Dabo Bobys
Dabo Bobys
Dabo Bobys
INTRODUCCIÓN
ME HA UNGIDO Y ME HA ENVIADO:
NATURALEZA Y MISIÓN DEL SACERDOCIO MINISTERIAL
Mirada sobre el Sacerdote
En la Iglesia: Misterio, Comunión y Misión
Relación Fundamental con Cristo Cabeza y Pastor
Al Servicio de la Iglesia y del Mundo
INTRODUCCIÓN
1. "Os daré Pastores según mi corazón" (Jer. 3, 15). Con estas palabras
del profeta Jeremías Dios promete a su pueblo no dejarlo nunca privado
de pastores que lo congreguen y lo guíen: "Pondré al frente de ellas (o
sea, de mis ovejas) Pastores que las apacienten, y nunca más estarán
medrosas ni asustadas" (Jer. 23, 4).
Las ocasiones más solemnes han sido los Sínodos de los Obispos. Ya en
la primera Asamblea general, celebrada en octubre de 1967, el Sínodo
dedicó cinco congregaciones generales al tema de la renovación de los
seminarios. Este trabajo dio un impulso decisivo a la elaboración del
documento de la Congregación para la Educación Católica titulado
"Normas fundamentales para la formación sacerdotal"[5].
Con la voz y el corazón de los Padres sinodales hago mías las palabras y
los sentimientos del "Mensaje final del Sínodo al Pueblo de Dios": "Con
ánimo agradecido y lleno de admiración nos dirigimos a vosotros, que
sois nuestros primeros cooperadores en el servicio apostólico. Vuestra
tarea en la Iglesia es verdaderamente necesaria e insustituible. Vosotros
lleváis el peso del ministerio sacerdotal y mantenéis el contacto diario
con los fieles. Vosotros sois los ministros de la Eucaristía, los
dispensadores de la misericordia divina en el Sacramento de la
Penitencia, los consoladores de las almas, los guías de todos los fieles en
las tempestuosas dificultades de la vida". "Os saludamos con todo el
corazón, os expresamos nuestra gratitud y os exhortamos a perseverar
en este camino con ánimo alegre y decidido. No cedáis al desaliento.
Nuestra obra no es nuestra, sino de Dios". "El que nos ha llamado y nos
ha enviado sigue junto a nosotros todos los días de nuestra vida, ya que
nosotros actuamos por mandato de Cristo"[8].
El Sacerdote en su Tiempo
Hay que decir, antes que nada, que se han atenuado algunos fenómenos
que en un pasado reciente habían provocado no pocos problemas, como
la contestación radical, los movimientos libertarios, las reivindicaciones
utópicas, las formas indiscriminadas de socialización, la violencia.
Hay que reconocer además que también los jóvenes de hoy, con la fuerza
y la ilusión típicas de la edad, son portadores de los ideales que se abren
camino en la historia: la sed de libertad; el reconocimiento del valor
inconmensurable de la persona; la necesidad de autenticidad y de
transparencia; un nuevo concepto y estilo de reciprocidad en las
relaciones entre hombre y mujer; la búsqueda convencida y apasionada
de un mundo más justo, más solidario, más unido; la apertura y el diálogo
con todos; el compromiso por la paz.
El Discernimiento Evangélico
10. La compleja situación actual, someramente expuesta mediante
alusiones y a modo de ejemplo, exige no sólo ser conocida, sino sobre
todo interpretada. Unicamente así se podrá responder de forma adecuada
a la pregunta fundamental: ¿Cómo formar sacerdotes que estén
verdaderamente a la altura de estos tiempos, capaces de evangelizar al
mundo de hoy?[15] Es importante el conocimiento de la situación. No
basta una simple descripción de los datos; hace falta una investigación
científica con la que se pueda delinear un cuadro exacto de las
circunstancias socioculturales y eclesiales concretas. Pero es aún más
importante la interpretación de la situación. Ello lo exige la ambivalencia y
a veces la contradictoriedad que caracterizan las situaciones, las cuales
presentan a la vez dificultades y posibilidades, elementos negativos y
razones de esperanza, obstáculos y aperturas, a semejanza del campo
evangélico en el que han sido sembrados y "conviven" el trigo y la cizaña
(cf. Mt. 13, 24 ss.). No siempre es fácil una lectura interpretativa, que sepa
distinguir entre el bien y el mal, entre signos de esperanza y peligros. En
la formación de los sacerdotes no se trata sólo y simplemente de acoger
los factores positivos y constatar abiertamente los negativos. Se trata de
someter los mismos factores positivos a un cuidadoso discernimiento,
para que no se aíslen el uno del otro ni estén en contraste entre sí,
absolutizándose y oponiéndose recíprocamente. Lo mismo puede decirse
de los factores negativos: no hay que rechazarlos en bloque y sin
distinción, porque en cada uno de ellos puede esconderse algún valor,
que espera ser descubierto y reconducido a su plena verdad.
ME HA UNGIDO Y ME HA ENVIADO:
NATURALEZA Y MISIÓN DEL SACERDOCIO MINISTERIAL
11. "En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él" (Lc. 4, 20). Lo que
dice el evangelista san Lucas de quienes estaban presentes aquel sábado
en la sinagoga de Nazaret, escuchando el comentario que Jesús haría del
texto del profeta Isaías leído por él mismo, puede aplicarse a todos los
cristianos, llamados a reconocer siempre en Jesús de Nazaret el
cumplimiento definitivo del anuncio profético: "Comenzó, pues, a
decirles: Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy" (Lc. 4,
21). Y la "escritura" era ésta: "El Espíritu del Señor sobre mí, porque me
ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a
proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la
libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor" (Lc. 4,
18-19; cf. Is. 61, 1-2). En efecto, Jesús se presenta a sí mismo como lleno
del Espíritu, "ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva"; es el
Mesías, el Mesías sacerdote, profeta y rey. Es éste el rostro de Cristo en el
que deben fijarse los ojos de la fe y del amor de los cristianos.
Precisamente a partir de esta "contemplación" y en relación con ella los
Padres sinodales han reflexionado sobre el problema de la formación de
los sacerdotes en la situación actual. Tal problema sólo puede encontrar
respuesta partiendo de una reflexión previa sobre la meta a la que está
dirigido el proceso formativo, es decir, el sacerdocio ministerial como
participación en la Iglesia del sacerdocio mismo de Jesucristo. El
conocimiento de la naturaleza y misión del sacerdocio ministerial es el
presupuesto irrenunciable, y al mismo tiempo la guía más segura y el
estímulo más incisivo, para desarrollar en la Iglesia la acción pastoral de
promoción y discernimiento de las vocaciones sacerdotales, y la de
formación de los llamados al ministerio ordenado.
Cada sacerdote, tanto diocesano como religioso, está unido a los demás
miembros de este presbiterio, gracias al sacramento del Orden, con
vínculos particulares de caridad apostólica, de ministerio y de fraternidad.
En efecto, todos los presbíteros, sean diocesanos o religiosos, participan
en el único sacerdocio de Cristo Cabeza y Pastor, "trabajan por la misma
causa, esto es, para la edificación del cuerpo de Cristo, que exige
funciones diversas y nuevas adaptaciones, principalmente en estos
tiempos"[32], y se enriquece a través de los siglos con carismas siempre
nuevos.
18. Como subraya el Concilio, "el don espiritual que los presbíteros
recibieron en la ordenación no los prepara a una misión limitada y
restringida, sino a la misión universal y amplísima de salvación hasta los
confines del mundo, pues cualquier ministerio sacerdotal participa de la
misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los
Apóstoles"[36]. Por la naturaleza misma de su ministerio, deben por tanto
estar llenos y animados de un profundo espíritu misionero y "de un
espíritu genuinamente católico que les habitúe a trascender los límites de
la propia diócesis, nación o rito y proyectarse en una generosa ayuda a
las necesidades de toda la Iglesia y con ánimo dispuesto a predicar el
Evangelio en todas partes"[37].
Este mismo "Espíritu del Señor" está "sobre" todo el Pueblo de Dios,
constituido como pueblo "consagrado" a El y "enviado" por El para
anunciar el Evangelio que salva. Los miembros del Pueblo de Dios son
"embebidos" y "marcados" por el Espíritu (cf. 1 Cor. 12, 13; 2 Cor. 1, 21
ss; Ef. 1, 13; 4, 30), y llamados a la santidad.
23. El principio interior, la virtud que anima y guía la vida espiritual del
presbítero en cuanto configurado con Cristo Cabeza y Pastor es la
caridad pastoral, participación de la misma caridad pastoral de
Jesucristo: don gratuito del Espíritu Santo y, al mismo tiempo, deber y
llamada a la respuesta libre y responsable del presbítero.
Existe por tanto una relación íntima entre la vida espiritual del presbítero
y el ejercicio de su ministerio[58], descrita así por el Concilio: "Al ejercer
el ministerio del Espíritu y de la justicia (cf. 2 Cor. 3, 8-9), (los presbíteros)
si son dóciles al Espíritu de Cristo, que los vivifica y guía, se afirman en la
vida del espíritu. Ya que por las mismas acciones sagradas de cada día,
como por todo su ministerio, que ejercen unidos con el Obispo y los
presbíteros, ellos mismos se ordenan a la perfección de vida. Por otra
parte, la santidad misma de los presbíteros contribuye en gran manera al
ejercicio fructuoso del propio ministerio"[59].
25. Es esencial, para una vida espiritual que se desarrolla a través del
ejercicio del ministerio, que el sacerdote renueve continuamente y
profundice cada vez más la conciencia de ser ministro de Jesucristo, en
virtud de la consagración sacramental y de la configuración con El,
Cabeza y Pastor de la Iglesia.
Es, ante todo, una obediencia "apostólica", en cuanto que reconoce, ama
y sirve a la Iglesia en su estructura jerárquica. En verdad no se da
ministerio sacerdotal sino en la comunión con el Sumo Pontífice y con el
Colegio episcopal, particularmente con el propio Obispo diocesano, hacia
los que debe observarse la "obediencia y respeto" filial, prometidos en el
rito de la ordenación. Esta sumisión a cuantos están revestidos de la
autoridad eclesial no tiene nada de humillante, sino que nace de la
libertad responsable del presbítero, que acoge no sólo las exigencias de
una vida eclesial orgánica y organizada, sino también aquella gracia de
discernimiento y de responsabilidad en las decisiones eclesiales, que
Jesús ha garantizado a sus apóstoles y a sus sucesores, para que sea
guardado fielmente el misterio de la Iglesia, y para que el conjunto de la
comunidad cristiana sea servida en su camino unitario hacia la salvación.
Este aspecto de la obediencia del sacerdote exige una gran ascesis, tanto
en el sentido de capacidad a no dejarse atar demasiado a las propias
preferencias o a los propios puntos de vista, como en el sentido de
permitir a los hermanos que puedan desarrollar sus talentos y sus
aptitudes, más allá de todo celo, envidia o rivalidad. La obediencia del
sacerdote es una obediencia solidaria, que nace de su pertenencia al
único presbiterio y que siempre dentro de él y con él aporta orientaciones
y toma decisiones corresponsables.
Para una adecuada vida espiritual del sacerdote es preciso que el celibato
sea considerado y vivido no como un elemento aislado o puramente
negativo, sino como un aspecto de una orientación positiva, específica y
característica del sacerdote: él, dejando padre y madre, sigue a Jesús
buen Pastor, en una comunión apostólica, al servicio del Pueblo de Dios.
Por tanto, el celibato ha de ser acogido con libre y amorosa decisión que
debe ser continuamente renovada, como don inestimable de Dios, como
"estímulo de la caridad pastoral"[79], como participación singular en la
paternidad de Dios y en la fecundidad de la Iglesia, como testimonio ante
el mundo del Reino escatológico. Para vivir todas las exigencias morales,
pastorales y espirituales del celibato sacerdotal es absolutamente
necesaria la oración humilde y confiada, como nos recuerda el Concilio:
"Cuanto más imposible se considera por no pocos hombres la perfecta
continencia en el mundo de hoy, tanto más humilde y perseverantemente
pedirán los presbíteros, a una con la Iglesia, la gracia de la fidelidad, que
nunca se niega a los que la piden, empleando, al mismo tiempo, todos los
medios sobrenaturales y naturales, que están al alcance de todos"[80].
Será la oración, unida a los Sacramentos de la Iglesia y al esfuerzo
ascético, los que infundan esperanza en las dificultades, perdón en las
faltas, confianza y ánimo en el volver a comenzar.
30. De la pobreza evangélica los Padres sinodales han dado una
descripción muy concisa y profunda, presentándola como "sumisión de
todos los bienes al Bien supremo de Dios y de su Reino"[81]. En realidad
sólo el que contempla y vive el misterio de Dios como único y sumo Bien,
como verdadera y definitiva Riqueza, puede comprender y vivir la
pobreza, que no es ciertamente desprecio y rechazo de los bienes
materiales, sino el uso agradecido y cordial de estos bienes y, a la vez, la
gozosa renuncia a ellos con gran libertad interior, esto es, hecha por Dios
y obedeciendo sus designios.
Es verdad que "el obrero merece su salario" (Lc. 10, 7) y que "el Señor ha
ordenado que los que predican el Evangelio vivan del Evangelio" (1 Cor.
9, 14); pero también es verdad que este derecho del apóstol no puede
absolutamente confundirse con una especie de pretensión de someter el
servicio del evangelio y de la Iglesia a las ventajas e intereses que del
mismo puedan derivarse. Sólo la pobreza asegura al sacerdote su
disponibilidad a ser enviado allí donde su trabajo sea más útil y urgente,
aunque comporte sacrificio personal. Esta es una condición y una
premisa indispensable a la docilidad que el apóstol ha de tener al Espíritu,
el cual lo impulsa para "ir", sin lastres y sin ataduras, siguiendo sólo la
voluntad del Maestro (cf. Lc. 9, 57-62; Mc. 10, 17-22).
Para que la abundancia de los dones del Espíritu Santo sea acogida con
gozo y de frutos para gloria de Dios y bien de la Iglesia entera, se exige
por parte de todos, en primer lugar, el conocimiento y discernimiento de
los carismas propios y ajenos, y un ejercicio de los mismos acompañado
siempre por la humildad cristiana, la valentía de la autocrítica y la
intención -por encima de cualquier otra preocupación-, de ayudar a la
edificación de toda la comunidad, a cuyo servicio está puesto todo
carisma particular. Se pide, además, a todos un sincero esfuerzo de
estima recíproca, de respeto mutuo y de valoración coordinada de todas
las diferencias positivas y justificadas, presentes en el presbiterio. Todo
esto forma parte también de la vida espiritual y de la constante ascesis
del sacerdote.
VENID Y LO VEREÍS:
LA VOCACIÓN SACERDOTAL EN LA PASTORAL DE LA IGLESIA
En íntima unión con Cristo, María, la Virgen Madre, ha sido la criatura que
más ha vivido la plena verdad de la vocación, porque nadie como Ella ha
respondido con un amor tan grande al amor inmenso de Dios[103].
Muchos tienen una idea de Dios tan genérica y confusa que deriva en
formas de religiosidad sin Dios, en las cuales la voluntad de Dios se
concibe como un destino inmutable e inevitable, al que el hombre debe
simplemente adaptarse y resignarse en total pasividad. Pero no es éste el
rostro de Dios que Jesucristo ha venido a revelarnos. En efecto, Dios es
el Padre que, con amor eterno y precedente llama al hombre y lo sitúa en
un maravilloso y permanente diálogo con El, invitándolo a compartir su
misma vida divina como hijo. Es cierto que, con una visión equivocada de
Dios, el hombre no puede reconocer ni siquiera la verdad sobre sí mismo,
de tal forma que la vocación no puede ser ni percibida, ni vivida en su
valor auténtico; puede ser sentida solamente como un peso impuesto e
insoportable.
40. Como Pueblo real, la Iglesia se sabe enraizada y animada por la "ley
del Espíritu que da la vida" (Rom. 8, 2), que es esencialmente la ley regia
de la caridad (cf. Sant. 2, 8) o la ley perfecta de la libertad (cf. Sant. 1, 25).
Por eso cumple su misión cuando orienta a cada uno de los fieles a
descubrir y vivir la propia vocación en la libertad y a realizarla en la
caridad.
También los fieles laicos, en particular los catequistas, los profesores, los
educadores, los animadores de la pastoral juvenil, cada uno con los
medios y modalidades propios, tienen una gran importancia en la pastoral
de las vocaciones sacerdotales. Cuanto más profundicen en el sentido de
su propia vocación y misión en la Iglesia, tanto más podrán reconocer el
valor y el carácter insustituible de la vocación y de la misión sacerdotal.
En el ámbito de las comunidades diocesanas y parroquiales hay que
apreciar y promover aquellos grupos vocacionales, cuyos miembros
ofrecen su ayuda de oración y de sufrimiento por las vocaciones
sacerdotales y religiosas, así como su apoyo moral y material.
44. La madurez afectiva supone ser conscientes del puesto central del
amor en la existencia humana. En realidad, como señalé en la encíclica
Redemptor hominis, "el hombre no puede vivir sin amor. El permanece
para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si
no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo
experimenta y no lo hace propio, si no participa en él vivamente"[126]. Se
trata de un amor que compromete a toda la persona, a nivel físico,
psíquico y espiritual, y que se expresa mediante el significado "esponsal"
del cuerpo humano, gracias al cual una persona se entrega a otra y la
acoge. La educación sexual bien entendida tiende a la comprensión y
realización de esta verdad del amor humano. Es necesario constatar una
situación social y cultural difundida que <<"banaliza" en gran parte la
sexualidad humana, porque la interpreta y la vive de manera reductiva y
empobrecida, relacionándola únicamente con el cuerpo y el placer
egoísta>>[127]. Con frecuencia las mismas situaciones familiares, de las
que proceden las vocaciones sacerdotales, presentan al respecto no
pocas carencias y a veces incluso graves desequilibrios. En un contexto
tal se hace más difícil, pero también más urgente, una educación a la
sexualidad que sea verdadera y plenamente personal y que, por ello,
favorezca la estima y el amor a la castidad, como <<virtud que desarrolla
la auténtica madurez de la persona y la hace capaz de respetar y
promover el "significado esponsal" del cuerpo>>[128]. Ahora bien, la
educación al amor responsable y la madurez afectiva de la persona son
muy necesarias para quien, como el presbítero, está llamado al celibato, o
sea, a ofrecer, con la gracia del Espíritu y con la respuesta libre de la
propia voluntad, la totalidad de su amor y de su solicitud a Jesucristo y a
la Iglesia. A la vista del compromiso del celibato, la madurez afectiva ha
de saber incluir, dentro de las relaciones humanas de serena amistad y
profunda fraternidad, un gran amor, vivo y personal, a Jesucristo. Como
han escrito los Padres sinodales, "al educar para la madurez afectiva, es
de máxima importancia el amor a Jesucristo, que se prolonga en una
entrega universal. Así, el candidato llamado al celibato, encontrará en la
madurez afectiva una base firme para vivir la castidad con fidelidad y
alegría"[129].
Como se ve, se trata de una formación espiritual común a todos los fieles,
pero que requiere ser estructurada según los significados y
características que derivan de la identidad del presbítero y de su
ministerio. Así como para todo fiel la formación espiritual debe ser central
y unificadora en su ser y en su vida de cristiano, o sea, de criatura nueva
en Cristo que camina en el Espíritu, de la misma manera, para todo
presbítero la formación espiritual constituye el centro vital que unifica y
vivifica su ser sacerdote y su ejercer el sacerdocio. En este sentido, los
Padres del Sínodo afirman que "sin la formación espiritual, la formación
pastoral estaría privada de fundamento"[135] y que la formación espiritual
constituye "un elemento de máxima importancia en la educación
sacerdotal"[136]. El contenido esencial de la formación espiritual, dentro
del itinerario bien preciso hacia el sacerdocio, está expresado en el
decreto conciliar Optatam totius: "La formación espiritual... debe darse de
tal forma que los alumnos aprendan a vivir en trato familiar y asiduo con
el Padre por su Hijo Jesucristo en el Espíritu Santo. Habiendo de
configurarse a Cristo Sacerdote por la sagrada ordenación, habitúense a
unirse a El, como amigos, con el consorcio íntimo de toda su vida. Vivan
el misterio pascual de Cristo de tal manera que sepan iniciar en él al
pueblo que ha de encomendárseles. Enséñeseles a buscar a Cristo en la
fiel meditación de la Palabra de Dios, en la activa comunicación con los
sacrosantos misterios de la Iglesia, sobre todo en la Eucaristía y el Oficio
divino; en el Obispo, que los envía, y en los hombres a quienes son
enviados, principalmente en los pobres, los niños, los enfermos, los
pecadores y los incrédulos. Amen y veneren con filial confianza a la
Santísima Virgen María, a la que Cristo, muriendo en la cruz, entregó
como madre al discípulo"[137].
61. El Seminario es, por tanto, una comunidad eclesial educativa, más
aún, es una especial comunidad educativa. Y lo que determina su
fisonomía es el fin específico, o sea, el acompañamiento vocacional de
los futuros sacerdotes, y por tanto el discernimiento de la vocación, la
ayuda para corresponder a ella y la preparación para recibir el
sacramento del Orden con las gracias y responsabilidades propias, por
las que el sacerdote se configura con Jesucristo Cabeza y Pastor y se
prepara y compromete para compartir su misión de salvación en la Iglesia
y en el mundo.
Otro aspecto que hay que subrayar aquí es la labor educativa que, por su
naturaleza, es el acompañamiento de estas personas históricas y
concretas que caminan hacia la opción y la adhesión a determinados
ideales de vida. Precisamente por esto la labor educativa debe saber
conciliar armónicamente la propuesta clara de la meta que se quiere
alcanzar, la exigencia de caminar con seriedad hacia ella, la atención al
"viandante", es decir al sujeto concreto empeñado en esta aventura y,
consiguientemente, a una serie de situaciones, problemas, dificultades,
ritmos diversos de andadura y de crecimiento. Esto exige una sabia
elasticidad, que no significa precisamente transigir ni sobre los valores ni
sobre el compromiso consciente y libre, sino que quiere decir amor
verdadero y respeto sincero a las condiciones totalmente personales de
quien camina hacia el sacerdocio. Esto vale no sólo respecto a cada una
de las personas, sino también en relación con los diversos contextos
sociales y culturales en los que se desenvuelven los Seminarios y con la
diversa historia que cada uno de ellos tienen. En este sentido la obra
educativa exige una constante renovación. Por ello, los Padres sinodales
han subrayado también con fuerza, en relación con la configuración de
los Seminarios: "Salva la validez de las formas clásicas del Seminario, el
Sínodo desea que continúe el trabajo de consulta de las Conferencias
Episcopales sobre las necesidades actuales de la formación, como se
mandaba en el decreto Optatan totius (n. 1) y en el Sínodo de 1967.
Revísense oportunamente las Rationes de cada nación o rito, ya sea con
ocasión de las consultas hechas por las Conferencias Episcopales, ya
sea en las visitas apostólicas a los Seminarios de las diversas naciones,
para integrar en ellas diversas modelos comprobados de formación, que
respondan a las necesidades de los pueblos de cultura así llamada
indígena, de las vocaciones de adultos, de las vocaciones misioneras,
etc."[195].
La Iglesia y el Obispo
65. Puesto que la formación de los aspirantes al sacerdocio pertenece a la
pastoral vocacional de la Iglesia, se debe decir que es la Iglesia como tal
el sujeto comunitario que tiene la gracia y la responsabilidad de
acompañar a cuantos el Señor llama a ser sus ministros en el sacerdocio.
Son los Obispos los primeros que deben sentir su grave responsabilidad
en la formación de los encargados de la educación de los futuros
presbíteros. Para este ministerio deben elegirse sacerdotes de vida
ejemplar, y con determinadas cualidades: "la madurez humana y
espiritual, la experiencia pastoral, la competencia profesional, la solidez
en la propia vocación, la capacidad de colaboración, la preparación
doctrinal en las ciencis humanas (especialmente la psicología) que son
propias de su oficio, y el conocimiento del estilo peculiar del trabajo en
grupo"[204].
El mismo aspirante
69. Por último, no se puede olvidar que el mismo aspirante al sacerdocio
es también protagonista necesario e insustituible de su formación: toda
formación -incluida la sacerdotal- es en definitiva una auto-formación.
Nadie nos puede sustituir en la libertad responsable que tenemos cada
uno como persona.
Lo que el apóstol Pablo dice de los creyentes, que deben llegar "al estado
de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo" (Ef. 4, 13), se
puede aplicar de manera especial a los sacerdotes, llamados a la
perfección de la caridad y por tanto a la santidad, porque su mismo
ministerio pastoral exige que sean modelos vivientes para todos los
fieles. También la dimensión intelectual de la formación requiere que sea
continuada y profundizada durante toda la vida del sacerdote,
concretamente mediante el estudio y la actualización cultural seria y
comprometida. El sacerdote, participando de la misión profética de Jesús
e inserto en el misterio de la Iglesia Maestra de verdad, está llamado a
revelar a los hombres el rostro de Dios en Jesucristo, y, por ello, el
verdadero rostro del hombre[217]. Pero esto exige que el mismo
sacerdote busque este rostro y lo contemple con veneración y amor (cf.
Sal. 26, 8; 41, 2); sólo así puede darlo a conocer a los demás. En
particular, la perseverancia en el estudio teológico resulta también
necesaria para que el sacerdote pueda cumplir con fidelidad el ministerio
de la Palabra, anunciándola sin titubeos ni ambigüedades,
distinguiéndola de las simples opiniones humanas, aunque sean famosas
y difundidas. Así, podrá ponerse de verdad al servicio del Pueblo de Dios,
ayudándolo a dar razón de la esperanza cristiana a cuantos se la pidan
(cf. 1 Pe. 3, 15). Además, "el sacerdote, al aplicarse con conciencia y
constancia al estudio teológico, es capaz de asimilar, de forma segura y
personal, la genuina riqueza eclesial. Puede, por tanto, cumplir la misión
que lo compromete a responder a las dificultades de la auténtica doctrina
católica, y superar la inclinación, propia y de otros, al disenso y a la
actitud negativa hacia el magisterio y hacia la tradición"[218].
También forman parte del único presbiterio, por razones diversas, los
presbíteros religiosos residentes o que trabajan en una Iglesia particular.
Su presencia supone un enriquecimiento para todos los sacerdotes y los
diferentes carismas particulares que ellos viven, a la vez que son una
invitación para que los presbíteros crezcan en la comprensión del mismo
sacerdocio, contribuyen a estimular y acompañar la formación
permanente de los sacerdotes. El don de la vida religiosa, en la
comunidad diocesana, cuando va acompañado de sincera estima y justo
respeto de las particularidades de cada Instituto y de cada espiritualidad
tradicional, amplía el horizonte del testimonio cristiano y contribuye de
diversa manera a enriquecer la espiritualidad sacerdotal, sobre todo
respecto a la correcta relación y recíproco influjo entre los valores de la
Iglesia particular y los de la universalidad del Pueblo de Dios. Por su
parte, los religiosos procuren garantizar un espíritu de verdadera
comunión eclesial, una participación cordial en la marcha de la diócesis y
en los proyectos pastorales del Obispo, poniendo a disposición el propio
carisma para la edificación de todos en la caridad[226]. Por último, en el
contexto de la Iglesia comunión y del presbiterio, se puede afrontar mejor
el problema de la soledad del sacerdote, sobre la que han reflexionado los
Padres sinodales. Hay una soledad que forma parte de la experiencia de
todos y que es algo absolutamente normal. Pero hay también otra soledad
que nace de dificultades diversas y que, a su vez, provoca nuevas
dificultades. En este sentido, "la participación activa en el presbiterio
diocesano, los contactos periódicos con el Obispo y con los demás
sacerdotes, la mutua colaboración, la vida común o fraterna entre los
sacerdotes, como también la amistad y la cordialidad con los fieles laicos
comprometidos en las parroquias, son medios muy útiles para superar
los efectos negativos de la soledad que algunas veces puede
experimentar el sacerdote"[227].
De esta manera, todos los miembros del Pueblo de Dios pueden y deben
ofrecer una valiosa ayuda a la formación permanente de sus sacerdotes.
A este respecto, deben dejar a los sacerdotes espacios de tiempo para el
estudio y la oración; pedirles aquello para lo que han sido enviados por
Cristo y no otras cosas; ofrecerles colaboración en los diversos ámbitos
de la misión pastoral, especialmente en lo que atañe a la promoción
humana y al servicio de la caridad; establecer relaciones cordiales y
fraternas con ellos; ayudar a los sacerdotes a ser conscientes de que no
son "dueños de la fe", sino "colaboradores del gozo" de todos los fieles
(cf. 2 Cor. 1, 24). La responsabilidad formativa de la Iglesia particular en
relación con los sacerdotes se concretiza y especifica en relación con los
diversos miembros que la componen, comenzando por el sacerdote
mismo.
81. Son muchas las ayudas y los medios que se pueden usar para que la
formación permanente sea cada vez más una valiosa experiencia vital
para los sacerdotes. Entre éstos hay que recordar las diversas formas de
vida común entre los sacerdotes, siempre presentes en la historia de la
Iglesia, aunque con modalidades y compromisos diferentes: "Hoy no se
puede dejar de recomendarlas vivamente, sobre todo entre aquéllos que
viven o están comprometidos pastoralmente en el mismo lugar. Además
de favorecer la vida y la acción apostólica, esta vida común del clero
ofrece a todos, presbíteros y laicos, un ejemplo luminoso de caridad y de
unidad"[230].
CONCLUSIÓN
También digo a los jóvenes de hoy: sed más dóciles a la voz del Espíritu;
dejad que resuenen en la intimidad de vuestro corazón las grandes
expectativas de la Iglesia y de la humanidad; no tengáis miedo en abrir
vuestro espíritu a la llamada de Cristo el Señor; sentid sobre vosotros la
mirada amorosa de Jesús y responded con entusiasmo a la invitación de
un seguimiento radical. La Iglesia responde a la gracia mediante el
compromiso que los sacerdots asumen para llevar a cabo aquella
formación permanente que exige la dignidad y responsabilidad que el
sacramento del Orden les confirió. Todos los sacerdotes están llamados a
ser conscientes de la especial urgencia de su formación en la hora
presente: la nueva evangelización tiene necesidad de nuevos
evangelizadores, y éstos son los sacerdotes que se comprometen a vivir
su sacerdocio como camino específico hacia la santidad.
Oh María,
y contemplar contigo
el Sacerdocio de tu Hijo unigénito y de tus hijos,
Madre de Cristo,
Madre de la fe,
oh Arca de la Alianza.
Madre de la Iglesia,
implorabas el Espíritu
Madre de Jesucristo,
y de su misión,
lo buscaste como Maestro entre la muchedumbre,
lo acompañaste en la cruz,
protégelos en su formación
en su vida y en su ministerio,
[1] Propositio 2.
[2] Discurso final al Sínodo (27 ottobre 1990), 5: L'Osservatore Romano, 28 octubre 1990.
[4] Cf. Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 28; Decreto sobre el ministerio y
vida de los pres bíteros Presbyterorum Ordinis; Decreto sobre la formación sacerdotal
Optatam totius.
[5] Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis (6 enero 1970): AAS 62 (1970), 321-384.
[7] Ibid., 1: l. c.
[8] Mensaje de los Padres sinodales al Pueblo de Dios (28 octubre 1990), III:
L'Osservatore Romano, 29-30 ottobre 1990.
[9] Angelus (14 enero 1990), 2: L'Osservatore Romano, 15-16 enero 1990.
[10] Ibid., 3: l. c.
[15] Cf. Sínodo de los Obispos, La formación de los sacerdotes en las circunstancias
actuales - Lineamenta, 5-6.
[17] Cf. Sínodo de los Obispos, VIII Asam. Gen. Ord., Mensaje de los Padres sinodales al
pueblo de Dios (28 octubre 1990), I: l. c.
[18] Discurso final al Sínodo (27 octubre 1990), 4: l. c.; cf. Carta a todos los sacerdotes de
la Iglesia con ocasión del Jueves Santo 1991 (10 marzo 1991): L'Osservatore Romano, 15
marzo 1991.
[19] Cf. Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium; Decreto sobre el ministerio y vida
de los presbíteros Presbyterorum Ordinis; Decreto sobre la formación sacerdotal
Optatam totius; S. Congregación para la Educación Católica, Ratio fundamentalis
institutionis sacerdotalis (6 enero 1970): l. c. 321-384; Sínodo de los Obispos, II Asam.
Gen. Ord., 1971.
[20] Propositio 7.
[21] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 5.
[22] Exhort. ap. post-sinodal Christifideles laici (30 diciembre 1988), 8: AAS 81 (1989),
405; cf. Sínodo de los Obispos II Asamb. Gen. Extraord., 1985.
[24] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros
Presbyterorum Ordinis, 7-8.
[25] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 1.
[27] Ibid.
[28] Propositio 7.
[29] Sínodo de los Obispos VIII Asam. Gen. Ord., La formación de los sacerdotes en las
circunstancias actuales, "Instrumentum laboris", 16; cf. Propositio 7.
[30] Angelus (25 febrero 1990): L'Osservatore Romano, 26-27 febrero 1990.
[31] Cf. Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros Presbyterorum Ordinis, 7-9.
[33] Conc. Ecum. Vat. II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros
Presbyterorum Ordinis, 9.
[34] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 10.
[36] Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros Presbyterorum Ordinis, 10.
[39] Mensaje de los Padres sinodales al Pueblo de Dios (28 octubre 1990), III: l. c.
[41] Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros Presbyterorum Ordinis, 12.
[43] Ibid.: l. c.
[45] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros
Presbyterorum Ordinis, 2; 12.
[49] Carta ap. Mulieris dignitatem (15 agosto 1988), 26: AAS 80 (1988), 1715-1716.
[50] Propositio 7.
[54] Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros Presbyterorum Ordinis, 14.
[55] Ibid.
[56] Ibid.
[57] Cf. Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 diciembre 1975), 75: AAS 68 (1976),
64-67.
[59] Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros Presbyterorum Ordinis, 12.
[60] In Iohannis Evangelium Tractatus 123, 5: l. c.
[61] Cf. Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros Presbyterorum Ordinis, 12.
[62] Ibid. 5.
[64] Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros Presbyterorum Ordinis, 12.
[65] S. Agustín, Sermo de Nat. sanct. Apost. Petri et Pauli ex Evangelio in quo ait: Simon
Iohannis diligis me?: ex Bibliot. Casin. in Miscellanea Augustiniana, vol. I, dir. G. Morin
O.S.B., Roma, Tip. Poligl. Vat. 1930, p. 404.
[66] Cf. Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros Presbyterorum Ordinis, 4-6;
13.
[67] Cf. Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 diciembre 1975), 15: l. c., 13-15.
[68] Cf. Const. dogm. sobre la divina revelación Dei Verbum, 8; 10.
[69] Conc. Ecum. Vat. II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros
Presbyterorum Ordinis, 5.
[70] Exhort. ap. post-sinodal Reconciliatio et paenitentia (2 diciembre 1984), 31, VI: AAS
77 (1985), 265-266.
[71] Conc. Ecum. Vat. II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros
Presbyterorum Ordinis, 6.
[72] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 42.
[74] Conc. Ecum. Vat. II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros
Presbyterorum Ordinis, 15.
[77] Exhort. ap. Familiaris consortio (22 noviembre 1981), 16: AAS 74 (1982), 98.
[79] Conc. Ecum. Vat. II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros,
Presbyterorum Ordinis, 16.
[80] Ibid.
[81] Propositio 8.
[82] Cf. Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros Presbyterorum Ordinis, 17.
[83] Propositio 10.
[84] Ibid.
[85] Cf. S. Congregación para los Religiosos y los Institutos Seculares y S. Congregación
para los Obispos, Notas directivas para las relaciones mutuas entre los Obispos y los
religiosos en la Iglesia Mutuae relationes (14 mayo 1978), 18: AAS 70 (1978), 484-485.
[87] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre el ministerio y vida de los presbíteros
Presbyterorum Ordinis, 10.
[89] Carta Enc. Redemptoris missio, (7 diciembre 1990), 67: AAS 83 (1991), 315-316.
[90] Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros Presbyterorum Ordinis, 10.
[96] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 9.
[97] Ibid.
[99] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decreto sobre el apostolado de los seglares Apostolicam
actuositatem, 3.
[100] Propositio 5.
[102] Mensaje para la V Jornada mundial de oración por las vocaciones sacerdotales (19
abril 1968): Insegnamenti, VI (1968), 134-135.
[104] Cf. Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 10; Decreto sobre el ministerio y
vida de los presbíteros Presbyterorum Ordinis, 12.
[106] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. sobre la Iglesia el mundo actual Gaudium et spes,
16.
[107] Misal Romano, Colecta de la Misa por las vocaciones a las Ordenes sagradas.
[108] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. sobre la sagrada liturgia Sacrosanctum concilium,
10.
[110] Ibid.
[111] Cf. C.I.C. can. 220: "A nadie es lícito (...) violar el derecho de cada persona a
proteger su propia intimidad"; cf. can. 642.
[113] Conc. Ecum. Vat. II, Decreto sobre el oficio pastoral de los obispos en la Iglesia
Christus Dominus, 15.
[114] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decreto sobre la formación sacerdotal Optatam totius 2.
[117] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decreto sobre la formación sacerdotal Optatam totius 2.
[121] Mensaje para la XXII Jornada mundial de oración por las vocaciones sacerdotales
(13 abril 1985) 1: AAS 77 (1985) 982.
[122] Mensaje de los Padres sinodales al Pueblo de Dios (28 octubre 1990) IV: l. c.
[124] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decreto sobre la formación sacerdotal Optatam totius, 11;
Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros Presbyterorum ordinis, 3; S.
Congregación para la Educación Católica, Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis
(6 enero 1970), 51: l. c., 356-357.
[126] Carta enc. Redemptor hominis (4 marzo 1979) 10: AAS 71 (1979), 274.
[127] Exhort. ap. Familiaris consortio (22 noviembre 1981) 37: l. c., 128.
[128] Ibid.
[129] Propositio 21.
[130] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. sobre la Iglesia el mundo actual Gaudium et
spes, 24.
[134] Sínodo de los Obispos, VIII Asam. Gen. Ord. La formación de los sacerdotes en las
circunstancias actuales" "Instrumentum laboris", 30.
[139] Ibid., 2.
[141] Angelus (4 marzo 1990), 2-3: L'Osservatore Romano, 5-6 marzo 1990.
[142] Conc. Ecum. Vat. II, Const. sobre la sagrada liturgia Sacrosantum concilium, 14.
[145] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros
Presbyterorum ordinis, 13.
[148] Ibid.
[152] Conc. Ecum. Vat. II, Decreto sobre la formación sacerdotal Optatam totius, 10.
[153] Ibid.
[154] Carta a todos los sacerdotes de la Iglesia con ocasión del Jueves Santo (8 abril
1979): Inseg- namenti II/1 (1979), 841-862.
[156] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et
spes, 15.
[160] Cf. Congregación para la Educación Católica, Carta a los obispos sobre la
enseñanza de la filosofía en los seminarios (20 enero 1972).
[162] Discurso a los participantes en la XXI Semana Bíblica italiana (25 setiembre 1970):
AAS 62 (1970), 618.
[164] "Fides, quae est quasi habitus theologiae": In Lib. Boetii de Trinitate V, 4, ad 8.
[166] Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción sobre la vocación eclesial
del teólogo Donum veritatis (24 mayo 1990), 11; 40: AAS 82 (1990), 1554-1555; 1568-1569.
[168] Itinerarium mentis in Deum, Prol., n. 4: Opera omnia, tomus V, Ad Claras Aquas
1891, 296.
[169] Conc. Ecum. Vat. II, Decreto sobre la formación sacerdotal Optatam totius, 16.
[170] Carta Enc. Sollicitudo rei socialis (30 diciembre 1987), 41: AAS 80 (1988), 571.
[171] Cf. Carta Enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 54: AAS 83 (1991), 859-860.
[172] Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción sobre la vocación eclesial del
teólogo Donum veritatis (24 mayo 1990), 21: l. c., 1559.
[174] Así, por ejemplo, escribía S. Tomás de Aquino: "Es necesario atenerse más a la
autoridad de la Iglesia que a la autoridad de Agustín o de Jerónimo o de cualquier otro
Doctor": Summa Theol., II-II, q. 10, a. 12; añade que nadie puede defenderse con la
autoridad de Jerónimo o de Agustín o de cualquier otro Doctor en contra de la autoridad
de Pedro: cf. Ibid. II-II, q. 11, a. 2 ad 3.
[180] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dog. sobre la Iglesia Lumen gentium, 48.
[183] Ibid.
[184] Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros Presbyterorum ordinis, 9; cf.
Exhort. Ap. Christifideles laici (30 diciembre 1988), 61: l. c., 512-514.
[187] Cf. Carta Enc. Redemptoris missio (7 diciembre 1990) 678: l. c., 315-316.
[190] Ibid.
[191] Ibid.
[192] Ibid.
[193] Cf. Discurso a los alumnos y ex-alumnos del Colegio Capránica (21 enero 1983):
Insegnamenti VI/I (1983) 173-178.
[195] Ibid.
[197] Ibid.
[204] Ibid.
[206] Cf. Ext. Ap. post-sinodal Christifideles laici (30 diciembre 1988), 61; 63: l. c., 512-
514; 517-518; Lett. ap. Mulieris dignitatem (15 agosto 1988), 29-31: l. c., 1721-1729.
[209] Ibid.
[213] Encuentro con los representantes del clero suizo en Einsiedeln (15 junio 1984), 10:
Insegnamenti VII/I (1984), 1798.
[217] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et
spes, 22.
[218] Sínodo de los Obispos Asam. Gen. Ord., La formación de los presbíteros en las
circunstancias actuales "Instrumentum laboris", 55.
[219] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros
Presbyterorum ordinis, 6.
[220] Carta Enc. Ecclesiam suam (6 agosto 1964) III: AAS 56 (1964), 647.
[224] Ibid.
[225] Ibid.
[226] Cf. Propositio 38; Conc. Ecum. Vat. II, Decreto sobre el ministerio y vida de los
presbíteros Pres- byterorum ordinis, I; Decreto sobre la formación sacerdotal Optatam
totius, I; Congregación para los Religiosos y los Institutos Seculares y Congregación
para los Obispos, Notas directivas para las relaciones mutuas entre los Obispos y los
religiosos en la Iglesia Mutuae relationes (14 mayo 1978) 2; 10: l. c., 475; 479-480.
[228] Ibid.
[230] Sínodo de los Obispos VIII Asam. Gen. Ord., La formación de los sacerdotes en las
circunstancias actuales, "Instrumentum laboris", 60; cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decreto
sobre el oficio pastoral de los Obispos en la Iglesia Christus Dominus, 30; Decreto sobre
el ministerio y vida de los presbíteros Presbyterorum ordinis, 8; C.I.C., can. 550, 2.