HERMENÉUTICA
HERMENÉUTICA
HERMENÉUTICA
El lenguaje es la morada del ser y la casa donde habita el hombre, el gran intérprete
que responde a esa llamada y que en ella y desde ella desvela la inconclusión de su
propio decir.
El hermeneuta es, por lo tanto, aquel que se dedica a interpretar y desvelar el sentido de
los mensajes, haciendo que su comprensión sea posible y todo malentendido evitado,
favoreciendo su adecuada función normativa.
Aristóteles escribió un Peri hermeneias que, como parte del Organon, versaba sobre el
análisis de los juicios y las proposiciones. Se trataba de un análisis del discurso, pues
**sólo desde el interior del mismo la realidad se nos manifiesta. Por este motivo, la
hermenéutica se constituyó fundamentalmente en un arte (techné) de la interpretación
dirigida, en el Renacimiento y la Reforma Protestante, al esclarecimiento de los textos
sagrados, dando lugar a la exégesis bíblica, uno de cuyos principales investigadores fue
Mattias Flacius. En esta misma época, como consecuencia del Humanismo, la
hermenéutica se aplicó a la literatura clásica grecolatina, configurándose como una
disciplina de carácter filológico y después, desde el ámbito de la jurisprudencia, se
ocupó de la interpretación de los textos legales y de su correcta aplicación a la
particularidad de los casos.
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en autores tan heterogéneos como Michel Foucault, Jacques Derrida, Jürgen Habermas,
Otto Apel y Richard Rorty.
El ser es lenguaje y únicamente éste posibilita lo real, porque es el medio a través del
cual el "ser" se deja oír. Como diría Heidegger "el lenguaje es la casa del ser. En la
morada que ofrece el lenguaje habita el hombre". Por ello, el ***mundo, y lo que en él
acontece, incluido el hombre (Dasein), no puede ser pensado como una cosa que se
encuentra frente a nosotros, sino como nuestra propia ubicación, el lugar donde
habitamos y desde el que comprendemos.
El mundo no puede ser pensado como algo fijo o estático, sino como continuamente
fluyente. La realidad siempre remite a un proceso, a un desarrollo en el tiempo
(historia), a un proyecto que nos ha sido transmitido (tradición) y que nosotros
retomamos. Por ello, entender el mundo es tomar conciencia histórica de la vertebración
que se produce entre tradiciones y de la distancia que se da entre ellas. Como parte de
una determinada realidad histórica y procesal, nuestra visión del mundo será siempre
parcial, relativa y contingente.
El hecho de que no sólo los objetos de conocimiento sean históricos, sino también el
hombre mismo lo sea, nos impide valorar "neutralmente" la realidad. No existe un saber
objetivo, trasparente ni desinteresado sobre el mundo. Tampoco el ser humano (Dasein)
es un espectador imparcial de los fenómenos. Antes bien, cualquier conocimiento de las
***cosas viene mediado por una serie de prejuicios, expectativas y presupuestos
recibidos de la tradición que determinan, orientan y limitan nuestra comprensión.
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investigación filosófica. Esta limitación traduce fielmente la realidad como un decir
inconcluso y no acabado. Heidegger, sin embargo, concibe la circularidad de la
comprensión más como una oportunidad positiva que como una limitación meramente
restrictiva. A través de la facticidad y del lenguaje se produce el encuentro con el ser,
que es el que, en última instancia, decide y dispone del hombre.
Dado que el ser es lenguaje y es tiempo (evento) y puesto que el hombre como ser-en-
el-mundo está inmerso en el ser del cual pretende dar cuenta, se hace imposible un
conocimiento totalitario, objetivo y sistemático del mundo.
Para Paul Ricoeur la hermenéutica es una "filosofía reflexiva" que ha de dar cuenta del
conflicto entre las diferentes interpretaciones de los símbolos del lenguaje. Así,
enraizada a la filosofía de Nietzsche, que exigía a la filosofía la tarea de desenmascarar
las fábulas ilusorias y falsos valores de la conciencia (la moralidad), la hermenéutica
supone el esclarecimiento de la verdadera "intención" y del "interés" que subyace bajo
toda "comprensión" de la realidad, quehacer que se halla presente en la teoría y el
método psicoanalítico (desenmascaramiento de los deseos y pulsiones ocultos en el
inconsciente) e incluso en las teorías marxistas sobre la ideología.
Frente a esta tarea, Ricoeur reclama también una hermenéutica dedicada a restaurar el
verdadero sentido que contienen los símbolos, búsqueda que explicaría el progreso de la
conciencia.
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"Perfiles esenciales de la hermenéutica:
hermenéutica analógica"
Mauricio Beuchot
1. Introducción
2. Constitución y método de la hermenéutica en sí misma
3. Hacia un modelo de hermenéutica analógica
4. Hermenéutica y metafísica
5. Para una hermenéutica analógico-icónica útil a la investigación en las
ciencias humanas
6. La hermenéutica analógica y la postmodernidad
7. analogía y diálogo
8. hermenéutica y ética
9. conclusión
10. notas
1. Introducción
Lo primero que tenemos que hacer con la hermenéutica, al igual que con toda
disciplina cognoscitiva, es definirla. Hay que precisar cuál es su objeto y de
cuántas clases; hay que discernir qué tipo de saber es, cuál es su método
propio, y qué finalidad tiene en el ámbito de los saberes. Así aprehenderemos
la especificidad de nuestra disciplina hermenéutica. Y lo haremos en función
del acto mismo de interpretación en su proceso propio, el cual nos mostrará el
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tipo de pregunta que plantea y el camino por el que la responde.
2.1. Su naturaleza
Pero, al hacer esto, ¿actúa la hermenéutica como ciencia o como arte? Ante
esta pregunta, hemos de responder que ambas cosas. En efecto, si entendemos,
siguiendo a Aristóteles, la ciencia como un conjunto estructurado de
conocimientos, en el que los principios dan la organización a los demás
enunciados, podemos considerar como ciencia a la hermenéutica; y si
entendemos —igualmente con Aristóteles— el arte o técnica como el conjunto
de reglas que rigen una actividad, también podemos ver la hermenéutica como
arte, que enseña a aplicar correctamente la interpretación. Esto se ve a
semejanza de la lógica, que también es ciencia y arte: construye ordenadamente
el corpus de sus conocimientos, y los dispone en reglas de procedimiento que
se aplican a los razonamientos concretos.
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2.4. División de la hermenéutica
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(9).9
2.7. Su metodología
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es, decirnos algo. Así, la verdad del texto comprende el significado o la verdad
del autor y el significado o la verdad del lector, y vive de su dialéctica.
Podremos conceder algo más a uno o a otro (al autor o al lector), pero no
sacrificar a uno de los dos en aras del otro.
En el proceso interpretativo, lo primero que surge ante ese dato que es el texto,
es una pregunta interpretativa, que requiere una respuesta interpretativa, la cual
es un juicio interpretativo, ya sea una hipótesis o una tesis, la cual se tendrá que
comprobar, y para eso se sigue una argumentación interpretativa.
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2.10. El hábito o virtud de la interpretación
A continuación presentaré una propuesta que creo que podrá servir de punto
intermedio y fungir como mediación entre las dos posturas extremas que
encontramos hoy en día en la hermenéutica. Umberto Eco describe esta tensión
como dándose entre quienes piensan que interpretar es recuperar el significado
intencional del autor reducido a un solo significado, y los que piensan que
interpretar es buscar significados al infinito, en un ejercicio que no termina
(18).18 Sabido es que la hermenéutica se ejerce en textos que pueden admitir
polisemia, es decir, varios significados, por lo que una línea extrema de las que
hemos mencionado trataría de aprehender el significado esencial de un texto,
mientras que la otra lo fragmentaría en un sinfín de significados contingentes y
aislados.
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modificadora.
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interpretación lo más objetiva que se pueda desear. Que se trata de pasar del
equivocimo al univocismo, nos lo aclara Vattimo, cuando critica a
Schleiermacher diciendo que su ideal de identificación con el otro descansa en
la idea de autotrasparencia del sujeto y, en definitiva, en una ontoteología de la
presencia plena ahistórica. Aun con diversos matices, esto nos muestra que los
extremos se tocan: el univocismo incurre en el equivocismo y el equivocismo
en el univocismo.
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entre la risa del hombre y lo florido del prado: ambos se relacionan con la
alegría. La analogía de proporcionalidad propia asocia términos que tienen un
significado en parte común y en parte distinto, como "la razón es al hombre lo
que los sentidos al animal". La analogía de atribución implica una jerarquía, en
la que hay un analogado principal, al que se atribuye el término de manera más
propia y otros analogados secundarios, a los que se atribuye por relación a ese
término principal, por ejemplo "sano" se atribuye al organismo, al clima, al
alimento, a la medicina y a la orina; pero al organismo porque de modo propio
tiene salud, al alimento porque la conserva, a la medicina porque la restituye y
a la orina porque la manifiesta como signo. Todos esos tipos de analogía (de
desigualdad, de atribución, de proporcionalidad propia y de proporcionalidad
impropia o metafórica) constituyen el modelo analógico.
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hermenéutica da mayor cabida a la subjetividad, a la intromisión de la
subjetividad del lector o intérprete. Pues bien, la interpretación analógica me
parece que permite lo más de objetividad interpretativa, que postula la
pragmática, y lo menos posible de subjetividad, haciendo caso a la experiencia
de la hermenéutica.
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Heidegger, muy influido por Nietzsche. La metafísica tiene una vocación nihilista, el ser
está llamado a aniquilarse poco a poco, y por ello sólo puede hablarse de una metafísica
débil. Una metafísica que no es del presente (la de la presencia, como lo fue la
tradicional), ni siquiera del futuro (la de las posibilidades, del proyecto del que hablaba
Heidegger), sino tan sólo del pasado, de lo que se recuerda y se conmemora para
protegerlo del olvido. Nietzsche ya había dicho que no hay hechos, sino sólo
interpretaciones. Vattimo dice que el único hecho es el de la interpretación, es el
único evento, el cual es carcomido por los medios masivos de comunicación, que han
hecho que la mediación devore los extremos que une: el sujeto y el objeto. Por eso la
única metafísica que se puede tener es una metafísica débil. Ella es la que acompaña a la
hermenéutica (24).24
Dije que todo acto interpretativo comienza con una pregunta interpretativa, que aspira a
una comprensión. Pero la comprensión requiere preguntar por sus condiciones de
posibilidad. La comprensión se da cuando lo particular embona en lo universal que lo
contiene, y allí cobra sentido. De hecho la hermenéutica se mueve en la tensión entre lo
parcial y lo total, entre lo individual y lo universal. Así, la pregunta hermenéutica se
inscribe en una pregunta más amplia, que es su condición de posibilidad. Conduce a
ella. Es su horizonte más amplio, el cual no puede alcanzar desde "su intención
objetivamente limitada, de pregunta" (25).25 Tiene un horizonte atemático que la
circunda.
Se pregunta por las condiciones de posibilidad del mundo cultural. Todo mundo está a
la vez limitado y abierto; y su apertura nos lanza al ser. Ya al conocer su limitación, sus
límites, lo estamos trascendiendo. "Por nuestras preguntas se amplía continuamente
nuestro mundo. Sus límites son rotos y mantenidos abiertos. El mundo del hombre es un
mundo esencialmente abierto" (27).27 Nótese que no puede estar definitivamente
cerrado, como tampoco indefinidamente abierto. No está cerrado al ser, a la metafísica;
ni está totalmente abierto a la deriva, pues lo estaría al relativismo nihilista, se estaría
cosificando de alguna manera la nada, como antes se cosificaba el ser, haciéndolo ente.
Así, al hacer temático ese horizonte atemático del ser, la hermenéutica da paso a la
metafísica.
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que conecta esos horizontes menores. Podríamos decir que los mundos menores o
microcosmos se conectan a través del macrocosmos, del mundo mayor. Ese mundo
mayor es el del ser, el horizonte metafísico. El horizonte del ser comunica a los
hombres, crea comunidad más allá de las culturas. Más aún, en la posibilidad de ese
diálogo humano se da la posibilidad de la metafísica. El que ese diálogo sea posible
atestigua a favor de la posibilidad de la metafísica.
Mas esa misma tematización del horizonte del ser sólo es posible por una reflexión
trascendental, por una pregunta trascendental. No una pregunta trascendental que
conduzca sólo al sujeto, como en Descartes, Kant y hasta Husserl, sino un preguntar que
reúne al sujeto y al objeto. Pregunta trascendental desde lo condicionado del horizonte
del mundo por lo incondicionado del horizonte del ser. "El ser se muestra como el
fundamento abarcante que trasciende y posibilita a la vez sujeto y objeto, mundo e
historia y, sin embargo, en este acontecer se revela de forma atemática y objetiva"
(28).28 De esta manera, la hermenéutica interpreta un ser históricamente situado, en
su mundo. Y a la pregunta: ¿cómo, entonces, puede pasar al ser transhistórico y
transmundano?, la respuesta es que esto se da en la afirmación metafísica, contextuada
en un mundo pero siempre mirando hacia el horizonte del ser, de lo real, en el que se
inscribe lo que intenta decir.
Añadiré, para acabar este apartado, a las consideraciones de Coreth, que postulan la
metafísica desde las condiciones de posibilidad de la hermenéutica, como de una
manera a priori, algunas consideraciones tomadas del mismo acto interpretativo, que
conducen a la metafísica de una manera más a posteriori. El intérprete se enfrenta a un
texto; pero ese texto apunta a un mundo, crea un mundo posible o abre a un mundo ya
dado. Este apuntar hacia un mundo es algo connatural al texto, y nos deja con el
problema de su estatuto ontológico (real, ficticio, posible, etc.), con lo cual entramos a
la metafísica.
Además, si con Peirce decimos que el acto interpretativo consta de un signo, un objeto y
un interpretante (no exactamente el intérprete, sino algo que ocurre en él), tenemos que
aceptar que lo que se presenta al intérprete primero tiene carácter de objeto y después de
signo; pero es un objeto diferenciado, sólo en una reflexión posterior será real o ideal.
Eso lo determinará el interpretante, en una especie de ontohermenéutica, que despliega
la virtualidad ontológica de la interpretación misma.
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ontología o metafísica, y a una hermenéutica analógica sólo puede acompañarla y
fundamentarla una ontología o metafísica analógica también. La analogía nos hace
llegar a la metafísica, porque nos hace abordar no sólo el sentido de un signo, o el
sentido de un texto, sino también el sentido del ser.
Esta labor de interpretación, tan cara a las ciencias humanas, ha sido confiada a esa
disciplina tan compleja que denominamos "hermenéutica". (También se la podría llamar
"pragmática", al menos en parte, pues una y otra tienen la misma finalidad, a saber,
captar la intencionalidad del hablante o autor). Lo que vemos en las ciencias humanas
son cosas hechas por el hombre, con alguna intencionalidad. Y ésta puede quedarse sin
llegar a ser completamente comprendida si sólo aplicamos análisis sintácticos y
semánticos. La aprehensión de la intencionalidad requiere la intervención de la
pragmática y la hermenéutica. Es decir, nos obligamos a aplicar la interpretación a los
textos para desentrañar la intencionalidad que les fue impresa.
Como hemos visto, los textos son de varias clases: pueden ser escritos, hablados, e
incluso actuados. Todo lo que tiene una significación viva, no completamente inmediata
y clara, es susceptible de interpretación. Y es donde se plantea la necesidad y vigencia
de la hermenéutica. Se ha llegado a decir que la hermenéutica es ahora el instrumento
universal de la filosofía y el método por excelencia de las ciencias humanas. Por lo
menos muestra la ventaja de tener una gran apertura y la posibilidad de acotarla con
ciertos límites, dados por el contexto concreto. Eso permite integrar las particularidades
culturales, por ejemplo europeas y latinoamericanas, o, incluso, occidentales y
orientales.
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interpretando. No creo que sea válido el escepticismo de algunos que ya no aceptan
nada como objetivo, y hacen toda interpretación completamente relativa a la
subjetividad del intérprete. Hay que luchar por la objetividad para la hermenéutica, a
pesar de que haya que reconocer la injerencia de la subjetividad. Ciertamente no se
puede obtener una lectura de un texto completamente unívoca y como una copia de la
que originalmente quiso el autor; pero ello no autoriza para caer en una lectura
completamente equívoca y desdibujada. Algo se puede alcanzar, a saber, una lectura
intermedia, que no carezca de objetividad, pero que tampoco tenga pretensiones
desmedidas. Ahora que muchos, en las ciencias humanas, renuncian a la objetividad y
se entregan a la lectura subjetiva, desentendida y despreocupada, yo quisiera defender
aún la objetividad, aunque sea de una manera moderada. Una defensa módica pero
suficiente.
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modalidad excesiva de copia, fue el que privilegió el positivismo. Y también permite
tener una interpretación que siga el modelo de la metáfora, de la metaforicidad. Ese fue
el que privilegió Paul Ricoeur (33).33 Pero la metáfora es sólo uno de los modos de la
analogía, el de la proporcionalidad impropia, y hay que dar cabida a la proporcionalidad
propia y a la atribución. También privilegiaron a la metáfora muchos postmodernos,
pero dando cabida a una desmedida ambigüedad constitutiva del lenguaje; la cual puede
ser aquí sujetada por los otros modos de la analogía. En el modelo de Ricoeur, basado
en la metáfora, la interpretación se da como tensión entre el significado literal y el
metafórico; la verdad textual está en tensión dinámica o dialéctica entre la verdad
literal y la metafórica (o alegórica, o simbólica). Pero creo que hay que ampliar la
tensión más allá de lo metafórico y abarcar a toda la analogía, a la analogicidad
completa. Esto nos permite ser más radicales que Ricoeur y hablar de la analogía (no
sólo de la metáfora) como modelo de la hermenéutica, y del icono, según hemos visto,
como algo coextensivo con la analogía.
Por eso propongo una hermenéutica analógico-icónica. Analogía e icono que nos
permitan la recuperación del sentido de una manera que no se vea mutilado por el
univocismo ni fragmentado por el equivocismo. Hay que añadir que el icono es un signo
que tiene la peculiaridad de que es sinecdóquico (y hasta metonímico), además de
metafórico, es decir, con un fragmento nos da el conocimiento de la totalidad, la parte
nos conduce al todo, el fragmento nos lleva al conjunto. Nos hace preverlo, adivinarlo,
deducirlo desde la hipótesis de la que partimos. En el conocimiento nos humillamos y
tenemos que reconocer que vamos al todo iniciando con una pequeña parte. Pues bien,
el icono nos da la posibilidad de partir de un conocimiento fragmentario y avanzar hasta
la totalidad, hasta el universal. No una totalidad que atrapamos de manera completa,
sino matizada, contextual. Del fragmento, de los fragmentos, vamos de manera no
apriorística, sino aposteriorística, al todo, al universal. De hecho, la abducción de la
hipótesis se basa en las analogías, y conduce a un universal analógico, icónico, un tanto
hipotético y revisable, pero que nos da la seguridad que se puede alcanzar en el
conocimiento humano. Es decir, la analogicidad nos hace universalizar, pero con
cuidado, con límites. La analogía nos obliga a atender a los elementos contextuales y
particulares, y el icono nos obliga a interpretar desde hipótesis parciales y diagramáticas
de los textos, hasta la totalidad del texto, hasta la comprensión más completa que es
alcanzable. Igualmente nos hace darnos cuenta de que nuestra objetividad va a ser
fragmentaria, limitada, pero suficiente.
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del macrocosmos.
El propio bien común es analógico e icónico. Hace que el hermeneuta intente no sólo
interpretar, sino también transformar; y, si se quiere, transforma con su interpretación,
con su misma interpretación opera una transubstanciación de la realidad social ofrecida,
dada. Al ser límite, es fusión, sobre todo de horizontes. El horizonte del individuo y el
de la colectividad, de lo personal y lo comunitario. Nos lleva esto a una filosofía
comprometida, a una interpretación responsable del otro y de los otros, para lograr su
mejoramiento integral.
La hermenéutica analógica puede servir, entre otras cosas, para analizar comprensiva y
críticamente algunos temas de la filosofía de la postmodernidad, en la cual la
hermenéutica ha llegado a tener un lugar preponderante (37).37 La postmodernidad ha
hecho tomar muy en cuenta temas tales como la crisis de la epistemología, el rechazo
del humanismo, el predominio de la técnica y la comunicación, la precariedad de la
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ontología y la muerte del sujeto, así como el retorno de la religión y de la mística. Es
preciso no simplificar demasiado las distintas corrientes y pensadores; además, hay que
atender a las lecciones positivas y a las aportaciones aprovechables que da el
pensamiento postmoderno; pero es necesario hacer, sobre todo, una crítica de varias
inconsistencias y hasta frivolidades de sus propuestas.
Para ello se deben examinar, dentro de su marco o contexto, las líneas principales de la
postmodernidad con algunos de sus representantes más connotados. Asimismo, hablar
del imperio de la hermenéutica, principalmente con Foucault, Derrida y Vattimo.
Examinar la crisis postmoderna de la epistemología, y tratar de hacer una propuesta: la
hermenéutica analógica como alternativa de solución. Igual atención reclaman el
neoconservadurismo y la antropología filosófica de la época tecnológica. Abordar un
punto específico y muy importante de la época tecnológica: la cultura de la
comunicación en esa postmodernidad llamada neoconservadora. Pero también atender a
fenómenos un tanto sorprendentes, como el neoaristotelismo y el comunitarismo
postmodernos. De singular importancia será afrontar las críticas al sujeto, a la metafísica
y al humanismo, con el fin de ofrecer algunas respuestas y propuestas. De manera
natural eso prolonga el examen de la crisis del sujeto, y se vincula con la hermenéutica
como posible rescate y ubicación de cierta noción de sujeto. Todo ello da paso al
tema de la religión y la experiencia religiosa en la postmodernidad antimoderna, pero
también la religiosidad en la postmodernidad neoconservadora. Eso conduce igualmente
al misticismo en el seno de la postmodernidad que profetiza la secularización, sin que se
cumpla esa profecía; antes bien, parece ir más allá de la misma secularización, ya
comenzada por la modernidad y congénita a ella; esta secularización no parecía poderse
detener, y ahora ha tomado otros rumbos distintos en el camino del espíritu. Todas esas
cosas me parecen enfiladas hacia la exigencia de un modelo analógico de la
hermenéutica.
Estas son sólo algunas de las facetas de la postmodernidad, pero las suficientes para
comprenderla y poder enjuiciarla. Ciertamente de manera muy breve y compendiosa,
pero tratando de no traicionar la diversidad y multiplicidad de corrientes, autores y
posturas. Ocupémonos en ver, sobre todo, lo que la postmodernidad dice acerca de la
religión y la mística. En ambos casos, no se trata de rechazo completo, ni siquiera
fuerte, sino de un rechazo débil, muy difícil de precisar. Este rechazo débil conlleva una
aceptación de la metafísica, también aceptación débil, pero al fin y al cabo aceptación.
En el caso de la metafísica, este rechazo/aceptación débil parece significar que, dada la
caída de los fundamentos de la modernidad, no se puede hacer ya una ontología como la
que se trató de hacer en la modernidad. Ella era sobre todo egológica y esencialista. Por
eso tuvo opositores muy decididos en el romanticismo y el existencialismo. Y por eso
también la postmodernidad ha incorporado ahora las críticas de Nietzsche y del segundo
Heidegger hacia esa metafísica moderna. La postmodernidad se muestra
antiesencialista, viendo en dicha metafísica prepotente una actitud violenta. Habla de la
vocación nihilista de la metafísica, por la muerte lenta del ser, que se va debilitando
hasta el punto que sólo permite una ontología débil. Pero me parece que no toda
metafísica es susceptible de incurrir en la acusación que la postmodernidad le dirige. Se
refiere de modo específico a la metafísica egológica moderna, no a toda metafísica. En
ese sentido, creo que una metafísica analógica no recibiría esa crítica, sino que podría
integrar los elementos más aceptables de la postmodernidad, y abriría nuevos rumbos al
pensar del ser. No se trata de destruir la metafísica, sino de aprovechar esta crisis suya
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para reconstruirla y renovarla.
7. Analogía y Diálogo
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cree que mediante ella se toca lo objetivo de la realidad, ciertamente no sin la mediación
del hombre, en el encuentro entre hombre y mundo. Quisiera explicitar de manera más
clara el carácter dialógico de esta racionalidad que he llamado "analógica"; sobre todo
¾ añadiría yo ¾ como constitutiva de la misma. Esto se puede recalcar aludiendo al
carácter dialógico de toda la teoría de la argumentación de Aristóteles, como lo hacía
ver Eric Weil y me esforcé por recalcarlo en otro trabajo (38).38
Sobre este contexto dialógico, también se puede preguntar si, dada la intervención de la
comunidad de hablantes, se tendría en la racionalidad analógica en definitiva una noción
de verdad como consenso. La respuesta es que no sólo ella. En la misma teoría
aristotélica de la verdad se contienen y se manejan los tres tipos más frecuentes de
teorías sobre la verdad: la de coherencia o sintáctica, la de correspondencia o
semántica y la de consenso o pragmática. En la actualidad se suele negar mucho la de
correspondencia, para quedarse con la de coherencia y/o la de consenso. Pero no son
incompatibles, a pesar de que en la actualidad se piense que la de correspondencia lo es.
Aristóteles acepta, como la base, la verdad de coherencia o sintáctica (que desarrolla
más en los Analíticos Primeros y Segundos); después se encabalga la verdad como
correspondencia o adecuación (la cual desarrolla en el libro Gamma de la Metafísica,
y que Tarski recupera con el nombre de "verdad semántica"); pero también tiene el
Estagirita la noción de verdad como consenso o pragmática (es la que desarrolla en la
lógica de los Tópicos y en la Retórica). Lo que Eric Weil y otros estudiosos muestran es
que de hecho el paradigma de la lógica aristotélica son los Tópicos, que son dialógicos;
con lo cual la lógica es eminentemente de tipo pragmático, pero involucra no sólo la
verdad como consenso, sino, a través de la sintaxis y la semántica, también una verdad
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como coherencia y otra como correspondencia. En realidad, el consenso no puede de
suyo y por sí mismo dar la verdad completa, siempre tiene condiciones de restricción
que apuntan a la correspondencia; indican que el consenso nos ha llevado a la realidad,
que el diálogo pragmático nos ha hecho atinar al núcleo de la verdad como
correspondencia. El acuerdo o consenso viene a ser sólo un índice o síntoma de que se
da una correspondencia con la realidad, de que se ha atinado (al menos hipotéticamente)
al mundo, al ser.
Y es que ese problema se presenta siempre al abordar el conocer, sobre todo desde la
perspectiva de la tradición filosófica realista, para hacerla comprensible al pensamiento
actual. ¿Cómo se puede conocer la realidad desde un marco conceptual sin caer por ello
en el relativismo? Es bien sabido que la actual filosofía hermenéutica, en muchas de sus
expresiones, tiende al relativismo. Mas, por otra parte, también debe decirse que un
realista puede aceptar que hay cierto relativismo en el conocer, sin caer en el relativismo
total. De hecho, si se considera relativismo (mitigado) el decir que hay una perspectiva,
un enfoque, eso viene a ser casi una verdad de Perogrullo. Más bien el problema es el de
cuáles son los límites de ese relativismo limitado, moderado. ¿Todos los conocimientos
se obtienen filtrados por el marco conceptual o hay algo que escapa a éste? Por ejemplo,
se puede decir que las esencias se captan mediante ese marco conceptual o que son
independientes de él. Hay quienes sostienen que las esencias de las cosas son
meramente construidas por los cognoscentes, según sus enfoques y sus intereses (así los
nominalistas). Hay otros que afirman que las esencias se dan independientemente del
cognoscente, por parte de la realidad sola (así los realistas). De acuerdo con el
realismo, no se puede decir que la realidad es el mero resultado del encuentro entre
hombre y mundo, pues si se encuentran ya se daban de antemano.
De esta última forma no se puede decir que las esencias, al menos no todas, esto es no
las esencias o clases naturales, sean construidas cognoscitivamente por el hombre. Sólo
se podrá decir que como esencias universales se dan de manera fundamental,
presupositiva y dispositiva en la realidad, en las cosas, y de manera formal o propia en
la mente humana. Pero como esencias individuales se dan de manera formal en las cosas
mismas (además de que son esencias dinámicas, esto es, dadas de alguna manera, pero
con una evolución accidental). Hay cierta analogía en las esencias, son universales
análogos. Y hay también iconicidad en ellas, son iconos o signos icónicos de sus
referentes, de modo que con un conocimiento muy fragmentario y parcial de los
mismos, podemos llegar a una universalización válida.
El problema está en que si de entrada se adopta ante el fenómeno del conocimiento una
postura epistémica, nunca se pasará a lo ontológico, e injustamente se lo borrará. En
cambio, si se adopta una postura ontológica, se seguirá dando su lugar a lo epistémico, y
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no se lo borrará. Esto se parece al problema de la relación, en lógica modal, de la
modalidad de dicto y la modalidad de re. Si se toma como punto de partida la
modalidad de dicto, no se puede pasar a la modalidad de re; en cambio, si se parte de la
modalidad de re, sí se puede pasar a la de dicto. Así, en esta última postura, se conserva
lo de dicto y además se acepta lo de re; en cambio, en la primera sólo se puede aceptar
lo de dicto y rechazar lo de re. Hay rechazo y reduccionismo injustificado.
Esto repercute, como hemos dicho, en el conocimiento. Tenemos que evitar tanto una
epistemología idealista, subjetivista y relativista como una realista absolutista,
objetivista a ultranza, pretendiendo que todo lo conocido está dado sin ninguna
participación del sujeto cognoscente. Si se adopta un punto de vista que haga justicia
tanto al ser como al conocer (es decir, que les dé su lugar adecuado, esto es, al conocer
como ser y al ser como conocer), los cuales se unen en el fenómeno del conocimiento
humano, se partirá del realismo pero se atenderá a lo que de participación y
construcción del hombre hay en el proceso cognoscitivo. Y, a diferencia de esto, si se
parte del idealismo o del relativismo subjetivista, no se podrá pasar a ningún realismo.
De lo epistemológico a lo ontológico no es válida la consecuencia; en cambio, de lo
ontológico a lo epistemológico sí, y así no se pierde ninguno de los dos polos. Sólo de
esa manera se puede dar cuenta del proceso entero del conocer.
8. Hermenéutica y Ética
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ahora, cuando muchos pensadores han querido convencernos de que no hay criterios, ni
reglas, ni principios. Sólo existiría el punto de vista, el enfoque, la circunstancia, todo
relativo a la persona. Pero eso es dejar la moral al individuo, a sus intereses y caprichos.
Por ello conviene, aun sea moderadamente y sin rigideces morbosas, plantear criterios
claros y firmes. Tal vez sean pocos y muy generales, pero suficientes para que la
persona los aplique en su acción concreta. Es una de las cosas más difíciles esta
búsqueda de criterios orientadores a la vez que educadores de la libertad.
Ahora es cuando más parece conveniente volver a una ética de virtudes, que nacen de
esa aplicación de la analogía que es la virtud, entendida como el término medio, ya que
la analogía es proporción, mesura, medida. Sobre todo la prudencia, puerta de las
virtudes, es la que se muestra como más necesaria. Educación de virtudes, no de solas
leyes o reglas, ni, mucho menos, de meros contenidos que sólo llevarían a la confusión.
Hay que buscar la estructuración de la vida moral: ciertas leyes y reglas, como el ideal
de la caridad, del amor; la proyección a obras de misericordia, que acrisolan el corazón
del hombre y lo hacen solidario, más allá de lo obligatorio, por esa empatía o compasión
que tan propia es de la interpretación; el ver el bien como un don, y vivir en la
perspectiva de los dones, de la donación, de la oblatividad. Además, ver eso como una
bienaventuranza, como gracia, en la línea de la gratuidad, contraria a la envidia, a la
soberbia narcisista y a la cerrazón frente al prójimo. Eso haría a nuestra ética
hermenéutica un tratado bastante completo.
25
Se ha dicho que la muerte se ha vuelto un asunto privado, mientras que la sexualidad se
ha vuelto un asunto público (siendo que antes era al revés). La vida sexual, las
costumbres sexuales, casi de todo tipo, se exhiben en los medios de comunicación,
mientras que la agonía del moribundo se esconde, se oculta a la vista de los demás;
parece que aterra ver el proceso del morir. Antes era casi un acontecimiento público,
que congregaba a la familia y deudos en torno al moribundo, y ahora sólo muy pocos
soportan estar presentes, o están solamente los más cercanos a la persona. Inclusive se
ha acuñado en los hospitales la expresión "enfermos terminales" para evitar la alusión
directa a la muerte.
En ese espíritu, parece que también ahora la pregunta por la muerte se ha querido
esconder, y hasta sabotear. Sin embargo, es la pregunta más rica. Tal vez haya sido la
muerte, el misterio de la muerte, uno de los máximos factores de admiración y
perplejidad en el hombre, de modo que es lo que más lo ha movido a hacer metafísica.
De hecho la metafísica, al ser una trascendencia de lo físico, va más allá de lo dado y
hurga en el misterio, en la posibilidad o no posibilidad de algo más allá de la muerte.
Pero no sólo eso; esta meditación no se queda en la metafísica, avanza a la ética y a la
religión; es la que las conecta, de hecho. Ha habido épocas de la filosofía, como hace
poco el existencialismo, en que la muerte sirvió de motivo más importante del filosofar
mismo. Tanto Heidegger como Sartre vieron a profundidad el carácter de ser-para-la-
muerte que tiene el hombre. Pero justamente del sentido que se dé a la muerte
dependerá la actitud filosófica con respecto a esta vida presente. El propio Heidegger, a
mi modo de ver, dio a la vida filosófica un fuerte carácter de hermenéutica de la muerte,
de meditatio mortis.
Sólo si la muerte se pone como pregunta para el hombre, como problema y cuestión, se
vuelve, además de un hecho ineludible, una responsabilidad que afecta la vida. ¿Qué
significa para mí la muerte? ¿Qué quiero que mi muerte signifique para mí? ¿Qué deseo
que signifique para los demás? Casi siempre, espontáneamente, pensamos que queremos
algún tipo de recuerdo nuestro en el interior de los semejantes. Es el recuerdo, la
rememoración, la anámnesis y el llevar a los otros, o ser llevado por los otros, en el
corazón. Para algunos a eso se reduce el que quede algo de nosotros después de la
muerte. Para otros el perdurar, el pervivir, la inmortalidad, el inmortalizarse o ser
inmortalizado es el resultado de la acción salvadora de un Dios. Y eso nos hace pasar de
la ética a la religión misma.
26
pensar en un Dios premiador y castigador —sobre todo castigador— que está listo para
atrapar al hombre pecador en cuanto se le acabe el tiempo de su libertad con la muerte.
O se puede tener otra actitud muy distinta, la de pensar en la otra vida como el
encuentro con un Dios bueno, que ha hecho un llamado y una invitación al hombre para
que viva como hijo suyo, para ser después llevado a la plenitud del amor en ese
encuentro gozoso con Él.
Pero aun en una postura no religiosa, la ética tiene que ponerse muy en el fondo como
meditación de la muerte, como hermenéutica de esa seguridad radical, y produce
entonces la hermenéutica una ética basada en las convicciones propias, como ha querido
Kai Nielsen. Se busca el altruismo, se busca la satisfacción por haber cumplido consigo
mismo y con los demás. De cualquier forma,* la interpretación de la muerte (y, por
lo mismo, de la vida) conecta la ética con la hermenéutica. Pero también es lo que
conecta la ética con la metafísica, ya que la percepción del tiempo y la meditación sobre
él es lo que más abre nuestra intelección metafísica seria, comprometida y auténtica.
9. Conclusión
27
más bien excluye la metafísica preotente y unívoca, que es violenta, como la de la
modernidad. Por eso ahora, en el momento de la postmodernidad, no debe olvidarse que
hay distintos tipos de metafísica. Y de este modo se abre una nueva oportunidad para la
ontología o metafísica, a una nueva clase de esta disciplina. Sobre todo, a una ontología
o metafísica analógica.
28
8
J. L. L. Aranguren, ibid., p. 25.
9
Schleiermacher llama "arte" a la hermenéutica, pero no habla de ella como
ciencia (F.D.E. Schleiermacher, "The Aphorisms on Hermeneutics from 1805
and 1809/10", en G. L. Ormiston-A. D. Schrift (eds.), The Hermeneutic
Tradition. From Ast to Ricoeur, Albany, N.Y.: State University of New York
Press, 1990, p. 60).
10
Gadamer refiere la sutileza al Renacimiento, y dice que era un aspecto de su
espíritu competitivo (cf. H. G. Gadamer, "Hermenéutica clásica y hermenéutica
filosófica", en el mismo, Verdad y método II, Salamanca: Sígueme, 1992, p.
100). Pero no se da sólo allí. En la Edad Media se dio a Juan Duns Escoto el
apelativo de "Doctor Sutil" (Doctor Subtilis), y esa sutileza consistía en
encontrar siempre una **posibilidad en donde los otros no la veían; ellos sólo
veían dos. Inclusive tenía que ver con la teoría de las distinciones, como su
famosa distinctio formais ex natura rei, intermedia entre la real y la de razón, y
que Ockham cercenó con su famosa navaja, por parecerle que había
demasiadas sutilezas. Pero también tiene que ver con las distinciones en la
interpretación (de la Biblia y de Aristóteles), ya que las distinciones llevan a
una mayor precisión y síntesis.
11
A. Ortiz-Osés, La nueva filosofía hermenéutica, cit., pp. 71-72. Estos
términos aparecen ya en J. J. Rambach, Institutiones hermeneuticae sacrae,
1723 (cf. H. G. Gadamer, "Hermenéutica clásica y hermenéutica filosófica", en
el mismo, Verdad y método II, ed. cit., p. 100), y reaparece en Johann August
Ernesti, Institutio Interpretis Novi Testamenti, Leipzig, 1761. A ellos se refiere
ya Schleiermacher (op. cit., p. 57).
12
Es cierto que algunos, por ejemplo Leo Apostel, ponen a la pragmática como
previa a la sintaxis, ya que la misma imposición de significado a una expresión
es un acto pragmático; pero eso se daría en un orden de producción o de
génesis. En el orden de análisis se estudia primero la dimensión sintáctica, que
es la más independiente, después la dimensión semántica, que depende de la
anterior, y al final la pragmática, que depende de las dos.
13
Las nociones de pertenencia (Zugehörigkeit) y distancia (Verfremdung) son
de Gadamer, las de acercamiento (o aproximación o apropiación) y
distanciamiento son de Ricoeur. Trata sobre ellas J. M. García Prada, "La
producción del sentido en los textos", en Estudios Filosóficos, 42 (1993), pp.
234 ss. Ver también M. Beuchot, "Naturaleza y operaciones de la hermenéutica
según Paul Ricoeur", en Pensamiento (Madrid), 50/196 (1994), pp. 143-152.
14
Umberto Eco la llama intentio operis, distinta de la intentio auctoris y de la
intentio lectoris. Cf. U. Eco, Los límites de la interpretación, Barcelona: Ed.
Lumen, 1992, p. 29.
15
Cf. U. Eco, ibid., pp. 126 y 130.
16
Aun la intencionalidad puede ser de muchas clases. Pero podemos hablar de
29
cuatro principales, atendiendo a su captabilidad. Hay una intencionalidad
consciente y explícita, esto es, que capta tanto el autor como el lector. Hay otra
consciente y tácita, que sólo capta el autor y difícilmente accede a ella el lector.
Otra es inconsciente y explícita, la que se escapa al propio autor, pero el lector
la encuentra con ciertos instrumentos sutiles ad hoc, por ejemplo, aplicando el
psicoanálisis. Y hay otra que es inconsciente y tácita, la que se oculta tanto al
autor como al lector, y permanece escondida, tal vez por siempre. Fue el
psicoanálisis mismo el que habló de intencionalidad inconsciente, a pesar de
que algunas otras corrientes han considerado que la intencionalidad siempre
tiene que ser consciente, esto es, identifican intencionalidad y conciencia.
17
Cf. G. Ryle, "¿Puede enseñarse la virtud?", en R. F. Dearden-P. H. Hirst - R.
S. Peters (eds.), Educación y desarrollo de la razón. Formación del sentido
crítico, Madrid: Narcea, 1982, pp. 411 y 413. También hay que tomar en
cuenta que la virtud tiene un componente de voluntad, además de uno de
conocimiento, como lo hace ver Ph. Foot, Las virtudes y los vicios, y otros
ensayos de filosofía moral, México: UNAM, 1994, p. 21. Ver también E. Sosa,
Conocimiento y virtud intelectual, México: UNAM-FCE, 1992, pp. 285 ss.
18
U. Eco, Los límites de la interpretación, cit., p. 357.
19
B. Russell, "Vagueness", en The Australasian Journal of Psychology and
Philosophy,1 (1923), pp. 84 ss.
20
F. D. E. Schleiermacher, Hermeneutik, ed. de H. Kimmerle, Heidelberg:
Winter, 1959, pp. 86 ss.
21
Cf. F. Flores, "Entre la identidad y la inconmensurabilidad, la diferencia.
Aristóteles y Freud: el caso de la analogía", en Analogía filosófica, 9/2 (1995),
pp. 3-26.
22
Cf. M. Beuchot, "Sobre la analogía y la filosofía actual" en Analogía
Filosófica, 10/1 (1996), pp. 61-76.
23
Cf. H. G. Gadamer, Verdad y método I, Salamanca: Sígueme, 1970, pp. 365
ss.; además, J. Pegueroles, "El ser y la verdad en la hermenéutica de Gadamer",
en Espíritu, vol. 43, n. 109 (1994), pp. 18 ss.
24
Cf. G. Vattimo, "Métaphysique et violence. Questions de méthode", en
Archives de Philosophie, 57 (1994), pp. 57 ss.
25
E. Coreth, Cuestiones fundamentales de hermenéutica, Barcelona: Herder,
1972, p. 215.
26
Ibid., p. 216.
27
Ibid., p. 217.
30
28
Ibid., p. 225.
29
Cf. P. Ricoeur, "Expliquer et comprendre", en el mismo, Du texte à l’action.
Essais d’herméneutique II, Paris: Eds. du Seuil, 1986, pp. 161-182.
30
Cf. M. Beuchot, Tratado de hermenéutica analógica, México: Facultad de
Filosofía y Letras de la UNAM, 1997.
31
Cf. la exposición que del icono en Peirce hace Th. Sebeok, Signos. Una
introducción a la semiótica, Barcelona: Paidós, 1996, p. 44.
32
A conectar la iconicidad con la analogía me ayuda Sebastià Serrano, en su
libro Signos, lengua y cultura, Barcelona: Anagrama, 1981, pp. 68 ss.; pero no
se ve que él conecte la iconicidad con la metaforicidad; sólo lo hace con la
imagen y con el diagrama; y, en cambio, a mí me interesa sobremanera
conectar el icono con la metáfora.
33
Cf. P. Ricoeur, "Metaphor and the Central Problem of Hermeneutics", en J.
B. Thompson (ed.), P. Ricoeur. Hermeneutics and the Human Sciences,
Cambridge-Paris: Cambridge University Press-Editions de la Maison des
Sciences de l’Homme, 1982 (repr.), pp. 165-181.
34
Cf. E. Trías, La aventura filosófica, Madrid: Mondadori, 1988, pp. 37-55; cf.
el mismo, "Metonimia y modernidad (réplica a Mauricio Beuchot)", en J. R.
Sanabria-M. Beuchot (comps.), Algunas perspectivas de la filosofía actual en
México, México: UIA, 1997, pp. 289-291.
35
Cf. P. Ricoeur, "Estructura, palabra, acontecimiento", en Varios Autores,
Estructuralismo y lingüística, Nueva Visión, Buenos Aires, 1971; el mismo,
Teoría de la interpretación, México: Siglo XXI-UIA, 1995, pp. 22 ss.
36
Cf. M. Merleau-Ponty, Le visible et l’invisible, Paris: Gallimard, 1968, p.
319.
37
He tratado de hacer esto con más detalle en M. Beuchot, Posmodernidad,
hermenéutica y analogía, México: Universidad Intercontinental-Miguel Ángel
Porrúa, 1996.
38
Cf. M. Beuchot, "La teoría de la argumentación en Aristóteles", en C. Pereda
- I. Cabrera (eds.), Argumentación y filosofía, México: UAM, 1986, pp. 31-41.
39
Wilbur Marshall Urban reconoce la relación de la existencia con el valor,
aunque defiende que los valores no son entes, sino fines. No presuponen
objetos, sino que son objetivos. Con ello acepta que son aspectos del ente,
pertenecientes a la teleología o finalidad. Cf. W. M. Urban, Valor y existencia,
Madrid: Universidad Complutense, 1995, p. 34.
39
Cf. G. Vattimo, Ética de la interpretación, Barcelona: Paidós, 1991, pp. 205
31
ss.
40
Cf. G. Vattimo, Oltre l’interpretazione. Il significato del l’ermeneutica per
la filosofia, Roma-Bari: Laterza, 1994; y el mismo, Credere di credere,
Milano: Garzanti, 1996. En ambos textos sostiene Vattimo que si la
modernidad con sus metarrelatos cerró la posibilidad de la religiosidad, la
posmodernidad no puede hacerlo. Y ello por virtud de su carácter
marcadamente hermenéutico.
41
Cf. M. Beuchot, "Hermenéutica de la muerte y opción ética en Heidegger",
en Revista de Filosofía (UIA), 19 (1986), pp. 211-223.
42
Por ejemplo en Ramón Kuri; véase su libro, Metafísica medieval y mundo
moderno. Retorno a la metafísica del ser, Puebla: Universidad Autónoma de
Puebla - Universidad Autónoma de Nuevo León - Universidad Autónoma de
Zacatecas, 1996.
43
Cf. J. Peña Vial, Levinas: el olvido del otro, Santiago de Chile: Universidad
de los Andes, 1996, pp. 59 ss.; M. Luis Costa, "Fenomenología y corporalidad
en la ética de Emmanuel Lévinas: lectura de De l’éxistence à l’existant", en
Analogía Filosófica, 11/1 (1997), pp. 19-43.
Resumen del texto publicado originalmente en: Mauricio Beuchot. Tratado de
hermenéutica analógica, México: UNAM, 1997. Esta edición digital, 20 de
noviembre de 2000
32
de un sistema externo de signos, aun cuando convencional y por ello dinámico,
es decir, en constante transformación. Pero sucede que dichos signos, en sí
mismos, a su vez, son incapaces de significar en el sentido de la estructura que
los hace posibles, cuando ésta se enjuicia desde un centro —sistema de
codificación— externo a ella. La exterioridad fuerza, resalta, coloca el énfasis
en la diferencia que crea el nuevo procedimiento codificador. Como la
"diferencia" no satisface nuestro deseo de significar, de atrapar —desde el
discurso de la modernidad— lo que suponemos sentido unívoco de la idea,
posponemos su pronunciación, pero con ello sólo iniciamos un proceso
(teóricamente indefinido) de diferir el acto de significar en una cadena
interminable. Tal es la deconstrucción posmoderna del discurso narrativo de la
modernidad: Cada significante, se dice, parece ser a la vez significado de otro
significante en una sucesión repetitiva/circular que se convierte en un fin en sí
misma y que nos impide/pospone el llegar al significante original, con lo que la
búsqueda se convierte en un juego intelectual, eso sí, dialógico, pero que se
niega a sí mismo valor cognoscitivo. Nuestra experiencia, sin embargo,
atestigua la existencia del diálogo y, por tanto, la posibilidad de significar en
un discurso antrópico.
El significante original, el primario, el raíz, del cual derivan todos los demás,
en la complejidad significante/significado, es lo humano, cuya esencialidad, de
33
la cual todos participamos y que fundamenta la posibilidad dialógica, al mismo
tiempo que así se reafirma, se pospone en la propia dinamicidad de su
antropismo. Es decir, se reafirma en cuanto a su implicación como posibilidad
de significado en un sentido antrópico y se difiere en cuanto a la imposibilidad
de una definición externa a ella misma, de poder quedar enmarcado en una
estructura con un centro dominante prefijado e inmóvil que significaría su
perfectividad, o sea, la paradoja de verse hecho desde un estar siendo. Durante
siglos hemos estado atrapados en la prisión de la razón y el proceso de
liberación, en la reflexión teórica, se nos presenta arduo. Hemos convivido con
la ilusión de poseer la verdad en el sentido universal y atemporal que nos
imponía la modernidad; y hemos construido un mundo de "racionalidad"
independiente e indiferente de nuestra realidad humana. La revolución en las
comunicaciones, la apertura de la "otredad" en nuestro ineludible proceso de
globalización, nos conduce en el último tercio del siglo XX a la perplejidad
posmoderna: la modernidad, el mundo creado por la razón nos parece ahora
insuficiente, pero anclados todavía en él nos sentimos incapaces de superarlo.
El dualismo explícito entre el mundo "externo" (creación de la razón),
considerado como "objetivo", o sea transcendente, y el mundo "interno" (el
devenir humano), considerado como "subjetivo", o sea pertinente únicamente
al individuo, resulta hoy día postizo. La modernidad se nos queda, pues,
pequeña, pero buscamos una substitución desde los mismos presupuestos que
la hacen insuficiente. Hemos perdido el referente originario y se hace
imperativo recuperarlo para encontrar en él una nueva pauta de conocimiento:
la posibilidad de diálogo. Y si la ambición racional se encuentra ligada a esta
pérdida, es tiempo entonces, como propone Cassirer, de problematizar la
definición del ser humano como animal rationale, y considerarle, ante todo, un
animal symbolicum (1). En cualquier caso hablamos de un diálogo entre seres
humanos, de un algo anterior al símbolo y que como tal lo condiciona en su
forma más íntima. Podemos ejemplificar lo que aquí queremos implicar, y que
desarrollaremos más adelante, con el dicho coloquial que considera los ojos
"reflejo del alma": una mirada de alegría, tristeza, angustia, o un grito de
pánico, son expresiones anteriores a toda contextualización cultural;
"simbolizan" estados humanos de un referente raíz —de su universalidad en el
discurso humano—, de la posibilidad de la comunicación que el discurso
posmoderno se empeña en negarnos.
34
posibilita la codificación de un discurso que a su vez nos confiere acceso a una
primera dimensión en el acto de significar.
35
La deconstrucción posmoderna reconoce el derecho de la
"otredad" a su propio discurso, pero no cuenta con él: ambos
discursos se erigen como independientes. 3. En el discurso
antrópico, la "otredad" pasa a ser un punto más en la
contextualización de mi discurso y, como tal, esencial en el
momento de pronunciarme: el discurso antrópico asume la
"otredad" como paso previo al acto de significar.
Pero antes de proceder con nuestro desarrollo, se hace necesario deslindar dos términos
que venimos usando y que la crítica hispánica actual utiliza impropiamente como
sinónimos; parte de la intención de estas consideraciones teóricas es, justamente, la de
amojonar nuestro camino reflexivo con una terminología más puntual. Me refiero ahora
a los términos "deconstrucción" y "problematización"; el primero nos llega del inglés
aun cuando lo generalizara Derrida, el segundo proviene del pensamiento
iberoamericano de la liberación. El proceso deconstructivo asume un centro inmóvil,
semejante al de la modernidad, pero externo a la estructura que "deconstruye". La
"problematización" sugiere un cuestionamiento reflexivo interno a la estructura, pero
considerada ésta como contextualización convencional y por lo tanto dinámica. La
"deconstrucción" es proyección de un logocentrismo "excéntrico", como dijimos, a la
36
estructura que "deconstruye" y, por ello, pospone el acto de significar. La
"problematización" parte de un antropismo filosófico que libera el acto de significar del
constreñimiento que imponía la rigidez estática del discurso de la modernidad;
*significar es, en el discurso antrópico, un acto de contextualizar en la dinamicidad de
un estar siendo, de una constante re-codificación.
37
hace referencia Octavio Paz es bien real: "Por primera vez en la historia los hombres
viven en una suerte de intemperie espiritual y no, como antes, a la sombra de esos
sistemas religiosos y políticos que, simultáneamente, nos oprimían y nos consolaban.
Las sociedades son históricas, pero todas han vivido guiadas e inspiradas por un
conjunto de creencias e ideas metahistóricas" (10). Lo que Paz califica de creencias
"metahistóricas" son las estructuras de la modernidad que todavía nos gobiernan. La
problemática actual es que el centro que las justifica, antes íntimamente unido a los
lentos y en cierto modo predecibles esquemas generacionales, es ahora inestable; o sea,
parecen surgir incesantemente centros —procesos de codificación— que originan
nuevas estructuras desde las que se deconstruyen las reglas prevalecientes de los
anteriores. Anclado en la modernidad, Paz duda ahora incluso de su realidad: "¿Qué es
la modernidad? Ante todo, es un término equívoco: hay tantas modernidades como
sociedades [es decir, tantas estructuras regidas por centros estáticos diferentes como
sociedades]. Cada una tiene la suya. Su significado es incierto y arbitrario" (7). Y afirma
más adelante: "En los últimos años se ha pretendido exorcisarla y se habla mucho de
‘postmodernidad’. ¿Pero qué es la postmodernidad sino una modernidad aún más
moderna?" (7). Pero el proceso deconstructivo con que se cuestiona la modernidad no es
caprichoso. Aunque no desarrollaremos este aspecto hasta más adelante, conviene ya
anotar desde ahora, que el fenómeno actual proviene de una aceleración del proceso de
contextualización que nos presenta en movimiento lo antes percibido como estático.
Todo intento de comunicación supuso siempre una contextualización en estructuras
convencionales. Hoy se acelera la transformación de dichas estructuras de tal modo que,
anclados todavía en la comunicación depositaria de la modernidad, "metahistórica" diría
Paz, nos encontramos desconcertados en cuanto a los códigos que debemos aplicar en
nuestra comunicación. Las estructuras de la modernidad fueron eficaces cuando todavía
se podían asimilar las inevitables transformaciones y por lo tanto se partía de un
consenso general en el código que determinaba todo proceso de contextualización. En la
actualidad se impone la dimensión antrópica que antes parecía inconsecuente. La
decodificación se desplaza de un centro inmóvil a uno dinámico: la antropocidad de
todo discurso se traslada a un primer plano.
Antes de continuar con el hilo de estas reflexiones, detengámonos por un momento para
considerar la preocupación que exterioriza Octavio Paz. Nos habla de que "el tiempo
comenzó a fracturarse más y más". Paz, por supuesto, se refiere a que las "narrativas"
que caracterizan a la modernidad permanecen en vigor durante periodos de tiempo cada
vez menores; le parece como si las reglas del juego cambiaran antes de haber sido
asimiladas. Nota que las narrativas portadoras de la "verdad" se desplazan unas a otras
con tal rapidez, que nos causa una sensación de orfandad porque se nos escamotean los
paradigmas con los que antes juzgábamos la "verdad" de nuestra realidad. Lo que
sucede, como desarrollaremos más adelante, es que **los conceptos de tiempo y de
narratividad han experimentado una ruptura radical, pues no dependen ya de los
tradicionales procesos de codificación: se conceptúan ahora desde una nueva dimensión
que supera, a la vez que asume, la dualidad cartesiana. Hablamos hoy de un tiempo
antrópico, cuya esencialidad es la intimidad de un sentirse siendo (o la conciencia de un
saberse siendo); y que se articula bien a través de la estructura convencional, simple y
objetivadora de un tiempo lineal, bien mediante la complejidad de un intento mimético,
a través de un controvertido tiempo histórico. Pero antes de proceder al desarrollo de
estos conceptos, conviene explorar con más detenimiento lo que implica la modernidad
y la deconstrucción pos-moderna.
38
La popularidad del discurso deconstructivo en el que está ahora embarcada nuestra
sociedad —la crítica literaria es apenas una manifestación académica— se asienta,
precisamente, en que por primera vez se le entrega al individuo una herramienta que le
permite sentirse superior en la negatividad implícita en toda aproximación
deconstructiva. Me explicaré. En el momento presente de globalización de las
estructuras sociales, políticas, económicas, educativas, etc., de instantáneo acceso a los
sucesos globales, se diluye hasta desaparecer la ilusión de significar desde un centro
unívoco. Es decir, antes de haber tenido tiempo de problematizar la modernidad en su
totalidad, o sea, en cuanto un discurso, en cuanto una estructura que se proyecta como
independiente de su antropocidad y que erige su logocentrismo como referente de toda
conceptualización de la realidad, se destruye el centro como punto de referencia
unívoco, para luego entrar a saco con la estructura misma. Destruir el "centro" no
significa, en esta primera etapa deconstructiva, liberarse de él en cuanto a su imposición
logocentrista. Al contrario, en lugar de problematizar la "estructura" por ignorar su
antropocidad, por pretender que su realidad sea independiente de una contextualización
en esquemas convencionales, se la critica, se cuestiona su validez, pero se hace a través
de un centro de codificación externo a ella (así el caso de Lyotard en la cita anterior).
Por supuesto, la exterioridad del centro no se debe a una superación de la
conceptualización estática de la modernidad; en la faceta del proceso deconstructivo se
trata de nuevo de una posición logocentrista, pues su discurso pretende otra vez
significar desde un centro dominante a la vez que indiferente e independiente de su
propia narratividad; o sea, desde el nuevo centro se deconstruye todo aquello que cae
fuera de su ámbito de dominio. Se trata, naturalmente, de una maniobra paradójica
mediante la cual se niega la posibilidad de proyectar significado al mismo tiempo que se
reafirma el acto mismo de significar, aun cuando sea en su dimensión negativa de
rechazar su propia contingencia.
Entre los escritores que más han influido en la problematización de la modernidad en las
letras occidentales, destaca Jorge Luis Borges (6). Su obra puede servirnos también a
nosotros para ejemplificar los límites de la pos-modernidad: la deconstrucción de la
modernidad desde la misma modernidad. He escogido entre los escritos de Borges la
reflexión que desarrolla en "La Biblioteca de Babel" (1941), donde se expone con
extraordinaria intuición y claridad lo que en la década de los sesenta se empezaría a
conocer como pensamiento posmodernista. El pensamiento de la modernidad se
equipara aquí con la búsqueda del Libro o, como aclara Borges, "acaso del catálogo de
catálogos" (7). La razón se presenta así como capaz de conquistar la ignorancia, de
acceder al "catálogo de catálogos" en proyección transcendente. De ahí que, nos dice
Borges, "cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera
impresión fue de extravagante felicidad. Todos los hombres se sintieron señores de un
tesoro intacto y secreto" (90). "También se esperó entonces la aclaración de los
misterios básicos de la humanidad" (91). Pronto, sin embargo, continúa Borges, "a la
desaforada esperanza, sucedió, como es natural, una depresión excesiva. La certidumbre
de que algún anaquel, en algún hexágono encerraba libros preciosos y de que esos libros
preciosos eran inaccesibles, pareció intolerable" (91). Se empezó a dudar de la
existencia de "un libro que sea la cifra y el compendio perfecto de todos los demás"
(92). Este proceso de deconstrucción lleva a considerar la aplicación de los signos, de
los símbolos, como casual, y en situación extrema, a afirmar que "los libros nada
significan entre sí" (86), que "hablar es incurrir en tautologías" (94). Se llega así al
epítome de la posmodernidad, a creer que en realidad se trata de una "Biblioteca febril,
cuyos azarosos volúmenes corren el incesante albur en cambiarse en otros y que todo lo
39
afirman, lo niegan y lo confunden como una divinidad que delira" (93). Borges, inserto
él mismo en la modernidad que deconstruye, siente la perplejidad que provocan sus
propias reflexiones, por lo que sus palabras finales establecen también el paradigma
desde el cual se construye el discurso de la posmodernidad (el pos se construye desde la
modernidad que pretende "dejar atrás", pero que sin ella no tiene sentido). La solución
de Borges es paradójica; cierra un círculo cuyo final es as su vez imprescindible
comienzo. Anclado en la modernidad se ve forzado a diferir el acto de significar: "Yo
me atrevo a insinuar esta solución del antiguo problema: La Biblioteca es ilimitada y
periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo
de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido,
sería un orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza" (95). Esta es
la aporía del pensamiento de la posmodernidad. Se busca significar en el sentido de la
modernidad: pronunciar el "Orden" con el cual Borges detiene su reflexión.
El resultado de este proceso deconstructivo, quizás necesario como primer paso para
lograr una toma de conciencia de la artificiosidad del discurso de la modernidad, será
siempre en sí mismo confuso, negativo, mientras no se dé un paso más. Lo fundamental
del discurso de la modernidad, lo que la posmodernidad pone en entredicho, no es la
estructura del discurso, pues, como hemos ya señalado, todo intento de comunicación
supone una contextualización en estructuras convencionales, lo que ahora se rechaza es
la imposición logocentrista de la modernidad. Es preciso liberarse de ese centro estático
que basa su postura regidora de significado en la pretensión de transcender toda
contextualización, y es necesario problematizar su existencia para comprender lo que en
verdad significa el nuevo pensar, el antropismo que comienza a definir el discurso de la
humanidad. Hagamos uso de una analogía para establecer así un primer punto de apoyo
que nos facilite avanzar en nuestro desarrollo. En una primera aproximación podríamos
decir que la duda posmoderna, su insistencia deconstructiva, proyecta hacia un discurso
antrópico que problematiza y supera el discurso de la modernidad en el mismo sentido
que el discurso científico de Einstein problematiza y supera el discurso científico de
Galileo y Newton. Pero recordemos que lo fundamental de la teoría de la relatividad no
es el haber anulado un centro, ni siquiera el haberlo desplazado, sino el haberlo
trasladado a una nueva dimensión: de una exterioridad estática a una interioridad
dinámica. Algo semejante es lo que se pretende al reconocer la antropocidad de todo
discurso. No se trata, pues, de desplazar el centro: hacerlo personal y negar así la
posibilidad de un discurso axiológico del estar; no se trata tampoco de anular el centro:
hacer del intento de significar un ejercicio lúdico, camino a que conduce la
institucionalización del proceso deconstructivo de la duda que implica la
posmodernidad. Se trata, justamente, de trasladar el centro a una dimensión antrópica,
que haga posible **forjar una nueva narrativa dependiente ahora de una
interioridad dinámica.
40
llegaremos a formular su discurso. Conviene recordar, aun cuando lo venimos
señalando desde el comienzo, que con el término* "centro" hacemos referencia al
"código" o procesos de codificación que fundamentan las estructuras que hacen posible
todo discurso. Veamos en esbozado —lo desarrollamos más adelante— la diferencia
que implicamos cuando hablamos de un centro (proceso de codificación) en el discurso
de la modernidad, de la posmodernidad y del discurso antrópico. Por ejemplo, el centro
de la lengua española, en el discurso de la modernidad, es aquel que se fija en la
Gramática de la lengua castellana que publica la Real Academia Española. Allí se
detallan las reglas que fijan la estructura del español. Todo departir se considerará error
o forma dialectal. La posmodernidad descubre lo quimérico de pretender fijar el idioma
español y apunta a que tanto Nebrija con su Gramática de la lengua castellana, como
en el primer diccionario de la Real Academia en el siglo XVIII, buscaron igualmente
fijar el idioma español, y ambos casos difieren notablemente de las gramáticas actuales.
Si en la modernidad se pronunciaba en cada caso la estructura del idioma español con
sentido transcendente (indiferente a su localización en el espacio y en el tiempo), el
discurso de la posmodernidad busca igualmente esa gramática que pueda incluir todas
las gramáticas, por lo que difiere en acto de pronunciarse. En el discurso antrópico
hablamos de un **centro contextualizado; es decir, de un centro (código) que sólo lo
es en el tiempo y en el espacio, tanto individual como social. Lo es individual en
cuanto lo es en mí y en un estado de permanente transformación; lo es social en cuanto
proceso de codificación convencional, igualmente en constante transformación, pero
externo a la intimidad de mi código personal. El código personal se encuentra en
constante forcejeo con el código social, lo transgrede a la vez que se encuentra limitado
por él; pero la codificación social, en cualesquiera de sus formas deja de ser paradigma
de lo "correcto" para reconocerse de nuevo en su razón de ser: *estructura convencional
creada para facilitar, posibilitar la comunicación. No tiene sentido ahora, pues, hablar de
error, ni es necesario posponer el acto de significar. Deja de ser pertinente hablar de que
la modalidad lingüística de una persona o de un grupo esté en error (discurso de la
modernidad), ni que la plétora de diferencias individuales o regionales nos impida
establecer "el código" del idioma español (discurso de la posmodernidad). Desde un
discurso antrópico se reconoce la legitimidad de lo individual y de lo regional; también
se parte de que el objetivo del idioma es facilitar la comunicación entre la multitud de
individuos (o de comunidades). El código externo (en cuanto a un individuo o
comunidad particular), se asienta de nuevo en su realidad convencional en constante
transformación; se trata de un centro móvil que se define precisamente en la
transformación de su constante presente. La Gramática de Nebrija representa, en este
sentido la exteriorización social del código de la lengua española en un presente de
1492.
41
pues con ello se hace referencia tanto al centro que una vez constituido reniega de su
origen en la contextualización de un discurso axiológico del estar, como a aquel otro
centro que se reconoce en su dimensión antrópica. En el primer caso, el del (1) centro
que se comporta como si hubiera trascendido su ineludible contextualización en un
discurso axiológico del estar, podríamos hablar con propiedad de un "centro externo",
en cuanto se impone como independiente de toda *narratividad. Tal es el fundamento
y a la vez prisión metafísica de la modernidad, que hoy se pone en entredicho en este
proceso de transición que denominamos posmodernidad. En el segundo caso, (2) el del
centro que se constituye en su dimensión antrópica, es un centro dinámico que se
reconoce como tal únicamente en el discurso axiológico del ser, aun cuando éste sólo
pueda formularse en el contexto de un discurso axiológico del estar. Este centro de
carácter antrópico, que podríamos denominar "interno", funciona de un modo
diametralmente opuesto al de la modernidad: El centro del discurso de la modernidad es
un centro dominante que establece el paradigma que hace posible una verdad
transcendental: no ofrece lazos de reflexión, sino proyecta una verdad depositaria. **El
centro del discurso antrópico es un centro reflexivo, que se reconoce en su
dinamicidad; o sea, es un centro dialógico que proviene y a la vez posibilita la
contextualización necesaria en todo acto de comunicación; pero como centro rige
únicamente en el devenir del discurso axiológico del ser. Basten estas reflexiones para
establecer una primera precisión de estos conceptos que iremos desarrollando en las
páginas que siguen.
42
consideraba como humano por excelencia" (8). Es decir, el europeo había forjado el
discurso de su humanidad reconstruyendo y contextualizando en él una imagen de sí
mismo, como en realidad correspondía al referente necesario que fundamentaba su
quehacer. Pero el discurso que desplegaba desde su modernidad correspondía a una
estructura que proyectaba su "centro" —proceso de codificación— fuera de su propia
contextualización, lo concebía transcendente; o sea, que no adquiría conciencia de que
la "humanidad" que desplegaba era una imagen de su humanidad y no la esencialidad de
la "Humanidad". Instalado así el europeo en la "Humanidad", toda diferencia era una
negación de dicha "Humanidad": tal el caso de los habitantes "descubiertos" en el nuevo
continente. Al eximir el europeo al centro que gobernaba el discurso axiológico de su
estar de la contingencia circunstancial que lo originó, le concedía una autonomía que
borraba, que transcendía su origen en una contextualización concreta en un espacio y en
un tiempo también europeos. Este discurso de la modernidad europea permitía construir
una narrativa "artificiosa", pero que se erigía como paradigma de toda narrativa, lo que
implicaba, por supuesto, negar la realidad de la "otredad". Más adelante nos
detendremos en el concepto de narratividad.
43
fundamentada por un centro que transcienda su contextualización, lo hace él mismo
desde un referente externo, igualmente trascendente aun cuando pertenezca a un nuevo
discurso axiológico, por lo que, al mismo tiempo que posibilita su proceso
deconstructivo, difiere el acto de significar: el apoyo externo (el "centro" que permite su
concepción) es también el blanco de su cuestionar, pues el mismo método
deconstructivo que se aplicó a la primera estructura, se emplea ahora con la segunda
desde una tercera, y así en cadena indefinida. Por ello, al mismo tiempo que Derrida
posibilita la problematización, suspende el acto de significar al colocarlo bajo tachadura
desde un nuevo centro, igualmente externo e igualmente transcendente, que en
proyección indefinida será a su vez de nuevo problematizado. Destruye así la
posibilidad de significar en el sentido del discurso de la modernidad, al demostrar lo
arbitrario de las estructuras que dependen de un centro unívoco y transcendente a su
original contextualización; pero no llega él mismo a superar la etapa deconstructiva,
cuyas raíces se encuentran todavía en el discurso de la modernidad: "La ausencia de un
significante transcendental proyecta/postpone el espacio y el acto de significar ad
infinitum" (9). Es decir, se sigue buscando, como en el ejemplo anterior de Borges, el
libro "compendio perfecto de todos los demás", el "Orden". Derrida defiende
igualmente su radical poner en suspenso la posibilidad de una estructura: "... pero no
veo por qué yo deba renunciar o nadie deba renunciar a la radicalidad de un trabajo
crítico bajo el pretexto de que con ello ponga en riesgo la esterilización de la ciencia, de
la humanidad, del progreso, del origen del significado, etc. Yo creo que el riesgo de
esterilidad y de esterilización ha sido siempre el precio de la lucidez" (10).
44
estructuras, pero con ello no se llega a "la esterilización de la ciencia, de la humanidad,
del progreso ...", como creía Derrida, sino que al contrario se muestra cada vez con más
énfasis la ineludible antropocidad de todo discurso axiológico. La modernidad ha
pretendido reconciliar una narrativa fundamentada en principios estáticos con la
realidad esencialmente dinámica del ser humano: se quiso encerrar un proceso histórico
—el hombre en su estar siendo— con estructuras fundamentadas en centros que
transcendían su contextualización y que eran presentados, por lo mismo, como
inmóviles; tales estructuras de la modernidad surgen, en un principio, indiferentes al
proceso histórico, aun cuando luego se vean ineludiblemente contextualizadas en él. La
problematización deconstructiva que inicia el Romanticismo hace ahora crisis. La
posibilidad de significar desde un centro transcendente se pone radicalmente en
entredicho. La dimensión del discurso antrópico que se busca, se encuentra ya implícita
en el mismo proceso deconstructivo que caracteriza la crítica de nuestro momento. Sólo
es necesario para ello un proceso inicial de abstracción para dar sentido al sinsentido
actual. Debemos abstraernos en el discurso antrópico (el discurso científico, como
depositario, tiene implicaciones diferentes) del concepto de "centro" que aporta la
modernidad, de todo centro como punto fijo, para colocar en primer plano la
"estructura" misma. Pero antes de proceder con nuestra reflexión, regresemos de nuevo
a la problemática que enfrentamos y hagámoslo esta vez desde la perplejidad de uno de
los exponentes del pensamiento problematizador actual.
Jacques Lacan reconoce que "la idea de una unidad unificadora de la condición humana
ha tenido siempre en [él] el efecto de una mentira escandalosa" (11). Llega a esta
conclusión por haber invalidado previamente, como Derrida, la posibilidad de una
estructura fundamentada en un centro prefijado, inmóvil e independiente de su propia
contextualización. Pero es precisamente esta eliminación del centro lo que le deja
perplejo: "La vida se desliza por el río, tocando de vez en cuando una orilla,
deteniéndose por un momento acá y allá, pero sin comprender nada —y esto es lo
fundamental del análisis, que nadie comprende nada de lo que sucede" (12). Buen
epítome de una situación: nos plantea la problemática y el problema y a la vez
proporciona una analogía válida para nuestro enfoque. Lacan percibe el fluir de la vida,
su dinamicidad, pero la ve pasar desde la orilla (desde múltiples centros inmóviles que
se posicionan como si transcendieran su propia contextualización en la estructura) y se
reconoce incapaz de fijarla: la imposibilidad de definir el río desde un punto al margen.
45
El proceso deconstructivo de la posmodernidad no es algo original del siglo XX. Más
bien es el contexto social, en su dimensión global, el que ahora nos impone la presencia
de la "otredad", y acelera en nuestros días la problematización de los esquemas de la
modernidad. La misma reacción del Romanticismo ante la Ilustración puede servirnos
de nuevo para profundizar en la transformación que ahora implicamos; también parece
apropiado el lenguaje metafórico asociado con ambos casos. Desde el orden estático de
la razón asentada en los universales, la mente "racionalista" de la Ilustración estableció
un orden mecánico para explicar su mundo circundante (el ejemplo tradicional del reloj
nos sirve todavía para explicar este proceso). La ruptura romántica supuso modificar el
orden mecánico por el orden orgánico (el ejemplo del árbol nos sirve igualmente). En
ambos casos, sin embargo, se establece como punto de referencia un centro
transcendente, capaz de posibilitar la comprensión del devenir. Se da cabida al mundo
de lo irracional o mejor de lo no-racional (la espontaneidad, los instintos, las emociones,
el "no sé qué" feijooniano). Pero no se alcanzó entonces a dar el paso definitivo; se
siguió valorando el centro como algo indiferente, independiente, del proceso
contextualizador que lo hacía posible. En lugar de profundizar en la estructura del nuevo
discurso, que requería igualmente un ** centro antrópico, un centro dinámico, o sea, un
centro sujeto a la continua transformación propia de la antropocidad de todo discurso
axiológico, se impuso de nuevo el carácter de la exterioridad atemporal, en cuanto se
creyó necesario transcender el dinamismo temporal de la contextualización del discurso
antrópico. De ahí que el proceso que se siguió fuera inverso; se pretendió mecanizar,
encajar en estructuras transcendentes fijas, aquellos elementos "no-racionales" que en
un principio sirvieron de fundamento catalítico de la problematización.
Regresemos de nuevo a la anterior afirmación de Lyotard: "Una obra sólo llega a ser
moderna si es primero posmoderna". Se hace en ella coincidir la duda posmoderna con
el proceso deconstructivo y en el mejor de los casos con la reflexión problematizadora,
pero con eso únicamente se apunta a la transformación del "discurso axiológico del
estar" por la continua acción deconstructiva (problematizadora) a la que lo somete el
"discurso axiológico del ser"; o sea, el proceso consciente de realizarse en los límites de
la estructura de un discurso preestablecido, que al mismo tiempo que nos contextualiza,
la toma de conciencia de dicha contextualización inicia el proceso deconstructivo de la
misma (recordemos que todo intento de comunicación, de articular nuestra existencia,
supone una contextualización en estructuras convencionales). Sin duda, la
transformación del discurso axiológico del estar en un momento dado se radicaliza en la
confrontación generacional. Pero en este caso lo que está sucediendo es un
dislocamiento más profundo del "centro" en una determinada dirección; es decir, se está
creando una nueva estructura que empieza a ser regida por un centro nuevamente
proyectado fuera de su contextualización, y desde el cual se deconstruye, haciendo uso
de un nuevo código de valores, aquellos esquemas que ya no pertenecen a la estructura
naciente. Regresamos así de nuevo al concepto de "centro" que fundamenta el
desarrollo que aquí planteamos.
Cuando antes nos referíamos a que la modernidad se caracteriza por hallarse instalada
en un centro transcendente, el concepto de "transcendente" implica, naturalmente, el
hecho de proyectarse fuera, de ser indiferente, de creerse independiente de su
contextualización original, o sea, significa comportarse como fuente de significado de la
misma estructura convencional que, paradójicamente, lo hace posible. En otras palabras,
transcendente sólo en cuanto permite la ilusión de significar en un momento dado, en
cuanto constantemente se erige como unívoco, como paradigma de significación.
46
Lyotard, en su perplejidad posmoderna no pretende significar sino deconstruir la
estructura implícita en todo discurso. Por ello su foco de atención no es el "centro"
como fuente de significación, sino la contextualización del "discurso axiológico del
ser", de naturaleza esencialmente deconstructiva, inmerso en el proceso dialéctico que
aporta su historicidad. De ahí que vea surgir en dicho discurso axiológico del ser un
pensamiento "posmoderno", cuyo proceso deconstructivo dará luego lugar a un
"discurso axiológico del estar", o sea, en su terminología, a un nuevo discurso de la
modernidad. Pero esto no nos explica el proceso en el que ahora estamos embarcados.
Lyotard analiza, con nueva terminología, el funcionar de la modernidad. De lo que se
trata ahora es de reconocer la insoslayable antropocidad del discurso axiológico, de
aproximarnos al ser humano a partir de una ruptura con el discurso opresor de la
modernidad. Pretendemos superar el pesimismo que aporta la etapa deconstructiva: ese
sentir de Lacan de que "nadie comprende nada de lo que sucede".
Hagamos uso de nuevo de la analogía del río para profundizar en los parámetros que
ahora pretendemos establecer. En una esquematización del proceso se podría decir que
el discurso de la modernidad es aquel que fijo en un punto determinado de la orilla de
un río pronuncia el "discurso" del río. La etapa de transición de lo que denominamos la
posmodernidad es aquella que deconstruye la validez de "pronunciar" el río desde la
perspectiva de uno sólo de sus puntos; es decir, se trata de una primera etapa en la que
se descubre que la realidad del río es algo más; cada punto diferencia del anterior y por
lo tanto se hace necesario posponer el acto totalizador de pronunciar el río. Pero este
diferenciar y diferir se realiza a sí mismo en un proceso ad infinitum, como señalaba
Derrida. De la etapa deconstructiva, se hace ahora necesario pasar a la construcción de
un nuevo discurso, que tenga, naturalmente, en cuenta, como hubiera dicho Ortega y
Gasset, que ya no podemos regresar al esquema de la modernidad precisamente porque
ya estuvimos en él. La nueva dimensión a la que apunta la posmodernidad sigue una
pauta diferente, busca incorporar nuestro discurso dentro de su antropocidad. Supone,
pues, una ruptura en el estructurar de nuestro pensamiento en las ciencias humanas,
semejante a la ruptura que supuso el discurso científico de Einstein con relación a las
llamadas ciencias exactas. Significa, en una palabra, **aceptar la variante que supone
incluir el "tiempo" como parte integrante del devenir humano, como elemento
constitutivo de la estructura de un nuevo discurso, esta vez antrópico; ello implica
también la imposibilidad no sólo de construir una estructura con un centro que
transcienda su antropocidad, sino también, y esto es lo significativo, de concebir la
existencia de tal estructura. Regresemos de nuevo a la analogía del río. En el discurso
antrópico, la nueva estructura posee, por supuesto, un centro, pero un centro que sólo se
47
concibe en el proceso dinámico de su contextualización y como núcleo de codificación
de dicha contextualización, que se localiza, en nuestra analogía, en el mismo fluir del
río y que se define, o sea significa, precisamente en cuanto fluir, en cuanto estar siendo.
Pero detengámonos por un momento en este punto; la conciencia de no querer imponer
al "otro" la definición que proyecta mi imagen particular: imponer las peculiaridades del
agua que acaba de pasar a la que continúa pasando, sigue siendo una proyección del
discurso de la modernidad. Tal posición sólo puede ser formulada desde la "orilla"
(como espectador del fluir), o sea, desde una posición que transciende el dinamismo de
toda contextualización, aun cuando se reconozca el derecho del "otro" a su propio
discurso. El antropismo, que se descubre a partir del rechazo del esquema de la
modernidad en el discurso axiológico y de la deconstrucción posmoderna, supone
nuestra contextualización en el "río". Es decir, se define desde su mismo caudal,
navegando en su seno y desde allí se reconocerá lo accidental y necesario a la vez, de
cualquier punto de la margen; o sea, de nuestro contexto vital con el cual nos
comunicamos y reconocemos en el otro. Se muestran de este modo con claridad las tres
etapas ya mencionadas al comienzo y sobre las que hemos venido reflexionando: a)
desde el discurso opresor de la modernidad, la "otredad" era juzgada desde mi
contextualización y en función a mi contextualización (pronunciar el río desde un punto
fijo en la orilla); b) la deconstrucción posmoderna reconoce el derecho de la "otredad" a
su propio discurso, pero como se encuentra ella misma atrapada en la modernidad, se
reconoce la "otredad", pero no se cuenta con ella (conciencia de que desde distintos
puntos se pronuncia de modo diferente el río); c) en el *discurso antrópico, la "otredad"
pasa a ser un punto más en la contextualización de mi discurso y, como tal, esencial en
el momento de pronunciarme (conciencia de que mi estar siendo sólo se articula a través
de los puntos en la orilla). Al mediatizarse, pues, la estructura, unívoca, fija, y por lo
tanto opresora, de la modernidad, se abre paso a una relación dialógica, única pauta
posible en la dinamicidad del discurso antrópico.
En repetidas ocasiones hemos hecho referencia a que el Discurso antrópico nos traslada
a una nueva dimensión, no en el sentido de anular el discurso de la modernidad, ni
siquiera el de la posmodernidad, sino asumiendo ambos como herramientas de
comunicación. Antes de pasar a considerar el funcionar de estas "herramientas" a través
de una hermenéutica del discurso antrópico, conviene ahora que nos detengamos en
considerar el **concepto de narratividad que hemos venido anunciando, y a la vez
posponiendo, a lo largo de estas páginas. Anteriormente señalamos a este propósito, la
existencia de un tiempo lineal, un tiempo histórico y un tiempo antrópico. Cada uno
de ellos se caracteriza por una peculiar estructura narrativa. Las estructuras de la
modernidad se exteriorizan según una narrativa lineal, aun cuando forzosamente se
construyan según narrativas históricas. En cualquier caso se estructuran según un
crecimiento, un desarrollo o un hacerse, que proyectan la ilusión de caminar hacia una
perfectividad. Tanto el modelo mecánico de crecimiento (crecimiento por adición)
como el modelo orgánico (crecimiento desde dentro), son convencionalidades que no
responden al discurso antrópico. El ser humano asume ambos modelos, pero no puede
quedar limitado a ellos; lo humano es precisamente aquello que queda fuera, que no
puede ser contenido en ambas formas de narratividad: el ser humano es un estar siendo,
un renovado presente que no responde tampoco, como veremos, a la fórmula de un
hacerse. El término presente apunta, pues, a dos vertientes: a) el sentirse siendo del ser
humano, y b) el punto de partida de toda comunicación. El acto de comunicación se
articula, se inicia, necesariamente, desde un presente que, visto desde la exterioridad,
aparece como una serie de instantes yuxtapuestos que se definen en su
48
contextualización, o sea, desde una narrativa histórica. El presente vivido, en cuanto al
ser humano, en cuanto al discurso antrópico, no puede definirse como una sucesión de
instantes, de planos yuxtapuestos; tal es *la diferencia entre ser y el pensarnos siendo.
*Somos independientes del concepto de tiempo, pero nos pensamos a través de un antes
y un después. Es decir, si bien como seres humanos actuamos en ese presente vivido,
nos pensamos desde dicho presente, a través de lo que denominamos una narrativa
antrópica. La narratividad antrópica implica, pues, ese pensarse (sentirse) en y desde el
presente: las experiencias humanas son irrepetibles. Pero se trata también de **una
narrativa que únicamente se puede exteriorizar a través de narrativas lineales e
históricas. Antes de continuar, ejemplifiquemos esta fase haciendo uso de la
clasificación que nos proporciona Hayden White en el contexto del discurso histórico:
"La hermenéutica sistemática del siglo XIX —la comtiana, la hegeliana, la marxista,
entre otras variedades— se planteaba como objetivo la ‘explicación’ del pasado; la
hermenéutica de la filología clásica, su ‘reconstrucción’; y la hermenéutica moderna, la
post-Saussure, frecuentemente sazonada con buena dosis de Nietzsche, su
‘interpretación’. Las diferencias entre estas nociones —explicación, reconstrucción e
interpretación— son más específicas que genéricas, puesto que cualquiera de ellas
contiene elementos de las otras" (13).
49
Los dos modelos hermenéuticos de los que nos habla White, reconstrucción e
interpretación, son partes de un mismo proceso, y ambos son la actualización —
exteriorización en un discurso— de nuestro devenir. La narrativa histórica eleva a un
primer plano "en función a qué" se establece, pues en ello encuentra su legitimación.
Hagamos de nuevo uso de la analogía del río. La narrativa antrópica es aquella que es
en sí misma, en el fluir de las aguas (nótese que no decimos en el "constante" fluir, pues
ello podría implicar no ser el fluir, sino observar el fluir desde un punto inmóvil en la
orilla). El acto de comunicación de ese fluir (incluso el pensarse es un acto de verse
desde fuera, verse desde una narrativa histórica), sin embargo, sólo se puede establecer
en el contexto con las márgenes. Lo que hemos denominado narrativa lineal serían,
pues, los distintos puntos en el margen con los que me puedo contextualizar; es decir,
puntos (estructuras, procesos de codificación) concretos, fijables en el espacio y en el
tiempo. La narrativa histórica, el acto de reconstruir e interpretar mi acto de
comunicación, sería la que da sentido a la comunicación misma. La que establece la
"función bajo la cual" se codifica mi comunicación. Y con esto entramos ya en el
dominio de la hermenéutica que exponemos a continuación.
Las reflexiones que hemos seguido en las páginas anteriores nos han permitido
deslindar el discurso de la modernidad del proceso transitorio deconstruccionista de la
posmodernidad, y así iniciar un acercamiento a la ineludible antropocidad del discurso
humano. El propósito de esta segunda parte es el de considerar las implicaciones que
ello conlleva cuando se aplica a un discurso particular. Las reflexiones que siguen
intentan establecer esa primera aproximación al discurso literario.
50
comunicación humanística pertenece al discurso antrópico; es decir, la comunicación
humanística como el principio dinámico que significa en su transformación, en su
continua contextualización; y la comunicación depositaria —simple acto de depositar—
como la codificación primaria, estática, fijada por un centro que se acepta independiente
de su contextualización originaria (y que en este sentido si que se pudiera decir que
transciende su propia contextualización) o por una estructura fijada en el tiempo, y que
por ello mismo transciende igualmente su propia contextualización: las
transformaciones químicas, las leyes físicas, una ecuación matemática, las precisiones
geográficas, la fecha de publicación de un libro o la atribución legal de dicho libro a su
autor, así como la misma contextualización de todo código (el sistema fonético del
castellano), son apenas unos ejemplos que muestran la amplitud de lo que yo denomino,
inspirado en terminología de Paulo Freire, comunicación depositaria (el uso y
significado que atribuimos al sistema arábigo de numeración, por ejemplo, se proyecta
en nuestros días independiente de su origen).
Del mismo modo que la concepción dinámica de Einstein no anula las teorías estáticas
de Galileo y Newton, pues únicamente las enmarca, en el sentido de regresar de nuevo
el centro a la estructura que rige, o sea, de contextualizarlo en ella. De manera
semejante, el discurso antrópico, que fundamenta la comunicación humanística, no
anula la necesidad de la comunicación depositaria, únicamente demarca su dominio en
el campo de los datos, de los procesos de codificación de las estructuras de que antes
hablábamos; es decir, la comunicación depositaria, con su valor denotativo, nos permite
una primera aproximación a la decodificación de cualquier estructura en el proceso de
pronunciar nuestro discurso. Claro está, ello no impide, como decíamos antes, que el
dato depositario esté ineludiblemente contextualizado en la estructura donde se originó,
sólo que en la comunicación depositaria se usa en su simple dimensión denotativa: tal es
el caso, por ejemplo, del libro elemental de gramática que expone las formas del
pretérito del verbo ser; tal es el símbolo de la plata (Ag) en un tratado de química sin
que importe el origen latino de la palabra; tal es también la entrada del diccionario
enciclopédico que bajo "Cervantes" nos dice: "Escritor español; nació en Alcalá de
51
Henares (Madrid) en 1547, y murió el 23 de abril de 1616; autor de El Ingenioso
Hidalgo Don Quijote de la Mancha". El sentido depositario puede imponerse incluso en
situaciones en las cuales la connotación cultural parece ser la marca que antecede al
significado depositario: sucede así, por ejemplo, cuando hablamos de pies o millas en
un mundo en el que domina el sistema métrico.
52
atribución de dicho texto escrito a su autor legítimo o la mención del título del mismo,
en cuanto dichos datos nos ayudan a su identificación. Recordemos que a este nivel del
proceso no estamos estableciendo relaciones de significado; los datos anteriores, por
ejemplo, nos sirven para diferenciar una obra entre otras (Cien años de soledad),
atribuirla a un autor legal (Gabriel García Márquez), y añadir que por la convención
aceptada en la composición de su texto, la obra está escrita en español. El verdadero
acto de significar vendrá luego, en la comunicación humanística, que ***se realiza en el
lector en cuanto ser humano y que no depende necesariamente de un grado determinado
de asimilación depositaria. Aunque consideraremos al "lector" más adelante, conviene
ya constatar desde ahora esta diferencia radical, desde la perspectiva del lector, entre el
propósito de la comunicación depositaria del discurso de la modernidad y la
comunicación humanística del discurso antrópico que ahora implicamos: la dimensión
del significar de una obra literaria depende de los datos depositados previamente,
aunque *el acto mismo de significar pueda ser independiente de cualquier discurso
depositario (independiente de cualquier proceso de codificación). Detengámonos por un
momento en esta afirmación.
53
una proyección sincrónica como diacrónica). En el discurso de la modernidad, texto y
significado son inseparables en el sentido de identificar un contexto que define al texto;
el paso que da la posmodernidad consiste en reconocer la historicidad de todo texto y la
multiplicidad de contextos que ello conlleva. Pero la posmodernidad, como hemos
señalado ya en otros lugares, es precisamente eso: "pos-modernidad"; es decir, una
crítica de la modernidad sin lograr liberarse de ella: como el discurso de la modernidad,
busca pronunciar el texto, pero al no conseguir un contexto omnímodo, se queda
únicamente en el plano de la perplejidad deconstruccionista. El discurso antrópico
rechaza el concepto de "verdad transcendente" de la modernidad, para encontrar *la
"verdad" en la transformación. De una "verdad estática" (tenida por independiente no
sólo del lector sino también de los múltiples planos de contextualización), se pasa a una
"verdad dinámica" (significado en la mudanza), que lo es precisamente en sus
contextualizaciones y por lo tanto en continua transformación. En cualquier caso, ni el
ser humano en su estar siendo ni el texto, se presentan fuera de un contexto, es decir,
fuera del discurso axiológico del estar que supone su existencia en el tiempo; y es
justamente **en los sucesivos discursos axiológicos del estar donde se forja el
significado. Convertido así en herramienta, en sedimento, para la comunicación, todo
texto se realiza como acumulación de estructuras depositarias que fijan un contexto. Y
estas estructuras, contextualizaciones, como veremos más adelante, se asumen y
generan a la vez en el autor, en el texto y en el lector, incluso independientemente unas
de otras. Pero regresemos de nuevo a la estructura tradicional implícita en todo texto,
que supone un "emisor" (autor), un "mensaje" (texto) y un "receptor" (lector) y
detengámonos brevemente en cada uno de estos aspectos.
Antes, sin embargo, conviene problematizar dichos términos para eliminar de ellos la
máscara depositaria que proyectan. En la estructura de la modernidad el énfasis recaía
en el intento de proyectar el significado como exterioridad, como un *proceso
mecánico cosificado en un "emisor-mensaje-receptor". O sea, se equiparaba el acto de
comunicación humanística con el de causa-efecto de las producciones humanas. De ahí
que se hablara de un: A) "emisor" en el sentido de una máquina que codifica un sistema
de signos (como lo hace por ejemplo la computadora en nuestro mundo); B) de un
"receptor" en el sentido igualmente de la máquina al otro extremo que recibe la
información y reproduce (decodifica) de nuevo exactamente el mensaje emitido; C) y
por último, de la idea de un "mensaje", es decir, de una decodificación unívoca que hace
coincidir al "emisor" en el "receptor". Sin duda este es el esquema depositario que
podemos observar en la "comunicación" entre las producciones humanas (el teléfono, la
televisión, las computadoras, son buenos ejemplos de dicha precisión), pero esta
transmisión de información (o comunicación en un sentido metafórico), lo es sólo en el
plano lineal de la comunicación depositaria que fija un proceso siempre repetitivo y
reproducible (la pronunciación, por ejemplo, de la palabra "guiño" según la codificación
del idioma español). La comunicación humanística se efectúa en un discurso antrópico
que reconoce al ser humano como un estar siendo y por lo tanto inmerso en su propia
contextualización, cuyas características, como veremos más adelante, difieren
marcadamente de las transmisiones mecánicas que tienen lugar entre las producciones,
también mecánicas, del ser humano: se trata de una comunicación en la cual *la
asimilación del llamado "mensaje" puede ser independiente a su contextualización
(indiferente a los diversos procesos de codificación que lo originaron), aun cuando,
como señalamos anteriormente, la dimensión de la comunicación dependa de su nivel
de contextualización en el lector. La superación, pues, del discurso implícito en los
términos de "emisor, mensaje y receptor", me parece fundamental para comprender la
54
dimensión dinámica, dialógica, de toda comunicación humanística. Por ello, en el
desarrollo que sigue hago uso de términos más difíciles de capturar, de encerrar, en un
discurso depositario, y que ejemplifican en sí la dimensión dialógica que ahora
implicamos. Así hablaremos de un "autor", de un "lector" y de un "texto", es decir, de
significantes que proyectan movimiento, o mejor dicho, que proyectan la antropocidad
del discurso axiológico del ser, al mismo tiempo que transcienden la dimensión
mecanicista al aparecer sin significado externamente fijado (o fijable), más allá de la
convención depositaria que los hace posible.
A) El autor implícito.
T odo texto se origina en un autor implícito (no importa para nuestros propósitos si es
individual o colectivo) y, en casos límites, con un propósito preestablecido de transmitir
información depositaria o de estimular, inducir, una comunicación humanística. En el
primero de los casos, cuyo objetivo denominamos depositario, se pretende establecer el
esquema de una estructura fijada en el tiempo y en el espacio y proyectada como
indiferente o independiente de su pronunciamiento, es decir, de su mismo proceso de
contextualización. Tal es el propósito de la comunicación depositaria de un libro de
geografía física, y tal es el sentido de informar, por ejemplo, que el río Ebro está en
España y que pasa por Zaragoza; en esta dimensión, y en cuanto comunicación
depositaria, se desea únicamente proporcionar información, que no requiere reflexión y
que en sí no significa, fuera de su estructura, hasta que dicha información sea usada para
contextualizar un acto de comunicación en un discurso antrópico. O sea, la dimensión
depositaria establece los distintos procesos de codificación (idioma español, río, Ebro,
España, Zaragoza, etc.), que facilitarán luego el discurso antrópico. Nótese que nos
referimos al hecho de "facilitar", pues la inserción del discurso axiológico del ser
(siempre discurso antrópico) en el discurso axiológico del estar (dimensión depositaria
que permite la decodificación), se ** realiza en el lector, como luego veremos con más
detalle, en una gama de matices que van desde la comunicación con el otro y en función
del otro, a la actualización íntima en el peculiar discurso axiológico del ser de un
individuo y en un acto de significar independiente e indiferente de los distintos niveles
de codificación.
55
jugando llamarán.
Pero aquellas que el vuelo refrenaban,
tu hermosura y mi dicha al contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres…
ésas… ¡no volverán!
En esta posible situación límite, repetimos, la única relación entre el autor implícito y el
lector, que sólo se da en el sentido dinámico del devenir de ambos, es la de haber vivido
una emoción. En esta comunicación humanística el índice o grado de la emoción es
inconsecuente, pues sólo es comunicación en cuanto lo es en cada uno de los lectores y
en la medida en que lo es en su intimidad. Este nivel de comunicación no es
representable en la exterioridad de ningún sistema. Las codificaciones depositarias (por
ejemplo, el idioma en que está escrito o los distintos niveles metafóricos), aportan, es
verdad, un basamento mínimo que hace posible la comunicación.
56
que se apropie del centro que fundamenta la estructura, o sea, de las leyes
convencionales que la rigen. En este nivel de comunicación la dimensión depositaria es
explícita; tanto el centro como la estructura misma se presentan inmersos en su
contextualización; pero una vez formulado el sistema (siempre mantenido
explícitamente en la contextualización que impone su código convencional), se le hace
transcender su propia contextualización, al fijarse, afincarse, ésta, precisamente, en su
dimensión de "convencional". Lo convencional, por serlo y por reconocerse como tal,
transciende siempre la contextualización de su origen, en cuanto puede significar
independientemente. Este es el caso, por ejemplo, de la luz verde de los semáforos, o de
la luz roja y el uso posterior de este color en las señales de tráfico. Si una estructura
llega a generalizarse en proyección global, puede incluso ser percibida como universal:
tal es el caso de la estructura que hace posible la fórmula matemática de 10+5=15. Pero
usemos un ejemplo más preciso de estructuras regionales y reconocidas como tales, que
se proyectan, sin embargo independientes de su contextualización. Tal es el caso de las
diversas lenguas que se hablan en nuestro mundo actual. Tanto la expresión gráfica de
las letras como su fonética, semántica, sintaxis, etc., siguen las reglas precisas de la
estructura que las hace posible, pero una vez apropiado el idioma —este es el sentido de
la lengua materna—, el significante y el significado parecen identificarse, es decir, su
uso se proyecta indiferente de la estructura que lo hizo posible. Entiéndase bien que
decimos que se proyecta independiente, y que transcender su estructura significa aquí
comportarse indiferente a ella, pues en ningún momento se erige como si poseyera valor
universal (como la "verdad" del discurso de la modernidad). La estructura está siempre
presente: ante un extraño en un lugar extraño preguntamos como paso previo al inicio
del diálogo oral ¿habla Vd. español? Es decir, ¿cómo nos vamos a comunicar? ¿tenemos
una estructura común?
2. Cuando nos trasladamos del campo de las denominadas "ciencias exactas" al de las
ciencias sociales, políticas, económicas, etc. que con mayor precisión vamos a designar
con el término de "ciencias humanísticas", introducimos también una variante en la
esquematización que nos proponemos. Ambos discursos, cuando se realizan en un
tratado, por ejemplo, implican en su propósito estructuras depositarias. Pero mientras el
discurso de las ciencias exactas se reconoce explícitamente como tal, en el sentido de
articularse en una serie de relaciones convencionales (de variantes reconocidas como
tales y que fundamentan su estructura), el discurso de las ciencias humanísticas
implícito en los tratados pretende comúnmente pronunciar la "verdad", al presentarse
como articulado por un centro que se proyecta fuera de su propia contextualización. En
otras palabras, **los dos discursos anhelan situar una "verdad", pero mientras en las
ciencias exactas se hace como parte —y resultado a la vez— de una explícita
contextualización, las ciencias humanísticas se han articulado tradicionalmente como si
dicha contextualización no existiera o no afectara a su verdad. Tal es el caso de los
esquemas de Suárez, Kant, Bello, Marx, Unamuno, Heidegger, los de Spencer o de
Lévi-Strauss, los de Gustavo Gutiérrez, Jefferson o Raúl Prebisch. Es decir, en todos
ellos se pretende transcender su realidad depositaria (ser parte de una estructura
convencional contextualizada en un espacio y en un tiempo concretos), con la intención
de pronunciar, definir, fijar, al ser humano en un plano estático. En estos casos el autor
sigue un proceso en cierto modo inverso al anotado en el punto anterior. En efecto, se
evita considerar el esquema desde la necesaria e inevitable contextualización de su
"centro" en un discurso axiológico del estar concreto. Se omiten las relaciones
convencionales que posibilitan su estructura y, ante todo, se encubre su insoslayable
realidad depositaria. Tal es el esquema que caracteriza al pensamiento de la
57
modernidad. De ahí también el constante reemplazar de una "verdad" por otra. Las
"ciencias exactas", al reconocer su existencia en el seno de una comunicación
depositaria, siguen un proceso de acumulación de estructuras en formulaciones cada vez
más complejas, que muestran una pauta, un avance, en el sentido de una constante
perfección de los códigos que posibilitan la contextualización del esquema depositario
que se proponen. Las "ciencias humanísticas", por el contrario, cuando se empeñan en
negar su realidad depositaria, semejan **espectros, quimeras, que en su constante
reemplazarse unas por otras parecen marginales al devenir humano y, en definitiva,
incapaces de construir la totalidad de su esquema depositario sobre la base de las
estructuras ya propuestas.
58
Desde el discurso de la modernidad, un autor proyecta su logocentrismo a través de una
estructura que busca transcender su contextualización; el autor posmoderno reconoce la
ineludible contextualización de todo discurso y por ello deconstruye las estructuras de
significado con que la modernidad pretendía pronunciarse, a la vez que se siente incapaz
de significar fuera de su propia contextualización; el autor ideológico parte de la
ineludible contextualización de todo discurso, pero procede selectivamente a una
práctica deconstructiva que le lleve a pronunciar una "verdad" que, por lo mismo,
pretende proyectar igualmente como transcendente. Tal sería la tesis de que "el
subdesarrollo de América Latina proviene del desarrollo ajeno" (470), que Galeano
desarrolla en el libro anteriormente citado (14). Recordemos que cuando hablamos de
manipulación de las estructuras, no nos referimos en estos casos a fraude intelectual
(aun cuando esa pudiera ser la intención, como sucede con tanta frecuencia en los
panfletos de propaganda política); en el caso más simple, y quizás más generalizado,
dicha distorsión está motivada por el deseo de dar énfasis a lo que el autor considera
factores esenciales desde su propia perspectiva, como señala Eduardo Galeano a este
propósito: "Uno escribe para tratar de responder a las preguntas que le zumban en la
cabeza, moscas tenaces que perturban el sueño, y lo que uno escribe puede cobrar
sentido colectivo cuando de alguna manera coincide con la necesidad social de
respuesta" (438).
4. Las tres calas anteriores forman también parte de lo que hemos venido denominando
**discurso de la modernidad, y cuyas estructuras se superan cuando se toma conciencia
de que su "verdad" lo es únicamente en la mediatización que supone el contexto
convencional que las posibilita. En esta cuarta cala hacemos referencia al autor que
reflexiona sobre el discurso axiológico del estar, en un proceso problematizador. Se
trata ahora de la articulación de un discurso antrópico. La comunicación que se pretende
es humanística, aun cuando ésta se consiga a través de los esquemas depositarios del
contexto que se problematiza. El autor posmoderno, como hemos señalado ya repetidas
veces, duda de las estructuras de la modernidad; se embarca, desde estructuras
constantemente renovadas, en un proceso indefinido de deconstrucción de las
pretensiones de verdad de la modernidad; y lo consigue a través de un procedimiento
sistemático de reintegrar las "verdades" de la modernidad al espacio de
contextualización que en un principio las originó.
59
el lector implícito. En las realizaciones humanas, este es el nivel por excelencia de la
comunicación artística.
Una vez pronunciado un pensamiento, es decir, una vez codificado en una estructura, el
autor se presenta en dos dimensiones definidas (aun cuando pueda hacerlo, por
supuesto, en multitud de matices): A) el autor que el "crítico" trata de reconstruir a
través del texto, y B) el autor implícito que el lector crea como interlocutor necesario en
su diálogo. En el primer caso, como desarrollaremos más adelante, se trata de una labor
de arqueología textual que lleva a cabo el "especialista" del texto y que se proyecta
independiente de la antropocidad misma del texto. Es decir, no busca la comunión con
el texto, sino ir más allá de las codificaciones explícitas o implícitas para establecer lo
que quedó fuera del texto, el pensamiento que el texto por sí mismo no es capaz de
comunicar; se busca un origen más allá del texto. En el segundo caso, en el proceso que
venimos denominando diálogo antrópico, el autor es creación del lector, es el
interlocutor necesario, está más acá del texto, corresponde a la perspectiva del texto con
la que se comunica el lector. Los matices en cuanto al autor a los que hacíamos
referencia antes, son aquellos que se encontrarían en los diversos puntos de una línea, en
cuyos extremos estuvieran instaladas las posiciones aquí mencionadas.
El soneto que hemos transcrito es un buen ejemplo de este proceso y son muy
numerosos los estudios que van más allá del texto, que tratan de identificar un autor
para así intentar establecer lo que la codificación no llegó a capturar. El texto mismo, se
contextualiza explícitamente en una tradición cristiana, cuyos códigos de significación
60
sirven a la vez para articular un pensamiento y para problematizarlo, para desde dentro
reconstruirlo. El contexto de su tiempo y espacio queda igualmente explícito en lo que
expresa: interiorización sentida de una creencia, pensamiento erasmista. Pero el tiempo
y espacio original del texto son únicamente eso: punto de origen. Interesan desde luego
al "especialista" empeñado en la reconstrucción del pasado, pero ese tiempo y espacio
son ya irrepetibles. Todas las demás lecturas se van a enfrentar a nuevas circunstancias
que de hecho transforman los procesos originales de codificación: por ejemplo, la
lectura de este soneto a partir de la década de los sesenta en Iberoamérica y desde la
perspectiva de la teología de la liberación (es decir, desde una postura antropológica que
destaca la humanidad de Cristo y que no hace depender el deseo de liberación de un
premio o castigo, sino de la aceptación del "otro", y que por ello ve la liberación en la
superación del círculo oprimido/opresor). Independiente de su codificación original, el
soneto adquiere desde estos nuevos presupuestos —los de la teología de la liberación—
una dimensión social innegable: la búsqueda de una superación de la posición
individualista implícita en las relaciones premio/castigo al reconocerse en el "otro" y así
problematizar toda acción motivada en razones "egoístas" de premio/castigo (la novela
Un día en la vida (1980), de Manlio Argueta, ejemplifica este punto: un día, nos dice
Lupe, la protagonista, "le iba a tirar una piedra a un sapo. Entonces conocí la voz de la
conciencia […]. Yo me quedé como paralizada. Así me di cuenta de esa voz que viene
de dentro. Esa voz que no nos pertenece. Sentí un poco de miedo. Y relacioné la voz
con el castigo. No ves que es pecado, me dijo. Y la piedra se me fue para atrás" (14-15).
En la persona liberada, la razón para la acción no podrá ser negativa —temor del castigo
— esta es la dimensión que, como en el soneto, se problematiza en la novela). El texto
visto de este modo adquiere vida, se hace dinámico, recupera, en otras palabras, su
antropocidad.
61
venimos usando como analogía, su fluir es a la vez independiente e inexplicable sin las
márgenes que lo contienen). Un texto de Hostos —de 1863— ejemplifica con claridad
**este sentirse prisionero, este sentirse ser (conciencia de ser) en cuanto se es en un
contexto: "Nada puedo: lo que hay en mí, a pesar de mi orgullo lo confieso, es de ellos
[la otredad, el contexto]: las ideas, los pensamientos, la verdad, son una atmósfera,
producida por la vida intelectual, como lo es por la vida animal el aire que respiro:
envuelto en ella, tengo a mi pesar que respirarla y dar a mi pesar, a mi razón, a mi
fantasía, a mi interior, las sombras y la luz, la confusa claridad y las tinieblas que exhala
la vida intelectual de los demás […]. Confieso mi impotencia; nada puedo: lo que hay
en mí, me viene de los otros" (189-190) (15). En cualquier caso, lo que conviene tener
presente es que **todo texto es un producto de ese forcejeo entre la idea a
comunicar y el código en el que se articula. La tirantez entre ambos es la diferencia
que sólo en el mejor de los casos queda implícita en el texto. El producto final se
independiza, por lo mismo, de su autor, tanto en sus limitaciones como en su poder
creador. Es decir, la resistencia implícita en el código puede igualmente causar que un
texto sea inferior a la idea que lo genera, o que la supere a través de la riqueza
sugeridora de su creatividad. Pero si **el acto de comunicación, todavía desde la
perspectiva del autor, es siempre un ejercicio creador, lo es ante todo a través del
dominio, manipulación y transgresión de los recursos retóricos (16). Conviene hacer
hincapié en esta dimensión presente en toda comunicación, sobre todo si hemos de
superar la negatividad que implica el proceso deconstructivo de la posmodernidad.
62
transgredido a la vez, lo que en cada caso se concebía como la retórica de la novela,
jalonan así su desarrollo a través de los siglos (17).
Al señalar anteriormente que **"la retórica facilita procesos," queríamos con ello
resaltar que la elección de una u otra forma retórica no es algo arbitrario o casual. La
retórica de la didáctica o de la filosofía, no parecen en verdad las más propicias para
articular la musicalidad de una emoción: la retórica de la poesía, por el contrario,
proporciona herramientas más aptas para el autor e incluye además implícitamente una
predisposición por parte del lector. Es decir, **la retórica implica la opción de una clave
que compromete a las tres facetas de la comunicación: a) el autor va a articular sus ideas
(o emociones) según la clave retórica elegida, b) el texto se estructura formalmente de
acuerdo a dicha clave, c) el lector se aproximará al texto a través de los presupuestos
retóricos que anuncia su forma. Pero el hecho de que el uso de una retórica precisa
facilite diversos procesos de comunicación, no implica de ningún modo limitación en el
contenido. Veamos un caso extremo, que ejemplificamos a través de la crítica a un
filósofo según la retórica de la poesía. El poeta es Antonio Machado, y en los dos
poemas que transcribimos a continuación, el autor va más allá de expresar un
pensamiento filosófico, articula una crítica a la filosofía de Kant (un proceso que con
más propiedad se redacta comúnmente a través de la retórica de la filosofía):
XXXIX
LXXVII
¡Tartarín en Köningsberg!
Con el puño en la mejilla,
todo lo llegó a saber. (18)
63
B) El texto
64
comunicación y el medio nunca llegan a identificarse (esta es, desde otra dimensión, la
diferencia que causaba el sentir agónico del Hostos de la cita anterior). El medio, el
texto, es siempre una necesidad imperfecta que nunca corresponde exactamente al
devenir del autor ni, como veremos más adelante, llega al lector con un sentido unívoco:
desde el principio aparecen desglosados el acto de la comunicación y el medio
depositario que necesariamente ha de usar.
2) La segunda faceta se inicia tan pronto como se articula el texto. Las reglas de la
estructura que hicieron posible la codificación original del autor, están ellas mismas en
constante transformación. Entre los casos extremos de las estructuras que permanecen
vigentes (10+5=15) y aquellas otras cuya codificación se hace incomprensible para el
lector de nuestros días (el caso de los jeroglíficos egipcios), existe una rica gama de
innumerables matices. En estos casos límites, precisamente por su condición radical, las
opciones del texto parecen más simples: en el primer caso, la permanencia intacta del
sistema de codificación aporta al texto un valor depositario (por tanto indiferente de su
estructura); en el segundo caso, como las reglas de codificación no forman ya parte de
nuestro discurso axiológico del estar, el texto se acepta en su comunicación humanística
(por tanto también indiferente de su posible estructura originaria). Lo más frecuente, sin
embargo, y esa es **la condición del texto literario, es su ubicación en una posición
intermedia; es decir, **de los dos términos de la codificación, el significante
permanece reconocible, mientras el significado ha experimentado alteraciones más
o menos profundas. **La codificación original se presenta ahora en la historicidad de
su propia transformación: son nuevas golondrinas que llegan a anidar en los
significantes originarios, pero que, al igual que en el poema de Bécquer, ya no son las
mismas. La experiencia originaria es irreplicable.
3) La tercera fase del proceso requiere del lector que asume de nuevo, en el sentido
dinámico de su propio devenir, esa comunicación previamente contextualizada en un
espacio y un tiempo concretos. Como veremos luego, **el nivel de contextualización
depositaria del texto, la historicidad que marca su transformación, es secundario en el
acto de comunicación humanística, pues **la comunicación no depende tanto del
signo como del lugar que va a ocupar en el devenir del lector. Aquí podemos usar
de nuevo el ejemplo de un jeroglífico y los matices que se pueden establecer en cuanto a
la contextualización depositaria que pueda hacer un arqueólogo que descifre el proceso
de codificación de sus signos y aquella otra persona que observa el texto en la vitrina de
un museo. Consideremos dos casos extremos: a) el de un arqueólogo que es capaz de
descifrar a través de los códigos implícitos o explícitos en el jeroglífico, el funcionar del
discurso axiológico del estar que sirvió de base a la contextualización original del texto;
b) supongamos en el otro extremo el caso de una persona que visita el museo y observa
el jeroglífico en una vitrina, pero que no toma conciencia de su precisa codificación en
el discurso axiológico del estar de una época, y se comunica con él como si fuera una
pintura abstracta. En ambos casos el índice de lo que se asume será distinto y
dependerá, ciertamente, de las diferentes estructuras que se tomen en consideración;
**pero el acto mismo de comunicación, al nivel del discurso antrópico en que se
produce, en el devenir del "lector", puede ser en este sentido, como ampliamos más
adelante, independiente de procesos fijos de contextualización .
65
multiplicidad de dimensiones, pues sólo en el ejercicio hermenéutico podemos hablar de
multiplicidad de niveles. Detengámonos por un momento en esta distinción: a)
multiplicidad de niveles y b) multiplicidad de dimensiones.
66
decir, en cuanto signo, implica la posibilidad de una profundización en diversos niveles
de significación depositaria, quizás en cadena sin fin como diría Derrida, pero que
resultan secundarios en el **momento de la comunicación, que, como señalamos,
consiste en introducir una o varias estructuras depositarias en el devenir del posible
lector: la persona que observa el texto jeroglífico en la vitrina de un museo y que se
comunica con él quizás en el sentido emotivo de una pintura o en el contexto referencial
de una película.
67
pregunta del estudiante informado. Este es el sentido que deseamos afirmar cuando
hablamos de la dimensión depositaria. En estos casos basta con constatar las reglas de
codificación que rigen una estructura: pronunciar, por ejemplo, la palabra "club" según
las reglas de codificación del idioma español.
68
propio contexto. Es decir, **la hermenéutica, en el discurso antrópico, se ocupa
únicamente de explicitar y desglosar las distintas estructuras, de mostrar los códigos que
las gobiernan, de problematizar su carácter convencional y, en fin, de establecer los
posibles grados de contextualización presentes en la complejidad de todo texto. Se
supera de este modo la pretensión hermenéutica del discurso de la modernidad que
ambicionaba captar el "significado" del texto (su sentido transcendente) en su totalidad.
**Desde el discurso antrópico, la hermenéutica se fija como objetivo el descubrir
contextualizaciones que se originan y transforman en proyección dinámica, pues el acto
de significar, de comunicación, de diálogo, como luego veremos, se dará de nuevo en la
dimensión dinámica del devenir del lector.
C) El lector
69
dentro de los límites implícitos en la imposibilidad de prescindir de los códigos ya
establecidos en el momento de articular lo pensado o sentido: recordemos la expresión
agónica de Hostos en el ejemplo antes citado). Por ello señalábamos anteriormente que
las diversas estructuras depositarias de cualquier contextualización son en realidad
secundarias en el momento de la comunicación; es decir, la comunicación se efectúa,
como dijimos, a través de dichas estructuras, pero la priorización de éstas, así como el
índice de su dimensión no se puede cuantificar, pues llega a ser únicamente en el
devenir del lector. Hagamos uso de una situación límite para ejemplificar este proceso:
dentro de las estructuras más estables, en el sentido de que sus relaciones
convencionales son aceptadas como totalidades depositarias necesarias para comprender
el contexto de nuestro entorno, se encuentran aquellas estructuras que refieren al mundo
físico (así, por ejemplo, la temperatura de solidificación o vaporización del agua que
sirve como punto de partida para la construcción de nuevas estructuras). Pues bien,
incluso estas estructuras depositarias que en sí no pretenden aportar significado, pueden
ser recibidas por el "lector" en dimensión humanística. Tal sería el caso del discurso
científico de Einstein al problematizar y trasladar a una nueva dimensión el discurso
también científico de Galileo y de Newton.
70
acto de contextualización a través de estructuras depositarias; es decir, a través de
estructuras convencionales que no significan fuera de sí mismas.
2. El lector importa en dos niveles independientes aun cuando relacionados entre sí,
pues en ellos la hermenéutica transciende sus objetivos al explicitar posibles
dimensiones de la comunicación. En **un primer nivel, el lector en su comunicación
con el mundo, en su devenir, se contextualiza y contextualiza a la vez las estructuras
depositarias recibidas. En este sentido, cuando un lector contextualiza un texto, su
recepción del mismo supone ya una nueva estructura depositaria que de algún modo se
añade al texto original (así, por ejemplo, la figura del Don Juan a través de Tirso,
Zorrilla, Valle Inclán, Marañón). El Quijote, como personaje, se encuentra
ineludiblemente inserto en la tradición cultural de Occidente en una complejidad de
estructuras depositarias que, con mucho, superan la contextualización originaria de
Cervantes. El segundo nivel se encuentra, precisamente, en este mismo proceso de
contextualización —tanto del autor implícito como del lector a través del texto en la
creación de nuevos textos— que posibilitan las convenciones de las estructuras
depositarias y que a la vez modifica continuamente, a veces de modo imperceptible,
pero en ocasiones de modo radical. Y es aquí donde **la hermenéutica, en el discurso
antrópico, transciende su objetivo, pues su labor problematizadora, a veces
deconstructiva, en el sentido de ir exponiendo las diferentes estructuras depositarias
implícitas o explícitas en el texto, abre también nuevas dimensiones de comunicación en
los posibles lectores. Consideremos ahora de un modo más sistemático el lugar de la
hermenéutica en el discurso antrópico.
3. Proceso hermenéutico
Ejemplifiquemos esta posición a través de **la hermenéutica que propone Noe Jitrik,
para quien "leer consiste en ‘comprender’ un texto, en el sentido de captar las ideas o
conceptos o contenidos o mensajes que las palabras, que también hay que conocer,
vehiculizan o las frases expresan" (29) (19). Los lectores se clasificarán luego según se
acerquen a esa comprensión totalizadora del texto, según se acerquen a lo que Jitrik
denomina una "lectura consciente": **"Los niveles a los que me refiero son el literal, el
indicial y el crítico" (35). La explicación que nos proporciona Jitrik de esta
clasificación enmarca bien lo que yo vengo denominando discurso de la modernidad:
Llamamos **"literal" a la lectura más espontánea e inmediata que se puede hacer […],
se limita a lo superficial o, dicho de otro modo, entiende que todo lo que la lectura
puede dar está en la superficie; en tal sentido la podríamos entender como lectura
‘inconsciente’ porque rehusa crearse las condiciones para llevar al plano consciente la
diversidad de procesos en las que radica tanto el texto como la lectura. (35-36)
71
La lectura **"indicial" propone cierta distancia respecto del efecto de superficialidad
[…]; es la lectura de señales, de registros, de observaciones, de reacciones que son
como indicios de una organización superior […] lo indicial tiene un carácter de
"preconsciente". (36)
72
otra, y que en el salón de clase ello implica que no tenemos respuesta para el estudiante
que nos dice que su interpretación es tan válida como la nuestra." (20) El pensamiento
de la posmodernidad establece sus parámetros desde los principios que deconstruye; es
decir, desde el concepto de "un significado" que transcienda el texto y desde una
interpretación que transcienda al lector. Ni lo uno ni lo otro es posible ni afecta a la
comunicación que se busca en todo texto. Veamos por qué.
73
Ejemplifiquemos este proceso a través de dos categorías extremas, que nos van a servir
también para luego parcelar la riqueza de matices de las innumerables posibles lecturas.
La primera, que sólo es necesario enunciar, es aquella a la que pertenece la lectura que
se realiza en el devenir íntimo de una persona. En este caso, el texto es únicamente el
resorte que induce la "lectura"; su realidad es secundaria, lo fundamental es su
contextualización en el devenir del lector. No existe ni puede existir hermenéutica que
explique o ayude esta "lectura". Es también una lectura irrepetible. Usemos un ejemplo
que nos permita percibir la magnitud y profundidad de esta lectura, y por qué la
hermenéutica del texto es en este caso secundaria o inconsecuente. Consideremos la
lectura del poema de Bécquer citado anteriormente, ("Volverán las oscuras
golondrinas"), que es leído por una persona como un texto que trae a la memoria un
paseo por el parque cuando era todavía adolescente y se sintió por primera vez
enamorada. En este caso la rima o la clase de estrofa, o los acentos rítmicos, pueden
muy bien pasar desapercibidos. Al lector le trae sin cuidado cómo clasifica la crítica
académica el poema, y no le importa tampoco su posible contenido filosófico, ni cuándo
ni quién lo escribió. El poema fue nada más (pero también nada menos), que el resorte
que dio lugar a la interiorización del lector en su propio devenir. Se trata de una lectura
legítima, de una lectura profunda, de una lectura, en fin, irrepetible, que cae fuera del
dominio de la hermenéutica, aun cuando pudiera muy bien ser comunicada a través de
un texto, con lo que pasaría entonces de nuevo a poder ser objeto de la hermenéutica.
Esta apropiación del texto en el propio devenir es, por lo demás, la lectura normal, la
más consciente de la propia antropocidad. **La lectura se convierte en un acto de
comunicación íntima, de comunión con el texto. Este es el modo también como el ser
humano se comunica con su entorno. Por ejemplo, la lectura, mientras viajamos por la
autopista, de un número en una señal de tráfico con la velocidad máxima autorizada, no
genera normalmente un proceso de "interpretación", sino de apropiación; es decir, se
contextualiza en el devenir de la persona, por ejemplo la velocidad que lleva, y si ésta es
superior a la máxima, le podrá recordar la última multa por exceso de velocidad. En
cualquier caso, la lectura que tiene lugar es la que hemos denominado única en el
preciso contexto del fluir del lector.
Consideremos ahora **el punto extremo "S" como el extremo de apropiación subjetiva
del texto. Una situación semejante como las anotadas anteriormente, en las cuales el
texto significa en la contextualización íntima, y con frecuencia irrepetible, en el lector.
En **el extremo "O" se colocaría la exteriorización extrema objetiva del texto: señalar,
por ejemplo, el contexto que permite que los símbolos "10" y "X" signifiquen lo mismo
74
en dos estructuras de numeración diferentes. En el punto "S" domina, pues, el mundo
interior, el devenir individual, donde se contextualiza el texto. En el punto "O"
colocamos la interpretación de texto que expresa de un modo extremo la proyección de
la estructura, independiente del sujeto que la interpreta. En la práctica, lejos de las
construcciones teóricas que hacen todo posible, las interpretaciones raramente se
localizan en los extremos. En cualquier caso, en el proceso de nuestro análisis, que en
definitiva se desarrolla en el ámbito de la reflexión teórica, vamos a considerar un tercer
punto, "C", situado en un lugar intermedio entre el "O" y el "S". Del punto "C" hacia el
"S" empiezan a importar menos los sistemas de codificación que controlan el signo. La
lectura del texto se interioriza cada vez más en el sujeto que se comunica con el texto,
hasta llegar a los casos extremos antes mencionados. Este es el ámbito de los lectores
"normales"; es decir, del lector que lee un texto por iniciativa propia, sin un fin ulterior
de comunicación con otros. La comunicación que busca este lector es cada vez más
íntima según se aleja del punto "C" y se acerca al punto "S".
La lectura que se emplaza entre el punto "C" y el extremo "O", es una lectura que se
realiza bajo objetivos que de un modo u otro implican una comunicación externa: la
"interpretación" del texto para el consumo de otros. Según se aleja del punto "C", más
se abstrae de la contextualización interna en la persona que efectúa la interpretación,
más se convierte en un ejercicio hermenéutico de los distintos niveles de codificación,
tanto en la proyección sincrónica como en la diacrónica. Visto el proceso hermenéutico
de este modo, consideremos ahora cuatro posibles niveles de los innumerables
implícitos en todo texto.
1) El nivel más elemental es aquel que consiste en hacer explícitas las normas de
codificación elementales que van a posibilitar la comunicación escrita: la forma gráfica
de las letras que forman las palabras del español o del árabe, la combinación de las
letras según la estructura del idioma español o portugués, la estructura de la numeración
arábiga o romana, la leyenda que rige la escala y los signos de un mapa, son todos
ejemplos de las estructuras depositarias que la hermenéutica debe considerar en su nivel
más elemental. En estos casos, la "explicación" se proyecta completamente objetivada.
Es decir, puede y normalmente se efectúa sin interferencia del mundo interno de la
persona que lleva a cabo la interpretación del texto: así la afirmación de que un texto
está escrito de acuerdo a la estructura lexicográfica y sintáctica del idioma español o que
las distancias en un mapa específico están representadas en millas.
3) El próximo nivel que nos interesa considerar, requiere una separación más frágil
entre la convención precisa externa de los anteriores casos, y aquella más difícil de
abstraerse de la contextualización personal. Usemos de nuevo dos ejemplos: A) cuando
el especialista usa el término de "soneto", puede hacerlo independientemente de su
interpretación del soneto como forma literaria; es decir, hace referencia a un poema con
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un número de versos precisos, agrupados en un número determinado de estrofas, que
sigue también una estructura rigurosa en su rima (en el caso de variaciones de la regla
común, éstas se explican con precisión). B) Cuando el especialista hace uso de los
diversos matices del término "casta", entra ya en un terreno más difícil de deslindar. Se
refiere por supuesto a una codificación convencional, pero que ahora necesita situarla en
un espacio y un tiempo precisos, como pasos previos a cualquier análisis: la
codificación del término en la estructura social de la India o en la de Europa implica
contextos muy distintos; su ubicación en el siglo XVI español —tensión entre judíos,
moros y cristianos— añade una dimensión muy precisa e incomprensible en el siglo
XX. Se trata también en este nivel de codificaciones culturales insertas ellas mismas en
su propia historicidad. En cualquier caso, la hermenéutica puede todavía aquí
independizarse de la contextualización personal del crítico, aunque no pueda abstraerse
de la que proyecta la historicidad implícita en el término. Es decir, puede hacer explícita
la codificación del término mediante la investigación de su uso, por ejemplo, en el
periodo concreto del texto donde se encuentra y cuyo significado se quiere interpretar;
pero como, en definitiva, se trata de un concepto que se actualiza a través de matices
difíciles de capturar en una relación convencional unívoca, queda siempre expuesto a la
subjetividad de los contextos que sirven para su codificación y de la selección que el
crítico haga de dichos contextos.
4) El próximo nivel que vamos a considerar implica siempre una contextualización que
depende del hermeneuta: a) de sus objetivos; b) de su intuición crítica; c) de su
percepción de lo que importa. Este es el verdadero proceso **creador hermenéutico: de
las innumerables estructuras codificadas en un texto, destacar en orden jerárquico
aquéllas que comunican un contenido del mismo (**explicitar las narrativas históricas
implícitas o explícitas en el texto). Singularicemos las tres categorías anteriores, que por
lo demás son sólo tres de las muchas posibles.
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decir, aquellas fijadas en su convencionalidad y aceptadas como tales (como en el
ejemplo del soneto), son fáciles de reconocer, pero no aportan en sí significado. El
pensamiento, las sensaciones, los sentimientos, tienen, es verdad, que exteriorizarse a
través de estructuras existentes (el uso de la estructura del idioma español para articular
una sensación), pero su codificación difícilmente llega a representar exactamente lo
sentido. El hermeneuta tiene que asumir de nuevo la riqueza que el código sólo atrapa
de modo implícito. Recordemos que incluso en estos casos, la intuición sirve en el
proceso de la investigación; la interpretación, que recoge los resultados de esa
investigación en el proceso de codificación, necesita basarse necesariamente en las
estructuras, implícitas o explícitas, que la fundamentan. La intuición, pues, se manifiesta
en el momento de "descubrir" dichas estructuras y en el proceso de asignarlas una
posición de valor al pronunciar la obra. En ningún instante, sin embargo, puede la
intuición, en el ejercicio hermenéutico, prescindir del proceso de expresar
explícitamente las estructuras (procesos de codificación) que la fundamentan. Conviene
recordar aquí que el crítico, al articular su discurso, su interpretación, se convierte en
"autor" y que su intuición sólo se nos comunica a través de su capacidad para
articularla; es decir, debemos mantener presente que **en todo momento se trata de un
cerrar/iniciar el círculo hermenéutico.
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dicha estructura para fundamentar la interpretación de un texto. Al primero de los
casos correspondería, por ejemplo, la reinterpretación de la historia iberoamericana a
través de los términos de "mestizaje" y "frontera" como categorías culturales; es decir,
el hecho de ver la cultura iberoamericana en función del concepto de frontera: primero
lugar de confrontación; después espacio de encuentro de la "civilización" y la
"barbarie"; tierra de "nadie" donde la "civilización" (dependencia de un centro extraño)
lucha contra la "barbarie" (realidad autóctona que se rechaza); un sentirse, en fin,
marginado (desde la perspectiva política), periférico (alejados de los centros de cultura)
y subdesarrollado (subordinado a decisiones económicas ajenas). El último ensayo de
este volumen ("Mestizaje y frontera como categorías culturales iberoamericanas")
ejemplifica la primera parte de ese proceso; en él se ve la cultura iberoamericana en
función del concepto de frontera (sentirse ser marginado). La segunda parte del proceso
sería la aplicación de dicha codificación cultural (sin señalarlo explícitamente) a la
"lectura", por ejemplo, de la novela Cumandá o un drama entre salvajes, del
ecuatoriano Juan León Mera, y proyectar como lectura relevante de la novela la falta de
conciencia nacional implícita en su texto. Hemos colocado "sin señalarlo
explícitamente" para apuntar el subjetivismo implícito en esta aproximación
hermenéutica. Cuando el proceso de codificación de un sistema es explícito (las teorías
freudianas y marxistas, que venimos usando como ejemplo), el código se objetiva al
convertirlo en algo "convencional"; es decir, como punto de vista reconocible y
verificable, independiente de su origen y de su validez.
**Los niveles del proceso hermenéutico que hemos desarrollado hasta aquí, no
pretenden enunciar una clasificación, sino matizar el contenido y objetivo de la
hermenéutica en el discurso antrópico. También nos proporcionan la base necesaria para
aproximarnos a la pregunta sobre la función de los géneros en literatura. No nos interesa
ahora su estudio, sino más bien buscamos deslindar su lugar en el nuevo proceso
hermenéutico. Además, dentro del discurso que venimos desarrollando en estas páginas,
resulta ahora obvio que la pregunta sobre si una obra de ficción es o no novela,
pertenece en el mejor de los casos al proceso de establecer una codificación retórica del
género, aun cuando con frecuencia su valor quede relegado al de un simple ejercicio
teórico propio de los encuentros académicos entre especialistas. Es decir, no afecta al
contenido sino al continente. Y como esta afirmación ha de resultar radical en ciertos
sectores del mundo académico, vamos a desarrollarla a través de dos géneros precisos:
el que asociamos con la lectura de una novela y el que correspondería a la de un texto de
filosofía. Pero conviene antes señalar que nos referimos ahora a niveles complejos del
acto hermenéutico, o sea, a lo que venimos denominando "la lectura para el consumo de
otros". Fuera de este proceso hermenéutico, **es obvio que los géneros imponen una
forma y que la forma, como señalamos a continuación, aporta ya un contenido: la
perspectiva bajo la cual el lector se aproxima a la lectura.
Hemos hablado del género "que asociamos con la lectura de una novela" y con ello
queremos hacer referencia a que afecta a los tres procesos en la comunicación: al autor,
al texto, al lector. Cuando hablamos de una novela, implícitamente nos referimos a un
texto que se ajusta a una estructura convencional con un proceso de codificación más o
menos explícito. Vamos a denominar a este proceso la retórica de la novela. Cuando
una persona decide comunicarse a través de una obra de ficción, ha aceptado
implícitamente una forma de codificar su pensamiento que difiere de la que habría
usado de pretender comunicarse a través de la poesía o del teatro. Por ejemplo, en el
caso de **una novela, ni el autor ni el lector necesitan justificar o justificación del
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mundo ficticio que se crea: el acto de escribir una novela y de leer una novela, lleva ya
implícita la aceptación de la retórica de la novela (la escritura y la lectura del texto bajo
la clave de la novela). La importancia de este proceso de codificación varía, por
supuesto de unas obras a otras, pero se diferencia poco del que supone codificar un
pensamiento en la estructura del idioma español o inglés. En otras palabras, una vez que
identificamos que un texto está escrito en español, procedemos a su lectura asumiendo
una codificación que sólo en raras ocasiones nos confronta el texto con el código (una
palabra nueva, una expresión que desconocemos, una construcción que rompe las reglas
del sistema, son ejemplos de estos instantes).
Algo semejante sucede cuando Unamuno emplea el término "nivola" para referirse a su
obra Niebla. La simple modificación de la palabra nos confronta con la retórica de la
novela que asumíamos antes sin cuestionar. Unamuno busca precisamente ese conflicto;
quiere que la retórica de la novela contextualice su pensamiento, pero desea que el texto
la supere. Es decir, por una parte aspira a que aceptemos su mundo ficticio, pero una
vez que esto se consigue, le interesa que su personaje, Augusto Pérez, adquiera una
dimensión de carne y hueso, que su problemática sea nuestra problemática, que
salgamos de la comodidad que supone aceptar un mundo ficticio que no se cuestiona, al
ruedo de la reflexión filosófica sobre la realidad humana. Un simple juego de palabras
basta en este caso para romper con la retórica de la novela y releer el texto bajo clave
filosófica. Unamuno yuxtapone de hecho en esta obra ambas retóricas: novela y
filosofía. Augusto Pérez, personaje "plano" desde la retórica de la novela, por carecer de
desarrollo psicológico, emerge con fuerza individual, desde la retórica de la filosofía, al
cuestionar su realidad, la de su autor y, en definitiva, nuestra propia realidad humana.
Este ejemplo (por lo demás harto frecuente en la historia de las letras), sirve bien para
deslindar el contenido, de su proceso de codificación. El pensamiento de Unamuno
impregna todos sus escritos, aun cuando el Unamuno autor codifique dicho pensamiento
de acuerdo a diferentes claves retóricas (novela, ensayo, poesía). **La "lectura" de un
texto, por tanto, puede efectuarse en el entorno que proporciona la retórica en que se
exterioriza, pero en ningún caso está limitada por dicho entorno. Podemos incluso decir
que **la labor del hermeneuta reside precisamente en superar la codificación
retórica; la retórica del género es el camino, el medio convencional, que facilita
el diálogo, pero que no debe confundirse con el mensaje, con el contenido de lo
que se desea expresar.
Siempre han existido ciertas obras límites que se niegan a ser encasilladas dentro de los
esquemas de una retórica particular establecida. Este sería el caso, por ejemplo, de
Historia de una pasión argentina, de Eduardo Mallea. No es novela ni ensayo ni tratado
filosófico, en el sentido de seguir en su estructura la retórica establecida en cada uno de
ellos. Pero en su desarrollo, el texto se codifica según elementos que pertenecen a cada
uno de esos tres modos de expresión. El lector se ve forzado constantemente a decidir la
clave bajo la cual efectúa la lectura. El crítico tradicional, ante esta obra, se sentía en la
necesidad de encasillarla como paso previo imprescindible a su "lectura", tal era la
aporía de la modernidad. ***Una hermenéutica que parta de un discurso antrópico,
considerará la cuestión del género únicamente como uno de sus temas de investigación,
pero que en realidad será secundario a los contenidos codificados en el texto. **La
cuestión del género refiere, pues, a los procesos de codificación de una estructura, y que
por lo mismo puede ser marginal al texto que se interpreta. En otras palabras, los
"valores" literarios o filosóficos de Historia de una pasión argentina, no dependen de
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que su autor haya usado en la articulación de su pensamiento la codificación retórica del
ensayo, de la novela, o de la filosofía.
**El discurso antrópico, pues, asume los géneros en literatura desglosando la forma
(retórica), del contenido (discurso que se articula). El substantivo sirve para demarcar
el proceso retórico: poesía, novela, ensayo, filosofía, teatro… El adjetivo, sin embargo,
queda ahora desplazado; su relación con el substantivo no es directa sino circunstancial:
poética puede ser una novela o una obra de filosofía; el discurso filosófico de una
novela puede ser más profundo que el de una obra de filosofía; es decir, con filosofía
denotamos una estructura retórica, una exteriorización formal, propia de un gremio y
que, como todo género literario, posee una expresión sincrónica (procesos de
codificación que gobiernan el género en un momento dado), y también un desarrollo
diacrónico, que comúnmente se articula a través de las historias del género. Así, por
ejemplo, el vocabulario técnico o la integración de las referencias, así también la
adopción o la transformación o el diálogo con las formas retóricas legadas por la
tradición del género, o las transgresiones que luego se incorporan en su retórica.
La primacía que goza en la actualidad la lectura ensayística (la que presupone la retórica
del ensayo), reside precisamente en que siempre tuvo como centro de su razón de ser la
reflexión, el diálogo, la comunicación con el "otro". Es decir, **en el contexto de los
géneros literarios, el ensayo ha sido el más próximo al discurso antrópico. Tanto para el
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autor como para el lector de ensayos, la codificación de las ideas en estructuras
depositarias fue siempre el medio; el objetivo era la reflexión y el diálogo. La misma
retórica del ensayo ensalza la subordinación del proceso al contenido: no importa que el
ensayo trate su tema de un modo más o menos exhaustivo, ni que sea metódico en la
estructura externa bajo la cual articula su discurso, ni que posea riqueza de referencias;
importa que se proponga dialogar, que se transmitan convicciones propias, que
transparente una confesión intelectual, que imprima cierta sensación de espontaneidad
(de ahí la falta de estructura externa y frecuentes digresiones).
Notas
1. Ernst Cassirer, An Essay on Man. An Introduction to a Philosophy of
Human Culture. (New York: Anchor Books, 1944).
2. Puesto que a lo largo de estas reflexiones vamos a usar repetidas veces
el término "depositario", conviene desde ahora puntualizar el sentido
que nosotros le conferimos (más adelante desarrollamos una
contextualización más compleja del término). Inspirado en la lectura de
Paulo Freire (Pedagogía del oprimido), "depositario" es todo aquello
que se entrega/recibe sin reflexión. En este sentido puede ser
"depositaria" la comunicación del nombre de un río en dimensión
denotativa (Amazonas); la codificación de una estructura (reglas
ortográficas del español); o toda afirmación que se articula con
pretensión de transcender su ineludible contextualización (las novelas
que integran el canon de la literatura "universal" del siglo XIX).
También es "depositario" un sistema de educación basado en la
memorización: acto de depositar datos en el educando sin exigir, o
incluso obstaculizando, el proceso reflexivo. En este sentido es
igualmente depositario el discurso de la modernidad cuando pretende
que su verdad transcienda el contexto que la hizo posible.
3. . Benito Jerónimo Feijoo, Teatro crítico universal (Madrid: Castalia:
1986). Las citas que siguen pertenecen a esta edición.
4. . "A work can become modern only if it is first postmodern.
Postmodernism thus understood is not modernism at its end but in the
nascent state, and this state is constant", Jean-François Lyotard,
"Answering the Question: What is Postmodernism?", from I. Hassan
and S. Hassan, Eds. Innovation/Renovation (Madison: University of
Wisconsin Press, 1983), pp. 238-239.
5. Octavio Paz, "La búsqueda del presente", Inti. Revista de Literatura
Hispánica 32-33 (1990): 3-12. Se trata de su discurso ante la Academia
Sueca. Las citas que siguen provienen de este texto.
6. Un estudio fundamental a este propósito es el de Nancy M. Kason,
Borges y la posmodernidad (México: UNAM, 1994).
7. Jorge Luis Borges, Ficciones (Buenos Aires: Emecé, 1958), pág. 86.
Todas las citas que siguen provienen de esta edición.
8. . Leopoldo Zea, La filosofía americana como filosofía sin más (México:
Siglo XXI, 1969), p. 13. Leopoldo Zea se refiere a la polémica entre el
Padre Las Casas y Sepúlveda sobre la naturaleza del habitante recién
descubierto en el continente americano.
9. "The absence of the transcendental signified extends the domain and
81
the interplay of signification ad infinitum". Jacques Derrida, "Structure,
Sign, and Play in the Discourse of the Human Sciences", Richard
Macksey and Eugenio Donato, Eds. The Languages of Criticism and
the Sciences of Man (Baltimore: John Hopkins Press, 1970), p. 249.
10. "... but I don't see why I should renounce or why anyone should
renounce the radicality of a critical work under the pretext that it risks
the sterilization of science, humanity, progress, the origin of meaning,
etc. I believe that the risk of sterility and of sterilization has always
been the price of lucidity", p. 271.
11. . "The idea of the unifying unity of the human condition has always had
on me the effect of a scandalous lie", Jacques Lacan, "Of Structure as
an Inmixing of an Otherness Prerequisite to Any Subject Whatever",
Richard Macksey and Eugenio Donato, Eds. The Languages of
Criticism and the Sciences of Man (Baltimore: John Hopkins Press,
1970), p. 190.
12. . "Life goes down the river, from time to time touching a bank, staying
for a while here and there, without understanding anything--and it is the
principle of analysis that nobody understands anything of what
happens", Jacques Lacan, p. 190.
13. "Nineteenth-Century systematic hermeneutics —of the Comtian,
Hegelian, Marxist, and so on, varieties— was concerned to ‘explain’
the past; classical philological hermeneutics, to ‘reconstruct’ it; and
modern, post-Saussurian hermeneutics, usually laced with a good dose
of Nietzsche, to ‘interpret’ it. The differences between these notions of
explanations, recontruction, and interpretation are more specific than
generic, since any one of them contains elements of the others". Hayden
White, The Content of the Form. Narrative Discourse and Historical
Representation (Baltimore: The Johns Hopkins University Press, 1987),
p. 188.
14. Eduardo Galeano. Las venas abiertas de América Latina, México: Siglo
Veintiuno, 1983.
15. Eugenio María de Hostos. La peregrinación de Bayoán. Diario
recogido por Eugenio María de Hostos. Obras completas. Vol. I
(Puerto Rico: Ediciones del Instituto de Cultura Puertorriqueño, 1988).
16. Con el término "retórica" hacemos referencia a la poética, a las reglas
más o menos libremente establecidas, que gobiernan la estructura
formal de los géneros en literatura. La retórica del cuento la constituyen
aquellas características formales que hacen que reconozcamos un texto
escrito como un cuento, en lugar de considerarlo un poema, una pieza
de teatro, una epístola, un tratado de filosofía o un ensayo. Aun cuando
en las páginas que siguen nos referimos al discurso literario, la retórica
tiene manifestaciones establecidas en todo campo de comunicación que
posea una forma convencionalmente reconocida: el discurso político, el
discurso de compra y venta, el discurso religioso, son apenas unos
ejemplos de lo que denominamos códigos formales o retóricos de un
discurso.
17. Véase a este propósito las reflexiones, tan pertinentes, de Tzvetan
Todorov en su obra Les genres du discours (1978).
18. Pedro Chamizo ha escrito un detenido análisis de este poema de
Machado, donde paso por paso explora distintas posibles lecturas según
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la profundidad en los implícitos niveles de contextualización en el texto
del poema. Pedro Chamizo, "Eufemismo y metáfora: ambigüedad y
suposición," Filosofía y literatura en el mundo hispánico (Salamanca:
Universidad de Salamanca, 1997), pp. 127-145.
19. Noe Jitrik, Lectura y cultura, México: UNAM, 1987.
20. Stanley Fish, "Is There a Text in This Class?" Falling into Theory,
David H. Richter, ed. (Boston: Bedford Books, 1994), "In literary
criticism this means that no interpretation can be said to be better or
worse than any other, and in the classroom this means that we have no
answer to the student who says my interpretation is as valid as yours."
(234-235).
Índice
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