Confio en Ti Susana Oro
Confio en Ti Susana Oro
Confio en Ti Susana Oro
Susana Oro
Confío en ti
Susana Oro
Córdoba - Argentina
Año 2018
1ª edición: Noviembre 2017
Registro Obra: Safe Creative Código Nª 1802155795621
Imagen portada: 123rf ©kiuikson © alinamd
© Susana Oro
©Todos los derechos reservados.
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
EPÍLOGO
AGRADECIMIENTOS
SINOPSIS
BIOGRAFÍA
CAPÍTULO 1
–No, no. esto no puede estar pasándome, Adrián –dijo Livi a gritos en
el restaurante, una vez que Tina Martínez salió del lugar–. Yo creía
ciegamente en ella, y ahora cómo voy a confiar en que no te tiras a alguna de
tus compañeras.
A David el rostro compungido de su cuñado le hizo gracia. Aunque en
el fondo sentía una extraña angustia por Tina Martínez, la mujer a la que en
un día le había visto las dos caras. La que creía que recitando mantras se
podía ser feliz, y la que había entrado al restaurante a gritarle como loca a su
marido. Según ella la había traicionado en la confianza.
David estaba asombrado de que una mujer ocupara tantas horas de su
día, puesto que no las tenía en muy alta estima después de lo que le había
pasado con Liliana. Quizá era empatía, ya que Tina Martínez también había
sido traicionada.
–Livi, yo nunca te engañaría, tesoro –dijo Adrián, y David vio que
Livi y sus dos hermanas pequeñas lo miraban como si no le creyeran.
¿Tanto había influido Tina Martínez en la parte femenina de su
familia para que ahora todas dudaran del pobre Adrián?, que era una especie
de santo que adoraba a Livi, se preguntó David.
–No sean ridículas. Adrián es un hombre íntegro –dijo David en un
intento por defenderlo.
–¿Y eso cómo lo sabes? Tú creías ciegamente en tu esposa, y mira
cómo te fue –aclaró Livia.
–¡Dios mío! Esto no me puede estar pasando –dijo Adrián, y se mesó
el cabello rubio. Era un hombre de facciones interesantes, ojos tan claros
como el mar del Caribe. Alto, de espalda ancha, un hombre bien parecido que
podía conquistar a muchas mujeres. Livi pensaba que si habían engañado a
Tina, por qué no iban a engañarla a ella, una mujer llena de inseguridades.
–Mi vida se ha venido abajo –dijo Livi.
–Eso mismo pienso yo –dijo Cata–. Míralo, él puede conquistar a
cientos de mujeres. ¿Qué ha visto en ti, que eres una del montón, Livi? –y la
señaló para que no le quedaran dudas.
David miró horrorizado a Cata. Su hermana pequeña no podía estar
sembrando esas dudas en Livi. Adrián tenía los ojos tan abiertos ante el
comentario de Cata, que parecía que en cualquier momento se le saldrían de
las cuencas.
–¡Oh! ¡Es cierto! –gritó Livi, y se puso a llorar a gritos en el
restaurante.
Gaby las miraba a las dos sin poder creer lo que decían. Adrián se
acercó a su esposa para tratar de consolarla, pero Livi lo apartó de un
manotazo. David tampoco podía creer hasta qué punto Tina Martínez había
influido en su hermana, para que ella por un pequeño escándalo de su ídolo
hubiera perdido toda su seguridad.
–No me toques con esas manos que deben haber tocado a tantas
mujeres. Si ese miserable de aquella mesa engañó a Tina, ¿por qué tú no ibas
a engañarme a mí?
–Livi, mi cielo, mi tesoro, ni tú puedes creer lo que estás diciendo,
amor de mi vida –dijo Adrián usando todo su repertorio de calificativos
cariñosos para elevarle la autoestima a su esposa.
–No me mientas. No soy tu amor, tu vida, tu cielo ni tu tesoro. ¿A
cuántas le dirás lo mismo? Sinvergüenza. Descarado. Esta noche no se te
ocurra volver a “mi casa” –remarcó mi casa como lo había hecho Tina
Martínez con su esposo.
David estaba tan desencajado con el razonamiento ilógico de su
hermana como el pobre Adrián. La mayor de sus tres hermanas, que confiaba
a ciegas en su esposo se estaba inventando toda una larga lista de engaños
que solo estaban en su imaginación, y la culpa era de Tina Martínez.
Esa mujer haría un desastre en la vida de la gente que había tenido fe
ciega en sus bla, bla, pensó David.
–Livi, me parece que has creído a ciegas en las teorías de Tina
Martínez –dijo David–. Ella no es la dueña de la verdad. Hoy ha quedado
demostrado.
–Tú no tienes derecho a opinar. Eres un escéptico. Ni siquiera la
escuchaste. No te metas en lo que no entiendes. Ella debe estar destrozada, y
todo por culpa de ese idiota que está allá –señaló la mesa donde estaba el
caradura del marido, y David tuvo ganas de levantarse y romperle la cara de
una trompada. Su hermana por culpa de esos dos estaba tirando su bella vida
al diablo.
–Vámonos, Livi. Esta noche me quedo en tu casa para asegurarme de
que Adrián no venga a tratar de convencerte –dijo Cata.
–¡Cómo! –dijo Adrián, que aún no asimilaba lo que estaba
sucediendo. Habían ido a cenar y de repente Livia lo dejaba.
–Me parece que están exagerando –aclaró Gaby.
–Livi, cariño, tenemos dos niños hermosos. Tenemos un matrimonio
fantástico.
–Sí, claro. Tenemos dos niños que yo cuido mientras tú te tiras a todas
tus compañeras de trabajo. Crees que no sé cómo te persiguen. Eso me pasa
por casarme con un hombre atractivo. Si me hubiera buscado otro más
común, panzón y pelado, me adoraría –dijo Livi sin entrar en razón.
–Yo te adoro, Livi. Y no hay otra –dijo Adrián. Se había mesado tanto
el cabello que ya estaba con los pelos de punta.
–Vamos, Cata. Ya no quiero escuchar más palabras mentirosas –
aclaró Livi.
–¡Palabras mentirosas! Pero si yo nunca te mentí –gritó Adrián
perdiendo la serenidad.
–Gaby, ve con ellas y trata de que Livia entre en razón, porque con
Cata mañana pide el divorcio –dijo David.
Gaby asintió y corrió tras sus hermanas, que ya estaban en la puerta.
Livi lloraba como loca mientras Cata le iba gritando que todos los hombres
eran unos traicioneros.
–¿Qué hice mal? –preguntó Adrián cuando las tres se fueron.
–Nada, qué vas a hacer mal. Solo que se han vuelto locas –dijo
David–. Dame el famoso libro de los pensamientos que voy a ver si está el
correo de la gurú para decirle lo que ha ocasionado su numerito en el
restaurante.
Adrián le dio el libro que se había olvidado su esposa, y David se fue
directo a la última página, donde ponía un correo para que sus seguidores les
dejaran saber su parecer.
David supuso que la mujer ya debía estar recibiendo demasiada
mierda, y se sintió algo culpable de agregar una gota más a su vaso lleno.
Pero su hermana, por Dios, su hermana se había ido llorando por creer que su
marido también la engañaba.
Si bien sus tres hermanas eran un incordio, él siempre las había
protegido. Aunque en ese momento algo en su interior le impedía culpar a
Tina Martínez de la debacle del matrimonio de Livi y Adrián.
–¿Tiene correo? –preguntó Adrián. David asintió, mientras lo escribía
en su móvil–. Esa mujer ya debe estar recibiendo demasiada mierda, David.
No quiero ser el causante de que se lance por el balcón –aclaró Adrián,
siempre tan condescendiente–. No puedo culparla de las inseguridades de
Livi.
La empatía de Adrián con el dolor ajeno lo dejó pensando en ella.
–Es lo que estaba pensando. Tampoco quiero ser la gota que colma su
vaso.
–Imagínate que para hacer este escándalo en un lugar público, debe
haber estado realmente dolida y muy desconcertada.
Destrozada, pensó David. Él había visto su seguridad en la
conferencia. Ella vivía esa vida de mantras y su marido había tirado al traste
toda su bendita confianza en la gente.
–No la puedo culpar de las inseguridades de Livi –siguió repitiendo
Adrián. David frunció el entrecejo, como si las palabras de su cuñado le
hubieran calado en el corazón.
Nada mejor que una dosis de realidad para bajarla de esa vida de
ensueño, pensó David. Él sabía lo que era que te bajaran de un plumazo de la
vida ideal, y que revolcaran tu amor por el lodo. Sabía lo que era sentirse
humillado por la persona que había amado. Aunque supuso que lo que Tina
Martínez estaba viviendo debía ser multiplicado por cien, puesto que ella no
solo había sido traicionada por el marido, sino que esa traición estaba tirando
por la borda toda su perfecta y feliz vida. Y sintió pena por ella.
–¿Quieres quedarte en mi casa? –preguntó David a su cuñado.
–No. Me voy a la casa de tus padres así veo a los niños. Seguro que
me dejan dormir en el sillón de la sala –dijo Adrián–. No quiero que Livi les
llene la cabeza con las mentiras que se está inventando. Ella es muy
impulsiva.
Sus padres adoraban a Adrián, y no tuvo dudas que lo invitarían a
quedarse mientras ellos trataban de convencer a Livia de que se había vuelto
loca de remate al dejar a su esposo por algo que le había pasado a la escritora
Tina Martínez.
La verdad es que lo de Livi no tenía ni pies ni cabeza, pero así de
ilógica solían ser sus hermanas.
David se alegró de regresar a su casa solo, porque después de un año
de estar divorciado, y de no interesarse por ninguna mujer, una había
despertado su curiosidad.
Esa noche pensaba investigar la vida de Tina Martínez.
Dos horas después de poner el nombre de Tina Martínez en San
Google, David sabía más de la predicadora que lo que debía saber ella
misma. La mujer era muy conocida en el mundo de la autoayuda. Daba
talleres, conferencias y había salido en distintos medios. Incluso encontró
notas y reportajes de distintos blogs y páginas. También había muchos
artículos de personas que comentaban sus ideas. Mucha gente le agradecía
porque con sus libros habían logrado una vida feliz. Al parecer ella centraba
todos sus libros en el tema de la confianza, ya que el más famoso era “La
confianza es la clave de un matrimonio feliz”.
¡Qué el marido la hubiera estafado en lo que a ella le había dado la
fama debió ser un golpe tremendo!
Sintió empatía por la mujer que le había inspirado bronca. Él sabía lo
que era que la persona que amabas pisoteara tu confianza. Él había seguido
adelante cargando su desconcierto, indignación y odio. Tina Martínez no
podría cargar con semejante peso, ella había perdido su vida.
Agarró el libro que le había llevado a su hermana, y leyó los
agradecimientos. A mi esposo Marcelo, que es mi fuente de inspiración y el
hombre que me ha permitido creer en todo lo que digo.
¡Vaya mierda!, se dijo David.
Abrió el correo y copió el mail de Tina.
De: David Valente
Para: Tina Martínez
Asunto: Avestruz
Creo que debo ser uno de los pocos no seguidores que tiene que pudo
verla en un mismo día como si se tratara de dos personas diferentes. La
mujer segura de que sus palabras positivas podían darle una vida feliz, y la
mujer que estalló en el restaurante cuando descubrió que su esposo había
tirado por la borda, no solo su matrimonio, sino toda su perfecta vida. Y
debo ser también uno de los pocos que en este momento la admira. ¡Qué
lástima que no pude conocerla en otra circunstancia!, puesto que en su
conferencia no estaba muy feliz, como usted ya pudo verlo.
Si me permite voy a darle un consejo. No se esconda como el
avestruz. Las personas que confiaron en usted merecen una explicación, y
creo que usted también merece salir con altura de este problema.
Con esos libros suyos tan idealistas, se cargó a todos los necesitados
del mundo sobre sus hombros, y ahora los tiene en contra, por lo que tendrá
que encontrar la forma de salir del atolladero.
Cuando la conocí en la conferencia creí que era una farsante. En La
Cueva descubrí que usted no es una farsante que buscaba ganar dinero.
Usted es una idealista. Es sincera, a pesar de que está equivocada. Yo soy el
mejor ejemplo de su equivocación, pero dudo que le interese saber el porqué.
Usted ya tiene su propia vida para corroborar su equivocación.
PD: Mi hermana Livia estaba en La Cueva, y dejó a su esposo
cuando escuchó que el suyo la había traicionado. ¿Sabe por qué? porque si
la habían engañado a usted, cómo no iban a engañarla a ella. ¿Se da cuenta
de lo endeble que es la confianza de sus fieles seguidores?
Si necesita ayuda para convencerse de lo mierda que es la vida, me
pongo a su disposición.
David Valente.
CAPÍTULO 5
Diez días habían pasado desde que Tina Martínez había sido suya tras
un árbol del parque. En diez días habían pasado tantas cosas que a David le
costaba asimilarlas. Lo más importante, ella había desaparecido después de
dar todas las explicaciones que le pidieron. No te escondas como el avestruz,
le había recomendado David, y ella había seguido su consejo. Se fue con la
frente en alto y sin deber una respuesta a nadie.
Lo más grave era que alguien los había filmado en el restaurante del
parque y el video donde la tenía sentada en su regazo y se besaban había
corrido por las redes. Durante diez días David y Tina otra vez fueron
acosados por todo tipo de comentarios, positivos y negativos. Al menos nadie
había filmado el amor que compartieron tras el árbol, con ella desnuda en sus
brazos.
Tina no sufrió demasiado porque no estaba para dar explicaciones.
Seguidores y no seguidores se apostaron durante días en su casa y la buscaron
por todos lados, pero era como si se la hubiera tragado la tierra. Él sabía
dónde estaba. Bueno, saber era una exageración puesto que le faltaba el
nombre del pequeño pueblo donde vivía su abuela. No tenía ningún dato
preciso de su paradero. No sabía si era la abuela materna o paterna. Nada, no
sabía nada.
Así como el día del escándalo en La Cueva descubrieron el domicilio
de Tina y se apostaron en su casa, también descubrieron el domicilio de la
ferretería de David, y él tuvo que soportar los rabiosos comentarios de los
seguidores de Tina. Con ese beso en el bar del parque David se hizo tan
público como ella, y todos los días venía alguien a la ferretería a preguntar
por Tina.
Un día llegó el abogado que le haría el divorcio porque necesitaba
ubicarla para que firmara la demanda. Eso lo desconcertó. En su última charla
del parque David había interpretado que el juicio ya estaba iniciado, pero al
parecer no era así. Eso quería decir que su esposo todavía tenía poder sobre
ella en ese momento.
Otro día apareció su agente gritando que David la tenía escondida, y
que si no aparecía lo pagaría muy caro. David lo había mirado desconcertado
porque no podía creer lo que ese idiota le estaba diciendo. Pero eso no fue
nada comparado con el día que Marcelo Fuentes, su traicionero esposo, entró
a zancadas a la ferretería y sin darle tiempo a reaccionar le dejó morado el ojo
izquierdo. Después vinieron los insultos y reclamos porque había besado a su
mujer en público y lo había dejado en ridículo frente al mundo, ¡a él!, que era
un abogado respetado, como le gritó.
El egoísmo del hombre despertó la ira de David y le devolvió dos
puñetazos, uno le amorató el ojo y el otro le partió el labio. ¡Un estafador
pidiéndole que rindiera cuentas!, era algo que le costaba asimilar. El marido
de la escritora se parecía tanto a Liliana que David dedujo que los traidores
eran las personas más inmorales del mundo. Esos golpes le costaron muy
caros, puesto que el malnacido lo acusó de hacer desaparecer a Tina.
De ser una víctima de las circunstancias, David terminó siendo el
culpable de la desaparición de Tina Martínez. En las redes hablaban de
secuestro y asesinato como si él fuera un delincuente. Lo juzgaban y
condenaban sin pruebas. La ferretería se llenó de gente que había perdido el
control. Le rompieron los vidrios y derribaron todos los estantes con
mercadería. Inclusive aprovecharon para robarse todo lo que les cabía en las
manos y les entraba en las mochilas, mientras a él lo molían a golpes.
Tuvo suerte de que Adrián y su padre llegaran antes de que lo
mataran. David quedó internado y le hicieron todo tipo de estudios. La había
sacado barata, dijeron los médicos, pero él tenía hematomas en todo el
cuerpo, le dolía hasta la punta del cabello y sentía que la ira le corría por la
sangre. Lo tuvieron dos días internado en observación, y cuando salió no se
animaba ni a traspasar la puerta de la clínica por temor a que lo mataran. Era
la injusticia más grande de su vida.
Y Tina Martínez seguía sin aparecer para desmentir todo el desastre
que se había armado.
–Cómo puede estar pasándote esto, hijo querido –dijo Elvira
desesperada, sentada al lado de David, que estaba recostado en el sillón de la
sala de su casa. Lo único que quería era estar solo, pero ellos lo habían ido a
buscar a la clínica, y se habían empecinado en hacerle compañía en su casa.
–Es una locura. Tendríamos que buscar un abogado, por las dudas.
Esto se está yendo de las manos, y lo único que falta es que venga la policía a
interrogarte –dijo su padre, que caminaba preocupado de un lado a otro de la
sala.
David estaba tan dolorido que no se había percatado del alcance de las
palabras de su padre. Tenía tantos frentes de ataque que no le prestó atención.
–Ella tiene que aparecer y aclararlo todo, David –dijo Gaby.
Eso mismo pensaba David, pero mientras ella seguía descansando, o
haciendo vaya a saber qué, a él lo iban a matar por algo que no había hecho.
–¿No la tendrás escondida en algún lado, David? –preguntó Cata.
La mirada matadora de David la silenció, y apretó los puños al lado
del cuerpo para contener sus ganas de levantarse y darle vuelta la cara de una
cachetada. Cata, sin duda tenía una mente extraña, y un razonamiento
irracional. Lo conocía de toda la vida, ¿cómo podía dudar siquiera de que él
la tenía escondida? ¡Por Dios!, eran su familia. Si ella sospechaba, cómo no
iba a hacerlo el resto de locos que andaba suelto sacando deducciones tiradas
de los pelos. Aunque no eran tan tiradas de los pelos, dedujo David al
recordar la noche en que ella quiso irse del bar del parque y él la tomó del
brazo, la sentó en su falda y le devoró la boca. Luego la llevó en andas a la
oscuridad del parque y… Todo eso salía en las fotos y videos, y eso era lo
que lo inculpaba. Todo lo bello que compartieron esa noche se le había
venido en contra.
–Si no te hubiera obligado a ir a la conferencia no habrías conocido a
Tina Martínez, y ahora seguirías feliz con tu vida –dijo Livi, que estaba
parada junto a la ventana y lloraba como loca mientras se culpaba de las
desgracias de David.
Eso era cierto, pero él no había tenido una vida feliz y no se arrepentía
de haber conocido a Tina, a pesar de las consecuencias que estaba
soportando.
–Esto es producto de lo que su marido está poniendo en las redes. Tú
no tienes nada que ver, Livi –dijo David, pero ella seguía llorando
desconsolada.
–Tu vida y mi vida se han ido al diablo. Yo era una esposa ingenua y
feliz. Era feliz al no saber que Adrián me engañaba. Y ahora él tiene vía libre
para salir con todas esas compañeras que lo acosan –dijo Livia. Y sí, sus
hermanas eran un tanto egoístas. Todo el mundo era un poco egoísta. A él le
habían destruido el negocio y casi lo habían matado, pero Livi estaba más
preocupada por su matrimonio que por todas las acusaciones que David
estaba soportando.
–Livi, David está todo golpeado y encima ha perdido el negocio. No
puedes dejar de quejarte al menos por hoy y comprender lo que está pasando
tu hermano –dijo Elvira.
–¿Acaso no te importa que mi matrimonio se haya derrumbado? –
preguntó Livi a gritos a su madre.
–Lo echaste sin motivos –dijo Elvira–. Y ahora me has obligado a
decirle que se vaya de casa porque dices que yo atiendo a los niños.
–Y es cierto. Los atiendes tú. Así nunca va a valorar todo lo que hacía
por mi familia –aclaró Livia.
–Dejó las horas extraordinarias. A las dos sale del trabajo para ayudar
a los chicos con los deberes, después los lleva a todas esas actividades que te
empecinaste en cargarles a las pobres criaturas. Los baña, los acuesta, les lee
el cuento y a la mañana los levanta, les da el desayuno y los lleva a la escuela
antes de irse a trabajar. ¿Qué más pretendes que haga? –dijo Elvira.
–Ya veo como lo defiendes. Yo además de eso hacía todo en la casa.
Él llega y tiene la comida en la mesa, porque tú se la preparas. Y tú les das de
comer a mis hijos.
–¿Y qué pretendes? Qué los tenga sin comer hasta las tres que llega
Adrián –dijo Elvira.
–Creí que habían venido por mí. Pero parece que han venido a mi
casa a pelear –dijo David.
–Tienes razón, hijo –dijo su padre–. Si quieres te pido comida hecha
para esta noche y me las llevo a todas –comentó.
–Eso sería el paraíso –dijo David, y todas las mujeres lo miraron entre
desconcertadas y ofendidas.
–¡A las tres! ¡Llega a las tres! Si sale a las dos debería llegar dos y
cuarto. Eso quiere decir que de dos a tres se tira a alguna de sus compañeras –
gritó Livi, y se golpeó la cabeza contra el cristal de la ventana. Gracias a Dios
que no lo rompió y se clavó todos los vidrios, sino ahora mismo tendrían que
haber ido corriendo a urgencias, pensó David.
–Es que con tu hermana no se puede hablar –dijo Elvira sin prestarle
atención al ataque de nervios de su hija.
Para Livia no existía el problema de tráfico, o alguna demora por
asuntos de trabajo, pensó David. El pobre Adrián no podía ni ir al baño antes
de salir de la oficina. Que injusta estaba siendo Livia, pensó David, pero no
dijo nada para evitar otro escándalo.
–Eso es porque tú le estás facilitando la vida. Cómo va a comprender
el trabajo que hacía yo si tú lo ayudas en todo –gritó, y siguieron discutiendo.
–Livi tiene razón. Adrián no puede seguir viviendo en tu casa. Lo
tienes que correr para que sepa el sacrificio que ha hecho su mujer mientras él
disfrutaba con todas sus compañeras de trabajo –dijo Cata.
A David le dolía todo, pero lo que más le molestaba era la cabeza de
tanto escuchar idioteces. Su pobre cuñado no había cumplido con la parte de
tirarse a una compañera. Estaba tan agotado, que después de acostar a los
niños solía quedarse dormido en la cama de Lauti hasta el otro día, y se
levantaba como zombi al alba para seguir con el trajín. ¡Y lo acusaban de
tirarse a varias de sus compañeras! La vida era injusta, él y Adrián eran un
buen ejemplo de ello.
Por suerte para David, su padre ya había pedido una pizza a
domicilio, y cuando llegó se llevó a todas las mujeres.
–No vuelvan mañana. Mejor no vuelvan nunca –gritó David mientras
se alejaban peleando a la calle.
–Eres un desagradecido. Te venimos a cuidar y en lugar de agradecer
nos echas. Desalmado sin sentimientos –gritó Cata.
–Vamos, Cata, que todos los hombres son iguales de insensibles –dijo
Livia.
Gaby lo miró como si le pidiera disculpas, y David le sonrió y se
encogió de hombres. Pobre su hermana mediana que tuvo la desgracia de
nacer normal en una familia de mujeres desquiciadas, con su madre incluida,
puesto que Elvira no había logrado enderezar a Livi y Cata. No, las había
dejado a su aire, libres como el viento, y ahora eran huracanes descontrolados
que andaban por la vida fabricándose problemas.
Pero David tenía tantos frentes de ataques y estaba tan dolorido, que
sus hermanas salieron de sus pensamientos apenas traspasaron la puerta.
Se levantó como pudo del sillón, y todo encorvado se acercó a la
mesa donde tenía la pizza. Abrió la caja y se puso a comer mientras pensaba
en Tina Martínez. Ella le había dado vuelta la vida. Ya no tenía la ferretería y
encima casi lo habían matado por una suposición.
Si le daban un tema escabroso a la gente, era increíble la cantidad de
historias que se inventaban. Él era el mejor ejemplo de eso.
Ya nadie se acordaba de la caída de Tina, de los insultos, del libro de
la confianza que le había dado la fama y la había hundido, de que la habían
acusado de estafar a la gente para ganar dinero. Tina ahora era la pobre
víctima de un asesino que había estado siguiéndole los pasos. ¿Y quién era el
asesino?, David Valente.
David se acercó a la nevera y sacó una lata de cerveza. Regresó a la
mesa y siguió comiendo. A pesar de los golpes estaba muerto de hambre.
En ese momento le sonó el móvil y dio un brinco en la silla que le
hizo ver las estrellas y todos los planetas. Le costaba respirar por el dolor en
las costillas, pero también le dolía el hígado, la pierna derecha, los huesos de
la columna... Todo, le dolía todo. Pero cuando agarró el móvil y vio que era
su ex, deseó que aquella gente que lo había molido a palos hubiera terminado
el trabajo.
La muy maldita le mandaba mensajes ofensivos porque se había
besado en público con la escritora. Lo acusaba de que estaba siendo acosada
por sus compañeros, que estaban fascinados de que el pobre tipo al que había
engañado con su mejor amigo se hubiera tomado la revancha. ¡Y qué
revancha! ¡Y con qué mujer!, habían exclamado, que al parecer era cien
veces mejor que la gran doctora.
Te lo tienes merecido, maltratador de mujeres. Menos mal que te dejé
a tiempo, sino podría haber sido yo la que estaba desaparecida y tirada en
alguna zanja. Hasta de puta me tildaste. Ojalá que te metan preso,
traicionero y abusador.
El móvil se le escurrió de las manos. La cabeza parecía que le iba a
estallar de furia. Esa arpía venenosa, que lo había engañado de la forma más
vil, ahora lo pretendía acusar de abusador de mujeres.
¿Qué daño había hecho él? ¿Qué había hecho mal para que el
universo de Tina le devolviera tanta mierda? ¿Cómo funcionaba eso de dar y
recibir?, si él solo recibía mazazos en la cabeza. No le respondió porque no
iba a entrar en ese juego perverso de pelea viene y pelea va. Como Liliana
odiaba que la ignoraran, lo siguió atacando con palabras cada vez más
injustas y mentirosas. Incluso lo acusó de casi llegar a ahorcarla. Vaya
deducciones que sacaba esa bruja, se dijo y tuvo ganas de estampar el móvil
contra la pared. Era cierto que él la había insultado, y también había tenido
ganas de zamarrearla cuando vio la foto de su socio desnudo en el móvil de
Liliana, pero no la había tocado ni con un dedo. Pero claro, ella siempre se
olvidaba de mencionar ese pequeño detalle.
De ser un cornudo pasó a ser un hijo de puta abusador de mujeres
vulnerables, según ella. Estaba cansado de luchar con su ex, con los
seguidores de Tina, su agente y el idiota del marido. Estaba podrido de que lo
difamaran en las redes sociales y en la calle. Lo más grave era que su negocio
había quedado destruido y él estaba hecho pelota. ¿Qué más quería el
universo de él?
Adrián estaba con los últimos preparativos para salir unos días del
loquero en que se había convertido su vida. Desde que Livia lo había echado
y lo había puesto a cargo de todo lo referido a sus hijos Adrián se sentía
como si un camión le hubiera pasado encima.
Siempre había sido un hombre responsable. Había trabajado el día
entero para que a su familia no le faltara nada y para darle a Livia la casa de
sus sueños en un barrio bonito. Él creía que eran un matrimonio feliz. Ella
por lo visto no.
Siempre pensando que él la engañaba con sus compañeras de trabajo.
Siempre buscando un pero para la felicidad.
–¿Papá me puedo llevar la tablet a la casa de mamá? –gritó Marco.
–¿Claro, hijo? –dijo Adrián. Les había comprado una tablet a cada
uno en un momento de desesperación, cuando ya no le quedaban fuerzas para
estar corriendo todo el día tras Lauti, que era el más revoltoso. Desde que
tenían la tablet, que usaban después de terminar las tareas, él podía relajarse
un rato.
–¿Y Lauti puede llevar la suya? –gritó Marco.
–Claro que sí –dijo Adrián, que seguía guardando las cosas de los
chicos en un bolso. Estaban tanto tiempo con él que la mayoría de la ropa ya
estaba en su departamento. Adrián no quería olvidarse de nada porque le
daría la excusa perfecta para que le enviara esos mensajes llenos de
resentimiento y críticas. ¡Cómo si él le hubiera hecho algo para recibir tanto
odio!
Hacía más de un mes que lo había echado, y Adrián ya no se sentía
tan perdido, desconcertado y furioso. Se había acostumbrado a que la vida
podía cambiar de la noche a la mañana. Ya no trabajaba tantas horas, y al
estar tanto tiempo con sus hijos se daba cuenta de que se había perdido
mucho. Él hablada de que lo más importante era la familia, pero no la había
disfrutado.
–Es que Lauti está llorando porque se quiere ir contigo –gritó Marco.
Adrián dejó de guardar todo en los bolsos y fue a ver a su hijo. Al
entrar a la habitación solo vio a Marco, que le señaló debajo de la cama.
–Me voy con un grupo de compañeros. Es por trabajo –dijo Adrián–.
Y Lauti no sabe lo que se va a aburrir si viene conmigo –aclaró.
–Pero te vas a la cabaña que siempre íbamos con mamá. Yo puedo
jugar en el parque –dijo Lauti escondido debajo de la cama.
–Yo no te puedo cuidar todo el día, y tú eres muy travieso. Además,
mamá está contenta de que se queden con ella.
–¿Ella te lo dijo? –preguntó Lauti y sorbió por la nariz.
Decir, lo que se dice decir, no, pero en el mensaje que le envió no le
hacía reproches, en realidad solo le había contestado con sarcasmo, “que te
diviertas con tus ligues”. Adrián le había respondido con solo “gracias”
porque ya no quería discutir más.
–Ella me lo dijo –mintió Adrián.
–Yo quiero ir a la cabaña –dijo Lauti.
–Cuando vuelva organizamos una escapada a la cabaña –dijo Adrián
para conformarlo.
–¿Con mamá? –preguntó Lauti.
–No, tonto. Mamá no quiere ir con nosotros –dijo Marco. A Adrián le
dolió que su hijo mayor hablara con tanto desparpajo de la realidad.
–Marco, mamá los adora –dijo Adrián–. Es conmigo con quien no
quiere ir –aclaró.
–¡Ah! Porque yo escuché algo de que te quería dar una sorpresa –dijo
Marco.
–Yo no escuché –dijo Lauti.
Adrián se quedó pensando en qué sorpresa, además de haberlo echado
por suposiciones sin sentido, le tendría preparada Livi. Pero no iba a
amargarse justo cuando había decidido ir a pasar unos días de descanso a la
cabaña de las sierras.
–Bueno, junten lo que van a llevar que en media hora nos vamos –dijo
Adrián, y se marchó de la habitación de los niños para terminar de guardar la
ropa en el bolso.
Una hora más tarde estaba en la puerta de la casa de su esposa,
esperando con paciencia que se dignara a abrir. Había tocado cinco veces el
timbre y no lo había atendido. Como le había quitado la llave tampoco pudo
ingresar. Y mientras se marchaba resignado supuso que esa era la sorpresa de
la que había hablado Marco. Ella le quería arruinar su semana de vacaciones.
Pero no pensaba darle con el gusto.
–¿Mamá no nos está esperando? –preguntó Lauti con voz temblorosa.
–Se debe haber demorado en el bar –dijo Adrián, que ya estaba
cansado de justificarla.
–¿Y qué vamos a hacer? ¿Vamos a ir contigo? –preguntó Lauti.
–No, hijo. Se van a quedar con los abuelos.
–Sí, sí –gritaron los dos emocionados porque en la casa de los abuelos
podían hacer lo que querían.
Su suegra salió a recibirlo y lo miró con el entrecejo fruncido.
–¿No se quedaban con Livi? –preguntó Elvira.
–Pero la madre ejemplar no estaba –dijo Adrián cansado–. Cada vez
se comporta peor. Ni siquiera le importan sus hijos, Elvira –dijo Adrián.
–Seguro que se atrasó en el trabajo –la justificó.
–¿Ese bar es más importante que los niños? –preguntó Adrián
indignado.
–No seas tonto, ella sabe que yo los puedo recibir. Cuando salga los
vendrá a buscar –dijo Elvira.
–Cuando se desocupe de los ligues que consigue en el bar –dijo
Adrián.
–No te permito que dudes de Livi –dijo Elvira ofendida.
–¡Ah, no! Ella me acusó de forma injusta, ¿por qué yo no puedo
dudar?–dijo Adrián–. Ya estoy cansado de los caprichos de tu hija –aclaró–.
Podrido. Ya no la soporto más.
Elvira dudó de sus convicciones respecto a Adrián. Y pensó que
podría quedar con las manos chamuscadas. Su hija estaba encerrada a cal y
canto en la casa para poder ir a darle una sorpresa en la cabaña. y no tuvo
dudas que ella podía ser la sorprendida. Pero había prometido mantener la
boca cerrada, y mantuvo su palabra.
–Tienes razón, Adrián. Pero esto ya se les está yendo de las manos. Y
tú eres el más razonable. Siempre has sido el más comprensivo.
–Yo ya no quiero ser el razonable ni comprensivo. Yo no hice nada
para merecer esto –dijo Adrián, y le tendió los dos bolsos de los chicos, que
se habían metido corriendo apenas estacionó el coche en el ingreso de la casa
de sus suegros.
–No cometas una locura –dijo Elvira cuando su yerno ya estaba por
salir marcha atrás.
–¡Comete alguna locura, Adrián! –gritó David tras su madre. Había
salido de la casa y no se pudo contener al escuchar el consejo de su madre–.
Comete un montón de locuras –dijo David a gritos.
Adrián largó una carcajada, afirmó con la cabeza y se marchó.
–Cómo le vas a decir eso, David. ¡Te has vuelto loco!
–Mi querida madre, después de ver lo que estamos soportando los
hombres de esta casa, te aseguro que los locos no somos nosotros –aclaró, le
dio un beso y se marchó.
– Hace una semana estuve con la escritora–dijo Elvira, y su hijo
detuvo su retirada–. Tina es un encanto de mujer –aclaró–. Estuvo toda la
tarde hablando con Livi y conmigo.
David se giró para mirarla, y Elvira pudo ver la curiosidad en su
mirada.
–Llegó a la conclusión de que ella no es la culpable de todo lo que
pasó.
–Todos los días saca una nueva conclusión. Al paso que va, se
terminará convenciendo de que la confianza, que la hundió, es la clave de la
felicidad –dijo David.
–Creo que está en ese camino. Se fue muy contenta después de
escuchar lo que le dije –aclaró Elvira.
–¿Qué le dijiste, mamá?
–Que la confianza es una virtud de pocos –aclaró Elvira–. Le encantó
mi deducción. Para mí que va a volver a escribir –dijo Elvira llena de orgullo
por sus supuestos logros.
David frunció el entrecejo. Habría deseado que ella se apartara de esa
vida tan pública, pero al parecer la felicidad de Tina estaba en su vida pasada.
Y él supo que había tomado la decisión correcta.
Livia había venido llena de ilusión al creer por primera vez que
Adrián estaría triste y solo en la cabaña. Se había animado al reto de Tina, y
allí estaba estrellándose contra un paredón de cemento.
Él estaba, no con una, sino con las dos compañeras que siempre se le
estaban insinuando. Y una, la que tenía treinta y cinco años, dos más que la
edad de su esposa, se le había insinuado de forma descarada.
Él la había rechazado, pero quién podía asegurarle que no había visto
su coche escondido a un lado de la cabaña, o a ella tras el tronco de un árbol.
Venir no había sido buena idea porque la incertidumbre le daba
esperanzas, en cambio, la realidad la había noqueado de un solo golpe. Él
tenía relación con sus compañeras. Él le había mentido. El silencio de Adrián
era prueba suficiente. Lo miró a los ojos, y él se removió incómodo. Incluso
se metió las manos en los bolsillos. Parecía nervioso, y ella tuvo ganas de
abalanzarse sobre él y arañarle toda la cara. Pero no le daría con el gusto.
–No vas a decir nada –dijo Livia, que ya no soportaba más ese
mutismo en el que se había encerrado.
–¡Hola, Livi! –dijo Adrián, aunque se arrepintió al ver a Livia fruncir
el entrecejo. Él no sabía qué decir, y no sabía cómo empezar a contarle por
qué las dos mujeres con las que ella lo celaba estaban allí. Lo que no le iba a
decir era que había estado a punto de aceptar la propuesta de Luciana–. Qué
sorpresa tan… agradable –agregó, pero la pausa le quitó veracidad a la
palabra agradable.
–¡Agradable! No pareces muy contento de verme. Y no tengo dudas
que si me hubiera demorado media hora más te habría encontrado
revolcándote en la cama con uno de tus ligues –dijo Livia.
–Eso no lo puedes asegurar –dijo Adrián algo nervioso porque eso
podría haber pasado, o no. Ni él sabía si habría aceptado.
–¿Te has querido burlar de mí al traerlas a las dos? ¿Qué pretendías?,
tirarte una cada noche. ¿Tan poca moral tienen esas mujeres que están
dispuestas a compartirte? ¿Duermen todos juntos?
–¡Qué imaginación tienes, Livia! También han venido Leonel y
Federico. Además, yo no los invité. Ellos se vinieron solos –aclaró Adrián.
–Leonel es un niño, Adrián. Y esas dos han venido a divertirse
contigo y con Federico. De Federico lo puedo aceptar porque hace años que
está divorciado. Lo que aún no sé es cuál es el juego sexual, Adrián. ¿Con
cuál compartes la cabaña? ¿O esto es una orgía? –dijo Livia furiosa.
–Por Dios, Livia, qué estás diciendo. ¿Acaso no me conoces? –dijo
Adrián ofendido.
Ella en lugar de responderle salió disparada hacia la cabaña a buscar
evidencias. Adrián arqueó las cejas y la siguió relajado, sabiendo que no
encontraría nada. Ella tratando de pescarlo en falta se iba a topar con una
realidad en la que no quería creer.
Iba por detrás de Livi con paso tranquilo y las manos en los bolsillos.
No le iba a dar con el gusto de suplicarle, tampoco pensaba aclarar que estaba
solo. Él ya no quería seguir explicando sus sentimientos a una mujer que no
confiaba en él. Lo había acusado injustamente y ahora buscaría hasta una taza
de más en el fregadero para encontrar una traición que hasta el momento no
se había producido.
–No hay nada. O han sido muy cuidadosos…
–O no pasó nada de lo que tienes en tu imaginativa cabecita –dijo
Adrián, que estaba metido dentro de la nevera buscando una gaseosa. La
sacó, tomó un sorbo y se la tendió. Ella por costumbre la recibió y bebió.
Llevaban años con esas pequeñas y hermosas rutinas, y Adrián esbozó una
sonrisa porque la distancia no les había quitado los hábitos que tanto les
gustaba compartir–. Ha quedado pescado, si quieres te traigo o vamos juntos
y cenas con mis compañeros –aclaró.
–No he venido a cenar con tus compañeros –dijo Livia.
En eso entró corriendo Juni. Ya había descubierto a Livia y seguro
que venía a reclamar algo que nunca había tenido, pensó Adrián y negó con
la cabeza.
–Vaya, la esposa que te corrió de casa ha venido a controlar –dijo
Juni, aportando un granito de arena a sus problemas, o mejor sería decir una
montaña de las grandes.
–Livia, pero qué sorpresa más agradable –dijo su amigo Federico–.
Ahora sí mi amigo se va a sentir de mejor humor. Casi lo hemos arrastrado a
compartir el día con nosotros –aclaró, y Adrián se sintió aliviado al tener a
alguien que intentara ayudarlo a salir del atolladero.
–Dudo que lo hayan arrastrado. Se lo veía muy a gusto en la cena.
–Sí, logramos distraerlo un rato –aclaró–. Cuando dijo que usaría las
vacaciones para venirse solo a la cabaña, las dos mujeres se unieron, y bueno,
con Leonel decidimos agregarnos a la salida –aclaró Federico.
–¿Viniste a arruinarle la cita o a compartir las mujeres? –preguntó
Livia a Federico–. Porque estás dos no tengo dudas que vinieron de pesca.
–Lo único que hemos pescado te está esperando en la parrilla, Livi –
dijo Adrián.
–Cómo te atreves a decirnos eso –dijo Juni furiosa.
–¡Qué cómo me atrevo! toda la vida has intentado quitarme a mi
marido –dijo Livia a Juni.
–Livi, tu marido no tiene ojos más que para ti –aclaró Federico.
–A otro con ese cuento –dijo Livia–. Maldito cretino, me dejaste los
niños para venir a revolcarte con estas –dijo Livia, y señaló a Juni–. Luciana
se le insinuó en mis narices. Aunque ninguno de los dos me vio porque estaba
tras el árbol –aclaró–. Y como esta zorra vio que la otra no tuvo suerte, vino a
probar si le iba mejor –gritó.
–¿Pero quién te crees que eres?, la reina del baile. Por Dios, no sé que
ve tu marido. Es evidente que está ciego para amar a alguien que nunca se
arregla y se queja todo el día ¿Qué has visto en ella? –gritó Juni.
–No te permito que ofendas a mi esposa –dijo Adrián, y se acercó a
Livi–. Ya basta de tratar de llevarme a tu cama. Te he dicho cien veces que
no me interesas, Juni. Búscate un hombre sin compromiso o que no valore a
su familia como para tener una aventura. Yo amo a mi esposa. Ella es lo
mejor que me ha pasado en la vida –dijo Adrián, y Livi sintió como esas
pocas palabras dichas delante de la que ella creía su rival se filtraban tan
hondo en su corazón que todas las inseguridades parecían haber escapado
volando de su cuerpo. Su marido estaba gritando que la amaba. ¿Qué otra
prueba de amor necesitaba?
Juni salió corriendo. Federico negó con la cabeza, pidió disculpas y se
marchó.
¿Te animas a un reto?, le había dicho Tina, y allí estaba viendo el
amor en esos ojos que la miraban como si fuera la mujer más hermosa del
mundo. Adrián no había mirado así a sus compañeras. Adrián había echado a
Juni. A Luciana la había tratado bien, incluso le había sonreído, pero le había
dicho que él era un hombre casado. Los fantasmas que habían perseguido a
Livia durante años, ya no estaban. Ya no sentía su voz interior susurrándole
que las otras mujeres eran más atractivas. Ella en ese momento se sentía la
mujer más hermosa del mundo.
Miró a Adrián. Un hombre demasiado encantador, demasiado
atractivo que atraía como imán a las mujeres, pero la había elegido a ella. Él
parecía rendido. Vencido porque sabía que ella a veces se comportaba de
manera irracional.
–Vinieron solas –dijo Livia–. No comparten cabaña. No te tiraste a
ninguna –todas eran afirmaciones.
Adrián la miró con esos ojos azules llenos de ilusión.
–Yo vine a descansar. Ellas creyeron que venían de aventura, pero no
estoy para aventuras, Livi. La estoy pasando mal. Estoy agotado y
decepcionado. Ser buena persona no me ha servido para nada –aclaró Adrián
con sinceridad.
Qué razón tenía. Y ella era la causante de sus afirmaciones.
–Te casaste con una mujer difícil –dijo Livi.
Él se encogió de hombros, como si le restara importancia a sus
palabras.
–Lo difícil es uno de tus mayores encantos.
–Eso no es una virtud. Y no tengo muchas –aclaró Livi.
–¡No! –dijo Adrián con una sonrisa–. Yo veo tantas que no sé por qué
tendría que buscar otra mujer. Tengo todo lo que deseo a tu lado.
–No es cierto. Yo estaba agotada a la noche. Estaba desarreglada y
furiosa al ver que tú siempre sonreías como si tu día hubiera sido perfecto. El
mío nunca era perfecto, solo era correr y correr. Todos los días lo mismo, una
y otra vez. Mi vida era como el día de la marmota. Correr a llevar a los chicos
a la escuela, correr para hacer las compras y la comida antes de ir a retirarlos.
Llevarlos a sus actividades, ir y venir corriendo para lavar, limpiar la nevera,
cortar el césped o barrer el piso. ¿Qué vida es esa? –dijo Livia enojada–.
También estaban los sermones de la maestra porque Lauti era muy inquieto.
Y yo pensaba, ¿qué he hecho mal? Me preocupaba y seguía corriendo para
tener la casa en orden mientras se hacía la hora de buscarlos de sus
actividades. Y correr para preparar la cena, y renegar para que se bañaran e
hicieran las tareas. Ayudar a Marco cuando no entendía algo o tenía pruebas.
Tú llegabas de noche, fresco como una lechuga a disfrutarlos, porque ya
estaban demasiado cansados para darte trabajo, y yo limpiaba los platos de la
cena o doblaba la ropa que había lavado para adelantar el trabajo del día
siguiente –contó Livi en detalle lo que eran sus días. Siempre se quejaba con
él, pero ella sabía que él no entendía la magnitud de su cansancio, y lo
decepcionada que se sentía con la vida por darle una rutina tan pesada que
soportar.
Adrián no la interrumpió ni una vez, la dejó que le contara su día a
día. Si bien sabía todo lo que hacía, nunca lo había visto de esa forma. Él solo
pensaba en sus actividades como algo que se hace y punto. Nunca vio la
carga que había depositado sobre sus hombros. Él trabajaba todo el día para
que no les faltara nada. Y ella no era feliz.
–Siempre desarreglada, siempre cansada, siempre enojada –dijo
Livia–. ¡Por qué querrías ser fiel a una esposa que era un desastre! –aclaró.
Adrián arqueó las cejas, y se acercó a su esposa.
–Dios mío, Livi. Yo nunca te vi así. Para mí tu cabello revuelto era
una tentación. Cuando llegaba del trabajo quería hundir los dedos en esos
bucles y devorarte la boca. Quería arrancarte la remera manchada de barro o
helado porque me parecía la imagen más encantadora que había visto en mi
día. Mi esposa y la madre de mis hijos siempre al pie del cañón, pensaba. Y si
bien me daba cuenta que estabas cansada, no quería verlo. Creía que nuestra
familia era perfecta. Yo trabajando afuera para que no faltara nada, y tú me
pedías con tus enojos que te comprendiera –dijo Adrián, y le acarició el
cabello–. Me gusta también tu cabello así, pero me gustaban tus bucles
rebeldes, que se disparaban para cualquier lado –aclaró.
–Yo no voy a dejar mi trabajo –dijo Livia.
¿Eso era una invitación para que regresara a casa?, y Adrián por
primera vez desde que lo había echado se sintió feliz.
–¿Estás imponiendo tus condiciones? –preguntó Adrián.
–Un cambio –dijo Livi.
–Un cambio. Me parece perfecto –dijo Adrián, y ella sintió que cada
día lo amaba más–. Negociemos, Livi –dijo Adrián.
–¿En serio? ¿Vas a aceptar todas mis condiciones? –preguntó Livi
emocionada.
–No sé si pueda con todas. Pero vamos a cambiar nuestras rutinas –
dijo Adrián–. Yo sin ti no soy feliz. Pero tampoco puedo ser feliz sabiendo la
carga que llevas sobre los hombros.
–Tina me dijo que podía poner a alguien para que me ayudara –aclaró
Livi.
–¡Tina! ¡No, por Dios! ¿Podríamos dejar a Tina de lado? –preguntó
Adrián, que se había tensado al escuchar el nombre de la escritora que había
ocasionado el desastre.
–Yo estoy acá porque Tina me preguntó si me animaba con un reto. Si
te hubiera encontrado con alguien nuestro matrimonio se habría terminado,
Adrián.
¡Por todos los cielos!, pensó sorprendido. Si él hubiera puesto en
práctica sus pensamientos, si no hubiera visto el coche de su mujer tras el
árbol… Tina Martínez y su reto habrían destruido su matrimonio, se dijo
indignado. Pero algo lo había alertado a echar una mirada ¿Acaso esa
miradita había sido una mano del universo de Tina Martínez? Porque esa
noche, más por despecho que por deseo podría haber tirado su matrimonio
por la borda. Y Tina Martínez en ese momento era como su ángel de la
guarda para él.
–Vaya que es arriesgada tu Tina –dijo Adrián.
–La vida es un reto, Adrián, y yo quise correrlo porque no puedo vivir
llena de inseguridades –aclaró Livi.
–Al paso que vamos no me queda más alternativa que decir que Tina
ha sido la causante de nuestra separación y de nuestra reconciliación –dijo
Adrián.
–Tina ha sido la causante de mi cambio, Adrián –dijo Livi, y Adrián
se dijo que ella tenía razón.
–Parece que todo se lo debemos al universo de Tina –dijo Adrián, y
rodeó en sus brazos a su esposa–. Más de un mes que no te tengo –susurró en
su oído–. Vine a pensar al lugar donde siempre hemos sido felices. Anoche
me senté en la galería a recordar los bellos momentos que pasábamos los
cuatro cuando veníamos de vacaciones. Esa es la vida que quiero, Livi, pero
para cada uno de nuestros días –dijo Adrián rozando con sus labios la
delicada piel de su esposa–. Una vida más tranquila y feliz. Una esposa
contenta todos los días.
–Adrián –susurró Livi–. Yo te amo demasiado, pero sé que afuera
tienes muchas tentaciones –dijo con sinceridad.
–Yo solo quiero tentarme contigo, mi amor –dijo Adrián–. Esas dos
mujeres no me provocan nada. Solo tú despiertas mi deseo. Y en este
momento solo quiero tenerte tumbada en esa mesa sin nada de ropa –y Livia
se sintió bella, deseada y llena de seguridad mientras su marido cumplía con
sus palabras. Ella se estremeció cuando empezó a besar cada rinconcito de su
cuerpo. Adrián se detuvo en el tatuaje, dedicándole toda su atención, y Livia
jadeó–. Una mariposa. Alas. Si eso es lo que quieres, eso tendrás –susurró, la
giró y se ocupó de sus partes más sensibles. Ella no abrió la boca más que
para jadear cuando los labios de su esposo se posaron sobre su sexo. Hacía
tanto que no gozaba. Las preocupaciones, el cansancio y el enojo le habían
quitado las ganas de disfrutar de las habilidades de su esposo para hacerla
perder la razón. Pero todo empezaba de cero y ella decidió confiar. Confiar
en el hombre que nunca la había defraudado, que amaba su cabello
enmarañado, su remera manchada de barro, su espontaneidad, su exagerada
forma de ser. Ella también amaba todo de él, su sonrisa serena, su paciencia,
su comprensión, todo.
Tendrían que hacer muchos cambios, se dijo, pero cuando Adrián la
penetró con embestidas profundas supo que lo lograrían si ella dejaba de
sentirse insegura y fea, y si aceptaba que era la única mujer que su esposo
quería. Él se lo estaba demostrando con el apetito con que devoraba su
cuerpo y con los sonidos roncos que salían de sus labios. Adrián siempre
había sido así, solo que ella había estado demasiado ocupada en ver sus
inseguridades. Se había sentido tan inferior que había perdido la fe en el amor
y la pasión que Adrián sentía por ella.
Su cambio la había fortalecido, la había hecho más independiente y
osada. Ahora Livia se quería y por fin podía confiar en que el mundo era un
lugar bello, que su familia era preciosa y que todo iba a estar bien. Tina le
había enseñado a ser una persona diferente, Tina, con sus palabras, pero sobre
todo con su forma de ser tan entregada a los demás le había enseñado a vivir
feliz.
Jadeando uno en los labios del otro llegaron a la cima.
–Mi tesoro. Mi vida. Mi todo, Livi. Si quieres que cambie de trabajo,
lo haré. Si quieres seguir trabajando, no me voy a oponer. Si quieres que
compartamos las tareas o que contratemos una persona que nos ayude, lo
haremos –dijo Adrián, y con esas palabras en las que cedía en todo, Livi no
tuvo dudas que les esperaba una vida llena de felicidad. Él era así,
comprensivo y generoso, y por eso lo amaba.
CAPÍTULO 19
A todos los escritores de autoayuda que leí durante muchos años. Una
parte de lo que aprendí está reflejada en la novela. Todo no porque sería
demasiado, puesto que “Confío en ti” es una historia de amor.
A mi esposo, que siempre me ayuda en la revisión. Y a mi amiga
Cecilia Lista, que siempre está dispuesta a darme alguna buena sugerencia.
Mil gracias por estar al pie del cañón dispuestos a ayudarme.
A mis lectoras, las que me acompañan desde los inicios y las que se
van sumando con cada novela que publico, a las que me contactan para
contarme que leen y disfrutan de mis novelas. A las hermosas amigas que me
han dado mis libros. Mil gracias, me hace feliz saber que disfrutan de mis
novelas.
SINOPSIS
Sinopsis
A los veinte años, Tadeo Santillán decide hacer una incursión al
humilde barrio Los Telares. Su deseo fue conocer la forma de vida de los
empleados de la fábrica textil de su abuelo, esos hombres y mujeres que
trabajan sin descanso para que él disfrute de tantos lujos. Lo hizo para matar
el tedio, sin saber que allí conocería a Ariana Castillo, el amor de su vida.
Durante dos años llevó una doble vida. En el barrio Los Telares era un pobre
muchacho huérfano vestido con harapos, que quería ayudar a los vecinos a
salir de esa vida de miseria y sumisión; en la ciudad, el nieto rico del anciano
Santillán.
Las mentiras tienen patas cortas y la aventura se acabó el día que su
abuelo lo puso en evidencia delante de sus humildes amigos del barrio textil,
que lo echaron sin pedir explicación, Tadeo tampoco quiso darlas. Perdió a
Ariana, y la bronca por la reacción de esa gente que creía sus amigos se
apoderó de él, la misma bronca que sintieron ellos con su engaño. Dos
verdades, según del lado que se la mire.
Once años después se ve obligado a regresar a Los Telares. Carmela,
su madre, está al mando de la fábrica textil, pero lleva tres años lidiando con
el jefe de taller, el machista de Federico Castillo, que no pierde oportunidad
de dejarla en ridículo. Cuando ella dice “No vuelvo más”, Tadeo tiene que
enfrentarse a varios frentes de ataque. Los vecinos del barrio aún están
resentidos por su engaño. Federico Castillo está dispuesto a dejar de incordiar
a su madre si él se casa con su sobrina Ariana. Y Ariana…, ella es su mayor
reto, porque la princesa que lo hechizó en su juventud se ha convertido en
una arpía, y volver a conquistarla es casi un imposible.
El valor de una promesa relinks.me/B014QIRH3Y
Sinopsis
Una promesa de matrimonio.
“Mira, para que no llores más, te digo, que si cuando te hagas
grande no hay nadie que se quiera casar contigo, que seguro no va a haber
nadie ya que eres tan fea que no se te puede ni mirar, yo voy a casarme
contigo. ¿Está claro?, ¿así vas a dejar de llorar?” Elisa lo miró, le sonrió de
oreja a oreja y con su manito pequeña se apoderó del dedo pulgar de Alan
sellando la promesa que él le acababa de hacer.
Sinopsis
Guido Ferrer, a los veintitrés años, tiene que hacerse cargo de la
empresa familiar. El arquitecto Jaime del Pozo, incondicional amigo de
Guido, se convertirá en su mano derecha. La vida del empresario Ferrer gira
en torno al lujoso hotel que construyó en una isla, que puede catapultarlo a la
cima o a la bancarrota.
Miranda Linares, a los veintidós años, recibe un legado de su padre
que debe guardar en secreto. Un legado que le complicará la vida.
El empresario Guido Ferrer es un hombre frío, seguro y autoritario
que vive sujeto a su estricta agenda laboral. Todo lo contrario a su amigo
Jaime del Pozo, que es todo encanto y amabilidad, salvo cuando tiene que
lidiar con Lucy Álvarez, su díscola y atolondrada secretaria. Lucy está
enamorada de Jaime y hará lo imposible para que él la vea como mujer.
Toda la vida estructurada de Guido Ferrer se viene abajo cuando
conoce a Miranda Linares, la joven que le impone su madre para que lleve a
la fama el complejo de la isla. En un primer momento él solo quiere sacársela
de encima, pero ella llega con toda su espontaneidad, gracia y encanto,
tropezando y hablando de sueños. Y él, lo que más desea es conocer sus
sueños.
Miranda es una mujer sencilla, común y bastante torpe. Se siente
plena de felicidad el día que consigue un trabajo importante gracias a la
recomendación de Carmen, la madre del empresario Ferrer. Cuando descubre
que tiene que llevar a la fama un complejo turístico en una isla de Brasil
comprende que se ha metido en la boca del lobo. Lo más sensato habría sido
rechazarlo, pero ella no es sensata y se deja llevar por la emoción de saber
que ha conseguido un trabajo que ni en sueños se había imaginado. Todo un
milagro para alguien que no ha logrado conservar ni siquiera un trabajo de
camarera.
Una mujer insegura y un empresario dispuesto a alcanzar la cima, que
se sienten atraídos con el impacto de la primera mirada. Lamentablemente, la
felicidad no es posible cuando tras ellos hay personas que por sus propios
miedos o deseos están manipulando la vida de los dos.
Hechizo de Luna, la primera de la serie independiente Hechizo. La historia
de Emi y Rafe. relinks.me/B01HUCHLIY
Sinopsis
Rafe Salazar es un hombre frío, arrogante y prepotente. La venganza
es la meta de su vida, y también su fin. Su padre antes de morir se había
cansado de menospreciarlo; y Armando Méndez, el socio fundador de las
tiendas Atenea, valiéndose de su poder y dinero, le arrebató a la mujer que
amaba. Pero todo cambia el día que Emi del Campo entra a trabajar en
Atenea como su secretaria. Rafe no tiene dudas que esa mujer es capaz de
derretir su frialdad. De solo verla se excita y suele quedarse como un tonto
por horas mirando por la ventana, algo que no puede permitirse. Ella es una
hechicera que lo aleja de sus metas, nada menos que cuando está a un paso de
conseguir su venganza. Echarla fue su única opción.
Emi del Campo llegó como un soplo de aire puro a ocupar el puesto
de secretaria para Rafe Salazar, el director de las tiendas Atenea. Él es un
bomboncito que la deja hipnotizada. También es el hombre más frío y
arrogante con el que se ha topado en su vida. Ni siquiera es capaz de
responder con educación cuando le pregunta: ¿Cómo ha amanecido, señor
Salazar? Y encima la pone de patitas en la calle por dos míseros errores. Su
vida está llena de complicaciones, pero ella es una mujer alegre y afronta las
dificultades con buen ánimo y una sonrisa. ¿Vengarse?, no conoce el
significado de esa palabra.
Rafe Salazar descubre que no todas las metas pueden cumplirse, sobre
todo porque Armando Méndez es un viejo ladino, que por salvar su orgullo y
su dinero le ofrece en matrimonio a Emi Méndez, la nieta que nunca quiso,
como si ella fuera una mercadería de oferta. Y Emi Méndez,… no solo es la
nieta de Armando.
¿Qué sabor tiene la venganza cuando una hechicera ha llegado a dar
vuelta sus planes… y su vida?
Nuestros bellos años es una novela sentimental.
relinks.me/B06Y494V8F
Sinopsis
¿Crees que somos almas viejas que se encuentran en cada vida, que
nuestro amor existe más allá de este tiempo?
–No lo sé, Sara
–Yo estoy segura de que lo somos. Si no, la vida no nos habría dado
tantas oportunidades
Sinopsis:
Cuatro vidas unidas por los caprichos del destino.
El autoritario y frío Lucio Marcia es un empresario que fundó junto a
su socio Máximo Cuevas la compañía Art Fotos. Su vida está rodeada de
lujos, no le faltan los placeres carnales y está convencido de que no existe el
amor. Pero el día que conoce a la humilde camarera del restaurante Los
Gringos, donde almuerza a diario y cena con bastante asiduidad, siente que su
coraza de acero comienza a debilitarse por ella; y eso lo pone furioso.
Grecia Esteves sueña con ser fotógrafa de la empresa Art Fotos, pero
por el momento disfruta de su trabajo de camarera. Es una joven ingenua que
desparrama sonrisas mientras atiende a los clientes del restaurante Los
Gringos, salvo a ese empresario imponente que parece un salvaje al que le
han encajado un traje a medida. Él es un desfachatado que la intimida con
esas miradas descaradas que le dedica a diario, y ella está dispuesta a
demostrarle su indiferencia a pesar de la atracción que le provoca. Pero una
escandalosa propuesta de Lucio cambiará para siempre el rumbo de sus vidas.
Blanca Esteves ha educado sola a su hija Grecia. Después de
veintitrés años compartiendo la vida con ella, lo que menos quiere es que un
padre desalmado, que solo puso su simiente y encima intentó robársela
cuando nació, pretenda aparecer a compartir la educación y se inmiscuya en
opinar hasta qué ropa interior es apropiada o no para Grecia. Ella es la única
familia para su hija, y no está dispuesta a soportar a un extraño entrometido.
Máximo Cuevas ha buscado a su hija desde que Blanca Esteves huyó
de aquel hospital de pueblo, negándole la posibilidad de compartir su
crecimiento. Su forma cálida de ser esconde el odio y el resentimiento que
guarda hacia la madre de su hija. Para su desdicha, nunca pudo hallar a esa
niña que ya es una mujer; hasta ahora. Su desalmado y despreciable padre,
Román Cuevas, lo mandará a llamar antes de morir para subsanar los
innumerables errores que cometió en el pasado, y le dará pistas que Máximo
tratará de seguir para encontrar a su hija. Lo que ninguno de los dos sabe es
que Román Cuevas después de su muerte dejará mucho más que pistas, y eso
complicará bastante la vida de Blanca y Máximo.
Dos parejas con amores tumultuosos donde el miedo, la inocencia y la
inseguridad; y el odio, el rencor y la venganza son las barreras que deberán
sortear para descubrir que por más esfuerzo que pongan en distanciarse, los
caminos de la vida intentarán unirlos.
Cuando él me amó es una comedia de situaciones.
relinks.me/B00LV9Z3F6
Sinopsis
Isabela Brandal es una importante ejecutiva de una reconocida
empresa constructora, pero en un parpadear pierde todo lo que ha logrado y
no tiene más remedio que aceptar la invitación que, a través de una carta, le
ha hecho llegar su desconocida tía Ernestina para que vaya a pasar una
temporada a sus campos. Nunca se imaginó que ella, una elegante mujer de
ciudad que combina las prendas a la perfección, terminaría dando órdenes en
el huerto de verduras de su tía; y mucho menos que tendría que lidiar con un
empleado arrogante, descarado, holgazán y encima mal vestido, que no sabe
nada de huertos; aunque según tía Ernestina, que lo adora, es el más noble de
los vecinos del pueblo.
Renzo Valentín es el noble vecino, y lo que menos desea es tener a
una ciudadana de tacones kilométricos y ropas de seda, perfectamente
combinadas, mariposeando por el tranquilo y humilde pueblo. El día que ella
lo confunde con un vago y lo contrata como peón no la saca del error sino
que acepta el empleo que le ofrece en el huerto que él plantó para que
Ernestina solucionara sus problemas económicos, y se somete a las directivas
que imparte sin arte ni concierto esa ejecutiva de tacones que no sabe ni como
cortar una planta de acelga.
Tía Ernestina es una mujer generosa y solidaria, pero le ha quedado el
trauma de haber sido abandonada en el altar por su novio de juventud, que se
casó con Marta, su hermana melliza. La llegada de su sobrina remueve viejos
anhelos que creía olvidados. Como ella no tuvo la dicha de pasar por el
párroco desea ver su sueño cumplido en su elegante sobrina, y hará cualquier
cosa para casarla con Renzo.
Pero Aldo Valentín, el padre de Renzo, tiene otros planes.