2.4. Revisión Final
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2.4. Revisión Final
CAPÍTULO LI
REVISIÓN FINAL
reconstruir una filosofía, él fue sobre todo un teólogo y no se interesó por edificar un
sistema filosófico como tal.
Padres de la Iglesia como san Gregorio de Nisa y san Agustín, que utilizaron en sus
escritos elementos tomados del neoplatonismo, encontraron en la filosofía
neoplatónica materiales que les ayudaron para el desarrollo de una «filosofía» de la
vida espiritual, a la que, como cristianos y como santos, prestaban especial atención.
Era perfectamente natural que hablasen del alma, de su relación al cuerpo, de su
ascenso a Dios, en términos que recordaban intensamente el platonismo y el
neoplatonismo; pero, como no podían considerar (y, en todo caso, no lo deseaban) el
ascenso del alma a Dios en abstracción de la teología y de la revelación, su filosofía,
que se concentraba tanto en el alma y su ascenso a Dios, tuvo que entremezclarse
inevitablemente con la teología y quedar integrada en ésta. Por ejemplo, no es nada
fácil tratar la doctrina agustiniana de la iluminación como una doctrina puramente
filosófica; en realidad, debe ser vista a la luz de la doctrina general de san Agustín a
propósito de la relación del alma a Dios y del ascenso del alma a Dios.
La actitud general de los Padres dio el tono, por así decirlo, a lo que llamamos «el
agustinismo». San Anselmo, por ejemplo, fue un teólogo, pero vio que la existencia del
Dios que revelaba los misterios de la religión cristiana necesitaba ser probada, y por
eso desarrolló una teología natural, aunque sería un error que nos lo imagináramos
consagrándose a la elaboración de un sistema de filosofía como tal. El fides quaerens
intellectum, para expresarlo en forma algo cruda, puede funcionar hacia adelante o
hacia atrás. Funcionar hacia adelante a partir de los datos de la revelación y aplicar
el razonamiento a los dogmas teológicos para entenderlos en la medida de lo posible,
con lo que produce la teología escolástica. Funcionar hacia atrás, en el sentido de
considerar los presupuestos de la revelación, con lo que desarrolla las pruebas de la
existencia de Dios. Pero la mente que funciona en uno u otro caso es la mente de un
teólogo, aun cuando en el segundo caso opere dentro del campo de la filosofía y con los
métodos de ésta.
Si el espíritu del agustinismo, nacido en los escritos de los Padres, fue el del fides
quaerens intellectum, podría llamársele igualmente el espíritu del homo quaerens
Deum. Ese aspecto del agustinismo es particularmente resaltado por san
Buenaventura, cuyo pensamiento estuvo tan profundamente arraigado en la
espiritualidad afectiva del franciscanismo. Un hombre puede contemplar las
criaturas, el mundo exterior y el mundo interior, y discernir su naturaleza; pero su
conocimiento es de escaso valor a menos que discierna en la naturaleza el vestigium
Dei y en sí mismo la imago Dei, a menos que pueda detectar la operación de Dios en
su alma, una operación oculta en sí misma, pero que se hace visible en sus efectos, en
su poder. Cierto número de agustinianos mantuvieron, sin duda, la doctrina de la
iluminación, por ejemplo, como resultado de su conservadurismo y respeto a la
tradición; pero en el caso de un hombre como san Buenaventura, la conservación de la
doctrina fue mucho más que tradicionalismo. Se ha dicho que de dos doctrinas, una de
las cuales atribuye más a Dios y la otra menos, los agustinianos escogen la que
atribuye más a Dios y menos a la criatura; pero eso solamente es verdad en la medida
en que la doctrina se siente en armonía con la experiencia espiritual y como expresión
de ésta, y en la medida en que armoniza con la perspectiva teológica general y puede
ser integrada en ella.
Si se entiende el lema fides quaerens intellectum como expresión del espíritu del
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Aquino llevó a cabo esa síntesis. Así pues, no podemos hablar de su filosofía como si
fuese simplemente aristotelismo; es más bien una síntesis de la filosofía griega,
armonizada con la teología cristiana. En segundo lugar, el tomismo es una verdadera
síntesis y no una simple yuxtaposición de elementos heterogéneos. Por ejemplo, santo
Tomás no se limitó a asumir la tradición platónico-plotiniano-agustiniana de las ideas
ejemplares y a yuxtaponerla a la doctrina aristotélica de la forma substancial:
concedió a cada elemento su status ontológico, haciendo a la forma substancial
subordinada a la idea ejemplar y explicando en qué sentido tenemos derecho a hablar
de «ideas» en Dios. Igualmente, si adoptó la idea (originariamente) platónica de la
participación, no la empleó de una manera que pudiese chocar con los elementos
aristotélicos de su metafísica. Santo Tomás fue más allá del hilemorfismo aristotélico
y discernió, en la distinción real entre esencia y existencia una aplicación más
profunda del principio de la potencia y el acto. Esa distinción le permitió utilizar la
noción platónica de participación para explicar el ser finito, y, al mismo tiempo, su
concepto de Dios como ipsum esse subsistens más bien que como un mero motor
inmóvil, le permitió utilizar la idea de participación de tal modo que pusiese de
relieve la idea de creación, que no podría encontrarse ni en Aristóteles ni en Platón.
Huelga decir que santo Tomás no tomó la participación, en su sentido pleno, como una
premisa; la idea completa de participación no podía ser alcanzada hasta que se
hubiese probado la existencia de Dios, pero el material para la elaboración de aquella
idea fue suministrado por la distinción real entre esencia y existencia.
4. Algunos de los puntos de vista adoptados en este libro pueden parecer algo
inconsecuentes; pero debe recordarse que es posible adoptar puntos de vista
diferentes a propósito de la historia de la filosofía de cualquier época. Aparte del
hecho de que se adoptará naturalmente un punto de vista diferente y se interpretará
el desarrollo de la filosofía a una luz diferente según se sea tomista, escotista,
kantiano, hegeliano, marxista o positivista lógico, es posible incluso que el mismo
hombre discierna diferentes principios o modos de interpretación, ninguno de los
cuales querría rechazar como totalmente ilegítimo, y para ninguno de los cuales está
dispuesto a pretender completa verdad y adecuación.
Así, es posible, y, desde ciertos puntos de vista, perfectamente legítimo, adoptar el
modo de interpretación lineal o progresivo. Es posible ver la absorción y la utilización
de la filosofía griega por los pensadores cristianos como partiendo prácticamente de
cero en los primeros años de la era cristiana, incrementándose gracias al pensamiento
de los Padres hasta el escolasticismo medieval más antiguo, enriqueciéndose de un
modo súbito, relativamente hablando, por las traducciones del árabe y del griego,
desarrollándose en el pensamiento de Guillermo de Auvergne, Alejandro de Hales,
san Buenaventura y san Alberto Magno, hasta alcanzar su culminación en la síntesis
tomista. Según esa línea de interpretación, habría que ver la filosofía de san
Buenaventura como una etapa en el desarrollo del tomismo, y no como una filosofía
paralela y heterogénea. Se puede ver lo realizado por santo Tomás, más que como una
adopción de Aristóteles en lugar de san Agustín o del platonismo neoplatónico, como
una confluencia y síntesis de las diversas corrientes de la filosofía griega y de la
filosofía islámica y judía, así como de las ideas originales aportadas por los
pensadores cristianos. La filosofía medieval anterior a santo Tomás puede
considerarse no como un «agustinismo», en el sentido opuesto a «aristotelismo», sino
como un escolasticismo pretomista, o como un escolasticismo de la primera parte de la
Edad Media. Esa línea de interpretación me parece perfectamente legítima, y tiene la
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grandísima ventaja de no llevar a una idea deformada del tomismo como puro
aristotelismo. Sería incluso posible y legítimo ver el tomismo como un platonismo
aristotelizado más bien que como un aristotelismo platonizado. Lo que hemos dicho
del carácter sintético del tomismo y de su relación a la filosofía griega e islámica en
general, más bien que al aristotelismo, podría servir de apoyo a esa línea de
interpretación, sugerida también por lo dicho en nuestro primer volumen a propósito
del carácter complementario de las filosofías platónica y aristotélica.
Por otra parte, si se sigue exclusivamente esa línea de interpretación, se corre el
riesgo de desaprovechar por completo la rica variedad de la filosofía medieval y la
individualidad de los diferentes filósofos. El espíritu de san Buenaventura no era el
mismo que el de Roger Bacon, ni el mismo que el de santo Tomás, e historiadores
franceses como E. Gilson nos han prestado un gran servicio al atraer la atención sobre
el genio peculiar de los pensadores individuales y ponerlo de relieve. Esa
«individualización» de los filósofos medievales ha de ser tanto mejor venida si se tiene
en cuenta el hecho de que los pensadores cristianos compartieron un fondo teológico
común, de modo que sus diferencias filosóficas se expresaron dentro de un campo
relativamente reducido, con el resultado de que la filosofía medieval puede parecer
que consiste en una serie de repeticiones en los puntos importantes y una serie de
diferencias en puntos relativamente insignificantes. Si se dice simplemente que san
Buenaventura postuló una iluminación especial y santo Tomás la rechazó, la
diferencia entre uno y otro no presentará tanto interés como si la teoría de la
iluminación de san Buenaventura es vinculada a la totalidad de su pensamiento y la
negación por santo Tomás de toda iluminación especial se ve sobre el fondo de su
sistema en general. Pero no se puede describir totalmente el pensamiento de san
Buenaventura o el sistema general de santo Tomás sin poner de relieve el espíritu
peculiar de cada pensador. Es posible que Gilson, como he sugerido anteriormente en
este volumen, haya exagerado las diferencias entre san Buenaventura y santo Tomás,
y es posible ver la filosofía de san Buenaventura como una etapa en la evolución del
tomismo más bien que como una filosofía paralela y diferente; pero también es posible
que hombres distintos tengan distintas concepciones de lo que es la filosofía, y si un
hombre no acepta el punto de vista tomista no se sentirá probablemente más
inclinado a ver a san Buenaventura como un santo Tomás incompleto que lo que
podría un platónico sentirse inclinado a ver a Platón como un Aristóteles incompleto.
Yo creo que es un error insistir tanto en el tipo lineal de interpretación que se excluya
como ilegítimo el tipo de interpretación representado por E. Gilson, o, a la inversa,
insistir en las características individuales y espíritus peculiares de los diferentes
pensadores hasta perder de vista la evolución general del pensamiento hasta una
síntesis completa. Es difícil que la estrechez de visión produzca una comprensión
adecuada.
Además, si es posible ver el desarrollo de la filosofía medieval como un desarrollo
hacia la síntesis tomista y considerar las filosofías pretomistas como etapas de ese
desarrollo, y si es posible concentrarse más en las peculiaridades de las diferentes
filosofías y en los genios individuales de los diferentes pensadores, también es posible
ver y poner de relieve diferentes líneas generales de desarrollo. Así, es posible
distinguir diferentes tipos de «agustinismo», en vez de conformarse con una palabra
comodín; distinguir, por ejemplo, el agustinismo típicamente franciscano de san
Buenaventura del agustinismo aristotelizado de Ricardo de Middleton y del
agustinismo avicenizado de Enrique de Gante, y, en cierta medida, de Duns Escoto.
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preparó el camino para una crítica más radical, su sistema debe ser considerado como
la última de las grandes síntesis especulativas medievales. Creo que es difícil negar
que algunas de las opiniones de Escoto, en psicología racional, en teología natural y
en ética, miraban hacia delante, por así decirlo, en la dirección de la crítica
ockhamista de la metafísica y de la concepción peculiarmente ockhamista de la
naturaleza de la ley moral; pero, si se considera la filosofía de Escoto en sí misma, sin
referencia a un futuro que nosotros conocemos pero que él no conoció, tenemos que
reconocer que aquella filosofía fue, ni más ni menos que cualquiera de los grandes
sistemas del siglo 13, un sistema metafísico. Por eso me ha parecido que el puesto de
Escoto estaba más en este volumen que en el siguiente. En el próximo volumen espero
tratar la filosofía del siglo 14, las filosofías del Renacimiento, y el renacer del
escolasticismo en los siglos 15 y 16.
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