Microrrelato

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TRABAJO PRÁCTICO:

Microrrelato
El microrrelato es una construcción literaria narrativa distinta de la novela
o el cuento. Es la denominación más usada para un conjunto de obras
diversas cuya principal característica es la brevedad de su contenido. El
microrrelato también es llamado microcuento, minificción, microficción,
cuento brevísimo, minicuento, etcétera.

Historia del género


Textos escritos u orales de corta extensión aparecen a lo largo de todos los
tiempos. Fábulas, adivinanzas, parábolas, epitafios, graffittis, etcétera. El
microrrelato no es un fenómeno nuevo. Sienta sus bases en la Edad Media
en los llamados bestiarios y más adelante es posible encontrarlo en las
sentencias del Conde Lucanor, pero aún más atrás existen antecedentes en
las parábolas de Jesús, vistas de forma individual, separada del texto, como
estructuras narrativas completas y breves, exigencia de un microcuento. Lo
que las convierte en microrelato es el lector, al individualizarlos.

Dado que el cuento, y especialmente el cuento fantástico, es en idioma


español un género eminentemente rioplatense, el cuento breve es una
especialización de ese género y el microrrelato su destilación máxima en
autores que publican en Buenos Aires.

El microcuento nace en la Argentina en la década de los 1950 cuando con


Bioy Casares, Jorge Luis Borges realiza la antología Narraciones Breves y
extraordinarias, donde aparecen relatos de dos páginas hasta dos líneas.
Más adelante en 60 Jorge Luis Borges escribe nuevas narraciones de
microrrelatos en el libro El Hacedor, donde hay varios microrrelatos junto a
poemas, Bioy en Guirnalda con amores y Julio Cortázar masificó el género
con Historias de Cronopios y de Famas haciéndolo famoso en Europa.

En Estados Unidos se empieza en los años 70 y fuera del Río de la Plata en


Latinoamérica se comienza a explorar con mayor intensidad a partir de la
década del 80. Es, sin duda, reflejo de lo absurdo y lo fragmentario de la
modernidad. Juan José Arreola, Marco Denevi y Monterroso crearon las
condiciones para que el microrrelato irrumpiera con mayor fuerza.
Pedro de Miguel, en el diario El Mundo, de Madrid dice:
Pero es en la época moderna, al nacer el cuento como género literario,
cuando el microrrelato se populariza en la literatura en español gracias a la
concurrencia de dos fenómenos de distinta índole: la explosión de las
vanguardias con su renovación expresiva y la proliferación de revistas que
exigían textos breves ilustrados para llenar sus páginas culturales. Algunas
de las greguerías de Ramón Gómez de la Serna son verdaderos cuentos de
apenas una línea, y también Rubén Darío y Vicente Huidobro publicaron
minicuentos desde diversas estéticas. Junto a estos autores, la crítica señala
también al mexicano Julio Torri y al argentino Leopoldo Lugones como
decisivos precursores del actual microrrelato.

En la segunda mitad del siglo XX, proliferan estos textos que David
Lagmanovich llama "cuentos concentrados al máximo, bellos como
teoremas [...] que ponen a prueba nuestras maneras rutinarias de leer". Se
presenta como una auténtica propuesta literaria, al grado de que es raro el
escritor que no lo haya intentado.

No es de extrañar entonces que los mecanismos de construcción del


microcuento contemplen el quiebre de expectativas del lector que lo impele
a seguir buscando el sentido, y no sólo esto, sino además otorgar el sentido
al completar los significados que apenas se esbozan o se insinúan apoyados
en otro de los mecanismos propios de su construcción, "el doble sentido",
es decir, la posibilidad de que lo dicho signifique no sólo lo literal e incluso
algunas veces en absoluto lo literal, sino otra cosa que el lector debe
encontrar para completar la narración, siendo de este modo lector y autor al
mismo tiempo.

Juan Armando Epple ha definido así este tipo de composiciones: "Lo que
distingue a estos textos como relatos es la existencia de una situación
narrativa única, formulada en un espacio imaginario y en su decurso
temporal, aunque algunos elementos de esta tríada (acción, espacio,
tiempo), estén simplemente sugeridos."

Para entender el microcuento no se necesitan referentes externos salvo


aquellos de orden cultural que permiten otorgar sentido a algunas
expresiones. Esta narración es por sobre todo concisa, es decir, breve y
precisa y de una gran intensidad expresiva, pues es un verdadero extracto
no en el sentido del resumen, sino en el sentido de "esencia", es decir,
aquello que contiene lo más importante, lo central.
Principales características
La brevedad
No es falso asegurar que la brevedad, noción que también aplica al cuento,
sea lo más común de este tipo de textos. Sin embargo, es una característica
bastante subjetiva, ya que existen microrrelatos de varias páginas, decenas
de palabras o incluso cuatro.

Los títulos son pertinentes, porque cumplen una indudable función de


focalización. En algunos casos son imprescindibles para completar el
sentido, por eso cuentan (importan) en el texto. Se entiende, eso sí, que
contar el número de palabras es sólo una forma de ilustrar el concepto de
brevedad.

Aun así, hay análisis que se centran en este método de contar palabras para
la clasificación, y distinguen: "hiperbreve", "microrrelato", "cuento breve",
"cuento", "novela breve" o "novela", etc.

La temática

Como otras obras literarias, los microcuentos abarcan las más diversas
temáticas que van desde la ficción pura, la inclusión de otros discursos
(políticos, sociales, etcétera), hasta el uso de la intertextualidad.

Cruce de géneros
La economía de palabras es notoria, pero a medida que el microrrelato se
va haciendo popular, también la variedad de la forma va aumentando. Esto
provoca la destrucción de los géneros, hasta el punto de que resulte
imposible -e inútil- tratar de definirlo, distinguirlo o clasificarlo. Se postula
entonces un género híbrido que con sus recursos estilísticos entremezcla
narración, ensayo, poesía, etcétera.

El microrrelato - Pedro de Miguel

Microcuento, minicuento, cuento minúsculo, cuento en miniatura, incluso


cuentículo... Existen demasiadas denominaciones para dar cuerpo al cuento
brevísimo, entre las que parece imponerse la de "microrrelato".
Un fenómeno en absoluto nuevo en la literatura, que sin embargo parece
ponerse de moda en el último medio siglo, de la mano de insignes
cultivadores de la ficción hispanoamericana como Borges, Cortázar,
García Márquez, Arreola, Denevi y Monterroso. Porque, aunque el
microrrelato no es ajeno a todas las literaturas contemporáneas -basta
recordar la extraña belleza de los cuentos breves de Kafka o el impagable
humor de los de Slawomir Mrozek-, parece haber irrumpido con mayor
fuerza al otro lado del Atlántico, donde también se ha intentado dotarlo de
base teórica y distinguirlo de especies afines. No faltan en nuestro país
brillantes cultivadores del microrrelato, como Luis Mateo Díez, Max Aub
o Antonio Pereira, y es raro el escritor que no haya perpretrado uno
alguna vez.
El microrrelato hunde sus raíces, como toda literatura, en la tradición oral,
en forma de fábulas y apólogos, y va tomando cuerpo en la Edad Media
a través de la literatura didáctica, que se sirve de leyendas, adivinanzas y
parábolas. Algunos han visto el microrrelato como la versión en prosa del
haiku oriental y otros lo han hecho derivar de la literatura lapidaria.
Pero es en la época moderna, al nacer el cuento como género literario,
cuando el microrrelato se populariza en la literatura en español gracias a la
concurrencia de dos fenómenos de distinta índole: la explosión de las
vanguardias con su renovación expresiva y la proliferación de revistas que
exigían textos breves ilustrados para llenar sus páginas culturales. Algunas
de las greguerías de Ramón Gómez de la Serna son verdaderos cuentos de
apenas una línea, y también Rubén Darío y Vicente Huidobro publicaron
minicuentos desde diversas estéticas. Junto a estos autores, la crítica señala
también al mexicano Julio Torri y al argentino Leopoldo Lugones como
decisivos precursores del actual microrrelato.
En la segunda mitad del siglo XX el microrrelato llega a su madurez. Ya no
se trata de un ejercicio de estilo, de una pirueta de agudeza o de un retazo
más o menos misterioso de prosa poética. El microrrelato se presenta como
una auténtica propuesta literaria, como el género idóneo para definir,
parodiar o volver del revés la rapidez de los nuevos tiempos y la estética
posmoderna. Algo que tiene que ver con Italo Calvino y sus "Seis
propuestas para el próximo milenio", con sus "hibridaciones
multiculturales", como ha señalado Enrique Yepes, uno de los estudiosos
de este arte pigmeo. El cuento brevísimo es la arena ideal donde se bate la
moda de la destrucción de los géneros, hasta el punto de que resulte
imposible -e inútil- tratar de definirlo, distinguirlo o envolverlo de
legalidad.
Proliferan así estos "cuentos concentrados al máximo, bellos como
teoremas" -según expresión del argentino David Lagmanovich- que, con
su despojamiento, ponen a prueba "nuestras maneras rutinarias de leer".
Para diferenciarlos de los aforismos, las frases lapidarias o los miniensayos,
deben cumplir los principios básicos de la narratividad, aunque de una
forma extravagantemente concentrada. Son, casi siempre, ejercicios de
reescritura, o minúsculo laboratorio de experimentación del lenguaje, o
ambiciosa pretensión de encerrar en unas líneas una visión trascendente del
mundo.
Pero queda una sospecha: ¿no habrá en todo esto un poco de pereza?
Con su humor de siempre, Augusto Monterroso parece sembrar la duda
cuando escribe: "Lo cierto es que el escritor de brevedades nada anhela más
en el mundo que escribir interminablemente largos textos en que la
imaginación no tenga que trabajar, en que hechos, cosas, animales y
hombres se crucen, se busquen o se huyan, vivan, convivan, se amen o
derramen libremente su sangre sin sujeción al punto y coma, al punto"

Interés actual por el microrrelato

Proviene de una parte, de la revitalización de la máxima de Gracián,


aplicada al cuento ya de por sí breve: "Lo bueno, si breve, dos veces
bueno". De otra, como afirma uno de los maestros del microrrelato,
Enrique Anderson Imbert, "la brevedad del cuento tiene la virtud de ceñirse
a los impulsos cortos de la vida.
El micro cuentista descubre el valor estético de una imagen incongruente,
de una situación singular. En un rapto de simpatía se instala en el interior
de esa realidad inventada para gozarla en lo que tiene de original y para
expresarla en símbolos exactos". No sin humor, añade Monterroso: "La
brevedad no es un término de la retórica, sino de la buena educación"
"La piedra de toque donde suena si la moneda del cuento es de valor
auténtico -sugiere el filólogo José Luis González- me parece a mí que
estriba en que aguante el pulso de dos lecturas al menos.
En una primera lectura una obra de estas comprimidas dimensiones puede
apabullar la vista con el relumbrón de su final, de su concepción, de su
extraña e inapresable coherencia.
La segunda lectura, cuando está descubierta la magia, el truco, la parte de
atrás del escenario, puede añadir luces que no habían destacado en la
primera lección"

Autores y textos
Augusto Monterroso

"El dinosaurio"
"Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí"
"Hoy me siento bien, un Balzac: estoy terminando esta línea"
Gabriel Jiménez Eman
"Aquel hombre era invisible, pero nadie se percató de ello"
Franz Kafka
“La verdad sobre Sancho Panza”
Sancho Panza, que por lo demás nunca se jactó de ello, logró, con el correr
de los años, mediante la composición de una cantidad de novelas de
caballería y de bandoleros, en horas del atardecer y de la noche, apartar a
tal punto de sí a su demonio, al que luego dio el nombre de Don Quijote,
que éste se lanzó irrefrenablemente a las más locas aventuras, las cuales
empero, por falta de un objeto predeterminado, y que precisamente hubiese
debido ser Sancho Panza, no hicieron daño a nadie. Sancho Panza, hombre
libre, siguió impasible, quizás en razón de un cierto sentido de la
responsabilidad, a Don Quijote en sus andanzas, alcanzando con ello un
grande y útil esparcimiento hasta su fin
Juan José Arreola

"Teoría de Dulcinea"
En un lugar solitario cuyo nombre no viene al caso hubo un hombre que se
pasó la vida eludiendo a la mujer concreta.
Prefirió el goce manual de la lectura, y se congratulaba eficazmente cada
vez que un caballero andante embestía a fondo uno de esos vagos
fantasmas femeninos, hechos de virtudes y faldas superpuestas, que
aguardan al héroe después de cuatrocientas páginas de hazañas, embustes y
despropósitos.
En el umbral de la vejez, una mujer de carne y hueso puso sitio al anacoreta
en su cueva. Con cualquier pretexto entraba al aposento y lo invadía con un
fuerte aroma de sudor y de lana, de joven mujer campesina recalentada por
el sol.
El caballero perdió la cabeza, pero lejos de atrapar a la que tenía enfrente,
se echó en pos a través de páginas y páginas, de un pomposo engendro de
fantasía. Caminó muchas leguas, alanceó corderos y molinos, desbarbó
unas cuantas encinas y dio tres o cuatro zapatetas en el aire. Al volver de la
búsqueda infructuosa, la muerte le aguardaba en la puerta de su casa. Sólo
tuvo tiempo para dictar un testamento cavernoso, desde el fondo de su alma
reseca.
Pero un rostro polvoriento de pastora se lavó con lágrimas verdaderas, y
tuvo un destello inútil ante la tumba del caballero demente
"Ágrafa musulmana en papiro de oxyrrinco"
Estabas a ras de tierra y no te vi. Tuve que cavar hasta el
fondo de mí para encontrarte

Gabriel García Márquez


"...el drama del desencantado que se arrojó a la calle desde el décimo piso,
y a medida que caía iba viendo a través de las ventanas la intimidad de sus
vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves
instantes de felicidad, cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la
escalera común, de modo que en el instante de reventarse contra el
pavimento de la calle había cambiado por completo su concepción del
mundo, y había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba
para siempre por la puerta falsa valía la pena de ser vivida

José Antonio Martín


"Cuento que me contó una vez mi hija Adriana fastidiada de que le pidiera
un cuento: HABÍA UNA VEZ UN COLORÍN COLORADO"

César Vallejo
Mi madre me ajusta el cuello del abrigo, no porque empieza
a nevar, sino para que empiece a nevar

Jorge Luis Borges


"El regreso de Heráclito"
Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca aquel en
cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach

William Ospina
"Amenazas"
-Te devoraré –dijo la pantera.
-Peor para ti –dijo la espada

Carmen Peire
"Incógnita"
Una persona es lo que cree ser, lo que los demás opinan
que es y lo que realmente es. Desde esta perspectiva, no
se pudo averiguar quién cometió el asesinato

Características del microrrelato


David Lagmanovich
Se observan los siguientes rasgos distintivos:
a) es irrelevante su relación con el mundo natural, pero obligatoria su
vinculación con la naturaleza humana
b) enfoca un evento o incidente individual (o sea, no es una generalización)
c) marca el paso del tiempo sobre todo a través de formas verbales y
adverbiales y la distancia entre el tiempo interno de la narración y el de la
producción y lectura del texto, evitando así los rasgos de intemporalidad
El relato liliputiense
Javier Perucho

El microrrelato es un género literario con una tradición


robusta cuyos antecedentes en Hispanoamérica se
remontan al modernismo, aunque su apreciación por el
gran público apenas empieza a reconocerse.
Las teorías sobre su germinación van de las hipótesis de
Castañón -surge en la colonia para compensar una
necesidad social-, y de Zavala -son una característica de la
posmodernidad-, al deslumbramiento de De la Borbolla -la
literatura lapidaria, el epitafio, es la cuna del minicuento.
En México, la revista El Cuento, desde su fundación, fue su
principal promotor y divulgador, tareas que ejercía con
benevolencia, generosidad y magisterio su director, don
Edmundo Valadés.
Este añejo y novísimo género ha recibido múltiples
denominaciones, indeterminación grave, ya que en su
nombre recae su seriedad y valor artístico; por ejemplo, en
sus infatigables “Inventarios” José Emilio Pacheco lo
nombró “microrrelato”, y Valadés lo bautizó “minicuento”
en los talleres de composición literaria que impartía en las
instalaciones del Museo Carrillo Gil. A su vez, su principal
estudioso y divulgador contemporáneo, Lauro Zavala, lo
denomina “cuento mínimo'' y “minificción''; además, para
integrar la antología de marras estableció como criterio
taxonómico elemental la extensión de los relatos; es decir,
los que la conforman son textos con no más de 400
palabras.
Sin embargo, este florilegio permite inferir los rasgos de
identidad del microrrelato, útiles para entender su
naturaleza, aunque esta reseña no se pretende manual
jíbaro para reconocer minicuentos: así, descartando los que
son meros ejercicios de estilo, estampas, fábulas y
adivinanzas -porque pretenden fines didácticos
incompatibles con la naturaleza del género-, el resto admite
los tres elementos clásicos del cuento: principio, desarrollo
y final, además de la neoliberal economía léxica que los
individualiza -si en el cuento sin adjetivos esta máxima es
regla de oro, en el microrrelato es ley-, aparte de ceñirse
vicariamente a las otras normas de composición que le son
connaturales: unidad temporal, actual y espacial. Pueden, a
su vez, inferirse otros rasgos distintivos, vale decir, un solo
incidente, un personaje, una atmósfera; incluso los micro
cuentistas, los nuevos cazadores de géneros, han logrado la
maestría del arranque in media res o, aun más, trasplantar
exitosamente al género las técnicas literarias de las últimas
vanguardias, como el metacuento: el cuento sobre el
cuento, una reflexión sherezadeana sobre el arte del
microrrelato.

Integrantes:

 Araoz, Débora
 Cáceres, Ana Carolina
 Lobo, Guadalupe Romina
 Sulaiman, Romina
 Toledo, María José
 Villafañe, Rosana

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