Metabolismo de La Electricidad

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Metabolismo de la electricidad

Generalmente ignoramos que existe un verdadero metabolismo de la electricidad: es el gran


mérito de Fred Vlés el haberlo estudiado. El animal- y este término incluye al hombre- se carga
negativamente absorbiendo pequeños iones negativos. Estos siguen un complicado camino a
través del organismo asociándose al fenómeno de oxidorreducción. Todos los fenómenos
vitales van acompañados de oxidaciones o de reducciones, sin hablar de otras funciones y
acciones mucho más complejas en el interior mismo de las células, en particular de la célula
nerviosa. Los otros metabolismos dependen en cierta forma de este metabolismo eléctrico. El
mamífero que vive en la naturaleza ingiere hasta hartarse las cargas negativos ligadas al
oxígeno respiratorio y elimina su exceso mediante la pérdida general que tiene lugar por la
piel. Al igual que la betería de nuestro coche, debemos “cargarnos” al máximo, para saturarnos
de electricidad negativa y dejar que la piel evacue el posible excedente.

Fred Vlés ha establecido que los animales homotérmicos, es decir, todos los mamíferos, sufren
una pérdida de electricidad mayor que los poikilotérmicos (los de sangre fría, como la rana), en
la que es casi nula. En el mamífero, que ha adquirido la regulación de la temperatura, el
régimen de intercambios eléctricos con la atmósfera es, por consiguiente, muy importante.

Todo sucede como si la pérdida de iones fuese tan importante como su absorción, como si
condicionase a ésta exactamente en la misma forma que la espiración condiciona la
inspiración.

Fred Vlés ha mostrado que esta pérdida de electricidad se veía favorecida por la acción
fotoquímica de la luz ultravioleta que proviene especialmente de los rayos solares. Los baños
de sol nos vitalizan al activar nuestro metabolismo eléctrico. Esto explica por qué el organismo
no debe ser aislado eléctricamente, sino que debe permanecer unido al suelo, porque así es
objeto de una huida eléctrica constante.

En la naturaleza todos los animales, según la expresión tan viva de Fabre, están “sometidos a
una electroterapia permanente” sin posibilidad de sustraerse a ella. La piel mantiene el aire
encerrado entre sus pelos, lo que constituye el mejor aislante térmico, sin que los pelos
obstaculicen la evacuación de la electricidad. Al contrario, son como pararrayos al revés. Todos
hemos observado las propiedades eléctricas de la piel del gato: al acariciarlo, puede producirse
un crepitar de electricidad estática. Mediante sus patas, los animales están en contacto directo
con el suelo. Sus organismos funcionan “ a tierra”. Esta acción es tan importante, que Fred Vlés
se pregunta si muchas investigaciones referentes al metabolismo de los mamíferos (efectuadas
sobre animales enjaulados, por ejemplo), sin preocuparse de las condiciones eléctricas, no
necesitarán una revisión de segunda aproximación. En el hombre, la ropa forma una capa
aislante que frena la evacuación normal de la electricidad por la piel y reduce los intercambios
eléctricos con el aire atmosférico. Además detienen los rayos ultravioletas. El calzado nos aísla,
en el sentido eléctrico del término, y contribuye así a disminuir nuestra vitalidad.

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