Jesús Es El Pan de Vida
Jesús Es El Pan de Vida
Jesús Es El Pan de Vida
En este mes de junio, celebraremos grandes misterios. Uno de ellos es nada menos que el misterio del
Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo o fiesta del Corpus Christi. Estamos viviendo un prolongado ayuno
eucarístico y esto viene siendo un gran sacrificio especialmente para todos ustedes, pero no está lejano
ya el día en que volveremos a ver nuestras iglesias abiertas para poder participar de nuevo en la Santa
Misa.
“Junto con toda la tradición de la Iglesia, nosotros creemos que bajo las especies eucarísticas está
realmente presente Jesús. Por esto la fe nos pide que, ante la Eucaristía, seamos conscientes de que
estamos ante Cristo mismo. La Eucaristía es misterio de presencia, a través del que se realiza de modo
supremo la promesa de Jesús de estar con nosotros hasta el fin del mundo”.[1]
“La Sagrada Eucaristía contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra
Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo”[2].
La Eucaristía es un misterio grande, que supera y pone a prueba la capacidad de nuestra mente de ir
más allá de las apariencias. Por ello hoy y siempre debemos rezar así: “Oh Señor, haz que mi fe sea
humilde, que no presuma basarse en la experiencia de mi pensar y sentir, sino que se rinda ante el
testimonio del Espíritu Santo, y no tenga otra garantía mejor que la docilidad a la autoridad del
Magisterio de la Santa Iglesia”.[3]
En el Evangelio que nos ha sido proclamado de la multiplicación milagrosa de los panes y los peces,
(ver Lc 9, 11-17) apreciamos la preocupación y la generosidad amorosa del Señor Jesús. Es una
multitud la que le ha seguido para escuchar sus palabras y pedirle que cure a sus enfermos. El día
comienza a declinar y la gente, como es natural, comienza a tener hambre.
Los apóstoles optan por sugerirle a Jesús una solución realista: Que el Señor despida a la
muchedumbre para que ésta vaya a los pueblos de alrededor en busca de alimentos y de un lugar
donde pasar la noche. Sin embargo Jesús les propone una solución distinta, una solución
desconcertante que desafía su fe: “Denle ustedes de comer”. Los discípulos le dicen a Jesús que es
imposible dar de comer a semejante multitud calculada sólo en hombres en más de cinco mil. Sólo
tienen cinco panes y dos peces que con desprendimiento, entrega un joven previsor y precavido.
Con este pobre y escaso alimento que le proporcionan, el Señor levantando los ojos al cielo, ora a su
Padre, y pronunciando la bendición, parte los cinco panes y se los da a los discípulos para que se los
den a la gente. Y todos pudieron comer hasta saciarse. Incluso sobraron doce cestas repletas de
alimento las cuales fueron cuidadosamente guardadas, enseñándonos así Jesús a no derrochar los
bienes con que somos bendecidos. El milagro de la multiplicación de los panes y de los peces,
manifiesta el poder y la generosidad de Cristo. Manifiesta su preocupación y amor por sus discípulos. Él
siempre está atento a nuestras necesidades. Nunca dudemos de ello y menos en estos tiempos.
Sin embargo este milagro, que causó una profunda conmoción en todos, y por ello lo narran
unánimemente los cuatro evangelistas (ver Mt 14, 13-21; Mc 6, 30-44; Lc 9, 10-17; Jn 6.1-14) es un
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episodio profético que anuncia otra multiplicación aún más milagrosa y portentosa: La del Pan
Eucarístico. La multiplicación eucarística que ocurre en cada Misa que celebramos constituye una
manifestación mucho más importante del poder y de la generosidad del Corazón de Jesús. Al decir en
la Última Cena a sus apóstoles: “Hagan esto en memoria mía” (ver Lc 22, 19 y 1 Cor 11, 24), Jesús abrió
el camino para la multiplicación del pan eucarístico, pan que sacia el hambre de Dios que tiene nuestro
corazón, porque además del hambre físico, cada persona, cada uno de nosotros, lleva en sí mismo otra
hambre, un hambre más importante, que no puede ser saciada con un alimento ordinario.
Se trata del hambre de vida, de felicidad, de plenitud, se trata del hambre de eternidad y de infinito. Y
esta hambre, sólo Jesús Eucaristía la puede saciar, porque Él es “el Pan de Vida” (ver Jn 6, 35).[4] De
otro lado, recibir a Jesús en la Eucaristía llena nuestra vida, a menudo marcada por el dolor, las
pruebas, el desaliento y el sufrimiento, de gran consuelo y esperanza. La Eucaristía nos da la fuerza
para el peregrinar y sobre todo la fortaleza para construir un mundo más justo y reconciliado. Por ello
nos cuesta tanto esta privación eucarística de más de dos meses en que sólo hemos podido asistir
virtualmente a Misa y hacer un Acto de Comunión Espiritual. Les pido que sigan rezando para que
pronto podamos celebrar juntos la Eucaristía y recibir a Jesús-Hostia nuevamente. Me imagino que ese
día será para muchos de ustedes como una nueva Primera Comunión. Vayámonos preparándonos
estas semanas con ilusión, con la misma ilusión que tuvimos de niños cuando esperábamos ansiosos el
día en que Jesús vino por vez primera a nuestra alma de niños puros.
Jesús con el milagro de la multiplicación de los panes y los peces, no elimina la preocupación por la
búsqueda del alimento cotidiano. No elimina la preocupación por el trabajo de todo aquello que pueda
hacer nuestra vida más solidaria y fraterna.
Pero Jesús se queda en la Eucaristía para que a través de nuestro encuentro con Él en el misterio de su
Cuerpo y Sangre, surja en nosotros el compromiso por la evangelización, el impulso de la solidaridad, la
caridad, la misericordia, el anhelo y el trabajo por construir una sociedad más digna de la persona
humana donde se alcance el bien común.
San Pablo en su primera carta a los Corintios (ver 1 Cor 11, 23-26) nos relata cómo fue la institución de
la Eucaristía. Me llama la atención el comienzo del pasaje paulino: “El Señor Jesús, en la noche en que
fue entregado, tomó pan”. Jesús sabe que lo van a traicionar, abandonar y entregar. Sabe de los
sufrimientos y humillaciones que tendrá que padecer, de las mentiras, calumnias, intrigas y envidias
que habrá de enfrentar, de la injusta y terrible muerte que le espera: La crucifixión. Y sabiendo todo
eso y más aún, apoyándose en todo esto, es capaz de transformar lo bajo, lo vil, lo ruin en amor, y
perpetuar este amor en el sacramento de la Eucaristía: “Tomen esto es mi Cuerpo que por ustedes es
entregado…Tomen esta es la copa de la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre…Hagan esto en
memoria mía”.
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Nosotros también muchas veces a lo largo de nuestra vida, sufrimos injusticias, somos objeto de
intrigas, recibimos ofensas, injurias, burlas, difamaciones y hasta persecuciones. ¿Dónde hallar la
fuerza para vencer todo ello? En la Eucaristía. La Eucaristía tiene la finalidad de introducirnos en el
Amor del Señor y así hacernos capaces de vencer cualquier circunstancia injusta, dolorosa y
humillante, transformándolas en caridad, perdón, misericordia, alegría, generosidad, paciencia,
mansedumbre, bondad, y entereza.
Queridos hermanos: Nunca hay que subestimar el poder de la oración y menos el poder de la oración
hecha delante del Santísimo Sacramento. La oración unida con este divino misterio, tiene un poder
impresionante. Por ello apenas se levante esta “cuarentena” démosle un renovado impulso al culto
eucarístico. ¿Cómo?, se preguntarán ustedes. Pues fomentando en nuestras Parroquias y Comunidades
la adoración solemne del Santísimo Sacramento, practicando el Ejercicio de la Hora Santa, celebrando
los Jueves Eucarísticos y el Primer Viernes de mes, haciendo la visita diaria a Jesús presente en los
sagrarios. Como dice el refrán: “Dios escribe derecho con líneas torcidas”, o mejor aún como enseña
San Pablo: “Sabemos que Dios hace que todas las cosas cooperen para el bien de quienes lo aman”
(Rom 8, 28). De esta prolongada abstinencia eucarística estoy seguro que surgirá en Piura y Tumbes, un
culto eucarístico renovado y más intenso aún en su piedad, porque somos un pueblo que ama la
Eucaristía.
Vamos ahora a adorar al Santísimo Sacramento del Altar y nos prepararemos a ello con esta hermosa
oración de Santa Teresita del Niño Jesús:
Sea yo, Jesús mío, desde hoy, todo para Ti, como Tú los eres para mí.
Que te ame yo siempre, como te amaron los Apóstoles,
y mis labios besen tus benditos pies, como los besó la Magdalena convertida.
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(Santa Teresita del Niño Jesús).