La Vida Social de La Energía

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160 Gustavo Blanco-Wells

DOSSIÊ
160

http://dx.doi.org/10.1590/15174522-0215106

La vida social de la energía: apuntes


para el estudio territorializado de las
transiciones energéticas
Gustavo Blanco-Wells*

Resumen
Se presenta una propuesta teórica y metodológica para el estudio sociológico de
la transición energética hacia energías renovables no convencionales, entendida
como un proceso de cambio inducido vinculado a cambio climático, cuyos cursos
de acción no están exentos de controversias sociotécnicas. La investigación se
fundamenta en cuatro años de investigación sobre trayectorias territoriales de
producción, uso y significación de la energía en tres regiones del sur-austral de Chile.
A partir de una matriz teórica de la transición energética basada en los grados de
renovabilidad y convencionalidad de la energía, se identifican diferentes regímenes
sociotécnicos a partir de los cuales se debe indagar de modo empírico las formas
situadas que adopta esta transición. Cada uno de estos regímenes fue investigado
a través de casos de estudio lo que nos permite presentar aprendizajes generales
de interés sociológico. A modo de conclusión, se propone ir más allá del concepto
de régimen a través de la noción de ensamblaje, lo que permite explorar modos
no lineales en que se asocian agentes heterogéneos en la territorialización de la
energía. Además, se plantea que los grados de aceptación o rechazo social de la
energía no debe ser el motor que mueva la investigación sobre esta materia, sino
la forma en que las sociedades definen, debaten y construyen pragmáticamente
formas democráticas y justas de uso energético en cada territorio. Desde nuestra
perspectiva, esto supone avanzar en comprender estos procesos como parte de
las soberanías energéticas de los pueblos.
Palavras-chave: Transición energética, Regímenes sociotécnicos, Ensamblaje,
Territorialización, Soberanía energética.

* Universidad Austral de Chile, Valdivia, Chile.

Sociologias, Porto Alegre, ano 21, n. 51, maio-ago 2019, p. 160-185.


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The social life of energy: notes for the territorialized study of


energy transitions
Abstract
This paper presents a theoretical and methodological proposal for the sociological
study of energy transition towards non-conventional renewable energy, as a process
of induced transformation related to climate change, whose courses of action are
not exempt from socio-technical controversies. The proposal is based on a four-year
research program on territorial trajectories of production, use and making sense of
energy in three regions of southern Chile. Based on a theoretical matrix of energy
transition structured according the degrees of renewability and conventionality of
energy, different socio-technical regimes are identified, from which the situated forms
taken by this transition should be empirically investigated. Each of these regimes was
researched through case studies, which allows us to present some general lessons of
sociological interest. Concluding, it is proposed to transcend the concept of regime
by means of the notion of assemblage, which allows for exploring non-linear ways
heterogeneous agents team up in the territorialization of energy. In addition, we
contend that the driving force behind research on this subject should not be the
degrees of social acceptance or rejection of different sources of energy, but rather
the way societies define, debate and pragmatically construct democratic and fair
forms of energy use in a given territory. From our perspective, this means advancing
in the understanding of these processes as part of people’s energy sovereignty.
Keywords: Energy transition, Socio-technical regimes, Assemblage, Territorialization,
Energy sovereignty.

Introducción

E
ste artículo presenta una propuesta teórica y metodológica para lo que
se denomina la vida social de la energía1, entendida como el estudio
de los procesos territoriales, las prácticas organizativas, los usos, los
significados y las disputas alrededor de la producción y el consumo de
energía. Para ello, sitúa el análisis a partir de ciertas ilustraciones empíricas
Esta denominación encuentra inspiración en el trabajo de Arjun Appadurai (1986) sobre
1 

“la vida social de las cosas”, centrado en las relaciones que emergen a partir del intercambio
y circulación de mercancías por parte de distintos actores sociales y grupos culturales.
Appadurai inspiraría una serie de trabajos que comienzan desde el imperativo metodológico
de revisar las condiciones de circulación de “objetos” como algo eminentemente social, es
decir, “la vida social de las cosas” está constituida por y en un entramado de relaciones con
propiedades emergentes que van más allá de su valor de uso e intercambio.

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del caso chileno que han surgido a través de un proceso de investigación


de cuatro años. La idea de presentar una propuesta que revise el estatus
sociológico de la energía surge en un escenario muy diferente de aquel de
los primeros trabajos disciplinarios comprehensivos sobre el tema, como
por ejemplo el tratado de Fred Cottrell, Energía y Sociedad (1955 [2009]),
imbuidos en un claro enfoque evolucionario y bajo la impronta del ideario
de la modernización y el desarrollismo. Ya en pleno siglo XXI, resulta
inescapable enmarcar este debate en la importancia política que ha cobrado
el desarrollo energético frente a la masiva evidencia de un cambio climático
de origen antrópico (IPCC, 2014), en cuya base causal se encuentran
sociedades con matrices de producción y consumo organizadas en torno
a los combustibles fósiles (Giddens, 2011; Urry, 2011). En este escenario,
las principales políticas de transición energética, asociadas al campo de
la mitigación, aunque planteadas como un cambio de paradigma, están
acopladas conceptualmente a un sistema eléctrico, crecimiento económico
y estilos de vida modernos.
Para el caso de Chile, existen al menos dos nodos problemáticos en
el cambio discursivo hacia una propuesta de transición energética: uno
sociopolítico y otro académico. El primero se refiere a la noción de un
“modelo energético” – que en la práctica se ha construido a partir de
monopolios – concebido en torno a la electricidad, orientado al crecimiento
urbano-industrial, estilos de vida modernos y estructurado en torno a
criterios de mercado (Sohr, 2012). En este “modelo” de enfoque sectorial,
las decisiones y acciones de producción, transmisión y consumo de energía
son des-territorializadas y se constituyen en un campo disputado por
actores sociales, incluso en aquellos proyectos de Energías Renovables
No Convencionales (ERNC) que, aunque presentados como alternativas
sustentables bajo una racionalidad tecnocrática, tienen altos niveles de
conflicto territorial.
Un segundo nodo problemático es de corte teórico y está dado por los
abordajes con que se ha estudiado el tema de la energía por parte de las
ciencias sociales: los análisis están segmentados disciplinariamente, teñidos
de un cierto determinismo energético y con escasa consideración por la
materialidad, la técnica y la vida cotidiana. Los debates sobre energía en

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Chile han estado dominados por el mundo experto, con predominio de los
enfoques ingenieriles y economicistas. Los aportes desde las otras ciencias
sociales en Chile son bastante recientes (Cubillos; Estenssoro, 2011; Román,
2012; Susskind et al., 2014; Baigorrotegui; Parker; Estenssoro, 2014),
pero con una producción en aumento entre las que se destaca la reciente
contribución intelectual de un grupo de investigadores/as asociados al
Núcleo Milenio de Investigación en Energía y Sociedad (Tironi; Sanazzaro,
2017; Boso; Ariztía; Fonseca, 2017; Ariztía; Boso; Tironi, 2017). Es solo a
partir de la década de 2010 que las ciencias sociales en Chile comienzan
a abordar la investigación sobre energía desde perspectivas centradas en
los actores y sus prácticas, las experiencias territoriales y considerando el
conjunto de tecnologías y materialidades propias de las diversas formas de
energía, epistemologías y ontologías.
El llamado a los/las sociólogos/as iberoamericanos2 a desarrollar una
sociología de la energía es bastante reciente (Pardo, 2006; Ariztía et al.,
2017), algo que sí se encuentra de modo más vigoroso en agendas de
investigación del mundo académico anglosajón (Rosa; Machlis; Keating,
1988; Shove, 1997; Henning, 2005; Jasanoff; Kim, 2013; Strauss; Rupp;
Love, 2013, Sovacool, 2014). Avanzar en cubrir esta brecha de investigación
en las ciencias sociales iberoamericanas nos permitirá comprender la
multiplicidad de formas y flujos de la energía, la heterogeneidad de
expresiones de producción y usos de acuerdo con los campos de acción
y sitios sociales y, en último término, la organización social de la energía
como diversidad de respuestas tecnológica, ecológica y ontológicamente
diferenciadas.
En esta propuesta teórico-metodológica “la vida social de la energía”
se despliega a través del estudio de su devenir en tres campos sociales
entrelazados: a) la historia de la energía en el territorio; b) las políticas,
El llamado a construir una sociología de la energía tiene un primer registro en idioma
2 

castellano en el texto de la académica española Mercedes Pardo (2006). De ahí que se


considere como una propuesta iberoamericana, antes que exclusivamente latinoamericana.
Por supuesto que más allá de lo idiomático, en esta propuesta es importante considerar las
diferencias que se dan entre procesos y casos europeos y latinoamericanos de transición
energética, además de la heterogeneidad interna nacional y dentro de los propios regímenes
energéticos.

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proyectos y desarrollos territoriales en materia energética; y c) la experiencia


fenomenológica de sus habitantes en el espacio doméstico y laboral. Estos
campos constituyen lo que denomino trayectorias territoriales y serán
explicados a lo largo del texto. Cabe señalar que el desarrollo de una agenda
de investigación de esta naturaleza requiere de un enfoque interdisciplinario
que integre a las distintas ciencias sociales con la ingeniería, la ecología,
las humanidades e, idealmente, avance en prácticas transdisciplinarias
que incluyan otras comunidades epistémicas. Solo desde esta pluralidad
epistémica será posible comprender las trayectorias territoriales de
producción, uso y significado de la energía desde la experiencia situada
de los actores y evitar los efectos del determinismo implícito en muchas
de las respuestas tecno-políticas contra el cambio climático.
El artículo está organizado en cuatro secciones: en primer lugar, se
presentan los cambios gatillados por la transición energética vinculada a
cambio climático y sus antecedentes en el “modelo” energético chileno; en
segundo lugar, se presentan los contornos de una sociología de la energía;
en tercer lugar, se desarrollan los alcances teóricos y metodológicos de la
propuesta; para finalizar con algunas consideraciones generales.

Cambio climático y transición energética


El punto de partida de esta propuesta es el reconocimiento científico
internacional del cambio climático antrópico (IPCC, 2014), devenido en
discurso global e internalizado gradualmente en políticas públicas en los
niveles nacionales y territoriales de Latinoamérica (Estenssoro, 2010; Postigo;
Blanco; Chacón, 2013; Blanco; Fuenzalida, 2013). El reconocimiento de
este fenómeno global de efectos locales va reorientando las propuestas
de cambio social y tecnológico, ya no sólo en pos de mitigar el cambio
climático, sino hacia la transformación de modos de producción, consumo
y estilos de vida no sustentables, algo que se ha conceptualizado como
Cambio Ambiental Global (O’Brien, 2012; ISSC, 2013; Blanco et al., 2017).
En el centro de estas transformaciones se encuentran las propuestas
hacia una “transición energética” (Aitken, 2003; Verbong; Loorbach,
2012; Araújo, 2014), dado que se reconoce que el cambio climático es

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fundamentalmente un problema asociado a modos de producción industrial


y estilos de vida organizados en base al uso intensivo de combustibles
fósiles, principalmente carbón, petróleo y gas, todos fuentes no renovables
de energía. En efecto, son los Gases de Efecto Invernadero (GEI), generados
a partir de la industrialización con base en combustibles fósiles y “vidas
con alta proporción de carbono” (Urry, 2011), lo que ha legitimado la
idea de que las actividades antrópicas han puesto la vida de humanos y
no-humanos en una situación de riesgo, expresada, en su dimensión más
global, a través de un aumento sostenido de las temperaturas medias de la
atmósfera, un fenómeno cuya velocidad no tiene precedentes en la historia
de la humanidad (Weart, 2010; IPCC, 2014).
El cambio climático, como expresión de una crisis ambiental de escala
planetaria, ha demandado esfuerzos de coordinación internacional y voluntad
política para generar las transformaciones necesarias en modelos de desarrollo
centrados en crecimiento industrial y actividades extractivas, altamente
emisoras de GEI y propensas a deforestación y cambio de uso de suelo
(Giddens, 2011). Evitar el cambio climático de causas antropogénicas es un
discurso aceptado por casi todas las naciones y organizaciones multilaterales,
en parte gracias al consenso en la interpretación de la información científica
alcanzado en los informes del Panel Intergubernamental de Cambio Climático
(PICC) y en los acuerdos de la Convención Marco de Naciones Unidas
para el Cambio Climático (CMNUCC). En este escenario, el llamado a una
transición energética ha permeado desde la esfera científica hasta la política
y, a través de la construcción normativa de agendas, políticas y planes,
cobra vida en el nivel nacional, para luego, a través de la materialización
de proyectos que impulsan las ERNC, entrar al dominio de la vida cotidiana
en el espacio territorial y local.
En este proceso, las propuestas de transición energética que se
desarrollan en Chile tienen una trayectoria particular que pasamos a revisar
para comprender el sentido de la propuesta analítica presentada en la
siguiente sección.

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Antecedentes de la transición energética en Chile: las


contradicciones de una doble agenda
En Chile, la discusión sobre energía se ha dado en los últimos 20
años, principalmente desde una perspectiva sectorial vinculada al mercado
eléctrico y cruzada por diagnósticos que oscilan entre la fuerte dependencia
de fuentes primarias externas (Wittelsbürger, 2007) hasta los sombríos y
recurrentes análisis de “crisis energética” (Sohr, 2012). Esta sectorización
económica de la producción y consumo de energía favorece los discursos
y la construcción de evidencias desde una perspectiva económica que
la vincula de manera lineal con el crecimiento económico (Cereceda;
Errázuriz; Rivera, 2013).
Sin duda el proceso de modernización que comienza en la década
de 1960 ha transformado la vida cotidiana de los/as chilenos/as, lo que
se traduce en un aumento sostenido del consumo eléctrico, triplicándose
desde 1990 a la década de 2010 (Cereceda et al., 2013). Este consumo
de energía secundaria – obtenida mediante transformación de una fuente
primaria – se reparte entre sector industrial y minero (40%), seguidos por
transporte (35%) y finalmente el sector comercial, público y residencial
(20%) (Rainieri, 2018). Según este autor,

En el año 2015 los combustibles fósiles dan cuenta de un 70% de la energía


primaria que consume el país (petróleo crudo 28,5%, importando cerca del
97%; carbón 26,9%, importando un 83%; y gas natural 14,6%, importando
un 85%), biomasa un 22,6% y que corresponde mayoritariamente a consumo
de leña, hidroelectricidad 6,2%, eólica 0,6%, solar 0,3%, y biogás por debajo
de 0,3% (Rainieri, 2018, p. 10).

En cuanto al mercado eléctrico chileno, éste está constituido por


actividades de generación, transmisión y distribución. La primera es operada
bajo condiciones de mercado, mientras las otras dos son monopolios
regulados que deben garantizar “libre acceso” a productores y consumidores
(Guzowski; Recalde, 2010).
Los cambios políticos y jurídicos que dan origen al actual mercado
eléctrico en Chile, basado en la privatización del sector, mínima regulación
y libre competencia, se dan durante la dictadura de Pinochet con el DFL

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n°1 de 1982, que crea la Ley General de Servicios Eléctricos (LGSE). Entre
1998 y 1999 una pronunciada sequía afectó a parte importante de Chile,
disminuyendo la cantidad de agua disponible en los embalses del centro
y sur del país lo que provocó un programa de racionamiento eléctrico. A
partir de este evento, ocurrido bajo el gobierno de Frei Ruiz-Tagle, comienza
a gestarse la primera reforma a la LGSE, que se oficializa en 2004 bajo la
presidencia de Lagos, mediante la Ley 19.940 (conocida como Ley Corta
I) y luego, en 2008, a través de nuevos cambios con la Ley 20.018 (Ley
Corta II). Este cambio en el marco legal del sector eléctrico chileno

en su origen no realizó una distinción normativa para las energías renovables


no convencionales. Sin embargo, las modificaciones de la LGSE, oficializadas
en marzo de 2004 (Ley 19.940), modificaron un conjunto de aspectos del
mercado de generación eléctrica que afecta a todos los medios de generación,
introduciendo elementos especialmente aplicados a las ERNC (Behnke;
Estévez; Arias, 2009, p. 64).

Un cambio significativo para la apertura hacia una transición energética


en Chile se aprecia en 2008 con la promulgación de la Ley 20.257 que,
abiertamente, fomenta la generación de ERNC, pero no como una
alternativa a las fuentes de energía convencional, sino en una relación de
codependencia. Esto implica que, a partir de 2010, las empresas que tengan
una capacidad instalada sobre los 200 Mw deben incorporar las ERNC
de modo que un 5% del total de la energía producida provenga de estas
fuentes, porcentaje que debe incrementarse anualmente con la finalidad
de alcanzar, en ese tiempo, la meta del 10% para el 2024 (Behnke et al.,
2009). En 2015 se oficializó la Política Energética de Chile 2050 (Ministerio
de Energía, 2016), lo que se ha presentado como el inicio de una “revolución
energética” (Pacheco, 2018), básicamente por un impulso decidido a las
ERNC y porque incluye la participación ciudadana y el ordenamiento
territorial en sus ejes discursivos, aun cuando sigue conceptualmente
acoplada a un sistema eléctrico, al crecimiento económico y a la inversión
privada, algo que algunos autores denominan hibridación neoliberal de la
política eléctrica chilena (Maillet; Bugueño, 2019).

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Si bien el giro normativo general puede parecer auspicioso, pues marca


el inicio de un escenario de transición energética hacia las ERNC, con tasas
de incorporación en la matriz sin precedentes en Latinoamérica3, hay otro
campo de políticas – las de cambio climático – que demuestran que el
tema es bastante más complejo. En efecto, las contradicciones quedan
en evidencia cuando consideramos los discursos en torno a las políticas
de cambio climático expresados en el Acuerdo de París en 2015, según
el cual Chile se compromete para el año 2030 a reducir sus emisiones
de CO2 por unidad de PIB en un 30% con respecto al nivel alcanzado
en 2007, considerando un crecimiento económico futuro que le permita
implementar las medidas para alcanzar este compromiso. En estas metas,
la eficiencia energética, las energías renovables, el cambio de uso de suelo
y los bosques tendrían un rol central en la estrategia. Si bien el crecimiento
de las ERNC en la matriz ha sido sostenido, es el propio Ministerio del
Medioambiente quien, en la Segunda Comunicación Nacional de Chile ante
la CMNUCC, reconoce que “las emisiones del país están aumentando de
manera importante, principalmente por el crecimiento del sector energía”
(Ministerio del Medio Ambiente, 2011, p. 18). Asimismo, el análisis hecho
por CEPAL (Vicuña, 2014) a los inventarios de GEI de quatro países reconoce
que el aumento de emisiones del sector energía en Chile se debe, en gran
medida, al crecimiento económico de la industria minera de alta importancia
para el país (Vicuña, 2014). Aun cuando Chile no es un gran emisor de
GEI, en 2011 fue el segundo país después de China con mayor crecimiento
de emisiones, carbonización de la matriz sustentada en el crecimiento de
termoeléctricas a carbón y en proyectos de explotación carbonífera a gran
escala como los desarrollados en Isla Riesco, región de Magallanes (Yáñez;
Garrido-Lepe, 2017).

De acuerdo a datos de la Asociación de Energías Renovables de Chile (Acera), si en 2012


3 

las ERNC tenían una potencia instalada de 952 MW, a diciembre de 2017 llegaron a
4.895 MWs. Es importante indicar que en 2010 la participación de las ERNC en la matriz
eléctrica nacional bordeaba el 3,4%, mientras que hacia finales de 2017 superó el 20%
de la generación (Fuente: Revista Electricidad, http://www.revistaei.cl/2018/01/09/2019-se-
cumpliria-la-meta-20-ernc-fijada-ley-2025/.

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Los caminos hacia las sociologías de la energía


El campo teórico y empírico que la sociología ha ido construyendo en
torno a la energía no es unívoco, ni en su decurso temporal, acrecentado
por la centralidad de las acciones y políticas de cambio climático, ni
en los agrupamientos temáticos y epistemológicos que lo constituyen
en la actualidad. No hay aún una sociología de la energía, sino varios
ámbitos temáticos que componen un campo cada vez más heterogéneo
y especializado, tal como lo indican Ariztía y colaboradores (2017). El
trabajo de Rosa, Machlis y Keating (1988) se encuentra entre los esfuerzos
tempranos para sintetizar el campo sociológico de investigaciones que,
hasta esa fecha, abordaban las relaciones entre energía y sociedad. Según
los autores, en sus comienzos, la teoría se habría debatido en torno a las
relaciones entre energía, tecnología y valores sociales, predominantemente
en su vinculación con el progreso de las sociedades. El estudio teórico
de estas relaciones presentaba variaciones importantes según el grado de
determinación de la energía sobre la sociedad o viceversa. A partir de las
décadas de 1960 y 1970, el auge de las preocupaciones medioambientales
habría contribuido a la comprensión de la energía como un problema
social, volviendo la mirada de los/as sociólogos/as hacia su capacidad de
iluminar las relaciones entre los ecosistemas y los sistemas económicos y
sociales. Así, la discusión se focalizó en las relaciones entre el crecimiento
energético y el bienestar social, dando sustento a las políticas públicas en
esta materia, principalmente de los países industrializados. En la década
de 1990, los estudios en el ámbito de las políticas públicas han estado
centrados en las opiniones y actitudes frente a los temas energéticos y
en los impactos del desarrollo energético en términos sociales, culturales,
demográficos, económicos y estéticos (Garniati et al., 2014), así como en
los “imaginarios sociotécnicos” nacionales de las transiciones energéticas
(Jasanoff; Kim, 2013).
Por otra parte, los enfoques microsociológicos ya cobraban fuerza a
fines de la década de 1980, estimulados por la crisis ecológica y por la
necesidad de demostrar la importancia de las ciencias sociales en el análisis
de la vida cotidiana y la energía. En ellos se examinan los estilos de vida
como factor determinante del consumo energético de los hogares, así como

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los elementos que inciden en la eficiencia de las acciones e inversiones


realizadas por las personas y las empresas (Socolow, 1978; Wilhite et
al., 2000; Hargreaves; Nye; Burguess, 2010; Shaw; Ozaki, 2013). La
invisibilidad de la energía en la vida cotidiana y su escasa prioridad frente
a otros temas medioambientales se convierte en el motivo de trabajo de
Elizabeth Shove (1997), quien explora las miradas sociológicas a la energía
y el medioambiente reconociendo dos agendas de investigación. Mientras
una de ellas se plantea desde las creencias y prácticas individuales de los
consumidores para ocuparse de las definiciones y formas de medición
del consumo de energía, otra se propone abordar el consumo energético
atendiendo a su organización social. Esta última, implica poner el énfasis en
la construcción sociocultural de las preferencias y demandas de energía las
cuales se encuentran encarnadas en infraestructuras tecnológicas, edificios,
sistemas de transporte, desarrollo urbano y en modos de vida. Así, la autora
destaca que lo que se logra visibilizar en una agenda, se vuelve invisible
en la otra y viceversa.
Otro campo reciente es la literatura sobre conflictos ambientales en
torno a proyectos energéticos. El impulso a la transición energética ha dado
lugar a la expansión de las ERNC generando diversas respuestas sociales que,
en algunos casos, han devenido en conflictos territoriales. Algunos autores,
particularmente durante la década de 1990, han estudiado la oposición de
los grupos locales a este tipo de proyectos desde la perspectiva del NIMBY
(Not in my back yard) asumiéndolo como una reacción compleja que
combina la desconfianza ante empresas e instituciones y el sentimiento de
ser víctimas de un tratamiento injusto en la toma de decisiones. El concepto
se ha utilizado para deslegitimar y desacreditar a los opositores locales
clasificándolos en una postura egoísta, parroquial o ignorante (Burningham;
Barnett; Thrush, 2006; Aitken, 2010; Zógrafos; Saladié, 2012). Frente a
las limitaciones conceptuales del NIMBY, cierta academia europea giró, en
la primera década de 2000, hacia el estudio de estos fenómenos bajo la
etiqueta de la “aceptación social” de la energía (Wüstenhagen; Wolsink;
Bürer, 2007; Batel; Devine-Wright; Tangeland, 2013), reconociendo con
ello la existencia de articulaciones complejas entre políticas públicas,
proyectos energéticos y territorios locales, así como la importancia de los

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espacios democratizadores que posibiliten la participación de los actores


locales en las decisiones que los afectan.
En el caso de Chile, los conflictos territoriales o ambientales asociados
a desarrollos energéticos se han documentado fundamentalmente en
relación a proyectos de energías renovables convencionales, como la
instalación de plantas hidroeléctricas, para distintos casos del sur del país
como Ralco, Panguipulli y Aysén (Romero Toledo; Romero Aravena; Toledo,
2009; Román, 2012; Susskind et al., 2014; Tironi; Barandiarán, 2014;
Höhl, 2018) y no convencionales como los parques eólicos de Chiloé
(Kiritz; Durán; Montaña, 2015). También existe un reciente análisis sobre
26 conflictos ambientales vinculados a energía que incluyen otras fuentes
convencionales como termoeléctricas (Maillet; Albala, 2018). Si bien los
trabajos académicos publicados sobre conflictos energéticos son recientes
y escasos, las controversias alrededor de estos proyectos se expresan
vigorosamente a través de diversos movimientos sociales, los que, además
de ejercer resistencia por medio de acción directa, comunican sus ideas a
través de medios de divulgación ciudadanos o redes sociales.

La vida social de la energía: fundamentos teóricos


Proponer un examen a la vida social de la energía supone revisar algunos
de los supuestos epistémicos y teóricos del tratamiento que las ciencias
sociales han otorgado al tema. En primer lugar, supone una integración
interdisciplinaria y un avance sistemático hacia la transdisciplina, incluyendo
no sólo otros campos del conocimiento, sino otros actores sociales que
participan de la construcción de saberes para la sustentabilidad. Este camino
no es necesariamente conducente a la reducción de la incertidumbre,
que es el rol asignado a la ciencia en los proyectos modernistas, pero sí a
la integración de la complejidad dentro de los modos de aprensión de la
realidad, lo que nos permite aportar grados de reflexividad a los procesos
sociales (Funtowicz; De Marchi, 2000).
En segundo lugar, avanzar hacia el estudio de la vida social de la energía
implica abandonar la sectorización económica de las actividades humanas
y comprender que las relaciones sociales transcurren como parte de los
procesos del habitar de un territorio, que se despliegan en un permanente

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devenir y no como procesos predeterminados (Ingold, 2000). Esta mirada


del habitar territorial debe prestar atención no solo a los actores humanos,
sino a los agentes no humanos, la materialidad y la tecnología, lo que se
beneficia teóricamente de las corrientes socio-materialistas (De Landa,
2006; Latour, 2008; Ingold, 2011). En esta perspectiva la “construcción
de lo social” no es un proceso meramente cognitivo y elaborado desde
las percepciones individuales – y por lo tanto relativista – de la realidad,
sino abordado desde una mirada relacional, que identifica las asociaciones
establecidas entre actores humanos y no humanos, en un mundo donde lo
social también está compuesto por materiales (Ingold, 2011), materialidades
(Miller, 2005) y flujos (Umans; Arce, 2014). Contrarrestar las brechas
en el conocimiento heredadas de una mirada sectorial, economicista,
tecnocrática y antropocéntrica de la energía implica explorar aproximaciones
multidimensionales centradas en las prácticas sociales, el efecto de la
territorialización de procesos sociales en la constitución de nuevas entidades
y ensamblajes (De Landa, 2006) y la heterogeneidad de respuestas de los
agentes frente al cambio sociotécnico.
En esta propuesta, la vida social de la energía se despliega a través
del estudio de su devenir en tres campos sociales entrelazados: a) la
historia territorial, entendida como la historicidad de un proceso que ha
tenido continuidades y discontinuidades que se deben trazar sincrónica
y diacrónicamente; b) las políticas, proyectos y desarrollos territoriales en
materia energética; entendida como un campo político disputado por la
heterogeneidad de valores, representaciones y significados atribuidos a estos
procesos por parte de agentes situados; c) la experiencia fenomenológica
de sus habitantes en el espacio doméstico y laboral, dado que entendemos
que la organización social de la producción, el consumo y la vida cotidiana
genera formas diferenciadas de uso, significado y valoración de la energía
que no suelen ser consideradas en los otros dos campos.
En esta propuesta, el concepto de trayectoria da cuenta de la
inseparabilidad de estos tres campos para entender el devenir de los
habitantes de una región o de territorios dentro de una región, en su
particular relación con un dominio de la vida: la energía. El concepto de
trayectoria, en este sentido, tiene un valor heurístico y se construye a partir

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La vida social de la energía... 173

del análisis integrado de los campos sociales arriba descritos en su dimensión


procesual y no como eventos aislados de la vida social.
Junto al concepto de trayectoria, se vuelve relevante el de sistemas
y regímenes sociotécnicos. El primero cobra importancia en los estudios
sociales de ciencia y tecnología a través del historiador de la tecnología
Thomas Hughes en su libro sobre la electrificación de occidente Networks
of power (Hughes, 1983). El concepto de sistema sociotécnico enfatiza que,
en el desarrollo de una tecnología, los aspectos de la organización social
son inseparables de los componentes técnicos y materiales. Se introduce
también como una forma de responder a los enfoques de determinismo
tecnológico que privilegiaban interpretaciones en las que toda la organización
social se explica a partir de un determinado desarrollo tecnológico. Aún
más específico para los propósitos de esta propuesta es el concepto de
regímenes sociotécnicos que “son configuraciones relativamente estables
de instituciones, técnicas y artefactos, así como también regulaciones,
prácticas y redes que determinan el desarrollo y uso ‘normal’ de tecnologías”
(Rip y Kemp citados en Smith; Stirling; Berkhout, 2005, p. 1493). Este
concepto es desarrollado por la escuela holandesa de estudios de transiciones
tecnológicas, particularmente a partir de la perspectiva multinivel (Geels et
al., 2007). Este enfoque teórico sostiene que las transiciones se producen a
través de interacciones entre los procesos de tres niveles: (a) las innovaciones
de nicho que constituyen el nivel micro donde emergen las novedades
radicales, inicialmente configuraciones sociotécnicas bastante inestables; (b)
cambios en el nivel del paisaje que es el ambiente exógeno (macroeconomía,
patrones culturales etc.) que incide en los nichos y actores del régimen; y (c)
la desestabilización del régimen que crea oportunidades para innovaciones
específicas (Geels et al., 2007).
La idea de régimen tiene un rendimiento teórico importante cuando el
punto de entrada es el estudio de procesos de normalización de tecnologías
(políticas, normas, regulaciones, proyectos etc.). Sin embargo, su utilidad
se reduce cuando lo que suponemos estable es sometido a tensiones
por distintos agentes que contestan y reinterpretan esa normalización,
abriendo espacio para nuevas configuraciones, más abiertas, flexibles
e indeterminadas. En estos casos resulta más interesante la noción de

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174 Gustavo Blanco-Wells

ensamblaje, derivada de la concepción deleuziana de agenciamiento


múltiple y heterogéneo. El ensamblaje va más allá del intento de capturar
la composición inestable de las innovaciones tecnológicas, lo que Geels
et al. (2007) denominan nicho de una transición, pues también incluye
configuraciones no funcionales, transiciones inversas y puntos de fuga
hacia arreglos sociomateriales impensados, más adecuados a la morfología
rizomática e indeterminada de ciertos procesos.
En síntesis, la vida social de la energía propone el estudio de trayectorias
sociotécnicas con la posibilidad de combinar o alternar entre regímenes y
ensamblajes, de acuerdo al momento en que determinada forma energética
comienza a ser territorializada.

Alcances metodológicos de la propuesta


Dada las múltiples formas en que se expresa la energía, esta propuesta
se fundamenta metodológicamente en estudios de caso, idealmente
extendidos, que examinen la vida social de regímenes sociotécnicos situados
en territorios concretos y cercanos a la experiencia de las/los investigadores.
La metodología debe orientarse a identificar, describir y analizar los procesos
a través de los cuales la energía puede ser entendida como parte de la vida
social de los territorios y elemento central de los conflictos y disputas de
poder en torno a los recursos locales y sus naturalezas.
El estudio de caso extendido es una metodología en donde la experiencia
de investigación vivida e información colectada a través de trabajo de campo
se convierten en registro y/o datos que son analizados para períodos de
tiempo extensos, identificando el reposicionamiento de los actores frente
a diferentes eventos y situaciones, lo que permite enfatizar el carácter
procesual del cambio social (Mitchell, [1956] 2006; Van Velsen, 1967;
Burawoy, 1998). El estudio de caso extendido representa una herramienta
de investigación social que tiene su origen en la Escuela de Antropología
Social de Manchester (Evens; Handelman, 2006), aunque mantiene una
reconocida afinidad epistemológica con la Escuela de Sociología de Chicago
(Mills, [1956] 2006).
Los estudios de caso son una metodología flexible ya que a través de
una serie de técnicas de recolección y registros de información de base

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La vida social de la energía... 175

etnográfica – observación, observación participante, historia oral, entrevistas,


grupos focales, revisión documental y de archivos – permiten reconstruir e
ilustrar algún aspecto de la vida social y abstraer conclusiones generales a
través de un proceso de inferencia lógica y no estadística. Como lo define
John Clyde Mitchell, un estudio de caso es “el material descriptivo básico
que un observador ha ensamblado a través de diversos medios disponibles
acerca de un fenómeno particular o serie de eventos con el fin explícito de
elaborar conclusiones teóricas a partir de él” (Mitchell, [1956] 2006, p. 26).
En el estudio de caso no opera la búsqueda de tipicalidad y representatividad,
porque la unidad de análisis no es la “sociedad”, la “cultura” o “grupos
sociales” desde la que se extraen eventos que constituyen una muestra,
sino los procesos sociales. Nuestra posibilidad de teorizar sobre esos eventos
está dada por las relaciones lógicas establecidas entre categorías en un nivel
abstracto, pero fundamentadas en una observación y descripción detallada
del proceso estudiado.

Territorializando la transición energética


En la figura 1 se presenta una matriz que representa de modo
sintético los preceptos teóricos de la transición energética implícitos en
las políticas asociadas a cambio climático. Se trata de una expresión gráfica
de aquellos aspectos teleológicos inscritos en los discursos del cambio
sociotécnico planeado en materia energética. Por lo tanto, su valor es
heurístico, no debe interpretarse como regímenes cerrados o monolíticos,
ni tampoco como forma única de ordenar la relación entre sociedades,
energía y cambio sociotécnico. Se trata de un punto de partida que debe
contrastarse empíricamente con la realidad situada que se pretende estudiar.
Conceptualmente, la figura plantea que la transición energética supone
un desplazamiento tecnológico desde regímenes basados en carbono
(combustibles fósiles) hacia el cuadrante superior derecho, o regímenes
sustentables, una acción que, en teoría, es estimulada por políticas públicas
e inversión en cambio tecnológico.
En esta propuesta se plantea la necesidad de explorar en profundidad
casos que den cuenta de los distintos regímenes que integran cada cuadrante

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176 Gustavo Blanco-Wells

y sus eventuales desplazamientos a partir de intervenciones, proyectos


u otros desarrollos energéticos. El movimiento lineal ascendente hacia la
sustentabilidad y los supuestos consensos públicos sobre la renovabilidad
y la convencionalidad deben ser empíricamente interrogados a partir de
la diversidad de situaciones que pueden – o no – hacer posible y deseable
una transición por parte de agentes territoriales en su relacionalidad con
materialidades específicas.

Figura 1 - Matriz teórica de la transición energética.

Fuente: elaboración propia.

Un hallazgo importante sobre esta matriz es que lo convencional


de una tecnología, aunque parezca evidente, es exactamente eso: una
convención social, un arreglo sujeto a variaciones de acuerdo a los cambios
en las valoraciones y procesos de normalización de dicho régimen y cuyos
límites se encuentran en permanente disputa. Por ejemplo, para el caso
chileno, los proyectos de energía hidráulica son convencionales cuando
superan los 20 Mw de capacidad de generación, una definición legal con
consecuencias políticas, porque ello define además los mecanismos de
evaluación de impactos a los que se someten los proyectos. Por lo tanto, que
un proyecto de generación mini-hidro sea definido como no convencional

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La vida social de la energía... 177

y renovable, no disminuye el grado de conflictividad que puede presentar


en su desarrollo, como ha sido anteriormente documentado para el caso
de Chile. También los grados de renovabilidad de los recursos y fuentes
energéticas de esta matriz se encuentran tensionados por debates y prácticas
de valoración que van moviendo los límites de la “sustentabilidad”, como
por ejemplo en la importancia cultural de la leña (biomasa) como método
de calefacción principal en el sur del país.
Como ya se ha destacado, la unidad heurística que agrupa los distintos
tipos de experiencia sobre la energía es el de trayectoria territorial que,
en cada caso, debería integrar tres campos sociales: la historia territorial,
las políticas, proyectos y desarrollos territoriales y los modos de habitar.
En este último campo se puede dar especial atención a incluir entre los
criterios de selección de los casos el estudio de sistemas energéticos
presentes en modos y medios de vida de relevancia para cada territorio
o particularmente vulnerables a estas transformaciones: grupos sociales
específicos, comunidades indígenas, campesinos/as etc.
En el trabajo de investigación desarrollado en Chile, desde 2015 a
la actualidad, nos hemos enfocado en comprender la experiencia vivida
por comunidades urbanas y rurales al tener que enfrentar el desarrollo de
proyectos de energía renovable, tanto de tipo no convencional – parques
eólicos, centrales mini-hidroeléctricas, biodigestores de gas, gasificación
por fracturamiento – como convencional – transformaciones en el sistema
de calefacción por leña y otros usos energéticos de la biomasa. También
hemos identificado procesos de resistencia y controversias cuando se han
llevado a cabo propuestas de transformación de energía convencional,
por ejemplo, en relación al término del subsidio del gas en la región de
Magallanes, el cierre de las minas de carbón en el centro sur de Chile y
la construcción de proyectos de centrales hidroeléctricas de gran tamaño
en las regiones de Los Ríos y Los Lagos, entre otros casos de estudio que
nos han permitido documentar las variaciones de la transición energética.
Este conjunto de experiencias, cuyo detalle no es el propósito de este
artículo, nos han enseñado que los cambios sociotécnicos se manifiestan
en movimientos inesperados, lo que supone un cuestionamiento a la
linealidad implícita en la idea de transición presentado en la matriz de la

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178 Gustavo Blanco-Wells

figura 1. Por ejemplo, el agotamiento de los pozos de gas convencionales


en la Región de Magallanes y la amenaza de eliminación del subsidio que
se otorga a la población para el uso cotidiano como energía térmica de este
combustible, abrió paso a una movilización social masiva en la ciudad capital
de esta región austral, lo que subsecuentemente permitió el desarrollo de
la producción estatal de tight gas por vía de fracturamiento (no renovable,
no convencional). Esta transición hacia una tecnología ambientalmente
cuestionada no ha tenido oposición por parte de la comunidad regional,
sino todo lo contrario, una aceptación de la extensión del programa estatal
para explotación del gas.
Este y otros casos nos deben llevar también a reconsiderar el
etnocentrismo implícito en la definición de la sustentabilidad que juzga
como deseable un grupo de tecnologías e indeseables otras, sin considerar
la historia material situada de los agentes que habitan los diversos territorios
ni las posibilidades específicas para implementar esos cambios sin amenazar
las actuales condiciones de existencia.

Consideraciones finales
La propuesta presentada en este artículo ha permitido que un grupo de
investigación desarrolle estudios de mediano y largo plazo sobre la relación
entre energía y sociedades territoriales frente a procesos de transiciones
sociotécnicas, algo que he denominado “la vida social de la energía”. Al
mismo tiempo que identifica aportes de la sociología, particularmente a
través de componentes metodológicos, en la práctica el estudio de estas
transiciones se ha desarrollado a través de formas flexibles de investigación
con orientación transdisciplinar en colaboración con colectivos sociales
preocupados por la defensa del medio ambiente, los territorios y modos
situados de desarrollo energético.
De particular interés para el estudio situado de estos procesos ha sido
comprender que las transiciones no responden a un patrón histórico único,
sino que son multidireccionales y surgen de asociaciones heterogéneas
entre agentes y materialidades que las hacen posibles en condiciones
específicas de existencia. Por lo tanto, el rendimiento teórico de los conceptos

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La vida social de la energía... 179

de trayectorias territoriales, regímenes sociotécnicos y ensamblajes va a


depender del tipo de transición, el tipo de investigación y del despliegue
espacio-temporal del equipo investigador.
En relación al rol de las ciencias sociales en el campo político, técnico
y ciudadano de la transición energética, podemos señalar que el debate y
las acciones se encuentran muy enmarcadas por los desafíos que impone
el cambio climático a las sociedades. Alrededor de este fenómeno se ha
formado una compleja trama de arreglos tecno-políticos que surgen desde
los compromisos internacionales y que buscan viabilizar respuestas para
disminuir sus efectos negativos. Dentro de estas respuestas, ha cobrado
especial relevancia el impulso a diferentes expresiones de “transición”
(energética, forestal, productiva, urbana). Una consideración abstracta de
estos procesos podría llevarnos a pensar en transiciones lineales, susceptibles
de ser programadas y con grados moderados o altos de aceptación social.
Sin embargo, la investigación empírica que ha surgido a partir de la puesta
en práctica de esta propuesta ha demostrado lo contrario. Las transiciones
que se despliegan en la interfaz de medio ambiente y desarrollo, incluida
la energética, son en muchos casos contestadas y debatidas por distintos
grupos sociales territoriales, lo que demuestra los intereses divergentes
entre estos colectivos y las élites tecno-políticas que participan de su
planeamiento, inversión y desarrollo. Desde la perspectiva que surge de
esta propuesta, debemos avanzar en entender estos procesos como parte
de la soberanía energética de los pueblos. La aceptación o rechazo social
de la energía no debe ser el motor que mueva la investigación sobre esta
materia, sino la forma en que las sociedades definen, debaten y construyen
formas democráticas y justas de uso energético en cada territorio.

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180 Gustavo Blanco-Wells

Agradecimientos
Este trabajo recibió aportes de la Comisión Nacional de Investigación Científica y
Tecnológica de Chile a través de los Proyectos Fondecyt 1160857; Fondap 15150003;
Fondap 15110009, así como de la Iniciativa Científica Milenio del Ministerio de Economía
y Turismo del Gobierno de Chile.

Gustavo Blanco-Wells es Doctor en Sociología del Desarrollo y profesor asociado del


Instituto de Historia y Ciencias Sociales de la Universidad Austral de Chile. También es
Investigador Asociado del Núcleo Milenio Energía y Sociedad, del Centro de Investigación
Dinámica de Ecosistemas Marinos de Altas Latitudes y del Centro de Ciencias del Clima y la
Resiliencia, todos en Chile.
[email protected].

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Recepción en: 26 abr. 2019


Aprobación en: 01 jul. 2019

Sociologias, Porto Alegre, ano 21, n. 51, maio-ago 2019, p. 160-185.

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