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Este es el tiempo del cambio. España 1982-1996. Una sociedad en
transformación
… 1982 fue el año en que España mudó su piel tradicional, de toro que le decían, por otra de
naturaleza más humana y multicolor. (…) La revolución había llegado, pero quizá no como
pensaban muchos que llegaría. No era aquella una revolución política ni tan siquiera ideológica
en el sentido marxista de la palabra, era más bien una rebelión estética sin patrones que se
nutría de todo el que se dejaba. Lo único que parecía unir a todos aquellos músicos de lo que
se daría en llamar la Movida era una admiración desmedida por la modernidad, en un claro
intento de ruptura drástica con las formas y los contenidos del pasado. El triunfo del PSOE en
las elecciones de octubre supondría el espaldarazo definitivo al caudal creativo de toda una
generación. La palabra clave era cambio. Miguel Ríos utilizó su exitosa y larga gira de aquel año
para lanzar la profecía (“Este es el tiempo del cambio, el futuro se puede tocar...”); Felipe
González era el Mesías; los artistas e intelectuales progresistas actuaron de apóstoles; la
Movida, de Hosanna hey; y Alaska, de María Magdalena. ¿Un Judas también? Cómo no, el
ínclito Georgie koumbó de la selva 1 .
La popular serie de TVE Cuéntame como pasó arrancaba su nueva temporada situando la acción tan
solo unos meses antes de la victoria de los socialistas en octubre de 1982. Se ha escrito mucho
sobre una serie que desde 2001 nos recuerda el pasado más reciente de este país a través de una
trama familiar de clase media. Cuenta con buenos guiones y con un plantel de magníficos actores
que hacen convincentes y cercanas al gran público situaciones y circunstancias que probablemente
en otras manos serían muy poco creíbles o peor aún, darían lugar a un amable pastiche
costumbrista, una especie de crónica sentimental con ribetes históricos. La voz en off de Carlos, a
quien hemos visto creer desde que era un niño hasta convertirse en un joven empresario hostelero y
representante de un grupo de la movida madrileña, nos recuerda a otra legendaria serie, Aquellos
maravillosos años. Ambas producciones arrancaron el desarrollo de su trama argumental en un año
tan simbólico como fue 1968. Las críticas sobre la calidad de la serie han sido más o menos
unánimes y como reflejo de ello están los numerosos premios y reconocimientos que ha obtenido a
lo largo de los últimos años. Sin embargo, la opinión de la profesión, nos referimos a la de los
historiadores, ha sido menos entusiasta. El tratamiento de determinados acontecimientos y
personajes por parte de la serie suele comentarse en las tertulias de café, pero salvo algunas
excepciones no ha merecido la atención de los historiadores –nosotros no nos rebajamos a eso–, un
hecho que sorprende, sobre todo porque constituye un vehículo que de un modo otro está
contribuyendo a construir y difundir entre amplias capas de nuestra sociedad actual un determinado
relato de lo sucedido en la España reciente (E. Ladrón de Guevara et al., 2003, 28-39).
Al margen de las críticas –y en algunos casos del cierto desdén que ha provocado la serie
entre los historiadores–, lo cierto es que ha servido para que muchos españoles nos miremos en el
espejo del pasado y rememoremos la importancia de los cambios políticos y sociales que se
produjeron en este país durante aquellos. A lo largo de los últimas temporadas de la serie hemos
podido asistir, entre otros acontecimientos, al atentado contra el presidente Carrero Blanco, a la
1 http://www.cuandocalientaelsol.net/1982-la-historia/.
Navajas Zubeldia, Carlos e Iturriaga Barco, Diego (eds.): España en democracia. Actas del IV Congreso Internacional de 63
Historia de Nuestro Tiempo. Logroño: Universidad de La Rioja, 2014, pp. 63-82.
ESTE ES EL TIEMPO DEL CAMBIO. ESPAÑA 1982-1996. UNA SOCIEDAD EN TRANSFORMACIÓN
muerte de Franco, a la matanza del despacho de los abogados laboralistas de la calle Atocha, al
intento de golpe de Estado del 23-F o a la victoria del PSOE en las elecciones generales de octubre
de 1982. La desaparición de algunos de los más importantes personajes políticos que
protagonizaron la Transición, como Santiago Carrillo, Manuel Fraga o más recientemente el
expresidente Adolfo Suárez, ha sido recordada y se ha rendido homenaje a su figura en diferentes
capítulos. Incluso se ha hecho eco de algunas polémicas, como la surgida por el tema de las
exhumaciones de las víctimas de la guerra civil y el franquismo o la que se ha levantado a raíz de la
denominada vía argentina, que trata de encausar judicialmente a responsables de los abusos y torturas
cometidas por miembros de los aparatos del estado franquista. En este sentido la serie ha ido
evolucionando durante los últimos años y se ha visto también influenciada por determinadas
lecturas o relecturas del pasado que se han visto de un modo u otro trasladadas a la narración,
como ha ocurrido con el caso de la corrupción inmobiliaria o con el tema de los malos tratos hacia
las mujeres. En todo caso, tanto desde el punto de vista político, como social y cultural, la serie
reproduce una determinada versión de la Transición, que podríamos definir como oficial, aunque ha
introducido durante los últimos años nuevos elementos y claves para interpretar este periodo de
nuestra reciente historia.
Pero, además de ello, la serie constituye también un interesante repaso sobre los diferentes
fenómenos y trasformaciones sociales que se produjeron durante los últimos años del franquismo y
la transición a la democracia. La primera temporada arrancaba en 1968 con la referencia al asesinato
de Martin Luther King como telón de fondo, cuya noticia se escuchaba aún a finales de los ochenta
en la radio, pero la familia Alcántara era un tanto ajena a aquel acontecimiento y estaba mucho más
expectante por la llegada del primer aparato de televisión a su hogar, mientras la hija mayor trataba
de ocultar las píldoras anticonceptivas recién traídas de París por una amiga. A lo largo de estos
últimos años hemos podido asistir al desarrollo de la mayor parte de las transformaciones sociales
ocurridas durante aquella época, como el éxodo migratorio del campo a la ciudad, la incorporación
de la mujer al mundo laboral, la transformación de la familia, el proceso de secularización abierto en
la sociedad española, la conflictividad laboral, el aborto, la legalización de los anticonceptivos y del
divorcio, la irrupción de la denominada movida madrileña, la visibilización de los homosexuales, la
crisis económica de finales de los años setenta, los primeros coletazos de la heroína o la explosión
de la delincuencia que se produjo durante la transición.
Como decíamos, la nueva temporada arrancaba en 1982, unos pocos meses antes de la
victoria de los socialistas que terminaría por llevarles a la Moncloa en olor de multitudes. Eran
tiempos de cambio, como se afirmaba en el que texto encabeza esta ponencia y el futuro –el mismo
que anunciaba Miguel Ríos en sus conciertos–, se podía tocar. La canción hizo furor. El artista
granadino se había convertido en una verdadera estrella y anunciaba la llegada de una nueva era
llena de esperanzas. Las juventudes socialistas adoptaron aquella canción como un himno y lo
utilizaron durante la campaña de las elecciones de 1982 con un extraordinario éxito 2 .
La aparición de fenómenos de carácter contracultural, como la denominada movida madrileña
sirvieron para poner en evidencia hasta que punto que se estaba produciendo un cambio en aquella
sociedad. El arranque de los años ochenta constituyó una explosión de creatividad que hizo de la
transgresión su seña de identidad. Artistas gráficos, directores de cine, fotógrafos, pintores,
diseñadores, escritores, dibujantes, músicos y una larga lista de creadores –algunos verdaderamente
notables y otros de más dudosa calidad–, rompieron con los viejos y encorsetados clichés que
habían definido la cultura de masas hasta aquellos momentos. La música y su capacidad de
atracción y difusión de nuevos estilos de vida fue determinante en este proceso. La aparición de
decenas de grupos musicales conectó con un sector muy importante de la juventud española (J. M.
Lechado, 2005), pero no exactamente con aquellos que habían vivido y participado activamente en
el antifranquismo. No se trataba ya de los cantautores ni de los conciertos que habían servido como
2 El propio artista ha recordado en varias ocasiones como cedió voluntariamente la canción para ser utilizada
en las elecciones, por lo que los socialistas una vez en el poder le quedarían sumamente agradecidos. Me dijo
Guerra: «No sabemos cuántos diputados te debemos, pero muchas gracias». En aquel momento, estaba
completamente de acuerdo con los postulados del PSOE, por eso lo hice, http://www.larazon.es/
detalle_hemeroteca/noticias/LA_RAZON_301384/2919-miguel-rios-el-rock-es-un-pais-para-jovenes-necesi
ta-mucha-energia.
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JOSÉ ANTONIO PÉREZ PÉREZ
forma de protesta durante el último tramo de la dictadura. Los nuevos grupos, con sus letras
desenfadadas, sus formas de vestir y de comportarse resultaban transgresores e irreverentes pero
carecían, salvo en contadas excepciones, de un discurso político definido. Sin embargo, la llegada de
los socialistas al poder, con un lema a favor del cambio, amplificó la difusión de todas estas nuevas
formas contraculturales. Madrid se llenó de locales de culto donde se escuchaba la música de estos
grupos y donde se exponían las obras de todos aquellos creadores (Gallero, J. L. 1991). La radio, y
no sólo la privada a través de las radiofórmulas, sino la pública, a través de Radio Nacional de
España, de programas y de periodistas especializados, conectaron con una audiencia joven y
desenfadada, deseosa de escuchar nuevas músicas y nuevos mensajes.
El PSOE supo rentabilizar aquel torrente de actividad vinculándolo de un modo u otro a
su propio proyecto de cambio y modernización, aunque muchos de aquellos artistas ni siquiera se
identificasen con un proyecto ni con un discurso político concreto. Algunos personajes como el
propio alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galván, con sus famosas palabras sobre el coloque de los
jóvenes animaron a ello y crearon una imagen desenfadada y permisiva que escandalizó a los
sectores más conservadores para regocijo de los más progresistas. Este fenómeno se vio favorecido
también por la visibilización de los homosexuales y lesbianas en el espacio público y, sobre todo,
por las luchas que protagonizaron a favor de sus derechos y libertades. El madrileño barrio de
Chueca, con el asentamiento de la comunidad gay, se convirtió en un símbolo de todo ello y pasó a
formar parte de las señas de identidad de aquella movida madrileña.
En 1983 TVE estrenó un programa que se convirtió rápidamente en un referente para toda
una generación. Durante los años anteriores otros espacios como Popgrama, emitido entre 1977 y
1981, habían abierto el camino hacia nuevas expresiones y manifestaciones artísticas, pero Paloma
Chamorro y su Edad de Oro tuvieron un impacto mayor aún. Las entrevistas y actuaciones en
directo, tanto de consagrados artistas extranjeros como de aquellos jóvenes e inexpertos grupos
nacionales, dieron lugar a numerosas protestas y escándalos, llegando incluso algunos de ellos al
parlamento y a los tribunales. Las películas más undergroung, como Pepi, Luci y Boom o la Ley del deseo
de un joven director como Pedro Almodóvar se proyectaban a mediados de los años ochenta en
TVE en una franja horaria de máxima audiencia. Las revistas culturales, los comics, las radios libres
y los fanzines constituyeron también un canal de expresión que contribuyó sin duda a difundir las
transformaciones que se estaban produciendo en ciertos sectores (Vilarós, T. M., 1998).
En todo caso, la movida madrileña fue un fenómeno muy concreto, limitado a la capital de
España y a la vez muy plural. Se trató de una confluencia de diferentes sensibilidades que adoptó
numerosas y hasta contradictorias formas de expresión, pero en la periferia también se produjeron
otro tipo de actividades vinculadas a la música y a otras formas artísticas. En algunos casos
crecieron al calor de las transformaciones y protestas sociales que se extendieron en aquellos
centros urbanos e industriales sumidos en los procesos de reconversión, como ocurrió por ejemplo
en ciertos núcleos del País Vasco o en localidades gallegas como Vigo. En el primero de ellos
incorporaron estéticas y discursos políticos vinculados más o menos a la izquierda nacionalista
(como ocurrió claramente en el caso del denominado Rock radical vasco) o al movimiento punk, del
que bebía la mayor parte de estos grupos.
Cambio, esa era la palabra mágica, como se ha recordado en alguna ocasión, un cambio que
transformase aquella España que acababa de salir de una larga dictadura, y que arrastraba décadas
de retraso en muchas cuestiones respecto a los países del entorno más próximo. Cambio que se
tradujo como sinónimo de modernización o de modernidad, otro de aquellos conceptos capaces de
generar una ilusión sin precedentes en la historia reciente de este país, a pesar de que la mayor parte
de la sociedad española desconociera el verdadero significado del término ni el alcance que ello
tendría. Como se ha afirmado “el objetivo era llevar a España a la modernidad, regenerando la vida
política y social a la vez que se trataba de sacarla de su secular aislamiento” (A. Soto Carmona,
2006, p. 9). Fue sin duda el logro que con mayor orgullo exhibió el presidente Felipe González, ya
desde una fecha tan temprana como 1985, con motivo de la conmemoración de la victoria electoral
que le había llevado a la Moncloa tres años antes (J. Avilés Farré, 2013, 38).
Tras el relevo que se produjo en 1996, donde los socialistas pasaron a la oposición y el
Partido Popular se hizo con el poder, la sociedad española –e incluso la propia configuración del
Estado, con las extensión de una serie de servicios sociales que dieron lugar a lo que conocemos
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ESTE ES EL TIEMPO DEL CAMBIO. ESPAÑA 1982-1996. UNA SOCIEDAD EN TRANSFORMACIÓN
como el Estado del bienestar–, había experimentado un intenso proceso de transformación, pero
convendría reflexionar sobre cuales de aquellos cambios fueron consecuencia directa de la acción
de los gobiernos del PSOE y cuales fueron el resultado de un proceso de más larga duración.
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JOSÉ ANTONIO PÉREZ PÉREZ
apenas representaban en 1975 un insignificante 0’4 por cien del total. En 1981 ascendieron al 6 por
cien y llegaron en 1991 a representar el 19 por cien de las uniones. Este proceso se vio salpicado
por importantes novedades como la aprobación de la Ley del Divorcio de 1981 –que fue reformada
durante el primer gobierno socialista–, aunque probablemente su incidencia fue menos importante,
y sobre todo menos apocalíptica, de lo que auguraban los sectores mas conservadores y la propia
Iglesia a través de las diferentes campañas que pusieron en marcha contra la citada ley. De hecho,
diez años después de su aprobación, tan solo el 1’2 por cien de la población española se había
divorciado o separado.
Todos estos cambios influyeron de forma determinante en la composición de la estructura
demográfica de la sociedad española (M. Guijarro y O. Peláez, 2008), que comenzó a perder
población infantil y juvenil mientras el grupo de la tercera edad no dejaba de crecer, dibujando la
característica pirámide poblacional de los países desarrollados y envejecidos. Este cambio radical de
tendencia dio lugar a la “aparición” de una cuarta edad compuesta por un importante grupo de
hombres y mujeres –especialmente por éstas últimas– con una edad que superaba los 75 años y
demandaba nuevas atenciones y mayores recursos económicos y sociales.
La incorporación de la mujer al mundo laboral, unida a los anteriores cambios
demográficos, favorecieron otra serie de trasformaciones, como aquellas que afectaron a la propia
familia española, tanto en su composición como en su consideración social. Si la gran familia
constituyó uno de los referentes simbólicos que trató de difundir el régimen franquista su imagen
costumbrista quedó en pocos años como un referente nostálgico del pasado. La tradicional familia
española, que había encarnado durante décadas el ideal nacionalcatólico de la sagrada familia como
garante del orden social, evolucionó rápidamente hacia nuevas formas y nuevos comportamientos,
al ritmo que marcaba la sociedad de los años ochenta. A lo largo de esa década la mayor parte de las
familias siguió siendo nuclear, pero poco a poco las familias monoparentales, las compuestas por
personas mayores o por mujeres solteras y con hijos fueron ganando terreno dentro de aquella
sociedad.
La familia no fue ajena a la tremenda crisis económica y la reconversión industrial de los
años ochenta que afectó profundamente a los hogares, retrasando la salida de los hijos en edad de
independizarse. Este fenómeno se intensificó a lo largo de la década siguiente, como consecuencia
del enorme paro juvenil que se registró a lo largo de aquellos años, pero también probablemente
debido al cambio que se estaba produciendo en la juventud española, menos decidida a abandonar
el hogar familiar y a renunciar con ello a la seguridad que este ofrecía en unos momentos tan
inciertos y faltos de expectativas como los que se abrieron para los jóvenes en aquellos momentos.
Como apuntábamos anteriormente la sociedad española sufrió un profundo proceso de
secularización durante aquel periodo, pero en realidad todo comenzó mucho antes, durante el
propio franquismo, a principios de la década de los años sesenta. La influencia del Concilio
Vaticano II impulsó algunos de los cambios más importantes dentro de la Iglesia, aunque para
muchos españoles no eran suficientes. La propia transformación que comenzó a producirse en el
seno de aquella sociedad tras el abandono de la miseria de los años cuarenta y cincuenta incidió en
ello. El acceso a nuevos niveles de consumo, de confort e incluso de propiedad, fue dibujando una
sociedad cada vez más urbana y moderna que fue desprendiéndose del férreo control social que
había ejercido el nacionalcatolicismo para dar lugar a nuevos comportamientos sociales, cada vez
más parecidos a los de los países del entorno más próximo. Las conclusiones del informe FOESSA
publicado a comienzos de los años setenta sirvieron para poner de manifiesto la profundidad del
cambio que había experimentado aquella sociedad y sobre todo, el desapego y alejamiento de la
Iglesia que se observaba entre las clases trabajadoras, pero –lo que era más importante– también
entre las clases medias y los jóvenes de toda condición, incluidos los universitarios (F. Montero,
1994 y A. L. López Villaverde, 2009, p. 158).
La muerte de Franco aceleró este proceso. Los cambios que introdujo la Constitución de
1978, garantizando la libertad de creencias y de culto, trasladaron al papel las expectativas y
aspiraciones de un sector muy importante de la sociedad española, que para entonces ya había
comenzado a romper con los viejos valores sobre los que se había sostenido durante las últimas
décadas. Como acertadamente se ha apuntado “la Iglesia española dejó de ser un grupo de
referencia casi obligatorio de pertenencia para los españoles y el catolicismo perdió el peso
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ESTE ES EL TIEMPO DEL CAMBIO. ESPAÑA 1982-1996. UNA SOCIEDAD EN TRANSFORMACIÓN
específico como una esencia fundamental de la identidad histórica y cultural española” (A. Soto
Carmona, 2005, p. 339). Aquella concepción tradicional y ultraconservadora del orden, la moral y
las costumbres fue sustituida por otra mucho más plural y conforme a los nuevos tiempos que
contemplaba claramente la separación entre la Iglesia y el Estado. La mayor parte de la sociedad
española – incluidos los sectores más progresistas del mundo católico– aceptó y apoyó ese cambio.
No ocurrió lo mismo con otras iniciativas que fueron recibidas por la Iglesia y por los sectores
políticos más reaccionarios como un ataque directo contra la institución y contra “la propia
esencia” de la familia. La promulgación de las leyes del divorcio (1981) y de despenalización parcial
de aborto (1985) –en este último caso impulsada ya el gobierno socialista– elevaron el tono de las
críticas de la Conferencia Episcopal Española (P. Martín de Santaolalla, 2006). Un dato revela la
gravedad del problema. En el año 1985 cerca de 90.000 mujeres volaban aún a Londres para
abortar. Sin embargo los socialistas midieron al milímetro las decisiones en este terreno, optando
por soluciones intermedias, como los supuestos que contempló la Ley del aborto; decisiones en
todo caso que no terminaron por satisfacer ni a la Iglesia ni a los sectores situados a la izquierda del
PSOE, incluidos los grupos feministas. Como se ha apuntado: “el PSOE llevó con extremada
cautela aquellas acciones que rozaban a la Banca, a la Iglesia o el Ejército. Ninguna de las grandes
decisiones se tomó sin la aquiescencia de esas fuerzas, sobre todo en aquello que les afectaba
directamente” (J. Aróstegui, 1999, p. 317).
El problema surgido a partir de la promulgación de la nueva Ley Orgánica de Derecho a la
Educación de 1985 (LODE) no tocaba en principio un aspecto tan espinoso como lo había hecho
la Ley del aborto, pero puso de relieve las importantes diferencias sobre el desarrollo de artículos de
la Constitución “ambiguamente pactados”. Por un lado estaba la acomodación de los colegios
católicos al nuevo régimen de conciertos diseñado por la nueva Ley y por el otro, el lugar que debía
ocupar la enseñanza en el curriculum escolar y el status laboral de los profesores de religión (F.
Montero, 2013, p. 262). La magnitud de las manifestaciones católicas que organizaron las
Congregaciones religiosas dedicadas a la enseñanza y la Confederación de Padres Católicos contra
los socialistas durante la primera legislatura puso de manifiesto el importante nivel de confrontación
que el asunto llegó a alcanzar. Como ocurrió con el tema anterior el ministro Maravall trató de no
forzar la situación, flexibilizó las condiciones de financiación pública de los colegios religiosos a
través del régimen de los conciertos, garantizando al mismo tiempo la libertad religiosa en la escuela
mediante la regulación de la enseñanza de la religión en los distintos niveles educativos (F.
Montero, 2013, p. 270)
Las mujeres fueron probablemente las protagonistas más importantes de los intensos
cambios que se vivieron en la sociedad española de aquella época. La promulgación de la
Constitución de 1978 supuso un gran paso en la equiparación de derechos entre hombres y
mujeres. Sin duda la igualdad ante la ley marcó un hito histórico en este proceso sobre el que se
siguió profundizando durante los siguientes años. La Unión de Centro Democrático fue quien
impulsó ya desde el gobierno las primeras medidas reformadoras en este terreno, pero la victoria de
los socialistas en las elecciones de 1982 levantó unas enormes expectativas, sobre todo entre
aquellos sectores más sensibilizados con las reivindicaciones de la mujer. Los grupos feministas y
los sectores de la izquierda entendieron que las leyes no eran suficientes para promover un cambio
de esas proporciones. Por ello exigieron iniciativas complementarias, como la puesta en marcha de
un organismo específico dentro de la propia administración española similar a los que existían en
los países del entorno más próximo, encargado de promover y elaborar políticas activas de igualdad,
de proponérselas al gobierno y de coordinar a los diferentes ministerios implicados en estas
materias. La creación del Instituto de la Mujer constituyó un importante avance en este sentido. El
trabajo del IM se centró básicamente en la puesta en marcha de una serie de campañas de
información dirigidas a las mujeres, debido al enorme desconocimiento que existía entre este sector
sobre sus propios derechos, a pesar de los importantes cambios que habían introducido las leyes y
la propia Constitución (M. Agustín Puerta, 2003, pp. 492-504).
Las políticas a favor de la equiparación de derechos entre hombres y mujeres impulsadas
por el Instituto de la Mujer se agruparon a partir de la segunda legislatura socialista en torno a los
sucesivos planes de igualdad; y se fueron orientando a favor de la eliminación de las diferencias por
razones de sexo. Este organismo elaboró y publicó numerosos estudios sobre la situación de la
mujer en España con el fin de poner de relieve algunos de los problemas más graves que
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JOSÉ ANTONIO PÉREZ PÉREZ
soportaban las mujeres, como el del maltrato a manos de los hombres. Esta línea de actuación se
vio sensiblemente reforzada con la puesta en marcha de organismos similares en las diferentes
comunidades autónomas y por el papel que también desarrollaron los ayuntamientos, al ser las
instituciones más cercanas a la ciudadanía (E. Roldán García, 2004 y R. Gomá, 2003).
La legalización de los anticonceptivos y la despenalización parcial del aborto, constituyeron
dos importantes avances para las mujeres, aunque como ya se ha apuntado anteriormente, un sector
de la izquierda –y sobre todo el movimiento feminista– consideraron esta última medida como una
verdadera cesión ante la iglesia y los colectivos más conservadores de la sociedad española. En todo
caso la desvinculación entre sexualidad y reproducción tuvo unas consecuencias determinantes en el
proceso de emancipación de las mujeres, algo que terminó por extenderse y afectar a la propia
mentalidad de la sociedad española. A lo largo de estos años se ampliaron los delitos contra la
libertad sexual y se tipificaron como falta los malos tratos (Ley Orgánica 3/1989). Los cambios
también afectaron al ámbito laboral, donde, además de la aprobación del Estatuto de los
Trabajadores, se ampliaron algunos derechos sociales, como el que afectó al permiso de
maternidad, que pasó a ser de dieciséis semanas.
Indudablemente España cambió de forma radical entre 1982 y 1996. La propia estructura
social y laboral del país experimentó una notable transformación, pero como se ha apuntado
también en otras cuestiones, especialmente en aquellas relacionadas con la evolución demográfica,
buena parte de estos cambios deben inscribirse en un proceso larga duración, mucho más amplio
que el comprendido por el ciclo de los gobiernos socialistas de aquellos años.
La propia estructura social y laboral se transforma. Desde la década de los sesenta del siglo
XX se produjo un descenso del porcentaje de trabajadores manuales y de las viejas clases medias, es
decir, de los pequeños propietarios y autónomos de la agricultura, la industria y los servicios frente
al ascenso de una nueva clase media constituida por empleaos de oficina, funcionarios,
profesionales y técnicos que se consolidó durante los años ochenta y noventa, un proceso que sin
duda se vio favorecido por la modernización y descentralización de la administración pública.
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de estudiantes en protesta por el incremento de las tasas, la política de becas y los números clausus
en algunas carreras.
Las pensiones fueron otro de los pilares, junto con la sanidad y la educación, más
importantes del gasto social y en definitiva, y uno de los elementos fundamentales del Estado del
bienestar. A lo largo del ciclo socialista se pusieron en marcha diversas iniciativas en este terreno
dirigidas a la mejora de las pensiones, como el Real Decreto 383/1984 (Desarrollo de la Ley
13/1982 LISMI, de protección social a discapacitados), la Ley 26/1985 de reforma del sistema
contributivo de pensiones de la SS, que extendió el periodo de cotización de 10 a 15 años e
introdujo un nuevo sistema de cálculo de las pensiones, el Real Decreto 3/1989, que mejoró la
protección en pensiones y extendió la protección a los parados, la Ley de 26/1990 no contributivas
y el RD 357/1991, y los Reales Decretos de 728/1993 de extensión de pensiones asistenciales a
españoles emigrantes en el extranjeros y 1/1994, texto refundido de la Ley general de la Seguridad
Social.
Ciertamente tras el ciclo de los socialistas las pensiones experimentaron un importante
crecimiento pero hasta 1989, el incremento de las retribuciones se fijó en función de la inflación y
las pensiones no se revisaban en caso de producirse alguna desviación sobre lo previsto, lo que dio
lugar a que las subidas fueran finalmente mucho más moderadas. Solo tras la histórica huelga de
1988 se revisó este sistema contemplando unas subidas más acordes con la realidad social del
momento. Sin embargo, el aumento de las pensiones, tanto de los beneficiarios como de las
cuantías, en un país cada vez más envejecido que había sufrido varios procesos de reconversión y la
existencia de un déficit desde 1993, obligaron a una seria reflexión sobre la viabilidad del sistema
que culminó con la firma del denominado Pacto de Toledo (G. Rodríguez Cabrero, 2002, p. 3 y J.
A. Herce y V. Pérez Díaz, 1995).
La extensión y mejora de todos estos servicios incidió directamente en un considerable
aumento en el gasto público social. Durante el periodo 1982/96 este último pasó de representar el
38% del PIB en 1982 a un 46% en 1996. De esos ocho puntos, cinco, es decir, dos terceras partes,
corresponderían exclusivamente al gasto social. Sin embargo, como se ha comentado (G. Rodríguez
Cabrero, 2013: 160), la reestructuración y racionalización del gasto que se planteó a mediados de los
años noventa no solo se produjo como una exigencia del control del gasto presupuestado, sobre
todo después de la crisis del bienio 1993/94, sino también como un reflejo del cambio político e
ideológico que se extendió en el ámbito de la UE a favor de la contención del gasto público,
condicionado por una nueva visión neoliberal del Estado del bienestar impulsada y liderada desde
finales de los años setenta por los gobiernos de Margaret Thatcher en el Reino Unido.
La influencia de esa misma corriente neoliberal y la propia coyuntura, propicia para los
negocios rápidos y especulativos, alentaron el rápido ascenso social y económico de grupos que se
enriquecieron rápidamente al calor del crecimiento que se produjo en los años ochenta y noventa y
gracias, en muchos casos, a la cercanía con los gobiernos socialistas. En 1986, cuando España
registraba niveles de desempleo superiores al 23% Carlos Solchaga, que había sido ministro de
Industria y Energía en el primer gabinete de Felipe González y que por entonces ocupaba la cartera
de Economía y Hacienda, dejó una de esas frases para la historia: “este es el país en que es más fácil
hacerse rico y en menos tiempo”. Todo parece indicar que sí lo era, sobre todo para ciertos grupos
sociales y económicos que pasaron a conformar parte de la denominada beautiful people. La situación
económica comenzaba a enderezarse a mediados de los años ochenta, al menos en las cifras macro,
pero para aquellos millones de trabajadores que se agolpaban en las colas del INEM, el país que
exhibía con orgullo Solchaga era un territorio desconocido. España se convirtió, ciertamente, en la
tierra de las “oportunidades”, y alimentó con ello un cierto tipo de comportamiento entre
determinados círculos que se plasmó en la “cultura del pelotazo”, retratando de forma tan gráfica
como certera la facilidad de un selecto grupo para enriquecerse gracias a la cercanía con el poder y a
falta de mecanismos de control. El volumen y la gravedad de los escándalos de corrupción que se
destaparon, sobre todo durante los últimos años del ciclo socialista, pusieron de relieve la existencia
de toda una serie de comportamientos que lastraron el balance final de aquella época.
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que supuso para aquellas localidades. Como se ha apuntado, el desembolso económico para paliar
los efectos de aquel desastre fue enorme. Buena parte de los recursos sirvió para cubrir las
prejubilaciones y jubilaciones anticipadas de los trabajadores de las grandes empresas. Pero esta
política tuvo sus consecuencias. La crisis también dividió a los trabajadores en “dos clases”, porque
la situación fue mucho más grave para las plantillas de todas aquellas medianas empresas y
pequeños talleres que dependían de las grandes factorías dedicadas a la siderurgia y a la
construcción naval. Estos trabajadores no fueron recolocados, ni disfrutaron de la mayor parte de
los derechos sociales y ventajas económicas que consiguieron los grandes sindicatos para las
plantillas de las empresas más importantes, tras las luchas y negociaciones que tuvieron lugar en
aquellos años. Miles de familias que dependían directamente de los sueldos de aquellos hombres y
mujeres empleados en pequeños talleres, de todo aquel entramado de bares, tiendas y pequeños
negocios que habían crecido al calor de las grandes industrias, sintieron como nadie el azote de la
crisis. La mayor parte de ellos se quedó en la calle, sin indemnizaciones ni generosas prejubilaciones
y con una profunda sensación de abandono por parte de las instituciones y de los sindicatos. Las
plazas de los pueblos obreros se convirtieron en un escenario desolador de hombres y “lunes al sol”
(J. A. Pérez Pérez, 2011). Pero, además, la desaparición de todas aquellas empresas, sobre todo de
las más importantes, afectó de forma especial a los más jóvenes. El cierre de los astilleros y las
grandes factorías siderúrgicas –o su reducción a la mínima expresión– cortaron de raíz el relevo
generacional que se había venido produciendo en aquellas empresas, el mismo que había
proporcionado empleo tradicionalmente a los hijos de los trabajadores de estas plantillas (A.
Gurrutxaga, ). Si las cifras de desempleo generales llegaron a superar el 30 por cien en algunas de las
localidades los datos referentes al paro juvenil duplicaron holgadamente aquellos números.
La crisis económica y las medidas que adoptaron los socialistas durante aquellos años
tuvieron otras consecuencias que afectaron al propio mercado laboral. La reforma del Estatuto de
los Trabajadores de 1984 amplió el ámbito de contratación temporal y la “flexibilización del
mercado de trabajo” (S. Gávez Biesca, 2003). Las medidas que se introdujeron tuvieron dos efectos
importantes: la rotación y la sustitución de los trabajadores —lo que provocó un efecto engañoso
de creación de nuevos empleos— y la extensión de los contratos de «duración determinada», que
sustituyeron a los contratos indefinidos. Paralelamente la legislación abarató y facilitó los despidos
gracias a la reducción en la cuantía de las indemnizaciones e introdujo, además, una prerrogativa
que resultó determinante en este terreno, al contemplar el despido por “causas tecnológicas o
económicas” y de forma específica por reconversión industrial (A. Soto Carmona, 2005, p. 468),
introduciendo, gracias a la reforma del ET de 1994, nuevas figuras en el ordenamiento jurídico,
como el despido colectivo. Todas estas medidas, que fueron complementadas con una limitación en
el coste de los salarios, fijado por debajo del incremento de los precios, consiguieron reducir el
coste de los gastos salariales de forma notable entre 1979 y 1986 (L. Fina, 1991).
Una de las consecuencias que tuvo mayor impacto en el propio mercado laboral fue la
extensión de las “informalidades” en la regulación de los contratos de trabajo (A. Soto Carmona,
2005, p. 427) y la extensión de una práctica, como la economía sumergida, que se hizo
especialmente patente durante los años ochenta y gran parte de los noventa. Las peculiaridades de
la crisis económica, la precaria situación que se vivió en aquellos años y la propia naturaleza de este
tipo de economía alentaron la consolidación de un mercado de trabajo paralelo y a veces
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ESTE ES EL TIEMPO DEL CAMBIO. ESPAÑA 1982-1996. UNA SOCIEDAD EN TRANSFORMACIÓN
La monitora de aerobic, de 29 años, trabajaba 50 horas a la semana por 60.000 pesetas. Nos
hicimos amigos, y un día “desapareció”: su contrato laboral de 6 meses expiró y, lo que ella
más temía, fue inevitablemente despedida. Otro empleado temporal la sustituyó. En el
videoclub, un licenciado en Historia vendía vídeos, trabajando 48 horas por 70.000 pesetas... y
se sentía afortunado. En Hospitalet, una chica de 19 años ensobraba por 1.000 pesetas al día
trabajando 10 horas diarias... Al principio pensé que eran casos “extremos”, así que empecé a ir
a los distritos de clase obrera, como la Zona Franca, y encontré los bares repletos en pleno día.
Ésta era la nueva España moderna: trabajadores retirados jugando al dominó de lunes a viernes
y bailando pasodobles el fin de semana en los clubs de la tercera edad, y sus hijos trasegando
cervezas en el margen de una vida sin futuro.
Las conclusiones no diferían de las expresadas en otros estudios posteriores sobre aquella
situación (D. Lacalle, 2007; S. Gálvez Biesca, 2003) La temporalidad de los contratos creció de
forma imparable a finales de los años ochenta y se mantuvo en un porcentaje superior al 30 por
cien sobre el total de los contratos durante le primer lustro de la década de los años noventa (tabla
2), cuando España vivía aún “rentabilizando”, más en el plano mediático que en el real, los éxitos
del 92.
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JOSÉ ANTONIO PÉREZ PÉREZ
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ESTE ES EL TIEMPO DEL CAMBIO. ESPAÑA 1982-1996. UNA SOCIEDAD EN TRANSFORMACIÓN
vez en el uso local de esa droga. La expansión alcanzó niveles “epidémicos” en la segunda fase,
entre 1979 y 1982, para llegar a su cénit en la tercera, entre 1983 y 1986, en unas condiciones
político-jurídicas específicas, que produjeron la definitiva institucionalización del problema
“(Gamella, 1993). A pesar de que el Nacional sobre Drogas se puso en marcha en 1985 la primera
campaña contra la drogadicción en España arrancó hasta 1990.
Los efectos de la heroína fueron especialmente graves en los barrios periféricos de las
grandes ciudades donde rápidamente se asociaron a fenómenos de marginalidad. Muchos de estos
núcleos habían crecido de forma incontrolada al calor de la fiebre desarrollista de los años sesenta y
concentraban a un importante número de población inmigrante procedente del éxodo rural. Los
cinturones industriales y los barrios de los suburbios de Madrid, Bilbao, Barcelona, Sevilla, Valencia
y otras ciudades se convirtieron a finales de los setenta en algunos de los focos más conocidos.
Como se ha apuntado, la crisis económica que afectó a España a finales de aquella década y los
primeros efectos de la reconversión industrial agravaron los problemas de estos núcleos,
convirtiéndolos en verdaderos guettos de marginalidad que se extendieron hasta bien entrados los
años ochenta. De ellos salieron la mayor parte de aquellos jóvenes delincuentes que cometieron
innumerables robos y atracos a mano armada y pusieron en jaque a la policía, convirtiéndose en
verdadero ídolos juveniles que el cine de la época terminó por convertir en héroes. El Vaquilla, el
Torete o el Jaro fueron algunos de los más conocidos (J. Valenzuela, 2013). El cine quinqui de Eloy
de la Iglesia o de José Antonio de la Loma y la música de los Chichos, los Chunguitos o los Calis carecía
del colorido y la modernidad iconoclasta de los grupos de la movida madrileña pero reflejaba una
realidad descarnada e incómoda que también formó parte de aquellos años (A. Cuesta y M. Cuesta,
2009).
La aparición y extensión del SIDA y el enorme desconocimiento que existía sobre esa
enfermedad y sus formas de trasmisión en aquellos momentos contribuyó a la estigmatización de
ciertos grupos sociales durante toda la década de los años ochenta, especialmente de los
toxicómanos y los homosexuales. El miedo y la ignorancia llevaron en algunos casos a forzar la
expulsión de los colegios de los hijos de los enfermos, ante la presión de los padres de otros niños,
temerosos de un posible contagio, como ocurrió en la localidad vizcaína de Durango. Fueron las
otras víctimas, las más desconocidas y marginales de la modernización.
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JOSÉ ANTONIO PÉREZ PÉREZ
movilización obrera se extendió a otras áreas industriales y sectores, como la construcción naval,
afectados por los mismos problemas. Muy pronto Vigo y Cádiz vivieron situaciones muy similares,
con fuertes protestas de los trabajadores y duras respuestas de la policía. Los conflictos volvieron a
reproducirse en otoño de ese mismo año y se hicieron extensivos a otros astilleros, como los del
País Vasco. Tan sólo era el anuncio de lo que se avecinaba.
Decenas de miles de trabajadores se sumaron a las huelgas y protestas de febrero de 1984.
Las movilizaciones contra la drástica reducción o el cierre de los astilleros provocaron durísimos
enfrentamientos, como los que tuvieron lugar en Bilbao aquel año y el siguiente, protagonizados
por la plantilla de AESA de la factoría de Euskalduna sobre el puente de Deusto paralizaron la vida
cotidiana de la capital vizcaína durante meses. Episodios muy similares se repitieron en otras
ciudades como Vigo, Cádiz o El Ferrol, donde los trabajadores participaron activamente en
movilizaciones y se enfrentaron de forma violenta con la policía. Pero el proceso de reconversión
siguió su curso. En marzo de 1987 se produjeron en la localidad cántabra de Reinosa algunos de los
incidentes más graves. Los hechos tuvieron lugar cuando la Guardia Civil trató de liberar a un
grupo de cargos directivos de la empresa Aceros y Forjas de Reinosa S.A. que habían sido retenidos
por los trabajadores, como medida de presión contra un proceso de reconversión que afectaba
prácticamente a toda la comarca. Los enfrentamientos culminaron con un grupo de guardias civiles
cercado y apedreado por los trabajadores y quedaron inmortalizados en una instantánea que dio la
vuelta al mundo, hasta convertirse en la imagen de las protestas obreras contra la reconversión
industrial en España. Para entonces la primera parte de este duro proceso tocaba prácticamente a su
fin, pero los estallidos sociales volvieron a repetirse con dureza durante la segunda etapa, como
quedó constancia años más tarde en Linares (1994) y en las cuencas mineras leonesas (1996).
Como se ha apuntado anteriormente los primeros gobiernos socialistas introdujeron
determinadas reformas dirigidas a flexibilizar el mercado laboral abaratando el coste de los despidos.
La presentación del denominado Plan de empleo juvenil en octubre de 1988 elevó la tensión entre los
sindicatos. El texto incluía la presentación de un contrato de trabajo para jóvenes entre 16 y 25 años
por el que se pagaría lo marcado en el salario mínimo interprofesional, con una duración de 6 a 18
meses y exenciones en las cuotas de la seguridad social para los empresarios. Como respuesta a la
presentación del proyecto del Plan de Empleo Juvenil, Comisiones Obreras y UGT convocaron
una huelga general para el 14 de diciembre de 1988. La jornada se saldó con un éxito sin paliativos
de los sindicatos que consiguieron prácticamente paralizar el país en una impresionante
demostración de fuerza. Las reivindicaciones de los sindicatos no sólo consiguieron conectar con
los trabajadores, sino incluso con otros sectores de la población que nunca se habían movilizado y
que se sintieron concernidos por el llamamiento de las organizaciones de clase (J. M.ª Marín Arce,
C. Molinero y P. Ysàs, 2001, p. 414 y S. Juliá, 1999, p. 270). El apoyo masivo a la convocatoria fue
un duro golpe para el gobierno, pero a pesar del toque de atención por su izquierda el malestar
social que se escenificó en aquel conflicto no tuvo mayores consecuencias en las urnas. Un año más
tarde, en octubre de 1989, los socialistas volvieron a ganar las elecciones con un amplio margen de
ventaja. A pesar de ello Felipe González decidió no forzar la situación y apoyado en los evidentes
síntomas de recuperación económica que comenzaban a ponerse de manifiesto –España crecía un
5% en 1987, y el empleo lo hacía por encima del 10%– retiró el Plan de empleo juvenil, amplió las
prestaciones a las clases menos favorecidas, revalorizó las pensiones y aumentó la cobertura del
desempleo. Como consecuencias de ello el gasto social se incrementó en torno a unos 200.000
millones de pesetas (J. M.ª Marín Arce, C. Molinero y P. Ysàs, 2001, p. 420). Sin embargo, este giro
social que puso de relieve un cierto acercamiento a los sindicatos, no evitó la convocatoria de dos
huelgas generales más en 1992 y 1994 ni las duras protestas de los sindicatos en respuesta a la
segunda fase de la reconversión de la siderurgia asturiana y vizcaína que se había puesto en marcha
a comienzos de la década de los años noventa.
Las numerosas movilizaciones obreras, e incluso la convocatoria de las cuatro huelgas
generales que convocaron los sindicatos mayoritarios durante los diferentes gobiernos socialistas
dibujaron un aparente clima de tensión social, pero lo cierto es que las organizaciones sindicales, al
menos las mayoritarias, representadas por la UGT y las CCOO, mantuvieron una estrategia de
concertación y moderación. Este comportamiento se vio superado en numerosas ocasiones por los
las movilizaciones de protesta de muchos trabajadores, desesperados por la incierta situación que se
abría para ellos, y de algunas pequeñas organizaciones sindicales de corte más radical que
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ESTE ES EL TIEMPO DEL CAMBIO. ESPAÑA 1982-1996. UNA SOCIEDAD EN TRANSFORMACIÓN
entendieron la actitud de los grandes sindicatos como una traición a la clase obrera y una entrega en
manos de la política de los diferentes gobiernos socialistas (R. Vega, 1998, pp. 373 y ss.).
Pero como se ha apuntado, a pesar de las importantes movilizaciones y protestas que se
produjeron durante aquellos años, en general la sociedad española de los años ochenta y principios
de los noventa manifestó una gran moderación en sus actitudes y comportamientos. La persistencia
del fenómeno terrorista de ETA fue el problema más importante que introdujo un facto de
distorsión y desestabilización que condicionó durante años la vida política del país, pero tras reducir
la tensión en los cuarteles y frustrar las diversas intentonas y complots golpistas gracias a una hábil
política impulsada por los diversos gobiernos socialistas, la situación política y social comenzaba a
encarrillarse, sobre todo una vez que se produjo la incorporación de España a la UE, verdadero
punto de inflexión en todo este proceso.
La progresiva institucionalización de la vida política hizo que buena parte de aquellos nuevos
movimientos sociales que habían desarrollado una intensa actividad durante los primeros de la
transición comenzaran a perder su protagonismo. Muchos de aquellos militantes y simpatizantes de
los movimientos vecinales, estudiantiles, feministas o ecologistas se incorporaron de un modo u
otro a los partidos y sindicatos, pasaron a formar parte de diferentes áreas municipales en los
nuevos ayuntamientos democráticos o directamente se incorporaron a niveles más altos de
responsabilidad. El caso de los militantes del movimiento vecinal constituye un ejemplo de ello.
Buena parte de quienes habían encabezado las luchas vecinales de los barrios militaba o sintonizaba
con formaciones políticas mayoritariamente situadas en el ámbito de la izquierda (V. Urrutia, 1985;
X. Doménech, 2010). Esta relación propició que muchas reivindicaciones de los colectivos
vecinales quedasen integradas en los programas de los partidos que se situaban dentro de este
ámbito (A. Calle Collado y M. Jiménez Sánchez). Algunos de estos movimientos sobrevivieron –o
se adaptaron– a la tendencia desmovilizadora que tuvo lugar durante el proceso de cambio político,
como el movimiento ecologista y el feminista (J. Álvarez Junco, 1995), pero la mayor parte de ellos
tuvo que enfrentarse a una cuestión común para todos ellos: cómo interactuar con las autoridades
políticas. La llegada de los socialistas a los ayuntamientos y más tarde a la Moncloa, facilitó este
proceso.
Ello no quiere decir que los denominados nuevos movimientos sociales desaparecieran, pero su
actividad y objetivos fueron amoldándose a los nuevos tiempos, como ocurrió con el movimiento
obrero. Tan solo la puesta en marcha de campañas muy concretas como las que tuvieron lugar a
mediados de los años ochenta durante los primeros gobiernos socialistas, contra la OTAN o las
leyes educativas, por poner dos ejemplos concretos, consiguieron volver a movilizar de forma
masiva a importantes sectores sociales y políticos (J. A. Pérez, 2011).
78
JOSÉ ANTONIO PÉREZ PÉREZ
sistema democrático en España surgido durante la Transición. Sin embargo, la perspectiva histórica
debe analizar nuestro pasado más reciente desprendiéndose de presentismos.
Tras el relevo que se produjo en la Moncloa en 1996 podría decirse que aquellos objetivos
que se habían marcado los socialistas en 1982 (consolidación de la democracia, integración de
España en las instituciones europeas, modernización de las estructuras sociales y económicas…) se
habían cumplido. El cambio, a pesar de los escándalos de corrupción que se destaparon durante la
última legislatura, era evidente. La sociedad española de mediados de los años noventa era muy
distinta de aquella que tan había llevado a PSOE a ganar arrolladoramente las elecciones tan solo
catorce años atrás y a ello sin duda contribuyó la acción de los diferentes gobiernos. Pero resulta
también evidente que no todos los cambios sociales de aquel periodo pueden atribuirse a la acción
de los socialistas en el poder. Algunos de los aspectos más importantes de la transformación social
que se produjo durante aquella época tenían su origen en un proceso que arrancó desde finales de
los años cincuenta y principios sesenta del siglo XX. La modernización de las variables
demográficas, como el descenso de la natalidad y de la mortalidad infantil, el acceso a la sociedad de
consumo, la incorporación de las mujeres al mundo educativo y laboral o el proceso de
secularización comenzaron a producirse décadas atrás y deben ser analizados desde una perspectiva
más amplia, de ciclos largos. Otros cambios respondieron a la acción de los gobiernos socialistas,
como la creación de un verdadero estado del bienestar. La educación, las pensiones o la sanidad
fueron sin duda los ámbitos donde los gobiernos invirtieron mayores recursos y donde se
produjeron los avances más importantes. En todo caso el punto de partida se situaba en unos
niveles tan pobres que los datos pueden resultar un tanto engañosos.
La llegada de los socialistas tras un éxito arrollador en las elecciones de 1982 levantó unas
enormes expectativas en una sociedad que ya había comenzado a cambiar y que lo haría aún más a
partir de entonces. Se trataba de una sociedad cada vez más urbana y dinámica que se expresaba
también a través de nuevos cauces, como se constató durante los primeros años a partir de
fenómenos de carácter contracultural. Aquel fenómeno, que se concretó en la denominada movida
madrileña, invitaba al optimismo y la transgresión, a romper con los viejos comportamientos. Fueron
manifestaciones, en su mayoría, protagonizadas e impulsadas por la juventud, pero aquel torrente
de desenfado y creatividad, que fue convenientemente difundido a través de los medios públicos,
como genuino símbolo del cambio, no podía ocultar los graves problemas sociales de la época.
El más importante fue el del paro, agravado tras la profunda crisis económica y las duras
políticas de ajuste y reconversión industrial. Algunas de aquellas zonas que habían sido los motores
del desarrollo económico durante décadas se vieron especialmente afectadas. La situación llevó a
los grandes sindicatos de clase a adoptar nuevas estrategias. Fueron años de intensa conflictividad
laboral que sirvieron, al menos, para conseguir unas condiciones favorables para los trabajadores de
las grandes empresas. Sin embargo, otros muchos quedaron al margen de los acuerdos que se
alcanzaron en aquellos momentos. Las medidas correctoras introducidas por el gobierno cambiaron la
morfología y condiciones del mercado laboral, donde la presencia de los contratos informales y
precarios se hizo cada vez más común.
La situación fue se vio agravada por la incidencia de otros fenómenos, como la extensión
de la heroína que había mostrado los primeros y más preocupantes síntomas a finales de la década
de los setenta, el proceso de deterioro urbanístico en las zonas industriales y la explosión de
delincuencia que creció hasta mediados de los años ochenta. Aunque los problemas comenzaron a
remitir a principios de los años noventa no se puede ignorar la importancia de todos estos cambios,
que dejaron en la cuneta a numerosas víctimas de la modernización social que tuvo lugar durante
aquella época.
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