Secuencia Cuento Policial

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SECUENCIA DE ACTIVIDADES: CUENTO POLICIAL

PROPUESTA DE ACTIVIDADES DOMICILIARIAS PARA 6to GRADO A

ESCUELA N° 7 DE 18 “República Árabe de Egipto”

PRÁCTICAS DEL LENGUAJE

El cuento policial es un relato en el que se debe resolver un delito o crimen. Está


compuesto por tres elementos centrales: la presencia de un enigma, la investigación
que se lleva a cabo para resolverlo, y el móvil del delito, es decir, por qué se cometió.
Sus personajes son la víctima, el detective __ relacionado o no con la
policía__, los sospechosos y el culpable.

Comenzamos a trabajar con el género policial. Sus características son:


¡Comenzamos a leer!
1) Lee este cuento policial del autor Pablo de Santis, se llama “La inspiración”.

LA INSPIRACIÓN

El poeta Siao, que vivía desde el otoño en el palacio imperial, fue encontrado muerto en su habitación. El médico
de la corte decretó que la muerte había sido provocada por alguna substancia que le había manchado los labios de
azul. Pero ni en las bebidas ni en los alimentos hallados en su habitación había huellas de veneno.
El consejero literario del emperador estaba tan conmovido por la muerte de Siao, que ordenó llamar al sabio Feng.
A pesar de la fama que le había dado la resolución de varios enigmas —entre ellos la muerte del mandarín Chou y
los llamados "crímenes del dragón"— Feng vestía como un campesino pobre. Los guardias imperiales se negaron a
dejarlo pasar, y el consejero literario tuvo que ir a buscarlo a las puertas del palacio para conducirlo a la habitación
del muerto.
Sobre una mesa baja se encontraban los instrumentos de caligrafía del poeta Siao: el pincel de pelo de mono, el
papel de bambú, la tinta negra, el lacre con que acostumbraba a sellar sus composiciones.
—Mis conocimientos literarios son muy escasos y un poco anticuados. Pero sé que Siao era un famoso poeta, y que
sus poemas se contaban por miles —dijo Feng—. ¿Por qué todo esto está casi sin usar?
—Sabio Feng: hacía largo tiempo que Siao no escribía. Como verá, comenzó a trazar un ideograma y cayó
fulminado de inmediato. Siao luchaba para que volviera la inspiración, y en el momento de conseguirla, algo lo
mató.
Feng pidió al consejero quedarse solo en la habitación. Durante un largo rato se sentó en silencio, sin tocar nada,
inmóvil frente al papel de bambú, como un poeta que no encuentra su inspiración. Cuando el consejero, aburrido
de esperar, entró, Feng se había quedado dormido sobre el papel.
—Sé que nadie, ni siquiera un poeta, es indiferente a los favores del emperador —dijo Feng apenas despertó—.
¿Tenía Siao enemigos?
El consejero imperial demoró en contestar.
—La vanidad de los poetas es un lugar común de la poesía, y no quisiera caer en él. Pero en el pasado, Siao tuvo
cierta rencilla con Tseng, el anciano poeta, porque ambos coincidieron en la comparación de la luna con un espejo.
Y un poema dirigido contra Ding, quien se llama a sí mismo "el poeta celestial", le ganó su odio. Pero ni Tseng ni
Ding se acercaron a la habitación de Siao en los últimos días.
—¿Y se sabe qué estaban haciendo la noche en que Siao murió?
—La policía imperial hizo esas averiguaciones. Tseng estaba enfermo, y el emperador le envió a uno de sus médicos
para que se ocupara de él. En cuanto a Ding, está fuera de toda sospecha: levantaba una cometa en el campo.
Había varios jóvenes discípulos con él. Ding había escrito uno de sus poemas en la cometa.
—¿Y dónde levantó Ding esa cometa? ¿Acaso se veía desde esa ventana?
Si, justamente allí, detrás del bosque. Honorable Feng: los oscuros poemas de Ding tal vez no respeten ninguna de
nuestras antiguas reglas, pero no creo que alcancen a matar a la distancia. ¡Además, la cometa estaba en llamas!
—¿Un rayo?
—Caprichos de Ding. Elevar sus poemas e incendiarlos. Yo, como usted, Feng, tengo un gusto anticuado, y no
puedo juzgar las nuevas costumbres literarias del palacio.
Feng destinó la tarde siguiente a leer los poemas de Siao. A la noche anunció que tenía una respuesta. El consejero
imperial se reunió con él en las habitaciones del poeta asesinado. Feng se sentó frente a la hoja de bambú y
completó el ideograma que había comenzado a trazar Siao.
—"Cometa en llamas" —leyó el consejero—. ¿La visión de la cometa le hizo a Siao recuperar la inspiración?
—Siao trabajaba a partir de aquello que lo sorprendía. El momento en que se detiene el rumor de las cigarras, la
visión de una estatua dorada entre la niebla, una mariposa atrapada por la llama. De estas cosas se alimentaba su
poesía. Aquí en el palacio, ya nada lo invitaba a escribir: por eso su pincel nuevo estaba sin usar desde hacía meses.
Ding puso allí el veneno, y con la suficiente anticipación como para que nadie sospechara de él. Sabía que Siao,
como todos los que usan pinceles de pelo de mono, se lo llevaría a la boca al usarlo por primera vez, para
ablandarlo. Los restos del veneno se disolvieron en la tinta. Esa fue una de las armas de Ding.
—Imagino que la otra fue la cometa —dijo el consejero.
—Ding sabía que al ver algo tan extraño como una cometa en llamas, la inspiración volvería al viejo Siao.
Feng tomó el pincel de pelo de mono y escribió:
Una cometa en llamas sube al cielo negro.
Brilla un momento y se apaga.
Así la injusta fama del mediocre Ding.
—Mis dotes como poeta son pobres, pero acaso no esté tan alejado del tema que hubiera elegido Siao —Feng
limpió con cuidado el pincel
— Como poeta Ding rechaza toda regla, pero como asesino acepta las simetrías. Para matar a un poeta eligió la
poesía

FIN
2) Respondé debajo de cada pregunta las actividades propuestas. Te dejo el audio libro para que puedas ayudarte
https://www.youtube.com/watch?v=X891PA53-i0

a) Enumerá los hechos según el orden en que ocurrieron.

___ Feng es convocado al palacio imperial.

___ Disputas con Tseng y Ding.

___ Feng descubre al asesino.

___ Muerte de Siao.

___ Ding levanta una cometa.

___ Feng escribe un poema.

b)¿Por qué el relato se llama “La inspiración”?


c) ¿Por qué razón es convocado el sabio Feng al palacio imperial?
d) ¿Cuál crees que es el móvil del asesinato?
e) ¿En qué basaba su inspiración el poeta Siao?
f) ¿Cómo se produce el asesinato?
g) ¿En qué pistas se basó Feng para resolver el caso?

3) Buscá el significado de la palabra “vanidad” y explica qué quiso expresar el consejero imperial con esta frase:
“La vanidad de los poetas es un lugar común de la poesía, y no quisiera caer en él.”
4) ¿Qué tipo de narrador tiene el relato? Justificá transcribiendo dos oraciones del texto.

No debemos confundir AUTOR y NARRADOR


NARRADOR en primera persona (protagonista)
NARRADOR en tercera persona y sabe todo lo que ocurre (omnisciente)
NARRADOR puede estar en primera o en tercera persona, pero sólo cuenta lo
que ve (testigo)

5) Reescribí el siguiente fragmento debajo, reemplazando las palabras subrayadas por un sinónimo.( Marcalas con
color)

Sobre una mesa baja, se encontraban los instrumentos de caligrafía del poeta Siao: el pincel de mono, el
papel de bambú, la tinta negra, el lacre con que acostumbraba a sellar sus composiciones.
-Mis conocimientos literarios son muy escasos y un poco anticuados. Pero sé que Siao era un famoso
poeta, y que sus poemas se contaban por miles- dijo Feng
- ¿Por qué todo esto está casi sin usar?
-Sabio Feng: hacía largo tiempo que Siao no escribía. Como verá, comenzó a trazar un ideograma y cayó
fulminado de inmediato. Siao luchaba para que volviera la inspiración, y en el momento de conseguirla,
algo lo mató.

Reescribilo acá abajo

5) Sobre una mesa baja, ……….

PROPUESTA DE ACTIVIDADES DOMICILIARIAS PARA 6to GRADO A


Hoy vamos a conocer de cerca al autor del cuento policial leído la semana pasada.

1) Leé la biografía de Pablo de Santis y completá la ficha.

Ficha de: Pablo de Santis


FECHA DE NACIMIENTO:

LUGAR DE NACIMIENTO:

ESTUDIOS:

TRABAJOS:

OBRAS PUBLICADAS:

PREMIOS:

ÚLTIMA OBRA:
Continuamos trabajando con el cuento leído anteriormente “La Inspiración” de Pablo de Santis.
Si necesitas recordarlo, volvé a leer la asignación anterior o escuchá el audiolibro en este link:
https://www.youtube.com/watch?v=X891PA53-i0

2) Completá con los nombres de los personajes del cuento policial leído

VÍCTIMA:_________________________________ DETECTIVE:
____________________________

SOSPECHOSOS: ______________________________ CULPABLE:


____________________________

Durante la investigación, el detective intenta reconstruir qué sucedió a través de


indicios o pistas (objetos, restos de sustancias, detalles del lugar o la hora, etc) que
va dejando el delincuente.
Esta reconstrucción de los hechos se llama deducción lógica y es un desafío tanto
para el investigador como para el lector.

3) Indicá en el siguiente cuadro los elementos que puedas identificar en el cuento “La inspiración”:

ENIGMA

INVESTIGACIÓN

MÓVIL

3) Identificá en el cuento dos indicios que encuentra el detective Feng para resolver el enigma. Te ayudo con estas
preguntas:

a) ¿Dónde levanta la cometa el poeta Ding? ¿Por qué es un detalle importante?


b) ¿Qué hay que hacer para empezar a usar pinceles de pelo de mono? Averigualo

*indicio 1:________________________________________________________________________

*indicio 2: _______________________________________________________________________

c) ¿Cómo relaciona el detective Feng esos indicios para resolver el enigma?

4) REFLEXIÓN ORTOGRÁFICA: USO DE LAS COMILLAS

a) Leé la carta que Tseng le escribió al detective Feng para agradecerle y resolvé.

b) Copiá una frase de la carta dicha por otra persona:


b)
5) Pensá y escribí un nuevo final para este cuento policial.

¿Qué otra cosa podría haberle pasado a Siao?

¿Qué nuevas pistas podría haber encontrado Feng?

PROPUESTA DE ACTIVIDADES DOMICILIARIAS PARA 6to GRADO A


La semana anterior conocimos un poco más sobre el escritor Pablo de Santis. Hoy comenzaremos a leer “Lucas
Lenz y el museo del universo”, de ese mismo autor.

ANTES….quiero saber…
a) ¿Conocés historias de detectives? ¿Detectives famosos?
b) ¿Te gustaría ser detective?
c) ¿Qué cualidades pensás que tenés para resolver enigmas?

1) Leé la reseña del cuento y pensá de qué se va a tratar… ¿cómo te imaginás el Museo del Universo?

Lucas Lenz es un detective muy particular: se dedica a


encontrar objetos perdidos. Así entra en una cadena de
intrigas que lo conectan con el centro mismo de la
desaparición de objetos: el Museo del Universo. A partir
de entonces, Lucas Lenz se verá envuelto en una serie
de aventuras inesperadas.
1)

¡Comenzamos a leer!
ESTE ES EL LINK DEL CUENTO, POR SI TENES GANAS DE LEERLO DE NUEVO:

https://www.librosdemario.com/lucas-lenz-y-el-museo-del-universo-leer-online-gratis/2-paginas

2) Leé el capítulo 1: “Oficina de objetos perdidos” y respondé debajo de cada pregunta

a) ¿Cómo se caracteriza Lucas de pequeño?


b) ¿Por qué se consideraba “diferente” a los demás?
c) ¿Qué clase de objetos solía encontrar en su casa?
d) ¿Qué profesión alcanzaron sus compañeros y cuál él?
e) ¿Cómo define a “un buscador de cosas perdidas”?
f) ¿Por qué razón llegaban personajes extraños a su oficina?
g) Explica este fragmento “Una vez lo encontré a Richard Star llorando sobre la página de un diario…”
CAPÍTULO 1 “OFICINA DE OBJETOS PERDIDOS”
REFLEXIÓN ORTOGRÁFICA: ACCIDENTES VERBALES
3) Ubicá los siguientes verbos en este texto extraído de un cuento policial. (COMO ES UNA IMAGEN, LE COLOQUÉ
CUADROS DE TEXTO PARA QUE PUEDAN ESCRIBIR EN CADA LUGAR)

ES- ENTERÉ-LEO- PREGUNTÓ- SUCEDIÓ- HACE- TENGO

a) ¿Son todos iguales los verbos que usaste?

b) ¿Cuáles están expresados en pasado?

c) ¿Cuáles se refieren al presente?

4) Revisá los verbos del punto anterior, escribí en qué persona, número y tiempo está conjugado cada uno

Ejemplo: TENGO: 1RA PERSONA, SINGULAR, TIEMPO PRESENTE, MODO INDICATIVO

PROPUESTA DE ACTIVIDADES DOMICILIARIAS PARA 6TO GRADO A


1) Explicá con tus palabras lo sucedido en el capítulo 1 “Oficina de objetos perdidos”
1)

Seguimos leyendo “Lucas Lenz y el museo del universo” de Pablo de Santis


2) Leé el capítulo 2: “El museo del universo” y respondé debajo de cada pregunta en forma de
oración

Yo estaba leyendo el diario con los pies sobre el escritorio cuando entró un hombre totalmente calvo, con anteojos de vidrio
verde. No tenía cara de actor, pero nunca se sabía. Esperé unos segundos, para ver si comenzaba a hacer zapateo
americano, o a cantar un bolero, pero no hizo nada. ¿Era posible que por fin tuviera un cliente?
—¿Señor Lenz? Mi nombre es Raval. Vengo a hacerle un encargo.
El hombre estaba bien vestido. Podía ser un encargo importante, así que dije en tono profesional:
—Dígame lo que tengo que buscar y en qué lugar del mundo está. Me paga la mitad ahora y la mitad cuando regreso.
Raval se acercó a la silla que estaba del otro lado del escritorio, le pasó un pañuelo para limpiarla y se sentó. Sacó una
fotografía de su bolsillo. Era una tortuga.
—No hay que viajar mucho. Quizá la tortuga esté en esta misma ciudad. Se llama Lulú, y es la más grande y la más vieja
del mundo.
Miré la fotografía. Era en blanco y negro, muy vieja. Como no se veía nada más que la tortuga, no había modo de saber
cuál era el tamaño del animal.
—¿Tiene alguna pista? —pregunté.
—La tortuga posó como modelo para una estampilla que hizo un tal Faber. Trabajaba como dibujante en el Instituto
Filatélico. No sé si vive todavía.
—¿Cuándo se perdió la tortuga? —pregunté.
—No sé, no era mía. No tengo otro dato que éste. Encuéntrela lo antes posible. Es una reliquia; quién sabe cuántos años
tendrá ese animal.
Me dejó algunos billetes sobre el escritorio y se fue.
Parecía un caso fácil. Al fin y al cabo sólo se trataba de una pobre tortuga perdida en el tiempo y enferma de inmortalidad.
Seguí la única pista que tenía: el Instituto Filatélico, donde se dibujaban las estampillas del correo.
Era un edificio de pocos pisos, tan angosto que casi parecía una torre. La entrada estaba sucia, los pasillos llenos de
papeles. Entré en una oficina. Un hombre sostenía una estampilla gigantesca, que le llegaba de la cabeza hasta los pies. En la
estampilla había un dibujo de un hombre a caballo.
—¡No, animal, no podemos hacer estampillas de ese tamaño, aunque sea para encomiendas! —gritó un hombre de barba.
—Pero es para los paquetes grandes —dijo el otro, escondiéndose detrás de la estampilla.
—¡Noooo! —gritó—. Es imposible. Las estampillas tienen el tamaño que tienen.
—Pero es que es muy difícil dibujar en tan poco espacio.
—¿Y a mí qué me importa? ¿Para qué viniste a trabajar aquí? Si querés pintar algo grande dale una mano de pintura a las
paredes.
Aproveché un silencio en la discusión para preguntar por Faber.
—Último piso —dijo el que estaba enojado.
El ascensor no funcionaba. Subí por las escaleras hasta el cuarto piso; ahí se terminaba el edificio. Abrí una puerta y
encontré una oficina grande, llena de luz. Había un tablero de dibujo y en él trabajaba un hombre viejo. Tenía una lente sobre
su ojo izquierdo, parecida a la que usan los relojeros. El pelo era totalmente blanco. Pensé que era el más viejo de todos los
dibujantes de estampillas.

—¿Señor Faber? Mi nombre es Lucas Lenz y vengo a pedirle información sobre una tortuga que se perdió.
Faber levantó los ojos del tablero.
—Dígame, joven, ¿no tiene nada más provechoso que hacer?
Me quedé sin palabras, pero insistí:
—Es una tortuga gigante que hizo usted en una estampilla.
Faber miró la foto.
—Sí, la recuerdo. Fue hace veinticinco años. Pero créame que hay por lo menos cien maneras más razonables de perder el
tiempo que buscar tortugas.
—Me pagan para esto —dije en tono de detective duro, guardando la fotografía en mi saco.
Faber encendió un cigarrillo. La luz le dio en el pelo y lo hizo aparecer todavía más blanco.
—Me acuerdo del dueño de la tortuga. Era un loco. No me acuerdo cómo se llamaba. Vivía en un hotel que no está lejos de
aquí… el hotel La Giralda. Me acuerdo porque, cuando era joven, la confitería de ese hotel era famosa. Tocaba una orquesta
de señoritas…
Me apuré a estrecharle la mano y a despedirme, porque si no me esperaban dos horas más de recuerdos.
Subí a mi auto y me dispuse a revisar cada cuadra del barrio hasta dar con el hotel La Giralda. Quizá lo habían tirado abajo
diez años atrás… y yo habría perdido mi primer caso importante.
Tomé por una calle angosta en la que había tres hoteles. Pensaba preguntar en uno de ellos, y lo hubiera hecho, pero algo
pasó.
Un auto me seguía. Hacía tiempo que venía detrás de mí, pero ahora ya no me cabían dudas. Era un auto grande, negro,
con dos hombres adentro.
Pensé en reducir la velocidad para dejarlo pasar, pero el conductor del otro automóvil me encerró. No tuve más remedio
que subirme a la vereda para no chocarlo. Me llevé por delante un tacho de basura. Clavé el freno pero igual choqué contra
un poste de luz. Y lo que veía no me gustaba nada.
Dos hombres se bajaron del otro auto. Uno tenía un ridículo sombrero amarillo y el otro una nariz de payaso. Parecían
salidos de algún carnaval, pero faltaba mucho para febrero.
El del sombrero amarillo me hizo bajar del auto y me tomó de las solapas de mi saco.
—Lenz, venimos a advertirte. Apartate de este caso o vamos a alimentar con tus restos a las tortugas carnívoras del
acuario de la ciudad.
—¿Quiénes son ustedes? ¿Quién los manda? —pregunté. Y empujé al de sombrero amarillo para sacármelo de encima.
—Creo que va a haber que darle unos golpecitos para que nos crea —dijo el de la nariz de payaso, y se acercó
peligrosamente.
Entonces supe que el asunto venía muy mal para mí y pateé la rodilla del payaso. Se agarró la pierna y empezó a saltar. El
otro trató de atacarme, pero lo golpeé en el estómago. No era bueno peleando, pero esa vez pude golpearlos y escapar.
Corrí durante diez minutos. Tres horas después volví a ese lugar para buscar el auto. Ellos ya se habían ido.
El caso no era tan simple como parecía.
En la guía de teléfonos encontré el hotel La Giralda. Por suerte seguía existiendo. Pedí hablar con la dueña del hotel.
Era polaca o yugoslava o algo así, porque hablaba con un acento extraño.
—Ya sé de quién me habla —me dijo—. Se llamaba Franco. Vivió muchos años en este hotel, hasta que murió. De eso
hará unos diez años. Lo que no sé es adónde fue a parar la tortuga. No se fue corriendo, seguramente.
La mujer rió con grandes carcajadas de su propio chiste. Yo le sonreí.
—¿Y no dejó ningún dato? Quizá la dirección de un pariente…
La mujer se puso a pensar.
—Cuando el señor Franco murió encontramos en el cuarto un baúl lleno de papeles. Pensamos que podían ser importantes
y no los tiramos. Pero nadie pasó nunca a buscarlos. El baúl está en el sótano. Si se lo lleva, nos haría un favor.
Le dije que por supuesto que estaba dispuesto a llevármelo. Ahí a lo mejor había una pista. Acompañé a la mujer hasta el
sótano donde se pudrían muchísimas cosas viejas. Debajo de una bicicleta oxidada y un oso de peluche gigantesco y
apolillado estaba el baúl. Lo saqué de ahí y lo subí por la escalera. Era muy pesado y estaba lleno de polvo. La cerradura de
hierro estaba completamente oxidada, pero por suerte no tenía candado.
Le agradecí a la dueña de La Giralda y llevé el baúl a la oficina. Allí lo abrí. El baúl estaba lleno de viejos recortes de
diarios, amarillos y quebradizos, y de cuadernos. Todos los cuadernos estaban escritos por la misma letra: la de Franco, el
dueño de la tortuga.
Comencé a leer y de a poco me fui enterando de la verdad.
En cada anotación de los cuadernos había un día y una fecha: era un diario personal. Por momentos la letra no se
entendía, o Franco escribía las cosas de un modo tan confuso que las volvía incomprensibles.
Como hablaba de cosas de las que yo nada sabía, me costaba mucho trabajo seguirlo.
Además, leer todos aquellos papeles podía llevarme días. Busqué entonces dos palabras: «Lulú» y «Tortuga».
En la anotación del día 15 de junio (el año no figuraba) leí lo siguiente:
«Mañana entregaré a Lulú al Museo del Universo. Allí quedará guardada para siempre, entre las cosas más raras del
mundo».
Después seguía un párrafo ilegible. Más adelante la letra era más clara:
«El Museo está en el sur de la ciudad, en las afueras, entre los árboles. Parece un hospital abandonado».
Busqué en anotaciones anteriores si volvían a aparecer referencias al Museo. Las encontré. Una de ellas decía:
«Es un proyecto secreto. Pero han surgido enemigos dispuestos a saquearlo. Ya hubo dos intentos fallidos. Quizá la
próxima vez lo logren, y no quisiera que se robaran a Lulú. Cualquier otra cosa, menos la tortuga. Quién sabe en qué lugar
oscuro guardan los saqueadores las cosas robadas… Es muy difícil detenerlos. Doce hombres idearon el Museo del Universo, y
se sabe que entre ellos hay un traidor».
Leí un poco más, sin saber cuánto de locura y cuánto de verdad había en esos cuadernos. En una página encontré un
desprolijo y borroso mapa del lugar donde estaba el Museo. No tenía más que buscarlo.
Me hubiera comunicado antes con Raval, si hubiera tenido forma de hacerlo, pero él no había dejado ninguna dirección ni
teléfono.
A la mañana cargué nafta y viajé hacia las afueras de la ciudad. El mapa me ayudó. Encontré un camino que salía de la
ruta y después vi a lo lejos una arboleda. Eran álamos: por encima de su copa se veía un edificio.
Estacioné y me bajé. No se oía nada a mi alrededor. Me acerqué al edificio. Franco tenía razón: parecía un hospital
abandonado.
Subí por una escalera de mármol. Los escalones estaban rotos; por entre las grietas crecía el pasto. Miré hacia arriba: las
ventanas del edificio estaban rotas y quizá se habían mudado allí todos los murciélagos del mundo.
La puerta estaba abierta. Entré en una sala de baldosas blancas y negras interrumpidas por columnas delgadas que
sostenían arcos. Los oídos me zumbaron un poco porque todo estaba muy callado. Después ni si quiera ese sonido se oyó.
Entonces descubrí que había un hombre del otro lado de la sala. Estaba de espaldas y miraba a través del vidrio sucio de
un ventanal.

—¿Este es el Museo del Universo?


—Sí —dijo el hombre.
—¿Y qué se exhibía en esta sala?
—Todavía se exhibe. Es algo que no se puede robar. Esta sala está construida de tal manera que los ruidos se diluyen. La
destinamos a una de las piezas más preciosas: el silencio.
El hombre giró hacia mí. Era Raval.
Después me hizo pasar a otra sala. Ahí estaba la tortuga Lulú, gigantesca y tan quieta que parecía de piedra. No estaba
preocupada por su destino de tortuga inmortal.
—Aquí está lo que vino a buscar. Y lo hizo en tiempo récord. Lo felicito.
—¿Entonces fue todo una broma? —pregunté—. ¿Una trampa?
—No —dijo Raval—, fue una prueba y usted la pasó. Los hombres que lo molestaron, el del sombrero amarillo y el de la
nariz de payaso, fueron enviados por mí. No iban a lastimarlo, solamente a asustarlo… para ver si era valiente como para
seguir.
Después me explicó:
—Hace muchos años doce hombres se reunieron para juntar aquí piezas raras, valiosas, todo aquello que fuera único. Pero
hubo alguien que conspiró para que todo saliera mal. El Museo tenía solamente dos guardias, y de a poco fue saqueado,
hasta que no quedó nada. Ahora unos pocos hombres y mujeres, algunos de aquella época y otros nuevos, estamos
reconstruyéndolo. Tenemos unas pocas piezas, como esta tortuga… y unas pocas pistas de dónde están las otras cosas.
Encontrarlas será su tarea. Un trabajo peligroso, además, porque aquel conspirador, aquel traidor, querrá impedirle que
encuentre los objetos perdidos. Más adelante le explicaré lo demás… en su oficina.
Raval se fue y comencé a caminar solo por aquellas salas vacías, con los vidrios rotos y telarañas en los techos. Hasta que
llegué a la sala que había pisado primero y mis oídos zumbaron y dejaron de zumbar: era como si por primera vez en mi vida
escuchara el silencio.

¡A RESPONDER!

a) ¿Quién era Raval? ¿Qué le encargó al detective?


b) ¿Quién era Faber?
c) ¿Cuál fue el primer lugar que investigó? ¿Qué pistas sigue para su búsqueda?
d) ¿Qué pistas le da Faber a Lucas Lenz?
e) ¿Con qué inconvenientes se encontró Lucas camino al hotel? Realiza un breve resumen.
f) ¿Qué datos tiene para encontrar al hotel La Giralda?
g) ¿Qué encontró en el baúl? ¿Qué elemento le proporcionó más pistas?
h) ¿Con quién se encuentra en el museo? ¿Qué estaba observando en esa sala de vidrio?
i) ¿Cuál era el propósito del Museo?
j) ¿Cuál es la próxima misión del detective Lucas?

3) Hacé una lista con los personajes que aparecen en cada capítulo y escribí sus características. (si el
personaje se repite, solo describilo una vez…)
Dibujá un retrato y compartilo en el muro Padlet del grado.
PERSONAJES CARACTERÍSTICAS

CAPÍTULO 1

CAPÍTULO 2

4) Describí en este cuadro el Instituto Filatélico y el Museo del universo. Prestá atención a los detalles que
brinda el cuento.

INSTITUTO
FILATÉLICO

MUSEO DEL
UNIVERSO

5) Volvé a leer el cuento y reescribí el siguiente fragmento pero como si hablara Raval en 1ra persona.

—¿Señor Lenz? Mi nombre es Raval. Vengo a hacerle un encargo.


El hombre estaba bien vestido. Podía ser un encargo importante, así que dije en tono profesional:
—Dígame lo que tengo que buscar y en qué lugar del mundo está. Me paga la mitad ahora y la mitad cuando
termino.
Raval se acercó a la silla que estaba del otro lado del escritorio, le pasó un pañuelo para limpiarla y se sentó.
Sacó una fotografía de su bolsillo. Era una tortuga.
—No hay que viajar mucho. Quizá la tortuga esté en esta misma ciudad. Se llama Lulú, y es la más grande y
la más vieja del mundo.
Miré la fotografía. Era en blanco y negro, muy vieja. Como no se veía nada más que la tortuga, no había modo
de saber cuál era el tamaño del animal.
—¿Tiene alguna pista? —pregunté.
—La tortuga posó como modelo para una estampilla que hizo un tal Faber. Trabajaba como dibujante en el
Instituto Filatélico. No sé si vive todavía.
—¿Cuándo se perdió la tortuga? —pregunté.
—No sé, no era mía. No tengo otro dato que éste. Encuéntrela lo antes posible. Es una reliquia; quién sabe
cuántos años tendrá ese animal.
Me dejó algunos billetes sobre el escritorio y se fue.

TEXTO EN 1RA PERSONA: RAVAL

--¿Señor Lenz? Mi nombre es Raval. Vengo a hacerle un encargo.

El detective me preguntó qué debía buscar y en qué lugar del mundo estaba. También me dijo que se
pagaba la mitad en el momento y la mitad cuando él terminara. (CONTINUAR)
PROPUESTA DE ACTIVIDDES DOMICILIARIAS PARA 6TO GRADO A
1) Explicá con tus palabras lo sucedido en el capítulo 2 “El museo del universo”
1)

CONVERSAREMOS EN NUESTRO ENCUENTRO POR ZOOM ACERCA DEL CUENTO

Seguimos leyendo “Lucas Lenz y el museo del universo” de Pablo de Santis


2) Leé el capítulo 3: “La pluma-vampiro” y respondé debajo de cada pregunta en forma de oración

A los pocos días Raval apareció de nuevo por mi oficina, que estaba un poco más limpia. Puso una revista sobre mi
escritorio, y así empezó mi segunda aventura. Les advierto: lo que sigue no es para lectores impresionables. Hay sangre.
Era una revista literaria muy vieja. Empecé a hojearla: poemas, cuentos, alguna nota.
—Busque en la página 45 —dijo Raval.
Así lo hice. El título decía: ALCIDES LANCIA, el famoso autor de “EL NICTÁLOPE”.
—¿Qué es nictálope? —le pregunté a Raval.
—Alguien que nunca duerme.
—¿Algo así como noctámbulo?
—Sí. Alcides Lancia escribió una novela con ese título.
—¿Y yo qué tengo que buscar?
—La pluma-vampiro. Lea la nota y entenderá.
La nota estaba ilustrada con la foto de un hombre de cara pálida y ojos oscuros. En otra foto se veía al hombre con la manga
de la camisa levantada hasta el codo. La mano estaba escribiendo. Pero la lapicera estaba conectada a un tubito que le llegaba
hasta las venas… No supe lo que era hasta leer la nota.
«Aunque todavía es un autor ignorado, es uno de los más grandes artistas de nuestro tiempo. Nos referimos, por supuesto,
a Alcides Landa. Como prueba de su imaginación están los ocho tomos de su obra única, El nictálope. Es una mezcla de
cuentos con novelas, con cartas, con diarios íntimos, sueños, delirios… Y es una obra única en más de un sentido, porque
Landa no la escribió con tinta común… sino con su propia sangre. Pudo hacerlo gracias a un artefacto creado quién sabe por
quién, y al que Lancia llama la pluma-vampiro. Debido a la pérdida de sangre el escritor se fue debilitando a medida que
escribía. Y hace dos años Lancia decidió donar la pluma a una misteriosa institución llamada el Museo del Universo. Al día
siguiente desapareció y nunca más se volvió a saber de él».

—Creo que esta nota resume muy bien el caso —dijo Raval—. Es cierto: Alcides Lancia donó la lapicera-vampiro al Museo
y después desapareció. Quizá cambió de casa y de nombre, para que nadie lo reconociera. No lo sé. La pluma fue robada
cuando saquearon el Museo.
—¿Hay alguna pista?
—Alcides Lancia era un escritor conocido sólo por un grupo de personas. Pero tenía tres grandes admiradores que
inclusive, en algún momento, llegaron a mantenerlo para que pudiera seguir escribiendo. Quizás alguno de ellos la haya
comprado. Solamente quiero que ubique la lapicera-vampiro. Después yo haré una oferta para comprarla.
Me tendió un papel. Decía: MATEO RINALDI.
—Es uno de los admiradores. No conozco el nombre de los otros dos. Es dueño de un cabaret que se llama «El dragón rojo».
Lancia habla del lugar en su novela.
Raval se fue y yo salí con él. Me abroché el impermeable y me alejé bajo la lluvia en busca de mi auto. Es un auto muy
chico, y descapotable. El coche es rojo y la capota negra. Está un poco agujereada, de manera que cuando llueve también
llueve adentro del auto. Por eso no es difícil que, si nos cruzamos alguna vez, me vean con un gorro para la lluvia, o con un
paraguas adentro del coche. No es muy cómodo ni muy elegante, pero es un modelo de coche viejo, y ese modelo de capota ya
no se consigue. Además, estoy demasiado encariñado con el auto como para venderlo.
Fui hasta la zona de cabarets. No fue necesario que buscara con detenimiento «El dragón rojo»: lo vi de lejos. Su entrada
era una fabulosa cabeza de dragón. La boca era la puerta. De lejos parecía un sueño soñado por un chino: de cerca uno veía
que los dientes del dragón estaban por caerse, y que tenía la piel descascarada y llena de grietas.
Abrí una puerta y un telón me cerró la entrada. Lo aparté y entré en el salón. Las mesas estaban sobre las sillas y en el
suelo había papeles, botellas vacías y cigarrillos apagados. Contra el mostrador descansaba una escoba, pero nadie se acercaba
para barrer. A un lado había un escenario vacío: a la luz del día se veía que el telón estaba lleno de remiendos, igual que el
tapizado de las sillas. Probablemente cada noche aquello se llenaba de luces rojas que impedirían ver que todo estaba un poco
roto y desvencijado.
De pronto una mano cayó sobre mi hombro. Era una mano pesada: algo así como si me hubieran apoyado treinta y cinco
tomos de la Enciclopedia Británica.
—¿Qué hace aquí? —dijo una voz, y al darme vuelta vi a un hombre gordo y pelado. Llevaba una camisa sucia y agujereada.
—Vengo a ver al señor Rinaldi —le dije, moviendo el cuerpo para que la mano cayera.
—Está adentro, en una pesadilla, no se lo puede molestar —dijo el pelado.
Hubiera esperado cualquier otra cosa: que no recibía a nadie, que estaba en una reunión o, simplemente, que estaba
descansando, pero no «que estaba en una pesadilla». ¿Qué significaba eso?
Yo insistí, y el hombre insistió a su vez, y de muy mal modo, en no dejarme pasar. Así que lo empujé y corrí hacia la única
puerta que había en el fondo del local.
La abrí con todas mis fuerzas, pero no entré. Sentí que no había nada bajo mis pies, como si aquélla fuera la entrada a un
precipicio.

Como entrar en un ascensor cuando el ascensor no está.


Caí… pero estiré los brazos y pude aferrarme al borde de la entrada. Donde tenía que haber una habitación no había nada:
un gran espacio vacío. Solamente me sostenían mis brazos para no caer. No sabía cuántos metros había abajo.
El hombre calvo había llegado al umbral y dijo con voz burlona:
—¡Y ahora a pisar unos delicados deditos!…
—¡Nooooo! —grité.
A mis espaldas escuché una voz, que me sonó como si viniera del vacío.
—García, ayúdalo a salir.
—Pero es un intruso —protestó García, que era, obviamente, el calvo.
—Ayúdalo a salir, te digo.
Entonces, de mala gana, García me tomó de las manos, y sin hacer mucha fuerza me sacó de aquella incómoda situación.
Después me di vuelta y vi lo siguiente: El techo de la habitación estaba a la altura de un segundo piso. El suelo unos diez
metros abajo. Y en el centro de la habitación (exactamente en el centro) había una cama de bronce que estaba… en el aire.
Bueno, en realidad la sostenían cuatro pesadas cadenas que nacían de los ángulos de la habitación. En la cama, bien abrigado,
cubierto con una manta a cuadros y vestido con piyama y un anticuado gorro de dormir, había un hombre.
—¿Señor Rinaldi? Vengo del Museo del Universo —le dije—. No me extraña que Alcides Lancia haya hablado de este lugar
en su libro. Es un cabaret muy extraño.
—Usted está totalmente equivocado —dijo Rinaldi desde su cama en el vacío—. Fue al revés. Lancia imaginó en su novela
un lugar llamado «El dragón rojo», y yo lo construí siguiendo las imágenes de su libro. Cuando terminé de hacerlo estaba tan
orgulloso que lo llamé a Lancia para que lo viera. Él miró todo esto y me dijo que yo no hacía más que perder el tiempo. ¿Se
da cuenta? Muchas veces se convierte un libro en un film. Yo quería hacer algo distinto: adaptar la novela a la realidad, aunque
solamente fuera un pedacito… Pero a Lancia no le interesó.
Rinaldi se movió, incorporándose y apartando la manta, y la cama se balanceó.
—¿Qué vino a buscar? —me preguntó.
—La lapicera-vampiro.
—Me hubiera encantado tenerla, pero nunca la conseguí. Después del saqueo del Museo del Universo pensé que podría
obtenerla en algún remate, pero nunca volví a saber de ella. Sería bueno que fuera recuperada. Lancia es uno de los grandes
escritores del siglo… aunque solamente tres personas estemos enteradas de ello.
—¿Quiénes son las otras dos?
—Uno es Horowitz. Vive en las afueras de la ciudad. El otro se llama Vidor. Fue el primer editor de Lancia. No sé dónde
está ahora, hace años que no lo veo. Nunca me agradó.
Rinaldi me dio la dirección de Horowitz y estaba por irme cuando no pude contener más la pregunta:
—¿Por qué duerme aquí? Es muy peligroso.
—Es verdad —dijo, mirando al vacío, como si fuera la primera vez—. Por eso me gusta. Un mal sueño que me haga mover
mucho y todo se termina. Es como jugar a la ruleta rusa con las pesadillas.
Rinaldi me hizo un gesto con la mano. Yo cerré la puerta de la habitación.
Horowitz vivía en el oeste de la ciudad: preferí tomar el tren. A esa hora los vagones estaban vacíos, y era hermoso viajar
con la ventanilla abierta, con el viento en la cara, mirando las cosas que había al costado del camino: plantas de hojas oscuras
y pétalos violetas, viejas locomotoras herrumbradas, antiguos talleres, terrenos baldíos.
La casa de Horowitz estaba a pocas cuadras de la estación. Caminé con pasos rápidos, porque tenía la incómoda sensación
de que me seguían. Al darme vuelta, sin embargo, no vi a nadie.
Golpeé a una puerta y me atendió un hombre de unos cincuenta y cinco años, de bigote delgado. Le expliqué quién era y
qué buscaba y se sorprendió.
—No esperaba volver a oír el nombre de Lancia otra vez —dijo, y me invitó a pasar.
Horowitz era cerrajero y aquél era su taller. Sobre una mesa de madera había llaves, cerraduras desarmadas y
herramientas. A un costado un torno para modelar las llaves. Horowitz sacó una pinza de una silla para que me sentara.
Después entró en una pequeña cocina y trajo un mate y una pava. Me convidó uno.
—La pluma-vampiro —dijo pensativamente—. ¿Por qué tan preocupado por la lapicera, señor Lenz? ¿Por qué no busca
también al pobre Alcides?
—Para la ley está muerto —dije.
—La ley, la ley… no hay ninguna razón para pensar eso. Él se fue. Ahora puede estar en cualquier parte… quizás en esta
misma ciudad. ¿Por qué no lo busca también a él?
—Bueno, me encargaron la lapicera. Yo busco objetos perdidos, no personas. Eso sería más complicado.
Horowitz señaló con la mano que sostenía el mate ocho libros viejos, uno junto al otro, encuadernados en cuero, en un
estante. Ya estaban muy gastados.
—No sé nada de la lapicera. Solamente me interesan los libros de Lancia. Que escribiera con sangre es una anécdota… una
anécdota estúpida. También fui su amigo.
—¿Sabe algo de Vidor?
—Ah, sí, su primer editor. Sabe, hace muchos años nos reunimos los únicos tres admiradores de Lancia para hacer algo
juntos: Rinaldi, Vidor y yo. Pero enseguida nos peleamos. Rinaldi quería construir las cosas de las que hablaba Lancia.
Bueno, al final lo hizo. A mí me interesaba solamente El nictálope… Y quería hacer conocer la obra.
—¿Y Vidor?
—Vidor quería que Lancia siguiera escribiendo más y más. Nos pedía que le insistiéramos, especialmente yo, porque sabía
que era su amigo. Pero Lancia no podía escribir seguido mucho tiempo, porque se debilitaba. Imagínese…
Horowitz buscó en un cajón un papel y me lo tendió: allí estaba el nombre completo de Vidor y el nombre de una estancia:
«La Ley».
Iba a agradecerle cuando vi, a través de la ventana, que dos hombres se acercaban a la casa. Me pareció que estaban
armados. Recordé que Raval me había hablado alguna vez sobre la posibilidad de que tuviera problemas con enemigos del
Museo del Universo.
—Vienen a buscarnos —le dije a Horowitz.
—Deben ser hombres del Señor de la Humedad.
—¿Quién? —pregunté. Todo el mundo parecía saber más del Museo del Universo que yo.

Pero no era momento para charlar—. ¿Hay otra salida?


—En el fondo —dijo Horowitz. Ya se escuchaban golpes en la puerta. Corrimos hacia el fondo. Atravesamos un patio,
saltamos por encima de una pared y llegamos a un terreno baldío. Nos apuramos a cruzarlo, mientras nuestros pasos
despertaban a los gatos que dormían al sol. Tuvimos que saltar otra pared para llegar a la calle.
Había un hombre en la esquina y dio el aviso. Salieron detrás de nosotros… y tenían armas. Se les había sumado otro
hombre que hasta ese momento había estado dentro del auto. Lamenté haber puesto a Horowitz en esas complicaciones.
—Entremos aquí —dijo Horowitz cuando doblamos en una esquina. Al principio vi que era un galpón y no llegué a distinguir
lo que había en su interior, porque afuera había mucha luz y adentro sombras. Pero cuando mis ojos se habituaron a la
penumbra supe qué eran esas cajas de madera que nos rodeaban por centenares: ataúdes. Un depósito de féretros.
—No haga ruido —dijo Horowitz—. Aquí no nos van a encontrar.
Estuvimos unos minutos escondidos allí, en silencio, temblando, mirando la puerta.
Ya estábamos por respirar tranquilos cuando la puerta se abrió… y por suerte era solamente uno de ellos. Tenía un revólver
en la mano.
—¿Hay otra salida? —le pregunté.
—No —dijo Horowitz en un susurro.
Tratamos de ocultarnos más atrás, pero alguna madera crujió y el hombre se dio cuenta de que no estaba solo.
Apuntando hacia el frente se acercaba a nosotros. Era corpulento y estaba vestido con un saco oscuro. No era muy joven.
Pasó junto a una pila de ataúdes y se dirigió directamente hacia donde estábamos.
—¡Vamos, afuera, con las manos arriba! —dijo, pero nadie le respondió.
Yo me trepé a una pila de ataúdes, ya sin preocuparme por no hacer ruido. El hombre se puso nervioso y comenzó a agitar
el revólver. Yo ahora lo veía desde arriba, pero él no sabía dónde estaba yo. Cada paso se acercaba más… pronto estuvo casi
junto a mí… pero yo estaba a tres metros de altura sobre él, y a punto de arrojarle un ataúd.
Él oyó el ruido y levantó el arma, pero ya era tarde. El pesado cajón cayó sobre él y lo noqueó.
—Ahora vámonos —le dije a Horowitz. Salimos del depósito: la calle estaba vacía. Los hombres estarían buscando por allí,
pero no tardarían en aparecer. Apuramos el paso hacia la estación de trenes.
Tres horas después estaba en mi oficina, conversando con Raval.
—¿Quién es el Señor de la Humedad? —pregunté.
—Ah, Maestro —dijo Raval, sonriendo—. Es una larga historia.
—Usted sonríe, pero hoy casi me matan.
—Es historia vieja pero nueva también.
Se metió la mano en el bolsillo y sacó una fotografía de varios años atrás. Había doce hombres sentados alrededor de la
mesa. Miré las caras, uno por uno. El más joven de todos era el mismo Raval.

Estaban todos muy elegantes, parecía la cena de camaradería de algún club exclusivo. El índice de Raval señalaba a un
hombre que tenía una gran cabeza y el cabello peinado con gomina, hacia atrás. Llevaba unos lentes de mucho aumento y un
bigote ridículamente atusado. Todos sonreían, él era el único serio.
—Aquí estamos todos reunidos los del Museo del Universo. El que le estoy señalando es Maestro. Era un coleccionista
fanático que vivía solo en una casa en donde juntaba todos sus objetos. Le importaba tenerlos pero no para cuidarlos bien: allí
dentro todo se perdía y se rompía. Además aquella casa tenía un terrible problema de humedad… las paredes chorreaban agua,
los caños estallaban, pero Maestro no hacía ningún arreglo… dejaba que todo se viniera abajo. Los cuadros, las esculturas y
los objetos que compraba por precios fabulosos quedaban en un estado deplorable al poco tiempo de estar allí. Era como un
pantano entre paredes.
—¿Qué fue de él?
—Él fue el traidor del grupo. Se ocupó de que el Museo fuera saqueado. Él mismo robó muchas de las piezas… pero nada
pudimos hacer contra él.
—¿Y ahora dónde está?
—En cuanto supo que un grupo volvió a organizarse para armar de nuevo el Museo, empezó a intervenir. Cuando tratamos
de comprar piezas en remates, aparece él o su gente, para obtenerlas antes que nosotros. Varias veces lo engañamos,
haciéndole comprar baratijas por precios fabulosos. Pero no importa, porque tiene más dinero del que puede gastar. Después
no se conformó sólo con eso, sino que usó la fuerza. Y ahora veo que utiliza también hombres armados.
—¿Dónde vive?
—No lo sé. Quizá si se le preguntara a algún rematador se le podría seguir el rastro. Pero ¿de qué serviría?
Raval guardó la foto en su bolsillo.
—¿Seguirá buscando la pluma-vampiro?
—No me gusta dejar las cosas a mitad de camino —le dije.
Quise poner voz de hombre duro pero Raval notó que tenía miedo.
Fue bastante difícil llegar a la estancia «La Ley». Conseguí un mapa de la provincia y llegué al pueblo más próximo a «La
Ley», que se llamaba Santo Tomás. Allí un hombre desde lo alto de un tractor me dio algunas complicadas explicaciones que
traté de seguir sin suerte. A mí me era muy fácil encontrar cosas perdidas: era una lástima que no ocurriera lo mismo con los
lugares.
Al rato un hombre de a caballo me señaló un punto a lo lejos. Allí se abría el camino que daba a la estancia «La Ley». Sobre
la tranquera había un cartel roto y comido por la intemperie. Crucé la tranquera y avancé hasta la casa. Unos perros salieron a
mi encuentro, ladrando alrededor del auto. Estaban flacos y me dieron miedo. Toqué la bocina. Los perros daban enormes
saltos, chocando sus cabezas contra los vidrios. Al tercer bocinazo la puerta se abrió. Una voz detuvo a los perros en seco y los
animales escaparon hacia los fondos de la casa.
El hombre que se acercó al auto era extremadamente flaco, pero parecía fuerte. Con sus enormes mandíbulas llenas de
dientes agudos, era la versión humana de aquellos perros feroces. Tenía en la mano una escopeta. No me apuntaba, pero
tampoco alejaba sus dedos del gatillo, por si acaso. Abrí la ventanilla y grité:
—Buenas tardes. Busco al señor Vidor.
—¿Para qué? —preguntó.
Empecé a explicarle y me interrumpió para decirme que podía bajar del auto. Me hizo pasar a la casa mientras yo terminaba
de decirle quién era.

La casa de la estancia era muy grande. Una escalera llevaba a unas habitaciones, un largo pasillo a otras. La mayoría de los
muebles estaban cubiertos con sábanas rotas y con lonas viejas. No se oía otro ruido que una especie de zumbido… no, no era
eso, como si rasparan algo. Más tarde supe que era el ruido de una pluma al escribir sobre la superficie áspera del papel.
—No tengo idea de dónde puede estar la pluma. Tampoco vi a Lancia en los últimos años. Quizá se aburrió de escribir y
quiso dedicarse a otra cosa.

Torero, por ejemplo —dijo Vidor, y sonrió—. ¿Quiere un té?


Le acepté el té. Tardó en prepararlo, pero al fin trajo una bandeja con una taza. Recuerdo que la taza era azul, y que tenía
el asa rota. Recuerdo también que el té tenía un gusto raro. Lo atribuí a la humedad.

—Si Rinaldi no tiene la pluma, ni Horowitz tampoco, yo soy su última pista, señor Lenz. Y lamento mucho que su
búsqueda haya fracasado —dijo Vidor mientras su cara se estiraba, haciéndose borrosa. Había abierto la boca y me parecía
que sus colmillos crecían, y que su cara era la de un perro…
Segundos después yo estaba inconsciente y había derramado sobre la alfombra el té con algo extraño en él.
Cuando desperté la cabeza era un lugar donde se amontonaban latidos, luces brillantes, martillazos y un poco de niebla. Abrí
los ojos y poco a poco fui tomando conciencia de mi cuerpo, como si recién llegara. Estaba sentado en una silla y tenía los
brazos atados a la espalda. Me rodeaba un cuarto de paredes blancas; por una ventana entraba la luz de la tarde. Frente a mí,
en un escritorio que parecía rescatado de algún colegio, había un hombre escribiendo. Lo reconocí por las fotos: era Alcides
Lancia. Estaba escribiendo con la pluma-vampiro, que tenía conectada a su brazo derecho. Llenaba un grueso libro, parecido a
los que usan los contadores. No levantó la cara para mirarme, como si para él no existiera otra cosa que sus letras.

—Lancia —le dije—. ¡Libéreme!


—¿Para qué? —preguntó, sin levantar la vista—. No serviría de nada.
—Vidor me dio algo para dormirme. Está loco. Tiene que soltarme.
—Él está armado. Usted no podría ir muy lejos. Además la puerta está cerrada con llave.
Pensaba insistirle para sacarlo de su apatía cuando entró Vidor.
—Por fin despertó, amigo Lenz. Venía a buscar solamente la lapicera y mire todo lo que encontró. El que busca encuentra,
como dice el refrán. ¿No querrá llevarse todo para su museo, verdad?
—Este hombre parece enfermo —le dije.
—Sí, está por morir. Pero eso no importa. Lo que vale es que está por concluir su obra. Me llevó años encontrarlo y traerlo
hasta aquí. Yo lo rescaté para que terminara El nictálope. Ahora le falta muy poco para acabar. ¿Cuántas páginas, Alcides?
—Dos —dijo el escritor, y continuó trabajando. Pronto cambió de página.
—Tenga en cuenta, señor Lenz, que está asistiendo a un hecho histórico.

—Ya casi no puedo —dijo Lancia—. Me falta sangre para terminar. Estoy muy débil.
—Usted sabe que solamente puedo escribir con mi sangre. Con la mía o con la de…
—¿Con la de quién?
—Con la suya, Vidor… Usted fue mi editor, y ahora ha permitido que con su insistencia yo volviera a escribir… Me ha
encerrado aquí durante meses, y fue como si trabajáramos juntos al fin y al cabo. Uno solo no hubiera terminado con la tarea.
Es como si estuviéramos fundidos el uno en el otro…
—¿Mi sangre? ¿Mi sangre? —repetía incrédulo Vidor—. Está loco. La de cualquier otro, pero no la mía —agregó, poniendo
sus manos sobre el escritorio, acercando su cara a Lancia, para atemorizarlo.
El escritor actuó muy rápido. Con una mano lo tomó del cuello. Con la otra hundió la pluma-vampiro en la yugular de Vidor,
que cayó al suelo.
Lancia no me soltó. Con su nueva tinta se dedicó a terminar su libro, mientras yo miraba la escena. Vidor estaba caído a
mis pies. Solamente fue necesario que Lancia mojara una vez más la pluma en la tinta fresca para terminar. Observé aliviado
que Lancia cerraba el libro y dejaba la pluma a un lado.

—Ahora puedo darle la pluma-vampiro, señor Lenz. Llévela al Museo del Universo. No la necesito más —dijo. Después me
liberó las manos.
Le pregunté qué haría y me dijo que se quedaría allí, para pensar unos momentos.
Se negó a que yo lo llevara a alguna parte con mi auto.
Salí de la casa y corrí hasta el auto. Pude entrar antes de que los perros se acercaran para morderme. Ese mismo día le
entregué la pluma-vampiro a Raval.
Nunca volví a saber de Alcides Lancia, ni supe qué ocurrió con el cadáver de Vidor. Pero hace poco tiempo vi que en las
vidrieras de las librerías se exhibía un tomo grueso y lujoso: la última parte de El nictálope.

a) ¿Qué objeto debe buscar el detective? Describilo


b) ¿Qué es el Nictálope? ¿En qué consiste?
c) ¿Por qué se iba debilitando el escritor? ¿Qué sucedió con él?
d) ¿Qué pistas tiene para poder encontrar la lapicera?
e) ¿Quiénes eran los tres fanáticos del escritor Lancia?
f) ¿Quién era y a qué se dedicaba Horowicz? ¿Dónde vivía? Describe el espacio donde trabajaba.
g) ¿Quién es Vidor?

3) ¿Qué es una PLUMA- VAMPIRO?

*cámara de fotos-elefante:

*mesa- árbol:

*tenedor-video:
Imaginá y describí una nueva máquina formada con dos elementos ¡A PENSAR!
4) Hacé una lista con los personajes que aparecen en este capítulo y escribí sus características.

PERSONAJES CARACTERÍSTICAS

CAPÍTULO 3

5) Alcides Lancia, el autor de “El Nictálope”, tiene tres lectores admiradores de su obra. Unan con líneas
(INSERTAR-FORMAS) cada personaje con su actividad.

PROPUESTA DE ACTIVIDADES DOMICILIARIAS PARA 6TO GRADO A


La semana pasada leímos el capítulo n° 3 “LA PLUMA-VAMPIRO”. Vamos a recordar lo leído… y si no te
acordás podés volver a leer la asignación del día 14/09

1) Leé este diálogo y explicá redactando un párrafo


*¿Quiénes son los que hablan?
*¿Qué sucedió antes de ese momento?
*¿Qué sucedió después?

—Vienen a buscarnos —le dije a Horowitz.


—Deben ser hombres del Señor de la Humedad.
—¿Quién?-pregunté
1)

2) Indiquen con una F cuáles de los siguientes enunciados referidos al Señor de la Humedad son
FALSOS
Seguimos leyendo “Lucas Lenz y el museo del universo” de Pablo de Santis
3) Leé el comienzo del capítulo 4: “La piedra negra”.
Con el tiempo fui recuperando distintas piezas para el Museo del Universo.
Diez, exactamente. Algunas me llevaron poco tiempo de trabajo. Por ejemplo, en un solo día encontré una rudimentaria
máquina voladora, fabricada con una bicicleta, que estaba en los fondos de la tienda de un anticuario. Tres días me llevó un
cuervo embalsamado que había pertenecido a Edgar Allan Poe, y que él tenía frente a sí, con sus patas sobre el escritorio,
mientras escribía el poema que lo tenía como protagonista.
Quince días tardé en dar con un caballo de madera que había girado, durante años, en una de las calesitas más antiguas.
Tenía los ojos hechos con piedras azules. Lo hallé en una calesita de barrio, confundido entre Bugs Bunny de yeso y autos de
latón.

No todas las piezas tenían la misma importancia. Los criterios que se habían usado para recoger las piezas del Museo del
Universo me parecían bastante caprichosos.
Algunas cosas eran realmente valiosas, y era lógico que estuvieran allí. Otras parecían elegidas —y eran la mayoría, en
realidad— por ser cosas raras, e inclusive algunas por motivos muy personales: nostalgia por los viejos juguetes, por las
enciclopedias antiguas o por las máquinas inservibles.
La última pieza que me mandaron encontrar (hasta el momento, porque la tarea sigue, y el Museo del Universo nunca se
llenará por completo) fue la Piedra Negra. No era un canto rodado, ni un trozo de mármol, ni algo que pudiera encontrarse en
la orilla del mar mientras uno busca caracoles. No. Era algo así como un pedazo de oscuridad.
Raval me había citado en el Museo. Todavía, en esa época, a pesar de que ya habíamos hallado muchas piezas, era un
proyecto secreto, solamente conocido por el grupo de hombres y mujeres que se había entregado a la misión de reconstruirlo.
Las piezas no estaban guardadas en el Museo, porque el edificio no tenía ningún cuidador y podrían robarlas. Las guardaban en
sus casas los integrantes del grupo.
—Esperemos que esta vez no haya ningún traidor —repetía, de tanto en tanto, Raval, con un poco de miedo.
A pesar de que el Museo ya estaba en marcha, el pasto de los jardines no había sido cortado y los yuyos entraban en el
edificio. Las ventanas seguían rotas, y a través de los agujeros el viento llenaba los pisos de hojas secas, tierra y mariposas
muertas.
La tarde de la cita Raval me mostró una fotografía. Había una mesa que parecía de madera, y sobre la mesa una mancha.
—¿Qué es? —le pregunté.
—Una piedra. La Piedra Negra. ¿Oyó hablar de ella?
Volví a mirar bien.
—Veo solamente una mancha, o un agujero.
—Lo que pasa es que esa piedra es absolutamente negra. El color negro, sabe, absorbe los rayos solares. Pero siempre algo
refleja. Bueno, esta piedra no. Absorbe por completo la luz. No deja nada fuera. Por eso no se puede ni siquiera ver las
dimensiones de la piedra. Si la tuviéramos aquí, usted la vería como una cosa plana, como una mancha, y recién al tocarla se
daría cuenta de que es una piedra. Además tiene otra propiedad: siempre está fría. Aun si la pusiéramos en una olla de agua
hirviendo, la sacaríamos helada.
—¿Dónde la encontraron?
—Ya se hablaba de esta piedra en antiguos tratados de brujería. Las brujas la usaban para conversar con los espíritus de la
noche. La ponían en el centro de un círculo dibujado con tiza en el suelo y ellas se sentaban alrededor. Decían que a veces la
piedra llegaba a brillar. Un experto en creencias de la Edad Media compró la piedra en un remate, donde la vendían como una
simple curiosidad, sin decir nada sobre su pasado. Este experto la compró por unos pocos dólares y la tuvo en su casa durante
años. Poco antes de morir la donó al Museo.
Mientras Raval me explicaba el caso, caminábamos por las salas vacías, sobre un manto de hojas muertas.
—¿Y hay alguna pista?
—En la ciudad hay una sociedad de mujeres que se dedica a investigar la historia de las brujas. No sé si sigue existiendo.
Antes se decía que no solamente estudiaban la historia… sino que hacían sus propios ritos. Pero son solamente habladurías. Es
probable que si la piedra estuvo rondando por allí, por casas de antigüedades, colecciones particulares o remates, ellas hayan
tratado de comprarla. Se puede ir a preguntarles. Creo que la bruja mayor —y Raval se rió al decir esto— se llamaba Imelda.
Hace años que no tengo noticias de ellas. Quizá la sociedad haya desaparecido.
Seguimos caminando y conversando. Por una escalera, llegamos al tercer piso.
—Aquí se exhibía una máquina del tiempo —dijo Raval, señalando toda la sala.
—¿Funcionaba?
—No, pero se movía, hacía mucho ruido, brillaba. La había fabricado un inventor que de tanto en tanto nos visitaba.
Aparecía vestido como en el Medioevo, o como en la prehistoria, o con trajes que parecían del futuro. «Fabriqué una nueva
máquina —nos decía—, y con ella retrocedí mil años. Buenos tiempos aquéllos, los invito cuando quieran».

Raval cortó sus palabras. Yo también había oído los pasos a nuestras espaldas, sobre las hojas secas. Me di vuelta. Vi a un
hombre gordo, con un traje verde musgo que parecía haber sido remendado muchas veces. Los botones eran de hierro
oxidado, también el broche de su corbata. Sacó una cigarrera herrumbrada, tomó un cigarro y lo puso en su boca. Con un
fósforo trató de encenderlo, pero por más que acercó la llama a la punta del cigarro no se encendió.
—Húmedo —gritó—. Todos mis cigarros están húmedos.
Lo tiró por la ventana.
Junto a él había un hombre alto, armado. No se veía su arma, pero se notaba el bulto que hacía el saco. Lo reconocí: era
uno de los que me habían seguido hasta la casa de Horowitz.
—Maestro —dijo Raval—. El gusano más grande que repta sobre la tierra.
—Raval —dijo Maestro riendo—. ¿Para qué sigue con esas cosas? ¿De vuelta con el Museo del Universo? Son cosas de niños.
No se puede seguir siempre con lo mismo.

La infancia ya terminó. Dedíquese a asuntos propios de un adulto y deje estas piezas para los que estamos dispuestos a todo
por conseguirlas.
—¿Para qué vino?
—Para hablar con el señor Lenz. Ya me trajo bastantes problemas y quiero llegar a un arreglo.
Dos veces me había cruzado yo con la gente de Maestro. La primera con la pluma-vampiro. La segunda cuando quise
encontrar el primer mapa de la ciudad. Me había puesto a investigar en un archivo histórico, cuando vinieron dos hombres de
Maestro para amenazarme. Seguí investigando, pero el mapa no apareció.
—¿Qué arreglo? —pregunté.
—Le pago el doble. El doble de lo que le ofrecen Raval y los demás. Quiero que trabaje para mí.
Miré a Maestro. Miré su cara codiciosa, su ropa húmeda, sus manos blancas y cadavéricas. Parecía a punto de deshacerse,
de convertirse en una montaña de trapos y desechos.
—No hay trato —dije.
—Pero ya tuvimos bastantes problemas —dijo Maestro, abriendo la boca, en donde se veían aparatos dentales cubiertos de
herrumbre.
—Seguiremos teniéndolos.
Maestro trató de encender otro cigarro, inútilmente.
—Veo que le gusta el peligro. Está bien. Usted lo quiso. Nos volveremos a ver en cuanto trate de dar con la Piedra Negra.
Maestro saludó irónicamente y comenzó a bajar la escalera. Detrás iba su guardaespaldas.
—No va a ser fácil encontrar la Piedra —dijo Raval.
—No sabía que él estuviera al tanto.
Escuchamos el ruido de un motor al ponerse en marcha… y sentimos el olor del papel al quemarse.
Bajamos corriendo las escaleras. En la planta baja había una pila de hojas secas.
Maestro le había prendido fuego antes de irse. Espesas espirales de humo negro subían hasta el techo.
Raval encontró una manguera y pronto apagamos el fuego, que dejó en el suelo una gigantesca mancha negruzca.
La Sociedad de las Brujas (Sociedad de Investigadoras sobre las Brujas, en realidad, pero ellas mismas se llamaban así) no
figuraba en la guía telefónica.
No me desanimé, seguí buscando y di en una biblioteca municipal con un pequeño libro titulado: Guía de sociedades
secretas y asociaciones extrañas, en donde estaban reunidos todos los nombres de aquellos grupos dedicados a practicar vudú,
a coleccionar llaves, a realizar reuniones gastronómicas para probar todos los tipos de pimienta del mundo o a recordar cosas
jamás ocurridas (la Sociedad de la Nostalgia Inexistente).
Las páginas de la guía estaban amarillentas y quebradizas. Era de muchos años atrás. Anoté igual la dirección de la
Sociedad de las Brujas y fui hasta allí.
La supuesta sede quedaba en una calle del oeste, en una cuadra llena de jacarandaes. En su lugar no había ninguna
sociedad: solamente una casa de dulces. En un cartel se leía: JALEAS Y MERMELADAS HANSEL Y GRETEL. En la vidriera había
frascos de distintos tamaños de dulces caseros. Las tapas eran negras y detrás del vidrio se veían tentadores dulces de frutilla,
naranja, zarzamora o manzana.
Entré en el local. Había un mostrador de madera: detrás una mujer hermosa de pelo negro. Me preguntó qué quería.
—Un frasco de mermelada de… sandía.
—No tenemos… No escuché nunca que alguien haya hecho mermelada de sandía.
—Mi abuela sí —mentí—. Deme entonces de frutilla.
De un estante tomó un frasco y lo puso en una bolsa de papel madera.
—¿Algo más? —preguntó.
—No, gracias —dije—. ¿Sabe una cosa? Yo viví en este barrio de chico. Y creo que aquí mismo funcionaba una asociación
que estudiaba a las brujas, o algo así.
—Sí, era aquí mismo —dijo la mujer con frialdad. Quizá pensaba que yo iba a hacerle alguna broma.
—Había una mujer que se llamaba Imelda.
La vendedora levantó los ojos.
—Era mi madre.
—¿Era?
—Murió hace cinco años.
—Y la sociedad, ¿sigue existiendo?
—No, ya no. ¿Quiere algo más? —preguntó de mal humor.
Entonces le dije quién era en realidad. Y qué buscaba.
—No tengo la Piedra Negra. Si no, se la vendería al Museo del Universo. Necesito mucho el dinero —contestó.
—¿Qué pasó con ella? —en ese momento entró una mujer con la bolsa de las compras llena de comida—. Atienda, atienda
—le dije.
—¿Por qué no vuelve dentro de media hora? Ya tendré el negocio cerrado y vamos a poder hablar tranquilos.
—Está bien —dije, y me fui.

Me había cuidado bien de que nadie me siguiera, pero de todos modos miré la calle. Las veredas estaban llenas de flores de
jacarandá, y vacías.
—Las reuniones se hacían aquí mismo. Yo era muy chica, no sé nada de eso. Tengo recuerdos muy lejanos —dijo Mirna,
que así se llamaba la hija de Imelda, cuando regresé—. También sé que mi madre no estaba contenta con sólo averiguar
datos históricos sobre brujería. Trató de hacer algunos experimentos…
—¿Y qué pasó?
—En un viejo cuaderno encontré muchas anotaciones. Era una especie de diario de las reuniones. De las reuniones
secretas… Mi madre y otras seis mujeres se encerraban en el sótano y allí trataban de repetir viejos rituales. Pero nunca pasó
nada. Probaron todo tipo de invocaciones, pero después de cada descripción de experiencia, aparece en el cuaderno la palabra
«fracaso». Y todo fue así hasta que apareció la Piedra Negra.
Mirna me contó que su madre tenía pocas referencias de la Piedra. No creía que existiera. Pero después del saqueo del
Museo la Piedra pasó de mano en mano. Fue vendida varias veces porque sus poseedores creyeron, al parecer, que traía mala
suerte. Finalmente, una noche de lluvia un hombre muy viejo golpeó a la puerta de la casa donde funcionaba la Sociedad de
Brujas y ofreció la Piedra. Imelda dijo que quería comprársela, pero el hombre, de quien después no volvió a saberse nada, le
respondió que no la vendía por dinero, sino que la cambiaba por cualquier objeto de valor. Imelda buscó en un cofre y sacó un
costoso collar. El hombre le dio la Piedra y se fue.
—Cuando mi madre consiguió la Piedra Negra, los ritos se iniciaron con más entusiasmo. Se decía que con ella uno podía
comunicarse con los espíritus. Mi madre lo intentó…

—¿Lo consiguió?
—Una noche me despertó un grito. Yo estaba sola en mi habitación. Era jueves, el día de las reuniones. Era mi madre la que
había gritado, pero con la voz cambiada. No supe qué pasó esa noche hasta años más tarde. Al día siguiente mi madre estaba
muy pálida; se metió en la cama y no salió en siete días. No quiso hacer nunca más reuniones secretas ni ningún ritual. A los
dos años la Sociedad de las Brujas se desintegró.

—¿Y la Piedra?
—Un momento… En aquel cuaderno decía… Todavía lo tengo, podemos leerlo —dijo, y me guió por una escalera hasta el
primer piso de la casa.
Había una salita con ventanas romboidales y dos sillones. Sobre las paredes colgaban viejos grabados con imágenes de la
Edad Media: brujas, hechiceros, una mujer con cara de lagarto. Mirna buscó el cuaderno en los cajones de un escritorio.

—Aquí está —dijo, sacando un grueso cuaderno de tapas negras. Se sentó en el sillón y empezó a leer.
«Todo fue como jugar, hasta que encontré la Piedra Negra. Nos sentamos las siete en círculo, la Piedra en el suelo, en el
centro. El sótano parecía más profundo que nunca, en el centro del mundo. Por fin sentía que éramos brujas de verdad. Basta
de lavarropas y de casas por limpiar, basta de horario de oficina, basta de régimen para adelgazar y de gimnasia reductora,
basta de programas de televisión y de vida monótona. Brujas. Brujas por fin. Dije las palabras del ritual: PIEDRA , BLOQUE DE
LA NOCHE , LA PUNTA DEL ICEBERG NEGRO POR DONDE ENTRAN LOS ESPÍRITUS , MÁS FRÍA QUE EL HIELO , MÁS FRÍA QUE
LA NOCHE Y QUE EL MÁRMOL HELADO DE LAS TUMBAS . Al principio no pasó nada, pero después ocurrió. La Piedra pareció
moverse. Algo brillaba en su interior. Como si realmente fuera una réplica reducida de la noche brillaron en la Piedra las
estrellas. Y empezaron a girar. Todas cerramos los ojos, pero todas vimos lo mismo. Como si soñáramos, una marea confusa
entró en el sótano. Demonios, garras, bocas… y escuchábamos gemidos en la oscuridad. Y las voces se burlaban. ¿Quién nos
llamó?, parecían decir. El sótano se llenó de ojos, y todos los ojos me miraban. No sé cuánto duró el encantamiento, pero yo
estaba horrorizada. No estábamos preparadas para eso, para ser brujas de verdad. No sé si alguna vez lo seremos. Por eso no
volveré a usar la Piedra. No, hasta que no esté preparada. La dejaré ahí, en el mismo lugar, en el centro, y cerraré el sótano,
para que nadie vuelva a usarla…»
—Nunca le pregunté a mi madre dónde la guardó. Cuando ella murió entré en el sótano, pero allí no había nada. Busqué
bien, pero nada.
Me acerqué hasta ella para leer yo mismo el cuaderno. Ella movió la cabeza y sentí el raro perfume de su pelo… Olía a
jazmín.

—Ahí dice que la dejó en el mismo lugar.


—Pero la Piedra no es invisible —dijo ella.
—¿Podemos mirar el sótano?
—Como quieras —me dijo, tuteándome por primera vez—. Hace mucho que no voy. No me gusta bajar sola…

CONTINUARÁ
(EN LA PRÓXIMA ASIGNACIÓN)

4) Respondé en forma de oración cada una de las preguntas relacionadas con este capítulo

a) ¿Qué características tiene la “piedra” que debe encontrar Lucas?


b) ¿Dónde se encontraba la piedra antes de que llegara al museo? ¿Cuál era su utilidad antiguamente?
c) ¿Quién era Imelda? ¿Qué relación tenía con la piedra?
d) Cuando Lucas Lenz está con Raval ¿Con quién se encuentran en el museo? Describilo usando palabras del
texto
e) ¿Qué pistas encontró Lucas Lenz que le dieron indicios de que Maestro había estado en la casa de dulces?
f) ¿Cuál es la primera pista para buscar la piedra negra? ¿A qué lugar recurre? Describí el lugar
g) ¿Quién es Mirna? Ella encuentra un grueso cuaderno negro, ¿Qué testimonio encuentran en él?

5) Hacé una lista con los nuevos personajes que aparecen en este capítulo y escribí alguna
característica.

PERSONAJES CARACTERÍSTICAS

CAPÍTULO 4

«Con el tiempo fui recuperando distintas piezas para el Museo del Universo.
Diez, exactamente. Algunas me llevaron poco tiempo de trabajo...».

6) Marcá cuáles de estas piezas recuperó Lucas Lenz y escribí en el cuadro vacío cuál es la última
que debe buscar.

La próxima pieza que debe


recuperar Lucas Lenz es
______________________________
______________________________
«La Sociedad de las Brujas (Sociedad de Investigadoras sobre las Brujas, en
realidad, pero ellas mismas se llamaban así) no figuraba en la guía telefónica».

7) Marcá la respuesta correcta y transcribí la oración que habla de ese momento

Buscando la sede de la Sociedad de las Brujas, Lucas Lenz se encuentra con:

• una casa de pimientos de todo el mundo.


• una casa de escobas, calderos y plumeros.
• una casa de dulces.
• una casa de libros mágicos y hechizos.

8) Buscá la biografía de Edgar Alan Poe. ¿Quién fue? ¿Cómo se relaciona con los cuentos
policiales y de detectives?
Escribí aquí la información que encuentres y luego de leerla jugá a este juego.

https://es.educaplay.com/recursos-educativos/2160219-vida_y_obra_de_edgar_allan_poe.html

ANOTA TU PUNTAJE: ______________________________________________________

PROPUESTA DE ACTIVIDADES DOMICILIARIAS PARA 6TO GRADO A


1) Leé este diálogo y explicá redactando un párrafo
 ¿Quiénes son los que hablan?
 ¿Qué sucedió antes de esta conversación?
 Qué sucedió después?

—Ahí dice que la dejó en el mismo lugar.


—Pero la Piedra no es invisible —dijo ella.
—¿Podemos mirar el sótano?
—Como quieras —me dijo, tuteándome por primera
vez—. Hace mucho que no voy. No me gusta bajar
sola…
1)

Seguimos leyendo “Lucas Lenz y el museo del universo” de Pablo de Santis


2) Continuamos con el capítulo 4: “La piedra negra”.

Dos minutos después bajábamos con una linterna por una estrecha escalera de madera. En el sótano había algunos baúles
apilados. El piso era de cemento y tenía un dibujo con tiza: un círculo. En el centro había una cruz.
—¿Lo ves? No hay nada.
Ella tropezó con algo y cayó contra mí. Yo la sostuve. Deseé que cayera unas treinta y ocho veces más. Me acerqué con la
linterna al centro del círculo. Estaba un poco sugestionado y no me hubiera extrañado que saliera un demonio de allí abajo y
que con la voz de Bugs Bunny me dijera: «¿Qué hay de nuevo, viejo? ¿Conque buscando la piedrita mágica, eh?».

Me agaché. Donde estaba marcada la cruz el cemento tenía un color levemente distinto. Más claro.
—Un martillo —dije.
—¿Quién paga los gastos? —preguntó.
—El Museo, por supuesto.
Subió y volvió con un viejo martillo.
Di varios golpes. El cemento se resquebrajó en mil pedazos, comencé a arrancarlos. Abajo vi algo que parecía madera. Con
algunos golpes más pude liberar una caja de madera oscura, que quizás alguna vez había contenido cigarros. Estaba atada con
un grueso hilo. Lo corté con mi navaja y abrí la caja.
La luz de la linterna dio directamente sobre la Piedra pero no la iluminó: fue como si la Piedra abriera la boca y se tragara
toda la luz.
Igual que en la foto, no parecía tener espesor, era solamente una mancha.
La sensación que tuve fue exactamente ésta: la de ver un agujero en la superficie de la realidad.
Arreglamos el negocio para el día siguiente. Yo le llevaría todo el dinero y Mirna me entregaría la Piedra.

—Y después vamos a ir al cine y a cenar, ¿no? —la invité. Ella me respondió que sí. La Piedra no me interesaba nada al lado
de la posibilidad de salir con ella.
Fui a ver a Raval. Me dio un maletín con toda la plata. Estaba contento porque por fin habíamos dado con aquella pieza.
—Habrá una sola sala destinada a la Piedra —pensaba.
Me preguntó si en ningún momento había visto indicios de que la gente de Maestro estuviera sobre mis pasos.
—No —dije—. Siempre me doy vuelta, pero las calles están vacías.
—Me resulta extraño. Cuídese, Lenz. Maestro sabe lo que esta Piedra vale.
Partí rumbo a la casa de mermeladas y jaleas Hansel y Gretel.
Ese día hicimos el intercambio. Yo le di la valija con la plata y ella la Piedra. No me gustaba tenerla en la mano, porque el
frío me llegaba hasta los huesos. Mirna me dio una bolsa de papel madera para que la guardara.
—Fue un negocio rápido —dijo.
—A la noche paso a buscarte. ¿A las nueve está bien?
—Sí, no te voy a hacer esperar. ¿Qué vas a hacer con la Piedra?
—Hoy la voy a dejar en mi oficina, mañana lo voy a ver a Raval y se la entregaré.
Mirna me despidió con un beso.
A esa hora en el edificio donde tengo mi oficina no quedaba más que un sereno. Subí por las escaleras y llegué al pasillo
desnudo en donde se amontonaban las puertas con los nombres de ABOGADO … ESCRIBANO … Me pareció oír un ruido a mis
espaldas. Esperaba que en cualquier momento Maestro o uno de sus hombres cayera sobre mí para robarme la Piedra.
—Buenas noches. Discúlpeme si lo asusté —dijo una voz. Era un empleado de limpieza, que barría aquel largo pasillo.
—Solamente un poco —le dije—. Creí que estaba solo en todo el edificio.
—Supongo que los edificios vacíos le dan miedo a todo el mundo, de noche. A mí no. Siempre estoy trabajando en edificios
vacíos. Nada me asusta —dijo y siguió barriendo.
Entré en mi oficina. Guardé la Piedra en una caja fuerte sin llave. No era un lugar muy seguro porque no había modo de
cerrarla, pero bueno, uno ve siempre hacer eso en las películas. Al abrir la caja encontré una caja de bombones que había
guardado allí seis meses atrás, y que había buscado por todas partes.
Cerré la puerta de mi oficina. No se veía a nadie. Magnífico. Tal vez podría llegar a terminar aquel caso —yo mentalmente
llamaba «casos» a lo que me tocaba buscar, quizá porque de chico leía novelas protagonizadas por un abogado criminalista,
Perry Mason, que llevaban títulos como El caso del patito que se ahogaba , por ejemplo— sin tener problemas con Maestro.
Por supuesto, estaba equivocado.
Con diez minutos de atraso llegué a la cita con Mirna. Golpeé la puerta de vidrio de la casa de mermeladas, pero nadie
abrió. Insistí, inútilmente. Empujé la puerta y cedió.
—¡Mirna! —grité, pero nadie contestó.
El local ya no olía más a dulces, a frutillas, a sustancias espesas y exquisitas. Olía a humedad.
En el suelo encontré un cigarro húmedo que alguien había tratado de encender sin suerte. Sobre el mostrador había un tarro
de mermelada vacío… a primera vista.
Miré bien: dentro había un papel. «Bueno, sabía que los mensajes se enviaban en botellas, es el primero que encuentro en
un frasco de jalea», pensé. Cuando estoy nervioso, siempre se me ocurren pensamientos idiotas.
El papel decía:
«Hansel Maestro llegó a la casita de chocolate de la bruja y le pidió la Piedra Negra. Ahora Hansel sabe que la
tiene Lenz. Si Lenz le da la Piedra a Hansel, la bruja vivirá. Si no, ¿quién sabe? Hansel no tiene piedad de las
brujas. Sabe que son malas y se comen a los niños.»
Di vuelta el papel. Detrás había un pequeño plano para llegar a la casa de Maestro. Estaba al lado de un arroyo. La Piedra
tenía que ser entregada antes del mediodía, decía el papel.
Doblé el mensaje y lo metí en el bolsillo. Fui a mi departamento, me di una ducha y traté de dormir. Quizá tuviera un día
duro.
Preferí no decir nada a Raval. Aquello era un problema personal.
No pude dormir en toda la noche.
A las siete, bostezando, fui a buscar la Piedra. Me la puse en el bolsillo, encendí la radio para distraerme, y en el laberinto de
la ciudad empecé a buscar la dirección que indicaba el plano.
A las ocho de la mañana estaba ya completamente perdido. A las nueve ya reconocía el lugar en el que me encontraba, pero
no tenía idea de dónde podía estar la casa de Maestro.

Supongo que si uno quiere llegar al infierno termina encontrándolo. Bueno, con la casa de Maestro pasaba algo parecido. No
sé si yo hallé la casa o si fue ella la que me encontró a mí. Pero en un momento levanté la cabeza hacia un cartel y leí un
nombre que figuraba en el mapa mamarracheado por Maestro. Era una zona fabril. Todo un barrio de muchas manzanas lleno
de fábricas que alguna vez habían funcionado pero que ahora estaban abandonadas.
Por entre las fábricas vacías corría un río de agua contaminada. Me acerqué hasta la orilla. El agua que corría era negra.
Algunos manojos de pastos sobrevivían a las manchas de aceite y petróleo. No había peces: había ratas. Un neumático se
alejó, arrastrado por la corriente, escoltado por unas tablas podridas. Algo se asomaba a la superficie, cerca de la orilla. Parecía
un casco de barco, pero si uno miraba bien, reconocía la carrocería oxidada de un auto.
Junto a aquel arroyo estaba la casa de Maestro, construida sobre los restos de una fábrica. Estaba rodeada por altísimos
muros de cemento. Y sobre el borde de las paredes había vidrios rotos, como para que a nadie se le ocurriera trepar.
Y ahí estaba yo, frente a la puerta, con la noche en forma de piedra en mi bolsillo.
El portón era de hierro, así que no podía golpearlo, a menos que quisiera convertir mis manos en puré. Tampoco había
timbre. Encontré cerca de allí una barra de metal y con eso golpeé. Sonaba como un gong.
La puerta se abrió y apareció uno de los matones.

—Adelante —dijo—. Soy el mayordomo de la Mansión Maestro.


—Ayer eras un guardaespaldas.
—Ascendí —contestó.
Atravesamos un jardín. Bueno… en realidad era un terreno lleno de yuyos, con el esqueleto de dos automóviles quemados
como adorno, una montaña de neumáticos rotos y vigas de metal. No era peor, al fin y al cabo, que los jardines decorados con
estatuas de enanitos de Blancanieves.
Entré en la casa que había sido una fábrica. Adentro había, en un gran galpón casi vacío, una mesa en donde Maestro estaba
comiendo.
—Llega para los postres —gritó—. ¿Un poco de flan?
—Es temprano. Todavía no desayuné.
—¿Y la Piedra?
—Aquí la tengo. Quiero ver a Mirna.
Se arrancó la servilleta del cuello y se limpió con ella sus manos grasientas.
—Todo a su tiempo —dijo.
Con una seña me pidió que lo siguiera.
Dejamos atrás el galpón y entramos en otra construcción. En las paredes se concentraba la humedad. Había unos pocos
muebles rotos. Parecía el museo de todas las cosas inservibles. Maestro advirtió mi cara de asco.
—¿Qué le extraña? Lo que para usted son cosas que se pudren, para mí es belleza. No se olvide, soy el Señor de la
Humedad. Y esto no es nada: todavía no ha visto mi colección.
Subimos por una escalera de escalones hinchados. La madera crujía. Los clavos, oxidados, estaban a punto de saltar.
Llegamos a una puerta; Maestro abrió. Ahí estaba Mirna.
Me abrazó, y a pesar de la humedad, sentí olor a jazmines.
Tanteé mi bolsillo y saqué la bolsa con la Piedra.
—Aquí está —dije—. Ahora nos vamos.
Maestro comprobó que la Piedra Negra estuviera allí.
—Maravillosa —dijo—. Nunca vi algo tan hermoso. Pero no se vayan todavía. Quiero que vean mi colección.
—Otro día —dije—. Y me abrí paso con Mirna.
Frente a mi cara se dibujó el caño de un revólver que sostenía uno de los hombres de Maestro.
—¿Para qué tanto apuro? Son mis invitados.
Entonces bajamos a las profundidades donde Maestro, el Señor de la Humedad, guardaba sus tesoros.
Por una escalera llegamos a un sótano.
Allí se abría un túnel.
—Ese túnel pasa por debajo del río que usted seguramente habrá visto, señor Lenz. Aquí tengo mi colección. Hay de todo
un poco: trajes, muebles, pinturas, objetos raros… y a partir de ahora, la Piedra Negra.
Comenzamos a caminar por el túnel. Los ladrillos estaban cubiertos de musgo. Las paredes dejaban caer pesadas gotas de
salitre. Era como estar en una de esas cavernas donde se forman las estalactitas. La luz era débil, amarillenta. Vimos primero
una silla del siglo pasado. Quizás había estado en buen estado antes de ser llevada hasta allí. Ahora estaba quebrada, con el
tapizado deshecho por la humedad, podrida la madera.
Junto a la silla se deshacía lentamente una pintura. Era un retrato. La cara de la mujer del cuadro estaba cubierta por una
pátina verdosa. El marco estaba mojado y arqueado. En poco tiempo más, la tela se desprendería.
—¿Por qué deja que todo se estropee?
—Es que me gusta el espectáculo de las cosas valiosas que se arruinan lentamente —dijo Maestro—. Algunos hacen museos
para que las cosas sean conservadas. A mí me gusta que las cosas más valiosas del mundo se gasten, sean consumidas por la
humedad, se pudran y se disuelvan. Es hermoso ver cómo las cosas se terminan. Es un placer parecido a los finales tristes de
las películas. Uno preferiría el final feliz, pero sabe, en el fondo, que en el final triste hay más belleza.
Seguimos caminando entre cosas arruinadas. La atmósfera era a cada paso más irrespirable. Por encima de nuestras
cabezas corría el río de aguas muertas y sucias. Unas vigas de madera sostenían el techo.
Estaban casi dobladas por la presión.
—¿No es peligroso este lugar? —le pregunté—. Mire las vigas.
—Peligroso para ustedes, tal vez —dijo Maestro—. Porque durante unos días vivirán aquí abajo… hasta que decida qué
hacer.
—¿Por qué? Ya tiene la Piedra.
—Pero saben dónde está mi casa. Eso no me conviene —Maestro rió.
Mirna dio un grito. Habíamos llegado casi al final del largo túnel. El aire era irrespirable. Yo me acordaba del cuento de Poe
«El barril de amontillado». La perspectiva de quedar encerrados ahí abajo era aterradora. Hacía frío, la humedad llegaba hasta
los huesos.
El guardaespaldas de Maestro sacó su arma.
—Bueno, aquí se quedan —dijo el Señor de la Humedad—. Ahora cambiamos los papeles, señorita: yo dejo de ser Hansel y
usted deja de ser la bruja; ahora soy yo la bruja. Pero no me los voy a comer. Los dejo en compañía de mis objetos más
queridos. Traten de no resfriarse: la humedad hace mal. Les traeré comida, no se preocupen por eso.
Yo di un paso hacia él, pero el matón me apuntó.
—Es inútil, Lenz. Están atrapados. Como Hansel y Gretel.
Fue a Mirna a quien se le ocurrió la idea. Yo estaba demasiado aterrorizado como para pensar en nada. Pero ella dijo:
—La Piedra tiene poderes. ¿No le interesa conocerlos?
—Eso es leyenda —dijo el Señor de la Humedad—. Es una piedra valiosa porque no refleja nada. Pero el resto es mentira.
—Podríamos probar.
—No los voy a sacar de aquí para que hagan algún truco.
—Podríamos probar aquí mismo —dijo Mirna.
—¿No se necesitan siete personas? —le pregunté en voz baja.
—Quién sabe. A lo mejor basta con las palabras —susurró ella.
Maestro vaciló. Al fin dijo: «Está bien».
Los tres nos sentamos en círculo, siguiendo las indicaciones de Mirna. La Piedra estaba en el centro. El guardián, de pie, nos
vigilaba con el dedo en el gatillo.
—Si tratan de escapar, dispárales —dijo Maestro. El guardián, mudo, asintió.
Entonces comenzó el ritual. Yo estaba dispuesto hasta a rezar para que aparecieran los demonios, pero eso me parecía una
contradicción.
Mirna no estaba muy convencida, pero dijo las palabras. Las había aprendido de memoria.
—Piedra, bloque de la noche, punta del iceberg negro por donde entran los espíritus, más fría que el hielo, más fría que la
noche y que el mármol helado de las tumbas…
Su voz era más grave. Parecía una bruja de verdad, si es que existen las brujas hermosas.
Al principio no pasó nada.
—¿Querían engañarme? —preguntó Maestro. Iba a levantarse cuando la Piedra se llenó de puntos brillantes.
Estrellas diminutas bailaban dentro de la Piedra.
Entonces empezaron a entrar sombras en el túnel. No usaron la puerta, sino la Piedra. No se las veía con claridad, era como
si uno se las imaginara un poco. Pero ahí estaban. Murmuraban. Nunca volví a ver nada parecido. Pero si existe algo de magia
en el mundo, estaba en esa Piedra.
Las sombras llegaban y giraban, confusas, entre nosotros. Me pareció ver ojos. Maestro estaba mudo de terror. No sé
cuánto duró aquello. Solamente pensaba una cosa: tengo que actuar antes de que el encanto desaparezca. E iba a actuar
cuando vi que Mirna lo hacía antes que yo. El guardián se había quedado mirando fijo la Piedra y ella le había pegado una
patada fuerte en la rodilla. Bueno, no fue exactamente en la rodilla, sino un poco más arriba.
Las sombras desaparecieron mientras nosotros corríamos hacia la salida. Maestro había despertado y con el revólver del otro
en la mano nos disparaba.
—¡Vuelvan! —gritaba—. ¡Vuelvan!
Nos ocultamos en una saliente de la pared, para eludir los tiros. Las balas se incrustaron en la viga podrida por la humedad.
Era lo que faltaba para partirla.
Maestro se acercaba con el arma en su mano. No podíamos escapar porque seríamos un blanco fácil.
—Ya los tengo, idiotas —dijo.
En ese momento la viga se partió lentamente en dos. El olor a humedad fue reemplazado por el olor a podrido del río. Había
entrado en la galería un fuerte chorro de agua sucia. Maestro dio un paso adelante, pero resbaló y cayó.
Aprovechamos para salir corriendo. Pronto estuvimos fuera del túnel y a través de la escalera salimos a la superficie.
Avanzamos por un pasillo. Uno de los hombres de Maestro trató de cortarnos el paso, pero lo empujé… y con la fuerza de la
inercia lo tiré al suelo.
Vi a otros dos hombres a lo lejos, pero no nos seguían a nosotros. Habían oído los gritos de Maestro y corrían a ver qué
pasaba.
Salimos de la casa y saltamos por sobre el portón de hierro. En ese momento nada nos importaba excepto escapar, pero
después supe lo que había ocurrido.
El agua, al entrar en el túnel, hizo una terrible presión. Las vigas restantes se quebraron. Antes de que Maestro llegara a la
salida el túnel había quedado totalmente inundado. De todos modos el Señor de la Humedad logró escapar. Desde el sótano
pudo ver cómo toda su colección era destruida por el agua en segundos.
Apenas tuvo tiempo de salir del sótano, antes de que el agua lo cubriera.
El río pestilente se abrió paso por la casa, entró en las habitaciones, arrasó con el cuarto de Maestro y convirtió su mansión
en un hediondo pantano.
Pero para ese entonces nosotros ya estábamos muy lejos de allí.
Al día siguiente fui a ver a Raval al Museo.
—¿La Piedra? —preguntó.
Le conté la historia.
—Iba a ser la piedra basal del Museo —dijo—. Y ahora no la tenemos. Es una lástima. ¿Tenía poderes en verdad?
—No sé si existe la magia —le dije—. Pero sé que la realidad tiene agujeros. Y que esa Piedra era uno de esos agujeros.

Raval se sentó en el marco de una ventana. El Museo seguía igual que siempre: vacío, con el suelo lleno de hojas secas,
además de la ceniza. Parecía un hospicio construido para un solo loco: Raval.
Se acarició la cabeza calva y dijo:
—Todavía falta encontrar muchas otras cosas.
Por primera vez sentí en él un dejo de cansancio.
—¿Por dónde empezar? —le pregunté.
—Por cualquier parte. El mundo está lleno de rincones, de sótanos, de altillos.
Lo dejé solo, paseando por los salones vacíos. Afuera, en el auto, me esperaba Mirna.

FIN

3) Respondé en forma de oración cada una de las preguntas relacionadas con este capítulo

a) ¿Encontraron la piedra en casa de Mirna? ¿Qué sucedió?


b) ¿Qué sucede una vez que Lucas consigue la “Piedra”?
c) ¿Logra tener una cita con Mirna? ¿Qué sucede?
d) ¿Qué debe hacer Lucas para recuperar a Mirna? ¿Qué sucede? Realiza un breve resumen
e) ¿Por qué mantiene prisioneros a Lucas y Mirna si ya le habían entregado la “Piedra”?
f) ¿Qué sucedió en el sótano del Maestro y qué sucedió con él?
g) ¿Qué explicación le dio Lucas a Raval? ¿Cómo cierra la historia?

“Es que me gusta el espectáculo de las cosas valiosas que se arruinan lentamente —dijo Maestro—.
Algunos hacen museos para que las cosas sean conservadas. A mí me gusta que las cosas más
valiosas del mundo se gasten, sean consumidas por la humedad, se pudran y se disuelvan. Es
hermoso ver cómo las cosas se terminan. Es un placer parecido a los finales tristes de las películas.
Uno preferiría el final feliz, pero sabe, en el fondo, que en el final triste hay más belleza”.

4) ¿Por qué motivos Maestro colecciona objetos?

5) Marcá los objetos que tiene en su colección el Señor de la Humedad

MUEBLES ROTOS
UN SILLÓN AZUL
TRAJES
UN AUTO
PINTURAS
UNA CORTINA
UNA SILLA ANTIGUA

ACTIVIDAD INTEGRADORA ¡TERMINAMOS DE LEER EL CUENTO!


6) Recordá lo leído desde el comienzo del cuento policial, relacioná y uní con flechas
(INSERTAR-FORMAS- FLECHAS) la columna de nombres con la de lugares u objetos.

FABER PIEDRA NEGRA


ALCIDES LANCIA ESTANCIA LA LEY
MIRNA EL DRAGÓN ROJO
MATEO RINALDI INSTITUTO FILATÉLICO
VIDOR PLUMA-VAMPIRO
7) Te propongo que pienses en una nueva búsqueda para el detective Lucas Lenz. Escribí el capítulo n°5
para este cuento policial. RECORDÁ SUS CARACTERÍSTICAS

EL CAPÍTULO QUE ESCRIBAS, LO


COMPARTIREMOS EN EL PRÓXIMO
ZOOM. ¡A PENSAR, IMAGINAR Y
ESCRIBIR!

ESTE ES EL LINK DEL CUENTO, POR SI TENES GANAS DE LEERLO DE NUEVO:

https://www.librosdemario.com/lucas-lenz-y-el-museo-del-universo-leer-online-gratis/2-paginas

PROPUESTA DE ACTIVIDADES DOMICILIARIAS PARA 6TO GRADO A


Semanas anteriores leímos cuentos policiales del autor Pablo de Santis y esta semana vamos a conocer a
un nuevo escritor: Mario Méndez

ACTIVIDADES ANTES DE LEER:


1) Buscá la biografía del autor mencionado y escribila aquí)

2) Vamos a leer su cuento “El Incunable”.

a) ¿Qué significa la palabra “incunable”? Sin buscar en el diccionario, proponé una definición (puede ser
inventada)
b) Mirá las imágenes e identificá a los personajes principales de este cuento policial. Escribí debajo de
cada uno quién te parece que es : el detective, su ayudante, la víctima y el o los sospechosos.
ACTIVIDADES DESPUÉS DE LEER:
3) Realizá las propuestas de trabajo luego de leer. Resolvé en el espacio indicado

a) ¿Dónde transcurre la historia? Justifica tu respuesta prestando atención no solamente en los lugares
que se mencionan, sino también a elementos que indican una característica regional: por ejemplo el mate
es una marca regional de la Argentina.
b) Con la información que ofrece el cuento, explicá por qué el libro robado no es incunable.
c) Buscá para cada afirmación una cita textual que pueda servir de ejemplo. (Copialas debajo)

1) La viuda de Estraser es una persona muy culta.


1)

2) Amigorena es muy observador.


2)

3) Amigorena a veces se equivoca.


3)

4) Lisazo no siempre está seguro de interpretar correctamente las reacciones de su jefe.


4)

5) Lisazo es eficiente.
5)

6) Lisazo no hace todo bien.


6)

7) Olivares tiene una vida rutinaria.


7)

8) Olivares no es feliz con su trabajo.


8)

9) Olivares no quiso causarle ningún daño a la viuda de Estraser.


9)

10) El robo del libro no es el primer delito que comete Jenny Harrison.
10)

d) Enumera las pistas que le sirvieron a Amigorena para resolver el caso.

Pista 1:
Pista 2:
Pista 3:
“EL
INCUNABLE”
Autor: MARIO
MÉNDEZ
PROPUESTA DE ACTIVIDADES DOMICILIARIAS PARA 6TO GRADO A

Pistas para resolver el caso de “El incunable” ¿Las recordamos?

PISTA 1

PISTA 2

PISTA 3
1) ¿Cómo se relacionan estas pistas entre sí? Reconstruí las secuencias lógicas completando estos
razonamientos.

a) En el armario el inspector encuentra una brizna de lana azul.


Jenny usualmente…………………………………………………
Entonces, Jenny Harrison estuvo escondida en el armario.

b) Jenny no pudo haber abierto el cofre sin las llaves.


Olivares………………………………………………………
Entonces, Olivares fue cómplice de Jenny.

c) Jenny estaba tras la pista del libro.


Jenny supo que un profesor del instituto trabajaba en la Casa Quirós.
Entonces, ………………………………………………………

2) Con los mismos personajes del cuento “El incunable”, pensá y escribí un nuevo cuento policial.
Tené en cuenta sus características y recordá que los personajes pueden tener otros roles en tu cuento.
Por ejemplo: Amigorena es el detective, en tu cuento puede ser el sospechoso ¡A PENSAR Y ESCRIBIR!

ROBERTO OLIVARES- JENNY HARRISON – LISAZO- MERCEDES QUIRÓS- AMIGORENA- OLGA GARCÍA- TURISTA
AUSTRALIANA

REFLEXIÓN ORTOGRÁFICA: USO DE LA H

3) Leé la nota que dejó la vecina Marta sobre el robo de la heladería. Elegí la opción correcta entre las
palabras que están en otro color. Luego escribí aquí las opciones que elegiste.

Hubo/ Ubo
eladería/ heladería
esquina/ hesquina
huellas/ uellas
hadelante/ adelante
abía/ había
henorme/ enorme
hueso/ ueso
halcanzar/ alcanzar
uir/ huir

4) Completá las siguientes oraciones con palabras que empiecen con HUM

* La tierra estaba ______________ por eso las huellas se imprimieron perfectamente.

* En la heladería están de muy mal ________________________________

*Hacía tanto frío que la policía largaba_____________________ por la boca cuando hablaba.

5) Formá palabras combinando las sílabas de los grupos. Luego escribilas y buscá su significado

hidro/hecto/homo/hiper mercado/litro/géneo/avión

*
6) ESPACIO DE RECOMENDACIONES
“POLICIALES EN ACCIÓN”
La idea de este espacio es que ustedes puedan elegir qué leer y luego compartir en el muro Padlet una
breve recomendación para sus compañeros. YA LO HEMOS HECHO CON OTROS GÉNEROS.
¡A RECOMENDAR!
Pueden elegir entre los cuentos policiales leídos o elegir nuevos para leer y luego recomendar. Lo
conversaremos también en algún encuentro por Zoom ¡espero sus recomendaciones!

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