Los Cuatro Seres Vivientes
Los Cuatro Seres Vivientes
Los Cuatro Seres Vivientes
Introduccion
El libro del profeta Ezequiel empieza con una dramática visión. Vio los cielos abiertos y en el
medio de la deslumbrante brillantez vio cuatro seres vivientes (Nota). Los describe de la
siguiente forma: ‘Y el aspecto de sus caras era cara de hombre, y cara de león al lado derecho de
los cuatro, y cara de buey a la izquierda en los cuatro; asimismo había en los cuatro cara de
águila’. (Ezequiel 1:10). Juan tuvo una visión semejante, relatada en Apocalipsis 4:6-7: ‘Y
delante del trono había como un mar de vidrio semejante al cristal; y junto al trono, y alrededor
del trono, cuatro seres vivientes llenos de ojos delante y detrás. El primer ser viviente era
semejante a un león; el segundo era semejante a un becerro; el tercero tenía rostro como de
hombre; y el cuarto era semejante a un águila volando’.
Mateo, Marcos y Juan, siendo Judíos, habrían conocido la visión de Ezequiel, pero no habrían
tenido ninguna idea de que lo que escribieron tendría alguna relación con ella. Sin saberlo,
estaban cumpliendo (en parte) lo que profetizaba Ezequiel. Estos cuatro evangelios están
vinculados con los cuatro seres vivientes.
Mateo
El evangelio de Mateo corresponde con el primer ser viviente, el león. El león es el rey de los
animales, y de esta manera Mateo representa Jesús como rey. La Biblia misma relaciona el león
con el reinado y la tribu de Judá de la cual vino Jesús. En el libro de Génesis 49:9 y 10, Jacob
profetizó: ‘Cachorro de león, Judá; de la presa subiste, hijo mío. Se encorvó, se echó como león,
Así como león viejo: ¿quién lo despertará? No será quitado el cetro de Judá, ni el legislador de
entre sus pies, Hasta que venga Siloh; y a él se congregarán los pueblos’. Mateo era un oficial
del gobierno, y el más adecuado de los cuatro autores de los evangelios de delinear Jesús cómo
rey.
Mateo comienza su evangelio con las siguientes palabras: ‘Libro de la genealogía de Jesucristo,
hijo de David, hijo de Abraham’. Luego empieza a trazar el linaje de Jesús de Abraham hasta
David, y luego recorriendo todos los reyes de Israel. ¿Qué podría ser más apropiado para aquél
que estaba destinado para sentarse en el trono de David?
Solo Mateo narra la visita de los tres reyes magos las palabras que pronunciaron cuando
buscaban a Jesús: ‘¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos
visto en el oriente, y venimos a adorarle’ (Mt 2:2)
Al final de Mateo, cuando Jesús comisiona a los discípulos les dice: ‘Toda potestad me es dada
en el cielo y en la tierra’ (Mt 28:18). Estas son las palabras de un rey.
Marcos
Marcos corresponde al segundo ser viviente, al buey, que es un animal sirviente. De esta manera,
Marcos ve a Jesús como un sirviente, lo cual representa lo opuesto de un rey. Sirvientes son
gente ‘desconocida’, lo cual es interesante ya que Marcos era una persona cuya profesión se
desconoce. Las primeras palabras de Marcos son simplemente: ‘Principio del evangelio de
Jesucristo’ (Marcos 1:1) [las palabras ‘Hijo de Dios’ que siguen, seguramente fueron añadidas
más tarde, ya que no figuraban en el original). En Marcos no hay una genealogía, ni tampoco
ninguna narración del nacimiento; lo cual no se esperaría al narrar la llegada de un sirviente. El
libro de Marcos tampoco incluye muchas enseñanzas, pero el énfasis principal recae en los
hechos de Cristo, o sea recalcando a Jesús en su rol de servir al Padre. Es también de interés que
Marcos es el evangelio más corto (otra vinculación con el tema de sirviente).
Al final de Marcos, cuando Jesús comisiona a sus discípulos, Jesús dijo: ‘Y estas señales
seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas;
tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los
enfermos pondrán sus manos, y sanarán’ (Mc 16:17-18). Se estaba refiriendo a las acciones que
iban a llevar a cabo sus sirvientes.
¿Cómo se puede ser rey y sirviente a la vez? No existen roles más opuestos. Aquí en Inglaterra,
como en varios otros países, la reina sólo es la cabeza constitucional del país. En antaño, los
monarcas realmente gobernaban sus reinados y tenían poder absoluto. Se asemejaban más a los
que entenderíamos hoy en día como primer- ministros y presidentes, o inclusive a dictadores
modernos. En los primeros capítulos del libro de Samuel se describe la coronación de Saúl, el
primer rey de Israel. Samuel es un buen ejemplo del poder que ejercían los monarcas con sus
subyugues cuando dijo: ‘seréis sus siervos’ (1 S 8:17). En aquellos tiempos un rey podía decretar
la muerte de cualquier persona que no le agradaba, y esto ocurría a menudo. Pero un siervo no
tenía ningún tipo de derechos, pero tenía que obedecer todo lo que le decía su mayordomo.
Jesús cumplía perfectamente ambos roles de rey y siervo. Hablaba y actuaba como un rey. ‘Toda
potestad me es dada en el cielo y en la tierra’ (Mt 28:18). Pero también vivió como un siervo y
también empleó las palabras de un siervo ‘Porque he descendido del cielo, no para hacer mi
voluntad, sino la voluntad del que me envió’ (Jn 6:38). Obedecía constantemente la voluntad de
su Padre.
Lucas
El tercer autor de los evangelios (Lucas), corresponde al tercer ser viviente. El ve a Jesús como
un hombre. Lucas era médico, y se preocupaba por el pueblo, por lo tanto es lógico que vea a
Jesús de esta manera. Sólo Lucas nos da todos los detalles humanos del nacimiento de Jesús. Nos
relata la visita de Gabriel a María y su concepción. Sólo Lucas menciona el mesón y el pesebre
donde Jesús durmió por primea vez. Similar a Mateo, Lucas provee la genealogía de Jesús, pero
no de la misma manera. Mateo empieza con Abraham y la descendencia a través de David. Lucas
empieza con María, y lo traza hacia atrás hasta llegar a ‘hijo de Adán, hijo de Dios’. En hebreo el
nombre Adán significa hombre. Por lo tanto, podríamos traducirlo de la siguiente forma ‘hijo de
hombre, hijo de Dios’.
Lucas nos provee con numerosos detalles personales de la vida de Jesús. Solo en su evangelio se
nos narra como una pandilla de hombres le echa de Nazaret. Solo en Lucas se menciona como
Jesús sudó en Getsemaní con gotas de sangre.
Juan
El evangelio de Juan corresponde al cuarto ser viviente, el águila en vuelo. El águila pertenece a
los cielos y por lo tanto representa a Dios. Juan ve a Jesús como Dios. Los otros tres seres
pertenecen a la Tierra. Y como hemos de esperar, el evangelio de Juan es muy diferente al de
Mateo, Marcos y Lucas.
Juan es el evangelio del ‘Yo soy’. Sólo Juan menciona las grandes referencias que Jesús usa para
describirse a sí mismo, tales como: ‘Yo soy el pan de vida’; ‘Yo soy la luz del mundo’; ‘Yo soy
la puerta’; ‘Yo soy el buen pastor’; ‘Yo soy la resurrección y la vida’; ‘Yo soy el camino, y la
verdad, y la vida’; ‘Yo soy la vid verdadera’, ‘Antes que Abraham fuese, yo soy’. ¿Quién puede
decir tales cosas, sino Dios? No ha existido ningún maestro o líder religioso que haya
pronunciado palabras así antes.
Jesús nunca dijo directamente que era Dios, pero 21 veces (en el texto griego) en el evangelio e
Juan pronunció las palabras ‘yo soy’ (egw eimi). Siglos antes, Moisés le preguntó a Dios cuál era
su nombre. Dios le respondió con las famosas palabras ‘YO SOY EL QUE SOY’ (Ex 3:14). Para
los judíos ‘Yo soy’ formaba parte del nombre divino. Lo que es realmente fascinante es la
‘gematria’ (o sea, el valor numérico) de ‘Yo soy’ en el hebreo ( ֶא ְהי ֶהehyeh) es 21, que coincide
exactamente con el número de veces que Jesús pronunció estas palabras. (Algunos se habrán
fijado en que 21 es el producto de 3 y 7, y que ambos números están asociados con la perfección
y con Dios). Cuando Jesús dijo ‘Antes que Abraham fuese, yo soy,’ los judíos interpretaron sus
palabras como si fueran una blasfemia, ya que se estaba pronunciando Dios. Cogieron piedras
para apedrearle. En la ley de Moisés, se decretaba que se apedrearía a aquellos que habían
blasfemado. (Vean también El Nombre de Dios y el Nombre de Jesús).
Hacia el final de su evangelio, Juan cita las palabras de Tomás: ‘¡Señor mío, y Dios mío!’ (Jn
20:28). Jesús aceptó estas palabras sin protestar.
Al final del evangelio de Juan encontramos la comisión: ‘Paz a vosotros. Como me envió el
Padre, así también yo os envío…Recibid el Espíritu Santo. A quienes remitiereis los pecados, les
son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos’. Como Lucas, la comisión en Juan
incluye el perdón de pecados, pero esta vez los discípulos mismos reciben el poder para
perdonar. Para los fariseos y los maestros de la ley esto constituía blasfemia. ‘¿Quién es éste que
habla blasfemias?’ dijeron en una ocasión, y ‘¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?’
(Lc 5:21). Tenían razón a un nivel. Sólo Dios podía perdonar pecados, pero Dios había venido a
morar en el ser humano.
¡Qué contrastes! Rey, sin embargo siervo, hombre, pero a la vez Dios. ¡Qué increíble y qué
maravilloso! ¡Realmente está más allá del entendimiento humano! ¿Acaso ha existido otra
persona en la historia humana que haya combinado tales contrastes (opuestos)? Sin embargo, eso
es lo que era Jesús: el rey sirviente, el hombre-Dios.
Pero Ezequiel vió a cuatro seres vivientes, y no sólo uno. Y los cuatro se movían con una unidad
perfecta. Juan vio cuatro seres vivientes que se circulaban el trono. ¿Por qué no en el trono? La
respuesta es que estas visiones no eran visiones de Jesús solo, pero de todo el cuerpo de Cristo.
Ezequiel y Juan no estaban simplemente viendo a Jesús, pero también a hombres y mujeres que
habían sido transformados a su semejanza y que estaban compartiendo sus atributos. Los seres
vivientes representaban a personas que habían venido a ser semejantes a Jesús. ¡Que evangelio
más maravilloso, que el rey-siervo, hombre-Dios, viniese al mundo hace 2000 años! Y, además,
El es el primero de entre una multitud de otros que van a venir a ser rey-siervos y hombres-
Dioses. Esto representa un evangelio dentro de otro evangelio.
Nosotros también reinaremos con El. Nosotros también hemos de ser siervos de Dios y del
hombre. Aunque somos humanos, hemos de ser hijos e hijas de Dios, y venir a ser ‘participantes
de la naturaleza divina’.
El Espíritu Santo que moró en nuestro salvador Jesucristo era el mismo espíritu que le hizo rey,
un siervo, un hombre y un dios. El Espíritu Santo en nosotros nos da autoridad y poder como si
fuésemos monarcas. A la vez nos da una actitud humilde como la de un siervo, y el poder para
poder servir. Por el Espíritu Santo nosotros manifestaremos la naturaleza de Dios.
Pasemos ahora a considerar a estos cuatro seres vivientes más de cerca, y con la ayuda del
Espíritu Santo veremos algo de la gloria que será manifestada en el cuerpo de Cristo. Ojalá que
las visiones de Ezequiel y Juan vengan a ser nuevas visiones transformantes para nosotros.
Reyes
Jesús fue y es el rey de reyes. Pablo le describe como ‘Rey de reyes, y Señor de señores’. Juan le
describe como ‘Señor de señores y Rey de reyes’ y ve el nombre ‘Y en su vestidura y en su
muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES’. De antaño, el ‘rey
de reyes’ era el título de los reyes de Babilonia y de Persia. Se utilizaba para describir a
Nebucodonosor rey de Babilonia (Ezequiel 26:7 y Daniel 2:37) y Artaxerxes, rey de Persia (Ezra
7:12). Estos reyes tenían grandes imperios y reinaron sobre muchos otros reyes, cada cual era el
gobernante de su propio país. Sin embargo, estos reyes menores estaban sujetos y dependían del
gran rey central de todo el imperio.
Esto es un cuadro del cuerpo de Cristo. Jesús es el gran Rey de Reyes, y cada miembro de su
cuerpo es un rey bajo su mandato. Cada miembro está destinado a tener el poder y la autoridad
de un rey.
¿Qué significa, entonces, ser rey? Tenemos que mirar a Jesús de nuevo. ¿Qué tipo de rey era?
Como los reyes de antaño, tenía poder absoluto. Todo los que quería y mandaba se obedecía.
Todo y todos estaban sujetos a su mandato. Pero, se diferenciaba de los antiguos monarcas ya
que solo ejercía su poder para el bien. También, él estaba dispuesto a pasar su poder a otros.
Antes de inaugurar su ministerio público, Jesús mostró tener autoridad completa sobre su propio
cuerpo. El mostró que reinaba sobre si mismo. Mateo dice ‘Y después de haber ayunado cuarenta
días y cuarenta noches, tuvo hambre’ (4:2). Solo cuando habían transcurrido 40 días tuvo Jesús
hambre. Parece ser que durante los cuarenta días no sintió deseo de comer. El dolor físico
asociado con el hambre solamente comienza cuando el cuerpo ha desgastado toda su grasa.
Nosotros aveces denominamos hambre el sentimiento normal que emite el cuerpo cuando
demanda su comida diaria, pero esto realmente no es hambre como tal. Cuando Jesús realmente
sentía hambre, todavía rechazaba la oportunidad de comer. No se rendía ante cualquier demanda
o apetito físico, incluso si la apetencia le llagaba de forma fuerte. Es posible que estaba cerca de
morir debido al hambre pero todavía era dueño de su cuerpo.
Jesús también tenía dominio de Satanás. Después de su ayuno, fue capaz de comandar a Satanás
de irse. A lo largo de su ministerio tenía un control completo sobre el mundo de los espíritus.
Jesús tenía esta autoridad él mismo, y lo dejó bien claro que sus seguidores también lo tendrían.
En Mateo 10:1 leemos, ‘Entonces llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los
espíritus inmundos, para que los echasen fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia’.
En Lucas dijo ‘Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. He aquí os doy potestad de hollar
serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará’.
Jesús también tenía autoridad sobre las enfermedades ‘Y cuando llegó la noche, trajeron a él
muchos endemoniados; y con la palabra echó fuera a los demonios, y sanó a todos los enfermos’
(Mt 8:16). Ninguna enfermedad podía permanecer delante de él. El daba un orden, y la
enfermedad se iba. Y esta autoridad no residía simplemente con Jesús, sino que él lo impartía a
sus discípulos. ‘Sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán’ (Mr 16:18).
Jesús también tenía control sobre la intemperie ‘¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el
mar le obedecen?’ (Mt 8:27). Jesús no fue el primero en este sentido, ya que siglos antes Elías
había rogado para que no lloviera durante 3 años, y luego rezó para que lloviese. Cuando Jesús
no tenía barco, anduvo sobre el mar, y Pedro, cuando tuvo fe, también pudo. Cuando Jesús dio
de comer a la multitud milagrosamente, lo hizo con la participación de otros.
Pero hay un área, donde no se ve de forma tan directa la autoridad en la vida de Jesús: no se
manifiesta en una autoridad sobre los hombres. El no era como un rey terrenal, y decía que su
reino no era de este mundo. Cuando fue tentado por Satanás, y éste le ofreció todos los reinados
del mundo con la condición de que Jesús se postrara ante él; Jesús no aceptó. No aceptó porque
este no era el método del padre, cuyo plan era de gobernar los corazones del ser humano en base
a su propia cooperación basada en su voluntad, y no a la fuerza.
Jesús reinará hasta que todos sus enemigos estén sometidos bajo sus pies, pero ¿qué son sus
pies? ¡Son parte de su cuerpo! Los pies son lo último en salir cuando se nace, y simbolizan
aquellos que vencerán y reinarán con él.
Jesús impartió toda su autoridad como rey a sus discípulos. Además de los versículos
previamente citados también leemos: ‘De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras
que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre’ (Jn 14:12). ‘Como
me envió el Padre, así también yo os envío’ (Jn 20:21). Mucho más tarde Juan escribió ‘pues
como él es, así somos nosotros en este mundo’ (1 Jn 4:17). En Apocalipsis 3:21 leemos las
palabras ‘Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y
me he sentado con mi Padre en su trono’.
En el mundo terrenal los reyes no son siervos y los siervos no son reyes. Los reyes y gobernantes
han reinado para su propio placer y beneficio. Muchos han producido sufrimiento y miseria a sus
subyugues. Acabamos de salir de un siglo donde torturadores crueles han causado la muerte de
millones, a través del hambre y de las guerras. Hitler, Stalin y Mao Tse Tong han sobrepasado a
todos los que les precedieron en cuanto a la brutalidad y el sufrimiento que han causado a
multitudes de personas inocentes.
Los que reinarán en el reino de Dios serán drásticamente diferentes. Serán siervos de de Dios,
haciendo la voluntad de dios, y por lo tanto, sirviendo a otros también. Para Jesús, su obediencia
completa como sirviente era de hacer la voluntad de su padre, y esto era lo que le otorgaba
autoridad como rey. Y así ha de ser para aquellos que le siguen. Obedecerán completamente al
padre celestial y por lo tanto serán calificados de compartir el trono con el primogénito.
Siervos
Como he dicho, en el mundo un antiguo un siervo era lo opuesto de un rey. Un rey tenía poder y
autoridad absoluta. Un siervo no era nada más que un siervo y pertenecía a su dueño. No tenía
derechos propios. Tenía que obedecer a todo lo que se le mandaba.
Jesús era el perfecto siervo de su padre. Dijo ‘Porque he descendido del cielo, no para hacer mi
voluntad, sino la voluntad del que me envió’ (Jn 6:38). Igual que un siervo terrenal obedecía a su
amo las 24 horas del día, Jesús se rindió constantemente al Padre. No se dejó llevar por sus
deseos naturales y ambiciones. La voluntad del Padre era lo más importante, e influía en cada
palabra que dijo y en todo lo que hizo.
Antiguamente, los siervos servían a sus amos a la fuerza. No tenían la posibilidad de elegir de
otra manera. No querían pasar todo el tiempo sirviendo las necesidades de otros, y hubieran
preferido de vivir sus vidas según sus propios deseos y ambiciones; pero no tenían la libertad de
escoger, y no tenían ningún derecho.
Jesús servía a su Padre por voluntad propia. Amaba hacer la voluntad de Dios. Para él no
resultaba ningún problema ya que tenía los mismos deseos y objetivos que los de su padre.
Su dedicación y entrega a su Padre representaron la base de su entrega hacia los demás. Como su
Padre, compartía lo que sentía el Padre, su Padre creador. Jesús mostró su actitud de siervo de
forma realmente conmovedor cuando lavó los pies de sus discípulos. También les instruyó que
lavasen los pies el uno al otro.
Su vida sirvió de modelo a sus seguidores, y dijo as sus discípulos, ‘Si me amáis, guardad mis
mandamientos’ (Jn 14:15).
En muchas de sus epístolas Pablo se introducía a sus lectores como ‘Pablo, siervo (o esclavo) de
Jesucristo’ (Rom 1:1). En otras ocasiones se introducía como apóstol de Jesucristo, pero el
significado original de apóstol no es tan diferente que el de siervo, ya que simplemente significa
alguien quien es enviado. Pedro, Santiago y Judás se introducen a sus lectores como siervos de
Jesucristo.
Por naturaleza no somos siervos que sirven a Dios con voluntad propia, sino que seguimos
nuestros propios deseos, apetencias y ambiciones en todo los que hacemos. Somos siervos a
nuestras propias pasiones e apetitos. Jesús lo dijo de forma sencilla: ‘De cierto, de cierto os digo,
que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado’ (Jn 8:34).
¿Cómo podemos ser siervos fieles a Jesús? Nunca lo podemos hacer a través de nuestros propios
esfuerzos, ni por nuestra propia voluntad. El no es un explotador que demanda servidumbre de
sus seguidores. En Mateo 11:30 dice ‘porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga’. Su yugo es
fácil y su carga ligera porque queremos hacer su voluntad. Igual que Jesús era uno con su Padre
y le complacía hacer su voluntad, nosotros también vamos a querer hacer su voluntad en la
medida en la que nos asemejemos a él. Vendremos a ser sus siervos a través de una
transformación interna y un cambio de corazón.
En Juan 15:15, Jesús retiró el título de siervo a sus discípulos diciendo ‘Ya no os llamaré siervos,
porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas
que oí de mi Padre, os las he dado a conocer’ (Jn 15:15 ). Cuando somos unos con él,
simplemente podemos cumplir con los deseos en nuestro corazón, y de una forma maravillosa y
milagrosa veremos que a la vez estamos cumpliendo sus deseos también. Hacemos lo que
hacemos en libertad completa, y vemos que le estamos sirviendo.
Humanos
En Jesús, Dios se manifestó como ser humano. Antes de que llegara Jesús, se había manifestado
en otras maneras. Las leyes y los rituales del Antiguo Testamento eran sombras de la vedad
divina. Los sacerdotes de antaño también revelaron a Dios, pero no de una forma clara. Las
escrituras revelaban a Dios a aquellos pocos que tenían acceso a ellos y podían entenderlos. Jesús
sobrepasó todas las revelaciones previas cuando vino a revelar a Dios en forma humana.
Era la revelación perfecta de Dios, pero incluso él tenía limitaciones. Dijo esto a si mismo ‘De
un bautismo tengo que ser bautizado; y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla!’. Había
aceptado las limitaciones cuando vino a la tierra en forma humana.
Estaba limitado a un cuerpo físico. Solo podía ser un tipo de persona. Era masculino, y no podía
ser femenino. Vino como Judío, y por lo tanto no podría ser chino, ni indio, ni africano. Trabajó
como carpintero, y no podía ser pescador, granjero, enfermera, atleta, músico etc. Y solo vivió
hasta los 33 años. Nunca fue padre, ni predicador veterano. Pero expresaba a Dios plenamente en
lo que era como un hombre judío, carpintero, ante el mundo entero de la raza humana. Será
maravilloso de ver a Jesús manifestado como masculino y femenino, en toda raza, en todas las
épocas, en todas las ocupaciones, y con todas la variedades en cuanto al aspecto físico.
La luz pura consiste en todos los colores individuales juntados. Cuando todas las luces de
diferentes colores del cuerpo de Cristo se unan, producirán la luz pura y brillante de Dios.
A través de siglos anteriores, la iglesia ha asumido que representa a Dios. Millones de personas
así lo creen. Pero si esto es cierto, la manifestación de Dios a través de la iglesia ha sido muy
limitada. Los clérigos han representado un porcentaje muy reducido entre la población humana.
En el caso de la iglesia católica, ha consistido primordialmente en celibatos europeos que solo
han tenido un oficio –el de ser sacerdote. Esto no representa Dios en el proceso de venir a ser
hombre. En este sistema religioso, Dios estaba restringido a una minoría muy reducida de la
humanidad.
Incluso el sacerdocio del antiguo pacto solo estaba abierto a un número muy reducido de
personas. Tenían que ser hombres, entre las edades de 30 y 50, y procedentes de la tribu de Levi.
Tanto las mujeres, como los jóvenes o todos aquellos que pertenecían a otra tribu, estaban
excluidos.
Cuando se revele el verdadero cuerpo de Cristo, cuando sea manifestado, será plenamente
humano. Comprenderá a todo el espectro de la raza humana. Será una gran extensión de Jesús, su
cabeza.
Dioses
Acerquémonos ahora a la parte más interesante de nuestro estudio, el evangelio de Juan, que
revela a Jesús como Dios de forma más clara que las otras tres.
Como hemos notado previamente, Juan simplemente dice ‘el Verbo era Dios’ (Jn 1:1). También
cita la confesión de Tomás ‘¡Señor mío, y Dios mío!’. Además, registra 21 ejemplos de Jesús
empleando el nombre divino ‘Yo soy’. Dos veces narra como los fariseos intentaron de apedrear
a Jesús, ya que según ellos, había blasfemado cuando se describía a si mismo. De esta manera (y
muchas más), el evangelio de Juan presenta a Jesús como Dios. Pablo escribió que ‘Dios fue
manifestado en carne,’ (1 Tim 3:16). El autor de los Hebreos describió a Jesús como ‘siendo el
resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia,’ (Heb 1:3).
¿El evangelio de Juan representa Jesús como Dios, y sus seguidores como hombres con un
abismo entre los dos? ¿Es este el mensaje del Nuevo Testamento, y de toda la Biblia? Durante
siglos, eso es lo que la iglesia ha enseñado. De hecho no es tan diferente de lo que creían los
griegos en la antigüedad, y lo que creen los hindúes hoy en día. Para éstos, sus dioses son entes
de otro mundo, completamente separados de los seres de carne y hueso como nosotros.
¿Es que Jesús se consideraba como una especia diferente de sus seguidores? Es que se
consideraba como un ente completamente diferente? Examinemos sus palabras otra vez.
Jesús dijo ‘Yo y el Padre uno somos’ (Jn 10:30). La reacción de los judíos era de lanzarle
piedras. Jesús les dijo ‘Muchas buenas obras os he mostrado de mi Padre; ¿por cuál de ellas me
apedreáis?’ (Jn 10:32 ). Le respondieron los judíos, diciendo: ‘Por buena obra no te apedreamos,
sino por la blasfemia; porque tú, siendo hombre, te haces Dios’ (Jn 10:33 ).
Las palabras que tanto ofendieron a los fariseos eran ‘Yo y el Padre uno somos’. Interpretaron
estas palabras como blasfemas, ya que consideraban que Jesús se creía igual a Dios. Jesús no
solo se refería a sí mismo cuando pronunció estas palabras, sino que también se estaba refiriendo
a sus discípulos. El rezó para sus discípulos (y para todos aquellos que iban a creer en él a través
de los siglos) que, ‘para que todos sean uno; como tú, o Padre, en mí, y yo en ti, que también
ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste’ (Jn 17:21). Su unión con
el Padre no era algo que él guardaba para sigo mismo. El rezó que sus seguidores también
experimentasen esta unidad con el Padre.
Lo que rezó Jesús no era simplemente hipotético. Siempre oraba según la voluntad de su Padre, y
por consiguiente cada oración que oró fue respondido. Cualquier oración que oraba era un
indicio claro de que iba a suceder. Oró para que sus seguidores fuesen uno con él y con su Padre.
Podemos por lo tanto asumir que sus seguidores vendrán a ser uno con él y con su Padre.
Los fariseos acusaron a Jesús de blasfemar. ¿Cómo respondió Jesús? ‘les respondió: ¿No está
escrito en vuestra ley: Yo dije, dioses sois? Si llamó dioses a aquellos a quienes vino la palabra
de Dios (y la Escritura no puede ser quebrantada), ¿al que el Padre santificó y envió al mundo,
vosotros decís: Tú blasfemas, porque dije: Hijo de Dios soy?’ (Jn 10:34-36).
Jesús no negó la acusación, pero involucró a sus seguidores en la acusación, citando el Salmo 82:
6 ‘Yo dije: Vosotros sois dioses, Y todos vosotros hijos del Altísimo;’. Este verso habla de
dioses en el plural. Jesús mostró que era completamente compatible con las escrituras no solo
para él, pero también para sus seguidores de decir que eran hijos de Dios.
Jesús siguió respondiendo a los fariseos diciendo ‘Si no hago las obras de mi Padre, no me
creáis. Mas si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que conozcáis y creáis
que el Padre está en mí, y yo en el Padre’ (Jn 10:37-39)
Los milagros y otras acciones que hizo eran prueba de que él era el hijo de Dios y Dios era su
Padre. Sin embargo, también llamó y dotó a sus discípulos para que hiciesen lo mismo que él,
diciendo ‘De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará
también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre’ (Jn 14:12). Los mismos milagros que son
prueba de que Jesús es el hijo de Dios serán prueba de que sus seguidores son los hijos de Dios.
Jesús matizó que no hacía nada ‘Hizo nada por sí mismo;’ El Padre que moraba en él lo hacía
todo. ‘¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las
hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras’ (Jn 14:10-11).
Luego hizo una promesa extraordinaria a sus discípulos que él y su Padre morarían en ellos
también. ‘El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y
haremos morada con él’ (Jn 14:23-24).El Padre que vivió en Jesús también vive en nosotros.
Jesús dijo ‘Yo soy la luz del mundo;’. En otra ocasión dijo a sus discípulos ‘Vosotros sois la luz
del mundo’
Poco antes de que dejara a sus discípulos, Jesús dijo a María Magdalena, ‘Mas ve a mis
hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios’ (Jn 20:17)
Jesús no concebía a sus discípulos como entes de un grado y estatus inferior. Tampoco nos ve
como seres inferiores. El murió para que el espíritu divino que moró en él venga a morar en
nosotros, y hacernos uno con él. Ese espíritu es el gran Yo Soy que vive en nosotros también.
Este espíritu nos hace hijos de Dios.
Pablo habló de esto como ‘el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero
que ahora ha sido manifestado a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la
gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria,’
(Col 1:26-27). Fue escondido de generaciones antes de Pablo, y ha sido escondido de
generaciones desde aquél día. Pero ahora, como entonces, dios está revelándolo a sus santos.
Muchos años más tarde, Juan escribió ‘Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos
llamados hijos de Dios’ (1 Jn 3:1). Nosotros también contemplamos nuestro llamado con
asombro.
El espíritu de Cristo
Volvamos ahora a la visión de Ezequiel para leer más de lo que él vio. Hablando de los seres
vivientes escribió ‘Y tenían sus alas extendidas por encima, cada uno dos, las cuales se juntaban;
y las otras dos cubrían sus cuerpos. Y cada uno caminaba derecho hacia adelante; hacia donde el
espíritu les movía que anduviesen, andaban; y cuando andaban, no se volvían’ (Ez 1:11-13).
Estos cuatro seres vivientes se movían junto en perfecta unión; e iban donde el espíritu les
guiaba. Pablo hizo eco de esto cuando escribió ‘Porque todos los que son guiados por el Espíritu
de Dios, éstos son hijos de Dios.’
El Espíritu de Cristo es el gran transformador. Incluso Jesús no hizo nada en su propia fuerza. El
mismo dijo ‘No puede el Hijo hacer nada por sí mismo’ y ‘No puedo yo hacer nada por mí
mismo’. Dependía completamente del espíritu que moraba en su interior, y que provenía del
Padre para todo lo que tenía que hacer. Ese espíritu en él era el rey poderoso y el siervo
obediente. Ese siervo era el hombre perfecto y el Dios todo-poderoso.
Ese mismo espíritu que moraba en él mora ahora en nosotros. Lo que es imposible con el hombre
natural es posible con Dios. El mismo espíritu que hizo a Jesús un siervo también convertirá a
los miembros de su cuerpo en siervos. El mismo espíritu que era Dios en Jesús será Dios en
aquellos que le siguen. Por ese espíritu vendrán a ser gloriosos, un cuerpo unido, moviendo en
unidad perfecta y en harmonía. Por ese espíritu vendrán a ser uno el uno con el otro y con Dios.