Evangelizadores Con Espíritu

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Evangelizadores con espíritu

Tarea profética |
En Pentecostés celebramos la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles
reunidos en el Cenáculo. Aquella mañana “quedaron llenos del Espíritu Santo”,
dice el libro de los Hechos. Fortalecidos por el Espíritu, superaron el miedo y el
respeto humano y salieron por las calles de Jerusalén a anunciar a Jesucristo,
muerto y resucitado. Comienza así la tarea de la evangelización. Desde aquel día,
nadie ni nada podrá frenar el ardor evangelizador de los Apóstoles. Lo que ellos
han visto y oído, lo que han tocado con sus propias manos y lo que han
experimentado, lo anuncian a todos, sin excepción: Cristo Jesús, muerto y
resucitado, es el Mesías esperado, el Salvador de la humanidad y el Señor de la
historia. Y este anuncio continuará a lo largo de historia a través de los cristianos,
que acogen la llamada apremiante del Señor: “Id al mundo entero y proclamad el
Evangelio a toda la Creación” (Mc 16,15).
La fe cristiana comenzó a difundirse e irradiarse a través de hombres y mujeres
que actuaban bajo la acción del Espíritu. La tarea de la evangelización no puede
comprenderse sin la acción directa del Espíritu de Dios en la vida y misión de la
Iglesia: Él nos acompaña siempre y nos anima a ser verdaderos testigos de
Jesucristo.
Abiertos a la acción del Espíritu
Necesitamos creer de verdad en la presencia eficaz de la acción del Espíritu Santo
en cada uno de nosotros, para convertirnos en evangelizadores con Espíritu,
como nos dice el Papa Francisco: "Evangelizadores con Espíritu quiere decir
evangelizadores que se abren sin temor a la acción del Espíritu Santo. En
Pentecostés, el Espíritu hace salir de sí mismos a los Apóstoles y los transforma
en anunciadores de las grandezas de Dios, que cada uno comienza a entender en
su propia lengua. El Espíritu Santo, además, infunde la fuerza para anunciar la
novedad del Evangelio con audacia (parresía), en voz alta y en todo tiempo y
lugar, incluso a contracorriente. Invoquémoslo hoy, bien apoyados en la oración,
sin la cual toda acción corre el riesgo de quedarse vacía y el anuncio finalmente
carece de alma. Jesús quiere evangelizadores que anuncien la Buena Noticia no
solo con palabras, sino sobre todo con una vida que se ha transfigurado en la
presencia de Dios (EG 259).
El espíritu del que habla es el Espíritu Santo, pero es bueno tener en cuenta la
reflexión que hace acerca de lo que significa humanamente “tener espíritu”. Con
mucha simplicidad el Papa contrapone un “estar motivado interiormente” con un
“hacer las cosas por obligación”: “Tener espíritu “suele indicar unos móviles
interiores que impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la acción personal y
comunitaria. Una evangelización con espíritu es muy diferente de un conjunto de
tareas vividas como una obligación pesada que simplemente se tolera, o se
sobrelleva como algo que contradice las propias inclinaciones y deseos” (EG 261).
Y también señala Francisco: “Sé que ninguna motivación será suficiente si no
arde en los corazones el fuego del Espíritu. En definitiva, una evangelización
con espíritu es una evangelización con Espíritu Santo, ya que Él es el alma de la
Iglesia evangelizadora” (EG 261).
Tarea de todos
La misión de ser testigos del Evangelio está confiada a toda la Iglesia y a todos los
bautizados. A los fieles laicos corresponde sobre todo “la evangelización de las
culturas, la inserción de la fuerza del Evangelio en la familia, el trabajo, los medios
de comunicación social, el deporte y el tiempo libre, así como la animación
cristiana del orden social y de la vida pública nacional e internacional” (Juan Pablo
II).
Es el Espíritu quien confiere no solo eficacia al anuncio, sino quien comunica
arrojo y libertad interior al evangelizador, incluso cuando su predicación y
testimonio resultan incómodos. La evangelización que nace del Espíritu no es
diplomática, sino profética; no conoce el miedo, no busca contentar a nadie y no
rinde cuentas sino a Dios. En la Evangelización “ninguna motivación será
suficiente si no arde en los corazones el fuego del Espíritu” (EG 261).
Los cristianos laicos están llamados a vivir con mayor estima su dignidad y
vocación cristiana para asumir su responsabilidad y el lugar y papel que les
corresponde en la comunión, vida y misión en la Iglesia y en el mundo. Es el
Señor mismo, quien nos llama a todos a estar con Él y quien nos envía por la
fuerza de su Espíritu a ser sus testigos hasta los confines de la tierra. No estamos
solos. El Señor resucitado cumple su promesa: Él nos precede y acompaña
siempre con la fuerza del Espíritu Santo.

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