SERULNIKOV, Texto para DISSERTAÇÃO

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La acción colectiva popular en los siglos XVIII y XIX: modalidades, experiencias,

tradiciones – Coord. Raúl Fradkin

En torno a los actores, la política y el orden social en la independencia


hispanoamericana1#.
Sergio Serulnikov
Apuntes para una discusión.
[18/05/2010]

El artículo discute algunos problemas de enfoque respecto de la historia política de la


independencia de América Latina. Se argumenta que para comprender cabalmente las muy
disímiles respuestas de las sociedades hispanoamericanas a la crisis general de la monarquía
hispánica en 1808 es necesario una agenda de investigación que adopte una perspectiva
integradora, regional y de larga duración. Esto es, investigaciones que, en contraste con algunos
de los más influyentes y debatidos enfoques recientes sobre el tema, tomen 1808-1810 no como
su punto de partida sino de llegada y que no se focalicen en un campo social determinado (el de
las ideas y las discursos políticos, las modalidades de sociabilidad, las relaciones
socioeconómicas, el honor y el género), sino más bien en la intersección de los mismos, tal y
como se expresaron en prolongados procesos de negociación y conflicto en torno al ejercicio del
poder, en ocasiones a sus principios de legitimidad mismos, en ámbitos regionales específicos,
entre sujetos políticos reales.

Palabras claves: América Latina, colonialismo, cultura, grupos subalternos, historia política,
honor, Independencia

1. En el marco de una reunión académica realizada en la Universidad de Buenos Aires


con motivo del Bicentenario, se propuso a la panelistas reflexionar sobre los actores de la
revolución y el orden social.1 1Este recorte temático -en el que se focaliza el presente
ensayo- me parece particularmente feliz puesto que nos sitúa en el centro de una
problemática clave para interpretar el fenómeno de la independencia. Por un lado, porque
la debacle de la dominación española conllevó también, con muy diversos ritmos y grados
de intensidad, un resquebrajamiento del orden social vigente, de la sociedad de Antiguo
Régimen. Por otro, porque una historia de la revolución, o en rigor una historia política
de la revolución, no puede ser sino en parte una historia de actores. Al menos como yo lo
entiendo, este enfoque supone tres tipos de operaciones. La primera es poner en relación
diversos campos sociales y, por lo tanto, bibliotecas que no siempre han dialogado entre
sí. Me refiero no sólo al vínculo entre acontecimientos políticos y estructuras
socioeconómicas (tan centrales a la historiografía de las décadas del sesenta al ochenta),
sino también a cuestiones que han adquirido gran relevancia en los últimos años, tales

1#
Disponível em: https://journals.openedition.org/nuevomundo/59668
1
1 Jornadas Bicentenario, Instituto de Historia Argentina y Americana “Emilio Ravignani”,
Universidad (...)
como las mutaciones en las modalidades de sociabilidad, la conformación de una esfera
o esferas públicas, los imaginarios y lenguajes políticos o el funcionamiento del estado y
las formas de gobierno. El desafío de una historia de actores es articular estos planos de
la realidad, al mismo tiempo que evitar ser subsumido, colonizado, por ninguno de ellos
en particular. La re-socialización del análisis de lo político, abogada con razón por Raúl
Fradkin para el caso rioplatense en la mencionada reunión, requiere a mi juicio una re-
politización del análisis de lo social, lo cultural y de las ideas2.2

2 Tal aproximación a lo político exige una determinada escala de observación: una


perspectiva local o regional. Se trata de una elección más compleja de lo que aparenta.
En los últimos años, algunos de los trabajos más influyentes y controversiales en el campo
–pienso por ejemplo en los de François-Xavier Guerra o Jaime E. Rodríguez- han más
bien adoptado un enfoque que, a falta de mejor definición, llamaríamos global3.3 Su
unidad de análisis no es sólo Latinoamérica sino todo el ámbito iberoamericano. Que ello
tiene significativos beneficios está fuera de duda. En principio, debido a que hay ciertos
temas (las tradiciones políticas hispánicas, la estructura de gobierno colonial, las reformas
imperiales borbónicas, el surgimiento del nacionalismo criollo) que sólo pueden ser
cabalmente comprendidos en esa dimensión. Y también porque este tipo de mirada es un
necesario paliativo contra las tradicionales historias patrias que tendían a poner la nación
como el origen y no el resultado del lento proceso de conformación de lo estados
latinoamericanos. Aún así, estos marcos interpretativos globales no dejan de plantear
serios interrogantes respecto a cómo es conceptualizada la relación entre lo local y lo
global y, por ende, a la manera como deben ser construidos nuestros objetos de estudio.

3 En un sentido, podría pensarse que se trata de una falsa discusión puesto que hay dos
hechos, o dos conjuntos de hechos, que nadie disputa. El primero es que las abdicaciones
de Bayona desencadenaron un cataclismo político a lo largo y ancho del mundo
iberoamericano y que todos, a ambos lados del Atlántico, de una u otra forma, estuvieron
forzados a confrontar las mismas cuestiones: la reversión de la soberanía, la relación entre
España y América, el vínculo entre capitales y ciudades subordinadas y, no menos
importante, el problema del orden social -en su doble connotación de mecanismos de
control social y reformulación de las jerarquías estamentarias. El segundo hecho es que

2
Raúl O. Fradkin, « Los actores de la revolución y el orden social ». Ponencia presentada en Jornad
(...)
3
François-Xavier Guerra, Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas
(Mé (...)
las respuestas a estos dilemas fueron disímiles de ciudad en ciudad, de región en región.
De todos modos, creo que hay una diferencia sustancial entre considerar el fenómeno de
la independencia como un acontecimiento “único e indivisible” que reconoce distintas
manifestaciones locales, y considerarlo como una serie de levantamientos locales (o
ausencia de los mismos), que ciertamente obedecieron a un mismo estímulo externo y
estuvieron indisociablemente entrelazados entre sí, pero cuya dinámica política, cuyos
rasgos ideológicos y cuyo desenlace no fueron sólo diversos: respondieron a
configuraciones específicas que, en muchos y muy fundamentales aspectos, son
irreductibles a fenómenos comunes al conjunto de la monarquía hispánica. Tomar el
ámbito del imperio como unidad de análisis (y vale la pena recalcar que me estoy
refiriendo aquí a un enfoque global y no a obras de síntesis o a estudios comparativos que
pueden o no compartir ese tipo de enfoque) impide dar cuenta de la naturaleza y
complejidad de esas experiencias; con frecuencia las invisibiliza.

4 Lo mismo sucede si no se plantea un adecuado recorte temporal, una mirada de mediano


y largo plazo que tome la crisis de la monarquía hispánica como un punto de llegada y no
de partida. Existió, y todavía existe, una tendencia a considerar 1808 (o los años
inmediatamente precedentes) como el big bang de la revolución. Ello puede obedecer a
meras decisiones de investigación, pero también a ciertas opciones hermenéuticas.
Nuevamente, una reciente corriente historiográfica ha postulado que los territorios
americanos eran concebidos como reinos, no colonias (no sólo en el plano jurídico sino
en la vida real); que las elites americanas se consideraban miembros plenos de la nación
española; que entre 1808 y 1810 no tenían “razones objetivas o subjetivas para lanzarse
a la insurgencia”; y que por ende la “eclosión juntera” formó parte de una revolución
política en todo el mundo hispano suscitada por la doble resistencia a la invasión francesa
y el absolutismo monárquico4.4 Las motivaciones profundas (no ya las declaraciones de
propósitos) detrás de la formación de las juntas en América habrían sido en esencia las
mismas que en España. La emancipación sería el subproducto no previsto, y no deseado,
de este proceso. Así pues, mientras mucho de interés sucede antes de 1808 para explicar
las raíces históricas de los anhelos autonomistas e igualitarios de las juntas americanas
(las políticas de los ministros de Carlos III, la vigencia del antiguo pensamiento
constitucionalista hispánico, el diálogo con las ideas de la ilustración y el liberalismo),

4
4 Las citas son de Manuel Chust, “Un bienio trascendental: 1808-1810”, en Manuel Chust
(coordinador) (...)
muy poco ocurre para explicar su consecuencia directa y, en muchos casos, inmediata: la
independencia. En esta visión, los impulsos separatistas criollos pertenecen al cortísimo
plazo: surgieron de la incapacidad de las nuevas autoridades metropolitanas de reconocer
sus aspiraciones de igualdad y autonomía. En suma, sea por el diseño de las
investigaciones o por compartir este paradigma interpretativo, mirado desde una estricta
perspectiva política, la independencia, como la creación, parece suceder ex nihilo. La
mediana y larga duración suele quedar como el coto de análisis de conjunto del
colonialismo español tardío o de disciplinas específicas (la historia económica,
intelectual, institucional, sociocultural, etc.). Es mi argumento, por el contrario, que no
hay modo de entender las muy disímiles respuestas de las sociedades hispanoamericanas
a la invasión napoleónica sin una historia política de largo aliento: una historia que
reconstruya prolongados procesos de negociación y conflicto en torno al ejercicio del
poder, en ocasiones a sus principios de legitimidad mismos (el origen de la sujeción a la
metrópoli), en ámbitos regionales específicos, entre sujetos colectivos reales.

5 Creo que la historiografía latinoamericana reciente ofrece algunas líneas de


investigación muy sugestivas para pensar la crisis política y social del orden colonial
desde esta perspectiva integradora, regional y de larga duración. Por razones de espacio,
voy a focalizarme sólo en dos conjuntos de estudios. El primero puede calificarse
genéricamente como “historia política desde abajo”, una denominación poco elegante
pero que tiene una virtud: indicar que el estudio de los grupos subalternos es abordado
desde un ángulo que no es el de la tradicional historia de las revueltas y rebeliones ni el
de la historia socioeconómica y cuantitativa. Se centra más bien en la lógica y los cambios
de sus prácticas políticas (sean violentas o pacíficas) y en los patrones de interacción con
las elites locales y las instituciones estatales. Reducido a su mínima expresión, el
interrogante general que organiza el campo es cómo los actores sociales se convierten en
actores políticos. ¿Empleando qué repertorios de acción colectiva, apelando a qué
criterios identitarios, articulando qué conjunto de ideas, bajo qué tipo de alineamientos?
No menos importante, estos estudios se han interrogado sobre el impacto de largo plazo
de la participación popular en los asuntos públicos. Desde el punto de vista metodológico,
ello conlleva desechar un enfoque meramente programático e intencional de la acción
colectiva que deduzca su alcance ideológico (revolucionario, conservador, tradicional,
moderno) de los objetivos expresos o las declaraciones de principios de sus protagonistas.
Supone concebir de manera más amplia y multifacética el proceso histórico de
construcción del significado de la política, abandonar la noción de que sus connotaciones
y derivaciones son enteramente transparentes a los actores.

6 Desde el punto de vista estrictamente histórico, esta línea de investigación ha puesto en


cuestión dos presupuestos muy fuertes respecto a la racionalidad de las prácticas políticas
populares de la época. El primero, sobre el que no me voy detener, es la asimilación entre
antagonismos de clase/étnicos y conflicto político. El segundo, que es el reverso del otro,
es algo más complejo. Sabemos, siempre supimos, que los sectores bajos -desde la plebe
urbana y las comunidades indígenas hasta los campesinos y la población de color-
estuvieron a ambos lados de las trincheras durante la larga transición a la independencia.
Por ende, una vista panorámica puede hacernos creer que ni las tensiones sociales o
étnicas ni los grandes ideales políticos, las grandes causas, son pertinentes para dar cuenta
de sus opciones. Y esto valdría tanto para las guerras de la independencia como para los
posteriores enfrentamientos entre liberales y conservadores. Sin embargo, cuando se
dejan las vistas aéreas para situarse a nivel del terreno (cuando se mira el bosque desde
abajo, no desde arriba de las copas de los árboles) la perspectiva es notoriamente
diferente. Parece claro que los grupos populares no fueron realistas o patriotas (y no serían
luego liberales o conservadores) porque estas grandes causas les dieran lo mismo, porque
respondieran a levas más o menos forzosas, a relaciones patrón/cliente o a incentivos
materiales inmediatos. Vale decir, no se alienaron de uno u otro bando porque no tuvieran
opción, no les importara, o simplemente no entendieran de qué venía la cosa. Desde luego,
no puede descartarse a priori que algunos de estos factores se pusieran en juego. No
obstante, varios trabajos sugieren que la movilización popular, cualquiera fueran sus
motivos ideológicos explícitos y mecanismos de reclutamiento, obedeció en ocasiones a
expectativas de cambio profundas (no menos profundas por lo pronto que las de las elites)
y tuvo un definido impacto en el desmantelamiento de la sociedad de Antiguo Régimen
y la conformación de los sistemas políticos y sociales que emergieron tras la disolución
del imperio español.

7 Algunos pocos ejemplos. El reciente libro de Cecilia Méndez sobre los pueblos
campesinos de Huanta, en la sierra peruana, argumenta que la apelación a ideas
perfectamente tradicionales (la fidelidad a la Corona y la consiguiente oposición a los
proyectos independentistas criollos) sirvió como un medio de legitimar la instauración de
un orden social perfectamente sedicioso. Y luego, a fines de la década de 1820 y 1830,
los Iquichanos apelaron a nociones de ciudadanía y patriotismo que estaban en directa
contradicción con el régimen político que había impuesto ese mismo lenguaje5.5 Algo
similar había mostrado Eric Van Young en su análisis de los usos del discurso mesiánico
y del mito del buen rey de los campesinos mexicanos durante la década de 1810. Agitar
la imagen de Fernando VII (y hacerlo de manera genuina) no significaba necesariamente
defender el status quo. Podía significar todo lo contrario6.6 Para la región de la Gran
Colombia, Marixa Lasso y Margarita Garrido han mostrado que la integración de “los
libres de todos los colores” a los ejércitos criollos, aunque subordinada y en ocasiones
compulsiva, adquiere connotaciones muy diferentes cuando es observada en la larga
duración. Para atrás, porque en la década de 1790 la concesión de fueros militares a los
pardos por parte de la Corona había sido denunciada por esas mismas elites locales como
un flagrante ataque a las jerarquías estamentarias y el control social. Y también para
adelante, porque puso en juego nociones muy expansivas de ciudadanía que, a pesar de
sus posteriores restricciones de hecho y de derecho, nunca podrían ser extirpadas del todo
de los imaginarios nacionales7.7 Un fenómeno análogo al señalado por Rebecca Scott
respecto a la participación de la población afroamericana en la emancipación de Cuba, y
que contrasta con la segregación de la población negra durante la independencia Estados
Unidos y las consiguientes concepciones raciales sobre las que se erigió el país, antes y
después de la abolición de la esclavitud.88

8 Un último ejemplo de este enfoque es el libro de Peter Guardino sobre los sectores
populares de la ciudad de Oaxaca9.9 El autor plantea la aparente paradoja que las
consecuencias sociales y políticas de los levantamientos campesinos liderados por Miguel
Hidalgo y José María Morelos fueron tanto o más significativas del bando realista que
del bando insurgente. De modo que las derivaciones de la militarización contra-
revolucionaria pudieron no ser menores que las de la militarización revolucionaria.
Guardino argumenta que la movilización de la población urbana de Oaxaca para enfrentar
a los ejércitos campesinos contribuyó decisivamente a expandir el ámbito legítimo de

5
5 Cecilia Méndez, The Plebeian Republic: The Huanta Rebellion and the Making of the Peruvian
State, (...)
6
6 Eric Van Young, “The Raw and the Cooked: Elite and Popular Ideology in Mexico, 1800-1821”,
en Mark (...)
7
• Marixa Lasso, Myths of Harmony: Race and Republicanism during the Age of Revolution, Colombia
1795 (...)
8
Rebecca J. Scott, Degrees of Freedom: Louisiana and Cuba after Slavery (Harvard University Press,
(...)
9
• Peter Guardino, El tiempo de la libertad. La cultura política en Oaxaca, 1750-1850 (Oaxaca: El Col
(...)
intervención de los sectores plebeyos en los asuntos públicos, en las cuestiones de estado.
Durante la década de 1810, estimulado por las elecciones de representantes para las
Cortes de Cádiz y las sucesivas reformas liberales, se va a crear una novedosa escena
política que dio nacimiento a la formación de dos partidos o facciones (los “aceites” y
“vinagres”) y a un proceso de politización popular que ya no tendría retorno y que se
entroncaría con la independencia y los subsiguientes enfrentamientos entre conservadores
y liberales. En suma, puede decirse que la realidad social (esto es, las durísimas realidades
sociales del campo mexicano de comienzos del siglo XIX) informan los acontecimientos
políticos (los levantamientos campesinos). Pero luego son las realidades políticas las que
moldean la sociedad en formas que no pueden ser deducidos de la ideas de los sujetos ni
de los motivos iniciales de los enfrentamientos. Las estructuras (sean económicas,
culturales o ideológicas) proveen el contexto pero no el significado de la experiencia.
Reconstruir el significado de la experiencia requiere volver a la política entendida como
proceso, volver a los actores.

9 Un segundo campo de la historiografía colonial al que quiero referirme son los trabajos
sobre la llamada cultura del honor. Como se sabe, estos trabajos, inspirados en los
estudios de genero y la obra de Julian Pitt-Rivers sobre el mundo mediterráneo, se
focalizan en las normas morales que rigen las relaciones cotidianas entre los individuos,
los modos de distinción social y las subyacentes concepciones de género -la asociación
entre status social y las nociones apropiadas de masculinidad y feminidad. Se ha sostenido
que el honor tenía en estas sociedades una doble connotación: la nobleza y la honra (esto
es, la precedencia social o pureza de sangre, por un lado, y el mérito o conducta virtuosa,
por otro). Se ha sostenido también que los sectores plebeyos participaban de esta cultura
del honor. Pero con el importante añadido que las jerarquías estamentarias presuponían
una muy desigual distribución de la virtud personal y de la capacidad de sostener las
apariencias de masculinidad y feminidad respetable. Entre otros motivos, porque como la
reputación masculina estaba estrechamente vinculada al control sobre la sexualidad de
las mujeres, se creaba, según resumió Patricia Seed, “un privilegio social y sexual básico
para los hombres españoles (peninsulares o criollos) al simultáneamente otorgarles
acceso a las mujeres de otros grupos raciales y reservarles el acceso exclusivo a las
mujeres de su propio grupo”10.10

10
Patricia Seed, To Love, Honor, and Obey in Colonial Mexico. Conflicts over Marriage Choice,
1574-1 (...)
10 Ahora bien, ¿qué tiene ver todo esto con la independencia? ¿Qué tienen que ver,
digamos, Ann Twinam con Francois-Xavier Guerra o Julian Pitt-Rivers con Pierre
Rosanvallon -los estudiosos del honor y el género con los estudiosos de la crisis del
Antiguo Régimen11?11 Yo creo que tienen mucho que ver, y creo también que queda
mucho por explotar todo lo que tienen que ver. Por ejemplo, un libro como el de Sarah
Chambers sobre Arequipa durante el período 1780-1850 nos permite al menos atisbar las
posibilidades de este enfoque. Allí se analiza cómo la prolongada crisis de la dominación
española en el sur del Perú conllevó una profunda transformación en la cultura del honor,
una creciente preponderancia de la virtud cívica (encarnada sobre todo en el servicio
militar) sobre la pureza de sangre12.12 Las jerarquías estamentarias nunca volverían a ser
las mismas. También estudios como los de Clement Thibaud sobre la Academia Carolina
de Charcas en el último tercio del siglo XVIII apuntan en esta dirección. Thibaud sostiene
que la novedad de la institución (el hecho que hubiera sido el lugar de formación de varios
futuros dirigentes de la revolución) no hay que buscarla donde generalmente se la ha
buscado: en el plano de las ideas. De hecho, la recepción de la filosofía de la Ilustración
fue muy superficial, según nos dice el autor, “más un rumor, una moda, un
enciclopedismo miope que un autentico espacio de interrogación sobre el mundo”13.13
El efecto revulsivo de la Academia hay que buscarlo, por el contrario, en la variada
composición del estudiantado, en las sociabilidades democráticas desarrolladas en sus
claustros, en la internalización de ideales meritocráticos, así como en el despliegue de
estos valores en el ceremonial público y la fiesta –los más conspicuos medios de
escenificación de las jerarquías y el honor en estas sociedades. Son estas mutaciones en
los valores y las percepciones sobre los fundamentos del status social las que con el
tiempo harían posible que el lenguaje de la Ilustración dejase de funcionar como una mera
marca de distinción intelectual y se convirtiese en una herramienta conceptual (no la única
por cierto) para interpretar la realidad.

11Quisiera concluir este sucinto repaso con un ejemplo tomado de mi propia


investigación sobre la ciudad de Charcas a fines del siglo XVIII, el cual apunta a otra
manifestación del vínculo que une a la cultura del honor y la cultura política. Un aspecto
de mi trabajo trata con las derivaciones de una de las principales medidas de la

11
Ann Twinam, Vidas públicas, secretos privados. Género, honor, sexualidad e ilegitimidad en la
Hisp (...)
12
Sarah C. Chambers, From Subjects to Citizens. Honor, Gender and Politics in Arequipa, Peru,
1780-1 (...)
13
Clément Thibaud, “La Academia Carolina de Charcas: una ‘escuela de dirigentes’ para la
Independenc (...)
administración imperial borbónica tras los masivos levantamientos tupamaristas: el
estacionamiento de guarniciones permanentes de soldados peninsulares en las grandes
urbes andinas. En el caso de Charcas, esta decisión daría lugar a gravísimos
enfrentamientos. A comienzos de la década de 1780, se iban a producir reiteradas
denuncias sobre actos de violencia de la tropa en las calles y lugares de esparcimiento y,
especialmente, sobre casos de adulterios y otros desafíos a la autoridad patriarcal. Las
quejas provinieron indistintamente de personas patricias y plebeyas. Estas cuestiones de
honor se politizaron de inmediato debido, entre otros factores, a que los soldados del fijo
sustituyeron a las milicias de mestizos que habían exitosamente enfrentado a las fuerzas
indígenas; portaban sus armas en el espacio urbano; gozaban de inmunidad de las justicias
ordinarias; disfrutaban de éste y otros privilegios en virtud de su origen peninsular; y,
sobre todo, a que su presencia en la ciudad obedecía a una política de estado, no a una
medida circunstancial. Los altos magistrados coloniales en Charcas y Buenos Aires no se
preocuparon en encubrirlo: proclamaron que no debía “tenerse armado a ese Paisanaje”
puesto que era “punto decidido el que solo debe haber tropa de España”. El resentimiento
fue lo suficientemente intenso como para suscitar no uno sino dos motines populares
contra la guarnición militar, en 1782 y 1785 (los primeros tumultos en Charcas desde los
tiempos de la conquista). Y fue lo suficientemente extendido socialmente como para que
el ayuntamiento se convirtiera en la expresión institucional de la revuelta popular, en el
vocero de la oposición de todo el vecindario al ejército, los ministros de la audiencia y al
propio virrey de Buenos Aires. Durante estos años, se realizaron varios cabildos abiertos
que contaron con la activa presencia de artesanos y mercaderes; por haberse osado a
exponer importantes cuestiones de estado “a la censura de un Pueblo rudo e ignorante”,
el ayuntamiento fue acusado de “un crimen horrendo de sedición”. Para tener una noción
del impacto de esta experiencia en los tumultuosos tiempos por venir, baste recordar una
observación hecha por Gabriel-René Moreno a mediados del siglo XIX. Moreno señaló
que todavía entonces, dos o tres décadas después de la independencia, los ancianos de la
ciudad aún hablaban de un antes y un después de los episodios de 1782-178514.14

14
Sergio Serulnikov, “Crisis de una sociedad colonial. Identidades colectivas y representación política
en la ciudad de Charcas (siglo XVIII)”, Desarrollo Económico, vol. 48, n. 192, 2009; “’Las proezas
de la Ciudad y su Ilustre Ayuntamiento’: Simbolismo político y política urbana en Charcas a fines del
siglo XVIII”, Latin American Research Review, vol. 43, n. 3, 2008; “Motines urbanos contra el ejército
regular español. La Plata, 1782 y 1785”, en Sara Mata y Beatriz Bragoni, Comp., Entre la Colonia y
la República: Insurgencias, rebeliones y cultura política en América del Sur (Buenos Aires: Prometeo
Libros, 2009); “Plebeian and Patricians in Late Colonial Charcas: Identity, Representation, and
Colonialism”, en Andrew B. Fisher and Matthew D. O’Hara, Eds., Imperial Subjects: Race and
Identity in Colonial Latin America (Durham, Duke University Press, 2009), pp. 167-196.
12 Ahora bien, lo que me interesa subrayar aquí es el trasfondo de este proceso. Y el
trasfondo es que las afrentas a los derechos patriarcales y la reputación de la gente decente
y las castas por igual adquirió una doble connotación: plantear la cuestión de si
peninsulares de baja condición social (como lo eran los soldados) podían tener
preeminencia sobre criollos de noble origen y situar la defensa de la masculinidad de
patricios y plebeyos en un mismo plano. Diríamos entonces que se produce una
democratización relativa del honor como función de la democratización relativa del
deshonor. Y, en términos más generales, afirmaría que los ataques a la honorabilidad del
vecindario en sus dos sentidos, la nobleza y la honra, contribuyó a socavar la
autorepresentación de la sociedad urbana como una sociedad hidalga, cortesana, dividida
en sectores hispanos y no hispanos: un reino entre otros reinos. Los vecinos, sin perder
por supuesto sus distintivas identidades grupales, comenzaron a concebirse como
miembros de una misma entidad colectiva definida en oposición a las políticas
metropolitanas y a sus agentes y beneficiarios directos, es decir, comenzaron a concebirse
como integrantes de una sociedad colonial.

13 En síntesis, mi argumento aquí es que el resentimiento contra la dominación colonial


no se forjó solamente en las salas de la administración colonial, en las crecientes presiones
económicas, en las tradiciones de revuelta o en los claustros, los salones y las tertulias
donde se reunía la “minoría inteligente”, las “personas de razón”. También se forjo en las
tabernas y en los dormitorios. En la capacidad (o incapacidad) de los hombres para
vindicar las afrentas a su honor y ejercer sus derechos patriarcales, para controlar la
actividad sexual de sus esposas, hermanas e hijas. Lo personal es político. Y a veces, bajo
ciertas circunstancias, lo personal es político en la acepción más acotada y literal del
término: el de poner de manifiesto la naturaleza del sistema de gobierno imperante
(quiénes ejercían el poder, cómo lo hacían, con qué fundamentos). El desafío consiste en
pensar las mediaciones simbólicas que llevan a que las relaciones interpersonales sean
tematizadas como políticas y, simultáneamente, en examinar ese proceso en el tiempo:
cómo esa gente fue construyendo su memoria histórica, la raíz de sus agravios, su sentido
de la dignidad.

14 Volviendo entonces al punto inicial, sí Pitt-Rivers y Rosanvallon tendrían mucho de


qué conversar. Pero para que la conversación sea productiva, conceptual e históricamente,
se requiere una determinada agenda de investigación. Esto es, investigaciones que tomen
la crisis de la monarquía hispánica no como su punto de partida sino de llegada y que no
se focalicen en un campo social determinado (el de las ideas y las discursos políticos, las
modalidades de sociabilidad, las relaciones socioeconómicas, el honor y el género), sino
más bien en la intersección de los mismos, tal y como se expresaron en procesos concretos
de negociación y conflicto de mediano y largo plazo. Se requiere pues una historia política
entendida como proceso, una historia de actores.

Notes

1 Jornadas Bicentenario, Instituto de Historia Argentina y Americana “Emilio Ravignani”,


Universidad de Buenos Aires, 6 al 9 de abril de 2010. El presente trabajo es una versión revisada
de mi presentación en estas jornadas.

2 Raúl O. Fradkin, « Los actores de la revolución y el orden social ». Ponencia presentada en


Jornadas Bicentenario, Instituto de Historia Argentina y Americana “Emilio Ravignani”,
Universidad de Buenos Aires, 6 al 9 de abril de 2010.

3 François-Xavier Guerra, Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revoluciones


hispánicas (México: MAPFRE, 1992); Jaime E. Rodríguez, La independencia de la América
española (México: El Colegio de México, 2005).

4 Las citas son de Manuel Chust, “Un bienio trascendental: 1808-1810”, en Manuel Chust
(coordinador), 1808. La eclosión juntera en el mundo hispano (México: Fondo de Cultura
Económica, 2007).

5 Cecilia Méndez, The Plebeian Republic: The Huanta Rebellion and the Making of the Peruvian
State, 1820-1850 (Durham: Duke University Press, 2005).

6 Eric Van Young, “The Raw and the Cooked: Elite and Popular Ideology in Mexico, 1800-
1821”, en Mark D. Szuchman (Ed.), The Middle Period in Latin America. Values and Attitudes
in the 17th-19th Centuries (Bower and London: Lynne Rienner Publishers, 1989), pp. 75-102.

7 Marixa Lasso, Myths of Harmony: Race and Republicanism during the Age of Revolution,
Colombia 1795-1831 (Pittsburgh: University of Pittsburgh Press, 2007); Margarita Garrido,
Reclamos y representaciones. Variaciones sobre la política en el Nuevo Reino de Granada, 1770-
1815 (Bogotá: Banco de la República, 1993).

8 Rebecca J. Scott, Degrees of Freedom: Louisiana and Cuba after Slavery (Harvard University
Press, 2005).

9 Peter Guardino, El tiempo de la libertad. La cultura política en Oaxaca, 1750-1850 (Oaxaca:


El Colegio de San Luis, 2009).

10 Patricia Seed, To Love, Honor, and Obey in Colonial Mexico. Conflicts over Marriage Choice,
1574-1821 (Stanford: Stanford University Press, 1988), p. 150.

11 Ann Twinam, Vidas públicas, secretos privados. Género, honor, sexualidad e ilegitimidad en
la Hispanoamérica colonial (México: Fondo de Cultura Económica, 2009); Guerra, Modernidad
e independencias; Julian Pitt-Rivers, Antropología del honor o política de los sexos. La influencia
del honor y el sexo en la vida de los pueblos mediterráneos (Barcelona: Editorial Crítica, 1979);
Pierre Rosanvallon, La consagración del ciudadano. Historia del sufragio universal en Francia
(México: Instituto Mora, 1999).

12 Sarah C. Chambers, From Subjects to Citizens. Honor, Gender and Politics in Arequipa, Peru,
1780-1854 (University Park: The Pennsylvania State University Press, 1999).
13 Clément Thibaud, “La Academia Carolina de Charcas: una ‘escuela de dirigentes’ para la
Independencia”, en Rossana Barragán, Dora Cajías y Seemin Qayum (comp.), El siglo XIX.
Bolivia y América Latina (La Paz: Muela del Diablo Editores, 1997), p. 51.

14 Sergio Serulnikov, “Crisis de una sociedad colonial. Identidades colectivas y representación


política en la ciudad de Charcas (siglo XVIII)”, Desarrollo Económico, vol. 48, n. 192, 2009;
“’Las proezas de la Ciudad y su Ilustre Ayuntamiento’: Simbolismo político y política urbana en
Charcas a fines del siglo XVIII”, Latin American Research Review, vol. 43, n. 3, 2008; “Motines
urbanos contra el ejército regular español. La Plata, 1782 y 1785”, en Sara Mata y Beatriz
Bragoni, Comp., Entre la Colonia y la República: Insurgencias, rebeliones y cultura política en
América del Sur (Buenos Aires: Prometeo Libros, 2009); “Plebeian and Patricians in Late
Colonial Charcas: Identity, Representation, and Colonialism”, en Andrew B. Fisher and Matthew
D. O’Hara, Eds., Imperial Subjects: Race and Identity in Colonial Latin America (Durham, Duke
University Press, 2009), pp. 167-196.

Pour citer cet article

Référence électronique

Sergio Serulnikov, « En torno a los actores, la política y el orden social en la independencia


hispanoamericana. », Nuevo Mundo Mundos Nuevos [En ligne], Débats, mis en ligne le 18 mai 2010,
consulté le 22 août 2019. URL : http://journals.openedition.org/nuevomundo/59668 ; DOI :
10.4000/nuevomundo.59668

Sergio Serulnikov Universidad de San Andrés-Conicet


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