Ese Sexo Que No Es Uno
Ese Sexo Que No Es Uno
Ese Sexo Que No Es Uno
Ella se resiste a toda definición adecuada. Además, no tiene nombre «propio». Y su sexo, que
no es un sexo, es contado como no sexo. Negativo, envés, reverso del único sexo visible y
morfológicamente designable. Pero lo femenino conserva el secreto del «espesor» de esa
«forma», <le su hojaldrado corno volumen, de su tornarse más grande o más pequeño, e incluso
del espaciamiento de los momentos en los que se produce corno tal.
De esta suerte, la maternidad suple las carencias de una sexualidad femenina reprimida. Sobre
la presencia de hijxs: Comportamientos afectivos regresivos, intercambios de palabras
demasiado abstraídos de lo sexual como para que no constituyan un exilio respecto a éste: la
madre y el padre dominan el funcionamiento de la pareja, pero como roles sociales. La división
del trabajo les impide hacer el amor. Producen o reproducen. No saben muy bien cómo utilizar
sus raros libres
EJE: el deseo de la mujer no habla en el mismo lenguaje del hombre, la forma de hombre
prevalece por su valor concedido, el sexo de la mujer por eso se ignora, se borra y se
controla.
RESUMEN:
Ahora bien, si el imaginario femenino llegara a desplegarse, a poder entrar en juego no haciéndolo
en pedazos, restos, privados de su reunión, ¿se representa ría por tanto en forma de un universo?
¿Sería incluso volumen antes que superficie? No. A no ser que sea interpretado, una vez más, como
privilegio de lo materno sobre lo femenino. De un materno fálico, además. Encerrado en la
posesión celosa de su producto valioso. Rivalizando con el hombre en la estimación de un plus
productivo. En esa carrera hacia el poder, la mujer pierde la singularidad de su goce.
Así, pues, (re)encontrarse no podría significar para una mujer más que la posibilidad de no
sacrificar ninguno de sus placeres por otro, de no identificarse con ninguno en particular, de no
ser nunca sencillamente una. Una especie de universo en expansión al que no podría fijarse ningún
límite sin que por ello se torne incoherencia.
Lo propio, la propiedad son, sin duda, bastante ajenos a lo femenino. Al menos sexualmente. Pero
no lo cercano. Lo tan cercano que toda discriminación de identidad se torna imposible. Y por ende
toda forma de propiedad. La mujer goza de un tan cercano que no puede tenerlo, ni tenerse. Ella se
intercambia sin descanso por el/la otro/a sin identificación posible de uno/ a y otro/ a. Algo que
interpela a toda economía en curso. Que el goce de la mujer lleva irremediablemente al fracaso en
sus cálculos: incrementándose indefinidamente con su paso a/por el otro.
Pero para que la mujer acontezca allí donde goza como mujer, desde luego es necesario un
largo rodeo por el análisis de los distintos sistemas de opresión que se ejercen sobre ella. Y
pretender recurrir únicamente a la solución del placer corre el riesgo de restarle aquello que su goce
exige como nueva travesía de una práctica social. Porque la mujer es tradicionalmente valor de uso
para el hombre, valor de cambio entre los hombres. Mercancía, pues