La Sociedad Divertida
La Sociedad Divertida
La Sociedad Divertida
LA SOCIEDAD DIVERTIDA
En los ambientes lights hay una expresión que se repite como si fuera una
máxima: «Fulanito es muy divertido», con lo que se da a entender que uno de los
atractivos de esa persona es su capacidad de asombrar a los demás y hacer que lo
pasen bien. La gente, las reuniones, las cenas o los libros son calificados de
«divertidos», como si esto fuera lo mejor que se puede decir de ellos. También las
modas en el lenguaje coloquial traducen lo que está sucediendo, porque
constituyen el eje alrededor del cual gira la sociedad posmoderna.
No importa que los códigos que hoy rigen tengan consistencia o sean
banales; da igual. Lo decisivo es que un comportamiento determinado se lleve.
Como he apuntado en otros capítulos, el hombre light es un producto que
abunda especialmente en los niveles socioeconómicos altos de Occidente. También
puede aflorar en estratos medios y medio-bajos, como influjo resonante de las
capas superiores. En tal sentido, las revistas del corazón hacen de correa de
transmisión: se imita la forma de vestir de los personajes que en ellas aparecen,
sus expresiones y, lo que es más grave, su tipo de vida, tantas veces vacío y roto,
deshilachado.
Al tener el hombre de la sociedad del bienestar todas las apetencias
materiales cubiertas, además de una serie de libertades claramente dibujadas,
puede suceder que si no abre otras vías más ricas en el campo cultural o espiritual
se deslizará por una rampa que termina en la frivolidad.
En el hombre esencialmente frívolo no hay debate ideológico ni inquietudes
culturales. ¿Cuáles son sus principales motivaciones? Todas aquéllas
correspondientes al hedonismo materialista permisivo, característico de lo que
Gilíes Lipovetsky denomina en su libro El imperio de lo efímero «el siglo de la
seducción y de lo efímero». Una sociedad dominada por la frivolidad, centrada en el
consumo, aturdida por la publicidad, infantilizada e influenciada por los
«personajillos» que están en candelero no es capaz de establecer sistemas, teorías
o esquemas posibles para la vida pública.
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En el hombre light hay una ausencia casi absoluta de cultura. Dentro del
terreno intelectual, sólo busca aquello que tiene relación con su vida profesional. Su
nivel de lectura (ensayos o novelas actuales) es prácticamente mínimo, y no
digamos si se trata de obras clásicas. Aquello que no es trabajo profesional resulta
leve, ligero, evanescente. La regla de oro es la superficialidad, de tal forma que en
una cena, por ejemplo, si aparece un tema serio, es muy frecuente que en seguida
alguien lo trivialice poniendo un disolvente irónico que despista a los contertulios y
los lleva nuevamente a ese no hablar de nada. De hecho, se repiten continuamente
las mismas frases, comentarios o tópicos del lenguaje1.
La enfermedad de la abundancia
Pero, ¿de qué se habla cuando digo que no se habla de nada? Pues de la
vida ajena, de las rupturas de parejas famosas, de algún negocio importante que
haya dado a cualquiera de los asistentes una buena cantidad de dinero... En
conclusión, pobreza total de contenidos. El problema fundamental es que el
hombre light no tiene fondo y por eso es muy difícil que sea capaz de mantener
una conversación de cierta altura. Temas relacionados con la literatura o la cultura
son muy raros, pero si por alguna razón persisten, es frecuente observar que el
hombre light toma sorprendentemente parte activa en ese diálogo. La
interpretación de este hecho yo la formularía así: si tengo bastante poder, en mi
negocio gano mucho dinero y he triunfado de algún modo, ¿cómo no voy a saber yo
opinar de esto, de aquello o de lo de más allá? Ser rico o ganar mucho dinero son
las mejores cartas de presentación en un ambiente light. Aunque se niegue, éste es
el hilo conductor que hilvana todas las relaciones. En más de una ocasión he oído
comentar como el máximo elogio hacia alguien, que «tiene cinco guardaespaldas».
Los temas de los que habla el hombre light podrían quedar enumerados
así: la vida ajena, los viajes y las anécdotas de los mismos, la cena de esta o
aquella persona (en la que lo importante era sobre todo estar) o la última
separación conyugal (sobre la que cada uno manifiesta sus preferencias y críticas).
Cuando se aborda el drama epidémico de estas rupturas, es posible que la
conversación adopte un tono más interesante, pues el asunto es verdaderamente
serio.
1
En Yuppies, jet set, la movida y otras especies (Ed. Temas de Hoy, Madrid, 1988), su autora, Carmen
de Posadas, menciona este tema de forma desenfadada y con un fondo crítico muy sugerente.
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En ese caso, uno puede encontrarse con la agradable sorpresa de lograr
una auténtica tertulia, con todos sus ingredientes: diálogo abierto, provechoso, con
réplicas atinadas y participación activa. No obstante, si el espíritu light es excesivo,
todo se mueve por la pendiente de los tópicos, el hedonismo y la permisividad.
El marido de una paciente me decía en la consulta: «Doctor, usted irá a
cenas interesantísimas en las que se hablará de todo y saldrá enriquecido.» «No»,
le respondí. Muchas veces me he acordado de esta observación, especialmente
cuando el grado de frivolidad alcanza sus cotas máximas.
En este final de siglo, la enfermedad de Occidente es la de la abundancia:
tener todo lo material y haber reducido al mínimo lo espiritual. No importan ya los
héroes, los personajes que se proponen como modelo carecen de ideales: son vidas
conocidas por su nivel económico y social, pero rotas, sin atractivo, incapaces de
echar a volar y superarse a sí mismas. Gente repleta de todo, llena de cosas, pero
sin brújula, que recorren su existencia consumiendo, entretenidos en cualquier
asuntillo y pasándolo bien, sin más pretensiones.
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