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CONSEJOS A UN JOVEN TEOLOGO

Clodovis Boff.
Perspectiva teológica, No. 89
Revista quadrimestral da facultade de teología da companhia de Jesus.
Enero/abril de 1999, 77-96.

Me dirijo a Ud. querido joven, que está comenzando el estudio de la teología. Para mi Ud. representa
la teología del futuro, de manera que, dirigiéndome a Ud., es como si le hablara al teólogo del tercer
milenio que se inicia. Quiero dirigirme también a quien, sin ser precisamente joven de edad, se
interesa por las cosas de la fe, así sea de modo informal.

Permítame presentarle aquí una especia de decálogo. Son diez leyes para estudiar bien la teología.
Leyes tal vez sea una palabra demasiado fuerte. Hablemos entonces de consejos. Creo que puedo
hablar así con Ud. apoyándome en mis 55 años de vida y en mis 20 años de

Recojo esos diez consejos o sugerencias de un voluminoso libro que publiqué recientemente: Teoría
del método teológico (vozes, Petrópolis, 1998, 754 pp.). Es como si yo expusiera aquí el meollo de lo
que allí escribí. Para un estudio ulterior, señalaré cada vez las páginas del libro en donde encontrará
mayores desarrollos sobre el punto en cuestión.

PREMISA: “Teologizar es necesario…”

Antes de comenzar, quiero que Ud. esté bien convencido de la importancia y de la necesidad de
estudiar teología. Desearía parafrasear aquí la famosa frase de Pompeyo, que pronto se volvió el
lema de los grandes navegantes: «teologizar es necesario, vivir no es necesario». No quiero decir con
esto que la vida es para la teología (lo contrario es lo verdadero), sino apenas enfatizar que vale la
pena gastar los días profundizando el misterio de Dios, lo que no deja de ser provechoso tanto para
uno mismo como para todo el pueblo.

Por muchos títulos la teología es necesaria (cfr. pp. 406-409). Veo por lo menos cinco instancias
diferentes que demandan el estudio de la teología: la fe, el mundo, la vida, la época actual y la
realidad social.

1. La fe pide teología. Es en primer lugar la propia fe que, por su dinámica interna, busca
comprender lo que cree. Todo creyente verdadero es también, a su manera, un “teólogo”. Además la
teología es precisamente “la fe que busca entender”, como la definió magistralmente S. Anselmo
(“fides quaerens intellectum”). Sin el estudio la fe fácilmente cae en la ceguera de la irracionalidad y
de la superstición, o en una miopía de superficialidad y de sincretismo.

2. El mundo que existe pide teología. La misma creación es un grito inarticulado por un Creador. La
teología no hace sino recoger ese grito y articularlo racionalmente. Y si Ud. incluye en la idea del
mundo el devenir histórico, asumiendo los hechos de la Revelación, entonces la razón se ve
interpelada al máximo de su capacidad. Ella, que se interroga sobre todas las cosas, no puede evadir
preguntas como: ¿qué quieren decirnos los enviados de Dios, en especial Jesús de Nazaret?

3. La vida pide teología. Nosotros, los seres vivos, buscamos ineluctablemente el sentido último y
radical de las cosas. ¿Por qué la existencia, el dolor, la culpa, la muerte? ¿cómo responder
adecuadamente a esas cuestiones fundamentales y perennes sin recurrir a una forma de teología?
4. Nuestra época pide teología. La cultura moderna es esencialmente reflexiva: no se contenta sólo
con el recurso a la tradición, sino que se pregunta siempre por el porqué de todo. Aún la llamada
razón posmoderna, a pesar de que prefiera un “discurso débil”, también necesita ser sometida a
discernimiento. Más todavía: las cuestiones actuales con las cuales se confronta la fe son tan
complejas que exigen una reflexión elaborada y rigurosa. Piense solamente en los problemas que
plantea hoy la economía (neoliberalismo, mercado, globalización, tecnología, etc.); o los que
plantean las ciencias moderna, como la biología (clonación, inseminación, gestación humana por
medios artificiales…), la cosmología (origen y fin del cosmos, leyes constitutivas del universo, la
hipótesis de otros mundos habitados…), la ecología, y podríamos continuar.

5. La realidad social en que vivimos pide teología. ¿Cuál es la misión de los cristianos frente a los
grandes desafíos sociales de hoy? Para confrontar seriamente la fe con esos desafíos es necesario
poner en juego la razón teológica para avanzar. Sobre todo nosotros, en el Sur del planeta, queremos
saber cómo la fe puede ser fermento de liberación para la masa de los excluidos del sistema social.
Además, si Ud. incluye en la realidad social la cultura, entonces surgen otras preguntas típicamente
teológicas como: ¿qué signos de Dios está presentes en esta o en aquella cultura? ¿cómo inculturar
allí los lenguajes y las prácticas cristianas?

Bien, querido amigo, me parece que queda claro porqué es necesario y aún urgente hacer hoy
teología. Escuche ahora cómo proceder en el estudio de esta ciencia. Paso ahora a los 10 consejos de
que hablé más arriba. Al final de cada punto, trataré de recordar algún testimonio de los grandes
teólogos, para que Ud., apoyado en su autoridad, se convenza más fácilmente de lo que estoy
diciendo.

Consejo 1. Antes de hablar de Dios, póngase de rodillas y hable con Dios.

Esta es la condición básica para cualquier buena teología. Podría también expresarla así: no se atreva
a hacer teología sin antes hacer su experiencia de Dios. La teología, antes de ser teología racional, es
teología en genuflexión, es teología mística (cf. pp. 129-156).
Sepa, querido amigo, que el sentido más original de “teología”, entre los pueblos helénicos (que nos
legaron esa palabra), era literalmente “palabra sobre Dios” (theo-loghia). Se refería a un oráculo de
Dios, a un mensaje sobre Dios, más aún aun “himno de glorificación a Dios”. Por tanto, la teología
tiene en su raíz etimológica un sentido de anuncio y de alabanza (Cf. Pp. 548-9).

La enseñanza es clara: la teología ha de guardar la naturaleza de su raíz: la Fe. Ahora bien, la fe


cristiana es una relación de tú a Tú; una relación que cambia a la persona. Antes que nada, ella no es
un saber intelectual, ni siquiera un actuar, sino más exactamente un nuevo modo de existir: vivir en
Cristo, permanecer en el amor de Dios, caminar en el Espíritu. Es, pues, a partir de ese nuevo ser, de
esa vida nueva, de ese corazón nuevo, que se da también una nueva comprensión y una nueva
práctica. De ese modo la razón teológica es una razón convertida, iluminada y transfigurada por el
contacto vital con el Dios de la vida (cf. p. 28-29).
Análogamente a las ciencias, la teología parte de la experiencia: la experiencia de Dios por la fe y el
amor. “Quien no cree no experimentará y quien no experimenta no podrá comprender”, dice el gran
S. Anselmo (cit. p. 137).

La teología es un discurso “nativo”, realizado desde dentro de la fe. El discurso teológico lo procesa
todo, en palabra de Pablo “desde la fe para la fe” (Rm 1,17). Decía un gran maestro espiritual del
Oriente antiguo, Diádoco de Foticcia: “nada es más indigente que el pensamiento que reflexiona,
fuera de Dios, sobre las cosas de Dios” (cit. p. 137).
Como insistía el mayor teólogo protestante de nuestro siglo, Karl Barth, el tema de la teología no es
un “objeto” cualquiera, un “eso” anónimo a un “aquello” indirecto; es un “Tú” que nos habla y nos
interpela personalmente (cf. pp. 155-6). Su tema es una realidad personal mejor aún, una realidad tri-
personal.

Escucha, finalmente, las palabras del mayor teólogo franciscano de la Edad media, S. Buenaventura,
que el Vaticano II recordó, al hablar a los estudiantes de teología: “no creas que te baste la lectura sin
la unción, la especulación sin la devoción, la investigación sin la admiración, la atención sin la
alegría, la actividad sin la piedad, la ciencia sin la caridad, la inteligencia sin la humildad, el estudio
sin la gracia divina, la investigación sin la sabiduría que viene de Dios” (OT 16, n. 32, cit. p. 139).

Antes de ser ciencia, la teología es sabiduría en el doble sentido de la palabra: de saber de las cosas
últimas y de “saber sabroso” (cf. Pp. 143-9). Es por eso que Santa Teresita del NJ., sin haber
estudiado teología académica, fue declarada doctora de la Iglesia. No tuvo el “amor de la ciencia”,
sino “la ciencia del amor divino”, según las palabras con que el Papa intituló la Carta apostólica que
la puso en el rango de los doctores y doctoras de la Iglesia (19 oct. 1998).

Consejo 2. Nunca pierda de vista el tema central de la teología: el Misterio de Dios.

Aquí entramos ya directamente en el asunto propio de la teología, o sea, no en su objeto formal. En


este punto es menester hablar sin equívocos: el objeto directo de la teología es Dios y nadie más. Eso
se encuentra hasta en la etimología elemental de la palabra teología. Parece una banalidad decirlo,
sin embargo, es indispensable. Además, mi joven hermano, Ud. sabe que el pensamiento moderno
frecuentemente nos engaña: nos induce a colocar en el centro de sus preocupaciones no a Dios, sino
al hombre. Es la pretendida “revolución copernicana” de que habló Kant. Desafortunadamente, una
cierta teología, llamada liberal, se dejó seducir por la sirena de la razón moderna y redujo la teología
a la antropología. Pero tenemos que resistir ala peligrosa tentación de estar siempre de acuerdo con la
modernidad y de buscar su aprobación. De ello nos dio ejemplo K. Barth, con su valiente “teología
dialéctica”,

Por lo demás querido hermano, dígame Ud.: ¿existe un asunto que merezca mayormente nuestra
consideración que la cuestión de Dios? Si Dios es la clave que define el destino del ser humano en el
mundo, ¿cómo no atender con el mayor interés y la máxima seriedad esta cuestión?.

Escuche en este punto no a un santo, sino a un filósofo, es un filósofo pagano antiguo, Aristóteles, el
“maestro de los que saben”, como afirma de él Dante (inf., IV, 131). Hablando de la excelencia de la
teología (filosófica) sobre todas las otras ciencias, declara solemnemente: “la ciencia más divina es la
ciencia de las cosas divinas. El pensamiento soberano es el pensamiento del bien soberano”
(cit.p.358). este enorme pensador recomendaba a la gente no ocuparse tanto del estudio de las cosas
del mundo, cuanto de buscar primeramente las realidades divinas (532).

Ud. podrá objetar: pero entonces ¿dónde queda en todo eso la realidad, el mundo y la historia de
dolor de los hombre y mujeres contemporáneos?. Ciertamente esas cosas la teología también las
tiene en cuenta, pero siempre a partir y con la fuerza de su tema original: el Misterio divino. Por lo
demás debe quedar bien claro: solamente a la luz de Dios las realidades humanas adquieren su
significado profundo y completo (cf. pp. 43-44).

Permítame usar aquí esta tautología: la teología, para ser teología, tiene que ser ante todo teológica.
Después, y sólo después, la teología será también política, liberadora, inculturada y todo lo demás
que Ud. quiera. Pero si no es ante todo “teología teológica”, no será teología de verdad, sino un
remedo de teología, o cualquier otra ciencia, camuflada de teología y usurpando su nombre. Aclaro
que, cuando digo “teología teológica”, hablo de un discurso que asume como tema principal no un
dios cualquiera, sino al Dios de la fe revelada, el Dios de la Palabra, en fin, el Dios de Jesucristo.

Para reforzar lo que aquí le estoy queriendo decir, vaya al testimonio de Tomás de Aquino: “la
teología trata principalmente de Dios. Trata también de las creaturas, pero en cuanto se relacionan
con Dios” (cit.p.43). En otro lugar sostiene: “la verdad teológica se refiere primera y principalmente
a la Realidad increada. Se refiere también a las criaturas, pero de manera consecuencial” (cit. p. 44).

Escuche, finalmente ahora ecuménicamente, otra voz de los albores de la edad moderna: la voz de
Lutero. El dice al mismo tiempo de modo sintético y existencial: “el tema propio de la teología es el
hombre perdido y el Dios salvador” (cit. p. 44).

Consejo 3. Que la Escritura sea el principal texto de referencia de su teología.

El Vaticano II declaró a la Escritura como “alma” de toda la teología (DV 24 y OT 16). De hecho es
la Escritura quien da vida, unidad y movimiento a la teología. Claro, por detrás de la Escritura
tenemos la Palabra viva de Dios, y por detrás de la Palabra está la persona de Cristo, el Verbo
encarnado.

Sepa, hermano mío, que la Escritura es el “testimonio primordial” de la Revelación, su fuente


originaria. Para la teología, todas las otras fuentes: padres, doctores, concilios, papas, obispos,
teólogos, liturgias, legislaciones, etc. son tan sólo “testimonios secundarios” (cf. p. 201). Además,
contra todo biblicismo, sepa también que la Escritura no puede estar desvinculada de la Iglesia ni de
la gran Tradición, pues mantiene con ambas una relación dialéctico-crítica (cf. pp. 220-2 y 240-4).

En verdad, tanto desde el punto de vista histórico como estructural, la teología no puede ser sino un
desdoblamiento de la Palabra de Dios, sea en forma de comentario (exégesis), sea en forma de
reflexión que profundiza (dogma), sea en forma de aplicación práctica (moral, espiritualidad).

Guarde bien esto en su mente: la Escritura debe tener en la teología el “primado hermenéutico”,
precisamente porque ella es el lugar teológico número uno (cf.pp.198-9).

Escuche ahora, a propósito de esto, el testimonio de dos autores que ya encontramos antes, uno
medieval y otro moderno. Veamos primero lo que dice S. Buenaventura: “Quien quisiere aprender
teología, busque la ciencia en su fuente: la Sagrada Escritura. Pues en los filósofos no existe la
ciencia de la salvación para el perdón de los pecados. Ni siquiera en los santos padres o en los
doctores. El discípulo de Cristo debe estudiar en primer lugar la Escritura. Es necesario, por lo
mismo, que el teólogo tenga a su alcance el texto completo de la S. Escritura, de otro modo, nunca
será un expositor competente de la Escritura” (cit. p. 235).

El segundo testimonio es de K. Barth: el teólogo no será ningún doctorcito que tendría el derecho de
aprobar o eliminar la palabra de los profetas o apóstoles, como si fuesen colegas de facultad. Menos
aún será un profesor de clase cuya tarea sería la de mirar por encima de los hombros de los autores
bíblicos, corregirles los cuadernos o darles notas. Aún el más pequeño o el mayor de entre esos
primeros testigos de la Revelación está por encima de cualquier teólogo, por más piadoso, docto o
perspicaz que sea. El lugar de la teología está definitivamente supeditado a los escritos bíblicos. El
teólogo, por el contrario, tendrá que permitir de buen grado, que los hagiógrafos lo miren por encima
de los hombros y le corrijan sus cuadernos. (cit. p. 206).
Consejo 4. Su teología debe permanecer vitalmente ligada a la comunidad de fe: a la Iglesia.

La fe, que es al mismo tiempo el tema y el fundamento de la teología, es una herencia colectiva:
pertenece a todo el Pueblo de Dios que es la Iglesia. Por tanto es sólo por la Iglesia que se tiene
acceso a la fe, y por medio de ella, a la teología. Y como la fe siempre busca
comprender, entonces el sujeto primordial de la teología es también el sujeto de la fe: la Iglesia.
Ud. entiende por eso que la teología tiene un estatuto esencialmente eclesial. Por eso el mismo Barth,
que inicialmente había llamado a su gran obra “dogmática cristiana”, le cambió más tarde el nombre,
llamándole “dogmática eclesial”.

Por tanto, si la eclesialidad es intrínseca a la teología, ésta nunca podrá ser un simple “asunto
privado”. Será más bien una actividad comunitaria y al servicio de la comunidad. Ud. tal vez oyó
hablar de la existencia en el primer mundo, de “teólogos libres”. Pues bien, este fenómeno es en rigor
un contrasentido, una anomalía, en cuanto expresión de “parasitismo religioso”.

Y porque no hay Iglesia sin jerarquía, es claro que el Magisterio jerárquico es un elemento interno de
la teología. Ciertamente el Magisterio puede hacer violencia a la teología y a los teólogos, pero eso
es cuestión de hecho y no de derecho. O sea: si sucede (quod Deus avertat = Dios no lo quiera),
significa que algo anda equivocado. No necesariamente tiene que ser así.

De lo dicho queda claro para Ud. que el teólogo es realmente una figura eclesial: es un miembro de
la Iglesia, un servidor del Pueblo de Dios.

Sin embargo, y preste aquí atención a la segunda parte de nuestro consejo, la comunión viva del
teólogo con la Iglesia debe entenderse no sólo con la actualidad, sino también con la sucesión de los
tiempos. Hablamos aquí de la Tradición (cf. pp. 237-46). Ella representa el legado de nuestros
antepasados: los padres y los doctores, los Credos y los Concilios, la liturgia y la enseñanza de los
pastores. ¿Cómo despreciar toda esa riqueza?.

Por eso, para que Ud. aprenda bien la teología, es necesario escuchar la “voz de los maestros”,
aprender las “lecciones de los clásicos”. ¿Qué puede saber de teología uno que nunca lee a Orígenes,
Agustín, Tomás de Aquino, Newman y otros grandes? Por eso en mi libro creí conveniente poner,
después de cada capítulo, una o dos páginas de un “clásico”, para que Ud. pueda escuchar de viva
voz a los maestros. Además, dediqué todo un capítulo (el 23) a la historia de la teología, donde se da
cuenta de los grandes nombres de la teología y de sus respectivas obras.

Atento, sin embargo, para no confundir Tradición con tradicionalismo. La Tradición es un proceso
dinámico, abierto, creativo. Un gran especialista en este asunto. Y Congar, amaba repetir la
afirmación de Péguy: “sólo se supera bien una tradición reciente por una tradición más antigua”.
Contra el tradicionalismo, Tertuliano recordaba: “Cristo no dijo yo soy la tradición, sino yo soy la
Verdad” (cit. p. 244).

Ud. puede encontrarlo paradójico, pero la Tradición está en la base de toda verdadera innovación. De
hecho la Tradición de la fe debe articularse indudablemente en términos de continuidad, pero
también en términos de ruptura: continuidad en cuanto a la sustancia y ruptura en cuanto a la forma.
S. Vicente de Lérins decía: “cuando hablas de modo nuevo, no digas cosas nuevas” (cit. p. 241). Por
su parte el Papa Esteban I (s. III), ordenaba: “no se hagan innovaciones sino a partir de la Tradición”
(cit. p. 242).
Consejo 5. Mantenga siempre viva la conciencia de la pobreza del lenguaje humano frente al
Misterio.

Sepa, joven amigo, que toda palabra humana sobre Dios es siempre inadecuada. “Dios es siempre
Mayor”, en particular mayor que todas nuestras palabras. Nuestro discurso sobre el Creador es
siempre indirecto y mediato: pasa por las criaturas. En este sentido es un discurso “alusivo”. Se hace
por comparaciones con las cosas creadas. La palabra técnica aquí es “analogía”.

Como analógico que es, todo lenguaje religioso es siempre imperfecto. Incluso cuando parece
perfecto, como cuando decimos, por ejemplo, Dios absoluto, trascendente, perfecto. Además, aunque
tales conceptos sean en sí mismos propios de Dios, son en realidad impropios en su forma de
representación, que es inevitablemente humana.

El lenguaje de la teología es analógico también y sobre todo porque usa metáforas o símbolos. Eso
ocurre principalmente en la Biblia y en el lenguaje religioso del pueblo en general. Además se trata
de un lenguaje más negativo que positivo. Afirma S. Tomás: “el último grado del conocimiento de
Dios es saber que nada sabemos de lo que El es”. (cit. p. 342).

Finalmente el lenguaje sobre Dios es “apofático”, es decir, inefable. En este momento, más allá de
todas las palabras se venera el Misterio insondable a través del silencio. Es el doble silencio: de
adoración recogida y de obediencia activa.

Querido amigo, como puede darse cuenta, en la teo-logía, el “theos” es siempre mayor que el
“loghia”. O sea, el contenido supera constantemente al lenguaje. Por eso la razón teológica es una
“razón crucificada”; la cabeza del teólogo es una cabeza coronada de espinas. La razón teológica
aparece a los ojos de la racionalidad mundana, como sinrazón o locura (cf. pp. 101-6), como lo
vislumbró muy bien S. Pablo (cf. 1 Co 1,2)

El mayor teólogo reflexivo y sistemático de la Iglesia, S. Tomás de Aquino, fue asaltado en los
últimos meses de su vida, por una crisis violenta. Fue cuando declaró que, en comparación con la que
estaba sintiendo espiritualmente, su teología le parecía… “paja”. Dejó la Suma Teológica
incompleta, como una catedral inacabada, símbolo elocuente de que ningún sistema conceptual, por
más genial que sea, puede abarcar el infinito.

De todo esto Ud. podrá sacar una lección importantísima: en el estudio de la teología debe cultivarse
un profundo “sentido del Misterio”, hecho de reverencia y de humildad frente al Dios infinito. La
Biblia llama con mucha propiedad a esa actitud “temor de Dios.”

Por su parte los estudiosos de la religión hablan del sentimiento de lo “sagrado”, como experiencia
de lo “tremendum” y “fascinosum” (R. Otto). Precisamente por ser tremendum, lo sagrado impele a
alejarse; pero por ser fascinosum atrae poderosamente y despierta curiosidad, o mejor, suscita
interés, fascinación, encantamiento. De allí el siguiente consejo.

Consejo 6. Tenga pasión por el conocimiento de Dios y de las cosas de Dios.

A pesar, o mejor, a causa de la trascendencia del Misterio sobre todo pensamiento y todo lenguaje, el
teólogo tiene el sacrosanto deber de pensar y de hablar sin temor acerca del Misterio divino. En la
comparación de Ricardo de S. Vitor, la razón del teólogo es como la burrita de Balaam: avanza bajo
los golpes de las espuelas de la fe, aunque el camino parezca bloqueado por la espada desnuda del
ángel del Misterio (cit. p. 102).
En su célebre carta 120, dirigida a un novicio en teología, S. Agustín declara la razón que le impulsa
a escribir: “es, dice, para mover su fe hacia el amor del conocimiento”. Más adelante recomienda:
“es con ardor que Ud. debe dedicarse al conocimiento de la realidad divina” (intellectum valde ama).
Exhorta, finalmente, al debutante a la oración, sin la cual no se puede hacer buena teología: “ora para
que Dios te dé el buen entendimiento” (cit. pp. 108-9).

Ud. podría pensar que el Misterio es oscuridad, pero no. El Misterio es un “abismo de luz”, es de una
luz tan deslumbrante que ofusca la razón. Es por el exceso de resplandor divino que la razón humana
queda como ciega. El Misterio no es el límite de nuestro conocimiento, sino el conocimiento de
nuestro límite frente a lo ilimitado. Por eso el Misterio representa la más fuerte provocación al
potencial de la razón. Y porque Dios es fascinación, encanto o deslumbramiento, aquí también y
sobre todo aquí, el asombro ante lo divino es el principio genético y permanente d e cualquier estudio
teológico de calidad.

Por todo esto, querido joven, evite la tentación del escepticismo en relación a las posibilidades de la
razón, tentación que ha resurgido hoy bajo ropajes posmodernos en forma de “pensamiento débil”.
No tenga miedo de ir a fondo en la penetración del Ministerio divino. Fue para alentar el vuelo de la
razón hacia el cielo de la trascendencia por lo que Juan Pablo II ha escrito su vigorosa encíclica
“FIDES et RATIO”. Ahí el Papa resalta la importancia, para la teología, del estudio de la filosofía,
por medio del cual la razón se fortalece en su “capacidad metafísica”, a fin de penetrar en la esencia
de las cosas y abrir la mente humana al acceso de las verdades universales y perennes.

Pero en raíz de todo estudio debe haber una pasión fundamental: la pasión por la luz, el amor
ardiente por la verdad. En efecto, dijimos arriba que la teología es la FIDES quarens: es la fe deseosa
de conocer, amante de la inteligencia, buscadora de sentido. Es la fe inflamada por la luz del saber.
Sin una fe “curiosa”, en el buen sentido, nunca se tendrá un buen teólogo, sino tan sólo un burócrata
del saber religioso. Ud. puede así percibir que la teología está movida por un “eros”, o sea, por un
interés afectivo vehemente, por una atracción casi física por el Misterio de Dios. Es eso lo que
sustenta y anima al empeño intelectual del teólogo, tanto en sus lecturas, estudios y reflexiones,
como en sus investigaciones, elaboraciones y creaciones (cf. pp. 525-7).

Por tanto, si Ud. quisiera ser un buen estudiante de teología, tendrá que desterrar muy lejos estos dos
vicios: la pereza mental y del diletantismo, esa irresponsabilidad típica en el uso de la razón, que los
antiguos llamaban curiositas. No interprete que estoy expresando un elogio al academicismo, sino
más bien estoy afirmando un estímulo al estudio de las cosas de Dios; al mismo tiempo que prevengo
sobre los peligros del fideismo barato e indolente, que se contenta con la disculpa vulgar: “no hay
nada que explicar, son cosas de la fe” (cf. pp. 527-34).

Quiero terminar, también este consejo con algunos testimonios. Escuche en primer lugar al gran
maestro medieval, Ricardo (+ 1173), de la célebre escuela de S. Viator en París. He aquí cómo él
exhortaba a sus oyentes para el estudio de la teología: “lancémonos en dirección de la perfección de
la fe, que es el conocimiento teológico. Y por toda la serie de progresos posibles, avancemos con
prontitud en la fe al c0nocimiento. Hagamos todos los esfuerzos posibles para comprender aquello
que creemos. Pensemos en el ardor de los maestros profanos y en los progresos que hicieron, y
cuidémonos de mostrarnos inferiores a ellos en nuestro trabajo. El amor a la verdad debe ser en
n0sotros más eficaz que en ellos el amor a la vanidad. Será necesario que en nuestro campo nos
mostremos más capaces, nosotros que estamos dirigidos por la fe, animados por la esperanza e
impelidos por la caridad” (cit. p. 24).
Consejo 7. Haga una teología que esté al servicio del Pueblo de Dios.

Ud. podría preguntarse: teología ¿para qué? Se estudia teología no por interés personal, o por mera
satisfacción individual, sino como una forma de cultivar “el arte por el arte”. No. La teología es
sierva de la fe. Teologizar es un servicio eclesial. Es en definitiva una forma de amar.

Que la teología esté totalmente volcada hacia la fe, lo afirma la célebre definición de S. Agustín: “la
ciencia de la teología implica solamente aquello que contribuye ala fe que salva, en el sentido de
fecundarla, defenderla y fortalecerla” (cit. p. 104).

La teología existe para ser comunicada, para enriquecer a la pastoral, para producir vida eclesial, en
fin, para servir al pueblo y a su salvación. ¿Por qué? Porque el Misterio de Di0s no

verdades de la fe son verdades salvíficas y no verdades puramente teóricas. Si esto es así, el


momento práctico de la teología no sólo es constitutivo de su proceso, sino también su término: allí
se consuma la teología. A propósito, haber enfatizado el lado práctico de la teología fue uno de los
méritos de las “teologías de la acción”, que se consolidaron después de Vaticano II. La teología de la
liberación sostuvo con particular insistencia que la praxis es el acto primero de la teología,
asumiendo la teología sólo después, como acto segundo.

Ya en la Edad media la escuela franciscana había defendido la dimensión prevalentemente práctica


de la teología. S. Buenaventura, por ejemplo, dice que la teología existe para “ayudarnos a ser
mejores y a salvarnos” (cit. p. 390). Su cofrade Duns Scoto era aún más enfático en defender el
carácter primariamente práctico de la teología (cf. pp. 420-2).

Sin embargo, mi joven hermano, a estas alturas deseo hacerle una advertencia. Sí, la teología existe
para servir, pero cuidando de no ir -como dice el pueblo- con demasiada sed al vaso de agua, es
decir, no se debe instrumentalizar la teología, así sin más. Sería caer en el error del pragmatismo y,
con el tiempo, en la superficialidad y en la repetición. Para servir bien a la práctica, la teología debe
estar sustentada en una buena teoría. La misma práctica, para ser verdadera, pide una
fundamentación en la verdad. El estudio paciente es recurso insustituible de una buena práctica. Sin
la mediación de una teoría consistente, no hay práctica que se tenga en pié.

Por tanto, para encontrar las buenas respuestas pastorales, es preciso un adecuado fundamento
teológico. Para lo cual se requiere concentración en el estudio y al mismo tiempo gratuidad en la
búsqueda de la verdad. Como dice el maestro Barth: “quien nunca se dejó afectar seriamente por los
problemas teológicos como tales, nunca será un pastor que pueda tomarse en serio, y llegará la hora
en que no tendrá nada esencial qué decir a las personas” (cit. p. 422).

Por tanto, amigo mío, no tenga miedo a dar tiempo y esfuerzo al estudio de la teología,
especialmente durante el tiempo en que se cumple el curriculo básico. No sea impaciente,
preguntando a cada momento: “¿para qué me servirá esto o aquello? Y queriendo respuestas
inmediatas a todo problema pastoral. Eso es caer en la “teología de recetas”. Recuerde que “nada
más práctico que una buena teoría”.

Por tanto, aproveche bien el período de la formación inicial, concentrándose en adquirir los
principios fundamentales y las reglas esenciales que le permitirán más tarde una plena actividad
pastoral, sabiendo discernir bien las situaciones en que se vive y encontrar las salidas más creativas y
evangélicas.
Consejo 8. Que su teología tenga siempre en cuenta la realidad del pueblo.

Si el marxismo tuvo méritos, uno de ellos fue la crítica a la “alienación” como fuga de la realidad
concreta. Es cierto que l acusación de “alienación es para descalificar hoy a cualquier teología”. Sin
embargo, cuando hablo aquí de la realidad, pienso en la realidad de la vida en general y no solamente
en la realidad social e histórica. Me refiero, pues, aquí a la vida de la gente, y no sólo a la
problemática social.

Quiero decir que la teología necesita estas ampliamente abierta a todo la aventura humana, ser
sensible a la vida de las personas, a los problemas del hombre de la calle. Además, las 3/4 partes de
la fe se viven finalmente en lo cotidiano. La teología es para la gente común y no para una élite.
Parafraseando la introducción de Gaudium et Spes, se podría muy bien decir que “las alegrías y
esperanzas del mundo, especialmente de los pobres y sufridos, son las alegrías y esperanzas del
teólogo”.

En el gran abanico de la realidad de la vida actual, podemos detectar, con dos teólogos nuestros,
Libanio y Murad, cinco grandes enfoques. Más que de temas se trata de perspectivas transversales,
que pueden y deben informar todos los temas teológicos (cf. pp. 51-4). Son los siguientes:

Enfoque socio-liberador que consideramos hoy no el más importante (éste será siempre el problema
de Dios), sino el más urgente y dramático. Tomó cuerpo en la llamada teología de la liberación, pero
constituye hoy una dimensión ampliamente asumida por toda teología consciente de su
responsabilidad social.
Enfoque feminista, que tiene ya toda una historia, pero que necesita aún penetrar más profundamente
en la visión de toda teología que se quiera integralmente humana, es decir, femenina y masculina.
Enfoque étnico, que busca integrar en la visión de fe todos los colores del arcoiris cultural,
especialmente, entre nosotros, las culturas indígenas y negras.
Enfoque ecuménico, que se esfuerza por tener en cuenta las ópticas de las otras confesiones
cristianas (ecumenismo en sentido estricto, como búsqueda de la unidad entre las Iglesias cristianas),
y también las riquezas de las otras religiones (diálogo interreligioso o macroecumenismo).
Enfoque ecológico, que considera toda la creación como “casa común” de los humanos, de los seres
vivos y de todos los seres creados en general.

Permítame aquí aumentar algunos otros enfoques transversales. En primer lugar el enfoque
psicológico. ¿Acaso la teología no debería tomar más en cuenta los logros actuales de las corrientes
modernas de la psicología, en sus estudios sobre la sexualidad, las emociones y la afectividad en
general? ¿La subjetividad posmoderna a decir verdad no pide a la teología hacer exploraciones en
esta dirección?.

Después ¿será que la teología no debería también estar más atenta al enfoque de la paz? Este aboga
por el desarme nuclear y por la no violencia como actitud de base en las relaciones sociales,
internacionales y ambientales, y aún como filosofía de vida para llevarla a lo cotidiano.

Finalmente, ¿no cree que se debería poner también el enfoque espiritual como dimensión
omnienglobante de toda teología, tanto más hoy en que la humanidad anhela desesperadamente la
experiencia religiosa?

Pero cuidado: todos estos enfoques no deben en modo alguno sustituir y aún debilitar el enfoque
original, principal y específico de la teología, que es el enfoque de la fe. Más bien deben apoyarse en
ella y en cierta forma explicitarla. Así, por ejemplo: es evidente que debemos estar atentos a
considerar cómo el negro, la mujer, el budista o el pobre ven a Dios, la vida o la muerte. Pero lo que
importa, finalmente, después de aquella primera visión, es reflexionar cómo Dios mismo ve al negro,
a la mujer, al budista o al pobre.

Consejo 9. No olvide explicitar la dimensión liberadora de la fe.

Hace poco evoqué el enfoque liberador. Quiero ahora dar un énfasis especial a esta dimensión
importante de la realidad que es la vida social. El enfoque social se ve hoy urgente en todo el mundo,
una vez que la globalización generalizó los problemas, pero es especialmente relevante en el Sur del
mundo, donde la cuestión social adquirió formas y perfiles de particular gravedad.

La Gaudium et Spes que citamos arriba, nos hablaba de los signos de los tiempos, reconociendo los
grandes fenómenos que mueven nuestra historia. Esta constitución nos enseñó en la teoría y en la
práctica, que tenemos que tomar muy en serio estos signos. Ellos deben ser, dice, primeramente
observados y analizados cuidadosamente p0r el teólogo, para luego ser interpretados y discernidos a
la luz de la fe (GS 4, 11, 44, 62; cit. pp. 295-6).

Por lo demás acoger la realidad social, inclusive cultural, es exigencia de toda teología que se quiera
realmente católica. Ella debe poder acoger lo no teológico para transformarlo en teológico,
percibiendo las semillas del Verbo, o según la expresión de la declaración Nostra Aetate (n. 1), los
reflejos de la Revelación.

La teología actual está llamada a dar relieve a los problemas de la justicia y de la igualdad, a los
derechos humanos y sociales. Debe estar especialmente atenta a la necesidad de cambios y a la
búsqueda de alternativas, frente a las vías sin salida del sistema neoliberal. Es, en efecto, para estas
cosas que grita y clama aún hoy a la teología de la liberación.

Pero su estatuto epistemológico tiene que plantearse actualmente en nuevos términos, motivo por el
cual aprovecho la ocasión para proponer, así sea en forma sumaria, el planteamiento de esta ardua
cuestión.

Ud. joven teólogo, podrá pensar que la teología de la liberación es una teología separada, completa e
independiente, de tal forma que puede presentarse como una teología sustitutiva o alternativa a la
teología clásica. Pero le digo con franqueza: para mi Ud. está equivocado. Puede ser que la TL en el
pasado haya parecido así. Pero está quedando cada vez más claro que ella representa no una teología
integral, sino una dimensión interna e integrante de toda teología cristiana. La teología cristiana, o es
de liberación o no es cristiana.

En este sentido la afirmación de Juan Pablo II, en la conocida carta a los Obispos de Brasil (9 de
abril 86), constituyó a mi entender, la posición mas clara, precisa y, en cierta forma, definitiva del
magisterio frete a la TL. Dice allí: “la TL es no sólo oportuna, sino útil y necesaria. Debe constituir
una nueva etapa, en estrecha conexión con las anteriores, de aquella Tradición apostólica y
continuada con los Padres y doctores, con el Magisterio ordinario, extraordinario, y en época más
reciente, con el rico patrimonio de la doctrina social de la Iglesia” ( cit. p. 656).

A partir de allí queda demostrado que la historia de la que la TL fue condenada por el Vaticano es
una invención de los periodistas, la verdad es que el Vaticano aprobó globalmente la TL, haciéndole
sin embargo serias reservas, en especial dos: el peligro de la politización exagerada de la fe y los
riesgos implicados en el uso del marxismo.
La liberación social no es ni puede ser la única ni la más importante dimensión de la teología
cristiana, aunque pueda ser en ciertos momentos y en determinados lugares la más urgente. Es
trabajar equivocadamente pretender hacer sólo TL. Tenemos que hacer en cambio teología integral,
incluyendo en ella la perspectiva liberadora.
Ud. me pregunta si mi grueso libro “Teología del método teológico” es realmente sobre el método de
la TL. Respondo que no. Allí me ocupé más ampliamente del método de toda la teología cristiana.
Pero agrego inmediatamente: porque la teología cristiana, para ser real, comprende necesariamente la
dimensión liberadora, en mi libro me ocupo también de la TL. Esta aparece allí integrada de modo
estructural en el conjunto de la teología. Además estoy convencido, y trato de probarlo en el libro,
que la máquina de la producción teología necesita incorporar absolutamente en su estructura
epistemológica el mecanismo de la TL. El núcleo de la argumentación es este: si la fe es
constitutivamente liberadora, la teología también tiene que serlo, y si la teología es liberadora,
entonces su método tiene que ser igualmente liberador (cf. pp. 17-18).

Ud. vuelve a la carga y me pregunta, si en este caso, la TL no está ya superada. Respondo que no, si
se entiende superada en el sentido vulgar de pasada, obsoleta y muerta. Al contrario, la exigencia de
una TL nunca fue más “oportuna, útil y necesaria” que hoy en que vivimos tiempos de exclusión
social. Por otro lado si diría que es una teología superada en el sentido dialéctico de “superación
inclusiva”: la TL no terminó, existe aún, pero desapareció en cierta forma, como el terrón de azúcar
que se diluye en el café: no se ve más, pero da sabor a todo el café. Por eso esta teología es hoy
menos visible, pero no por eso menos presente y operante.

La cuestión de saber si se debe o no seguir hablando hoy en términos de TL es, a mi entender, una
cuestión absolutamente secundaria. Más que una cuestión teórica y objetiva es una cuestión retórica
el hecho de preguntarse si conviene continuar usando esa expresión en la práctica pedagógica,
pastoral o política, es en fin cuestión de saber si hablar así es o no es políticamente correcto. Para mí,
lo que es teóricamente correcto (y eso es lo que me interesa) es hablar no de TL, sino simplemente de
teología, con la condición de incluir en ella la dimensión liberadora de la fe. Así, en rigor de
términos, lo que existe no es propiamente una pleonástica TL, sino un teología con dimensión
liberadora, como debe ser toda buena teología que se quiera realmente evangélica.

En la realidad de los hechos la TL ya se convirtió ampliamente en teología normal, es decir, en


teología habitualmente investigada en los institutos teológicos del mundo. Así, cuando hoy se habla
de teología, se entiende cada vez más de teología con dimensión liberadora. Si eso es verdad, quiere
decir que las demandas de la TL han sido en buena medida incorporadas a la práctica de la teología
universal. Sin embargo, allí donde las demandas de la TL aún están lejos de ser consideradas, es más
que legítimo, aún por razones de buen debate, que se continúe hablando de la necesidad de hacer TL
(cf. pp. 637-8).

Disculpe, querido joven, esta discusión un tanto difícil. Pero era necesario esclarecer un punto tan
relevante como éste, así sea sólo para mostrar la importancia de la discusión teológica sera, a fin de
llegar a ideas claras. Con eso la práctica saldrá ganando.

Consejo 10. Haga teología con el oído abierto al pobre.

Si el ojo del teólogo tiene que ser el ojo de Dios, su oído tiene que ser igualmente oído de Dios.
Ahora bien, el oído de Dios está inclinada al clamor del pobre. “Ví la aflicción de mi pueblo y
escuché su grito” (Ex 3,7). La teología debe, pues, honrar el lugar privilegiado que Dios otorgó al
pobre en su plan de salvación. En otras palabras, la opción preferencial por los pobres no vale
únicamente en la política y en la pastoral, también en la teología.
Ud. seguramente escuchó hablar de Bonhoeffer, un hombre que luchó contra el nazismo y por eso
murió ahorcado. Este teólogo, siempre inspirado, decía de modo tajante que los tres temas de la
teología eran: Dios, la Iglesia y el olvidado. Cuando digo pobre entiendo esa categoría en su sentido
bíblico, que es al mismo tiempo concreto y amplio, incluyendo desde el pobre socioeconómico hasta
el pecador. Pobre se refiere, en fin, a todos los que sufren o están abandonados en el mundo.

Pero sepa, amigo mío, que hacer en teología opción preferencial por los pobres, significa muchas
cosas. Significa en primer lugar estar en contacto vivo, aunque sea mínimo, con el mundo de los
pobres. Se percibe de inmediato, por sus temas preferidos, su lenguaje y su discurso, si un teólogo
conoce a los pobres “de oídas”, o mediante su convivencia directa con ellos…

Optar por el pobre en teología significa también tener a los pobres como primeros destinatarios de
nuestro discurso y dar a sus problemas un lugar destacado en nuestras reflexión. Significa, en fin,
considerar a los pobres como maestros en la fe, pues su sufrimiento es cátedra que ilustra al teólogo a
propósito de los ministerios de Dios. Ud. puede imaginar cuánto aprendió la teología en el contacto
con ellos. Cuán pobre sería, en cambio, sin la contribución densa y dramática, llena de vida y
esperanza, que le aporta la comunión con los pobres.

Hay quien tiene miedo de hablar del “privilegio epistemológico y hermenéutico” de los pobres. Sin
embargo el fundamento de ese privilegio es evidente. Jesús mismo declaró que el padre ha revelado
sus secretos a los pequeños y los ha ocultado a los sabios y entendidos de este mundo (cf. Mt 11, 26).
S. Pablo también afirma claramente que ninguno de los poderes de este mundo conoció la sabiduría
que viene de Dios (cf. 1 Co 2,8), sino más bien Dios escogió a lo que es locura para el mundo para
confundir a los sabios (1 Co 1,27).

Además, la misma conciencia de la humanidad ya había intuido que la pobreza y el sufrimiento


abren el camino a la sabiduría. Los griegos, por ejemplo, colocaban juntos a mathos (saber) con
pathos (sufrimiento). Los modernos no se quedaron atrás. El profeta adolorido que fue Nietzsche
estaba convencido de que el dolor era el camino más corto para la verdad. Sí, por su fe y por sus
lágrimas, los pobres disponen de una senda providencial para llegar al sentido de la vida, en lugar de
la tortuosa vía de los filósofos. Y es que el Espíritu lleva a los humildes de la mano, mientras con la
otra repele a los aliados de este mundo (1 Co 1,20) (cf. pp. 174-180).

Así pues, amigo, si Ud. quiere ser teólogo de verdad, necesitará tener una profunda “afinidad
electiva” con los pobres. Además, como insistía Jon sobrino, la razón teológica es una “razón
compasiva” y su inteligencia una “inteligencia de la misericordia” (cf. pp. 122-124).

Concluyo: el elogio de la teología.

Para terminar, amigo, quiero aún exaltar ante sus ojos la importancia de la teología, mostrando ahora
su grandeza. Comienzo con esa afirmación aparentemente pretenciosa: la teología es un paciencia
digna sólo de Dios. Pero es verdad. El genial teólogo Duns Scoto sostenía que sólo el mismo Dios es
“teólogo absoluto”, en cuanto que nosotros, los humanos, somos apenas “teólogos relativos”. De
hecho sólo Dios conoce bien a Dios.

Por lo demás eso ya lo había afirmado en cierta forma Aristóteles, cuando definió a Dios como
“pensamiento del pensamiento”. Para él, Dios estaría haciendo teología de eternidad en eternidad,
por ser la única actividad a la altura de su grandeza inmensa (cit. p. 155, no. 16).
Nunca se llegó tan lejos en la demostración de la altísima de la altísima dignidad de la teología. En
cuanto a las realidades creadas y a los seres humanos, la teología, como hemos visto, también se
ocupa de ellos, no tanto en relación a su funcionamiento cuanto en relación a su destino. Como decía
de modo muy apropiado Galileo Galilei, la teología no discute cómo va el cielo, sino cómo se va al
cielo; y eso es muchas más definitivo. Lo que le interesa no es el curso del universo, sino su sentido
último.

Viniendo ahora al nivel social, recuerdo la consideración del exrector del colegio de Europa, H.
Brugmans. Según él, si la sociedad actual perdió la brújula y cayó en el pragmatismo barato, es
porque no mira más hacia el gran horizonte de la teología. Ella, en efecto, plantea las cuestiones de
sentido, a partir de las cuales todas las demás encuentran su lugar y su valor.

Y para terminar esta especie de elogio de la teología y de su importancia, tengo un testimonio más:
es de un filoso ateo moderno, Max Horkheimer (+1973). En una célebre entrevista concedida al final
de su vida, este pensador se mostraba convencido de que “por detrás de cada acción humana estaba
la teología”. Y deducía que, “si una política no conserva en si misma una teología, así sea parcial,
acaba por convertirse en puro chanchullo”. Y llega a esta conclusión decisiva: “suprímase la
dimensión teológica y desaparecerá del mundo lo que llamamos sentido”. (cit. pp. 595-6).

He aquí, mi joven amigo, lo que tenia que decirle para que Ud. ame la teología y se empeñe a fondo
en su estudio. Sólo me queda desear que siga los pasos de María de Nazaret que, por conserv
ar todas las cosas y meditarlas en su corazón, representa el icono de todo verdadero estudioso de la
teología. Así, iluminado como ella por el Espíritu, Ud. será conducido de verdad en verdad, hasta
llegar a la “verdad plena”. Amén.

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