáneo, que conozca, que se ha planteado este problema citando también a
Marshall, es Jan Steedman en su trabajo de 1986. Sin embargo, no parece haber continuado en esta línea.
18
La modernidad de dicha concepción se ve claramente en el siguiente pasaje de Kindleberger: «El área so-
cial óptima es función del sentido de participación del ciudadano medio, de tener un peso en las decisiones,
de contar (...). Mientras el área económica óptima puede ser amplia, el área social óptima es claramente de
dimensiones más reducidas (…) Además, mientras la escala óptima de la actividad económica se está ha-
ciendo cada vez más amplia, la escala social óptima parece ir reduciéndose» Kindleberger (1989), pp. 87-88.
19
Sobre este tema remito a O. Lange (1952) que escribe en el apéndice: «Por otra parte, en la ciencia
económica la clasificación de los bienes no se puede hacer sobre bases puramente arbitrarias, porque en
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tificación condiciona en gran medida las conclusiones que se derivan de la teoría econó-
mica, al estudio de comportamientos típicamente propios de sujetos representativos en el
espacio de las necesidades (o deseos). Obviamente, este planteamiento remite a reagru-
paciones humanas representadas por un limitado número de agentes (por ejemplo, los ha-
bitantes de determinadas ciudades20) y/o empresas (es decir, una «población» de empre-
sas). Si esta diferente forma de «percibir» los fenómenos sociales, que Marshall adelanta
en sus manuscritos juveniles, se hubiese consolidado21, se habrían producido importantes
consecuencias, tanto en la división del trabajo científico relativo a los fenómenos socia-
les22, como en el posterior desarrollo del pensamiento estrictamente económico.
tal caso las leyes de la economía dependerían de la particular clasificación adoptada. Esto limitaría el sig-
nificado de los planteamientos económicos hasta el punto de hacerlos inútiles».
20
A.C. Pigou pone en la base de su economía del bienestar, claro desarrollo de las ideas marshallianas, la
posibilidad de concebir «componentes representativos de grupos de individuos como los ciudadanos de
Birmingham o los de Leeds». Cfr. A.C. Pigou, «Algunos aspectos de la economía del bienestar», en Saggi
sulla moderna economia del benesere, a cargo F. Caffè, Turín, Einaudi, 1956, p. 12.
21
Marshall, asediado por una economía que busca una vía totalmente distinta, no tiene la fuerza para lle-
varlo a sus últimas consecuencias, sino que a) sigue inspirando «subterráneamente» el planteamiento
marshalliano hacia el estudio de los fenómenos económicos; b) determina la incompatibilidad «pro-
funda» respecto a la economía mainstream.
22
La división de los estudios sobre la sociedad en economía, sociología, antropología, psicología social,
y otras ciencias, que se afirmó en la segunda mitad del siglo XIX, habría sido insostenible.
23
En particular después de los estudios de T. Raffaelli. Cfr. Raffaelli (1994).
24
Para un marco más general de las anomalías marshallianas respecto al pensamiento económico mains-
tream, remito a «Anomalías marshallianas «(2000a). Hay una versión en inglés el «Marshallian Anoma-
lies», 2000, nueva serie. http://www.cce.unifi.it/dse/marshall/welcome.htm.
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Muchos fragmentos histórico-conceptuales del proceso que lleva desde los centres of specialized skill de la
época preindustrial al distrito industrial, están dispersos en varios capítulos y apéndices de Marshall (1919).
32
Cfr. Pigou (1925), pp. 142-151.
33
Marshall prefiere más bien hablar de «semiautomatismos». Véase Marshall (1919), p. 599.
34
Este distingue netamente el distrito marshalliano de cualquier construcción puramente involuntaria de
sistemas locales, como, por ejemplo, las obtenidas de una extensión de los esquemas hayekianos. Cfr. Pa-
rri (1997), pp. 175-190.
35
Para una profundización mayor, véase Becattini (2000b), p. 23.
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todos los economistas posteriores siguieron pensando durante mucho tiempo— sino
otros caminos (dos, por lo menos), uno de los cuales habría contemplado la reproduc-
ción de aglomeraciones territoriales de medianas y pequeñas empresas.
El precoz descubrimiento de «más vías hacia la industrialización», que, entrela-
zándose e imbricándose entre sí, coexisten, habría podido tener consecuencias de
amplio alcance. Cito algunas: a) contemplando la persistencia y el desarrollo de for-
mas de trabajo autónomo y de pequeña empresa36 en ciertos sectores productivos, se
habría refutado la extrapolación mecanicista de una polarización social del capita-
lismo industrial en las dos clases de propietarios y de proletarios37; b) en previsión
de un capitalismo que va hacia pocas megalópolis, se habría dirigido los estudios te-
rritoriales hacia una pluralidad y una alternancia de modelos de ocupación territo-
rial; c) proponiendo una pluralidad de correspondencia entre la actividad productiva
y la vida ordinaria de la gente, se habría planteado la imagen de una producción que
se encierra progresivamente en la fábrica o en «la zona industrial», explotando y va-
ciando los contextos socioculturales y naturales38; d) desplazando la idea «fácil»,
elaborada por los críticos socialistas del capitalismo, de que la tendencia hacia la
concentración técnica, económica y financiera de la industria prepara el camino para
el traspaso generalizado de la propiedad privada a la pública, se habría ahorrado a la
humanidad amargas desilusiones39.
Por otra parte, la duda radical acerca de la unidad de análisis adecuada para la
economía, cultivada por el joven Marshall, genera dudas sobre el hecho de asumir
acríticamente las compartimentalizaciones empíricas, como el estado-nación de un
cierto momento histórico, y nos prepara para la fase de descomposición–recomposi-
ción territorial (integración internacional y segmentación subnacional)40.
Por lo tanto, las consecuencias económicas, culturales y políticas de la «anomalía
del distrito», si ésta se hubiera consolidado, habrían podido ser notables. Pero el Mars-
hall de la madurez, inmerso en el clima del fordismo triunfante, ante el que de todos
modos se muestra crítico41, flirteó con la teoría del valor dominante y trasladó sus eco-
36
Se trata de un tema recurrente en las obras de Marshall, que cae en un ambiente culturalmente no re-
ceptivo y acaba con otorgar a Marshall una cierta etiqueta de laudator temporis acti.
37
Marshall no accede a la idea de ineluctabilidad de la concentración de la riqueza y de la miseria en los
dos extremos de la sociedad. Él ve en el capitalismo fuertes tendencias hacia ese final, pero ve tendencias
contrarias de carácter sobre todo económico (por ejemplo, la tendencia hacia la burocratización de lo
«grande», sea público como privado, contrapuesta a la infinita reserva de fresca iniciativa constituida por
el mundo de los «pequeños» (que desea emerger), aunque también moral e intelectual (la tendencial «ci-
vilización» por parte de todos los estratos sociales).
38
No es por casualidad que Marshall mantenga siempre una actitud «problemática», que lo hace muy
impopular entre los exponentes de la izquierda política y sindical, hacia el llamado sweating system, que
para él constituye una de las formas de embeddement de la industria en la sociedad y que también puede
ser el origen de fenómenos de desarrollo. Cfr. Pigou (1925), p. 225.
39
Cfr. Marshall (1919).
40
Kindleberger escribe: «la desintegración social y política (…) explica una tendencia hacia las unidades
más pequeñas. La reacción contra las multinacionales (…) es una respuesta a la intrusión de elementos
extraños y al temor de que sujetos ajenos al grupo estén tomando decisiones que lo condicionan». Véase
Kindleberger (1989), p. 87.
41
Notables reservas, penetrantes y equilibradas, que Marshall, escondiendo su modelo en el cajón (Ye
Machine), hace a la organización científica del trabajo, acogidas por lo general de manera acrítica por el
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nomías externas-internas desde el distrito industrial, donde habían nacido, hacia el sec-
tor productivo42, donde, como es bien sabido, no encajaban demasiado bien.
pensamiento económico mainstream e incorporadas sin ninguna lógica, con los resultados que conoce-
mos, a la ideología de la planificación socialista. Cfr. Marshall (1919).
42
Aludo a las críticas de Sraffa. Sobre los motivos de este cambio de ruta, el tema da para mucho y no lo
tengo muy claro, por lo que lo aplazo para otro momento. En su primera crítica a Marshall, Sraffa capta
perfectamente la alternativa, pero no desarrolla el tema territorial. Cfr. Sraffa (1925).
43
Sobre este origen «toscano» de la nueva literatura sobre los distritos industriales, véase: G. Becattini,
M. Bellandi, G. Dei Ottati, F. Sforzi, (2002).
44
En una primera y no profunda categorización se habla de la Tercera Italia (Bagnasco) o de Norte-Este-
Centro (Fuà), pero desde un principio está presente la convicción de que las causas de la eficacia productiva
de poblaciones de pequeñas empresas residen en algún factor que une el aparato de producción a su hinter-
land sociocultural. Permítanme que remita a mi escrito de 1978. Cfr. Becattini G. (1978), pp. 107-123.
45
Cfr. Brusco (1989), pp. 59-154.
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consideración, en el análisis a medio y largo plazo, de la red próxima de las conjunciones y conexiones de
coste. Cfr. Marshall (1919), Libro II, cap. 1.
50
Naturalmente para darse cuenta es necesaria una teoría económica capaz de captar el fenómeno. Los
distritos pueden surgir en la realidad y, sin embargo, la teoría prevalente ignorar esta percepción. Es aquí,
en la intersección dialéctica entre los fenómenos y la teoría, donde reside la importancia decisiva de la
ruptura marshalliana de la ortodoxia clásica y marxista (y después también neoclásica).
51
Marshall no piensa sólo en los grandes centros, como Sheffield, sino también en los pueblos que ro-
deaban Londres antes de su gran expansión y que se podrían haber convertido en distritos industriales al-
ternándose con zonas agrícolas.
52
En la época victoriana esto significaba: casa con jardín, un salón elegante a ser posible decorado con
empapelado Morris, hijos en colegios privados, etc.; en la Italia de la posguerra: piso en la ciudad, elec-
trodomésticos, coche, vacaciones etc.
53
F. Pyke y W. Sengenberger, llamarán «vía alta» al incremento de productividad, en contraposición a la
«vía baja», basada, precisamente, en la explotación. Cfr. Pyke y Sengenberger (1992). No puedo dejar de
mencionar, por el papel decisivo jugado en la difusión internacional de la temática del distrito, el pro-
grama de investigación del International Institute for Labour Studies (ILLS, Ginebra) sobre The New In-
dustrial Organization, iniciado en 1986 y coordinado por W. Sengenberger, con la colaboración inicial de
M.J. Piore. Dicho programa ha producido diferentes libros: de F. Pyke, G. Becattini y W. Sengenberger (a
cargo de) (1990) a F. Cosentino, F. Pyke y W. Sengenberger (a cargo de) (1996).
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torial de empresas. Expulsadas del sector por las críticas bien conocidas de Sraffa54 y
pocos apreciadas por los economistas mainstream, por cuanto eran base teórica de la
intervención del Estado en la economía55, las economías externas vuelven a entrar de
este modo en el debate italiano, con un salto de un siglo y bajo su forma territorial56.
Debe decirse, de todos modos, que ésta no es la única vía57 que lleva a los estu-
diosos italianos a la formulación del concepto de distrito industrial. Por ejemplo, Se-
bastiano Brusco llega al distrito industrial a partir de una base teórica que no es en ab-
soluto marshalliana. Aplicando su análisis a la fenomenología industrial de la
Emilia-Romagna, Brusco llega al concepto de distrito industrial sin la ayuda de las
economías externas-internas y a pesar del hándicap —que yo sigo considerándolo
como tal— de su formación sraffiana58.
54
Me refiero a la controversia sobre costes iniciada a partir del famoso artículo de Clapham. Véase en
este sentido Clapham (1922a) y también Clapham (1922b).
55
Me refiero a la línea de estudios que se genera a partir de The Economics of Welfare (1920) de A.C. Pigou.
56
Permítaseme recordar que el primer texto, por lo que yo sé, en el que las economías internas-externas
vuelven a ejercer el papel que el joven Marshall les había asignado es: Istituto Regionale Programma-
zione Económica della Toscana (IRPET) (1969). Vuelto a publicar en Becattini (1999), pp. 116-146.
57
Temo haber olvidado varias vías de acceso al concepto de distrito industrial y pido excusas a los cole-
gas que han sido «ignorados», en una proxima oportunidad realizaré un examen más completo. Pero por
lo menos deseo dar una lista de un número de libros y ensayos para enmarcar el fenómeno, a partir de los
cuales el lector podrá tener un panorama más completo: Garofoli (1983); Becattini (1987); Brusco
(1989); Gobbo (1989); Pyke, Becattini y Sengenberger (1991); Nuti (1992), 2 volúmenes; Onida, Viesti e
Falzoni (1992); Bellandi y Russo (1994); Dei Ottati (1995); Brusco y Paba (1997); Varaldo y Ferrucci
(1997); Belfanti e Maccabelli (1997); Corò y Rullani (1998); Bagella y Becchetti (2000), Belussi e Got-
tardi (2000); Tattara (2001); Becattini, Bellandi, Dei Ottati y Sforzi (2001), G. Provasi (2002); A. Alaimo
(2002); G. Becattini e F. Sforzi (a cura di) (2002). La bibliografía es mucho más amplia, pero creo que los
trabajos antes citados, más otros ya mencionados, recogen lo esencial de la mayor parte de los estudios
italianos y extranjeros sobre los distritos industriales.
58
¿Por qué hablo de handicap? Porque toda la construcción teórica de Sraffa está dirigida a prevenir la
entrada del empresariado en el core de la teoría económica. Resulta extraordinario que, partiendo de este
presupuesto, Brusco haya llegado a esas auténticas incubadoras de empresariado que son los distritos in-
dustriales. La historia de este enfoque del problema se reconstruye en buena parte en el libro de Brusco de
1989. Como confirmación de esta tendencia del pensamiento marxista en ignorar el empresariado, Peter
Groenewegen, leyendo ese texto, me ha recordado que Maurice Dobb, en 1923, presentó un trabajo en el
«The Entrepreneur Myth» en la sección económica del club de Cambridge The Heretics.
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zación de los «new industrial spaces» por parte de los geógrafos anglófonos (A. Scott
y M. Storper de UCLA de Los Ángeles, A. Amin y K. Robins de Durham, etc.) y el
grupo de estudio (1986) constituido en Ginebra, en el IILS, por W. Sengenberger con
la colaboración de F. Pyke y M.J. Piore.
Merece señalarse también la intensa interacción que se produjo en los años ochenta y
noventa entre el grupo de los «distrettualisti» italianos y un grupo de economistas catala-
nes: M.T. Costa Campi, J. Trullén, E. Barò y otros. En una serie de seminarios y confe-
rencias en la Universidad de Barcelona y en la Universidad Autónoma de Barcelona los
temas del distrito industrial se debatieron ampliamente, en un momento en el que el pen-
samiento económico italiano con pocas excepciones, como G. Garofoli, todavía se resis-
tía con fuerza a dichas teorías. Como testimonio de estos intercambios, se debe recordar
que: a) la primera traducción en lengua extranjera del artículo Dal settore al distretto se
hizo en catalán en el primer número de la Revista Econòmica de Catalunya (1986);
b) una primera versión del artículo sobre el Distretto industriale marshalliano come con-
cetto socioeconomico apareció en 1987 en los Papers de los Seminarios de la Universi-
dad Autónoma de Barcelona. Otros testimonios de este intenso intercambio los encontra-
mos en las lecciones impartidas durante las Settimane sullo sviluppo locale di Artimino
por M.T. Costa (1994) y J. Trullen (1996) y en un artículo en la revista de Florencia Il
Ponte (1993). Otro contacto entre estudiosos italianos y españoles sobre el desarrollo lo-
cal se realizó a través de Juan Juste Carrión de la Universidad de Valladolid quien pasó
un curso académico en Florencia. Pero la red de relaciones entre estudiosos italianos y
españoles sobre desarrollo local es mucho más amplia y en ella trabajan, del lado ita-
liano, las Universidades de Pavía, Udine, Módena y otras, y del lado español las de Ma-
drid (UAM), Valencia, Alicante, Oviedo y otras. También se estableció una relación en-
tre el grupo de investigadores de Florencia y el Institute of Competitiveness de Barcelona
dirigido por E. Duch, que se remite a las ideas de Michael Porter.
Otros centros de debate sobre estos temas son el Institute for Development Studies
de Brighton, el centro Max Planck, la Hosey University de Tokyo, varias universida-
des escandinavas, indias y de América Latina. De todas formas, repito que son apun-
tes nada completos; en conjunto se puede concluir que la difusión de estos estudios
ha sido de tal magnitud que se puede predecir el inicio de una segunda fase más siste-
mática. Entre los numerosos signos de esta incipiente nueva época señalaré la institu-
ción de un curso de Economía de los distritos industriales por parte de la Universidad
de Florencia y el nacimiento (1994) de la revista Sviluppo locale, que dedica particu-
lar atención al tema de los distritos industriales.
60
Cfr. Porter (1990).
61
Véase como ejemplo, Bagella y Becchetti (2000).
62
Cfr. Diferentes libros de Fortis, pero, sobre todo, los de 1996 y 1998. Sobre el singular recorrido de
aproximación de Fortis a la temática del distrito industrial, véase su testimonio sobre el debate reprodu-
cido en el número 21 de sept.-dic. 2001, pp. 78-84, de la revista Antología Vieusseux.
63
Cfr. Conti y Menghinello (1996), pp. 286-303.
64
Cfr. Becattini y Menghinello (1998), vol V, núm. 9.
65
Cfr. Sforzi (1989) y ISTAT (1997).
66
Cfr. ISTAT (1996), pp. 262-271.
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24 Giacomo Becattini
67
Cfr. Signorini (2000).
68
Es útil recordar también las investigaciones sobre los distritos y sobre los localismos de dos institucio-
nes de investigación de Roma: el Centro Studi Investimenti Sociali (CENSIS) y el Istituto Tagliacarne
dell’UICCIA.
69
Cfr. Dei Ottati (1995); Bellandi y C. Trigilia (1991), núm. 70, pp. 121-152; Becattini (2000b).
70
Para una primera cuantificación de las empresas de fase y de su dinámica desde la II Guerra Mundial,
véase L. Lazzeretti y D. Storai (1996).
71
Cfr. Ciappei y Mazzetti (1996).
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cante autónomo) que funcionaba de interfacie con el mercado exterior. Las familias
se repartían sobre todo de acuerdo con su posición en el proceso productivo local
(empresarios industriales «finales», trabajadores asalariados «sencillos», intermedia-
rios del textil, comerciales, etc.).
Pero, sobre todo, encontramos, con sorpresa, que los precios de los productos se-
mielaborados constituían un sistema anclado, por una parte, en los precios de los mis-
mos (o casi) productos existentes en el resto del mundo y, por otra, en las condiciones
de reproducción social del conjunto de las familias de los empresarios de fase. El ni-
vel relativo de los precios de las operaciones de transformación, por cuanto definidor
de las rentas de un grupo socioeconómico esencial del distrito, se combinaba con el
nivel de salarios y el de los beneficios de las empresas finales, a la hora de definir la
compatibilidad del sistema.
Lo que para mí se deduce de cuanto se ha expuesto es la idea de que existe una
correspondencia íntima, en conjunto reproductiva, entre un determinado bloque espa-
cialmente ubicado y circunscrito de relaciones económico-productivas y un determi-
nado bloque de relaciones socioculturales también ubicado y circunscrito72. Un desa-
rrollo posterior, quizás no del todo elaborado todavía, es la definición de la relaciones
de sinergia y antagonismo entre «los dos motores» de la economía italiana: grandes y
medianas empresas líderes y distritos industriales73.
La investigación dirigida por Signorini, citada con anterioridad, ha confirmado,
por una vía totalmente independiente y una metodología completamente diferente,
muchísimas de aquellas relaciones, llegando hasta el punto de hacer suya una conclu-
sión del distrito más estricta, según la cual la unidad de análisis apropiada para los es-
tudios de economía industrial no es la empresa individual, sino siempre un grupo de
empresas, tal vez identificado en el territorio74; se trata de una afirmación de peso y,
como bien se puede deducir, llena de implicaciones teóricas.
3. Trabajos en curso
3.1. Del estudio del distrito como tal al estudio de las formas del
proceso de industrialización
A partir de este estadio del análisis del distrito se abren por lo menos dos vías: la
profundización de los estudios del distrito como unidad elemental de investigación,
que separe conceptualmente sus partes (por ejemplo, aparato productivo, red insti-
tucional, sistema de valores, etc.), para después analizarlas una a una y por último
conectar los resultados del análisis en el «sistema local»; y el paso a un nivel supe-
rior de investigación, es decir, la búsqueda de los procesos de cuya actuación con-
junta se deriva la naturaleza, de distrito o no, de una determinada distribución terri-
torial manufacturera. En una primera etapa he seguido la primera vía75; después,
72
El texto en el que se han reflejado estas conclusiones es Becattini (1990).
73
El tema ha sido estudiado principalmente por Bellandi (2001).
74
Cfr. Signorini (2000), p. XXII.
75
Esta fase de estudios de mi grupo está resumida en Pyke, Becattini y Sengenberger (1990).
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26 Giacomo Becattini
visto que también ésta llevaba a una especie de frenética «caza del distrito», en el
espacio y en el tiempo76, con un contenido taxonómico demasiado alto, he prefe-
rido intentar una descomposición del fenómeno en varios procesos diferentes, con-
vergentes en su nacimiento, paralelos en su trayectoria vital y divergentes en la di-
solución del distrito.
Los procesos que considero que he identificado son los siguientes; a) la subdivi-
sión progresiva, cuidada y autocontenida de ciertos procesos productivos y de aqué-
llos complementarios de los mismos e instrumentales; b) la formación y la reproduc-
ción en el tiempo de nexos dinámicos entre, por un lado, «complejos de habilidades
productivas especializadas» que se han formado en determinados ámbitos territoria-
les y, por el otro, «núcleos de necesidades» que se han delineado en el espacio gene-
ral de las necesidades77; c) la consolidación en instituciones, formales e informales,
materiales e inmateriales, de prácticas sociales que respetan, a la vez, las condiciones
de competitividad y de reproducción social y natural del sistema local; d) la integra-
ción dinámica entre saber productivo contextual78, muy a menudo tácito, y saber pro-
ductivo científico-técnico, o codificado, en el proceso productivo; e) la formación de
figuras e instituciones (integradores versátiles) que median entre la exigencia de es-
pecialización y la de la versatilidad; f) la formación, la consolidación, la «desviación»
y la disolución de los «sentimientos de pertenencia» de los agentes individuales de la
producción social; g) por último y en resumen, el continuo alimentarse de la movili-
dad social y profesional a nivel local.
76
Cfr. Becattini (1998).
77
Hago mención en este punto a un intento teorizador, tal vez no del todo elaborado, que recoja en duali-
dades orgánicas núcleos de necesidades percibidos como unitarios (por ejemplo, el vestido, o, dentro del
mismo, el calzado), continuamente modificados por las disgregaciones y nuevas agregaciones, en el ám-
bito mundial, de las necesidades reconocidas, con núcleos territoriales de know how productivo enraiza-
dos en la historia y en la geografía de los lugares.
78
Para más aclaraciones me remito a Becattini y Rullani (1993) y a Nonaka y Takeuchi (1997).
79
El problema más difícil y aún por resolver es precisamente el del análisis de la fuerzas, internas y ex-
ternas, que determinan la autocontención.
80
La referencia esencial y casi única es Young (1928).
81
Sobre este nexo son fundamentales los ya recordados textos de T. Raffaelli.
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28 Giacomo Becattini
Existe otra dimensión del fenómeno del distrito que a menudo se escapa: con el final
del «fordismo», la eficiencia y la capacidad innovativa, y por lo tanto la competitivi-
dad de la empresa, dependen mucho más que antes del esfuerzo productivo, de la co-
rrección y de la «flexibilidad» de los trabajadores subordinados y de las empresas que
forman parte del «equipo». Si, por ejemplo, un suministrador se siente tiranizado, no
irá nunca más allá de los límites fijados por el contrato, tal vez trampeará un poco y
en cualquier caso se considerará libre de cambiar de cliente cada vez que las condi-
ciones se lo sugieran o permitan.
En resumen, el empresario no puede pedir a sus partner (trabajadores y suminis-
tradores) que se impliquen demasiado en el desarrollo, o en la salvación, de su em-
presa cuando esté muy claro que, llegada la ocasión, él no dudaría en despedir al asa-
lariado y/o cambiar de suministrador. La situación es distinta en el distrito industrial
ideal, porqué aquí: a) el coste de producción del «equipo representativo» de empre-
sas85 depende de forma «manifiesta» del funcionamiento global de la sociedad local,
de la que forman parte importantes decisiones (por ejemplo, plan general de urba-
nismo, sistemas de depuración, vialidad, etc.) tomadas por entes públicos elegidos
por todo el mundo; b) tanto el trabajador como el suministrador «medio» conocen
perfectamente la coyuntura general de la «empresa distrito». En pocas palabras, en el
distrito los trabajadores y los suministradores saben que no están inermes en manos
de las empresas finales, que fuera del distrito están limitadas en su búsqueda de tra-
bajo a bajo coste sólo por la competencia de otras empresas en la demanda de trabajo.
Éstas son las bases para una verdadera y realista concertación86. Es como si en las ca-
bezas de los representantes de las partes existiera un modelo simplificado del funcio-
namiento del distrito, que define para cada nivel de integración el margen de oscila-
ción del tipo de salario medio y del precio de cada una de las operaciones de
transformación (hilado, cosido, tinte, etc.). Dicho margen no es muy amplio y cada
una de las partes tendrá buen cuidado de no destruir, junto a la otra parte, la gallina de
los huevos de oro (siempre que la vea como tal) que es el vivir en un sistema local
como el distrito, en el que los fortísimos impulsos de la competitividad se mezclan
con extendidos fenómenos de cooperación, buena información e integración entre los
agentes87.
3.4. En resumen
85
La descomposición real del ciclo productivo en operaciones efectuadas por empresas diferentes nos
dice que la mínima unidad productiva representativa no es la empresa sino el «equipo» de empresas.
86
Gabi Dei Ottati ha desarrollado este punto en Dei Ottati (2001).
87
Esto recuerda muy de cerca algunas expresiones típicas del análisis de Kindleberger.
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confirma el error del Marshall de madurez de no extraer explícitamente todas las con-
secuencias de esta convicción88.
El objetivo general, obviamente remoto, del tipo de análisis que aquí se propone
es la identificación de algunas formas organizativas autoreproductivas del proceso
productivo social definidas, todas ellas, por una determinada combinación de proce-
sos, como se indica en el apartado 3.1. El distrito industrial es la forma autoreproduc-
tiva que la realidad italiana nos ha dado, pero nada puede negar que puedan existir
otras. En realidad, la auténtica unidad de análisis en última instancia en el estudio del
cambio tampoco es el distrito industrial, sino una entidad que hasta un cierto punto,
aunque sea cambiante con la modificación del contexto, sigue siendo ella misma. Al
final de este proceso de investigación podríamos encontrar no un conjunto de merca-
dos de productos homogéneos y bien especificados en la búsqueda de equilibrios irre-
levantes o imposibles entre una demanda y una oferta que cambian de «significado»
con la transformación cualitativa de los bienes, sino áreas de congruencia (siempre
temporal, pero de todos modos a medio y largo plazo) de aquellos procesos a la vez
económicos y socioculturales. Pues bien, justamente ésta es la meso-economía que
necesitamos.
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88
La posición de Marshall en 1906 sobre este tema está explicada en Raffaelli (1996) núm. 1. Yo mismo
analizo este tema de forma más extensa en Becattini (2002).
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