HOJA DE PRÁCTICA 5 SEMANA Sesión 2

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SEMANA 5: PRÁCTICA 2

Integrantes : E.A.P: Economía


· Antonio Chávez, Ángel César
· Zambrano Martínez, Edward Amancio
· Quevedo Carrión, Manuel Andrés
· Puma Sánchez, Josué David
· Juárez Pimentel, Joseph Hugo Claudio

I. En el cuento “Ángel de Ocongate”, de Edgardo Rivera Martínez, reconoce las


tildes y explique a qué tipo de tildación pertenece. Asimismo, reconoce
cada mayúscula y explique por qué se colocó la mayúscula.

EL ÁNGEL DE OCONGATE

Quien soy yo sino apagada sombra en el atrio de una capilla en ruinas, en medio de
una puna inmensa. Por instantes silva el viento, pero después regresa todo a su
quietud. Hora incierta, gris, al pie de ese agrietado imafronte. En ella es más ansioso y
febril mi soliloquio. Y cuán extraña mi figura –ave, ave negra que inmóvil reflexiona-.
Esclavina de paño y seda sobre los hombros, tan gastada, y, sin embargo, espléndida.
Sombrero de abolido plumaje, y jubón camisa de lienzo y blondas. Exornado tahalí.
Todo en harapos y tan absurdo. ¿Cómo no habían de asombrarse los que por primera
vez me vieron? ¿Cómo no iba a pensar en un danzante que andaba extraviado en la
meseta? Decían, en lengua de sus ayllus: “¿Quién será? ¿De qué baile serán sus
ropajes? ¿Dónde habrá danzado?”  Y los que se topaban conmigo preguntaban:
“¿Cómo te llamas? ¿Cuál es tu pueblo?” Y como yo callaba y advertían el raro fulgor de
mis pupilas, y abstraimiento, mi melancolía, acabaron por considerar que había
perdido el juicio y la memoria, quizás por el frenesí de la danza misma en la que había
participado. Y comentaban: “No recuerda ni a su padre ni a su madre ni la tierra donde
vino al mundo. Y nadie tal vez lo busca…”. Se santiguaban las ancianas al verme, y las
muchachas se lamentaban: “Joven y hermoso es, y tan triste…”. Y así por obra de esa
supuesta insanía y de mi gravedad, de mi extrañeza, se acrecentó la sensación de
extrañeza que mi presencia provocaba. Una sensación tan acusada que por fuerza

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excluyó toda posibilidad de burla. Hubo incluso pastores que, movidos por un temor
mágico, ponían a mi alcance bolsitas de coca en calidad de ofrenda. Y como nadie me
oyó hablar nunca, ni articular siquiera un monosílabo se concluyó que había perdido
también el uso de la palabra. Era comprensible tal pensamiento pues solo a mí mismo
me dirijo en una fluencia razonada que no se traduce ni en el más leve movimiento de
mis labios. Solo a mí, en una continuidad silenciosa ya que una tenaz resistencia
interna me impide toda forma de comunicación y todo intento de diálogo. Y así es
mejor, sin duda. Sea como fuere esa imagen de forastero enajenado y mudo, que se
difundió con gran rapidez, redundó en beneficio de mi libertad, porque no ha habido
gobernadores ni varayocs que me detuvieran por deambular como lo hago.
Compartían más bien esa mezcla de sorpresa, temor y compasión que experimentaban
frente a mí sus paisanos. Sobre unos y otros pesaban, además, creencias ancestrales,
por cuya virtud mi “locura” adquiría una dignidad casi sobrenatural. ¡Mi demencia! No
me ha incomodado, en ningún momento, el rumor que al respecto se expandió, pero
de cuando en cuando me asediaba la duda. ¿Y si a pesar de todo era verdad aquello?
 ¿Si realmente fui danzante y olvidé todo? ¿Si alguna vez tuve un nombre, una casa una
familia? Inquieto, me acerca a los manantiales y me observaba. Tan cetrino mi rostro, y
velado siempre por un halo fúnebre. Idéntico siempre a mí mismo, en su adustez, en su
hermetismo. Me contemplaba, y tenía la seguridad de que jamás había desvariado, y
de que jamás tampoco fui bailante.  Certeza puramente intuitiva, pero no por ello
menos vigorosa. Mas entonces, si nunca desvarió mi espíritu, ¿cómo entender la
taciturna corriente que me absorbe? ¿Cómo explicar mi atavío y la obstinación con la
que a él me aferro? ¿Por qué esa vaga desazón ante el lago? No, no podía responder a
esas preguntas, y era vano asimismo encontrar una justificación para unas manos tan
blancas y un hablar que no es de misti ni de campesino. Y más inútil aún tratar de
contestar a la interrogación fundamental: ¿quién soy, entonces? Era como si en un
punto interminable del pasado hubiese surgido yo de la nada, vestido ya como estoy, y
balbuceando, angustiándome. Errante ya y ajeno a juventud, amor, familia. Encerrado
en mí mismo y sin acordarme de un principio ni avizorar una meta. Iba, pues, por los
caminos y los páramos, sin dormir ni un momento ni hacer alto por más de un día.
Absorto siempre en mi callado monólogo, aunque me acercase a ayudar a un anciano
bajo la lluvia, a una mujer con sus pequeños, a un pongo moribundo en una pampa

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desolada. Concurría a los pueblos en fiesta, y escuchaba con temerosa esperanza la
música de las quenas y los sicuris, y miraba una tras de otra las cuadrillas, sobre todo
las que venían de muy lejos, y en especial las de Copacabana, de Oruro, de Zepita, de
Combapata. Me conmovían sus interpretaciones, mas no reconocí jamás una melodía
ni hallé una vestimenta que se asemejara a la mía. Transcurrieron así los años y todo
habría continuado de esa manera si el azar - ¿el azar, en verdad? – no me hubiera
llevado, al cabo de ese andar sin rumbo, al tambo de Raurac. No había nadie sino un
hombre viejo que descansaba y me miró con atención. Me habló de pronto y dijo en un
quechua que me pareció muy antiguo: “Eres el bailante sin memoria. Eres él, y hace
mucho que caminas. Anda a la capilla de la Santa Cruz, en la pampa de Ocongate.
¡Anda y mira!”. Tomé nota de su consejo y de su insistencia, y a la mañana siguiente,
muy temprano, me puse en marcha. Y así, después de tres jornadas, llegué a este
santuario abandonado, del que apenas si quedan la fachada y los pilares. Subí al atrio y
a poco mis ojos se posaron en el friso y los pilares, bajo esos arcos adosados. Y allí, en
la losa quebrada otrora por un rayo, hay cuatro figuras en relieve. Cuatro figuras
danzantes. Visten esclavina, jubón, sombrero de plumas, tahalí. Imágenes no de santos
sino de ángeles como los que aparecen en los cuadros de Pomata y del Cuzco. Son
cuatro, más el último fue alcanzado por la centella y solo quedan los contornos de su
cuerpo y las líneas de las alas y el plumaje. Cuatro ángeles, al pie de esa floración de
hojas, frutos y arabescos de piedra ¿Qué baile es el que danzan? ¿Qué música la que
siguen? ¿Es el suyo un acto de celebración y de alegría? Los contemplo, en el silencio
glacial y terrible de este sitio, y me detengo en la silueta vacía del ausente. Cierro
luego los ojos. Sí, solo una sombra soy, apagada sombra. Y ave, ave negra sin memoria,
que no sabrá nunca la razón de su caída. En silencio, siempre, siempre y sin término la
soledad, el crepúsculo, el exilio…

Edgardo Rivera Martínez

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Clasificación de las tildes
1) Agudas: Después, celebración, pareció, jubón, hallé , sabrá, difundió, redundó,
excluyó, concluyó, compasión, frenesí, además, acrecentó, interrogación,
ningún, expandió, olvidé, tomé, miró, jamás, desazón, desvarío, así,
comunicación, ponían, pareció, vacía, será, allí.
2) Graves: Ángel.
3) Esdrújulas: Crepúsculo,término,espléndido, mágico, diálogo, angustiándome,
fúnebre, páramos, música, imágenes, idéntico, ángeles, último,
líneas,monólogo.
4) Hiato acentual: Habían,decían ,advertían, melancolía, insanía, mía, conmovían,
ponían, caída, compartían, vacía.
5) Palabras compuestas: Inmóvil, monosílabo.
6) Tilde diacrítica: Más , cuán, él, más,mí, aún.
7) Tilde enfática: Quién, qué, dónde, cómo, cuán.

Mayúsculas :
1) Después del punto seguido: Por, hora, y, Esclavina, sombrero, todo.
2) Nombres de lugares: Copacabana, Zepita ,Combapata,Raurac,Santa
Cruz,Ocongate.
3) Después de un signo de interrogación: Cómo, Decían, y, mi, no, si, inquieto.

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