El Fraude Del Arte Contemporaneo Avelina Lesper
El Fraude Del Arte Contemporaneo Avelina Lesper
El Fraude Del Arte Contemporaneo Avelina Lesper
EL DOGMA INCUESTIONABLE
Estamos en un momento culminante en la historia del arte. Hoy en d�a, lo que antes
denomin�bamos con esa palabra se transform� en una ideolog�a, en una ortodoxia tan
cerrada que no le permite a sus cr�ticos ninguna posibilidad de verificaci�n.
Algunos de los dogmas que han establecido los te�ricos del arte contempor�neo son
bastante familiares para todos nosotros: el concepto y el contexto trasforman los
objetos en arte; el arte son ideas, no obra; todo el mundo es artista; cualquier
cosa que el artista designe como arte es arte y, por supuesto, el curador tiene
supremac�a sobre el artista. Esta carencia de rigor ha permitido que el menor
esfuerzo, la ocurrencia, la falta de inteligencia, sean los valores de este falso
arte y que cualquier cosa pueda exhibirse en los museos. Los objetos sin valores
est�ticos que se presentan como arte son aceptados como ordena el dogmatismo: en
completa sumisi�n a los principios que una autoridad impone.
Para la teolog�a, un dogma es una verdad o revelaci�n divina impuesta para ser
cre�da por los fieles. Kant contrapone la filosof�a dogm�tica a la filosof�a
cr�tica y el uso dogm�tico de la raz�n al uso cr�tico de la raz�n. El dogma es una
idea que no acepta r�plica ni cuestionamiento, existe a priori. Si lo cuestionamos,
si hacemos uso de la cr�tica para analizarlo, el dogma se desvanece y demuestra que
carece de l�gica, que es una afirmaci�n arbitraria para sostener una ideolog�a,
religi�n o superstici�n. Por eso es creencia, porque sin la presencia de la fe, que
es creencia ciega, el dogma no puede ser asimilado por el conocimiento. El te�rico
Arthur Danto compara la fe cristiana con la fe en la creencia de que un objeto
com�n es art�stico; seg�n �l, en su transfiguraci�n est� su significado. No es
gratuito que Danto utilice un t�rmino religioso. Al contrario, es intencional,
porque la cr�tica ya no debe examinar la obra sino el significado y creer en �l. El
arte es una creencia, es un dogma, es una idea impuesta, y esto se aplica a
cualquier objeto, porque sus valores dejan de ser visibles para convertirse en
substancia, en ontolog�a, en intenciones, en fantasmagor�as que se imponen como
verdades sobrenaturales en contradicci�n permanente con la apariencia y los hechos.
Analizar� en lo que sigue cada uno de los dogmas en los que se sostiene la
ideolog�a del arte contempor�neo para lograr esa transfiguraci�n de la que habla
Danto. Esta revisi�n es necesaria, porque como el dogmatismo se basa en la sumisi�n
intelectual, su ideolog�a puede permear otros �mbitos del conocimiento y la
creaci�n, puede producir sociedades menos inteligentes y por �ltimo puede llevarnos
a la barbarie.
EL DOGMA DE LA TRANSUBSTANCIACI�N
Este dogma afirma que un objeto cambia de substancia por una influencia m�gica, por
un acto de prestidigitaci�n o por un milagro. Eso que vemos ya no es lo que vemos,
es algo m�s, no evidente en su presencia f�sica o material, pues su substancia
cambi�. Esta substancia, que no es comprobable, resulta invisible a los ojos. Para
que exista tenemos que creer en su transformaci�n. La transubstanciaci�n del arte
se divide en dos ramas:
a) El dogma del concepto: Cuando Marcel Duchamp defendi� el orinal como obra de
arte, en su escrito firmado como R. Mutt, dijo textualmente: �Si el se�or Mutt no
hizo la Fuente con sus propias manos no tiene importancia. �l la eligi�. Tom� un
art�culo ordinario de la vida y lo ubic� de tal forma que su significado utilitario
desapareciera bajo un nuevo t�tulo y otro punto de vista, creando un nuevo
pensamiento para tal objeto�. Este nuevo pensamiento, este concepto, hizo que un
orinal se transfigurara en fuente y a su vez en obra de arte. El orinal como tal no
cambi� un �pice su apariencia; es lo que es, un objeto prefabricado de uso com�n,
pero la transubstanciaci�n, el cambio m�gico religioso se dio por capricho de
Duchamp.
En este cambio de substancia la palabra juega un papel fundamental: el cambio no es
visible, pero se enuncia. Ya no hablamos de un orinal sino de arte; nombrar ese
cambio es indispensable para que se cumpla. El dogma funciona porque esta idea es
obedecida sin cuestionarla, porque los ide�logos del arte afirman: �Eso es arte�.
El arte es una superstici�n que niega los hechos, creer basta para que el fen�meno
de la transformaci�n exista. Con el readymade regresamos al estado m�s elemental e
irracional del pensamiento humano, al pensamiento m�gico. Negando la realidad, los
objetos se transfiguran en arte. Todo lo que el artista elige y designa se
convierte en arte. El arte queda reducido a una creencia fantasiosa y su presencia
a un significado. Dice Danto: �Las diferencias entre un objeto art�stico y uno
com�n son invisibles y eso es justamente lo que hoy debe interesar a la cr�tica y
al espectador�. Que se nos pida alienar nuestra percepci�n para aceptar como arte
algo que no demuestra valores est�ticos es pedirnos que mutilemos nuestra
inteligencia, nuestra sensibilidad y por supuesto nuestro esp�ritu cr�tico.
Necesitamos arte, no creencias. Pero as� como en nombre de la fe se han cometido
cr�menes atroces, vemos c�mo en nombre de la creencia de que todo es arte se est�
demoliendo al arte mismo. El cambio de substancia que convirti� a un objeto
cualquiera en arte es un fen�meno del lenguaje, se concentra en la
conceptualizaci�n de la obra, en el significado, en la intenci�n del artista, en el
discurso curatorial, en una explicaci�n cr�tica alineada y complaciente, esto es,
en un ejercicio ret�rico. La constante de esta ret�rica, de este concepto, es que
contradice la naturaleza misma del objeto: la obra Biblioteca de Loreto Mart�nez
Troncoso no es una pila de libros colocados en el piso, �es un palimpsesto en el
que la intertextualidad se convierte en instrumento de comunicaci�n�. El concepto
es diferente al que el objeto ya tiene por su naturaleza misma. Estos conceptos
definen y esquematizan las obras. El objeto art�stico es interpretado por la
curadur�a que establece qu� tipo de obra es en funci�n de una clasificaci�n
precondicionada. Para sostenerse como arte, estas obras tienen que ser, antes que
nada, recept�culos de afirmaciones preconcebidas. Cito a Danto: �Una definici�n
filos�fica puede capturarlo todo sin excluir nada�. Este falso arte existe con base
en sus definiciones y algo se define para no permitir otros significados. Definimos
para tener una versi�n un�voca de algo y evitar los cuestionamientos. La definici�n
aristot�lica incluye g�nero y diferencia espec�fica: objeto encontrado es el
g�nero; un bombillo fundido y restos de tablas (obra de Colby Bird), son la
diferencia espec�fica. La intenci�n de definir o conceptualizar est� en el
encasillamiento preciso de cada obra para encubrir su banalidad y superficialidad
con ideas, es un disfraz ret�rico para el vac�o de creaci�n y talento. Al objeto
encontrado no le podemos llamar pragm�ticamente basura; ese objeto es lo que acota
el discurso curatorial y para �l la realidad tangible no existe. Ese objeto, aunque
no lo parezca, es arte, y pide que sometamos nuestra raz�n a ese dogma. Los textos
nunca son cr�ticos, son textos did�cticos de las escuelas filos�ficas que amparan
estas supercher�as. Seg�n una encuesta de la Universidad de Columbia, los textos de
Arthur Danto est�n entre los m�s le�dos por los estudiantes y los expertos. La
raz�n, explican, es que no hace un an�lisis de las obras; simplemente trata de
educar al espectador y decirle por qu� la filosof�a considera eso arte, aunque en
apariencia sea un objeto com�n y corriente. Sin duda el arte puede detonar ideas
filos�ficas, pero no son estas las que crean las obras de arte.
Si, como dice Gadamer, el lenguaje es el medio en el que se realiza la comprensi�n,
lo que hacen los curadores, artistas y cr�ticos es el veh�culo para dar existencia
a estos objetos como arte a trav�s de un lenguaje o jerga pseudofilos�ficos. Dicho
de otro modo: estas obras son antes que nada una sucesi�n de adjetivos y citas.
Seg�n Arthur Danto, �para ver un objeto como arte se requiere algo que el ojo no
puede dar, una atm�sfera de teor�a�. Una obra se legitima con una cita de Adorno,
Baudrillard, Deleuze, Benjamin. Las obras existen por el discurso te�rico y
curatorial, negando el razonamiento l�gico. Este arte reh�ye el pensamiento
cr�tico, exige que se interprete dentro de las coordenadas que lo aceptan como
arte. Es la creencia en un hecho a trav�s de las ideas: no tenemos que ver el
milagro, este existe si creemos en �l y somos capaces de articularlo con
definiciones y conceptos. No tenemos que ver la obra: esta existe si creemos en lo
que ya han escrito sobre ella. Las obras existen para la filosof�a, para la
especulaci�n ret�rica, para sus dogmas, no para el arte mismo.
En todas las obras que mencion� en los ac�pites anteriores, uno advierte que el
arte se ha convertido en una ong que lucra con la ignorancia del Estado. Las obras,
as� f�sicamente se demuestren infrainteligentes y carentes de valores est�ticos,
tienen grandes intenciones morales. El artista es un predicador mesi�nico, un
Savonarola que desde el cubo blanco de la galer�a nos dice qu� es bueno y qu� es
malo. Resulta curioso que las obras empecinadas en asesinar el arte tambi�n est�n
obsesionadas con salvar al mundo y a la humanidad. Est�tica vac�a pero envuelta en
grandes intenciones, estas obras defienden la ecolog�a, hacen denuncias de g�nero,
acusan al consumismo, al capitalismo, a la contaminaci�n. Todo lo que un noticiero
de televisi�n programe es tema para una obra de antiarte. Sin embargo, su nivel no
supera el de un peri�dico mural de secundaria. No solo son superficiales e
infantiles; tambi�n demuestran una sumisi�n c�mplice al Estado y al sistema que
falsamente critican. Las suyas son denuncias pol�ticamente correctas.
Estas obras, supuestamente contestatarias, se realizan en la comodidad y protecci�n
de las instituciones y con el apoyo del mercado. De all� que hacen cr�ticas en un
tono que no disguste al poder o a la oligarqu�a que las patrocina. Esto no ir�a a
m�s si no fuera porque en muchos casos, dentro de su superficialidad, realizan
pr�cticas irresponsables que hacen m�s da�o del que denuncian: intervenciones con
mujeres que sufren violencia, carentes de metodolog�a psicol�gica y sociol�gica
(obra de Lorena Wolffer), instalaciones ecol�gicas que desperdician materiales y
maltratan animales (obra de Ann Hamilton), obras que contaminan el ambiente (el
trabajo de Marcela Armas), falsas denuncias que encubren cr�menes de Estado y que
desvirt�an la verdad hist�rica para quedar bien con un grupo (obra de Teresa
Margolles). Todo, por supuesto, lleno de argumentos morales.
Por incre�ble que sea, el artista se pliega al manique�smo m�s elemental. Nos piden
no ver la obra en su dimensi�n f�sica y real, ignorar las peligrosas implicaciones
de su irresponsabilidad y servilismo. Al contrario, debemos apegarnos a sus ideas,
en este caso morales, y como se suponen bondadosas para la sociedad, hay que
aplaudirlas sin analizarlas, sin estudiarlas, sin denunciar que son peores que el
mal que exponen con medios infantiles o escandalosos. Decir que las fotograf�as de
Hannah Wilke con c�ncer no son arte sino escarnio mercantil de su propia
enfermedad, se entiende como un ataque al feminismo. Ver la obra se convierte en un
atentado contra el activismo social del artista, contra su maniquea visi�n del
mundo. Ver, analizar y cuestionar nos pone del lado de los enemigos de la sociedad.
Los artistas de este falso arte parasitan a las instituciones, socavan recursos, se
amparan en las fronteras que no incomoden al poder y hacen activismo de galer�a,
rebeld�a de berrinche. La cr�tica se solidariza, no vaya a ser que la acusen de
antisocial. Y s�, el entreguismo da sus frutos: el que adula hoy, ma�ana puede
estar curando una exposici�n.
El arte contempor�neo permite como ning�n otro g�nero una oportunidad excepcional
para el curador: que sus ideas sean m�s importantes que el artista, la obra misma y
por consiguiente que el arte. Es una relaci�n perfecta: los curadores son
incontinentes ret�ricos, tienen una necesidad visceral de generar los textos m�s
inveros�miles para las obras. La c�spide de esta relaci�n es que la obra lo permite
porque como es pr�cticamente nada, entonces se puede decir de ella lo que sea,
cualquier texto por desproporcionado que parezca se impone a la obra. Escribir
textos especulativos y ret�ricos sobre dibujos de Egon Schiele tiene, con toda la
imaginaci�n y bagaje que se les pueda vaciar, un l�mite. La obra lo dice todo, es
imponente y no habr� palabras que la superen. Lo que diga el cr�tico o el experto
lo hace bajo su propio riesgo, porque la obra es contundente. Las descripciones,
las teor�as, aunque lleguen lejos, nunca lo hacen tanto como la obra. Es la
limitaci�n del cr�tico, del te�rico, del historiador. Las grandes obras son m�s
grandes que sus textos.
Pero eso no sucede con el arte contempor�neo. Los curadores son omnipotentes y se
adue�an de la obra, porque sus textos las crean. Ellos dan sentido a unas varas con
pintura chorreada de Anna J�elsd�ttir para que sean �una visi�n metaf�rica de la
narrativa de la pintura que establece un di�logo abstracto para romper con la
representaci�n l�gica�. De esta forma ya no son palos pintados tirados en el piso,
sino �representaci�n del caos que ha vivido la artista�. La obra adquiere esa
dimensi�n con un texto, pero esto solo les sucede a las obras sin realizaci�n, sin
t�cnica y sin talento de este falso arte. El curador est� consciente de la
dependencia del artista, de la fractura que la obra vive sin su amparo. Y lo
explota. �l es due�o de las obras. Es un fen�meno que sucede tanto en las bienales
como en los museos y galer�as. Los artistas obedientes, sumisos y sin disentir se
apegan a lo que el curador ordene. Esta obediencia significa poco; la obra siempre
es irrelevante, la obra puede ser lo que sea, es al final una excusa, un tr�mite
para que el curador ejerza su poder de demiurgo y con ret�rica convierta esos
objetos en algo que no son. En el montaje de la obra, el discurso del curador se
materializa y es su alarde conceptual y megal�mano el que decide entregar una sala
de cincuenta metros cuadrados a una c�scara de pl�tano en el piso o a unas tapas de
envases de yogur en la pared (Gabriel Orozco en el MoMA). Hace que la obra se
comporte en el espacio como �l decida, porque la obra carece de un valor
demostrable fuera de la curadur�a: es basura o cosas cotidianas, pero la
transubstanciaci�n que inicia con la elecci�n del objeto es un milagro que consagra
el curador. El artista sobra hasta en el montaje; si la visi�n general de la obra
es del curador, y el montaje responde a esa visi�n, el artista no es importante, ni
siquiera necesario. Puede dejar sus objetos y regresar para ver el resultado el d�a
de la exposici�n. Esto le otorga al curador el poder sobre la obra, el significado
y el espacio. El artista deja de trabajar para la obra y empieza a hacerlo para el
curador.
CONCLUSI�N
CONTRA EL PERFORMANCE
La tesis del cuerpo como herramienta ha llegado a tal extremo de mitificaci�n que
pareciera que las otras formas de creaci�n son telep�ticas y en ellas no
participara la acci�n f�sica. Aclaremos puntos: el performance no cambi� la
concepci�n del cuerpo; si algo ha desmitificado nuestra naturaleza son la ciencia y
la filosof�a. El marqu�s de Sade ha aportado m�s a la racionalizaci�n del cuerpo
que toda la historia del performance junta; por eso las religiones han entorpecido
al m�ximo la investigaci�n cient�fica y han censurado a Sade.
En el terreno del arte, el cuerpo siempre ha sido herramienta y objeto de estudio,
tanto de representaci�n como de trabajo. Somos �nicamente cuerpo, todo lo que
hacemos es a trav�s de nuestro cuerpo. Su representaci�n implica un involucramiento
que se centra en la observaci�n, la conciencia y la utilizaci�n. Lucian Freud no
ve�a personas, ve�a cuerpos, su trabajo como pintor era esencialmente f�sico. Este
�nfasis se desploma si adem�s examinamos la historia humana. El castigo corporal es
ejemplar porque tenemos conciencia del cuerpo, de su valor como propiedad �nica y
universal, de la esencia que nos hace existir y ser. El cuerpo es un espacio real y
simb�lico que se maltrata, humilla, sacrifica, hiere, desde que tenemos presencia
en este planeta. El castigo social es brutal, los colgados por homosexualidad en
Ir�n, las mujeres musulmanas lapidadas, los terroristas con bombas en el cuerpo,
los decapitados del narcotr�fico, las procesiones religiosas, los latigazos de
Semana Santa. En contraste, lo que podamos ver en un performance ni rebasa ni hace
que tengamos conciencia de algo que todos sabemos, experimentamos y vemos. No hay
novedades ni aportes. Que sea un acercamiento sin rigor no lo convierte en un
acercamiento m�s osado.
EL CIENT�FICO BIPOLAR
LAS ACCIONES
Las acciones est�n sometidas a fronteras preconcebidas. Todas tienen una intenci�n
moral o una reflexi�n que justifica su resultado, y se dividen entre las que creen
que el arte es una ong o es terapia de grupo, las que tratan de martirizar el
cuerpo, las que imitan los programas de concurso o realityshows, las de sexo
decente y las de tareas cotidianas m�nimas.
El performance de Lorena Wolffer consiste en una encuesta como las que innumerables
ong han realizado sobre violencia de g�nero. La diferencia es que esta carece de la
metodolog�a y los objetivos que se exigen dentro de un marco de investigaci�n
cient�ficosocial. Ahora la pregunta es: �por qu� su encuesta, que no plantea una
hip�tesis seria, es arte, y la de una ong, realizada con la debida metodolog�a, no
es arte? Por el capricho del sistema del arte, porque ella lo decidi�, porque los
que eligieron su acci�n consideran que eso aporta algo, aunque no sepan qu�. La
lista de respuestas es inagotable.
Los performanceros como Wolffer abordan temas que se suponen de inter�s social o
psicol�gico, banalizan los problemas y los llevan hasta el rid�culo, infantilizan
sus argumentos para enfatizar que son el punto de vista de inteligencias inmaduras
o arte emergente. As�, los ataques del 11s son avioncitos de papel, la problem�tica
de los inmigrantes es convivir con una almohada, y cito: �robada de casa de la
madre del artista�, como si ese dato fuera relevante en los resultados. En terapia
p�blica alguien confiesa sus secretos, o se enreda en un tejido, y cito: �para
hablar del encierro propio�.
La gran inspiraci�n de muchas de estas acciones son los programas de concurso y los
realityshows en los que someten a pruebas absurdas y degradantes a los
concursantes, quienes por pobreza o sed de fama se humillan para ganarse un premio.
La televisi�n combate el aburrimiento con la explotaci�n de fen�menos y
esperpentos, y el performance encuentra virtudes art�sticas en la zafiedad
televisiva y la copia. La diferencia es que �la caja� se justifica con el rating y
el performance se justifica en sus reflexiones. Si vemos en la televisi�n estas
acciones o retos, les llamamos entretenimiento analfabeto o telebasura, pero si los
vemos en el contexto de un festival art�stico los tenemos que llamar arte. En este
caso el premio es ser considerados artistas. Por ejemplo: Alguien rueda sand�as y
le llama �actividad exhaustiva�, pero eso a m� me recuerda la prueba de los troncos
locos en la televisi�n. Exhaustiva es la jornada normal de diez horas en una mina o
en una f�brica de ladrillos. Paola Paz Yee se mantuvo en vigilia por 36 horas; si
se trata de durar, les dir� que el r�cord Guinness sin dormir lo tiene Randy
Gardner y aguant� 264 horas. La art�stica acci�n de ponerse desodorante tampoco
alcanza premio; el r�cord de ponerse perfume es de un litro y medio en una hora.
Jes�s Iberri, que pedale� cuatros horas en una bicicleta fija, cae derrotado ante
la marca mundial en Italia de 224 horas, 24 minutos. James Bonachea se mete en un
tanque con agua por una hora, un reto min�sculo si lo comparamos con el del ruso
que nad� durante una hora en un r�o congelado a menos 20�c o el de cruzar nadando
el Canal de la Mancha o el Estrecho de Bering. Todas las acciones tienen una
reflexi�n, y la de las sand�as un texto largo de la concursante o performancera, en
el que adem�s se vanagloria de su esfuerzo.
Las primeras acciones que abordaron el sexo fueron las bacanales griegas y las
org�as romanas. En el cine hemos visto todo tipo de escenas sexuales expl�citas, y
en internet el sexo se democratiz� a tal punto que cualquiera puede ser actor de su
propia pel�cula porno y subirla a la red. As� las cosas, ver una fiesta con gente
desnuda o a alguien que se cose los genitales no aporta novedad ni crea nuevas
fantas�as, tan solo se suma a la cadena de repeticiones que adem�s se queda corta
con relaci�n al patr�n copiado. Pareciera que entrar en los l�mites de lo il�cito
atemoriza u ofende a los performanceros.
REGOCIJ�MONOS EN EL SUFRIMIENTO
CONCLUSI�N
En este cat�logo no hay un solo an�lisis del resultado de las obras; pareciera que
todas son exitosas, que en todas se logr� lo deseado. No se explica bajo qu�
criterios fueron seleccionadas. Lo que s� se tiene clar�simo es que quienes hacen
esto son artistas y que cualquier acci�n realizada por el artista, desde masticar y
escupir comida hasta llenar un vaso con tierra o pintar sus gl�teos de colores, se
transforma en arte. Esa arrogancia da como resultado una colecci�n inusitada de
clich�s y simplezas elevados a un estatus que no les corresponde. Lo digo con
claridad: estos performances no aportan ni al arte, ni a la experiencia est�tica.
Son acciones sin provocaci�n, pol�ticamente correctas, con argumentos d�biles para
cuestionamientos f�ciles; cargadas de prop�sitos morales e ideas de inspiraci�n
burguesa. Con esta cascada de buenos prop�sitos los performanceros evaden la
responsabilidad de hacer arte con oficio. Un movimiento que surgi� como
rompimiento, y que no requer�a de comprensi�n, ha degenerado en obras que acumulan
explicaciones y discursos alineados con el statu quo. Ninguna de estas
manifestaciones demuestra talento, t�cnica, lenguaje o capacidad creadora. No
arriesgan m�s de lo que la pornograf�a, los programas de concurso, los realityshows
de la televisi�n, las procesiones religiosas, la ciencia y las protestas sociales
ya han arriesgado. Entonces, �por qu� llaman a esto arte, por qu� se autodenominan
artistas y c�mo pueden decir que este es el arte de nuestra �poca? Los espectadores
merecemos m�s, merecemos que hagan cosas realmente trascendentales. Si, como dice
Freud, �la repetici�n manifiesta el instinto de muerte�, estas acciones que se
copian, se repiten, se desgastan, est�n anunciando la muerte del performance.
Porque esto, el contenido de este cat�logo, no es arte, y as� como est� ahora el
performance, en general, tampoco es arte.
ARTE Y FEMINISMO
ENTRE LA CUOTA Y EL CHANTAJE
Antes del feminismo, a pesar de las dificultades que exist�an para que las mujeres
se integraran a la creaci�n art�stica con la misma facilidad que lo hac�an los
hombres, las que lograban hacerlo creaban en igualdad de circunstancias. Las
b�squedas y los conflictos de la artista ante la obra eran est�ticos. El humanismo
del Renacimiento contribuy� a que germinara la visi�n de la mujer como un ser, y
abri� oportunidades de educaci�n y crecimiento intelectual. Las mujeres que
estudiaban dibujo y pintura eran hijas de artistas, que practicaban en los talleres
de sus padres. Por su parte, la nobleza inclu�a el arte como parte de la educaci�n.
Las pintoras, conscientes de su situaci�n, defend�an su vocaci�n y talento, y
continuaban creando a pesar de estar marginadas de estudios indispensables, pues
exist�an restricciones como la de no poder participar en lecciones de dibujo al
natural. Esto no se convirti� en un obst�culo y la marginalidad no era un tema que
estuviera reflejado en las obras. Mientras las preocupaciones de las artistas
fueron est�ticas su pintura alcanz� el mismo nivel art�stico que la de los hombres,
porque la conmiseraci�n no formaba parte de la agenda. Si era un problema
presenciar una lecci�n de dibujo al natural, estudiaban la anatom�a de sus propios
cuerpos y alcanzaban el dominio de las proporciones. Esto lo podemos apreciar en
los retratos y escenas religiosas de Sofonisba Anguissola (15351625), quien nunca
tom� una lecci�n de desnudo del natural. La obra de Anguissola se destac� no porque
fuera pintada por una mujer, ni porque se tratara de una actividad recreativa (como
suced�a y sucede hoy mismo con muchas artistas de pasatiempo), trascendi� por su
calidad, por el reflejo de la cotidianidad en sus escenas, por su belleza y el
acierto con que decid�a sus composiciones. El retrato de Elizabeth de Valois va m�s
all� de la pose oficial para representar el rostro de una mujer que apenas tendr�a
unos veinte a�os y que estaba casada con el padre de quien hab�a sido su prometido,
el cruel y puritano Felipe ii. Analizando la pintura podemos ver la sonrisa c�nica
de quien sabe que es parte de una negociaci�n pol�tica, alguien que tuvo una
ef�mera vida matrimonial y vivi� las complicaciones de un tri�ngulo familiar, entre
la juventud del pr�ncipe Carlos y la mala salud del rey Felipe, obsesionado con el
poder y la religi�n cat�lica. Pese a que estamos frente a una mujer que es objeto
de un intercambio pol�tico, ese no es el tema de la pintura; su b�squeda es la
psicolog�a del personaje, la complicidad de dos amigas revelada en la mirada de
confianza que dirige la modelo a la pintora, y la riqueza del vestuario que da
cuenta del valor de su matrimonio: la consagraci�n de la alianza entre Francia y
Espa�a y el absolutismo cat�lico.
El arte representa una vocaci�n imparable cuando es aut�ntico. Las mujeres crearon
en contra de tradiciones y costumbres que las dejaban fuera del �mbito intelectual,
pero estos problemas segu�an sin aparecer como temas. En las pinturas de Artemisia
Gentileschi su b�squeda se centr� en los claroscuros bajo la influencia de
Caravaggio, como en la memorable decapitaci�n de Holofernes a manos de la
justiciera Judith. Gentileschi denunci� la violaci�n de la que fue v�ctima a trav�s
de una f�bula b�blica, en una de las obras m�s impresionantes del barroco italiano.
Las limitaciones tem�ticas, que llevaban a los artistas a pintar escenas religiosas
porque el mayor patrocinador de las artes era la Iglesia, abri� el camino para
indagar en la anatom�a de las pasiones humanas. Si bien esta decapitaci�n es una
denuncia a trav�s de la recreaci�n de una escena de ficci�n, la obra trasciende por
su factura: la fuerza con que Judith detiene la cabeza del tirano, la sangre que
mancha la cama, la luz que cae sobre la escena, la sombra que enfatiza los senos
j�venes de Judith, y la dificultad de organizar los brazos que intervienen, seis
extremidades que describen un asesinato en una coreograf�a perfecta.
Con un esfuerzo enorme las pintoras viv�an en el pa�s de los hombres y pintaban tan
bien como ellos; el tema no era m�s grande que la obra. Tracemos la diferencia
fundamental: si la obra refleja asuntos universales simplemente se le llama arte,
si refleja asuntos de g�nero se le llama arte femenino, feminista o de g�nero.
Las sufragistas pelearon para que las mujeres pudi�ramos votar, resaltando el valor
de la democracia como un bien de inter�s com�n, pero estigmatizaron el desnudo
femenino como expresi�n art�stica d�ndole un contexto moral obsoleto. Por necesidad
estrat�gica, despu�s de las dos grandes guerras, se propici� un movimiento que ya
era imparable. A las mujeres se les reconocieron derechos para integrarlas como
fuerza de trabajo que impulsara el progreso. En ello no hab�a una visi�n humanista,
sino econ�mica.
En M�xico, varias pintoras, sin planearlo, aportaron al canon del arte femenino.
Tamara de Lempicka se centra en la ambig�edad sensual del amor l�sbico, con escenas
que recuerdan esos bares de Berl�n y Par�s en los que �nicamente entraban mujeres y
las parejas se vest�an como hombres. Sus pinturas no se inscrib�an en la revoluci�n
sexual, que a�n no llegaba, pero s� plantearon el placer sexual y la belleza dentro
de la est�tica Dec�, geom�trica y fr�a; el tema era una excusa para explorar la
composici�n. Frida Kahlo establece con sus pinturas el tema en el que se
enfrascar�a el arte femenino o feminista: su cuerpo. Frida fue su propio tema, su
inspiraci�n y su �nica visi�n, sus intereses pol�ticos o sociales no trascienden en
su obra, como tampoco lo hace la est�tica de su tiempo; ella es un exvoto de su
matriz, de los sufrimientos de sus entra�as est�riles, y su exhibicionismo
masoquista impact� a los espectadores. Aunque Diego ten�a evidentes problemas de
salud, no los vemos en su obra, pero sabemos por una pintura de Frida cada una de
sus dolencias, su esterilidad, su columna partida, sus transfusiones de sangre.
Mojigata, solo se refiere a su sexualidad en una pintura donde ella aparece con el
cabello corto y ropa de hombre. Frida fue la mujer m�rtir que daba su vida por
tener un hijo y que soportaba las infidelidades de su marido. Eran ella y su vagina
doliente. Leonora Carrington lleg� a M�xico huyendo de la guerra y de s� misma. Su
pintura se enfrasc� en un mundo de historias infantiles; haber vivido la guerra y
la experiencia del exilio no se refleja en su obra. Ensimismada en sus fantas�as,
juega a las mu�ecas. Su obra nunca madur� est�ticamente. Con graves problemas de
composici�n, de concepci�n anat�mica y resoluci�n de espacio, es una reuni�n de
personajes que se inscriben con forzada intenci�n en el surrealismo. Kahlo y
Carrington crean de espaldas al mundo para meterse en sus casas de mu�ecas. Sus
obras son m�s cercanas a la terapia que al arte. Sin propon�rselo, siembran una
idea que m�s tarde ser� la raz�n de ser de miles de mujeres artistas y un chantaje
art�sticosocial: el entorno femenino, el cuerpo y la intimidad pueden ser un asunto
pol�tico.
El tema y el concepto como n�cleo del arte deja de lado las t�cnicas, la ense�anza
art�stica y la factura de la obra. Lo esencial es expresarse, como sea, y es
irrelevante si la obra no logra ni los m�s elementales niveles de factura. El arte
es utilizado como medio de libertad de expresi�n y esa libertad se ve coartada si
se le exige al aspirante a artista que por lo menos sepa tomar un l�piz y bocetar
un desnudo con m�nima coherencia y belleza. La libertad pasa por encima del arte
mismo. Se�alan a la disciplina como parte del enemigo, y si de algo necesita una
ideolog�a para existir es de un enemigo. Las mujeres que explotan el eslogan de la
libertad femenina tambi�n enarbolan el de la libertad art�stica, y las obras
incursionan en toda la gama del arte sin factura, el readymade, la instalaci�n, el
performance, el video, la apropiaci�n, intervenciones, medios que utilizan para
enviar diversos mensajes feministas. Los mensajes, contradiciendo las ideas de
libertad que ensalzan, se codifican y se acotan. El cuerpo, la maternidad, la
violencia de g�nero, el sexo como asunto de g�nero, la casa, la familia, los roles
de las mujeres, las relaciones amorosas. Una combinaci�n entre novela rosa
psicol�gica y sociol�gica. La vagina se hace presente y exige que se le tome en
cuenta, y la obsesi�n por la correcci�n pol�tica le asesta otro golpe al arte:
rechazar una obra argumentando la mediocridad de su factura es un tab� si porta un
mensaje feminista. Analizarla en sus elementos puramente art�sticos ubica al
cr�tico del lado de los malos, del machismo, la censura y la opresi�n. Becas,
congresos, premios, exposiciones colectivas, el tema feminista pone en la sala del
museo obras de patente mediocridad y nula factura que no tendr�an cabida de no ser
por la situaci�n maniquea en la vivimos. Pero, repito, a la decadencia del arte y a
la imposici�n de ideas especulativas como soporte de obras sin valor art�stico, se
suma la imposici�n de un tema que por s� mismo est� saturado de �buenas
intenciones�. �C�mo criticar una obra de Jessica Stockholder si habla de la
sumisi�n de la mujer a partir de botes vac�os de limpiadores y enseres dom�sticos
(gracias a lo cual es expuesta en el Palacio de Cristal del Parque del Retiro en
Espa�a)? Si en museos y casas de subastas ya hay miles de obras sin otro valor que
el de discursos arbitrarios, �por qu� no tendr�an lugar estas obras centradas en el
impacto social de uno de los cambios m�s trascendentales de la historia: la
igualdad de la otra mitad del g�nero humano? La necesidad social se pervierte como
arma del oportunismo y la manipulaci�n.