Sin Pecado Concebida
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El autor narra la experiencia vivida por un adolescente de 17 años cuando se enamora perdidamente de una joven de 16, quien le confiesa su adicción a las drogas, y le cuenta la horrible experiencia que vivió a los 13 años, de donde le viene un trauma que le hace sentir odio por su primer nombre (Eva), y por todo lo que está asociado con el pecado original.
Al solidarizarse con ella, él se propone indagar a fondo el misterio contenido en el capítulo 3 del Génesis. Ingresa a una antigua Sociedad Secreta y allí descubre los orígenes del pueblo hebreo y de las Religiones de Occidente, la vida oculta de Moisés y su forma críptica o alegórica de escribir.
Gracias a unas claves recibidas de su Iniciador, logra descifrar el verdadero significado del relato y descubre que éste, se refiere a una etapa en el desarrollo del ser humano.
Llega así a la conclusión, de que no hubo pecado original.
Publio S. Colmenares B.
Acerca del Autor Nacido en la ciudad de Caracas, Venezuela en 1950, es un filósofo metafísico, instruido y formado en las antiguas enseñanzas de los Maestros Constructores*, cuyo conocimiento forma parte de la llamada Tradición Oral de Occidente. Actualmente se desempeña como escritor, ensayista, conferencista, y en forma estrictamente privada, como asesor y consejero vocacional, personal y de emprendimientos. Hoy por hoy, es uno de los pocos sobrevivientes de su generación, herederos y continuadores de la antigua tradición del Arte Regio**; una tradición proveniente de la antigua Grecia, transmitida exclusivamente a un grupo selecto de sus alumnos de la Academia de Atenas, por el gran filósofo griego Aristocles de Atenas, mejor conocido como Platón. El Arte Regio, es una enseñanza filosófica, metafísica, y holística, mencionada mas no revelada públicamente por Platón, en sus diálogos “Eutidemo” o “El Discutidor” y “El Político” o “De la Realeza”; y legada a la posteridad, también en forma privada y tradicional, por su discípulo y segundo sucesor en la Academia, el también filósofo, Jenócrates de Sición. *La Masonería Primigenia u Operativa, que no debe confundirse con la mundialmente conocida Franc-Masonería o Masonería Especulativa; creada en el año 1717, cuya labor se orienta principalmente hacia lo político, social, filantrópico y fraternal. **Ars Regia, Arte Real o Arte de Reinar. About the author Born in Caracas, Venezuela in 1950, he is a metaphysical philosopher, instructed and trained in the ancient teachings of the Master Builders*, whose knowledge is part of the so-called Oral Tradition of the West. He currently works as a writer, essayist, lecturer, and in addition as a vocational, personal and entrepreneurial advisor. Today, he is one of the few survivors of his generation, heirs and continuators of the ancient tradition of Royal Art**; a tradition from ancient Greece, transmitted exclusively to a select group of its students of the Academy of Athens, by the great Greek philosopher Aristocles of Athens, better known as Plato. The Royal Art, is a philosophical, metaphysical, and holistic teaching, mentioned but not publicly revealed by Plato, in his dialogues "Eutidemo" ("The Disputer") and "The Politician" ("Of the Royalty"); and bequeathed to posterity, also privately and traditionally, by his disciple and second successor in the Academy, the philosopher, Jenócrates de Sición. *Primal or Operational Freemasonry, which should not be confused with the world-known, Freemasonry or Speculative Freemasonry; created in the year 1717, whose work is mainly oriented towards the political, social, philanthropic and fraternal. **Ars Regia
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Sin Pecado Concebida - Publio S. Colmenares B.
Tiempo atrás, cuando apenas comenzaba a descubrir los conflictos que produce en un adolescente la llegada de los diecisiete años, conocí a una extraña mujer de quien me enamoré ciegamente. En honor a la verdad, no era la primera vez que me apasionaba con locura. Sin embargo, la atracción que ella ejercía sobre mi difería por completo de mis idilios anteriores, cuya principal y quizás única característica era el atractivo físico que poseía la mujer deseada.
Al nacer fue bautizada con el nombre de Eva Rosa, pero desde niña la llamaban Sheila. Por alguna razón, que siempre se negaba a revelarme, ella sentía una gran aversión por su nombre de pila, al extremo que no permitía ni a sus familiares más cercanos que lo emplearan cuando se dirigían a ella. Por este motivo sus parientes lejanos y amigos pensaban que ese apodo era su verdadero nombre. Sheila lo detestaba tanto que si yo quería fastidiarle la existencia, me bastaba pronunciárselo para que de inmediato su cara enrojeciera intensamente. En seguida se le endurecían las facciones, y sus párpados, por lo general un poco cerrados, se abrían completamente, y dejaban ver un par de inmensos ojos, que expresaban una furia tan espantosa; que era inevitable sentir miedo a su reacción.
La fuerza que poseía en su mirada me impactaba enormemente. Era una mirada muy especial. Sheila tenía problemas con su vista. Con regularidad sus pupilas permanecían dilatadas; por esta razón pocas veces podía disfrutar del bello color caramelo de su iris. Para leer o mirar de cerca, tenía que usar obligatoriamente, unos lentes cuyos cristales eran gruesos y de gran aumento los cuales hacían ver sus ojos más grandes aún, e incrementaban el impacto de su mirada firme y segura.
Siempre lucía un rostro al natural. No se depilaba ni pintaba las cejas, no delineaba sus párpados, no le gustaba colorear sus pestañas ni sus labios, tampoco usaba polvo facial o perfume alguno. Apenas un par de zarcillos resaltaban su naturaleza femenina y sin embargo, solo usaba modelos pequeños, discretos y de presión, ya que sus orejas no habían sido perforadas según la tradición ancestral practicada a nuestras niñas recién nacidas.
Era de piel blanca, un poco bronceada por el sol del trópico, a pesar de sus dieciséis primaveras exhibía una tez limpia y libre de la más mínima señal del terrible y odiado acné de los adolescentes. Tenía la nariz un poco gruesa y perfilada, lo que indicaba una posible ascendencia española. Era de boca mediana, con labios gruesos y carnosos que producían en mí la sensación de estar frente a una mujer de naturaleza muy sensual. Sensualidad que a mi juicio, trataba de reprimir y ocultar con su manera de vestir y de actuar. Solía bañarse todas las mañanas al recién levantarse y todas las noches antes de acostarse; es más, cuando estaba en casa al mediodía, también lo hacía. En mi opinión, esta exagerada pulcritud, dejaba entrever la existencia de algún trauma en su crianza; aunque reconozco, que en nuestro país, hay épocas del año en las cuales provoca meterse a la ducha tres veces al día, y hasta más. Su cabello era largo, de color castaño oscuro, suave y un poco ondulado. Rara vez lo llevaba suelto pues solía recogerlo y esconderlo bajo un gorro tejido en grueso hilo de lana, con franjas horizontales de colores azul y blanco, muy parecido en su forma a los usados para proteger del frío, a los bebes recién nacidos.
Ambos teníamos la misma estatura, un metro sesenta y cinco centímetros, a ella le gustaba ese detalle, cierta vez me dijo:
-Por fin, tengo un amigo con quién compartir sin sentirme aumentada o disminuida; siento que ambos poseemos la misma talla mental; contigo nunca me aburro al conversar, porque siempre tienes respuestas que satisfacen mis inquietudes.
Las faldas y otros trajes femeninos, estaban execrados de su guardarropa. Vestía exclusivamente pantalones generalmente del tipo Jeans; siempre prefería los desteñidos que habían perdido la intensidad del índigo y quedaban de un color celeste grisáceo. No le agradaba sentirlos pegados al cuerpo, como era la costumbre entre la gran mayoría de sus contemporáneas, quienes seguían los dictados de una moda que recién nacía con furor. Los prefería bastante holgados, tal como a los hombres nos gusta usarlos. De igual forma, solía vestirse con blusas muy anchas de mangas cortas, por lo general unicolores o con adornos muy sencillos; se las abotonaba casi al cuello, lo que impedía verle en lo más mínimo el comienzo de sus senos y así estimar sus dimensiones; pero la caída natural de la tela sobre el volumen de sus pechos, los delataba grandes, firmes y bien proporcionados.
Todos estos detalles de su personalidad me intrigaban mucho porque a primera vista daba la impresión de que era hombruna, pero, tras esa aparente falta de feminidad, se escondía toda una mujer. Al menos, yo así lo creía.
Ambos, trabajábamos en una fábrica de telas, ella era operadora de una máquina enconadora, esas que enrollan el hilo en forma de conos, yo estaba a cargo del departamento donde se preparaban los colores y dirigía el proceso de estampar las telas. Aunque me agradaba estar cerca de ella, siempre evitaba topármela dentro de la empresa; pues, por su condición de obrera y la mía de jefe, no era bien visto por parte de la gerencia que se estableciera algún tipo de relación íntima entre nosotros. A ella no le importaba en lo más mínimo que nos vieran conversando, sin embargo, a mí sí me preocupaba; porque conocía bien las reglas que se aplicaban en nuestro campo laboral, en especial, con las trabajadoras. En primer lugar, contrataban mujeres porque el salario que se les pagaba era siempre inferior al de los hombres, aunque desempeñaran la misma labor. Por otra parte, mientras más necesitadas estuvieran y menos preparadas intelectualmente, mucho mejor, porque así podían mantener un mayor dominio sobre las mismas. Esta situación era aprovechada por algunos capataces y gerentes, quienes se permitían ciertos abusos, tales como el sempiterno acoso sexual, pues actuaban con la absoluta seguridad de que ellas ante el temor de perder el empleo no los denunciarían. Por último, esas características de ignorancia y necesidad le daban al patrón la posibilidad de reemplazarlas fácilmente. En mí caso sucedía lo contrario ya que los parámetros establecidos para los aspirantes al cargo que yo desempeñaba eran: dominio del oficio de colorista (preparador de colores), asumir la responsabilidad de dirigir el departamento, cierto grado de cultura, don de mando, y en lo posible, de sexo masculino. Todo esto me permitía concluir, que de aplicársenos la regla de No relación íntima entre los jefes y el personal obrero
, sería ella quien perdería el empleo.
Casi siempre nos veíamos por las tardes al salir de la fábrica. Yo la acompañaba religiosamente hasta la parada de los autobuses que la transportaba hasta su casa. Nuestras conversaciones eran largas o cortas, dependiendo del retraso o la puntualidad del colectivo, las charlas duraban un promedio de cuarenta y cinco minutos.
¡Dios mío, al fin lo logré!, exclamé desbordado de alegría, Sheila había aceptado salir conmigo el siguiente sábado, día de su cumpleaños y pasaríamos todo el día juntos. La convencí de encontrarnos en el centro comercial ubicado cerca de aquel lúgubre Café del bulevar que ella había sugerido. Yo aspiraba darle una gran sorpresa ese día; nunca imaginé que entonces, el sorprendido sería yo.
Suelo ser puntual, me incomoda tener que esperar o saber que alguien me espera; pero esta vez, la emoción me hizo llegar treinta minutos antes pues no quería que algún contratiempo me impidiera estar allí a la hora acordada. Al acercarme al sitio del encuentro pude distinguirla desde lejos, allí en la escaleras principales del centro comercial, sentada en el primer escalón. Jugaba con un perro Doberman que deambulaba solo. ¡Dios!, se me había adelantado ¿Quién sabe por cuánto tiempo? Me sentía avergonzado porque recordé las palabras de mi padre: Un caballero jamás hace esperar a una dama
, nunca hasta entonces, una mujer había esperado por mí. Nos saludamos con un efusivo abrazo, le señalé una cafetería que estaba a pocos pasos del sitio donde nos encontrábamos, la invité a tomarnos un café y desayunar si lo deseaba, ella aceptó.
No la felicité por su cumpleaños; la dejaría pensar que lo había olvidado, y me reservaría los cumplidos, hasta el momento de darle mí regalo sorpresa. Nos sentamos en una sección de la cafetería donde las mesas estaban ubicadas al aire libre, mientras desayunábamos y conversábamos en forma amena, me dí cuenta de que a pocos metros de nosotros, exactamente a espaldas de Sheila, había un quiosco especializado en vender flores frescas. Me levanté con la excusa de ir al baño, que por coincidencia quedaba cerca del quiosco; compré una pequeña maceta sembrada con una sencilla planta, de la cual brotaba una gran rosa de color rojo púrpura y de textura aterciopelada. Lenta y sigilosamente me dirigí hacia ella. Sheila observaba distraída las piruetas que hacía el perro con el cual ella jugueteaba minutos antes. Justo al llegar a su lado, puse la rosa frente a su cara, mientras le susurraba al oído:
-¡Una rosa, para mi bella Rosa!
En ese instante caí en cuenta de que había cometido