Carli - La Infancia Como Construccion Social
Carli - La Infancia Como Construccion Social
Carli - La Infancia Como Construccion Social
Introducción
En este capítulo intentaremos desplegar un conjunto de reflexiones acerca de los niños
en la sociedad contemporánea y de los desafíos de la educación infantil en la Argentina actual.
Primero exploraremos cómo se están modificando las fronteras entre la infancia y la
adultez en un escenario de mundialización de la cultura y de exclusión social, y cómo esto
demanda la construcción de una nueva visión del niño como sujeto en crecimiento y en
constitución.
En segundo término, analizaremos la emergencia del concepto de infancia como
construcción histórica de la modernidad, centrándonos en el papel que desempeñó la
escolaridad pública respecto de la población infantil, tanto desde una perspectiva de control y
disciplinamiento del niño como de modulación cultural.
En tercer lugar, realizaremos un recorrido por algunos de los imaginarios acerca de la
infancia que se localizan en el siglo XX y por las diferentes tesis sobre el niño, teniendo en
cuenta sus orígenes, como las formas de circulación y resignificación en los lenguajes
cotidianos, en los conflictos sociales, y en los procesos educativos y culturales actuales.
Por último, plantearemos nuestra perspectiva acerca de la necesidad de construir una
nueva mirada pedagógica de la infancia, que favorezca tanto la comprensión de las nuevas
posiciones e identidades de los niños como una problematización de la Posición del adulto
educador.
El historiador francés Jean-Louis Flandrin sostiene que "la infancia es una obsesión del
pensamiento contemporáneo". Obsesión de la modernidad que no indica necesariamente que
ésta haya generado un mayor y progresivo bienestar de la población infantil en el mundo. Sin
embargo, a lo que sí alude es a que la infancia se convirtió en un objeto emblemático del siglo
XX fijado por los saberes de distintas disciplinas, capturado por dispositivos institucionales,
proyectado hacia el futuro por las políticas de Estado y transformado en metáfora de utopías
sociales y pedagógicas.
Sin embargo, la constitución de la niñez como sujeto sólo puede analizarse en la
tensión estrecha que se produce entre la intervención adulta y la experiencia del niño, entre lo
que se ha denominado la construcción social de la infancia y la historia irrepetible de cada niño,
entre las regularidades que marcan el horizonte común que una sociedad construye para la
generación infantil en una época y las trayectorias individuales.
La mirada de los historiadores de la infancia, cuyas tesis desplegaremos luego, ha
estado centrada en el relato de los procesos por los cuales, a partir de la modernidad, la
infancia adquirió un status propio como edad diferenciada de la adultez, en cómo el niño se
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convirtió en objeto de inversión, en heredero de un porvenir. La mirada de los psicoanalistas,
en cambio, ha estado atenta a la singularidad del niño, ha focalizado la temporalización de la
subjetividad, para leer y analizar las articulaciones complejas que se tejen en la historia infantil
con lo histórico-social.
En la actualidad se está produciendo un debate acerca del alcance de la invención de
la infancia moderna, cuyos rasgos más importantes la ligaban con la escolarización pública y la
privatización familiar; por otra parte, las interpretaciones psicoanalíticas sobre la subjetividad
infantil son objeto de revisión ante la complejidad de los vínculos parentales, de los procesos
de identificación y de la constitución psíquica de cada niño en la vida contemporánea.
Las nuevas formas de la experiencia social, en un contexto de redefinición de las
políticas públicas, de las lógicas familiares y de los sistemas educativos, están modificando en
forma inédita las condiciones en las cuales se construye la identidad de los niños y transcurren
las infancias de las nuevas generaciones. Esto está generando un terreno propicio para el
debate acerca de las formas de constitución de los niños como sujetos y como sujetos de la
educación, pero también para la construcción de nuevos lenguajes que den cuenta de lo real y
de lo desconocido que la experiencia infantil revela para los adultos.
Los estudios sistemáticos, tales como los testimonios cotidianos, coinciden en destacar
esta mutación de la experiencia infantil que conmueve a padres y maestros, seduce al
mercado e intentan explicar los especialistas. Si bien no es posible hablar de "la" infancia, sino
que "las" infancias refieren siempre a tránsitos múltiples, diferentes y cada vez más afectados
por la desigualdad, es posible, sin embargo, situar algunos procesos globales y comunes que
la atraviesan.
Esa mutación se caracteriza, entre otros fenómenos, por el impacto de la diferenciación
de las estructuras y de las lógicas familiares, de las políticas neoliberales que redefinen el
sentido político y social de la población infantil para los estados-naciones, de la incidencia
creciente del mercado y de los medios masivos de comunicación en la vida cotidiana infantil, y
de las transformaciones culturales, sociales y estructurales que afectan la escolaridad pública y
que convierten la vieja imagen del alumno en pieza de museo.
El comentario cotidiano que señala que "los niños son diferentes hoy" se asienta en una
verdad: los niños siempre son testigos y contemporáneos de un presente histórico frente al
cual la percepción e interpretación de los adultos se hallan más mediadas por la inscripción del
pasado en su memoria generacional. Difícil es, en este sentido, la situación del maestro, que
debe sortear esto para llevar adelante la tarea de enseñanza, pero que debe pensar también
en la cuestión de la temporalidad para favorecer la transmisión.
Esta situación estructural, que distingue la mirada y la experiencia de las edades, se
agudiza en las últimas décadas ante la impugnación de las tradiciones culturales, la pérdida de
certezas (entre otras, las referidas al trabajo, la procreación, etc.) y la imposibilidad de prever
horizontes futuros. Desde la problemática del medio ambiente hasta los fenómenos en el
campo de la genética, todo indica transformaciones aceleradas que impactan sobre el registro
temporal de las generaciones.
Provisionalmente, sostendremos que estos fenómenos, entre otros, hacen que la frontera
construida históricamente bajo la regulación familiar, escolar y estatal para establecer una
distancia entre adultos y niños, y entre sus universos simbólicos, ya no resulte eficaz para
separar los territorios de la edad. Afirmación fuerte y hasta taxativa, pero que merece analizarse
sin prejuicios.
Algunos autores sostienen que los medios masivos de comunicación barrieron con el
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concepto de infancia construido por la escuela. Exploremos esta hipótesis. Neil Postman, en un
texto de notoria difusión en el ámbito educativo, llega a sostener la "desaparición de la infancia"
-de ese artefacto social creado en el Renacimiento-, a partir de la erosión, provocada por los
mass media, de la línea divisoria entre la infancia y la adultez. Afirma a su vez que, así como
los medios gráficos crearon a la infancia, los electrónicos la están expulsando o haciendo
desaparecer, al modificar las formas de acceso a la información y al conocimiento. El
politicólogo italiano Giovanni Sartori se extiende en la idea de constitución de un nuevo tipo de
niño, el "vídeo-niño", a partir de considerar a la televisión como una nueva paideia.
Estas interpretaciones, centradas en el impacto de la imagen sobre la cultura infantil, se
vinculan con el proceso de mundialización de la cultura que describe Renato Ortiz. Según este
autor, la socialización en el consumo, que remite a un mercado mundial, instala una memoria
de tipo internacional-popular de dimensión planetaria a partir de objetos compartidos a gran
escala, que se graban en la experiencia del presente y llenan el vacío del tiempo. Esa memoria
se contrapone a la memoria nacional, que pertenece al dominio de la ideología, depende del
Estado y de la escuela, y opera por el olvido. Coincidiendo con Sartori, para Ortiz los medios
proveen a un tipo de socialización y cumplen funciones pedagógicas que antes desempeñaba
la escuela; proveen referencias culturales para las identidades de los hombres, en este caso,
de los niños.
Siguiendo el argumento de estos autores, los cambios en la esfera mundial provocados
por la expansión planetaria de los medios y las tecnologías a partir de los años '50 han
favorecido una mayor distancia cultural entre las generaciones.
El historiador Eric Hobsbawm, entre otros, se ha detenido en la explicación de este
proceso; afirma la existencia de una brecha o desfase provocado por "la destrucción del
pasado o más bien de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea del
individuo con la de las generaciones anteriores".
El borramiento de las diferencias entre niños y adultos no es sólo un fenómeno cultural
provocado por el impacto del universo audiovisual, sino que también puede explorarse en el
terreno social. La vida cotidiana de amplios sectores de niños no se distingue de la de los
adultos en la medida en que comparten cuerpo a cuerpo la lucha por la supervivencia. El
trabajo infantil, los chicos de la calle, el delito infantil, son fenómenos que indican experiencias
de autonomía temprana, una adultización notoria y una ausencia de infancia, nada inéditos en
América latina. La pobreza, la marginación y la explotación social reúnen a las generaciones
en un horizonte de exclusión social que no registra diferencias por edad. Respecto de ello, el
trabajo social con niños denuncia las limitaciones de los saberes producidos hasta ahora y
requiere un nuevo tipo de profesionales que considere a los grupos sociales como actores y a
los niños como sujetos.
Sea por efecto de la globalización del mercado y del impacto cultural del consumo a
nuevas edades o por la exclusión social que afecta a amplios sectores, o por sus efectos
combinados, el borramiento de las diferencias entre niños y adultos no nos permite afirmar en
forma terminante que la infancia desaparece. También podríamos argumentar en este sentido
que los medios, y el mercado que se organiza en torno a ellos como: potenciales
consumidores, han fundado una "cultura infantil", con el mismo impacto que tuvieron en la
conformación de una cultura juvenil global a partir de la Segunda posguerra.
Lo que queremos afirmar entonces es que las infancias se configuran con nuevos
rasgos en sociedades caracterizadas, entre otros fenómenos, por la incertidumbre frente al
futuro, por la caducidad de nuestras representaciones sobre ellas y por el desentendimiento de
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los adultos, pero también por las dificultades de dar forma a un nuevo imaginario sobre la
infancia. Desapareció "nuestra" infancia, la de los que hoy somos adultos, la que quedó
grabada en la memoria biográfica, y la de los que advienen al mundo nos resulta ignota,
compleja, por momentos incomprensible e incontenible desde las instituciones.
"Desaparecer", en la Argentina, remite a la no localización de los cuerpos. Según el
diccionario, alude a "ocultarse, quitarse de la vista"; parecería que el debate contemporáneo
invita a volver a ponerlos a la vista, a volver a construir una mirada de los cueros y las almas
de nuestros niños, ésos tan obvios y tan naturalizados, tan dados por constituidos en las
instituciones. Se carece no de niños sino de un discurso adulto que les oferte sentidos para un
tiempo de infancia que está aconteciendo en nuevas condiciones históricas, para niños que
son a la vez ciudadanos del mundo y objeto de exterminio. Y en un mundo, a su vez, en el que
los adultos deben redefinir su propia ubicación en una sociedad compleja.
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educativa que respete lo que Basil Bernstein llama el "derecho al crecimiento", entendiendo el
crecimiento como "la posibilidad de experimentar los límites- sean éstos de naturaleza social,
intelectual o personal- no como prisiones o estereotipos, sino como puntos de tensión que
condensan el pasado y que se abren hacia futuros posibles". Derecho que es condición de lo
que denomina "la confianza", a la que se suman el derecho a la inclusión y el derecho a la
participación.
Educar en la sociedad contemporánea requiere en buena medida volver a considerar al
niño como un sujeto en crecimiento, como un sujeto que se está constituyendo, que vive, juega,
sufre y ama en condiciones más complejas, diversas y desiguales. Supone admitir, por otra
parte, que frente a un niño en crecimiento hay adultos cuyas identidades, en tanto relacionales
y nunca constituidas plenamente, se hallan abiertas a la contingencia y deben ser
contextuadas, que están afectadas hoy por la impugnación de las tradiciones, por la crisis de
los mandatos institucionales y por la pauperización de las condiciones de vida, pero también
por la persistencia del deseo de una sociedad más justa.
Desde allí, la transmisión cultural puede tornarse promesa. Si bien el mercado u otros
fenómenos modifican las identidades de niños y adultos, no eliminan las posiciones
diferenciales que unos y otros ocupan en todo proceso de transmisión.
Tal como señala Freud, la brecha entre nuestra memoria de infancia, siempre
atravesada por la represión y por la amnesia, y el presente de los niños debería dejar de ser
motivo de repetición y de una nostalgia conservadora para convertirse en argumento para
restituir a niños y educadores una nueva condición de sujetos.
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origen de la cultura y que nos conduciría a otro tipo de lecturas, lo que nos interesa destacar es
que en los proyectos de la modernidad europea y latinoamericana la educación de la niñez fue
una de las estrategias nodales para la concreción de un orden social y cultural nuevo que
eliminara el atraso y la barbarie del mundo medieval y colonial. Un imaginario del cambio
cultural y social que, a la vez que supuso en América latina la guerra contra el español y el
exterminio del indio, favoreció la significación de la infancia a partir de la concepción de la
niñez como germen de la sociedad política y civil del futuro, y de su escolarización como
garantía de un horizonte de cambio social y de progreso.
En Sarmiento esta mirada resulta ejemplificadora, en la medida en que su interés por la
cuestión del niño se vinculaba con, el proyecto político liberal de fundar una sociedad moderna.
Sarmiento consideraba al niño como un menor sin derechos propios, que debía subordinarse a
la autoridad disciplinaria del maestro y de los padres; pero a la vez lo consideraba una bisagra
con la sociedad futura, debía ser estudiado para lograr proporcionarle una educación eficaz
que lo situara generacionalmente como pieza de una nueva cadena histórica. En 1853,
Sarmiento sostuvo:
En la sociedad política compuesta de hombres, pues ni los menores ni las mujeres entran
en ella, no puede decirse que el gobierno solo tiene razón, porque la monstruosidad es aparente,
los gobernados son hombres. Pero no sucede así en una escuela, aunque se componga de
jóvenes de veinte años. Hemos dicho que ante la ley son menores de edad, sin el más mínimo
derecho [...]. El niño ante la razón es un ser incompleto, y el púber lo es más aun, ya porque su
juicio no está todavía suficientemente desenvuelto, ya porque sus pasiones tomen en aquella
época un desusado y peligroso desenvolvimiento. Sarmiento. Disciplina escolar, 1853.
Esta nueva posición del niño con la modernidad, que puede recorrerse a través de la
lectura de la obra de Sarmiento y de otros pedagogos, políticos y filántropos del siglo XIX en
América latina, comenzó a ser objeto de investigación histórica a partir de estas últimas
décadas. Hasta la primera mitad del siglo xx las historias políticas y las historias de la
educación se habían ocupado de describir la emergencia de los estados-naciones modernos y
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de los sistemas de instrucción pública, pero volviendo invisibles a las generaciones de niños
que transitaban por las fábricas o las escuelas, minimizando el impacto de las concepciones
sobre el niño en el cambio histórico.
Philippe Ariés, el historiador francés que con su obra pionera El niño y la infancia en el
Antiguo Régimen, publicada en 1961, suscitó un creciente interés por la cuestión de la
infancia, sostuvo por ello que su deseo era "salir de la política" para poder explicar el cambio
histórico desde otras perspectivas: los cambios en la mentalidad de los adultos respecto de los
niños.
La obra de Ariés inauguró una nueva ruta de la historiografía, una serie de trabajos de
historiadores de la infancia, de la familia y de la vida privada que permitieron convertir al niño
en objeto de investigación. Ligadas en su origen a la historia de las mentalidades, las historias
de la infancia constituyen un conjunto heterogéneo. En todos los casos, sus desarrollos no
aluden a evoluciones lineales de las condiciones de vida de los niños, sino que describen
procesos progresivos y regresivos, continuidades y rupturas. Lo que sí es posible concluir es
que la historia de la infancia está atravesada por las luchas políticas, las ideologías y los
cambios económicos, como cualquier otro objeto de interpretación historiográfica.
El punto de coincidencia entre los historiadores radica en localizar en la modernidad,
entre los siglos XVII y XVIII, la emergencia de un nuevo tipo de sentimientos, de políticas y de
prácticas sociales relacionadas con el niño. Las tesis básicas de Ariés, algunas de ellas
discutidas con posterioridad, señalan que, a diferencia de la sociedad tradicional, que no podía
representarse al niño y en la que predominaba una infancia de corta duración (período de
máxima fragilidad del niño), en las sociedades industriales modernas se configura un nuevo
espacio ocupado por el niño y la familia que da lugar a una idea de infancia de larga duración y
a la necesidad de una preparación especial del niño. Este vuelco hacia un mayor interés por el
niño se vincula con la emergencia de la familia nuclear y es acompañado más tarde por la
reducción del número de nacimientos y por la organización de la familia como espacio privado.
Según Ariés, la socialización familiar reemplaza a la sociedad comunitaria, produciéndose una
"revolución sentimental y escolar".
Ariés describe la experiencia francesa, en la cual comenzó, entre los siglos XVII y
XVIII, la "retirada de la familia de la calle, de la plaza, de la vida colectiva, y su reclusión dentro
de una casa mejor defendida contra los intrusos, mejor preparada para la intimidad".
La experiencia inglesa fue analizada por el historiador Lawrence Stone, quien describe
los cambios experimentados entre 1500 y 1800 en las familias de la alta burguesía de los
pueblos y de la baja nobleza del país a partir de la aparición de un sentido de privacidad
doméstica que acompaña el aislamiento del núcleo familiar, favoreciendo relaciones
interpersonales de mayor cohesión psicológica dentro de la unidad conyugal y produciendo
una transferencia parcial de las funciones de la Iglesia a la familia.
Una exploración de la experiencia argentina nos ubica en el complejo escenario de los
siglos XVIII y XIX. Según el historiador argentino Ricardo Cicerchia, en el 1800 había familias
nucleares y familias extensas, y "ello anuncia en la Argentina una voluntad general de constituir
familias pequeñas". Junto al modelo patriarcal hegemónico existía "el complejo y variado
sistema de hábitos sociales que incluyó consensualidad, ilegitimidad y exogamia, produciendo
sujetos de derecho al margen de la normativa y del discurso oficial". En suma, "niños" y
"menores" fueron luego los nombres con los que se ordenó un mapa de la población infantil
complejo y heterogéneo (niños legítimos e ilegítimos, abandonados y huérfanos, alumnos y
asilados, etcétera).
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Los debates en torno a la sanción, en 1884, de la ley 1420, por la cual se estableció la
obligatoriedad escolar, reflejaron las polémicas acerca de las concepciones vigentes sobre la
familia y la ubicación del niño en un orden privado y público en la etapa de fundación del
sistema educativo. La polémica, entonces, se refería a si el niño debía ser la prolongación de la
familia, un brazo o propiedad de ella, o un sujeto de un nuevo orden social público.
El reconocimiento de los derechos de los menores fue el argumento que esgrimió el
liberalismo laico para imponer la obligatoriedad de la educación pública, en un contexto de
fundación del Estado nacional.
Este debate se agudiza hoy, cuando están cuestionados los límites entre lo público y lo
privado, y en buena medida se ha invertido respecto del momento de fundación del sistema
escolar en las últimas décadas del siglo XIX. La cuestión en juego no es cómo imponer a los
padres la obligación de enviar a sus hijos a la escuela, sino cómo el Estado puede seguir
siendo el garante principal de la educación pública.
La escolarización de la infancia
"Ustedes conocen por experiencia el efecto del corral sobre los animales indómitos.
Basta el reunirlos para que se amansen al contacto del hambre. Un niño no es más que un
animal que se educa y dociliza" (Sarmiento, 1862).
La construcción social de la infancia moderna se relaciona no sólo con las
transformaciones de la familia sino con la emergencia de la escolaridad. La escuela "sustituyó
el aprendizaje por medio de la educación", provocando el cese de la cohabitación de los niños
con los adultos y el aprendizaje por contacto directo.
Según Flandrin, el proceso de escolarización de la infancia desembocó en "la
infantilización de un amplio sector de la sociedad", que dio lugar, por otra parte, a un proceso
de pedagogización de la infancia.
Este proceso de escolarización de la niñez se interpretó de maneras muy diversas. P.
Ariés lo calificó como un "período de reclusión", de cuarentena. Autores como Michel Foucault
insistieron en sus efectos de disciplinamiento de los cuerpos y de las conciencias, en
considerarlo el territorio de una “política del cuerpo”.
Detengámonos en la visión de Julia Varela y Fernando Álvarez-Uría, en un trabajo que
reúne diversos artículos referidos a la aparición de la escuela moderna y al lugar del niño.
Sostienen allí que la escolarización fue una "maquinaria de gobierno de la infancia" a partir de
la cual se produjo la definición de un estatuto, la emergencia de un espacio específico para la
educación de los niños, la aparición de un cuerpo de especialistas de la infancia, la destrucción
de otros modos de educación y la institucionalización de la escuela a partir de la imposición de
la obligatoriedad escolar.
Diferencian, por otra parte, la constitución de la infancia rica vinculada a la familia (hijos
de familia) de la pobre, resultado de una intervención directa del gobierno, y concluyen que la
aparición de la escuela obligatoria fue un instrumento constitutivo de un sentimiento hacia la
infancia hasta entonces inexistente en las familias de sectores populares.
La escolaridad obligatoria funcionó en la Argentina como un dispositivo disciplinador de
los niños de los sectores populares, hijos de la inmigración y de la población nativa, pero al
mismo tiempo tuvo una incidencia efectiva en la conformación del tejido social y cultural del
país. La escuela favoreció la constitución de una cultura pública que incidió generacionalmente
en el quiebre de la sociedad patriarcal, en la lucha por un horizonte de ciudadanía democrática
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y en la posibilidad de construir una sociedad integrada desde el punto de vista cultural. Los
niños se inscribieron, a través de la escuela, en un orden público.
Si bien en cierto sentido la implantación del sistema escolar supuso violentar el orden
cultural preexistente, al imponerse a la sociedad la obligatoriedad de asistencia a la escuela de
los menores de 6 a 14 años, esto incidió en la constitución de los niños como sujetos, ya que
comenzaron a ser interpelados por diversos tipos de discursos, que oscilaron entre la
protección, la represión y la educación.
Empezaron a ser visualizados como un colectivo, como una generación constitutiva de
la población argentina, y la educación fue el mejor espacio para su inclusión. A partir de allí el
niño quedó capturado en buena medida por la escuela; la infancia se convirtió en el punto de
partida y en el punto de llegada de la pedagogía, pero una pedagogía que dialogaba con la
criminología, con la psicología experimental, con la literatura, con los estudios médicos, es
decir, con el conjunto de saberes que en la época otorgaba validez científica a la pedagogía y
prescribía acerca de la naturaleza y la identidad propias del niño. Las capturas de éste por los
saberes y las instituciones son un problema en la medida en que pretenden cerrar las
identidades y eliminar la contingencia que las afecta.
Esa captura pedagógica y escolar que caracterizó al positivismo de principios de siglo
no estuvo exenta de polémicas educativas sobre el estatuto del alumno.
Los textos de los pedagogos positivistas de fines del siglo XIX intentaban fijar y cerrar
la identidad del niño a las necesidades de la lógica escolar y lograr su disciplinamiento para
hacer posible la tarea de enseñar del maestro, entendida como una batalla contra los instintos
colectivos de la masa infantil y contra las diferencias dentro de ella. Pero también los informes
de la época, los propios escritos de los maestros y la memoria de los alumnos denunciaban los
límites de ese dispositivo explicativo y, por lo tanto, de sus efectos en el disciplinamiento.
Las conductas infantiles siempre desbordan la estrechez de la mirada adulta,
obsesionada entonces por controlar el exceso de movimiento, la atención dispersa, el
cuchicheo y los motines.
En muchas escuelas persiste la pretensión de controlar los cuerpos y las conductas,
pero ésta fracasa en el intento de lograr que, los gestos de los educadores provoquen
conductas automáticas en los niños (silencio, orden, obediencia).
Son huellas de esa obsesión positivista que fundó a la escuela, pero también de las
dificultades actuales para lograr construir en las instituciones educativas condiciones para
llevar adelante los procesos de enseñanza-aprendizaje y de la ilusión de contar con una
tecnología eficaz que borre el dilema cultural y social que se pone en juego en todo encuentro
intergeneracional.
"[...] la infancia es, por excelencia, una de esas zonas-límite en que lo público y lo
privado se bordean y se afrontan a veces violentamente" (Michelle Perrot).
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Sin embargo, es posible analizar cómo en distintas épocas ciertos imaginarios acerca
de la educación infantil han permeado la constitución de los niños como sujetos; nos referimos
a ciertas regularidades que remiten a la trama cultural de un período histórico. Así como en la
primera mitad del siglo XX la cultura escolar favoreció la tematización del alumno y la lucha por
la democratización del acceso fue nodal, las impugnaciones a la escuela que se multiplicaron
con diversos argumentos a partir de los años '50 modularon nuevos imaginarios.
En este sentido, Lawrence Stone sostiene: "El único cambio lineal constante en los
últimos 400 años parece haber sido un creciente interés por los niños, aunque su trato en la
actualidad oscila cíclicamente entre la permisividad y la represión". Las miradas a la infancia
han oscilado muchas veces entre proclamas de derechos del niño y mandatos represivos,
desplazándose conflictivamente durante el siglo XX por territorios de interpretación
confrontados: entre la libertad del niño y la autoridad del adulto. Recorramos el siglo XX
partiendo de esta hipótesis acerca de la tensión entre permisión y represión:
1. Algunos períodos del siglo se han caracterizado por una ubicación del niño en el
centro de la escena educativa, con argumentos relacionados con la valorización de la
"naturaleza propia del niño", con una notoria recuperación de la idea de libertad infantil y con
un énfasis puesto en el aprendizaje y en la imposición de límites a la autoridad del maestro.
a) El período inicial es el que corresponde a las primeras décadas del siglo, en el
cual tanto la divulgación de las ideas y propuestas pedagógicas del Movimiento de la Escuela
Nueva como del psicoanálisis dan lugar a un reconocimiento del niño y a un conjunto de
críticas a los adultos por oprimir su espontaneidad y sus intereses. El niño comenzó a ser
objeto de miradas disciplinarias (en particular, de la psicología) que toman como objeto de
análisis la naturaleza propia del niño y discuten el fenómeno de la autoridad escolar,
postulando la importancia del estudio del niño y de la renovación de metodologías, planes de
estudios y normas escolares. La infancia como edad se resignifica en tanto tiempo genético de
un nuevo orden social durante el período que transcurre entre la Primera Guerra Mundial y la
Segunda, al calor de la expansión de posiciones socialistas. Esta mirada al niño y a la escuela
sucede a la etapa fundadora del sistema escolar y remite a las múltiples experiencias de
renovación pedagógica en distintos lugares. Pensemos en la experiencia de Olga Cossettini,
en Rosa Ziperovich, en Jesualdo, en Luis Iglesias y en tantos otros educadores.
b) El segundo período es el que corresponde a las décadas del '60 y del '70, durante
las cuales se configura un nuevo imaginario sobre la infancia a partir de la divulgación de
distintas corrientes psicológicas y psicoanalíticas, de la pedagogía de la autogestión, la
psicología genética, la pedagogía antiautoritaria, la literatura infantil. La infancia es analizada
por un conjunto de disciplinas frente a una sociedad que comienza a transformarse en forma
acelerada desde el punto de vista social, cultural y político. Los niños se tornan objeto del
mercado, de los medios masivos, de la publicidad, pero también de nuevas políticas.
Pensemos en los textos y canciones de María Elena Walsh, en los artículos
periodísticos de Florencio Escardó, en la preocupación por la influencia violenta y
colonizadora de la televisión, en la historieta Mafalda. Lo que entonces se denominaba
"conflicto generacional" fue un tema reiterado en debates públicos, escritos y experiencias
educativas de la época.
2. Otros períodos se caracterizaron por un borramiento del niño, por una sujeción de la
población infantil a la Nación, a la raza o al Estado, mediante políticas represivas. La más
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directa eliminación del niño, su subordinación al poder del Estado y la inscripción de la infancia
en un imaginario fundamentalista permanecieron también en el imaginario de algunos períodos
del siglo XX.
a) Desde esta lectura, es posible pensar el período correspondiente a la década del
'30, cuando se produce en Europa el surgimiento del nazismo. Existía una "teoría del niño" que
daba sentido a muchas de las medidas relacionadas con la selección racial de los elementos
de la población infantil del país nacionalsocialista. El desprecio del débil y la obediencia al
poderoso son el núcleo de toda ideología fascista, y desde esta perspectiva la autoridad del
poder (de la raza, de la clase o del Estado) se concibe como determinante de la identidad del
niño. En la Argentina la política educativa de los gobiernos conservadores de la década del '30
estuvo permeada por este imaginario, en el que la población infantil debía tener una fuerte
sujeción al Estado. La educadora Olga Cossettini calificó esa política educativa como una
"pedagogía de la perversidad".
b) También es posible situar el período de los años '70, caracterizado por la
presencia de dictaduras militares en América latina. Como respuesta regresiva, los niños
fueron convertidos en botín de guerra (hijos de desaparecidos), se operó la sustracción de sus
identidades y se instalaron diversas formas de control privado-familiar de la vida infantil desde
el poder del Estado. En la ruptura de la cadena generacional que ligaba a los niños con sus
padres, y en la ubicación de éstos en otras cadenas (las de los apropiadores), los niños fueron
anulados como sujetos.
Desde el "¿Dónde está su hijo?" hasta las múltiples medidas persecutorias tomadas en
las escuelas, una política represiva de la libertad y autonomía del niño atravesó el clima de la
época y dejó un sustrato cultural para la viabilidad de posteriores políticas económicas de corte
neoliberal que sumaron ajuste y pobreza. Basta revisar las revistas femeninas de divulgación
del período para reconocer la agenda de temas de la opinión pública.
Lo que nos interesa destacar es que los movimientos sociales liberadores los suceden,
en muchos casos, fuertes políticos represivos, y estos ciclos, leídos en clave política, pueden
pensarse también respecto de los cambios abruptos en los imaginarios sobre la educación
infantil. Esto está presente en la relación entre las generaciones en los procesos educativos, en
la cual se expresan en algunos conflictos escolares huellas de imaginarios históricos
contrapuestos. Por último, entre los movimientos renovadores de signo utópico y las políticas
represivas de fuerte control social se sitúan muchas experiencias históricas.
En la actualidad encontramos esta tensión entre represión y permisión, que es síntoma,
entre otras cosas, de cómo la crianza y educación de un niño resultan hoy un prisma para
observar las dificultades de la generación adulta para construirle un horizonte. Horizonte
extensible a la sociedad en su conjunto.
La historia de la educación y de la pedagogía está vertebrada por tesis acerca del niño
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que tienen la versatilidad, en muchos casos, de permanecer en el tiempo como residuos de
concepciones sustancialistas que están en la base de muchas prácticas educativas, pero que a
la vez cristalizan y sedimentan un tipo de relación histórica entre las generaciones.
La pedagogía moderna impugnó una tesis clásica, la que se refería al niño como a un
"adulto en miniatura". Hoy, en el contexto de rediscusión de las fronteras entre las edades,
aquella tesis vuelve a adquirir significado en el debate pedagógico atendiendo a las
transformaciones de la experiencia social contemporánea. Acompañando la controversia
acerca de la condición infantil o adulta del niño, se reeditan otras tesis relacionadas con la
maldad o inocencia y con la autonomía o heteronomía del niño.
Intentemos un recorrido histórico por estas tesis, para dar cuenta de los conceptos.
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proceso de derogación. Por otra parte, durante mucho tiempo la tesis acerca de la inocencia
del niño favoreció la pauperización de productos culturales y la infantilización de los discursos
pedagógicos.
Estas tesis operaron como mitos y dieron un estatuto rígido a la identidad infantil, y si
bien tuvieron como condiciones de producción histórica otros escenarios, se repiten
acríticamente ante el drama que inunda hoy los vínculos entre las generaciones. Reducen la
cuestión de los instintos infantiles y las violencias de origen social a interpretaciones morales,
toman auge en sociedades desquiciadas y amenazadas como argumentos esencialistas que
traslucen los miedos de la sociedad y la ausencia de políticas interesadas en el futuro de la
población infantil y ponen en escena la cuestión de la responsabilidad pública frente a los
niños.
La tesis de Rousseau sobre la inocencia infantil permitió ubicar históricamente al niño
en un lugar diferencial respecto del adulto, cuestionando el castigo y reclamando un mayor
respeto, en una época en la cual las prácticas vigentes impedían la expresión y espontaneidad
de los niños.
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registro a la lógica de las instituciones (convulsionadas por la defensa de la autonomía de los
niños y jóvenes), pero en otro a las formas de interpretar la constitución de la subjetividad
infantil y a la intervención del adulto-maestro: si la autonomía es resultado de un despliegue del
interior del niño, de su naturaleza propia, de lo que en aquella época se enunciaba como
"espontaneidad infantil", o si en todo caso es el resultado paradójico de una tarea imposible.
"Siempre existe un desgarro en la tensión existente entre una transmisión, por más
lograda que ésta sea, y un deseo que intenta situar al sujeto en el espacio mismo de su verdad,
de su vida, de su existencia. [...j lograr una transmisión equivaldría a preparar al niño para
afrontar las dificultades de la existencia" (J. Hassoun).
El fin de siglo nos enfrenta, como educadores, a algunos desafíos, ante la presencia
muchas veces salvaje de las lógicas del mercado y ante la ausencia de un protagonismo
sostenido del Estado. La población infantil ha dejado de ser concebida como una promesa para
el futuro; los procesos de globalización económica y las políticas neoliberales han generado un
cambio sustantivo, que dio lugar a complejas combinaciones entre reconocimiento de los
derechos del niño y políticas represivas, entre discursos universalistas y convalidación de la
exclusión social de amplios segmentos de la población infantil.
Podemos sostener que durante el siglo XX se ha producido un pasaje de la búsqueda
de sujeción de los niños a las instituciones (familia, escuela, Estado, Nación) a su desujeción
por la crisis de éstas. Pero mientras en otras épocas ciertos imaginarios de la sociedad civil
(anarquismo, hippismo, entre otros) podían sostener la impugnación al Estado, a la escuela e
inclusive a la institución familiar (concebidos como opresores, como aparatos caducos),
defendiendo la posibilidad de nuevos tipos de vínculos e instituciones, esto se topa en la
actualidad con dificultades notorias.
La escuela pública, entre otras instituciones, se ha resignificado en estas últimas
décadas como un espacio privilegiado para la población infantil en un con texto de
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desintegración social, diversidad cultural y fuertes cambios respecto del sentido de lo público.
Sin embargo, las deterioradas condiciones de trabajo docente y el nuevo estatuto de la
pedagogía, afectada tanto por la multiplicidad como por la dispersión de saberes, denuncian
las dificultades de la empresa decimonónica de escolarización y pedagogización de la infancia.
Por otra parte, ya no es la escuela la que produce "las" definiciones acerca de la
infancia o discute críticamente las definiciones heredadas, sino que son los niños los que
desafían a redefinir las escuelas; de esto resulta tanto un emergente de la crisis de éstas
como de las nuevas características del tejido cultural y social.
En forma condensada, podemos situar algunas de las problemáticas ligadas con la
niñez que se presentan hoy en las escuelas:
1) problemáticas culturales y sociales relacionadas con el impacto de los
procesos migratorios que modifican a la población infantil e interpelan a la cultura
escolar (diversidad, tipos de crianzas familiares, lenguajes, valores, etc.);
2) problemáticas sociales y culturales relacionadas con el trabajo infantil y la
pobreza;
3) problemáticas relacionadas con el
impacto socializador e identificatorio del consumo sobre los niños;
4) problemáticas
relacionadas con la conflictividad propiamente escolar (violencia, etc.). La cuestión que
se debe profundizar radica en cómo configurar una nueva mirada pedagógica de la
infancia hoy frente a esta diversidad de problemáticas emergentes, frente a lo que
informes recientes evalúan como un estallido de los sujetos de la pedagogía moderna.
Para ello se necesita, en primer lugar, una mirada con dimensión histórica, en la medida
en que ella permite restituir la cadena histórica entre las generaciones en un contexto de
desintegración de lazos sociales y volver a ubicar la "condición humana" de todo proceso
educativo para desde allí potenciar demandas, desafíos y ejercicios de responsabilidad pública,
mirada que vuelva a interrogar los problemas interculturales y sociales de las escuelas a través
del tiempo y que recupere la memoria de las mejores experiencias de educación infantil.
Pero debe ser también una mirada hacia lo contemporáneo, atenta al devenir y a los
registros de temporalidad de cada generación, en un esfuerzo de descentramiento de los
adultos que favorezca la construcción de una nueva posición educadora acorde con
condiciones históricas siempre cambiantes, que explore el impacto de las nuevas tecnologías,
de los cambios perceptivos, de las formas de construcción de conocimiento, de los procesos
de identificación infantiles, de los cambios en la cotidianidad.
Por último, tendría que comenzar a ser una mirada constructora de futuros que potencie
tanto las demandas como las autocríticas, la imaginación pedagógica y la toma de decisiones
relacionadas con el cuidado y la orientación de las trayectorias escolares de los niños, que
permita producir nuevos pactos y abrir puertas a tiempos más justos y dignos paró la población
infantil.
El educador de niños se mueve siempre entre la sociedad de los niños y la sociedad de
los adultos, pero también entre los lazos familiares y los lazos políticos, entre la privacidad
doméstica y la esfera pública, y entre el pasado y el futuro.
La constitución del niño como sujeto se relaciona con esas tensiones, en las cuales lo
que está en juego no es sólo su posición y su crecimiento sino, además, la posición del adulto y
los proyectos de una sociedad. Las políticas crean las condiciones para que la educación se
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torne posible, y en ello la dignificación del trabajo docente resulta clave. Pero en la educación
de los niños se juega también la singularidad del vínculo entre un adulto y una generación en
crecimiento, trabajo del tiempo y del deseo, de transmisión siempre renovada.
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