INTERCULTURALIDAD SUBJETIVIDADES Y LIBERACION Final 1
INTERCULTURALIDAD SUBJETIVIDADES Y LIBERACION Final 1
INTERCULTURALIDAD SUBJETIVIDADES Y LIBERACION Final 1
LIBERACIÓN
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INDICE
PRESENTACION.
María Clemencia Jugo Beltrán– Osvaldo Francisco Allione ___________ 7
1. SUJETO E IDENTIDAD.
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3. FILOSOFÍA Y LIBERACIÓN
4. EDUCACIÓN Y PODER
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PRESENTACIÓN
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PRESENTACION
Sobre “Interculturalidad, subjetividades y liberación”
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1. SUJETO E IDENTIDAD.
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EL SUJETO COMO PROBLEMA EN LA FILOSOFÍA DE ARTURO A.
ROIG
Introducción
En las obras más tempranas de Arturo Roig la filosofía aparece
planteada como un saber cuya función crítica no se agota en una crítica de la
razón, sino que se ocupa en la misma medida de indagar por los modos de ser un
hombre: el sujeto latinoamericano. Sin embargo, en el desarrollo de su
pensamiento, el autor se compromete con una concepción de la filosofía
latinoamericana en la que la problemática del sujeto aparece como una
inquietud permanente y en virtud de ello como una tradición de pensamiento
cuyo preguntar es ante todo antropológico. Desde esta perspectiva la filosofía
latinoamericana no surge de la inquietud metafísica por el ser, sino que se ocupa
del modo de ser de un hombre determinado, en relación con sus modos de
objetivación y afirmación. Sobre éste aspecto Roig puntualiza que el objeto de
estudio de nuestra filosofía no es la cultura como mundo objetivo sino los modos
históricos concretos en los que estas objetivaciones han sido realizadas. En otras
palabras, su interés reside en el momento productivo a través del cual el sujeto
latinoamericano ha construido la objetividad de su mundo y a la vez su
subjetividad.
En esta concepción de la tarea de la filosofía, es preciso no perder de
vista que para Roig los modos de objetivación son históricos, y que no siempre
se ha logrado a través de ellos una afirmación de subjetividad plena. En relación
a ello el autor aventura la hipótesis de que esta afirmación ha sido y es altamente
defectiva, razón por la cual nos vemos constreñidos a exponer nuestro
pensamiento latinoamericano como sucesivos comienzos y recomienzos. La tarea
consiste por lo tanto en una búsqueda de huellas o bien en el señalamiento de
aquellos momentos en los que nuestro filosofar ha ido alcanzando su expresión y
su riqueza. Estos momentos remiten a una toma de posición de un sujeto que se
pone a sí mismo como valioso y que en virtud de ello tiene como cuestión de
peso ocuparse de su propia realidad. Roig llamará a priori antropológico a este
ejercicio intelectual y valorativo que posibilita la emergencia de un discurso
propio y que remite a la vez a un sujeto concreto y a la realidad social en la que
se encuentra inmerso.
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La noción de a priori antropológico que aparece como una noción
medular en la filosofía de Arturo Roig tiene como principal antecedente la
formulación hegeliana en el marco del desarrollo del problema del comienzo de
la filosofía en su Introducción a la historia de la filosofía. Desde la perspectiva
del autor: “…el a priori antropológico aparece sólo desde Hegel y a pesar de
Hegel mismo, puesto claramente en la problemática de la posibilidad de un saber
filosófico, entendido en su naturaleza de saber histórico y enraizado en una
sujetividad...” (Roig, 1981: 70 ). En la obra mencionada el comienzo de la
filosofía deja de ser mero dato histórico y en lugar de ello se plantean las
condiciones para dicho comenzar, una serie de pautas o normas que constituyen
una clara formulación del a priori que Roig se propone recuperar, sin adherir por
ello a todos los aspectos de la teoría hegeliana del sujeto. Estas pautas remiten a
la aparición en la historia de un sujeto, entendido siempre como un nosotros, que
se tenga a sí mismo como valioso y en consecuencia, que tenga por valioso el
conocerse a sí mismo.
Este acto de autoafirmación por el cual un sujeto se pone a sí mismo
como valioso consiste en un acto fundamentalmente valorativo, que posibilita no
sólo el comienzo de la filosofía sino toda relación de conocimiento o acción
sobre el mundo. En este sentido se podría plantear una cierta prioridad de lo
axiológico sobre lo gnoseológico, en cuanto que lo posibilita. En otras palabras,
para Roig es este ejercicio valorativo originario lo que permite una toma de
distancia a partir de la cual es posible enfrentar a la realidad como objetiva:
“Sólo la constitución del hombre como sujeto hace nacer al mundo como objeto
y el 'tomar distancia' del que hemos hablado es, primariamente, un hecho
antropológico” (Roig, 1981: 13). Sin embargo, tal como lo señala Fernández
Nadal es preciso delimitar en qué sentido se plantea la a prioridad del sujeto
respecto de cualquier desarrollo objetivo (incluido el discurso filosófico) en tanto
no afirma la anterioridad ontológica de la conciencia respecto del mundo (Cf.
Fernández Nadal, 2005: 78). Lo que Roig sostiene es sencillamente la idea de
que la autoafirmación y valoración del sujeto, configura como su producto el
sistema social e histórico de códigos, a partir de los cuales convertimos al mundo
en objeto para un sujeto.
En síntesis, la exigencia de ponernos a nosotros mismos como valiosos
supone una toma de posición axiológica por parte de un nosotros, que según
Roig, reviste los caracteres de un sujeto empírico. A partir de ello plantea una
concepción de la subjetividad como raíz de toda objetividad, en el sentido de que
la autoafirmación del sujeto produce el marco categorial interpretativo desde el
cual el mundo es comprendido. Este posicionamiento no pretende reducir el ser
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al pensar, ni tampoco negar la trascendencia del mundo que para Roig es un
hecho irrefutable. Lo que el autor propone, más bien, es entender al mundo como
un a priori, en tanto que es anterior a la conciencia, pero, como un a posteriori
en respecto de su codificación. Atendiendo a estos elementos Roig se ocupa de la
filosofía latinoamericana como la relación de un sujeto y un ejercicio del
filosofar, con una particular cultura, entendiendo por ella el mundo de
mediaciones a través de las cuales ponemos en juego constantemente la función
de objetivación, la cual es entendida por el autor como una de las funciones
definitorias del ser humano. De este modo, el autor plantea una perspectiva de la
filosofía latinoamericana como un saber cuya objetividad no se alcanza por la
superación de las mediaciones, sino más bien permaneciendo en ellas, esto es,
una objetividad que no renuncia a su punto de partida subjetivo.
En su caracterización de la filosofía latinoamericana como una tradición
de pensamiento que se pregunta por los modos de objetivación de un sujeto
histórico concreto, Roig se enfrenta a ciertas perspectivas de la filosofía
contemporánea para las cuales el sujeto es una categoría en crisis que requiere
ser superada. El autor denomina 'pensamiento posmoderno' a este clima de
sospecha e impugnaciones que pusieron en un fuerte entredicho a las ciencias
humanas y en particular a la filosofía. Arturo Roig describe a la posmodernidad
como un discurso organizado sobre la metáfora de la muerte, esto es, como una
perspectiva que postuló la muerte de categorías, campos de saber y formas
discursivas, hasta alcanzar el panorama general de la cultura. Roig se interesa en
particular por la muerte del sujeto que, a su modo de ver, es una de las que
mayores consecuencias que supone, entre ellas, el fin de la filosofía
latinoamericana. En este sentido considera: “...los fuertes cuestionamientos,
todos ellos sin duda importantes en la medida en que suponen verdaderos retos
ante los cuales no se puede aducir ignorancia, no pueden ciertamente, por
infundados que sean, ser dejados sin respuesta” (Roig, 2001: 135).
El sujeto fragmentado
El término posmodernidad es introducido por primera en la filosofía por
Jean-François Lyotard para designar el: “...estado de la cultura después de las
transformaciones que han afectado a las reglas de juego de la ciencia, de la
literatura y de las artes a partir del siglo XIX” (Lyotard, 1987: 9). Este
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desplazamiento por el cual la cultura entra en la edad llamada posmoderna, se
encuentra conectado con el desarrollo de las sociedades de la información y
marcado, sobre todo, por un cambio en la forma en que el conocimiento se
legitima. El autor denomina modernas a las sociedades que anclan los discursos
de verdad y de justicia en los grandes relatos que legitiman instituciones,
prácticas y modos de pensar en un futuro que se ha de producir, esto es, en una
idea a realizar que posee valor legitimante porque es universal. En este marco el
autor considera que, de manera simplificada, la posmodernidad designaría la
incredulidad ante tales legitimaciones universalistas, esto es, la descomposición
de las grandes narrativas y la acentuación del carácter local de todos los
discursos, acuerdos y legitimaciones. Atendiendo a estos elementos, Wellmer
reconstruye la comprensión de la posmodernidad de Lyotard como una
modernidad sin lamentos: “...en una palabra, una modernidad que acepta la
pérdida de sentido, de valores y de realidad con una jovial osadía: el
posmodernismo como gaya ciencia” (Wellmer, 2004: 206).
Roig subraya el papel que la experiencia de Auschwitz cumplió en el
pensamiento de Lyotard y en su comprensión de la modernidad como un
complejo movimiento impulsado por la razón y su ímpetu de universalidad, tras
los cuales se escondía el terror. En efecto, para Lyotard: “Auschwitz puede ser
tomado como un nombre paradigmático para la no realización trágica de la
modernidad” (Lyotard, 1986: 30). Por esta razón su posición será la de rechazo
hacia el proyecto moderno y el anuncio de una nueva etapa, la posmodernidad,
en la que la búsqueda de unidad y consenso, es reemplazada por la
fragmentación, la discontinuidad, el localismo y el disenso. Roig reconoce que
en este planteo se pone de relieve algo en lo que no podría nunca estar en
desacuerdo, esto es, la importancia que para el desarrollo de la vida humana tiene
el reconocimiento de especificidades y diferencias; sin embargo, considera que la
fragmentación, si bien es en parte una realidad, es más que nada una ideología.
En este marco Roig distingue entre hechos reales de fragmentación e ideologías
de fragmentación, reservando esta denominación para referirse a aquellas
perspectivas teóricas que movilizaron y movilizan políticas favorables al
fenómeno, como es el caso de Lyotard y el de otras propuestas equivalentes.
Roig analiza la perspectiva fragmentada que propone Lyotard
atendiendo especialmente al campo del discurso y sus consecuencias en lo social.
En este marco el autor pone de relieve que la fragmentación de la que habla
Lyotard surge de la inconmensurabilidad de ciertas formas discursivas y, en
particular, de la confrontación entre dos hechos del lenguaje: la connotación y la
denotación. En otras palabras, lo que aquí se plantea es la inconmensurabilidad
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entre el lenguaje científico y un tipo de saber narrativo al que denomina relato:
“...cuya época ya habría pasado y que en las sociedades más desarrolladas –
según nos dice Lyotard – ya nadie lamenta su muerte” (Roig, 1993: 107). La
erosión de las formas narrativas se da conjuntamente con la crisis de la
modernidad, dando lugar a un nuevo estatuto del saber en el que se pone en
evidencia la inconmensurabilidad de los juegos del lenguaje. Desde la
perspectiva de Roig: “Todo esto apunta a lograr la fundamentación teórica de un
discurso científico puro, no contaminado, mediante la descalificación de todas
aquellas otras formas discursivas y sus recursos críticos, que lo habrían
impedido” (Roig, 1997: 139). Así, lo que aquí se plantea es una forma de
fragmentación conveniente para el avance de la ciencia y de la técnica, en tanto
queda resguardada de los juicios de valor acerca del conocimiento científico,
como es el caso de los que derivan de los derechos humanos.
Para Roig, de la visión fragmentada del conocimiento y el discurso se
sigue la disolución de los lazos sociales y la reducción de las colectividades
humanas a una masa de átomos individuales que mediante los juegos del
lenguaje, establecen relaciones meramente pragmáticas, que no van más allá de
contratos temporales. De este modo, la sociedad posmoderna en lugar de ser
entendida como una estructura cuyas partes se integran funcional o
dialécticamente, es reducida a una pragmática de las partículas lingüísticas cuyo
lazo social se construye a partir de jugadas de lenguaje. En este marco Lyotard
subraya que el lazo social es lingüístico, pero no está hecho de una sola fibra,
sino más bien de un número indeterminado de juegos de lenguaje que obedecen a
reglas diferentes. En esta diseminación de los juegos del lenguaje, el autor
plantea: “...el que parece disolverse es el propio sujeto social” (Lyotard, 1987:
77). Para el autor, debemos elaborar la pérdida del sujeto moderno cuyo
desfallecimiento parece difícil de recusar, con lo cual es preciso asumir la
despedida inapelable del sujeto moderno y escapar a su repetición. Desde la
lectura de Roig, la afirmación de Lyotard, si bien encierra un rechazo al sujeto
absoluto de la modernidad, deja abierta la posibilidad a una comprensión de la
subjetividad que atienda a su actual fragmentación, esto es, a una perspectiva en
la cual el hombre: “... sea tan sólo un nudo muy sofisticado en la interacción
general de las radiaciones que constituyen el universo” (Lyotard, 1986: 32).
En contra de lo que sostienen los escépticos de nuestros días, Roig
considera necesario abordar la cuestión de la fragmentación del sujeto como un
fenómeno que: “...reviste aspectos ideológicos que deben ser cuidadosamente
distinguidos, a fin de no caer, tal vez de modo ingenuo, en las trampas con las
que los sectores del poder mundial los manejan” (Roig, 2001: 97). Para
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comprender la posición de Roig es importante recuperar la distinción que el
autor establece entre el proceso moderno y posmoderno de descentramiento del
sujeto. Así, mientras el primero designa una perspectiva crítica que no renunció a
la categoría de sujeto, sino que reveló su complejidad, el segundo indica una
perspectiva que, sobre la base de este marco teórico ya maduro, sometió al sujeto
a una fragmentación que acabó por anularlo. Por esta razón Roig considera que
la mirada fragmentada de Lyotard no sólo no involucra ninguna ganancia teórica,
sino que da lugar a una perspectiva desde la cual no es posible responder al
problema del compromiso y la responsabilidad.
El sujeto débil
Para Gianni Vattimo la posmodernidad no es una moda intelectual ni un
concepto superado, sino una noción que sigue teniendo sentido. Como lo explica
el autor, hablar de posmodernidad supone, ante todo, que la modernidad en
alguno de sus aspectos fundamentales ha concluido, o más precisamente, que ha
llegado a su fin la época en la que ser moderno era un valor determinante. En el
marco de esta lectura, el culto por lo nuevo que caracteriza a la modernidad, se
vincula a una perspectiva más general que considera a la historia como un
proceso unitario, es decir, como un progreso hacia la emancipación, en la que un
cierto ideal de hombre dirige el curso de los acontecimientos. Como factores
decisivos de la disolución de la modernidad Vattimo menciona no sólo el fin del
colonialismo y del imperialismo, sino también, la irrupción de la sociedad
transparente, esto es, de una sociedad en la cual los medios de comunicación
desempeñan un papel determinante. Desde esta lectura, fueron los medios de
comunicación los que disolvieron los grandes relatos y convirtieron en fábula al
mundo real, de modo que en la sociedad posmoderna, la realidad ya no puede ser
entendida como el dato objetivo que está por debajo de las imágenes que
distribuyen los medios de comunicación, sino como el resultado del cruce entre
diversas interpretaciones que sin coordinación central – sino más bien en mutua
competencia – distribuyen los medios.
Desde la perspectiva de Vattimo el reemplazo del mundo real por el
fantasmagórico mundo de los medios de comunicación no involucra una pérdida
sino que se presenta con un carácter liberador. En otras palabras, la erosión del
sentido de realidad – como resultado de la multiplicación de las imágenes del
mundo – tiene, para el autor, un sentido emancipador. A raíz de estas
afirmaciones Roig reconstruye el pensamiento de este autor como una posición
para la cual la nostalgia de una realidad sólida, unitaria y estable, debe ser
reemplazada por una alegre aceptación de la ausencia del fundamento. En este
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marco, la opción por el nihilismo se apoya en una crítica a la metafísica,
entendida como un saber del fundamento – propio de la cultura occidental – para
el cual la realidad se ordena racionalmente sobre la base de un principio, de
modo que alcanza con conocer este principio para saber objetivamente qué es la
realidad y asegurarse así un dominio de los acontecimientos. A partir de la
filosofía de Nietzsche y Heidegger, Vattimo da cuenta de este saber como un
violento intento de apresar la realidad que signó a la modernidad y del que busca
refugiarse gracias a un pensar ligero, que ya no se orienta al origen o al
fundamento, sino que atiende a la evolución de las construcciones falsas que
constituyen el ser de la realidad.
Como lo explica Vattimo, el pensamiento fuerte tiene como correlato un
sujeto entendido como centro fundante y constituyente de la realidad, de modo
que se vuelve necesario someterlo a un proceso de adelgazamiento a fin de que
pueda brotar una filosofía de la mañana. Lo que aquí se plantea es un reemplazo
del pensamiento crítico moderno, por un saber matinal entendido como un
vagabundeo incierto que permite experimentar la necesidad del error. Roig
advierte, sin embargo, que el fin inconfesado de este pensamiento tibio y flexible
que se presenta como la expresión de conductas no agresivas, es el de asegurar el
mantenimiento del orden vigente. Desde esta perspectiva la identificación entre
metafísica y violencia, no es más que una excusa para promover un
debilitamiento de las categorías que: “...invitan a dejar los 'argumentos fuertes'
en manos del 'sujeto autoritario' que se esconde detrás del poder mundial del
mercado y las finanzas” (Roig, 2001: 148). Con lo cual, la opción por la
debilidad o por la fuerza, no tiene que ver con la riqueza o pobreza del aparato
teórico, ni tampoco con lo que se entiende por rigor, sino más bien: “...con la
presencia o ausencia de un referente universal que implique un compromiso, no
por cierto metafísico, sino básicamente social” (Roig, 2002: 121).
Roig reconstruye el pensamiento débil que propone Gianni Vattimo,
como un discurso en el que rige un presentismo apolítico y escéptico, que
promueve el abandono de la crítica y su reemplazo por una actitud de aceptación
y conciliación con lo existente. En esta dirección Roig advierte que se trata de
una peligrosa debilidad en la medida en: “...se sostiene paradojalmente en la
fuerza con la que se ejerce la política filosófica puesta en juego, cuyo proyecto
tiene como condición de funcionamiento un desarme de las conciencias” (Roig,
2001: 84). Frente a este panorama, el filósofo mendocino se propone seguir
insistiendo en la necesidad de disponer de un saber crítico y de un sujeto de
enunciación de discurso crítico, desde categorías que corren el riesgo de ser
fuertes. Es importante subrayar que en este contexto, el compromiso con un
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sujeto fuerte que Roig asume no involucra un regreso a una comprensión de la
subjetividad de raíz cartesiana, sino que es más bien un modo de enfatizar su
carácter activo y transformador frente al sujeto débil, incapaz de resistir ni hacer
frente al actual estado de cosas. Consciente de los aspectos metafísicos que
involucra su posición, Roig discute la identificación entre metafísica y violencia,
para plantear que no son las categorías las responsables de la violencia, sino los
seres humanos que hacen uso de ellas.
En relación a estas consideraciones es preciso no perder de vista que
para Vattimo: “La subjetividad no es algo que se deje sencillamente como un
traje desechado” (Vattimo, 1987: 45). Lo que se propone es someter esta
categoría a un debilitamiento que, desde su perspectiva, no tiene sólo un sentido
negativo ni supone un abandono sin reservas a la técnica, sino que se presenta
como la posibilidad de: “...un nuevo modo de ser (quizás: por fin) humanos”
(Vattimo, 1994: 19). Roig reconoce que, a diferencia de otros pensadores
posmodernos, Vattimo sigue creyendo en una posibilidad para el sujeto, sin
embargo equipara su perspectiva a la de aquellos que plantean la muerte de esta
categoría, al considerar al debilitamiento como una peligrosa estrategia que
puede devenir en un proceso mortal para el sujeto. Como lo expresa Mardones:
“...se puede transformar en la llegada de un sujeto tan débil y fatigado para la
rememoración de las ambigüedades y barbaries de la historia, que nos abandone
a la invasión de lo que hay” (Mardones, 1994: 26). Por esta razón Roig descarta
la propuesta de un sujeto débil como una alternativa teórica válida para pensar la
subjetividad, anulando así la posibilidad de hacer dialogar su propio proyecto de
recuperación del sujeto con esta perspectiva que pretende evitar tanto la
comprensión cartesiana del sujeto, como el no-sujeto de la posmodernidad.
El sujeto empírico
Frente a las distintas estrategias que los posmodernos ponen en juego
para anular la subjetividad, Roig se propone rescatar al sujeto asumiendo los
riesgos que tal empresa involucra. Según lo expresa el autor, la noción de
subjetividad con la que se compromete, reconoce al sujeto cartesiano como su
matriz pero no debe ser identificado con éste. En lugar del ego cogito y sus
formulaciones posteriores, Roig habla de un sujeto al que denomina empírico,
esto es, un sujeto cuya temporalidad no se funda en el interior de la consciencia,
sino en la historicidad como capacidad de todo hombre de gestarse su propia
vida. El hombre es así un ente histórico, se encuentra anclado en la historicidad y
supeditado a las contingencias del proceso, pero con la capacidad de modificar el
curso de los acontecimientos a través de la praxis. Con esta afirmación el autor
no se compromete con la existencia de una circunstancia externa que determina
radicalmente al hombre desde fuera, sino que considera a las coordenadas socio-
temporales como las condiciones no elegidas sobre las cuales deberá desplegarse
su libertad. Contrariamente a la metafísica occidental, Roig plantea una
perspectiva en la que la ontologización de lo humano como esencia eterna, no
sólo no lo potencia como sujeto, sino que, por el contrario, cercena sus aspectos
auténticamente humanos, como la contingencia, la finitud y la corporalidad.
Roig considera que para la recuperación del sujeto no hay otra vía más
que la del discurso. Desde esta perspectiva, la subjetividad se presenta como una
construcción discursiva, pero no arbitraria, en la medida en que son los seres
humanos reales y concretos los que hacen de soporte. Esta afirmación revela al
sujeto empírico como un constructo, al igual que los sucesivos sujetos
propuestos por el idealismo, pero que se diferenciaría de ellos por jugar un papel
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no encubierto en su propia construcción. Tal como el autor lo plantea nos
inventamos como sujetos, pero a la vez, somos inventados en la medida en que
heredamos ya hecha la categoría de sujeto con la que enfrentamos las relaciones
con los demás en el medio social. Así, para Roig, no sólo somos invento, sino:
“...necesitamos serlo, pues en ello se nos va nuestra propia naturaleza de seres
históricos” (Roig, 2002: 27). Desde esta perspectiva, el sujeto se da en el
horizonte del discurso, manteniendo una relación de prioridad-posterioridad
tanto con el lenguaje como con su propia construcción: “En ese hacerse y
gestarse del sujeto, en el único lugar desde el cual podremos afirmar su
particular sustancialidad, a saber, las condiciones reales de existencia de una
época dada, el sujeto se nos aparece como procesual” (Roig, 1987: 26).
En su proyecto de recuperación del sujeto, Roig se reconoce como parte
de una tradición de crítica interna a la modernidad que puso en tela de juicio la
centralidad y la autosuficiencia del 'yo pienso' cartesiano. En este proceso de
descentramiento se destaca el aporte de los filósofos de la sospecha, Marx,
Nietzsche y Freud, quienes abrieron una etapa de fecundas consecuencias para la
filosofía que aún no se ha cerrado. Mientras que prescinde de los aportes del
pensamiento posmoderno al considerarlo como una mera radicalización de la
crítica moderna, y por lo tanto como una perspectiva que no sólo no involucra
ninguna ganancia teórica, sino que conduce a una serie de dificultades, como es
el caso de la autoinvalidación. En este marco, el autor, desde una lectura
esquemática y reduccionista, reúne bajo la célebre tesis de la muerte del hombre,
una pluralidad de enfoques a partir de los cuales los pensadores posmodernos se
ocuparon de desmantelar al sujeto moderno. Como resultado de esta asimilación,
no sólo se anularon importantes diferencias en el modo de comprender el
problema de la subjetividad, sino que, oscureció también lo que podría ser
entendido como un frente común, esto es, la posibilidad de considerar que al
menos algunas perspectivas dentro del posmodernismo, en lugar de renunciar al
sujeto en cuanto tal, postularon la muerte del ego cartesiano para dar lugar a
otras posibilidades.
En este sentido, considero importante no sólo diferenciar dentro del
pensamiento posmoderno las propuestas de debilitamiento y fragmentación, en
las que de manera explícita se conserva cierta configuración de la subjetividad,
sino también indagar por el significado de la tesis acerca de la muerte del
hombre, puesto que como lo plantea Castro Gómez, esta afirmación tampoco
pretende aniquilar al sujeto, sino descentralizarlo para abrir el campo a una
pluralidad de sujetos que no reclaman centralidad alguna. En el caso de la
filosofía de Michel Foucault, se podría plantear que no sólo no se desentiende
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del sujeto, sino que es más bien el tema central de su investigación. En efecto, el
autor refiriéndose a su labor de los últimos veinte años, reconoce que su objetivo
ha consistido en: “...producir una historia de los diferentes modos de
subjetivación del ser humano de nuestra cultura” (Foucault, 1988: 1). Esta
interpretación que parece contrastar con la apología de la muerte del hombre con
la que el autor concluye su obra Las palabras y las cosas, cobra sentido si se
considera que la muerte del hombre en este marco no es más que una crítica
generalizada del sujeto. A su vez, tal como lo plantea Rojas Osorio: “Sólo
retrospectivamente puede decir que el sujeto es el gran tema de su obra, el sujeto
objetivado por el discurso del saber, el sujeto objetivado por el poder, y el sujeto
mismo en el proceso de su propia subjetivación” (Rojas Osorio, 2000: 38).
Con estas observaciones me interesa mostrar, en primer lugar, los
límites de la lectura de la posmodernidad que Roig plantea en su obra, para luego
avanzar en posibles acercamientos con aquellos autores que se mostraban como
los principales obstáculos para su proyecto de recuperación del sujeto. En este
sentido, considero que la crítica al sujeto absoluto que plantea Foucault, así
como sus propios ensayos de articular una comprensión de la subjetividad como
algo que no está dado, sino que se construye a partir de prácticas histórico-
culturales, lejos de impugnar la empresa que Roig persigue, pueden ser
entendidos como una interesante herramienta para denunciar ciertos aspectos
cartesianos que subsisten en algunas afirmaciones de Arturo Andrés Roig. Así,
en lugar de justificar a partir de motivaciones de carácter ético-político estos
aspectos, se podría intentar asumir el reto que plantea la posmodernidad y
avanzar en una comprensión de lo humano que lo incorpore.
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LA CUESTIÓN DE LA IDENTIDAD EN LA OBRA DE ARENDT:
RAHEL VARNHAGEN. VIDA DE UNA MUJER JUDÍA
Introducción
Consideramos fundamental el tema de la identidad en el pensamiento de
Hannah Arendt. Eje que la motivó a indagar sobre la cuestión judía en el período
del Romanticismo Alemán. Dicha investigación le posibilitó dejar plasmado su
pensamiento al pretender iniciar su vida académica. Así, la obra Rahel Varnagen.
Vida de una mujer judía se torna primordial para rastrear los gérmenes de su
especulación política posterior. Para reseñar tal especulación nos vamos a centrar
en el relato que la autora realiza de la vida de esta judía en particular.
Comenzamos por presentar sumariamente el contexto social, político,
económico e histórico en el que transcurre la narración, para luego conocer quién
es Rahel, cuáles son sus sentires e intereses personales en la sociedad que le toca
vivir. Luego trataremos de comprender su pesar frente al “nacimiento infame”
que la ha marcado y su lucha por tratar de borrar ese signo. Asimilarse a la
cultura parece ser la solución a sus problemas y ensaya diferentes medios para
lograrlo. Finalmente, luego de mostrar algunas referencias sobre el tema de la
identidad en la obra, pretendemos indicar algunos de los aportes de Arendt a la
filosofía política posterior emanados de dicha obra.
Nos ubicamos en la Alemania de la Ilustración – segunda mitad del siglo
XVIII y primeras dos décadas del siglo XIX – en que el pueblo judío, a pesar de
haber sido incluso origen de la misma Alemania, se encontraba aún segregado de
los alemanes nativos. Desde la diáspora más antigua, los judíos se asentaron en la
Europa central y oriental – principalmente en Alemania, Francia, Polonia,
Ucrania, República Checa, República Eslovaca, Rumania y Rusia (lugares a los
que se trasladaron desde Israel e Irak) – zona llamada por los judíos medievales
Askenaz, hacia comienzos del siglo X. Y ellos recibieron el nombre de
Ashkenazim.1
Israel cuenta su consabida historia milenaria, cuyo comienzo no puede
determinarse con precisión. En toda su extensión, se cuentan en este singular
pueblo, luchas, dominios de pueblos más poderosos, deportaciones y
1
Véase: http://beisashkenaz.blogspot.com/2009/12/el-significado-de-ashkenaz-y-
askkenazi.html - Consultada el 06/04/2010.
29
repatriaciones, que no sólo designan hitos en su historia, sino que en la
comprensión de su cultura, sus ideales y su herencia fecundan simbólicamente
las metáforas que especifican su identidad. La diáspora – condición casi
exclusiva de este pueblo – ha tenido numerosos factores causales, y ha
provocado la separación de diversos grupos de origen común. Pero tal eficacia
no ha podido disolver la unidad en la identidad de cada miembro de Israel.
Los exiliados de distintas épocas y en distintos lugares del orbe, han
conservado su tradición monoteísta y su antiquísima liturgia. Desde la
destrucción del Templo de Salomón, la deportación a Babilonia (586 a.c. y 538
a.c. respectivamente), la dominación del Imperio Romano hasta el derribo del
segundo templo (333 a.c. y 70 d.c.), el pueblo judío se ha diseminado por todo el
mundo conocido, y siempre la evocación del retorno a Jerusalén ha consolidado
la unión espiritual entre ellos. A pesar de existir un Estado de Israel muchos no
pretenden volver. No por ello abdican de su historia y su tradición. Con todo,
también se asimilaron a las condiciones de la vida cultural, social y política de
los países donde se integraron.
Tras muchos siglos de incorporación, a veces tranquila pero muchas
veces tormentosa, desde un antijudaísmo inicial, un universalismo ilustrado, que
dividía simpatizantes entre judíos y no judíos, y, el antisemitismo moderno el
período que nos interesa, tiene raíces antiguas y recientes han forjado entre los
hebreos diversas memorias, las que han colaborado en asimilarse a memorias
ajenas y en olvidar las propias. Quizá este sea el caso de Rahel Varnhagen. La
asimilación logró borrar memorias, pero no identidades. Fenómeno compartido
por la comunidad judía que vivió en Alemania en el período citado. Al respecto
dice Arendt:
1. Rahel Varnhagen
30
En el Berlín del siglo XVIII “los judíos podían crecer como niños de
pueblos primitivos” (Arendt, 2000: 23). Hacer dinero y estudiar “la ley” eran sus
actividades centrales. Ellos supieron controlar los mecanismos de acceso al
dinero y a la cultura. En este marco social, cultural y económico Rahel nace en
Berlín el 19 de mayo de 1771. Su padre – Markus Levin – era un joyero que
había hecho fortuna, pero no duraría toda la vida. Al morir éste, sus hermanos
varones se encargan del negocio asegurándole a la madre – Chaie Levin – una
renta vitalicia. Asimismo, se apresuran en casar a sus hermanas. Cosa que logran
hacer con la menor, pero no con Rahel, quien en adelante deberá vivir con la
renta de su madre y a la muerte de ésta, de la dádiva de sus hermanos. Este
panorama de pobreza que amenaza a Rahel podía significar la condena a una
perpetua condición judía.
Las jóvenes hebreas consiguen casarse no sólo por la dote sino también
gracias a su belleza. Pero en el caso de Rahel, la naturaleza parece no haber
tenido contemplaciones con ella. Rahel era consciente de esta situación y dice de
sí misma: “Además de no ser guapa, no tengo nada de gracia interior. Soy más
vulgar que fea” (Arendt, 2000: 25). De modo que, se encuentra sin armas para
enfrentar e intentar el reconocimiento social en el mundo burgués.
Rahel es una judía que no acepta ni asume su condición y representa a
muchos hebreos que pretendían desconocer su origen y su cultura. Es decir, que
la lucha política por la igualdad de derechos es algo desconocido para su
generación, cuyos representantes postulan el bautismo cristiano masivo. Los
judíos no buscan emanciparse sino liberarse de tal condición concebida como
una desgracia personal. Y quien no logra entrar individualmente en el ambiente
social está perdido en el mundo: “los judíos sólo comprenden una cosa: que su
colectividad lleva grabado el pasado de manera indeleble, y que sólo
individualmente es posible liberarse de él” (Arendt, 2000: 54). El período de la
asimilación judía – 1805-1807 – se inició en la generación de Rahel que quiso
escapar a su judaísmo cristianizándose y practicando el matrimonio mixto con no
judíos.
Merced a la influencia de la Francia ilustrada, se produce una mejora de
la situación civil que apela a la conciencia de la humanidad en favor de los
judíos, tradicionalmente oprimidos, “no de los conciudadanos”. Esta conciencia
no concibe que haya personas sin derechos y como existe la idea de que los
hebreos son un pueblo sometido, inculto y retrasado, se quiere hacer de ellos
seres humanos, se quiere convertirlos en personas, es decir, en hombres y
mujeres de la Ilustración.
31
Los judíos se asimilan y declaran con entusiasmo su inferioridad. En
este marco, la vida de Rahel está signada por la subordinación – hecho que
acontece desde su nacimiento – y, a lo único que puede acceder, es al
pensamiento. La razón que lo prevé y lo controla todo funciona como una
especie de magia ilustrada que cierra el paso a todo lo real e imprevisible dado
que “todo depende del pensamiento autónomo” (Arendt, 2000: 29). Sólo las
“verdades de razón” (Lessing) 2 provenientes del pensamiento puro pueden
aspirar a ser válidas, verdaderas y convincentes. En cambio, los hechos por más
confirmados que estén no tienen para la razón fuerza probatoria puesto que su
realidad y demostración son casuales. Este pensamiento se constituye en
elemento fundamental de la ilustración alemana sobre el discurso de la
asimilación que Mendelssohn3 tomó y falsificó de Lessing, para quien la historia
es la educadora de la humanidad y sus verdades son reconocidas
intelectualmente por el individuo autónomo mediante la razón. Para
Mendelssohn la Razón no garantiza las realidades como el entorno, la historia y
la sociedad (Cf. Arendt, 2000: 32-33).
En este contexto la lucha de Rahel contra los hechos, en especial frente
al hecho de haber nacido judía se transforma en una lucha contra sí misma. Rahel
deberá negarse, cambiarse puesto que las posibilidades de ser otro son infinitas.
Se puede ser todo menos ella misma.
Esta mujer conoce a mucha gente y la buhardilla de la Jägerstrase – que
ella ha fundado tiempo atrás – se torna lugar de encuentro de amigos, quienes
muchas veces no entienden lo que dice y malinterpretan su entrega. “Rahel habla
de todo con todos” (Arendt, 2000: 38). Su modo de expresarse los invita a contar
secretos tomándola por confidente, y ella sólo debe guardar silencio sobre lo
general, creando una atmósfera de ambigüedad e incertidumbre que dificulta su
2
Fue el poeta alemán más importante de la ilustración. Con sus dramas y ensayos
teóricos tuvo una influencia significativa en la evolución de la literatura alemana.
3
Llegó a Berlín cincuenta años antes (1745 aproximadamente) y sólo veinte años
después figuraba entre los representantes del “Berlín erudito” entre Rammler, Nicolai y
Lessing. Todos sabían que era judío y fiel a su tradición religiosa. “La falta de derechos
civiles no le importaba mucho, y la idea de la emancipación política se la insinuó por
primera vez Dohm, que veía en él al garante de la dignidad de su pueblo” (Arentdt, H.,
Rahel Varnhagen. Vida de una mujer judía. Barcelona, Lumen, 2000, pág. 50). Todo esto
fue posible mediante la integración a la Ilustración alemana cuando ascender socialmente
era prescindible para los judíos. Pudo ser aceptado y formarse, cosa sencilla en Alemania
mientras la autonomía racional no se vio limitada por ideologías (Cfr. Arendt, H., Rahel
Varnhagen, pág. 50).
32
relación con la gente. Las cartas con sus amistades se constituyen en sustitutas de
la conversación. Rahel las hace hablar. No le importa que muestren sus cartas
pues no tiene nada que ocultar, y además, a través de ellas podrán conocerla
mejor: “ser comprendida es la verdadera dicha de la conversación” (Arendt,
2000: 41). No obstante frente a esta vida social en la buhardilla –por fuera –,
acontece la vida cotidiana – por dentro – cuyos detalles e infortunios sólo revela
a sus hermanos. Registrando de manera perversa “su condición de shlemihl4: ni
rica, ni guapa, y, para colmo, judía” (Arendt, 2000: 48).
4
Término yiddish usual en alemán e inglés norteamericano que aquí significa “infeliz,
desgraciada”.
33
engañar a la suerte y a la infamia de su nacimiento”
(Arendt, 2000: 125-126).
34
apellido que ya han adoptado sus hermanos varones al bautizarse en 1810 – para
ser un ser humano entre humanos, pero no lo ha logrado (Cf. Arendt, 2000: 163).
Y la primera pregunta a la que debe responder es: ¿Quién eres tú? Sin
comprender equívocamente el quién por el qué. La dificultad radica en nuestros
hábitos lingüísticos: cuando se pregunta “qué” se responde describiendo
cualidades de la persona y no lo que la constituye como ser único entre sus
semejantes. “ El descubrimiento de „quién‟ en contraposición al „que‟ es alguien
está implícito en todo lo que ese alguien dice y hace” (Arendt, 1993: 203). A
través de la acción y el discurso se lleva a cabo la revelación de la identidad de
quien actúa, por ello son inseparables. Por otra parte, “La acción sin un nombre,
un „quién‟ unido a ella, carece de significado” (Arendt, 1993: 203). No puede
haber acción sin identidad.
Rahel hace y dice cosas pero no actúa en el sentido arendtiano. Las
actividades que lleva a cabo responden al “qué” y no al “quién”. Quiere ser
alguien y piensa conseguirlo asimilándose, es decir, negándose, siendo otra.
Devenir alguien para Rahel era de alguna manera estar con los
vencedores, se llamen Federico o Napoleón. Obviamente, no hubo patriotismo en
ella hasta que no fue necesario en su afán por no quedar sola. Igualmente fue
quedando sola. Lo notable es que con tantos esfuerzos por huir de la soledad,
permaneció así por diversos períodos, en los que no acusó en ningún momento la
intriga por su origen, ni pregunta alguna por el valor de ello.
De pronto Fichte le posibilitaba volver sobre una asimilación posible. A
un mundo nuevo en el que no haya diferencias entre sus ciudadanos, cuya única
condición es el conocimiento claro, sólo podría ingresar como ciudadano “aquél
que se haya anulado en cuanto individualidad sensible, en su especificidad
concreta, con un origen y una situación determinados en el mundo” (Arendt,
2000: 176). Tal cosa constituía ya un esfuerzo realizado por Rahel. La ruina del
viejo mundo en el que vivía será oportunidad de su ingreso como ciudadana del
nuevo, que no admitirá la intromisión de ninguna tradición, ellas oscurecen la
claridad del pensamiento y su correspondiente orden social.
Entrar en el mundo social era su sola motivación y haber nacido judía
siempre su inhabilidad: “‟Debemos extirpar de nosotros al judío‟, le escribe a su
hermano; „es una verdad sagrada, aunque nos vaya la vida‟” (Arendt, 2000: 176).
El idealismo fichteano proponía un mundo a priori en su pasado y su
futuro, absolutamente comprensible fuera de los particularismos de los
individuos, y Rahel reunía todas sus exigencias. Tal a priori requería borrar su
singularidad, la que había sido para Rahel una vergüenza. De pronto tenía la
oportunidad de obtener sin esfuerzo lo que siempre había sido tan probadamente
inalcanzado. Bien poco duró este estrechamiento entre la Ilustración y el
patriotismo en la sociedad prusiana, por tanto también en Rahel.
Luego, y como siempre, un par de desdichadas historias de amor – o de
intento de asimilación que volvían una vez más a recluirla en sí misma, en ese
vacío de la memoria de su identidad. Es decir, nuevamente quedaba excluida de
la realidad, de la sociedad, del ser, de la vida. Ahora está convencida de que no
hay posibilidad de que alguna razón le permita incorporarse a esa realidad tan
ambicionada. Sus pares mujeres judías habían conseguido asimilarse de
alguna manera, parecía que a ella no le quedaba otra opción que el matrimonio
para lograr por fin entrar al mundo legítimo.
De alguna manera, Rahel en su conciencia personal, se encuentra en una
especie de espacio vacío en el que nada hay más que su exclusión de la sociedad
36
y por supuesto, todo su intento de evadirlo y acceder a ella con suficiencia.
Arendt anota esta observación:
37
Toda esta situación conflictiva no es vista por Rahel, ella sólo busca una
salida individual a otro revés social, y la puerta que encuentra es Varnhagen.
4. Rahel y Varnhagen
En 1808 Rahel conoce a Varnhagen, hijo de un médico liberal que no
logra dejarle a su familia posición acomodada alguna. El joven August estudia
medicina pero no acaba su carrera, cosa que signará todo emprendimiento
estudiantil. Se dedica a escribir y publica alguna cosa de poca monta pero muy
criticada por su ambiente. Se trataba de alguien que se describe a sí mismo como
un mendigo al borde del camino, mendigo como quien está atento a todo lo que
pueda conseguir para sí de lo que ocurre en el camino, en la vida y la historia con
la que nunca se compromete. Una especie de aprendiz de burgués que junto a
Rahel se ejercitará en serlo de noble. Propiamente un advenedizo alemán.
Después de intentar asimilarse de distintas maneras, la ya madura Rahel
lo elige como la última oportunidad para su propósito. Si bien no era noble, sí
podía instruirse en serlo y alcanzar así una posición que reportara por primera
vez una satisfacción a los intentos siempre frustrados de Rahel.
Varnhagen se suma como soldado voluntario en más de una ocasión, lo
cual le da un “patriotismo” un tanto interesado que sólo atiende a todo lo que
pueda agenciarle beneficios. Se desempeña como secretario de su coronel y
desde esa posición gana amigos y contactos de los que siempre buscará
utilidades. Parecía que la guerra traía la oportunidad de que la burguesía se
nivelara con el título de ciudadano, de que en la sociedad ya no hubiera
diferencias, lo que había sido prefigurado por Fichte.
Gracias a las movilizaciones populares, Varnhagen se adhiere a una
lealtad prusiana por la que espera un re-acomodamiento de mentalidad social, y
contagia a Rahel. Ahora pueden esperar una justicia social-ciudadana aún en
ambiente de guerra, justicia que será la única virtud de un tal patriotismo alemán,
y Rahel se siente más segura de haber elegido a alguien que tiene aún todas las
posibilidades y las intenciones de conseguir mejor estatus social (Cf. Arendt,
2000: 251).
Aunque ya, en 1812, un edicto había declarado ciudadanos de estado a
los judíos prusianos, éstos no se sentían aún legitimados, con la ocasión de la
guerra de 1813-1814 encuentran la oportunidad de ello, y hacen ver un
patriotismo conveniente (Cf. Arendt, 2000: 252).
Por entonces Rahel se traslada a Praga, no sólo por la posible incursión
de la guerra en Berlín, sino sobre todo para separarse de sus hermanos; la familia
y todos sus allegados configuran un pasado del que Rahel quiere huir, ha sido
38
una vida muy chata para ella y pretende que todos la olviden. Ahora Varnhagen
puede pagarle el viaje y mandarle dinero regularmente. En Praga encuentra ella
una tarea: ayudar a los heridos; un estado: la desgracia popular general; una
condición de vida: ser extranjera. De pronto adquiere nombres – aunque no
identidades – con los que de alguna manera sale de su antigua indeterminación.
Comparte un destino común, eso la hace sentirse libre:
5
Advenedizo.
40
Obviamente, los judíos y ciudadanos que ascienden en la escala social
se esfuerzan por llegar al lugar que ya ocupan los que lo tienen por su
nacimiento: los nobles. “En el burgués siglo XIX, el monarca absoluto se
convierte en rey de los parvenus. Para valer algo a sus ojos, unos acumulan
riqueza, otros se esfuerzan por que les reconozcan méritos literarios” (Arendt,
2000: 264). Después de Goethe, la literatura se transformó en medio de
enseñanza para llegar a ser iguales a los príncipes, obtener condecoraciones y
títulos nobiliarios, sólo por los méritos. Así, el señor y la señora Varnhagen se
lanzan, desde su salón, a la literatura como centro del culto a Goethe en Berlín.
Rahel trabajó para conseguir este ascenso social a la vez que lo
cuestionaba puesto que le exigía renunciar por completo a su naturaleza y a su
vida anterior:
42
le ha servido poco, pero que a su vez le era imprescindible. Los tres años que
Rahel pasa fuera de Berlín, en Karlsruhe constituyen su época más feliz.
De regreso en Berlín y con el transcurso del tiempo, Rahel ya no puede
engañarse a sí misma. Entra en pánico y medita:
Ahora vive en los salones de Varnhagen donde ya casi nadie la conoce como
Rahel. Reniega de su situación porque nunca ha tenido el valor de rebelarse
abiertamente. El precio que hay que pagar por pertenecer a la sociedad es
demasiado elevado porque supone renunciar a las cosas más humanas y a su
propia existencia. Los parias, en una sociedad basada en los privilegios,
representan lo específico del ser humano en su universalidad. “La dignidad
humana, el respeto ante el rostro humano, eso que el paria descubre de manera
instintiva, es el único estadio natural de todo el edificio moral universal de la
razón” (Arendt, 2000: 278).
El advenedizo no puede estar agradecido pues todo lo que ha hecho lo
ha logrado con su esfuerzo; y no puede tener compasión por el rostro humano
porque se considera un superhombre, un modelo para sus hermanos, los parias.
Rahel nunca fue una auténtica parvenu y jamás se sintió feliz en esa condición.
Hacia el final de su vida pudo vivir en el ambiente burgués sin perder su
condición de paria logrando percibir la vida en su conjunto.
Conclusión
Quizás nos tengamos que preguntar en qué consiste la identidad judía.
Necesariamente. Pero ya estamos advertidos de que ingresaríamos en un campo
donde muchos que han realizado la misma pregunta no encuentran una respuesta
certera. Quizá también podamos, a pesar de todo, apuntar algunos rasgos de esa
identidad. La razón de ello es el alcance universal que Israel desplegó a lo largo
de su historia –que se cuenta por milenios–.
Israel está entre nosotros. Y todos en Occidente recibimos su herencia:
el monoteísmo y la ética de la fraternidad que manda una convivencia social
entre iguales. Muy probablemente estos sean los gérmenes más antiguos de las
43
democracias modernas. De modo que, junto a la praxis de un contrato social que
proviene de treinta y dos siglos antes de la Ilustración, se introduce la idea de
que los hombres deben ser libres e iguales y que todos son hijos de Dios, por lo
tanto, hermanos entre sí; la filosofía Iluminista del siglo XVIII consagró esta
idea humanista y judía en la consigna Liberté, Egalité, Fraternité.
Asimismo, mientras transcurrieron sus veinte siglos de diáspora, existe
un inexplicable rechazo por los judíos. Esto – rasgo inicialmente europeo –
genera una cierta fragmentación de los modos del ser judío. La inclusión o la
exclusión podían originarse tanto desde fuera cuanto desde dentro de su
comunidad. Existen diferentes formas de judeofobia o negación de la identidad
judía que podrían resumirse en una expresión de Emil Fackenheim cuya idea,
ampliada, cita Julián Schvindlerman:
Aún asimilarse no se puede lograr si sólo se abdica del propio pasado pero se
desconoce el del pueblo donde se busca la inserción (Cf. Arendt, 2000: 291). En
un caso como el de Rahel había que asimilarse al antisemitismo. La memoria
45
establecida por la Torá está despreciada, contaminada, desarraigada, pero
sobreviviente en los corazones de los hijos de Jacob. Este es el hecho más propio
de la identidad judía: nada puede matar esa memoria, esa identidad. Evocación
que a pesar de todo permanece en Rahel. Hannah Arendt describe este proceso –
que universalmente se da en una gran parte del pueblo judío – en la vida de una
mujer judía de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, en la Prusia
Ilustrada, su patria, en cuyo seno crece el inexplicable antijudaísmo.
Rahel ha configurado su vida de modo que es una integrante asimilada a
la noble sociedad alemana. Pero una vez tal, no puede soportar engañarse a sí
misma y pretender acallar su ser más profundo. Ahora no puede aparentar para
sentirse cómoda. De pronto empieza a ver la verdad de la realidad y la invade la
impotencia y hasta el pánico. Su existencia está embargada. La advenediza ha
pagado con su libertad la posición que ha conseguido, la paria tendría que pagar
aún mucho más, afectando la esencia de su humanidad. Mira su historia y ve con
patencia que ha vendido su naturaleza. Ahora no es nada: “Ni hija, ni hermana,
ni amante, ni mujer, ni siquiera ciudadana” (Arendt, 2000: 276). Ningún nombre
que la pueda identificar. Quizá una judía paria hubiera tenido el derecho de
manifestar sin tapujos su desesperación. Una advenediza asimilada y arrepentida
se encuentra en un estado de inmovilidad inhumana. He aquí la manifestación de
la aniquilación de la acción – en la concepción arendtiana –, ya no sólo política,
sino también social, moral e incluso una inmovilidad privada. En tal
circunstancia ella apenas puede escribir secretamente a una amiga, cuya amistad
también debe ocultar.
Su vida en Berlín es un fastidio constante, nada la satisface y todo la
lleva a la conciencia de su inútil abnegación: la vergüenza y por otro lado la
rebeldía son manifestaciones de la impotencia ante la realidad de ser judía, ante
ese hecho irreversible. Se ha negado ella misma, pero aún le queda algo que –
aunque oculto y olvidado por muchos – hará posible su recapacitación: su
nombre, Rahel. “De Rahel Levin se ha desprendido, por fin, pero tampoco quiere
ser Friederike Varnhagen, de soltera Robert. Aquélla no era aceptada, ésta no
quiere decidirse por una engañosa identidad; pues „toda la vida me tuve por
Rahel, nada más‟” (Arendt, 2000: 274).
Podríamos decir que el punto de preservación de su identidad judía ha
sido su nombre, tantas veces renegado y ocultado, pero nunca para sí misma:
“„¿Podemos desprendernos de lo que realmente somos? Irnos lejos, bien lejos,
como un navío frágil que en alta mar empujan el viento y la tempestad…‟ Así
son las cosas cuando uno tiene que aparentar lo que no quiere ser” (Arendt,
2000: 274).
46
Hacia el final de su vida Rahel está cansada y por momentos ansía la
muerte como consuelo de un final. No tiene hijos y confortarse con la muerte no
es la solución. “El milagro más grande, siempre, es que después de nuestra
muerte los objetos del mundo sigan ahí, como cuando vivíamos; nos demuestra
que la vida no fue una mera ilusión” (Arendt, 2000: 294). Ya que no tiene la
posibilidad de pervivir en los que le sobrevivan, al menos le quedan sus cartas
como esos objetos que deja en el mundo y por los cuales se la recordará. Cuántas
cosas hechas ahora se ven absurdas, no perdurarán, nadie las recordará. En lo que
dejará escrito está su verdad, que en vida tanto ocultó.
Rahel mantuvo una actitud ambivalente toda su vida, excepto al final en
que aceptó su condición de judía. Y Arendt muestra cómo la asimilación
completa no puede ser lograda por ningún judío en el seno de una sociedad
antisemita que no los admite como personas con identidad propia.
Bibliografía.
Arendt, H., (1993) La condición humana, trad. Ramón Gil Novales, Barcelona, Paidós,
Barcelona. Título original: The Human Condition, The University of Chicago Press,
Chicago, 1958.
Arendt, H., (2000) Rahel Varnhagen. Vida de una mujer judía. Barcelona, Lumen.
Schvindlerman, J., (2004) El Otro Eje Del Mal: Antiamericanismo, Antiisraelismo y
Antisemitismo. Buenos Aires, Milán, Citado en:
http://hebreosnet.blogcindario.com/2006/04/00047-algunas-reflexiones-sobre-la-
identidad-judia-1.html - Consultado el 06/04/2010.
http://beisashkenaz.blogspot.com/2009/12/el-significado-de-ashkenaz-y-askkenazi.html
- Consultada el 06/04/2010.
47
2. DIVERSIDAD CULTURAL: RAZÓN Y MITO
49
SEPARACIÓN, PAGANISMO Y COMUNIDAD. PERSPECTIVAS
MONOTEÍSTAS SOBRE LO MÍTICO ELEMENTAL Y LA
CONSTITUCIÓN DE UN ETHOS SOCIAL
Diego Fonti
50
Si se tuviera que presentar en términos acotados la hipótesis que guía
esta reflexión, se trataría de afirmar que el judaísmo ilustrado, en los autores de
referencia, pretende con herramientas filosóficas mostrar cómo su herencia
religiosa y simbólica permite negar toda auto-fundamentación de la sociedad,
toda fundamentación mitológica inmanentista. Esta negación permite al mismo
tiempo fundar un régimen de separación de los individuos y liberación de toda
fusión en un origen mitológico, un régimen donde se protejan las adquisiciones
de la noción moderna de autonomía, y al mismo tiempo se genere una socialidad
diversa y justa (en términos técnicos: mesiánica). Se superaría, de este modo, la
dicotomía entre el liberalismo centrado en un sujeto escindido y autofundante, y
las versiones de una “sociedad total” nacida en un magma amorfo de
significaciones irrenunciables y conducentes a una organización que supera
(niega-mantiene-subsume bajo una figura más alta) a los individuos. Nos
interesa preguntar, entonces, cómo operaron los “mitologemas” (Kerényi, 1983:
15) característicos del judaísmo clásico en su recepción moderna, en el contexto
ilustrado y neoracionalista característico del fin del s. XIX y principios del s. XX
en la obra de Hermann Cohen; cómo se expresó su reivindicación y crítica en la
obra de Franz Rosenzweig a la luz de la caída de la confianza en el maridaje
entre Deutschtum y Judentum junto a la del Segundo Reich y finalmente, cuál
fue su reformulación a la luz de las devastadoras experiencias del s. XX en la
obra de Emmanuel Levinas. El horizonte de interpretación de este análisis es la
suposición de que el judaísmo ilustrado en su expresión filosófica es un eco –
resonancia al modo de repetición o de padecimiento – de las expresiones
sociopolíticas y filosóficas características de la época, y al mismo tiempo es ese
judaísmo un patrón de desmitificación de esas configuraciones “epocales”,
precisamente a partir de su propia fidelidad a sus mitologemas heredados.
6
J. I. Gonzáles Faus (2005) ha advertido sobre la estructura idolátrica que puede
presentarse en todo lo humano, inclusive en el mismo monoteísmo.
56
propiedades iguales. Ya la creación significaba la irrupción de algo nuevo, una
primera persona que rompe la impersonalidad de un principio metafísico, y la
revelación hace presente ese tiempo inmemorial en una demanda actual de
respuesta. El ser humano es así comprendido como “personalidad que no está
mediada por la universalidad del género y no necesita de ninguna pluralidad: un
sí mismo” (Rosenzweig, 1997: 199). Ese ser-sí-mismo nace no en un acto de
autoconciencia sino de respuesta a un llamado. La subjetividad tiene estructura
dialógica, donde el llamado es vocado por su nombre propio y lo único requerido
del mismo es que dé su ubicación, el lugar desde donde se dispone a responder
que designa al mismo tiempo su subjetividad: “aquí estoy”. No hay un núcleo o
esencia más allá de esa pasividad receptiva y respuesta activa al ser de-nominado
por un nombre propio (Rosenzweig, 1997: 221). Así aparece la estructura del
nombre propio como núcleo central de toda la Estrella (Casper, 2007: 274),
(Mosès, 1985: 96), el lugar donde se revela el porqué de la desmitificación y el
vínculo de una nueva socialidad.
7
Cf. M. Enders (2000) donde se defiende la posición de una constante y progresiva
purificación del concepto de Dios de todos los componentes mitológicos en el mundo
griego.
58
anónimo, una hipóstasis, que Levinas luego mostrará como insuficiente para
explicar la subjetividad humana. Ésta es relación con lo infinito, no vuelta sobre
sí, pero esa vuelta sobre sí indica ya una primera separación de aquello elemental
y mítico, “existencia sin existente, lo impersonal por excelencia”, “manera de
existir sin revelarse, fuera del ser y del mundo” (Levinas, 1995: 161). Esa
separación primera es a su vez desfasada por el encuentro con otro ser humano,
que al modo del encuentro con lo divino impide toda totalización.
8
Quizás sea este el motivo del aprecio de Levinas – coherente con toda la tradición
judía ilustrada – de cierto liberalismo.
59
Bibliografía.
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griechischen Befundes”, en H. Poser (ed.), Philosophie und Mythos. Ein Kolloquium,
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60
LA VIGENCIA DE LA “RACIONALIDAD SAPIENCIAL” EN LA
REALIDAD INTERCULTURAL ACTUAL DE AMÉRICA LATINA Y SU
IMPORTANCIA EN UN MUNDO GLOBALIZADO 9
Introducción
Hace ya algunas décadas se ha instalado el debate entre reconocidos
filósofos y sociólogos latinoamericanos sobre el tipo de racionalidad que prima
en América Latina. Mientras que para algunos no existe otra racionalidad que la
instrumental o moderna (al modo europeo), para otros en cambio, hemos
elaborado aquí una racionalidad propia surgida del legado indígena, de la
tradición cristiana, de las culturas importadas por los esclavos traídos de África,
o del sincretismo de las mismas con la modernidad europea. 10
Para un sector de este último grupo de pensadores existe en América
Latina una lógica propia, que se puede caracterizar como lógica de la gratuidad.
El planteo a partir de la óptica de dicha lógica comenzó a desarrollarse con el
análisis de las actitudes, la simbología cultural, literaria y las instituciones
populares latinoamericanas (ya sean indígenas, tradicionales, afroamericanas o
modernas) que conllevan valores, tales como: libertad, reciprocidad, gratuidad y
solidaridad. Para Scannone (1993) la pregunta es si la lógica mencionada está en
contraposición – o no – con la racionalidad instrumental moderna o europea.
Las respuestas a dicha pregunta son variadas. Por eso daremos a
conocer en la primera parte del trabajo (de forma muy breve) los diferentes
argumentos de algunos referentes del pensamiento filosófico latinoamericano.
Primero enunciaremos la postura de Aníbal Quijano, quien – junto a otros
filósofos – sostiene que la racionalidad latinoamericana hunde sus raíces en las
comunidades indígenas, en sus tradiciones y principios. Luego daremos lugar al
pensamiento de Alberto Methol Ferré, Pedro Morandé y Cristián Parker, quienes
aseguran que dicha racionalidad posee un sello eminentemente católico. Para
continuar con las afirmaciones de Jorge Larrain, quien da a entender (aunque
indirecta e implícitamente en su crítica al esencialismo) que la racionalidad
9
Este trabajo contiene la revisión y reelaboración de algunos artículos de mi autoría
publicados con anterioridad.
10
Cabe aclarar que, con algunas salvedades, tomamos del pensamiento de Juan Carlos
Scannone gran parte de nuestras reflexiones acerca de la racionalidad sapiencial.
61
instrumental es intrínseca a la identidad latinoamericana. En la segunda parte
expondremos el pensamiento de Juan Carlos Scannone acerca de la “otra
racionalidad” o “racionalidad sapiencial”, propia – aunque no exclusiva – de las
culturas de América Latina, y su capacidad de reubicar – en y desde este
continente – a la racionalidad instrumental.
62
Dicha racionalidad alternativa está presente también en el pensamiento
de autores como: Bonfil Batalla, para quien los colonizadores intentaron
fragmentar a los indios para dominarlos mejor y difundir así su propia cultura, y
a pesar de eso muchos pueblos autóctonos conservaron su esencia; o Emilio
Mosonyi quien asegura que a pesar del hecho de que los indios han sufrido
profundas transformaciones, no se ha perdido totalmente la continuidad y aún
constituyen la base principal de la identidad latinoamericana (Bonfil Batalla,
1987; Monsonyi, 1982).
En estos escritores latinoamericanos contemporáneos subyace la idea de
que el futuro de América Latina depende de la fidelidad de su población a las
tradiciones, costumbres y principios indígenas, rechazados, ignorados u
olvidados por la razón instrumental, por las elites ilustradas y por el
neoliberalismo con sus intentos modernizadores.
11
Es importante destacar que el concepto de “religiosidad popular latinoamericana” no
coincide en todos los autores, sino que cada uno de ellos lo aborda desde su perspectiva
ideológica particular.
63
Para él la dialéctica hegeliana del amo y el esclavo es inadecuada para aplicarla a
españoles e indios.
No se trata de la negación de la dominación por parte de Morandé, sino
que la misma no resulta decisiva para la identidad latinoamericana; de hecho,
otras experiencias comunes fueron mucho más significativas que la dominación.
Podemos hacer alusión aquí a las alianzas establecidas mediante matrimonios
interraciales; o dentro del ámbito cúltico-ritual al interés común por la danza, la
liturgia, el teatro y los rituales; y además, al énfasis puesto por ambas culturas en
el carácter tributario del trabajo12 (Morandé, 1991).
Por lo tanto, Morandé arguye que representación, liturgia, y teatro
expresaron del mejor modo el encuentro entre las culturas orales indígenas y la
cultura escrita española. Esto significa que el lugar del encuentro, la cuna de la
cultura latinoamericana es sacra. El autor concluye entonces que dicha cultura
posee un sustrato real católico (Morandé, 1984). Así pues, el ethos cultural
latinoamericano presenta algunas características fundamentales: se constituyó
antes de la Ilustración y por lo tanto la razón instrumental no forma parte de él;
subyace en él una estructura eminentemente católica; prefiere el conocimiento
sapiencial al científico y se expresa mejor en la religiosidad popular.
Para Morandé la amenaza irreligiosa de la modernidad logró convertir a
las elites latinoamericanas – los criollos – a la razón instrumental, pero fracasó
frente a la religiosidad popular de los mestizos, la que ha resistido todos los
embates para continuar siendo hasta el presente la manifestación más espontanea
y auténtica del ethos cultural.
De igual manera Cristián Parker (1993) encuentra en América Latina
una cultura popular con contenido religioso que se expresa como una auténtica
contracultura de la modernidad. Dicha contracultura tiene una actitud
ambivalente frente a la modernidad: por un lado, es antimoderna, ya que se
opone a lo que la modernidad y su racionalidad instrumental conllevan de
alienante y deshumanizante, por otro, es pro-moderna porque acepta y acoge lo
que la modernidad contrajo como avance para una mejor calidad de vida y como
posibilidad de satisfacer las necesidades básicas del hombre.
Ahora bien, Parker (1993) entiende esta contracultura como una forma
diferente de sentir, pensar y obrar con respecto a la racionalidad ilustrada, la
12
Cabe destacar que dentro del ámbito laboral, tanto indios como españoles organizaban
el trabajo mediante el calendario litúrgico de conformidad con las estaciones; y el ciclo
agrícola estaba en armonía con el ciclo religioso.
64
entiende como “otra lógica”. La estructura de pensamiento que subyace en este
nuevo paradigma no es moderna, aunque tampoco mítico-tradicional, sino que
resulta “sincrética”. Tal sincretismo es – para Parker – un proceso simbólico que
construye y reconstruye representaciones colectivas, tomando elementos viejos y
nuevos y estableciendo con ellos una nueva síntesis.
De este modo es como Parker replantea la identidad latinoamericana, e
incluye como base de dicha identidad al cristianismo. Defiende que en el núcleo
de la cultura popular latinoamericana se puede encontrar el dinamismo de la fe
cristiana, no de manera exclusiva pero sí decisiva. Es ese núcleo el que desea
proyectar hacia el futuro. En América Latina los intentos de imposición de la
racionalidad instrumental han fracasado dando paso al cristianismo popular, a
una antropología vitalista cuyo objeto es el hombre integral fundado en una
praxis de “amor-solidaridad”. De esa manera el cristianismo plantaría los
cimientos para una nueva civilización latinoamericana de los tiempos futuros.
13
Aunque Scannone no lo expresa directamente, podría entenderse que aquí incluye a
las culturas provenientes de África, importadas por los esclavos negros, no obstante,
66
misma se ha mostrado ya capaz de crear verdaderas síntesis vitales en la unidad
de las diferencias.
Dicha reubicación de la racionalidad instrumental es posible ya que la
sabiduría popular latinoamericana es también una racionalidad. Aunque implica
una racionalidad más englobante:
criticamos el escaso lugar que nuestro autor otorga a estas culturas (al menos de forma
explícita) en la construcción de la racionalidad e identidad latinoamericanas.
14
Scannone introduce en dicha racionalidad el sentido cristiano del hombre, esencial,
para él, en la sabiduría popular latinoamericana.
67
Porque el “logos sapiencial” es racional, puede pensarse con sus
características de identidad, inteligibilidad, necesidad y universalidad, las cuales
también caracterizaron al “logos” griego e hicieron posible el nacimiento en
occidente de la racionalidad científica instrumental. Cuando hablamos del “logos
sapiencial” nos referimos a una universalidad situada, y no descontextualizada
neocultural y éticamente. Dicho logos está abierto a las diferencias de espacios
culturales y a la libertad y novedades históricas, y no a una necesidad totalmente
formalizable en funciones matemáticas o dialectizable en leyes dialécticas.
15
El filósofo argentino aclara el carácter hipotético de su teoría y la falta de elaboración
de conceptos suficientes para el desarrollo de esta idea.
68
trueque, ollas populares –; o como también, a través de movimientos
multisectoriales de la sociedad civil en defensa de los derechos humanos, la
justicia social, etc. (Scannone, 1993).
A modo de conclusión
A diferencia de muchos autores latinoamericanos contemporáneos que
defienden la idea de que el futuro de América Latina depende de la fidelidad a
determinadas actitudes o principios indígenas, que han sido olvidados o
rechazados (tanto por la razón instrumental como por las elites ilustradas o los
intentos modernizantes del neoliberalismo), porque los mismos constituyen un
tipo de verdad diferente de racionalidad; consideramos que hablar de identidad
es hablar de un constructo, y que por ende, no todo está dicho. Es cierto que
buena parte de dicha identidad deriva de las comunidades indígenas
precolombinas pero no se puede obviar a la historia de Latinoamérica en su
conjunto. Tampoco adherimos al “esencialismo cristiano”, si así se lo entiende,
pero estamos de acuerdo en que el cristianismo tiene algo que ver con la “lógica
de la gratuidad” que nos caracteriza.
Por eso valoramos el legado de los pueblos indígenas y valoramos
también la herencia cristiana y la fusión de ambos en la construcción histórica de
la identidad latinoamericana. Adherimos más bien al pensamiento de Scannone,
ya que sin descartar la presencia de la racionalidad instrumental en nuestro
continente, reconocemos, no obstante, la “otra racionalidad” (que se expresa en
las actitudes de numerosos sectores de la población) como base para la
construcción de un futuro mejor. Dicha racionalidad es común a las diversas
culturas latinoamericanas – incluidas las provenientes del continente africano – y
sus valores dignifican a los hombres y a los pueblos de América Latina y otorgan
dignidad a toda la humanidad, por ser parte de la misma. La globalización – en la
que estamos inmersos y de la que somos partícipes – no es un obstáculo para el
69
desarrollo de dicha racionalidad, sino todo lo contrario, la fluida interculturalidad
puede convertirse en la vía de transmisión para el mundo entero de los valores
que dicha racionalidad conlleva, como lo es el valor de la solidaridad,
reciprocidad, ayuda mutua, etc., en pos del bien común, de los derechos humanos
y de la dignidad de todos los pueblos, especialmente de los más vulnerables.
Bibliografía.
70
DIVERSIDADES CULTURALES: UN ENFOQUE FILOSÓFICO SOBRE
COMUNICACIÓN Y CULTURA
Marta Palacio
16
Sobre este tema véase: Arendt, Hannah, Los orígenes del totalitarismo, Madrid,
Alianza, 2006. como también: Todorov, Tzevetan, El hombre desplazado, Buenos Aires,
Taurus, 2007.
74
trascendental. La filosofía contemporánea se hace cargo de las sospechas sobre la
“lucidez de la conciencia racional” (Cf. Ricoeur, 2003) que profirieron
Nietzsche, Marx y Freud en la cisura de los siglos XIX y XX, quienes con sus
críticas abren una rendija para concebir otros elementos en la subjetividad que no
entraban dentro de los esquemas antropológicos anteriores. Los cuestionamientos
filosóficos y los desarrollos de las ciencias humanas y sociales han resquebrajado
las visiones o perspectivas universales y las identidades culturales basadas en
una monocultura. Cuestiones tales como el poder, el interés ideológico, el
privilegio de clase o de grupo hegemónico, el deseo y el inconsciente ingresan al
ámbito del pensar filosófico señalando pistas hermenéuticas novedosas para
comprender la diversidad de lo humano a partir de tomar en cuenta la diferencia
que nos constituye y la alteridad que nos habita.
Un segundo tema a considerar por una filosofía de la cultura es el
fenómeno de la globalización económica-comunicacional, que ha modificado y
transformado nuestro mundo con efectos complejos y difíciles de sopesar. Uno
de los principales problemas originados por la expansión mundial de la economía
capitalista de mercado son los dialécticos procesos de homogeneización urbana y
fragmentación cultural que por la heterogénea yuxtaposición de culturas –
provocadas por las migraciones laborales, guerras, desplazamientos forzosos,
entre otros – colocan a grupos y particularidades culturales a la defensiva,
produciéndose movimientos de resistencia cultural. La internalización de la
economía ha producido grandes transformaciones en las urbes, generando nuevas
desigualdades. La mundialización modifica sin cesar los significados culturales
en su proceso de administración de la vida colectiva y profundiza
paradójicamente la heterogeneidad de las subculturas que conviven en los
mismos espacios urbanos (Cf. Martínez, 2007: 138ss). Renato Ortiz, Néstor
García Canclini, Jesús-Martín Barbero – entre otros investigadores
latinoamericanos – coinciden en señalar que la globalización ha redefinido los
marcos situacionales locales de los fenómenos socio-culturales y por tanto es
necesario repensar los elementos teóricos para analizarlos. El estudio de lo
cotidiano (prácticas y valores) se vuelve un ámbito privilegiado para analizar la
“mundialización de la cultura”, desplazándose el análisis de los marcos
nacionales hacia tramas locales en que aparecen estilos de vida, formas de
pensamiento y valores que se dan también en otros segmentos mundiales, aunque
tal enfoque choque con tradiciones intelectuales arraigadas que se resisten a
considerar lo mundial como categoría de análisis (Cf. Ortiz, 1997).
La globalización, como contexto económico y tecnológico hegemónico,
a la vez que ha homogeneizado y reducido el mundo, por la intensificación y
75
ampliación de las interacciones comunicativas ha exhibido y expuesto las
diversidades y particularidades. Las diversidades culturales han irrumpido en el
escenario mundial – a veces de modo violento – exhibiendo en su emergencia el
conflicto y la lucha que suponen las diferencias en el seno de las culturas. Ante la
amenaza de disolución o cambio, diversos grupos han reforzado sus identidades
colectivas afirmándose en razones étnicas, culturales, religiosas, nacionales o de
género.
Vivimos en una realidad social configurada como un espacio público
plural: diversas etnias, diversas religiones, diversas morales, diversas culturas,
diversos géneros. ¿Cómo lograr la unidad e integración ético-política de las
diversidades sin que la misma sea una imposición de alguna particularidad, por
lo general la diferencia hegemónica? ¿Cómo establecer puentes y traducciones
entre las diversidades culturales sin arrasarlas en un totalitarismo homologador
ni excluirlas por inferiorización de la diferencia (Cf. Femenías, 2007) – racismo,
xenofobia, sexismo – en nuestras sociedades multiculturales? Éstas son
preguntas éticas propias de la filosofía práctica que ha tomado particular
relevancia en la academia en los últimos decenios.
17
La controversia pública por la ley del “matrimonio igualitario”, aprobada en
Argentina en 2010 a partir de reclamos sociales de grupos homosexuales, sería un ejemplo
de estas especulaciones en el espacio público.
77
plural, el vivir con otros en un mundo constituido intersubjetivamente por las
palabras y las acciones de los sujetos. Cada existente (cada persona) lleva su
existencia de un modo singularísimo. Por la corporalidad y el psiquismo, con su
pasividad originaria o capacidad de ser afectados por lo externo, por lo otro, el
sujeto guarda un registro de vivencias que luego en un acto reflexivo de la
conciencia (ipseidad) enlaza y refiere como propias de su identidad, otorgándoles
sentido en el relato narrativo que realiza de sí. Por la corporalidad se establece la
diferencia del existente humano como singularidad óntica que se hará explicita
en las manifestaciones y señas de la vida de cada sujeto, tornando múltiple la
realidad humana. La existencia humana es plural y no una e idéntica como lo
establece la abstracción del concepto “existencia humana”. La condición de la
existencia humana es la pluralidad (Cf. Arendt, 1993). Nuestros cuerpos
humanos se distinguen entre sí por múltiples y variados aspectos, desde el nivel
más biológico de la vida en que cada célula tiene un ADN único a cada
individuo, hasta en las manifestaciones corpóreas secundarias originadas por su
interacción con el mundo y con los otros. El cuerpo del que nace, del “recién
llegado” como dice Arendt, se va constituyendo en cuerpo político o cuerpo con
significado intersubjetivo en una trama única y singular que articula etnia,
lengua, cultura, género y posición social, conformando la identidad personal y su
modo peculiar de existir. Los sujetos actúan políticamente en el espacio común,
dentro del horizonte de condiciones y posibilidades de sus respectivas tramas
personales desde las que interactúan con los demás, intercambiando símbolos y
otorgando sentidos a las vivencias. La existencia humana se cualifica en su
diferencia por el modo cultural de vida que desarrolla, modo que siempre es
histórico y enraizado en una geografía, que tiene que ver con las prácticas
sociales (usos), la lengua, los valores y los sentidos de la acción. Las diferencias
culturales son modos de estar en el mundo. De allí que existan diversos ethos: las
morales de grupos y/o individuos serían por tanto un correlato de las
contradicciones y polimorfismos culturales de la existencia humana. El conflicto
se torna una posibilidad fáctica de la necesaria convivencia de los diversos: las
fuerzas morales y culturales de las diversas subjetividades deben convivir en un
mismo espacio público y un mismo territorio. ¿Cómo regular el conflicto a fin de
que los derechos de los diversos grupos sean respetados sin menoscabar los
derechos personales?
La existencia humana es “yo-con-para-otro/a”, o mejor aún, “el otro/a
en mí”, como afirma Levinas, en cuanto existencia ligada inescindiblemente a
otro, estructura intersubjetiva psíquica y ética anterior a todo acto de conciencia
y del querer de la libertad del yo. La singularidad de la existencia humana se
78
capta en la sensibilidad, en la que el otro/a irrumpe afectándola, se presenta con
un rostro que apela y nos coloca en una situación de socialidad y lenguaje: debo
responderle, hacerme cargo, responsable por su vida (Cf. Levinas, 1987 y 1999).
Sobre esta complejidad estructural de la subjetividad se inscribe el orden ético y
toda normatividad moral. El valor de la vida, la dignidad, la identidad personal,
la libertad y los derechos humanos de las culturas, se apoyan en la esfera de la
subjetividad de la existencia humana: existencia con otro/a, accesible desde la
experiencia fundamental y originaria del prójimo ligado al yo, que abre a la
trascendencia, al más allá del yo, y no anula las diferencias sino que las ubica en
un área en la que el dominio arbitrario del yo no puede eliminarlas. La identidad
entonces estaría dada por existir-en–un-mundo-con-otros.
18
Desde ciertas posiciones fundamentalistas, hoy esos esquemas clasificatorios estarían
asumidos por los genes, el genoma y el neo-concepto de “raza” basado en el ADN. Cfr.
Rushton, J. Philippe, Race, Evolution and Behaviour. A Life Evolution Perspective,
Published by the Charles Darwin Research Institute, Minessota, 2000.
82
culturas, de cuño patriarcales o sexistas, cuando estos últimos atentan contra los
derechos humanos personales por su condición de sexo-género (Cf. Palacio,
2008).
Seyla Benhabib plantea que la inclusión en el espacio democrático de
culturas minoritarias y la conservación de las culturas de grupos mayoritarios no
tienen por qué ser excluyentes, puesto que en el espacio igualitario de la
democracia se pueden reconocer los derechos de las minorías sin menoscabo de
los de la mayoría. Atender a los problemas de conciliar los derechos
individuales con los derechos culturales colectivos supone un aprendizaje social
y democrático que asuma que la diversidad es la condición humana de la
pluralidad de individuos que componen el espacio público. En términos
filosóficos diríamos con Levinas que el problema ontológico es el pluralismo de
entes, lo cual exige una reflexión ética sobre la alteridad, en este caso de los
grupos o los “otros”, y una deliberación de la filosofía política sobre la justicia
social en un contexto dialógico “intercultural”.
Acordamos con Benhabib cuando afirma que “el surgimiento de la
cultura como un campo de intensa controversia política es uno de los aspecto
más desconcertantes de la situación actual” (Benhabib, 2006: 21). Darnos cuenta
de que estamos inmersos en redes de interdependencia increíblemente complejas
y desconcertantes nos pone en situación de asumir que el debate cultural es de
“diálogos riesgosos”: pueden llevar a la separación y controversia o a la
comprensión y el aprendizaje mutuo. El debate de la política cultural es
paradójico: constituye una extraña mezcla de igualdad democrática de todas las
formas culturales y a la vez presupone que dichas formas poseen características
únicas e irreductibles entre sí (“identidades culturales”).
Ahora bien, ¿qué hacer con el diferente? ¿Cómo convivir con las diferencias de
las diversidades culturales? Éstas son preguntas éticas. El alter, el diferente,
funda la ética. Se exigen por lo tanto respuestas éticas y políticas que no se han
demorado en formular: se habla de prójimo, solidaridad, reconocimiento,
aprendizaje mutuo, equidad jurídica para las libertades individuales, tolerancia,
pluralismo político. La categoría conceptual de “interculturalismo” pretende
asumir éstos rasgos éticos en la consideración de las diversidades culturales y las
diferencias.
El reconocimiento de la diferencia y la diversidad quizás explique el
crecimiento mundial de la conciencia de los derechos humanos personales (Cf.
Misgeld, 1992) como garantías jurídicas e institucionales que deben preservarse
y resguardarse de todo avasallamiento. Todo un movimiento de ideas y sectores
apuntalan con fuerza la necesidad de una jurisprudencia internacional o
83
planetaria que reconozca tales derechos y los garantice para todos/as (Cf.
Benhabib, 2005) con especial énfasis para las mujeres por la desigualdad
histórica que las inferiorizó y en algunos contextos culturales lo sigue haciendo
por su diferencia sexual.
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85
3. FILOSOFÍA Y LIBERACIÓN
87
ÉTICA, ECOLOGÍA Y TECNOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN
Sendas críticas que confluyen
Carlos F. Bauer
Ecología de la liberación
La ecología es la base primordial de la cultura o el ethos. Y nos
podemos preguntar, ¿qué es lo que sustenta la ecología?, y desde un planteo
espiritual y ético podemos decir brevemente que es la vida. Introduzcámonos en
algunos términos:
89
planetaria que ha sido impuesto como progreso. 19 Es ruptura no continuidad. Lo
paradigmático del caso, en este análisis de historia comparada, es que estamos
comparando a dos culturas opresoras (la romana y la eurocéntrica), lo que nos
arroja otra perspectiva. La diversidad cultural no es homogénea ni unívoca ni
siquiera del lado del imperio, de los imperios, siendo relevante destacar
diferencias sustantivas entre ambos en vez de reducir todo a mero igualismo
acrítico y totalizador lo que nos imposibilitaría un diagnóstico adecuado de la
época en la que nos toca transitar.
Por otro lado con respecto a las culturas nómadas, por ejemplo, veamos
un retrato tergiversador:
19
Estamos distinguiendo dos nociones de progreso, una cuantitativa, la del capital, la de
la mercancía por sobre todas las cosas; y otra noción de progreso cualitativo en un
horizonte en donde progresa y desarrolla la vida que se extiende para todas las culturas.
Se trata de un progreso ético por sobre un progreso meramente econocrático, tecnocrático
y para unas pocas elites.
90
“El crecimiento destructivo no es lineal, sino orgánico; es
decir, las regiones del centro resistirán mejor la crisis; la
periferia, las naciones pobres morirán antes. La crisis es
mundial, pero los responsables políticos, económicos y
militares del sistema destructor de la naturaleza hoy en el
mundo son las potencias desarrolladas del centro, ya que
contaminan en más de un 90% la tierra, aunque poseen el
30% de la población mundial”. (Dussel, EC-S/D: 213).
Tecnología de la liberación
En esta faceta, la teoría general de la tecnología se plantea la superación
del modo de producción capitalista en América Latina. Y la relevancia del tema
es de tal índole que el autor declara que, “… el proceso revolucionario necesita
de un apoyo material tecnológico”. (Dussel, EC-S/D: 177). Históricamente el
proceso revolucionario fue iniciado en el caribe, en Haití y Centroamérica
(indígenas y afros). Por otro lado, por ejemplo, en Nicaragua se hablaba de los
innovadores que eran grupos de técnicos que debían fabricar a veces de manera
artesanal partes de máquinas: “Todo el proceso de liberación es un movimiento
de construcción de la utopía; utopía histórica, concreta”. (Dussel, EC-S/D: 177)
Por lo tanto la tecnología toca desde adentro este proceso ya que como acontece
en la actualidad, la tecnología de la dominación pone a los pueblos de los países
periféricos como oprimidos y sin el goce del consumo honesto.
92
Hemos observado histórica-teológicamente que los mayores pecados
pertenecen a las estructuras y como éstas producen deshonestidades como
emanaciones para el requerimiento de la participación popular haciendo
participar al sujeto (a nivel individual) de dichas estructuras deshonestas y
corruptas como condición para que éstas puedan sostenerse.
Sostiene Dussel que, “Marx liga íntimamente la tecnología o las fuerzas
productivas con el tema del Reino de la Libertad, la inmediatez absoluta, la
utopía que mide toda utopía y juzga la eticidad de la vida”. (Dussel, EC-S/D:
177). Desde aquí, se abre la perspectiva de analizar al capital como tecnología y
como el mismo desde esta dimensión también se vuelve contra el otro cultural
como un poder autónomo.
Por lo tanto, la tecnología de la liberación propone en primer lugar
rescatar a la técnica de la subsunción que sufre como momento del sistema de
valoración del capital para poder transformarse en un instrumento del trabajo del
hombre a su servicio. Por ello “… el proceso de liberación es también liberación
de la tecnología para el hombre”. (Dussel, EC-S/D: 177) De lo contrario
permanecemos y pereceremos en la ligazón de la tecnología para el desarrollo
del capital en cuanto tal y de su clase portadora como lo es la burguesía; y no
para la realización de la humanidad en su conjunto: “… por ello la liberación del
hombre exige la liberación de la tecnología como momento del capital”. (Dussel,
EC-S/D: 179).
Desde aquí se desprende otro aspecto fundamental como es el problema
ético, y esto es lo que le permite postular una ética de la tecnología, ya que es
una relación ética por excelencia la responsabilidad del tecnólogo de saber
descubrir, desde otro punto de partida, la función de la tecnología en su injusta y
asimétrica mediación para la extracción del plustrabajo, lo que implica un modo
de extraer sangre al trabajo vivo. En segundo lugar, esta ética es práctica y
plantea “… liberar a la tecnología del capital para servir a las inmensas mayorías,
a los oprimidos, como clase que trabajando en las máquinas es explotada por
ellas como el rostro material del capital mismo”. (Dussel, EC-S/D: 179).
El objetivo final es liberar a la tecnología de su relación de subsunción
para la opresión, es liberar a la tecnología para la humanidad, para que el hombre
libere su trabajo de la relación exclusiva para con el capital, para que preste su
servicio a las distintas comunidades y a cada sujeto integrante de las mismas. Se
libera a la tecnología del carro de la tasa de ganancia para ligarlo al de la ética de
la vida. De esta forma se conseguiría ampliar el tiempo de recreación, de
beneficios simétricos en la reproducción de la vida, de expansión del espíritu,
etc.
93
De no liberar la técnica para el hombre, para la comunidad, los mismos
seguirán siendo inmolados al fetiche del capital por medio de su corporalidad-
material en la máquina.
Bibliografía.
94
PODER, BLOQUE E INSTITUCIÓN POLÍTICA
Carlos F. Bauer
Poder consensual
Como lo hemos anunciado, es un tema crucial, ya que se debe articular
nuevamente un momento material (la voluntad) y un momento formal (razón
discursiva), sin última instancia. Con esta complicación, codeterminación, se
tiene que distinguir claramente entre acción instrumental (razón técnica, medio-
fines) y una acción propiamente estratégica con acción práctico-política, que
incluye mayor complejidad y normatividad que la meramente instrumental.
Por otro lado, para que el actor de la acción estratégica pueda tener tal
agencia, tiene que ejercer el poder, fruto de la unidad de la pluralidad de
voluntades (universidad), cuyo consenso es efecto de la razón discursiva. El
servicio y función de una universidad orgánica consiste en que desde y
conjuntamente con la comunidad se debe procesar categorialmente la
articulación de los niveles material y formal. Si la universidad es escindida por
el poder político de la potestas, que impone dicha universidad, es transformada
por esta voluntad que impone valores a lo M. Weber, en un mero instrumento de
la voluntad de poder.
Antes de continuar, me he permitido relacionar sintéticamente este
tema, ya que no ha sido considerado debidamente. Es imprescindible indicar este
tópico y reflexionar sobre la función de la universidad y el intelectual orgánico
desde el caso de las universidades interculturales como un claro ejemplo de
avance concreto-estratégico de articulación de ambos niveles dentro de un
contexto de transformación político-comunitario.
Es preciso estar atentos permanentemente en el sentido de no caer en el
siempre tentador y amenazante voluntarismo político a lo Carl Schmitt, ni en el
racionalismo formalista a lo J. Habermas. Son reducciones que por el contrario,
deben ser subsumidas en un movimiento de realidad dinámica y, como tal, más
complejo. De esta manera es posible distinguir el poder político como poder
consensual de la comunidad política como potentia, del poder hegemónico como
posibilidad empírica del ejercicio de la potestas, separado semánticamente del
ejercicio de la dominación política a lo Weber. Recordemos que para éste, la
gobernabilidad de las instituciones es una política de control del poder como
dominación. Luego, esta lógica manifiesta en su proceso, y en algún momento de
la historia, sus extremos, como la violencia de la tiranía, de la dictadura,
95
totalitarismos y autoritarismos de otros tipos. Sin estas mínimas distinciones no
es posible una política normativa.
Aquí es preciso referirnos a la ética. No hace su aparición sino que
tiene una presencia constitutiva. Sin una visión profunda de la ética como ética
de la vida, de la liberación de las mayorías, no es posible salir de la prisión en la
que consiste la concepción del poder sólo como dominación.
“Si en la ética hemos concluido que el acto tiene pretensión de bondad, sólo
cuando cumple los principios prácticos universales (o al menos intenta
honestamente aplicarlos) entre los que se encuentran los principios materiales,
formales y de factibilidad práctica, en la política el acto meramente solipcista
movido por una voluntad particularista tiende sólo a su interés propio (es
contradictorio con el interés de los otros y por ello, im-potente; está
depotenciado) (Cf. Dussel, 2008: 133). El autor está citando aquí la Ética de
1998. (Véase nota 203, Dussel, 2008: 172). Sin una base ética profunda, de
liberación, no es posible liberar al interés propio de su encierro en el rencor,
temor y obstinación. La ética marca un camino de circunvalación que excede y
rodea al yo conquisto (ego conquiro), pudiendo articular los distintos niveles
tendientes a una consecución política comunitaria. Simplificando, la visión para
un posible lector, sin que ello implique dejar de lado, de ninguna manera, el
necesario y complejo proceso de articulación; y diré que esta política, como
política consensual, comunitaria y plural, es una política del bien común,
dimensión ética por excelencia, si la ética es de liberación, comunitaria, abierta,
plural, humanitaria, etc.
96
La pretensión política de justicia es un tema que como tal, deberá ser
desarrollado más adelante. Aquí, solo menciono que justicia indica la
integralidad del acto político.
Dicho acto lo hemos visto como un proceso complejo de articulación político-
estratégica institucional, cumpliendo con los principios políticos implícitos (Cf.
nota 204 en Dussel, 2008: 133).
En el ejercicio del poder, podemos entonces diferenciar dos niveles: por
un lado, el poder consensual político, siendo el concreto. Esta es la comunidad
política, en sentido conceptual potentia, como fuente de regeneración de todo
ejercicio estratégico del poder delegado y diferenciado institucional. Por otro
lado, la potestas como poder instituido. En este segundo nivel, debemos
distinguir subniveles. En primer término, hay un poder hegemónico como
ejercicio empírico del poder delegado en las estructuras de gobierno (estado,
poder instituido) a través del consenso suficiente de la comunidad política. En
segundo término, hay un poder de dominación como ejercicio de la fuerza de
minorías influyentes desde un poder aceptado como legítimo, logrando un
consenso a través de un imaginario informático-material, en mayorías que son
obedientes, en el sentido weberiano. Son obedientes hasta en la desobediencia.
Es una desobediencia anárquica, sin construcción de nada estructuralmente
alternativo, y funcional al río revuelto. El neoliberalismo, en su reconquista de
los estados naciones periféricos, debía derribar todo muro y con ello mezclar y
confrontar las voluntades llanas, para poder extraer, con la menor dificultad y
bajo costo, el valor acumulado por estos estados, y transferirlos al centro
(T.E.V.). Aún hoy nuestra población, por ejemplo, en el juego anárquico de
desvalorización de unos con otros, y con mucha presencia por ejemplo en las
universidades, contribuye a esta transferencia. En nuestra sociedad, esta es la
potestas que manda, o la mandamás. Luego está la infinita gradación (a lo
infinito negativo de Hegel), los mandan menos. La comunidad, como tal, nunca
aparece, sino su balcanización, en una gradación de poder escindido-egoísta; por
ejemplo nuestro contexto nacional es un “paradigma” de balcanización y
escisión. El ejercicio de coacción del Estado siempre será ambiguo y confuso. En
nuestro país, por ejemplo, tenemos en la actualidad 1.000 militares y 4.000
obreros procesados en las dos últimas gestiones de gobierno, hasta este 2011. La
ambigüedad frente a la comunidad política es propia de un estado aún neoliberal,
de potestas fetichizada, que continúa dividiendo voluntades bajo un simple
esquema reductivo de vieja data: los que están en pro y los que están en contra,
dejando de lado a los supuestamente confusos. En nuestro país, tenemos en
manos extranjeras: el petróleo, el gas, el teléfono, la megaminería (cobre-oro-
97
uranio), bancos, automotrices, hipermercados, informática, el problema de los
granos, etc.
En tercer término, hay una gobernabilidad como ejercicio tecnocrático
en un momento político neoliberal en el mundo postcolonial, que no pretende
alcanzar consenso, ni legitimidad. Puede gobernar con un porcentaje menor de
votantes, cumpliendo simbólicamente con un acto democrático pero, sobre todo,
impondrá (si se pudiera, con acto simbólico, si no, de igual forma) sus criterios a
través de la mediocracia ayornada a los tiempos postmodernos. Crea y produce la
ideología de la sola alternativa o la de no hay otra. La comunidad despolitizada y
desencantada cae rendida ante, por ejemplo, el mercado y la bancocracia.
En cuarto término, hay pura violencia con el ejercicio de la fuerza
monolítica (individualista) como pura coacción del Estado, definido como última
instancia soberana. Ha desaparecido el consenso y su posibilidad. Se pasa a
instituir la represión contra la posibilidad de renacimiento de un poder
consensual. Se activa un proceso de corta y media duración, que con desquicio
mesiánico-místico pretende imponerse en la larga duración, atemorizando a la
comunidad. Llegado a este punto, se realizó un ejercicio sencillo de deducción,
que desembocó en las dictaduras, como ejemplo de lo dicho aquí. Sólo agrego a
Hitler, para redondear el caso, quien afirmó que su régimen viviría mil años.
Como sabemos, en este ámbito hay grandes y pequeños comerciantes pero en el
imaginario poseen un aire de familia negativo, se diferencian en la posibilidad de
su escala de aplicación o mera instrumentalización.
De esta manera, son poder positivo la presencia del poder en la
comunidad y el poder obediencial hegemónico, como ejercicio delegado del
poder con justicia, legitimidad y dignidad humana, en el sentido profundo del
término.
La unanimidad de un sujeto no es posible sólo como postulado. El poder
consensual de la comunidad política existe cuando se da concretamente la unión
de las voluntades a través de acuerdos discursivos implícitos y explícitos. El
poder consensual de la comunidad política no puede ejercerse espontáneamente,
sino a través de las mediaciones institucionales. Espontaneidad es poder en sí
que está en potencia, y mediación es potestas, poder consensual, instituciones,
etc. Se debe pasar de la potentia a la potestas, ya que es empíricamente
imposible la vida de millones de pobladores de un país, permaneciendo en la
indeterminación primera. En contextos como éstos, el ejercicio del poder
inmediato y no escindido (democracia directa) no es posible. Tal vez lo sería a
través de un proceso electoral arduo y de un período considerable de tiempo, que
asciende en síntesis de lo particular a lo general de cada barrio-comunidad
98
(primera partícula), pasando por los medios geopolíticos hasta remontarse a la
Nación (gran partícula).
Requeriría condiciones honestas y humanitarias y un proceso electoral
no meramente técnico, sino de por ejemplo dos meses continuados. Un proceso
que a la larga reportaría beneficio a la comunidad: ser partícipes plenos,
compromiso sostenido con el proceso, y apropiación de una política para todos,
que de hecho se va haciendo entre todos, etc. Es proponerle otros tiempos a la
política, no meramente técnicos o industriales, sino humanos. Muchos de los
problemas urgentes se deben a la velocidad de la política de procesos de elección
entre gallos y medianoches. Con rapidez se han votado la implementación de
leyes, decretos, ordenanzas que inmediatamente provocaron en sus efectos
problemas urgentes. La velocidad de esta política es una anti-meditación, un
anti-debate y un anti-hacer político. Igualmente, ningún proceso de la potentia,
por diverso que lo propongamos, puede quedarse sin la instancia institucional
mediadora y clara o suficientemente diferenciada. Esta diferenciación se
encuentra lejos de ser principio de separar inferiores de superiores; este orden
sólo entra en la potestas dominante, autoritaria. La diferenciación es símbolo,
recurso comunitario para la comunidad. Es garantía de otro giro de 180º que
significa la vuelta, la reciprocidad político-económica de la base ética, como
rueda que gira para la permanencia y desarrollo de la vida de los ciudadanos.
Pero no es una rueda que gira en el vació sino en la ética liberadora.
Puentes de ascenso
El campo político se ha constituido como una red de acciones
estratégicas en donde cada actor político es una hebra o nodo organizado en
torno al ejercicio del poder político como unidad de voluntades de una
comunidad (potentia) re-ligada por el consenso legítimo en cuanto lo decidido es
factible empíricamente.
La vida política ha creado en el tiempo estructuras que aseguran la vida
o tienden a hacerlo en el proceso de la historia de las culturas. Es necesario
aprender de las creaciones intersubjetivas de la memoria histórica a lo Tucídides
(prag-utilidad viva) o a lo Cessaire considerando las lecciones de la historia para
la vida presente encaminada hacia el futuro.
Eros e institución
En un sentido, cuasi rousseauniano, primero era el instinto, la vida
instintiva animal de la especie, empírica y filogenéticamente guiaba certeramente
la existencia del individuo. No había posibilidad de un campo de aprendizaje
ontogenético, o éste era demasiado delgado para gestar un ámbito de decisión
condicionalmente libre. A esto se denomina anánke, es decir, la necesidad del
instinto o la Trieb de Freud. El instinto se identifica con el horizonte de la vida
que hemos expuesto hasta ahora. Es una actividad reproductora y conservadora
de la vida, es la potentia que, como vimos, gradualmente va dejando lugar, sin
desaparecer, como la savia de un árbol, a las instituciones que cumplen esta
103
función reproductora y conservadora de la vida humana colectiva. La
autoconservación exige una cierta postergación de la satisfacción o
renunciamiento, o desviación de la posibilidad de un placer tendiente a equilibrar
la dialéctica de la libertad de la pulsión, del deseo al gozo (éros) y la institución
(anánke o principio de realidad). Esta tendencia a la estabilidad significa una
economía de equilibrio entre placer y displacer. El paso hacia la institución es
intrusión de una “obsesión de repetición que fija diacrónicamente la institución”.
(Dussel, 2008: 182 y véase nota 22 en ibid: 323). Y, en la medida en que los
grupos crecen en número, se va haciendo cada vez más presente el paso del
estado de naturaleza al estado institucional. Es preciso mediar la lógica mimética
que, a través del crecimiento numérico, se vuelve conflictiva, ya que el común
humano aspira a los mismos bienes. A través de la mediación institucional, debe
reconquistarse la unanimidad, re-aprenderla, a través del cuidado mutuo.
Lo civil y lo político
Lo civil pivotea, pendula, o se dialectiza por un lado hacia un campo no
político y por otro, hacia un campo político. Dentro de este campo, lo civil es lo
que posee el menor grado de sistematicidad institucional. En la dusseliana Tesis
7.1 de 20 Tesis de política lo vemos expresado con claridad: “Lo social es el
ámbito o subcampo del campo político atravesado por los campos materiales
(ecológico, económico, cultural, etc. puestos en acción por nuevos movimientos
sociales); que cuando los actores toman conciencia de sus reivindicaciones no
cumplidas, se produce la crisis (aparece el problema social)”. (Dussel, 2006: 55)
¿Cuál es la función de la política, entonces? “La política debe resolver ese
problema social”. (Dussel, 2006: 55) Así como lo privado y lo público son
grados de intersubjetividad, por otro lado, lo social, civil y político se
corresponden con grados de institucionalidad de acciones o sistemas del campo
político.
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108
REFLEXIONES PARA UNA RELACIÓN ENTRE LIBERACIÓN Y
NO-VIOLENCIA
Introducción
En Argentina, la conformación de nuestras instituciones ocurrieron
generalmente de arriba hacia abajo, no fueron en sus orígenes fruto de conquistas
de movimientos populares o de grupos de excluidos y marginales, sino que
fueron logros basados en acuerdos entre grupos de poder en contienda, y elites
intelectuales que se formaron en el “viejo mundo” y que se instruyeron y
occidentalizaron en sus centros de estudio. Así también las transiciones
democráticas se sustentaron y se sustentan en prácticas no democráticas
consolidando sociedades jerárquicas y desiguales. En los últimos 40 años, el
capital financiero improductivo se convirtió en el árbitro de la distribución de la
riqueza; y el mercado impone a nuestras democracias la supremacía del
consumidor frente al ciudadano, volviéndose doctrina política. El Neoliberalismo
aparece como el modelo civilizatorio representado por una “sociedad global de
mercado” que hoy muestra sus debilidades, y en la que se puede pensar diferente
mientras se actúe igual. Los resultados de este orden impuesto a nuestros países,
son las grandes migraciones; la producción, el tráfico y consumo de drogas;
disminución de la acción del estado en la protección de la salud y la educación;
pobreza creciente, saqueo y explotación de la riqueza minera y de las reservas de
combustible y de agua potable; deterioro del medio ambiente, entre otras
acciones de los grandes capitales y de los países más desarrollados sobre
Latinoamérica y el resto de los territorios del mundo no desarrollado.
Desde esta situacionalidad y en pos de orientar nuestras reflexiones,
hemos tenido en cuenta los análisis de J-P Sartre sobre la libertad y la liberación
en varias de sus obras así como los de Hannah Arendt principalmente en La vida
del espíritu (Cf. Arendt, 2002); así como De la historia a la acción (Cf. Arendt,
1995); Sobre la violencia (Cf. Arendt, 2005). Nuestro propósito no es abrir una
controversia respecto de los posicionamientos de ambos pensadores, sino
enriquecernos con sus aportes. Pensamos que, a pesar de la diferencia en sus
posiciones, en mucho pueden acercarse y complementarse dándonos qué pensar.
En cercanía con Sartre, entendemos que la libertad es la capacidad que
cada uno de nosotros tiene cotidianamente para la realización de sus
posibilidades de humanización, por ello es que ningún análisis de las condiciones
109
de liberación puede sustituir la propia libertad de los interesados. El hombre es
aquel que se quiere hombre y se cuestiona sobre su posibilidad, interrogándose
sobre lo que “debe ser un hombre” y sobre las posibilidades de un mundo más
humano. Arendt, por su parte, nos invita a distinguir la libertad filosófica de la
libertad política. Ésta última se realiza en tanto los hombres viven en comunidad,
sin embargo, la reflexión filosófica sobre la libertad puede servir de horizonte
desde el cual se esclarezca la libertad política.
Queremos en este trabajo también exponer algunas consideraciones
sobre la tensión entre violencia y no violencia teniendo en cuenta,
fundamentalmente, reflexiones de Judith Butler y Hannah Arendt. No aludiremos
aquí a las propuestas de Butler acerca de cuestiones de género, sino que haremos
referencia a sus proposiciones antropológicas y éticas como lugares desde donde
podemos interpretar las relaciones entre violencia y poder en las que estamos
signados los seres humanos en conjunto.
Partiendo de las reflexiones de Butler, abordaremos primeramente las
nociones de precariedad (precariousness) y precaridad (precarity), distinción
propuesta por la pensadora, pues éstas nos conducirán a reflexionar sobre la
importancia de los marcos o encuadres socio-culturales y legales que posibilitan
el reconocimiento o la invisibilidad de una vida. Es esta invisibilidad, violencia
negada, la que nos pone en la reflexión sobre la liberación; y es la liberación la
que vuelve a interrogarnos sobre la violencia como respuesta a la violencia
establecida.
Precariedad y precaridad
Dice Butler:
110
Afirmar la vida es afirmar su contingencia, su precariedad, su ser
superfluo y prescindible, su indefensión, lo que nos invita a promover la
responsabilidad. Una vida humana, sin arraigo, sin aceptación ni cuidados,
experimenta la estrechez de sus posibilidades y asume un sentimiento de
orfandad, de ausencia de piso que la sostenga en el camino de su eventualidad.
Como nos sugiere Jean Luc Marion (2005), el “yo soy”, “yo existo”, no es
anterior al deseo del amor sino que se sostiene en él y por él.
La impronta de Levinas está presente en las reflexiones tanto de Butler
como de Marion. La importancia del mandato “¡no matarás!”; inscribe la
exigencia ética en mí, exigencia incondicionada de la presencia indefensa que se
enfrenta al deseo de autoafirmación narcisista contra el otro. Al mismo tiempo se
experimenta el pedido: “¡ámame!‟” como deseo; “¡por favor, ámame!”, como
súplica de la carne. Marion muestra fenomenológicamente como aparece al
unísono otra cuestión, la pregunta: “¿puedo amar yo primero?”, como
interrogación que radicaliza mi necesidad de autoafirmación y que se debate con
la experiencia de la no reciprocidad del mandato. En este clima tensional, se
avizora la constitución del “yo” radicalmente marcada por el requerimiento del
“otro” de permanecer en la vida en el modo de la existencia; así como se
descubren los orígenes de la necesidad de dominio y apropiación. Se asienta en
la precariedad la omnipotencia y el poder de “unos-contra-otros”, pero surge
también la dimensión ética del compromiso y la responsabilidad de “unos-para-
otros”.
112
de ser reconocida y llorada como tal. Ya que, como bien reconoce Judith Butler,
“… sólo las vidas que importan son dignas de ser lloradas” (Butler, 2010: 32).
Los marcos sociales y políticos son históricos, y por tanto dinámicos,
cambiantes, contradictorios entre sí y por eso no actúan de modo determinístico.
Para Butler la dinámica misma de los marcos, que es la de circular, generalizarse
y reproducir su hegemonía, es una de las posibilidades de su propia ruptura; cada
nuevo lugar y tiempo modifican los marcos en el proceso de su reproducción.
Esta inestabilidad deja intuir sus propios límites lo que da lugar al aparecer de la
existencia marginal de otras vidas, aquellas que no estando comprendidas en las
posibilidades de aprehensión dispuestas por las condiciones vigentes, amenazan
disolver desde el exterior las fronteras que determinan la condición de sujeto
reconocible como tal. Mientras que desde el interior se pugna por la purificación
de las normas para que quede claramente afuera lo que no concuerda con ellas,
originando una tensión, no necesariamente dialéctica y superadora, pero que abre
posibilidades de cambios históricos en las dinámicas sociales e institucionales.
La precariedad muestra que nuestras vidas sólo pueden sostenerse por
los lazos sociales, y en este reconocimiento se fundan las obligaciones éticas y
políticas de construir instituciones para disminuirla y poner a toda vida en
condiciones de mayor igualdad. Así, desde el reconocimiento de la precariedad
somos invitados a reflexionar de qué manera nos cabe la responsabilidad de
ampliar los marcos de visibilidad de la vulnerabilidad de la existencia de forma
cada vez más generalizada, de modo que sea posible la aprehensión igualitaria de
aquellas necesidades humanas que precisan ser satisfechas por las relaciones
sociales y por las estructuras políticas y legales. Esto sólo será posible con la
existencia de instituciones que aseguren condiciones de subsistencia y
protección. Se pregunta la autora: “¿Cómo puede hablar la población que no
tiene voz y cómo puede hacer sus reivindicaciones? ¿Qué tipo de perturbación
implica en el campo del poder? Y, ¿cómo pueden estas poblaciones poner de
manifiesto las reivindicaciones de lo que necesitan?” (Butler, 2009: 336).
Que haya vidas fuera de las redes y condiciones sociales de
sostenimiento y de los marcos legales determinados por el poder, significa que
en ellas se agudiza, como consecuencia de la invisibilidad, la precariedad. Es
evidente que existe una contradicción entre la maximización del reconocimiento
de la precariedad de algunos grupos que los marcos visibilizan y protegen, y la
minusvalía que sufren aquellos en que se reduce la aprehensión y el
reconocimiento de su vulnerabilidad.
Judith Butler afirma:
113
“Dichas poblaciones se encuentran en un alto grado de
riesgo de enfermedades, pobreza, hambre, marginación y
exposición a la violencia sin protección alguna. La
precariedad también caracteriza una condición política
inducida de vulnerabilidad maximizada, es una exposición
que sufren las poblaciones que están arbitrariamente
sujetas a la violencia de estado, así como a otras formas de
agresión no provocadas por los estados pero contra las
cuales estos no ofrecen una protección adecuada” (Butler,
2009: 322-323).
Imaginación y libertad
Sin aclarar primero lo que entendemos por libertad, no podemos tener
un criterio para saber cuáles son los efectivos obstáculos que nos limitan ni
tampoco cuál es la meta que pretendemos ir logrando a propósito de un proceso
de liberación. Podría suceder que términos como exclusión y marginalidad sean
comprendidos como la limitación de una libertad entendida sólo como elección
de posibilidades abiertas por el mercado, suponiendo entonces una noción de
igualdad que lejos de abrirnos a un desarrollo integral nos entrampa en los
caminos de la libertad de medios del capitalismo, y que comprende al hombre no
como ciudadano sino como consumidor. Aunque nos dejan el convencimiento de
la existencia de una “libre elección”, a lo sumo podemos hablar de una libertad
subordinada a la satisfacción del propio interés y que puede competir con los
intereses de cualquier otro hombre.
Como nos recuerda Teodoro Adorno:
114
poseen (…) Pero (…) no hay libertad mientras todo tenga
un precio...” (Adorno, 2003: 45).
115
comprensión y acción) es precisamente lo que se llama libertad” (Sartre, 1971:
78).
Arendt, por su parte, afirma: “Sólo la imaginación nos permite ver las
cosas en su verdadero aspecto, poner aquello que está demasiado cerca a una
determinada distancia de tal modo que podamos verlo y comprenderlo (…) Esta
„distanciación‟ forma parte del diálogo establecido por la comprensión…”
(Arendt, 1995: 45). Y para Sartre, un hombre revolucionario sólo lo es, si es
capaz de comprender el sentido de lo que hace, la liberación de los hombres.
Para comprender deberá tomar distancia, liberarse de las condiciones dadas
(Sartre, 1975: 305-306).
Los desarrollos de lo imaginario se encaminan a determinar la estrecha
relación entre pensamiento e imagen, pero no entienden tal relación en el sentido
tradicional que afirma que el concepto está siempre acompañado por una imagen
o representación. Lo que en dicha relación se muestra es que si la imaginación es
una actitud intencional nihilizante o reductiva del mundo, ella posibilita la
reflexión de la conciencia porque realiza la distancia del mundo perceptivo.
Advertimos aquí la anticipación de la relación entre el “en-sí” y el “para-sí”, lo
que implica el anticipo de sus desarrollos fenomenológicos sobre la libertad.
Como anticipábamos, esta capacidad de negación y de nihilización de la
conciencia que se nos había revelado en la conciencia imaginante, aparecerá en
su ontología fenomenológica con el nombre de “Libertad”. En Diarios de guerra
(1939-1940), Sartre dice: “Antes de la libertad, el mundo es una plenitud que es
lo que es, una comida espesa. Después de la libertad, hay cosas diferenciadas,
porque la libertad ha introducido la negación (…) porque la libertad está
enteramente transitada por la Nada” (Sartre, 1983: 139). El mundo y nuestro
propio pasado nos quedan a una distancia “nada” que entrega al para-sí a sus
propias posibilidades. El “para-sí” es lo que no es y no es lo que es - una Nada
que anonada al en-sí - presencia refleja así misma y al mismo tiempo
imposibilidad de identidad. El para-sí no es sino lo que él haga de sí mismo a
partir de lo que los otros hicieron con él. El hombre sólo encuentra obstáculos en
relación a su libertad. Así, no hay libertad sino en situación y no hay situación
sino para la libertad.
Arendt, haciendo referencia al poder de la negación de la voluntad
afirma que el proyecto no es un mero futuro, sino el futuro como proyecto de una
voluntad que niega lo dado, tanto el pasado como el presente. Pero es una
voluntad en el mundo, en situación, que tendrá que pasar del “yo quiero” a un
“yo hago” que tiene que suponer un “yo puedo”. Para la pensadora: “El yo-
quiero-y-puedo es el deleite de la Voluntad” (Arendt, 2002: 271).
116
Sartre, describe e interpreta al para-sí como posibilidad. Lo posible es
una falta, una ausencia que no viene de afuera sino que es constitutiva de la
conciencia en tanto el para-sí está a cargo de sí. Lo posible, lo que aún no es, es
el horizonte desde donde cobran sentido no sólo las elecciones inmediatas, sino
la totalidad del mundo y también los otros. Así, “… lo dado se aprecia en
función de lo que aún no existe; el ser (…) es iluminado a la luz del no ser”
(Sartre: 1972: 589). Y porque todo concierne a la libertad, no hay reflexión que
no conduzca a la moral como aceptación o huida de la responsabilidad con la
libertad de todos: “… la responsabilidad del para-sí se extiende al mundo entero
como mundo-poblado” (Sartre, 1972: 678).
Por su parte, como ya anticipamos, Arendt nos invita con Montesquieu
a distinguir la libertad filosófica, antropológica, de la libertad política. Ésta se
realiza en tanto los hombres viven en comunidad, sin embargo, el discernimiento
sobre la libertad que realiza la reflexión filosófica y antropológica puede servir
de horizonte desde el cual se esclarezca y diferencie la libertad política. Ésta
exige quedar en relación a normas o leyes que constriñen la libertad de cada uno
de los ciudadanos, aunque de diferente manera según las concepciones, por lo
que se caracteriza más que por un “yo-quiero”, por un “yo-puedo” en relación a
un “yo-debo”: “… sólo puede manifestarse en las comunidades, donde los
muchos que viven juntos sostienen relaciones, por medio de la palabra y las
acciones, reguladas por un gran número de (…) leyes, costumbres, hábitos (…)
En otras palabras, la libertad política sólo es posible en la esfera de la pluralidad
humana” (Arendt, 2002: 434).
Esa pluralidad es un “nosotros” plural que descansa en alguna forma de
consentimiento y de obediencia, y que manifiesta el reconocimiento de la
necesidad de obrar en forma concertada para el cumplimiento de sus logros e
intereses. Por ello la estrecha relación, o el sinónimo que implica en la libertad
política, el poder y la libertad; poder y libertad siempre limitados dado que
supone el nosotros plural y sus normas.
Para Sartre, la libertad es poder, pero no un poder coercitivo de la
libertad de otros. En sus conversaciones con Victor y Gavi dice: “… tener un
poder sobre los otros es precisamente la definición de la no-libertad. Si tienes
poderes sobre los otros los condenas a no ser libres y, en la misma ocasión, te
condenas a no ser libre” (Sartre, 1975: 312).
Liberación y violencia
Nuestras reflexiones sobre la libertad y la liberación nos colocan ante el
problema de la acción y la elección de las prácticas. Sartre advierte que los
procesos de liberación, orientados y resignificados desde un proyecto utópico,
disciernen críticamente sobre las condiciones de opresión y violencia y pueden
emprender caminos de contra violencia con los sistemas de opresión. Porque “…
nunca hay rebelión sin una libertad oprimida, explotada o alienada” (Sartre,
1975: 98).
Arendt, por su parte, distingue entre poder, fuerza y violencia. La fuerza
es entendida como una cualidad natural de un individuo aislado; el poder surge
cuando los hombres actúan juntos y desaparece cuando se separan y por ello
considera que el poder es independiente de los factores materiales, sea de
número como de medios. El poder no necesita justificación sino legitimidad. La
119
violencia, que requiere siempre de herramientas, tiene como verdadera sustancia
el regirse por la categoría medios-fin; donde el fin está siempre en la posibilidad
de convertirse en medio, y donde los medios pueden superar al fin (Arendt,
2005: 10-19). La violencia puede ser justificable, pero nunca será legítima. El
poder puede engendrar una resistencia tan activa y eficaz, incluso en la renuncia
de la violencia, dado que ésta podría llevar al exterminio debido a la diferencia
de fuerzas. En el exterminio pierden todos porque “nadie puede gobernar sobre
muertos” (Arendt, 1993: 223).
Si bien la violencia es capaz de destruir al poder, no es capaz de
sustituirlo, y es por ello que en la política puede haber fuerza y carencia de
poder, ésta es la combinación que se conoce como tiranía. Para Arendt, la tiranía
contradice la esencia de la condición humana en tanto niega la pluralidad y el
actuar conjunto, y por ello impide el desarrollo del poder: “El dominio de la pura
violencia entra en juego allí donde se está perdiendo el poder…” (Arendt, 2005:
73).
La frecuente relación entre el poder y la violencia, y la convicción
moderna de la interpretación de la actividad humana en el modelo de la
fabricación, lleva a la pensadora a una consideración sobre la relación que se
establece frecuentemente entre medios y fines, en el sentido de querer junto con
el fin los medios que lo realizan. Así la valoración de los medios está medida por
su eficacia para la consecución del fin. El “homo faber” queda atrapado en una
cadena de medios y fines que no llegan nunca a un principio que pueda justificar
la categoría de utilidad. Esta comprensión condujo a la afirmación de la violencia
como productora de los cambios de la historia. Pero la violencia se distingue del
poder porque es muda, “comienza donde acaba el discurso” (Arendt, 1995: 30).
Arendt entiende que la cuestión se dirime en la medida que salgamos de la
consideración de medios y fines para la acción política. Así como también
deberíamos liberarnos del terror y del adiestramiento ideológico y abrirnos a la
comprensión histórica, saliendo de la lógica del totalitarismo que pretende
convertir las ideas en premisas de las cuales todo puede deducirse.
Son conocidas las consideraciones y las críticas que Arendt ha
formulado a la posición de Sartre en relación a la violencia en su obra Sobre la
violencia (2005), sin embargo, pensamos que hay algunos puntos de
aproximación en ciertas afirmaciones que Sartre realiza en distintos momentos
de su obra. En efecto, la violencia es sólo comprendida como contra violencia y
fundamentalmente considerada como posibilitante de un cambio de condiciones
dadas, de tal manera que viabilice una nueva situación para la acción común o, lo
que es lo mismo, la aparición de condiciones para la libertad y la invención de
120
objetivos comunes. Así, en las conversaciones con Francis Jeanson de 1973 dice:
“… siempre se asume una contraviolencia, que sólo es llamada violencia por los
que son víctima de ella”. Pero la violencia no puede ser fin por lo que, “… debe
ser reemplazada por un determinado tipo de orden” (Jeanson, 1975: 127). En el
prólogo a la obra de Fanon, centro de las críticas de Arendt, realiza sus
afirmaciones ciertamente con un lenguaje imprudentemente visceral, pero
siempre como respuesta a la violencia iniciada por el colono (Sartre, 1968: 121-
139).
Arendt, en el trabajo mencionado, afirma: “… la violencia seguirá
siendo racional sólo mientras persiga fines a corto plazo. La violencia no
promueve causas, ni la historia, ni la revolución (…) pero puede servir para
dramatizar agravios y llevarlos a la atención pública” (Arendt, 2005: 107).
Liberación y no-violencia
Fue importante determinar las consideraciones de la precariedad y la
precaridad previo a nuestras reflexiones sobre la violencia ya que los marcos que
posibilitan la inclusión y la exclusión de algunos grupos o sujetos determinan
también lo que ha de considerarse violencia y lo que no. En las consideraciones
sobre los marcos referenciales de la precaridad nos ha mostrado Butler la esfera
de lo público. Si la exclusión y destrucción recaen sobre no-vidas, no hay tal
exclusión ni violencia (estas consideraciones son cercanas a la posición de
Arendt (1999) sobre “la banalidad del mal”). Por ello Butler se pregunta si
aquellas vidas que no son consideradas vidas reales no sufren acaso ya de la
violencia por su irrealidad, por la omisión. Esta desrealización trae aparejada no
sólo la posible violencia en sus cuerpos, sino el no reconocimiento e invisibilidad
de tal violencia en la representación o el discurso; la ausencia de duelo. Vidas y
muertes sin huellas, extra humanas y extra jurídicas (2006: 59-61; 123).
La existencia de la violencia padecida, presenciada en otros o provocada
por nosotros, nos pone en relación con la posibilidad de la no violencia. Butler
señala que ante la violencia recibida surge el cuestionamiento ético a propósito
de las posibles respuestas ante el daño sufrido. Depende de nosotros el
profundizar la violencia en la historia o responsabilizarnos con condiciones
globales de justicia. Salir del círculo de la violencia es admitir la posibilidad de
un mundo donde se proteja la vulnerabilidad de la vida como precariedad común,
lo que es lo mismo que admitir la necesidad de condiciones sociales y legales
para su reconocimiento. (Butler, 2006: 41-42; 70-71)
Tenemos que admitir que la violencia no está sólo afuera de nosotros
sino también en nosotros. Nuestra propia educación ha estado referida muchas
121
veces a contextos y normas que han violentado nuestras potencialidades. Esta
toma de conciencia nos alerta sobre la posibilidad de la reproducción de la
violencia recibida, y por tanto de nuestra condición de ser violentos, pero
también cabe aquí lo que planteábamos sobre el no determinismo de los marcos
de poder, y por ello el surgimiento del dilema ético de la reproducción de la
violencia o de cambiar o modificar lo recibido. “Empantanados” como estamos
en la violencia, para la pensadora la no violencia implica una lucha, la “de
asumir la responsabilidad para vivir una vida que rechace el poder determinante
de dicha producción” (Butler, 2010: 234); la de asumir el compromiso de
reflexionar sobre todas nuestras instituciones y sus condiciones violentas:
familia, educación, moralidad, religión, justicia, etc., y realizar acciones que
modifiquen sus actuales condiciones.
Si la no violencia se nos propone como lucha es porque estamos
enredados social e interiormente con la agresión y la violencia. Es luchar
fundamentalmente contra las concepciones de sujeto político que discriminan
entre aquellos que tienen derecho al reconocimiento y la protección de su
precariedad y los que no lo tienen. Esta experiencia ambivalente, la que también
sufrimos ante el rostro del otro - deseo de la violencia y exigencia ética de la no
violencia - no es la respuesta a un principio formal, sino a una vida precaria que
puede ser aniquilada o protegida contra nuestra propia violencia. Es necesario
advertir también, en acuerdo con Enrique Dussel, que las vidas precarias que se
encuentran en el exterior de los marcos de reconocimiento constituyen
normalmente el trabajo vivo que hace posible el mantenimiento de la comunidad
que se les cierra injustamente. Estos sujetos son la fuente que hace posible „Ser‟
y se los ignora como „No-Ser‟ (Dussel, 1992: 95).
Sin embargo, frente a todo lo expuesto, pensamos que si bien las
instituciones son disciplinarias, y se vuelven represivas y excluyentes, sin las
instituciones se torna imposible la reproducción de la vida. La exclusión real no
quita la posibilidad de ver a la política también como servicio a la vida excluida,
por eso para Dussel, la responsabilidad por el “otro” debe poder transformar el
“estado de guerra” en “estado de paz”, lo que significa transitar desde la crítica
de la política hegemónica y totalitaria hacia una política positiva de liberación
(Dussel, 2007: 268-273). Como bien acuerda Butler, hay prácticas que pueden
lograr cambios al servicio de la vida democrática sin recurrir a la violencia: el
discurso crítico y antagónico, las huelgas, la desobediencia civil (Butler, 2010:
77). En Latinoamérica, nuestra preocupación política primera debería ser, tal
como Dussel nos propone, la exterioridad e invisibilidad de las víctimas del
122
sistema, las mayorías excluidas, antes que la gobernabilidad o la estabilidad de
los sistemas políticos vigentes (Dussel, 2007: 307).
Reflexiones finales
Podemos decir con Arturo Roig:
Bibliografía.
126
Habermas, J., (1999) La inclusión del otro. Estudios de teoría política, Barcelona,
Paidós.
Jeanson, F., (1975) Jean Paul Sartre en su vida, Barcelona, Barral.
Marion, J-L., (2005) El fenómeno erótico, Buenos Aires, Ed. literales/El cuenco de
plata.
Mihalovic, D., (2003) Democracia como utopía, México, Instituto Tecnológico de
Estudios Superiores de Monterrey.
Roig, A., (2002) “Necesidad de una segunda independencia”,conferencia leída en la
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la U.N. de Cuyo (inédita).
Sartre, J-P., (1983) Diarios de guerra, Buenos Aires, Losada.
Sartre, J-P., (1972) El ser y la nada. Ensayo de ontología fenomenológica, Buenos
Aires, Losada.
Sartre, J-P., (1982) Lo imaginario: psicología fenomenológica de la imaginación,
Buenos Aires, Losada.
Sartre, J-P., (1975) El hombre tiene razón para rebelarse, Venezuela, Monte Ávila.
Sartre, J-P., (1971) Materialismo y revolución, Buenos Aires, La Pléyada.
Sartre, J-P., (1968) Colonialismo y Neocolonialismo, Buenos Aires, Losada.
Taylor, Ch., (2005) La libertad de los modernos, Buenos Aires, Amorrortu.
Taylor, Ch., (1997) Argumentos filosóficos, Barcelona, Paidós.
Walzer, M., (1993) Las esferas de l a justicia, México, FCE.
127
MODOS DE CONCEBIR y EXPRESAR LA SUBALTERNIDAD DESDE
LA “RE-EXISTENCIA”
20
Poeta y activista marginal de Sáo Paulo, creador de COOPERIFA: Cooperativa de
trabajo de la periferia. Sao Pablo, Brasil, http:/www:coleccionadordepedras1.
blogspot.com
21
Extractos de una ponencia presentada recientemente por la autora en la RAM (IX
REUNIÒN DE ANTROPOLOGÌA DEL MERCOSUR) 10 al 13 de julio de 2011,
Curitiba, PR, Grupo de Trabajo 6: ANTROPOLOGÍA DE LA CULTURA ESCRITA -3ª
Sección: Oralidad y Memoria. Título del trabajo: “Los frágiles territorios de la
“literatura cantada” de culturas marginales latinoamericanas”.
129
“desterritorializados” ya que no tienen ni nombre genérico ni espacio dentro del
“terreno de la cultura “canónica” (definida desde centros de poder y de cultura).
En muchos casos esos textos, llegaron hasta a ser prohibidos durante muchos
años y en otros, completamente destruidos hasta provocar su visible desaparición
de la memoria de sus pueblos, de esos textos nunca se podrá dar cuenta, quizá
existan aún, y su “espacio” o “territorio de re-existencia” sean el alma o el
inconsciente de alguno de los hijos de esas culturas que habitan hoy nuestros
anónimos centros urbanos, y puedan asomar, volviendo a hacerse “visibles”,
entretejidos en la poesía de nuevas canciones, reubicándose otra vez
espacialmente, aunque ya de otro modo, en nuevos, mínimos y casi invisibles
espacios.
Esos textos no acceden a ninguna clasificación canónica, ni dentro de la
“ciencia” literaria ni dentro de la “ciencia” musical, a pesar de que se componen
de la “armónica combinación” de ambos “lenguajes” y tienen una consistente
significación - muchas veces sagrada - en el contexto de las culturas
“marginadas” que los generaron.
A veces, estos mismos elementos están presentes en textos literarios en
prosa (y en ese caso “invisibilizados a medias, enmascarados” ya que logran
circular aunque sea de modo indirecto, insertados dentro de obras consideradas
“literarias”), como es el caso de los cuentos del escritor jujeño exiliado, Héctor
Tizón, quien reconoce que su visión y su idea inicial del mundo y de la vida:
22
Texto citado del proyecto 2010-2011.
131
configuraciones de la subjetividad que se proponen desde
Latinoamérica”.
132
Y, el Lic. Carlos Francisco Bauer, argentino, quien expresó al ser recientemente
interrogado por la autora del presente trabajo, que considera interesante:
133
Y lo más importante queda resumido en esta brillante frase: “… no hay
una forma, los pueblos van tejiendo la existencia, discutiéndola
fervientemente…” (Bauer, 2011)
Todo eso, sucede en aquello que Zulma Palermo define como:
23
Palabra que nombra a todo el territorio latinoamericano (América del Sur y Caribe),
significa “tierra hermosa” o “tierra donde todo crece” en lengua Kuna de aborígenes de
Ecuador y Colombia.
134
casos , se observa marcada ironía en la selección de los referentes intertextuales
que aluden a diversos (y “opuestos”) mundos y registros culturales por medio
de una irónica inversión de roles, en una actitud que por momentos llega a ser
iconoclasta y revolucionaria pero en todos los casos, productora de cultura. Se
trata en el fondo de una poesía comprometida usada como arma para expresar y
para educar.
Por cuestiones de espacio y porque en este trabajo me interesa hacer
referencia a varios ejemplos, citaré brevemente los textos haciendo – en este
caso - una resumida descripción de los rasgos característicos de las producciones
citadas sin referirme a la trayectoria de cada artista.
LORENZO ALLAIPÁN, „hombre pájaro‟, “Sitúa una evidencia
lingüística en el conflicto entre los mapuches y su tierra enajenada (…) el
lenguaje y el territorio marcan esta poesía…” (PARK, 2007: 22). Nótese la
alternancia entre nombres araucanos y españoles adjudicados a los ríos.
Originalmente el poema se publicó en las dos lenguas y hace referencia al
conflicto por derecho a las tierras usurpadas a los mapuches:
135
decenas de puentes, pero es ella
misma”
(Allaipan, 1995: 22)24
24
El libro al que pertenece este poema ganó el premio CASA DE LAS AMÉRICAS.
136
nuestros bosques?
Donde sólo florecen nuestros ecos
Donde sólo cantan las aves
Que conocemos desde tanto tiempo.
Podemos ir lejos de nuestros montes,
Ir lejos de nuestras vertientes,
Para volver hermano, para volver…
Porque aquí está nuestra tierra,
Porque aquí está nuestra gente,
Un espacio del kultrung
Donde hoy caminamos mirando las araucarias
Donde hoy sonríen nuestros ojos”
(Millapan, 2002: 60-61)
137
“Hacer visibles los cantos y rituales fúnebres25 asumidos
por las cantaoras y recuperar el bambuco patiano (…)
que para la época estaba sumido en el olvido total (…) Se
llevaba esta música para que los mayores y las mayoras
recordaran sus letras y sus formas de bailar y para que las
nuevas generaciones fueran conociendo y re-conociendo
su cultura musical propia (…) negada por décadas a veces
por proteger sus vidas y su sustento…” (Albán, 2009: 107-
110).
25
De los cuales realicé personalmente una interesante recopilación cuyos textos no me
es posible citar por cuestiones de espacio.
138
improvisadas desde nuevas composiciones, poesías,
arreglos e instrumentaciones…”
(http://www.danieltinte.com.ar/site/principal.htm).
Hanacpachap cussicuinin
Huaran cacta muchascaiqui
Yupairurupucoc mallqui
Runacunap suyacuinin
Callpan nacpa quemi cuinin
Huaciascaita.
139
Uyarihuai muchascaita
Diospa rampan Diospa maman [¿Diospa papam Diospa maman? ]
Yurac tocto hamancaiman
Yupascalla, collpascaita
Huahuarquiman suyuscaita
Ricuchillai.26
TRADUCCIÓN AL CASTELLANO
26
Sugiero escucharla interpretada por la agrupación coral argentino-brasilera de
Córdoba - de la que formo parte - dirigida por el Prof. Roberto Herrera, en la iglesia de
Humahuaca (Jujuy-Argentina) el 8 de diciembre 2012, día de la Virgen, en
http://youtu.be/3wzV4eV1i1E; y también la excelente versión interpretada por el Coro de
Niños de Andahuaylillas, Huaro y Urcos, en http://youtu.be/S7Z5bf-x2V0.
140
seguido existiendo más o menos camuflados bajo diversas formas. Existe
afortunadamente una resistencia cultural que hasta hoy se expresa como cultura
viva en las innumerables fiestas de los pueblos indio-mestizos en todo el Perú y
también en otras latitudes de ABYA-YALA entre las culturas marginadas y las
supuestamente dominantes. En algunas composiciones poético-musicales de la
Isla de Trinidad (la cultura dominada es afrodescendiente en este caso) se
observa:
141
en el que todos los mundos tengan condiciones diferentes de posibilidad para
existir” (Albán, 2005: 9).
En ese sentido también un diseño paisajístico, así como un diseño
pictórico o una composición musical, o los textos literarios orales o escritos,
pueden “leerse” como una práctica de diversidad cultural con posibilidades de
inclusión (o de exclusión, en muchos casos que acá no estamos ejemplificando
pero que abordo en otros trabajos), en consonancia con las propuestas teóricas
de Arturo Escobar o de Adolfo Albán.
Un grupo de arquitectos paisajistas de nuestra ABYA-YALA,
miembros de la RED HIPOTESIS DE PAISAJE (FAUD, UNC, Argentina), que
publican desde hace varios años sus conclusiones y experiencias, aportan
interesantes observaciones desde sus espacios de trabajo. La Arq. Margarita
Rosa Caicedo Velásquez (UNColombia-UCC) al referirse a un caso de
transferencia proyectual del modelo rizomático de investigación ambiental,
manifiesta:
142
En cuanto al “diálogo” entre las especies vegetales y la arquitectura,
también se pueden establecer claras analogías con lo que sucede en las
sociedades y en las culturas; el Arq. Raúl E. Aguilar Thames explica:
144
a su vez esté dispuesta -escuchando la voz del otro- a de-construirse cuando se
cierra nuevamente (…) por ello la nueva propuesta es perfectible, es histórica y
es ético-política”( Bauer, 2008: 13-19).
Idea retomada y explicada claramente por Carlos Bauer en su tesis de
Licenciatura en Filosofía publicada recientemente por la Facultad de Filosofía y
Humanidades de la UNC, cuya lectura (citada en la bibliografía) recomiendo,
pues constituye además de un claro y completo desarrollo teórico, un
instrumento para la acción, en la cual desarrolla un método para la construcción
de una utopía factible o institución futura para el tercer milenio.
Por último, me gustaría concluir con un pensamiento de Enrique Dussel
que resume esta idea:
Bibliografía.
146
4. EDUCACIÓN Y PODER
147
LA ENSEÑANZA DE LA FILOSOFÍA Y SU APORTE A LOS
PROCESOS DE LIBERACIÓN EN AMÉRICA LATINA27
27
Trabajo parcialmente publicado en las XIV Jornadas Interdisciplinarias del ICALA,
2010.
148
Si partimos del supuesto que la enseñanza de la filosofía es en sí mismo
un problema filosófico, puesto que está en indisoluble conexión con la
concepción que se tenga de la filosofía misma, preguntas tales como: ¿Qué es la
filosofía? ¿Qué clase de actividad es la filosofía? ¿Se puede enseñar la filosofía?
¿En qué consiste su enseñanza? Serán los hilos fundamentales que tejerán la
trama de toda posible reflexión en torno a la viabilidad o no de la enseñanza de la
filosofía.
Ahora bien, si de filosofía y la tarea de su enseñanza hemos de hablar,
consideramos imprescindible enmarcar nuestra temática dando, o intentando
esbozar, sobre qué nociones de educación, sujeto de la educación y educación
filosófica encuadramos nuestra visión y en qué medida esta noción implica una
posible salida de los conocidos esquemas tradicionales de enseñanza-
aprendizaje. Para desarrollar este tópico nos guiaremos por el pensamiento del
filósofo y pedagogo peruano Augusto Salazar Bondy y en un segundo momento
abordaremos, de manera sucinta, la propuesta que nos trae Alejandro Cerletti,
filósofo argentino, cuyas investigaciones en este campo han enriquecido de
manera considerable el debate en torno a la filosofía y su enseñanza.
153
La filosofía cumpliría su verdadero rol en la medida que logra superar la
causa de la inautenticidad en búsqueda de una justicia que llega a todos. Ahora
bien, esto nos lleva a establecer que abolir la realidad de sumisión y dominación
se impone como tarea primera para lograr un auténtico filosofar latinoamericano.
Según como lo expresa Salazar Bondy, en el trabajo de buscar una genuina
filosofía, junto al primer paso de cancelación de determinadas realidades de
opresión socio-económicas, va enlazado otro que tiene un tinte especialmente
revolucionario: la transformación cultural. La revolución cultural es para nuestro
filósofo, transfigurar la perspectiva, cambiar la manera de percibir la realidad, y
a nosotros como sujetos en ella. Es aquí donde la educación despliega su rol
fundamental. Así lo manifiesta cuando expresa:
155
Este supuesto nos hace invertir el enfoque del problema ya que
abandonamos la idea que la enseñanza de la filosofía se resuelve en el plano de
la didáctica y los meros recursos técnicos-metodológicos y nos posicionamos en
un paso previo, el del planteamiento personal de cada docente de lo que es la
filosofía para él y de lo que se supone que deba hacer en nombre de ella.
Decisiones netamente filosóficas y no didácticas, aunque sus derivaciones en un
segundo momento resulten serlo. Esto implica colocar al docente-educador en el
centro de la escena con un papel muy claro y comprometido: es un docente que
re-piensa y re-crea sus propias concepciones filosóficas en diálogo consigo
mismo, con los otros y el entorno y de acuerdo a ello va modificando la práctica
cotidiana.
Ahora bien, de nuevo nos adviene la pregunta, ¿qué es enseñar
filosofía? La que nos deriva, a su vez, a una más originaria, ¿qué es la filosofía?
De la manera que sea que intentemos plantearlas ambas preguntas se nos
manifiestan muy problemáticas. Por un lado podríamos responder que enseñar es
transmitir a otro un cierto contenido que este no sabe y debe aprender, y por otro
lado entramos en la cuestión de cuál es ese contenido a transmitir. Es decir, que
primero deberíamos dilucidar si se puede hablar de trasmisión en la filosofía –
cuestión que en mayor o menor medida hemos respondido posicionados en la
interpretación de Salazar Bondy– y en segundo lugar, si lo que debemos
transmitir es filosofía, entonces habría que definir qué es filosofía.
Sobre esta última cuestión queremos detenernos. Sabido es que en un
primer día de clases de filosofía las preguntas obligatorias, y con todo derecho,
que irrumpen de parte del alumnado se manifiestan bajo la forma: ¿Qué es la
filosofía? ¿Qué hacen los filósofos? Preguntas que nos dejan una rara sensación
de incomodidad, o al menos de insatisfacción, percepción que nada tiene que ver
con los alumnos sino que, por el contrario, viene de lo más íntimo de nuestras
propias concepciones y compromisos teóricos, un vacío, una distancia, un deseo
a colmar. Las formas de afrontar esta situación son muy diversas como diversos
son los docentes, se podría optar por dar de entrada una definición – ¿la propia?-
o jugar con la presentación de varias posibles nociones de filosofía brindada por
filósofos de distintas épocas y, por qué no, podríamos optar por dejarla en
suspenso para que los mismos alumnos vayan respondiendo a medida que hagan
el camino del curso.
Más allá de las posibles maneras de complacer la curiosidad del
alumnado, este primer planteamiento nos deja en claro que responder “qué es la
filosofía”, es ya un tema exclusivo y primordial de la filosofía misma y que no
admite una única respuesta. Es por esto que Cerletti afirma:
156
“El hecho de que pretender enseñar filosofía nos
conduzca, como paso previo, a tener que ensayar una
posible respuesta al interrogante sobre qué es filosofía, y
que este intento suponga ya introducirse en la filosofía,
muestra que el sustento de toda enseñanza de la filosofía
es básicamente filosófico, más que didáctico o
pedagógico” (Cerletti, 2008: 15-16).
157
El cuestionamiento se nos presenta en este momento bajo la
interpelación de cómo salir, para ser coherentes con nuestra noción primera de
educación suscitadora, de un esquema donde la dinámica producción-
reproducción de los saberes y de las prácticas, anularía la posibilidad misma de
la filosofía como la hemos entendido (Cf. Cerletti, 2005: 8). Esta clásica manera
de entender la enseñanza supone, por un lado, un centro productor de los saberes
(en este caso los filósofos e investigadores de profesión) y, por el otro, un núcleo
reproductor de estos saberes que nada saben de los mismos (los alumnos o
aprendices de filósofos); en el medio de estos extremos, el docente o profesor de
filosofía como mediador de esos doctos conocimientos cuya misión es
transformar los segundos en los primeros. De más está decir que la circulación
de conocimientos entre estos dos mundos no puede hacerse si no es
fundamentalmente a través de una adaptación del conocimiento erudito a otro
más accesible y, siempre, de cuestionable fidelidad.
No obstante, si pudiéramos salir de este esquema de dos mundos
mediados y nos permitiéramos reflexionar sobre aquello que podrían compartir
por igual el que enseña filosofía y el aprendiz de filósofo nos daríamos cuenta
que, quizás, haya algo que funciona como nexo o espacio común enlazando
ambos extremos e intereses, los del profesor y los del alumnado, y lo que sí
podríamos enseñar, no serían de hecho contenidos teóricos de filosofía, sino más
bien una actitud: “…la actitud cuestionadora, crítica y desconfiada del filosofar”
(Cerletti, 2008: 28). Esto es, la mirada inquisidora que no deja nada sin analizar,
revisar, re-pensar, que no se conforma con el orden dado de las cosas. Con esto
habrían desaparecidos los dos mundos que no comparten nada en absoluto y
habremos logrado dar con un ámbito común entre profesores y alumnos apto
para hacer de una clase de filosofía una clase filosófica en cuyo seno se
experimenta la libertad del filosofar mismo y el poder transformador del
pensamiento.
Consideraciones finales
En nuestro mundo, donde la deshumanización, la falta de compromiso
con el otro, las desigualdades de oportunidades en todos los niveles y,
fundamentalmente, en el acceso a la educación, constituyen una barrera
insuperable para ciertos colectivos humanos, creemos que presentar el valor de la
filosofía y su enseñanza desde esta óptica nos ayuda a expandir los márgenes de
nuestro pensamiento. Nos ayuda a re-vigorizar aquello propio de la reflexión
filosófica: el asombro, la admiración, y el cuestionamiento que nos generan las
distintas situaciones límites que a diario la realidad, y en particular la realidad
158
latinoamericana, nos presenta. Es en este sentido que la filosofía nos despierta,
nos viene a sacudir las estructuras asumidas pasivamente, y nos ayuda a
transformar las miradas y las lecturas alienantes que de los acontecimientos
solemos hacer.
Consideramos altamente positivo y productivo enseñar filosofía desde el
ámbito común abierto por la actitud filosófica. El no conformismo, el desafío de
pensar por uno mismo, de volver a recrear y hacer propias las más profundas,
eternas y significativas preguntas que tiene que ver con el hombre, su vida, el
mundo de sus acciones, su destino, es lo que debemos re-pensar como profesores
y, al mismo tiempo, lo que podemos suscitar o promover en nuestros alumnos,
para que de esta manera se conviertan en verdaderos agentes de sus aprendizajes
y sujetos activos en la construcción de un mundo más libre, más fraterno e
igualitario. Es la actitud crítica y la mirada desnaturalizante la que nos permitirá
romper con determinados esquemas conservadores que no permiten desarrollar
espacios de vida plena para todos.
Estamos convencidos que apostar por la enseñanza de la filosofía es
apostar a la libertad de pensamiento y de acción, es darle una chance al
pensamiento y a la creatividad. En fin, hoy como antaño, la insistente actitud de
búsqueda sincera y comprometida –de docentes y alumnos– es el pilar básico en
donde la filosofía y su enseñanza encuentran el suelo fértil desde el cual brota la
más genuina y transformadora reflexión filosófica del hombre nuevo.
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160
INTERVENCIÓN FILOSÓFICA
La Franqueza de Foucault en Educación y Psicopedagogía.
A Eha.
1. Genealogía
Este escrito no va más allá de repetir algunas discusiones a medio
camino entre un diálogo sordo y un monólogo que zigzaguea entre mudez y
grito. Todo un esfuerzo de inter (o multi) disciplinariedad donde distintas
culturas o prejuicios de formación, ya que de ambos modos puede decirse, se
ponen a prueba. En un rincón se encuentran algunos de mis herederos – Paula
Hoffmann, Juan Ruiz y Adrián Martínez –, compañeros de trabajo
psicopedagogos y psicoanalistas principalmente, miembros o ex miembros, de
Fundación La Estación, centro de día ocupacional para jóvenes discapacitados,
donde tuve la posibilidad de trabajar (2008-2011). En la diagonal opuesta una
multitud ausente de profesoras y estudiantes de distintos colegios, secundarios y
terciarios principalmente, donde encuentro, a veces, la ocasión de ser confundido
con uno de ellos. Sospecho que hay cierta continuidad entre ambos rincones de
la diagonal; y una continuidad que se aleja de la síntesis televisiva donde unos y
otros protestan frente al ministerio de salud o el de educación, respectivamente.
Continuidad que es posible y que se detiene, como el target de la cámara, frente
a los ojos llorosos y la sonrisa luminosa de vaya a saber quien. Y ese saber, ese
quien; o los quienes – no sólo de la revista de Fundación Mannoni –, son el lazo
entre ambos horizontes que articula, a riesgo de ser desmembrados, la teoría y la
práctica, o aquellas experiencias con este escrito cuyo tema central se enmarca
en torno a los proyectos de investigación: Alteridad: sujetos colectivos
emergentes (2008-2009) y Tareas emancipatorias desde una filosofía no
eurocéntrica: interculturalidad y diversidad (2010-2011); ambos proyectos
dirigidos por la Dr. María Clemencia Jugo Beltrán, perteneciente al Centro de
Investigación de la Facultad de Filosofía y Humanidades y avalado por la
Secretaria de Ciencia y Técnica de la provincia de Córdoba; y que no es otro que
el “otro”, es decir, el problema de la emergencia y emancipación del sujeto o la
subjetividad. Un “otro” que nos excede y que se desplaza inagotable; del
anonimato, televisado, o el rótulo puesto, impuesto y costoso, por titulares o
titulados, en busca de un nombre propio o de su propio nombre. Un otRo.
Sorprendente. Porque cambia y no. Nos cambia. De ahí, del encuentro con otros,
161
en ese laberinto contextual o este enredo polisémico, viene nuestro tema; la
franqueza, y nuestro temor, a intervenir o no, y aun así meter la pata, y la rema,
con Foucault al mando del discurso. Y la educación y la psicopedagogía
remando siempre remando.
En resumen: proponemos pensar algunos aspectos de la intervención
filosófica en educación y psicopedagogía valiéndonos de la noción de parrhesía
que es un término griego, recuperado por el filósofo francés Michael Foucault en
el seminario El gobierno de sí y de los otros (1982/84), definido como un modo
de hablar con franqueza y decir la verdad.28 Preguntamos si la franqueza es
posible en escuelas o centros de día, por ejemplo, y qué implicaría o qué efectos
podría tener entre quienes participan o son excluidos de un encuentro de ese tipo.
Sostenemos que la parrhesía, en su función de básamos – que sería la
intervención filosófica por excelencia –, y los ideales de la educación en general,
y clínica psicopedagógica en particular, comparten cierto efecto o deseo en
común: hacernos reconocer nuestras limitaciones y deseos, la distancia entre
decir y hacer; a fin de poder liberarnos y recrear nuestra subjetividad. En este
sentido tanto la filosofía como la educación, sobretodo en nivel inicial y
primario, y la psicopedagogía, contribuirían no sólo a reconocer la subjetividad
sino a recrearla y, en consecuencia, a salvaguardar los derechos humanos y más
aun a gestar las condiciones para que podamos cambiar y ser, si ese es nuestro
legado: más humanos, mejores sujetos, o subjetividades más auténticas.
Este texto está estructurado en seis bloques disímiles: 1. Genealogía:
una introducción, libre en su forma escrita, donde se repasa el contexto de
producción de este escrito y se presenta aquello sobre lo que ustedes podrán leer
de aquí en más. Además de los agradecimientos. 2. Parrhesía: donde se
caracteriza dicha noción como un modo de hablar con franqueza en determinadas
condiciones concretas y cuyo principal efecto sería dar lugar a la implicación
existencial que posibilita el reconocimiento intersubjetivo a fin de recrearse
libremente. Se anticipa, además, de manera esquemática, su oposición con la
autoridad y todo acto de injusticia o indiferencia frente a la subjetividad del otro.
3. Instituciones: donde se avanza y explicita el funcionamiento de la parrhesía
en el ámbito de la educación y la psicopedagogía problematizando algunas
recurrencias de sentido común sobre personajes como directivos y padres,
28
Escribimos indistintamente “parrhesía” con “h” y sus derivados, como “parresiasta”,
sin “h” tensionando las nomenclatura usada por el Fondo de cultura económica en los dos
tomos de El gobierno de sí y de los otros y la traducción previa usada por Tomás Abraham
en El último Foucault.
162
estudiantes y alumnos, o la misma Sandra. 4. Básamos: avocado casi
exclusivamente a la relación entre decir y hacer; y a los efectos posibles de la
parrhesía en algunos de los actores de las instituciones en cuestión. Explora
como los efectos políticos son necesarios para que haya efectos de básamos tanto
en autoridades como subalternos. 5. Vacilaciones: un breve apartado que no
llega a constituir un ejemplo de lo que queremos insinuar, plagado de preguntas
y desde luego, vacilaciones. Finalmente, 6. Epílogo: un repaso inconcluso.
Todos los apartados se valen de una sintaxis de redacción entrecortada o
languidecida de más, y apela indistintamente a la autoridad de Foucault y al más
radical sentido común que podemos imaginar, dejando en boca un tono de ironía
o cinismo. Se destacan las sentencias taxativas y un existencialismo
imperceptible donde Sartre es levemente confundido con Hegel, Lyotard o
Honneth. Aunque en favor del diálogo, entre filósofos y no filósofos, solamente
se necesitan ganas de perder tiempo; se recomienda, si el sabor es muy fuerte,
por la aparición de nociones del psicoanálisis como: corte, sustitución, deseo y
demanda, acompañar o neutralizar con fragmentos de Rodulfo, Levin, Fernández
o el propio Masotta. Asimismo, si se desea realzar el sabor en torno a la
educación, se puede enriquecer con Larrosa, Gentili o Frigerio, entre otras
lecturas sugeridas, no exhaustivamente. Que lo disfruten.
Resta agradecer a quienes, por virtud o defecto, me dieron la posibilidad
de ponerme a prueba. Como docente particularmente a Martha Ardiles y a mis
víctimas, pasadas y venideras, estudiantes incautos todos ellos. A Martínez,
representante legal, por conducirme a las puertas mismas de la parrhesía y
posibilitarme ser, si lo he sido, el primer, y último, filósofo de La Estación. A
María Beltrán y Laura Avalos por generar y sostener el grupo de investigación
lidiando y responsabilizándose por quienes cuyo aporte, para hacer del grupo un
equipo, no es más que asistir a los encuentros – A Osvaldo Allione por
compartirnos las claves para el éxito –. Finalmente, a mis inefables cómplices:
Oscar Pablo Pacheco, doctorando en filosofía y pensador, a quien debo haber
comenzado a practicar filosofía y el arete del mate amargo; a Luciano García,
mi archi-enemigo, filósofo y camorrero de la sexta rosarina; y a Sandra Lario, la
hija no reconocida de Foucault, filósofa, ama de casa y conejita de playboy,
devenida en personaje de mis ensayos. Todos ellos, Pacheco, García y Lario,
muy queridos y respetados por mí, no sólo por ser funcionales a mis demandas y
deseos, ya que somos amigos, sino por ser más amigos de la verdad que míos;
por su inconmensurable franqueza muchas gracias. Y a ustedes lectores; perdón
y gracias.
163
2. Parrhesía
“Maestro no es el que impone, ni siquiera
el que se impone, sino el que expone y se
expone, el expósito que depende del azar –
la providencia, dirán los creyentes – de ser
encontrado y reconocido. […] Maestros
[son] por lo que expusieron y se
expusieron antes que por lo que te dijeron,
por los que aprendiste, en un aquí, las
excentricidades del pensar, los otros
lugares, los allás, el pensar como una
topología o un ejercicio, que puede ser
amable, del disenso”.
(Vera, Mefisto) 29
29
Fragmento de un texto inédito del filósofo, poeta y maratonista cordobés Daniel Vera.
164
La muerte es una forma de exclusión tendiente a silenciar al otro, reducir sus
diferencias o anular sus derechos; sea apelando al recorte de presupuesto o la
descalificación – falta de rigor epistémico o resentimiento –. “Claro que la
amenaza de muerte viene del Otro [pero quizá sea preferible equivocarse, que
volverse] un ser viviente que es falso para sí mismo” (Foucault, 2001: 270).
Nuestros actos nos autentifican. Coraje y verdad se reclaman haciendo visible la
tensión entre amenaza y riesgo. El riesgo se da al privilegiar nuestra relación con
la verdad por sobre el bienestar personal o de terceros. Por eso “no pueden usar
la parrhesía [quienes] no arriesgan nada” (Foucault, 2001: 270) por cobardía o
miedo a perder su poder. El hablante que no se arriesga privilegia el discurso
políticamente correcto. Obsecuente o prescriptivo. Objetivo y neutral. En la
parrhesía, en cambio, los intereses individuales pasan a un segundo plano y el
reconocimiento intersubjetivo se devela como la instancia superadora que nos
abre la posibilidad de rehacernos como sujetos. Verdad y cuidado ante la
subjetividad se reclaman para contraponerse al “poder sin límites [el cual] está
directamente ligado a la locura” (Foucault, 2001: 279). Un fenómeno que excede
la mera falta de razón y se traduce en la incapacidad de implicarse con el otro sin
intentar corregirlo o legislar sobre él, imponiéndole una ley coercitiva. Haciendo
del otro un objeto funcional con el cual satisfacer ciertas demandas o intereses
(Cf. Foucault, 2001: 282). Descuidándolo como sujeto.
De esta manera la parrhesía sería un modo de hablar con franqueza con
alguien diferente a nosotros ante quien nos encontramos expuestos por decir la
verdad y carecer de poder, y que posibilita recuperar, sino la subjetividad, que es
algo distinto a cada interlocutor, al menos la subjetividad de quienes
momentáneamente ocupan un lugar marginal o contra-hegemónico. Hablar con
franqueza es una invitación a la libertad. Al respeto por el otro. A recrear.
Esquemáticamente parrhesía, franqueza, coraje, verdad, cuidado, libertad,
recrearse y subjetividad se oponen a autoridad, discurso políticamente correcto,
cobardía, mentiras retóricas, utilidad, prescripción, funcionalidad y objetividad u
objetualidad.
3. Instituciones
Si en nuestras funciones somos ejecutores representantes de ciertos
intereses, demandas o normas: cómo arriesgarnos y ser francos sin
desautorizarnos, si aceptamos que autoridad y franqueza se excluyen. Docentes y
psicopedagogos, por ejemplo, ocupan un lugar de poder en la escuela o el
consultorio frente a estudiantes o pacientes, pero quizá no así frente a directivos
y padres. Pensemos que no responder a las demandas de padres o directivos
165
puede interrumpir el trabajo emprendido. Pero hacerlo, puede comprometer el
carácter terapéutico o pedagógico de nuestras intervenciones ya que plegarse a la
autoridad sería obturar la diferencia haciendo ensordecer y callar. En este sentido
tanto derivar, como alguna otra actividad, no debe ser un recurso del poder que
estereotipa y continúa la aplicación de una ley de coerción, sino un acto de
cuidado de la singularidad o del deseo del otro. La intervención de la parrhesía
operaría una suerte de corte abierto o acto libertario en función de disponer el
espacio para que el otro, alumno o paciente, pueda recrearse quizá a resguardo de
padres y directores.
No obstante en la cotidianeidad de nuestras prácticas siempre es posible
apelar a un orden jerárquico de autoridad creciente que justifique todo
disciplinamiento educativo o psicosocial, se trate de nuestros prejuicios de
formación o ese ser fantasmal y empastante que llamamos “el sistema”. Aquello
que naturalizamos hasta el olvido. La realidad. En la docencia quizá el uso de
calificaciones o amonestaciones entre otras recurrencias y en psicopedagogía tal
vez la prisa o la demora extrema por judicializar o medicamentar habiendo otras
alternativas de tratamiento como lo serían atender a otros psicopedagogos. Es
claro que la tensión entre instituciones y sociedad afecta nuestras prácticas,
mecanizando algunas y obturando otras, no obstante todas ellas se colocan entre
la reproducción de determinado status quo, canon o norma y la acción
transformadora. Pensemos que uno solo de nuestros gestos puede hacer que
quienes tenemos en frente no sepan nada de matemáticas o tengan miedo de sí
mismos. O a la inversa. Sea desde el rincón de la salita azul al doctorado, como
también en algunas terapias, quizá el psicoanálisis, donde dependencia y
reconocimiento llegan a excluirse. La reproducción o repetición y la acción
transformadora, tanto como la dependencia o autonomía y la autenticidad, se
articulan en torno a determinadas leyes.
Foucault señala que el parresiasta “no monitorea la aplicación de las
leyes, sino que […] dice la verdad” (Foucault, 2001: 338). Ley y verdad se
contraponen. La ley se puede obedecer o transgredir aunque la transgresión
afirma doblemente la autoridad para negarla en el otro y afirmarla como propia.
La obsecuencia supone dependencia ante la ley y la transgresión postula la
autonomía al negar las leyes externas para darse una propia. Pero en ambos caso
podría faltar un uso crítico de la razón. Razonar y hablar con franqueza se
reclaman. La franqueza no pretende ni la obsecuencia ni la trasgresión porque
ambos modos son funcionales a la ley; mientras que la crítica se limita a
considerar la verdad y denunciar los excesos o faltas de la autoridad según el
caso concreto. En la crítica estriba la acción transformadora de quienes hablan
166
con franqueza como lo hace un intelectual comprometido. Así entendido, la ley
funcionaría como dispositivo alienante o enajenante que sujeta al hombre
postergando su subjetividad siendo esa postergación el núcleo de la injusticia.
Toda injusticia es social. Y postergación de la subjetividad – una locura –. Es en
este sentido que Foucault suele enlazar manicomio, cárcel y escuela, como
instituciones que fabricarían sujetos autónomos para colocarlos en el mercado
reduciendo la subjetividad a una serie de conductas automatizadas. Instaurando
como limitante entre lo normal y lo anormal lo útil o funcional a la ley. Pero lo
útil y lo descartable se tensionan dialécticamente. ¿Hay algo más inútil que la
verdad? ¿Más descartable que ustedes? (Cf. Foucault, 2001: 389).
El entramado de relaciones interpersonales que conforman una
institución puede leerse esquemáticamente aproximándolo a estructuras de corte
vertical u horizontal. En la cima de la estructura vertical se encuentra la
autoridad, quien tiene poder para legislar. En segundo lugar, el parresiasta, dada
su situación de inferioridad por decir la verdad. En tercer lugar, quienes padecen
injusticia, cuya subjetividad es postergada por la autoridad y recuperada en la
parrhesía mediante la denuncia pública o confidencial. Docentes o
psicopedagogos podrán ser parresiastas al intervenir mediando entre directivos o
padres y alumnos o hijos. Acompañándolos a reconocer sus diferencias.
Confrontando con directivos o padres en entrevistas o devoluciones para que
alumnos o hijos se autentifiquen aunque más no sea en la sesión o el aula. Si esta
confrontación pasa inadvertida o si es negada, no es tan relevante como pueden
serlo sus efectos. En la estructura horizontal en cambio, aunque no se excluyan
relaciones personalizadas o jerarquizadas más afines a la verticalidad, la
franqueza y el ejercicio democrático tienden a confundirse al mismo tiempo que
el poder de la autoridad tiende a invisibilizarse generándose un desplazamiento
que hace que poder, verdad y subjetividad se confundan con el tejido
institucional mismo del cual participan todo los miembros de la institución (Cf.
Foucault, 2001: 286). No obstante la cima debería pensarse en el centro, el abajo
en los márgenes y el parresiasta entre centro y margen (Cf. Foucault, 2001: 299),
si hablamos de un colectivo institucional o circuito acotado. En una institución
en relación a otras, el parresiasta estará en los bordes, dentro y fuera a la vez,
como un extranjero articulando dos horizontes distintos.
Aunque en esta situación “no hay leyes sociales, políticas o
institucionales que determinen quien es capaz de decir la verdad” (Foucault,
2001: 315), la parrhesía tampoco es un “derecho otorgado igualitariamente a
todo[s]” (Foucault, 2001: 295). Hay una tensión entre los miembros de una
institución y la institución misma, entre nuestras funciones y nuestra subjetividad
167
relativas al hablar con franqueza y al decir veraz. Ya que no somos todos iguales
sino diferentes. Algunos somos docentes y otros psicopedagogos. Sandra es
única. Hay poderosos y carentes de poder. Hay sordos y mudos. Pero, ¿hay
alguien que se crea dueño de la verdad? ¿Cómo reconocer a quien encarna la
parrhesía? Pues bien, la parrhesía asumirá la forma de “la lucha humana por la
verdad contra el silencio de [toda autoridad que] dice puras mentiras [y] usa su
poder […] para encubrir lo que ha hecho” (Foucault, 2001: 291), ser indiferente
ante alguna subjetividad. Quienes luchan por la verdad explicitándose hasta
fracasar serán quienes puedan dar testimonio de franqueza y diferencia.
Históricamente verdad y fracaso se reclaman en la figura del filósofo. En la
parrhesía “decir la verdad es visto como una obligación” (Foucault, 2001: 271),
ya que no narrarse obtura la posibilidad de narrarse de los demás mientras que
hacerlo es una invitación a la libertad. A recrearse.
La franqueza suele impedir la obsecuencia tanto de buenos alumnos o
hijos como de docentes o psicopedagogos funcionales al sistema (Cf. Foucault,
2001: 305). También impide la prescripción propia de quien “no confía en su
habilidad para formular un discurso articulado, sino solamente en su habilidad
para generar una reacción emocional en su audiencia” (Foucault, 2001: 310) en
función de condicionar al otro, sea seduciéndolo o intimidándolo. Según
Foucault no hay una diferencia crucial entre violencia y seducción, o incluso la
seducción es más criminal (Cf. Foucault, 2001: 287). En ambos casos se busca
silenciar al otro mediante una suerte de mentira, violencia simbólica o abuso de
poder. Avasallamiento mediático y retórica. Mentir y hablar con franqueza se
contraponen pero no en su potencial para afectar al otro sino en los efectos que
posibilitan. La mentira vulnera la subjetividad. Mas aun, no toda franqueza es
parrhesía, “hacer bromas acerca del desfiguramiento real o la profesión [de
alguien] no tiene un significado […] de importancia” (Foucault, 2001: 309). No
constituye una crítica. Reclamar la atención de alumnos o hijos bajo la amenaza
de informar a sus padres o la quita del derecho adquirido a salir jugar es un acto
tan violento como no reconocer el estado docente de un empleado o mantenerlo
trabajando en negro. Del mismo modo recompensar con una carita feliz en el
cuaderno, salir antes al recreo, poder negociar con días de compensación por
cambio de actividad o un adelanto financiero, son formas de seducir y
condicionar a nuestro interlocutor. Formas políticamente aceptadas de mentir y
reducir al otro a su funcionalidad. Del mismo modo resignarse porque todos los
Vega son iguales, son Vega y apáticos; es una verdad pero sin importancia
porque no critica su funcionamiento en la escuela o el consultorio. Por apático
que sea un alumno, paciente, directivo o padre, debemos esperar que pueda
168
cambiar. Aprender. Por eso señalar que este escrito no es un “paiper” o que su
autor es un universitario existencialista con delirios de poeta moralista o
simplemente otro académico trepador, no critican ni afectan el carácter filosófico
del texto y la franqueza de su autor.
Se reclama que nos responsabilicemos de nuestros actos y sus posibles
efectos aunque esos efectos no dependen sólo de uno, sino también de nuestro
interlocutor. No se trata de buscar un culpable sino de reconocer que hay un
“nosotros” que nos excede y nos implica. La culpa no es solamente del
estudiante que no hace la tarea, ni del docente que no explica bien, ni del carácter
de la psicopedagoga, de los directivos burócratas o del representante legal con
ínfulas de empresario; en todo caso la responsabilidad es compartida por quienes
participan de la situación en cuestión. Desconocer esta complejidad fáctica es
negarse la posibilidad del diálogo o reducir el encuentro a una mentira donde
negociar en función de preservarnos o aventajar al otro. Aunque ninguno de
nuestros actos sea inocente no hay causalidad y su efecto nos excede y nos
implica. Nuestra intervención sea en el proceso de enseñanza o la clínica, no
garantiza causalmente el proceso de aprendizaje o la cura. Que el otro aprenda o
se cure nos implica como docentes o psicopedagogos quizá a través del proceso
educativo o la transferencia y sus contras, pero nos excede; el corte o el
aprendizaje mismo lo efectúa el paciente o el alumno.
La parrhesía en una institución de estructura vertical u horizontal
cumple la función crítica de denunciar una injusticia cometida por una autoridad
en una situación concreta y determinada donde por exceso o inacción se
comporta indiferente ante la subjetividad; permitiendo reconstruir la subjetividad
del otro y mantenerla a resguardo. No se critica al sujeto sino su función
específica; abriendo la posibilidad del cuidado, no sólo de sí (al privilegiar la
verdad), de quienes padecen (al interpelarse sobre su subjetividad) y de quienes
cometen injusticia (al denunciar su ensimismamiento narcisista o solipsista),
sino, digámoslo así, de la subjetividad misma; algo que “el sistema” educativo o
de salud de nuestro imaginario actual parecería haber olvidado y que debe
recuperar. La parrhesía será encarnada por todo aquel que en sus actos de habla,
como al narrarse en actos, sepa reclamar el reconocimiento intersubjetivo y el
cuidado mutuo buscando no liberarnos de los rótulos que nos postergan sino
abriendo un espacio para elegir y hacer que ese cambio, o sustitución de rótulos,
suceda. Recordemos que la parrhesía asume que, “La libertad en el uso del logos
se transforma cada vez más en libertad de elección de bíos”30 (Foucault, 2001:
30
El resaltado es propio.
169
324), enlazando hablar y hacer, o razón y vida, en la misma experiencia
existencial (Cf. Foucault, 2001: 333-334). Foucault explicita que “la
coincidencia entre creencia y verdad no tiene lugar en una experiencia (mental)
sino en una actividad” (Foucault, 2001: 268). La parrhesía es un hacer en
situación. Nuestra existencia se da en, y por, lo que hacemos; aunque no sea más
que leer y escribir.
4. Básamos
Un maestro de la franqueza, sin importar su función, será quien “puede
usar la parrhesía y hablar libremente porque lo que dice acuerda exactamente con
lo que hace” (Foucault, 2001: 335). Aunque decir y hacer se reclaman; armonizar
uno con otro nos exige la tarea de conocernos y entrenarnos para lograr
coherencia en un estilo de vida31 (Cf. Foucault, 2001: 368). Ahora bien: ¿cómo
conocerse y entrenar? ¿Cómo aprender a hablar con franqueza y decir la verdad
cuidando de las diferencias o singularidades del otro sin postergar sus deseos o
derechos? ¿Cómo intervenir filosóficamente y ser franco desde nuestra
disciplina, sea la docencia o la psicopedagogía? Sea cual fuere nuestra función,
“no es ya cuestión de alterar la creencia u opinión [como lo haría cualquier
profesional afortunado] sino de cambiar el estilo de la propia vida, la relación de
uno con los otros y la relación de uno consigo mismo” (Foucault, 2001: 340). El
conocimiento en cuestión no será ya propiedad de la autoridad, del autor, sea por
tener experiencia o títulos, sino algo que se construye en referencia a otros
aceptando o rechazando críticamente lo que el diálogo propone. El conocimiento
no es neutro y objetivo sino relativo a nuestro quehacer. Saber regla de tres por
ejemplo no sólo es resolver un problema que demande esa técnica sino también
saber qué cosa o a quién copiar en caso de examen. Es tanto explicar esa técnica
a otro como usarla sin darse cuenta y más aun, saber que odiamos la regla de tres
y preferir avocarnos al dibujo o a los verbos irregulares. Es una instancia donde
reconocer nuestras limitaciones y deseos. Lo mismo se podría decir,
desplazándonos de la educación a la psicopedagogía, en casos de problemas de
aprendizaje de raigambre cognitiva o afectiva ya que no se trata ni de conocer
una técnica determinada ni de dejar de lado toda técnica que nos represente
alguna dificultad o displacer. Se trata de comprometernos con un estilo de vida o
bien del arte de vivir comprometidos 32 (Cf. Foucault, 2001: 368). “[E]l efecto
31
Véase particularmente las nociones de máthesis y áskesis que Foucault traduce como
conocimiento y ejercicio.
32
Véase particularmente la noción de tejne tou bíou que Foucault traduce como arte de
170
principal [aquí] no es llevar al interlocutor a una nueva verdad [como la regla de
tres, copiar una secuencia o participar en una presentación teatral, sea en la
celebración del día del maestro o en un congreso de filosofía, sino de poder]
dejar que el interlocutor interiorice esta liada parresiástica, [entre decir y hacer o
función y subjetividad] para luchar en sí mismo contra sus propios defectos”
(Foucault, 2001: 361), incluso la dificultad o displacer que la regla de tres nos
causa. Se trata de cambiar y autenticarse.
La parrhesía “se opone […] a aquellos que adulan los deseos de la
mayoría o del monarca [complacientes, con directivos y estudiantes o padres y
pacientes, que se vinculan desde el doble engaño de negar la subjetividad en
favor de su función y negar su funcionalidad en detrimento de la subjetividad;
intentando vivir divididos hasta que la carpetas medicas se impongan] la
parrhesía se opone a la autoignorancia y a las falsas enseñanzas” (Foucault,
2001: 337). Falsas enseñanzas que apelan muchas veces a la prescripción
legitimada por el principio de autoridad de nuestros prejuicios de formación.
Ignorando o negándonos a aceptar nuestros excesos e inacción o que la utilidad
nos embarga. Incluso yo puedo recetarles un excelente libro de prosa poética
como Adoquines y Mandarinas o aventurar disimuladamente cómo deben ser las
intervenciones filosóficas de docentes y psicopedagogos. Cerrando quizá la
posibilidad de diálogo y haciendo que la subjetividad se difumine y con ella
nuestra posibilidad de reconocimiento, hasta que nuestras funciones se
robustezcan y lo que decimos y hacemos se separe diametralmente. Ser ignorante
es negar, engañándonos o engañando a otros, que este conflicto nos implica
contra toda indiferencia y que no hay manera de ser algo que no sea haciendo ese
algo y dedicándole nuestro tiempo. Dar testimonio a través del ejemplo.
Encarnar nuestros dichos en actos y a la inversa. Y en el caso de la parrhesía
renunciar en lo posible a ser una autoridad representante de la ley o evitar ser
indiferente ante los otros. Aunque en verdad no hay recetas. Ni pedagógicas o
didácticas ni psicopedagógicas o clínicas. Las recetas mienten. Como este
escrito. Ignorante y confeso: “Así es el sistema”. Perdónenme. Franqueza e
ignorancia se contraponen.
La parrhesía reclama que el maestro de la franqueza se vuelva básamos
“una piedra negra que es usada para probar la autenticidad del oro” (Foucault,
2001: 333) a fin de “conducir al interlocutor a elegir [una] clase de vida”
(Foucault, 2001: 336). Poniéndonos a prueba hasta obligándonos a tomar
posición sobre nosotros mismos y asumir el riesgo de exponernos y vulnerarnos
vivir.
171
frente al otro a fin de “mostrar que hay una relación entre el discurso racional
[…] que uno es capaz de usar, y la manera en que se vive” (Foucault, 2001: 332).
Uno se coloca en situación de reconocer sus limitaciones y deseos por
conflictivo que esto sea (Cf. Foucault, 2001: 331). Se establece así una relación
entre los interlocutores donde “En [el cuidado] de sí mismo, otros miembros de
la comunidad [asumen una función en la cual] tienen un papel decisivo que jugar
como agentes necesarios que le permiten a uno descubrir la verdad acerca de sí
mismo” (Foucault, 2001: 346). Aunque “La verdad acerca del discípulo emerge
de una relación personal que él establece consigo mismo; y esta verdad puede
ahora ser develada por cualquiera [ya que es] el discípulo [quien] debe […]
ponerse a prueba a sí mismo” (Foucault, 2001: 385). Es uno quien se auto evalúa
o diagnostica aunque requiera a otro como ayudante. Esta tarea excede tanto la
función docente o psicopedagógica como la buena voluntad de quienes la ejercen
aunque tengamos al viejo vega o a Foucault como nuestro básamos. La función
de básamos explicita que no hay nada que nuestros docentes o psicopedagogos
puedan hacer sin que nosotros lo habilitemos. Hay entre docente y estudiante
como entre psicopedagoga y paciente una distancia abismal que quita al acto
pedagógico o terapéutico todo carácter prescriptivo y causal dejando a los sujetos
implicados a resguardo y en plena libertad de acción. Tanto uno como otro
pueden hacerlo todo; incluso ajustarse a sus funciones y su buena voluntad, o
arriesgarse y reconocer la subjetividad del otro cuidando o respetando sus
diferencias. El básamos no prescribe ni enseña ni cura ya que carece de poder,
sino que nos da la posibilidad de rehacernos o recrearnos mediante el cuidado de
sí, y del otro, o de armonizar lo que decimos y lo que hacemos conjugando
nuestras funciones, docente-estudiante, con nuestra subjetividad, Seba-Sandra, o
articular nuestros deseos y limitaciones con el reconocimiento del otro. Este
ejercicio de autenticarse y hablar con franqueza frente a otro, un otro que nos
excede y que es inagotable, nos permite constituirnos como sujetos libres y
responsables de nuestras acciones a despecho del peligro o sin miedo.
Aunque en la cotidianeidad de nuestras prácticas estamos al borde de un
ataque de nervios y expuestos a la locura de conducirnos con indiferencia, o
incurrir en injusticias, postergándonos como sujetos ante la autoridad y
postergando la subjetividad de otros ante el propio poder, convirtiéndonos en un
reproductor de determinados estándares; por virtud o defecto, las prácticas no se
agotan en el trabajo áulico, la sesión, la exposición frente a un colectivo o el
seguimiento personalizado. Las relaciones interpersonales y las diferencias de
estatus o funciones no se reducen a estamentos estancos. Aunque haya
estudiantes o hijos, obedientes y transgresores, que demandan que los demás
172
sean funcionales ajustándose a aquello que se da con naturalidad en el diario
trascurrir por la escuela o el hogar y que en verdad no es más que un efecto de
“el sistema”, hay también docentes o psicopedagogos que no pueden más que
fracasar de tanto ejercitarse en la franqueza. Fracaso y franqueza se reclaman.
Puede haber un esfuerzo, contra-hegemónico, libertario, que instaure una lucha
entre poder y verdad en la cual los docentes se arriesguen sino a ser golpeados y
despedidos, por la mamá y el representante legal respectivamente, al menos a
perder un cliente o que no se renueve su contrato en la empresa educativa. En la
reunión de padres, en los talleres docentes o cuando una mamá muestra cierto
interés como en una entrevista con los directivos, hablar es exponerse y
vulnerarse. Y esto se debe a que nuestras palabras pueden herir y encolerizar al
otro. Máximo si nuestras palabras criticando, limitaciones y deseos, propios o
ajenos, llegan a mostrar nuestra incapacidad para reconocer al otro en su
diferencia.
En tanto los efectos de nuestras intervenciones nos exceden afectando
no sólo nuestra relación con uno mismo sino principalmente a otros, autoridad y
alumnos o pacientes, tendremos la posibilidad de distinguir dos aspectos
fundamentales de la parrhesía como invitación a la libertad, que son su aspecto
político y su aspecto recreativo de la subjetividad. Conforme los docentes o
psicopedagogos se enfrentan a una autoridad, su accionar es antes que nada
político y pre-basámico, uno se arriesga ante la directora o el padre pero el
principal afectado de esa confrontación es el alumno-hijo-paciente. Si el alumno-
hijo-paciente se reconoce afectado por esa confrontación podrá tomar el ejemplo
de la parrhesía y arriesgar su autenticidad al exponerse reconociendo sus
limitaciones y deseos sea frente a sus padres o ante los miembros de la escuela.
Cuando el alumno-hijo-paciente tenga que dar cuenta de su decir y su hacer;
aquel acto político se habrá convertido en la expresión de la función de básamos.
El acto político genera la fisura donde se da la posibilidad de recrearse. No
obstante el alumno-hijo-paciente podría encontrarse en una situación mejor en
relación a otra previa e injusta; y aun así no vivir una experiencia libertaria. La
liberación reclama el conocimiento y el entrenamiento en dar cuenta de la
relación entre lo que decimos y lo que hacemos puesto que es ahí donde tiene
lugar la emergencia de la subjetividad. Este conocimiento no es necesariamente
reflexivo ni técnico, como suele entenderse la regla de tres, sino que constituye
una experiencia existencial, una acción. Habrá entonces alumnos-hijos-pacientes
que reconozcan sus propias limitaciones y deseos; y sean capaces de reconocer
limitaciones y deseos ajenos dando su mejor esfuerzo en esa liada en la que nos
encontramos como en una guerra, la regla de tres, ya que es en torno a ella que se
173
articula la tensión entre los distintos funcionarios, docentes y estudiantes, y cada
uno de ellos con su subjetividad, docente-Sandra o estudiante-Sandra, como
también con el otro, Seba. Quizá sea cuestión de tiempo advertir que debemos
nuestra escritura a maestros como Daniel Vera o Tachy pero también al
detestable y anónimo profesor de matemáticas y su bendita regla de tres.
Por otro lado, además del alumno-hijo-paciente o subalterno, están las
autoridades directamente confrontadas y cuyas acciones, puesto que son quienes
detentan el poder, recaen directamente tanto sobre el parresiasta como sobre
terceros subalternos. Pero en este caso nos encontramos con la dificultad de
discernir si los efectos de nuestras intervenciones se limitan a lo político o si es
posible que haya efectos de básamos sobre la autoridad. Parece difícil que la
autoridad reconsidere su implicación existencial o la relación entre lo que dice y
lo que hace. Si nuestra crítica no suscita un cambio en la vida de la autoridad es
que la función de la parrhesía y la función de básamos pueden disociarse.
Podemos intervenir y fracasar. Sin conocerse y entrenarse en el reconocimiento y
el cuidado de sí es poco factible una experiencia libertaria donde, en última
instancia, nos permitimos descentrarnos en algo y disponernos al encuentro con
los demás. Sin esas prácticas, de conocimiento y entrenamiento, la autoridad
seguiría alienada, cumpliendo con sus funciones, presa del miedo y el confort
que el poder le otorga, simplemente por seguir siendo incapaz de hablar con
franqueza o implicarse y reconocer a otros. Parecería más fácil que cambien sus
condiciones de vida quiénes carecen de poder o padecen una injusticia que
aquellos poderosos que las cometen.
En ambos casos, autoridades o subalternos, la experiencia libertaria
reclama que nos pongamos a prueba y que la parrhesía ejerza la función de
básamos dándonos un lugar para aprender. Esta experiencia se impone desde sus
efectos políticos y culmina en el mejor de los casos siendo recreativa respecto a
la subjetividad. Aunque pedagogía o terapia parecieran oponerse a política
ambas esferas se condicionan mutuamente. La dificultad que encontramos al
hablar de efectos políticos y efectos de básamos se debe a nuestra incapacidad
para reconocernos libres y hacernos responsables, antes que a la imposibilidad
de cambiar; ya que escribimos como si nuestras acciones y nuestra conciencia
sobre ellas pudiesen escindirse. En todo caso nuestra conciencia es en acción
tanto como nuestra acción implica ya conciencia; recordemos que Foucault,
como cualquier existencialista, señala que “la coincidencia entre creencia y
verdad no tiene lugar en una experiencia (mental) sino en una actividad”
(Foucault, 2001: 268). Conciencia y acción se reclaman. Puesto que la parrhesía
es una relación entre subjetividad y verdad que se expresa en actos, lo que
174
creemos es no tanto lo que ocultamos con excesos o silencios, sino lo que
hacemos en esos excesos y silencios aunque no podamos reconocerlos como
propios. De ser así los efectos políticos y de básamos se reclaman haciendo
imposible la indiferencia o señalando que la indiferencia también es un modo en
el cual podemos elegir construirnos como sujetos. Elegimos engañarnos dando
órdenes sin dar la cara siquiera o agachando la cabeza pero también podemos
elegirnos tratando de hablar con franqueza. Somos humanos. Actores. Lo que
hacemos nos define. No sólo hay una continuidad entre hablar y hacer o razón y
vida, de tal suerte que la parrhesía es una experiencia existencial sino más bien a
la inversa; la vida, nuestra vida, es tanto lo que hacemos, lo que pensamos y lo
que decimos, todo por igual, como el modo en que esos actos afectan a los
demás. Es por esto que nos preguntamos: ¿tenemos la posibilidad de asumir el
riesgo de hablar con franqueza y enfrentar alguna autoridad en función de
reconocer al otro? ¿Qué posibilidades tienen docentes y psicopedagogos de
vestirse de negro y probar la autenticidad de su interlocutor? ¿Es plausible
recuperar nociones como verdad y cuidado o libertad y recreación para el campo
educativo o psicopedagógico de nuestro imaginario? Las preguntas están hechas.
Ahora:
“Enfádate […] júzgame el más perverso de los hombres
[…] pero sé que soy el único de los hombres del cual has
oído la verdad que no aprenderás de ningún otro, porque
todos los hombres […] son menos libres que yo”.
Diógenes (Cf. Foucault, 2001: 357)
5. Vacilaciones
Maticemos la lectura imaginándonos no la regla de tres sino un acto
escolar, responsabilidad de cuarto grado del primario o quinto año del
secundario; indistintamente. Todo acto cuenta con lineamientos protocolares
(entrada de la bandera), pero también con prácticas instituidas por cada escuela.
Por ejemplo, que se dependa de la profe de plástica para las escenografías. Esa es
su función; instituida. Pero Sandra no se agota en su función. Si toma licencia
por maternidad necesitamos quien supla su función y no a Sandra misma. Sandra
puede ser irremplazable para sus alumnos o compañeros. Es un sujeto.
Necesitamos quien haga escenografías, aunque el suplente no maneje la técnica
como ella o no disfrute dicha función. Distinguimos subjetividad y
funcionalidad. Lo mismo sucede con los estudiantes que participarán. No
importa su nombre sino que sea quien mejor lee o escribe. Esa será la función de
Sandrita; la mejor alumna. Pero como Seba, Vega y apático, no es funcional, no
lee bien; no participará. No se ajusta al canon sino por medio de la exclusión.
175
Preguntas: ¿Qué lugar ocupa la subjetividad cuando la funcionalidad se impone?
¿Esta tensión es advertida por docentes o psicopedagogo? ¿Prima el cuidado o la
alienación? ¿Qué hacer; perdernos o encontrarnos? ¿Podemos hablar con
franqueza o debemos ser políticamente correctos?
Señalar que uno u otro de los partícipes debe levantar nota o que es la
abanderada, es una forma políticamente correcta de seducir o amenazar.
Imaginamos a docentes o psicopedagogas mandando a los estudiantes o incluso
siguiendo las órdenes de la directora antes que siendo francos aunque la seño
diga que ella también se equivoca, porque puso mal la fecha o que el profe
reconozca que su materia, filosofía, sólo sirve para aprobar el secundario. ¿Estos
gestos, nos exponen o nos ocultan? Quien pasa a copiar el único ejercicio que
hizo de toda la tarea o aquel que no enfrenta el pizarrón aunque hizo todo; ¿se
expone o se oculta? ¿Qué actividades demandan el coraje de exponerse y abrirse
al encuentro y cuáles nos permiten ocultarnos y seguir cómodos, expectantes, sea
dando órdenes o sea obedeciendo y transgrediendo, órdenes también, perdidos en
una mecánica rutinaria? ¿Cómo descubrirán, Sandra y Seba, que nadie se agota
en un acto escolar; pero también, que son innegablemente eso, su actuación?
¿Quién nos enseñará que un acto escolar es una posibilidad para cambiar?
Sandrita decide negarse a participar del acto, participa pero se desmaya,
o bien, responde satisfactoriamente al mandato de sus padres y docentes.
Preguntas: ¿Cómo llega alguien de cuarto grado o quinto año a la consulta, sino
por tener problemas de aprendizaje, es decir, no responder al mandato escolar,
sea por cuestiones cognitivas o afectivas que sus padres o docentes logran
advertir en el diferendo de su conducta? ¿Cómo llegan a suplirse o solaparse
mala educación y enfermedad o travesura y déficit atencional; ya que de ambos
modos puede decirse según parece? ¿Quién sostiene que Sandrita es o debe
participar en el acto escolar, como para que su negativa, desmayo, o respuesta
satisfactoria, sea un síntoma? ¿Sandrita, sus padres, la seño-profe o la
psicopedagoga? ¿Qué posibilidad tenemos de escuchar a Sandrita por ella misma
y no a Sandrita en la función que las autoridades le asignan? ¿Dónde está
Sandrita escondida o expuesta y viceversa? El propio Rodulfo, aun sin ser leído
desde Foucault, señala que lo característico de “un ser humano es que no se
quede donde se le indica [y que] lo más terrible que le puede suceder a alguien es
quedarse donde lo pusieron determinados significantes” (Rodulfo, 1989: 31).
Ante lo cual, ese saberse expuesto o escondido aunque más no sea en un
síntoma, cabe preguntar: ¿Qué lugar ocupa el conocimiento en esa situación
cuando se trata ya no de aprender una técnica, como la regla de tres o la
participación en el acto escolar, sino de lidiar con nuestros deseos y limitaciones;
176
y la tensión entre sujeto y función o entre uno mismo y lo que otros esperan de
uno? ¿El síntoma; no reclama justicia ante el exceso o la inacción de cierta
autoridad? El psicopedagogo puede explicitar que es sintomático sin responder a
la demanda instituida sino con la verdad, interviniendo la mecánica usual entre
docente-estudiante. Recusa su poder sin identificarse ni con la demandante ni
con la demandada posibilitando que Sandrita se encuentre consigo misma y se
desencuentre donde significantes o rotulaciones la ubicaron; dándole así la
posibilidad de cambiar.
Pero si el psicopedagogo, o docente también, se enfrenta a padres o
docentes con la complicidad de otros, padres o docentes; advertimos un
problema ligado al estilo de intervención ya que aunque se ajuste a la propuesta
de Foucault no podemos saber si la intervención es propia del engaño y la
negociación, o al coraje de decir la verdad. Si es útil al régimen escolar quizá
actúa como autoridad, como sucede cuando se apela a complejos y fantasmas
frente a alguien que no comparte ese léxico para así intimidarlo o ante quien sólo
entiende ese léxico para lograr una rápida identificación y así seducirlo. Nada
nos garantiza la franqueza de nadie; pero así como el psicopedagogo deberá
apostar por Sandrita incluso antes que por lo que identifica como síntoma, o la
escuela debería respaldar a sus profesionales, nosotros nos jugamos por quien es
sincero admitiendo que la resistencia siempre cae de nuestro lado, docentes,
psicopedagogos o filósofos.
No sabemos cuál puede ser el efecto de nuestra intervención pero nos
responsabilizamos de la parte que nos toca. Sabiendo que en más de un caso la
dificultad no estriba en el uso que hacemos de la palabra sino en que ellas chocan
con nuestros prejuicios. Ni siquiera podemos herir o encolerizar sin que se nos
permita. Del mismo modo no podemos libertar ni recrear a quien no, nos lo
permita. Prejuicios mediante. Quien escribe no tiene poder alguno si sus lectores
no lo autorizan. Pero tampoco la libertad de vacilar.
6. Epílogo
“Mientras estas consecuencias se
diseminan no sin lentitud ni contramarchas
– no tenemos, pues, que temerlas ni
esperarlas, sino simplemente saberlas –
por el espacio y el tiempo de las
instituciones políticas, que el azar (o Dios)
nos libre de benefactores públicos, de
salvadores de la patria y de otros
libertadores profesionales y
177
[parresiásticos], hasta el día en que nos
alcancen nuestro conocimiento y nuestra
prudencia [parrhesiásticos]. Amén”.
(Vera, 1998: 55)
178
suma; hemos reiterado la crítica que hace el existencialismo al determinismo
metafísico o al realismo ingenuo, propio de todo prejuicio de formación, como
también a la moral general, como a sus leyes y pretensiones de universalidad y
objetividad que habilitan toda práctica institucional prescriptiva. Todos estos
elementos trazan una línea de continuidad que tensionan filosofía, educación y
psicopedagogía como modos tanto susceptibles de incurrir en locura e injusticia,
es decir de postergar al otro como de, simplifiquemos, cuidarlo y libertarlo; y
sólo con un poco de franqueza.
Ahora sólo nos queda el silencio y en consecuencia la posibilidad de ser
oídos. Liberados y recreados. Por otRos. Ustedes.
el viejo vega
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179
FILOSOFÍA, PRÁCTICAS DE PODER Y SUBJETIVIDADES
ACADÉMICAS EN LATINOAMÉRICA
Introito
En este ensayo quiero hacer una aproximación a lo que entiendo por
filosofía y algunas reflexiones en torno a su inserción en el campo académico.
Realizaré consideraciones sobre dicho campo en general y de las subjetividades
que allí se constituyen. Adentrarse en una reflexión de este tipo tiene varios
riesgos: por una parte, no puede tener pretensiones de originalidad; por otra, una
especulación sobre la filosofía, el mundo académico y sus subjetividades no
carecerá de contradicciones y ambigüedades, sabiendo que, por otra parte, todo
pensamiento corre ese riesgo. En todo caso, la relevancia de los problemas
estudiados y la profundidad con la que son abordados es lo que caracteriza a
cualquier pensador, más allá que su filosofía entre más de una vez en dichas
ambigüedades y contradicciones. Es tarea de cualquier investigador principiante
mostrarlas, ya que no es tan dificultoso hacer investigación o tarea crítica. Lo
difícil es visualizar un problema y animarse a pensarlo. En ningún orden de la
vida hay comienzos absolutos, menos aún en el trabajo intelectual, como
tampoco se pueden dar continuidades sin fracturas. La tarea del pensar está
sujeta a un desprolijo y paradójico desarrollo. Lo trascendente son los quiebres
de los acrisolados significativos, donde las añejas líneas de pensamiento son
desarticuladas y desplazadas y lo viejo y lo nuevo son reagrupados en un
esquema distinto de premisas y de temas. Es entonces cuando surgen en la
historia del pensamiento categorías que están dotadas de gran potencialidad
interpretativa. Sin embargo, se pueden encontrar en ellas imprecisiones y
ambigüedades -excepto para aquellos que defienden sus posiciones teóricas con
tenacidad y apasionamiento desmedidos- por lo cual están sujetas a la crítica y la
refutación aún cuando puedan ser teóricamente operativas, fructíferas y
creativas. Por ello, aunque sean criticables, poseen un potencial explicativo que
permanece a través del tiempo y, por el cual, terminan siendo clásicas y
canónicas. La razón práctica aristotélica, el imperativo categórico, el Dasein, la
organización de los medios de producción o la comunidad trascendental de
comunicación, pueden ser ideas que tienen sus propios problemas intrínsecos,
pero que, sin embargo, pueden ayudar a comprendernos y comprender el mundo
181
que nos rodea, si nos libramos de una inconsistente pretensión de objetividad,
trascendentalidad o universalidad33.
33
Hay en estas afirmaciones una fuerte resonancia de C. Geertz.
34
La reflexión que sigue tiene una fuerte impronta fenomenológica-hermenéutica.
182
que, más allá de la estructura lógica, hay otros impulsos, sedimentos y
contenidos que rigen realmente la vida y el conocimiento de los seres humanos.
Así, todo comprender está traspasado por el acontecer. Esta deriva permite no
quedar atrapado en los límites del conocer formal-objetivante, pues la presunta
superioridad de éste consiste en los procedimientos formales de su método a
costa de no tocar el sentido de la existencia humana real.
Si concebimos la filosofía de este modo, esto es, como un espacio
teórico que explora la posibilidad de elaboración de conocimientos sobre el
mundo de la vida y todo el entramado de significados y significantes que nos
rodea, puede ser provechoso concebirla sin límites disciplinarios precisos. De
esta manera, seguramente, se dispondrá de un mejor instrumental para plantear y
abordar problemas que nos conciernen como seres humanos situados en un
concreto contexto histórico. Para ello debemos ser capaces de aceptar que no se
le deben establecer límites rígidos a su quehacer. Disolver las demarcaciones
disciplinarias puede ayudar a la emergencia de nuevos problemas, ya que,
cuando las barreras disciplinarias no constriñen, se pueden transformar
significativamente los interrogantes que son enunciados, los modos en que son
planteados y la manera en que pueden ser respondidos. Así, las mutaciones en
los puntos de vista son los resultados de una labor intelectual interna que es
capaz de apropiarse de los desarrollos y transformaciones históricas que
proporcionan al pensamiento sus orientaciones primordiales. Por lo demás, en un
contexto de radical interculturalidad y de identidades múltiples, complejas y
superpuestas, como se da en nuestro continente, cuando la filosofía se convierte
en un campo de exploración que recurre a saberes disciplinarios diversos con
límites imprecisos y difusos, tiene mayores posibilidades de abarcar la
complejidad de la realidad latinoamericana.
35
En lo que sigue tomo ideas de Daniel Mato (2002).
183
Así, se entiende que sólo ella posee el capital simbólico capaz de establecer en
qué consiste la excelencia. Realizados desde los ámbitos gubernamentales y en
los medios universitarios, esos discursos sobre las universidades y las ciencias se
proponen regular, normalizar, circunscribir y fiscalizar las prácticas intelectuales
desde el rasero de la productividad académica 36. La mesura se sustenta en una
pretensión de cuantificación objetivante por medio de indicadores tales como
cantidad de publicaciones en revistas académicas con arbitraje, preferentemente
de difusión internacional, cantidad de citas de las obras hechas por sus pares,
cantidad de tesis dirigidas, pertenencia a bancos de evaluadores, etc. Para
promover y generalizar estas actividades se han instituido programas de
incentivos a la investigación, por medio de los cuales se distribuyen subsidios
monetarios, teniendo como criterio de distribución de tales subsidios
estimuladores justamente esos indicadores de productividad. Estos criterios de
reconocimiento de la excelencia académica vigorizan una representación de la
investigación que se pretende desinteresada, neutral y objetiva. Ahora bien, dada
la naturalización de esta representación de la investigación, aún quienes la ponen
en cuestión y la discuten, están -estamos- obligados a llevar sus investigaciones
según estos criterios para conservar sus medios de subsistencia cotidiana, para lo
cual también deben concursar por subsidios monetarios que le otorguen el
correspondiente capital simbólico que le permita seguir permaneciendo en el
sistema. Por lo demás, se ha naturalizado también que estos incentivos no lo son
para cualquier categoría de investigación, sino sólo para lo natural y
canónicamente establecido. Así, las reglas del canon asumen para todos los
campos teóricos los valores y criterios propios de las llamadas “ciencias duras”.
Desde dicha naturalización e idealización de la tarea científica,
habitualmente se entiende que investigar es ocuparse en representar algo
objetivamente, lo que requiere un método y un lenguaje -un procedimiento
canónico- por el cual obtenemos saberes objetivos y contrastables, esto es,
saberes científicos. Esto permite aumentar de manera sistemática los
conocimientos sobre la materia objetivamente representada. De ese modo, la
investigación científica establece relaciones epistémicas entre un campo de
fenómenos y un campo de codificaciones que se atienen a ciertos criterios
36
Por productividad académica se entiende resultados objetivados de las prácticas
intelectuales. Éstos suelen materializarse en libros de texto, libros de investigación,
estrategias de enseñanza, obras artísticas o recursos tecnológicos, que, además de ser
bienes culturales, se constituyen en medios para acreditar el haber patrimonial y la
acumulación de capital simbólico, esto es, una especie de ganancia académica.
184
compartidos por una comunidad que asume tradiciones y lleva adelante
programas de investigación en los cuales se comparten teorías, técnicas y
recursos instrumentales, así como normas metodológica y también valorativas
acerca de lo que se entiende por ciencia e investigación.
Las políticas de investigación establecen prioridades en lo referente a
qué se debe investigar, cómo se lo debe hacer, con qué recursos y para qué
hacerlo. Sustentada en esas políticas, la comunidad académica autolegitima sus
problemas y objetivos de investigación, así como los modelos de resolución de
los mismos. Dado que los criterios epistémicos y las concepciones
metodológicas -normas, reglas y procedimientos- están legitimados y vigentes
desde la revolución científica, el pensar objetivante que tiene su lugar en la
ciencia y es ineludible para ella, ha extendido su influencia mucho más allá de
las ciencias positivas. Este modo de conocer alcanzó en la modernidad un
prestigio de tal naturaleza que estableció la representación de que todo saber está
justificado sólo si alcanza algún grado de objetivación, o, al menos, algún tipo de
formalización procedimental. La filosofía institucionalmente practicada hizo
suyos estos criterios, por lo cual se entiende a sí misma como una codificación
de saberes en una trama de signos que reglamentan y normalizan su construcción
así como la producción de los criterios de legitimidad. Por cierto que éste es un
modo de constitución del saber que es muy operativo institucionalmente dado su
semejanza con el funcionamiento de la burocracia y sus modos de control.
Consecuentemente, la investigación filosófica intenta establecer
programáticamente una semejanza con el paradigma metodológico de las
ciencias naturales, de allí que, en gran medida, la metodología de la
investigación en filosofía se convierte en un sucedáneo de la investigación
científica. Entiendo que este ideal encontró su manera de materializarse en
filosofía haciendo, generalizadamente, de la filosofía académica una
investigación de la literatura filosófica, los diversos modos de recepción de un
filósofo, documentos relacionados con una escuela, documentos históricos
relativos a la época en que vivió un determinado pensador, sus circunstancias
económicas y sociales, el contexto religioso o, fundamentalmente, el aparato
lingüístico y filosófico que usó para transmitir su pensamiento. De esta manera,
la filosofía académica busca constituirse en una especie de atalaya desde la cual
se procura producir saberes filosóficos objetivos y neutrales. Existe en el
empeño metodológico un deseo de ubicar a la filosofía en un punto neutral de
argumentación que permita al observador-investigador despojarse de cualquier
contaminación que lo constituya en un sujeto empírico. Esta pretensión obliga a
dedicar interminables -tal vez redundantes e innecesarios- razonamientos y
185
páginas a la cuestión metódica, única garantía de las demandas de neutralidad
objetiva.
No pretendo establecer un canon de cómo se debe hacer filosofía, sino
sólo poner en discusión el ideal de investigación institucional, ya que,
probablemente, sea demasiado hegemónico y tienda a despojarse, esto es, hacer
una epojé, de los contextos históricos que la enmarcan. Entiendo que, en la
perspectiva del ideal de objetividad, la apropiación de determinadas filosofías
puede trastocar el sentido profundo de dichas filosofía. Es lo que ocurre más de
una vez con la apropiación académica de las posiciones teóricas más alejadas de
lo metódico que se consuma desde los más rigurosos criterios metódicos. Dicho
sin rodeos, una atildada, meticulosa y metódica investigación sobre Heidegger o
Wittgenstein es probable que respete muy poco el sentido de esas filosofías, y
que se vuelva una tarea que, en sí misma no es ilegítima, pero que se instala
fuera del sentido de la tradición a la que aborda. Indudablemente, estos sistemas
organizativos de la actividad académica no son pura negatividad, sino que tienen
sus facetas positivas y, en más de un sentido, contribuyen a remozar y robustecer
la actividad de investigación en nuestros países. Pero aun considerando dichos
aspectos positivos, no se debe olvidar que las concepciones academicistas en su
pretensión de neutralidad epistémica procuran instalar que, tanto sus preguntas
de investigación, como los modos de producción de las investigaciones -los
métodos-, no dependen en última instancia de opciones epistemológicas
asociadas a convicciones éticas y posiciones políticas, cuando, en realidad están
asociadas a una subjetividad producto de las prácticas de poder que se dan en la
sociedad y también, obviamente, en el mundo académico.
Por lo demás, hay que hacer presente que todos estos criterios de
legitimación excluyen producciones teóricas de relevancia realizadas fuera del
ámbito académico. Ese afuera es múltiple y diverso, y, además, su rica
producción teórica forma parte de procesos sociales y está pensada para un
público no especializado, incluidos los actores sociales involucrados. Estas
producciones teóricas son, o bien desconocidas, o devaluadas y hasta
despreciadas por la academia filosófica, ya que el academicismo tiende a
desvincular las prácticas intelectuales de sus relaciones con las de otros actores
sociales y a deslegitimar las producciones teóricas que no sean arbitradas con las
reglas de la lógica neutral de la excelencia académica. Ahora bien, no existe tal
neutralidad epistémica ya que las perspectivas éticas y políticas son constitutivas
de nuestros saberes. Así, ni los problemas a ser investigados, ni los espacios
donde son llevados adelante, ni los métodos utilizados, son los mismos si lo que
se busca realizar son investigaciones pretendidamente objetivas o si se intenta
186
producir saberes comprometidos con la realidad histórica en la que se está
inserto. Ni las respuestas ni las preguntas son las mismas. ¿Para qué investigar?
¿Hacia quién orientar la investigación? ¿Cómo financiarla? De las respuestas a
esas preguntas -y por cierto, de algunas otras- dependerá qué se investigue,
cómo, con quiénes, en el marco de cuáles relaciones, con cuáles propósitos.
En esta línea de argumentación se puede concluir que las formas
burocráticas de la academia filosófica son las que, en definitiva, reglamentan y
normalizan la construcción de los sujetos que intervienen en ella. En las ciencias
humanas y sociales se hace cada vez más hegemónica la representación del
intelectual identificado con la idea del experto por la vía de la actividad que
realiza: la investigación especializada. De allí que, en su costado epistémico, la
subjetividad más operativa para el funcionamiento de la filosofía institucional es
la del filósofo como un erudito especialista: debe saberlo todo sobre el punto
estudiado, por consiguiente, cuanto más puntual sea su saber, mejor. Ahora bien,
los diversos mundos teóricos especializados constituyen un universo en
constante expansión, que tiende a una fragmentación en múltiples estratos, los
cuales se caracterizan por producir cada uno formas de conocimiento
diferenciadas, delimitadas por sus propias reglas de juego y legitimación. Como
afirma Zygmunt Bauman, nos encontramos fragmentados en minúsculos grupos
que poseen sus propios lenguajes teóricos y técnicos, a través de los cuales
entablamos conversaciones privadas, sin conservar el menor interés por
establecer canales de comunicación con agrupaciones vecinas y trabajar por la
creación de una concepción más integral del conocimiento (Bauman, 1999: 116-
123).
En definitiva, la filosofía institucionalizada se ha convertido en una
comunidad epistémica cuyos sujetos pertinentes de diálogo son sólo los
especialistas, dedicados a instaurar disputas intraacadémicas, e incapaces de
establecer un diálogo al exterior de esa comunidad y de conversar con diversidad
de actores sociales y políticos, lo que los aleja de asumir compromisos con la
sociedad desde su propio oficio de académicos. En ese sentido, es manifiesto
que nos puede suceder -y, de hecho, nos sucede- lo mismo que a los
profesionales de la política, los cuales están sujetos a un progresivo alejamiento
del conjunto de la sociedad y a la reclusión en universos que son inaccesibles
para aquellos que no forman parte de él. Como consecuencia de esto, destaco el
escaso lugar que ocupa en nuestra agenda filosófica la problemática
latinoamericana, y, entre otras cosas, el rol que la filosofía y los filósofos
debemos desempeñar en “Nuestra América”. No puede extrañarnos, entonces,
que la mayor parte de la investigación llevada a cabo en nuestro país sea una
187
revisión más o menos canónica del pensamiento que se acepta acríticamente
como la filosofía sin más, el pensamiento europeísta, por lo cual, para cumplir
con la demanda de excelencia, la indagación filosófica no debe disociarse del
andamiaje temático y metodológico propuesto y suministrado por la agenda del
mundo filosófico noratlántico. Como consecuencia de todo esto, entiendo que el
modo académico de hacer filosofía, hizo que, en gran medida, los intelectuales
filósofos perdieran su rol de analistas críticos de la sociedad y desapareciera su
compromiso con la situación de las mayorías excluidas y subalternas. Se ha
perdido dentro del ámbito institucional de la filosofía el espacio ocupado por la
figura del intelectual comprometido que fue de considerable influencia en el
continente.
204
construyen a través de esas prácticas están sin lugar a dudas traspasadas por
ellas.
En el registro de argumentación que vine desarrollando se puede
concluir que los sujetos que interactúan el espacio académico se traslapan
identidades múltiples y en muchos casos contrapuestas. Esto es lo que ocurre con
el ejercicio del poder liberal o neoliberal que requiere sujetos disciplinados en el
uso de su libertad y respetuosos de la institucionalidad formal –condición de
posibilidad del ejercicio de la libertad- con las prácticas de poder anómicas
caudillescas y clientelares. Cómo cada sujeto articula estas diversidades
contrapuestas para construir su autopercepción es una cuestión individual, pero,
ciertamente, estas identidades traslapadas y contrapuestas tienen presencia en las
prácticas políticas y sociales estando, en consecuencia, en la génesis de la
dinámica a veces caótica no sólo del mundo académico, sino también de las
sociedades latinoamericanas.
Para finalizar sólo quiero agregar que, sin lugar a dudas, la
argumentación realizada es, como cualquier otra, sesgada y radicalizada en un
punto de vista. Ahora bien ¿podemos, los seres humanos, no hacer
argumentaciones en perspectiva? Sólo busco poner de manifiesto algunos temas
que, particularmente en el ámbito de las ciencias sociales y humanas, entiendo
deben ser debatidos.
Bibliografía.
Beatriz Barrios
Licenciada en Filosofía. Profesora en Filosofía y Cs. de la Educación. Profesora
Adscripta en proyectos de Investigación de la Universidad Católica de Córdoba.
[email protected]
Carlos F. Bauer
Profesor y Licenciado en Filosofía de la UNC, Becario del Conicet, Docente del
Instituto de Culturas Aborígenes, Miembro de equipos de investigación
(CIFFyH), Miembro del Programa de Estudios Coreanos y del Sudesteasiático,
trabajador comunitario. Ha dictado seminarios de cultura aborigen, afro, y
recientemente un seminario de postgrado en la Habana, Cuba. Es autor de los
libros: La analéctica de Enrique Dussel..., La huella de Haiti entre el
latinoamericocentrismo y la Historia Universal premiado en Cuba, Diccionario
Crítico al Eurocentrismo, Payador Libertario...
[email protected]
Diego Fonti
Licenciado en Filosofía (Universidad Nacional de
Córdoba), Doctor en Filosofía (Albert-Ludwigs Universität Freiburg),
Investigador del CONICET, Docente de la Universidad Católica de
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Córdoba. Libros publicados: Morir en la era de la técnica; Residuos
humanos: estudios sobre bioética, técnica, medicina y finitud humana;
Levinas und Rosenzweig. Das Denken, der Andere und die Zeit.
[email protected]
Marta Palacio
Doctora en Filosofía. Periodista. Se desempeña como profesora e investigadora
en la Universidad Nacional de Córdoba, Universidad Católica de Córdoba y el
Centro de Estudios Filosóficos y Teológicos de Córdoba. Dicta regularmente
cursos de posgrado en diversas universidades del país. Autora de obras y
artículos sobre filosofía contemporánea, feminismo y estudios culturales.
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[email protected]
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