Hace 2000 Anos

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HACE 2000 AÑOS…

EPISODIOS DE LA HISTORIA DEL


CRISTIANISMO EN EL SIGLO I

ROMANCE DE EMMANUEL

FRANCISCO CÁNDIDO XAVIER


ÍNDICE
ÍNDICE 3
EN LA INTIMIDAD DE EMMANUEL, AL LECTOR 4
PRIMERA PARTE 11
I DOS AMIGOS 11
II UN ESCLAVO 27
III EN CASA DE PILATOS 46
IV EN GALILEA 62
V EL MESÍAS DE NAZARET 78
VI EL RAPTO 94
VII LAS PRÉDICAS DEL TIBERÍADES 114
VIII EN EL GRAN DÍA DEL CALVARIO 130
IX LA CALUMNIA VICTORIOSA 146
X EL APÓSTOL DE SAMARIA 169
SEGUNDA PARTE 219
I LA MUERTE DE FLAMINIO 219
II SOMBRAS Y NUPCIAS 244
III PLANES DE LA TINIEBLA 263
IV TRAGEDIAS Y ESPERANZAS 280
V EN LAS CATACUMBAS DE LA FE Y EN EL CIRCO DEL
MARTIRIO 308
VI ALBORADAS DEL REINO DEL SEÑOR 353
VII TRAMAS DEL INFORTURNIO 369
VIII EN LA DESTRUCCIÓN DE JERUSALÉN 399
IX RECUERDOS AMARGOS 427
X EN LOS ÚLTIMOS MINUTOS DE POMPEYA 439
EN LA INTIMIDAD DE EMMANUEL,
AL LECTOR
Lector, antes de penetrar al umbral de esta historia, es
justo que presentemos, a tu curiosidad, algunas observaciones
de Emmanuel, el ex-senador Publio Léntulus, descendiente
de la orgullosa “genealogía Cornelia”, recibidas de ese
generoso Espíritu, en la intimidad del grupo de estudios
espiritualistas de Pedro Leopoldo, Estado de Minas Gerais.
A través de estas observaciones, quedarás conociendo
las primeras palabras del Autor, con respecto a esta obra, y sus
impresiones más profundas, en el curso del trabajo, que fue
llevado a efecto, del 24 de octubre de 1938 al 9 de febrero de
1939, según las posibilidades de tiempo de su médium y sin
perturbar otras actividades del propio Emmanuel, junto a los
sufridores que, frecuentemente, lo procuran, y junto al
esfuerzo de propaganda del Espiritismo cristiano en la Patria
del Cruzeiro.
El 7 de septiembre de 1938, afirmaba él en pequeño
mensaje dirigido a sus amigos encarnados:
- “Algún día, si Dios me lo permitiere, os
hablaré del orgulloso patricio Publio
Léntulus, a fin de que algo aprendáis en las
dolorosas experiencias de una alma
indiferente e ingrata.
- Esperamos el tiempo y el permiso de Jesús”.
Emmanuel no olvidó la promesa. Como en efecto, el
21 de octubre del mismo año, volvía a recordar en otro
comunicado familiar:

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“Si la bondad de Jesús nos lo permitiere,
iniciaremos nuestro esfuerzo, dentro de algunos días,
esperando yo por la posibilidad que escribamos
nuestras reminiscencias del tiempo en que se verificó el
paso del Divino Maestro sobre la faz de la Tierra.
No sé si conseguiremos realizar también, como
lo deseamos, semejante intento. Sin embargo, de
antemano, quiero señalar mi confianza en la
misericordia de Nuestro Padre de Infinita Bondad”.
De hecho, el 24 de octubre referido, recibía el médium
Xavier la primera página de este libro y, al día siguiente,
Emmanuel volvía a decir:
- “Iniciamos, con el amparo de Jesús, un
sencillo trabajo más. Permita Dios que
podamos llevarlo a buen término.
Ahora verificaréis la extensión de mis flaquezas en el
pasado, sintiéndome confortado en aparecer con toda
la sinceridad de mi corazón, ante el plenario de
vuestras conciencias. Orad conmigo, pidiendo a Jesús
para que yo pueda completar ese esfuerzo, de modo
que el plenario se dilate, más allá de vuestro medio, a
fin de que mi confesión sea un derrotero para todos”.
Durante todo el esfuerzo de psicografía, el Autor
de este libro, no perdió la ocasión de enseñar la
humildad y la fe a cuantos lo acompañaban. El 30 de
diciembre de 1938 comentaba, en nuevo mensaje
afectuoso:
“Agradezco, mis hijos, el precioso
concurso que me venís prestando. Me he
esforzado, cuanto era posible, para adaptar una
historia tan antigua al sabor de las expresiones
del mundo moderno, más, relatando la verdad,
somos llevados a penetrar, ante todo, en la

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esencia de las cosas, de los hechos y de las
enseñanzas.
Para mí, esas recordaciones han sido muy
suaves, pero también muy amargas. Suaves por
la rememoración de las reminiscencias amigas,
pero, profundamente dolorosas, considerando
mi corazón empedernido, que no supo
aprovechar el minuto radiante que sonara, en el
reloj de mi vida de Espíritu, hace dos mil años.
Permita Jesús que pueda yo alcanzar los fines
que me propuse, presentando, en este trabajo,
no una historia interesante acerca de mi pobre
personalidad, sino, tan solo una experiencia para
los que hoy trabajan en la siembre y en las mies
de Nuestro Divino Maestro”.

Otras veces, Emmanuel enseñaba, a sus compañeros


encarnados, la necesidad de nuestra ligazón espiritual con
Jesús, en el desempeño de todos los trabajos. El día 04 de
enero de 1939, escribía él esta oración, donde se refería aún a
sus memorias del pasado remoto:
- “¡Jesús, Cordero Misericordioso del Padre de
todas las gracias, han pasado dos mil años y mi pobre
alma aún revive sus días, amargos y tristes!...
¿Qué son dos milenios, Señor, en el reloj de la
Eternidad?
Siento que tu misericordia nos responde en sus
ignotas profundidades… Sí, el tiempo es el gran tesoro
del hombre y veinte siglos, como veinte existencias
diferentes, pueden ser veinte días de pruebas, de
experiencias y de luchas redentoras.
¡Sólo tu bondad es infinita! Solamente tu
misericordia puede abarcar todos los siglos y todos los

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seres, porque en ti vive la gloriosa síntesis de toda la
evolución terrestre, fermento divino de todas las
culturas, alma sublime de todos los pensamientos.
Delante de mis pobres ojos, se perfila la vieja
Roma de mis pesares y de mis caídas dolorosas…
Siéntome aún envuelto en la miseria de mis flaquezas y
contemplo los monumentos de las vanidades
humanas…. ¡Expresiones políticas, variando en sus
características de libertad y de fuerza, detentoras de la
autoridad y del poder, señoras de la fortuna y de la
inteligencia, grandezas efímeras que perduran apenas
por un día fugaz! ¡Tronos y púrpuras, mantos
preciosos de los honores terrestres, togas de la
deficiente justicia humana, parlamentos y decretos
supuestamente irrevocables!... En silencio, Señor, viste
la confusión que se estableciera entre los hombres
inquietos y, con el mismo desvelado amor, salvaste
siempre a las criaturas en el instante doloroso de las
ruinas supremas… ¡Diste la mano misericordiosa e
inmaculada a los pueblos más humildes y más frágiles,
confundiste la ciencia mentirosa de todos los tiempos,
humillaste a los que se consideraban grandes y
poderosos!...
Bajo tu mirada compasiva, la muerte abrió sus
puertas de sombra y las falsas glorias del mundo fueron
derruidas en el torbellino de las ambiciones,
reduciéndose todas las vanidades a un acervo de
cenizas…
Ante mi alma, surgen las reminiscencias de las
construcciones elegantes de las célebres colinas; veo el
Tíber que pasa recogiendo los detritos de la gran
Babilonia Imperial, los acueductos, los mármoles
preciosos, las termas que parecían indestructibles... Veo

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aún las calles con su movimiento, donde una plebe
miserable espera la misericordia de los grandes señores,
las limosnas de trigo, los fragmentos de paño para
resguardarse del frío la desnudez de la carne.
Regurgitan los circos… ¡Hay una aristocracia del
patriciado observando las pruebas elegantes, en el
campo de Marte, y, en todo, desde las vías más
humildes hasta los palacios más suntuosos, se habla de
César, el Augusto!...
¡Dentro de esas recordaciones, paso yo Señor,
entre harapos y esplendores, con mi orgullo miserable!
De los velos espesos de mis sombras, tampoco yo te
podía ver, en lo Alto, donde guardas tu solio de gracias
inagotables…
¡Mientras el gran imperio se deshacía en sus
luchas inquietantes, traías tu corazón en silencio y,
como los demás, yo no percibía que vigilabas!
Permitiste que la Babel romana se levantase muy
alto, pero, cuando viste que se amenazaba la propia
estabilidad de la vida en el planeta, dijiste: - “¡Basta!
¡Han llegado los tiempos de trabajar en la mies de la
verdad!”. ¡Y los grandes monumentos, con las estatuas
de los dioses antiguos, rodaron de sus pedestales
maravillosos! Un soplo de muerte barrió las regiones
infestadas por el virus de la ambición y del egoísmo
desenfrenado, despoblándose, entonces, la gran
metrópolis del pecado. Desmoronándose los circos
formidables, cayeron los palacios, ennegreciéranse los
mármoles lujosos…
¡Bastó una palabra tuya, Señor, para que los
grandes señores, volviesen a las márgenes del Tíber,
como esclavos misérrimos!... Deambulábamos, así,
dentro de nuestra noche, hasta el día en que nueva luz

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brotara en nuestra conciencia. ¡Fue preciso que los
siglos pasasen para que aprendiéramos las primeras
letras de tu ciencia infinita, de perdón y de amor!
¡Y aquí estamos, Jesús, para loarte la grandeza!
Permite que podamos recordarte en cada paso, oírte la
voz en cada sonido distraído del camino, para huir de
la sombra dolorosa... ¡Extiéndenos tus manos y
háblanos aún de tu Reino!... Tenemos sed inmensa de
aquella agua eterna de la vida, que figuraste en la
enseñanza a la Samaritana…
¡Ejercito de operarios de tu Evangelio, nosotros
nos movemos bajo Tus determinaciones suaves y
sacrosantas! Ampáranos, Señor, y no nos retires de los
hombros la cruz luminosa y redentora, más bien,
ayúdanos a sentir, en los trabajos de cada día, la luz
eterna e inmensa de tu Reino de paz, de concordia y de
sabiduría, en nuestra senda de lucha de solidaridad y de
esperanza...
El 8 de febrero último, víspera del término de la
recepción de este libro, agradecía Emmanuel el
concurso de sus compañeros encarnados, en
comunicado familiar, del cual destacamos algunas
frases:
- “Mis amigos, Dios os auxilie y recompense.
Nuestro modesto trabajo está por terminar. Pocas
páginas le restan y yo os agradezco de corazón.
Reencontrando a los Espíritus amigos de las
épocas muertas, siento el corazón satisfecho y
confortado, al verificar la dedicación de todos al firme
pensamiento de evolución, hacia delante y hacia lo
alto, pues no es sin razón de ser que hoy trabajamos en
el mismo taller de esfuerzo y buena voluntad.

9
Jesús habrá de recompensar la cuota de esfuerzo,
amigo y sincero, que me prestasteis y que su infinita
misericordia os bendiga es mi oración de siempre”.
Aquí quedan algunas de las anotaciones íntimas de
Emmanuel, suministradas en la recepción de este libro. La
humildad de ese generoso Espíritu, viene a demostrar que en
el plano invisible hay, también, necesidad de esfuerzo propio,
de paciencia y de fe para las realizaciones.
Las notas familiares del Autor son una invitación para
que todos nosotros sepamos orar, trabajar y esperar en
Jesucristo, sin desfallecimientos, en la lucha que la bondad
divina nos ofrece para nuestro rescate, en el camino de la
redención.
Pedro Leopoldo, 2 de marzo de 1939.

La Editora

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PRIMERA PARTE

I DOS AMIGOS
Las últimas claridades de la tarde habían caído sobre el
caserío romano.
Las aguas del Tíber, ladeando el Aventino, dejaban
retratados los postreros reflejos del crepúsculo, mientras en las
calles estrechas pasaban literas apresuradas, sostenidas por
esclavos musculosos y alegres.
Nubes pesadas se amontonaban en la atmósfera,
anunciando aguaceros, próximos y las últimas ventanas de las
residencias, particulares y colectivas, cerrábanse con estrépito,
al soplo de los primero vientos de la noche.
Entre las construcciones elegantes y sobrias, que
exhibían mármoles preciosos, en la falda de la colina, había
un edificio que reclamaba la atención del forastero por la
singularidad de sus columnas severas y majestuosas. Una
simple mirada a su alrededor indicaba la posición del
propietario, dado el aspecto artístico e imponente.
Era, de hecho, la residencia del Senador Publio
Léntulus Cornelius, hombre aún joven, que, a la manera de la
época, ejercía en el Senado funciones legislativas y judiciales,
de acuerdo con los derechos que le competían, como
descendiente de antigua familia de senadores y cónsules de la
República.
El Imperio, fundado con Augusto, había limitado los
poderes senatoriales, cuyos detentores ya no ejercían ninguna
influencia directa en los asuntos privativos del gobierno

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HACE 2000 AÑOS

imperial, pero se había mantenido la herencia de los títulos y


dignidades de las familias patricias, estableciéndose las más
nítidas líneas de separación de las clases, en la jerarquía social.
Eran las diecinueve horas de un día de mayo del 31 de
nuestra era. Publio Léntulus, en compañía de su amigo
Flaminio Severus, reclinado en el triclinio, terminaba de
cenar, mientras Livia, la esposa, expedía órdenes domésticas a
una joven esclava etrusca.
El anfitrión era un hombre relativamente joven,
aparentando menos de treinta años, no obstante, su perfil
orgulloso y austero, aliado a la túnica de amplia banda
púrpura, que imponía cierto respeto a cuantos se le
aproximaban, contrastando con el amigo que, revistiendo la
misma indumentaria de senador, dejaba entrever edad
madura, iluminada de canas precoces, en señal de bondad y
experiencia de la vida.

Dejando a la joven señora entregada a los cuidados


domésticos, ambos se dirigieron al peristilo, para buscar un
poco de oxígeno de la cálida noche, si bien el aspecto
amenazador del firmamento anunciase lluvia eminente.
- La verdad, mi querido Publio – exclamaba Flaminio,
pensativo -, es que te consumes a simple vista. Se trata de una
situación que precisa modificarse sin pérdida de tiempo. ¿Ya
recurriste a todos los facultativos en el caso de tu hijita?
- Desgraciadamente – contestaba el patricio con
amargura – ya eché mano a todos los recursos a nuestro
alcance. Aun en estos últimos días, mi pobre Livia la llevó a
distraerse en nuestra vivienda de Tíbur 1, procurando uno de
los mejores médicos de la ciudad, que afirmó se trataba de un
caso sin remedio en la ciencia de nuestros días. El facultativo
no llegó a confirmar el diagnóstico, ciertamente, en razón de
1
Hoy Tívo li (Nota de la Ed itora)

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EMMANUEL

su conmiseración por la enfermita y por nuestra paternal


desesperación; pero, según nuestras observaciones, creemos
que el médico de Tíbur presume que se trata de un caso de
lepra.
- ¡Es una presunción atrevida y absurda!
- Entretanto, si no podemos admitir ninguna duda con
relación a nuestros antepasados, sabes que Roma está llena de
esclavos de todas las regiones del mundo y son ellos los
instrumentos de nuestros trabajos de cada día.
- Es verdad… - concordó Flaminio, con amargura.
Una nube de perspectivas sombrías se hacía
transparente en la frente de los dos amigos, mientras las
primeras gotas de lluvia satisfacían la sed de los rosales
floridos que adornaban las columnas graciosas y claras.
- ¿Y el pequeño Plinio? – preguntó Publio como
deseoso de proporcionar nuevo rumbo a la conversación.
- Ese, como sabes, continúa sano, demostrando
óptimas disposiciones. Calpurnia se preocupa, a cada
momento, para satisfacerle los caprichos de sus doce
incompletos años. A veces, es voluntarioso y rebelde,
contrariando las observaciones del viejo Parménides, sólo
entregándose a los ejercicios gimnásticos cuando le place; no
obstante, tiene gran predilección por los caballos. Imagina
que, en un momento de irreflexión propia de su edad,
burlando toda la vigilancia del hermano, concurrió a una
corrida de bigas realizada en los terrenos comunes de un
establecimiento deportivo del Campo de Marte, obteniendo
uno de los lugares más destacados. Cuando contemplo a mis
hijos, me recuerdo siempre de tu pequeña Flavia Lentulia,
porque bien sabes de mis propósitos de estrechar los antiguos
lazos que prenden a nuestras familias.
Publio oía al amigo, callado, como si la envidia le
acribillase el corazón cariñoso de padre.

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HACE 2000 AÑOS

- Sin embargo – contestó -, a pesar de nuestros


proyectos, los augurios no favorecen nuestras esperanzas,
porque la verdad es que mi pobre hija con todos nuestros
cuidados, más parece una de esas infelices criaturitas lanzadas
al Velabro 1
- No obstante, confiemos en la magnanimidad de los
dioses…
- ¿De los dioses? – Repitió Publio, con mal disfrazado
desaliento -. A propósito de ese recurso imponderable, he
excogitado mil teorías en el cerebro hirviente. Hace tiempo,
en visita a tu casa, tuve ocasión de conocer, más íntimamente,
a tu viejo griego. Parménides me habló de su juventud y
permanencia en la India, dándome cuenta de las creencias
hindúes, con sus cosas misteriosas del alma.
¿Crees que, cada uno de nosotros, puede regresar, después de
la muerte, al teatro de la vida, en otros cuerpos?
- De ningún modo – replicó Flaminio, enérgicamente.
– Parménides, no obstante su precioso carácter, lleva muy
lejos sus divagaciones espirituales.
- Entretanto, mi amigo, comienzo a pensar que él tiene
la razón, ¿Cómo podríamos explicar la diversidad de la suerte
en este mundo? ¿Por qué la opulencia de nuestros barrios
aristocráticos y las miserias del Esquilino? La fe en el poder de
los dioses no consigue elucidar esos problemas torturantes.
Viendo a mi desventurada hijita con la carne dilacerada y
pútrida, siento que tu esclavo está con la verdad. ¿Qué habría
hecho Flavia, en sus siete años incompletos, para merecer tan
horrendo castigo de las potestades celestiales? ¿Qué alegría
podrían encontrar nuestras divinidades en los sollozos de una
niña y en las lágrimas dolorosas que nos calcinan el corazón?
¿No será más comprensible y aceptable que hayamos venido

1
Barrio de la antigua Ro ma que se localizaba sobre un pantano.

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EMMANUEL

de tan lejos con nuestras deudas para con los poderes del
Cielo?
Flaminio Severus meneó la cabeza, como quien desea
apartar una duda, pero, tomando de nuevo su aspecto
habitual, obtemperó con firmeza:
- Haces mal en alimentar semejantes conjeturas en tu
fuero íntimo. En mis cuarenta y cinco años de existencia, no
conozco creencias más preciosas que las nuestras, en el culto
venerable de los antepasados. Es preciso considerar que la
diversidad de las posiciones sociales es un problema oriundo
de nuestra jerarquía política, la única que estableció una
división nítida entre los valores y los esfuerzos de cada uno;
en cuanto a la cuestión de los sufrimientos, conviene recordar
que los dioses pueden probar nuestras virtudes morales, con
las mayores amenazas a las fibras de nuestro ánimo, sin que
necesitemos adoptar los absurdos principios de los egipcios y
de los griegos, principios, además, que los redujeron al
aniquilamiento y al cautiverio. ¿Ya ofreciste algún sacrificio
en el templo, después de tan angustiosas dudas?
- He hecho sacrificios a los dioses, según nuestros
hábitos – respondió Publio, compungidamente – y nadie más
que yo se siente orgulloso de las gloriosas virtudes de nuestras
tradiciones familiares. Entretanto, mis observaciones no
surgen tan solo a propósito de la hijita. Hace muchos días
ando torturado con el espantoso enigma de un sueño.

- ¿Un sueño? ¿Cómo puede la fantasía sacudir de ese


modo, la fibra de un patricio?
Publio Léntulus recibió la pregunta sumergido en
profundas meditaciones. Sus ojos extáticos presumían devorar
un paisaje que el tiempo distanciara en el transcurso de los
años.

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HACE 2000 AÑOS

La lluvia, ahora en chaparrones pesados, caía


continuamente, haciendo los más fuertes desbordamientos del
impluvio y represándose en la piscina que adornaba el patio
del peristilo.
Los dos amigos se habían recogido en un largo banco
de mármol, reclinándose en los estofos orientales que lo
forraban, prosiguiendo en la charla amistosa.
- Hay sueños – prosiguió Publio que se distinguen de
la fantasía, tal es su expresión de realidad irreplicable.
- Volvía yo de una reunión en el Senado, donde
habíamos discutido un problema de profunda delicadeza
moral, cuando me sentí preso de inexplicable abatimiento.
Recogiéndome temprano y, cuando parecía divisar
junto a mí la imagen de Temis, que guardamos en el altar
doméstico, considerando las singulares obligaciones de quien
ejerce las funciones de la justicia, sentí que una fuerza
extraordinaria me sellaba los párpados cansados y adoloridos.
No obstante, veía otros lugares reconociendo paisajes
familiares a mi espíritu, de los cuales me había olvidado
enteramente.
Realidad o sueño, no lo sé decir, pero me vi revestido
de las insignias de cónsul, al tiempo de la República. Me
parecía haber retrocedido a la época de Lucio Sergius
Catilina, pues lo veía a mi lado, así como a Ciceron, que se
me figuraban en dos personificaciones, la del mal y del bien.
Me sentía ligado al primero por fuertes e indestructibles lazos,
como si estuviese viviendo la época tenebrosa de su
conspiración contra el Senado, y participando, con él, de la
trama ignominiosa que apuntaba a la más íntima
organización de la República. Le prestigiaba las intenciones
criminales, adhiriéndome a todos sus proyectos con mi
autoridad administrativa, asumiendo la dirección de
reuniones secretas, donde decreté asesinatos nefastos… En un

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EMMANUEL

relámpago, reviví toda la tragedia, sintiendo que mis manos


estaban manchadas de la sangre y de las lágrimas de los
inocentes. Contemplé, atemorizado como si estuviese
regresando, involuntariamente, a un pretérito obscuro y
doloroso, la red de infamias perpetradas con la revolución, en
buena hora aplastada por la influencia de Ciceron; y el detalle
más terrible, es que yo había asumido uno de los papeles más
importantes y destacados en la ignominia… Todos los
cuadros sórdidos del tiempo, pasaron, entonces, frente a mis
ojos espantados…
Pero, lo que más me humillaba en esas visiones del
pasado culposo, como si mi personalidad actual se
avergonzase de semejantes reminiscencias, es que me
prevalecía de la autoridad y del poder, para, aprovechando la
situación, ejercer las mas acerbas venganzas contra enemigos
personales, contra quienes expedía órdenes de prisión, bajo las
más terribles acusaciones. Y, a mi corazón desalmado, no
bastaba el recogimiento de los enemigos a los calabozos
infectados, con la consecuente separación de los afectos más
queridos y más dulces de la familia. ¡Ordené la ejecución de
muchos, en la obscuridad de la noche, acrecentando la
circunstancia que a muchos adversarios políticos mandé
arrancar los ojos, en mi presencia, contemplándoles los
tormentos con la frialdad brutal de las venganzas crueles!...
¡Hay de mí que esparcía la desolación y la desventura en
tantas almas, porque un día acordaron eliminar al verdugo
cruel!
Después de toda la serie de escándalos, que me
apartaron del Consulado, sentí el término de mis actos
infames y misérrimos, delante de verdugos inflexibles que me
condenaron al terrible suplicio del estrangulamiento,
experimentando, entonces, todos los tormentos y angustias de
la muerte.

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HACE 2000 AÑOS

Pero, lo más interesante, es que volvía a ver el


inenarrable instante de mi paso por las aguas obscuras del
Aqueronte, cuando me parecía haber descendido a los lugares
sombríos del Averno, donde no penetran las claridades de los
dioses. La gran multitud de víctimas se acercó, entonces, a mi
alma angustiada y sufridora, reclamando justicia y reparación,
y reventando en clamores y sollozos, que me parecían en lo
recóndito del corazón.
¿Por cuánto tiempo estuve, así, prisionero de ese
martirio indefinible? No sé decirlo. Apenas me recuerdo de
haber percibido la figura celeste de Livia, que, en medio de
ese vórtice de pavores, me extendía las manos fúlgidas y
cariñosas.
Parecíame que mi esposa me era familiar de épocas
remotísimas, porque no hesité un instante en tomarle las
manos suaves, que me condujeron a un tribunal, donde se
alineaban figuras extrañas y veneradas. Canas respetables
adornaban el semblante sereno de esos jueces del Cielo,
emisarios de los dioses para juzgar a los hombres e la Tierra.
La atmósfera se caracterizaba por extraña suavidad, llena de
luces cariciosas que iluminaban, ante todos los presentes, mis
más secretos pensamientos.
Livia debía ser mi ángel tutelar en ese consejo de
magistrados intangibles, porque su diestra acariciaba mi
cabeza, para imponerme resignación y serenidad, a fin de oír
las sentencias supremas.
Innecesario será hablarte de mi espanto y de mi recelo,
ante ese tribunal que yo desconocía, cuando la figura de aquél
que me pareció ser la autoridad central me dirigió la palabra,
exclamando:
- Publio Léntulus, la justicia de los dioses, en su
misericordia, determina tu regreso al torbellino de las luchas
del mundo, para que laves las manchas de tus culpas en los

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EMMANUEL

llantos remisorios. ¡Vivirás en una época de maravillosos


fulgores espirituales, luchando con todas las situaciones y
dificultades, no obstante, la cuna d oro que te recibirá al
renacer, a fin de que edifiques tu conciencia ennegrecida, en
los dolores que purifican y regeneran!... Feliz de ti si supieres
aprovechar bien la oportunidad bendita de la rehabilitación
por la renuncia y por la humildad… Se determinó que seas
poderoso y rico, a fin de que, con tu desprendimiento de los
caminos humanos, en el instante preciso, puedas ser un
elemento valioso para tus mentores espirituales. ¡Tendrás la
inteligencia y la salud, la fortuna y la autoridad, como
posibilidades para la regeneración integral de tu alma, porque
llegará un momento en que serás compelido a despreciar
todas las riquezas y todos los valores sociales, si supieres
preparar bien el corazón para la nueva senda de amor y
humildad, de tolerancia y perdón, que será rasgada, en breves
años, a la faz obscura de la Tierra!... La vida es un juego de
circunstancias que todo espíritu debe engranar para el bien,
en el mecanismo de su destino. Aprovecha, pues, esas
posibilidades que la misericordia de los dioses coloca al
servicio de tu redención. No desprecies el llamado de la
verdad, cuando suene la hora del testimonio y de las
renuncias santificadoras… Livia seguirá contigo por la vía
dolorosa del perfeccionamiento, y en ella encontrarás el brazo
amigo y protector para los días de pruebas ríspidas y acerbas.
Lo esencial es tu firmeza de ánimo en el camino escabroso,
purificando tu fe y tus obras, en la reparación del pasado
delictuoso y obscuro…
A esa altura, la voz altiva del patricio se iba tornando
angustiada y dolorosa. Amargas conmociones íntimas se le
represaban en el corazón, atormentado por incoercible
desaliento.

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Flaminio Severus lo oía con interés y atención,


rebuscando el medio más fácil de desvanecerle impresiones
tan penosas. Sentía ímpetus de desviarle el curso de los
pensamientos, arrancándole el espíritu de aquel mundo de
emociones impropias de su formación intelectual, apelando a
su educación y a su orgullo; pero, al mismo tiempo, no
conseguía calmar sus propias dudas íntimas, en base a aquel
sueño, cuya nitidez y aspecto de realidad, lo dejaban aturdido.
Comprendía que era necesario restablecer primero su
fortaleza de ánimo, entendiendo que la lógica de la suavidad
debería ser el escudo de sus palabras, para esclarecimiento del
amigo, que él más consideraba como hermano.
Fue así que, posando la mano larga y blanca en sus
hombros, preguntó con amable dulzura.
- ¿Y después, qué más viste?
Publio Léntulus, sintiéndose comprendido, recobró
nuevas energía y continuó:
- Después de las exhortaciones de aquél juez severo y
venerable, no percibí más la figura de Livia a mi lado, pero
otras criaturas graciosas, envueltas en peplos que me parecían
de nieve translúcidas, me reconfortaban el corazón con sus
sonrisas acogedoras y bondadosas.
Atendiéndoles al llamado cariñoso, sentí que mi
espíritu regresaba a la
Tierra.
Observé a Roma, que ya no era la ciudad de mi
tiempo; un soplo de belleza estaba reconstituyendo su parte
antigua, porque noté la existencia de nuevos circos, teatros
suntuosos, temas elegantes y palacios encantadores, que mis
ojos no habían conocido antes.
Tuve ocasión de ver a mi padre entre sus papiros y
pergaminos, estudiando los procesos del Senado, tal cual
como se verifica hoy con nosotros, y, después de implorar la

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EMMANUEL

bendición de los dioses, en el altar doméstico de nuestra casa,


experimenté una sensación de angustia en lo íntimo de mi
alma. Me pareció haber sufrido dolorosa conmoción cerebral
y quedé adormecido en un vértigo indefinible…
No sé describir literalmente lo que pasó, pero desperté
con fiebre alta, como si aquella disgregación del pensamiento,
por los mundos de Morfeo, me hubiese traído al cuerpo
dolorosa sensación de cansancio.
Ignoro tu juicio, en vista de esta confidencia amarga y
penosa, pero desearía me explicases algo al respecto.
- ¿Explicarte? – obtemperó Flaminio intentando
imprimir a la voz una tonalidad de convicción enérgica –
Bien sabes del respeto que me inspiran los augures del
templo, mas, al final, lo que te ocurrió no puede, pasar,
simplemente, de un sueño, y tu no ignoras como debemos
temer a la imaginación dentro de nuestras perspectivas de
hombres prácticos. Por soñar en exceso, los atenienses ilustres
se transformaron en esclavos misérrimos, constituyendo
obligación de nuestra parte el reconocimiento de la bondad
de los dioses que nos concedieron el sentido de la realidad;
necesario para nuestras conquistas y triunfos. ¿Sería lícito que
renunciases al amor de ti mismo y a la posición de tu familia,
tan solo llevado por la fantasía?
Publio dejó que el amigo discurriese abundantemente
sobre el asunto, recibiéndole las exhortaciones y consejos,
pero después, tomándole las manos generosas, exclamó
angustiado:
- Mi amigo, yo sería indigno de la magnanimidad de
los dioses si me dejase conducir al sabor de los
acontecimientos. Un simple sueño no me daría margen a tan
dolorosas conjeturas, pero la verdad es que aún no te lo dije
todo.
Flaminio Severus frunció el entrecejo, rematando:

21
HACE 2000 AÑOS

- ¿Aún no me lo dijiste todo? ¿Qué significan éstas


afirmaciones?
En su íntimo generoso, angustiosa duda fuera
implantada ya con la descripción minuciosa de aquel sueño
impresionante y doloroso, y era con gran esfuerzo que su
corazón fraternal trabajaba por ocultar al amigo las penosas
emociones que íntimamente lo atormentaban.
Publio, mudo le tomó del brazo, conduciéndolo a las
galerías del tablino localizado a un canto del peristilo, en las
proximidades del altar doméstico, donde se oficiaban los más
puros y más santos afectos de la familia.
Los dos amigos penetraron al escritorio y a la sala
archivo con profundas señales de respetuoso recogimiento.
A un canto, se disponían en orden numerosos
pergaminos y papiros, mientras, en las galerías abultaban
retratos de cera, de antepasados y abolengos de la familia.
Publio Léntulus tenía los ojos húmedos y la voz
trémula, como si profundas emociones lo dominasen en
aquellas circunstancias. Aproximándose a una imagen de cera,
entre las muchas que allí se alineaban, llamó la atención de
Flaminio, con una simple palabra:
- ¿Reconoces?
- Sí – respondió el amigo, - estremeciendo -, reconozco
esta efigie. Se trata de Publio Léntulus Sura, tu bisabuelo
paterno, estrangulado hace casi un siglo, en la revolución de
Catilina.
- Hace precisamente noventa y cuatro años que el
padre de mi abuelo fue eliminado en esas tremendas
circunstancias – exclamó Publio, con énfasis, como quien está
en posesión de toda la verdad. – Observa bien los trazos de
esta figura, para que verifiques la semejanza perfecta que
existe entre mí y ese lejano antepasado. ¿No estaría aquí la
clave de mi sueño doloroso?

22
EMMANUEL

El noble patricio observó la notable identidad de trazos


fisonómicos de aquella esfinge muerta con el semblante del
amigo presente. Sus vacilaciones alcanzaron el auge, en vista
de aquellas demostraciones alucinantes. Iba a elucidar el
asunto, encareciendo la cuestión del linaje y la herencia, pero
el interlocutor, como si adivinase los mínimos detalles de sus
dudas, anticipó el juicio, exclamando.
- Yo también participé de todas las hesitaciones que
hieren tu raciocinio, luchando contra la razón, antes de
aceptar la tesis de nuestras conversaciones de esta noche. La
semejanza por la imagen, aun la más extrema, es natural y es
posible; pero, esto no me satisface plenamente. Expedí, en
estos últimos días, a uno de los siervos de nuestra casa, a
Taominina, en cuyas adyacencias poseemos antigua vivienda,
donde se guardaba el archivo del extinto, que hice transportar
hasta aquí.
Y, en un movimiento de quien estaba seguro de todos
sus conceptos, sostenía en las manos nerviosas varios
documentos, exclamando.
- ¡Analiza estos papiros! Son notas de mi bisabuelo,
acerca de sus proyectos en el Consulado. Encontré en éste
acervo de pergaminos, diversas minutas de sentencias de
muerte, las cuales ya había observado en mis disgregaciones
del sueño inexplicable… ¡Confronta éstas letras! ¿No se
parecen con las mías? ¿Qué desearíamos más allá de estas
pruebas de caligrafías? Hace muchos días que vivo este
obscuro dilema en lo íntimo del corazón… ¿Seré yo Publio
Léntulus Sura reencarnado?
Flaminio Severus dejó pender la frente, con patente
inquietud e indecible amargura.
Numerosas habían sido las pruebas de la lucidez y de la
lógica del amigo. Todo conspiraba para que su castillo de
explicaciones desmoronase, fragorosamente, delante de los

23
HACE 2000 AÑOS

hechos consumados, pero procuraría nuevas fuerzas, a fin de


salvaguardar el patrimonio de las creencias y tradiciones de
sus mayores, intentando esclarecer el espíritu del compañero
de tantos años.
- Mi amigo – murmuró, abrazándolo -, concuerdo
contigo, frente a estos acontecimientos alucinantes. Los
hechos son de los que arrebatan el espíritu más frío, pero no
podemos arriesgar nuestras responsabilidades en el rumbo
incierto de las primeras impresiones. Si él nos parece la
realidad, existen alas realidades inmediatas y positivas,
aguardando nuestro concurso activo. Considerando tus
ponderaciones y creyendo incluso en la veracidad del
fenómeno, no pienso que debamos sumergir el raciocinio en
estos asuntos misteriosos y trascendentes. Estoy en contra de
estas investigaciones, ciertamente en virtud de mis
experiencias de la vida práctica. Concordando, de modo
general, con tu punto de vista, te recomiendo no extenderlo
más allá del círculo de nuestra intimidad fraternal, porque, no
obstante la propiedad de los conceptos con que me das
testimonio de tu lucidez, te siento cansado y abatido en ese
torbellino de trabajos del ambiente doméstico y social.
Hizo una pausa en sus observaciones conmovidas,
como quien razonase procurando un recurso eficaz para
remediar la situación y sugirió con dulzura:
- Podrías descansar un poco en Palestina, llevando la
familia para esa estación de reposo.
Existen allí regiones de clima adorable, que operarían,
tal vez la cura de tu hijita, restableciendo simultáneamente tus
fuerzas orgánicas. ¿Quién sabe? Olvidarías el tumulto de la
ciudad, regresando más tarde a nuestro medio, con energías
nuevas. El actual Procurador de Judea es nuestro amigo.
Podríamos armonizar varios problemas de nuestro interés y
de nuestras funciones, por cuanto no me sería difícil obtener

24
EMMANUEL

del Emperador dispensa de tus trabajos en el Senado, de


modo que continuases recibiendo los subsidios del Estado,
mientras permanecieses en Judea. ¿Qué juzgas al respecto?
Podrías partir tranquilo, pues yo tomaría a mi cargo la
dirección de todos tus negocios en Roma, celando por tus
intereses y por tus propiedades.
Publio dejó transparentarse en la mirada una llama de
esperanza, y, como quien estuviese examinando,
íntimamente, todas las razones favorables o contrarias a la
ejecución del proyecto, ponderó:
- La idea es providencial y generosa, pero la salud de
Livia no me autoriza a tomar una resolución pronta y
definitiva.
- ¿Por qué?
- Esperamos, pronto, el segundo retoño de nuestro
hogar.
- ¿Y para cuándo esperas ese advenimiento?
- Dentro de seis meses.
- ¿Te interesa el viaje después del invierno próximo?
- Sí.
- Pues bien: estarás, entonces en Judea, precisamente
de aquí a un año.
Los dos amigos reconocieron que la charla había sido
larga.
Cesara el aguacero. El firmamento resplandecía de
constelaciones lavadas y límpidas.
Se iniciara ya el tráfico de las carrozas y barullos, con
los ritos poco amales de los conductores, porque en la Roma
imperial, las horas del día eran reservadas de un modo
absoluto, al tráfico de los palanquines patricios y al
movimiento de los pedestres.

25
HACE 2000 AÑOS

Flaminio se despidió conmovedoramente del amigo,


tomando de nuevo la suntuosa litera, con el auxilio de sus
esclavos prestos y hercúleos.
Publio Léntulus, tan pronto como se vio solo, se
encaminó a la terraza, donde corrían céleres las brisas de la
media noche.
A la claridad de la opulenta luna, contempló el caserío
romano, esparcido por las colinas sagradas de la ciudad
gloriosa. Explayó los ojos en el paisaje nocturno,
considerando los problemas profundos de la vida y del alma,
dejando pender la frente entristecido. Incoercible tristeza le
dominaba el ánimo voluntarioso y sensible, mientras una
onda de amor propio y de orgullo le contenía las lágrimas
íntimas del corazón, atormentado por angustiosos
pensamientos.

26
EMMANUEL

II UN ESCLAVO
Desde los primeros tiempos del Imperio, la mujer
romana se había entregado a la disipación y al lujo excesivo,
en detrimento de las obligaciones santificadoras del hogar y
de la familia.
La facilidad en la adquisición de esclavos, empleados
en los servicios más groseros, como en los más elevados
menesteres de orden doméstico, incluso en los de la
educación e instrucción, había determinado gran caída moral
en el equilibrio de las familias patricias, por cuanto la
diseminación de los artículos de lujo, venidos del Oriente,
aliado a la ociosidad debilitara las fibras, de energía y de
trabajo, de las matronas romanas, encaminándolas a las
frivolidades de la indumentaria, a las intrigas amorosas,
preludiando la más completa desorganización de la familia, en
el olvido de sus tradiciones más apreciables.
Sin embargo, algunas casas habían resistido,
heroicamente, a esa invasión de fuerzas pervertidas y
criminosas.
Había mujeres, para la época, que se enorgullecían del
patrón de las antiguas virtudes familiares, de cuantas las
habían antecedido en la labor constructiva de las generaciones
de tantas almas sensibles y notables.
Las esposas de Publio y Flaminio eran de ese número.
Criaturas inteligentes y valerosas, ambas huían de la onda
corruptora de la época representando dos símbolos de buen
sentido y simplicidad.

27
HACE 2000 AÑOS

Las últimas expresiones del invierno ya habían


desaparecido, en el año 32, entornando por la tierra,
primaveral y alegre, una taza inmensa de flores y perfumes…
En un día claro y asoleado, vamos a encontrar a Livia y
Calpurnia, en la residencia de la primera, en amable
conversación, mientras dos niñitos dibujaban, distraídamente,
en un rincón de la sala.
Las dos señoras organizan los aprestos del viaje,
corrigiendo defectos de algunas piezas de lana y cambiando
impresiones íntimas, a media voz, en tono amigo y discreto.
En dado momento, los dos muchachos alcanzan uno
de los cuartos contiguos, mientras Livia llama la atención de
la amiga, en estos términos:
- ¿Tus pequeños no tienen hoy los ejercicios
habituales?
- No, mi buena Livia – respondió Calpurnia, con
delicadeza fraternal, adivinándole las intenciones -, no sólo
Plinio, sino, también, Agripa, consagraron el día de hoy a la
enfermita. Adivino sus vacilaciones y escrúpulos maternos,
considerando la buena salud de nuestros hijitos; pero, tus
recelos son infundados…
- Sin embargo, saben los dioses, como he vivido en
estos últimos tiempos, desde que oí la opinión franca y
sincera del médico de Tíbur. Bien sabes que, para él, el caso
de mi hija es un mal doloroso y sin cura. Desde entonces,
toda mi vida ha sido una serie de preocupaciones y martirios.
Tomé todas las providencias para que la pequeña fuese aislada
del círculo de nuestras relaciones, atendiendo a los
imperativos de la higiene y a la necesidad de circunscribir,
con nuestro propio esfuerzo, la terrible molestia.

28
EMMANUEL

- Pero ¿quién te dice que el mal es incurable? ¿Acaso


semejante opinión proviene de la palabra infalible de los
dioses? ¿No sabes cuán engañosa es la ciencia de los hombres?
Hace tiempo, mis dos hijos enfermaron con fiebre
insidiosa y destructora. Llamados los médicos, observé que
ellos se revezaban en el ministerio de salvar a los dos
enfermos, sin resultados apreciables. Después, reflexioné
mejor en la providencia de los cielos e, inmediatamente,
ofrecí un sacrificio en el templo de Castor y Pólux,
salvándolos de una muerte segura. Gracias a esa providencia,
hoy los veo sonrientes y felices.
Ahora que no tienes, sólo a la pequeña Flávia, sino
también al pequeño Marcus, te aconsejo hacer lo mismo
recurriendo a los dioses gemelos.
- Es verdad, mi buena Calpurnia, así lo haré antes de
nuestra próxima partida.
- Y por hablar del viaje, ¿cómo te sientes ante esta
mudanza imprevista?
- Bien sabes que haré todo por la tranquilidad de
Publio y por nuestra paz doméstica. Hace mucho, noto a
Publio abatido y doliente, en razón de sus luchas exhaustivas
al servicio del Estado. Jovial y expansivo, de un tiempo a esta
parte, se volvió taciturno e irritadizo. Molesto con todo y por
todo, creyendo yo que la salud precaria de nuestra hijita
contribuya decisivamente para su misantropía y mal humor.
Considerando esas razones me dispongo, con
satisfacción, a acompañarlo a Palestina, pesándome en lo
íntimo sólo la circunstancia de ser obligada, aunque
temporalmente, a alejarme de tu intimidad y de tus consejos.
- Descanso al oírte hablar así, porque a nosotros no nos
compete examinar la situación de aquellos que nuestro
corazón eligió para compañeros de toda la vida, debiendo

29
HACE 2000 AÑOS

hacer el mayor esfuerzo por suavizarles los aborrecimientos


del mundo.
Publio es un buen corazón, generoso e idealista, pero
como patricio descendiente de una de las familias más ilustres
de la República, sentido psicológico por parte de la mujer,
siendo justo y necesario que aparentes igualdad absoluta de
sentimientos, de modo que puedas conducirlo siempre por el
mejor camino.
Faminio me dio a conocer todas las circunstancias de
tu permanencia en Judea, pero, existen algunos pormenores
que aún desconozco. ¿Permanecerás de hecho en Jerusalén?
- Sí, Publio desea que nos fijemos en la misma
residencia de su tío Salvio, en Jerusalén, hasta que podamos
elegir el mejor clima del país, de manera que se beneficie la
salud de nuestra hijita.
- Está bien – exclamó Calpurnia, asumiendo aires de la
mayor discreción, - en vista de tu inexperiencia, estoy en la
obligación de esclarecer a tu espíritu, considerando la
posibilidad de cualquier complicación futura.
Livia se sorprendió con la observación de la amiga,
pero toda oídos, contestó impresionada:
- Pero ¿qué quieres decir?
- Sé que no tienes un conocimiento detallado de los
parientes de tu marido, que hace tanto tiempo se conservan
ausentes de Roma – murmuró Calpurnia, con las
particularidades características del espíritu femenino – y
constituye un deber de amistad aclarar a tu espíritu, a fin de
que no te conduzcas con demasiada confianza por donde
pases.
El pretor Salvio Léntulus, que hace muchos años fue
destituido del gobierno de las provincias, y ahora tiene
simples atribuciones de funcionario, junto al actual
Procurador de Judea, no es un hombre idéntico a tu marido,

30
EMMANUEL

que, si tiene ciertos defectos de familia, es un espíritu muy


franco y sincero. Eras muy joven cuando se verificaron
acontecimientos deplorables en nuestro ambiente social, con
referencia a las criaturas con quien vas a convivir ahora. La
esposa de Salvio, que aún debe ser una mujer joven y bien
cuidada, es hermana de Claudia, mujer de Pilatos, a quien tu
marido va recomendado en camino de la alta administración
de la provincia.
En Jerusalén, vas a encontrar a toda esa gente, de
costumbres muy diferentes a las nuestras, y necesitas pensar
que vas a convivir con criaturas disimuladas y peligrosas.
No tenemos el derecho de reprobar los actos de nadie,
a no ser en presencia de aquellos que consideremos culpados
o pasibles de recriminaciones, pero, debo prevenirte que el
Emperador fue compelido a designar a esa gente para
servicios en el exterior, considerando graves asuntos de
familia, en la intimidad de la Corte.
Que los dioses me perdonen las observaciones en su
ausencia, pero es que, en tu condición de romana y mujer de
un senador aún joven, serás homenajeada por nuestros
coterráneos distantes, homenajes que recibirás, en sociedad,
como ramilletes de rosas llenos de perfumes, pero también
llenos de espinas…
Livia oyó a la amiga, entre espantada y pensativa,
exclamando con discreción, como quien quisiese deshacer
una duda:
- ¿Pero, el pretor Salvio no es hombre de edad?
-Estás engañada. Es un poco más joven que Flaminio,
pero, sus esmeros de caballero hacen de su personalidad un
tipo de soberbia apariencia.
- ¿Cómo podré llevar a buen término mis deberes, en
caso de que me cerquen las perfidias sociales, tan comunes en
nuestro tiempo, sin agravar el estado espiritual de mi esposo?

31
HACE 2000 AÑOS

- Confiemos en la providencia de los dioses –


murmuró Calpurnia, dejando entrever la magnífica fe de su
corazón maternal.
Pero, las dos no pudieron proseguir en la conversación.
Un ruido más fuerte denunciaba la aproximación de Publio y
Flaminio que atravesaban el vestíbulo, procurándolas.
- ¿Entonces? – exclamó Flaminio de buen humor,
asomando a la puerta, con maliciosa sonrisa. – Entre la
costura y la conversación, debe sufrir la reputación de alguien,
en esta sala, porque ya decía mi padre que mujer solita piensa
siempre en la familia; pero, si está con otra, piensa enseguida
en los otros.
Una sonrisa sana y general coronó sus palabras alegres,
mientras Publio exclamaba contento:
- Estemos sosegados, mi Livia, porque todo está listo y
a nuestras entera satisfacción. El Emperador se ofreció para
auxiliarnos generosamente con sus órdenes directas, y de aquí
a tres días, una galera nos esperará en las cercanías de Ostia,
de modo que viajemos tranquilamente.
Livia sonrió, satisfecha y confortada, mientras del
apartamento de la pequeña Flavia asomaban dos cabezas
risueñas, preparándose Flaminio para recibir en los brazos, de
una sola vez, a los dos hijitos.
- ¡Vengan acá, ilustres pillos! ¿Por qué huyeron ayer de
las clases? Hoy recibí la queja del colegio, en ese sentido, estoy
my contrariado con ese procedimiento…
Plinio y Agripa oyeron la reprimenda paterna,
sorprendidos, respondiendo el más viejo, con humildad:
- Pero, papá, yo no soy culpable. Como el señor sabe,
Plinio huyó de los ejercicios, obligándome a salir para
procurarlo.

32
EMMANUEL

- Eso es una vergüenza para usted, Agripa – exclamó


Flaminio, paternalmente -, su edad no le permite más la
participación en las travesuras de su hermano.

Iba la escena a esa altura cuando Calpunia intervino,


apaciguando:
- Todo es verdad, pero tendremos que resolver el
asunto en casa, porque la hora no permite discusiones entre
padre e hijos.
Ambos niños fueron a besar la mano materna, como si
le agradeciesen la intervención cariñosa, y, de ahí a algunos
minutos, se despedían las dos familias, con la promesa de
Flaminio, en el sentido de acompañar a los amigos hasta
Ostia, en las proximidades de la desembocadura del Tíber, en
el día del embarque.
Transcurridas aquellas setenta y dos horas de barullo y
preparativos, vamos a encontrar a nuestros personajes en una
galera confortable y elegante en las aguas de Ostia, donde aún
no existían las construcciones del puerto, edificadas allí más
tarde por Claudio.
Plinio y Agripa ayudaban a acomodar la pequeña
enferma en el interior, instigados por los padres, que los
preparaban desde temprana edad para las delicadezas de la
vida social, mientras Calpurnia y Livia instruían a una sierva,
con respecto a la instalación del pequeñito Marcus. Publio
Flaminio intercambiaban impresiones, a distancia, oyéndose
la recomendación del segundo, que elucidaba al amigo
confidencialmente.
- Sabes que los súbditos conquistados por el Imperio
muchas veces nos miran con envidia y despecho, haciéndose
necesario que nunca desmerezcamos de nuestra posición de
patricios.

33
HACE 2000 AÑOS

Algunas regiones de Palestina, según mis propios


conocimientos, están infestadas de malhechores y es necesario
que estés precavido contra ellos, principalmente en tu marcha
en demanda de Jerusalén. Lleva contigo, tan pronto aportes
con la familia, el mayor número de esclavos para tu garantía y
la de los tuyos, y, en la hipótesis de ataques, no hesites en
castigar con severidad y aspereza.
Publio recibió la exhortación, atentamente, y, en
algunos minutos más, se movilizaban ambos en el interior de
la nave, donde el viajero interpelaba al jefe de los servicios:
- Entonces, Aulus, ¿todo está listo?
- Sí, ilustrísimo. Sólo aguardamos vuestras órdenes para
la partida. En cuanto a nuestros trabajos, podéis quedar
tranquilos, porque escogí uno por uno a los mejores
cartaginenses para el servicio de los remos.
Como en efecto, comenzaron allí las últimas
despedidas. Las dos señoras se abrazaban con lágrimas
enternecedoras y afectuosas, mientras se expresaban promesas
de perenne recuerdo y votos a los dioses por la tranquilidad
general.
Postreros abrazos conmovidos y largaba la suntuosa
galera donde la bandera del águila romana tremolaba
orgullosa, al soplo suave de las brisas marinas. Los vientos y
los dioses eran favorables, porque, en breve, al esfuerzo
hercúleo de los esclavos en el ritmo de los poderosos remos,
los viajeros contemplaban de lejos la cinta verdosa de la costa
italiana, como si avanzasen en la masa líquida hacia
inmensidades insondables del infinito.
Transcurría el viaje con el máximo de serenidad y
calma.
Publio Léntulus, no obstante la belleza del paisaje en la
travesía del Mediterráneo y a la novedad de los aspectos
exteriores, considerada la monotonía de sus quehaceres en la

34
EMMANUEL

vida romana, junto a los numerosos procesos del Estado,


tenía el corazón lleno de sombras. En balde la esposa
procuraba aproximarse a su espíritu irritado, buscando tañer
asuntos delicados de la familia, con el fin de conocer y
suavizarle los sinsabores íntimos. Experimentaba él la
impresión de que caminaba hacia emociones decisivas en el
desenvolvimiento de su existencia. Conocía parte del Asia,
porque, en la juventud, había servido un año en la
administración de Esmirna, para integrarse, de la mejor
manera, en el mecanismo de los trabajos del Estado, pero no
conocía a Jerusalén, donde los esperaban como enviado del
Emperador, para la solución de varios problemas
administrativos, de los que fuera incumbido junto al gobierno
de Palestina.
¿Cómo encontraría a tío Salvio, más joven que su
padre? Hacía muchos años que no lo veía personalmente,
entretanto, era un poco más viejo que él mismo. ¿Y aquella
Fulvia, liviana y caprichosa, que le desposara al tío en el
torbellino de sus numerosos escándalos sociales, tornándose
casi indeseable en el seno de la familia? Recordaba los
pormenores más íntimos del pasado, pero, se abstenía, de
comunicarle a su esposa las más penosas expectativas.
Reflexionando, igualmente, en la situación de la esposa y de
los dos hijitos, encaraba con ansiedad los primeros obstáculos
a su permanencia en Judea, en calidad de patricios, mas
también como extranjeros, considerando que las amistades
que los aguardaban eran problemáticas.
Entre sus meditaciones y las súplicas de la esposa,
estaba por terminar, la travesía del Mediterráneo, cuando
llamó la atención de su siervo de confianza, en estos términos:
- Comenio, dentro de poco estaremos a las puertas de
Jerusalén; pero antes que eso se verifique, tendremos que
realizar una pequeña marcha, después del punto de

35
HACE 2000 AÑOS

desembarque, reclamándose mucho cuidado de mi parte, con


relación al trasporte de la familia. Se esperan algunos
representantes de la administración de Judea, pero,
ciertamente, estaremos acompañados de tus cuidados, pues
vamos a aportar a una región para mi desconocida y
extranjera. Reúne a todos los siervos bajo tus órdenes, de
modo que garanticemos absoluta seguridad por el camino.
- Señor, contad con nuestro desvelo y dedicación –
respondió el servidor, entre respetuoso y conmovido.
Al siguiente día, Publio Léntulus y la comitiva
desembarcaban en el pequeño puerto de Palestina, sin
incidentes dignos de mención.
Lo esperaban, además del delegado del Procurador,
algunos lictores y numerosos soldados pretorianos,
comandados por Sulpicio Tarquinius, provistos de todos los
aprestos y elementos exigidos para un viaje tranquilo y
confortable, por las vías de Jerusalén.
Después del necesario reposo, la caravana se puso en
camino, pareciendo antes una expedición militar que el
transporte de simple familia, a través de las estaciones
periódicas de descanso.
Las armaduras de los caballos, los capacetes romanos
reluciendo al Sol, los trajes extravagantes, palanquines
adornados, animales de tracción y los carros pesados del
equipaje daban idea de expedición triunfal, si bien apresurada
y silenciosa.
Iba la caravana a buen término, cuando en las
proximidades de Jerusalén, ocurre un imprevisto. Un cuerpo
silbante cortó el aire fino y claro, alojándose en el palanquín
dl senador, oyéndose al mismo tiempo un grito estridente y
lamentoso. Minúscula piedra hiriera levemente el rostro de
Livia, determinando gran alarma en la masa enorme de
siervos y caballeros. Entre los carros y los animales que

36
EMMANUEL

pararon asustados, numerosos esclavos rodean a los señores,


buscando, con precipitación, enterarse del hecho. Sulpicio
Tarquinius, en un golpe de vista, da largas al galope de la
montada, buscando prender a un joven que se alejaba,
receloso de las márgenes del camino. Y, culpable o no, fue
presentado un joven de sus dieciocho años a los viajeros, para
la punición necesaria.
Publio Léntulus recordó la recomendación de
Flamínio, momentos antes de la partida, y, ahogando sus
mejores sentimientos de tolerancia y generosidad, resolvió
prestigiar su posición y autoridad a los ojos de cuantos
hubiesen de seguirle la permanencia en aquel país extranjero.
Ordenó medidas inmediatas a los lictores, que lo
acompañaban, y allí mismo, ante las claridades mordientes
del Sol abrazador y bajo la mirada espantada de algunas
decenas de esclavos y numerosos centuriones, determinó que
castigasen sin conmiseración al joven, por su liviandad.
La escena era desagradable y dolorosa.
Todos los siervos acompañaban compungidos el
estallido del chicote en el dorso semidesnudo de aquel
hombre joven, que gemía, las órdenes impiadosas, hasta que
Livia, no consiguiendo contemplar por más tiempo la rudeza
del espectáculo, pidió al esposo, en voz suplicante.
- Basta, Públio, porque los derechos de nuestra
condición no traducen deberes de impiedad…
El senador consideró, entonces, su severidad excesiva y
rigurosa, ordenó la suspensión del castigo doloroso, pero, a
una pregunta de Sulpicio, en cuanto al nuevo destino del
infeliz, habló en todo rudo e irritado:
-¡Para las galeras!...
Los presentes estremecieron, porque las galeras
significaban la muerte o la esclavitud para siempre.

37
HACE 2000 AÑOS

El desventurado se amparaba, exánime, en las manos


de los centuriones que lo rodeaban, sin embargo, al oír las tres
palabras de la sentencia condenatoria, echó a su orgulloso juez
una mirada de odio supremo y de supremo desprecio. En lo
íntimo de su alma brillaban relámpagos de venganza y de
cólera, cuando la caravana se puso nuevamente en camino,
entre el ruido de los carros pesados y el tintinear de las
armaduras, al movimiento de los caballos fogosos e
irrequietos.

La llegada a Jerusalén transcurrió sin otros hechos


dignos de nota.
La novedad de los aspectos y la diversidad de las
criaturas es lo que más impresionaron a los viajeros, en su
primer contacto con la ciudad, cuya fisonomía, con raras
mudanzas, en el transcurso de todos los siglos, fue siempre la
misma, triste y desolada, preludiando los paisajes resecos del
desierto.
Pilatos y su mujer se encontraban en las solemnidades
de la recepción al senador, que iba, como enviado de Tiberio,
adjunto a la administración de la provincia, encarnando el
principio de la ley y de la autoridad.
Salvio Léntulus y la esposa, Fulvia Prócula, recibieron a
los parientes con ostentación y prodigalidad. Numerosos
homenajes fueron prestados a Publio Léntulus y a su mujer,
destacándose que Livia, fuese en razón de las advertencias de
Calpurnia, o en vista de su agudeza psicológica, reconoció, de
inmediato, que en aquel ambiente no palpitaban los
corazones generosos y sinceros de sus amigos de Roma,
experimentando, en lo íntimo, dolorosa sensación de
amargura y ansiedad. Verificada, con satisfacción, que su
pequeña Flavia había mejorado, no obstante el viaje
exhaustivo, pero, al mismo tiempo, se torturaba percibiendo

38
EMMANUEL

que Fulvia no poseía amplitud de corazón para acogerlos


siempre con cariño y bondad. Notara que, al presentarle a la
hijita enferma, la patricia vanidosa hiciera un movimiento
instintivo de retroceso, apartando a su pequeña Aurelia, hija
única del matrimonio, del contacto con la familia,
presentando pretextos inaceptables. Bastó un día de
permanencia en aquel hogar extraño, para que la pobre señora
comprendiese la extensión de las angustias que la esperaban
allí, calculando los sacrificios que la situación exigiría de su
corazón sensible y cariñoso.
Y no era solamente el cuadro familiar, en sus detalles
impresionantes, que le torturaba la mente llena de
expectativas pungentes. Deparándosele Poncio Pilatos, en el
mismo momento de su llegada, sintiera, en lo íntimo, que
había encontrado un rudo y poderoso enemigo.
Fuerzas ignoradas del mundo intuitivo hablaban a su
corazón de mujer, como si voces del plano invisible le
preparasen el espíritu para las pruebas aspérrimas de los días
venideros. Sí, porque la mujer, símbolo del santuario del
hogar y de la familia, en su espiritualidad, puede, muchas
veces, en una simple reflexión, descubrir insondables
misterios de los caracteres y de las almas, en la tela espesa y
sombría de las reencarnaciones sucesivas y dolorosas.
Publio Léntulus, al contrario, no experimentó las
mismas emociones de la compañera. La diversidad del
ambiente le modificara un tanto las disposiciones íntimas,
sintiéndose moralmente reconfortado frente a la tarea que le
competía desempeñar en el escenario nuevo de sus actividades
de hombre de Estado.
En el segundo día de permanencia en la ciudad, tan
pronto regresara de la primera visita a las instalaciones de la
Torre Antonia, donde se acuartelaban contingentes de las
fuerzas romanas, observando el movimiento de los casuistas y

39
HACE 2000 AÑOS

de los doctores, en el Templo famoso de Jerusalén, fue


procurado por un hombre humilde y relativamente joven,
que presentaba como credencial, tan sólo, el corazón afligido
y cariñoso de padre.
Obedeciendo más a los imperativos de orden político
que al sentimiento de generosidad del corazón, el senador
quebró las etiquetas del momento, recibiéndolo en su
gabinete privado, dispuesto a oírlo.
Un judío, poco más viejo que él mismo, en actitud de
respetuosa humildad y expresándose difícilmente, para
hacerse comprender, le habló en estos términos:
- Ilustrísimo senador, soy André, hijo de Gioras,
operario modesto y paupérrimo, no obstante tengo
numerosos miembros de mi familia con importantes
atribuciones en el Templo y en el ejercicio de la Ley. Oso
venir hasta vos, reclamando a mi hijo Saúl, preso, hace tres
días, por vuestra orden y remitido directamente para el
cautiverio perpetuo de las galeras… Os pido clemencia y
caridad en la reparación de esa sentencia de terribles efectos
para la estabilidad de mi pobre casa… Saúl es mi primogénito
y en él he puesto toda mi esperanza paternal…
Reconociéndole la inexperiencia en la vida, no vengo a
declararlo inocente de la culpa, sino a apelar a vuestra
clemencia y magnanimidad, en vista de su ignorancia de
joven, jurándoos, por la Ley, encaminarlo de ahora en
adelante por la senda del deber austeramente cumplido…
Públio recordó la necesidad de hacer sentir la autoridad
de su posición, contestando con el orgullo característico de
sus resoluciones:
- ¿Cómo osa discutir mis determinaciones, cuando
guardo la conciencia de haber practicado la justicia? No
puedo modificar mis deliberaciones, extrañando que un judío

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EMMANUEL

ponga en duda la orden y la palabra de un senador del


Imperio, formulando reclamaciones de esta naturaleza.
- Pero, señor, yo soy padre…
- Si lo eres, ¿por qué hiciste de tu hijo un vagabundo y
un inútil?
- No puedo comprender los motivos que llevaron a mi
pobre Saúl a comprometerse de esa manera, pero, os juro que
él es el brazo fuerte de mis trabajos de cada día.
- No me cabe examinar las razones de tu sentimiento,
porque mi palabra está dada irrevocablemente.
- André de Gioras miró a Públio Léntulus de arriba
abajo, herido en su emotividad de padre y en su sentimiento
de hombre, descargando de dolor y de cólera reprimida. Sus
ojos húmedos traían íntima angustia, en vista de aquella
negativa formal e inapelable, pero, despreciando todos los
convencionalismos humanos, habló con orgullosa firmeza:
- ¡Senador, yo descendí de mi dignidad para implorar
vuestra compasión, mas, acepto vuestra negativa
ignominiosa!...
¡Acabáis de comprar, con la dureza del corazón, un
enemigo eterno e implacable! ¡Con vuestros poderes y
prerrogativas, podéis eliminarme para siempre, sea
reduciéndome al cautiverio o condenándome a perecer de
muerte infamante; pero prefiero afrontar vuestra soberbia
orgullosa!... ¡Plantasteis ahora, un árbol de espinas, cuyo
fruto, un día, amargará, sin remedio, a vuestro corazón duro e
insensible, porque mi venganza puede tardar, pero, como
vuestra alma inflexible y fría, ella será también indefectible y
tenebrosa!...
El judío no esperó la respuesta de su interlocutor,
amargamente emocionado con la vehemencia de aquellas
palabras, saliendo del recinto con paso firme y rostro erguido,

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HACE 2000 AÑOS

como si hubiese obtenido los mejores resultados de su corta y


decisiva entrevista.
En una mezcla de orgullo y ansiedad, Publio Léntulus
experimentó, en aquel instante, las más variadas gamas de
sentimiento dominándole el corazón. Deseó determinar la
prisión inmediata de aquel hombre que le lanzara en el rostro
las más duras verdades, sintiendo, simultáneamente, el deseo
de llamarlo así, prometiéndole el regreso del hijo querido, a
quien protegería con su prestigio de hombre de Estado; pero
la voz se le sumió en la garganta, en aquel complejo de
emociones que de nuevo le robara la paz y la serenidad.
Dolorosa opresión le paralizó las cuerdas vocales, mientras en
el corazón angustiado repercutían las palabras candentes y
amargas.
Una serie de reflexiones penosas se alineó en su mundo
íntimo, señalando los más fuertes conflictos de sentimientos.
También él ¿no era padre y no procuraba retener a los hijitos
cerca de su corazón? Aquel hombre poseía las más fuertes
razones para considerarlo un espíritu injusto y perverso.
Recordó el sueño inexplicable que, relatado a Flaminio,
fuera la causa directa de su venida a Judea y consideró las
lágrimas de compunción que derramara, en contacto con el
torbellino de recuerdos perniciosos de su existencia pasada,
frene a tantos crímenes y desvíos.
Se retiró del gabinete con la solución mental de la
cuestión enfocada, ordenando que trajesen al joven Saúl a su
presencia, con la urgencia que el caso requería, a fin de
enviarlo nuevamente a la casa paterna, y modificando, de esa
manera, las penosas impresiones que había causado al pobre
André. Sus órdenes fueron expedidas sin demora; pero, lo
esperaba desagradable sorpresa, con las informaciones de los
funcionarios a quienes competía la responsabilidad de
semejantes servicios.

42
EMMANUEL

El joven Saúl desapareciera de la cárcel, haciendo creer


en una fuga desesperada e imprevista. Los informes fueron
transmitidos a la autoridad superior, sin que Publio Léntulus
viniese a saber que los malos servidores del Estado
negociaban, muchas veces, los prisioneros jóvenes con los
ambiciosos mercaderes de esclavos, que operaban en los
centros más populosos de la capital del mundo.
Informado que el prisionero se evadiera, el senador
sintió la conciencia aliviada de las acusaciones que le pesaban
íntimamente. Al final, pensó que se trataba de un caso de
menor importancia, por cuanto el joven, distante de la cárcel,
procuraría inmediatamente la casa paterna; y, consolidando
su tranquilidad, expidió órdenes a los dirigentes del servicio
de seguridad, recomendando que e abstuviesen de cualquier
persecución al forajido, a quien se llevaría oportunamente, el
indulto de la ley.
Pero, el camino de Saúl, fue otro muy diferente.
En casi todas las provincias romanas funcionaban
terribles agrupaciones de malhechores, que, viviendo a la
sombra de la máquina del Estado, se habían transformado en
mercaderes de conciencias.
El joven judío, con su juventud promisora y saludable,
fuera víctima de esas criaturas desalmadas. Vendido
clandestinamente a poderosos tratantes de esclavos de Roma,
en compañía de muchos otros, fue embarcado en el antiguo
puerto de Jope, con destino a la Capital del Imperio.
Anticipándonos en la cronología de nuestras narrativas,
vamos a encontrarlo, de ahí a algunos meses, en un gran
tablado, cerca del Foro, donde se alineaban, en penosa
promiscuidad, hombres, mujeres y niños, casi todos en
míseras condiciones de desnudez, teniendo cada cual una
pequeña etiqueta colgando al pescuezo. Ojos chispeando
sentimientos de venganza, allá se encontraba Saúl, medio

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HACE 2000 AÑOS

desnudo, una gorra de lana blanca cubriéndole la cabeza y


con los pies descalzos levemente untado de yeso.
Junto aquella masa de criaturas desventuradas, paseaba
un hombre de aire innoble y repulsivo, que exclamaba con la
voz gritante a la multitud de curiosos que lo rodeaba:
- Ciudadanos, tened la bondad de apreciar… ¡Como
sabéis, no tengo prisa en disponer de la mercadería, porque
no debo a nadie, mas aquí estoy para servir a los ilustres
romanos!...
Y, deteniéndose en el examen de ese o de aquel infeliz,
proseguía en su arenga grosera e insultante:
- ¡Ved a este mancebo!... Es un ejemplar soberbio de
salud, frugalidad y docilidad. Obedece a la primera señal.
Prestad buena atención al aplomo de su carne firme. Ninguna
enfermedad tendrá fuerza sobre su organismo.
¡Examinad a este hombre! ¡Sabe hablar griego
correctamente y es bien hecho de la cabeza a los pies!...
En sus gestos de negociante, continuó la propaganda
individual, teniendo en cuenta la multitud de compradores
que lo asediaba, hasta que tocó el turno al joven Saúl, que
dejaba traslucir, en el aspecto miserable, sus ímpetus de cólera
y sentimiento crueles:
- ¡Observad bien este mancebo! Acaba de llegar de
Judea, como el más bello ejemplar de sobriedad y salud, de
obediencia y de fuerza. Es una de las más ricas muestras de mi
lote de hoy ¡Prestad atención a su juventud, ilustres
romanos!... ¡Os lo daré al precio reducido de cinco mil
sestercios!...
El joven esclavo contempló al mercader con el alma
escaldante de odio y alimentando, íntimamente, las más
feroces promesas de venganza. Su semblante judío impresionó
a la multitud que estacionaba en la plaza, aquella mañana,

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EMMANUEL

porque un intenso movimiento de curiosidad le rodeó la


figura interesante y originalísima.
Un hombre se destacó de la multitud, procurando al
mercader, a quien se dirigió a media voz, en estos términos:
- Flacus, mi señor necesita de un joven elegante y
fuerte para las bigas de los hijos. Ese joven me interesa. ¿No
lo darías al precio de cuatro mil sestercios?
-¡Cómo no! – Murmuró el otro en tono de negociante
-, mi interés es servir bien a la ilustre clientela.
El comprador era Valerio Brutus, capaz de los servicios
comunes de la casa de Flaminio Severus, que le ordenara
adquirir un esclavo nuevo y de buena apariencia, destinado al
servicio de las bigas de los hijos, en los grandes días de las
fiestas romanas.
Fue así que, imbuido de sentimientos innobles y
deplorables, Saúl, el hijo de André, fue introducido, por las
fuerzas del destino, junto a Plinio y Agripa, en la residencia
de la familia Severus, en el corazón de Roma, al precio
miserable de cuatro mil sestercios.

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HACE 2000 AÑOS

III EN CASA DE PILATOS

La sequedad de la naturaleza, donde se yergue


Jerusalén, proporciona, a la célebre ciudad, una belleza
melancólica, tocada de pungente monotonía.
En el tiempo de Cristo, su aspecto era casi igual al que
se observa hoy. Apenas la colina de Mizpa, con sus
tradiciones suaves y lindas, representaba un rincón verde y
alegre, donde reposaban los ojos del forastero, lejos de la
aridez y de la ingratitud del paisaje.
Empero, debemos registrar que, en la época de la
permanencia de Publio Léntulus y de su familia, Jerusalén
acusaba novedades y esplendores de la vida nueva. Las
construcciones herodianas pululaban en sus alrededores,
revelando nuevo sentido estético por parte de Israel. La
predilección por los monolitos tallados en roca viva,
característica del antiguo pueblo israelita, fuera sustituida por
las adaptaciones del gusto judío a las normas griegas,
renovando los paisajes interiores de la famosa ciudad. Sin
embargo, la joya maravillosa era, el Templo, todo nuevo en la
época de Jesús. Su reconstrucción fuera determinada por
Herodes, en el año 21, notándose que sólo los pórticos
llevaron ocho años para edificarse, y considerándose, además,

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EMMANUEL

que los planos de la obra grandiosa, continuados lentamente


en el curso del tiempo, solamente quedaron concluidos poco
antes de su completa destrucción.

En los inmensos patios, se reunía diariamente la


aristocracia del pensamiento israelita, localizándose allí el
foro, la universidad, el tribunal y el templo supremo de toda
una raza.
Incluso los procesos civiles, después de las discusiones
ingeniosas de orden teológico, recibían allí las decisiones
finales, resumiéndose, en el templo imponente y grandioso,
todas las ambiciones y actividades de una patria.
Los romanos, respetando la filosofía religiosa de los
pueblos extraños, no participaban de las tesis sutiles y de los
sofismas debatidos y examinados todos los días, pero la Torre
Antonia, donde se acuartelaban las fuerzas armadas del
Imperio, dominaba el recinto, facilitando la fiscalización
constante de todos los movimientos de los sacerdotes y de las
masas populares.
Publio Léntulus, después del incidente del prisionero,
que continuaba considerando como un episodio sin
importancia, tomaba cierta serenidad para el desempeño de
sus obligaciones consuetudinarias. Los aspectos áridos de
Jerusalén tenían, para sus ojos cansados, un encanto nuevo,
en el cual el pensamiento reposaba de las numerosas e
intensas fatigas de Roma.
En cuanto a Livia, ésta guardaba el corazón vuelto
hacia sus afectos distantes, analizando la aridez de los espíritus
al alcance de su convivencia. Como por milagro, la pequeña
Flavia había mejorado, observándose notable transformación
en las heridas que le cubrían la epidermis. Pero, las actitudes
hostiles de Fulvia, que no le perdonaba la simplicidad

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HACE 2000 AÑOS

encantadora y los dotes preciosos de inteligencia, sin perder


ocasión para echarle en el rostro pequeñas indirectas, a veces
irónicas y mordientes, le dejaban el espíritu aturdido en un
torbellino de expectativas alucinantes. Semejantes
acontecimientos eran desconocidos por el marido, a quien la
pobre señora se abstenía de relatar sus más íntimos disgustos.
Pero, esos hechos, no eran los elementos que más
contribuían para apesadumbrarla en aquel ambiente de
penosas incertidumbres.
Hacía una semana que se encontraban en la ciudad y se
notaba que, contrariando tal vez sus hábitos, Poncio Pilatos
comparecía diariamente a la residencia del pretor, con el
pretexto de sentir predilección por la conversación con los
patricios recién llegados de la Corte. Horas al hilo eran
empleadas en ese menester, mas Livia, con las secretas
intuiciones de su alma, comprendía los pensamientos
inconfesables del gobernador al respecto, recibiendo con el
espíritu prevenido sus amables madrigales y alusiones
indirectas.
En esas aproximaciones de sentimientos, que
prenuncian la pleamar de las pasiones, se veía, también, la
contrariedad de Fulvia, llena de venenosos celos en vista de la
situación que la actitud de Pilatos iba creando. Por detrás de
aquellos bastidores brillantes del escenario de la amistad
artificial, con que fueron recibidos, Publio y Livia deberían
comprender que existía una marisma de pasiones inferiores,
que seguramente, habrían de tiznar la tranquilidad de sus
almas. Sin embargo, no entendieron los detalles de la
situación y penetraron, con el espíritu confiante e ingenuo, en
el camino obscuro y doloroso de las pruebas que Jerusalén les
reservaba.
Reafirmando incesantes obsequios y multiplicando
gentilezas, Pilatos puso énfasis en ofrecer una cena, en la cual

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EMMANUEL

toda la familia se reconfortase y la fraternidad y la alegría


fuesen perfectas.
En el día convenido, Salvio y Publio, acompañados por
los suyos, comparecían a la residencia señorial del
gobernador, donde Claudia igualmente los esperaba con una
sonrisa bondadosa y acogedora.
Livia estaba pálida, en su traje simple y sencillo, siendo
de notar que, contra toda la expectativa del esposo, pusiera
énfasis en llevar a su hijita enferma, en el supuesto caso de
que sus cuidados maternos representasen algo contra las
pretensiones del conquistador que su corazón de mujer
adivinaba, a través de las actitudes indiscretas y atrevidas del
anfitrión de aquella noche.
La cena se servía en condiciones especialísimas, según
los hábitos más rigurosos y elegantes de la corte.
Livia estaba aturdida con aquellas solemnidades que se
desdoblaban con la más alta suntuosidad de la etiqueta
romana, costumbres esas oriundas de un medio del cual ella y
Calpúrnia siempre se habían apartado, en su simplicidad de
corazón. Numerosa falange de esclavos se movilizaba en todas
las direcciones, como verdadero ejército de servidores, frente a
tan reducido número de comensales.
Después de los platos preparados, llegan los
vocalizadores recitando los nombres de los invitados, mientras
los infertores traen los platos dispuestos con singular simetría.
Los convidados, entonces, se recuestan en los triclinios,
forrados de cojines de plumas y pétalos de flores. Las carnes
son presentadas en platos de oro y los panes en azafatas de
plata, multiplicándose los siervos para todos los menesteres,
inclusive aquellos que debían probar los manjares a fin de
certificarse de su sabor, para que fuesen servidos con la
máxima confianza. Los coperos sirven un vino palermitano
precioso y antiguo, mezclado de aromas, en tazas incrustadas

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HACE 2000 AÑOS

de piedras precios, mientras otros siervos los acompañan


presentando, en bandejas de plata, el agua natural o fría, al
gusto de los invitados. Junto a los lechos, donde cada
comensal debe recostarse cómodamente, se conservan esclavos
jóvenes trajeados con esmero y ostentando en la frente
gracioso turbante, brazos y piernas semidesnudos, cada cual
con su función definida. Algunos agitan en las manos largos
ramos de mirto, ahuyentando las moscas, mientras otros,
curvados a los pies de los invitados, son obligados a limpiar
discretamente las señales de su guía e intemperancia.
Quince platos diferentes se sucedieron a través de los
esfuerzos de los esclavos dedicados y humildes, cuando,
después del banquete, brindaron los salones con centenares de
antorchas, oyéndose agradables sinfonías. Siervos jóvenes y
bien puestos ejecutan danzas apasionadas y voluptuosas en
homenaje a sus señores, mimoseándoles los sentimientos
inferiores con su arte exótico y espontáneo, y, solamente no
fue llevado a efecto un número de gladiadores, según la
costumbre de los grandes banquetes de la Corte, porque
Livia, con los ojos suplicantes, pidió que eliminasen en
aquella fiesta el doloroso espectáculo de sangre humana.
La noche era de las más cálidas de Jerusalén, motivo
por el cual, finalizada la cena y las ceremonias
complementarias, la caravana de amigos, acompañada ahora
de Sulpicio Tarquinius, se dirigía hacia la amplia y bien
ordenada terraza, donde jóvenes esclavos tocaban deliciosa
música del Oriente.
- No juzgaba poder encontrar en Jerusalén, una noche
patricia como ésta – exclamó Publio, sensibilizado,
dirigiéndose al gobernador con respetuosa cortesía. – Debo a
vuestra bondad hidalga y generosa la satisfacción de revivir el
ambiente y la vida inolvidable de la Corte, donde los romanos
distantes guardan el corazón y el pensamiento.

50
EMMANUEL

- Senador, esta casa os pertenece – replicó Pilatos con


intimidad. – Ignoro si mi sugestión os será agradable, pero
solo tendríamos razón para agradecer a los dioses, si nos
concedieseis la honrosa alegría de hospedaros aquí con
vuestros dignos familiares. Creo, que la residencia del pretor
Salvio, no os ofrece el necesario confort, y, añadiendo la
circunstancia del íntimo parentesco que une a mi mujer con
la esposa de vuestro tío, me siento a gusto para hacer este
ofrecimiento, sin violentar nuestras costumbres, en sociedad.
- ¡Vaya eso sí que no!, exclamó por su parte el pretor,
que acompañara atento la gentileza de la oferta. – Yo y Fulvia
nos oponemos a la realización de esa medida. – Y,
dirigiéndose confiante a la consorte, terminaba su
ponderación -, ¿no es verdad, querida mía?
Fulvia, entretanto, dejando transparentar una pizca de
contrariedad, contestó, para sorpresa de todos los presentes:
- De pleno acuerdo. Publio y Livia son nuestros
huéspedes efectivos; sin embargo, no podemos olvidar que el
objetivo de su viaje se prende a la salud de la hijita, objetivo
de todas nuestras preocupaciones en el momento, siendo
justo que no los privemos de cualquier recurso que se venga a
verificar, a favor de la pequeña enferma…
Y dirigiéndose instintivamente hacia el banco de
mármol, donde descansaba la enfermita, exclamó para
escándalo general.
- Además, esta niña representa una seria preocupación
para todos nosotros. Su epidermis dilacerada acusa síntomas
especiales, recordando…
Pero, no consiguió terminar la exposición de sus
recelos escrupulosos, porque Claudia, alma noble y digno,
constituyendo una antítesis de la hermana que el destino le
había dado, comprendiendo la situación penosa que sus
conceptos iban creando, se le adelantó redarguyendo.

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HACE 2000 AÑOS

- No veo razones que justifiquen esos temores;


supongo a la pequeña Flavia mucho mejor y más fuerte.
Hasta quiero creer, que bastará el clima de Jerusalén para su
curación completa.
Y avanzando hacia la enfermita, como quien desease
deshacer la dolorosa impresión de aquellas observaciones
indelicadas, la tomó en los brazos, besándole el rostro infantil,
cubierto de tonos violáceos de mal disfrazadas heridas.
Livia, que traía el semblante sonrojado por la
humillación de las palabras de Fulvia, recibió la gentileza
como un bálsamo precioso para sus inquietudes maternas; en
cuanto a Publio, este amargamente sorprendido, consideró la
necesidad de restablecer su serenidad y energía varonil,
disimulando el disgusto que el episodio le causara, tomando
la dirección de la conversación, conmovido sobremanera:
- Es verdad, amigos. La salud de mi pobre Flavia
representa el objeto primordial de nuestro largo viaje hasta
aquí. Resueltos los problemas del Estado, que me trajeron a
Jerusalén, hace algunos días que examino la posibilidad de
localizarme en cualquier región del interior, de modo que la
hijita pueda recuperar el precioso equilibrio orgánico
aspirando un aire más puro.
- Pues bien – replicó Pilatos, con seguridad -, en
asuntos de clima, soy aquí un hombre entendido. Hace seis
años que me encuentro en estos parajes en función del cargo
y he visitado casi todos los rincones de la provincia y de las
regiones vecinas, teniendo motivos para afianzar que Galilea
está en primer plano. Siempre que puedo reposar de las
labores intensas que me atan aquí, busco inmediatamente
nuestra villa en los alrededores de Nazaret, para gozar la
serenidad del paisaje y las brisas deliciosas de su inmenso lago.
Concuerdo en que la distancia es muy larga, pero la verdad es
que si permaneciese en las cercanías de la ciudad, en mis

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EMMANUEL

estaciones de reposo, perdería el tiempo, atendiendo a las


solicitudes incesantes de los rabinos del templo, siempre
abrazados a innumerables pendencias. Por cierto que ahora
Sulpicio habrá de partir, a fin de dirigir algunos trabajos de
reparación de nuestra residencia, pues intentamos seguir hacia
allá dentro de poco tiempo, a rehacer las energías agotadas en
la lucha cotidiana.
Puesto que mi hospedaje no os será necesario en
Jerusalén, ¿quién sabe si tendremos el placer de hospedaros,
más tarde, en la villa que me refiero?
- Noble amigo – exclamó el senador, agradecido -,
debo ahorraros tanto trabajo, pero, os quedaría
inmensamente agradecido si vuestro amigo Sulpicio
providenciase en Nazaret la adquisición de una casa
confortable y simple, que me sirva, reformándola de
conformidad con nuestros hábitos familiares, y donde
podamos residir despreocupadamente por algunos meses.
- Con el máximo placer.
- Muy bien – atajó Claudia, con bondad, mientras
Fulvia mal disimulaba el venenoso despecho -, quedaré con la
incumbencia de adaptar a nuestra buena Livia a la vida
campestre, donde la gente se siente también al contacto
directo con la naturaleza.
- Siempre, que no se transformen en judías… - dijo el
senador, de buen humor, mientras todos sonreían
alegremente.
En ese momento, oyendo sobre los detalles de los
servicios le serían confiados en los próximos días, Sulpicio
Tarquinius, hombre de confianza del gobernador, se sintió
con libertad de intervenir en el asunto, exclamando, con su
sorpresa a cuantos le oían:
- Y por hablar de Nazaret, ¿ya oísteis hablar de su
profeta?

53
HACE 2000 AÑOS

- ¿?
- Sí – continuó -, Nazaret posee ahora un profeta que
viene realizando grandes cosas.
- ¿Qué es eso, Sulpicio? – Preguntó Pilatos,
irónicamente - ¿pues no sabes que de los judíos nacen
profetas todos los días? ¿Acaso las luchas en el templo de
Jerusalén se verifican por otra cosa? Todos los doctores de la
Ley se consideran inspirados por el Cielo y cada cual es dueño
de una nueva revelación.
- Pero, ese, señor, es muy diferente.
- ¿Estarás, acaso convertido a una nueva fe?
- De ningún modo, inclusive porque comprendo el
fanatismo y la obcecación de esas miserables criaturas; pero
quedé realmente intrigado con la figura impresionante de un
galileo aún joven, cuando pasaba, hace algunos días, por
Cafarnaúm.
Al centro de una plaza, acomodada en bancos
improvisados, hechos de piedra y arena, vi a considerable
multitud que le oía la palabra, en éxtasis de admiración y
conmoción…
Yo también, como si fuera tocado por una fuerza
misteriosa e invisible, me senté para oírlo.
De su personalidad, extraordinaria de belleza simple,
venía un “no sé qué” dominando a la turba que se aquietaba,
suavemente, oyéndole las promesas de un eterno reinado…
sus cabellos revoloteaban a las brisas de la tarde mansa, como
si fuesen hilos de luz desconocida en las claridades serenas del
crepúsculo; y de sus ojos compasivos parecía nacer una onda
de piedad y conmiseración infinitas. Descalzo y pobre se le
notaba la limpieza de la túnica cuya blancura se adaptara, a la
levedad de sus trazos delicados. Su palabra era como un
cántico de esperanza para todos los sufridores del mundo,
suspendido entre el cielo y la tierra, renovando los

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EMMANUEL

pensamientos de cuantos lo escuchaban… Hablaba de


nuestras grandezas y conquistas como si fuesen cosas bien
miserables, hacía amargas afirmativas acerca de las obras
monumentales de Herodes, en Sebasto, aseverando que por
encima de César está Dios Todopoderoso, providencia de
todos los desesperados y de todos los afligidos… En su
enseñanza de humildad y amor, considera a todos los
hombres como hermanos muy amados, hijos de ese Padre de
misericordia y justicia, que nosotros no conocemos.
La voz de Sulpicio estaba saturada del tono emocional
característico de los sentimientos hijos de la verdad.
El auditorio se había contagiado de la conmoción de su
narrativa, escuchándole la palabra con el mayor interés.
Sin embargo, Pilatos, sin perder el hilo de sus
vanidades de gobernador, lo interrumpió exclamando:
- ¡Hermanos todos! Eso es un absurdo. La doctrina de
un Dios único no es una novedad para nosotros, en esta tierra
de ignorantes; pero, no podemos concordar con ese concepto
de fraternidad irrestricta. ¿Y los esclavos? ¿Y los vasallos del
Imperio? ¿Dónde quedan las prerrogativas del patriciado?
- Pero, lo que más me admira – exclamó con énfasis,
dirigiéndose particularmente al narrador -, es que siendo tú
un hombre práctico y decidido, te hayas dejado llevar por las
palabras locas de ese nuevo profeta, mezclándote con la turba
para oírlo. ¿No sabes que la anuencia de un lictor puede
significar enorme prestigio para las ideas de ese hombre?
- Señor – respondió Sulpicio, sorprendido -, yo mismo
no sabría explicar la razón de mis observaciones de aquella
tarde. Consideré, igualmente, de pronto, que las doctrinas
predicadas por él son subversivas y peligrosas, por igualar los
siervos a los señores, pero observé, también, sus penosas
condiciones de pobreza, consideradas por sus discípulos y
seguidores como un estado alegre y feliz, lo que, de algún

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HACE 2000 AÑOS

modo, no constituye motivo de recelo para las autoridades


provinciales.
Por lo demás, esas prédicas no perjudican a los
campesinos, porque son hechas generalmente en las horas de
ocio y descanso, en el intervalo de los trabajos de cada día,
notándose igualmente que sus compañeros predilectos son los
pescadores más ignorantes y más humildes del lago.
- Pero, ¿cómo te dejaste arrebatar así por ese hombre? –
retornó Pilatos, con energía.
- Os engañáis, en cuanto a eso – respondió el lictor,
más señor de sí – no me siento impresionado, como suponéis,
tanto así que, notándole la originalidad simple y hermosa, no
le reconozco privilegios sobrenaturales y creo que la ciencia
del Imperio elucidará el hecho que voy a narrar,
respondiendo a vuestra argumentación del momento.
No sé si conocéis a Coponio, viejo centurión destacado
en la ciudad a la que me referí; de todas formas me
corresponde informaros del hecho observado por mí. Después
que la voz del profeta de Nazaret había dejado una dulce
quietud en el ambiente, mi conocido le presentó al hijito
moribundo, implorando caridad para el niño que agonizaba.
Lo vi elevar los ojos radiantes al firmamento, como si
suplicase la bendición de nuestros dioses y, después, noté que
sus manos tocaban al niño, que, a su vez, parecía haber
recibido un flujo de vida nueva, levantándose
inmediatamente, llorando y buscando el cariño paterno,
después de descansar en el profeta los ojitos enternecidos…
- Pero, ¿hasta centuriones ya se meten con los judíos en
sus arengas? Necesito comunicarme con las autoridades del
Tiberíades, sobre esos hechos – exclamó el gobernador,
visiblemente contrariado.
- El caso es curioso – dijo Publio Léntulus, intrigado
con la narrativa.

56
EMMANUEL

- No obstante, la verdad, mi amigo – objetó Pilatos,


dirigiéndose a él -, es que en estos parajes nacen religiones
todos los días. Este pueblo es muy diferente del nuestro,
reconociéndose visible deficiencia de raciocinio y sentido
práctico. Un gobernador, aquí, no puede dejarse aprehender
por las figuras sino lo que debe hacer es mantener rígidos los
principios, en el sentido de salvaguardar la soberanía
inviolable del Estado. Es por ese motivo que, atendiendo a las
sabias determinaciones de la sede del gobierno, no me
detengo en los casos aislados, para ponderar tan solo las
razones de los sacerdotes del Sinédrio que representan el
órgano del poder legítimo, apto para armonizar con nosotros
la solución de todos los problemas de orden político y social.
Publio se daba por satisfecho con el argumento, pero
las señoras presentes, con excepción de Fulvia, parecían
profundamente impresionadas con la descripción de Sulpicio,
inclusive la pequeña Flavia, que le bebiera las palabras con la
máxima curiosidad infantil.
Un velo de preocupaciones obscureciera la dicha de
todos los presentes, pero el gobernador no se resignó con la
actitud general, exclamando:
- ¡Óiganme! ¡Un lictor que, en vez de hacer la justicia a
nuestro bien, actúe contra nosotros mismos, obscureciendo
nuestro ambiente alegre, merece severa punición por sus
narrativas inoportunas!...
Una risa general le siguió la palabra ruidosa y ligera,
mientras remataba:
- Descendamos al jardín para oír nueva música,
limpiando el corazón de esos aborrecimientos imprevistos.
La idea fue aceptada con agrado general.
La pequeña Flavia fue instalada por la dueña de la casa
en un apartamento confortable, y, en pocos minutos los
presentes se dividían en tres grupos distintos, a través de las

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HACE 2000 AÑOS

alamedas del jardín, alumbrado por antorchas brillantes, al


sonido de músicas caprichosas y lascivas.
Publio y Claudia hablaban del paisaje y de la
naturaleza; Pilatos multiplicaba gentilezas junto a Livia,
mientras Sulpicio se colocaba al lado de Fulvia, habiendo el
pretor Léntulus resuelto permanecer en el archivo,
examinando algunas obras de arte.
Distanciándose a propósito de los demás grupos, el
gobernador notaba la palidez de la compañera que, en aquella
noche, se le figuraba más seductora y más bella.
El respeto que su discreta hermosura le infundía en el
alma, parecía aumentar, en aquella hora, el ardor del corazón
apasionado.
- Noble Livia – exclamó con emoción -, no puedo
guardar por más tiempo los sentimientos que vuestras
virtudes llenas de belleza me inspiran. ¡Sé de la natural
repulsión de vuestra alma digna, frente a mis palabras, mas
lamento que no comprendáis el corazón tocado de esa
admiración que me avasalla!...
- También yo – replicó la pobre señora con dignidad y
energía espontáneas – lamento haber inspirado a vuestro
espíritu semejante pasión. Vuestras palabras me sorprenden
amargamente, no sólo porque parten de un patricio revestido
de las elevadas responsabilidades de procurador del Estado,
sino también por considerar la amistad confiante y noble que
o consagra mi esposo.
- Pero, en asuntos del corazón – atajó él, solícito - ¡no
pueden prevalecer las formalidades de la convención política,
aun las más elevadas! ¡Tengo de mis deberes la más alta
comprensión y sé encarar la solución de todos los problemas
de mi cargo, mas no me recuerdo donde os habría visto
antes!... La realidad es que, hace una semana, tengo el corazón
dilacerado y oprimido… Encontrándoos, parecía deparárseme

58
EMMANUEL

esta imagen adorada e inolvidable. ¡Todo hice por evitar esta


escena desagradable y penosa, pero, confieso que una fuerza
invencible me confunde el corazón!...
- ¡Os engañáis señor! Entre nosotros no puede existir
otro lazo, más allá del inspirado por el respeto a la identidad
de nuestras condiciones sociales. Si tenéis en tal alta cuenta
vuestras obligaciones de orden político, no debéis olvidar que
el hombre público debe cultivar las virtudes de la vida
privada, incentivando, en sí mismo, la veneración y la
incorruptibilidad de conciencia.
Pero, vuestra personalidad me hace olvidar todos esos
imperativos. ¿Dónde os habría visto, finalmente para que me
sintiese arrebatado de esta manera?
- ¡Callaos, por los dioses! – murmuró Livia, asustada y
con evidente palidez. ¡Nunca os vi, antes de nuestra llegada a
Jerusalén, y apelo a vuestra caballerosidad de hombre, a fin de
evitarme estas referencias que me amargan!... Tengo razones
para creer en vuestra ventura conyugal, junto a una mujer
digna y pura, tal como la veo, reputando como una locura las
propuestas que vuestras palabras me dejan entrever…
Pilatos iba a proseguir en su argumentación, cuando la
pobre señora, amargamente sorprendida, se sintió desfallecer.
En balde movilizó ella sus energías vitales, con el fin de evitar
el deliquio.
Presa de singular abatimiento, se recostó a un árbol del
jardín, donde se desarrollaba la conversación que acabamos de
oír. Recelando las consecuencias, el gobernador le tomó la
mano delicada y mimosa, torturado por sus inconfesables
pensamientos, pero, a su contacto ligero, la naturaleza
orgánica de Livia parecía reaccionar con decisión e
inquebrantable firmeza.
Recobrando las fuerzas, hizo con la cabeza una leve
señal de agradecimiento, mientras Publio y Claudia se

59
HACE 2000 AÑOS

acercaban a ambos, renovándose la charla general, con la


satisfacción de todos.
Entretanto, la escena provocada por los excesos de
afecto del gobernador no quedó circunscrita sólo a los dos
actores que la vivieron intensamente.
Fulvia y Sulpicio la acompañaron en sus mínimos
detalles, a través de los claros abiertos en el ramaje sombrío.
- ¡Vaya! – exclamó el lictor a la compañera, observando
los pormenores de la charla que acabamos de describir. -
¿Entonces, ya perdiste las buenas gracias del procurador de
Judea?
A esa pregunta, Fulvia, que a su vez no sacaba los ojos
de la escena, se estremeció compulsivamente, dando guarida a
los más grandes sentimientos de celo y despecho.
- ¿No respondes? – continuaba Sulpicio, gozando el
espectáculo. - ¿Por qué me rechazas tantas veces, si tengo para
ofrecerte un sentimiento profundo de dedicación y lealtad?
La interpelada continuó en silencio, en su puesto de
observación, rugiendo de cólera íntima, cuando vio que el
gobernador guardaba, entre las suyas, la mano exánime de la
compañera, pronunciando palabras que sus oídos no
escuchaban, pero sus sentimientos inferiores presumían
adivinar en aquel coloquio inesperado.
Pero, tan pronto, Claudia y Publio figuraron en el
escenario, Fulvia se volvió para el compañero, murmurando
con voz cavernosa:
- Accederé a todos tus deseos, si me auxilias en un
ardid.
- ¿Cuál?
- El de llevar al conocimiento del senador, en tiempo
oportuno, la historia de la infidelidad de su mujer.
- Pero, ¿cómo?

60
EMMANUEL

- Primeramente, evitarás la instalación de Publio en


Nazaret, para llevarlo más distante, de modo que dificultemos
las relaciones entre Livia y el gobernador, en ocasión de su
ausencia de Jerusalén, porque estoy adivinando que ella
deseará transferirse para Nazaret, en pocos días. En seguida
procuraré interferir, personalmente, de manera que seas
designado para proteger al senador en su estación de reposo e,
investido en ese cargo, encaminarás los acontecimientos para
la consecución de nuestros planes. Hecho eso, sabré
recompensar tus esfuerzos y buenos servicios de siempre, con
mi dedicación absoluta.
El lictor oyó la propuesta, silenciando, indeciso. Pero,
la interlocutora, como si estuviese ansiosa por sellar la
siniestra alianza, interrogó con la voz firme:
- ¿Todo combinado?
- ¡De pleno acuerdo!... respondió Sulpício, ya resuelto.
Y las dos personificaciones del despecho y de la lascivia
se reunieron a la caravana fraterna con la máscara de las
alegrías aparentes, después de concluido el pacto tenebroso.
Las últimas horas fueron consagradas a las despedidas,
con la afabilidad exterior del convencionalismo social.
Livia se abstuvo de relatar al esposo la escena penosa
del jardín, considerando no solo su necesidad de reposo
íntimo, sino también la importancia social de las
personalidades en juego, prometiendo a sí misma evitar, a
todo trance, cualquier expresión indigna en el terreno del
escándalo por las palabras.

61
HACE 2000 AÑOS

IV EN GALILEA
En el día inmediato a estos acontecimientos, en las
primeras horas de la mañana, Publio Léntulus fue procurado,
en la intimidad de su escritorio particular, por Fulvia, que se
le dirigió, criminalmente, en esos términos:
- Senador, el ascendente de nuestras ligazones
familiares me obliga a procuraros para tratar de un asunto
desagradable y doloroso, pero, con mis experiencias de mujer,
me corresponde aconsejarlo para resguardar a su esposa de la
insidia de sus propios amigos, puesto que, aun ayer, tuve la
oportunidad de sorprenderla en íntimo coloquio con el
gobernador…
El interpelado extrañó aquella actitud insólita, grosera,
contraria a todos sus métodos de hombre de bien.
Repelió dignamente la embestida, encareciendo la
nobleza moral de su esposa, pasando Fulvia a relatarle, con los
más exaltados adornos de su imaginación enfermiza, la escena
de la víspera, en sus más mínimos detalles.
El senador quedó pensativo, pero se sintió con el
preciso coraje moral para repeler la insinuación calumniosa.
- Pues bien – dijo ella, terminando la denuncia -, muy
lejos lleváis vuestra confianza y buena fe. Un hombre nunca
pierde por oír los consejos de la experiencia femenina. La
prueba de que Livia camina en la senda ancha de la
prevaricación la tendréis pronto, por cuanto ella ha de preferir
la partida inmediata para Nazaret, donde el gobernador
buscará encontrarla.

62
EMMANUEL

Y, diciendo esto, se retiró apresuradamente, dejando al


senador algo desalentado y compungido, pensando en los
corazones mezquinos que lo rodeaban, porque, en el tribunal
de la conciencia, no se sentía dispuesto a aceptar la idea que
viniese a ensuciar la valerosa nobleza de su mujer.
Inmenso velo de sombras le cubrió el espíritu sensible y
afectuoso. Sintió que, en Jerusalén, conspiraban contra él
todas las fuerzas tenebrosas de su destino, experimentando
vasto desierto en el corazón.
Allí, no encontraría la palabra prudente y generosa de
un amigo como Flaminio, con quien pudiese desahogar sus
profundas amarguras.
Absorto en esas meditaciones angustiosas, no vio que
los pétalos de las horas marchaban incesantemente, en los
torbellinos del tiempo. Solo mucho después percibió el
vocerío de uno de sus criados de confianza, viniendo a saber
que Sulpicio Tarquinius le solicitaba el favor de una
entrevista particular, pedido que atendió con la máxima
disponibilidad.
Admitido en el interior de la oficina, el lictor se refirió,
sin preámbulos, a los fines de la visita, explicando con
desembarazo:
- Senador, honrado con la confianza en el caso de
vuestra transferencia para una estación de reposo, vengo a
sugeriros el arrendamiento de rica propiedad perteneciente a
un compatricio nuestro en los alrededores de Cafarnaúm,
encantadora ciudad de Galilea, situada en el camino de
Damasco. Es verdad que ya escogisteis Nazaret, pero, a lo
largo de la planicie de Esdrelón, las casas confortables son
muy raras, añadiendo que seréis obligado a enormes
dispendios en servicios de remodelación y bienhechurías. Sin
embargo, en Cafarnaúm, el caso es diferente. Tengo un
amigo allí, Caio Gratus, decidido a arrendar por tiempo

63
HACE 2000 AÑOS

indeterminado, su espléndida villa, que es una heredad


provista de todo el confort, con pomares preciosos, en un
ambiente de absoluto sosiego.
El senador oía al delegado de Pilatos como si el espíritu
anduviese en otra parte; pero, como si tuviese la atención
súbitamente despertada, exclamó, en la actitud de quien
argumenta consigo mismo:
- De Jerusalén a Nazaret, tenemos setenta millas…
¿Dónde queda Cafarnaúm?...
- Muy distante de Nazaret – obtemperó Publio, con
aires de quien tomó una resolución íntima -, estoy muy
agradecido por tu gentileza, que no olvidaré de recompensar
en tiempo oportuno. Acepto tu sugestión que reputo sensata,
inclusive porque, de hecho, no me puede interesar la
adquisición definitiva de ningún inmueble en Galilea,
teniendo en cuenta la necesidad de regresar a Roma, dentro
de poco. Quedas autorizado a concluir el negocio, por cuanto
me honro en tus informaciones, descansando, confiadamente,
en tu conocimiento del asunto.
Secreta satisfacción le brillaba en los ojos de Sulpício,
que se despidió con fingido reconocimiento.
Publio Léntulus descansó nuevamente los codos en la
mesa de trabajo, inmerso en profundas reflexiones.
Aquella sugestión de Sulpicio llegaba en el instante
psicológico de sus angustiosas cavitaciones, porque, en vista
de esa nueva providencia, conseguiría instalar a la familia lejos
de cualquier influencia de la casa del procurador de Judea,
salvando, así, su reputación de las salpicaduras ignominiosas
de la maledicencia.
Entre tanto, la denuncia de Fulvia, desdoblaba
sucesivas preocupaciones en su íntimo. Fuese por lo
inopinado de la calumnia, o por el espíritu de perversidad con

64
EMMANUEL

el que la misma fuera urdida, su pensamiento se sumergió en


ansiosas expectativas.
A la noche de aquel mismo día, después de la cena,
vamos a encontrarlo a solas con Livia, en la terraza de la
residencia del pretor, que, por su vez, se ausentara de casa por
algunas horas, en compañía d sus familiares, para atender a
imperativos de ciertas obligaciones.
Notándole en el rostro las señales evidentes de
profunda contrariedad, rompió la esposa con la encantadora
intimidad de su corazón femenino:
- Querido, me pesa verte así, doblado bajo el yugo de
tamaños disgustos, cuando este largo viaje debería restituirnos
la tranquilidad necesaria al desenvolvimiento de tus
encargos… Oso pedir que apresures nuestra mudanza de
Jerusalén para un ambiente más calmo, donde nos sintamos
más a solas, fuera de éste círculo de criaturas cuyos hábitos no
son los nuestros, y cuyos sentimientos desconocemos.
¿Cuándo partiremos para Nazaret?
- ¿Para Nazaret? – repitió el senador, con voz irritada y
sombría, como si lo tocase el espíritu venenoso de los celos
recordando, involuntariamente, las acusaciones infundadas de
Fulvia.
- Sí – prosiguió Livia, suplicante y cariñosa -, pues ¿no
fueron esas las providencias enunciadas ayer?
- ¡Es verdad, querida! – exclamó Publio, ya pesaroso,
volviendo en sí de los malos pensamientos que había abrigado
por un instante – pero resolví después de instalarnos en
Cafarnaúm, contrariando las últimas decisiones…
Y tomando la mano de la compañera, como si buscase
un bálsamo para el alma herida, le susurró suavemente:
- ¡Livia, eres todo lo que me resta en este mundo!...
¡Nuestros hijos son flores de tu alma, que los dioses nos
dieron para mi alegría!… ¡Perdóname, querida!... ¡Hace

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HACE 2000 AÑOS

cuánto tiempo he vivido absorto y taciturno, olvidando tu


corazón sensible y cariñoso! Me parece estar despertando
ahora de un sueño muy doloroso y muy profundo pero
despertando con el alma recelosa y oprimida. Ándanme, en lo
íntimo, amargos vaticinios… Temo perderte, cuando quisiera
encerrarte en el pecho, guardándote en el corazón
eternamente… Perdóname…
Mientras ella lo contemplaba, sorprendida, sus labios
sedientos le cubrían las manos de besos ardientes. Y no fueron
solo los besos afectuosos que brotaron en esas manifestaciones
de cariño. Una lágrima goteó de los ojos cansados,
mezclándose con las flores de su amor.
- ¿Qué es eso, Publio? ¿Lloras? – exclamo Livia,
enternecida y angustiada.
- ¡Sí! Siento los genios del mal cercándome el corazón y
la mente. Mi íntimo está poblado de visiones sombrías,
prenunciando el fin de nuestra felicidad; pero yo soy un
hombre y soy fuerte… ¡Querida, no me niegues tu mano para
que atravesemos juntos el camino de la vida, porque, contigo
venceré incluso lo imposible!...
Ella estremeció en vista de esas observaciones, que no
le eran familiares.
En un segundo, retrocedió a la noche anterior,
considerando el atrevimiento del gobernador, que
dignamente repeliera, experimentando, al lado de la aflicción
por el compañero, soberana tranquilidad de conciencia y,
tomando ligeramente las manos del esposo, lo llevó a un
rincón de la terraza, donde se apostó frente a una arpa
armoniosa y antigua, cantando bajito, como si su voz, en
aquella noche, fuese el gorgojeo de una alondra apuñalada:

“Alma gemela de mi alma,


Flor de luz de mi vida,

66
EMMANUEL

Sublime estrella caída


¡De las bellezas de la creación!...
Cuando yo erraba en el mundo
Triste y solo, en mí camino,
Llegaste, a mi destino,
Y me henchiste el corazón.

Venías en la bendición de los dioses,


En la divina claridad,
A tejerme la felicidad,
¡En sonrisas de esplendor!...
Eres mi tesoro infinito,
Júrote eterna alianza,
Porque yo soy tu esperanza,
¡Cómo eres todo mi amor!”

Se trataba de una composición de él, en la mocedad,


tan al gusto de la juventud romana, dedicada a ella misma, y
que su talento musical guardaba siempre, para circunstancias
especiales de su sentimiento.
Pero en aquel instante, su voz tenía tonalidades
diferentes, como si hubiera encerrado en la garganta una
gurruca divina, exiliada de los prados brillantes del Paraíso.
En la última nota, tocada de tristeza y angustia
indefinibles, Publio la atrajo suavemente hasta abrazarla, con
fuerza y resolución, como si quisiese retener para siempre, en
el corazón, su joya de imaginable pureza.
Ahora, era Livia, quien lloraba copiosamente en los
brazos del compañero al besarla éste en los transportes de su
alma leal y, a veces, impulsiva.
Después de aquel arrobo emotivo, Publio se sintió
sereno y satisfecho.

67
HACE 2000 AÑOS

- ¿Por qué no regresamos a Roma cuanto antes? –


preguntó Livia, como si su espíritu estuviese clarificado por
luces profética, con relación a los días futuros. - ¡Junto a los
hijitos tomaríamos de nuevo nuestras obligaciones habituales,
conscientes de que la lucha y el sufrimiento están en todos los
lugares y de que toda alegría significa, en este mundo, una
bendición de los dioses!...
El senador ponderó la propuesta de la compañera,
estableciendo el análisis de toda la situación en su íntimo y,
obtemperando, por fin:
- ¡Tu observación es justa y providencial, querida mía,
pero, qué dirían nuestros amigos cuando supiesen que,
después d tantos sacrificios con el viaje, habíamos resuelto la
permanencia de apenas una semana en una región tan
distante! ¿Y nuestra enfermita? ¿Su organismo no ha
reaccionado de modo eficaz, en contacto con el nuevo clima?
Estemos confiantes y tranquilos. Apresuraré la partida para
Cafarnaúm y, en breves días, estaremos en un nuevo
ambiente, según nuestros deseos.
Y así aconteció, efectivamente.
Reaccionando a las vibraciones perniciosas del medio,
Publio Léntulus providenció la solución de todos los
problemas atinentes a la mudanza, haciéndose él
desentendido frente a las indirectas de Fulvia, mientras Livia,
escudándose en la superioridad de su alma, buscaba aislarse
dentro del pequeño mundo de amor de los dos hijitos,
huyendo a la presencia del gobernador, que no desistiera de
sus asedios, y junto a quien la figura noble de Claudia sabía
despertar, en todos, la más sincera simpatía.
Dos siervas fueron admitidas al servicio del
matrimonio, en la perspectiva de su transferencia para
Cafarnaúm; no es que fuesen indispensables al
desdoblamiento de las actividades domésticas, en vista de los

68
EMMANUEL

numerosos siervos traídos de Roma; sin embargo, el senador


examinara la utilidad de esa providencia, considerando que él
y la familia habrían de necesitar de un contacto más directo
con las costumbres y dialectos del pueblo, reconocida la
circunstancia de que ambas conocían a Galilea.
Ana y Sémele, recomendadas por amigos del pretor,
fueron recibidas al servicio de Livia que las acogió con
bondad y simpatía.
Treinta días pasaron en los preparativos del proyectado
viaje.
Sulpicio Tarquinius, estimulado por las ventajas de sus
propios intereses materiales, no perdió oportunidad de captar
la plena confianza del senador, organizando la propiedad con
detalles de atención y gentileza, provocando el
contentamiento y el elogio de todos.
En vísperas de la partida, Publio Léntulus compareció
al despacho de Pilatos, para el agradecimiento de las
despedidas.
Después de saludarlo cordialmente, exclamó el
gobernador, con forzada jovialidad:
- Es una pean, querido amigo, que las circunstancias lo
conduzcan para Cafarnaúm, cuando esperaba tener la
satisfacción de retenerlo en las cercanías de nuestra casa en
Nazaret.
Pero, mientras permanezcáis en Galilea, en ocasión de
mis habituales visitas al Tiberíades, procuraré el norte para
encontrarnos.
Publio le manifestó su gratitud y reconocimiento y,
cuando se preparaba para salir, el procurador de Judea
continuó, en tono afectuoso y aconsejador:
- Senador, o sólo como responsable por la situación de
los patricios en la provincia, sino también en calidad de
amigo sincero, no puedo dejarlo partir da la merced del acaso,

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HACE 2000 AÑOS

tan solo en la compañía de esclavos y siervos de confianza.


Acabo de designar a Sulpicio, hombre que me merece
confianza, para dirigir los servicios de seguridad que os son
debidos. Además de él, otro lictor y algunos centuriones
partirán para Cafarnaúm, donde permanecerán a sus órdenes.
Publio agradeció cortésmente, sintiéndose confortado
con el ofrecimiento, aunque la persona del gobernador le
causase poca simpatía íntima.
Al final, terminados los arreglos dl viaje, la compacta
caravana se puso en movimiento, atravesando los territorios
de Judá y las montañas verdes Samaria, en demanda de su
estación de destino.
Algunos días fueron gastados a través de los caminos
que contornan muchas veces las aguas suaves y límpidas del
Jordán.
Prestos a llegar a Cafarnaúm, a distancia de medio
kilómetro del camino, entre árboles frondosos, junto al lago
de Genezaret, una heredad imponente aguardaba a nuestros
personajes para su estación de reposo.
Sulpicio Tarquinius se desvelara en los más íntimos
detalles, en lo concerniente con el buen gusto de la época.
La propiedad estaba situada en una pequeña elevación
de terreno, rodeada de árboles frutales de los climas fríos,
pues, hace dos mil años, Galilea, hoy transformada en
polvoriento desierto, era un paraíso de verdor. En sus paisajes
maravillosos, desabotonaban flores de todos los climas. Su
inmenso lago, formado por las aguas cristalinas del río
sagrado del Cristianismo, era tal vez el lugar donde más
abundaba la pesca en todo el mundo, descansando sus olas
mansas y perezosas al pie de los arbustos ricos de sabia, cuyas
raíces se tocaban del perfume agreste de los laureles y de las
flores silvestres. Nubes de aves cariciosas cubrían, en bandos
compactos, aquellas aguas hechas de un prodigioso azul

70
EMMANUEL

celeste, hoy encarceladas entre peñascos quemados y


ardientes.
Al norte, las cumbres nevadas del Hermon se figuraban
en líneas alegres y blancas, divisándose al occidente las
elevadas planicies de la Gaulanítida y de de Perea, envueltas
de sol, formando, juntas, una gran meseta que se alarga de
Cesárea de Filipo hacia el Sur.
Una vegetación maravillosa y única, operando la
emanación incesante del aire más puro, temperaba el calor de
la región, donde el lago se localiza, mucho más abajo del nivel
del Mediterráneo.
Publio y su esposa sintieron una onda de vida nueva,
que sus pulmones aspiraban en grandes inhalaciones.
Entretanto, no acontecía lo mismo con la pequeña
Flavia, cuyo estado general empeoraba al extremo, contra
todas las previsiones.
Agraváranse las heridas que le cubrían el rostro
enflaquecido y la pobre niña no conseguía separarse del lecho,
donde se conservaba en profunda postración.
Se acentuaba, de ese modo, la angustia paterna que, en
balde, recurrió a todos los medios para mejorar las
condiciones de la enfermita.
Un mes había transcurrido en Cafarnaúm, donde, más
en contacto con los dialectos del pueblo, ya no les era
desconocida la fama de las obras y de las prédicas de Jesús.
Innumerables veces, pensó Publio en dirigirse al
taumaturgo, a fin de solicitar su intervención a favor de la
hijita, atendiendo a un llamado secreto del corazón. Pero,
reconocía en lo íntimo, que semejante actitud representaba
una humillación para su posición política y social, a los ojos
de los plebeyos y vasallos del Imperio, examinando las
consecuencias que podrían advenir de tal procedimiento.

71
HACE 2000 AÑOS

No obstante esas ponderaciones, permitía que


numerosos siervos de su casa asistiesen, los sábados, a las
prédicas del profeta de Nazaret, inclusive Ana, que se colmara
de respetuosa veneración por aquél a quien los humildes
llamaban Maestro.
De él tejían los esclavos las más encantadoras historias,
en las cuales el senador nada veía, más allá de los arrebatos
instintivos del alma popular, si bien no dejase de sorprenderlo
la opinión lisonjera de un hombre como Sulpicio.
Pero, una tarde, los padecimientos de la pequeña
habían alcanzado el auge. Además de las heridas que, desde
hacía muchos años, se habían multiplicado en el cuerpito
gracioso, otras úlceras surgieron en las regiones de la
epidermis, antes violáceas, transformándole los órganos
delicados en una pústula viva.
Publio y Livia, íntimamente consternados, aguardaban
un fin próximo.
En ese día, después de la cena muy ligera, Sulpicio se
demoró hasta más tarde, con el pretexto de confortar al
senador con su presencia.
Es así que vamos a encontrarlos a ambos en la
espaciosa terraza donde Publio le habla en estos términos:
- Mi amigo, ¿qué me dices de esos rumores propalados
por aquí, acerca del profeta de Nazaret? Habituado a no dar
oídos a la palabra ignorante del pueblo, me gustaría oír
nuevamente sus impresiones sobre ese hombre extraordinario.
- ¡Ah! Sí – dijo Sulpicio, como quien se esfuerza por
recordarse de algo -, intrigado con aquella escena que hace
tiempo presencié y que tuve ocasión de relatar en la residencia
del gobernador, he procurado seguir las actividades de ese
hombre, en la medida de mis posibilidades de tiempo.
Algunos compatriotas nuestros lo tienen como
visionario, opinión que comparo en lo que se refiere a sus

72
EMMANUEL

prédicas, llenas de parábolas incomprensibles, pero no en lo


que respecta a sus obras, que nos tocan el corazón.
El pueblo de Cafarnaúm anda maravillado con sus
milagros y puedo aseguraros que, en torno a él, ya se formó
una comunidad de discípulos dedicados, que se disponen a
seguirlo por todas partes.
- Pero, finalmente, ¿qué enseña él a las multitudes? –
preguntó Publio, interesado.
- Predica algunos principios que hieren nuestras más
antiguas tradiciones, como, por ejemplo, la doctrina del amor
a los propios enemigos y la fraternidad absoluta entre todos
los hombres. Exhorta a los oyentes a buscar el reino de Dios y
su justicia, pero no se trata de Júpiter, el Señor de nuestras
divinidades; al contrario, habla de un Padre misericordioso y
compasivo, que nos sigue del Olimpo y para quien están
patentes nuestras ideas más secretas. En otras ocasiones, el
profeta de Nazaret se expresa acerca de ese reino del cielo con
apólogos interesantes e incomprensibles, en los cuales hay
reyes y príncipes creados por su imaginación soñadora, que
nunca podrían haber existido.
Sin embargo, lo peor, - remató Sulpicio prestando
grave entonación a las palabras -, es que ese hombre singular,
con esos principios de un nuevo reino, crece en la mentalidad
popular como un príncipe surgido para reivindicar
prerrogativas y derechos de los judíos, de los cuales, tal vez,
quiera asumir la dirección algún día…
- ¿Qué medidas adoptan las autoridades de Galilea, en
el examen de esas ideas revolucionarias? – indagó el senador,
con mayor interés.
- Aparecen ya los primero indicios de reacción, por
parte de los elementos más ligados a Antipas. Hace algunos
días, cuando pasé por Tiberíades, noté que se formaban

73
HACE 2000 AÑOS

algunas corrientes de opinión, en el sentido de llevar el asunto


a la consideración de las más altas autoridades.
- Bien se ve – exclamó el senador – que se trata de un
simple hombre del pueblo, a quien el fanatismo de los
templos judaicos hinchó de pruritos de reivindicaciones
injustificables. Supongo que la autoridad administrativa nada
tiene que recelar de semejante predicador, maestro de una
humildad y fraternidad incompatibles con las conquistas
contemporáneas. Por otro lado, al oír de tu boca la
descripción de sus hechos, siento que ese hombre no puede
ser una criatura tan vulgar, como venimos suponiendo.
- ¿Desearíais conocerlo de cerca? – preguntó Sulpicio,
atento.
- De ningún modo – respondió Publio, alardeando
superioridad. – Tal cometimiento de mi parte quebraría la
compostura de los deberes que me competen como hombre
de Estado, desmoralizándose mi autoridad, ante el pueblo.
Además, considero que los sacerdotes y predicadores de
Palestina deberían hacer pasantías de trabajo, y de estudio, en
la sede del gobierno imperial, a fin de que se renueven de ese
espíritu de profetismo que se observa aquí en todas partes. En
contacto con el progreso de Roma habrían de reformar sus
concepciones íntimas acerca de la vida, de la sociedad, de la
religión y de la política.
Mientras los dos mantienen esa charla sobre la
personalidad y las enseñanzas del maestro de Nazaret,
penetremos en el interior de la casa.
En el cuarto de la enfermita, vamos a encontrar a Livia
y a Ana limpiando las heridas que cubrían la epidermis de la
pequeñita enferma, transfiguradas ahora en una sola úlcera
generalizada.
Ana, corazón bondadoso y tierno, poco más vieja que
su señora, se había transformado en compañera predilecta, en

74
EMMANUEL

el círculo de sus quehaceres domésticos. En aquel desierto de


corazones, era en aquella sierva, inteligente y afectuosa, que el
alma sensible de Livia encontrara un oasis para las
confidencias y luchas de cada día.
- ¡Ah! Señora – exclamaba la sierva, con sincero cariño
que se revelaba de los ojos y de los gestos -, guardo en el
corazón profunda fe en los milagros del Maestro, creyendo
incluso que, si llevásemos a esta niña para recibir la bendición
de sus manos, sanarían las llagas y ella resurgiría para su amor
maternal… ¿Quién sabe?
- Desgraciadamente – respondió Livia, con
ponderación y tristeza – yo no me atrevería a sugerir esa
providencia, consciente de que Publio habría de rechazarla,
dada nuestra posición social; pero, francamente, desearía ver a
ese hombre caritativo y extraordinario del que siempre me
hablas.
- aún el último sábado, señora – respondió la sierva,
animada por las palabras de simpatía que acababa de oír -, el
profeta de Nazaret recibió en los brazos a numerosos niños.

Al salir de la barca de Simón, nosotros lo esperábamos


en masa, para beberle las enseñanzas consoladoras. Nos
precipitamos a él, ansiosos todos de recibir al mismo tiempo
los sagrados efluvios de su presencia confortalecedora, pero,
ese día, muchas madres comparecieron a la prédica,
conduciendo a los hijitos que se confundían en la algazara
ensordecedora, como una bandada de pajaritos inconscientes.
Simón, y algunos discípulos más, comenzaron a reprender
severamente a los niños, a fin de que no perdiésemos el
encanto suave y dulce de las palabras del Maestro. Pero,
cuando menos lo esperábamos, sentóse Él en la piedra
acostumbrada y exclamó con indecible ternura: - “Dejad
venir a mí a los pequeños, porque el reino del cielo les

75
HACE 2000 AÑOS

pertenece”. Hubo, entonces, prodigioso silencio entre los


oyentes de Cafarnaúm y los peregrinos que habían llegado de
Corazim y de Magdala, mientras aquellos pequeños inquietos
acudían a su regazo amoroso, besándole la túnica con
indefinible alegría.
Muchos niños eran enfermos que las madres conducían
a las prédicas del lago para que se curasen d heridas antiguas,
o de dolencias consideradas incurables…
- Lo que me cuentas es de una belleza edificante –
exclamó Livia, profundamente emocionada -; entre tanto,
teniendo a la mano todos los recursos materiales, siento que
no podré recibir los altos beneficios de tu Maestro.
- Es una pena, señora, porque muchas mujeres de
posición lo acompañan en la ciudad. No somos solo los más
humildes que comparecemos a sus prédicas; hay también
numerosas señoras destacadas en Cafarnaúm, esposas de
funcionarios de Herodes y de publicanos, que asisten a las
lecciones cariñosas del lago, confundiéndose con los pobres y
los esclavos. Y el profeta no desdeña a nadie. A todos invita
para el reino de Dios y su justicia. Contrariamente a todos los
enviados del cielo, que conocemos, él que se esquiva de los
favorecidos de la suerte, para mantener relaciones con las
criaturas más infelices, considerando a todos como hermanos
muy amados de su corazón…
Livia escuchaba la palabra de la sierva con atención y
embebecimiento. La figura de aquel hombre, famoso y
bueno, ejercía singular atracción en su espíritu.
Y, mientras sus grandes ojos expresaban el mayor
interés por las narraciones encantadoras y simples de la sierva
leal, no se daban cuenta que la enfermita las acompañaba con
aguzada curiosidad, característica de las almas infantiles, no
obstante la fiebre alta que lo devoraba el organismo.

76
EMMANUEL

En este instante, el senador, después de las despedidas


de Sulpicio, busca el apartamento de la pequeña enferma,
satisfaciendo su ansiedad paternal.
Ante él, se callan las dos mujeres, entregándose tan solo
a los quehaceres que las retenían junto al lecho de la
pequeñita, ahora gimiendo dolorosamente.
Publio Léntulus se recostó sobre el lecho de la hija, con
los ojos rasos de llanto.
Jugó con sus manitas escuálidas y heridas, haciéndole
gracias, con el corazón lleno de infinita amargura.
- Hijita, ¿Qué quieres hoy para dormir mejor? –
preguntó con voz estrangulada, arrancando lágrimas de los
ojos de Livia.
Compraré para ti muchos juguetes y muchas
novedades… Dile a papá lo que deseas…
Copioso sudor empastaba las excrecencias ulcerosas de
la enfermita, que dejaba traslucir angustiosa ansiedad. Se le
notaba el gran esfuerzo como si estuviese realizando lo
imposible para responder a la pregunta paterna.
- Habla, hijita – murmuraba Publio, sofocado,
observándole el deseo de expresar cualquier respuesta.
Buscaré todo lo que quieres… Mandaré a Roma un
portador especialmente para traer todos tus juguetes…
Al cabo de visibles esfuerzos, pudo la pequeñita
murmurar con la voz cansada y casi imperceptible:
- Papá… yo quiero… al profeta… de Nazaret…
El senador bajó los ojos, humillado y confundido en
vista de lo imprevisto de aquella respuesta, mientras Livia y
Ana, como si fuesen tocadas por una fuerza invisible y
misteriosa, por lo inopinado de la escena, escondían el rostro
inundado de llanto.

77
HACE 2000 AÑOS

V EL MESÍAS DE NAZARET
El día siguiente amaneció trayendo las más serias
preocupaciones a Publio y a su familia.
Aún temprano, vamos a encontrarlo en íntimo
coloquio con la esposa, que se le dirige en voz suplicante y
afectuosa:
- Considero, querido, que debías atenuar un poco los
rigores de la posición en que el destino nos colocó,
procurando a ese hombre generoso, para beneficio de nuestra
hija. Todos se refieren a sus acciones, extasiados por su
bondad edificadora, y yo creo que su corazón se apiadará de
nuestra desdichada situación.
El senador la oyó preocupado e incierto, exclamando al
final:
- Pues bien, Livia; accederé a tus deseos, pero solo la
angustia que nos va en el alma me hizo transigir, de manera
tan ruda, con mis principios.
Sin embargo, no procederé, conforme sugieres. Iré
solito a la ciudad, como si me encontrase en la hora de simple
entretenimiento, pasando por el trecho del camino que nos
conduce a las márgenes del lago, sin llegar al cúmulo de
abordar personalmente al profeta, para no descender de mi
dignidad social y política, y, en caso de sobrevenir alguna
circunstancia favorable, le haré sentir el placer que nos
causaría su visita, con el fin de reanimar a nuestra enfermita.

78
EMMANUEL

- ¡Muy bien! – Dijo Livia, entre confortada y


agradecida – guardo en el alma la más sincera y profunda fe.
¡Sí ve, querido!... Quedaré rogando la bendición de los cielos
para nuestra iniciativa. ¡El profeta que ahora surge como
verdadero médico de las almas, sabrá que detrás de tu
posición de senador del Imperio, hay corazones que sufren y
lloran!...
Publio notó que la esposa se exaltaba en sus
consideraciones, dejándose conducir por lo que juzgaba un
exceso de flaqueza y sentimentalismo; entretanto, nada le
amonestó al respecto, en vista de las amarguras del momento,
susceptibles de desvariar al cerebro más fuerte.
Dejó que las horas de mayor movimiento, del día
transcurriesen con las claridades del poniente y, cuando el
crepúsculo entornaba sus medias tintas en el paisaje
maravilloso, salió, fingiendo distracción y esparcimiento,
como si desease conocer de cerca la antigua fuente de la
ciudad, motivo de atracción para todos los forasteros.
Después de haber recorrido unos trescientos metros de
camino, encontró transeúntes y pescadores, que se recogían y
lo encaraban con mal disfrazada curiosidad.
Una hora pasó sobre sus amargas cavitaciones íntimas.
Un velo inmenso de sombras invadía toda la región,
llena de vitalidad y de perfumes.
¿Dónde estaría el profeta de Nazaret, en aquel instante?
¿No sería una ilusión la historia de sus milagros y de su
encantadora magia sobre las almas? ¿No sería un absurdo
procurarlo a lo largo de los caminos, abstrayéndose de los
imperativos de la jerarquía social? En todo caso, debería
tratarse de un hombre simple e ignorante, dada su preferencia
por Cafarnaúm y por los pescadores.

79
HACE 2000 AÑOS

Dando curso a las ideas que le fluían de la mente


incendiada y abatida, Publio Léntulus consideró dificilísima
la hipótesis de su encuentro con el maestro de Nazaret.
¿Cómo se entenderían?
No le interesa el conocimiento minucioso de los
dialectos del pueblo y, ciertamente, Jesús le hablaría en el
arameo usado comúnmente, en las vertientes ribereñas del
Tiberíades.
Profundas reflexiones se le volcaban del cerebro para el
corazón, como las sombras del crepúsculo que precedían a la
noche.
El cielo a aquella hora era de un azul maravilloso,
mientras las claridades opalinas de la luna no habían esperado
que se cerrase absolutamente el abanico inmenso de la noche.
El senador sintió el corazón perdido en un abismo de
cavitaciones infinitas, oyéndole el palpitar desacompasado en
el pecho oprimido. Dolorosa emoción le compungía ahora las
fibras más íntimas del espíritu. Apoyárase insensiblemente, en
un banco de piedras adornado de silvas, y dejárase quedar allí,
sondeando lo ilimitado del pensamiento.
Nunca había experimentado una sensación idéntica,
sino en el sueño memorable relatado únicamente a Flaminio.
Recordábase de los menores hechos de su vida terrestre,
creyendo haber abandonado, temporalmente, la cárcel del
cuerpo material. Sentía profundo éxtasis, ante la Naturaleza y
sus maravillas, sin saber cómo expresar la admiración y
reconocimiento a los poderes celestiales, tal era la clausura en
la que siempre mantuviera el corazón insumiso y orgulloso.
De las aguas mansas del lago de Genezaret le parecía
que manaban suavísimos perfumes, casándose deliciosamente
al aroma agreste del follaje.

80
EMMANUEL

Fue en ese instante que, con el espíritu como si


estuviese bajo el imperio de extraño y suave magnetismo, oyó
pasos suaves de alguien que buscaba aquel sitio.
Ante sus ojos ansiosos, se detuvo una personalidad
inconfundible y única. Se trataba de un hombre aún joven,
que dejaba traslucir en los ojos, profundamente
misericordiosos, una belleza suave e indefinible. Largos y
sedosos cabellos le moldeaban el semblante compasivo, como
si fuesen hilos castaños, levemente dorados por una luz
desconocida. Sonrisa divina, revelando al mismo tiempo
inmensa bondad y singular energía, irradiaba de su
melancólica y majestuosa figura una fascinación irresistible.
Publio Léntulus no tuvo dificultad en identificar a
aquella criatura impresionante, mas, en su corazón se
agitaban ondas de sentimientos que, hasta entonces, le eran
ignorados. Ni en su presentación a Tiberio, en las
magnificencias de Capri, le había impreso tal emotividad al
corazón. Lágrimas ardientes le rodaron de los ojos, que raras
veces habían llorado y una fuerza misteriosa e invencible lo
hizo arrodillarse en el césped, bañado por la claridad lunar.
Deseó hablar, pero tenía el pecho sofocado y oprimido. Fue
entonces, cuando, en un gesto de dulce y soberana bondad, el
tierno Nazareno caminó hacia él, cual visión concreta de uno
de los dioses de sus antiguas creencias, y, posando
cariñosamente la diestra en su frente, exclamó en lenguaje
encantador, que Publio entendió perfectamente, como si
oyese el idioma patricio, dándole la inolvidable impresión de
que la palabra era de espíritu a espíritu, de corazón a corazón:
- Senador, ¿por qué me procuras? – y, explayando la
mirada profunda en el paisaje, como si desease que su voz
fuese oída pro todos los hombres del planeta, remató con
serena nobleza: - Fuera mejor que me buscases públicamente
en la hora más clara del día, para que pudieses adquirir, de

81
HACE 2000 AÑOS

una sola vez y para toda la vida, la lección sublime de la fe y


de la humildad… ¡Pero, yo no vine al mundo para derogar las
leyes supremas de la Naturaleza y vengo al encuentro de tu
corazón desfallecido!...
Publio Léntulus nada pudo expresar, aparte de sus
copiosas lágrimas, pensando amargamente en la hijita; mas el
profeta, como si prescindiese de sus palabras articuladas,
continuó:
- Sí… no vengo a buscar al hombre de Estado,
superficial y orgulloso, que solo los siglos de sufrimiento
pueden encaminar al regazo de mi Padre; vengo a atender las
súplicas de un corazón desdichado y oprimido y, aún así, mi
amigo, no es tu sentimiento que salva a la hijita leprosa y
desvalida por la ciencia del mundo, porque tienes aún la
razón egoísta y humana; es, sí, la fe y el amor de tu esposa,
porque la fe es divina… Basta un solo rayo de sus energías
poderosas para que se pulvericen todos los monumentos de
las vanidades de la Tierra…
Conmovido y magnetizado, el senador consideró,
íntimamente, que su espíritu fluía en una atmósfera de sueño,
tales eran las conmociones desconocidas e imprevistas que se
le represaban en el corazón, queriendo creer que sus sentidos
reales se hallaban trabados en un juego incomprensible de
completa ilusión.
- No, mi amigo, no estás soñando…. – exclamó dulce
y enérgico el Maestro, adivinándole los pensamientos. –
Después de largos años de desvío del buen camino, por el
sendero de los errores clamorosos, encuentras, hoy, un punto
de referencia para la regeneración de toda tu vida.
Pero, está, en tu querer el aprovecharlo ahora, o de
aquí a algunos milenios… Si el desdoblamiento de la vida
humana está subordinado a las circunstancias, eres obligado a
considerar que ellas existen en toda la Naturaleza,

82
EMMANUEL

cumpliendo a las criaturas la obligación de ejercitar el poder


de la voluntad y del sentimiento, buscando aproximar sus
destinos a las corrientes del bien y del amor a los semejantes.

Suena para tu espíritu, en este momento, un minuto


glorioso, si consiguieres utilizar tu libertad para que sea él, en
tu corazón, de ahora en adelante, un cántico de amor, de
humildad y de la fe, en la hora indeterminada de la
redención, dentro de la eternidad…
Más, ¡nadie podrá actuar contra tu propia conciencia,
si quisieres despreciar indefinidamente este minuto dichoso!
¡Pastor de las almas humanas, desde la formación de
este planeta, hace muchos milenios, vengo procurando reunir
a las ovejas perdidas, intentando traerles al corazón las alegrías
eternas del reinado de Dios y de su justicia!...
Publio miró a aquel hombre extraordinario, cuya
serenidad provocaba admiración y espanto.
¿Humildad? ¿Qué credenciales le presentaba el profeta
para hablarle así, a él, senador del Imperio, revestido de todos
los poderes delante de un vasallo?
En un minuto, recordó la ciudad de los césares,
cubierta de triunfos y glorias, cuyos monumentos y poderes
creía, en aquel momento, fuesen inmortales.
- Todos los poderes de tu imperio son bien pequeños y
todas sus riquezas bien miserables…
Las magnificencias, de los césares son ilusiones efímeras
de un día, porque todos los sabios, como todos los guerreros,
son llamados en el momento oportuno a los tribunales de la
justicia de mi Padre que está en el Cielo. Un día, dejarán de
existir sus águilas poderosas, bajo un puñado de cenizas
misérrimas. Sus ciencias se transformarán al soplo de los
esfuerzos de otros trabajadores, más dignos de progreso, sus
leyes inicuas serán tragadas en el abismo tenebroso de estos

83
HACE 2000 AÑOS

siglos de impiedad, porque sólo una ley existe y sobrevivirá a


los escombros de la inquietud del hombre – la ley del amor,
instituida por mi Padre, desde el principio de la creación…
Ahora, vuelve al hogar, consciente de las
responsabilidades de tu destino…
¡Si la fe instituyó en tu casa lo que consideras la alegría
con el restablecimiento de tu hija, no te olvides que eso
representa un agravio de deberes para tu corazón, ante
nuestro Padre, Todopoderoso!
El senador quiso hablar, pero la voz se le tornara
embargada de conmoción y de profundos sentimientos.
Deseó retirarse, pero, en ese momento, notó que el
profeta de Nazaret se trasfiguraba con los ojos fijos en el
cielo…
Aquél sitio debería ser un santuario de sus
meditaciones y de sus plegarias, en el corazón perfumado de
la Naturaleza, porque Publio adivinó que él oraba
intensamente, observando que lágrimas copiosas le lavaban el
rostro, bañado entonces por una claridad suave, evidenciando
su belleza serena e indefinible melancolía.
En ese instante, suave adormecimiento paralizó las
facultades de observación del patricio, que se aquietó
aterrorizado.
Debían ser las veintiuna horas, cuando el senador
sintió que despertaba.
Leve brisa le acariciaba los cabellos y la Luna entornaba
sus rayos argentinos en el espejo cariñoso e inmenso de las
aguas.
Guardando, en la memoria, los mínimos pormenores
de aquel minuto inolvidable, Publio se sintió humillado y
disminuido, en vista de la flaqueza de la que diera testimonio
ante aquel hombre extraordinario.

84
EMMANUEL

Un torrente de ideas antagónicas se le represaba en el


cerebro, acerca de sus amonestaciones y de aquellas palabras
archivadas ahora para siempre en lo íntimo de su conciencia.
¿No poseía también Roma sus feticheros? Buscó
rememorar todos los dramas misteriosos de la ciudad distante,
con sus figuras impresionantes e incomprensibles.
¿No sería aquel hombre una copia fiel de los magos y
adivinos que preocupaban igualmente a la sociedad romana?
¿Debería él, entonces, abandonar sus más queridas
tradiciones de patria y familia para volverse un hombre
humilde y hermano de todas las criaturas? Sonreía consigo
mismo, en su presumida superioridad, examinando la
inanidad de aquellas exhortaciones que consideraba
despreciables. Entretanto, subíanle del corazón al cerebro
otros llamados conmovedores. ¿No hablara el profeta de la
oportunidad única y maravillosa? ¿No hablara el profeta de la
oportunidad única y maravillosa? ¿No prometiera, con
firmeza, la cura de la hijita debido a la ardiente de Livia?
Sumergido en esas reflexiones íntimas, abrió
cautelosamente la puerta de la residencia, encaminándose
ansioso al cuarto de la enferma y, ¡Oh! ¡Suave milagro! La
hijita reposaba en los brazos de Livia, con absoluta serenidad.
Sobrehumana y desconocida fuerza le mitigara los
padecimientos atroces, porque sus ojos dejaban entrever una
dulce satisfacción infantil, iluminándole el semblante risueño.
Livia le contó, entonces, llena de júbilo maternal, que, en
dado momento, la pequeñita dijera experimentar en la frente
el contacto de unas manos cariñosas, sentándose enseguida en
el lecho, como si una energía misteriosa le vitalizase el
organismo de manera imprevista. Se alimentara, la fiebre
había desaparecido contra todas las expectativas; ella ya
mostraba actitudes de convaleciente charlando con la
madrecita, con la gracia espontánea de su niñez.

85
HACE 2000 AÑOS

Terminado el relato, la joven señora concluyó con


entusiasmo:
- ¡Desde que saliste, yo y Ana oramos con fervor junto
a nuestra enfermita, suplicando al profeta que atendiese a tu
imploración, oyendo nuestros ruegos y, ahora, he aquí que
nuestra hijita se restablece!... Querido, ¿Podrá, haber mayor
felicidad que ésta?... ¡Ah! ¡Jesús debe ser un emisario directo
de Júpiter, enviado a este mundo en gloriosa misión de amor
y de alegría para todas las almas!...
Entretanto, Ana, que escuchaba conmovida, intervino
en un gesto espontáneo e incoercible, oriundo de la grata
satisfacción de aquel momento.
- ¡No, mi señora!... Jesús no viene de parte de Júpiter.
Él es el Hijo de Dios, su Padre y nuestro Padre que está en los
cielos, y cuyo corazón está siempre lleno de bondad y
misericordia para todos los seres, conforme el Maestro nos
enseña. Alabemos, pues, al Todo Poderoso, por la gracia
recibida, agradeciendo a Jesús con una plegaria de
humildad…
Publio Léntulus acompañó la escena, en silencio,
íntimamente contrariado, por verificar la intimidad estrecha
de su mujer con una simple sierva de la casa. Observó, con
profundo desagrado, no solo la espontaneidad de la gratitud y
el entusiasmo de Livia, como la intromisión de Ana en la
conversación, lo que consideraba una osadía. En un
momento, movilizó todas las reservas de su orgullo para
restablecer la disciplina interna de su casa, y, tomando de
nuevo el aspecto altivo de su expresión fisonómica, se dirigió
secamente a la esposa.
- ¡Livia, se hace necesario que te cohíbas en estos
arrebatamientos! Al final, no veo nada de extraordinario en lo
que acaba de ocurrir. Nada ha faltado a nuestra enferma, en
lo tocante al tratamiento y cuidados necesarios, y era lógico

86
EMMANUEL

que esperásemos una reacción saludable del organismo, en


vista de nuestra continuada asistencia.
En cuanto a ti, Ana – dijo, volviéndose con arrogancia
hacia la sierva intimidada -, creo que está ya cumplida la
misión que te hacía demorar en este cuarto, por cuanto,
considerando la mejoría de la niña, no veo necesidad de tu
permanencia junto a la patrona, que trajo de Roma las siervas
de su servicio personal.
Ana miró compungidamente a la señora, que mostraba
en el rostro las señales evidentes de su amargura por lo
imprevisto de aquellas palabras intempestivas, y haciendo
ligera y respetuosa mesura, salió del aposento, donde había
empleado las mejores energías de su fraternal abnegación.
- ¿Qué es esto, Publio? – Preguntó Livia
profundamente conmovida - ¿Justamente ahora, cuando
deberíamos mostrar a la dedicada sierva la alegría de nuestro
reconocimiento, procedes con semejante aspereza?
- Tus infantilidades me obligan a hacerlo. ¿Qué dirán
de la matrona que se da con el alma abierta a sus esclavos más
humildes? ¿Cómo se comportará tu corazón con estos excesos
de confianza? Noto con disgusto que entre nosotros existen,
ahora, profundas divergencias. ¿Por qué esa demasía de
confianza en el profeta de Nazaret, cuando él no es superior a
los magos y feticheros de Roma? Y, aparte de eso, ¿dónde
colocas las tradiciones de nuestras divinidades familiares, sino
sabes guardar la fe en torno al altar doméstico?
- no concuerdo contigo, querido, en estas
ponderaciones. Tengo plena convicción de que nuestra Flavia
fue sanada por ese hombre extraordinario… En el instante de
su mejoría súbita, cuando ella nos hablaba de las manos
sublimadas que la acariciaban, vi, con mis ojos, que el lecho
de la enfermita estaba saturado de una luz diferente, como
nunca había visto, hasta entonces…

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HACE 2000 AÑOS

- ¿Luz diferente? Seguramente desvariabas, después de


tantas fatigas; o entonces estás contagiada de las alucinaciones
de este pueblo de fanáticos, en cuyo seno tuvimos la poca
suerte de caer…
- No, mi amigo, no se trata de desvarío. No obstante
tus palabras, que reconozco partidas del corazón que más
adoro y admiro en la Tierra, tengo la certeza de que el
Maestro de Nazaret acaba de curar a nuestra hijita; y, en
cuanto a Ana, querido, encuentro injusta tu actitud, además,
en desacuerdo con tu proverbial generosidad con los siervos
de nuestra casa. No podemos ni debemos olvidar que ella ha
sido de una dedicación a toda prueba, junto a mí y a nuestra
hija, en estos lugares apartados. Otras pueden ser sus
creencias, pero presumo que su conducta honesta y
santificante solo puede honrar el servicio de nuestra casa.
El senador consideró la elevación de los conceptos de la
mujer, sintiéndose arrepentido de su acto de impulsividad, y
capituló ante el buen sentido de aquellas palabras.
- Está bien, Livia, te aprecio la nobleza de corazón y
estimaré la continuidad de Ana en tus servicios privados;
pero, no transijo en el caso de la cura de nuestra hijita. No
admito que se atribuya al mago de Nazaret el
restablecimiento de la misma. En cuanto a los demás, deberás
recordar siempre, que me complace saber que está reservada
tu confianza e intimidad solo para mí. A siervos o
desconocidos, no debe el patricio, y especialmente la matrona
romana, abrir las puertas del corazón.
- Sabes cómo acato tus órdenes – le dijo la esposa, más
confortada, dirigiéndole una mirada cariñosa y agradecida - ¡y
te pido perdonarme si te ofendí el alma generosa y sensible!...
- No, querida mía, si existe aquí un problema de
perdón, soy yo quien debe pedirlo, aunque no desconoces
que esta región me atormenta y espanta. Me siento

88
EMMANUEL

reconfortado, reconociendo la reacción benéfica de la


naturaleza orgánica de nuestra hijita, porque esto significa
nuestro regreso a Roma en breve tiempo. Esperaremos,
apenas, algunos días más y mañana pediré a Sulpicio iniciar
las providencias para nuestra vuelta.
Livia concordó con las observaciones del marido,
acariciando a la hijita reanimada y rehecha del abatimiento
profundo que la postrara por espacio de muchos días.
Íntimamente, agradecía, satisfecha, a Jesús, pues hablábale el
corazón que el acontecimiento era una bendición que el
Padre de los Cielos le enviara al espíritu maternal, a través de
las manos caritativas y santas del Maestro.
Sin embargo, Publio obedeciendo al impulso de sus
vanidades personales, no deseaba recordar la figura
extraordinaria que tuviera ante los ojos deslumbrados.
Edificaba castillos de teorías en su imaginación súper
excitada, para alejar la interferencia directa de aquel hombre
en el caso de la cura de la hijita, respondiendo, así, a las
objeciones de su propio espíritu observador y analista
meticuloso.
No podía olvidar que el profeta lo envolviera en fuerzas
ignoradas, enmudeciéndole la voz y haciéndolo arrodillarse,
doliéndole a su orgullo despótico esa circunstancia,
considerada como dolorosa humillación.
Ideas martirizantes le poblaban el cerebro exhausto de
tantas luchas interiores y, después de una invocación a los
genios protectores de la familia, en el altar doméstico, buscó
reposar de las amargas fatigas íntimas.
Empero, aquella noche, su alma experimentaba las
mismas recordaciones de la existencia anterior, en las alas
embaladoras del sueño.
Vióse vestido con las mismas insignias de Cónsul al
tiempo de Cicerón, volvió a ver las atrocidades practicadas

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HACE 2000 AÑOS

por Publio Léntulus Sura, su expulsión del Consulado, las


reuniones secretas de Lucio Sergius Catilina, las perversidades
revolucionarias, sintiéndose de nuevo llevado a la presencia de
aquel mismo tribunal de jueces austeros y venerados, que en
el sueño anterior le habían notificado su renacimiento en la
Tierra, en una época de grandes claridades espirituales.
Ante aquellos magistrados venerables, ostentando togas
albas de nieve, experimentó amarga sensación de angustia,
batiéndole desacompasadamente el corazón.
El mismo juez respetable se levantó, en el ambiente
sublimado de luces espirituales, exclamando:
- Publio Léntulus ¿por qué despreciaste el minuto
glorioso, con el cual podrías haber comprado la hora
interminable y radiante de tu redención en la eternidad?
¡Estuviste, esta noche, entre dos caminos – el del siervo
de Jesús y el del siervo del mundo! En el primero, el yugo
sería suave y el fardo leve; pero escogiste el segundo, en el cual
no existe amor suficiente para lavar toda la iniquidad…
Prepárate, pues, para trillarlo con valor, porque preferiste el
camino más escabroso, en el cual faltan las flores de la
humildad, para atenuar el rigor de las espinas venenosas...
Sufrirás mucho, porque en esa senda el yugo es
inflexible y el fardo pesadísimo; pero actuaste con libertad de
conciencia, en el juego amplio de las circunstancias de tu
vida… Conducido a una oportunidad maravillosa,
perseveraste en el propósito de recorrer la vía amarga y
dolorosa de las pruebas más ríspidas y más agudas.
¡No te condenamos, para lamentar solamente el
endurecimiento de tu espíritu frente a la verdad y la luz!
¡Robustece todas las fibras de tu “yo”, pues enorme ha de ser
de ahora en adelante tu lucha!...
Oía, atento, aquellas exhortaciones conmovedoras,
pero, en ese instante, despertó para las sensaciones de la vida

90
EMMANUEL

material, experimentando singular abatimiento psíquico, a la


par de tristeza indefinible.
Temprano aún, su atención fue reclamada por Livia,
que le presentaba a la pequeña Flavia, convaleciente y feliz. La
epidermis como si se alisara, sometida a un proceso
terapéutico desconocido y maravilloso, desapareciendo los
tonos violáceos que anteriormente precedían las rosas de llaga
viva.
El senador recuperó parte de su serenidad íntima, al
verificar las mejorías positivas de la hijita, que apretó
amorosamente en un abrazo, exclamando más tranquilo:
- Livia, es verdad que ayer, en la noche, estuve con el
llamado de Nazaret, pero con la lógica de mi educación y de
mis conocimientos, no puedo admitir que sea él, el autor del
restablecimiento de nuestra hija.
Y, en seguida, pasó a relatar de modo superficial los
acontecimientos que ya conocemos, pero si referir los
pormenores que más lo impresionaron.
Livia oyó atentamente la narrativa, pero, notándole las
íntimas disposiciones para con el profeta, que ella consideraba
una criatura superior y venerable, no quiso exteriorizar su
pensamiento en torno al asunto, recelosa de un roce de
opiniones, inoportuno e injustificable. En su corazón
agradecía a aquel Jesús cariñoso y compasivo, que le atendiera
a las angustiosas súplicas maternales y, en lo íntimo del alma,
acariciaba la esperanza de besarle la fimbria de la túnica con
humildad, en testimonio de su sincero reconocimiento, antes
de regresar a Roma.
Transcurridos cuatro días, la enferma presentaba
evidentes señales de seguro restablecimiento físico, dando
motivo al más amplio júbilo de todos los corazones.
En radiante mañana, vamos a encontrar a la joven
Livia arrullando al hijito, que pronto completaría un año, e

91
HACE 2000 AÑOS

instruyendo a la criada de nombre Sémele, de origen judío,


designaba para velar por el niñito, tal era el interés que
demostraba por el pequeñito Marcus, desde el instante de su
admisión al servicio. En dado momento, exclama la sierva,
señalando para el largo camino empedrado:
- Señora, allá vienen dos caballeros desconocidos, a
todo galope.
Oyéndole la observación, Livia pudo verlos,
igualmente, a lo largo de la senda amplia, y después se fue
para el interior, a fin de prevenir al marido.
Efectivamente, en algunos minutos llegaban a la puerta
dos caballos sudorosos y jadeantes. Un hombre trajeado a la
romana, en compañía de un guía judío, se apeaba rápido y
bien dispuesto.
Tratábase de Quirilius, liberto de confianza de
Flaminio Severus, que venía, en nombre del patrón, a traer a
Publio y familia algunas noticias y numerosos regalos.
Esa sorpresa amable llenó el día de gratas recordaciones
y saludables placeres, motivando horas de las más inefables
alegrías. El noble patricio no olvidara a los amigos distantes, y
entre las noticias reconfortantes y la considerable remesa de
dinero, vinieron dulces recuerdos de Calpurnia, dirigidos a
Livia y a los dos hijitos.
Aquel día, Publio Léntulus se ocupó tan solo de llenar
numerosos rollos de pergamino, para mandar al compañero
de lucha minuciosas noticias d todas las ocurrencias. Entre
ellas estaba la buena nueva del restablecimiento de la hijita,
atribuido al clima adorable de Galilea. Mas, como poseía en
aquel valeroso descendiente de los Severus un alma de
hermano dedicado y fiel, a cuyo corazón jamás dejara de
confiar las más recónditas emociones de su espíritu, le
escribió larga carta, en suplemento con vistas al Senado
Romano, sobre la personalidad de Jesucristo, encarándola

92
EMMANUEL

serenamente, bajo el estricto punto de vista humano, sin


ningún arrebatamiento sentimental. Y, por fin, Publio y Livia
enunciaban alegremente a sus amigos distantes que
retornarían a Roma posiblemente dentro de un mes, dado el
perfecto restablecimiento de la pequeña Flavia.
Terminado el largo expediente, ya era tarde; pero, en
ese mismo día, al caer de la noche, cuando los dos esposos se
entretenían en el triclinio releyendo las dulces palabras de los
queridos ausentes, tejiendo las esperanzas risueñas del breve
regreso, he aquí que Sulpicio se hace anunciar en compañía
de un mensajero de Pilatos.
Atendiéndole en su oficina particular, el senador de
Judea os participa haber llegado a su residencia de los
alrededores de Nazaret, donde espera el grato placer de
vuestras órdenes y noticias.
- Ilustrísimo, el señor gobernador de Judea os participa
haber llegado a su residencia de los alrededores de Nazaret,
donde espera el grato placer de vuestras órdenes y noticias.
- ¡Agradecido! – replicó Publio, de buen humor,
agregando: - ¡Aunque el Señor procurador no está distante,
ocasionalmente me queda poco tiempo en Jerusalén debido a
mi regreso a Roma en pocos días!...
Algunas expresiones protocolares fueron
intercambiadas, pero Publio Léntulus no observó la actitud
de Sulpicio, que le dirigía significativas miradas.

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HACE 2000 AÑOS

VI EL RAPTO
En los tiempos de Cristo, Galilea era un vasto granero
que abastecía a casi toda Palestina.
En esa época, el hermoso lago de Genezaret, no
presentaba un nivel tan bajo, como en la actualidad. Todo el
terreno circunvecino era de regadío, en vista de las numerosas
fuentes, de los canales y del servicio de las norias que elevaban
las aguas, dando origen a una vegetación lujuriante que
adornaba de frutos y henchía de perfumes aquellos paisajes
paradisíacos.
El trigo, la cebada, las calabazas, las lentejas, los higos
y las uvas eran elementos de siembra y cosecha en todo el año,
dando a la vida satisfacción y abundancia. En las colinas,
mezclándose a los extensos viñedos y olivares, se elevaban
palmeras y dátiles preciosos, cuyos frutos eran los más ricos de
Palestina.
En Cafarnaúm, aparte de esas riquezas, prosperaba la
industria de la pesca, dada la abundancia de peces en el
entonces llamado “Mar de Galilea”, lo que resumía una vida
simple y tranquila. Entre todos los otros pueblos de los
centros galileos, el de Cafarnaúm se distinguía por su belleza
espiritual, sencilla y sin pretensiones. Concienzudo y
creyente, aceptada la Ley de Moisés, pero estaba muy lejos de
las manifestaciones hipócritas del fariseísmo de Jerusalén. Fue
en virtud de esa simplicidad natural, y de esa fe espontánea y
sincera, que el paisaje de Cafarnaúm sirvió de palco a las
primeras lecciones inolvidables e inmortales del Cristianismo,
en su primitiva pureza. Allí encontró Jesús el cariño de
corazones consagrados y valerosos, y fue allí que el mundo
94
EMMANUEL

espiritual encontró los mejores elementos para la formación


de la escuela inolvidable, donde el Divino Maestro
ejemplificaría sus enseñanzas.
En todas las ciudades de la región había sinagogas, para
que las lecciones de la Ley fuesen dadas los sábados, día en
que todos los individuos deberían dedicar exclusivamente al
descanso del cuerpo y a las actividades del espíritu. En esas
pequeñas sinagogas, se daba la palabra a cuantos deseasen
usarla, pero Jesús prefería el templo suave de la Naturaleza
para la difusión de sus enseñanzas.
Todas las clases humildes asistían a sus prédicas al aire
libre, cuya extraordinaria belleza seducía a los corazones más
empedernidos.
Una antigua costumbre, entre los señores, determinaba
el reposo d los siervos en el día consagrado a los estudios de la
Ley, e incluso los romanos procuraban cultivar aquellas
tradiciones regionales, buscando la simpatía del pueblo
conquistado.
En esa época, era grande la afluencia de esclavos a las
prédicas consoladoras del Mesías de Nazaret.
Una semana había transcurrido después de recibir las
noticias de Roma y, en ese sábado, a las primeras horas de la
tarde, vamos a encontrar a Livia y Ana en conversación
íntima y cariñosa.
- Sí – decía la joven patricia a la sierva, que se
encontraba en traje de salir -, si te fuere posible, hoy,
agradecerás de viva voz al profeta, en mi nombre, ya que me
siento tan feliz, gracias a su infinita bondad. Y dile que, si
pudiere, en las vísperas de partir para Roma, procuraré
conocerlo, a fin de besarle las manos generosas, en testimonio
de mi reconocimiento...
- No olvidaré vuestras órdenes y espero que podáis ir
hasta la casa de Simón para visitarlo, antes de retiraros de

95
HACE 2000 AÑOS

estos lugares… Aún hoy – prosiguió en tono confidencial –


debo encontrar, en la ciudad, al viejo tío Simón, que vino de
Samaria especialmente para recibir su bendición y sus
enseñanzas. No sé si la señora sabe que, entre los samaritanos
y los galileos, hay contiendas muy antiguas; pero, el Maestro,
muchas veces, en sus lecciones de amor y fraternidad, ha
alabado a los primeros por su caridad leal y sincera.
Numerosos milagros ya fueron efectuados por él, en Samaria,
y mi tío es uno de esos beneficiados que hoy vendrá a recibir
la bendición de sus manos consoladoras...
Una dulce y conmovedora fe ungía el alma de aquella
mujer del pueblo, intensificando en Livia el deseo de conocer
aquel hombre extraordinario que sabía iluminar, con sus
gracias, los corazones más ignorantes y más sencillos.
- Ana, espera un poco – le dijo, sensibilizada,
dirigiéndose a sus aposentos. Y volviendo con la fisonomía
radiante, satisfecha por comenzar allí mismo su
confraternidad cristiana, dio a la empleada algunas monedas,
exclamando con la mayor alegría:
- Lleva este dinero al tío Simón, en mi nombre… ¡Él
vino de lejos para ver al Mesías y tiene necesidad de recursos!
Ana recibió el numerario, que era de algunos denarios,
agradeció, radiante, aquella dádiva considerada como una
verdadera fortuna y, en algunos minutos más, con Sémele y
otras compañeras, se dirigió por el camino de Cafarnaúm en
demanda del lago, donde aguardarían la caída de la tarde,
cuando la barca de Simón Barjona trajese al Mesías para las
prédicas acostumbradas.
En la ciudad, su primer cuidado fue correr a una choza
pobre y antigua, donde el viejo Simón la estrechó
cariñosamente en los brazos, llorando de alegría. Gran júbilo
alborozó enseguida a aquellos corazones abandonados por la

96
EMMANUEL

suerte, en vista de la generosa oferta de Livia, la cual


significaba para ellos un pequeño tesoro.
Dejando a las compañeras en el sitio de costumbre, en
virtud de aquella circunstancia, Ana no pudo observar que,
inmediatamente después de su ausencia, Sémele se retiró
apresuradamente en demanda de una casa oculta entre
numerosos olivos, al final de una callejuela casi abandonada
por completo.
Algunos golpes en la puerta y una señora de buena
apariencia vinieron a atenderla, solícita.
- ¿Llegó nuestro amigo? – preguntó la empleada,
fingiendo despreocupación.
- Sí, el señor André está aquí, desde ayer, a su espera.
Haga el favor de aguardar un poco.
En algunos minutos, un personaje de nuestro
conocimiento venía a encontrarse con Sémele, en uno de los
ángulos de la sala, abrazándola con efusión, como si fuese una
persona de su profunda estima.
Era André de Gioras, que venía a Cafarnaúm para el
golpe de represalia, favorecido por una aliada que su sed de
venganza consiguiera colocar, en Jerusalén, en la casa de
Publio Léntulus, a través de una sagacidad cruel.
Después de una larga charla en voz muy baja, oigamos
a la sierva del senador, que le habla en estos términos:
- ¡No hay duda!… Ya conseguí captar toda la confianza
de los patrones y la simpatía del pequeño. Puede, pues,
quedar tranquilo, porque el momento es oportuno, visto que
el senador pretende volver para Roma en pocos días.
- ¡Infame! – Exclamó André, lleno de cólera –
entonces, ¿ya piensa, en el regreso? ¡Muy bien!... ¡Aquel
maldito romano consiguió esclavizar para siempre a mi pobre
hijo, desatendiendo a mis súplicas paternas, pero ha de pagar
muy caro su osadía de conquistador, porque su hijo ha de ser

97
HACE 2000 AÑOS

un siervo de mi casa! ¡Un día, le he de mostrar mi venganza,


probándole que yo también soy un hombre!...
Estas palabras las decía él entre dientes, con la voz
triste, con los ojos fijos y brillantes, como si apostrofase a
seres invisibles.
- ¿Entonces, todo listo? – preguntó a Sémele,
denunciando una resolución definitiva.
- Perfectamente – respondió la sierva, con la mayor
serenidad.
- Pues bien; de hoy a tres días iré hasta allá, a caballo,
en las primeras horas de la madrugada.
Y entregándole un frasco minúsculo, que ella ocultó
cuidadosamente en sus propias vestiduras, continuó con la
voz sofocada:
- Bastan veinte gotas para que el niño adormezca y no
despierte sino después de doce horas… Cuando sea
medianoche, aplíquele al brebaje un poco de agua levemente
mezclada de vino suave y espere mi señal. Estaré en las
proximidades de la casa, que desde ayer conocí, aguardando la
preciosa carga. Abrigará usted al niño adormecido, de tal
manera que el volumen no denuncie el contenido, visto desde
alguna distancia, y, como en asuntos de esa naturaleza se ha
de contar con la posibilidad del testimonio de ojos extraños,
iré vestido a la romana, esperando que usted consiga vestir
una de las túnicas de la patrona, para evitar que la culpa de
ese rapto vaya a recaer sobre alguien de nuestra raza, en caso
que surja algún testigo inoportuno e imprevisto… Dada la
señal de mi presencia, en el camino que va al margen del
pomar, usted vendrá hacia mí, entregándome el precioso
fardo.
Y, con los ojos perdidos en la visión anticipada de su
venganza, André de Gioras exclamó, cerrando los puños:

98
EMMANUEL

- ¡Si los malditos romanos nos esclavizan los hijos, sin


piedad, podemos también esclavizar a sus desgraciados
descendientes!... Los hombres nacieron con iguales derechos
en este mundo…
Oyéndole las palabras, atentamente, objetó Sémele,
algo amedrentada:
- ¿Pero, y yo? ¿No acompañaré al pequeñito Marcus en
la misma noche?
- Sería una gran imprudencia. Usted deberá quedarse
en Cafarnaúm todo el tiempo necesario, hasta que se pierdan
todas las pistas del futuro senador, que no pasará, por lo
demás, de futuro esclavo. Su fuga sería un indicio seguro,
ahora o más tarde, y nosotros necesitamos obstruir ese
camino seguro.
Como sabe, tengo parientes afortunados en Judea, y no
es de más esperar que un golpe de la suerte me conceda el
lugar preeminente a que aspiro, en el templo de Jerusalén.
Por lo tanto, no podemos mantener complicaciones con la
justicia, pudiendo usted quedar tranquila, pues, más tarde, su
esfuerzo de hoy será ampliamente recompensado.
La sierva suspiró resignada, accediendo a todas las
sugestiones de aquel espíritu vengativo.
En algunas horas más, al caer de la noche, volvían a la
heredad los siervos de Publio, en conversación animada y
alegre, comentando los pequeños incidentes y preocupaciones
del día.
Sémele no parecía preocupada, porque, hacía mucho
tiempo, que venía siendo instruida pacientemente por André,
para colaborar decididamente en aquel plan de venganza.
Numerosos lazos le ligaban a la familia de Gioras, y,
cooperando en aquella trama siniestra a favor de la venganza,
no hacía, más, según suponía, que rescatar numerosas deudas
de orden material.

99
HACE 2000 AÑOS

Al final, pensaba para sí, liquidando el caso del


pequeñito, regresaría a Jerusalén cuando le placiese,
consciente de haber cumplido un deber, obedeciendo a las
tremendas exigencias de André.
Al día siguiente, calculó todas las posibilidades de éxito
del cometimiento, y, en la fecha convenida, tomó todas las
providencias necesarias.
La obtención de una túnica del uso particular de Livia
no le era difícil. La señora las poseía en gran cantidad y, casi a
diario, Ana se encargaría de preparar las que se encontraban
fuera de sus apartamentos privados, para el necesario servicio
de higiene; y fue así que, burlando la dedicación y vigilancia
de la colega, consiguió Sémele una túnica elegante y discreta,
de la señora, para observar, integralmente, las advertencias de
aquél que se hiciera su cómplice.
En casa, nunca el senador y su mujer habían vivido
momentos de tanta paz y de tantas esperanzas, desde que
llegaron a Palestina. La cura de la hija era la dulce felicidad de
cada instante, aguardando los más cariñosos planes de ventura
para los días del porvenir.
Livia ya organizaba todos sus pertrechos de viaje,
considerando que, en pocos días, estarían en el antiguo
puerto de Jope, de regreso a la metrópolis querida.
Una serenidad, que parecía imperturbable, descansaba
ahora sobre el matrimonio, haciéndole los corazones
tranquilos y dichosos.
Publio había olvidado las advertencias del sueño, que
consideraba tan solo como resultado de su conversación
impresionante con el profeta de Nazaret, y el corazón se le
serenó ponderando el valor de los poderes humanos, dentro
de la vanidad orgullosa que le ocultaba todas las
preocupaciones de orden espiritual. Un solo pensamiento le
dominaba el corazón – volver a Roma, dentro de pocos días.

100
EMMANUEL

Sin embargo, en esa noche, iban a desmoronarse todas


sus esperanzas y a modificarse, para siempre, las líneas de su
destino en la Tierra.
Quién conociese la trama urdida en la sombra por el
espíritu vengativo de André, después de la media noche
podría oír un largo silbido que se repitió tres veces, en el
sombrío silencio de la arboleda.
Un hombre trajeado a la romana se apareara del fogoso
corcel, a algunos metros de la casa, en el largo camino que
separaba la vegetación del campo de los árboles fructíferos.
Enseguida, una puerta se abrió furtivamente y una mujer
vestida a la moda patricia vino a encontrarse con el caballero
que la esperaba ansioso, poniéndole en las manos, con el
máximo cuidado, un envoltorio voluminoso.
- Sémele – exclamó él bajito - ¡ésta hora es decisiva en
nuestros destinos!
La sierva de Léntulus nada pudo responder, sintiendo
el pecho oprimido.
En ese instante, los actores de la escena no observaron
la aproximación de un hombre que se parara, a algunos pasos
de distancia, en la espesura de los ramajes sombríos.
- Ahora – volvió a decir el caballero, antes de partir en
desaforada carrera - ¡no se olvide que el silencio es oro y que,
si algún día usted fuere ingrata, puede pagar con la vida el
descubrimiento de nuestro secreto!...
Dicho esto, André de Gioras partió precipitadamente,
a largo trote, por los caminos ensombrecidos, llevando
consigo el fardo para él tan precioso.
La sierva aún lo acompañó con la mirada por algunos
instantes, entre asustada y compungida, recogiéndose a pasos
tambaleantes.

101
HACE 2000 AÑOS

Ambos no sabían que los ojos de un calumniador son


peores que los brazos de un ladrón y que esos ojos los
espiaban en la soledad de la noche.
Era Sulpicio que, por coincidencia, se recogía tarde
aquella noche, sorprendiendo la escena pálidamente
iluminada por los rayos de la Luna.
Observando, de lejos, que un hombre y una mujer,
vestidos a la romana, se encontraban en el camino a una hora
tan inapropiada, amortiguó los pasos de felino, entre los
árboles, con el fin de identificarlos más de cerca.
Pero, la escena pasó, muy rápida, llegándole tan solo a
los oídos las últimas palabras “nuestro secreto”, proferidas por
André, en su promesa odiosa y amenazadora.
Enseguida, observó que la mujer, con la retirada del
caballero, regresaba al interior a pasos vacilantes, como si
estuviese presa de incoercible abatimiento. Apresuró entonces
los pasos para sorprenderla, observando la figura a pocos
metros de distancia. Pero, no se atrevió a aproximarse,
identificando apenas las características de la vestimenta, a la
luz débil de la noche. Aquella túnica le era conocida. Aquella
mujer, a su ver, era Livia, la única que podría vestir de tal
modo, en aquellos parajes.
En un instante, sus ideas rápidas de hombre
experimentado en las peores acciones del mundo, asociaron
hechos, personalidades y cosas. Recordó, en sus íntimos
pormenores, la escena que tuviera la ocasión de presenciar en
el jardín de Pilatos, creyendo que la esposa de Publio se
hiciera amante del gobernador, cuyo corazón ella avasallara en
pocos minutos, en virtud de su peregrina belleza; recordó, por
último, la estadía del procurador de Judea, en Nazaret,
concluyó, monologando:
- Un gobernador, en su alta posición, no dejará, por
eso de ser un hombre, y un hombre es muy capaz de cubrir

102
EMMANUEL

toda la noche, en una buena cabalgadura, una distancia como


la que va de Cafarnaúm a Nazaret, para encontrarse con la
mujer amada… ¡Vaya! ¡Vaya!... tendremos que proseguir
ahora, observando a esta pareja de apasionados… El único
acontecimiento extraño es la facilidad con la que esa mujer,
aparentemente tan austera, se dejó dominar de esa manera.
¡Pero, como tengo mis intereses con Fulvia, vamos a examinar
el mejor modo de poner al tanto a ese pobre hombre que,
siendo senador, tan joven y tan rico, es un marido tan
desventurado!...
Y después de monologar así cautelosamente, Sulpicio
se recogió íntimamente satisfecho, por verse dueño de la
situación gozando por anticipado el instante en el que haría a
Publio conocedor de su secreto, a fin de exigir más tarde, en
Jerusalén, el precio ignominioso de su perversidad, según las
promesas de Fulvia.
El día inmediato constituyó dolorosa sorpresa para el
senador y su esposa, aturdidos con el inopinado
acontecimiento.
Nadie conocía las circunstancias en las que se verificara
el rapto del niño, en el silencio de la noche.
Como loco, Publio Léntulus tomó todas las medidas
posibles junto a las autoridades de Cafarnaúm, sin lograr
ningún resultado favorable. Numerosos siervos de su
confianza fueron expedidos a fin de buscar en los alrededores,
sin resultados positivos, y, mientras el marido se multiplicaba
en órdenes y providencias, Livia se recogía en el lecho, presa
de indefinible angustia.
Sémele, que fingía la más profunda consternación,
auxiliaba los desvelos de Ana, junto a la señora, sucumbida de
dolor.
Aquella misma tarde, Publio ordenó a Comenio,
entonces con las honras de capataz de todos los trabajos de las

103
HACE 2000 AÑOS

heredad, la reunión general de los siervos de la casa, a fin de


que aprendiesen en el castigo severo, infligido a los esclavos
incumbidos del servicio nocturno de vigilancia, y, durante
todas las horas del crepúsculo, trabajó el azote en la carne de
tres hombres robustos, que en balde imploraban clemencia y
misericordia, protestando su inocencia. Solamente delante de
aquellas criaturas injustamente castigadas, consideró a Sémele
la extensión de su procedimiento, pero, íntimamente asustada
con las consecuencias que pudiesen devenir del delito, cobró
ánimo para ocultar, aún más, la culpa y el terrible secreto.
Proseguían las acciones punitivas, hasta que Livia,
atormentada por aquellos gritos lancinantes y conmovedores,
se levantó con extrema dificultad y, llamando al esposo a un
rincón de la barandilla, de donde él asistía impasible al
horrible sacrificio de aquellas miserables criaturas, le habló
suplicante:
- ¡Publio, basta de castigo para esos hombres débiles e
infelices!... ¿No sería un exceso de rigor de nuestra parte para
con nuestros siervos a causa de tan dolorosa punición de los
dioses para nosotros? ¿Esos esclavos no son también hijos de
personas que mucho los amaron en este mundo? En mi
angustia maternal, considero que aún poseemos derechos y
recursos para mantener junto a nosotros a los hijitos
idolatrados; pero, como será torturante el martirio de la
madre de un desventurado, que se ve arrebatado de sus brazos
cariñosos para ser vendido por innobles mercaderes de
conciencias humanas!...
-Livia, el sufrimiento te sugirió singulares desvaríos del
corazón – exclamó el senador, con serena energía.
¿Cómo podrías pensar en una igualdad absurda de
derechos, entre la ciudadana romana y la sierva miserable?
¿No ves que entre tú y la madre de un cautivo existen
considerables diferencias de sentimiento?

104
EMMANUEL

- Pienso que te engañas – contestó la esposa, con


intraducible amargura -, porque incluso los animales poseen
los más elevados instintos, tratándose de la maternidad…
Y aún así, querido, inclusive, si yo no tuviese ninguna
razón, manda el raciocinio que examinemos nuestra posición
de padres, para considerar que nadie, más que nosotros
mismos, es pasible de culpa por lo acontecido, visto que los
hijos son un depósito sagrado de los dioses, que nos los
confían al corazón, imponiéndonos como deber de cada
minuto la multiplicación del cariño y vigilancia necesaria; si
sufro amargamente, es por considerar el amor sublime que
nos une a los hijos, sin poder atinar con la causa de este
crimen misterioso, sin poder imputar a nuestros siervos la
culpa de ese tenebroso acontecimiento…
Pero, la voz de Livia, se extinguía rápidamente. Un
deliquio fue el resultado de sus palabras vehemente, al
finalizar aquel día de tantas y tan amargas emociones.
Amparada por las manos cariñosas y desveladas de Ana, la
pobre señora se recogió al lecho con fiebre alta. En cuanto a
Publio, éste, como sentía que las verdades amargas de la
mujer le dolían profundamente en el corazón, mandó a cesar
inmediatamente el castigo, con el alivio general, recogiéndose
al gabinete para meditar la situación.
Aquella misma noche, recibió la visita de Sulpicio, que
le vino a traer el infructífero resultado de sus indagaciones, en
la pista del pequeño Marcus.
Al despedirse, exclamó al lictor, con gran sorpresa de
Publio, que le observaba el tono enigmático de las palabras:
- Senador, yo no puedo descifrar ese doloroso enigma
de la desaparición de vuestro hijito, pero tal vez pueda
orientaros en alguna pista segura, con mis observaciones
personales, relativas al asunto.

105
HACE 2000 AÑOS

- Pero, si tienes semejantes elementos, ábrete sin recelos


– exclamó Publio, con el máximo interés.
- Mis elementos de observación no son puntos de
aclaración positiva, y, como existen algunos remedios que en
vez de curar una herida producen otras úlceras incurables,
creo mejor aplazar para mañana a la noche mis impresiones
individuales sobre los hechos.
Gozando con la actitud de estupefacción del
interlocutor, profundamente impresionado con sus
insinuaciones criminales, Sulpicio remató las despedidas,
agregando intencionalmente:
- Mañana estaré aquí a estas mismas horas y, si hoy no
os satisfago el deseo, permaneciendo aquí hasta más tarde, es
que me esperan algunos quehaceres en mi gabinete de trabajo,
en vista de algunos pedidos de informaciones de nuestras
autoridades administrativas.
Dominado por las expresiones de aquel enigma, Publio
Léntulus le presentó las despedidas de la noche, teniendo
fuerzas para murmurar:
- Entonces, hasta mañana. Esperaré el cumplimiento
de tu promesa, para que se me alivien los recelos del corazón.
Quedando a solas, el senador se sumergió en el mar
profundo de sus inquietudes y recelos.
Justamente cuando contaba regresar a Roma, he aquí
que surge lo inesperado, con peores características que la
misma molestia de la hija, soportada tantos años con
serenidad y resignación, porque, ahora, era el rapto
inexplicable de un niño, envolviendo serias cuestiones de la
moralidad de su casa, y la propia honra de la familia.
Íntimamente, se sentía como un hombre sin enemigos
en Palestina, por cuanto, con excepción del joven Saúl, hijo
de André, que, a su ver, debería estar tranquilo en el hogar
paterno, nunca había humillado los bríos de ningún israelita,

106
EMMANUEL

visto que a todos dispensaba el máximo de su atención


personal.
¿Dónde estaba la causa de aquel crimen misterioso?
En sus reminiscencias, afloró la palabra segura de
Flaminio Severus, cuando le aconsejó mucha prudencia y
valor individual, en Palestina, en razón de ciertos
malhechores que infestaban la región; pero, por otro lado,
recordaba el sueño simbólico y, con los ojos de la
imaginación, parecía percibir la figura venerada de aquel juez
austero e incorruptible, que le había profetizado una
existencia fértil de amarguras, dando su desprecio e
indiferencia por las verdades salvadoras de Jesús de Nazaret.
Consumido por el dolor de angustiosos pensamientos,
se recostó en la mesa de trabajo y dejó que el orgullo herido
llorase copiosamente, considerando su impotencia para
conjurar las fuerzas ocultas e impiadosas que conspiraban
contra su ventura, en los caminos ensombrecidos de su
doloroso destino.
Tarde ya, procuró desahogar el corazón, junto a la
cariñosa solicitud de la esposa, intercambiando ambos sus
lamentaciones y sus lágrimas.
- Publio – exclamaba ella, con la ternura característica
de su corazón -, ¡procuremos reanimar nuestras energías a
favor de nosotros mismos!... ¡No todo está perdido!... Con los
derechos que nos competen, podemos determinar todas las
providencias necesarias, en busca de nuestro angelito.
Aplazaremos el regreso a Roma, indefinidamente, si tanto
fuere necesario, y el resto lo harán los dioses por nosotros,
reconociendo nuestra angustia y abnegación.
Lo que no es justo es que nos entreguemos,
irremediablemente, a nuestra desesperación, inutilizando las
postreras fuerzas para la lucha.

107
HACE 2000 AÑOS

La pobre señora movilizaba los últimos recursos de sus


energías maternas para proferir aquellas palabras de esperanza
y consolación. Sabía Dios, de sus inenarrables torturas
íntimas, en aquellos momentos angustiosos, y solo su
sentimiento acrisolado, de renuncia y de amor, transformaría
en fuerzas las fragilidades e la mujer, para poder confortar el
corazón angustiado del esposo, en tan penosas coyunturas.
- Sí, querida mía, haré todo lo que estuviera a mi
alcance para esperar la providencia de los dioses – dijo el
senador, más o menos reanimado en vista del valor del cual
ella daba testimonio.
El día siguiente transcurrió en las mismas expectativas
angustiosas, con los mismos movimientos inciertos de
búsquedas infructíferas.
A la noche, según prometiera, allá estaba Sulpicio
Tarquinius esperando su momento decisivo.
Después de la cena, a la que Livia no pudo comparecer,
en virtud de su profundo abatimiento físico. Publio recibió al
lictor con toda la intimidad, allí mismo en el triclinio, en
cuyos lechos suaves ambos se estiraron para la conversación
de costumbre.
- Entonces, ayer – exclamó el senador, dirigiéndose al
supuesto amigo -, despertaste mi paternal interés,
hablándome de tus observaciones personales, que solamente
hoy me podrías transmitir…
- ¡Ah! Sí – contestó el lictor, con fingida sorpresa -, es
verdad que desearía solicitar vuestra atención para las
ocurrencias misteriosas de estos últimos días. ¿Tenéis algún
enemigo, aquí en Palestina, interesado en la continuidad de
vuestra permanencia en regiones poco adaptables a los hábitos
de un patricio romano?
- De modo alguno – replicó el senador,
eminentemente sorprendido – Supongo estar en un ambiente

108
EMMANUEL

de amistades sinceras, en lo que respecta a nuestras


autoridades administrativas, y creo que nadie se haya
interesado de mi ausencia de Roma. Quedaría muy satisfecho
si esclarecieses mejor tus observaciones.
- Es que en Judea, hace algunos años, hubo un caso
idéntico al vuestro.
Cuéntase que uno de los antecesores del gobernador
actual se dejó apasionar perdidamente por la esposa de un
patricio romano, que tuvo la poca suerte de residenciarse en
Jerusalén y, conquistados sus objetivos, hizo de todo por
obstaculizar el regreso de sus víctimas a la sede del Imperio. Y
cuando notó que nada valían los impedimentos de su
autoridad, cometió el crimen de secuestrar a un hijito del
matrimonio, haciendo acompañar el hecho de otras
atrocidades, que quedaron impunes, dado su prestigio
político ante el Senado.
Publio oyó esas observaciones con el pensamiento
candente.
En razón de su intensidad emotiva, la sangre le afluyó
al cerebro, pareciendo represarle en largas corrientes junto al
dique de las témporas. Una palidez de cera cubrió, en
seguida, su rostro, en una faz cadavérica, sin poder definir la
emoción que le asaltaba lo íntimo, en vista de tales
insinuaciones en contra de su dignidad personal y contra las
honrosas tradiciones de la familia.
En un instante, revivió todas las acusaciones de Fulvia
y, juzgando a sus semejantes, por la medida de sus propios
sentimientos, no podía admitir en el espíritu de Sulpicio una
ferocidad de tal magnitud.
Mientras sumergía el pensamiento en reflexiones
atroces, sin responder al lictor, que lo observaba gozando el
efecto de sus tenebrosas revelaciones, prosiguió el
calumniador, con fingida humildad:

109
HACE 2000 AÑOS

- Bien reconozco el alcance de mis palabras, para las


cuales, además, suplico la benevolencia de vuestra discreción,
pero yo no abriría el corazón en este sentido, sino estuviese
lleno del profundo interés que vuestra amistad consiguió
inspirar a mi alma dedicada y sincera. Francamente, no
deseaba constituirme en delator de quien quiera que sea, ante
vuestro espíritu justo y generoso; sin embargo, pasaré a
narraros lo que vi con mis propios ojos, para orientar con
mayor seguridad el esfuerzo de vuestras investigaciones en
busca del niño.
Y Sulpicio Tarquinius, con la falsa modestia de sus
palabras venenosas, desfiló un rosario extenso de calumnias,
alternando los argumentos de consecutivos tragos de vino, lo
que exaltaba aún más la fuente prodigiosa de sus fantasías.
Contó a su interlocutor, que lo oía atónito, por la
coincidencia de sus observaciones con las denuncias de
Fulvia, los más íntimos pormenores de la escena del jardín en
casa de Pilatos, y, enseguida, narró lo que observara la noche
del rapto, destacando la coincidencia de la estadía del
gobernador en Nazaret.
El senador le oía la narración, ocultando, con mucho
esfuerzo, su espanto doloroso. La prevaricación de la esposa,
según aquella denuncia espontánea, era un hecho indudable.
Entretanto, él quería creer lo contrario. Durante todo el
tiempo de la vida conyugal, Livia había manifestado el más
pronunciado retraimiento de los ambientes sociales, viviendo
tan sólo para él y para loa hijitos idolatrados. Era en su
palabra, sincera y de buen criterio, que su espíritu iba a
buscar las necesarias inspiraciones para el éxito en las luchas
de la vida; pero aquella denuncia le atolondraba el corazón y
anulaba todos los factores de la antigua confianza. Además de
eso, penosas coincidencias venían a herir su raciocinio,
despertándole amargas sospechas en lo íntimo del alma.

110
EMMANUEL

¿No fuera de ella la que había intercedido a favor de los


esclavos, en el momento del castigo, suplicante, como si la
culpa de lo acontecido también le pesase en el corazón?
Aún en la víspera, sugiriera la continuidad de la
permanencia de ambos en Palestina, demostrando un valor
poco común. ¿No sería eso un gesto de supuesta consolación
para el marido ultrajado, obedeciendo a designios
inconfesables?
Un torbellino de ideas antagónicas se entrechocaba en
el mar de sus meditaciones dolorosas…
Por otro lado, consideró, en un momento, su posición
de hombre de Estado, las responsabilidades austeras que le
competían en el organismo social.
El cargo prominente, las severas obligaciones a las que
se consagrara en el mecanismo de las relaciones de cada día, el
orgullo del nombre y las tradiciones de familia, lograron la
energía necesaria para dominar las emociones del momento,
y, escondiendo al hombre sentimental que era por naturaleza,
para solamente revelar el hombre público, tuvo fuerzas para
exclamar:
- Sulpicio, agradezco tu interés, siempre que tus
palabras sean el reflejo de tu generosidad sincera, pero debo
considerar, ante el concepto que acabas de exponer sobre mi
mujer, que no acepto ningún argumento que le hiera la
dignidad y austera nobleza, predicados esos que nadie, más
que yo, debo conocer.
La entrevista en el jardín de Pilatos, a la que te refieres,
fue autorizada por mí, y tus observaciones en la noche del
rapto no están bien definidas, dado el carácter positivo que se
requiere en nuestras investigaciones.
Así, pues, te agradezco la dedicación en mi favor, pero
tu opinión abre entre nosotros, de ahora en adelante, una

111
HACE 2000 AÑOS

línea divisoria que mi confianza no osará trasponer nunca


más.
Quedas, así, dispensado del servicio que te retenía
junto a mi familia, además que la perspectiva de mi vuelta a
Roma se desvaneció con la desaparición del pequeño. No
podremos regresar a la sede del Imperio, mientras no
logremos su reaparición o la certeza dolorosa de su muerte.
De ese modo, yo sería imprudente exigiendo la
continuidad de tus servicios en Cafarnaúm, sacrificando
decisiones de tus superiores jerárquicos, razón por la que serás
demitido de mi casa sin escándalos que perjudiquen tu carrera
profesional.
Aguardaré la ocasión de comunicarme con el
gobernador, al respecto, y será entonces cuando quedarás
desligado oficialmente de mi servicio, sin ningún perjuicio
para tu nombre.
Según, ves, que, como hombre de Estado, agradezco tu
interés y sé apreciar tu dedicación, pero, como amigo, no m
es posible seguir depositando en ti el mismo grado de
confianza.
El lictor, que no esperaba semejante respuesta, quedó
lívido en su patente contrariedad, pero se atrevió aún a
replicar, fingidamente:
- Señor senador, llegará el instante en que habréis de
valorizar mi celo, no solo como servidor de vuestra casa, sino
también como amigo desvelado y sincero. Y ya que no tenéis
otra recompensa mejor que el desprecio injusto para
corresponder a mi impulso de amistad, es con placer que me
siento desligado de las obligaciones que me retenían junto a
vuestra autoridad.
Enseguida, Sulpicio pronunció algunas palabras de
despedida, a las que Publio respondió secamente,
atormentado por los más profundos disgustos.

112
EMMANUEL

En el silencio de su gabinete, examinó la gran energía


que las circunstancias habían exigido de su corazón en tan
penosas coyunturas. Bien reconocía que había adoptado con
el lictor la actitud más conveniente y adecuada con la
situación, paro, en lo íntimo, guardaba la angustiosa
incertidumbre, acerca de la conducta de Livia. Todo
conspiraba contra ella, tendiendo a presentarle, a su corazón
de marido respetable, como la personificación de la falsa
inocencia.
En aquel tiempo, aún no se hiciera común en el
mundo el “orad y vigilad” de las enseñanzas eternamente
dulces de Cristo, y el senador, entregándose casi totalmente al
imperio de las amargas emociones que lo afligían, se recostó
sobre numerosos rollos de pergaminos, entrando a llorar
convulsivamente.

113
HACE 2000 AÑOS

VII LAS PRÉDICAS DEL TIBERÍADES


Algunos días habían transcurrido sobre los hechos que
acabamos de narrar.
En Cafarnaúm, no sólo el escenario, sino también los
actores, guardaban la misma fisonomía.
Compelido por la actitud irrevocable y enérgica del
senador, Sulpicio Tarquinius regresara a Jerusalén,
obedeciendo las órdenes de Pilatos, quien, a su vez, había
recibido la notificación de Publio Léntulus, referente a la
dispensa de lictor.
No debemos olvidar que Publio permanecía en
Palestina con amplios poderes, en calidad de emisario de
César y del Senado, y a quien todas la autoridades de la
provincia, inclusive el gobernador, estaban obligados a acatar
con especial atención y máximo respeto.
El procurador de Judea no había omitido, por tanto,
sustituir a Sulpicio, del mejor modo posible, buscando
conocer, con interés, los motivos de su alejamiento, asunto
que el senador solucionó con el más amplio espíritu de
superioridad, desde el punto de vista político. Pilatos
coadyuvó, con la mejor buena voluntad, al servicio de la
investigación, sobre el paradero del pequeño Marcus,
movilizando funcionarios de su entera confianza, y viniendo
personalmente a Cafarnaúm, a fin de conocer en sus detalles
las diligencias efectuadas.
El senador le recibió la visita con las más altas muestras
de consideración y le aceptó que cooperase, sinceramente
confortado, en vista de que los acontecimientos desmentían,

114
EMMANUEL

ante su foro íntimo, las calumniosas acusaciones de las que


era víctima la esposa.
Entretanto, su vida doméstica, sufriera las más
profundas alteraciones. Ya no sabía vivir aquellas horas de
coloquio feliz con la esposa, de la cual lo separaba un velo de
dudas amargas e infinitas.
Varias veces intentó, inútilmente, readquirir la antigua
confianza y su espontaneidad afectiva.
Arrugas de pesar le marcaron entonces el semblante,
ordinariamente altivo y orgulloso, esfumándole los trazos
fisonómicos en una nube de preocupaciones angustiosas.
Todos sus íntimos, inclusive la esposa, atribuían a la
desaparición del hijito tan singular metamorfosis.
En las horas habituales de las comidas, se le notaba el
esfuerzo para descargar el semblante.
Dirigíase, entonces, a la mujer o respondía a sus
preguntas cariñosas con monosílabos apresurados,
acentuando las palabras con una lacónica incomprensible.
Sufriendo amargamente con aquella situación, Livia se
presentaba cada vez más abatida, intentando en vano descifrar
el motivo de tantas pruebas e infortunios.
Muchas veces procuró sondear el espíritu de Publio,
para llevarle un poco de cariño y consuelo, pero él evitaba las
expansiones afectuosas, con pretextos decisivos. Casi siempre
aparecía tan solo en el triclinio y, hecha la refección
acostumbrada, e retiraba, abruptamente, al gran salón del
archivo, donde pasaba todas sus horas en inquietantes
meditaciones.
De Marcus, ninguna noticia había, que le
proporcionase la más ligera sombra de esperanza.
En una hermosa mañana de Galilea vamos a encontrar
a Livia en conversación íntima con la sierva dedicada y amiga

115
HACE 2000 AÑOS

fiel, a quien contesta en estos términos, después de ser


cariñosamente inquirida, acerca de su estado de salud.
- ¡Siéntome bien mal, mi buena Ana!... Por la noche, el
corazón me bate desacompasadamente y, hora a hora, veo
como me crece íntimamente dolorosa impresión de amargura.
No podría definir bien mi estado, aunque lo quisiese… La
desaparición del pequeño me llena el alma de lúgubres
presagios, multiplicando el peso de mis aflicciones maternas
cuando no puedo vislumbrar, ni siquiera levemente, la causa
de tamaños padecimientos…
Y ahora es, sobre todo, el estado de Publio lo que más
me preocupa. Él fue siempre un hombre puro, leal y
generoso; pero, de algún tiempo a esta parte, le noto
singulares diferencias en el temperamento, agravándole los
síntomas enfermizos con mayor intensidad, después de la
incomprensible desaparición de nuestro hijito.
Me parece que él viene sufriendo los más fuertes
disturbios sentimentales, con serios perjuicios para la salud…
- ¡Bien veo, señora, cuanto sufrís! – expuso la sierva
cariñosa. – Sé que soy una criatura humilde y sin ningún
valor, pero pediré a Dios que os proteja incesantemente,
restableciendo la paz de vuestro corazón.
- ¿Criatura humilde y sin valor? – dijo la pobre señora,
buscando demostrarle el grado de su estimación sincera. – No
digas eso, porque yo no soy de esas almas que juzgan el valor
de cada uno por las posiciones que disfruta o por las honras
que recibe.
Hija única de padres que legaron considerable fortuna,
ciudadana romana, con las prerrogativas de ser mujer de un
senador, ves cuanto sufro en los trabajos amargos de este
mundo.

116
EMMANUEL

Los títulos que la cuna me otorgó no consiguieron


eliminar las pruebas que el destino también me trajo, con la
juventud y la fortuna fácil.
Reconoce, pues, que, siendo yo patricia y tu una sierva,
no poseemos un corazón diferente, sino el mejor sentimiento
de fraternidad, que nos abre la puerta de una comprensión
cariñosa, valiendo como asilo suave en los días tristes de la
vida.
Siempre supuse, contrariamente a la educación
recibida, que todas las criaturas son hermanas, hijas de un
origen común, sin conseguir atinar con las líneas divisorias
entre aquellos que poseen muchos haberes y muchos títulos y
los que nada poseen en este mundo además del corazón,
donde acostumbro localizar los valores de cada uno, en esta
vida.
- Señora – exclamó la sierva, tocada de la más grata
sorpresa -, vuestras palabras me conmueven, no solo por
partir de vuestros labios, de los cuales me habitué a oíros
siempre con cariño y veneración, sino también, porque el
profeta de Nazaret nos ha dicho la misma cosa en sus
prédicas.
- ¡¿Jesús?!... – preguntó Livia, con los ojos brillantes,
como si aquella referencia le recordase una fuente de
consolación, de la cual se hubiese momentáneamente
olvidado.
- Sí, mi señora, y por hablar de él, ¿por qué no buscáis
un poco de consuelo en sus divinas palabras? ¡Os juro que sus
expresiones, sabias y amorosas, os consolarían en medio de
todos los pesares, proporcionándoos sensaciones de vida
nueva!... Si quisieseis, yo podría conduciros a la casa de
Simón, discretamente, a fin de que recibáis el beneficio de sus
lecciones cariñosas. Recogeríais, así la alegría de su bendición,

117
HACE 2000 AÑOS

sin exponeros a las críticas ajenas, nutriendo vuestro corazón


de sus luminosas enseñanzas.
Livia pensó intensamente en aquella idea, que le
parecía una providencia salvadora, respondiendo, por fin:
- Los sufrimientos de la vida muchas veces me han
dilacerado el corazón, renovando mis raciocinios acerca de los
principios que me fueron enseñados desde la cuna, y es por
eso que, acogiendo tu planteamiento, encuentro que mi deber
es procurar a Jesús públicamente, como hacen otras mujeres
de estos lugares.
Era mi intención buscarlo antes de nuestro regreso a
Roma, para manifestar mi reconocimiento por la cura de
Flavia, hecho que me dejó profundamente impresionada,
pero que no nos fue posible comentar, en razón de la actitud
hostil de mi marido; ahora, nuevamente desamparada, en la
ebullición de mis dolores, recurriré al profeta para obtener un
lenitivo al corazón oprimido y torturado.
Mujer de un hombre que, por fuerza de su carrera
política, ocupa ahora el más alto cargo de esta provincia, iré a
Jesús como criatura desheredada de la suerte, en busca de
amparo y consolación.
- Señora, ¿y vuestro esposo? – preguntó Ana,
previniendo las consecuencias de aquella actitud.
- Procuraré informarle de mi resolución; pero, si
Publio esquivase, otra vez mi presencia para un
entendimiento íntimo, iré inclusive sin oírlo, con respecto a
este asunto. Vestiré los trajes humildes de esta región de
criaturas simples, iré a Cafarnaúm, hospedándome con tus
parientes, en las horas necesarias, y, en el momento de las
prácticas, quiero oír la palabra del Mesías, con el corazón
contrito y el alma compadecida por los infortunios de mis
semejantes…

118
EMMANUEL

Siéntome profundamente aislada en estos últimos días


y tengo necesidad de consuelo espiritual para mi corazón
afligido por las pruebas ásperas.
- Señora, Dios bendiga vuestros buenos propósitos. En
Cafarnaúm, mis parientes son muy pobres y muy humildes,
pero vuestra figura está allí en el santuario de la gratitud de
todos, bastando una palabra vuestra para que se pongan a su
disposición, como esclavos.
- Para mí no existe fortuna que se iguale a esa, de la paz
y del sentimiento.
No buscaré al profeta para solicitarle atenciones
especiales, porque basta su caridad, en el caso de mi hija, hoy
sana y fuerte, gracias a su piedad de justo, sino tan solo para
encontrar consuelo a mi corazón dilacerado.
Presiento que, oyéndole las exhortaciones cariñosas y
amigas, alcanzaré energías nuevas para enfrentar las pruebas
más amargas y rudas.
Sé que él me conocerá en los trajes pobres de Galilea; y
con su intuición divinatoria comprenderá que, dentro del
pecho de la romana, pulsa un corazón amargado e infeliz.
Las dos acordaron, entonces, ir juntas a la ciudad, en la
tarde del primer sábado.
En balde, buscó Livia una oportunidad para solicitar el
ambicionado permiso dl marido, a favor de su pretensión.
Innumerables veces trató, inútilmente, de sondear el espíritu
de Publio, cuya frialdad le ahuyentaba el coraje para la
necesaria consulta.
Pero, ella, había resuelto ir al encuentro del Maestro,
de cualquier manera. Abandonada en una región en la que
solamente el marido podía comprenderla integralmente,
dentro de su esfera de educación, y rudamente probada en las
fibras más sensibles de su alma femenina, de esposa y madre,

119
HACE 2000 AÑOS

la pobre señora deliberó así con pleno asentimiento de su


conciencia honesta y pura.
Entalló una ropa nueva, de conformidad con los usos
galileos, para no ser notada en la multitud común en las
prédicas del lago, e, informando a Comenio de la necesidad
que tenía de salir aquel día, a fin de que su marido fuese
avisado al a hora de cenar, se dirigió a la hora previamente
determinada, por los caminos, que ya conocemos en
compañía de la sierva de confianza.
En la humilde residencia de pescadores, donde se
abrigaban los familiares de Ana, Livia se sintió envuelta en
radiantes vibraciones de serenidad amiga y dulce. Era como si
su corazón desalentado encontrase una claridad nueva en
aquel ambiente de pobreza, de humildad y ternura.
La figura patriarcal del viejo Simón, de Samaria, se
destacaba a sus ojos entre todos los que la recibieron con las
más elevadas demostraciones de cariñosa bondad. De su
mirada profunda y de las canas venerables emanaban las
dulces irradiaciones de la maravillosa simplicidad del antiguo
pueblo hebreo, y su palabra, ungida de fe, sabía tocar los
corazones en las cuerdas más sensibles, cuando narraba las
acciones prodigiosas del Mesías de Nazaret.
Livia, acogida por todos con franca simpatía, parecía
descubrir un mundo nuevo, hasta entonces desconocido, en
su existencia. Le confortaba, sobremanera, la expresión de
sinceridad y pureza, de aquella vida simple y humilde, sin
atavíos ni artificios sociales, y tampoco sin preconceptos ni
fingimientos perniciosos.
A la tardecita, confundida con los pobres y los
dolientes que iban a recibir las bendiciones del Señor, vamos
a encontrarla con el corazón aliviado y sereno, esperando el
momento dichoso de oír del Maestro una palabra de amor y
consolación.

120
EMMANUEL

El crepúsculo de un día claro y caliente prestaba un


reflejo de luz dorada a todas las cosas y a todos los contornos
suaves del paisaje. Se encrespaban las aguas mansas del
Tiberíades al soplo cariñoso de los favonios de la tarde, que se
impregnaban del perfume de las flores y de los árboles. Brisas
frescas eliminaban el calor del ambiente, esparciendo
sensaciones agradables de vida libre, en el seno robusto y
repleto de la Naturaleza.
Al final, todas las miradas se dirigían hacia un punto
obscuro que se diseñaba en el espejo cristalino de las aguas,
muy a lo lejos, en el horizonte.
Era la barca de Simón, que traía al Maestro para las
acostumbradas disertaciones.
Una sonrisa de ansiedad y de esperanza clareó,
entonces, todos aquellos semblantes que lo aguardaban,
desalentados por sus sufrimientos.
Livia observó a aquella turba que, a su vez, también le
notara la extraña presencia. Operarios humildes, pescadores
rudos, numerosas madres en cuyos rostros macerados se
podían leer las historias amargas de los más increíbles
padecimientos, criaturas de la plebe anónima y sufridora,
mujeres adúlteras, publicanos gozadores de la vida, enfermos
desesperados y numerosos niños, que traían consigo los
estigmas del más doloroso desamparo.
Conservábase Livia al lado del viejo Simón, cuya
expresión fisonómica de firmeza y dulzura inspiraba el más
profundo respeto a los que se le aproximaban; y cuantos le
notaban el delicado perfil romano, vestida con la simplicidad
del traje galileo, presumían en su figura a alguna joven de
Samaria de Judea, que hubiese venido igualmente de lejos,
atraída por la fama del Mesías.
La barca de Simón se acostara suavemente a la orilla,
dando ocasión a que el Maestro se dirigiese al sitio

121
HACE 2000 AÑOS

acostumbrado de sus lecciones divinas. Su fisonomía parecía


transfigurada en resplandeciente belleza. Los cabellos, como
de costumbre, le caían en los hombros, a la moda de los
nazarenos, fluctuando levemente los besos acariciantes de los
vientos suaves de la tarde.
La esposa del senador no pudo desplegar más los ojos
deslumbrados, de aquella figura simple y maravillosa.
Comenzó el Maestro un sermón de belleza
inconfundible y sus palabras parecían tocar los espíritus más
empedernidos, pareciendo que sus enseñanzas resonaban en
los campos de toda Galilea, repitiendo el eco por el mundo
entero, previamente modelados para caminar en el mundo
con la eternidad misma.
“¡Bienaventurados los humildes de espíritu, porque a
ellos pertenecerá el reino de mi Padre que está en los cielos!...
“¡Bienaventurados los pacíficos, porque poseerán la
Tierra!...
“¡Bienaventurados los sedientos de justicia, porque
ellos serán saciados!...
“¡Bienaventurados los que sufren y llora, porque serán
consolados en las alegrías eternas del Reino de Dios!...”
Y con su palabra enérgica y dulce habló de la
misericordia del Padre Celestial; de los bienes terrestres y
celestes; del valor de las inquietudes y angustias humanas,
agregando que viniera al mundo no para los más ricos y más
felices, sino para consolar a los más pobre y desheredados de
la suerte.
La asamblea heterogénea lo escuchaba embebecida en
sus transportes de esperanza y gozo espiritual.
Una luz serena y acariciante parecía venir del Hebrón,
clarificando el paisaje en tonalidades de ópalos y zafiros
eterizados.

122
EMMANUEL

La hora era avanzada y algunos apóstoles del Señor


resolvieron traer algunos panes a los más necesitados de
alimento. Dos grandes cestos de merienda frugal fueron
traídos, pero los oyentes eran en demasía numerosos. Pero,
Jesús, les bendijo el contenido y, como en un suave milagro,
la escasa provisión fue partida en pequeños pedazos, que
fueron religiosamente distribuidos por centenares de
personas.
Livia recibió igualmente su parte y, al ingerirla, sintió
un sabor diferente, como si hubiese sorbido un remedio apto
para curarle todos los males del alma y del cuerpo, porque
una cierta tranquilidad le anestesió el corazón flagelado y
desilusionado. Conmovida hasta las lágrimas, vio que el
Maestro atendía, caritativamente, a numerosas mujeres, entre
las cuales había muchas, según el conocimiento del pueblo de
Cafarnaúm, que eran de vida disoluta y criminal.
El viejo Simón quiso también aproximarse al Señor, en
aquella hora memorable de su paso por el planeta. Livia lo
acompañó automáticamente, y, en pocos minutos, se
hallaban ambos delante del Maestro, que los acogió con su
generosa y profunda sonrisa.
- Señor – exclamó, respetuosamente, el anciano de
Samaria -, ¿Qué deberé hacer para entrar, un día, en vuestro
reino?
- En verdad te digo – le contestó Jesús, cariñosamente
– que muchos vendrán del Occidente y del Oriente,
buscando las puertas del Cielo, pero solamente encontrarán el
reino de Dios y su justicia aquellos que amaren
profundamente, por encima de todas las cosas de la Tierra, a
nuestro Padre que está en los Cielos, amando al prójimo
como a sí mismos.

123
HACE 2000 AÑOS

Y explayando la mirada compasiva y misericordiosa por


encima de la vasta asamblea, continuó con dulzura:
- También, ¡muchos, de los que fueron llamados aquí,
serán escogidos para el gran sacrificio que se aproxima!...
¡Esos me encontrarán en el reino celestial, porque sus
renuncias han de ser la sal de la Tierra y el sol de un nuevo
día!...
- ¡Señor! – ¡aventuró el anciano, con los ojos rasos de
lágrimas -, todo lo haría por ser uno de vuestros escogidos!...
Pero, Jesús, mirando fijamente al patriarca de Samaria,
murmuró con infinita ternura:
- Simón, ve en paz y no tengas prisa, porque, en
verdad, aceptaré tu sacrificio en el momento oportuno…
Y extendiendo el rayo de luz de sus ojos hasta la figura
de Livia, que le devoraba las palabras con la sed ardiente de su
atención, exclamó con las claridades proféticas de sus
exhortaciones:
- En cuanto a ti, regocíjate en Nuestro Padre, porque
mis palabras y enseñanzas te calaron para siempre el corazón.
¡Ve y no dejes de tener fe, porque tiempo vendrá en que sabré
aceptar tus abnegaciones santificantes!
Esas palabras fueron dichas en una actitud tal, que la
esposa del senador no tuvo dificultad en aprenderles el
sentido profundo, para un futuro distante.
Al poco tiempo, se dispersó la gran asamblea de los
pobres, de los enfermos y de los afligidos.
Era de noche cuando Livia y Ana regresaron a la casa
solariega, confortadas por las gracias recibidas de las manos
caritativas del Mesías.
Profunda sensación de alivio y consuelo le inundaban
el alma.
Entretanto, al penetrar, en sus aposentos, Livia
encontró de frente la figura enérgica del marido, que dejaba

124
EMMANUEL

mostrar en la fisonomía cargada, las más intensas señales de


irritación, como acontecía en los momentos de su más ríspido
mal humor. Ella le notó la exacerbación de ánimo, pero, al
contrario de otras veces, parecía enteramente preparada para
vencer las más tremendas luchas del corazón, porque, con
serenidad imperturbable, le encaró faz a faz, enfrentándole la
mirada sospechosa. Le parecía que la flor de eterna paz
espiritual le desabotonara en lo íntimo, al suave calor de las
palabras de Cristo, por cuanto le parecía haber alcanzado el
terreno, hasta entonces desconocido, de serenidad extraña y
superior.
Después de mirarla de arriba abajo con su mirada dura
e inquisidora, exclamó Publio, mal controlando la cólera
incomprensible:
- Entonces ¿qué es eso? ¿Qué poderosas razones
llevarían a la señora a ausentarse de casa en horas tan
inapropiadas para las madres de familia?
- Publio – respondió con humildad, extrañando aquel
tratamiento ceremonioso -, por más que busqué comunicarte
mi resolución de salir en la tarde de hoy, huiste siempre de mi
presencia, esquivándote a mi consulta y yo necesitaba
encontrar al Mesías de Nazaret, para calmar mi corazón
desventurado…
- ¿Y necesitabas del disfraz para encontrar al profeta del
pueblo? – cortó el senador, con ironía.
Es la primera vez que noto a una patria usando tales
artificios para consolar el corazón. ¿Llega a tanto, así, su
menosprecio por nuestras más sagradas tradiciones familiares?
- Supuse que no me quedaría bien hacerme notar en la
multitud de personas pobres e infelices que buscan a Jesús en
las orillas del lago, e, identificándome con los sufridores, no
presumí desacatar nuestras costumbres familiares, más bien,
creí actuar a favor de nuestro nombre, considerando la

125
HACE 2000 AÑOS

circunstancia de tener en esta provincia, la más alta jerarquía


del Imperio.
- ¡Al menos que esté disfrazando algún otro
sentimiento, como disimula la posición social con esta
indumentaria, mucho erró buscando al Mesías en estos trajes,
porque, al final, estoy investido de poderes para requerir la
presencia de cualquier persona de la región en mi casa!...
- Pero Jesús – contestó Livia, valerosamente – debe
estar para nosotros muy por encima de los poderes humanos,
que sabemos tan precarios, a veces. Creo que la cura de
nuestra hijita, ante la cual todos nuestros recursos fueron
impotentes, es bastante para hacerlo acreedor de nuestra
eterna gratitud.
- Ignoraba que su organización mental fuese tan frágil
en vista a los sucesos del Maestro de Nazaret, aquí en
Cafarnaúm – continuó el senador, ásperamente.
¿La cura de nuestra hija? ¿Cómo asegurar una cosa que
su argumentación personal no puede probar con datos
positivos? ¡Y aunque ese hombre, revestido de fuerzas divinas
para el espíritu simple e ignorante de los pescadores galileos,
hubiese operado esa cura con su intervención sobrenatural,
viniendo a este mundo de parte de los dioses, podríamos
llamarle impiadoso y cruel, sanando a una niña enferma
desde tantos años y permitiendo que los genios del mal y de
la perversidad nos arrebatasen al hijito sano y cariñoso, en
cuya frente colocaba, mi ternura de padre, todo un futuro
brillante y promisorio!
- ¡Cállate; Publio! – replicó ella, poseída por una fuerza
superior que le conservaba toda la serenidad del corazón. –
Recuérdate que los dioses pueden humillarnos, con dureza, la
vanidad y el orgullo absurdos… Si Jesús de Nazaret nos curó
a la hijita bien amada, que apretábamos en los brazos frágiles
contra los poderes inmensos de la muerte, podía permitir que

126
EMMANUEL

fuésemos tocados en el más sagrado sentimiento de nuestra


alma, con la incomprensible desaparición de nuestro Marcus,
para que nos sintiésemos inclinados a la piedad y a la
conmiseración por nuestros semejantes!...
- La señora se compromete con esa tolerancia en
demasía, que va al absurdo de la fraternidad con los esclavos –
dijo Publio, con rispidez y austera severidad.
Tal actitud de su parte me hace pensar, seriamente, que
su personalidad cambió en el curso de este año, porque sus
ideas, lejos del nivel social de la sede del Imperio, bajaron al
terreno de los sentimientos más relajados, en vista de la
compostura que se exige de la mujer de un senador, o de la
matrona romana.
Livia oyó, angustiosamente, las palabras injustificables
del marido. Nunca lo había visto tan irritado, en todo el
transcurso de la vida conyugal; pero, verificara, también en sí
misma, una renovación singular, como si el pan rústico,
bendecido por el Maestro, le transfigurase las más recónditas
fibras de la conciencia. Sus ojos se henchían de lágrimas, no
por el orgullo herido o por la ingratitud que aquellas
amonestaciones injustas revelaban, sino con profunda
compasión del esposo, que no la comprendía, y adivinando la
dolorosa tempestad que le fustigaba el corazón generoso, pero
arbitrario, en el plano de sus resoluciones. Serena y silenciosa,
no se justificó ante las severas reprimendas.
Fue entonces, cuando, comprendiendo que aquellos
roces no deberían proseguir, se dirigió el senador a la puerta
de salida del apartamento, abriéndola estrepitosamente, y
exclamando:
- ¡Jamás hice un viaje tan penoso y tan infeliz! Genios
malditos parecen presidir mis actividades en Palestina,
porque, si curé a una hija, perdí un hijito en el desconocido y
comienzo a perder a la mujer en el abismo de las irreflexiones

127
HACE 2000 AÑOS

de la incoherencia; y acabaré, también, perdiéndome para


siempre.
Diciendo así, golpeo la puerta con toda la fuerza de sus
movimientos instintivos, encaminándose al gabinete,
mientras la esposa, con el corazón reverente, dirigía el
pensamiento hacia aquel Jesús cariñoso y tierno, que viniera
al mundo para salvar a todos los pecadores. Lágrimas
dolorosas le fluían de los ojos, fijos aún en el paisaje del Lago
de Genezaret, a donde parecía haber regresado en espíritu,
nuevamente. Allá estaba el Maestro, en actitudes dulces de
plegaria, clavando en las estrellas del cielo sus ojos
fulgurantes.
Parecióle que Jesús también le notara la presencia en
aquella hora sombría de la noche, porque desviara la mirada
fúlgida del firmamento estrellado y le extendía los brazos
compasivos y misericordiosos, exclamando con infinita
dulzura:
-Hija, ¡deja que lloren tus ojos las imperfecciones del
alama que Nuestro Padre destinó para gemela de la tuya!...
No esperes de este mundo más que lágrimas y padecimientos,
porque es en el dolor que los corazones se iluminan para el
cielo… Un momento llegará en el que te sentirás en la
cumbre de las aflicciones, pero no dudes de mi misericordia,
porque en el momento oportuno, cuando todos te
desprecien, yo te llamará a mi reino de divinas esperanzas,
donde podrás aguardar a tu esposo, en el curso incesante de
los siglos...
Parecíole que el Maestro continuaba arrullándole el
corazón con suaves y cariñosas promesas de bienaventuranzas,
pero, un ruido la separó de aquella visión de luz y de felicidad
indefinible.
Quebrárase el cuadro de su preocupación espiritual
como si fuese hecho de tenuísimas filigranas.

128
EMMANUEL

Sin embargo, la esposa del senador, comprendió que


no había sido víctima de una perturbación alucinatoria, y,
guardó, con amor, en lo íntimo del corazón, las dulces
palabras del Mesías. Y, mientras se despojaba de los trajes
galileos, a fin de tomar nuevamente el curso de sus
obligaciones domésticas, con el alma límpida y consolada,
parecía, aún, divisar la figura serena y amada del Señor, en las
colinas verdosas de las márgenes del Tiberíades, a través de la
neblina suave, que le empañaba los ojos húmedos de llanto.

129
HACE 2000 AÑOS

VIII EN EL GRAN DÍA DEL


CALVARIO
Desde su altercado con la esposa, encerrárase Publio
Léntulus en la más penosa taciturnidad.
Dolorosas sospechas le flagelaban el corazón impulsivo,
acerca del procedimiento de aquella que el destino encadenara
a su espíritu, para siempre, en el instituto de la vida conyugal.
No pudiera comprender el disfraz del que Livia se valiera para
el encuentro con el profeta de Nazaret, pues su
temperamento orgulloso se revelaba contra aquella actitud de
la mujer, considerando su posición social un símbolo de la
veneración y del respeto de todos, y dando guarida, así, a las
más penosas desconfianzas, intoxicado por las calumnias de
Fulvia y Sulpicio.
Había transcurrido algún tiempo y, mientras tanto, él
se encerraba en su mutismo y en su melancolía, Livia se
abroquelaba en la fe, en las palabras cariñosas y persuasivas
del Nazareno. Nunca más volviera ella a Cafarnaúm, con el
fin de oír las consoladoras prédicas del Mesías; pero, por
intermedio de Ana, que comparecía allá puntualmente,
procuró auxiliar, siempre que le fuese posible, a los pobres
que buscaban la palabra de Jesús, en la medida de sus recursos
materiales. Profunda tristeza le invadía el corazón sensible y
generoso, al observar las actitudes incomprensibles del
compañero; pero, la verdad es que ya no colocaba sus
esperanzas en ninguna realización del orbe terrestre volviendo
las más ardientes aspiraciones para aquel reino de Dios,
maravilloso y sublime, donde todo debía transpirar amor,

130
EMMANUEL

ventura y paz, en el seno repleto de soberanas consolaciones


celestes.
Aproximábase la Pascua en el año 33. Numerosos
amigos que Publio habían aconsejado su regreso temporal a
Jerusalén, a fin de intensificar los servicios de búsqueda del
hijito, en el curso de las festividades que concentraban, en la
época, las mayores multitudes de Palestina, estableciendo
posibilidades más amplias para el reencuentro del
desaparecido. Incontables peregrinos, de todas las regiones de
la provincia, se dirigían a Jerusalén, para participar de los
grandes festejos, ofreciendo, simultáneamente, los tributos de
su fe, en el suntuoso templo. La nobleza autóctona también
se hacía notar allí, en tales circunstancias, a través de sus
elementos más representativos. Todos los partidos políticos se
organizaban para los servicios extraordinarios de las
solemnidades que reunían las mayores masas del judaísmo,
encaminándose hacia allá los hombres más importantes de su
tiempo. Por su parte, las autoridades romanas, se
concentraban, igualmente, en Jerusalén, en la misma ocasión,
reuniéndose en la ciudad casi todos los centuriones y
legionarios, destacados al servicio del Imperio, en los parajes
más remotos de la provincia.
Publio Léntulus no desdeñó la ocasión y, antes que la
ciudad se hínchese de peregrinos y aventureros, ya se
encontraba allí con la familia, suministrando instrucciones a
los siervos de confianza, conocedores del pequeño Marcus,
para establecer un cordón de investigadores atentos y
permanentes, mientras perdurasen los festejos.
En Jerusalén, el convencionalismo social no se había
modificado, notándose apenas la circunstancia de Publio
haber dejado la residencia del tío Salvio, adquiriendo una villa
confortable y graciosa en una calle plena de movimiento, de
donde pudiese observar, igualmente, las manifestaciones.

131
HACE 2000 AÑOS

Llegó la víspera de Pascua con la voluminosa pleamar


de peregrinos de todas las clases y de todas las localidades
provinciales. Era interesante observar, en aquellos bloques
heterogéneos de pueblo, los hábitos más dispares entre sí.
Innumerables caravanas, revelando las más exquisitas
costumbres, atravesaron las puertas de la ciudad, patrulladas
por numerosos soldados pretorianos.
Y mientras el senador hacía comparaciones de orden
económico, social y político, observando las masas del pueblo
que afluían a sus calles en movimiento, vamos a encontrar a
Livia en charla íntima con la sierva de su amistad y confianza.
- ¿Sabéis, señora, que también el Mesías llegó ayer a la
ciudad? – exclamaba Ana, con un rayo de alegría en los
grandes ojos.
- Sí, desde ayer llegó Jesús a Jerusalén, saludado por
grandes manifestaciones populares.
La resurrección de Lázaro, en Betania, confirmó sus
divinas virtudes de Hijo de Dios, entre los hombres más
incrédulos de esta ciudad, y acabo de saber que su llegada fue
objeto de inmensas alegrías por parte del pueblo. ¡Todas las
ventanas se adornaron de flores para su paso triunfal, los
niños esparcieron palmas verdes y perfumadas en el camino,
en homenaje a él y a sus discípulos!... Mucha gente acompañó
al Maestro desde las márgenes del lago de Genezaret,
siguiéndolo hasta aquí, a través de todas las localidades.
Quien me trajo la noticia fue un conocido personal,
enviado de tío Simón, que también vino a Jerusalén, en esa
gran caminata, a pesar de su avanzada edad…
- Ana, esa noticia es muy reconfortante – le dijo la
señora, con bondad – y si yo pudiese iría a oír las palabras del
Maestro, donde quiera que fuese; pero, bien sabes, las
dificultades para la consecución de ese intento. Entretanto,
quedas libre de tus obligaciones y trabajos, durante la

132
EMMANUEL

permanencia de Jesús en Jerusalén, para que puedas


aprovechar bien las fiestas de la Pascua, oyendo, al mismo
tiempo, las prédicas del Mesías, que tanto bien nos hacen al
corazón.
Y, entregando a la criada el indispensable auxilio
pecuniario, observaba que Ana partía satisfecha en demanda
de las cercanías del Monte de los Olivos, donde se
estacionaba una masa compacta de peregrinos, entre los
cuales se notaba la presencia del viejo Simón, de Samaria,
apóstol valiente que no dudara, a pesar de la avanzada edad,
en adherirse al movimiento de las peregrinaciones por los más
escabrosos y largos caminos.
En casa de Léntulus no había tanto interés por las
grandes festividades del judaísmo.
Un solo motivo justificaba la presencia del senador en
Jerusalén, en aquellos días turbulentos: el de la búsqueda
incesante del hijo, que parecía perdido para siempre.
Diariamente oía a los siervos de confianza, después de
las diligencias emprendidas y, de instante a instante, se sentía
más agobiado por acerbas desilusiones, considerando la lucha
inútil en aquellas investigaciones exhaustivas e infructíferas.
En la vivienda clara y ornada de jardines, las horas
pasaban lentas y tristes. En balde se sentía el movimiento de
las calles, patrulladas por soldados y llenas de criaturas de
todos los matices sociales. El vocerío de las ruidosas
manifestaciones populares transponían aquellas puertas casi
silenciosas, como ecos apagados de rumores lejanos.
La penosa situación conyugal, en la que se había
colocado, separaba al senador de la mujer, como si estuviesen
irremediablemente distantes uno del otro y destruidos los
lazos sagrados del corazón.

133
HACE 2000 AÑOS

Fue a ese retiro de calma aparente que Ana volvió,


cierta mañana, pasados algunos días, a fin de informar a la
señora de la inesperada prisión del Mesías.
Con la simplicidad espontánea y sincera del alma
popular, que ella encamaba, la sierva humilde contó, con los
más mínimos pormenores, la escena provocada por la
ingratitud de uno de los discípulos, en virtud del despecho y
de la ambición de los sacerdotes y fariseos del templo de la
gran ciudad israelita.
Amargamente compungida en vista del
acontecimiento, Livia consideró que, si fuese en otro tiempo,
recurriría inmediatamente a la protección política del marido,
para proteger al profeta de Nazaret de los ataques de las
ambiciones desmesuradas. Sin embargo, reconocía que ahora,
no le era posible valerse del prestigio del compañero, en tales
circunstancias. Aún así, procuró aproximarse a él, por todos
los medios, si bien inútilmente. Desde una sala contigua a su
gabinete, notó que Publio atendía a numerosas personas que
lo buscaban particularmente, en actitud discreta; y lo
interesante es que, según sus observaciones, todos exponían al
senador el mismo asunto, esto es, la prisión inesperada de
Jesús Nazareno – acontecimiento que había desviado todas las
atenciones de las festividades de la Pascua, tal era el interés
despertado por los hechos del Maestro, en todos los espíritus.
Algunos solicitaban su intervención en el proceso del acusado;
otros, de parte de los fariseos ligados a los sacerdotes del
Sinedrio, encarecían a sus ojos el peligro de las prédicas de
Jesús, presentado por muchos como revolucionario
inconsciente, contra los poderes políticos del Imperio.
En balde esperó Libia que el marido le concediese dos
minutos de atención, en el compartimento próximo a su
gabinete privado.

134
EMMANUEL

Su ansiedad tocaba el apogeo, cuando observó la figura


de Sulpicio Tarquinius, que venía de parte de Pilatos para
solicitar al senador que, por favor, compareciese,
inmediatamente, en el palacio de gobierno provincial, a fin de
resolver un caso de conciencia.
Publio Léntulus no se hizo rogar.
Ponderando los deberes de hombre de Estado,
concluyó que debería olvidar cualquier prevención d su vida
particular y privada, marchando al encuentro de las
obligaciones que debía al Imperio.
Livia perdió, entonces, toda la esperanza de implorarle
auxilio para el Maestro, en aquel día. Sin saber porqué,
intensa amargura le invadía el mundo íntimo. Y fue con el
alma envuelta en sombras que elevó al Padre Celestial sus
plegarias fervorosas y sinceras, por aquel que su corazón
consideraba lúcido emisario de los cielo, suplicando, a todas
las fuerzas del bien, que librasen al Hijo de Dios de la
persecución y de la perfidia de los hombres.
Al llegar a la corte provincial romana, en aquel día
inolvidable de Jerusalén, Publio Léntulus fue tomado por
extraordinaria sorpresa.
Olas compactas de pueblo se aglomeraban en la extensa
plaza, en gritería ensordecedora.
Pilatos lo recibió con deferencia y solicitud,
conduciéndolo a un gabinete amplio, donde se reunía
pequeño número de patricios, escogidos uno por uno en
Jerusalén. El pretor Salvio, funcionarios destacados, militares
graduados y algunos civiles romanos, de renombre, que
pasaban eventualmente por la ciudad, se aglomeraban allí,
convocados por el gobernador, que se dirigió a Publio
Léntulus, en estos términos:
- Senador, no sé si tuvisteis ocasión de conocer, en
Galilea, a un hombre extraordinario que el pueblo se habituó

135
HACE 2000 AÑOS

a llamar Jesús de Nazaret. Ese hombre fue preso ahora, en


virtud de la condenación de los miembros del Sinedrio, y la
masa popular que lo había recibido, en ésta ciudad, con
palmas y flores, pide ahora, en esta plaza, su juicio inmediato
por parte de las autoridades provinciales, en confirmación de
la sentencia proferida por los sacerdotes de Jerusalén.
Yo, francamente, no le veo culpa alguna, sino la de
ardiente visionario de cosas que no puedo y no sé
comprender, sorprendiéndome amargamente su penos estado
de pobreza.
En ese instante, penetraron en la sala las dos hermanas,
Claudia y Fulvia, que tomaron asiento en ese consejo íntimo
de patricios.
- Incluso esta noche -, parece que los augurios de los
dioses se manifestaron par mi orientación, pues Claudia soñó
que una voz le recomendaba que yo no debería arriesgar mi
responsabilidad en el juicio de este hombre justo.
Por tano, resolví, actuar en conciencia, reuniendo aquí
a todos los patricios y romanos notables de Jerusalén, para
examinar el asunto, de modo que mi actuación no perjudique
los intereses del Imperio, ni colida con mi ideal de justicia.
¿Qué decís, pues, de mis escrúpulos, en calidad de
representante directo del Senado y del Emperador, entre
nosotros, en éste momento?
- Vuestra actitud – obtemperó el senador,
compenetrado de sus responsabilidades – revela el máximo
criterio en las cuestiones administrativas.
Y, recordando, íntimamente, los bienes que había
recibido del profeta con la cura de la hijita, no obstante las
dudas levantadas por orgullo y vanidad, continuó:
- Conocí de cerca al profeta de Nazaret, en Cafarnaúm,
donde nadie lo tenía en cuenta como conspirador o
revolucionario. Sus acciones, allí, eran las de un hombre

136
EMMANUEL

superior, caritativo y justo, y jamás tuve conocimiento de que


su palabra se irguiese contra alguna institución social o
política, del Imperio. Ciertamente, alguien lo toma aquí
como si pretendiese la autoridad política de Judea, cebándose
en su nombre las ambiciones y el despecho de los sacerdotes
del templo. Mas, y que guardáis en el corazón los mejores
escrúpulos, ¿por qué no enviáis el prisionero al juicio de
Antipas, a quien, con mayor propiedad, debe interesar la
solución de semejante asunto? Representando, en estos días,
al gobierno de Galilea aquí en Jerusalén, creo que nadie,
mejor que Herodes, puede resolver en sana conciencia un
caso como éste, considerándose la circunstancia de que
juzgará a un compatriota suyo, ya que no os suponéis en
posesión de todos los elementos para proferir la sentencia
definitiva en este proceso insólito.
La idea fue aceptada por unanimidad, siendo el
acusado conducido a presencia de Herodes Antipas, por
algunos centuriones, obedeciéndose, rigurosamente, las
determinaciones de Pilatos en ese sentido.
Pero, en el palacio del tetrarca de Galilea, fue recibido
Jesús de Nazaret con profundo sarcasmo.
Apellidado por a gente simple como “Rey de los
Judíos” y simbolizando la esperanza de ciertas
reivindicaciones políticas para numerosos seguidores suyos,
entre los cuales se incluía al famoso discípulo de Keiroth, el
Maestro de Nazaret fue tratado por el príncipe de Tiberíades
como vulgar conspirador, humillado y vencido.
Pero, Antipas, para hacer sentir al Procurador de Judea
la manera ridícula en que tomaba sus escrúpulos, mandó a
que se tratase al prisionero con el máximo de ironía.
Lo visitó con una túnica blanca, igual a la
indumentaria de los príncipes de la época, colocándole en los
brazos una caña inmunda a la manera de cetro, y coronándole

137
HACE 2000 AÑOS

la frente abatida con una aureola de venenosas espinas,


devolviéndolo a la sanción de Pilatos, en el torbellino de
griterías del pueblo exacerbado.
Muchos soldados romanos rodeaban al acusado,
protegiéndolo de las embestidas de la masa furiosa e
inconsciente.
Jesús, vistiendo, por irrisión, la túnica de la realeza,
coronado de espinas y empuñando una caña como símbolo
de su reinado en el mundo, dejaba traslucir, en los ojos
profundos, indefinible melancolía.
Comprobando que el prisionero era devuelto por
Antipas a su juicio, el gobernador se dirigió nuevamente a sus
conterráneos, exclamando:
- Mis amigos, no obstante nuestros esfuerzos, Herodes
apela también a nosotros, a fin de que se confirme la pieza
condenatoria del profeta Nazareno, recambiándolo con su
situación penosamente agravada ante el pueblo, por cuanto,
como suprema autoridad en Tiberíades, trató al prisionero,
con repugnante sarcasmo, dándonos a entender el desprecio
con el que supone deba él ser encarado por nuestra justicia y
administración.
Tan amarga situación me entristece bastante, porque el
corazón me dice que ese hombre es un justo; pero, ¿qué
haremos en semejante coyuntura?
De la cámara aislada, donde se reunía el apresurado y
reducido consejo de patricios, podrían observarse los ecos
rumorosos de la turba amotinada, en espantosa gritería.
Un ayudante a las órdenes del gobernador, de nombre
Polibius, hombre sensato y honesto, penetró en el recinto,
pálido y casi trémulo, dirigiéndose a Pilatos:
- Señor Gobernador, la multitud enfurecida amenaza
invadir la casa, sino confirmáis la sentencia condenatoria de
Jesús, el Nazareno, dentro del menor plazo posible…

138
EMMANUEL

- Pero, eso es absurdo – contestó Pilatos, emocionado -


¿Y, al final, qué dice el profeta, en tales circunstancias? ¿Sufre
todo sin una palabra de recriminación y sin una apelación
oficial a los tribunales de justicia?
- Señor – replicó Polibius, igualmente impresionado -,
el prisionero es extraordinario en la serenidad y en la
resignación. ¡Se deja conducir por los verdugos con la
docilidad de un cordero y nada reclama, ni siquiera el
supremo abandono en el que lo dejaron casi todos los dilectos
discípulos de su doctrina!
Conmovido con sus padecimientos, fui a hablarle
personalmente e, inquiriéndole sobre sus martirios, afirmó
que podría invocar a las legiones de sus ángeles y pulverizar a
toda Jerusalén dentro de un minuto, pero que eso no estaba
en los designios divinos y, sí, su humillación infamante, para
que se cumpliesen las determinaciones de las Escrituras. Le
hice ver, entonces, que podría recurrir a vuestra
magnanimidad, a fin de que se ordenase un proceso dentro de
nuestros dispositivos judiciales, de manera que comprobase su
inocencia y, también, se negó a semejante recurso, alegando
que prescinde de toda la protección política de los hombres,
para confiar tan solo en una justicia que dice ser la de su
Padre que está en los cielos.
- ¡Hombre extraordinario!... – contestó Pilatos,
mientras los presentes lo acompañaban estupefactos.
- Polibius – continuó él -, ¿qué podríamos hacer para
evitar la muerte nefasta, en las manos criminales de la masa
inconsciente?
- Señor, en vista de la necesidad de una resolución
rápida, sugiero la pena de los azotes en la plaza pública, para
ver si así conseguimos amainar la ira popular, evitando al
prisionero la muerte ignominiosa, en las manos de perversos
sin conciencia…

139
HACE 2000 AÑOS

- ¡Pero, ¿los azotes?! – dijo Publio Léntulus, admirado,


previendo las torturas del horrible suplicio.
- Sí, mi amigo – replicó el gobernador, dirigiéndole la
palabra con atención respetuosa -, la idea de Polibius es
acertada. Para evitarle al acusado la muerte ignominiosa,
tenemos que echar mano a este recurso. Viviendo en Judea,
desde hace casi siete años, conozco a este pueblo y sé de sus
temibles actitudes, cuando sus pasiones se desencadenan.
El suplicio fue ordenado, entonces, con el propósito de
evitar males mayores.
Delante de todos, Jesús fue azotado, de manera
impiadosa, frente a los alaridos estridentes de la multitud
amotinada.
En ese instante doloroso, Publio y algunos romanos se
ausentaron por momentos de la cámara privada donde se
reunían, a fin de observar los movimientos de la cámara
privada donde se reunían, a fin de observar los movimientos
instintivos de la masa fanática e ignorante. No parecía que los
peregrinos de Jerusalén habían acudido a la ciudad para las
conmemoraciones alegres de la Pascua, sino, tan solo, para
proceder a la condenación del humilde Mesías de Nazaret.
De cuando en cuando, se hacía necesario el concurso
decidido de centuriones valientes, que dispersaban a ciertos
grupos más exaltados, a golpes de espada.
El senador trató de aproximarse al martirizado, en sus
pruebas dolorosas y extremas.
Aquel rostro enérgico y dulce, en el que sus ojos habían
divisado una aureola de luz suave y misericordiosa, en las
márgenes del Tiberíades, estaba ahora bañado en su sudor
sangriento manándole de la frente dilacerada por las espinas
perforantes, mezclándose con las lágrimas dolorosas; sus
delicados trazos fisonómicos parecían invadidos de palidez
angustiosa e indescriptible; los cabellos le caían en la misma

140
EMMANUEL

disposición encantadora sobre los hombros semidesnudos y,


que estaban ahora, desaliñados por la imposición de la corona
ignominiosa; el cuerpo vacilaba, trémulo, a cada castigo más
fuerte, pero la mirada profunda se saturaba, trémulo, a cada
castigo más fuerte, pero la mirada profunda se saturaba de la
misma belleza inexpresable y misteriosa, revelando amarga e
indefinible melancolía.
Por un momento, sus ojos encontraron a los del
senador, que bajó la frente, tocado por la imperecedera
impresión de aquella sobrehumana majestad.
Publio Léntulus volvió íntimamente compungido al
interior del palacio, donde, en pocos minutos, retomaba
Polibius, advirtiendo al gobernador que la pena de los azotes
no había saciado, desgraciadamente, las iras de la población
enfurecida, que reclamaba la crucifixión del condenado.
Penosamente sorprendido, exclamó el senador,
dirigiéndose a Pilatos, con intimidad:
- ¿No tenéis, por ventura, a algún prisionero con el
proceso consumado, que pueda sustituir al profeta en tan
horrorosas penas? Las masas poseen alma caprichosa y voluble
y es muy posible que la de hoy se satisfaga con la crucifixión
de algún criminal, en lugar de este hombre, que puede ser un
mago o visionario, pero es un corazón caritativo y justo.
El gobernador de Judea se concentró por un momento,
recurriendo a la memoria, con el fin de encontrar la deseada
solución.
Se recordó, entonces, de Barrabás, personalidad
terrible, que se encontraba en la cárcel aguardando la última
pena, conocido y odiado de todos por su comprobado
espíritu de perversidad, respondiendo al final:
- ¡Muy bien!... ¡Tenemos aquí a un perverso, en la
cárcel, para alivio de todos, y que podría, con efecto, sustituir
al profeta en la muerte infamante!...

141
HACE 2000 AÑOS

Y mandando a hacer el posible silencio, de una de las


eminencias del edificio, ordenó que el pueblo escogiese entre
el bandido y Jesús.
Pero, con gran sorpresa de todos los presentes, la
multitud gritaba con siniestro alarido, en un torrente de
improperios:
- ¡Jesús!... ¡Jesús!... ¡Absolvemos a Barrabás!...
¡Condenamos a Jesús!... ¡Crucificadlo!... ¡Crucificadlo!...
Todos los romanos se aproximaron a las ventanas,
observando la inconsciencia de la masa criminal, en el ímpetu
de sus instintos desencadenados.
- ¿Qué hacer ante tal cuadro? – preguntó Pilatos,
emocionado, al senador que lo oía atentamente.
- Mi amigo – respondió Publio, con energía -, si la
decisión dependiese tan solo de mí, la fundamentaría en
nuestros códigos judiciales, cuya evolución no comporta más
una condenación tan sumaria como está, y mandaba a
dispersar a la multitud inconsciente usando los caballos; pero,
considero que mis atribuciones transitorias junto a vuestro
gobierno, no me otorgan derecho a tales desmanes y, aparte
de eso, tenéis aquí una experiencia de siete años consecutivos.
De mi parte, supongo que todo fue hecho para que las
decisiones no fuesen precipitadas.
Antes de todo, el prisionero fue enviado al juicio de
Antipas, que complicó la situación, ante la poblada
irresponsable, dentro de sus infelices nociones de la tarea de
un gobierno, dejándoos la responsabilidad de la última
palabra sobre el asunto; enseguida, determinasteis el suplicio
del azote para satisfacer al pueblo amotinado, y, ahora,
acabáis de indicar a un criminal para su crucifixión, en lugar
del acusado. Todo inútilmente.
Como hombre, estoy contra este pueblo inconsciente e
infeliz y todo lo haría por salvar al inocente; pero, como

142
EMMANUEL

romano, creo que una provincia, como ésta, no pasa de una


unidad económica del Imperio, no siendo de nuestra
competencia, el derecho a interferir en sus grandes problemas
morales y presumiendo, de ese modo, que le responsabilidad
de esta muerte nefasta debe caer ahora, exclusivamente, en esa
turba ignorante y desesperada y en los sacerdotes ambiciosos y
egoístas que la dirigen.
Pilatos enterró la frente en las manos, como para
reflexionar sosegadamente en aquellas ponderaciones; pero,
antes que pudiese exteriorizar su opinión, he aquí que
Polibius aparece afligido, exclamando en actitud discreta:
- Señor gobernador, es necesario apresurar vuestra
decisión. Espíritus de difamadores comienzan a dudar de
vuestra fidelidad a los poderes del César, compelidos por la
intriga de los sacerdotes del templo, colocando a vuestra
dignidad en terreno equivocado para todos… Además de eso,
el populacho intenta invadir la casa tornándose necesario que
asumáis una actitud decisiva, sin pérdida de tiempo.
Pilatos quedó rojo de cólera, ante semejantes
imposiciones, exclamando irritado, como si estuviese bajo el
yugo de la más singular de las determinaciones:
- ¡Está bien! ¡Me lavaré las manos de este ignominioso
delito! El pueblo de Jerusalén será satisfecho…
Y, procediendo a ese acto que lo inmortalizará para
siempre, dirigió algunas palabras al condenado, mandando,
enseguida, a recogerlo en una celda, donde pudiese
permanecer algunos minutos, sin las groseras envestidas de la
turba impetuosa, antes que la multitud lo condujese al
Gólgota, que, en el lenguaje actual, deberá ser traducido por
Lugar de la Calavera.
Un sol abrazador volviera sofocante e insoportable la
atmósfera.

143
HACE 2000 AÑOS

Saciada, al final, la furia de la multitud en sus desvaríos


infelices, numerosos soldados siguieron al prisionero, que
demandaba el monte de la crucifixión, a pasos vacilantes bajo
el madero de la ignominia, que la justicia de la época
destinaba a los bandidos y a los ladrones.
Hasta el momento de su salida bajo la cruz, nadie se
había interesado por él, ante la autoridad del gobernador de
Judea.
Dedujo de ahí el senador que, cuantos seguían al
Maestro de Nazaret en las márgenes del lago, en Cafarnaúm,
lo habían abandonado enteramente.
De una de las ventanas del palacio consideró, apenado,
el desprecio infligido a aquel hombre que, un día, lo
dominara con la fuerza magnética de su personalidad
incomprensible, observando la ondulación de la turba
enfurecida, al salir el inolvidable cortejo.
Al lado del Maestro no se veía más la cariñosa
asistencia de los discípulos y sus numerosos seguidores. Sólo
algunas mujeres – entre las cuales se destacaba la figura
impresionante y afligida de su madre – lo amparaban
afectuosamente, en el último y doloroso trance.
En seguida, la extensa plaza se aquietó al calor
sofocante de la tarde que se avecinaba.
A distancia, se oía aún el vocerío de la plebe, aliada al
rechinar de los caballos y al tintinar de las armaduras.
Impresionados con el espectáculo que, además, no era
raro en Palestina, se reunieron los romanos en una de las
amplias salas del palacio gubernamental, en animada charla,
comentando los instintos y pasiones feroces de la plebe
endurecida.
En algunos minutos, Claudia mandaba a servir dulces,
vinos y frutas, y mientras la conversación analizaba los
problemas de la provincia y las intrigas de la corte de Tiberio,

144
EMMANUEL

mal imaginaba aquel puñado de criaturas que en la cruz


grosera y humilde del Gólgota, iba a encenderse una gloriosa
luz para todos los siglos terrestres.

145
HACE 2000 AÑOS

IX LA CALUMNIA VICTORIOSA
Si Jesús de Nazaret había sido abandonado por sus
discípulos y seguidores más directos, lo mismo no se verificara
en cuanto al gran número de criaturas humildes que lo
acompañaban con devoción purificada y sincera.
Es verdad que esas almas, raras, no revelaron
francamente sus simpatías ante la turba desvariada,
temiéndole las sañas destructoras, pero, muchos espíritus
piadosos, como Ana y Simón, contemplaron de cerca los
martirios del Señor, bajo el azote infamante, llenos de
lágrimas angustiosas y esperando que, a cada momento, se
pudiese manifestar la justicia de Dios contra la perversidad de
los hombres, a favor del Mesías.
Sin embargo, se les desvanecieron las últimas
esperanzas, cuando, bajo el peso de la cruz, el martirizado
caminó a pasos tambaleantes, hacia el monte de la última
injuria, después de ser confirmada la despreciable sentencia.
Fue así que Ana y su tío, reconociendo inevitable el
martirio de la crucifixión, deliberaron ir a la residencia de
Publio, para suplicar el patrocinio de Livia, junto al
gobernador.
Mientras el cortejo siniestro e impresionante se ponía
en marcha con sus movimientos lentos, ambos se desviaron
de la masa, encaminándose por una callejuela aislada, en
busca del ansiado socorro.
Penetrando en la residencia, mientras Simón la
esperaba, pacientemente, en una calzada próxima, se dirige
Ana a la esposa del senador, que la recibió sorprendida y
angustiada.
146
EMMANUEL

- Señora – le dijo, sin poder ocultar las lágrimas -, ¡el


profeta de Nazaret ya está camino de la muerte ignominiosa
en la cruz, entre ladrones!...
Una emoción muy fuerte le embargara la voz, sofocada
de llanto.
- ¿Cómo? – respondió Livia, penosamente sorprendida
- ¿Si la prisión data de tan pocas horas?
- Pero es verdad… - contestó la sierva, compungida. -
¡Y en nombre de aquellos mismos sufridores que visteis
consolados por su palabra cariñosa y amiga, junto a las aguas
del Tiberíades, yo y mi tío Simón venimos a implorar vuestro
auxilio personal ante el gobernador, a fin de hacer un último
esfuerzo por el Mesías!...
- Pero, una condenación, como esa, sin estudio, sin
examen, ¿es posible? ¿Vivirá, entonces, aquí, este pueblo sin
otra ley que no sea la de la barbarie? – exclamó la señora,
visiblemente molesta con la inopinada noticia.
Como si desease arrancarla de cualquier divagación
incompatible con el momento, la sierva insistió con decisión
y amargura:
- Entretanto, señora, no podemos perder un minuto.
- Pero, antes de todo, yo necesitaba consultar a mi
marido sobre el asunto… - monologó la esposa del senador,
recordándose, repentinamente, de sus deberes conyugales.
¿Dónde estaría Publio en aquel instante? Desde la
mañana, no había regresado a la casa, después del llamado
insistente de Pilatos. ¿Habría colaborado en la condenación
del Mesías? En un instante, la pobre señora examinó toda la
situación en sus mínimos detalles, recordando, igualmente,
los bienes infinitos que su corazón había recibido de las
manos caritativas y complacientes del Maestro Nazareno, y,
como si estuviese iluminada por una fuerza superior que le

147
HACE 2000 AÑOS

hacía olvidar todas las cuestiones transitorias de la Tierra,


exclamó con heroica resolución:
- Está bien, Ana, iré en tu compañía a pedir la
protección de Pilatos para el profeta.
Espérame un momento, mientras voy a ponerme de
nuevo aquellos trajes galileos que me sirvieron aquella tarde
de Cafarnaúm, dirigiéndome, de esta manera, al gobernador,
sin provocar la atención de la turbamulta desenfrenada.
En pocos minutos, sin reflexionar en las consecuencias
de su desesperada actitud, Livia estaba en la calle,
nuevamente, vestida con los trajes simples de la gente pobre
de Galilea, intercambiando amargas impresiones con el
anciano de Samaria y su sobrina, acerca de los dolorosos
acontecimientos.
Aproximándose a la sede del gobierno provincial, su
corazón palpitó con más fuerza, obligándola a más profundos
pensamientos.
¿No sería una temeridad de su parte buscar al
gobernador, sin previo conocimiento del marido? Pero, ¿no
había ella, hecho de todo en vano para acercarse al esposo
esquivo e irritado, tratando de erguir su antigua confianza? ¿Y
Pilatos? En su imaginación guardaba aún los pormenores de
las amargas conmociones de aquella noche en la que fuera él
más franco, en cuanto a los sentimientos inconfesables que su
figura de mujer le había inspirado.
Livia hesitó al penetrar en uno de los ángulos de la
gran plaza, adormecida ahora por un sol cáustico, de brazas
vivas.
Su raciocinio contrariaba la actitud que asumiera frente
a las exhortaciones de la sierva, que representaba, a sus ojos, la
súplica angustiada, de innumerables espíritus desvalidos;
pero, su corazón, sancionaba plenamente aquel último
esfuerzo a favor del emisario celeste que le había curado las

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EMMANUEL

llagas de la hijita, llenando de tranquilidad inalterable su


corazón atormentado de esposa y madre, tantas veces del
incomprendido. Aparte de todo, en ese conflicto interior de la
razón y del sentimiento, este último le hacía recordar que
Jesús, en las márgenes del lago, le hablara de amargos
sacrificios por su gran causa, y ¿no sería aquella la hora
sagrada de la gratitud de su fe ardiente y de su testimonio de
reconocimiento? Aliviada por la íntima satisfacción del
cumplimiento de su cariñoso deber, avanzó entonces,
valerosamente, dejando a los dos compañeros a la espera, en
uno de los largos pasillos de la plaza, mientras procuraba
ganar las adyacencias del edificio, con ligera facilidad.
Batíale el corazón desacompasadamente.
¿Cómo encontrar al gobernador de Judea en aquella
hora? Un sol ardiente concentraba, en todo, calor intolerable
y sofocante.
El cortejo, en demanda del Gólgota, partiera hacia casi
una hora y el palacio parecía ahora sumergido en una
atmósfera de silencia y de sueño, después de las penosas
confusiones de aquel día.
Apenas algunos centuriones montaban guardia en el
edificio y, cuando Livia alcanzó la poca distancia entre las
puertas principales de acceso al interior, he aquí que se le
depara la figura de Sulpicio, a quien se dirigió con el máximo
de confianza y de inocencia, pidiéndole el favor de solicitar
una audiencia privada e inmediata al gobernador, en su
nombre, a fin de hablarle sobre la dolorosa situación de Jesús
de Nazaret.
El lictor la miró de arriba abajo con la mirada de
lascivia y avidez que le eran características y, creyendo
firmemente en las relaciones ilícitas de aquella mujer con el
Procurador de Judea, en virtud de sus observaciones
personales, por coincidencias que se le figuraban la realidad

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HACE 2000 AÑOS

perfecta de aquella supuesta prevaricación, presumió, en aquel


acto insólito, no el motivo presentado, que le pareció óptimo
pretexto para apartar cualquier desconfianza, sino el objetivo
que era el de encontrarse con el hombre de sus preferencias.
Criatura perversa, de la que se valía el gobernador
como instrumento de sus pasiones malignas, entendió que
semejante entrevista debería ser llevada a efecto en la mayor
intimidad; y, sabiendo que Publio Léntulus aún se
encontraba alá en animada conversación con los compañeros,
condujo a Livia a un gabinete perfumado, donde se alineaban
preciosos vasos de aromas del Oriente, saturados de fluidos
sutiles que entontecían, y donde Pilatos recibía, a veces, la
visita furtiva de las mujeres de conducta equivocada, invitadas
a participar de sus licenciosos placeres.
Ignorando, por completo, el mecanismo de
circunstancias que la conducían a una penosísima situación,
Livia acompañó al lictor al gabinete aludido, donde, si bien
extrañando la suntuosidad extravagante del ambiente, se
demoró algunos minutos, a solas, aguardando ansiosamente el
instante de implorar, a viva voz, al procurador de Judea, su
prestigiosa interferencia a favor del generoso Mesías de
Nazaret.
Entretanto, ni ella, ni Sulpicio, llegaron a percibir que
unos ojos escrutadores los acompañaron con profundo
interés, desde el exterior del edificio al gabinete privado al que
nos referimos.
Era Fulvia, que, conociendo semejante apartamento
del palacio, sorprendiera a la esposa del senador, bajo el
disfraz de aquella túnica humilde, de la vida rural,
hinchiéndosele el corazón de pavorosos celos, al verificar
aquella visita inesperada.
Mientras Sulpicio Tarquinius hacía una señal familiar
al gobernador, a la que éste atendió de inmediato, yendo

150
EMMANUEL

enseguida a su encuentro en un amplio corredor, donde


murmuraron ambos algunas palabras en tono discreto,
enterándose Pilatos de la ansiada entrevista en particular,
aquella maliciosa criatura demandaba alcobas de su íntimo
conocimiento, para asegurarse, positivamente, a través de los
reposteros, de la presencia de Livia en la cámara privada del
gobernador, destinada a sus expansiones licenciosas.
Certificada, en absoluto, del acontecimiento, la
calumniadora gozó anticipadamente el instante en que
tomaría a Publio por las manos, a fin de conducirlo a la visión
directa del supuesto adulterio de su mujer y, cuando
regresaba al amplio salón, dejando traslucir levemente la
siniestra satisfacción de su alma, aun oyó a Pilatos exclamar
con delicadeza a sus invitados:
- Mis amigos, espero me concedan algunos minutos
para atender a una entrevista privada y urgente, que yo no
esperaba en éste momento. Creo que, consumada la
condenación del Mesías de Nazaret, tocan ya a estas puertas
los que no tuvieron coraje para defenderlo públicamente, en
el momento oportuno... ¡Vamos a ver!
Y retirándose con el consentimiento unánime de los
presentes, el gobernador alcanzaba el gabinete reservado,
donde, eminentemente sorprendido, encontró la figura noble
de Livia, más bella y más seductora en aquellos trajes sencillos
y simples, y que le habló en estos términos:
- Señor gobernador, aunque sin el consentimiento
previo de mi marido, resolví llegar hasta aquí, en virtud de la
urgencia dl asunto, a suplicar vuestro amparo político para la
absolución del profeta de Nazaret. Hombre humilde y bueno,
caritativo y justo, ¿qué mal habría practicado para morir así,
de muerte ignominiosa, entre dos ladrones? ¡Es por eso que,
conociéndolo personalmente y teniéndolo en cuenta de un

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HACE 2000 AÑOS

inspirado del cielo, oso invocar vuestras elevadas cualidades


de hombre público, a favor del acusado!...
Su voz era trémula, indicando las emociones que le
brotaban del alma.
- Señora – respondió, haciendo lo posible para
sensibilizar y seducirle el corazón, con la ternura fingida de
sus palabras -, todo lo hice para evitar a Jesús la muerte en el
madero infamante, venciendo todos mis escrúpulos de
hombre de gobierno, pero, desgraciadamente, todo está
consumado. Nuestra legislación fue vencida por la ira de la
multitud delincuente, en las explosiones injustificadas de su
odio incomprensible.
- Entonces, ¿no es lícito que esperemos ninguna
providencia más en beneficio de ese hombre caritativo y justo,
condenado como un vulgar malhechor? ¿Será él, entonces,
crucificado por el crimen de practicar la caridad y plantar la fe
en el corazón de sus semejantes, que aún no saben adquirirla
por sí mismos?
- Desgraciadamente, así es… - replicó Pilatos, de mal
humor.- Todo lo hicimos a fin de evitar los desatinos de la
plebe amotinada, mas mis escrúpulos no consiguieron vencer,
siendo obligado a confirmar la pena a Jesús, en contra de mi
voluntad.
Por un momento, se entregó Livia a sus meditaciones
dolorosas, como si estuviese inquiriendo, de sí misma,
cualquier nueva medida de adoptar sin pérdida de tiempo.
En cuanto al gobernador, después de imprimir una
pausa a sus palabras, dejó que los instintos del hombre
surgiesen, plenamente, en aquellas circunstancias.
Aquel día había sido de luchas penosas e intensas.
Singular abatimiento físico le dominaba los centros más
poderosos de la fuerza orgánica, pero, delante de sus ojos
habituados a la conquista y, muchas veces, a los recursos de la

152
EMMANUEL

crueldad misma, estaba aquella mujer, que le resistiera…


Poderosa cadena parecía imantarlo a su personalidad simple y
cariñosa, y él, más que nunca, deseó poseerla, volviéndola,
como las otras, un instrumento de sus transitorias pasiones.
El ambiente, sobre todo, le conturbaba las fuentes más puras
del raciocinio. Aquél gabinete estaba destinado,
exclusivamente, a sus extravagancias nocturnas, y fluidos
entorpecedores flotaban en todos sus rincones, embotando los
más nobles pensamientos.
Veía a la mujer ambicionada, perdida por algunos
segundos en graciosas reflexiones, delante de su presencia
dominadora.
Aquella gracia simple, saturada de generosidad casi
infantil y aliada a los ojos límpidos y profundos de madona
del hogar, obscureciéndole la caballerosidad que, a veces,
afloraba en el modo brusco de sus injusticias y crueldades de
hombre de la vida particular y de la vida pública.
Avanzando como si estuviese tomado por una fuerza
incoercible, exclamó inopinadamente, haciéndole sentir el
peligro de la posición en la que se colocara:
- Noble Livia – comenzó él, en la inquietud de sus
impuros pensamientos -, nunca más olvidé aquella noche,
llena de música y de estrellas, en la que os revelé por primera
vez el ardor de mi corazón apasionado… Olvidad, por un
momento, a esos judíos incomprensibles y oíd, aun otra vez,
la palabra sincera de los profundos sentimientos que me
inspirasteis con vuestras virtudes y peregrina belleza...
- ¡Señor!... – tuvo fuerzas para exclamar la pobre
señora, procurando aliviarse de la afrenta.
Pero, el gobernador, con la osadía de los hombres
impetuosos, no tuvo otro gesto sino el de obedecer a sus
caprichos impulsivos, tomándole las manos, con
atrevimiento.

153
HACE 2000 AÑOS

Sin embargo, Livia, no movilizando todas sus energías,


alcanzó recursos para zafarse de sus brazos largos y fuertes
redarguyendo, con intrepidez.
- ¡Para atrás, Señor! ¿Acaso será ése el tratamiento de
un hombre de Estado para con una ciudadana romana esposa
de un senador ilustre del Imperio? Y, aunque me faltasen
todos esos títulos, que me deberían dignificar a vuestros ojos
ávidos e inhumanos, supongo que no deberías faltar, en este
momento, al simple deber, e caballerosidad respetuosa, que
cualquier hombre está obligado a dispensar a una mujer
El gobernador se detuvo ante aquel gesto heroico e
imprevisto, tan habituado estaba él a los más avanzados
procesos de seducción.
La resistencia de aquella mujer instigaba los deseos de
vencerle el orgullo noble y la virtud incorruptible.
Tenía ímpetus de lanzarse sobre aquella criatura
delicada y frágil, en el torbellino de lascivia y voluptuosidad
que le enturbiaban el raciocinio; no obstante, una fuerza
incoercible parecía imponerse a sus caprichos peligrosos de
apasionado, inutilizándole las fuerzas necesarias a la ejecución
de semejante mala acción.
En ese momento, la esposa del senador lanzándole una
mirada dolorosa donde se podía leer toda la extensión de su
sufrimiento y de su desprecio en vista del ultraje recibido, se
retiró profundamente emocionada, con el cerebro hirviente
con los más descontrolados pensamientos.
Pero, antes, de que la veamos salir del gabinete, somos
obligados a retroceder algunos minutos, cuando Fulvia
solicitó al sobrino de su marido le permitiese unas palabras en
particular, poniéndolo al corriente de todo lo que pasaba.
El senador sufrió un choque terrible en el corazón,
presintiendo que la prevaricación de la mujer estaba pronta

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EMMANUEL

para confirmarse ante sus propios ojos, y, con todo esto,


vaciló aún creer en semejante villanía.
- ¿Livia, aquí? – preguntó tristemente a la esposa del
tío, dando a entender, por la inflexión de la voz, que todo no
pasaba de una criminosa calumnia.
- ¡Sí! – exclamó Fulvia, ansiosa por suministrarle la
prueba tangible de sus aserciones -, ella está en coloquio con
el gobernador, en su compartimiento privado, sin juzgar la
situación y las circunstancias en los que se verifica tal
encuentro, porque, al final, Claudia aún está en esta casa y,
ante la ley, mi hermana es la esposa legítima de Pilatos, mal
habituado con las costumbres disolutas de la Corte, de donde
fue enviado para acá en virtud de serios incidentes de esa
misma naturaleza.
Publio Léntulus abrió desmesuradamente los ojos, en
su ingenuidad, dando guarida a los más horribles
sentimientos, intoxicándose con el veneno de la más cruel
desconfianza, en vista de que todas las circunstancias
operaban en contra de su mujer, si bien juzgase él en el
asunto con los más vastos caudales de su tolerancia y
liberalidad.
Su actitud de expectativa revelaba, aún, el máximo de
incredulidad, con respecto a las acusaciones que oyera, pero,
observando la calumniadora su angustioso silencio, acudió
ansiosa, exclamando:
- Senador, acompañadme a través de estas salas y os
entregaré la llave del enigma, por cuanto verificaréis la
liviandad de vuestra esposa, con vuestros propios ojos.
- ¿Desvariáis? – Preguntó él, con terrible serenidad –
un jefe de familia de nuestra estirpe social, a menos que una
confianza muy fuerte le otorgue ese derecho, no debe conocer
las intimidades domésticas de una casa que no sea la suya.

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HACE 2000 AÑOS

Percibiendo, que el golpe había fallado, volvió Fulvia a


exclamar con la misma firmeza:
- Está bien, ya que no deseáis huir a vuestros
principios, aproximémonos a una de esas ventanas. De aquí
mismo, podréis observar la veracidad de mis palabras, con la
retirada de Livia de los apartamentos privados de este palacio.
Y casi tomando al interlocutor por las manos, pues tal
era el abatimiento moral que se posesionara de él, la mujer del
pretor se aproximó al parapeto de una ventana próxima,
seguida del senador, que le acompañaba, tambaleante.
No fueron necesarios otros argumentos que lo
convenciesen mejor.
Llegados al sitio preferido de Fulvia, como puesto de
observación, en pocos segundos vieron abrirse la puerta, del
gabinete indicado, al mismo tiempo que Livia se retiraba, con
su disfraz de galilea, dejando entrever en la fisonomía las
señales evidentes de su emoción, como si quisiese huir de la
situación que la abrumaba penosamente.
Publio Léntulus sintió el alma dilacerada para siempre.
Consideró, en un momento, que había perdido todos los
patrimonios de nobleza social y política, cubierta con las
aspiraciones más sagradas de su corazón. Frente a la actitud
de su mujer, consideraba por él como indeleble ignominia
que le infamaba el nombre para siempre, se supuso el más
desventurado de los hombres. Todos sus sueños estaban
muertos ahora, y perdidas, terriblemente, todas las esperanzas.
Para el hombre, la mujer escogida representa la base sagrada
de todas las realizaciones de su personalidad en los embates de
la vida, y él sintió que esa base le huía desequilibrándole el
cerebro y el corazón.
Pero, en ese torbellino de fantasmas de su imaginación
supere citada, que escarnecían de sus mentirosas venturas,
divisó la figura suave y dulce de los hijitos, que lo miraban

156
EMMANUEL

silenciosos y conmovidos. Uno de ellos vagaba en lo


desconocido, pero la hija le esperaba el cariño paternal y
debería ser, de ahora en adelante, la razón de su vida y la
fuerza de todas sus esperanzas.
- ¿Qué decís ahora? – exclamó Fulvia, triunfante,
arrancándolo de su doloroso silencio.
- ¡Vencisteis! – respondió secamente, con la voz
embargada de emoción.
Y, dando a la expresión fisonómica el máximo de
energía, volvió al extenso salón, a pasos pesados y tristes,
despidiéndose heroicamente de los amigos, con el pretexto de
una leve jaqueca.
- Senador, esperad un momento. El gobernador aún no
volvió de sus aposentos particulares – exclamó uno de los
patricios presentes.
- ¡Muy agradecido! – dijo Publio, gravemente. – Pero
los apreciados amigos han de disculpar la insistencia,
presentando mis despedidas y agradecimientos a nuestro
generoso anfitrión.
Y, sin más demoras, mandó a preparar la litera que lo
conduciría de regreso al hogar, por las manos fuertes de los
esclavos, para proporcionar algún reposo al corazón torturado
por emociones dolorosas e inolvidables.
Mientras el senador se retira profundamente
contrariado, acompañemos a Livia, de vuelta a la plaza, a fin
de notificar a los dos amigos el resultado infructuoso de su
tentativa.
Profundas amarguras le pungían el corazón.
Jamás pensara, en su generosidad simple y confiante,
que el procurador de Judea pudiese recibirle la súplica con
tamaña demostración de indiferencia e impiedad por su
situación de mujer.

157
HACE 2000 AÑOS

Procuró rehacerse de aquellas emociones,


aproximándose a Ana y al tío, por cuanto le competía ocultar
aquel disgusto en lo más íntimo del corazón.
Junto a los compañeros humildes, de la misma
creencia, dejó expandir su angustia, exclamando pesarosa:
¡Ana, desgraciadamente todo está perdido! ¡La
sentencia fue consumada y no hay ningún otro recurso!... ¡El
problema cariñoso de Nazaret nunca más volverá a
Cafarnaúm para llevarnos sus consolaciones suaves y
amigas!... ¡La Cruz de hoy será el premio, de este mundo, a su
bondad sin límites!...
Todos tres tenían los ojos llenos de lágrimas.
- Hágase, entonces, la voluntad del Padre que está en
los cielos – exclamó la sierva, prorrumpiendo en sollozos.
- Hijas – dijo, entonces, el anciano de Samaria, con la
mirada profunda y límpida, fija en el cielo, donde fulguraban
las irradiaciones del sol ardiente -, ¡el Mesías nunca nos ocultó
la verdad de sus sacrificios, de los martirios que lo aguardaban
en estos sitios, a fin de enseñarnos que su reino no está en este
mundo! En las sombras de mi vejez, estoy apto para reconocer
la gran realidad de sus palabras, porque honras y vanaglorias,
juventud y fortuna, así como las alegrías pasajeras del plano
terrestre, de nada valen, pues todo aquí viene a ser ilusión que
desaparece en los abismos del dolor y del tiempo… La única
realidad tangible es la de nuestra alma camino, de ese reino
maravilloso, cuya belleza y cuya luz nos fueron traídas por sus
lecciones inolvidables y cariñosas…
- Pero – obtemperó Ana, entre lágrimas, - ¡nunca más
veremos a Jesús de Nazaret, confortándonos el corazón!
- ¿Qué dices, hija? – exclamó Simón, con firmeza. -
¿No sabes, entonces, que el Maestro afianzó que su presencia
consoladora es siempre inalterable entre los que se reúnen y se
reunirán, en este mundo, en su nombre? Regresando, ahora, a

158
EMMANUEL

Samaria, levantaré una cruz a la puerta de nuestra choza y


reuniré, allí, a la comunidad de los creyentes que deseen
continuar las amorosas tradiciones del Mesías.
Y, después de una pausa en la que parecía despertar
bajo el peso de pungentes preocupaciones, acentuó:
- Pero, no tenemos tiempo que perder… Sigamos hacia
el Golgota… ¡Vamos a recibir, una vez más, las bendiciones
de Jesús!
- Sería muy grato para mi acompañarlos – contestó
Livia, impresionada -; pero, urge que vuelva a casa, donde me
esperan los cuidados con la hija. Sé que han de perdonar mi
ausencia, porque la verdad es que estoy, en pensamiento,
junto a la cruz del Maestro, meditando en sus martirios e
innominables padecimientos… Mi corazón acompañará esa
agonía indescriptible, y que el Padre de los cielos nos conceda
la fuerza necesaria para soportar valientemente el angustioso
trance.
- Id, señora, que vuestros deberes de esposa y madre
son también más que sagrados – exclamó Simón,
cariñosamente.
Y mientras el viejo y la sobrina se dirigían al Calvario,
escalando las vías públicas que demandaban la colina, Livia
regresaba al hogar, apresuradamente, buscando los caminos
más cortos a través de los callejones estrechos, para volver,
cuanto antes, no solo por la circunstancia inesperada de salir a
la calle con vestidos diferentes, compelida por los imperativos
del momento, y también porque inexplicable angustia le
fustigaba el corazón, haciéndole tener una necesidad mayor
de plegarias y meditaciones.
Llegando al hogar, su primer cuidado fue cambiarse la
túnica habitual, buscando un lugar silencioso en su
apartamento, para orar con fervor al Padre de infinita
misericordia.

159
HACE 2000 AÑOS

En algunos minutos, oyó los ruidos indicativos de la


vuelta del esposo, notó que se recogía a su gabinete particular,
cerrando la puerta estrepitosamente.
Recordó, entonces, que de su casa era posible avistar a
lo lejos los movimientos del Golgota, procurando un ángulo
de la ventana, de donde consiguiese contemplar los penosos
sacrificios del Maestro de Nazaret. Bastó que buscase hacerlo,
para divisar en la cúspide del monte la gran aglomeración del
pueblo, mientras levantaban las tres cruces famosas, de aquel
día inolvidable.
La colina era estéril, sin belleza, y a través de la
distancia podían sus ojos observar los caminos polvorientos y
el paisaje desolado y árido, bajo un sol abrazador.
Livia oraba con toda la intensidad emotiva de su
espíritu, dominada por angustiosos pensamientos.
A su visión espiritual, surgieron aún los cuadros suaves
y encantadores del mar de Galilea, conociendo que a la
memoria le volvía nuevamente aquel crepúsculo inolvidable,
cuando, entre criaturas humildes y sufridoras, aguardaba el
dulce momento de oír la confortalecedora palabra del Mesías,
por primera vez. Veía aún la tosca barca de Simón
recostándose a las flores mimosas de las márgenes, mientras la
orla blanca de la espuma lamía los cantos claros de la playa…
Jesús estaba allí, junto a la multitud de los desesperados y
desilusionados, con sus grandes ojos tiernos y profundos…
Sin embargo, aquella cruz que se levantaba, en el
monte del calvario, le traía el corazón en amargas reflexiones.
Después de orar y meditar largamente, examinó de
lejos los tres maderos, presumiendo escuchar el vocerío de la
multitud criminal, que se aglomerara junto a la cruz del
Maestro, en terribles improperios.
De repente, se sintió tocada por una onda de
consolaciones indefinibles. Le parecía que el aire sofocante de

160
EMMANUEL

Jerusalén se había poblado de vibraciones melodiosas e


intraducibles. Extasiada, observó, en la retino espiritual, que
la gran cruz del Calvario estaba rodeada de numerosas luces.
Al calor sofocante de aquel día, nubes obscuras se
habían concentrado en la atmósfera, anunciando tempestad.
En pocos minutos, toda la bóveda celeste permanecía
represada de sombras espesas. No obstante, en aquel
momento, Livia notara que se había rasgado en largo camino
entre el Cielo y la Tierra, por donde descendían al Gólgota
legiones de seres graciosos y angelicales. Concentrándose, por
millares, alrededor del madero, parecían transformar la cruz
del Maestro en fuente de claridades perennes y radiantes.
Atraída por aquel inmenso foco de luz resplandeciente,
sintió que su alma desligada del cuerpo carnal se transportaba
a la cumbre del Calvario, a fin de prestar a Jesús el último
homenaje de su devoción. ¡Sí! Veía, ahora, al Mesías de
Nazaret rodeado de sus lúcidos mensajeros y de las legiones
poderosas de sus ángeles. Jamás había supuesto verlo tan
divinizado y tan bello, con los ojos vueltos hacia el
firmamento, como en visión de gloriosas beatitudes.
Ella lo contempló, por su parte, tocada de su
maravillosa luz, ajena a todos los rumores que la rodeaban,
implorándole fortaleza, resignación, esperanza y misericordia.
En dado momento, su espíritu se sintió bañado de
indefinible consolación. Como si estuviese extasiada por la
mayor emoción de su vida, notó que el Maestro desviara
levemente la mirada, posándola en ella, en una onda de amor
intraducible y de luminosa ternura. Aquellos ojos serenos y
misericordiosos, en los tormentos extremos de la agonía,
parecían decirle: - “¡Hija, aguarda las claridades eternas de mi
reino, porque, en la Tierra, es así que todos nosotros debemos
morir!...”

161
HACE 2000 AÑOS

Deseaba responder a las exhortaciones suaves del


Mesías, pero su corazón estaba sofocado en una onda de
radiante espiritualidad. Íntimamente, afirmó, como si
estuviese hablando para sí misma: - “¡sí, es de ese modo que
debemos morir!... ¡Jesús, concédenos aliento, resignación y
esperanza para cumplir con vuestras enseñanzas, para
alcanzar, un día, vuestro reino de amor y de justicia!...”
Copiosas lágrimas le bañaban el rostro, en aquella
visión beatífica y maravillosa.
Pero en ese momento, la puerta se abrió con estrépito y
la voz lúgubre y desesperada del marido vibró en el aire
sofocante, despertándola bruscamente, arrancándola de sus
visiones consoladoras.
¡Liva! – gritó él, como si estuviese tomado por
conmociones decisivas y desesperadas.
Publio Léntulus, regresando al hogar, se encaminó
inmediatamente al gabinete, quedándose por mucho tiempo,
sumergido en atroces pensamientos. Después de sentir el
cerebro agobiado por las más antagónicas resoluciones, se
recordó que debería suplicar la piedad de los dioses para sus
penosos trances. Se dirigió al altar doméstico donde
reposaban los símbolos inanimados de sus divinidades
familiares, pero, mientras Livia alcanzara el preciosos
consuelo, aceptando en el corazón las enseñanzas de Jesús en
el perdón, la humildad y la práctica del bien, en balde el
senador procuró esclarecimiento y consuelo, elevando sus
oraciones a los pies de la estatua de Júpiter, impasible y
orgulloso. En balde suplicó la inspiración de sus divinidades
domésticas, porque esos dioses eran la tradición corporificada
del imperialismo de su raza, tradición que se constituía de
vanidad y de orgullo, de egoísmo y de ambición.

162
EMMANUEL

Fue así que, intoxicado por los celos, buscó a la esposa,


sin más demoras, a fin de escupirle en el rostro todo el
desprecio de su amarga desesperación.
Al llamarla, bruscamente, observó que sus ojos
entornados estaban llenos de lágrimas, como contemplando
alguna visión espiritual inaccesible a su observación. Jamás
Livia le pareciera tan espiritualizada y tan bella, como en
aquel instante; pero el demonio de la calumnia le hizo sentir,
inmediatamente, que aquel llanto nada representaba sino la
señal del remordimiento y compunción ante la falta
cometida, consciente, como debería hallarse la esposa, de su
presencia en el palacio gubernamental, desprendiéndose de
ahí que ella debería esperar la posibilidad de su severa
punición.
Arrancada de su éxtasis por la voz vibrante del marido,
la pobre señora observó que su visión se desvaneciera
enteramente, y que el cielo de Jerusalén fuera invadido por
intensa obscuridad, oyéndose los estruendos formidables de
truenos lejanos, mientras terribles relámpagos trazaban la
atmósfera en todas las direcciones.
- Livia – exclamó el senador, con la voz fuerte y
pausada, dando a entender el esfuerzo que desprendía para
dominar el complejo de sus emociones -, las lágrimas de
arrepentimiento son inútiles en este momento doloroso de
nuestros destinos, porque todos los lazos de afectividad
común, que nos unían, están rotos ahora para siempre…
- ¿Pero qué es eso? – pudo ella decir, revelando el pavor
que tales palabras le producían.
- Ni una palabra más – replicó el senador, pálido de
cólera, dentro de una serenidad y feroz e implacable -,
observé, con mis propios ojos, su nefasto delito ay ahora
conozco la finalidad de sus disfraces humildes de galilea...
Habrá de oírme, señora, hasta el fin, eximiéndose de

163
HACE 2000 AÑOS

cualquier justificativa, porque una traición como la suya sólo


podrá encontrar justo castigo en el silencio profundo de la
muerte.
Pero, no quiero matarla. Mi formación moral no se
compadece con el crimen. No porque haya piedad en mi
alma, en vista del posible arrepentimiento de su corazón, en el
tiempo oportuno, sino porque tengo aún una hija sobre cuya
frente recaería mi gesto de crueldad contra su felonía, que
basta para volvernos infelices por toda la vida.
Hombre honesto y dispuesto a enfrentarme a cualquier
ultraje, tengo mucho amor a mi nombre y a las tradiciones
de mi familia, para no volverme un padre desnaturalizado y
criminal.
Podría abandonarla para siempre, en consideración de
su acto de extrema deslealtad, pero los siervos de esta casa se
alimentan igualmente en mi mesa, y, sin reconocer los otros
títulos que me ligaban a la señora, en la intimidad doméstica,
veo aún en su persona a la madre de mis hijos desventurados.
Es por eso que, de ahora en adelante, desprecio, en vista de las
pruebas palpables de su deshonestidad, en este día nefasto de
mi destino, todas las expresiones morales de su personalidad
indigna, para conservar en esta casa, tan solo, su expresión de
maternidad, que me habitué a respetar en los irracionales más
humildes.
Los ojos suplicantes de la calumniada dejaban entrever
los indecibles martirios que le dilaceraban el corazón cariñoso
y sensibilizado.
Arrodillárase a los pies del esposo, con humildad,
mientras las lágrimas dolorosas le rodaban por la faz pálida.
En ese instante, se recordaba, Livia, de Jesús, en sus
intraducibles padecimientos. Sí… ella recordaba sus palabras
y estaba dispuesta para el sacrificio. En medio de sus dolores,
parecía sentir aún el sabor de aquel pan de vida, bendecido

164
EMMANUEL

por sus divinas manos, y se sentía lavada de todas las


preocupaciones mundanas. La idea del reino de los cielos,
donde todos los afligidos son consolados, le anestesiaba el
corazón adolorido, en sus primeras reflexiones con respecto a
la calumnia de la que era víctima su espíritu fustigado por las
pruebas aspérrimas.
No obstante esa actitud de serena humildad, el senador
continuó en el auge de la angustia moral:
- Le di todo lo que poseía de más puro y más sagrado
en este mundo, en la esperanza de que correspondiese a mis
ideales más sublimes; entretanto, relegando todos los deberes
que le competían, no vaciló en derramar sobre nosotros un
puñado de lodo… Prefirió, a la convivencia de mi corazón,
las costumbres disolutas de esta época de criaturas
irresponsables, en el capítulo de la familia, resbalando hacia el
desfiladero que conduce a la mujer a los abismos del crimen y
de la impiedad.
Pero, ¡oiga bien mis palabras que señalan los más
terribles disgustos de mi corazón!
Nunca más se apartará de las labores domésticas, de las
obligaciones diarias de mi casa. Un acto más, con que
provoque las últimas reservas de mi tolerancia, no deberá
esperar otra providencia que no sea la muerte.
No me solicite las manos honestas para un acto de tal
naturaleza. Si las tradiciones familiares desaparecieron en lo
íntimo de su espíritu, continúan ellas cada vez más vivas en
mi alma, que las desea cultivar, incesantemente, en el
santuario de mis recordaciones más queridas. Viva con su
pensamiento en la ignominia, pero absténgase de zumbar
públicamente de mis sentimientos más sagrados, porque la
paciencia y la libertad también tienen sus límites.
¡Sabré resurgir de esta caída en la que sus liviandades
me lanzaron!...

165
HACE 2000 AÑOS

De ahora en adelante, la señora será en esta casa apenas


una sierva, considerando la función maternal que hoy la
exime de la muerte; pero, no intervenga en la solución de
ningún problema educativo de mi hija. Sabré conducirla sin
su concurso y buscaré al hijito perdido tal vez por su
inconsciencia criminal, hasta el fin de mis días. Concentraré
en los hijos la parcela inmensa de amor que le reservara,
dentro de la generosidad de mi confianza, porque de ahora en
adelante, no me debe buscar con la intimidad de la esposa,
que no supo ser, por su injustificable deslealtad, sino con el
respeto que una esclava debe a sus señores!...
Mientras se verificaba una ligera pausa en las palabras
acerbas y amargas del senador, Livia le dirigió una mirada de
angustia suprema.
Deseaba hablarle como antes, entregándole el corazón
sensible y cariñoso; Pero, conociéndole el temperamento
impulsivo, adivinó la inutilidad de cualquier tentativa para
justificarse.
Pasadas las primeras reflexiones y oyendo, con dolor y
amargura, aquella terrible insinuación acerca de la
desaparición del hijito, dejó vagar en el corazón numerosas
vacilaciones injustificables. Ante aquellas calumnias que la
hacían tan desdichada, llegaba a pensar si las buenas acciones
no serían vistas por aquel Padre de infinita bondad, que ella
creía velando, desde los cielos, por todos los sufridores, de
conformidad con las promesas sublimes del Mesías Nazareno.
¿No guardara ella una conducta noble y ejemplar, como
madre dedicada y esposa cariñosa? ¿Todo su corazón no
estaba puesto en tributos de esperanza y de fe en aquel reino
de soberana justicia, que se localizaba fuera de la vida
material? Aparte de eso, su ida precipitada a Pilatos, sin la
audiencia previa del marido, había sido tan solo con el
elevado propósito de salvar a Jesús de Nazaret de la muerte

166
EMMANUEL

infamante. ¿Dónde estaba el socorro sobrenatural que no


llegaba para esclarecer la penosa situación de ella tal
injusticia?
Lágrimas angustiosas le nublaron los ojos cansados y
abatidos.
Pero, antes que el marido siguiese con las acusaciones,
se vio de nuevo frente a la cruz, en pensamiento.
Una brisa suave parecía amenizar las úlceras que el
libelo del esposo le abriera en el corazón. Una voz, que le
hablaba a los rincones más íntimos de la conciencia, le
recordó al espíritu sensible que el Maestro de Nazaret
también era inocente y expirara en aquel día, en la cruz, bajo
los insultos de verdugos impiadosos. Y él era justo, bueno y
compasivo. De aquellos a quien más había amado, recibiera la
traición y el abandono en la hora extrema del testimonio y, de
cuantos había servido con su caridad y amor, había recibido
las espinas envenenadas de la más acerba ingratitud. Ante la
visión de sus martirios infinitos, Livia consolidó su fe y rogó
al Padre Celestial que le concediese la intrepidez necesaria
para vencer las pruebas aspérrimas de la vida.
Sus meditaciones angustiosas habían durado un
momento. Un minuto apenas, después del cual, continuó
Publio Léntulus con la voz desesperada:
- ¡Aguardaré dos días más, en las investigaciones de mi
hijito desventurado! Transcurridos estas pocas horas volveré a
Cafarnaúm para afrontar el paso del tiempo… Quedaré en
este escenario maldito, mientras fuere necesario y, en cuanto a
la señora recójase de ahora en adelante en su propia
indignidad, porque, con el mismo ímpetu generoso con que
le regalo la existencia en este momento, no vacilaré en
infligirle la última punición en el momento oportuno...
Y, abriendo la puerta de salida, que estremeciera como
el estruendo del trueno, exclamó con terrible acento:

167
HACE 2000 AÑOS

- Livia, este momento doloroso señala la perpetua


separación de nuestros destinos. No ose transponer la frontera
que nos aísla a uno del otro, para siempre, en el mismo hogar
y dentro de la misma vida, porque un gesto de esos puede
significar su inapelable sentencia de muerte.
Detrás de él, se cerrara la puerta con estrépito, irritado
por los rumores de la tempestad.
Jerusalén estaba bajo un verdadero ciclón d
destrucción, que iba a dejar, después de su paso, señales de
ruina, desolación y muerte.
Quedando sola, Livia lloró amargamente.
Mientras la atmósfera se lavaba con la lluvia torrencial
que descendía a cántaros en el fragor de las tormentas,
también su alma se despojaba de las ilusiones amargas y
purificadoras.
Sí… estaba sola y profundamente desventurada.
De ahora en adelante, no podría contar con el amparo
del marido, ni con el afecto suave de la hijita, pero un ángel
de serenidad velaba en su cabecera, con la dulzura de los
centinelas que nunca se apartan de su puesto de amor, de
redención y de piedad. Y fue su espíritu luminoso que,
haciendo gotear el bálsamo de la esperanza en el cáliz de su
corazón angustiado, le dio a sentir que aún poseía mucho: - el
tesoro de la fe, que la unía a Jesús, al Mesías de la renuncia y
de la salvación, esperándole en su reino de luz y de
misericordia.

168
EMMANUEL

X EL APÓSTOL DE SAMARIA
Al siguiente día, Publio Léntulus incentivó las
investigaciones sobre el hijito, entre cuantos peregrinaban en
las fiestas de la Pascua, en Jerusalén, instituyendo el premio
de un Gran Sestercio 1, o sea, dos mil quinientos ases, para
quien presentase a sus siervos el niño desaparecido.
No debemos olvidar que la criada Sémele, así como sus
compañeras de servicio fueron sometidas al más riguroso
interrogatorio, en ocasión del castigo a los siervos
imprevisores, encargados de la vigilancia nocturna en casa del
senador.
Publio no admitía castigos físicos a las mujeres, pero,
en el caso misterioso de la desaparición del hijito, sometió a
las criadas a un interrogatorio francamente impiadoso.
Inútil declarar que Sémele protestara la más absoluta
inocencia, sin demostrar nada que pudiese comprometer su
conducta.
Entretanto, las tres siervas que más directamente
cuidaban del pequeño, entre las cuales estaba ella incluida,
fueron obligadas a colaborar con los esclavos en la búsqueda
de Marcus, por las plazas y caminos de Jerusalén, aunque
tuviesen sus horas diarias consagradas al descanso. Esas horas,
las aprovechaba Sémele para visitar o ver de nuevo
relacionados y amigos, pasando la mayor parte del tiempo en
el sitio donde André cultivaba sus olivares y viñedos
frondosos, a poca distancia de la vía hacia los centros
principales.

1
Mil sestercios.

169
HACE 2000 AÑOS

En ese día, vamos a encontrarla allí en animada


conversación con el raptor y su mujer, mientras el niño
dormía en el canto de un compartimento.
- ¿Con qué entonces, el senador instituyó el premio de
un Gran Sestercio a quien le devuelva al niño? – preguntó
André de Gioras, admirado.
- Es verdad – exclamó Sémele, pensativa. Y, en
realidad, se trata de una gran suma de dinero romano, que
nadie ganaría fácilmente en este mundo.
- Si no fuese mi justo y ardiente deseo de venganza –
replicó el raptor con su maliciosa sonrisa -, era la ocasión de ir
a obtener esa respetable cantidad. ¡Pero, estemos tranquilos
que no necesitamos de semejante dinero! nada necesitamos de
esos malditos patricios!
Sémele lo escuchaba indiferente y casi completamente
ajena a la conversación, entre tanto, el interlocutor no perdía
de vista las características fisonómicas de su cómplice, como si
intentase descubrir, en su modo simple y humilde, algún
pensamiento reservado.
Fue así que, con la intención de sondearle la actitud
psicológica, dijo en tono aparentemente calmado y
despreocupado, como inquiriendo sus propósitos más
secretos:
- Sémele, ¿cuáles son las últimas noticias de Benjamín?
- Vaya, Benjamín – respondió ella aludiendo al novio –
aún no se resolvió a marcar en definitiva la fecha de
casamiento, atento a nuestras innumerables dificultades.
Como no ignora, todo mi deseo en el trabajo se resume
a la consecución de nuestro ideal de adquirir aquella casita de
Betania, ya conocida por usted, y tan pronto logremos
conseguir nuestro deseo estaremos unidos para siempre.
- Vaya, vaya – dijo André, con la actitud psicológica de
quien encontrara la llave de un enigma -, con el tiempo

170
EMMANUEL

habrán de conseguir todo lo necesario para la ventura de los


dos. De mi parte, puede quedar descansada, porque haré lo
posible por auxiliarla paternalmente.
- ¡Muy agradecida! – Exclamó la joven, con
reconocimiento, - Ahora permítame que vuelva al trabajo,
porque las horas están avanzadas.
- ¡Todavía no – habló André resueltamente -, espere un
momento. Quiero darle a probar nuestro vino viejo, abierto
hoy solamente para conmemorar la circunstancia feliz de
encontrarnos con vida, después del tremendo temporal de
ayer!
Y, corriendo al interior, penetró en la bodega, donde
tomó de una vasija de vino espumante y claro, hinchiéndolo,
con abundancia, en una taza antigua. En seguida, fue a un
cuarto contiguo, de donde trajo un tubo pequeñito, dejando
caer, en la taza, algunas gotas del contenido, monologando
bajito:
- ¡Ay! Sémele, bien podrías vivir sino hubiese surgido
ese maldito premio, que te condena a la muerte!...
Benjamín… el casamiento es una situación de amargura
pobreza. – Una suma de mil sestercios constituye una
tentación que no podría resistir el espíritu más bien
intencionado y más puro… Mientras fueron los
interrogatorios y otros castigos, estaba seguro, pero ahora es el
dinero y el dinero acostumbra condenar a las criaturas
humanas a la muerte!...
Y, mezclando el tóxico violento en el vino que
espumaba, continuó, refunfuñando:
- De aquí a seis horas mi pobre amiga estará
penetrando el reino de las sombras… ¿Qué hacer? ¡Nada me
resta sino desearle buen viaje! ¡Y nunca más sabrá nadie, en
este mundo, que en mi casa existe un esclavo con la sangre
noble de los aristócratas del Imperio Romano!...

171
HACE 2000 AÑOS

En dos minutos la desventurada sierva del senador


ingería satisfecha el contenido de la taza, agradeciendo la
siniestra gentileza con palabras conmovedoras.
Desde la puerta de su vivienda empedrada, observó
André los últimos pasos de su cómplice, transponiendo las
curvas del camino.
Nadie más pelearía el Gran Sestercio ofrecido por la
desesperación de Léntulus, porque, precisamente a la
nochecita, casi a las diecinueve horas, Sémele sintió una
sensación de súbito malestar, recogiéndose al lecho
inmediatamente.
Abundantes sudores fríos le levantaron el rostro
demacrado, donde se notaba el palor característico de la
muerte.
Ana, que ya había regresado, compungida, a los
quehaceres domésticos, fue llamada apresuradamente, a fin de
suministrarle el socorro necesario, sin embargo, la encontró,
en el auge de la aflicción que señala a los moribundos prestos
a liberarse de la cárcel de materia.
- Ana… - exclamó la agonizante, en voz baja -, yo
muero… pero tengo la… conciencia… pesada…
intranquila…
- ¿Sémele, qué es eso? – replicó la otra, profundamente
conmovida. ¡Confiemos en Dios, nuestro Padre Celestial, y
confiemos en Jesús, que aún ayer nos contemplaba desde la
cruz de sus sufrimientos, con una mirada de infinita piedad!
- Siento… que es… tarde… - murmuró la agonizante,
en las ansias de la muerte -, yo… sólo… quería… un
perdón…
Sin embargo, la voz entrecortada y ronca no pudo
continuar. Un sollozo más fuerte ahogara las últimas palabras,
mientras el rostro se cubría de tonos violáceos, como si el

172
EMMANUEL

corazón se hubiese parado instantáneamente, quebrado por


incontrastable fuerza.
Ana comprendió que era el fin y suplicó a Jesús que
recibiese en su reino misericordioso el alma de la compañera,
perdonándole las faltas graves que, seguramente, habían dado
motivo a las palabras angustiosas de los últimos momentos.
Llamado un médico para examinar el cadáver, verificó,
con el empirismo de su ciencia, que Sémele había expirado
por deficiencia del sistema cardíaco y, lejos de descubrirse la
verdadera causa de aquel hecho inesperado, el secreto de
André de Gioras se envolvía en las sombras espesas del
túmulo.
Ana y Livia tuvieron la ocasión de intercambiar
impresiones sobre el doloroso acontecimiento, pero ambas, a
pesar de la profunda impresión que les causaban las últimas
palabras de la muerta, encaraban su paso para la otra vida,
como una de esas fatalidades irremediables.
Publio Léntulus, después de ese hecho, apresuró el
regreso a la vivienda de Cafarnaúm, que adquiriera al antiguo
dueño, en carácter definitivo, previniendo la posibilidad de
larga permanencia en tales lugares. El regreso fue triste,
jornada trabajosa y sin esperanzas.
Los numerosos siervos no llegaron a percibir la
profunda divergencia existente ahora entre él y la esposa, y
fue así que, verdaderamente separados por el corazón,
continuaron en el hogar la misma tradición de respeto ante
los subordinados.
Después de algunos días, de su segunda instalación en
la ciudad próspera y alegre donde Jesús tantas veces hiciera
sonar dulces y divinas palabras, el senador preparó un copioso
expediente para el amigo Flaminio, así como para otros
elementos del senado, enviando a Comenio a Roma, como
portador de su entera confianza.

173
HACE 2000 AÑOS

Odiando a Palestina, que tantas y tan amargas pruebas


le reservara, pero preso a ella por la desaparición misteriosa
del pequeño Marcus, el senador solicitaba a Flaminio su
intervención particular para que su tío Salvio regresase a la
sede de sus servicios en la Capital del Imperio, intentando
librarse de la presencia de Fulvia en aquellos lugares, por
cuanto le decía el corazón, en la intimidad del pensamiento,
que aquella mujer tenía una influencia nefasta en su destino y
en el de su familia. Al mismo tiempo, saturado de terrible
aversión por la personalidad de Poncio Pilatos, ponía al
amigo distante a la par de numerosos escándalos
administrativos que él, después del incidente de la Pascua,
resolviera corregir con el máximo de severidad. Prometía,
entonces, a Flaminio Severus, conocer más de cerca las
necesidades de la provincia, a fin de que las autoridades
romanas estuviesen conscientes de las graves ocurrencias en la
administración, de modo que, en el tiempo oportuno, fuese el
gobernador removido para otro sector del imperio, y
prometiendo relacionar, sin demora, todas las injusticias de la
actuación de Pilatos en la vida pública, en vista de las
reclamaciones reiteradas y consecutivas que le llegaban a los
oídos, de todos los rincones de la provincia.
En esas cartas particulares pedía aun, al amigo, las
providencias necesarias, a fin de que le fuese enviado un
profesor para la hijita, pero, absteniéndose, de referirse a los
dolorosos dramas de la vida privada, con excepción del caso
del hijito, citado por él en estos documentos como causa
única de su demora indefinida, en tales lugares.
Comenio partió de Jope, con la máxima preocupación,
obedeciendo rigurosamente a sus órdenes y llegando a Roma
en algún tiempo, donde haría llegar aquellas noticias a las
manos de sus legítimos destinatarios.
En Cafarnaúm, la vida corría triste y silenciosa.

174
EMMANUEL

Publio se apegara a su voluminoso archivo, a sus


procesos, a sus estudios y a sus meditaciones, preparando los
planes educativos de la hija u organizando proyectos
concernientes a sus actividades futuras, haciendo lo posible
para reargüirse del abatimiento moral en que se sumergiera
con los dolorosos sucesos de Jerusalén.
En cuanto a Livia, esta, conociendo la inflexibilidad del
carácter orgulloso del marido, y sabiendo que todas las
circunstancias aparentaban su culpa, encontrara en el alma
dedicada de la sierva una confidente extremada en el afecto,
viviendo casi permanentemente sumergida en oraciones
sucesivas y fervorosas. Los sufrimientos experimentados se le
hicieron patentes en el rostro, revelando profundos vestigios
en los surcos de la faz demacrada. Sin embargo, los ojos,
demostrando el temperamento y el vigor de la fe, le clareaban,
las expresiones fisonómicas de brillo singular, a pesar de su
visible abatimiento.
En Cafarnaúm, los seguidores del Maestro de Nazaret
organizaron inmediatamente una gran comunidad de
creyentes del Mesías, convirtiéndose muchos en apóstoles
abnegados de su doctrina de renuncia, de sacrificio y de
redención. Algunos predicaban, como Él, en la plaza pública,
mientras otros curaban a los enfermos en su nombre.
Criaturas rústicas habían sido tomadas, extrañamente, del
más alto soplo de inteligencia e inspiración celeste, porque
enseñaban con la mayor claridad las tradiciones de Jesús,
organizándose con la palabra de esos apóstoles los pródromos
del Evangelio escrito, que quedaría, más tarde, en el mundo,
como el mensaje del Salvador de la Tierra a todas las razas,
pueblos y naciones del planeta, cual luminoso derrotero de las
almas para el Cielo.
Todos cuantos se convertían a la idea nueva,
confesaban en la plaza pública los errores de su vida, en señal

175
HACE 2000 AÑOS

de la humildad que les era exigida, puertas adentro de la


comunidad cristiana. Y para que el dulce profeta de Nazaret
jamás fuese olvidado en sus martirios redentores en el
Calvario, el pueblo simple y humilde, de entonces, organizó
el culto de la cruz, creyendo que fuese ese el mejor homenaje
a la memoria de Jesús de Nazaret.
Livia y Ana, en su profundo amor al Mesías, no
escaparon a esa adhesión natural a las tradiciones populares.
La cruz era objeto de toda su veneración y absoluto respeto,
no obstante, representar, en aquel tiempo, el instrumento de
punición para todos los criminales y malvados.
Ana continuó frecuentando las márgenes del lago,
donde algunos apóstoles del Señor proseguían cultivando sus
lecciones divinas, junto a los sufridores y desheredados de la
suerte. Y era común ver a esos antiguos compañeros y oyentes
del Mesías, como pastores humildes, atravesando caminos
agrestes, en el más absoluto ascetismo, a fin de llevar, a todos
los hombres, las palabras consoladoras de la Buena Nueva.
Prototipos impresionantes de hombres simples y abnegados
recorrían los más largos y escabrosos caminos, con las
vestiduras rotas y calzando alpargatas rústicas, pero,
predicando con perfección y sentimiento, las verdades de
Jesús, como si sus frentes humildes estuviesen tocadas de la
gracia divina. Para muchos de ellos, el mundo no pasaba de
Judea o de Siria; pero la realidad es que sus palabras valientes
y serenas iban a permanecer en el mundo para todos los
siglos.
Más de un mes había pasado sobre la Pascua del 33,
cuando el senador, en una tarde hermosa y caliente de
Galilea, se aproximó a la esposa para hablarle de sus nuevos
propósitos.
- Livia – comenzó él, reservado -, vengo a comunicarle
que pretendo viajar algún tiempo, apartándome de esta casa

176
EMMANUEL

tal vez por dos meses, en cumplimiento de mis deberes de


emisario del Emperador, en condiciones especiales en esta
provincia.
Como este viaje se verificará a través de numerosos
puntos, por cuanto intento para un poco en todas las
ciudades del itinerario, hasta Jerusalén, no me es posible
llevarla en mi compañía, dejándola, en este caso, como
guardiana de mi hija.
Como sabe, nada más existe entre nosotros que le
otorgue el derecho de conocer mis preocupaciones más
íntimas; sin embargo, reservada en esta casa, apenas por su
tarea maternal, le confió durante mi ausencia la guarda de
Flavia, hasta que llegué de Roma el viejo profesor que pedí a
Flaminio.
Deseo firmemente que crea en la confianza que
deposito en su propósito de regeneración, como madre de
familia, y que procure restablecer su idoneidad que, otrora,
no le negaría en tales circunstancias, y espero, así, que se
abstenga de cualquier acto indigno, que venga a perder a mi
pobre hija para siempre.
- ¡Publio!... – pudo aún exclamar la esposa del senador,
aflictivamente, intentando aprovechar aquel fugaz minuto de
serenidad del marido, a fin de defenderse de las calumnias
que le eran achacadas por las más complicadas circunstancias;
pero, apartándose repentinamente, cerrado en su severidad
orgullosa, el senador no le dio tiempo de continuar,
integrándola, cada vez más, en el conocimiento de su amarga
situación dentro del hogar.
Pasada una semana, partía él para su venturoso viaje.
Lo animaba, por encima de todo, el deseo de aliviar el
corazón de tantos pesares, la tentativa de la búsqueda del
hijito desaparecido y el objetivo de catalogar los errores e

177
HACE 2000 AÑOS

injusticias de la administración de Pilatos, para retirarlo de los


poderes públicos en Palestina, en el tiempo oportuno.
Pero, en su resolución, había un error grave, cuyas
consecuencias dolorosas no consiguiera o no pudiera prever
en su íntimo atribulado. La circunstancia de dejar a la esposa
y a la hija expuestas a los peligros de una región, donde eran
consideradas como intrusas, debía ser examinada más
detenidamente por su visión de hombre práctico. Además de
eso, él no podía contar, en esa ausencia, con la dedicación
vigilante de Comenio, en viaje con destino a Roma, donde lo
conducían las determinaciones del patrón y leal amigo.
Todas esas preocupaciones andaban en el espíritu de
Livia, dotada, como mujer, del sentimiento más puro y más
justo, en el plano de las conjeturas y previsiones.
Fue así, con el alma afligida, que vio partir al marido,
no obstante, hubiese él recomendado a numerosos siervos el
máximo de vigilancia en los trabajos de la casa, junto a sus
familiares.
Festividades solemnes fueron determinadas por
Herodes, en el Tiberíades, avisado previamente por el
senador, con respecto a su visita personal a aquella ciudad,
que representaba la primera etapa de su larga excursión.
Todas las localidades de mayor relevancia constaban como
puntos de parada de la caravana, recibiendo Publio, en todas
ellas, los más expresivos homenajes de las administraciones y
contingentes de escolta e innumerables siervos, que le
auxiliaban los servicios, en aquella lenta excursión a través de
las unidades políticas de menor importancia en Palestina.
Entretanto, debemos consignar, que Sulpicio
Tarquinius se encontraba justamente en misión junto a
Antipas, en el momento de la festiva llegada de Publio
Léntulus a la gran ciudad de Galilea. Sin embargo, procuró
no hacerse notar por el senador, regresando el mismo día a

178
EMMANUEL

Jerusalén, donde vamos a encontrarlo en conferencia íntima


con el gobernador, en estos términos:
- ¿Sabéis que el senador Léntulus – decía Sulpicio, con
el placer de quien da una noticia deseada e interesante.- se
dispone a efectuar largo viaje por toda la provincia?
- ¿Qué? – dijo Pilatos enormemente sorprendido.
- Pues es verdad. Lo dejé en Tiberíades, de donde se
dirigirá hacia Sebaste en pocos días, creyendo incluso, según
el programa del viaje, que pude conocer gracias al concurso
de un amigo, que no volverá a Cafarnaúm en estos cuarenta
días.
- ¿Qué intención tendrá el senador con un viaje tan
incómodo y sin atractivo? - ¿Alguna determinación secreta de
la sede del Imperio? – inquirió Pilatos, receloso de alguna
punición a sus actos injustos en la administración política de
la provincia.
Pero, después de algunos segundos de meditación,
como si el hombre privado sobrepujase las cavitaciones del
hombre público, preguntó al lictor, con interés:
- ¿Y la esposa? ¿No lo acompaño? ¿Tendría el senador
el coraje de dejarla sola, entregada a las sorpresas de este país,
donde se anidan tantos malhechores?
- Reconociendo que tendríais interés en tales informes
– tomó Sulpicio, con fingida dedicación y satisfecha malicia -,
busqué enterarme del asunto con un amigo que sigue al
viajero, como elemento de su guardia personal, viniendo a
saber que la señora Livia quedó en Cafarnaúm, en compañía
de la hija, y allí aguardará el regreso del esposo.
- Sulpicio – exclamó Pilatos, pensativo -, supongo que
no ignoras mi simpatía por la adorable criatura a la que nos
referimos…

179
HACE 2000 AÑOS

- Bien lo sé, incluso porque, fui yo mismo, como


debéis recordar, quien la introdujo en vuestro gabinete
particular, no hace mucho tiempo.
- ¡Es verdad!
- ¿Por qué no aprovecháis esta ocasión para una visita
personal a Cafarnaúm? – preguntó el lictor, con segundas
intenciones, pero sin abordar directamente el melindroso
asunto.
- ¡Por Júpiter! – contestó Pilatos, satisfecho. – Tengo
una invitación de Cusa y otros funcionarios graduados de
Antipas, en aquella ciudad, que me autoriza a pensar en eso.
Pero, ¿a qué viene tu sugestión en ese sentido?
- Señor – exclamó Sulpicio Tarquinius, con hipócrita
modestia -, antes de todo, se trata de vuestra alegría personal
con la realización de ese proyecto y, después, tengo
igualmente gran simpatía por una joven sierva de la casa, de
nombre Ana, cuya belleza admirable y simple es de las más
seductoras que he visto en las mujeres nacidas en Samaria.
- ¿Qué es esto? Nunca te observé apasionado. Creo que
ya pasaste la época de los arrebatos de la juventud. En todo
caso, eso quiere decir que no me encuentro solito en la
satisfacción que me trae la idea de ese viaje imprevisto –
replicó Pilatos, con visible buen humor.
Y, como si en aquel mismo instante hubiese elaborado
todos los detalles de su plan, exclamó al lictor, que lo oía
entre satisfecho y envanecido:
- Sulpício, te quedarás aquí en Jerusalén apenas el
tiempo necesario para tu descanso ligero e inmediato,
regresando pasado mañana, para Galilea, donde irás
directamente a Cafarnaúm avisando a Cusa de mis propósitos
de visitar la ciudad y, hecho eso, irás hasta la residencia del
senador Léntulus, donde informarás a su esposa de mi
decisión, en tono discreto, informándole del día previsto para

180
EMMANUEL

mi partida y llegada hasta allá. Espero que, con la actitud


desconsiderada del marido, dejándola tan sola en tales
regiones, venga ella personalmente a Cafarnaúm a encontrarse
conmigo, para distraerse de la compañía de los galileos
groseros e ignorantes, y recordar, por algunas horas, sus días
felices de la Corte, junto a mi conversación y mi amistad.
- Muy bien – contestó el lictor, sin caber en sí de
contento – Vuestras órdenes serán rigurosamente cumplidas.
Sulpicio Tarquinius salió alegre y reconfortado en sus
sentimientos inferiores, gozando por anticipado el instante en
el que se aproximaría nuevamente a la joven samaritana, que
despertara la codicia de sus sentidos materiales, codicia que
no había tenido tiempo de manifestar durante su
permanencia al servicio personal del Publio Léntulus.
Cumpliendo las determinaciones recibidas, vamos a
encontrarlo pasados cuatro días en Cafarnaúm, donde los
avisos del gobernador fueron recibidos con gran
contentamiento por parte de las autoridades políticas.
Pero, lo mismo no aconteció en la residencia de
Publio, donde su presencia fue recibida con reservas por los
empleados y esclavos de la casa. A su llamado, se le presentó
Máximus, substituto de Comenio en la jefatura de los
servicios usuales, pero que estaba lejos de poseer su energía y
experiencia.
Atendido, solícitamente, por el antiguo siervo, que era
su conocido personal, le pidió el lictor la presencia de Ana, de
quien decía necesitar de una entrevista personal para la
solución de determinado asunto.
El viejo criado de Léntulus no vaciló en llamarla a la
presencia de Sulpicio, que la envolvió en miradas ávidas y
ardientes.
La criada le preguntó, entre intrigada y respetuosa, la
razón de la visita inesperada, a lo que Tarquinius esclareció

181
HACE 2000 AÑOS

que se trataba de la necesidad de entrevistarse, por un


momento, con Livia, en particular, intentando al mismo
tiempo colocar a la pobre moza al corriente de sus
pretensiones inconfesables, dirigiéndole las propuestas más
indignas e insolente.
Después de algunos minutos, en los que se hacía oír en
sus expresiones insultantes, con la voz sofocada, que Ana
escuchaba extremadamente pálida, con el máximo de cuidado
y paciencia para evitar cualquier nota escandalosa por su
causa, respondió la digna sierva con la voz austera y valerosa:
- Señor lictor, llamaré a mi señora para atenderos,
dentro de pocos instantes. En cuanto a mí, debo afirmaros
que estáis engañado, porque no soy la persona que suponéis.
Y, encaminándose resueltamente para el interior de la
casa, informó a la señora del persistente propósito de Sulpicio
en hablarle personalmente, sorprendiéndose Livia no solo con
el acontecimiento inesperado, sino también con la expresión
fisionómica de la sierva, presa de la más extrema palidez,
después del choque sufrido. Ana trató de no enterarla de
pronto de lo sucedido, mientras murmuraba:
- Señora, el lictor Sulpicio parece estar con prisa.
Presumo que no tenéis tiempo que perder.
Entretanto, sin dejarse dominar por las circunstancias,
Livia buscó atender al mensajero con el máximo de su
habitual atención.
Ante su presencia, se inclinó el lictor con profunda
reverencia, dirigiéndosele respetuoso, en cumplimiento de los
deberes que lo traían:
- Señora, vengo de parte del señor Procurador de
Judea, que tiene la honra de comunicaros su llegada a
Cafarnaúm en los primeros días de la próxima semana…
Los ojos de Livia brillaron de justificada indignación,
mientras innumerables conjeturas le asaltaron el espíritu;

182
EMMANUEL

pero, movilizando sus energías, tuvo el coraje necesario para


responder a la altura de las circunstancias.
- Señor lictor, agradezco la gentileza de vuestras
palabras, pero, me corresponde esclarecer que mi esposo se
encuentra de viaje, en este momento, y nuestra casa a nadie
recibe en su ausencia.
Y, con una leve señal, le hizo sentir que era tiempo de
retirarse, lo que Sulpicio comprendió, íntimamente
encolerizado, despidiéndose con reverencias respetuosas.
Sorprendido con aquella actitud, porque a los ojos del
lictor la prevaricación de Livia representaba un hecho
incontestable, se retiró sumamente desilusionado, pero no sin
antes conjeturar los acontecimientos en su depravada malicia.
Fue así que, encontrándose con uno de los soldados de
guardia en la residencia, su conocido y amigo personal, le
observó con fingido interés:
- Octavio, antes de una semana tal vez esté aquí de
vuelta y desearía encontrar de nuevo, en esta casa, la joya rara
de mi felicidad y de mis esperanzas…
- ¿Qué joya es ésa? – preguntó, curioso, el interpelado.
- Ana…
- Está bien. El trabajo que me pides es fácil.
- Pero, óyeme bien – exclamó el lictor, presintiendo,
ya, que la presa haría cualquier cosa por huirle de las manos.
– Ana acostumbra ausentarse frecuentemente y, en caso que
eso se verifique, espero que tu amistad no me falte con los
informes necesarios, en el instante oportuno…
- Puede contar con mi dedicación.
Acabando de oír el pormenor más importante de ese
diálogo, volvamos al interior, donde Livia, con el alma
oprimida, confía a la sierva amiga y consagrada las conjeturas
dolorosas que le pesaban en el corazón. Después de
exteriorizarle sus justificados temores, plenamente admitidos

183
HACE 2000 AÑOS

por Ana que, por su parte, la colocó al corriente de las


insolencias de Sulpicio, la pobre señora deshiló a su
confidente, simple y generosa, el rosario interminable de sus
amarguras, relatándole todos los sufrimientos que le
dilaceraban el alma cariñosa y sensibilísima, desde el primer
día en que la calumnia encontrara guarida en el espíritu
orgulloso del compañero. Las lágrimas de la sierva, ante la
singular narrativa, eran un buen reflejo de su alta
comprensión de las angustias de la señora, perdida en aquellos
rincones casi salvajes, considerando su educación y la nobleza
de su origen.
Al finalizar el penoso relato de sus desdichas, la noble
Livia acentuó con patente amargura:
- En verdad, todo lo he hecho por evitar los escándalos
injustificables e incomprensibles. Pero, ahora, siento que la
situación se agrava cada vez más, en vista de la insistencia de
mis verdugos y de la displicencia de mi marido en vista de los
acontecimientos, perdiéndose mi espíritu en conjeturas
amargas y dolorosas.
Si mando a llamarlo con un mensajero, poniéndolo al
corriente de lo que pasa, a fin de que nos proteja con sus
providencias inmediatas, tal vez no comprenda la marcha de
los acontecimientos en su intimidad, encarando mis recelos
como síntoma de culpas anteriores, o tomando mis
escrúpulos como deseo de regeneración por faltas que no
cometí, en virtud de sus enérgicas reprimendas y penosas
amenazas; y si no lo aviso de esas graves ocurrencias, del
mismo modo se produciría el escándalo, con la venida del
gobernador a Cafarnaúm, aprovechando la ocasión de su
ausencia.
¡Tomo, únicamente, a Jesús por mi juez en esta causa
dolorosa, en que los únicos testigos deben ser mi corazón y
mi conciencia!...

184
EMMANUEL

Lo que más me preocupa, ahora, mi buena Ana, no es


tan solo la obligación de velar por mí, ya que probé la hiel
amarga de la desilusión y de la calumnia impiadosa. Es,
justamente, por mi pobre hija, que temo porque tengo la
impresión de que aquí en Palestina los malhechores están en
los lugares donde deberían permanecer los hombres de
sentimientos puros e incorruptibles…
Como no ignoras, mi desventurado hijito ya se fue,
arrebatado por ese torbellino de peligros, tal vez asesinado por
manos indiferentes y criminales… Me dice el corazón de
madre que mi desgraciado Marcus aún vive, ¿pero, dónde y
cómo? ¡En balde hemos procurado saberlo, en todos los
rincones, sin la más leve señal de su presencia o pasaje…
Ahora, manda la conciencia que resguarde a la hijita contra
las celadas tenebrosas!…
- Señora – exclamó la sierva, con extraño fulgor en la
mirada, como si se hubiera encontrado una solución
repentina y apreciable para el asunto -, lo que dijisteis revela
el máximo buen sentido y prudencia… También yo participo
de vuestros temores y supongo que debemos hacer cualquier
cosa por salvar a la niña y a vos misma de las garras de esos
lobos asesinos… ¿Por qué no refugiamos en algún sitio de
nuestra entera confianza, hasta que los malditos abandonen
estos parajes?
- Pero considero que sería inútil procurar amparo en
Cafarnaúm, en tales circunstancias.
- Iríamos a otra parte.
- ¿A dónde? – indagó Livia, con ansiedad.
- Tengo un proyecto – dijo Ana esperanzada. – En caso
que asintieseis en su plena realización, saldríamos ambas de
aquí, con la pequeñita, refugiándonos en Samaria de Judea,
en casa de Simón, cuya edad respetable nos resguardaría de
cualquier peligro.

185
HACE 2000 AÑOS

- Pero, Samaria – replicó Livia, algo desalentada –


queda muy distante…
- Sin embargo, mi señora, la realidad es que
necesitamos de un sitio de esa naturaleza. Concuerdo en que
el viaje no será tan corto, pero partiríamos con urgencia,
alquilando animales descansados, tan pronto como
reposásemos un poco, a nuestro paso por Naim. Con un día o
dos de marcha, alcanzaríamos el valle de Siquem, donde se
yergue la vieja propiedad de mi tío. Máximus sería informado
de vuestra deliberación, sin otro pretexto que no sea el de la
necesidad de vuestras decisiones en el momento y, en la
hipótesis del regreso inmediato del senador, estaría vuestro
esposo integrado en el conocimiento directo de la situación,
procurando enterarse, por sí mismo, en cuanto a vuestra
honestidad.
- De hecho, esa idea es el recurso más viable que nos
resta – exclamó Livia más o menos confortada. – Por encima
de todo, confío en el Maestro, que no nos abandonará en
pruebas tan rudas.
Hoy mismo, haremos nuestros aprestos de viaje e irás a
la ciudad a providenciar, no sólo en cuanto a los animales que
nos deban conducir hasta Naim, sino también sobre la
partida de uno de tus familiares con nosotros, para marchar
con la mayor simplicidad, sin provocar la atención de los
curiosos, pero igualmente bien acompañados contra los
sinsabores de cualquier eventualidad.
No te preocupes con los gastos, porque estoy provista
de los recursos financieros necesarios.
Y así fue hecho.
En víspera de la partida, Livia llamó al siervo que
desempeñaba entonces las funciones de mayordomo de la
casa, esclareciéndolo en estos términos:

186
EMMANUEL

- Máximus, motivos imperiosos me llevan mañana a


Samaria de Judea, donde me demoraré algunos días, junto a
mi hija. Llevaré a Ana en mi compañía y espero de tu esfuerzo
la misma dedicación de siempre a tus señores.
El interpelado hizo una reverencia, como quien se
sorprendiese con semejante actitud de la patrona, poco afecta
a los ambientes exteriores del hogar, pero entendiendo que no
le asistía el derecho de analizar sus decisiones, dijo,
respetuoso:
- Señora, espero designéis a los siervos que deberán
acompañaros.
- No, Máximus. No quiero las solemnidades de
costumbre en las excursiones de esa naturaleza. Iré con
personas amigas, de Cafarnaúm, pretendo viajar con mucha
simplicidad. Me interesa avisarte de mis propósitos, tan solo
por la necesidad de redoblar los servicios de vigilancia en mi
ausencia, y considerando la posibilidad del regreso inopinado
de tu amo, a quien informarás de mi resolución, en los
términos en que me estoy expresando.
Y, mientras el criado se inclinaba respetuoso, Livia
regresaba a los aposentos, solucionando todos los problemas
relativos a su tranquilidad.
Al siguiente día, antes de la aurora, salía de Cafarnaúm
una caravana humilde. La componían Livia, la hijita, Ana y
uno de sus viejos y respetables familiares, que se dirigían por
el camino que contorneaba el gran lago, casi en caprichoso
semicírculo, acompañando el curso de las aguas del Jordán
que descendían susurrantes y tranquilas hacia el Mar Muerto.
En una breve parada en Naim, cambiaron de animales,
siguiendo los viajeros la misma ruta en dirección del valle de
Siquem, donde, a la tardecita, se apearon frente a la casa
empedrada de Simón, que recibió a los huéspedes, llorando
de alegría.

187
HACE 2000 AÑOS

El anciano de Samaria parecía lleno de una gracia


divina, tal era el movimiento notable que se desenvolviera en
toda la región, no obstante su edad avanzada, esparciendo las
consoladoras enseñanzas del profeta de Nazaret.
Entre los olivos frondosos que proporcionaban sombra,
se irguiera una gran cruz, pesada y tosca, colocando en sus
proximidades amplia mesa rústica, en torno de la cual se
sentaban los creyentes, en bancos sencillos e improvisados,
para oírle la palabra amiga y confortadora.
Cinco días venturosos transcurrieron allí para las dos
mujeres, que se encontraban a voluntad en aquel ambiente
simple.
De tarde, bajo las caricias de la Naturaleza libre y
saludable, en el seno verde del paisaje armonioso, se reunía la
asamblea humilde de los samaritanos, inclinados a aceptar los
pensamientos de amor y de misericordia sublime del Mesías
Nazareno.
Simón, que vivía allí sin la compañera que Dios ya le
había llevado y sin los hijos que, por su parte, ya habían
constituido familia, en aldeas distantes, asumía la dirección de
todos, como patriarca venerable en su calma senectud,
relatando los hechos de la vida de Jesús como si la inspiración
divina lo iluminase en tales instantes, tal era la profunda
belleza filosófica de los comentarios y de las plegarias
improvisadas con la amorosa sinceridad de su corazón. Casi
todos los presentes, en aquella misma poesía simple de la
Naturaleza, como si estuviesen aún bebiendo las palabras del
Maestro junto al Gerizim, lloraban de conmoción y
deslumbramiento espiritual, tocados por su palabra profunda
y cariñosa, magnetizados por la hermosura de sus evocaciones
saturadas de enseñanzas raras, de caridad y de dulzura.
En esa época, los cristianos no poseían los evangelios
escritos, que solamente aparecieron, en el mundo, un poco

188
EMMANUEL

después escritos por los Apóstoles, razón por la cual todos los
predicadores de la Buena Nueva coleccionaban las máximas y
las lecciones del Maestro, de su propio puño o con la
cooperación de los escribas de su tiempo, catalogándose de
ese modo, las enseñanzas de Jesús para el estudio necesario en
las asambleas públicas de las sinagogas.
Simón, que no poseía una sinagoga, seguía, también el
mismo método.
Con la paciencia que lo caracterizaba, escribió todo lo
que sabía del Maestro de Nazaret, para recordarlo en sus
reuniones humildes y sencillas, disponiéndose del mejor
grado a registrar todas las lecciones nuevas del acerbo de
recuerdos de sus compañeros, o de aquellos apóstoles
anónimos del Cristianismo naciente, que, de paso por su vieja
aldea, cruzaban Palestina en todas las direcciones.
Hacía seis días que los huéspedes se reanimaban en
aquel ambiente caricioso, cuando el respetable anciano, en
aquella tarde, en sus acostumbradas evocaciones del Mesías,
parecía envuelto de influencias espirituales de las más excelsas.
Las últimas claridades del crepúsculo entornaban en el
paisaje un tono de esmeraldas y topacios, eterizándose bajo
un cielo azul indefinible.
En el seno de la asamblea heterogénea, se notaba la
presencia de seres sufrientes, de todos los matices, que al
espíritu de Livia recordaban la tarde memorable de
Cafarnaúm, cuando oyera al Señor por primera vez. Hombres
desamparados y mujeres harapientas se codeaban con los
niños escuálidos, mirando, ansiosamente, al anciano que
explicaba, conmovido, con su palabra simple y sincera:
- ¡Hermanos, era digno de verse la suave resignación
del Señor, en el último instante!...
¡Con la mirada fija en el cielo, como si ya estuviese
gozando la contemplación de las beatitudes celestes, en el

189
HACE 2000 AÑOS

reino de nuestro Padre, vi que el Maestro perdonaba


caritativamente todas las injurias! Sólo uno de sus discípulos
más queridos se conservaba al pie de la cruz, amparando a su
madre en el angustioso trance… De sus habituales seguidores,
pocos estaban presentes en la hora dolorosa, ciertamente
porque nosotros, los que tanto lo amábamos, no podíamos
exteriorizar nuestros sentimientos ante la turba enfurecida, sin
graves peligros para nuestra seguridad personal. No obstante,
desearíamos todos sufrir los mismos padecimientos!...
¡De vez en cuando, alguno de sus verdugos de los más
atrevidos se aproximaba al cuerpo herido en el martirio,
dilacerándole el pecho con la punta de las lanzas
impiadosas!...
Una que otra vez, el generoso anciano limpiaba el
sudor de la frente, para continuar con los ojos húmedos:
- ¡Noté, en dado momento, que Jesús desviara los ojos
calmos y lúcidos del firmamento contemplando la multitud
amotinada en criminosa furia!... ¡Algunos soldados ebrios lo
azotaron, una vez más, sin que de su pecho oprimido, en la
angustia de la agonía, escapase un solo gemido!...¡Sus ojos
suaves y misericordiosos se explayaron, entonces, del monte
del sacrificio hacia el caserío de la ciudad maldita! Cuando lo
vi mirando ansiosamente, con la ternura cariñosa de un
padre, para cuantos lo insultaban en los suplicios extremos de
la muerte, lloré de vergüenza por nuestras impiedades y
flaquezas…
La masa se movía, entones, en medio de numerosas
alteraciones… Gritos ensordecedores e improperios
indignantes le rodeaban en la cruz, donde se le notaba el
copioso sudor del instante supremo!... Pero el Mesías, como si
visualizase profundamente los secretos de los destinos
humanos, leyendo en el libro del futuro, miró de nuevo a las

190
EMMANUEL

Alturas, exclamando con infinita bondad: - “¡Perdónales, mi


Padre, porque no saben lo que hacen!”
El viejo Simón tenía la voz embargada de lágrimas, al
evocar aquellos recuerdos, mientras la asamblea se conmovía
profundamente con la narrativa.
Otros hermanos de la comunidad tomaron la palabra,
descansando el anciano de sus esfuerzos.
Pero, uno de ellos, contrariamente a los temas versados
aquel día, exclamó, con sorpresa para todos los concurrentes:
- Mis hermanos, antes de retirarnos, recordemos que
el Mesías repetía a sus discípulos la necesidad de la vigilancia
y de la oración, porque los lobos rondan, en este mundo, el
rebaño de las ovejas!...
Simón oyó la advertencia y se puso con actitud de
profunda meditación, con los ojos fijos en la gran cruz que se
elevaba a pocos metros de su blanco humilde.
Al cabo de algunos minutos de espontánea
concentración, tenía los ojos cubiertos de lágrimas, fijos en el
madero tosco, como si en su tope vagase alguna visión
desconocida de cuantos lo observaban…
Después, cerrando las prédicas de la tarde, habló
conmovido:
- ¡Hijos, no sin motivo justo que nuestro hermano se
refiere hoy a la enseñanza de la vigilancia y de la plegaria!
Algo, que no sé definir, me habla al corazón que el instante
de nuestro testimonio está muy próximo… Veo, con mi vista
espiritual, que nuestra cruz está hoy iluminada, anunciando,
tal vez, el glorioso minuto de nuestros sacrificios… Mis
pobres ojos se hinchen de llanto, porque, entre las claridades
del madero, oigo una voz suave que me penetra a los oídos
con una entonación dulce y amiga, exclamando: ”¡Simón,
enseña a tu rebaño la lección de la renuncia y de la humildad,
con el ejemplo de tu dedicación y de tu propio sacrificio! ¡Ora

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HACE 2000 AÑOS

y vigila, porque no está lejos el instante dichoso de tu entrada


en el Reino, mas preserva a las ovejas de tu aprisco de las
arremetidas tenebrosas de los lobos hambrientos de la
impiedad, sueltos en la Tierra, a lo largo de todos los
caminos, pero, consciente, de que si a cada uno se dará según
sus propias obras, los malos tendrán, igualmente, su día de
lección y castigo, de conformidad con sus propios errores!...”
El viejo samaritano tenía el rostro lavado en lágrimas,
pero dulce serenidad se irradiaba de su mirada cariñosa y
compasiva, demostrándole las energías inquebrantables y
valerosas.
Fue entonces que, alzando las manos enflaquecidas y
largas al firmamento, donde brillaban ya las primeras estrellas,
se dirigió a Jesús, en oración ardiente:
- ¡Señor, perdonad nuestras flaquezas y vacilaciones en
las luchas de la vida humana, donde nuestros sentimientos
son muy precarios y miserables!... ¡Bendecid nuestro esfuerzo
de cada día y relevad vuestras faltas, si alguno de nosotros,
que aquí nos reunimos, viene a vuestra presencia con el
corazón saturado de pensamientos que no sean los del bien y
del amor que nos enseñaste!... Y, si ha llegado la hora de los
sacrificios, auxílianos con vuestra misericordia infinita, a fin
de que no vacilemos en nuestra fe, en los dolorosos
momentos del testimonio!...
La oración conmovedora señaló el fin de la reunión,
dispersándose los asistentes, que regresaban impresionados a
sus humildes y pobres chozas.
Entretanto el anciano consiguió reposar muy poco,
aquella noche, preocupado por Livia y la sobrina, que lo
habían informado de las graves ocurrencias que las llevaron a
solicitar su protección. Le parecía que llamados cariñosos del
mundo invisible le henchían el espíritu de indefinible

192
EMMANUEL

ansiedad y de singulares impresiones, que no le era posible


librar del raciocinio para los necesarios minutos de reposo.
Ahora, mientras ocurrían esos hechos en el valle de
Siquem, volvamos a Cafarnaúm, donde, la misma tarde,
llegara el gobernador con gran aparatosidad.
En el vocerío de las numerosas festividades,
organizadas por los delegados de Herodes Antipas, el primer
pensamiento del viajero ilustre no nos puede ser olvidado.
Entretanto, Sulpicio, después de conversar largamente
con su amigo Octavio, en las proximidades de la residencia
del senador, donde fue puesto al corriente de todos los
hechos, volvió para informarle que las dos presas codiciadas
habían huido como aves viajeras, hacia los bosques de
Samaria.
El gobernador se sorprendió con la resistencia de
aquella mujer, tan acostumbrado estaba él a las conquistas
fáciles, admirándole, íntimamente, el noble heroísmo y
pensando que, al final, constituía una actitud injustificable de
su parte tal obstinación en el asedio, porque, no le faltarían
mujeres tentadoras y hermosas, deseosas de captar su
estimación en el camino de su alta posición social en
Palestina.
Al mismo tiempo que daba curso a esos pensamientos,
el espíritu perverso del lictor, gozando con anticipación la
trabajosa conquista de su víctima, le murmuraba al oído:
- Señor gobernador, si lo consentís, iré a Samaria de
Judea a informarme del asunto. De aquí al valle de Siquem
debe mediar poco más de treinta millas, lo que viene a ser un
salto para nuestros caballos. Llevaría conmigo seis soldados,
bastando esos hombres para mantener el orden en cualquier
lugar de esos parajes.
- Sulpicio, por mi no veo más necesidad de semejantes
providencias – exclamó Pilatos, resignado.

193
HACE 2000 AÑOS

- Pero, ahora – explicó el licor, con interés -, sino es


por vos, debe ser por mí, porque me siento esclavizado a una
mujer que debo poseer de cualquier manera.
Soy yo ahora quien os pide, humildemente, la
concesión de esas medidas – acentuó él, desesperado, en el
auge de sus pensamientos impuros.
- Está bien, - murmuró Pilatos, con displicencia, como
quien hace un favor al siervo de confianza -, te concedo lo
que me pides. Creo que el amor de un romano debe superar
cualquier obstáculo de los esclavos de este país.
Puedes partir, llevando contigo los elementos de tu
amistad, pero sin olvidarte que debemos regresar a Nazaret,
de hoy a tres días. ¿No te bastarán dos días para ese
cometimiento?
- Pero – continuó el lictor, maliciosamente -, ¿Y si
hubiese alguna resistencia?
- Para eso llevas a tus hombres, autorizándole yo a
tomar las iniciativas necesarias a tus propósitos. En cualquier
misión, jamás te olvides prestar a los patricios los favores de
nuestra consideración, pero, a los que no lo sean, haz la
justicia de nuestro dominio y de nuestra fuerza implacable.
Esa misma noche, Sulpicio Tarquinius escogió a los
hombres de más confianza, y, por la madrugada, siete
caballeros audaces se pusieron en camino, cambiando de
montura los fogosos jinetes, en las paradas más importantes,
en demanda de Samaria.
El lictor se encaminaba a su aventura, como quien va
hacia lo desconocido, con el propósito firme d alcanzar los
fines sin pensar en los medios. Como un torbellino le venían
al cerebro pensamientos condenables, ahogando el corazón
inquieto y loco en una onda de anhelos criminales
indefinibles.

194
EMMANUEL

Entretanto, volviendo nuestra atención a la casa


humilde del valle, vamos a encontrar a Simón en grandes
actividades, en aquella mañana inolvidable de su vida.
Después del almuerzo frugal, organizadas todas sus
anotaciones y pergaminos, después de más de una hora de
meditación y plegarias fervorosas, y cuando el sol ya
declinaba, reunió a los huéspedes, hablándole gravemente:
- Hijas, la visión de mis pobres ojos, en nuestras
oraciones de ayer, representa una seria advertencia para mi
corazón. Aun esta noche y hoy, durante el día, he oído
llamados suaves que me llaman y, sin explicar la justa razón
de ellos, estoy íntimamente saturado de suave serenidad, en la
suposición de que no debe tardar mucho mi ida para el
Reino… Pero, algo me habla al espíritu que aún no sonó la
hora de vuestra partida y, considerando la enseñanza de
nuestro Maestro de bondad y misericordia, sobre los lobos y
las ovejas, debo resguardaros de cualquier peligro. Es por eso
que os pido me acompañéis.
Diciendo así, el respetable anciano se puso de pie y,
caminando por su modesta casa, apartó bloques de piedra de
una abertura en la pared empedrada, exclamando
imperativamente, en su serena simplicidad:
- Entremos.
- Pero, mi tío – obtemperó Ana, con cierta extrañeza -,
¿serán necesarias tales providencias?
- Hija, nunca discutas el consejo de aquellos que
envejecieron en el trabajo y en el sufrimiento. El día de hoy es
decisivo y Jesús no me podría engañar el corazón.
- ¡Oh! ¿Pero será posible, entonces, que el Maestro nos
va a privar de vuestra presencia cariñosa y consoladora? –
exclamó la pobre muchacha bañada en llanto, mientras Livia
los acompañaba sensibilizada, trayendo de la mano a la hija
estremecida.

195
HACE 2000 AÑOS

- Sí, para nosotros – contestó Simón, con sereno


coraje, mirando el azul del cielo -, debe existir para una sola
voluntad, que es la de Dios. Cúmplase, pues, en los esclavos
los designios del Señor.
En este momento, penetraron los cuatro en una galería
que, a pocos metros de distancia, iba a dar a un modesto
refugio tallado de piedras rústicas, afirmando el anciano en
tono solemne:
- Hace más de veinte años que no abro este
subterráneo a persona alguna… Recordaciones sagradas de mi
esposa me hicieron cerrarlo para siempre, como túmulo de
mis ilusiones más queridas; pero, hoy por la mañana, lo reabrí
resueltamente, retiré los tropiezos del camino, coloqué aquí
los pertrechos necesarios para el descanso de un día, pensando
en vuestra seguridad hasta la noche. Este refugio está oculto
en las rocas que, junto a los olivares, hacen el ornamento de
nuestro rinconcito de oraciones y, no obstante parecer oculto,
el ambiente recibe el aire puro y fresco del valle, como nuestra
propia casa.
Quedaos aquí tranquilas. Algo me dice al corazón que
estamos atravesando horas decisivas. Traje el alimento
necesario para las tres, durante las horas de la tarde, y en caso
que yo no vuelva hasta la nochecita, ya saben cómo deben
mover la puerta empedrada que da a mi cuarto. Desde aquí,
se oyen los rumores de las cercanías, lo que os posibilitará la
comprensión de cualquier peligro.
- ¿Y más nadie conoce este refugio? – preguntó Ana,
ansiosa.
- Nadie, a no ser Dios y mis hijos ausentes.
Livia, profundamente conmovida, irguió entonces la
voz de su sincero agradecimiento:
- Simón – dijo ella -, yo, que conozco el carácter del
enemigo, justifico vuestros temores. Jamás olvidaré vuestro

196
EMMANUEL

gesto paternal, salvándome del verdugo impiadoso e


implacable.
- Señora, no me agradezcáis a mí, que nada valgo.
Agradezcamos a Jesús sus designios preciosos, en el momento
amargo de nuestras pruebas…
Y arrancando una pequeña cruz de madera tosca de los
dobleces de la túnica humilde, la entregó a la esposa del
senador, exclamando con la voz serena.
- Sólo Dios conoce el minuto que se aproxima, y esta
hora puede señalar los últimos momentos de nuestra
convivencia en la Tierra. Si así fuere, guardad esta cruz como
recordación de un siervo humilde… Ella traduce la gratitud
de mi espíritu sincero…
Como Livia y Ana comenzasen a llorar con sus palabras
conmovedoras, continuó el anciano con la voz pausada:
- ¡No lloréis, si este minuto constituye el instante
supremo! Si Jesús nos llama a su trabajo, a unos antes que a
otros, recordémonos que un día, nos reuniremos todos en las
luces acariciantes de su reino de amor y misericordia, donde
todos los afligidos han de ser consolados…
Y, como si su espíritu estuviese en plena contemplación
de otras esferas, cuyas claridades lo llenasen de intuiciones
divinatorias, prosiguió, dirigiéndose a Livia,
conmovedoramente:
- ¡Estemos confiantes en la Providencia Divina! ¡En
caso de mi testimonio esté previsto para dentro de breves
horas, os confío a mi pobre Ana, como os entregaría mi
recordación más querida!... Después que abracé las lecciones
del Mesías, todos los hijos de mi sangre me desampararon, sin
comprenderme los propósitos más santos del corazón… Sin
embargo, Ana, a pesar de su juventud, entendió, conmigo, al
dulce Crucificado de Jerusalén!...

197
HACE 2000 AÑOS

En cuanto a ti, Ana – dijo posando la diestra en la


frente de la sobrina -, ¡ama a tu patrona como si fueses la más
humilde de sus esclavas!
Pero, en ese instante, un ruido fuerte penetró en el
recinto, como si un barullo incomprensible proviniese de las
rocas, pareciéndose más bien a un tropel de numerosos
caballos que se iban aproximando.
El anciano hizo un gesto de despedida, mientras Livia y
Ana se arrodillaron ante su figura austera y cariñosa; ambas,
entre lágrimas, le tomaron las manos arrugadas, cubriéndolas
de besos afectuosos.
En un momento, Simón traspuso la pequeña galería
reajustando las piedras en la pared con el máximo cuidado.
En pocos minutos, abría las puertas de la casa humilde
y generosa a Sulpicio Tarquinius y a sus compañeros,
comprendiendo, finalmente, que las advertencias de Jesús, en
el silencio de sus oraciones fervorosas, no habían fallado.
El lictor le dirigió la palabra sin ningún respeto,
haciendo lo posible por eliminar la impresión que le causaba
la majestuosa apariencia del anciano, con sus ojos altivos y
serenos y las largas barbas encanecidas.
- Viejo – exclamó desabrido -, por intermedio de tus
conocidos ya sé que te llamas Simón, e igualmente que
hospedas aquí a una noble señora de Cafarnaúm, con su
sierva de confianza. Vengo de parte de las más altas
autoridades para hablar particularmente con esas señoras, en
la mayor intimidad posible.
- Os equivocáis, lictor – murmuró Simón, con
humildad – De hecho, la esposa del senador Léntulus pasó
por estos parajes; pero, solo por la circunstancia de que se
hacía acompañar de una de mis sobrinas nietas, me dio la
honra de reposar en esta casa algunas horas.

198
EMMANUEL

- Pero debes saber dónde se encuentran en éste


momento.
- No puedo decirlo.
- ¿Lo ignoras, por ventura?
- Siempre entendí – replicó el anciano valientemente. –
que debo ignorar todas las cosas que vayan a ser conocidas
para el mal de mis semejantes.
- Eso es otra cosa – contestó Sulpicio, encolerizado,
como un mentiroso a quien se le descubriesen los
pensamientos más secretos - ¿Quiere decir, entonces, que me
ocultas el paradero de esas mujeres, por simple capricho de tu
vejez caduca?
- No es eso. Conociendo que en el mundo somos todos
hermanos, me siento en el deber de amparar a los más débiles
contra la perversidad de los más fuertes.
- Pero, yo no las busco para hacerles mal alguno y te
llamo la atención a esas insinuaciones insultantes, que
merecen la punición de la justicia.
- Lictor – contestó Simón, con gran serenidad -, si
podéis engañar a los hombres, no engañáis a Dios, con
vuestros sentimientos inconfesables e impuros. Sé de los
propósitos que os traen a estos sitios y lamento vuestra
impulsividad criminal… Vuestra conciencia está obscurecida
por pensamientos delictuosos e impuros, pero todo momento
es una buena ocasión para la redención, que Dios nos
concede en su infinita bondad… Volved atrás de la insidia
que os trajo, id en otros caminos, porque, así como el hombre
debe salvarse por el bien que practica, puede también morir
por el fuego devastador de las pasiones que lo arrastran a los
crímenes más hediondos…
- Viejo infame… - exclamó Sulpicio Tarquinius, rojo
de cólera, mientras los soldados observaban, admirados, el
sereno coraje del valeroso anciano de Samaria -, ¡bien me

199
HACE 2000 AÑOS

dijeron tus vecinos, al informarme a tu respecto, que eres el


mayor fetichero de estos parajes!
¿Adivino maldito, cómo osas afrontar de este modo a
los mandatarios del Imperio, cuando te puedo pulverizar con
una simple palabra? ¿Con qué derecho escarneces del poder?
- Con el derecho de las verdades de Dios, que nos
mandan a amar al prójimo como a nosotros mismos… Si sois
delegados de un Imperio que no posee otra ley aparte de la
violencia impiadosa en la ejecución de todos los crímenes,
¡siento que estoy subordinado a un poder más soberano que
el vuestro, lleno de misericordia y bondad! Ese poder y ese
Imperio son de Dios, cuya justicia misericordiosa está por
encima de los hombres y de las naciones.
Comprendiéndole el coraje y la energía moral
inquebrantables, el lictor, si bien temblando de odio, contestó
en tono fingido:
- Está bien, pero yo no vine aquí para conocer tus
brujerías o tu fanatismo religioso. De una vez por todas:
¿quieres o no prestarme las informaciones precisas, acerca de
tus huéspedes?
- No puedo, - replicó Simón valientemente -, mi
palabra es una sola.
- Entonces, ¡prendedlo! – dijo, dirigiéndose a sus
auxiliares, pálido de cólera al verse derrotado en aquel duelo
de palabras.
El viejo cristiano de Samaria fue sometido a los
primeros vejámenes por parte de los soldados, pero,
entregándose, sin la mínima resistencia.
A los primeros golpes de espada, exclamó Sulpicio
sarcásticamente:
- Entonces, ¿dónde se encuentran las fuerzas de tu
Dios, que no te defiende? ¿Su imperio es así tan precario?

200
EMMANUEL

¿Por qué no te socorren los poderes celestiales, eliminándonos


con la muerte, en tu beneficio?
Una carcajada general siguió a esas palabras, partida de
los soldados que acompañan, gustosamente, los ímpetus
criminales de su jefe.
Pero, Simón tenía las energías preparadas para el
testimonio de su fe ardiente y sincera. Con las manos
amarradas, pudo aun replicar, con su serenidad habitual:
- Lictor, aunque fuese yo un hombre poderoso como
tu César, nunca erguiría la voz para ordenar la muerte de
quien quiera que fuese, en la faz de la Tierra. Soy de los que
niegan incluso el derecho de la llamada legítima defensa,
porque está escrito en la Ley que “No matarás”, sin ninguna
cláusula que autorice al hombre a eliminar a su hermano, en
esa o en aquella circunstancia… Toda nuestra defensa, en este
mundo, está en Dios, porque sólo Él, es el Creador de toda la
vida y solamente Él puede disponer de nuestros destinos.
Sulpicio experimentó el apogeo de su odio frente a
aquel coraje indomable y esclarecido y, avanzando hacia uno
de los guardianes, exclamó lleno de rabia:
- Mercio, toma bajo tu responsabilidad a este viejo
imbécil y fetichero. Guárdalo con atención y no te descuides.
¡En caso que intente huir, mátalo con la espada!
El venerable anciano, consciente de que atravesaba sus
horas supremas, encaró al agresor con heroica humildad.
Sulpicio y los compañeros le invadieron la casa y el
terreno, expulsándole a una vieja sierva, a palabras y pedradas.
En su cuarto encontraron las anotaciones evangélicas y los
pergaminos amarillentos, además de pequeños recuerdos que
guardaba en la memoria de sus afectos más queridos.
Todos los objetos de sus recordaciones más sagradas
fueron traídos a su presencia, donde fueron quebrados sin

201
HACE 2000 AÑOS

piedad. Ante sus ojos, serenos y buenos, se dilaceraron túnicas


y papiros antiguos, entre sarcasmos e ironías repugnantes.
Terminada la invasión, el lictor, con las manos en la
espada, examinando, íntimamente, la mejor manera de
arrancarle la deseada confesión sobre el paradero de sus
víctimas, anduvo por los alrededores más de dos horas,
volviendo a la misma sala, donde lo interpeló nuevamente.
- Simón – dijo é, con interés -, satisface mis deseos y te
concederé la libertad.
- Por ese precio, toda la libertad me sería penosa. Debe
preferirse la Muerte a transigir con el mal – respondió el
anciano con el mismo coraje.
Sulpicio Tarquinius rechinó los dientes de furia, al
mismo tiempo que gritaba poseso:
- ¡Miserable! Sabré arrancarte la confesión necesaria.
Diciendo eso, encaró fijamente la enorme cruz que se
levantaba a pocos metros de la puerta y, como si hubiese
escogido el mejor instrumento de martirio para arrancarle la
revelación deseada, se dirigió a los soldados en voz excitada:
- Amarrémoslo a la cruz, como al Maestro de sus
feticherías.
Recordándose de los grandes momentos del Calvario el
anciano se dejó llevar sin ninguna resistencia, agradeciendo,
íntimamente, a Jesús, por su aviso providencial, a tiempo para
salvar de las manos del enemigo a aquellas que consideraba
como hijas muy amadas.
En un momento, los soldados lo amarraron en la base
del pesado madero, sin que la víctima demostrase un solo
gesto de resistencia.
Se acercaba el crepúsculo, y Simón recordó que, horas
antes, había sufrido el Señor con mayor intensidad. En
plegaria ardiente, suplicó al Padre Celestial ánimo y
resignación para el angustioso trance. Se recordó de los hijos

202
EMMANUEL

ausentes, rogando a Jesús que los acogiese en el manto de su


infinita misericordia. Fue en ese ínterin que, amarrado a la
base de la cruz por los brazos, por el tronco y por las piernas,
vio como se aproximaban algunos de los compañeros de sus
oraciones habituales, para las reuniones del crepúsculo, los
cuales fueron inmediatamente detenidos por los soldados y
por el jefe implacable.
Inquiridos, en cuanto al anciano que se encontraba allí,
con el dorso semidesnudo para los tormentos del azote, todos,
sin excepción de uno solo, alegaron no conocerle.
Más que los ataques de los impiadosos romanos,
semejante ingratitud le dolió profundamente, en el espíritu
generoso y sincero, como si envenenada espina le penetrase el
corazón.
No obstante, recompuso inmediatamente sus energías
espirituales y, contemplando a lo Alto, murmuró bajito, en
una oración ansiosa y ardiente:
- También vos, Señor, fuiste abandonado!... ¡Erais el
cordero de Dios, inocente y puro, sufristeis los dolores más
amargos, experimentando la hiel de las traiciones más
penosas!... ¡No sea pues vuestro siervo, mísero y pecador,
quien reniegue los martirios purificadores del testimonio!...
A esa hora, ya el recinto se encontraba repleto de
personas que, de conformidad con las determinaciones de
Sulpicio, deberían permanecer en los bancos toscos,
dispuestos en semicírculo, para que asistiesen a la escena
salvaje, a título de escarmiento para cuantos fuesen a
desobedecer a la justicia del Imperio.
El primer soldado, a la orden del jefe, inició el
flagicidio. Pero, a la tercera vez que sus manos blandían las
extremas tiras de cuero, en la execrable tortura, sin que el
anciano dejase escapar el más ligero gemido, paró,

203
HACE 2000 AÑOS

súbitamente, exclamando a Tarquinius en voz baja y en tono


discreto:
- Señor lictor, en lo alto del madero hay una luz que
paraliza mis esfuerzos.
Encolerizado, mandó Sulpicio que un nuevo elemento
lo sustituyese, pero se repitió lo mismo con sus verdugos
llamados al trabajo siniestro.
Fue entonces que, desesperado de odio
incomprensible, tomó Sulpicio los azotes, blandiéndolos, él
mismo, en el cuerpo de la víctima, que se contorcía en
sufrimientos angustiosos.
Simón, bañado de sudor y sangre, sentía el estallido de
los huesos envejecidos que se quebraban a pedazos, cada vez
que el azote le lamía las carnes debilitadas. Sus labios
murmuraban plegarias fervorosas, llamados a Jesús para que
los tormentos no se prolongasen infinitamente. Todos los
presentes, no obstante el terror que los llevara a la defección
para con el viejo discípulo de Jesús, le veían con lágrimas, los
innominables padecimientos.
En dado momento, la frente pendió, casi desfallecida,
anunciando el final de toda resistencia orgánica, en vista del
martirio recibido.
Sulpicio Tarquinius paró, entonces, por un minuto su
obra nefasta y, aproximándose al anciano, le habló al oído,
con ansiedad:
- ¿Confiesas ahora?
Pero el viejo samaritano, templado en las luchas
terrestres, por más de setenta años de sufrimiento, exclamó,
exhausto con la voz sumisa:
- El… cristiano… debe… morir… con Jesús… por…
el bien… y… por… la verdad…

204
EMMANUEL

- ¡Muere, entonces, miserable!... – gritó Sulpicio, con la


voz estentórea, y, tomando la espada, le enterró el acero en el
pecho deprimido.
Se vio la sangre chorrear en borbotones rojos y
abundantes.
En esa hora, cansado ya del martirio, el anciano vio sin
temor el acto supremo que pondría término a sus
padecimientos. Experimentó la sensación de un instrumento
extraño que le abría el pecho dolorido, sofocado por mortal
angustia.
Pero en un momento, vio dos manos de nieve,
diáfanas, que parecían alisarle cariñosamente los cabellos
emblanquecidos.
Notó que el escenario se había transformado, mientras
cerrara ligeramente los ojos, en el momento doloroso.
El cielo no era el mismo, ni, ante sí, veía más traidores
y verdugos. El ambiente estaba saturado de luz suave y
reconfortante, mientras a sus oídos llegaban los ecos apacibles
de una cavatina del cielo, entonada, tal vez, por artistas
invisibles. Oía cánticos esparcidos, exaltando los dolores de
todos los desventurados, de todos los afligidos del mundo,
divisando, maravillado, la sonrisa acogedora de entidades
lúcidas y hermosas.
Parecía reconocer el paisaje que lo recibía. Se suponía
trasportado a los deliciosos rinconcitos de Cafarnaúm, en los
instantes dulces en que se preparaba para recibir la bendición
del Mesías, jurando haber aportado, por un proceso
misterioso, en una Galilea de flores más ricas y de firmamento
más bello. Había aves de luz, como lirios con alas del paraíso,
cantando en los árboles abundantes y frondosos, que debían
ser las del edén celestial.

205
HACE 2000 AÑOS

Buscó señorearse de sus emociones en las claridades de


esa Tierra Prometida, que a sus ojos debería ser el país
encantado del “Reino del Señor”.
Por un momento, se recordó del orbe terrestre, de sus
últimas preocupaciones y de sus dolores. Una sensación de
cansancio le dominó, entonces, el espíritu abatido, pero una
voz que sus oídos reconocerían, entre millares de otras voces,
le habló dulcemente al corazón:
- ¡Simón, ha llegado el tiempo del reposo!... ¡Descansa
ahora de las amarguras y de los dolores, porque llegaste a mi
Reino, donde disfrutarás eternamente de la misericordia
infinita de Nuestro Padre!...
Finalmente, le pareció, que alguien lo cargara en los
brazos, con el máximo de cuidado y de cariño.
Un bálsamo suave adormeció a su espíritu exhausto y
amargado. El viejo siervo de Jesús cerró, entonces, los ojos,
plácidamente, acariciado por una entidad angélica que posó,
levemente, las manos diáfanas sobre su corazón desfallecido.
Entretanto, volviendo, al doloroso espectáculo, vamos
a encontrar, junto a la casa del anciano de Samaria, regular
masa del pueblo que asistía, transida de pavor, a la escena
tenebrosa.
Amarrado al madero, el cadáver del viejo Simón
brotaba sangre por la enorme herida abierta en el corazón. La
frente pendida para siempre, como si reclamase el reposo de
la tierra generosa, sus barbas venerables se teñían de rubro, a
los salpicados de sangre de los azotes, porque Sulpicio, aún
sabiendo que el golpe de espada era el debate final del
monstruoso drama, continuaba golpeando el cadáver pegado
a la cruz infamante del martirio.
Diríase que las fuerzas desencadenadas de las Tinieblas
se habían apoderado completamente del espíritu del lictor,
que, tomado de furia epiléptica, intraducible, castigaba el

206
EMMANUEL

cadáver sin piedad, en un torrente de improperios, para


impresionar a la masa popular que lo observaba aterrorizada
de asombro.
- Ved – gritaba él furiosamente -, ¡ved como deben
morir los samaritanos bellacos y los feticheros asesinos!...
¡Viejo miserable!... ¡Lleva a los infiernos este otro recuerdo!...
Y el azote caía, impiadoso, sobre los despojos
destrozados de la víctima, reducidos ahora a una pasta
sangrienta.
Pero, en eso, fuese por la poca profundidad de la base
de la cruz, que se inclinara con los movimientos reiterados y
violentos del suplicio, o por la punición de las fuerzas
poderosas del mundo invisible, se vio que el enorme madero
caía al suelo con la velocidad de un relámpago.
En balde intentó el lictor eximirse de la horrible
muerte, examinando la situación por una milésima de
segundo, porque el tope de la cruz le abatió la cabeza de un
solo golpe, inutilizándole el primer gesto de fuga. Tirado en
la tierra con una rapidez espantosa, Sulpicio Tarquinius no
tuvo tiempo de dar un gemido. Por la base del cráneo,
aplastado, se escurría la masa encefálica mezclada de sangre.
En un momento, todos fueron hacia el cuerpo abatido
del lobo, triturado después del sacrificio de la oveja. Uno de
los soldados le examinó, detenidamente, el pecho, donde el
corazón aún pulsaba en las últimas expresiones de
automatismo.
La boca del verdugo estaba abierta, no más para la
gritería blasfematoria, y de la garganta enrojecida descendía
un espumarajo de saliva y sangre, que parecía la baba
repelente e ignominiosa de un monstruo. Sus ojos estaban
desmesuradamente abiertos, como si mirasen, eternamente,
en los espasmos del terror, a una interminable falange de
fantasmas tenebrosos…

207
HACE 2000 AÑOS

Impresionados con el accidente imprevisto, en el cual


adivinaban la influencia de la misteriosa luz que habían
divisado en el tope de la cruz, los soldados ignoraban como
actuar en aquella coyuntura, igualmente confundidos en la
onda de espanto y sorpresa general de los primeros
momentos.
Fue en ese instante que asomó a la puerta la figura
noble de Livia, pálida de amarga perplejidad.
Ella y Ana, en el interior de la cueva donde se habían
refugiado, presintieron el peligro, permaneciendo ambas en
fervorosas oraciones, implorando la piedad de Jesús en
aquellas horas angustiosas.
A sus oídos llegaban los débiles rumores de las
discusiones y del vocerío del pueblo en alteraciones ruidosas,
en los minutos del incidente, encarado, por todos los
asistentes, como castigo del cielo.
Ambas, afligidas y ansiosa, considerando lo avanzado
de la hora, deliberaron salir, fuesen cuales fuesen las
consecuencias de su resolución.
Llegando a la puerta y observando el espectáculo
horrendo del cadáver de Simón, reducido casi a una pasta
espantosa, bajo la base de la cruz, y viendo el cuerpo de
Sulpicio extendido a distancia de pocos pasos, con la base del
cráneo despedazado, sufrieron, naturalmente, un pavor
indefinible.
Pero el paroxismo de las emociones, duró pocos
minutos.
Mientras la sierva se deshacía en llanto, Livia, con la
energía que le caracterizaba el espíritu y la fe que le clarificaba
el corazón, comprendió, en un momento, lo que había
pasado y, entendiendo que la situación exigía la fuerza de una
voluntad poderosa para que el equilibrio general se

208
EMMANUEL

restableciese, exclamó a la sierva, entregándole la hija


resueltamente:
- ¡Ana, te pido el máximo de coraje en este angustioso
trance, porque nos corresponde recordar que la bondad de
Jesús nos preparó para soportar, dignamente, otra prueba
más, aspérrima y dolorosa! ¡Guarda a Flavia contigo, mientras
voy a providenciar para que la tranquilidad se restablezca!...
Con pasos rápidos, avanzó hacia la turba que se iba
aquietando a su paso.
Aquella mujer, de belleza noble y graciosa, mostraba en
la mirada una llama de profunda indignación y amargura. Su
aspecto severo denunciaba la presencia de un ángel vengador,
surgiendo entre aquellas criaturas ignorantes y humildes, en el
momento oportuno.
Aproximándose a la cruz, donde yacían los dos
cadáveres, rodeados por la confusión, imploró de Jesús el
coraje y la fortaleza necesarias para dominar el nerviosismo y
la inquietud de todos los que la rodeaban. Sintió que una
fuerza sobrehumana se posesionara de su alma en el momento
preciso. Por un minuto, pensó en el esposo, en las
convenciones sociales, en el escándalo rumoroso de aquellos
acontecimientos, aunque el sacrificio y la muerte gloriosa de
Simón eran para ella el ejemplo más confortador y más santo.
Todo lo olvidó para recordar que Jesús estaba por encima de
todas las cosas transitorias de la Tierra, como el más alto
símbolo de verdad y de amor, para la felicidad eterna de toda
la vida.
Uno de los soldados, lleno de veneración y conociendo
ante quien sus ojos se encontraba, se le acercó, exclamando
con el máximo respeto:
- Señora, cúmpleme presentaros nuestros nombres, a
fin de que podáis utilizarnos para lo que juzguéis necesario.

209
HACE 2000 AÑOS

- Soldados – exclamó resuelta -, no necesitáis declinar


nombres. Agradezco vuestra dedicación espontánea, que
podría haber sido, minutos antes, de una inconsciencia
criminal; lamentando, apenas, que seis hombres aliados a esta
multitud permitiesen la consumación de este acto de infamia
y suprema cobardía, que la justicia divina acaba de punir ante
vuestros ojos!...
Todos se habían callado, como por encanto, al oír esas
enérgicas palabras.
La masa popular tiene de esas versatilidades
misteriosas. Basta, a veces, un gesto, para que se despeñe en
los abismos del crimen y del desorden; y palabra penetrante
para hacerla regresar al silencio y al equilibrio necesarios.
Livia comprendió que la situación era suya, y,
dirigiéndose a los guardias de Sulpicio, habló valientemente:
- Vamos, providenciemos el restablecimiento de la
calma, retirando esos cadáveres.
- Señora – expuso uno de ellos respetuosamente -, nos
sentimos en la obligación de enviar un mensajero a
Cafarnaúm, para que el Señor gobernador sea avisado de estos
acontecimientos.
Sin embargo, con la misma expresión de serenidad,
respondió ella firmemente:
- Soldado, yo no permito la retirada de ninguno de
vosotros, mientras no diereis sepultura a estos cuerpos. Si
vuestro gobernador posee un corazón de fiera, me siento
ahora en la obligación de proteger la paz de las almas bien
formadas. No deseo que se repita, en esta casa, una nueva
escena de cobardía y de infamia. Si la autoridad, en este país,
alcanzó el terreno de las crueldades más absurdas, yo prefiero
asumirla rescatando una deuda del corazón con los despojos
de este apóstol venerado, asesinado con la colaboración de
vuestra inconsciencia criminal.

210
EMMANUEL

- ¿No deseáis consultar a las autoridades de Sebaste,


sobre este asunto? – preguntó uno de ellos, tímidamente.
- De ningún modo – respondió ella, con audaz
serenidad. – Cuando el cerebro de un gobierno está
envenenado, los corazones de los gobernados padecen de la
misma ponzoña. Esperaríamos en vano cualquier medida a
favor de los más humildes y de los más infelices, porque Judea
está bajo la tiranía de un hombre cruel y tenebroso. Al menos
hoy, quiero afrontar el poder de la perversidad, invocando en
mi auxilio la misericordia infinita de Jesús.
Silenciaron los soldados romanos, en vista de su actitud
serena e imperturbable. Y, obedeciéndole las órdenes,
colocaron los despojos inertes de Simón sobre la enorme y
rústica mesa de las oraciones acostumbradas.
Fue entonces que los mismos compañeros, que habían
negado al viejo maestro del Evangelio, se acercaron
piadosamente a su cadáver, besándole las manos arrugadas,
con enternecimiento, arrepentidos de su cobardía y flaqueza,
cubriéndole de flores los despojos sangrientos.
Anochecía, pero las tenues claridades del crepúsculo,
en el hermoso paisaje de Samaria, aún no habían
abandonado, del todo, el horizonte.
Una fuerza indefinible parecía amparar al espíritu de
Livia, sugiriéndole todas las medidas necesarias.
En poco tiempo, bajo el esfuerzo hercúleo de
numerosos samaritanos, fueron retiradas pesadas piedras del
grupo de rocas que protegía la cueva, donde se habían
resguardado las tres fugitivas, mientras, a las órdenes de Livia,
los seis soldados abrieron una sepultura rasa lejos de aquel
lugar, para el cuerpo de Sulpicio.
Brillaban, ya, las primeras constelaciones del
firmamento, cuando terminó la improvisación de los servicios
dolorosos.

211
HACE 2000 AÑOS

En el instante de transportar los despojos del anciano,


que Livia envolvió, personalmente, en blanco sudario de lino,
ella sugirió que orasen rogando al Señor para que recibiese, en
su Reino de Luz y Verdad, el alma generosa de su apóstol
valeroso.
Arrodillóse, como una figura angélica junto aquel
banco humilde y tosco, donde tantas veces se había sentado el
servidor de Jesús, entre sus olivares frondosos y bien amados.
Todos los presentes, inclusive los mismos soldados que se
sentían presos de misterioso temor, postráranse en
genuflexión acompañándole la reverencia, mientras, a la
claridad de algunas antorchas, soplaban perfumadas las brisas
leves de las noches hermosas y estrelladas de la Samaria de
hace dos mil años…
- Hermanos – comenzó ella, emocionada, asumiendo
por primera vez la dirección de una asamblea de creyentes -,
¡elevemos a Jesús el corazón y el pensamiento!...
Una sensación más fuerte parecía embargarle la voz,
inundándole los ojos de lágrimas dolorosas…
Pero, como si fuerzas invisibles y poderosas la
atentasen, continuó serenamente:
- ¡Jesús, dulce y divino Maestro, fue hoy el día glorioso
en que partió para el cielo un valeroso apóstol de tu Reino!...
¡Fue él, aquí en la Tierra, Señor, nuestra protección, nuestro
amparo y nuestra esperanza!... ¡en su fe, encontramos la
precisa fortaleza, y fue en su corazón compasivo que
conseguimos absorber el consuelo necesario!... ¡Más, juzgaste
oportuno que Simón fuese a descansar en tu regazo amoroso
y compasivo! Como tú, sufrió él los tormentos de la cruz,
revelando la misma confianza en la Providencia Divina, en los
dolorosos sacrificios de su amargo testimonio… ¡Recíbelo,
Señor, en tu Reino de Paz y Misericordia! Simón se tornó
bienaventurado por sus dolores, por su denuedo moral, por

212
EMMANUEL

sus angustiosas aflicciones soportadas con el valor y la fe que


nos enseñaste!... ¡Ampáralo en las claridades del Paraíso de tu
amor inagotable, y que nosotros, exiliados en la nostalgia y en
la amargura, aprendamos la lección luminosa de tu valeroso
apóstol de Samaria!... Si, algún día, nos juzgareis también
dignos del mismo sacrificio, fortalécenos la energía, para que
probemos al mundo la excelencia de tus enseñanzas,
ayudándonos a morir con valor, por tu paz y por tu verdad,
como tu misionero cariñoso a quien prestamos en esta hora el
homenaje de nuestro amor y de nuestro reconocimiento…
En ese ínterin, hubo en su oración un interregno. Sin
embargo, continuó:
- Jesús, a ti que viniste a este mundo, más para los
desesperados de la salvación, levantando a los más enfermos y
a los más infelices, dirigimos, igualmente, nuestra súplica por
el perverso que no vaciló en tripudiar sobre tus leyes de
fraternidad y amor, martirizando a un inocente, y que fue
arrebatado por la muerte para el juicio de tu justicia.
Queremos olvidar su infamia, como perdonaste a tus
verdugos de lo alto de la cruz infamante del martirio…
Ayúdanos, Señor, para que comprendamos y practiquemos
tus enseñanzas!...
Levantándose, conmovida, Livia descubrió el cadáver
del apóstol y le besó las manos por última vez, exclamando en
lágrimas, cariñosa:
- Adiós, mi maestro, mi protector y mi amigo… Que
Jesús te reciba el espíritu iluminado y justo en su Reino de
luces inmortales, y que mi pobre alma sepa aprovechar, en
este mundo, tu lección de fe y valeroso heroísmo.
Reposando en una urna improvisada, el cuerpo inerte
de Simón fue conducido a su última morada. Numerosas
antorchas habían sido encendidas para el oficio amargo y
doloroso.

213
HACE 2000 AÑOS

Y mientras el cadáver del lictor Sulpicio descendía a la


tierra húmeda, sin otro auxilio aparte de la cooperación de sus
guardias, el noble anciano iba a reposar frente a su templo y a
su nido, entre las brisas acariciantes del valle, a la sombra
fresca de los olivares que le eran tan queridos…
Livia despachó, enseguida, a los soldados del
gobernador y, resguardada por hombres valerosos y
dedicados, pasó el resto de la noche en compañía de Ana y de
la hijita, en profundas meditaciones y dolorosas reflexiones.
Al rayar la aurora, se retiraban definitivamente del valle
de Siquem, acompañadas por un vecino de Simón,
encaminándose, de regreso, a Cafarnaúm, y llevando, en lo
íntimo, numerosas lecciones para toda la vida.
Sabiendo que no se harían esperar las represalias de las
autoridades administrativas, regresaron por caminos
diferentes, que constituían preciosos atajos, sin tocar en Naim
para el cambio de animales. Con algunas horas sucesivas, de
marcha forzada, alcanzaban el solar tranquilo, donde iban a
descansar de los golpes sufridos.
Livia remuneró espléndidamente a su dedicado
compañero de viaje, retirándose para sus aposentos, donde
fijó, en una preciosa base, la pequeña cruz de madera que le
había dado el apóstol, algunas horas antes del cruento
martirio.
Algunos días pasaron sobre los infaustos
acontecimientos.
Entretanto, Poncio Pilatos, informado de todos los
pormenores de lo ocurrido, rugió de odio salvaje.
Reconociendo que pormenores de lo ocurrido, rugió de odio
salvaje. Reconociendo que enfrentaba a poderosos enemigos,
como Publio Léntulus y su mujer, buscó accionar por otro
lado el mecanismo de siniestras represalias. Recogiéndose
inmediatamente a su palacio de Samaria, hizo que todos los

214
EMMANUEL

habitantes de la región pagasen muy caro la muerte del lictor,


humillándolos a través de medidas envilecedoras y vejatorias.
Asesinatos nefastos fueron practicados entre los elementos de
la población pacífica del valle, propagándose por Sebaste y
otros núcleos más adelantados la red de crímenes y crueldades
de su mentalidad vengativa y tenebrosa.
Estacionemos, todavía, en Cafarnaúm y aguardemos
ahí la llegada de un hombre.
Al cabo de algunos días, en efecto, regresaba el senador
de su viaje a través de Palestina. Después de su regreso, Livia
le informó de cuanto había ocurrido en su ausencia. Publio
Léntulus le oía el relato silenciosamente. En la medida en que
se le tornaban conocidas las ocurrencias, se sentía
íntimamente lleno de indignación y de rebeldía contra el
administrador de Judea, no solo por su incorrección política,
sino también, por la extrema antipatía personal que su figura
le inspiraba, resolviendo, en vista de lo acontecido, no vacilar
un segundo en procesarlo acerbamente, como quien juzgaba
un deber perseguir al más cruel de los enemigos.
El lector podrá, tal vez, suponer que el orgulloso
romano tendría el corazón sensibilizado y modificados los
sentimientos con respecto a la esposa, de quien presumía
poseer las más flagrantes pruebas de deslealtad y perjurio, en
el santuario de hogar y de la familia. Pero, Publio Léntulus
era humano, y, en esa condición precaria y miserable, tenía
que ser un fruto de su tiempo, de su educación y de su medio.
Al oír las últimas palabras de su mujer, pronunciadas
en tono conmovedor, como el de alguien que pide apoyo y
reclama el derecho de un cariño, replicó austeramente:
- Livia, yo me regocijo con tu actitud y ruego a los
dioses por tu edificación. Tus actos simbolizan para mí la
realidad de tu regeneración, después de la fragorosa caída
vista con mis ojos. Bien sabes que para mí la esposa no debe

215
HACE 2000 AÑOS

existir más; sin embargo, alabo a la madre de mis hijos,


sintiéndome confortado porque, sino acordases a tiempo de
ser feliz, despertaste aún con la posibilidad de vivir… ¡Tu
repulsa tardía por ese hombre cruel me autoriza a creer en tu
dedicación maternal y eso basta!
Esas palabras, pronunciadas en tono de superioridad y
secura, demostraron a Livia que la separación afectiva entre
ambos debería continuar en el ambiente doméstico,
irremediablemente.
Excitada en las conmociones de su martirio moral, se
retiró al cuarto, donde se postró ante la cruz de Simón con el
alma desalentada y abatida. Allí, meditó angustiosamente en
su penosa situación, pero, en cierto momento, vio que el
humilde recuerdo del apóstol de Samaria irradiaba una luz
acariciante y resplandeciente al mismo tiempo que una voz
suave y dulce murmuraba a sus oídos:
- ¡Hija, no esperes de la Tierra la felicidad que el
mundo no te puede dar!... ¡Ahí, todas las venturas son como
neblinas fugitivas, de las más siniestras desilusiones o
destrozadas al soplo devastador de las más siniestras
desilusiones!... ¡Mientras tanto, espera el Reino de la
misericordia divina, porque, en las moradas del Señor, hay
bastante luz para que florezcan las más santificadas esperanzas
de su corazón maternal!... No aguardes, pues, de la Tierra,
más que la corona de espinas del sacrificio…
La esposa del senador no se sorprendió con el
fenómeno. Conociendo, de oídas, la resurrección del Señor,
tenía plena convicción que se trataba del alma redimida de
Simón, que, a su manera de ver, volvía de las luces del Reino
de Dios para confortarle el corazón.
Por varias semanas, recibió Publio Léntulus la visita de
numerosos samaritanos, que le venían a solicitar enérgicas
medidas contra los desmanes de Poncio Pilatos, instalado

216
EMMANUEL

entonces en su palacio de Samaria, donde permanecía


raramente, ordenando el asesinato o la esclavitud de
numerosos elementos, en señal de venganza por la muerte de
aquel que consideraba como el mejor áulico de su casa.
Pasado algún tiempo, regresaba Comenio de su viaje a
Roma, con un profesor competente para la pequeña Flavia.
Aparte de ese preceptor notable, que le mandaba la cariñosa
solicitud de Flaminio Severus, le llegaban también nuevas
noticias, que el senador consideraba fortalecedoras. En virtud
de su solicitud, las altas autoridades del Imperio
determinaron el regreso del pretor Salvio Léntulus, con la
familia, a la sede del gobierno imperial, pidiéndole el amigo,
particularmente la remesa de datos positivos en cuanto a la
administración de Pilatos en Judea, a fin de que el senado
luchase por su remoción.
En virtud de esas circunstancias, de ahí a algún tiempo,
volvía Comenio a Roma llevando a Flaminio un voluminoso
proceso relacionando todas las crueldades practicadas por
Pilatos, entre los samaritanos. En vista de las distancias, por
mucho tiempo rodó el proceso en los gabinetes
administrativos, hasta que en el año 35 fue el Procurador de
Judea llamado a Roma, donde fue destituido de todas las
funciones que ejercía en el gobierno imperial, siendo
desterrado par Viena, en las Galias, donde se suicidó, tres
años después, atormentado de remordimientos, de
privaciones y de amarguras.
Publio Léntulus permaneció con sus esperanzas de
padre, en la misma vivienda de Galilea, dedicándose casi
exclusivamente a sus estudios, a sus procesos administrativos
y a la educación de la hija, que manifestara, muy pronto,
cualidades literarias al lado de apreciables dotes de
inteligencia.

217
HACE 2000 AÑOS

Livia conservó a Ana junto a su tutela y ambas


continuaron orando junto a la cruz que les diera Simón en el
instante extremo, rogando a Jesús la fuerza necesaria para las
penosas luchas de la vida.
En balde la familia Léntulus esperaba que el destino le
trajese, de nuevo, la sonrisa encantadora del pequeño Marcus
y, mientras el senador y la hijita se preparaban para el mundo,
junto a Livia y Ana, que traían sus esperanzas puestas en el
Cielo, dejemos pasar más de diez años sobre la dolorosa
serenidad de la Villa de Cafarnaúm, más de diez años que
pasaron lentos, silenciosos, tristes.

218
EMMANUEL

SEGUNDA PARTE

I LA MUERTE DE FLAMINIO
El año 46 corría en calma.
En Cafarnaúm, vamos a encontrar, de nuevo, a
nuestros personajes sumergidos en una relativa serenidad.
Las autoridades administrativas, en Roma, no eran las
mismas. Entre tanto, apoyando en el prestigio de su nombre y
en las considerables influencias políticas de Flaminio Severus,
ante el senado, Públio Léntulus continuaba comisionado en
Palestina, donde gozaba de todos los derechos y regalías
políticas, en la administración providencial.
En balde continuara allí el senador, a despecho de todo
su inmenso deseo de volver a la sede del gobierno imperial,
esperando la ocasión de encontrar al hijo, que el tiempo
continuaba reteniendo en el dominio de las sombras
misteriosas. En los últimos años, perdiera, por completo, la
esperanza de alcanzar su desiderátum, porque consideraba,
entonces, que Marcus Léntulus debería estar en su primer
período de juventud, volviéndole irreconocible a los ojos
paternos.

219
HACE 2000 AÑOS

Otras veces, ponderaba el orgulloso patricio que el hijo


no vivía más; que, ciertamente, las fuerzas perversas y
criminales que lo habían arrebatado del hogar habrían
exterminado, igualmente, al gracioso niño bajo las fauces de
la muerte, temiendo una punición inexorable. Pero, allá
adentro, en lo íntimo del alma, latía la intuición de que
Marcus aún vivía, razón por la que, entre las indecisiones y
alternativas, de todos días, resolviera, antes de todo, oír la voz
del deber paternal, echando mano de todos los recursos para
reencontrarlo, permaneciendo allí indefinidamente, contra
sus proyectos más decididos y más sinceros.
Por ese tiempo, vamos a encontrarlo con los trazos
fisonómicos ligeramente alterados, aunque hubiesen
devanado trece años sobre los dolorosos acontecimientos del
33. Sus cabellos aún guardaban integralmente el color natural
y apenas algunas arrugas, casi imperceptibles, habían venido a
acentuar su aspecto de profunda austeridad. Serena tristeza le
emanaba del semblante, llevándolo, invariablemente, a
aislarse de la vida común, para sumergirse tan solo en el
océano de sus papeles y de sus estudios, con la única
preocupación de mayor importancia, que era la educación de
la hija, buscando dotarla de las más elevadas cualidades
intelectuales y sentimentales. Su vida, en el hogar, continuaba
siendo la misma, aunque el corazón le pidiese muchas veces
atar de nuevo el lazo conyugal, atendiendo a aquellos trece
años de separación íntima, con la más absoluta renuncia de
Livia a todas las distracciones que no fuesen las de la vida
doméstica y de su creencia, fervorosa y sincera. A solas con
sus meditaciones, Publio Léntulus dejaba divagar el
pensamiento por los recuerdos más dulces y más distante y,
en esas horas de introspección, oía la voz de la conciencia que
subía del corazón al cerebro, como un llamado a la razón
inflexible, intentando destruirle los preconceptos, pero el

220
EMMANUEL

orgullo vencía siempre, con su rigidez inquebrantable. Algo le


decía, en lo íntimo, que su mujer estaba limpia de toda
mácula, pero su espíritu de vanidad y orgullo le hacía ver,
inmediatamente, la escena inolvidable de la esposa al dejar el
gabinete privado de Pilatos, con vestiduras de disfraz, oyendo
aún, siniestramente, las palabras irónicas de Fulvia Prócula,
en sus calumnias extrañas y ominosas…
Entretanto, Livia, se aislara, envuelta en un velo de
triste resignación, como quien espera las providencias
sobrenaturales, que nunca aparecen en el inquieto curso de
una existencia humana. El esposo la conservaba junto a la
hija, atendiendo simplemente a la condición de madre, pero,
sin permitirle, de ningún modo, interferir en sus planes y
trabajos educativos.
Para Livia aquel golpe rudo fuera el mayor sufrimiento
de su vida. La misma calumnia no le doliera tanto; pero, el
reconocerse como dispensable junto a la hija de su corazón,
constituía a sus ojos la más dolorosa humillación de su
existencia. Era por ese motivo que más se abroquelaba en la
fe, procurando enriquecer el alma sufridora, con las luces de
la creencia fervorosa y sincera.
Lejos de conservar las energías orgánicas, tal como
aconteciera al marido, su rostro testimoniaba las injurias del
tiempo, con su pesado bagaje de sufrimientos y amarguras.
En su frente, que los dolores habían santificado, pendían ya
algunos hilos plateados, mientras los ojos profundos se
llenaban de un brillo misterioso, como si hubiesen
intensificado su fulgor, de tanto fijarse en lo infinito de los
cielos. Sus trazos fisonómicos, si bien denotasen vejez
prematura, revelaban aún la antigua belleza transformada
ahora en indecible y noble expresión de martirio y de virtud.
Un solo pedido le hiciera al esposo, cuando se vio aislada de
sus afectos más queridos, en el ambiente doméstico, lejos

221
HACE 2000 AÑOS

inclusive del contacto espiritual con la hija, circunstancia que


aún le afligía más el corazón amargado: - fue apenas que le
permitiese continuar en sus prácticas cristianas, en compañía
de Ana, la que tanto se le apegara, con aquel espíritu de
dedicación que le conocemos, al punto de despreciar las
oportunidades que se le ofrecieron para constituir familia. El
senador le dio todos los premisos en tal sentido, llegando a
facultarle recursos financieros para atender a los numerosos
operarios de la doctrina que la buscaban, discretamente,
amparándose en sus posibilidades materiales para iniciativas
renovadoras.
Ahora, nos falta presentar a Flavia Lentulia a los que la
vieron en la infancia, enferma y tímida.
En el esplendor de sus veintidós años, ostentaba el
fruto de la educación que el padre le diera, con la fuerte
expresión personal de su carácter y de su formación espiritual.
La hija del senador era Livia, en la encantadora gracia
de sus dotes físicos, y era Publio Léntulus, por el corazón.
Educada por eminentes profesores, que se sucedieron en el
curso de los años, bajo la escogencia de los Severus, que jamás
se descuidaron de sus amigos distantes, sabía el idioma patrio
a fondo, manejando el griego con la misma facilidad y
manteniéndose en contacto con los autores más célebres, en
virtud de su constante convivencia con la intelectualidad
paterna.
La educación intelectual de una joven romana, en esa
época, era sin duda secundaria y deficiente. Los espectáculos
arrebatadores de los anfiteatros, así como la ausencia de una
ocupación seria, para las mujeres de aquel tiempo, en vista de
la incesante multiplicación y el abaratamiento de los esclavos,
perjudicaron sensiblemente la cultura de la mujer romana, en
el fastigio del Imperio, cuando el espíritu femenino se

222
EMMANUEL

arrastraba en el escándalo, en la depravación moral y en la


vida absoluta.
No obstante, el senador hacía lo posible por ser un
hombre antiguo. No perdiera de vista las virtudes heroicas y
sublimadas de las matronas inolvidables, de sus tradiciones
familiares, y fue por eso que, huyendo a la época, buscó
preparar a la hija para la vida social, con la cultura más
perfeccionada posible, aunque igualmente se le hinchase el
corazón de orgullo y vanidad, con todos los preconceptos de
su tiempo.
La joven amaba a la madre con extrema ternura, pero
en vista de las órdenes del padre, que la conservaba
invariablemente junto a él, en sus gabinetes de estudio o en
los pequeños viajes acostumbrados, no hacía misterio de su
predilección por el espíritu paterno, de quien presumía haber
heredado las cualidades más fulgurantes y más nobles, sin
conseguir entender la dulce humildad y la resignación heroica
de la madre, tan digna y tan desventurada.
El senador buscara desenvolverle las tendencias
literarias, posibilitándole las mejores adquisiciones de orden
intelectual, admirándole la facilidad de expresión,
principalmente en el arte poético, tan exaltado en aquella
época.
El tiempo transcurría con relativa calma para todos los
corazones.
De vez en cuando, se hablaba de la posibilidad de
regresar a Roma, plan ese cuya realización era siempre
aplazado en vista de la esperanza de reencontrar al
desaparecido.
En un día suave del mes de marzo, cuando los árboles
frondosos se cubrían de flores, vamos a encontrar en la casa
del senador a un mensajero que llegaba de Roma a toda prisa.

223
HACE 2000 AÑOS

Tratábase de un emisario de Flaminio Severus, que en


extensa carta le comunicaba al amigo su precario estado de
salud, añadiendo que deseaba abrazarlo antes de morir.
Conmovedores llamados constaban en ese documento
privado, suscitando al espíritu de Publio las más cuidadosas
ponderaciones. Entre tanto, la lectura de una carta firmada
por Calpunia, que viniera por separado, era decisivo. En ese
desahogo, la venerada señora lo informó del estado de salud
del marido, que, a su ver, era muy precario, acentuando los
penosos sinsabores y angustiosas preocupaciones que ambos
experimentaban acerca de los hijos, que, en plena mocedad,
se entregaban a las mayores disipaciones, siguiendo la
corriente de los desvaríos sociales de la época. Terminaba la
conmovedora carta pidiendo al amigo que volviese, que los
asistiese en aquel trance, de modo que su amistad y paternal
interés representasen una fuerza moderadora junto a Plinio y
Agripa, que hombres hechos, ya se dejaban llevar por el
torbellino de los placeres más nefastos.
Publio Léntulus no vació un instante.
Mostró a la hija los documentos recibidos y, después
de examinar, juntos, los pormenores de su contenido,
comunicó a Livia su propósito de volver a Roma en la
primera oportunidad.
La noble señora se recordó, entonces, de cuan diferente
le sería la vida en la gran ciudad de los Césares, con las ideas
que poseía ahora, y pidió a Jesús que no le faltase el coraje
necesario para vencer en todos los embates que hubiese de
sustentar en la sociedad romana, para conservar íntegra su fe.
La vuelta a Roma no reclamó, de ese modo, mayor
demora. El mismo emisario llevó las instrucciones del senador
para sus amigos de la Capital del Imperio y, en poco tiempo,
una galera los esperaba en Cesárea, conduciendo a la familia

224
EMMANUEL

Léntulus, de regreso, después de la permanencia de quince


años en Palestina.
Es innecesario comentar los pequeños incidentes del
retorno, tal era la trivialidad de los viajes antiguos, con su
monotonía, aliado a las vagarosas perspectivas y al doloroso
espectáculo del martirio de los esclavos.
Entretanto, nos corresponde acrecentar que, en
vísperas de la llegada, el senador llamó a la hija y a la mujer,
dirigiéndoles la palabra en tono discreto:
- Antes de que aportemos, conviene que les explique
mi resolución sobre nuestro pobre Marcus.
Hace muchos años, que guardo el mayor silencio en
torno al asunto, para con mis amistades de Roma, y no deseo
ser considerado mal padre en nuestro ambiente social.
Solamente una circunstancia como la que nos impone este
viaje, me llevaría a regresar, por cuanto no se justifica que un
padre abandone al hijo en tales parajes, aunque esté torturado
por la incertidumbre de la continuidad de su existencia.
Así, resolví comunicar, a cuantos me lo pregunten, que
el hijo está muerto hace más de diez años, como, de hecho,
deberá estar nosotros, vista la imposibilidad de reconocerlo,
en la hipótesis de su re aparecimiento.
Si supiesen de nuestras amarguras, no faltarían
embusteros que deseasen escarnecer nuestra buena fe,
explotando el sentimentalismo familiar.
Ambas asintieron en la decisión, que les parecía la más
acertada, y, en poco tiempo, el puerto de Ostia estaba a la
vista, ahora preparado lindamente por el cielo del Emperador
Claudio, que mandara a ejecutar allí obras interesantes y
monumentales.
En esa hora, no se observaba el contentamiento,
natural de tales circunstancias.

225
HACE 2000 AÑOS

La partida, quince años antes, había sido un cántico de


esperanza en las expectativas suaves del futuro, pero el regreso
estaba lleno del silencio amargo de las más penosas realidades.
Aparte del desencanto de la vida conyugal, Publio y
Livia no veían allí entre los rostros amigos que los esperaban,
las siluetas de Flaminio y Calpunia, que consideraban
hermanos muy amados.
Sin embargo, dos jóvenes simpáticos y fuertes, de
gestos desembarazados, en sus togas irreprensibles, se
dirigieron a ellos inmediatamente, en botes confortables, tan
pronto la embarcación había anclado, jóvenes esos que el
senador y la esposa reconocieron de pronto, en un afectuoso y
conmovido abrazo.
Tratábase de Plinio y su hermano que, encomendados
por sus padres, venían a recibir a los queridos ausentes.
Presentados a Flavia, ambos hicieron un movimiento
instintivo de admiración, recordando el día de la partida,
cuando le habían acomodado en el camarote, entre sus
gemidos y muecas de niña enferma.
La joven se impresionara, también, con la figura de
ambos, de quien poseía apagadas reminiscencias, entre las
recordaciones remotas de su infancia. Principalmente Plinio
Severus, el más joven, la había impresionado profundamente,
con sus veintiséis años completos, del mismo porte elegante y
distinguido con que ella había idealizado al héroe de su
imaginación femenina.
Notábase, igualmente, a simple vista, que el chico no
quedara indiferente a aquellas mismas emociones, porque,
intercambiadas las primeras impresiones del viaje y
examinada la situación de salud de Flaminio Severus,
considerada por los hijos como excesivamente grave, Plinio
ofreció el brazo a la joven, mientras Agripa le observaba con
un leve tono de celos:

226
EMMANUEL

- ¡Pero ¿qué es eso, Plinio? Flavia puede enojarse con tu


excesiva intimidad!...
- Vaya, Agripa – respondió él, con una franca sonrisa -,
¡estás muy perjudicado por los formalismos de la vida pública.
Flavia no puede extrañar nuestras costumbres, en su
condición de patricia por nacimiento y, por lo demás, no nací
para las disciplinas del Estado, tan a tu gusto!...
A esas palabras, dichas con visible buen humor, agregó
Publio Léntulus, confortado por el ambiente de su
predilección:
- ¡Vamos, mis hijos!
Y dando el brazo a la esposa, para desempeñar la
comedia d su felicidad conyugal en la vida común de la gran
ciudad, seguido de Plinio, que amparaba a la joven en su
brazo fuerte y conquistador en asuntos del corazón,
desembarcaron junto a Agripa, a fin de descansar un poco,
antes de seguir directamente para Roma, y, para lo cual, todas
las providencias habían sido tomadas por los hermanos
Severus, con el máximo de cariño y espontanea dedicación.
Livia no se olvidó de Ana, tomando las medidas
necesarias para su comodidad, junto a los demás siervos de la
casa, en todo el curso del camino que los separaba de la
residencia.
En dirección a la ciudad, pensó entonces el senador
que, finalmente, iba a rever al amigo muy amado. Hacía
largos años que acariciaba la idea de confesarle de viva voz,
todos sus disgustos en la vida conyugal, exponiéndole, con
franqueza y sinceridad, sus preocupaciones acerca de los
hechos que lo separaban de la esposa, en la intimidad del
hogar. Tenía sed de sus palabras afectuosas y de explicaciones
consoladoras porque sentía que amaba a la mujer por encima
de todo, a pesar de todos los sinsabores experimentados. No
creyendo sinceramente en su caída, solo su orgullo de hombre

227
HACE 2000 AÑOS

lo apartaba de una reconciliación que, cada día, se tornaba


más imperiosa y necesaria.
En breve llegaban a la antigua residencia, lindamente
ornamentada para recibirlos. Numerosos siervos se
movilizaban, mientras los recién llegados hacían el
reconocimiento de los lugares más íntimos y más familiares.
Hacía quince años que el palacio de Aventino
aguardaba a los dueños, bajo el cariño de esclavos dedicados y
dignos.
Después se servía una refección frugal en el triclinio,
mientras los hermanos Severus, que participaban de esa ligera
comida, esperaban a sus amigos, a fin de seguir todos juntos
para la residencia de Flaminio, donde el enfermo los
aguardaba ansiosamente.
Plinio, en dado momento, como quien trae a colación
una noticia interesante y agradable, exclamó, dirigiéndose al
senador:
- Hace bastante tiempo, conocimos a vuestro tío Salvio
Léntulus y su familia, que residen cerca del Foro.
- ¿Mi tío? – preguntó Publio, impresionado, como si
los recuerdos de Fulvia le trajese a lo íntimo un aluvión de
fantasmas. Pero, al mismo tiempo, como si estuviese haciendo
lo posible por adormecer sus propias amarguras, acentuó con
supuesta serenidad:
- ¡Ah! ¡Es verdad! Hace más de doce años que él regresó
de Palestina…
Fue en este instante que Agripa intervino como para
vengarse de la actitud del hermano, cuando aún no habían
desembarcado, exclamando intencionalmente:
- Por cierto de Plinio parece inclinado a desposarle la
hija, de nombre Aurelia, con quien mantiene las mejores
relaciones afectivas, desde hace mucho tiempo.

228
EMMANUEL

Al oír estas palabras, Flavia Léntulus miró al


interpelado, como entre su corazón y el hijo más joven de
Flaminio ya hubiesen los más fuertes lazos de compromisos
sentimentales, dentro de las leyes misteriosas de las afinidades
psíquicas.
Mientras pasaba ese duelo de emociones, Plinio miró al
hermano casi con odio, dando a entender la impulsividad de
su espíritu y respondiendo con énfasis, como defendiéndose
de una acusación injustificable, ante la mujer de su
preferencia:
- Otra vez, Agripa, estás engañado. Mis relaciones con
Aurelia no tienen otro fundamento, aparte de la más pura
amistad recíproca incluso porque considero muy remota
cualquier posibilidad de casamiento, en la fase actual de mi
vida.
Agripa esbozó una sonrisa burlona, mientras el
senador, comprendiendo la situación, calmaba los ánimos,
exclamando con bondad:
- Está bien, hijos; pero hablaremos después sobre mi
tío. Me siento ansioso por abrazar al querido enfermo y no
tenemos tiempo que perder.
En pocos minutos un grupo de literas se encaminaba
para la noble residencia de los Severus, donde Flaminio
aguardaba al amigo, ansiosamente.
Su fisonomía no acusaba más aquella movilidad
antigua y la extasiante expresión de energía que la
caracterizaba, pero, en compensación, gran placidez se le
irradiaba de los ojos, sensibilizando a cuantos lo visitaban en
sus últimos días de luchas terrestres. La expresión del
semblante era la del luchador derribado y abatido, exhausto
de combatir a las fuerzas misteriosas de la muerte. Los
médicos no tenían la menor esperanza de cura, considerando
el profundo desequilibrio físico, aliado a la muy fuerte

229
HACE 2000 AÑOS

desorganización del sistema cardíaco. Las menores emociones


determinaban alteraciones en su estado, dando lugar a las más
amplias aprehensiones de la familia.
De vez en cuando, los ojos serenos y tranquilos se
fijaban detenidamente en la puerta de entrada, como si
esperasen a alguien con el máximo interés, hasta que rumores
más fuertes, venidos del vestíbulo, anunciaron a su corazón
que iba a cesar una ausencia de quince años consecutivos,
entre él y los amigos siempre recordados.
Calpunia, igualmente muy abatida, abrazó a Livia y a
Publio, derramada en lágrimas y apretando a Flavia en los
brazos, como si recibiese a una hija.
Allí mismo, en el vestíbulo, intercambiaron
impresiones y hablaron de sus intensas nostalgias y de las
numerosas preocupaciones, hasta que Publio deliberó dejar a
las dos amigas en franca expansión afectiva y se encaminó con
Agripa a uno de los compartimentos próximos del tablino,
donde abrazó al gran amigo, con lágrimas de alegría.
Flaminio Severus estaba delgadísimo y sus palabras, a
veces, eran cortadas por la impresionante disnea, dando a
percibir que muy poco tiempo le quedaba de vida.
Sabiendo de la satisfacción del padre en la compañía
íntima del leal amigo, Agripa se retiró del vasto aposento,
donde las sombras del crepúsculo comenzaban a penetrar
caprichosamente, como si lo hiciesen en el silencio sagrado de
las naves religiosas.
Publio Léntulus se sorprendió, encontrando al viejo
compañero en tal estado. No suponía volver a verle tan
depauperado. Ahora, se daba cuenta de que era él, sí, a quien
le competía auxiliarlo en sus consejos, levantándole las fuerzas
orgánicas y espirituales, con sus exhortaciones amigas y
cariñosas.

230
EMMANUEL

Una vez a solas, contempló al amigo y mentor, como si


estuviese viendo a un niño enfermo.
Flaminio, por su parte, lo miró cara a cara y, con los
ojos rasos de agua, le tomó las manos con las suyas, dándole a
entender que recibía allí, en aquel momento, a un hijo muy
amado.
En un gesto tierno y delicado, procuró sentarse más
cómodamente y, amparándose en los hombros de Léntulus,
murmuró conmovedoramente a su oído:
- Publio, aquí ya no te recibe el compañero enérgico y
resuelto de otros tiempos. Siento que solo te esperaba para
poder entregar el alma a los dioses, tranquilamente,
suponiendo ya cumplida la misión que me competía en la
Tierra, con mi conciencia rectilínea y mis honestos
pensamientos.
Hace más de un año presiento el instante irremediable
y fatal, que, ahora, satisfecho mi ardiente deseo, debe estar
acercándose con la velocidad del relámpago. No deseaba,
pues, partir sin apretarte en mis brazos, haciéndole las últimas
confidencias en este lecho de muerte…
- Pues, Flaminio – le respondió el amigo, con
serenidad dolorosa -, todo me autoriza a creer en tus mejoras
inmediatas, y todos nosotros aguardamos la bendición de los
dioses, de manera que podamos contar con tu compañía
indispensable, por mucho tiempo aún, en este mundo.
- No, mi buen amigo, no te ilusiones con esas
suposiciones y pensamientos. Nuestra alma jamás se engaña
cuando se acerca a las sombras del sepulcro. ¡No me demoraré
en penetrar el misterio de la gran noche, pero creo,
firmemente, que los dioses me saludarán con las luces de sus
auroras!...
Y, dejando la mirada, profunda y serena, divagar por el
aposento, como si las paredes marmorosas se dilatasen al

231
HACE 2000 AÑOS

infinito, Flaminio Severus se concentró un minuto en íntimas


meditaciones, y continuó hablando, como si desease imprimir
a la conversación un nuevo rumbo:
- ¿Recuerdas aquella noche en que me confiaste los
pormenores de un sueño misterioso, en el auge de tu
emotividad dolorosa?
- ¡Oh! ¡Si me acuerdo! – contestó Publio Léntulus
recordando, de modo inexplicable, no solo la remota
conversación que resolviera el viaje a Palestina, sino también,
otro sueño, en el cual testimoniara los mismos fenómenos
intraducibles, en la noche de su encuentro con Jesús de
Nazaret. Al recordarse de aquella personalidad maravillosa, se
le estremeció el corazón, pero hizo de todo por evitar al
amigo una impresión más fuerte y dolorosa, agregando con
aparente serenidad: -¿Pero, a qué viene tu pregunta, si hoy
estoy más que convencido, de acuerdo contigo mismo, que
todo aquello no pasaba de simples impresiones de una
fantasía sin importancia?
- ¿Fantasía? – replicó Flaminio, como si hubiese
encontrado una nueva fórmula de la verdad. – Ya modifiqué
por completo mis ideas. La enfermedad tiene, igualmente, sus
bellos y grandioso beneficios. Retenido en el lecho, desde
hace muchos meses, me habitué a invocar la protección de
Temis, de modo que no llegase a ver en mis padecimientos
más que el resultado penoso de mis propios méritos, ante la
incorruptible justicia de los dioses, hasta que una noche tuve
impresiones iguales a las tuyas.
No me recuerdo de haber guardado ninguna
preocupación con tu narrativa, pero lo cierto es que, hace
cerca de dos meses, me sentí llevado en sueño a la misma
época de la revolución de Catilina, y observé la veracidad de
todos los hechos que me relataste hace dieciséis años, llegando
a ver a tu propio ascendiente, Publio Léntulus Sura, que era

232
EMMANUEL

como tu retrato, tal era su profunda semejanza contigo,


mayormente ahora que te encuentras en tus cuarenta y cuatro
años, en plena fijación de trazos fisonómicos.
Interesante es que me encontraba a tu lado, caminando
contigo en la misma senda de clamorosas iniquidades. Me
recuerdo de vernos firmando sentencias inicuas e impiedosas,
determinando el suplicio de muchos de nuestros
semejantes… Sin embargo, lo que más me atormentaba era
observarte la terrible actitud, determinando la ceguera de
muchos de nuestros adversarios políticos y asistiendo,
personalmente, al desenvolvimiento de las flagelaciones de
hierro en brasas, quemando numerosas pupilas para siempre,
a los gritos dolorosos de las víctimas indefensas!...
Publio Léntulus abrió desmesuradamente los ojos, de
espanto, participando, igualmente, de aquellas recordaciones
que dormían profundamente en su alma entristecida, y
contestó, por fin:
- ¡Mi buen amigo, tranquiliza el corazón… Semejantes
impresiones parecen reflejos de alguna emoción muy fuerte
que perdurase en lo profundo de tu memoria, por mis
narraciones en aquella noche de hace tantos años!...
Flaminio Severus esbozó, entonces, una leve sonrisa,
como quien comprendía la intención generosa y consoladora,
redarguyendo con serena bondad:
- Debo decirte, Publio, que esos cuadros no me
amedrentaron y solo te hablo de ese complejo de emociones,
porque tengo la certeza de que voy a partir de esta vida y aún
quedarás, tal vez por mucho tiempo, en la corteza de este
mundo. Es posible que las recordaciones de tu espíritu afloren
nuevamente y, entonces, quiero que aceptes la verdad
religiosa de los griegos y de los egipcios. Creo, ahora, que
tenemos numerosas vidas, a través de distintos cuerpos.
Siento que mi pobre organismo está presto a deshacerse;

233
HACE 2000 AÑOS

entretanto, mi pensamiento está vivaz como nunca y solo en


tales circunstancias presumo entender el gran misterio de
nuestras existencias. Me pesa, íntimamente, haber practicado
el mal en el pretérito tenebroso, aunque haya transcurrido
más de un siglo sobre los tristes acontecimientos de nuestras
visiones espirituales; sin embargo, aquí estoy delante de los
dioses, con la conciencia tranquila.
Publio lo oía atentamente, entre apenado y
conmovido. Procuraba dirigirle palabras confortadoras, pero
la voz parecía morirle en la garganta, embargada por las
emociones de aquel doloroso momento.
Flaminio, entonces, le dio un abrazo emocionado, y
con los ojos rasos de lágrimas, le susurró al oído:
- Mi amigo, no tengas duda sobre mis palabras…
Quiero creer que estas horas sean las últimas… en mi
escritorio están todos tus documentos y el memorial de los
negocios de orden material que movilicé en tu nombre, en tu
ausencia y en lo concerniente a nuestros problemas de orden
político y financiero. No encontrarás dificultades para
catalogar, convenientemente, todos los papeles a que me
refiero…
- Pero, Flaminio – replicó Publio, con enérgica
serenidad -, creo que tendremos mucho tiempo para cuidar
de eso.
En ese momento, Livia y la hija, Calpunia y los
jóvenes, se acercaron al noble enfermo, trayéndole sonrisas
amigas y palabras consoladoras.
El enfermo dio muestras de ánimo y alegría para cada
uno de ellos, encareciendo el abatimiento de Livia y la belleza
exuberante de Flavia, con palabras dulces y cálidas.
Quedando a solas, nuevamente, el generoso senador
que la molestia desfigurara, entre los linos claros del lecho,
exclamó con bondad:

234
EMMANUEL

- He, aquí mi amigo, las mariposas risueñas del amor y


de la juventud, que el tiempo hace desaparecer, célere, en su
torbellino de impiedades…
Y bajando la voz, como si quisiese transmitir al amigo
una delicada confidencia del alma, continuó hablando
pausadamente:
- Llevo conmigo, para el túmulo, numerosas
preocupaciones por mis pobres hijos. Les di todo lo que me
era posible, en materia educativa, y, aun reconociendo que
ambos poseen sentimientos generosos y sinceros, noto que sus
corazones son víctimas de las penosas transiciones de los
tiempos que pasan, en los cuales tenemos a disgusto que
observar los más degradantes rebajamientos de la dignidad del
hogar y de la familia.
Agripa viene haciendo lo posible por adaptarse a mis
consejos, entregándose a las labores del Estado; pero Plinio
tuvo la poca suerte de dejarse seducir por amigos pérfidos y
desleales, que no desean sino su ruina y lo arrastran a las
mayores inmoralidades, en los ambientes sospechosos de
nuestras más altas camadas sociales, llevando muy lejos su
espíritu de aventuras.
Ambos me proporcionan los mayores sinsabores con
los actos que practican, dando testimonio de reducidas
nociones de responsabilidad individual. Disipando gran parte
de nuestra fortuna, no sé qué futuro será el de mi pobre
Calpurnia si los dioses no me permitieren la gracia de
buscarla, en breve, en el exilio de su nostalgia y de su
amargura, después de mi muerte!...
- Pero a mí – respondió con interés el interpelado –
ellos me parecen dignos del padre que los dioses les
concedieron, con su gentileza generosa y con la hidalguía de
sus actitudes.

235
HACE 2000 AÑOS

- En todo caso, mi amigo, no puedes olvidar que tu


ausencia de Roma fue muy larga y que muchas innovaciones
se procesaron en este período.
¡Parecemos caminar vertiginosamente hacia un nivel de
absoluta decadencia de nuestras costumbres familiares, así
como nuestros procesos educativos, a mi manera de ver, van
desmantelados en dolorosa falencia!..
Y como si desease traer de nuevo la conversación para
los asuntos de orden inmediato, de la vida práctica, acentuó:
- Ahora que veo a tu hija radiante de juventud y de
energía, renuevo, íntimamente mis antiguos proyectos de
traerla al círculo de nuestra comunidad familiar.
Era mi deseo que Plinio la desposase, pero mi hijo más
joven parece inclinado a comprometerse con la hija de Salvio,
no obstante la oposición de Calpunia a ese proyecto; no por
tu tío, siempre digno y respetable a nuestros ojos, sino por su
mujer que no parece dispuesta a abandonar las antiguas ideas
e iniciativas del pasado. Pero, debo considerar que me resta
aún a Agripa, a fin de concretar mis numerosas esperanzas.
¡Si pudieres, algún día, no te olvides de esta mi
recomendación in extremis!...
- Esta bien, Flaminio, pero no te canses. Da tiempo al
tiempo porque no faltará ocasión para discutir el asunto –
contestó Publio Léntulus, conmovido.
En ese momento, Agripa entró en la alcoba,
dirigiéndose al padre, afectuosamente:
- Mi padre, el mensajero enviado a Masilia 1 acaba de
llegar, trayendo las deseadas informaciones con respecto a
Saúl.
- ¿Y él nada nos manda a decir sobre su venida? –
preguntó el enfermo, con bondadoso interés.

1
Nota de la Ed itora: Actualmente, Marsella.

236
EMMANUEL

- No. El portador solo comunica que Saúl partió para


Palestina, después de alcanzar la consolidación de su fortuna,
con los últimos lucros comerciales, acrecentando haber
deliberado ir a Judea, para ver de nuevo al padre que reside en
las cercanías de Jerusalén.
- Pues bien – dijo el enfermo, resignado -, en vista de
eso, recompensa al mensajero y no te preocupes más con mis
anteriores deseos.
Al oírlos, Publio dio vueltas al cerebro para recordarse
de algo que no podía definir con precisión. El nombre de
Saúl no le era extraño. Con la circunstancia de localizarse la
residencia del padre en las proximidades de Jerusalén, se
recordó, finalmente, de los personajes de sus reminiscencias,
con fidelidad absoluta. Rememoró el incidente en el que
fuera obligado a castigar a un joven judío de ese nombre, en
las cercanías de la ciudad, remitiéndolo a las galeras como
punición de su acto de irreflexión, y recordando, igualmente,
el instante en que un agricultor israelita fuera a reclamar la
libertad del prisionero, dándolo como su hijo.
Experimentando un anhelo vago en el corazón, exclamó
intencionalmente:
- ¿Saúl? ¿No es un nombre característico de Judea?
- Sí – respondió Flaminio con serenidad -, se trata de
un esclavo liberto de mi casa. Era un cautivo Judío, aún
joven, adquirido por Valerio, en el mercado, para las bigas de
los muchachos, al ínfimo precio de cuatro mil sestercios. Tan
bien se portó en los quehaceres, que le era designados
comúnmente, que, después de ganar varios premios con sus
proezas en el Campo de Marte, destinados a mis hijos, resolví
concederle la libertad, dotándolo con los recursos necesarios
para vivir y promover empresas por su propia cuenta. Y
parece que la mano de los dioses lo bendijo en el momento

237
HACE 2000 AÑOS

preciso, porque Saúl es hoy señor de una fortuna sólida, como


resultado de su esfuerzo y trabajo.
Publio Léntulus silenció íntimamente aliviado, pues su
prisionero, según noticias recibidas por los guardias del
gobierno provincial, se había evadido para el hogar paterno,
huyendo, de ese modo, a la esclavitud humillante.
Las horas de la noche iban ya avanzadas.
El visitante se recordó, entonces, de que esperaba
entrevistarse con Flaminio para una conversación sustanciosa
y larga, con respecto a múltiples asuntos, como, por ejemplo,
su penosa situación conyugal, la desaparición misteriosa del
hijito, y su encuentro con Jesús de Nazaret. Pero, observaba
que Flaminio estaba exhausto, siendo justo y necesario aplazar
sus confidencias amargas y penosas.
Fue entonces que se retiró del aposento para aguardar
al día siguiente, lleno de esperanzas consoladoras.
Los dos amigos intercambiaron largas y significativas
miradas en el instante de aquellas despedidas, que ahora
parecían comunes, como las afectuosas salutaciones diarias de
otros tiempos.
Confortadoras exhortaciones y promesas amigas fueron
intercambiadas, entre expresiones de fraternidad y cariño,
antes que Calpúrnia recondujese a los visitantes al vestíbulo,
con su bondad generosa y acogedora.
Sin embargo, en las primeras horas de la mañana
siguiente, un mensajero apresurado paraba a la puerta del
palacete de los Léntulus, con la noticia alarmante y dolorosa.
Flaminio Severus empeoraba inesperadamente sin que
los médicos diesen a sus familiares la menor esperanza. Todas
las mejoras ficticias habían desaparecido. Una fuerza
inexplicable le desequilibrara la armonía orgánica, sin que
remedio alguno le paralizase las angustiosas aflicciones.

238
EMMANUEL

Dentro de pocas horas, Publio Léntulus y los suyos se


encontraban, de nuevo, en la vivienda confortable de los
amigos.
Mientras penetra él, ansioso, en el cuarto del viejo
compañero de luchas terrestres, Livia en la intimidad de un
apartamento, se dirige a Calpurnia en estos términos:
- Mi amiga, ¿ya oíste hablar de Jesús de Nazaret?
La orgullosa matrona, que no perdía la línea de sus
vanidades en familia, aún en los momentos de las más
angustiosas preocupaciones, abrió desmesuradamente los ojos,
exclamando:
- ¿Por qué me lo preguntas?
- Porque Jesús – respondió Livia, humildemente – es la
misericordia de todos los que sufren y no puedo olvidarme de
su bondad, ahora que nos vemos en pruebas tan ásperas y tan
dolorosas.
- Supongo, querida Livia – contestó Calpurnia,
gravemente -, que olvidaste todas las recomendaciones que te
hice antes de partir para Palestina, porque, de tus
advertencias, estoy deduciendo que aceptaste de buena fe las
teorías absurdas de la igualdad y de la humildad,
incompatibles con nuestras tradiciones más añejas, dejándote
llevar por las aguas engañosas de las creencias erróneas de los
esclavos.
- Pero, no es eso. Me refiero a la fe cristiana, que nos
anima en las luchas de la existencia y consuela el corazón
atormentado en las pruebas más ríspidas y más amargas…
- Esa creencia está llegando ahora a la sede del Imperio
y por cierto ha encontrado la repulsión general de nuestros
hombres más sensatos e ilustres.
- Sin embargo, yo conocí a Jesús de cerca y su doctrina
es de amor, de fraternidad y de perdón… ¡Conociendo tus
justos recelos por Flaminio, me recordé de apelar al profeta de

239
HACE 2000 AÑOS

Nazaret, que, en Galilea, era la providencia de todos los


afligidos y de todos los sufridores!
- Bien sabes, mi hija, que la fraternidad y el perdón de
las faltas no se compadecen, de modo alguno, con nuestras
ideas de honras, de patria y de familia, y lo que más me
admira es la facilidad con la que Publio te permitió tan
íntimo contacto con las concepciones erróneas de Judea, al
punto de modificar tu personalidad moral, según me dejas
entrever.
- Pero…
Iba Livia a esclarecer, de la mejor manera, sus puntos
de vista, con respecto al asunto, cuando Agripa entró
sorpresivamente en el gabinete, exclamando con la más fuerte
emoción:
- ¡Madre mía, venga de prisa, muy de prisa!... ¡Mi
padre parece agonizante!...
En un instante, ambas penetraron en el aposento del
moribundo, que tenía los ojos fijos como si fuera acometido,
inesperadamente, de un deliquio irrefrenable.
Publio Léntulus guardaba, entre las suyas, las manos
del moribundo, mirándole ansiosamente el fondo de las
pupilas.
Pero, poco a poco, el tórax de Flaminio parecía
moverse de nuevo a los impulsos de una respiración profunda
y dolorosa. En seguida, los ojos revelaron fuerte claridad de
vida y conciencia, como si una lámpara del cerebro se hubiese
encendido nuevamente en un último movimiento.
Contempló, a su alrededor, a los familiares y amigos muy
amados, que se inclinaban sobre él, inquietos y ansiosos. Un
médico muy amigo, que lo asistía invariablemente,
comprendiendo la gravedad del momento, se retirara al atrio,
mientras en torno al agonizante sólo se oía la respiración
oprimida de nuestros conocidos de estas páginas.

240
EMMANUEL

Flaminio paseó la mirada brillante e indefinible por


todos los rostros, como si buscase, más detenidamente, a la
esposa y a los hijos, exclamando con frases entrecortadas:
- Calpurnia, estoy… en la hora extrema… y doy
gracias a los dioses… por sentir la conciencia… limpia y
tranquila… te esperaré en la eternidad… un día… cuando
Júpiter… tuviere a bien… llamarte a mi lado.
La venerada señora ocultó el rostro en las manos,
dando expansión a las lágrimas, sin conseguir articular
palabra.
- No llores… - continuó él, como aprovechando los
últimos momentos -, la muerte… es una solución… cuando
la vida… ya no tiene más remedio… para nuestros dolores…
Y mirando a los dos hijos, que lo contemplaban con
ansiedad, llorando, tomó la mano del más joven,
murmurando:
- Desearía… mi Plinio… verte feliz… muy feliz… ¿Es
tu intención… desposar a la hija de Salvio?...
Plinio comprendió las alusiones paternas en aquel
momento grave y decisivo, haciendo una leve señal vengativa
con la cabeza, al mismo tiempo que fijaba los ojos grandes y
ardientes en Flavia Lentulia, como indicando al padre su
preferencia.
El moribundo, por su parte, con la profunda lucidez
espiritual de los que se aproximan a la muerte, con plena
conciencia de la situación y de sus deberes, entendió la
actitud silenciosa del hijo, estremecido y, tomando la mano
de la joven, que se inclinaba afectuosamente sobre su pecho,
apretó las manos de ambos junto a su corazón, murmurando
con íntima alegría:
- Eso es… una razón más… para que yo parta…
tranquilo… Tú, Agripa haz de ser también… muy feliz… y
tú… mi querido Publio… junto a Livia… habrás de vivir…

241
HACE 2000 AÑOS

Sin embargo, un sollozo más fuerte se le escapara


inopinadamente y la sucesión de los singultos violentos y
dolorosos lo obligó a callarse, mientras Calpurnia se
arrodillaba y le cubría las manos a besos…
Livia también, en genuflexión, miraba a lo alto como si
desease descubrir sus arcanos. A sus ojos, se presentaba
aquella cámara mortuoria repleta de figuras luminosas y de
otras sombras indefinibles, que se deslizaban tranquilamente
en torno al moribundo. Oró en lo íntimo del alma, rogando a
Jesús fuerza y paz, luz y misericordia para el gran amigo que
partía. En ese instante, divisó la radiante figura de Simón,
rodeada de claridad azulina y resplandeciente.
Flaminio agonizaba…
En la medida que transcurrían los minutos, los ojos se
le tornaban vítreos y descoloridos. Todo el cuerpo vertía un
sudor abundante, que empapaba el lino blanquísimo de las
sábanas.
Livia notó que todas las sombras presentes se habían
arrodillado también y solamente la figura imponente de
Simón quedara de pie, como si fuera un centinela divino,
colocando las manos radiantes en la frente abatida del
moribundo. Notó, entonces, que sus labios se entreabrían,
para la oración, al mismo tiempo que las dulces palabras le
llegaban, nítidas a los oídos espirituales:
- ¡Padre Nuestro que estás en el Cielo, santificado sea
vuestro nombre, venga a nos vuestro reino de misericordia, y
hágase tu voluntad, así en la Tierra como en los cielos!...
En ese instante, Flaminio Severus dejaba escapar el
último suspiro. Marmórea palidez le cubrió los trazos
fisonómicos, al mismo tiempo que una infinita serenidad se
estampaba en su máscara cadavérica, como si el alma generosa
hubiese partido para la mansión de los bienaventurados y de
los justos.

242
EMMANUEL

Solamente Livia, con su creencia y su fe, pudo


conservarse serena, entre cuantos la rodeaban en el doloroso
trance. Publio Léntulus, entre lágrimas conmovedoras se
certificaba de haber perdido el mejor y el mayor de los
amigos. Nunca más la voz de Flaminio le hablaría de las más
bellas ecuaciones filosóficas, sobre los problemas grandiosos
del destino y del dolor, en las corrientes interminables de la
vida. Y, mientras se abrían las puertas del palacio para los
homenajes de la sociedad romana; y mientras se celebraban
solemnes exequias implorando la protección de los manes del
muerto, su corazón amigo consideraba la realidad dolorosa de
haberse rasgado, para siempre, una de las más bellas páginas
afectivas, en el libro de su vida, dentro de la obscuridad espesa
e impenetrable de los secretos de un túmulo.

243
HACE 2000 AÑOS

II SOMBRAS Y NUPCIAS
A las exequias de Flaminio comparecieron numerosos
amigos del extinto, además de las muchas representaciones
sociales y políticas de todas las organizaciones en las que
radicara su nombre digno e ilustre.
Entre tantos elementos, no podía faltar la figura del
pretor Salvio Léntulus que, en los homenajes póstumos, se
hizo acompañar de la mujer y de la hija, que hicieron lo
posible por representar bien la comedia de su fingido pesar
por la muerte del gran senador, junto a Calpurnia que se
deshacía en las lágrimas de sus más dolorosos sentimientos.
Allí mismo, en el palacio de los Severus, se encontraron
los miembros de la familia Léntulus, con la evidente aversión
de Publio por la presencia de la esposa del tío, mientras las
señoras intercambiaban impresiones dolorosas, en la afectada
etiqueta de las trivialidades sociales.
Fulvia y Aurelia notaron, con profundo desagrado, la
expresión cariñosa de Plinio Severus para con Flavia Lentulia,
a quien distinguía con especial atención, en las solemnidades
fúnebres, como demostrando las preferencias de su corazón.
He aquí, el porqué, de ahí a algún tiempo, vamos a
encontrar a la madre y a la hija en una conversación animada
sobre el asunto, en la intimidad del hogar, dando a entender
la mezquindad de sus sentimientos, aunque los cabellos
blancos infundieran veneración en la frente materna, que, a
pesar de eso, no se dejaba vencer por los argumentos de la
experiencia y de la edad.
- Yo también – exclamaba Fulvia, maliciosamente,
respondiendo a una interpelación de la hija – mucho me
244
EMMANUEL

sorprendí con las actitudes de Plinio, por juzgarlo un joven


celoso del cumplimiento de sus deberes; pero no me interesé
por los modos de Flavia, por cuanto siempre creí que los hijos
tienen que heredar fatalmente las cualidades de los padres y,
más particularmente, en el presente caso, cuando la herencia
es materna, con más bases de certidumbre irrefutable para
nuestro juicio.
- ¡Oh! Madre, ¿Quieres decir, entonces, que conoces la
conducta de Livia hasta ese punto? – preguntó Aurelia, con
bastante interés.
- No dudes que sea de otra forma…
Y la imaginación calumniosa de Fulvia pasó a satisfacer
la curiosidad de la hija, con los hechos más inverosímiles y
terribles, sobre la esposa del senador, durante su permanencia
en Palestina, comentados por las expresiones de ironía y
desprecio de la joven, dominada por los más acerbos celos,
terminando la narrativa en estos términos:
- Solamente tu tía Claudia podría contarte
literalmente, lo que sufrimos, en vista del perjurio de esa
mujer que hoy vemos tan simple y tan retraída, como si no
conociese las experiencias más fuertes de éste mundo. No
podemos olvidar que nos encontramos ante personas tan
poderosas en la política, como en la astucia. ¡El sobrino de tu
padre, además de ser un marido profundamente infeliz, es un
hombre público orgulloso y malvado!...
No me consta que hubiese corregido él a la esposa
relajada e infiel, después de haber verificado, con sus propios
ojos, su traición conyugal; pero, bastó que ella lo hiciese sufrir
con sus deslealtades para que todos nosotros, los romanos que
nos encontrábamos en Judea, pagásemos el hecho con los más
horribles tributos de sufrimiento.
Poseíamos un gran amigo en la persona del lictor
Sulpicio Tarquinius, que fue asesinado bárbaramente en

245
HACE 2000 AÑOS

Samaria, en trágicas circunstancias, sin que nadie, hasta hoy,


pudiese identificar a sus asesinos, para el merecido castigo…
Nuestra familia, que tenía intereses importantes en Jerusalén,
fue obligada a volver precipitadamente a Roma, con graves
perjuicios financieros para su padre y, por último – proseguía
la palabra venenosa de la calumniadora -, el gran corazón de
mi cuñado Poncio sucumbió bajo las pruebas más injuriosas y
más rudas… Destituido del gobierno provincial y
atormentado por las más duras humillaciones, fue desterrado
para las Galias, suicidándose en Viena, en penosas
circunstancias, acarreándonos inextinguible disgusto!…
¡En vista de los martirios soportados por Claudia, en
virtud de la nefasta influencia de esa mujer, no me sorprendo,
por lo tanto, con las actitudes de la hija, procurando robarte
el novio venturoso!...
- Urge que trabajemos para que tal cosa no acontezca,
mi madre – replicó la joven bajo la fuerte impresión de sus
nervios vibrátiles. – Ya no puedo vivir sin él, sin su
compañía… Sus besos me ayudan a vivir en el torbellino de
nuestras preocupaciones de cada día…
Fulvia irguió, entonces, los ojos, como examinando
mejor la ansiedad que se estampara en la fisonomía de la hija,
contestando con aire inteligente y malicioso:
- ¿Pero tú te vienes entregando a Plinio, de esa manera?
Sin embargo, la joven, temblando de cólera, recibió la
indirecta dentro de los infelices principios educativos a los
que obedecía desde la cuna, exclamando con furia:
¿Qué piensas, entonces, que hacemos yendo a las
fiestas y a los circos? ¿Por ventura, seré yo diferente de las
otras jóvenes de mi tiempo?
Y, levantando la voz como alguien que necesitase
defenderse pronunciando un libelo contra el acusador, se

246
EMMANUEL

desató en consideraciones inconvenientes, a través de


términos asquerosos, rematando.
- Y tú, madre, no tienes igualmente…
Pero, Fulvia, de un salto, se coló al cuerpo de la hija en
una actitud acriminadora y severa, exclamando con la fría
serenidad:
- ¡Cállate! ¡Ni una palabra más, pues no era mi
propósito calentar una víbora en mi propio seno!...
Y comprendiendo, que la situación podía volverse más
penosa en virtud de sus grandes culpas, como madre, como
esposa y en calidad de mujer, exclamó con la voz casi
meliflua, como dando una triste lección a la propia hija:
- ¡Vaya, Aurelia! ¡No te aborrezcas!... Si hablé de ese
modo fue para insinuarte que no podemos cautivar a un
hombre, para nuestras garantías femeninas en el matrimonio,
dándole todo de una vez. Un hombre nervioso y galanteador,
como el hijo de Flaminio, se conquista por etapas, haciéndole
pocas concesiones y muchos cariños.
Bien sabes que el primer problema de la vida de una
mujer de nuestra época se resume, antes de todo, a la
obtención de un marido, porque los tiempos son malos y no
podemos dispensar la sombra de un árbol que nos abrigue de
sorpresas penosas, entre las esperezas del camino…
- Es verdad, madre – respondió la joven totalmente
modificada, merced a aquellas astutas ponderaciones -; lo que
me dices es la realidad y ya que son tan grandes tus
experiencias, ¿qué me sugieres para la realización de mis
deseos?
- Antes de todo – contestó Fulvia, perversamente –
debemos recurrir a los argumentos de los celos, que son
siempre muy fuertes, cuando existe un interés más o menos
sincero, de conseguir alguna cosa en asuntos de amor. Y ya
que te entregaste tanto al hijo de Flaminio, ve si aprovechas

247
HACE 2000 AÑOS

las primeras fiestas del circo, provocándole impulsos de


envidia y despecho.
¿No has sido cortejada por el protegido del cuestor
Britanicus?
- ¿Emiliano? – preguntó la joven, interesada.
- Sí, Emiliano. Se trata igualmente de un buen partido,
pues su futuro en las clases militares parece lleno de óptimas
perspectivas. Procura seducirle la atención, delante de Plinio,
de modo que hagamos todo lo posible para conseguirte el
descendiente de los Severus, que, al final, es el partido más
ventajoso de cuantos han aparecido.
- ¿Pero si el plan fallase, para nuestro disgusto?
- Restaría recurrir a las ciencias de Araxes, con sus
ungüentos y artes mágicas…
Pesado silencio se hiciera entre ambas, en el examen de
aquella perspectiva de recurrir, más tarde, a las fuerzas
tenebrosas de uno de los más célebres feticheros de la
sociedad de entonces.
Los días pasaron sobre los días, pero el hijo más joven
de Flaminio no volvió a cortejar a la hija del pretor Salvio
Léntulus, y cuando, de ahí a algún tiempo, volvió a
frecuentar los circos festivos y ruidosos, no tuvo gran sorpresa
encontrando, en la intimidad de Emiliano, a aquella a quien
se sentía ligado tan solo por los lazos frágiles y artificiales de la
lascivia y de los hábitos viciosos del tiempo.
Sin embargo, Aurelia no se conformaba, íntimamente,
con el abandono al que fuera botada, planeando la mejor
manera de ejercer, oportunamente, su venganza, porque
Plinio, ante las vibraciones cariciosas del amor de Flavia
Lentulia, parecía un hombre enteramente modificado. Se
alejara espontáneamente de los bacanales comunes de la
época, huyendo, igualmente, de los vicios y liviandades.
Parecía, inclusive, que una nueva fuerza lo guiaba ahora para

248
EMMANUEL

la vida, tallándole de nuevo el corazón para los ambientes


cariciosos y lúcidos de la familia.
En el palacio de los Léntulus, la vida transcurría con
relativa tranquilidad.
Calpurnia pasaba allí los primeros meses, después del
fallecimiento del marido, en compañía de los hijos, mientras
Plinio y Flavia tejían su romance de esperanza y de amor, en
las luces de la mocedad, bajo la bendición de los dioses, de
quien no se olvidaban, en la culminación radiante de su dulce
amor.
Alejándose de las inquietudes de la época, Plinio se
recogía, siempre que le era posible, en sus aposentos en el
palacio de Aventino, entregándose a la pintura, o a la
escultura, en las que era eximio, modelando, en preciosos
mármoles, bellos ejemplares de Venus y de Apolo, que eran
dados a Flavia como recordación de su intensa amor. Ella,
por su parte, componía delicadas joyas poéticas, musicalizadas
en la lira por sus propias manos, ofreciendo las flores del alma
al novio idolatrado, en cuyo espíritu generoso colocara los
más bellos sueños del corazón.
Sólo una persona no toleraba aquel hermoso encuentro
de dos almas gemelas. Esa persona era Agripa. Desde el
instante en que viera a la hija del senador, en el puerto de
Ostia, pensó haber encontrado a la futura esposa. Se suponía
el único candidato al corazón de aquella joven romana,
enigmática e inteligente, en cuya faz ruborizada jugaba
siempre una sonrisa de bondad superior, como si Palestina le
hubiese impuesto una belleza nueva, llena de misteriosos y
singulares atractivos.
Pero, en vista de los proyectos de casamiento del
hermano con Flavia, sus planes habían fracasado totalmente.
En balde, presumiera haber encontrado la mujer de sus
sueños, porque la ternura, y los caprichos de ella pertenecían

249
HACE 2000 AÑOS

al hermano, únicamente. Fue por ese motivo que, a la par con


el retraimiento de Plinio Severus, dentro del hogar, para una
larga serie de actos impensados, acentuando, cada vez más, la
manera extravagante de su personalidad, prefiriendo las
compañías más nocivas y los ambiente más viciosos.
En el curso de sus numerosos desvíos, enfermara
gravemente, inspirando cuidados de su madre, que se
desvelaba por los hijos con el mismo cariño de siempre.
Vamos a encontrarlo, de este modo, por una bella
tarde romana, en la misma terraza donde vimos a Publio
Léntulus en amargas meditaciones, en las primeras páginas de
éste libro.
Brisas acariciantes refrescaban el crepúsculo, saturado
aún de las claridades del sol hermoso y caliente.
A su lado, Calpurnia examinaba algunas piezas de lana,
echándole miradas afectuosas. En dado momento, la venerada
señora le dirige la palabra en estos términos:
- Entonces, hijo mío, rindamos gracias a los dioses,
porque ahora te veo mucho mejor y camino del más franco
restablecimiento.
- Sí, madre – murmuró el joven convaleciente -, estoy
mucho mejor y más fuerte; sin embargo, espero que nos
transfiramos para nuestra casa dentro de dos días, a fin de
poder consolidar mi cura, procurando olvidar…
- ¿Olvidar qué? – preguntó Calpurnia, sorprendida.
- ¡Madre mía! – respondió el joven, enigmáticamente -,
la salud no puede volver al cuerpo cuando el espíritu continúa
enfermo!...
- ¡Vaya, hijo, debes abrirme el corazón con más
sinceridad y más franqueza. Confíame tus amarguras más
íntimas, pues es posible que te pueda dar algún consuelo!...
- ¡No, madre, no debo hacerlo!

250
EMMANUEL

Y, hablando así, Agripa Severus, fuese por el estado de


abatimiento en el que aún se encontraba, fuese por la
necesidad de un desahogo más intenso, desató en llanto,
sorprendiendo amargamente el corazón materno con su
inesperada actitud.
-¿Pero qué es eso, hijo? ¿Qué pasa en tu íntimo, para
que sufras de esa forma? – le preguntó Calpurnia,
extremadamente afligida, enlazándolo en los brazos cariñosos.
- ¡Dímelo todo!... – prosiguió afligida. – No me ocultes tus
amarguras, Agripa, porque yo sabré remediar la situación de
cualquier modo!
- ¡Madre, mi madre!... – dijo él, entonces, en un largo
desahogo – yo sufro desde el día en que Plinio me arrebató la
mujer deseada… Siento en el alma una atracción misteriosa
por Flavia y no puedo conformarme con la dolorosa realidad
de ese casamiento que se aproxima.
Creo que, si mi padre viviese, aún procuraría salvar mi
situación, conquistando para mí ese matrimonio, con las
resoluciones providenciales que le conocíamos…
Esperé siempre, a través d todas las venturas de la
juventud, que me surgiese, en el camino, la criatura
idealizada, en mis sueños, para organizar un hogar y
constituir una familia y, cuando aparece la mujer de mis
aspiraciones, he aquí que me la arrebatan, y ¿quién?... ¡Porque
la verdad es que, si Plinio no fuera mi hermano, no vacilaría
en usar y abusar de los más violentos procesos para alcanzar la
consecución de mis deseos!...
Calpurnia lo oía en silencio, compartiendo sus
angustias y sus lágrimas. Ignoraba aquel duelo silencioso de
sentimientos y solamente ahora podía comprender la molestia
indefinida que devoraba al hijo mayor, avasalladoramente.
Pero, su corazón poseía bastante experiencia de la vida
y de las costumbres del tiempo, para analizar, con el máximo

251
HACE 2000 AÑOS

acierto, la situación y, transformando la sensibilidad femenina


y los recelos maternales en rígida fortaleza, le respondió
conmovida, acariciándole los cabellos en una dulce actitud:
- ¡Mi Agripa, yo te comprendo el corazón y sé evaluar
la intensidad de tus padecimientos morales; pero, necesitas,
comprender que hay en la vida fatalidades, dolorosas, cuyos
problemas angustiantes debemos resolver con el máximo de
coraje y paciencia… No fue para otra cosa que los dioses nos
colocaron en las más altas esferas sociales, de modo que
enseñemos, a los más ignorantes y más débiles, las tradiciones
de nuestra superioridad espiritual, teniendo en cuenta todas
las penosas eventualidades de la vida y del destino.
Sofoca en tu íntimo esa pasión injustificable, porque
siento que Flavia y tu hermano nacieron en este mundo con
sus destinos entrelazados… Plinio aún era un niño de pecho,
cuando tu papá ya proyectaba ese matrimonio, ahora presto a
consumarse.
Sé fuerte – continuaba la noble matrona enjugándole
las lágrimas silenciosas y tristes -, porque la existencia exige de
nosotros, algunas veces, esos gestos de renuncia ilimitada!...
¡Entretanto, levantemos nuestras súplicas a los dioses!
De Júpiter ha de llegar, para tu alma ulcerada, el necesario
consuelo.
Agripa, después de oír la voz materna, se sentía más o
menos aliviado, como si su íntimo se hubiese serenado
después de una tempestad de los más antagónicos
sentimientos.
Consideró que las ponderaciones maternales
representaban la verdad y se preparaba, íntimamente, aun con
la penosa impresión psíquica que lo atormentaba, para
resignarse, infinitamente, con la situación dolorosa e
irremediable.

252
EMMANUEL

Calpurnia dejó pasar algunos minutos, antes de


dirigirle la palabra nuevamente, como si aguardase el efecto
saludable de sus primeras ponderaciones, continuando:
- ¿No te interesaría, ahora, un viaje a nuestra propiedad
del Avenio? Bien sé que, por la fuerza de tu vocación y por el
imperativo de las circunstancias, tu lugar es aquí, como
sucesor de tu padre; pero, ese viaje representaría la solución
de varios problemas urgentes, inclusive tu caso íntimo.
Agripa oyó la sugestión con el máximo interés,
replicando al final:
- Mi madre, tus palabras cariñosas me reconfortaron y
acepto la sugestión, a ver si consigo encontrar el maravilloso
elixir del olvido; pero, desearía partir con atribuciones de
Estado, porque, de ese modo, podría demorarme en la
Masilia, permaneciendo allá con la autoridad que me será
necesaria en tales circunstancias…
- ¿Y no podrías conseguir fácilmente ese propósito?
- Creo que no. Para demandar ese viaje con
atribuciones oficiales, solo conseguiría mis intentos, en
carácter de militar.
-¿Y por qué no movilizamos nuestras prestigiosas
relaciones de amistad para obtener lo que deseas? Bien sabes
que, con el auxilio de Publio y del senador Cornelio Docus,
Plinio aguarda una promoción oficial en breves días, con
amplias perspectivas de progreso y nuevas realizaciones
futuras, en el cuadro de nuestras clases armadas. Incluso dicen
que el Emperador Claudio, consolidando la centralización de
poderes con la nueva administración, se muestra satisfecho
cuando transforma las regalías políticas en regalías militares.
A mí, solo me causaría orgullo y satisfacción ofrecer
mis dos hijos al Imperio, para consolidación de sus conquistas
soberanas.

253
HACE 2000 AÑOS

- Así lo haré – replicó Agripa, ya con los ojos enjutos,


como si las sugestiones maternas constituyesen suave remedio
para sus penosas preocupaciones.
A poco tiempo, se evadían en el horizonte los últimos
resplandores rubros de la tarde, que daban lugar a una
hermosa noche llena de estrellas.
Amparado por los brazos maternos, el joven patricio se
recogió más confortado a sus aposentos, esperando la ocasión
de tomar providencias en cuanto a sus nuevos planes.
Después de acomodarlo convenientemente, volvió
Calpurnia a la terraza, donde procuró reposar de las intensas
fatigas morales. Suplicando la piedad de los dioses, fijó en los
cielos estrellados los ojos lacrimosos.
Parecía que el corazón se le había parado en el pecho
para asistir al desfile de las recordaciones más cariciosas y más
dulces, aunque tenía la mente torturada por pensamientos
amargos y dolorosos.
Más de seis meses habían transcurrido después de la
muerte del esposo, y la noble matrona se sentía ya
completamente extraña en la sociedad y en el mundo. Hacía
prodigios mentales para enfrentar dignamente su situación
social, porque sentía, en su vejez resignada, que el curso del
tiempo va aislando a determinadas criaturas al margen del río
infinito de la vida. Sentía, en el ambiente y en los corazones
que la rodeaban, una diferencia singular, como si faltase una
pieza del mecanismo de su raciocinio, para completar un
juicio preciso de las cosas y de los acontecimientos. Esa pieza
era la presencia del esposo, que la muerte había arrebatado;
era su palabra ponderada y amorosa, dulce y sabia.
Desde los primeros días de permanencia en la casa de
los amigos, recibiera de Livia y Publio, por separado, las más
dolorosas confidencias sobre los acontecimientos de Palestina,
que les comprometieron para siempre la ventura y

254
EMMANUEL

tranquilidad conyugal. Pero, movilizando, todas sus


facultades de observación y de análisis, no consiguiera
pronunciarse en definitiva sobre los acontecimientos a favor
de la inocencia de su bondadosa y leal amiga. Si, a sus ojos,
Publio Léntulus era el mismo hombre integrado en el
conocimiento de sus muy nobles deberes junto al Estado y de
las más queridas tradiciones de la familia patricia, Livia le
pareció excesivamente modificada en sus modos de creer y de
sentir.
En su concepción de orgullo y vanidad raciales, no
podía admitir aquellos principios de humildad, aquella
fraternidad y aquella fe activa de la que Livia daba pleno
testimonio junto a los propios esclavos, dentro de los
postulados de la nueva doctrina que invadía todos los
departamentos de la sociedad.
Cuando deseaba tener ella aún al esposo a su lado, para
poder comentarle aquellos asuntos íntimos, a fin de adoptarle
la opinión siempre llena de ponderaciones y sabiduría…
Pero, ahora, estaba solita para razonar y actuar, con plena
emancipación de conciencia, y por más que buscase en lo
íntimo una solución para el doloroso problema conyugal de
los amigos, nada podía decir, en sus observaciones y en el
examen de las tradiciones familiares, cultivadas, por su
espíritu, con el máximo de orgullo y de cuidados.
En el cielo brillaban miríadas de constelaciones, dentro
de la noche, acentuando el misterio de sus penosas
divagaciones, cuando a sus oídos llegaron algunos rumores de
pasos que se aproximaban.
Era Publio que, terminaba la refección, venía
igualmente a la terraza, a descansar el pensamiento.
- ¿Por aquí? – preguntó la matrona con bondad.
- ¡Sí, mi amiga, me place volver, en espíritu, a los días
que ya se fueron… A veces, aprecio el reposo en esta terraza, a

255
HACE 2000 AÑOS

fin de contemplar el cielo. Para mí, es de allá, de esa cúpula


inmensa y estrellada, que recibimos luz y vida; es allá que
debe estar nuestro inolvidable Flaminio, arrullado por el
cariño de los dioses generosos!...
¡Y, de hecho, noble Calpurnia – prosiguió el senador,
atento -, era este uno de los lugres predilectos de nuestras
charlas y divagaciones, cuando el siempre recordado amigo
me daba la honra de sus visitas a esta casa. Además, fue aquí
que, muchas veces, intercambiábamos ideas e impresiones
sobre mi partida para Judea, en vísperas de mi prolongada
ausencia de Roma, hace más de dieciséis años!...
Larga pausa sobrevino, pareciendo que los dos
aprovechaban las claridades suaves de la noche, con idéntica
vibración espiritual, para descender al túmulo del corazón,
exhumando los recuerdos más queridos, en resignado y
doloroso silencio.
Después de algunos minutos, como si desease
modificar el curso de sus recordaciones, exclamó la venerada
matrona:
- Acordándonos de tu viaje, en el pasado, necesito
avisarte que Agripa debe partir para Avenio, tan pronto como
se sienta restablecido.
¿Pero, qué motiva esa novedad? – preguntó Publio, con
gran interés.
- Hace muchos días vengo reflexionando en la
necesidad de examinar, allí, los numerosos intereses de
nuestras propiedades, pues, incluso, antes de morir, era la
intención de mi muerto, cuidar personalmente de este asunto.
- ¿Pero, la solución del problema, es tan urgente así? ¿Y
el casamiento de Plinio? ¿Acaso, Agripa no estará presente?
- Creo que no; sin embargo, en la hipótesis de su
ausencia, él será representado por Saúl, antiguo liberto de

256
EMMANUEL

nuestra casa, que ya nos mandó un mensajero de Masilia,


comunicando su presencia en las ceremonias.
- ¡Es una pena!... – murmuró el senador, sensibilizado.
- Debo decirte, aun más – continuó la matrona, con
serenidad -, que espero el prestigioso favor de tu amistad,
junto a Cornelio Docus, a fin de que consigas del Emperador
Claudio una buena situación para nuestro viajero, que desea
partir con atribuciones oficiales, necesitando para tal fin que
sean transformados en regalías militares los derechos políticos
que le competen por nacimiento.
- No será difícil conseguirlo. La actual administración
se interesa mucho más por la valorización de las clases
armadas.
Nuevo silencio se verificó en la conversación,
volviendo el senador a exclamar, después de larga pausa,
como si desease aprovechar la oportunidad para la solución
decisiva del amargo problema:
- Calpurnia – dijo ansiosamente -, al hablar de mi
excursión en el pasado, me informaste del viaje forzado de
nuestro Agripa, en el presente. ¡Y yo continúo recordando mi
ventura deshecha, la felicidad perdida, que nunca más volvió!
El senador observaba todas las actitudes psicológicas de
su venerable amiga, ansioso por sorprenderle un gesto de
supremo consuelo. Deseaba que ella, como consejera de Livia,
casi como la misma madre de ésta, por los lazos eternos y
sacrosantos del espíritu, le disipase todas las dudas, hablase de
la inocencia de la esposa, proporcionándole una certeza de
que su corazón caprichoso y egoísta de hombre estaba
engañado; pero, en vano aguardó esa defensa espontánea, que
no apareció en el instante necesario y decisivo. La respetable
viuda de Flaminio dejara en el aire el punto mismo de la
dolorosa interrogación, murmurando con la voz triste,
mientras un rayo de luna le coronaba los cabellos blancos:

257
HACE 2000 AÑOS

- Si, mi amigo, los dioses pueden darnos la felicidad y


pueden tomárnoslas nuevamente… ¡Somos dos almas
llorando sobre el sepulcro de los sueños más gratos del
corazón!...
Aquellas palabras desalentadoras penetraban en el
pecho sensible y orgulloso del senador, como sable afilado
que lo rasgase lentamente.
- Pero, finalmente, mi noble amiga – exclamó él, casi
enérgico, como si esperase una respuesta decisiva para la
angustiosa indecisión de su alma -, ¿qué piensas de Livia
actualmente?
- Publio – respondió Calpurnia con serenidad -, no sé
si la franqueza sería un mal en ciertas circunstancias, pero
prefiero ser sincera.
Desde las penosas confidencias que me hiciste, sobre
los hechos que se desenvolvieron en Palestina, vengo
observando a nuestra amiga par poder ahogar la causa de su
inocencia ante tu corazón, pero, desgraciadamente, noto en
Livia las más singulares e imprevistas diferencias de orden
espiritual. Es humilde, dulce, inteligente y generosa, como
siempre, pero parece menospreciar todas nuestras tradiciones
familiares y nuestras creencias más queridas.
En nuestras discusiones y charlas íntimas, no me revela
más aquella timidez encantadora que le conocí en otros
tiempos, demostrando, por el contrario, demasiada
desenvoltura de opinión con respecto a los problemas
sociales, que ella juzga haber resuelto al contacto de una
nueva fe. Sus ideas me escandalizan con las más injustificables
concepciones de igualdad; no vacila en clasificar a nuestros
dioses como ilusiones nocivas de la sociedad, para la cual
tiene, en todas las palabras, las más severas recriminaciones,
revelando singulares modificaciones en el pensamiento, yendo

258
EMMANUEL

al extremo de confraternizar con las propias siervas de su casa,


como si fuera una simple plebeya.
¿Sería una perturbación mental, después de alguna
caída en que su dignidad individual fuese llamada a una
rígida reacción? ¿Serían tal vez, influencias del medio o
inclusive de las esclavas con quienes se habituó a convivir en
esa prolongada ausencia de Roma? No sé… La realidad es
que, en sana conciencia, no puedo manifestarme, por lo
pronto, en definitiva, sobre tus amarguras conyugales,
aconsejándote a esperar mejor las demostraciones del tiempo.
Después de ligera pausa, terminó la vieja matrona sus
observaciones, inquiriendo, con interés:
- ¿Por qué permitiste el ingreso de Livia en esas ideas
nuevas, dejándola a merced de ese reformador judío,
conocido como Jesús de Nazaret?
- Tienes razón – murmuró Publio Léntulus,
extremadamente desalentado -, ¡pero, el motivo se basó en
circunstancias imperiosas, porque Livia creyó que el profeta
Nazareno nos había curado la hijita!...
- Fuiste ingenuo, porque no podías admitir esa
hipótesis, en vista de la evolución de nuestros conocimientos,
salvando, de esas peligrosas influencias espirituales, el espíritu
maleable de tu mujer. Está comprobado que ese nuevo credo
preconiza actitudes mentales humillantes, perturbando las
más íntimas disposiciones de las criaturas que lo aceptan.
¡Hombres ricos y de ciencia, que se someten a esos odiosos
principios dentro del Imperio, a favor de un reino imaginario,
parecen desvariados por terrible narcótico, que los hace
olvidar y despreciar la fortuna, el nombre, las tradiciones y la
propia familia!...
Colaboraré contigo, apartando a Flavia de esos
perjuicios morales, llevándola para mi compañía, tan pronto
se realice el casamiento de nuestros queridos hijos, porque la

259
HACE 2000 AÑOS

verdad es que, en cuanto a Livia, hice ya de todo para


convencerla, inútilmente.
- Entretanto, mi buena amiga – murmuró el senador,
sensibilizado, como defendiéndose ante la noble patricia -,
observo que Livia continúa siendo una criatura simple y
modesta, sin exigir de mi nada que alcance el terreno de lo
exorbitante o de lo superfluo. En estos casi diecisiete años de
separación íntima dentro del hogar, solamente me solicitó
autorización necesaria, para proseguir en sus prácticas
cristianas junto a una antigua sierva de nuestra casa, permiso
ese que le fui obligado a conceder, considerando la
continuidad de sus renuncias silenciosas y tristes, en el
ambiente familiar.
- También considero que es pedir muy poco,
mayormente ahora que todas las mujeres de la ciudad, según
la costumbre, exigen de los maridos las mayores
extravagancias en lujo del Oriente; sin embargo, me
corresponde aconsejarte, a ti que conservas intactas nuestras
tradiciones más queridas, que esperes algún tiempo antes de
olvidar las eventualidades dolorosas del pasado, para que
observemos si Livia vendrá a beneficiarse con la continuidad
de nuestras actitudes, volviendo, finalmente, al seno de
nuestras tradiciones y de nuestras creencias!...
Doloroso silencio se hizo sentir, entonces, entre ambos,
después de estas palabras:
Calpurnia supuso haber cumplido su deber y Publio se
recogió, aquella noche, desalentado como nunca.
En pocos días, conseguidos sus intentos, partía Agripa
en demanda de Avenio, no obstante los ruegos del hermano y
de Flavia para que esperase las solemnidades del matrimonio.
Pero, su resolución era firme, y el hijo más viejo de Flaminio,
enflaquecido bajo el peso de sus desilusiones, iba a ausentarse

260
EMMANUEL

de Roma, por espacio de algunos años, prolongados y


dolorosos.
Pasaban los días rápidamente y, como somos obligados
a caminar en nuestra historia en compañía de todos los
personajes, debemos registrar que, viéndose completamente
abandonada por el hombre de sus preferencias, Aurelia,
atormentada por venenoso despecho, resolvió aceptar la mano
abnegada y afectuosa que el joven Emiliano Lucius le ofrecía.
Fulvia, que acompañara la lucha silenciosa, intoxicada
por sus sentimientos inferiores, deliberó aguardar el tiempo;
para ejercer sus siniestras represalias.
Y, en poco tiempo, el casamiento de Plinio y Flavia se
realizaba con discreta suntuosidad, en el palacio de Aventino.
El novio, lleno de galardones militares y títulos honoríficos,
así como la futura compañera, tocada de indefinible
hermosura y de adorable simplicidad, se sentían venturosos
como si la felicidad perfecta se resumiese tan solo en la eterna
fusión de sus corazones y de sus almas. Aquel día,
indudablemente, señalaba la hora más sagrada y más hermosa
de sus destinos.
En la reducidísima asistencia, que se componía de relaciones
de la mayor intimidad, se notaba la presencia de un hombre
aún joven, que representaba una figura destacada en aquel
cuadro, caracterizado, esencialmente, de acuerdo con la
época.
Sus ojos impetuosos y ardientes se habían posado sobre
la novia con misterioso y extraño interés.
Ese hombre era Saúl de Gioras, que, abandonando el
apellido paterno, exhibía ahora una nueva denominación
romana, según la antigua autorización de Flaminio, para
valorizar, cada vez más, la expresión social de su fortuna.
En balde, el senador hizo lo posible para identificar a
aquel judío, que le parecía un viejo conocido personal. Sin

261
HACE 2000 AÑOS

embargo, Saúl, reconociera a su verdugo de otrora; lo


reconoció y guardó silencio, serenando las grandes emociones
de su fuero íntimo, porque, como el padre, tenía el corazón
inmerso en los propósitos tenebrosos de una venganza cruel.

262
EMMANUEL

III PLANES DE LA TINIEBLA


Después de las solemnidades del casamiento de Plinio,
contrariamente a lo que se podía esperar, el liberto judío no
regresó a Masilia, con el pretexto de numerosos negocios que
lo retenían en la Capital del Imperio.
Instalado en el palacete de los Severus, para donde se
habían transferido los recién casados, junto a Calpurnia, Saúl
tuvo numerosas oportunidades de entrevistarse con el senador
Publio Léntulus, manteniendo ambos varias conversaciones
sobre Judea y sus regiones importantes.
Intrigado con aquella mirada ardiente y aquellos trazos
fisonómicos, que no le eran totalmente extraños, y
recordándose perfectamente de aquel padre que lo buscara
ansioso y afligido, en Jerusalén, acompañemos al senador en
una de sus charlas íntimas con el interesante desconocido, en
la cual lo abordó con ésta pregunta inesperada:
- Señor Saúl, ya que sois hijo de las cercanías de
Jerusalén, vuestro padre, por ventura, ¿no se llamará André de
Gioras?
El liberto mordió los labios, ante aquel ataque directo
al asunto más delicado de su existencia, respondiendo
disimuladamente:
- No, senador. Mi padre no tiene ese nombre. En aquel
tiempo en que fui esclavizado por manos impiedosas y
crueles, por cuanto yo no era sino un niño mal educado e
irresponsable – acentuó con profunda ironía -, mi padre era
un agricultor miserable que no poseía otra cosa aparte de sus
brazos para el trabajo de cada día… Sin embargo, tuve la
felicidad de encontrar las manos generosas de Flaminio
263
HACE 2000 AÑOS

Severus, que me guiaron a la libertad y a la fortuna y, hoy, mi


progenitor, con lo poco que le suministré, aumentó sus
posibilidades de trabajo, disfrutando no sólo de cierta
importancia social en Jerusalén, sino también de funciones
superiores del Templo.
Pero, ¿por qué me lo preguntáis?
El senador frunció el seño, en vista de tanta
desenvoltura en la respuesta, pero, sintiéndose aliviado, por
parecerle que no se trataba de hecho, del Saúl de sus penosos
recuerdos, respondió con más desahogo de conciencia:
- es que yo conocí, ligeramente, a un agricultor
israelita, de nombre André de Gioras, cuyos trazos
fisonómicos no eran muy diferentes de los vuestros…
Y la conversación seguía el ritmo normal de las
conversaciones sin importancia en los ambientes
convencionales de la vida social.
Saúl, entretanto, mostraba un fulgor extraño en la
mirada como quien se encontraba extremadamente satisfecho
con el destino, a la espera de una ocasión para ejecutar sus
tenebrosos planes de venganza.
Un móvil oculto e inconfesable lo retenía en Roma,
cuando numerosas operaciones comerciales requerían su
presencia en Masilia, donde su nombre se consolidaba con
grandes intereses de orden financiero y material. Ese móvil
era el intenso deseo de hacerse notar por la joven esposa de
Plinio, cuya mirada parecía atraerlo hacia un abismo de amor
violento e irreprimible.
Desde el instante en que la viera con los adornos del
noviazgo, en el día venturoso de su en lace, parecía haber
encontrado a la criatura ideal de sus sueños más íntimos y
remotos.
En realidad, los hijos de sus antiguos señores merecían
su respeto y el mayor acatamiento; sin embargo, una fuerza

264
EMMANUEL

mayor que todos sus sentimientos de gratitud lo llevaba a


desear la posesión de Flavia Léntula, a cualquier precio,
aunque fuese el de su propia vida.
Aquellos ojos hermosos y pensativos, la gracia amorosa
y espontánea, la inteligencia lúcida y delicada, todos sus
atributos físicos y espirituales, que observara agudamente, en
los pocos días de permanencia en la ciudad, lo autorizaban a
creer que aquella mujer era el tipo de sus idealizaciones.
Y fue engolfado en ese torbellino de pensamientos
sombríos que dos meses pasaron, de expectativas
inconfesables y angustiosas, sin que perdiese la más ligera
oportunidad para demostrar a Flavia el grado de su afecto, de
su admiración, y estima, la mirada amiga y confiante de
Plinio.
En la soledad de sus preocupaciones íntimas,
consideraba Saúl que, si ella lo amase, si correspondiese al
sentimiento violento de su espíritu impetuoso y egoísta, jamás
accedería a ejercer la planeada venganza sobre el corazón de su
padre, yendo a buscar al joven Marcus Léntulus para traerlo
al hogar paterno y liquidando el pretérito de visiones
tenebrosas; pero, si aconteciese lo contrario, ejecutaría sus
diabólicos proyectos, dejándose embriagar por el vino odioso
de la muerte.
En esa época, corría ya el año 47, y sin olvidarnos de
Fulvia y su hija, vamos a encontrarlas, de nuevo, bajo el
dominio de los mismo sentimientos crueles y tenebrosos.
En vano desposara Aurelia y Emiliano Lucius, que,
para ella, no representaba, de modo alguno, el tipo de
hombre que su temperamento suponía haber encontrado en
el hijo más joven de Flaminio.
Y fue así que, después de los primeros desencantos y
atritos en el ambiente doméstico, aconsejada por su madre y
en su propia compañía, buscó recurrir a las ciencias extrañas

265
HACE 2000 AÑOS

de Araxes, célebre fetichero egipcio, que tenía una tienda de


mercaderías exóticas en las proximidades del Esquilino.
Araxes, cuyo comercio criminal todos conocían como
fuente inagotable de filtros milagrosos del amor, de la
enfermedad y de la muerte, era un iniciado del antiguo
Egipto, pero, desviado, de la misión sacrosanta de la caridad y
de la paz, en su violenta pasión por el dinero de la numerosa
clientela romana, entonces en plétora de vicios clamorosos y
en la disolución de las más bellas costumbres del sagrado
instituto de la familia.
Explotándole las pasiones inferiores y los hábitos
viciosos, el mago egipcio empleaba casi toda su ciencia
espiritual en la ejecución de todos los maleficios y crímenes,
motivando enormes daños con sus drogas venenosas y sus
extraños consejos.
Buscando, discretamente, por Fulvia y la hija, se enteró
de los fines de la visita y allí mismo, entre grandes retortas y
paquetes de plantas y diversas sustancias, se cubrió la cabeza
con las manos, como si su espíritu estuviese averiguando los
menores secretos del mundo invisible, ante un trípode y otros
pertrechos de ciencias ocultas, con que él, psicólogo
profundo, buscaba impresionar la mente sugestionable de los
numerosos consultantes que le solicitaban la solución de los
problemas de la vida.
Al cabo de largos minutos de concentración, con los
ojos brillando extrañamente, el mago egipcio se dirigió a
Aurelia, afirmándole con palabras impresionantes:
- ¡Señora, veo en mi frente dolorosos cuadros de su
vida espiritual, en el pasado lejano!... ¡Veo a Delfos, en los
días gloriosos de su oráculo y contemplo su personalidad
buscando seducir a un hombre que no le pertenecía!... ¡Ese
hombre es el mismo de la actualidad!... ¡Las mismas almas
deambulan ahora en otros cuerpos y la señora debe pensar en

266
EMMANUEL

la realidad de los días que pasan, conformándose con la nítida


separación de las líneas del destino!...
Aurelia oía, entre sorprendida y asombrada, mientras el
alma astuta de su madre acompañaba la conversación tocada
de indefinible impresión.
- ¿Qué me decís? – replicó la joven señora, en el auge
de su sensibilidad herida. - ¿Otras vidas? ¿Un hombre que no
me pertenecía?... ¿Qué viene a ser todo eso?
- ¡Sí, nuestro espíritu, en este mundo – replicó el
fetichero, con imperturbable serenidad -, tiene larga serie de
existencias, que enriquecen nuestro íntimo con el máximo de
conocimientos sobre los deberes que nos competen en la vida!
¡La señora ya vivió en Atenas y en Delfos, en una gran
fase de profundas irreflexiones en materia de amor, y,
sintiéndose hoy próxima al objetivo de sus ardientes y
pecaminosas pasiones de otrora, se juzga con las mismas
posibilidades de satisfacer sus deseos violentos e indignos!...
Por aquí, han pasado innumerables criaturas. A
muchas aconsejé perseverancia en los propósitos, a veces
injustificables e inferiores, pero para su caso, hay una voz que
habla más alto a mi conciencia. ¡Si su irreflexión fuera al
punto de provocar a ese hombre, en conciencia honesto hasta
ahora, es posible que su corazón también inquieto vaya a
corresponder a sus caprichos; sin embargo, busque no
entregarse al desvarío de esa provocación, porque el destino lo
reunió, ahora, a su alma gemela y un camino áspero de
pruebas amargas los espera en el futuro, para la consolidación
de su confianza mutua, de su amor y de su grandeza
espiritual!... ¡No se interponga en el camino de esa mujer
considerada por su espíritu como poderosa rival!...
¡Interponerse entre ella y el esposo sería agravar la señora sus
propias penas, , porque la verdad es que su corazón no se
encuentra preparado para las grandes renuncias santificantes,

267
HACE 2000 AÑOS

y aquello que supone ser profundo y sublimado amor, nada


más es que un capricho perjudicial de su corazón de mujer
voluntariosa y poco dispuesta a sacrificarse por el cariño del
compañero amoroso y leal, y, sí, multiplicar los amantes por
el número de sus voluntades artificiales…
Aurelia estaba lívida, oyendo esas palabras, que
consideraba atrevidas e injuriosas.
Deseaba defenderse, pero una fuerza poderosa parecía
comprimirle la garganta, anulándole el esfuerzo de las cuerdas
vocales.
Pero, Fulvia, llena de rencor por las expresiones
insultantes de aquel hombre, tomó la defensa de la hija,
arguyendo con energía:
- Araxes, fetichero impúdico, ¿qué quieres decir con
esas palabras? ¿Nos insultas? ¡Podremos hacer caer sobre tu
cabeza el peso de la justicia del Imperio, conduciéndote a la
cárcel y revelando a la sociedad tus siniestros secretos!...
- ¿Y acaso no los tendréis también, noble señora? –
Contestó él imperturbablemente -; ¿estaréis, así, tan sin culpa,
para no vacilar en condenarme?
Fulvia mordió los labios, temblando de odio y
exclamando con furia:
- ¡Cállate, infame! ¿No sabes que tienes delante de tus
ojos a la esposa de un pretor?
- No me parece – murmuró el fetichero, con serena
ironía -, pues las nobles matronas de esa estirpe no vendrían a
esta casa a solicitar mi cooperación para un crimen… y, por
lo demás ¿qué dirían en Roma de una patricia, que
descendiese al extremo de procurar, en la intimidad, a un
viejo fetichero del Esquilino?
Es verdad que muchos males he practicado en mi vida,
pero, lo saben todos que procedo así y no busco la sombra de
las buenas situaciones sociales para cubrir la hediondez de mi

268
EMMANUEL

miserable existencia!... Aun así, quiero salvar la juventud de


tu hija del lóbrego camino de tus perversidades, porque en la
hipótesis de seguirte ella los rastros de víbora, en la senda de
esposa criminal e infiel, su único fin será la prostitución y el
infortunio, rematados con la muerte ignominiosa en la punta
de una espada…
Fulvia deseó replicar enérgicamente a los insultos de
Araxes, repeliendo aquellas expresiones injuriosas, recibidas
como atrevimiento supremo, pero, Aurelia, recelosa de nuevas
complicaciones y comprendiendo la culpabilidad de su
madre, le tomó del brazo, retirándose ambas silenciosamente,
bajo la mirada burlona del viejo egipcio, que volviera a
empilar paquetes de plantas entre numerosos vasos de
substancias extrañas.
Pero, poco tiempo pudo él emplear en su faena
solitaria y silenciosa.
Dentro de dos horas, un nuevo personaje le batía a la
puerta.
Araxes se sorprendió frente aquel judío insinuante que
lo buscaba. El brillo de los ojos, la nariz característica, la
armonía de los trazos israelitas, hacían de aquel hombre, aún
joven, una figura singular y sugestiva.
Era Saúl, que recurría a los mismos procesos
misteriosos, en el ansia de poseer, a cualquier precio, a la
esposa de Plinio, buscando el talismán o el elixir milagroso
del fetichero, al servicio de sus pretensiones desabridas.
Recibido en las mismas circunstancias en que lo fueron
los dos personajes de nuestro penoso drama, Saúl exponía al
adivino sus torturas amorosas, junto a aquella mujer honesta
y digna.
Después de la habitual concentración, ya de nuestro
conocimiento, junto al trípode en el que hacía las oraciones
acostumbradas, Araxes esbozó leve y discreta sonrisa, como

269
HACE 2000 AÑOS

quien había encontrado una extraña coincidencia más en sus


amplios estudios de la psicología humana. Pero, su hesitación,
duró pocos instantes, porque, en breve, se hacía oír con voz
pausada y triste:
- ¡Judío! – Dijo él, austeramente – alaba al Dios de tus
creencias, porque tu cara fue erguida del polvo por las manos
del hombre que hoy te empeñas en traicionar… Mandan las
leyes severas de tu patria que no vayas a desear, ni siquiera por
pensamiento, a la mujer de tu prójimo y mucho menos a la
compañera consagrada y fiel de uno de tus mayores
benefactores. ¡Da un paso atrás en tu triste y mal aventurado
camino! Hubo un tiempo en que tu Espíritu vivió en el
cuerpo de un sacerdote de Apolo, en el templo glorioso de
Delfos… Perseguiste a una joven mujer de los ministerios
sagrados, conduciéndola a la miseria y a la muerte, con tus
desvaríos nefastos y dolorosos. ¡No te entrometas en el
destino de dos seres que las fuerzas del cielo tallaron uno para
otro!...
Sin embargo, el joven judío, a pesar de quedar
impresionado con aquella exhortación incisiva, no seguía la
orientación violenta de las dos mujeres que lo precedieron en
la misteriosa visita.
Extrayendo una bolsa de monedas, la acarició en las
manos como excitando la concupiscencia del adivino,
exclamando con la voz casi suplicante:
- Araxes, yo tengo oro… mucho oro, y te daré lo que
quisieres, por el valioso auxilio de tu ciencia… Por el amor de
tus dioses, consígueme la simpatía de esta mujer y te
recompensaré generosamente la preciosidad de los esfuerzos
desprendidos…
Los ojos del mago egipcio brillaron a la claridad de un
sentimiento extraño, contemplando la bolsa en forma de

270
EMMANUEL

cornucopia, reluciente de oro, como si la desease


intensamente, murmurando con más delicadeza:
- ¡Mi amigo, esa mujer no es codiciada tan solo por ti y
supongo que deberías contribuir para que ella no se alejase de
la compañía del esposo!...
- ¿Pero, existe, entonces, aún otro hombre?
- Sí, me revelan los signos del destino que esa criatura
es también deseada por el hermano del marido.
Saúl hizo un gesto de enfado, como quien se sentía
amargamente atormentado por los más acerbos celos,
murmurando entre dientes:
- ¡Ah! ¡Sí… ahora entiendo mejor el viaje precipitado
de Agripa, en busca de Avernio!...
Y, elevando la voz como quien estuviese jugando el
último lance de su ambición, habló con ansiedad:
- ¡Araxes, te lo pido aún una vez más!... ¡Haz todo!...
¡Te pagaré regiamente!...
La frente del mago se curvó de nuevo, en actitud de
profunda meditación, como si el espíritu buscase, en lo
invisible, alguna fuerza tenebrosa, propicia a sus siniestros
designios.
Al cabo de algunos minutos, volvió a decir en tono
benevolente y amigo:
- ¡Parece que habrá una oportunidad para su amor, de
aquí a algún tiempo!...
El joven judío lo oía con angustiosa expectativa,
mientras las afirmaciones continuaban:
- ¡Dicen los signos del destino que los dos cónyuges,
para la consolidación de su profundo amor, de su confianza
recíproca y progreso espiritual, están destinados a dolorosas
pruebas de aquí a algunos años! Habrá algo que los separará
dentro del mismo hogar, sin que yo pueda precisar lo que sea.
Sé, tan solo, que corresponde a ambos un gran período de

271
HACE 2000 AÑOS

ascetismo y dolorosa abnegación, en el instituto sagrado de la


familia… En esa ocasión, tal vez, ¿quién sabe? podrá mi
amigo intentar esa pasión ardientemente codiciada!...
- ¿Se dará, entonces, algo? – Preguntó Saúl, curioso y
afligido, en su curiosidad por el transcendente asunto - ¿pero
qué podrá acontecer que los separe en el ambiente doméstico?
- Yo mismo no sabría decirlo…
- ¿Y cada cual será obligado a un ascetismo fiel y a una
dedicación inquebrantable?
- Manda el determinismo del destino que así sea, pero
no solo el esposo, sino también la compañera, pueden
interferir en esas pruebas, contrayendo nuevo débito moral, o
rescatando el pasado doloroso con el necesario valor moral en
los sufrimientos, empleando, en el determinismo de las
pruebas purificadoras, su buena o mala voluntad… Sepa que
las tendencias humanas son más fuertes para el mal,
volviéndose posible que sus pretensiones sean satisfechas en
esa época.
- ¿Y, cuánto tiempo deberé esperar para que eso
acontezca? – preguntó el liberto, profundamente preocupado.
- Algunos años.
- ¿Y será inútil intentar cualquier esfuerzo antes de eso?
- Perfectamente inútil. Sé que el noble cliente tiene
numerosos intereses en una ciudad distante y es justo que, en
este intervalo, cuide de sus negocios materiales.
Saúl miró detenidamente a aquel hombre que parecía
conocer los más recónditos secretos de su vida, pasando sus
observaciones por el tamiz de la conciencia.
Dióle la bolsa repleta, agradeciendo la atención y
prometiendo volver oportunamente.
De ahí a algunos días, el joven judío, en vísperas de la
despedida, aprovechando algunos minutos de pura y simple

272
EMMANUEL

intimidad con la joven Flavia, le dirigía la palabra en estos


términos:
- Noble señora – comenzó con un tono de voz casi
tímida, pero con el mismo brillo extraño irradiándole de los
ojos -, ignoro la razón del hecho íntimo que os voy a revelar,
pero la realidad es que voy a partir para Masilia, guardando
vuestra imagen en lo más íntimo y recóndito de mi
pensamiento!...
- ¡Señor – le dijo Flavia Lentulia, ruborizada, triste -,
debo vivir tan solo en el pensamiento de aquel con quien los
dioses iluminaron mi destino!...
- Noble Flavia – contestó el judío astuto, percibiendo
que el golpe era prematuro e inoportuno -, mi admiración no
se prende a ningún pensamiento indigno. Para mí, sois
doblemente respetable, no solo por vuestra alta condición de
patricia, sino también, por la circunstancia de que sois la
compañera de uno de los mayores benefactores de mi vida.
Quedad tranquila en cuanto a mis palabras, porque en
mi corazón solo existe el más leal interés por vuestra felicidad
personal, junto al digno esposo que escogisteis.
Siento por vos los que un esclavo debe sentir por una
benefactora de su existencia, ya que en mi triste condición de
liberto, no puedo presentarme a vuestra generosidad con las
credenciales de hermano que mucho os venera y estima.
- Está bien, señor Saúl – dijo la joven, más aliviada -,
mi marido os considera como hermano muy querido y yo me
honro de asociarme a sus sentimientos.
- Mucho os lo agradezco – exclamó Saúl, fingiendo -, y
ya que me entendéis tan bien el pensamiento fraternal, es con
el interés de hermano que me dirijo a vuestra alma generosa
para preveniros de un peligro…
- ¿Un peligro?... – preguntó Flavia, afligida.

273
HACE 2000 AÑOS

- Sí. Os hablo confidencialmente, solicitando que


guardéis el máximo secreto de esta confidencia fraternal.
Y, mientras la joven lo escuchaba con la mayor
atención, Saúl continuó con sus pérfidas insinuaciones.
- ¿Sabéis que Plinio fue casi novio de la hija del pretor
Salvio Léntulus, vuestro tío, casada hoy con Emiliano Lucius?
- Sí… contestó la pobre señora, con el alma oprimida.
- Pues debo avisar, como hermano, que vuestra prima
Aurelia, a despecho de sus austeros compromisos
matrimoniales, no renunció al hombre de sus antiguas
preferencias; hoy fui informado, por un amigo, de que ella ha
recurrido a diversos feticheros de Roma, con el fin de
recobrar su afecto de otrora, a cualquier precio!...
Oyendo esas pérfidas palabras, Flavia Léntulus sufrió la
primera espina de su vida conyugal, sintiéndose íntimamente
torturada por los más acerbos celos.
Plinio resumía todo su idealismo y toda su felicidad de
mujer joven. Depositara en su corazón todos los sueños
femeninos, todas sus mejores y más florecientes esperanzas.
Asaltada por la primera contrariedad de su vida social, en la
gran ciudad de sus padres, sentía, en aquel instante, la sed
devoradora de un esclarecimiento amigo, de una palabra
cariñosa que viniese a restablecer el equilibrio del corazón,
turbado ahora por los primeros sinsabores. Le faltaba algo que
pudiera completar las nobles cualidades de su corazón de
mujer, algo que debía ser la actuación materna en su
educación, porque Publio Léntulus, en su ceguera espiritual,
le moldeara el carácter en el orgullo de la estirpe, en las
tradiciones vanidosas de los antepasados, sin desenvolver sus
cualidades de ponderación, que la influencia de Livia crearía,
seguramente, para notables floraciones del sentimiento.
La joven patricia sintió el corazón despedazado por
unos celos casi feroces; pero, comprendiendo los deberes que

274
EMMANUEL

le competían en tales coyunturas, recobró la necesaria energía


moral para reaccionar en aquel primer embate de pruebas,
respondiendo al joven judío y haciendo lo posible por
aparentar el máximo de severa y tranquila nobleza:
- ¡Agradezco, llena de gratitud, el interés de vuestra
comunicación; sin embargo, nada me autoriza a sospechar de
la conciencia rectilínea de mi esposo, aparte que Plinio
resume todos mis ideales de esposa y mujer!
- Señora – replicó el judío, mordiéndose los labios -, el
espíritu femenino, en su fertilidad de imaginación, ajeno a la
vida práctica, puede engañarse muchas veces, por las
apariencias…
¡Ansío oíros y alabo vuestra ilimitada confianza;
entretanto, quiero que quedéis convencida de que, en
cualquier momento, encontraréis en mí a un sincero defensor
de vuestra felicidad y de vuestras virtudes!...
Diciendo eso, Saúl de Gioras presentó atentas
despedidas, dejando a la pobre señora con sus impresiones de
sorpresa y amargura.
Los primeros infortunios había alcanzado la vida
conyugal de Flavia Lentulia, sin que ella supiese conjurar el
peligro que amenazaba su ventura para siempre.
Esa noche, Plinio Severus no encontró en casa a la
criatura mimosa y adorable de su dedicación y de su amor
profundo. En la intimidad de la alcoba, encontró a la
compañera llena de recriminaciones desabridas e inoportunas,
llena de tristezas amargas e incomprensibles, verificándose
entre ambos los primero atritos que pueden arruinar para
siempre, en el curso de una vida, la felicidad de un
matrimonio, cuando sus corazones no se encuentran
suficientemente preparados para la comprensión espiritual, en
el instituto de las pruebas remisoras, aunque la senda divina

275
HACE 2000 AÑOS

de sus almas gemelas sea un camino glorioso para los más


elevados destinos.
En pocos días, Saúl regresaba a Masilia, con la
esperanza de concretar algunas realizaciones de orden
material, para poder regresar a Roma en el menor tiempo
posible.
Y la vida de nuestros personajes continuaba, en la
Capital del Imperio, casi con la misma fisonomía de siempre.
El senador Léntulus proseguía engolfado en sus
cavitaciones de orden político, procurando, siempre que le era
posible, la residencia de la hija, donde mantenía las más largas
conversaciones con Calpurnia, sobre el pasado y las
necesidades del presente.
En cuanto a Livia, apartada compulsoriamente de la
hija, por la fuerza de las circunstancias, lejos de su mejor
amiga de otros tiempos, por la incomprensión, y
prosiguiendo distante del esposo en el ambiente de sus afectos
más íntimos, se refugiara en la dedicada amistad de Ana, en
las oraciones más fervorosas y sinceras.
Diariamente ambas procuraban orar, en dolorosa
soledad, al pie de aquella misma cruz rústica que les diera
Simón en el instante extremo.
Muchas veces, ambas, en éxtasis, notaban que el
pequeño madero se llenaba de tenuísima luz, al mismo
tiempo que les parecía oír lejos, en el santuario del corazón y
de los pensamientos, exhortaciones singulares y maravillosas.
Parecíales que la voz suave y amiga del apóstol de
Samaria volvía del Reino de Jesús para enseñarles la fe, el
cumplimiento del deber de caridad fraternal, la resignación y
la piedad. Ambas lloraban, entonces, como si en sus almas
sensibles y cariñosas vibrasen las armonías de un divino
preludio de la vida celeste.

276
EMMANUEL

En esa época, instruida por algunos cristianos más


humildes, Ana informó a la señora de las reuniones en las
catacumbas.
El Imperio fundado con Augusto, que significó la
mayor expresión de un Estado fuerte en todas las épocas del
mundo, después de las conquistas democráticas de la
República, no toleraba a ninguna agrupación partidaria, en
materia de doctrinas sociales y políticas.
Verificábase, en Roma, lo mismo que hoy con las
naciones modernas, oscilando entre las más variadas formas
gubernamentales, partiendo de la esencia de los extremismos
y dentro de la ignorancia del hombre, que porfía en no
comprender que la reforma de las instituciones tiene que
comenzar en lo íntimo de los seres.
Las únicas asociaciones admitidas entonces, eran las
cooperativas funerarias, en vista de sus programas de piedad y
protección a los que ya no podían perturbar los poderes
temporales del César.
Perseguidos por las leyes, que no le toleraban las ideas
renovadoras; encarados con aversión por las fuerzas poderosas
de las tradiciones antiguas, los adeptos de Jesús, no ignoraban
su futura posición de angustia y sufrimiento.
Algunos edictos más rigurosos los compelían a ocultar la
manifestación de la creencia, aunque el gobierno de Claudio
procurase, siempre, el máximo de orden y equilibrio, sin
grandes excesos en la ejecución de sus designios.
Algunos compañeros, más esclarecidos en la fe,
abogaban públicamente sus tesis, en epístolas al sabor de la
época; pero, mucho antes de los crímenes tenebrosos de
Domicio Nerón, la atmósfera de los cristianos primitivos era
ya de aflicción, angustia y penosos trabajos. De ese modo, las
reuniones de las catacumbas se efectuaban periódicamente,
no obstante, su carácter absolutamente secreto.

277
HACE 2000 AÑOS

Gran número de apóstoles de Palestina pasaban por


Roma, trayendo a los hermanos de la metrópoli las prédicas
más edificantes y consoladoras.
Allí, en el silencio de los grandes macizos de piedra, en
cavernas despreciadas por el tiempo, se oían voces profundas
y moralizantes, que comentaban el Evangelio del Señor o
encarecían las sublimidades de su Reino, por encima de todos
los precarios poderes de la perversidad humana. Antorchas
brillantes iluminaban esos escondrijos subterráneos, que las
yedras protegían, mientras sus puertas empedradas daban la
impresión de angustia, tristeza y supremo abandono.
Siempre que un peregrino muy dedicado arribaba a la
ciudad, había un aviso común a todos los conversos.
La señal de la cruz, hecha de cualquier forma, era la
señal silenciosa entre los hermanos de creencia, y, hecho de
ese o de aquel modo especial, significaba un aviso, cuyo
sentido era comprendido inmediatamente.
A través de esas comunicaciones incesantes, Ana
conocía todo el movimiento de las catacumbas, colocando a
su señora a la par de todos los hechos que se desarrollaban en
Roma, sobre la redentora doctrina del Crucificado.
Así es que, cuando se anunciaba la llegada de algún
apóstol de Galilea o de las regiones que le son fronterizas,
Livia comparecía, haciéndose acompañar por la sierva
desvelada y fiel, atravesando los caminos a pie, si bien vistiese
ahora su indumentaria patricia, de conformidad con la
autorización del marido, para profesar libremente sus
creencias. Ella estaba consciente de que, ante la sociedad, su
actitud representaba grave peligro, pero el sacrificio de Simón
había sido un marco de luz señalando sus destinos en la
Tierra. Adquiriera coraje, serenidad, resignación y
conocimiento de sí misma, para nunca tergiversar en
detrimentos de su fe ardiente y pura. Si sus antiguas

278
EMMANUEL

relaciones de amistad, en Roma, atribuían sus modificaciones


interiores a la demencia; si el marido no la comprendía y
Calpurnia y Plinio cavaba, aún más, el gran abismo que
Publio había abierto entre ella y la hija, poseía su espíritu, en
la creencia, un camino divino para huir de todas las
amarguras terrenas, sintiendo que el Divino Maestro de
Nazaret le dulcificaba las úlceras del alma, compadeciéndose
de su corazón estrujado de angustias. Érale la fe como una
antorcha luminosa clareando la senda dolorosa, y de la cual se
irradiaban las claridades de la confianza humana en la
Providencia Divina, que transforma las pruebas penosas de la
Tierra en gozo anticipado de las eternas alegrías del Infinito.

279
HACE 2000 AÑOS

IV TRAGEDIAS Y ESPERANZAS
La vida real siempre es prosaica, sin fantasías ni sueños.
Transcurre así la existencia de los personajes de este
libro, en la trama viva de las realidades desnudas y dolorosas
del ambiente terrestre.
Los que alcanzan determinadas posiciones sociales,
igual que los que se aproximan al crepúsculo de la vida
fragmentaria de la Tierra, pocas novedades tienen que contar,
sobre el curso de cada día.
Hay un período en la existencia del hombre, en que le
parece que no hay más la necesaria presión psíquica del
corazón, a fin de que se le renueven los sueños y las primeras
aspiraciones, pareciendo su situación espiritual estancada o
estacionaria. En lo íntimo, no hay más espacio para nuevas
ilusiones o el reflorecimiento de viejas esperanzas, y el alma,
como si estuviese en doloroso período de expectación y
forzado silencio, se queda en el camino, contemplando a los
que pasan, presa a los cordeles de la rutina, de las semanas
uniformes e indiferentes.
Estamos viviendo, ahora, el año 57, y la vida de los
actores de este doloroso drama se presenta casi invariable en el
desdoblamiento incluso de sus episodios comunes y
angustiosos.
Solo una gran modificación ocurriera en la residencia
de Calpurnia.
Plinio Severus, en sus radiantes expresiones de vitalidad
física, ya había recibido las mayores distinciones por parte de
las organizaciones que garantizaban la estabilidad del
Imperio. Largas y periódicas permanencias en las Galias y en

280
EMMANUEL

España, le habían proporcionado honrosísimas


condecoraciones, pero, en su íntimo, la vanidad y el orgullo
habían proliferado intensamente, no obstante la generosidad
de su corazón.
Los primeros celos ásperos de la esposa se hicieron
acompañar de consecuencias nefastas y dolorosas.
A los criminales propósitos de Saúl se juntaron las
pérfidas confidencias de las amigas mentirosas, y Flavia
Lentulia, lejos de gozar la ventura conyugal a la que tenía
derecho por sus elevados dotes de corazón, descendiera,
inconscientemente, debido a sus celos desmesurados, a los
tenebrosos abismos del sufrimiento y de la prueba.
Para un hombre de la condición de Plinio, era muy
fácil la sustitución del ambiente doméstico por las festividades
ruidosas del circo, en compañía de mujeres alegres, que no
faltaban en todos los lugares de la metrópoli del pecado.
En poco tiempo, el cariño de la esposa fue sustituido
por el falso amor de numerosas amantes.
En balde procuró Calpurnia interponer sus buenos
oficios y cariñosos consejos, y, en vano, proseguía la joven
esposa del oficial romano en su martirio imperturbable y
silencioso.
Las raras quejas de Flavia eran guardadas por el
corazón generoso de la madre de su marido, o si no, confiadas
al espíritu del padre, en confidencias amargas y penosas.
Publio Léntulus, comprendiendo la importancia de la
cooperación femenina en la regeneración de las costumbre y
en la elevación del hogar y de la familia, incitaba a la hija al
máximo de resignación y tolerancia, haciéndole sentir que la
esposa de un hombre es la honra de su nombre y el alimento
de su vida y que, mientras un marido se pervierte en el
torbellino de las pasiones desenfrenadas, escarneciendo de
todos los bienes de la vida, basta, a veces, una lágrima de la

281
HACE 2000 AÑOS

mujer para que la paz conyugal vuelva a brillar en el cielo sin


nubes del afecto puro y recíproco.
Para el espíritu de Flavia, la palabra paterna tenía
características de realidad patente y ella buscaba ampararse en
sus promesas y en sus consejos, juzgados preciosos, esperando
que el esposo volviese, un día, a su amor, entre las
bendiciones del camino.
Mientras tanto, Plinio Severus disipaba en el juego y en
las fiestas una verdadera fortuna. Su prodigalidad con las
mujeres se tornara proverbial en los centro más elegantes de la
ciudad, y pocas veces buscaba el ambiente familiar, donde,
todos los afectos se conjugaban para esclarecerle dulcemente
el espíritu desviado del buen camino.
La muerte del viejo pretor Salvio Léntulus, antes del
año 50, obligara a la familia de Publio y a los descendientes
de Flaminio a los protocolos sociales junto a Fulvia y la hija,
en ocasión de los homenajes prestados a las cenizas del
muerto que, envuelto en el misterio de su pasividad resignada
e incomprendida, había pasado por el mundo.
Bastó esa oportunidad para que Aurelia tomase
nuevamente la ocasión perdida. Una mirada, un encuentro,
una palabra y el hijo más joven de flaminio, enamorado de las
bellezas pecaminosas, restableció el lazo afectivo que un amor
santificado y puro había destruido anteriormente.
En breve, ambos eran vistos con significativas miradas
por los teatros, por los circos o por las grandes reuniones
deportivas de la época.
De todos esos dolores, hiciera Flavia Lentulia su
calvario de agonías silenciosas, dentro del hogar que su
fidelidad dignificaba. En sus meditaciones silenciosas, muchas
veces, deploró los antiguos desahogos de celo injustificable,
que constituyeran la primera puerta para que el marido se
desviase de los sagrados deberes con la familia; pero, en su

282
EMMANUEL

orgullo de patricia, ponderaba que era muy tarde para


cualquier arrepentimiento de ella, considerando íntimamente,
que el único recurso era aguardar el regreso del esposo a su
corazón fiel y dedicado, con el máximo de humildad y
paciencia. En sus instantes de aflicción, escribía páginas
amargas y luminosas, por los elevados conceptos que
traducían, bien implorando la piedad de los dioses, en
súplicas fervorosas, bien reproduciendo sus íntimas angustias
en versos conmovedores, leídos tan solo por los ojos de su
progenitor que, llorando de emoción, consideraba, muchas
veces, si la desventura conyugal de la pobre hija no era
igualmente una herencia singular y dolorosa.
A finales del año 53, desaparecía en trágicas
circunstancias, en los obscuros brazos de la muerte, una de las
figuras más fuertes de esta historia.
Nos referimos a Fulvia que, dos años después del
fallecimiento del compañero, acusaba las más serias
perturbaciones mentales, aparte de inquietantes fenómenos
orgánicos, provenientes de pasados desvaríos.
Heridas cancerosas le devoraban los centros vitales y,
por dos años al hilo, el cuerpo enflaquecido era forzado a las
más penosas e incómodas posiciones de reposo, mientras los
ojos inquietos y aterrorizados danzaban en las órbitas, como
si, en sus alucinaciones, fuese compelida a la videncia de los
cuadros más siniestros y tenebrosos.
En esas ocasiones, no encontraba la dedicación de la
hija, que no supiera educar, siempre atareada en sus
constantes compromisos de fiestas, encuentros y numerosas
representaciones sociales.
Pero la misericordia divina, que no abandona a los
seres más desdichados, le diera un hijo cariñoso y compasivo
para los dolores expiatorios.

283
HACE 2000 AÑOS

Emiliano Lucius, el marido de Aurelia, era de esos


hombres dignos y valerosos, raros en la paciencia y en las más
elevadas virtudes domésticas.
Noches y noches sucesivas, velaba por la viejita infeliz,
que los dolores físicos castigaban impiedosamente con el
látigo de suplicios atroces.
En sus últimos días, vamos a oírle las palabras
incoherentes y dolorosas. A media noche, cuando hasta las
esclavas descansaban, subyugadas por la fatiga y por el sueño,
parecía que sus oídos de loca se aguzaban, espantosamente,
para oír los ruidos de lo invisible, dirigiendo improperios a
sus antiguas víctimas, que volvían de las más bajas esferas
espirituales, para rodearle el lecho de sufrimiento y muerte.
Ojos desmesuradamente abiertos, como si se fijasen en
visiones fatídicas y horrorosas, exclamaba la pobre viejita
abrazándose al yerno, en el auge de sus frecuentes crisis de
miedo y desesperación inconsciente:
- ¡Emiliano!... – exclamaba en actitudes de pavor
supremo. - ¡Este cuarto está lleno de seres tenebrosos!... ¿No
lo percibes? ¡Oye bien…! ¡Óyeles los improperios duros y las
siniestras carcajadas!... ¿Conociste a Sulpicio Tarquinius, el
gran lictor de Pilatos?... ¡He aquí que llega con sus legionarios
enmascarados de sombras!... ¡Me hablan de la muerte, me
hablan de la muerte!... ¡Socórreme, hijo mío!... ¡Sulpicio
Tarquinius tiene un cuerpo de dragón que me asusta!...
Crisis de sollozos y lágrimas se sucedían a esas
observaciones angustiosas.
- ¡Cálmate, madre! – exclamaba el militar, consternado
hasta las lágrimas. - ¡Tengamos confianza en la bondad
infinita de los dioses!...
- ¡Ah!... ¡los dioses! – gritaba ahora la infeliz, en
histéricas carcajadas - ¡los dioses!... ¿Dónde estarían los dioses
de esta casa infame? ¡Emiliano, Emiliano, nosotros somos los

284
EMMANUEL

que creamos los dioses para justificar los desvaríos de nuestra


vida! ¡El Olimpo de Júpiter es una mentira necesaria al
Estado!... ¡Somos una calavera adornada en la Tierra con un
puñado de polvo!... ¡El único lugar que debe existir, de hecho,
es el infierno, donde se conservan los demonios con sus
tridentes en el brasero!... ¡Helos aquí que llegan en falanges
obscuras!...
Y, apegándose fuertemente al pecho del oficial, gritaba
disparatadamente, como si buscase ocultar el rostro, de
sombras amenazadoras:
- ¡Nunca me llevaréis malditos!... ¡Para atrás, canallas!...
¡Tengo un hijo que me defiende de vuestras embestidas
tenebrosas!...
Emiliano Lucius acariciaba bondadosamente los
cabellos blancos de la desventurada señora, incitándola a
implorar la misericordia de los dioses, para mitigarle los rudos
padecimientos.
En otras ocasiones, Fulvia Prócula, como si tuviese la
conciencia despertada por un rayo divino, decía, más calma,
al hijo que el destino le había dado:
- ¡Emiliano, estoy aproximándome a la muerte y
necesito confesarte mis faltas y grandes deslices! ¡Perdóname,
hijo, si te he proporcionado tan grandes trabajos! ¡Mi
existencia fue una larga estela de crímenes, cuyas manchas
horrorosas no podrán ser lavadas ni por las mismas lágrimas
de la enfermedad que ahora me conduce a los impenetrables
secretos de la otra vida! Sin embargo, nunca conseguí
ponderar las terribles amarguras que me esperaban. ¡Hoy, en
las pesadas sombras del alma, siento que mi conciencia se
tizna de carbón apagado del fuego de las pasiones nefastas que
me devoraron el penoso destino!... fui esposa desleal,
impiedosa, y madre desnaturalizada…

285
HACE 2000 AÑOS

¿Quién tendrá piedad de mí, si hubiere una claridad


espiritual después de las cenizas del túmulo? ¡De este lecho de
locura y agonía desesperada, veo el desfile incesante de
fantasmas hediondos, que parecen esperarme en el pórtico del
sepulcro!... ¡Todos combaten mis crímenes pasados y se
muestran jubilosos con los padecimientos que me arrastran a
la sepultura!
¡Sin una creencia sincera, me siento entregada a esos
dragones de lo imponderable, que me hacen evocar el pasado
criminal y sombrío!...
Un torrente de lágrimas de compunción y
arrepentimiento seguía a esos instantes vertiginosos de
raciocinio y lucidez.
Emiliano Lucius le acariciaba, con cariño, la faz
arrugada, sumergiéndose él mismo en reflexiones dolorosas.
Aquel cuadro lancinante era el fin tempestuoso de una
existencia de deslices clamorosos.
Sí… él todo lo comprendía ahora. La rebeldía de la
esposa, su incomprensión, los pleitos domésticos, aquella sed
insaciable de fiestas ruidosas en compañía de afectos que no
eran los de él, debían ser los frutos amargos de una educación
viciada y deficiente. Más, su corazón estaba lleno de
generosidad sin límites. Espíritu valeroso, comprendía la
situación, y quien comprende perdona siempre.
Una noche en que la enferma manifestaba crisis
acentuadas y profundas, el bondadoso oficial ordenó que las
siervas se recogiesen.
La pobre loca hablaba siempre, como si fuera tocada
por energía inagotable e incomprensible.
Copioso sudor le inundaba la frente, tomada por la
fiebre alta y constante.
- Emiliano – gritaba ella desesperadamente -, ¿dónde
está Aurelia, que no busca velar en mi cabecera en vísperas de

286
EMMANUEL

la muerte? Como las falsas amistades de mi vida, ¿tendrá ella


también horror de mi cuerpo?
- ¡Aurelia – explicó generosamente el oficial –
necesitaba atender hoy a un compromiso con las amigas, en la
organización de algunos servicios sociales!
- ¡Ah! – Exclamó la demente, en siniestras carcajadas -
¡los servicios sociales… los servicios sociales!... ¡Cómo pudiste
creer en eso hijo mío? Tu mujer a estas horas, debe estar al
lado de Plinio Severus, su antiguo amante, en un lugar
sospechoso de esta miserable ciudad!...
Emiliano Lucius hizo lo posible para que la infeliz
clemente no prosiguiese en sus revelaciones terribles e
impresionantes; pero Fulvia continuaba el libelo tremendo y
doloroso:
- No, no me prives de continuar… - proseguía
desesperadamente. - ¡Óyeme aún! Todas mis acusaciones
representan la criminal realidad… ¡Muchas veces, la verdad
está con aquellos que enloquecieron!... Fui yo misma quien
indujo a mi infeliz hija a los desvíos conyugales… Plinio
Severus era el enemigo que ella necesitaba vencer, en su
calidad de mujer… ¡Le facilité el adulterio, que se consumió
bajo este techo!... ¡Comprueba, hijo mío, la enormidad de
mis faltas!... ¡Horrorízate, pero perdona!... ¡Y, vigila a tu
mujer para que no continúe traicionándote con sus perfidias
torpes, y no venga un día a podrirse, lamentablemente, como
yo, en un lecho de sedas perfumadas.
El generoso militar acompañaba, boquiabierto y
afligido, aquellas revelaciones asombrosas.
Entonces la esposa, además de no comprenderlo en su
idealismo, ¿aún lo traicionaba vergonzosamente, incluso en el
ambiente sacrosanto del hogar? Dolorosas emociones se le
represaban en el corazón, mas, posiblemente, todas aquellas
palabras no pasaban de simple delirio febril, en la incurable

287
HACE 2000 AÑOS

demencia. Una duda horrible e impiadosa se le anidara en el


corazón angustiado. Algunas lágrimas le humedecieron los
grandes ojos tristes, mientras la enferma daba una tregua a las
penosas revelaciones.
Pero, en algunos minutos, continuaba con la voz
estentórea:
- ¿Y Aurelia? ¿Qué se ha hecho Aurelia que no viene?
¿Por dónde andará mi pobre hija criminal e infiel? Mañana,
mi hijo, te he de confiar los infames secretos de nuestra
existencia desventurada.
Pero, alguien, penetrara en el aposento contiguo,
cautelosa y silenciosamente. Era Aurelia, que volvía de una
ruidosa festividad, donde el vino y los placeres habían corrido
en abundancia.
Después de atravesar la puerta próxima, aún oyó las
últimas palabras de la madre, en el auge de la fiebre y de la
desesperación enfermiza. Ella, que oyera las tristes
revelaciones de poco antes, consideró que la doliente, al
siguiente día, habría de cumplir la terrible promesa y, en un
momento, examinó todas las probabilidades de ejecución de
la idea tenebrosa que le pasara por la mente criminal e infeliz.
Sus ojos parecían vidriosos de cólera, bajo el latigazo de un
pensamiento mórbido, que le aflorara repentinamente en el
corazón frío e impiedoso.
Se cambió los trajes de la fiesta, reintegrándose en los
aspectos interiores del hogar, y avió una nueva puerta,
dirigiéndose al lecho materno, donde acarició a la madre
fingidamente, mientras el esposo incomprendido la
contemplaba, con el cerebro hirviente y dolorido, bajo el
dominio de las dudas más acerbas.
- Madre, ¿qué es eso? – Preguntó, aparentando una
preocupación imaginaria – Estás cansada… necesitas reposar
un poco.

288
EMMANUEL

Fulvia la miró profundamente, como si un rayo de


lucidez le hubiese clareado repentinamente el espíritu abatido.
La presencia de la hija tranquilizaba de algún modo su
corazón adolorido y la conciencia dilacerada. Sentóse, con
esfuerzo en el lecho, acarició los cabellos de la hija, como
siempre acostumbrara a hacer en la intimidad, acostándose en
seguida y pareciendo con buena disposición de reposar.
Emiliano Lucius se retiró de la escena, considerando
que su presencia ya no era necesaria.
Mas, Aurelia continuaba hablando con su fingido
cariño:
- ¿Quieres, madre, una dosis del calmante para el
reposo necesario?
La pobre loca, en su inconsciencia espiritual, hizo una
señal afirmativa con la cabeza.
La joven se encaminó a su aposento privado y,
retirando minúsculo tubo de uno de los muebles predilectos,
dejó verter algunas gotas en una pequeña taza de sedativo,
monologando: “- ¡Sí!... un secreto es siempre un secreto… y
solo la muerte puede guardarlo convenientemente!...”
Caminó, sin vacilación, para el lecho materno, donde,
por más de dos años, yacía la infeliz, devorada por el cáncer y
atormentada por las visiones más siniestras y tenebrosas.
En un instante, el horrible envenenamiento estaba
consumado. Administrada la poción corrosiva y violenta,
Aurelia determinó, entonces, que dos esclavos velasen el
sueño de la enferma, como de costumbre, al regresar de sus
noches alegres y ruidosas, esperando el resultado de la acción
criminal e injustificable.
En dos horas, la enferma presentaba las más evidentes
señales de sofocación bajo la acción del corrosivo, que
constituía una más de aquellos filtros misteriosos y homicidas
de la época.

289
HACE 2000 AÑOS

Al llamado afligido de las siervas, todas las personas de


la casa se colocaron a la disposición, dado el penoso estado de
la enferma.
Emiliano Lucius le contempló los ojos, que se iban
apagando en el velo de la muerte, y en balde procuró hacer
que la agonizante le dijese aun una palabra. Sus miembros
fríos se fueron endureciendo lentamente y de la boca
comenzó a escaparle espuma rosada.
En vano fueron llamados los entendidos de la
medicina, en aquellos últimos instantes. En aquella época, ni
los médicos conocían los secretos anatómicos del organismo,
ni había policía técnica para averiguar las causas profundas de
las muertes misteriosas. El envenenamiento de Fulvia corrió a
cuenta de las molestias incomprensibles que, durante muchos
meses, le habían minado todos los centros de vitalidad.
Sin embargo, aquella agonía rápida no pasó
desapercibida para Emiliano, que añadió otra duda penosa a
los amargos pensamientos que le negreaban el fuero íntimo.
Aurelia buscó representar, del mejor modo, la comedia
del sentimentalismo en tales circunstancias, y después de las
ceremonias simplificadas y rápidas, en vista de la inmediata
descomposición cadavérica, que forzó a la incineración, en
breves horas, el antiguo hogar del pretor Salvio Léntulus se
tornó el abrigo de dos corazones que se odiaban mutuamente.
Si la esposa infiel, inmediatamente después de los
primeros días de luto, retornaba a su existencia de regalados
placeres, Emiliano Lucius nunca pudo olvidar las revelaciones
de Fulvia, en la víspera de su desprendimiento,
envolviéndose, entonces, en un velo de tristeza que le cubrió
el corazón por más de dos años.
En el 54, subía Domicio Nerón al poder, haciéndose
acompañar de una depravada corte de áulicos perversos y de
concubinas tan numerosas como desalmadas.

290
EMMANUEL

Muy tarde, reconoció Agripina la inconveniencia de su


actitud maternal, obligando al emperador Claudio al
consentir el casamiento de su hija Octavia con aquél que, más
tarde, iría a eliminarle su propia vida con las mayores
muestras de perversidad.
El Foro y el Senado recibieron, temblando, la sombría
noticia de la proclamación del nuevo César por las legiones
pretorianas, no tanto por él, sino porque sabían, de
antemano, que aquel príncipe ignorante y cruel iba a volverse
un fácil juguete de los espíritus más ambiciosos y más
perversos de la corte romana.
Sin embargo, nadie osó protestar, tal era la serie de
crímenes tenebrosos, perpetrados impunemente, para que
Domicio Nerón alcanzase los bastidores del supremo poder.
En el año 56, el envenenamiento del joven Britanicus
ponía escalofríos de terror en todos los patricios.
Medidas ignominiosas fueron puestas en práctica para
humillar a los senadores del Imperio, que no consiguieron
hacer efectivas sus protestas formales. Todas las familias más
importantes de la ciudad conocían que, delante de sí, tenían
los filtros venenosos de una Locusta, la tiranía y la
perversidad de un Tigelinus, o el puñal de un Aniceto.
Sin embargo, la muerte inesperada de Britanicus,
provocara cierto descontento, dando asidero a que se
manifestasen algunos espíritus más valerosos.
Entre esos, se encontraba Emiliano Lucius, que se vio
enseguida en serias perspectivas de exilio, estando vigilado por
los innumerables esbirros del Emperador.
El generoso oficial buscó recogerse lo máximo posible,
evitando la posibilidad de conflictos. Le recrudecieron sus
angustias íntimas y sus meditaciones se volvieron más
profundas y dolorosas…

291
HACE 2000 AÑOS

Y, así, en cierta oportunidad, las primeras horas de una


noche tranquila, cuando se recogía al hogar, contrariamente a
sus hábitos más antiguos, notó que el aposento de la esposa
estaba lleno de voces animadas y alegres. Observó que Aurelia
y Plinio se embriagaban en el vino de sus venenosos placeres
y, con los ojos colmados de espanto, vio que la esposa lo
traicionaba en el propio tálamo conyugal.
Emioliano Lucius sintió que una espina muy aguda le
penetraba en el corazón sensible y generoso, al verificar, por sí
mismo, aquella realidad cruel. Tuvo ímpetus de llamar al
amante al campo de la honra para morir, o eliminarle la vida,
pero consideró, simultáneamente, que Aurelia no merecía tal
sacrificio.
Enojado de todo lo que se refería a su época y
sintiéndose vencido en las desventuras de su penoso destino,
el noble oficial se retiró par el antiguo gabinete del pretor
Salvio, donde estableciera la sede de sus trabajos diurnos y
poseído de siniestra y dolorosa resolución, abrió viejo armario
donde se alineaban pequeños frascos, retirando uno de ellos,
de configuración especial, a fin de satisfacer los amargos
propósitos de su espíritu exhausto.
Frente a la taza de cicuta, el cerebro adolorido se
perdió, por minutos, en pungentes conjeturas; pero,
estudiando íntimamente todas sus probabilidades de ventura,
ponderó, en el auge de la desesperación, que, a la traición de
la mujer, a las amenazas de proscripción y de exilio o a la
posibilidad de un ataque en las sombras, era preferible lo que
él consideraba el consuelo final de la muerte.
En un instante, sin que los amigos espirituales
pudiesen disuadirlo del terrible intento, tal fue lo subitáneo
del gesto desesperado e irreflexivo, sorbió el contenido de la
pequeña taza, descansando después la joven cabeza sobre los
brazos, estirado en un lecho del triclinio mismo, pero

292
EMMANUEL

adaptado a su gabinete antiguo, abarrotado de mármoles y


pergaminos preciosos.
La muerte horrible no se hizo esperar mucho, y en el
círculo numeroso de sus relaciones de amistad, mientras
Aurelia representaba nueva farsa de pesares imaginarios, se
comentaba el suicidio de Emiliano, no como consecuencia
directa de sus profundas desilusiones domésticas, sino como
fruto de la tiranía política del nuevo emperador, bajo cuyo
reinado tantos crímenes fueron cometidos, diariamente, en las
sombras.
Solita, ahora, en su campo de acción, Aurelia se
entregó libremente a sus desvaríos, amplificando sus
inclinaciones nocivas y procurando retener, cada vez más,
junto a sí, al hombre de sus preferencias, objeto de sus
desenfrenadas ambiciones.
En casa de los Léntulus y de los Severus, la vida
continuaba desafiando el rosario de las desventuras.
Había más de cinco años, en el 57, que Saúl de Gioras
se encontraba definitivamente instalado en Roma, sin haber
desistido de sus deseos y propósitos con respeto a la esposa del
amigo y benefactor. Consolidada su fortuna en el comercio
de pieles con el Oriente, no perdía él las mínimas
oportunidades para evidenciar la excelencia de su situación
material, a la mujer codiciada por largos años; sin embargo,
Flavia Lentulia, hiciera de la existencia un calvario de
resignación, conmovedora y silenciosa.
La vida pública del marido era, para su espíritu, un
prolongado y doloroso suplicio moral. Sobre el asunto, hacia
Saúl, de vez en cuando, referencias indirectas con la intención
de llamarle la atención hacia su afecto, pero la pobre señora
no veía en él otra individualidad, que no fuera la de un
amigo, o hermano. En balde, el joven judío le testimoniaba
su admiración personal, con gestos de extrema gentileza,

293
HACE 2000 AÑOS

buscando ofrecerle su compañía; pero, la verdad es que


requiebros de su alma impetuosa y apasionada no
encontraban resonancia en el corazón de aquella mujer, que
adornaba con dolor la dignidad del matrimonio.
Tocado por las expresiones de su dinero. Araxes le
animaba las esperanzas sin dejarlo esmorecer en sus peligrosos
instintos.
Plinio Severus solo venía al hogar de vez en cuando,
alegando servicios o numerosos viajes para justificar la
continuidad de su ausencia. Mal se percataba él de que los
gastos astronómicos le arruinaban, poco a poco, las
posibilidades financieras, conduciendo igualmente a sus
familiares al agotamiento de todos los recursos.
Algunas veces, mantenía coloquios afectuosos con la
esposa, a quien se sentía preso por los lazos del amor eterno y
profundo, pero las seducciones del mundo eran ya muy
fuertes en su corazón, para ser extirpadas. En lo íntimo,
deseaba volver a la calma del hogar, a la vida cariñosa y
tranquila; pero, el vino, las mujeres y los ambientes ostentosos
eran la permanente obsesión de su espíritu enfermo; otras
veces, si bien amando a la esposa tiernamente, no le
perdonaba la circunstancia de su superioridad moral,
irritándose contra la humildad que ella testimoniaba en vista
de sus desatinos, y regresaba nuevamente a los brazos de
Aurelia, como víctima indecisa entre las fuerzas del bien y del
mal.
En el año 57, la salud de Calpurnia, abalada en
extremo, obligara a la familia a reunirse en torno al lecho de
la generosa matrona. Por primera vez, después del casamiento
del hermano, volvió Agripa Severus de sus largas aventuras en
Masilia y en Avenio, junto a su madre enferma y abatida,
atendiéndole los sentidos llamados. Reencontrar a Flavia
Lentulia a participar con ella de las claridades del ambiente

294
EMMANUEL

doméstico, fue lo mismo que reavivar viejo volcán


adormecido.
De un vistazo, comprendió la situación conyugal de
Plinio procurando sustituirle el afecto junto a la esposa
desvelada y dulce. Deseaba confesarle todo su amor ardiente e
infeliz, pero guardaba en el corazón sublime respeto fraternal
por aquella mujer, que confiaba en él como en un hermano
muy amado.
Fue así que, en las alternativas de mejoría de la señora
enferma, Flavia le aceptó la compañía para distraerse en
algunos espectáculos de la rumorosa ciudad de la época.
Todo eso bastó para que Saúl envenenase los
acontecimientos, suponiendo en esas expansiones inocentes
una relación indigna, que le llenaba de pavorosos celos el
corazón violento e irascible.
En la primera oportunidad, insinuó a Plinio Severus
todas sus cavilosas sospechas, construyendo, con su
imaginación enfermiza, situaciones y acontecimientos que
jamás se verificaron. El esposo de Flavia era de esos hombres
caprichosos, que, organizando un círculo de libertad ilimitada
para sí mismo, nada conceden a la mujer, ni siquiera en el
terreno de las amistades desinteresadas y puras. De esa forma,
Plinio Severus comenzó a acatar la palabra de Saúl,
concediéndole a los conceptos insensatos el más amplio
crédito, en su foro íntimo. Él, que dejara a la compañera
afectuosa al abandono y que, por largos años, diera base a las
más penosas amarguras domésticas, se sintió, entonces,
atormentado de celos acerbos e inconcebibles, pasando a
espiar los menores gestos del hermano y a desconfiar de los
más secretos pensamientos de la esposa, esperando que la
molestia irremediable de su madre tuviese una solución en la
muerte, que se presumía para breve tiempo, a fin de

295
HACE 2000 AÑOS

pronunciarse con más fuerza en la reivindicación de sus


derechos conyugales.
Entraba el año 58, con amargas perspectivas para
nuestros personajes.
Mientras tanto, un hecho comenzaba a herir la
atención de todos los personajes de esta historia real y
dolorosa.
La dedicación de Livia a su vieja amiga enferma era un
ejemplo raro de amor fraternal, de cariño y bondad
indefinibles. Por ocho meses seguidos, su figura escuálida y
silenciosa estuvo en guardia día y noche, sin descanso, junto
al lecho de Calpurnia, probándole con ejemplos la excelencia
de sus principios religiosos.
Muchas veces, la noble matrona consideró,
íntimamente, la superioridad moral de aquella doctrina
generosa, que estaba en el mundo para levantar a los caídos,
confortar a los enfermos y a los tristes, diseminando las más
hermosas esperanzas con los desilusionados de la suerte, en
confrontación con sus viejos dioses que amaban a los más
ricos y a los que ofrecen los mejores sacrificios en los templos,
y aquel Jesús humilde y pobre, descalzo y crucificado, del que
le hablaba Livia en sus charlas íntimas y cariñosas.
Calpurnia estaba plenamente modificada, en vísperas
de la muerte. La convivencia continua de la vieja amiga le
renovara todos los pensamientos y creencias más radicadas.
Trataba mejor a las esclavas que se le acercaran al lecho y
pidiera a Livia que le enseñase las plegarias del profeta
crucificado en Jerusalén, lo que ambas hacían con las manos
unidas, cuando los aposentos de la enferma quedaban
silenciosos y desiertos. En esos instantes, la viuda de Flaminio
Severus sentía que los dolores cedían, como si un bálsamo
suave le refrescase los centros íntimos, de fuerza; cesaban las
disneas dolorosas y la respiración casi se normalizaba, como si

296
EMMANUEL

profundas energías del plano invisible le reanimasen el


corazón escleroso y fatigado.
Al espíritu de Publio no pasaban desapercibidos esos
síntomas de modificación moral de la vieja matrona, ni
tampoco el noble procedimiento de la esposa, que nunca más
reposó, desde el instante en que la viera inerme y exhausta.
Los sufrimientos de la vida habían igualmente modificado
mucho la estructura de su organización espiritual y, como
nunca, sentía el senador la necesidad de reconciliarse con la
esposa, para enfrentar los inviernos penosos de la vejez que se
aproximaba.
No solo él, sino Livia, ya no habían traspasado medio
siglo de existencia, y ahora, que tan bien conocía la vida y sus
dolorosos mecanismos de perfeccionamiento, se sentía apto
para perdonar todas las faltas de la esposa, en el pretérito,
considerando que sus veinticinco años de martirio moral, en
el sacrosanto ambiente doméstico, bastaban para redimirla de
las faltas que, por ventura, hubiese cometido, en las ilusiones
de la juventud, en tierra extraña, conforme suponía en sus
falsas observaciones, hijas aún de la calumnia que le
destruyera la ventura y la paz de una existencia entera.
En los primeros días del año 58, los padecimientos de
Calpurnia fueron súbitamente agravados, esperándose, a cada
momento, el penoso desenlace.
Los hijos y los más íntimos le rodeaban el lecho,
grandemente conmovidos, si bien reconociesen la necesidad
de reposo para aquel cuerpo enfermo y agotado.
En la antevíspera de la muerte, la venerada señora pidió
que la dejasen a solas con el senador, por algunas horas,
alegando la necesidad de confiar a Publio Léntulus algunas
disposiciones “in extremis”.

297
HACE 2000 AÑOS

Atendida, inmediatamente, vamos a encontrarlos en


íntimo coloquio, como si estuviesen juntos por última vez,
para la decisión e asuntos importantes y supremos.
Publio, aún en pleno vigor de su constitución física,
tenía los ojos llenos de agua, mientras la vieja matrona lo
contemplaba, mostrando en el semblante una claridad de viva
lucidez en los ojos calmos y profundos.
- Publio – comenzó ella, gravemente, como si aquella
palabras fuesen las últimas recomendaciones -, para los
espíritus de nuestra formación no puede existir el recelo de la
muerte, y es por ese motivo que deliberé hablarte en mis
postreras horas…
- Pero, mi buena amiga – respondió el senador,
frunciendo la frente y esforzándose por disimular la
conmoción que tenía en el alma, recordándose que, en las
mismas circunstancias, le hablara Flaminio por última vez,
entre las paredes de aquel cuarto -, solamente los dioses
pueden decidir nuestros destinos y solo ellos conocen
nuestros últimos instantes!...
- No dudo de esas verdades – adujo la valerosa patricia
-, pero, tengo la certeza de que mis horas en la Tierra llegan a
su término y no quiero llevar para el túmulo el
remordimiento de una falta que reconozco haber cometido
hace más de diez años…
- ¿Una falta? Nunca… vuestra vida, Calpurnia, fue
siempre uno de los más raros ejemplos de virtud en esta época
de transición donde se han degenerado nuestras más bellas
costumbres…
- Agradezco, mi gran amigo, pero tu gentileza no me
exime de la penitencia ante tu espíritu, afirmando que hace
más de diez años erré en un juicio, pidiéndote hoy que recibas
mi rectificación, tal vez tardía, pero aún a tiempo de

298
EMMANUEL

santificar, con el más justo respeto, una vida de sacrificios y


de abnegaciones!...
Publio Léntulus adivinó que se trataba de su mujer y,
con la voz embargada por la conmoción y por las lágrimas,
dejó que la vieja amiga continuase, con los ojos enjutos,
manifestando el más elevado valor en vista de la muerte que
se aproximaba.
- A Livia me refiero – continuó Calpurnia, en tono
conmovido -, sobre quien tuve la desgracia de transmitirle
una suposición errónea e injusta, cortándole la última
posibilidad de ventura en la Tierra; pero, la muerte renueve
nuestras concesiones de la vida y los que están prestos para
abandonar este mundo poseen una visión más clara de todos
los problemas de la existencia.
Hoy, mi amigo, te digo, con el alma serena, que tu
esposa es inmaculada e inocente…
El senador sentía que el llanto le brotaba
espontáneamente de los ojos, pero estaba íntimamente
confortado por saber que la venerable amiga confirmaba,
ahora, las convicciones que el tiempo le aumentara en cuanto
a la muy noble compañera de su existencia.
- No te lo digo simplemente por una cuestión de
egoísmo personal, en señal de agradecimiento por las
supremas dedicaciones de Livia conmigo en el curso de esta
dolorosa enfermedad – continuó ella, valerosamente. – Un
espíritu de nuestra categoría debe estar con la verdad por
encima de todo, y esta confesión mía no se verifica tan solo
por las observaciones de mi flaqueza toda humana.
Sin embargo, la realidad, mi amigo, es que, desde
aquella noche en que me pediste que opinase sobre tu esposa
y mi desvelada amiga, siento la espina de una duda cruel en
mi corazón dilacerado. Livia fue siempre mi mejor
compañera, y contribuir para su desventura,

299
HACE 2000 AÑOS

injustificadamente, era a mis ojos la suprema falta de toda la


vida…
Por once años, oré constantemente y ofrecí numerosos
sacrificios en los templos, para que los dioses me inspirasen la
verdad sobre el asunto y, por todo ese tiempo, he esperado
pacientemente la revelación del cielo… ¡Pero, solo hoy, me
fue dado obtenerla, ya en los pórticos del sepulcro!...
¡Es posible que mi pobre alma, ya semi liberada, esté
participando en los incomprendidos misterios de la vida del
más allá, y tal vez sea por eso que, hoy por la mañana, vi la
figura de Flaminio en este cuarto!... Era muy temprano y yo
estaba sola, con mis meditaciones y mis plegarias!...
En ese ínterin, la palabra de la enferma se tornara
entrecortada de profundas emociones que la dominaban,
mientras Publio Léntulus lloraba, en doloroso silencio.
- Sí… - prosiguió Calpurnia, después de larga pausa -,
en medio de una luz difusa y azulada, vi a Flaminio
extendiéndome los brazos cariñosos y compasivos… En la
mirada, le observé la misma expresión habitual de ternura y,
en la voz, el timbre familiar, inolvidable… Me avisó que
dentro de dos días penetraré los misterios desconocidos de la
muerte, mas esa revelación de mi próximo fin no me podía
sorprender… porque, para mí… que hace tantos años que
vivo en mi exilio de nostalgias y sombras… aumentado por
las continuas angustias de la enfermedad larga y dolorosa… la
certeza de la muerte constituye supremo consuelo…
Confortada por las dulces promesas de la visión, las cuales me
auguraban ese suave alivio para dentro de pocas horas…
pregunté al espíritu de Flaminio sobre la duda cruel que me
dilaceraba hace tantos años… Bastó que la arguyese
mentalmente, para que la radiante entidad me dijese en voz
alta… meneando la cabeza en un gesto delicado… como
expresando infinita y dolorosa tristeza: “Calpurnia, en mala

300
EMMANUEL

hora dudaste de aquella a quien debería amar… y proteger


como a una hija querida y cariñosa… porque Livia… es una
criatura inmaculada e inocente…”.
En ese instante… - continuó la enferma, con alguna
dificultad -, tal fue la impresión dolorosa de mi alma… con la
sorpresa de la respuesta… que no divisé más la visión cariñosa
y consoladora… como si fuese repentinamente llamada a las
tristes realidades de la vida práctica…
La vieja matrona tenía los ojos mareados de lágrimas
mientras el senador se entregaba silenciosamente al llanto de
sus penosas conmociones.
Por largos minutos estuvieron ambos así, en la actitud
de quien daba curso al remordimiento y al sufrimiento…
Al final, fue todavía la valerosa patricia quien rompió el
pesado silencio, tomando las manos del amigo entre sus
manos descarnadas y blancas, exclamando:
- Publio, te habla el corazón de una vieja amiga, con las
verdades serenas y tristes de la muerte… ¿Crees,
verdaderamente, en mis dolorosas revelaciones?...
El senador hizo un esfuerzo para enjugar las lágrimas
que le caían copiosamente de los ojos y movilizando el
máximo de energías, replicó firmemente:
- Sí, creo.
- ¿Y qué haremos ahora… para reparar nuestras faltas,
ante el corazón generoso y justo de tu mujer?...
Él reflejó una chispa de ternura en los ojos, y, pasando
las manos inquietas por la frente, como si hubiese encontrado
una solución casi feliz, se dirigió a la enferma, con una
irradiación de alegría y de tranquilidad en el semblante,
diciendo confortado:
- ¿Sabéis de la gran fiesta del Estado, que se realizará de
hoy a pocos días, en la cual los senadores, con más de veinte

301
HACE 2000 AÑOS

años de servicio al Imperio, serán coronados con mirto y


rosas, como los triunfadores?
- Sí – respondió la matrona -, tanto que ya pedí a mis
hijos que… no obstante a mi muerte próxima… te
acompañen en esa justa alegría… porque será uno de los
agraciados por nuestras supremas autoridades…
- ¡Oh, mi gran amiga, nadie puede esperar vuestra
muerte, inclusive porque no podremos prescindir de la
preciosa contribución de vuestra vida; pero, ya que
procuramos reparar mi grave error del pasado doloroso,
esperaré una semana más para llevar al espíritu de Livia la
expresión de mi reconocimiento, de mi gratitud y de mi
profundo amor. Iré a esa fiesta, que ha de realizarse bajo los
auspicios de Séneca, que ha hecho de todo por disimular la
penosa impresión causada por la conducta cruel del
Emperador, su antiguo discípulo. Después de recibir la
corona de la suprema victoria de mi vida pública, traeré todas
las condecoraciones a los pies de Livia, como homenaje justo
a su angustiada existencia de penosos sacrificios domésticos…
Me arrodillaré ante su figura santificada y, retirando de la
frente la aureola del Imperio, pondré las flores simbólicas a
sus pies, que besaré humildemente con mi arrepentimiento y
mis lágrimas, traduciéndole gratitud y amor infinito!...
- Generosa idea, mi hijo – exclamó la enfermera
sensibilizada -, y te pido que la ejecutes… en el momento
oportuno. Y, en el instante… en que des testimonio a Livia
de tu amor supremo… dile que me perdone… porque yo
lloraré de alegría… viendo a ambos felices… allá desde las
sombras tranquilas de mi sepulcro.
Ambos lloraban, conmovidos, silenciosamente.
En dado instante, la señora enferma apretó las manos
del amigo, como diciéndole un supremo adiós. Calpurnia fijó
en él los grandes ojos claros – desprendiendo irradiaciones

302
EMMANUEL

misteriosas, y, con lágrimas de emoción inenarrable, exclamó


conmovida:
- Publio… pido… que no te olvides… de lo
prometido… Arrodíllate a los pies de Livia… como a los de
una diosa… de renuncia y de bondad… No te importe… mi
partida de este mundo… Ve a la fiesta del Senado…
reparemos… nuestra falta grave… y ahora, mi amigo… un
último pedido… Vela por mis hijos… como si fuesen
tuyos… Enséñales aún la honradez… la fortaleza… Un día…
todos nosotros… nos reuniremos… en la eternidad.
Publio Léntulus le apretó las manos, sensibilizado,
acomodándole, en las sedosas almohadas, la cabeza
encanecida, mientras lágrimas de conmoción le embargaban
la voz.
Hacía mucho tiempo que la enferma era atacada,
súbitamente, de periódicas y prolongadas disneas.
El senador abrió las puertas al amplio aposento donde
Livia acudió, apresurada, como enfermera de todos los
instantes, mientras Flavia y algunas siervas acudían con
ungüentos y otras panaceas de la medicina de la época.
Sin embargo, Calpurnia, parecía atacada por las
últimas aflicciones que la llevarían al túmulo. Por veinticuatro
horas consecutivas, el pecho palpitó sibilante, como si la caja
torácica estuviese pronta a reventar bajo el impulso de una
fuerza indomable y misteriosa.
A fin de un día y una noche de mucha fatiga y
angustias, la enferma parecía haber experimentado ligera
mejoría. La respiración se hacía menos penosa y los ojos
revelaban gran serenidad, no obstante todo el cuerpo
estuviese salteado de manchas azuladas y violáceas,
anunciando la muerte. Apenas la afonía continuaba, mas, en
dado momento, hizo un gesto con la mano, llamando a Livia
a la cabecera con la tierna familiaridad de los antiguos

303
HACE 2000 AÑOS

tiempos. La esposa del senador atendió al llamado del


silencioso, arrodillándose, con los ojos llenos de lágrimas y
comprendiendo, por la intuición espiritual, que había llegado
el instante doloroso de la despedida. Se veía que Calpurnia
deseaba hablar, inútilmente. Fue entonces que apretó a Livia,
amorosamente, contra el pecho, besándole los cabellos y la
frente en un esfuerzo supremo y, pegando los labios a su oído,
balbuceó con infinita ternura: - “¡Livia, perdóname!”
Solamente la interpelaba escuchara el suave susurro de la
agonizante. Fueron esas las últimas palabras de Calpurnia.
Diríase que su alma valerosa necesitaba, tan solo, de aquel
último llamado para conseguir soltarse de la Tierra,
elevándose al Paraíso.
Abrazada a la incansable amiga, la agonizante recostó
nuevamente la cabeza en las almohadas, para siempre. Sudor
abundante emanaba de todo su cuerpo, que se aquietó
levemente a la suprema rigidez cadavérica y, en algunos
minutos, sus ojos se cerraron, como si se preparasen para un
gran sueño. La respiración se fue extinguiendo suavemente,
mientras una lágrima pesada y rutilante le rodaba por la cara
arrugada, como un rayo divino de la luz que le clarificaba la
noche del túmulo.
Las puertas del palacio se abrieron, entonces, para los
tributos afectuosos de la sociedad romana. A las exequias de la
valerosa matrona compareció lo que la ciudad poseía de más
noble y más fino, en su aristocracia espiritual, dado el elevado
concepto en el que eran tenidas las extraordinarias virtudes de
la muerta.
Terminadas las ceremonias de la incineración y
guardadas las cenizas ilustres de la noble patricia en las
sombras del sepulcro familiar, Flavia Lentulia asumió la
dirección de la casa, mientras sus padres volvían a la
residencia de Aventino, para el descanso necesario.

304
EMMANUEL

Faltaban solamente cuatro días para la realización de


las grandes fiestas, en las que más de una centena de
senadores recibiría la aureola del supremo triunfo en la vida
pública. Publio Léntulus, que sería uno de los homenajeados
en la fiesta memorable, no obstante el luto de la familia,
aguardaba el gran momento, con ansiedad. Es que, recibida la
expresión suprema de la victoria de un hombre de Estado, la
llevaría a los pies de la esposa, como símbolo perenne de su
afecto y de su reconocimiento de la vida entera. En su íntimo,
analizaba la manera más dulce de dirigirse nuevamente a la
compañera, con el timbre cariñoso y suave que su voz había
perdido hacia veinticinco años, y, verificando la continuidad
de su amor, cada vez más profundo, por la esposa, esperaba
ansiosamente el instante de su reintegración en la felicidad
doméstica.
De noche, en aquellas horas largas que pasaban,
mientras el viejo corazón se preparaba para las bendiciones de
la ventura conyugal, en pocos días, iba él hasta las
proximidades de los apartamentos de la esposa, situados bien
distantes de los suyos, en aquellos prolongados años de
amarguras interminables.
En la víspera de las grandes festividades a la que nos
referimos, serían las veintitrés horas, cuando su figura se
apostara enfrente a los aposentos de la compañera, gozando
por anticipado el dichoso momento de la penitencia, que
significaba para él una alegría suprema.
Mientras el pensamiento se sumergía en los abismos
del pasado lejano, su atención espiritual fue repentinamente
despertada por la melodía suave de una voz de mujer, que
cantaba bajito en el silencio de la noche. El senador se
aproximó, lentamente, a la puerta, pegando el oído a la
escucha… ¡Sí! Livia cantaba con voz suave y mansa, cual
alondra abandonada, haciendo sonar levemente las cuerdas

305
HACE 2000 AÑOS

armoniosas de una lira de sus recuerdos más queridos. Publio


lloraba conmovido, oyéndole las notas argentinas que se
apagaban en el ambiente restringido del cuarto, como si Livia
estuviese cantando para sí mismo, adormeciendo el corazón
humilde y despreciado, para henchir de consuelo las horas
tristes y desiertas de la noche. Era la misma composición de
las musas del esposo, que le escapaban de los labios en aquel
instante en que la voz tenía tonalidades extrañas y
maravillosas, de indefinible melancolía, como si todo su canto
fuese el lamento doloroso del ruiseñor apuñalado:

¡Alma gemela de mi alma,


Flor de luz de mi vida,
Sublime estrella caída
De las bellezas de la creación!...
Cuando yo erraba en el mundo,
Triste y solo, en mi camino,
Llegaste, a mi destino,
Y me henchiste el corazón.

¡Venías en la bendición de los dioses,


En la divina claridad,
A tejerme la felicidad
En sonrisas de esplendor!...
¡Eres mi tesoro infinito,
Júrote eterna alianza,
Porque soy tu esperanza,
Como eres todo mi amor!
Alma gemela de mi alma,
Si yo te perdiera, algún día,
Seré la oscura agonía,
De la nostalgia en sus velos…
Si un día me abandonares,

306
EMMANUEL

Luz tierna de mis amores,


He de esperarte, entre las flores
De la claridad de los cielos…

En pocos minutos, la voz armoniosa callaba, como si


fuera obligada a un divino estacato. El senador se retiró,
entonces, con los ojos mareados de lágrimas, reflexionando
consigo mismo: “- Sí, Livia, de hoy a dos días he de probarte
que fuiste siempre la luz de mi vida entera… Besaré tus pies
con mi humildad agradecida y sabré entornar en tu corazón el
perfume de mi arrepentimiento…”
Penetrando en el aposento de Livia, vamos a
encontrarla en genuflexión, después de haber colocado, sobre
un mueble de su predilección, la lira de sus recordaciones. Se
arrodillara, como siempre, ante la cruz de Simón que, en ese
día, mostraba a sus ojos espirituales una claridad más intensa.
En el curso de sus plegarias, oyó la palabra del amigo
invisible, cuya tonalidad profunda parecía gravarse, para
siempre, en lo íntimo de su conciencia: “Hija – exclamaba la
voz amiga, del plano espiritual -, regocíjate en el Señor,
porque ha llegado la víspera de tu ventura eterna e
imperecedera! ¡Eleva el pensamiento humilde a Jesús porque
no está lejos el instante dichoso de tu gloriosa entrada en su
Reino!...”
Livia mostró en el semblante una actitud de alegría y
sorpresa, pero llena de confianza y fe en la providencia divina,
guardó, en los escondrijos más íntimos del corazón, el
consuelo de aquellas palabras sacrosantas.

307
HACE 2000 AÑOS

V EN LAS CATACUMBAS DE LA FE Y
EN EL CIRCO DEL MARTIRIO
En el día inmediato a la escena que acabamos de
describir, vamos a encontrar, juntas, a las dos grandes amigas
que, lejos de ser señora y sierva, eran dos almas unidas por los
mismos ideales, ligadas por los hilos más santos del corazón.
Ana acababa de llegar a casa, después de cumplir
obligaciones en el Foro Olitorium, 1 y, cuando encuentra a
Livia a solas, le dice confidencialmente:
- Señora, hoy por la noche una nueva voz se levantará
en el santuario de las catacumbas, para las prédicas de nuestra
fe. Amigos nuestros me avisaron, esta mañana, que, ya hace
algunos días, se encuentra en la ciudad un emisario de la
iglesia de Antioquía, llamado Juan de Cleofas, portador de
significativas revelaciones para nosotros, los cristianos de esta
ciudad…
Livia mostró un brillo de íntimo contentamiento en los
ojos, exclamando:
- ¡Ah! ¡Sí… habremos de ir hoy a las catacumbas.
Tengo necesidad de comulgar con nuestros hermanos de
creencias, en las mismas vibraciones de nuestra fe! ¡Aparte de
eso, necesito agradecer al Señor la misericordia de sus gracias
inmensas!...

Y elevando un poco la voz, como si desease comunicar


a la amiga el santo júbilo de sus esperanzas más íntimas,
exclamó con tierna sonrisa irradiándole del semblante calmo:
1
Mercado de legumbres – Nota de Emmanuel.

308
EMMANUEL

- Ana, desde la muerte de Calpurnia, noto que Publio


está más sereno y más esclarecido… En estos últimos días, me
ha dirigido la palabra con la ternura de otros tiempos,
habiéndome afirmado, aún ayer, que su corazón me reserva
dulce sorpresa para mañana, después de su victoria suprema
en la vida pública. Siento que es muy tarde para que sea
nuevamente feliz en este mundo, pero, en suma, estoy
íntimamente satisfecha, porque nunca deseé morir en
desarmonía con el compañero que Dios me concedió para las
luchas y alegrías de la vida. Creo que nunca me perdonará el
crimen de infidelidad que juzga haya yo practicado hace
veinticinco años, pero lloro de contentamiento al reconocer
que Publio me siente redimida, ante la severidad de sus
ojos!...
Y lloraba, conmovida, mientras la vieja criada la
afianzaba con ternura:
- Sí, mi señora, tal vez haya él reconocido sus
abnegaciones santificantes en el hogar, en estos largos años de
sacrificios benditos.
- Agradezco a Jesús tamaña misericordia – contestó
Livia, sensibilizada. – Aunque supongo que no estoy lejos de
partir para el mundo de las realidades celestes, donde todos
los sufridores han de ser consolados…
Y después de ligera pausa, continuó:
- Aun ayer, cuando oraba junto a la cruz sencilla, allá
en el cuarto, oí una voz que me anunciaba el Reino de Jesús
para dentro de muy poco.
Oyéndola, Ana se recordó súbitamente de Simón y de
las horas que antecedieron a sus sacrificios, sumergiéndose en
dolorosas reflexiones. Sus recordaciones se remontaban al
pasado lejano, cuando la voz de Livia nuevamente la despertó
en estos términos:

309
HACE 2000 AÑOS

- Ana – decía con las heroicas decisiones de su fe -, no


sé como seré llamada por el Mesías, pero, en la hipótesis de
mi breve partida, te pido que continúes en esta casa, en tu
apostolado de trabajo y sacrificios, porque a Jesús ha de
bendecirte las labores santificantes.
La antigua sierva de los Léntulus quería dar nuevo
rumbo a la conversación pungente y exclamó con la serenidad
sensata que le conocemos.
- Señora, sabe Dios cual de nosotros partirá primero.
Olvidemos, hoy, este asunto para pensar tan solo en sus
santificadas alegrías.
Y, como para cerrar la angustiada impresión de aquella
charla íntima, remató preguntando confidencialmente:
- ¿Entonces, iremos hoy, de hecho, a las catacumbas?
- Sí. Queda decidido. Al anochecer partiremos para
nuestras oraciones y cariñosos recuerdos del Mesías Nazareno.
Tengo necesidad de ese desahogo espiritual, después de los
largos meses que estuve retenida junto a mi noble Calpurnia;
aparte de eso, deseo pedir a nuestros hermanos que oren
conmigo por ella, testimoniando al mismo tiempo, al Señor,
mi sincero agradecimiento por sus gracias divinas…
Al partir, quiero que me actives la memoria, pues
quiero llevar al nuevo apóstol un donativo destinado a la
iglesia de Antioquía.
- ¡Si mañana Publio va a recibir el supremo galardón
del hombre del mundo, quiero rogar a Jesús que no le
abandone el corazón intrépido y generoso, para que las
vanidades de la Tierra no lo inhiban de buscar, algún día, el
reino maravilloso del cielo!
Entendidas así, se separaron en las placenteras tareas
domésticas. Y mientras el senador, durante todo el día,
tomaba numerosas providencias para que nada faltase al brillo

310
EMMANUEL

personal de su gran triunfo al siguiente día. Livia se pasaba las


horas, con el alma vuelta hacia Cristo en plegarias fervorosas.
Al anochecer, de acuerdo como lo habían dispuesto, se
fueron a la reunión secreta de las prácticas primitivas del
cristianismo.
Todos los siervos graduados del palacio las vieron salir,
sin preocupación, ni sorpresa. En todo el largo período de la
molesta de Calpurnia, Livia y Ana nunca más habían fijado
su presencia en el interior del hogar y no sería de extrañar que
ambas hubiesen deliberado buscar la residencia de los Severus,
en aquella noche, de donde, posiblemente, no volverían sino
al día siguiente, después de confortar el espíritu abatido de
Flavia, en el desdoblamiento de sus fatigantes encargos
domésticos.
Fue así que las horas pasaron, tranquilas y descuidadas;
y cuando el senador se aproximó a los aposentos de la esposa,
gozando por anticipado las profundas alegrías esperadas para
el día siguiente, presumió, por el pesado silencio reinante allí,
la significación de su calmo reposo, en las alas leves y
acariciantes del sueño. Imaginando que Livia descansaba en la
paz soberana de la noche. Publio Léntulus se recogió a su
gabinete particular, con el cerebro repleto de radiantes
esperanzas, con el propósito de arrepentirse de todos sus
errores del pasado.
Entretanto, Livia, en compañía de Ana, se aprovechara
de las primeras sombras de la noche para alcanzar las
catacumbas.
Pasaba de las diecinueve horas, cuando ambas se
ocultaban entre las piedras abandonadas que daban acceso a
los subterráneos, donde se amontonaba el polvo viejo de los
muertos.
En un vasto espacio abovedado, que sirviera otrora a las
asambleas de las cooperativas funerarias, se reunía gran

311
HACE 2000 AÑOS

número de personas en torno a la figura simpática y generosa


del culto predicador, que llegara de la Siria distante. En un
canto, se erguía improvisada tribuna, donde, en pocos
minutos, subía Juan de Cleofas, dentro del halo de dulzura
que le aureolaba la singular individualidad.
El apóstol de Antioquía traía en la cabeza los primeros
cabellos blancos y toda su figura estaba saturada de fuerte
magnetismo personal, que unía íntimamente a su
personalidad a cuantos se le aproximaban, llevados por la
dulce afinidad de la creencia y de los sentimientos profundos.
Todos los presentes parecían extasiados por su palabra
seductora e impresionante, que se hizo oír por casi dos horas
sucesivas, cayendo en el corazón del auditorio como rocío
sublime de la elocuencia celeste. Conceptos elevados y
proféticas observaciones resonaban por las bóvedas silenciosas
y sombrías, débilmente iluminadas por la claridad de algunas
antorchas.
De hecho, la asamblea tenía razón de electrizarse con
aquel doloroso y sublime tono profético, porque Juan de
Cleofas pronunciaba profunda alocución, más o menos en
estos términos:
- ¡Hermanos, sea con vosotros la paz del Cordero de
Dios, Nuestro Señor Jesucristo, en la intimidad de vuestra
conciencia y en el santuario de vuestro corazón!...
El santo patriarca de Antioquía, en sus plegarias y
meditaciones de cada día, recibió numerosas revelaciones del
Mesías, ordenando la venida de un mensajero al ambiente de
vuestros trabajos en la capital del mundo, a fin de anunciaros
grandes cosas…
¡Por las revelaciones del Espíritu Santo, los cristianos
de esta ciudad impiedosa fueron escogidos por el Cordero
para el gran sacrificio. Y yo os vendo a anunciar nuestra breve

312
EMMANUEL

entrada en el Reino de Jesús, en nombre de sus apóstoles bien


amados!...
- Sí, porque aquí, donde todas las glorias divinas
fueron escarnecidas y humilladas por la impenitencia de las
criaturas, se han de trabar los primeros grandes embates de las
fuerzas del bien y del mal, anunciando el establecimiento
definitivo, en el mundo, del divino y eterno mensaje del
Evangelio del Señor!
En la última reunión general de los creyentes de
Antioquía, se manifestaron las voces del cielo, en lenguas de
fuego, como aconteció en los días gloriosos del cenáculo de
los apóstoles, después de la divina resurrección de nuestro
Salvador; y vuestro siervo, aquí presente, fue escogido para
emisario de esas noticias fortalecedoras, porque las voces
celestiales nos prometen el Reino del Señor, en breves días…
Amados, creo que estamos en vísperas de los más
atroces testimonios de nuestra fe, por los sufrimientos
remisorios, pero la cruz del Calvario deberá iluminar la
penosa noche de nuestros padecimientos…
¡Yo también tuve la felicidad de oír la palabra del
Señor, en las últimas horas de su dolorosa agonía, en la faz de
este mundo. ¿Y qué pedía él, mis queridos, sino el perdón
infinito del Padre, para los verdugos implacables que lo
atormentaban? Sí, no dudemos de las revelaciones del cielo…
Verdugos inflexibles rondan nuestros pasos y yo os traigo el
mensaje del amor y de la fortaleza en Nuestro Señor
Jesucristo!
¡Roma bautizará su nueva fe con la sangre de los justos
y de los inocentes; mas, también, importa considerar que el
Cordero inmaculado de Dios Todo Poderoso se inmoló en el
madero infamante, para rescatar los pecados y locuras del
mundo!...

313
HACE 2000 AÑOS

Andaremos, tal vez, en estas vías suntuosas, como en


nuevas avenidas de una Jerusalén putrefacta, llena de
desolación y de amargura… Claman las voces celestiales que,
aquí, seremos despreciados, humillados, vilipendiados y
vencidos; pero, la victoria suprema del Señor nos espera más
allá de las palmas espinosas del martirio, en las claridades
dulces de su reino, inaccesible al sufrimiento y a la muerte!...
Lavaremos con nuestra sangre y nuestras lágrimas la
iniquidad de estos mármoles preciosos, pero, un día,
hermanos míos, toda esta Babilonia de inquietud y de pecado
se derrumbará, fragorosamente, al peso de sus miserias
bestiales… Un huracán destructor derrumbará los falsos
ídolos y confundirá las pretenciosas mentiras de sus altares…
Tormentas dolorosas del exterminio y del tiempo harán llover
sobre este Imperio poderoso las ruinas de la pobreza y del más
triste olvido… Los circos de la impiedad han de desaparecer
bajo un puñado de cenizas, el Foro y el Senado de los
impenitentes han de ser confundidos por la suprema justicia
divina, y los guerreros orgullosos de esta ciudad pecadora se
arrastrarán, un día, como gusanos, por las márgenes del
mismo Tiber que les carga la iniquidad!...
Entonces, nuevos Jeremías han de llorar sobre los
mármoles, a la piadosa luz de la noche… los suntuosos
palacios, de estas colinas soberbias y donosas, caerán en
penoso torbellino de asombros y, sobre sus monumentos de
orgullo, de egoísmo y vanidad, gemirán los vientos tristes de
las noches silenciosas y desiertas…
Felices todos aquellos que lloraren ahora, por amor al
divino Maestro; venturosos todos los que derramaren su
sangre por las sublimes verdades del Cordero, porque en el
cielo existen las moradas divinas para los bienaventurados de
Jesús…

314
EMMANUEL

Hablaba la voz suave y terrible del emisario de la iglesia


de Antioquía y sus palabras resonaban en el profundo silencio
de las bóvedas desérticas, multitud de personas se
encontraban allí oyéndolo atentamente.
Casi todos los cristianos presentes lloraban,
embebecidos. En lo íntimo de las almas fluía una exaltación
suave y mística, haciéndoles sentir las dulces emociones de
todos aquellos apóstoles anónimos, que cayeron en las arenas
ignominiosas de los circos, para cimentar con sangre y
lágrimas la edificación de la nueva fe.
Después de las singulares y dolorosas profecías, que
hincharon todos las miradas de brillos indefinibles de alegría
interior, previendo el glorioso Reino de Jesús, Juan fue
consultado por numerosos cofrades con respecto a varios
asuntos de interés general para la marcha y desenvolvimiento
de la nueva doctrina, tal como acontecía en las primitivas
asambleas del Cristianismo naciente, y a todos atendía con las
más francas expresiones de bondad fraternal.
Interpelado por uno de los presentes, en cuanto al
motivo de su alegría radiante, cuando las revelaciones del
Espíritu Santo anunciaban tan grandes pruebas y tantos
padecimientos, el generoso emisario respondió con sublimado
optimismo:
- Sí, mis amigos, no podemos esperar sino el sagrado
cumplimiento de las profecías anunciadas pero debemos
considerar con júbilo que si Jesús permite a los impíos la
realización de monumentos maravillosos, como los de esta
ciudad suntuosa y podrida, ¿qué no reservará él, en su infinita
misericordia, a los hombre buenos y justos, en las claridades
de su Reino?
Aquellas respuestas consoladoras caían en el alma de la
numerosa asamblea, como bálsamo dulcificante.

315
HACE 2000 AÑOS

Palabras de amor y salutaciones afectuosas eran


intercambiadas entre todos, con las más dulces
demostraciones de júbilo y fraternidad.
Livia y Ana tenían un semblante de alegría íntima
brillándoles en los ojos calmos.
Al final de la reunión, todos se levantaron para las
plegarias sencillas y espontáneas de las primitivas lecciones del
Cristianismo, en fuentes puras.
La voz del emisario de Antioquía, se hizo oír de nuevo,
brillante y clara:
- Padre Nuestro, que estáis en los cielos, santificado sea
vuestro nombre, venga a nos vuestro Reino de misericordia,
sea hecha vuestra voluntad, así en la Tierra, como en los
Cielos…
Pero, en ese instante, la palabra dulce y conmovedora
fue cortada por el siniestro tañir de las armaduras.
- ¡Es aquí, Lúculo!... – gritaba la voz estentórea del
centurión Clodio Varrus, que avanzaba, con sus numerosos
pretorianos, hacia la masa atónita de los cristianos indefensos,
constituida, en su mayoría, de mujeres.
Algunos creyentes de los más inflamados comenzaron
entonces a apagar las antorchas, provocando las tinieblas para
la confusión y el tumulto, pero Juan de Cleofas descendiera
de la tribuna con su figura radiante que impresionaba.
- ¡Hermanos – gritó con la voz extraña y vibrante en su
llamado, como si estuviese saturado de extraordinario
magnetismo -, ¡recomendó el Señor que jamás colocásemos la
luz debajo del celemín! ¡No apaguéis la claridad que debe
iluminar nuestro ejemplo de coraje y de fe!...
Para ese momento, los dos centuriones presentes ya
habían articulado sus fuerzas, en común, organizando los
cincuenta hombres que habían venido bajo sus órdenes, para
la hipótesis de una resistencia.

316
EMMANUEL

Entonces, se vio, al apóstol de Antioquía caminar


valientemente, bajo el pasmo silencioso de los presentes,
dirigiéndose a Lúculo Quintilius, extendiéndoles los brazos
pacíficamente y solicitando con empeño:
- Centurión, cumple tu tarea sin recelo, porque yo no
vine a Roma sino para las glorias del sacrificio.
El delegado del Imperio no se conmovió con esas
palabras y, después de blandir el rostro del misionero con los
copos de su espada, en dos tiempos le amarró los brazos,
imposibilitándole los movimientos.
Dos jóvenes creyentes, dando muestra de su
temperamento ardiente y sincero, disgustados con la
crueldad, desenvainaron las armas, que relucieron en la
claridad pálida de aquel interior de penumbras, avanzando
hacia los soldados en un gesto supremo de defensa y
resistencia pero Juan de Cleofas advirtió una vez más, con su
palabra magnética y profunda:
- Mis hijos, no repitáis en este recinto la escena
dolorosa de la prisión del Mesías. Recordaos de Malcus y
guardad vuestra espada en la vaina, porque los que hieren con
el hierro, con el hierro serán heridos…
Hubo, entonces, en la asamblea, un movimiento de
quietud y de asombro. El coraje sereno del apóstol contagiara
todos los corazones.
En los grandes movimientos de la vida, hay siempre
una vibración espiritual que fluye de otros mundos, para
consuelo de los míseros de la jornada terrestre.
Algo inaudito e inesperado, se observó, entonces.
Todos los presentes imitaron al apóstol valeroso, entregando
los brazos inermes para el sacrificio.
En su doloroso momento, Livia se llenara de un coraje
que nunca había poseído. Frente a su figura noble y a su
indumentaria de patricia se detuvieron, largamente, las

317
HACE 2000 AÑOS

miradas significativas de los verdugos. En aquella asamblea,


era ella la única mujer que ostentaba las insignias del
patriciado romano.
Clodio Varrus cumplía su tarea algo respetuoso y, en
pocos minutos, la pesada caravana estaba camino de la
prisión, dentro de las sombras espesas de la media noche.
La cárcel donde los cristianos iban a pasar tantas horas
al relente, en angustiosa promiscuidad, que, de algún modo,
representaba para ellos suave consuelo, quedaba anexa al gran
circo, sobre cuyas proporciones gigantescas somos obligados a
detener nuestra mirada, dando al lector una débil idea de su
grandeza.
El Circo Máximo quedaba situado justamente en el
valle que separa el Palatino del Aventino, irguiéndose, allí,
como una de las más bellas maravillas de la ciudad invicta.
Edificado en los comienzos de la organización romana, sus
proporciones grandiosas se habían desenvuelto con la ciudad
y, en la época de Domicio Nerón, su extensión era tal, que
ocupaba 2190 pies de ancho, por 960 de largo, terminando
en semicírculo, con capacidad para trescientos mil
espectadores cómodamente instalados. De ambos lados,
corrían dos órdenes de pórticos, superpuestos, ornados de
columnas preciosas y coronadas de terrazas confortables. En
aquel lujo de construcciones y de ornamentos en demasía, se
veían numerosas tascas e innumerables lugares de libertinaje,
a cuya sombra dormían los miserables y reposaba la mayoría
del pueblo, embriagado y debilitado en los placeres más
hediondos. Seis torres cuadradas, denotando las más
avanzadas expresiones de buen gusto, de la arquitectura de la
época, dominaban las terrazas, sirviendo de camarotes lujosos
a las personalidades más distinguidas, en los espectáculos de
gran gala. Amplios bancos de piedra, dispuestos en anfiteatro,
corrían por tres lados, localizándose, en seguida, en línea

318
EMMANUEL

recta, el espacio ocupado por las cárceles, de donde salían los


caballos y carros, así como esclavos y prisioneros, fieras y
gladiadores, para las diversiones preferidas de la sociedad
romana. Sobre las cárceles, se erguía el suntuoso pabellón del
Emperador, de donde las más altas autoridades y áulicos
acompañaban al César en sus entrenamientos. La arena estaba
dividida longitudinalmente por una muralla de seis pies de
altura, por doce de largo, irguiéndose sobre ella altares y
estatuas preciosas que ostentaban bronces finos y dorados.
Igualmente en el centro de esa muralla, imprimiendo un trazo
majestuoso de grandeza al ambiente, se levantaba, a la altura
de ciento veinte pies, el famoso obelisco de Augusto,
dominando la arena coloreada de rojo y de verde, dando a
impresión de un césped delicioso que se tiñese súbitamente
de flores de sangre.
Los míseros prisioneros de aquella redada humana
fueron lanzados en una larga dependencia de las cárceles, en
las primeras horas de la madrugada.
Los soldados los despojaron, uno a uno, de los objetos
de valor, o de los pequeños importes en dinero que traían
consigo. Inclusive las señoras no escaparon al saqueo
humillante, siendo despojadas de sus joyas más preciosas.
Sólo Livia, por el respeto que inspiraban sus vestidos, fue
dispensada del examen infamante.
Es un gabinete privado, Clodio Varrus daba certeza a
su superior, Cornelio Rufus, del éxito de la diligencia que le
fuera encomendada aquella noche.
- Sí – exclamaba Cornelio, satisfecho -, por lo que veo,
la fiesta de mañana correrá a entera satisfacción del
Emperador. Esta primera redada de cristianos era esencial al
glorioso acontecimiento de los grandes homenajes a los
senadores.

319
HACE 2000 AÑOS

- Pero, escucha – continuaba él, más discretamente,


refiriéndose a Livia - ¿Quién es esa mujer que trae la toga de
las matronas de la más alta clase social?
- Lo ignoro – respondió el centurión, muy pensativo. –
Además, mucho me admiré de encontrarla en tal ambiente,
pero cumplí severamente vuestras órdenes.
- Hiciste bien.
Pero, como si estuviese adoptando íntimamente una
nueva providencia, Cornelio Rufus sentenció:
- La dejaremos aquí hasta mañana, hasta el momento
del espectáculo, cuando, podrá ser puesta en libertad.
- ¿Y por qué no la liberamos desde ahora?
- Ella podría, en su condición de nobleza, provocar
algún movimiento de protesta contra la decisión de César y
eso nos colocaría en pésima situación. Y como esas miserables
criaturas serán lanzadas a las fieras, en calidad de esclavos y
condenados a la pena máxima, en la última parte del
espectáculo de la tarde, no conviene que nos comprometamos
ante su familia. Reteniéndola aquí, satisfacemos los caprichos
de Nerón y, soltándola en seguida, no nos
incompatibilizaremos con los que gozan de los favores de la
situación.
- Es verdad; esa es la solución más razonable. Pero,
¿por qué motivo esas criaturas serán condenadas como
esclavos, cuando deberían morir como cristianos, pues tan
sólo esa es la causa de su justa condenación? ¿La razón de su
muerte no está en la humillante doctrina que profesan?
- Sí, pero tenemos que ponderar que el Emperador no
se siente aún con bastante fuerza para enfrentar la opinión de
los senadores, de los ediles y de otras varias autoridades, que,
ciertamente, desearían abogar la causa de estos infelices, en
desprestigio de él y en el de sus más íntimos consejeros…
Pero, no dudo de que esa persecución a los adeptos de la

320
EMMANUEL

doctrina del Crucificado será oficializada en pocos días 1, tan


pronto los poderes imperiales estén más fuertemente
centralizados.
Esperemos, pues, algún tiempo más y, hasta allá,
fortifiquemos el prestigio de Nerón, porque el detentor del
poder debe representar siempre lo mejor de los amigos.
Mientras eso ocurría, todos los cristianos se dividían en
grupos en el interior de la cárcel intercambiando las más
íntimas impresiones sobre el angustioso trance.
Y en dado momento, se abrió una puerta, por donde
surgió la figura detestable de Clodio, exclamando,
irónicamente:
- Cristianos, no hay clemencia de César para los que
profesan las peligrosas doctrinas del Nazareno. Si tenéis
algunos negocios materiales que resolver, recordaos de que es
muy tarde, porque pocas horas os separan de las fieras de la
arena, en el circo.
Nuevamente, la pesada puerta se cerró sobre su figura,
mientras los míseros condenados se sorprendían amargamente
con la noticia inquietante y dolorosa.
A través de las rejas reforzadas, podían observar los
movimientos de los numerosos soldados que los guardaban,
dando guarida, en los primeros instantes, a las más
angustiosas conjeturas. No obstante, rápidamente les volviera
la calma y los prisioneros se aquietaron con humildad.
Algunos hacían oraciones fervorosas, mientras otros trocaban
pensamientos en voz baja.

1
La mayoría de los historiadores del Imperio Ro mano señala las primeras
persecuciones al Cristianismo solamente en el año 64; pero, desde el 58 algunos de
los favoritos de Nerón consiguieron iniciar el movimiento criminal, destacándose
que los cristianos de la época, antes del gran incendio de la ciudad, eran llevados a
los sacrificios en calidad de esclavos misérrimos, para diversión del pueblo. – Nota
de Emmanuel.

321
HACE 2000 AÑOS

Los carceleros no tardaron en separar a las mujeres,


instalándolas en una dependencia contigua, donde cada
grupo de creyentes quedó con el alma vuelta a Jesús, en los
instantes supremos en que aguardaban la muerte.
Por la mañanita, mal el sol había surgido del todo en
las amplitudes del hermoso firmamento romano, vamos a
encontrar a Ana y Livia en conversación casi serena, a solas en
una especie de biombo de los muchos existentes en la
espaciosa sala reservada a las mujeres, mientras numerosas
compañeras aparentaban descansar, somnolientas.
- Señora – exclamaba la sierva, algo preocupada -, noto
que os tratan aquí con simpatía y deferencia. ¿Por qué no
lucháis inmediatamente vuestra libertad? No sabemos qué de
siniestro y terrible nos ocurrirá en las horas penosas de este
día!...
- No un buena Ana – respondió Livia, tranquila -,
debes quedar segura de que mi alma está convenientemente
preparada para el sacrificio. Y aunque no me sintiese
confortada, no deberías presentarme semejante consejo,
porque Jesús, siendo el Maestro de todos los maestros y Señor
del Reino de los cielos no luchó por su libertad junto a los
verdugos que lo atormentaban y oprimían…
- Eso es verdad, señora. Pero, creo que Jesús sabría
comprender vuestro gesto, porque tenéis aún un esposo y una
hija… - acentuó la vieja empleada, como recordándole las
obligaciones humanas.
- ¿Un esposo? – contestó la noble matrona, con heroica
serenidad. –Sí, agradezco a Dios la paz que me concedió,
permitiendo que Publio me demostrase su contrición en estos
últimos días. Para mí, sólo esa tranquilidad era esencial y
necesaria, porque el esposo, en su condición humana, yo lo
perdí hace veinticinco largos años… En balde sacrifiqué todos
los impulsos de mi mocedad para probarle mi amor y mi

322
EMMANUEL

inocencia, en contraposición a la calumnia con la que


humillaron mi nombre. Por un cuarto de siglo he vivido con
mis oraciones y mis lágrimas… Angustiosa ha sido mi
nostalgia y dolorosísimo el triste destierro espiritual al que fui
relegada, en el plano de mis afectos más puros.
No creo que pueda revivir para mí, en el corazón del
viejo compañero, la antigua confianza, llena de felicidad y
ternura…
En cuanto a la hija, la entregué a Jesús, desde los días
de la infancia, cuando me vi obligada a la terrible separación
de su afecto. Apartada de su alma por imposición de Publio,
tuve que sofocar los más dulces entusiasmos del corazón
materno. Sabe el Señor de mis ansiosas angustias, en las
noches silenciosas y tristes en que le confiaba mis amargos
padecimientos. Además de eso, Flavia, tiene hoy un marido
que procuró aislarla aún más de mi pobre espíritu, receloso de
mi fe, calificada por todos de demencia…
Y después de ligera pausa, en su confianza dolorosa,
acentuó con serena tristeza:
- Para mí, no puede haber un nuevo florecimiento de
las esperanzas aquí en la Tierra… Sólo aspiro, ahora, a morir
en paz confortadora con mi conciencia.
- Pero, señora – tomó la criada con vehemencia -, hoy
es el día de la mayor victoria de nuestro esposo…
- No me olvidé de esa circunstancia. Pero, hacen
veinticinco años que Publio siguió el rumbo opuesto a mi
camino y no será de más que, buscando él hoy la suprema
recompensa del mundo, como triunfo final de sus deseos,
busque yo también no la victoria del cielo, que no la merecí,
sino la posibilidad de mostrar al Señor la sinceridad de mi fe,
ansiosa por las bendiciones lucíferas de su infinita
misericordia.

323
HACE 2000 AÑOS

¡Después, mi querida Ana, es muy grato al corazón


soñar con su reino santificado y misericordioso… Ver, de
nuevo, las manos suaves del Mesías bendiciéndonos el
espíritu, con sus gestos amplios de caridad y de ternura!...
Livia tenía una claridad divina en los ojos, que se
mojaban en lágrimas espontáneas, como si hubiese caído
sobre su corazón el rocío del Paraíso.
Veíase, claramente, que sus ideas no estaban en la
Tierra, sino fluctuando, en un mundo de irradiaciones muy
suaves, llena de recordaciones cariñosas del pasado y saturado
de tiernas esperanzas en el amor de Jesucristo.
- Sí – continuaba hablando, como si fuera tan solo para
su propia alma, en la intimidad del corazón -, últimamente,
mucho me he recordado del divino Maestro y de sus palabras
imborrables… En aquella tarde de sus prédicas inolvidables,
aún era el crepúsculo y ya el cielo estaba cubierto de estrellas,
como si las luces del firmamento deseasen también oírlo…
¡Las olas del Tiberíades, que se presentaban, frecuentemente,
tan rumorosas al castigo del viento, venían, silenciosas, a
deshacerse en un abanico de espuma, al encuentro de las
barcas de la playa, en una dulce expresión de respeto, cuando
se hacían oír en el paisaje sus divinas enseñanzas! Todo se
aquietaba mansamente; era de verse la sonrisa angelical de los
niños, a la claridad tierna de sus ojos de pastor de los hombres
y de la Naturaleza…
En mis anhelos, mi buena Ana, deseaba adoptar a
todos aquellos pequeños desharrapados y hambrientos, que
surgían en las asambleas populares de Cafarnaúm; pero, mi
propósito materno de amparar a aquellas mujeres
despreciadas y aquellos niños andrajosos, que vivían al
desamparo, no podía realizarse en este mundo… Sin
embargo, supongo que he de realizar los ideales de mi alma, si
Jesús me acogiese en las claridades de su Reino…

324
EMMANUEL

La vieja sierva lloraba emocionada, oyendo estas


expansiones tocantes, conmovedoras.
Después de larga pausa, continuó como si desease
aprovechar bien las últimas horas:
- Ana – dijo con enérgica tranquilidad -, ambas fuimos
llamadas al testimonio sagrado de la fe, en las horas que pasan
y que deben ser gloriosas para nuestro espíritu. Perdóname,
querida, si algún día te ofendí el corazón con alguna palabra
indigna. ¡Antes que Simón te entregase a mi guarda, ya yo te
amaba tiernamente, como si fueras mi hermana o mi propia
hija!...
La sierva lloraba emocionada, mientras Livia, cariñosa,
continuaba:
- Ahora, querida, tengo un último pedido que
hacerte…
- Decid, señora, - susurró la sierva, con los ojos rasos de
lágrimas -, antes de todo, soy vuestra esclava.
- Ana, si es verdad que tenemos que dar testimonio
hoy de nuestra fe, yo deseaba comparecer al sacrificio como
aquellas criaturas desamparadas, que oían las consolaciones
divinas junto al Tiberíades. ¡Si pudieres atenderme, cambia
hoy conmigo la toga de la señora por la túnica de la sierva!
Deseaba participar del sacrificio con las vestiduras humildes y
pobres de la plebe, no porque me sienta humillada ante las
personas de mi condición en el momento del testimonio, sino
porque, arrancando para siempre los últimos preconceptos de
mi nacimiento, daría a mi conciencia cristiana el consuelo del
último acto de humildad… ¡Yo, que nací entre las púrpuras
de la nobleza, deseaba buscar el Reino de Jesús con las
vestiduras sencillas de los que pasaron por el mundo en el
torbellino doloroso de las pruebas y de los trabajos!...
- ¡Señora!... – obtemperó la sierva, dubitativa…

325
HACE 2000 AÑOS

- No vaciles, si quieres proporcionarme la última


satisfacción.
Ana no pudo rehusarse, ante los piadosos propósitos de
la generosa criatura y, en un instante, en la penumbra de
aquel improvisado rincón que las separaba de las demás
compañeras, cambiaron la toga y la túnica, que eran tan solo
una especie de manto, sobre la complicada indumentaria de la
época, habiendo Livia lucido la toga de lana finísima ahora en
el cuerpo de la sierva, con las joyas discretas que traía
usualmente consigo. Después de entregarle dos anillos
preciosos y un gracioso brazalete, apenas un adorno de valor
le restaba, pero Livia, pasando la mano por el cuello y
acariciando el pequeño collar, con inmensa ternura, exclamó
con decisión a la compañera:
- Está bien, Ana, me queda apenas este pequeño collar,
en que traigo el camafeo con el perfil de Publio, en alto
relieve, y que es un regalo de él en el día lejano de nuestras
nupcias. Moriré con esta joya, como si ella fuera un símbolo
de unión entre mis dos amores, que son mi marido y
Jesucristo…
Ana aceptó, sin protestar, todas las piadosas
imposiciones de la señora y, en pocos instantes, en su antigua
belleza virginal, el porte de sierva humilde estaba tocado de
imponente nobleza, como si ella fuese una soberana figura de
marfil viejo.
Para todos los prisioneros, en la terrible inquietud que
los oprimía, no obstante las dulces claridades inferiores de la
plegaria que los integraba en el necesario coraje moral para el
sacrificio, las horas del día pasaban pesadas y lentas, Juan de
Cleofas, con el resignado heroísmo de su fervor religioso,
consiguió mantener encendido el calor de la fe en todos los
corazones: no faltaron los compañeros más animados que, en
la exaltación de su confianza en la Providencia Divina,

326
EMMANUEL

ensayaron sus propios cánticos de gloria espiritual, para el


instante supremo del martirio.
En el palacio de Aventino, todos los domésticos de
mayor confianza creían en la permanencia de Livia en casa de
la hija; pero, un poco antes de medio día, Flavia Lentulia vino
para estar con el padre, a fin de besarlo antes del triunfo.
Informada por el senador, en cuanto a sus proyectos de
restablecer la antigua felicidad doméstica, con las más
expresivas demostraciones públicas de confianza y de amor
por la esposa, Flavia con gran sorpresa para el padre, buscaba
a la madre para las manifestaciones de su justificada alegría.
Angustiosa interrogación se estampó, de ese modo, en
todos los semblantes.
Después de veinticinco años, era la primera vez que
Livia y Ana se ausentaban de casa, de un día para otro,
provocando los más justificados recelos.
El senador sintió el corazón herido de presagios
angustiosos, pero los esclavos ya se encontraban preparados
para conducirlo al Senado, donde las primeras ceremonias
tendrían inicio después del medio día, con la presencia de
César. Observándole la aflicción y las miradas ansiosas e
inquietas, Flavia Lentulia buscó tranquilizarlo con estas
palabras, que disimulaban sus propias aflicciones.
- Ve tranquilo, papá. Volveré ahora a casa, pero no me
descuidaré de las providencias necesarias, porque, cuando
regresares, esta tarde, con la aureola del triunfo, quiero
abrazarte con mamá, entre las flores del vestíbulo, a fin de
que podamos ambas recibirte con los pétalos de nuestro amor
desvelado de todos los días.
- ¡Sí, hija – respondió el senador con una sombra de
angustia -, permitan los dioses que así sea, porque las rosas del
hogar serán para mí las mejores recompensas!...

327
HACE 2000 AÑOS

Y tomando la litera, saludado por numerosos amigos


que lo esperaban, Publio Léntulus demandó al Senado, donde
multitudes entusiastas exultaban de alegría, en señal de
agradecimiento por la abundante distribución de trigo con
que las autoridades romanas habían conmemorado aquel
evento, aplaudiendo a los homenajeados con la gritería
ensordecedora de las grandes manifestaciones populares.
De la noble casa política, donde los más elegantes
torneos de oratoria fueron proferidos para enaltecimiento de
la personalidad del Emperador y antecedidos por la figura
impresionante del César, que nunca desdeñó el Fausto
retumbante de los grandes espectáculos, en su costumbre de
antiguo comediante, se dirigieron los senadores para el
famoso Templo de Júpiter, donde los homenajeados
recibirían la aureola de mirto y rosas, como los triunfadores ,
obedeciendo a la inspiración de Séneca, que todo envidaba
para deshacer la penosa impresión del gobierno cruel de su ex
discípulo, que, al final, decretaría también su muerte en el
año 66. En el Templo de Júpiter, el gran artista que era
Domicio Nerón coronó la frente de más de cien senadores del
Imperio, bajo la bendición convencional de los sacerdotes,
demorándose las ceremonias en su complicada faceta
religiosa, por algunas horas sucesivas. Solamente después de
las 15 horas, salía del templo, en dirección al Circo Máximo,
el grueso y desmesurado cortejo. La compacta procesión,
tocada de su aspecto solemne, pocas veces observado en
Roma en los siglos posteriores, se dirigió primeramente al
Foro, atravesando por la masa formidable del pueblo, con el
máximo respeto.
Para esclarecimiento de los lectores, pasemos a dar
pálida idea del maravilloso cortejo, de conformidad con las
grandes ceremonias públicas de la época.

328
EMMANUEL

En el frente, va un carro, soberbio y magníficamente


ornamentado, donde se instala indolente el Emperador,
siguiéndole numerosos carros en los cuales se instalaban los
senadores homenajeados, así como sus áulicos preferidos.
Domicio Nerón, junto a uno de sus favoritos más
queridos, pasa altivo en su traje bermejo de triunfador, con el
lujo ostentoso que le caracterizaba las actitudes.
En seguida, numeroso grupo de jóvenes de 15 años
pasan, a caballo y a pie, escoltando los carruajes de honor y
abriendo la marcha.
Pasan, después, los cocheros guiando las bigas, las
cuadrigas y las sejuges, que eran carros de dos, cuatro y seis
caballos, para las locas emociones de las corridas tradicionales.
Siguiendo a los aurigas, casi en completa desnudez,
surgen los atletas, que harán los números de todos los grandes
y pequeños juegos de la tarde; después de ellos, van los tres
coros clásicos de danzarines, el primero constituido por
adultos, el segundo de los adolescentes insinuantes, y el
tercero por graciosos niños, todos ostentando la túnica
escarlata apretada con una cinta de cobre, espada al lado y
lanza en la mano, destacándose el capacete de bronce
adornado de penachos y escárpelas, que le complementan la
indumentaria extravagante. Esos bailarines pasan, seguidos
por los músicos, exhibiendo movimientos rítmicos y
ejecutando bailes guerreros, al son de arpas de marfil, flautas
cortas y numerosos laúd.
Después de los músicos, cual bando de siniestros
histriones, surgen los Sátiros y los Silenos, personajes
extraños, que presentas máscaras horripilantes, cubiertos de
pieles de cabra, bajo los cuales hacen los gestos más
horrendos, provocando la risa frenética de los espectadores,
con sus contorciones ridículas y extrañas. Se suceden nuevos
grupos musicales, que se hacen acompañar por varios

329
HACE 2000 AÑOS

ministros secundarios del culto de Júpiter y otros dioses,


llevando en las manos grandes recipientes a la manera de
turíbulos de oro y plata, de donde subían en espiral nubes de
incienso.
Siguiendo a los ministros, con adornos de oro y piedras
preciosas, pasan las estatuas de las numerosas divinidades
arrancadas, por un momento, de sus templos suntuosos y
sosegados. Cada estatua, en su expresión simbólica, se hace
acompañar de sus devotos y de sus variados colegios
sacerdotales. Todas las imágenes, con gran aparatosidad, son
conducidas en carros de marfil o de plata, empujados por
imponentes caballos, guiados delicadamente por niños pobres
de diez a doce años, que tengas padre y madre vivos, y
escoltados, con atención, por los patricios más destacados en
la gran ciudad.
Era todo un deslumbramiento de coronas de oro,
púrpuras, lujosos tejidos del Oriente, metales brillantes,
cintilaciones de piedras preciosas.
Cierra el cortejo la última legión de sacerdotes y
ministros del culto, siguiéndoles la masa interminable del
pueblo anónimo y desconocido.
La gigantesca procesión penetra el Gran Circo con
gran recogimiento, en observancia a las más elevadas
solemnidades. El silencio es cortado solamente por las
aclamaciones parciales de los diferentes grupos de ciudadanos,
cuando pasa la estatua de la divinidad que les protege las
actividades y la profesión, en la vida común.
Después de una vuelta solemne por el interior del
circo, las silenciosas figuras de marfil son colocadas en la
edícula, junto a las cárceles, bajo los fulgores radiantes del
pabellón del Emperador y donde se hacen las plegarias y
sacrificios de nobles y plebeyos, mientras el César y sus

330
EMMANUEL

áulicos, en compañía de los políticos homenajeados aquella


tarde, hacen numerosas y extraordinarias libaciones.
Terminadas aquellas ceremonias, desaparece,
igualmente, el silencioso recogimiento de la multitud.
Comienzan, entonces, los juegos bajo las miradas
ávidas de más de trescientos mil espectadores, que no se
circunscriben a las masas compactas, comprimidas en las
dimensiones grandiosas del lujoso recinto. Los palacios de
Aventino y del Palatino, así como las elegantes terrazas del
Celio, sirven también de anfiteatros para la numerosa
asistencia, que no puede ver de más cerca el formidable
espectáculo.
Roma se divierte y todas sus clases están deslumbradas.
La competencia de los carros es el primer número a ser
presentado, pero los aplausos entusiastas solamente se
verifican cuando mueren en la arena los primeros cocheros y
los primeros caballos destrozados.
Los jugadores se distinguen por los colores de la túnica.
Hay los que se visten de rojo, de azul, de blanco y de verde,
representando varios partidos, mientras la platea se reparte en
grupos exaltados y enloquecidos. Gritan apasionadamente los
admiradores y los socios de cada facción, traduciendo su
alegría, o su recelo, su angustia o su impaciencia. Al final de
los primeros números, se verifican desoladoras escenas de
lucha entre los adversarios de ese o de aquél partido, en el
seno de la enorme asistencia, habiendo serios tumultos,
inmediatamente degenerados en saña criminal, y de donde
son retirados en seguida, algunos cadáveres.
Después de las carreras, hubo una cacería fabulosa,
llevándose a efecto terribles combates entre hombres y fieras,
en los cuales algunos esclavos jóvenes perdieron la vida en
trágicas circunstancias, ante las aclamaciones delirantes de las
masas inconscientes.

331
HACE 2000 AÑOS

El Emperador sonríe, satisfecho, y continúa en sus


libaciones personales, vagarosamente, junto a algunos amigos
muy íntimos. Seis arpistas ejecutan las melodías predilectas en
el pabellón, mientras los laúd hacen oír, igualmente, sonidos
melodiosos y claros.
Otros juegos pasaron, diferentes, divertidos y terribles,
y, después de algunas danzas exóticas, ejecutadas en la arena,
se vio a un áulico predilecto de Domicio Nerón inclinarse
discretamente, hablándole al oído:
- Llegó el instante, ¡Oh Augusto, de la gran sorpresa de
los juegos de esta tarde!...
- ¿Entrarán, ahora, los cristianos en la arena? –
preguntó el Emperador en voz baja, con su impiedosa y fría
sonrisa.
- Sí, ya fue dada la orden para que queden en libertad
en la arena los veinte leones africanos, tan pronto se presenten
al público los condenados.
- ¡Bello homenaje a los senadores! – comentaba Nerón,
sarcásticamente. – Esta festividad fue una feliz sugerencia de
Séneca, porque tendré oportunidad de mostrar al Senado que
la ley es la fuerza y toda la fuerza debe estar conmigo.
Pocos minutos faltaban para la presentación del
sorprendente número de la tarde, cuando Clodio Varrus
aconsejaba a uno de sus auxiliares de confianza:
- Aton – decía él, circunspecto -, puedes dar ahora la
entrada a todos los prisioneros en la arena, pero aparta con
discreción a una mujer que se conserva allá con la toga del
patriciado. Déjala de última, expulsándola, en seguida para la
calle, porque no deseamos complicaciones con su familia.
El soldado hizo la señal, como quien había guardado
fielmente la orden recibida, disponiéndose a cumplirla y, en
pocos momentos, el numeroso grupo de cristianos, bajo

332
EMMANUEL

improperios y burlas de los más bajos servidores del Circo, se


encaminaban, impávidamente, para el sacrificio…
En primer lugar, iba Juan de Cleofas, murmurando
íntimamente su última plegaria.
Entretanto, cuando, iba a abrirse la gran puerta, a
través de la cual se oían los rugidos amenazadores de las fieras
hambrientas, Aton se aproximó a Ana y, observándole la toga
finísima de lana, las joyas discretas que le adornaban el porte
ennoblecido, así como la delicada red de oro que le sujetaba
graciosamente los cabellos, exclamó respetuosamente,
admirado de la nobleza de su figura:
- ¡Señora, quedaréis aquí, hasta segunda orden!
La vieja criada de los Léntulus cambió significativa y
angustiosa mirada con su señora, respondiendo, aún, con
serena altivez:
- ¿Pero, por qué? ¿Pretendéis privarme de la gloria del
sacrificio?
Aton y sus colegas se sorprendieron con aquella actitud
de profundo heroísmo espiritual, y aquel, después de un gesto
evasivo, que expresaba la vacilación de la respuesta que le
competía dar, esclareció respetuosamente:
-¡Seréis la última!
Aquella explicación pareció satisfacerla, mas Livia y
Ana, en ese instante decisivo de separación, intercambiaron
una amorosa mirada, angustiosa e inolvidable.
Pero, todo fuera obra de algunos segundos, porque la
puerta siniestra estaba ahora abierta y las armas amenazadoras
de los guardias de Domicio Nerón obligaban a los prisioneros
a demandar la arena, como un bloque de condenados al terror
de la última pena.
El venerable apóstol de Antioquía encabezó la fila con
serenidad valerosa. Su corazón se eleva al infinito, con
oraciones sinceras y fervorosas. En pocos instantes, todos los

333
HACE 2000 AÑOS

prisioneros se encontraban reunidos a la entrada de la arena,


saturados de una fuerza moral que, hasta entonces, les era
desconocida. Es que, detrás de aquellas púrpuras suntuosas y
más allá de aquellas risas estridentes e improperios siniestros,
estaba una legión de mensajeros celestiales fortaleciendo las
energías espirituales de los que iban a sucumbir de muerte
infamante, para regar la simiente del Cristianismo con sus
lágrimas fecundas. Una senda luminosa, invisible a los ojos
mortales, se abriera en las claridades del firmamento y, por
ella, descendía todo un ejército de arcángeles del Divino
Maestro, para aureolar con las bendiciones de su gloria a los
valerosos trabajadores de su causa.
Bajo los aplausos delirantes y ensordecedores de la
numerosa turba, se soltaron los leones hambrientos, para la
espantosa escena d impiedad, de pavor y sangre, pero
ninguno de los apóstoles desconocidos, que iban a morir en el
depravado festín de Nerón, sintió las torturas angustiosas de
tan horrenda muerte, porque el suave anestésico de las
potencias divinas les adormecía el corazón adolorido y
dilacerado en el tormentoso momento.
Fustigados por la angustiosa y por la aflicción del
último instante, ante el público sanguinario, los míseros
sacrificados no tuvieron tiempo de reunirse en la arena
dolorosa. Las fieras hambrientas parecían llenas de horrible
ansiedad. Y mientras se despedazaban cuerpos misérrimos,
Domicio Nerón mandaba que todos los coros de danzarines y
todos los músicos celebrasen el espectáculo con los cánticos y
bailes de la Roma victoriosa.
Incluyéndose la considerable asistencia que se
aglomeraba en las colinas, casi medio millón de personas
vibraba en aplausos ensordecedores y espantosos, mientras
dos centenares de criaturas humanas caían desgarradas…

334
EMMANUEL

Ingresando en la arena, Livia se arrodillara de frente al


grande y suntuoso pabellón del Emperador, donde buscó ver
la figura del esposo, por última vez, a fin de guardar en el
fondo del alma la dolorosa expresión de aquel último cuadro,
junto a la imagen íntima de Jesús Crucificado, que inundaba
de emociones serenas su pobre corazón dilacerado en el
minuto supremo. Le pareció divisar, confusamente, en la
dulce claridad del crepúsculo, la figura erecta del senador
coronado de rosas, como los triunfadores y, cuando sus labios
se entreabrían en una última plegaria mezclada de lágrimas
ardientes que le brotaban de los ojos, se vio repentinamente
envuelta por las patas salvajes de un monstruo. Pero, no
sintiera la conmoción violenta y ruda, que señala
comúnmente el minuto obscuro de la muerte. Le pareció
haber experimentado ligero choque, sintiéndose ahora
arrullada en unos brazos de nieve transparente, que ella
contempló altamente sorprendida. Buscó certificarse de su
posición, dentro del circo, y reconoció, a su lado, la noble
figura de Simón, que le sonreía divinamente, dándole la
silenciosa y dulce certeza de haber pasado el pórtico de la
Eternidad.
En aquel instante, dentro del camerino de honra del
Emperador, Publio Léntulus sintió en el corazón inexpresable
angustia. En el torbellino de aquel ensordecedor vocerío, el
senador nunca sintiera tan profundo desaliento y tan amargo
desencanto de la vida. Le horrorizaban ahora aquellos
tremendos espectáculos homicidas, de pavor y muerte. Sin
que pudiese explicar el motivo, su pensamiento envolvió a la
Galilea lejana, pareciéndole divisar, nuevamente, la suave
figura del Mesías de Nazaret, cuando le afirmaba: - ¡Todos los
poderes de tu Imperio son bien débiles y todas sus riquezas
bien miserables!...

335
HACE 2000 AÑOS

Inclinándose hacia su amigo Eufanilo Drusos, Publio


desahogó la penosa impresión, discretamente:
- ¡Mi amigo, este espectáculo de hoy me asusta!...
Siento, aquí, emociones de angustia, como jamás experimenté
en toda mi vida… ¿Serán esclavos destinados a la última pena
los que ahora sucumben, bajo la crueldad de las fieras
violentas y rudas?
- No lo creo – respondió el senador Eufanilo,
secreteándole al oído: - ¡Corre el rumor que estos míseros
condenados son pobres cristianos inofensivos, aprisionados en
las catacumbas!...
Sin saber explicar la razón de su profundo disgusto,
Publio Léntulus se recordó repentinamente de Livia,
sumergiéndose, afligido, en las más penosas conjeturas.
Mientras ocurrían estos hechos, volvamos a examinar la
situación de Ana, inmediatamente después de la entrada de
los compañeros en la arena del sacrificio. Segura de que Jesús
le había reservado el último lugar en el penoso momento del
martirio, la antigua sierva mantenía el espíritu valeroso en
oraciones sinceras y ardientes. Sin embargo, sus ojos, no
abandonaron la figura de Livia, que se apartaba para la orilla
de la arena, donde se arrodillara, llegando a ver al gran león
africano que le descargara un golpe fatal a la altura del pecho.
En ese instante, la pobre criatura sintió algo de debilidad,
ante las tremendas perspectivas del testimonio, pero, en un
momento antes que sus ideas tomasen nuevo curso, Aton y
dos más de sus colegas se acercaron, exclamando:
- ¡Señora, acompañadnos!
Observando que los soldados la hacían regresar al
interior, protestó con energía:
- ¡Soldados, yo nada más deseo, sino morir igualmente,
en esta hora, por la fe en Jesucristo!

336
EMMANUEL

Pero, observándole el coraje indomable, el guardián del


Imperio la agarró fuertemente por el brazo, y, trayéndola
hacia un pasaje del interior de las cárceles, que comunicaba
con la vía pública, Aton le dirigió la palabra, casi
amenazadora:
- ¡Retiraos, mujer! ¡Huid sin demora, pues no
deseamos complicaciones con vuestra familia!
Y, diciéndole así, cerraba la puerta amplia, mientras la
antigua criada de Livia todo lo comprendía ahora.
Angustiada, llegó inmediatamente a la conclusión que la
indumentaria de la señora le salvara la vida, en el amargo
trance. Sintió que el llanto le brotaba abundantemente de los
ojos. Sus lágrimas eran mezcla de inenarrables sufrimientos
morales y en lo íntimo se inquiría a sí misma la razón por la
cual no la admitiera el Señor a la glorificación de los
sacrificios de aquella tarde memorable y dolorosa.
Percibía el confuso rumor de más de trescientas mil
voces, que se congregaban en gritos retumbantes de aplauso,
aclamando la corrida siniestra de las fieras en su cacería
humana, y, paso a paso, cargando consigo el peso torturante
de una angustia sin términos, buscó el palacio Aventino, que
no distaba mucho del circo ignominioso, penetrando allá
desalentada y silenciosa.
Apenas algunos esclavos de mayor confianza hacían la
guardia de la residencia de los Léntulus, como de costumbre
en los grandes días de fiestas populares, de las cuales
participaban casi todos los siervos. Nadie percibió el retorno
de la sierva, que consiguió despojarse de la toga con la calma
necesaria. Retiró las joyas preciosas del vestuario, de las
manos y de los cabellos y, arrodillándose en el aposento, dejó
que las lágrimas dolorosas corriesen libremente, al influjo de
las oraciones amargas que elevaba a Jesús, bajo el peso de sus
angustiosas amarguras.

337
HACE 2000 AÑOS

No llegó a saber cuántos minutos interminables


permaneció en aquella actitud suplicante y dolorosa, entre
rogativas ardientes y amargas conjeturas sobre su inesperado
alejamiento de las torturas del circo, sintiéndose indigna de
testimoniar al Salvador su fe profunda y sincera, hasta que un
rumor más pronunciado le denunciaba el regreso del senador.
Era casi de noche y las primeras estrellas brillaban en el
azul del hermoso cielo romano.
Penetrando en el hogar con el espíritu inquieto y
desalentado, Publio Léntulus alcanzó el vestíbulo vacío, con
el alma oprimida, siendo inmediatamente buscado por el
siervo Fabio Tulio, que, había muchos años, sustituyera a
Coménio, arrebatado por la muerte, en aquel cargo de
confianza.
Acercándose al senador que entrara solo, dispensando
la compañía de los amigos bajo el alegato de que su esposa se
encontraba gravemente enferma, exclamó el antiguo servidor
con atento respeto:
- Señor, vuestra hija manda a comunicar, con un
mensajero, que continúa haciendo diligencias, a fin de que
tengáis noticias de la señora, dentro del menor plazo posible.
El senador agradeció con leve señal de cabeza,
acentuando sus penosas preocupaciones íntimas.
Ana, en la soledad de sus plegarias, en la habitación
que le era reservada, verificando el regreso del amo,
comprendió el triste deber que le correspondía en aquel
instante inolvidable, para informarle de todas las ocurrencias
y, en pocos minutos, Fabio volvía a procurarlo en sus
apartamentos, a fin de participarle que Ana le pedía una
entrevista en privado. El senador atendió inmediatamente a la
vieja sierva de su casa, lleno de indefinible sorpresa.
Con los ojos hinchados de llorar y con la voz frecuente
entrecortada por emociones rudas y penosas, Ana le expuso

338
EMMANUEL

todos los hechos, sin omitir ningún detalle de los trágicos


incidentes, mientras el senador, con los ojos
desmesuradamente abiertos, todo lo hacía por comprender
aquellas confidencias dolorosas, en su incredulidad y en su
pavoroso espanto.
Al fin del terrible relato, álgido sudor le corría de la
frente atormentada, mientras las sienes le batían
temerosamente.
Al principio, deseó aniquilar a la criatura humilde,
como si lo hiciese a una víbora venenosa, lleno de las primeras
conmociones de rebeldía de su orgullo y de su vanidad. No
quería creer en aquella confusión horrible y angustiosa, pero
el corazón le latía apresuradamente y sus nervios se exaltaban
en vibraciones lancinantes.
Publio Léntulus experimentó el dolor más terrible de
su misérrima existencia. Todos sus sueños, todas sus
aspiraciones y cariñosas esperanzas se desmoronaban
penosamente, irremediablemente, para todo y para siempre,
bajo la marca sombría de las realidades tenebrosas.
Sintiéndose el más desventurado reo de la justicia de
los dioses, en el momento en que presumía hacer efectiva su
promesa de ventura, nada más divisó frente a sus ojos, sino la
realidad abrumadora de su dolor sin límites.
Bajo la mirada conmovida de Ana, que lo observaba
recelosa se levantó rígido y sin una lágrima, con los ojos
rayando en la locura, tal era su rigidez extraña y dolorosa, y
como si fuera un fantasma de rebeldía, de dolor, de venganza
y sufrimiento indefinible, sin responder nada a la sierva
atónita, que rogaba silenciosamente a Jesús que le serenase las
angustiosas amarguras, dio algunos pasos como un autómata
en dirección a la puerta, que abrió de par en par y por donde
entraron las brisas suaves y refrigerantes de la noche…

339
HACE 2000 AÑOS

Tambaleando de dolor salvaje a través del peristilo,


caminó, después, resuelto, como si fuese a disputar un duelo
con las sombras, para defender a la esposa calumniada y
traicionada, mártir de los criminales de aquella corte de
infamia, dirigiéndose con rapidez, para el circo, sin observar
el desaliño de su vestido, y donde la plebe remataba las
pasiones impiedosas de su César desalmado.
Empero, un espectáculo más terrible se le deparó a los
ojos angustiados, en el aislamiento de su suprema angustia
moral.
Embriagados en los bajos instintos de su perversa
materialidad, los soldados y el pueblo colocaron los restos
siniestros del monstruoso banquete de las fieras, en aquella
tarde inolvidable, en las alturas de postes y columnas
improvisadas a la manera de antorchas, que iluminaban todo
el exterior del gran recinto con el incendio tétrico de los
fragmentos de carne humana.
Publio Léntulus sintió toda la extensión de su
impotencia ante aquella demostración suprema de horror y
crueldad, pero avanzó, tambaleante de dolor, como ebrio o
loco, con espanto de los que lo veían a pie, en tales lugares,
contemplando boquiabierto las antorchas siniestras, hechas de
cabezas deformes y combustas.
Daba largas a los pensamientos adoloridos de angustia
y de rebeldía, como si su espíritu no pasase de un tigre
encarcelado en el esqueleto del pecho envejecido, cuando
notó la presencia de dos soldados ebrios, en lucha por causa
de un delicado objetivo, que le llamó repentinamente la
atención, sin que consiguiese explicar el motivo de su
inesperado interés por algo.
Era un pequeño collar de perlas, del cual pendía
precioso camafeo antiguo. Sus ojos se fijaron en aquel extraño
objeto y el corazón adivinó el resto. Él lo reconociera. Aquella

340
EMMANUEL

joya fuera el presente de nupcias, hecho a la esposa idolatrada


y solamente ahora se recordaba del apego cariñoso de la
esposa al camafeo que le guardaba su perfil de la juventud,
recordando el único amor de su mocedad.
Se apostó frente a los contendores, que se formalizaron
inmediatamente en actitud respetuosa, debido a su presencia.
Interpelado con severidad, uno de los soldados
esclareció humilde y trémulo:
- Ilustrísimo, esta joya perteneció a una de las mujeres
condenadas a las fieras, en el espectáculo de hoy…
- ¿Cuánto queréis por el hallazgo? – preguntó Publio
Léntulus, sombríamente.
- La compré a un compañero por dos sestercios.
- ¡Entrégamela! – replicó el senador, en tono
amenazador e imperativo.
Los soldados le entregaron el collar, humildemente, y
el senador, buscando entre sus vestiduras, retiró pesada bolsa
de monedas de oro, lanzándosela en un gesto de enojo y de
supremos desprecio.
Publio Léntulus se apartó del ambiente nefasto,
conteniendo a duras penas las lágrimas que, ahora, le subían
torrencialmente, del corazón oprimido y dilacerado.
Apretando en el pecho aquella joya minúscula, parecía
lleno de una fuerza misteriosa. Le parecía que, conservando
aquel último vestigio de la “toilette” de su esposa, archivaría,
en sí mismo y para siempre, algo de su personalidad y de su
corazón.
Lejos de las siniestras luces que iluminaban
macabramente en toda su extensión la vía pública, el senador
penetró por una calle llena de sombras.
Después de algunos pasos, notó que al frente se elevaba
al cielo un árbol gigantesco, que poetizaba todo el ambiente,
con la vetustez de su majestad frondosa. Tambaleando, se

341
HACE 2000 AÑOS

recostó al viejo tronco, ávido de reposo y consolación.


Contempló las estrellas que matizaban de cintilaciones
cariciosas todo el firmamento romano y se recordó de que,
por cierto, en tal momento, el alma purísima de la compañera
debería reposar en la paz sublime de las claridades celestiales,
bajo la bendición de los dioses…
En un gesto espontáneo, besó el collar minúsculo, lo
apretó con delicado éxtasis junto al corazón y, considerando
el desierto árido de su vida, lloró, como nunca lo había hecho
en ninguna otra circunstancia dolorosa de su atribulada
existencia.
Y en una retrospección profunda de todo el pasado
amargo consideraba que todas sus nobles aspiraciones habían
recibido el escarnio de los dioses y de los hombres. En su
orgullo desventurado, pagara al mundo los más pesados
tributos de angustia y de lágrimas dolorosas y, en su vanidad
de hombre, recibiera las más penosas humillaciones del
destino. Ponderaba, tardíamente, que Livia todo lo había
hecho por tornarlo venturoso, en una vida de amor risueño,
simple y sin pretensiones. Recordó los mínimos incidentes del
pasado doloroso, como si su espíritu estuviese procediendo a
meticulosa autopsia de todos sus sueños, esperanzas e
ilusiones, en la densa obscuridad del tiempo.
Como hombre, viviera unido a los procesos del Estado,
que le rotaban los más encantadores entretenimientos de la
vida doméstica y, como esposo, no tuviera suficiente energía
para armarse contra las calumnias insidiosas. Como padre, se
consideraba el más desgraciado de todos. ¿De qué le valía,
entonces, la aureola del triunfo, si ella le llegaba como
intragable cáliz de amargura? ¿De qué le valían ahora las
victorias políticas y la significación social de los títulos de
nobleza, así como la abultada expresión de su fortuna, bajo la
mano implacable de su impiedoso destino en este mundo?

342
EMMANUEL

Perdíase sus meditaciones en profundos abismos de


sombra y de dudas acerbas, cuando le surgió en la mente
atormentada la figura suave y dulce del sublime profeta de
Nazaret, con la riqueza indestructible de su paz y de su
humildad.
En la plenitud de sus recuerdos, pareció oír aún las
extraordinarias advertencias que le dirigiera con la voz
cariñosa y compasiva, junto a las aguas con marullo del
Tiberíades. Recordándose intensamente de Jesús, se sintió
poseído por un vértigo de lágrimas dolorosas, las cuales, de
alguna forma, le consolaban el desierto del corazón.
Arrodillándose bajo las ramas opulentas y generosas, como lo
hiciera un día en Palestina, exclamó a los cielos, con los ojos
mareados de llanto, recordándose de la fuera moral que la
doctrina cristiana había proporcionado al corazón de la
esposa, nutriéndola espiritualmente para recibir con dignidad
y heroísmo todos los sufrimientos.
- ¡Jesús de Nazaret! – dijo con la voz suplicante y
dolorosa - ¡Fue preciso que perdiese yo lo mejor y lo más
querido de todos mis tesoros, para recordar la concisión y la
dulzura de tus palabras!... ¡No sé comprender tu cruz y aún
no sé aceptar tu humildad dentro de mi sinceridad de
hombre, pero, si puedes ver la enormidad de mis llagas, ven a
socorrer, aún una vez más, mi corazón miserable e infeliz!...
Penosa crisis de lágrimas sobrevino a esa invocación
llena de una franqueza ruda, agresiva y dolorosa.
Y le pareció, que una energía indefinible e
imponderable lo ayudaba, ahora, a atravesar el angustioso
trance.
Terminada la súplica que le fluía de lo íntimo del alma
lacerada, el orgulloso patricio observó que la presencia de
inexplicable fuerza modificaba, en aquel momento
inolvidable, todas las disposiciones más íntimas de su corazón

343
HACE 2000 AÑOS

y, conservándose en genuflexión, notó, con la visión interior


de su espíritu, que a su lado comenzaba a surgir un punto
luminoso, que se desenvolvió prodigiosamente, en la dolorosa
serenidad de aquel penoso instante de su vida,
sorprendiéndose con el fenómeno que le sugería el
pensamiento las conjeturas más inesperadas.
Por fin, aquel núcleo de luz tomaba forma y, delante
de sí, vio la figura radiante de Flaminio Severus, que le venía
hablar en la tormentosa noche de su infinita amargura.
Publio le reconoció la presencia, sorprendido y
espantado, identificándole los trazos fisonómicos y las
salutaciones acogedoras, como cuando se dirigía a él, en la
Tierra. Su semblante era el mismo, en la dulce expresión de
serenidad, ahora llena de una triste y amarga sonrisa.
Ostentaba la misma toga de banda purpurina, pero no
presentaba el aspecto marcial e imponente de los días
terrestres. Flaminio lo contempló como si estuviese
arrebatado de infinita piedad y de ilimitada amargura. Su
mirada penetrante de espíritu le invadía los más recónditos
dobleces de la conciencia, mientras el senador se aquietaba,
reverente, sensibilizado y sorprendido.
- Publio – le dijo cariñosamente la voz amiga del
duende -, ¡no te rebeles con la ejecución de los designios
divinos, que hoy modificaron todos los derroteros de tu
vida!... ¡Óyeme bien! ¡Te hablo con la misma sinceridad y
amor que nos une los corazones, desde hace largos siglos!...
¡Frente a la muerte, todas nuestras vanidades desaparecen…
en sus claridades sublimadas; nuestros poderes terrenos son de
una fragilidad misérrima!... ¡El orgullo, amigo mío, nos abre
más allá del túmulo una puerta de tinieblas densas, en los
cuales nos perdemos en nuestro egoísmo e impenitencia!...
¡Vuelve a tu casa y sorbe el contenido de la taza tan amarga de
las pruebas rudas, con serenidad y valor espiritual, porque aún

344
EMMANUEL

estás lejos de agotar el cáliz de tus purificadoras amarguras,


dentro de las expiaciones redentoras y supremas… ¡Los
grandes dolores, sin remedio en el mundo, han de abrir
para tu raciocinio un camino nuevo, en los eternos horizontes
de la creencia!... Nuestros dioses son expresiones de fe
respetable y pura, pero Jesús de Nazaret es el Camino, la
Verdad y la Vida!... Mientras nuestras ilusiones sobre Júpiter
nos llevan a rendir culto a los más poderosos y a los más
fuertes, considerados como predilectos de nuestras
divinidades, por la expresión valiosa de sus ricos sacrificios, las
enseñanzas preciosas del Mesías Nazareno nos llevan a
ponderar la miseria de nuestros falsos poderes en la faz del
mundo, abrazando a los más pobres, a los más desventurados
de la suerte, como impeliendo a todas las criaturas el camino
de su Reino, conquistado con el sacrificio y el esfuerzo de
cada uno, en demanda de la única vida real, que es la vida del
Espíritu… Hoy sé que pediste, un día, tu sublime
oportunidad, pero el Hijo de Dios Todo Poderoso, en su
piedad infinita e infinito amor, atiende ahora a tu llamado,
permitiendo que mi vieja amistad venga a atenuar el dolor de
las heridas dolorosas de tu corazón atormentado!…
El senador dejó que todo su pensamiento se perdiese
en la tempestad de las más benditas lágrimas de su vida.
Ahogado en los sollozos de su compunción, suplicaba,
mentalmente:
- ¡Sí, mi amigo y mi maestro, yo quiero comprender la
verdad y anhelo el perdón de mis enormes faltas!... ¡Flaminio,
inspiración de mi alma dilacerada, sé mi guía en la
tormentosa noche de mi triste destino!... ¡Ayúdame con tu
ponderación y bondad!... ¡Tómame, de nuevo, por las manos
y esclaréceme el corazón en el tenebroso camino!... ¡¿Qué
hacer para alcanzar del cielo el olvido de mis faltas?!...

345
HACE 2000 AÑOS

La serena visión, como si se hubiera conmovido


intensamente al recibir aquella súplica, tenía ahora los ojos
iluminados por piadosas y divinas lágrimas.
En seguida, sin que Publio pudiese comprender el
mecanismo de aquel fenómeno insólito, observó que la silueta
del amigo se diluía levemente en la sombra, apartándose de la
tela de sus contemplaciones espirituales; pero, aún así,
percibió que sus labios murmuraban, piadosamente, una
palabra: - ¡Perdona!...
Aquella suave recomendación le cayó en el alma como
bálsamo dulcificante. Sintió, entonces, que sus ojos estaban
ahora abiertos para las realidades materiales que lo rodeaban,
como si se hubiese despertado de un sueño edificante.
Sintióse algo aliviado de sus profundos dolores y
levantóse para tomar de nuevo, con decidido valor, el fardo
penoso de la existencia terrena.
Regresando a casa, alrededor de las veintidós horas, se
encontró allí a Plinio y Flavia, que lo esperaban afligidos.
Viéndole la fisonomía profundamente abatida y
transfigurada, la hija, ansiosa, lo abrazó, en un arranque de
ternura indefinible, exclamando en lágrimas:
- Mi padre, mi querido padre, hasta ahora no nos fue
posible obtener ninguna noticia.
Publio Léntulus, fijó en los hijos la mirada triste y
desalentada, enlazándolos silenciosamente.
En seguida, los llamó al gabinete particular, donde
determinó, igualmente, la venida de Ana, y los cuatro, en
consejo de familia, examinaron, emocionalmente, los
inolvidables sucesos de aquel día de pruebas aspérrimas.
En la medida que el senador transmitía s los hijos las
revelaciones penosas de Ana, que le acompañaba las palabras
extremadamente conmovida, se veía que Flavia y el esposo

346
EMMANUEL

traducían en el rostro las emociones más singulares y más


fuertes, bajo la angustiosa impresión de aquella narrativa.
Al fin del minucioso relato, Plinio Severus exclamó en
su orgullo irreflexivo:
- ¿Pero, no podríamos imputar toda la culpa de los
hechos a esta mísera criatura que hace tantos años sirve
indignamente en vuestra casa?
Pronunciándose así, el oficial señalaba a la sierva, que
bajó la cabeza humildemente, rogando a Jesús que le
fortaleciese el espíritu para el testimonio de aquel momento,
que adivinaba penoso para los sentimientos más delicados de
su corazón.
Publio Léntulus pareció participar de la opinión del
yerno; sin embargo, le parecía que la palabras de Flaminio
aún le resonaban en lo íntimo de la conciencia y respondió
con firmeza:
- Hijo, olvidemos los juicios apresurados y, si bien
reconozco la falta de Ana aceptando el vestuario de su señora,
quiero venerar en esta sierva la memoria de Livia, para
siempre. Compañera fiel de sus angustiosos martirios de
veinticinco años consecutivos, ella continuará en esta casa con
las mismas regalías que le fueron otorgadas por su
benefactora. Sólo le exijo que su corazón sepa guardar
nuestros lúgubres secretos de esta noche, porque deseo honrar
públicamente la memoria de mi esposa, después de su
tremendo sacrificio en aquella festividad de la infamia.
Plinio y Flavia le observaron, sorprendidos, la
espontánea generosidad con la criada que, por su parte,
agradecía a Jesús la gracia de su esclarecimiento.
El senador pareció profundamente modificado en
aquel choque terrible, experimentando por sus fibras
espirituales.

347
HACE 2000 AÑOS

En ese momento, intervino Plinio Severus,


esclareciendo:
- A varios amigos nuestros, que estuvieron aquí para
saludaros, declaré que, en vista de nuestro luto por mi madre,
no conmemorarías vuestro triunfo político en esta fecha de
hoy, informando además, con la intención de justificar
vuestra ausencia, que la señora Livia se encontraba
gravemente enferma, en Tibur, para donde fuera en busca de
mejorías, noticias esas que eran recibidas por nuestras
amistades con el máximo de naturalidad, porque vuestra
consorte nunca más frecuentó la sociedad desde su regreso de
Palestina, siendo comprensible que todos nuestros amigos la
considerasen enferma.
El senador oyó, con interés, esas explicaciones, como si
hubiese encontrado la solución para el angustioso problema
que lo oprimía.
Al cabo de algunos momentos, después de examinar la
posibilidad de la ejecución de la idea que le aflorara en el
cerebro adolorido, exclamó más animado:
- Tu idea, mi hijo, en ese particular, vino a traerme la
perspectiva de una solución razonable para la angustiosa
cuestión que me aflige.
Correspóndeme defender la memoria de mi esposa –
continuaba el senador, con los ojos húmedos -, y, si fuera
posible, iría a luchar cuerpo a cuerpo con la mentalidad
infame del gobierno cruel que actualmente nos corrompe las
mejores conquistas sociales; pero, si yo fuese a gritar
personalmente mi indignación y mi rebeldía, en la plaza
pública, sería tachado de loco; y si fuese a desafiar a Domicio
Nerón sería lo mismo que intentar la inmovilidad de las aguas
del Tiber con el gajo de una flor. En este sentido, pues, sabré
actuar entre bastidores políticos, para derrumbar al tirano y

348
EMMANUEL

sus secuaces, aunque eso nos cueste el máximo de tiempo y


paciencia.
Ahora, lo que me compete urgentemente es prestar
todos los homenajes posibles a los sentimientos inmaculados
de la compañera arrebatada en los torbellinos de la insania y
de la crueldad.
Plinio y Flavia lo escuchaban, silenciosos y
conmovidos, sin perturbarle el curso rápido de las palabras,
mientras él proseguía sensatamente:
- Hace más de diez años que la sociedad romana veía
en mi pobre compañera una enferma y una demente. Y ya
que nuestros amigos fueron avisados de que Livia se
encontraba en el Tibur, tal vez aguardando la muerte, partiré
para allá, esta noche, llevando a Ana en mi compañía…
Y como si estuviese poseído por una idea fija, con
aquella preocupación por homenajear a la muerta inolvidable,
Publio Léntulus continuó:
- Nuestra casa en Tibur está deshabitada ahora,
porque, hace más de veinte días, Filapatod fue a Pompeya,
obedeciendo mis determinaciones… Llegaré allá con Ana,
llevando una urna funeraria que, para todos los efectos,
guardará los restos de mi pobre Livia… ¡Nuestros siervos
deben partir mañana, igualmente, y entonces mandaré
mensajeros a Roma, notificándoles el acontecimiento para
satisfacer las costumbres de la vida social!... En Tibur,
prestaremos a la memoria de Livia todos los homenajes,
trasladando, enseguida, públicamente, las cenizas hasta aquí,
donde haré celebrar las más solemnes exequias, en la
visitación pública, dando así testimonio, si bien tardíamente,
de mi veneración por la santa criatura que se sacrificó, por
nosotros, la vida entera…
- Pero… ¿y la incineración? – preguntó Plinio Severus,
prudentemente, al analizar el posible éxito del proyecto.

349
HACE 2000 AÑOS

El senador, no vaciló, resolviendo el asunto con la


habitual energía de sus decisiones:
- Si esa ceremonia requiere la presencia de los
sacerdotes, sabré conducirme junto al ministro del culto, en la
ciudad, alegando el deseo de hacerlo todo en el más reducido
círculo de mi intimidad familiar.
Lo que resta, tan sólo, es esperar, de ustedes que me
oyen, silencio tumulario sobre las medidas dolorosas de esta
noche, a fin de no herir las susceptibilidades del preconcepto
social.
Sorprendido con aquella energía en tan penosas
circunstancias, Plinio Severus le hizo compañía en aquellas
horas avanzadas, para la compra de la urna mortuoria, que fue
adquirida en pocos minutos, de un comerciante que nada
indagó del extraño cliente, atendiendo a la circunstancia de su
posición social y política, así como a la importante operación
de la compra, efectuada con significativas ventajas para su
interés.
En aquella misma noche, Publio Léntulus y Ana se
dirigieron con algunos esclavos para la ciudad de reposo de
los antiguos romanos, venciendo en algunas horas las sombras
espesas de los caminos y llegando con la posible tranquilidad,
para llevar a cabo los últimos homenajes a la memoria de
Livia.
Todas las medidas fueron adoptadas con profunda
sorpresa para todos los siervos, que no osaban discutir las
órdenes recibidas, e incluso para los patricios de la ciudad,
que sabían enferma a la esposa del senador, pero ignoraban el
doloroso episodio de su muerte.
Flavia y Plinio fueron llamados al día siguiente,
satisfaciéndose todos los imperativos de orden social, en
aquella penosa representación de condolencias.

350
EMMANUEL

Un donativo importante y generoso de Publio


Léntulus al culto de Júpiter le conquistaba la plena
autorización del clero tiburtino, en lo referente a su decisión
de incinerar el cadáver de la esposa en la intimidad de la
familia, siendo la memoria de Livia homenajeada con todos
los ceremoniales del antiguo culto de los dioses, invocándose
la protección de los manes y de las divinidades domésticas.
Numerosos mensajeros fueron enviados a Roma y en
dos días la urna funeraria llegaba a la sede del Imperio,
penetrando pomposamente en el palacio de Aventino, donde
la esperaba un soberbio catafalco.
Durante tres días sucesivos las cenizas simbólicas de
Livia estuvieron expuestas a la visitación del pueblo, habiendo
mandado el senador a distribuir importantes donativos en
alimentos y dinero, a la plebe querida. Largas romerías
visitaron la residencia, día y noche, dándole el aspecto
imponente de un templo abierto a todas las clases sociales.
Toda la nobleza romana, inclusive el cruel Emperador, se
hizo representar en las pompas de aquellas exequias, que eran
como una expresión de remordimiento y una tentativa de
reparación de parte del esposo amargado. Publio Léntulus
consideraba que, solamente así, podría ahora arrepentirse,
públicamente, con respecto a su esposa, que volvía a ocupar el
lugar de veneración en el numeroso círculo de amistades
aristocráticas de su familia.
Terminado el último número de aquellas ceremonias,
el senador pidió que la hija y el yerno, así como Agripa,
pasasen a residir en el palacio de Aventino, en su compañía,
en lo que fue atendido en carácter provisional, según
aseveraba Plinio a la esposa, y, aquella misma noche, con el
alma dilacerada de nostalgia y de angustias, transportó, en
compañía de Ana, todos los objetos de uso personal de la
esposa para sus aposentos particulares.

351
HACE 2000 AÑOS

Terminada la tarea, Publio Léntulus exclamó a la


sierva, con singular interés:
- ¿Todo conforme?
Recibiendo respuesta afirmativa, insistió, como si le
faltase aún algo, refiriéndose a la cruz de Simón, guardaba
cuidadosamente por la dedicación de Ana, como si más nadie
pudiese apreciar la significación especial de aquel tesoro.
- ¿Dónde está una pequeña cruz de madera tosca, que
mi esposa tanto veneraba?
- ¡Ah! ¡Es verdad!... – exclamó la sierva, satisfecha por
observar la modificación de aquella alma austera.
Y, retirando de su cuarto el modesto recuerdo del
apóstol de Samaria, la entregó con reverencia afectuosa. El
senador, entonces, la colocó en un mueble secreto. Y, quien le
acompañase la amarga existencia, podría verlo, todas las
noches, en la soledad de su aposento, junto al precioso
símbolo de las creencias de la compañera.
Cuando las luces del palacio se apagaban, suavemente,
y cuando todos buscaban el reposo en el silencio de la noche,
el orgulloso patricio retiraba del cofre de sus recuerdos más
queridos, la cruz de Simón y, arrodillado como lo hacía Livia,
paraba la máquina del convencionalismo mundano, para
meditar y llorar amargamente.

352
EMMANUEL

VI ALBORADAS DEL REINO DEL


SEÑOR
Reportándonos a la dolorosa y conmovedora escena del
sacrificio de los márgenes cristianos, en la arena del circo,
somos compelidos a acompañar al espíritu de Livia en su
augusta trayectoria hacia el Reino de Jesús.
Nunca los horizontes de la Tierra fueron brindados
con paisajes de tanta belleza, como los que se abrieron en las
esferas más próximas del planeta, cuando la partida en masa
de los primeros apóstoles del Cristianismo, exterminados por
la impiedad humana, en los tiempos áureos y gloriosos de la
consoladora doctrina del Nazareno.
En aquel día, cuando las fieras hambrientas
despedazaban a los indefensos adeptos de las ideas nuevas,
toda una legión de espíritus sabios y benévolos, bajo la égida
del Divino Maestro, les rodeaba los corazones dilacerados en
el martirio, saturándolos de fuerza, resignación y coraje para
el supremo testimonio de su fe.
Sobre las nefastas pasiones desencadenadas en aquella
asistencia ignorante e impiedosa, desdoblaban los poderes del
cielo el manto infinito de su misericordia, y más allá de aquel
vocerío siniestro y ensordecedor había voces que bendecían,
proporcionando a los mártires del Señor una fuente de suaves
y dichosas consolaciones.
Atardecía ya, cuando caían las últimas víctimas al
choque brutal de los leones furiosos e implacables.
Abriendo los ojos entre los brazos cariñosos de su viejo
y generoso amigo, Livia comprendió, inmediatamente, la

353
HACE 2000 AÑOS

consumación del angustioso trance. Simón tenía en los labios


una sonrisa divina y le acariciaba los cabellos, paternalmente,
con afabilidad y dulzura. Extraña emoción vibraba, en el alma
liberta de la esposa del senador, que se vio presa de lágrimas
dolorosas. A su lado notó, con penosa sorpresa, los despojos
sangrientos del cuerpo dilacerado y entendió, no obstante su
espanto, el dulce misterio de la resurrección espiritual, del
que hablaba Jesús en sus lecciones divinas. Deseó hablar, para
traducir sus pensamientos más íntimos pero, tenía, aún, el
corazón repleto de emociones indefinibles y angustiosas. En
seguida, notó que, de la arena ensangrentada, se erguían
entidades, como ella, ensayando pasos vacilantes, amparadas,
por criaturas etéreas, con su aureola de gracia incomparable,
como jamás contemplara en ninguna circunstancia de la vida.
A sus ojos desapareció el escenario colorido y tumultuoso del
circo de la ignominia y en sus oídos no resonaron más
aquellas carcajadas irónicas y perversas de los espectadores
impiedosos. Notó que, del firmamento cubierto de estrellas,
fluía una luz misericordiosa y compasiva, figurándosele que la
nueva claridad, desconocida en la Tierra, se encendiera
maravillosamente dentro de la noche. Inmensa multitud de
seres, que le parecían con alas, los rodeaban a todos, llenando
el ambiente de vibraciones divinas.
Deslumbrada, vio, entonces, que entre la Tierra y el
Cielo se formaba radiante camino…
A través de una estela de luz intraducible, que no
llegara a ofuscar el brillo acariciante y tierno de las estrellas
que bordaban, titilando, el azul fino del firmamento, observó
nuevas legiones espirituales que descendían, apresuradamente,
de las maravillosas regiones del infinito…
Extasiados con las sonoridades delicadas de aquel
ambiente indescriptible, sus oídos escucharon, entonces,
sublimes melodías del plano invisible, como si, cubiertos con

354
EMMANUEL

liras y flautas, arpas y laúd, cantasen en lo Alto las divinas


aves del Paraíso, proyectando las alegrías siderales en los
paisajes obscuros y tristes de la Tierra…
Su espíritu, como si fuese impulsado por una energía
misteriosa, consiguió, entonces, manifestar las emociones más
íntimas y más queridas.
Abrazándose al viejo y generoso amigo de Samaria,
pudo murmurar, bañada en lágrimas:
- Simón, mi benefactor y maestro, ruega conmigo a
Jesús para que esta hora me sea menos dolorosa…
- ¡Sí, hija – respondió el venerable apóstol
acurrucándola en su pecho, como si lo hiciese a un niño -, el
Señor, en su infinita misericordia, reserva su cariño a cuantos
le recurren a la magnanimidad, con la fe ardiente y sincera del
corazón!... ¡Calma tu espíritu porque estás ahora, camino del
Reino del Señor, destinado a los corazones que mucho
amaron!...
Y en aquel instante, una fuerza incomprensible parecía
impeler hacia las Alturas a cuantos se conservaban allí sin la
pesada indumentaria de la Tierra…
Livia sintió que el terreno le faltaba y que todo su ser
volitaba en pleno espacio, experimentando extrañas
sensaciones, si bien se encontraba fuertemente amparada por
los brazos generosos del venerado amigo.
¡Era, de hecho una radiante caravana de entidades
purísimas, que se elevaba en conjunto, a través de aquel
centellante camino trazado de luz, en pleno éter!...
Experimentando singulares sensaciones de levedad, la
esposa del senador se sintió sumergida en un océano de
vibraciones suavísimas.
Todos los compañeros le sonreían y, contemplándolos,
igualmente amparados por los mensajeros divinos, ella
identificaba, uno a uno, a cuantos habían sido sus hermanos

355
HACE 2000 AÑOS

en la cárcel, en el martirio y en la muerte infamante. En dado


momento, como si la memoria fuese llamada a todos los
pormenores de la realidad del ambiente, se recordó de Ana,
sintiéndole la falta en aquella jornada de glorificación en
Jesucristo.
Bastó que la recordación le aflorase en lo íntimo, para
que la voz de Simón esclareciese con proverbial bondad:
- Hija, más tarde podrás saber todo… En tu nostalgia,
inclínate siempre a los designios divinos, inspirados en toda la
sabiduría y misericordia… No te impresiones con la ausencia
de Ana en este banquete de alegrías celestiales, porque
autorizó Jesús conservarla aún algún tiempo en el taller de sus
bendiciones, entre las sombras del exilio terrestre…
Livia oyó y se resignó, silenciosa.
Reconoció que seguían siempre por la misma senda
maravillosa, que, a sus ojos, parecía ligar el Cielo y la Tierra
en un fraternal abrazo de luz, figurándosele que todos los
divinos componentes de la luminosa caravana fluctuaban en
un movimiento de ascensión, en pleno espacio, demandando
regiones gloriosas y desconocidas. En el seno de los elementos
aéreos, se admiraba de conservar todo el mecanismo de sus
sensaciones físicas, a través del etérico y radiante camino.
A lo lejos, en los abismos de lo ilimitado, parecía
divisar nuevos firmamentos estrellados, que se multiplicaban
maravillosamente en el seno del Infinito, y observaba
radiaciones fulgurantes que, a veces, le ofuscaban los ojos
deslumbrados…
Otras veces, mirando furtivamente hacia atrás, veía un
acerbo de sombras compactas y movedizas, donde se
localizaban las esferas de la vida en la Tierra distante.
En las márgenes del camino verificó la existencia de
flores graciosas y perfumadas, como si los lirios terrestres, con

356
EMMANUEL

expresiones más delicadas, se hubiesen transportado a los


jardines del Paraíso.
¡La eternidad se le presentaba con encantos y venturas
indecibles!...
Simón hablaba cariñosamente de su adaptación a la
vida nueva y de las bellezas sublimadas del reino de Jesús,
recordando con alegría las penosas angustias de la vida en la
Tierra, cuando a sus oídos llegó el eco de las voces argentinas
y armónicas de los ruiseñores siderales que festejaban, en las
Alturas, la redención de los mártires del Cristianismo, como
si estuviesen llegando a las cercanías de una nueva Galilea,
saturada de melodías y perfumes deliciosos, erguida a la plena
luz del infinito, como si fuese un nido de almas santificada y
puras balanceándose, con los vientos perfumados de
interminable Primavera, en el árbol maravilloso y sin fin de la
Creación…
Aquel himno suave y claro, bien se elevaba a las Alturas
en sonoridades prodigiosas, como si fuera un incienso sutil de
las almas procurando el solio de siempre Eterno en hosannas
de amor, de alegría y de reconocimiento, bien descendía en
melodías arrebatadoras, demandando las sombras de la
Tierra, como si fuese un clamor de fe y esperanza en
Jesucristo, destinado a despertar en el mundo los corazones
más perversos y más empedernidos…
El lenguaje humano no traduce fielmente las
armoniosas vibraciones de las melodías de lo Invisible, pero
aquel cántico de gloria, al menos pálidamente, debe ser
recordado por nosotros como suave reminiscencia del Paraíso:
- ¡Gloria a Ti, Señor del Universo, Creador de todas las
maravillas!...
¡”Es por tu sabiduría inaccesible que se encienden las
constelaciones en los abismos del Infinito y es por tu bondad

357
HACE 2000 AÑOS

que se desenvuelve la hierba tierna en la costra obscura de la


Tierra!...
¡”Por tu grandeza inapreciable y por tu justicia
misericordiosa, abre el tiempo sus ilimitados tesoros para las
almas!...
¡”Por tu amor, sacrosanto y sublime, florecen todas las
risas y todas las lágrimas en el corazón de las criaturas!...
¡”Bendice, Señor del Universo, las sagradas esperanzas
de este Reino. Jesús es para nosotros tu Verbo de amor, de
paz, de caridad y belleza!... Fortalece nuestras aspiraciones de
cooperar en tu Santa Mies!...
“Multiplica nuestras energías y haz llover sobre
nosotros el fuego sagrado de la fe, para que esparzamos por la
Tierra las divinas simientes del amor de tu Hijo!...
“Basta una gota de rocío divino de tu misericordia para
que se purifiquen todos los corazones, sumergidos en el lodo
de los crímenes y de las desgracias terrestres, y basta un solo
rayo de tu poder para que todos los Espíritus se conviertan al
bien supremo!...
“Y ahora, ¡Oh! Jesús, Cordero de Dios, que quita el
pecado del mundo, recibe nuestras súplicas ardiente y
fervorosas!
“Bendice ¡Oh Divino Maestro, a los que llegan
redimidos con el anhélito creador de tus bendiciones
sacratísimas!...
“Víctimas de la perversidad humana, cumplieron,
valerosamente, tus misioneros, todas las obligaciones que los
prendían a la cárcel del penoso destierro!...
“El mundo, en el torbellino de sus inquietudes e
iniquidades, no les comprendió el corazón amantísimo, pero,
en tu bondad y misericordia, abres a los mártires de la verdad
las puertas divinas de tu reino de Luz…”

358
EMMANUEL

¡Estrofas de profunda belleza esparcían en las sendas


claras y sublimadas del éter universal las bendiciones de la paz
y de las alegrías armoniosas!
Los seres inferiores, de las esferas espirituales más
próximas al planeta, recibían aquellos efluvios sacrosantos del
celeste banquete reservado por Jesús a los mártires de su
doctrina de redención, como se fuesen también por la
misericordia del Divino Maestro, y muchos de ellos,
recibiendo en lo íntimo aquellas vibraciones maravillosas, se
convirtieron para siempre al amor y al bien supremos.
Suavísimas armonías saturaban todas las atmósferas
espirituales, derramando sobre la Tierra claridades augustas y
soberanas.
En aquella región de bellezas ignotas y prodigiosas,
intraducibles en la pobreza del lenguaje humano, Livia
recobró las fuerzas morales, después del austero cumplimiento
de su misión divina.
Allí, comprendió la extensión del concepto de “muchas
moradas”, de las enseñanzas de Jesús, contemplando, junto a
Simón, las más diversas esferas de trabajo, localizadas en las
cercanías de la Tierra, o estudiando la grandeza de los
mundos diseminados por la sabiduría divina en el océano
inconmensurable del éter, en la inmortalidad. Obedeciendo a
las tendencias de su corazón, no se olvidó de las antiguas
amistades en los círculos espirituales, colocados en las zonas
terrestres.
Después de algunos días de emociones suaves y
cariñosas, todos los Espíritus, reunidos en aquel paisaje
luminoso, se prepararon para recibir la visita del Señor, como
cuando estaba su divina presencia en el bucólico cuadro de
Galilea.
En un día de rara e indefinible belleza, en que una
claridad de cambiantes divinos entornaba la sabrosa miel de la

359
HACE 2000 AÑOS

alegría en todos los corazones, descendía el Cordero de Dios


de la esfera superior de sus glorias sublimes y, tomando la
palabra en aquel cenáculo de maravillas, recordaba sus
inolvidables prédicas junto a las aguas tranquilas del pequeño
“mar” de Galilea. De ningún modo se podría traducir
fielmente, en la Tierra, la nueva belleza de su palabra eterna,
sustancia de todo el amor, de toda la verdad y de toda la vida,
mas constituye para nosotros un deber, en este escorzo,
recordar su ilimitada sabiduría, osando reproducir,
imperfectamente y por encima, la esencia de su lección divina
en aquel momento inolvidable.
Figurábase, a todos los presente, la copia fiel de los
cuadros graciosos y claros del Tiberíades. La palabra del
Maestro derramábase en lo íntimo de las almas, con
sonoridades profundas y misteriosas, mientras de sus ojos
venía la misma vibración de misericordia y de serena
majestad.
- “¡Venid a mí, vosotros todos que sembrasteis con
lágrimas y sangre, en la viña celeste de mi reino de amor y
verdad!…
“En las moradas infinitas del Padre, hay bastante luz
para disipar todas las tinieblas, consolar todos los dolores,
redimir todas las iniquidades…
“¡Glorificaos, pues, en la sabiduría y en el amor de
Dios Todopoderoso, vosotros que ya sacudisteis el polvo de
las sandalias miserables de la carne, en los sacrificios
purificadores de la Tierra! Una paz soberana os aguarda, para
siempre, en el reino dilatado y sin fin, prometido por las
divinas aleluyas de la Buena Nueva, porque no alimentasteis
otra aspiración en el mundo, sino la de procurar el reino de
Dios y su justicia.
“Entre el Pesebre y el Calvario, tracé para mis ovejas el
eterno y luminoso camino… El Evangelio florece, ahora,

360
EMMANUEL

como la mies inmortal e inagotable de las bendiciones


divinas. Pero no descansemos, mis amados, porque tiempo
vendrá en la Tierra, en que todas sus lecciones han de ser
pisoteadas y olvidadas… Después de extensa era de sacrificios
para consolidarse en las almas, la doctrina de la redención,
será llamada a esclarecer el gobierno transitorio de los
pueblos; ¡pero el orgullo y la ambición, el despotismo y la
crueldad han de revivir los abusos nefastos de su libertad! El
culto antiguo, con sus ruinas pomposas, buscará restaurar los
templos abominables del becerro de oro. Los preconceptos
religiosos, las castas clericales y los falsos sacerdotes,
restablecerán nuevamente el mercado de las cosas sagradas,
ofendiendo el amor y la sabiduría de Nuestro Padre, que
calma la ola minúscula en el desierto del mar, y enjuga la más
recóndita lágrima de la criatura, vertida en el silencio de sus
oraciones o en la dolorosa serenidad de su indecible
amargura!...
“Soterrado el Evangelio en la abominación de los
lugares santos, no podrán los abusos religiosos, sepultar la
claridad de mis verdades, robándolas al corazón de los
hombres de buena voluntad!...
“¡Cuándo se verifique este eclipse de la evolución de
mis enseñanzas, no por eso dejaré de amar intensamente al
rebaño de mis ovejas extraviadas del aprisco!...
“¡De las esferas de la luz que dominan todos los
círculos de las actividades terrestres, caminaré con mis
rebeldes tutelados, como otrora entre los corazones
impiedosos y empedernidos de Israel, que escogí, un día, para
mensajero de las verdades divinas entre las tribus desgarradas
de la inmensa familia humana!...
“¡En nombre de Dios Todopoderoso, mi Padre y
vuestro Padre, me regocijo aquí con vosotros, por los
galardones espirituales que conquistasteis en mi reino de paz,

361
HACE 2000 AÑOS

con vuestros sacrificios benditos y con vuestras renuncias


purificadoras! Numerosos misioneros de mi doctrina caerán
aún, exánimes, en la arena de la impiedad, mas han de
constituir con vosotros la caravana apostólica, que nunca más
se disolverá, amparando a todos los trabajadores que
perseveraren hasta el fin, en el largo camino de la salvación de
las almas!...
“¡Cuando la obscuridad se hiciere más profunda en los
corazones de la Tierra, determinando la utilización de todos
los progresos humanos para el exterminio, para la miseria y
para la muerte, derramaré mi luz sobre toda carne y todos los
que vibraren con mi reino y confiaren en mis promesas, oirán
nuestras voces y llamados santificadores!...
“¡Por la sabiduría y por la verdad, dentro de las suaves
revelaciones del Consolador, mi verbo se manifestará
nuevamente en el mundo, para las criaturas desorientadas en
el camino escabroso, a través de vuestras lecciones, que se
perpetuarían en las páginas inmensas de los siglos del
porvenir!...
“¡Sí! Amados míos, porque el día llegará en el cual
todas las mentiras humanas han de ser confundidas por la
claridad de las revelaciones del cielo. Un soplo poderoso de
verdad y vida barrerá toda la Tierra, que pagará, entonces, a la
evolución de sus institutos, los más pesados tributos de
sufrimientos y de sangre… Exhaustos de recibir los fluidos
venenosos de la ignominia y de la iniquidad de sus habitantes,
el planeta mismo protestará contra la impenitencia de los
hombres, rasgando las entrañas en dolorosos cataclismos…
Las impiedades terrestres formarán pesadas nubes de dolor
que reventarán, en el instante oportuno, en tempestades de
lágrimas en la faz obscura de la Tierra y, entonces, de las
claridades de mi misericordia, contemplaré mi rebaño

362
EMMANUEL

desdichado y diré como a mis emisarios: “¡Oh Jerusalén,


Jerusalén!...”
“¡Pero Nuestro Padre, que es la sagrada expresión de
todo el amor y sabiduría, no quiere que se pierda una sola de
sus criaturas, extraviadas en las tenebrosas sendas de la
impiedad!...
“Trabajaremos con amor, en el taller de los siglos
venideros, reorganizaremos todos los elementos destruidos,
examinaremos detenidamente todas las ruinas buscando el
material posible de nuevo aprovechamiento y, cuando las
instituciones terrestres reajustaren su vida en la fraternidad y
en el bien, en la paz y en la justicia, después de la selección
natural de los Espíritus y dentro de las convulsiones
renovadoras de la vida planetaria, organizaremos, para el
mundo, un nuevo ciclo evolutivo, consolidando, con las
divinas verdades del Consolador los progresos definitivos del
hombre espiritual”.
La voz del Maestro parecía henchir los ámbitos del
Infinito mismo, como si Él la lanzase, cual señal divina de su
amor, en lo ilimitado del espacio y del tiempo, en el seno
radiante de la Eternidad.
Terminando la exposición de sus profecías augustas, su
figura sublimada se elevaba a las Alturas, mientras un océano
de luz azulada, mudándose a los sonidos de melodías divinas e
incomparables, invadía aquellos dominios espirituales, con las
tonalidades cariciosas del zafiro terrestre.
Todos los presentes, en genuflexión y emocionados,
lloraban de reconocimiento y alegría, hinchiéndose de
santificado coraje para las elevadas tareas que les competía
llevar a efecto, en el curso incesante de los siglos. Flores de
maravilloso azul celeste llovían de lo Alto sobre todas las
frentes, deshaciéndose, al tocar en las delicadas substancias

363
HACE 2000 AÑOS

que formaban el suelo de aquel paisaje de soberana armonía,


como si fuesen lirios fluídicos, de perfumada neblina.
Livia lloraba de conmoción indefinible, mientras
Simón, con sus generosas enseñanzas, la instruía sobre las
nuevas misiones de trabajo santificante, que le aguardaban la
dedicación en el plano espiritual…
- ¡Mi amigo – dijo ella, entre lágrimas -, las agonías
terrestres son un precio mísero para estas recompensas
radiantes e inmortales!... Si todos los hombres tuviesen
conocimiento directo de semejantes venturas, no poseerían
otra preocupación que la de buscar el glorioso reino de Dios y
su justicia.
- ¡Sí, hija – agregó Simón, como si sus ojos se posasen
serenamente en los cuadros del futuro -, un día, todos los
seres de la Tierra han de conocer el Evangelio del Maestro,
observándole las enseñanzas!... Para eso, habremos de
sacrificarnos por el Cordero de Dios, cuantas veces fueren
necesarias. Organizaremos nuestros puestos avanzados de
trabajo entre las sombras terrestres, buscaremos despertar a
todos los corazones adormecidos en las reencarnaciones
dolorosas para las armonías sublimes de estas divinas
alboradas!...
¡Si fuese necesario, volveremos de nuevo al mundo, en
misiones santificadoras de paz y de verdad… Sucumbiremos
en la cruz infamante, o daremos la sangre en alimento a las
fieras de la ambición y del orgullo, del odio y de la impiedad,
que adormecen en las almas de nuestros compañeros de la
existencia terrestre, convirtiendo todos los corazones al amor
de Jesucristo!...
En ese instante, Livia notó que un grupo gracioso de
entidades angélicas distribuía las gracias del Señor en aquel
paisaje floreado del Infinito, organizado en el Más Allá como
estancia de reposo, recompensando así a los que habían

364
EMMANUEL

partido de las angustias terrenas, después del cumplimiento


de su misión divina.
Todos los que habían alcanzado la victoria celestial con
sus esfuerzos, en los martirios santificantes, recobraban ahora
las fuerzas morales y deseaban conocer nuevas esferas de gozo
espiritual, nuevas expresiones de la vida en otros mundos,
recibiendo variados conocimientos en los templos radiantes y
sublimes de la Eternidad y restableciendo, al mismo tiempo,
el equilibrio de sus emociones.
Junto a la magnanimidad de los mensajeros de Jesús,
sublimes planos fueron desarrollados. Nuevos escenarios,
nuevos talleres de estudio, nuevas emociones en el
reencuentro de afectos inolvidables, que habían antecedido a
los misioneros del Señor en la noche obscura y fría de la
muerte.
Mas, llegándole la ocasión de exteriorizar sus más
recónditos deseos, la noble compañera del senador, después
de auscultar sus sentimientos más profundos, respondió,
entre lágrimas, al emisario de Jesús que le interpelaba:
- ¡Mensajeros del Bien – las maravillas del Reino del
Señor tendrían para mí una nueva belleza, si yo pudiese
penetrarles la excelsitud, en compañía del corazón que es la
mitad del mío, del alma gemela de mi alma, que la sabiduría
de Dios, en sus profundos y dulces misterios, destinó a mi
modo de ser, desde la aurora de los tiempos!...
¡No deseo menospreciar la gloria sublime de estas
regiones de felicidad y de paz inenarrables, pero, en el medio
de todas estas alegrías que me rodean, siento nostalgia del
alama que es el complemento de mi propia vida!...
¡Dadme la gracia de volver a las sombras de la Tierra y
erguir, del lodazal del orgullo y de las vanidades impiedosas,
al compañero de mi destino!... ¡Permitid que pueda
protegerlo, en espíritu, a fin de que un día pueda traerlo a los

365
HACE 2000 AÑOS

pies de Jesús, igualmente, de modo que también reciba sus


divinas bendiciones!...
La entidad angélica sonrió con profunda comprensión
y tierna complacencia, exclamando:
- Sí – el amor es el lazo de luz eterna que une a todos
los mundos y a todos los seres de la inmensidad; sin él, la
misma ¨Creación Infinita no tendría razón de ser, porque
Dios es su expresión suprema… Las perspectivas
deslumbrantes de las esferas felices perderían la divina belleza,
si no guardásemos la esperanza de participar, un día, de sus
ilimitadas venturas, junto a nuestros bien amados, que se
encuentran en la Tierra o en otros círculos de prueba, del
Universo…
Y, fijando la lúcida mirada en los ojos serenos y
fulgurantes de Livia, continuó como si le adivinase los
pensamientos más secretos y más profundos:
- ¡Conozco toda tu historia y sé de tus luchas incesantes
y redentoras, en las encarnaciones del pasado, justificando así
tus propósitos de proseguir, en espíritu, trabajando en la
Tierra por el perfeccionamiento de aquellos a quien mucho
amaste!...
También el Cordero de Dios, por mucho amar a la
humanidad, no desdeñó la humillación, el martirio, el
sacrificio…
¡Ve, hija mía. Podrás trabajar libremente entre las
radiantes falanges que operan en la faz sombría del planeta
terrestre. Volverás aquí, siempre que necesites de nuevos
esclarecimientos y nuevas energías. Regresarás junto a Simón,
tan pronto como lo desees. Ampara a tu infeliz compañero en
la extensa estela de sus expiaciones rudas y amargas, incluso
porque el desventurado Publio Léntulus no está lejos de su
más angustiosa prueba en la actual existencia, perdida,

366
EMMANUEL

desgraciadamente, por su desproporcionado orgullo y por su


vanidad fría e impiadosa!...
Livia sintióse poseída de inenarrable emoción en vista
de aquella revelación dolorosa, pero, simultáneamente,
exteriorizó todo su reconocimiento a la misericordia divina,
en la intimidad de su corazón sensible y amoroso.
En aquel mismo día, en compañía de Simón, la
generosa criatura volvía a la Tierra, apartándose
provisionalmente de aquellos dominios esplendorosos.
A través de su excursión espiritual, sublime y
vertiginosa, observó las mismas perspectivas encantadoras y
deslumbrantes del camino, recibiendo, extasiada, elevadas
enseñanzas del venerado amigo de Samaria.
En poco tiempo se aproximaban ambos a la gran
mancha obscura.
Ya en la atmósfera de la Tierra, Livia sintió la singular
diversidad de la naturaleza de aquel ambiente, sufriendo los
más penosos choques fluídicos.
En un ápice, notó que se encontraban en la misma
Roma de su infancia, de su juventud y de sus amargas
pruebas.
Era media noche. Todo el hemisferio estaba inmerso
en los abismos de la sombra.
Amparada por los brazos y por la experiencia de
Simón, llegó a su antiguo palacio de Aventino,
identificándole los mármoles preciosos.
Penetrando, Livia y Simón, se dirigieron
inmediatamente al cuarto del senador, iluminado entonces
por tenue claridad.
Con excepción de las calles, donde se movilizaban
ruidosamente los esclavos, en los servicios nocturnos de
transporte, según las costumbres de la época, toda la ciudad
reposaba en la sombra.

367
HACE 2000 AÑOS

De rodillas ante la reliquia de Simón, como era su


reciente costumbre, Publio Léntulus meditaba. Su
pensamiento descendía a los abismos tenebrosos del pasado,
donde buscaba ver, de nuevo, angustiosamente, sus afectos
inolvidables que lo habían precedido en las sendas tristes de la
muerte. Hacía más de un mes que la esposa había
demandado, igualmente, los misterios del túmulo, en trágicas
circunstancias.
Sumergido en las nieblas de su exilio de amarguras y
profundas nostalgias, el orgulloso patricio serenaba las
inquietudes dolorosas del día, a fin de consultar mejor los
misterios del ser, del sufrimiento y del destino… En dado
momento, cuando eran más profundas y melancólicas las
penosas reminiscencias, notó, a través del velo de sus
lágrimas, que la pequeña cruz de madera como que emitía
delicados hilos de luz plateada, como si fuera bañada por la
luna misericordiosa y suave.
Publio Léntulus, absorto en las vibraciones pesadas y
obscuras de la carne, no vio la noble silueta de su esposa, que
se encontraba allí junto al venerable apóstol de Samaria,
regocijándose en el Señor, al verificar las profundas y
benéficas modificaciones espirituales del alma gemela de la
suya, en la peregrinación iterativa de las encarnaciones
terrenas. Llena de alegría y reconocimiento con la Divina
Providencia, Livia le besó la frente en un arranque de
indefinible ternura, mientras Simón elevaba a los cielos una
plegaria de amor y agradecimiento.
El senador no les percibió, directamente, la presencia
suave y luminosa, pero en lo íntimo del alma se sintió poseído
por una nueva fuerza, al mismo tiempo que su corazón
dilacerado se vio envuelto en la luz cariciosa de una
consolación inefable y hasta entonces desconocida.

368
EMMANUEL

VII TRAMAS DEL INFORTURNIO


Parecía que el año 58 estaba destinado a señalar los más
penosos incidentes para la vida del senador Léntulus y la de
su familia.
La muerte de Calpurnia y el fallecimiento inesperado
de Livia, dolorosos acontecimientos que impusieron a la casa
un luto permanente, obligaron a Plinio Severus a acercarse un
poco más al ambiente doméstico, donde instituyera una
tregua a sus desatinos de hombre aún joven, para vivir, en
relativa calma, al lado de la esposa.
Pero, Aurelia, en la violencia de sus pretensiones, no
descansaba. Consiguiendo introducir una sierva astuta junto a
Flavia, de conformidad con antiguo proyecto de su
mentalidad enfermiza, inició la siniestra ejecución de un plan
diabólico, en el sentido de envenenar, lentamente, a la rival
retraída y desdichada.
Al principio, observó la hija del senador que le surgían
algunas erupciones cutáneas que, consideradas de menor
importancia, fueron tratadas tan solo con pasta de migajas de
pan mezclada a la leche de burra, medicamento habido en la
época como específico, de los más eficaces para la
conservación de la piel. Entretanto, la esposa de Plinio, se
quejaba incesantemente de debilidad general, presentando el
más profundo desánimo.
En cuanto a Plinio, retornar a la normalidad de la vida
pública y entregarse, de nuevo, al violento amor de Aurelia,
fue cuestión de pocos días, regresando a la vida de los
espectáculos, con la amante y, ahora, con la situación
sentimental muy agravada por las calumniosas denuncias de
369
HACE 2000 AÑOS

Saúl, acerca de las relaciones afectuosas de Agripa con la


esposa.
Plinio Severus, si bien generoso, era impulsivo: en el
régimen familiar, su espíritu era de esos tiranos domésticos,
que, adoptando la conducta más desordenada e
incomprensible, no toleran la mínima falta en el santuario de
la familia. A despecho de su orientación errónea y
condenable, pasó a vigilar constantemente al hermano y a la
esposa, con la feroz impulsividad de un león ofendido.
Saúl de Gioras, por su parte, despechado con el
sublime y fraternal afecto entre Flavia y Agripa, no perdía
ocasión para envenenar el corazón impetuoso del oficial,
llevándole las calumnias más torpes e injustificables.
Agripa, en su generosidad y en su sentimentalismo, no
podía adivinar las celadas que lo enredaban en la vida común
y proseguía con la preciosa atención de su amistad, junto a la
mujer que no podía amarlo sino con sublimado amor
fraternal.
El ex-esclavo de los Severus no perdía, tampoco, las
esperanzas. Procurando frecuentemente al viejo Araxes, que
aumentaba en codicia y ambición en la medida que se le
multiplicaban los años, aguardaba ansiosamente el instante de
realizar su apasionada aspiración.
Observando que Flavia Lentulia dispensaba profundo
cariño a Agripa, no vaciló en ver sinceramente en sus menores
gestos una prueba de amor intenso y correspondido,
procurando insinuarse por todos los modos, a fin de captarle,
igualmente, el interés y la atención.
Una noche, después de más de dos meses de
expectativa ansiosa para alcanzar sus fines innobles, consiguió
aproximarse a la joven señora, cuando solita, reposaba en el
amplio diván de la espaciosa terraza.

370
EMMANUEL

De lo alto, se contemplaban los más bellos panoramas


de la ciudad, clareada entonces por el brillo de las primeras
estrellas, en la languidez suave del crepúsculo. Las brisas
cariciosas de la tarde tranquila traían sonidos de laúd y arpas,
tañidos en las cercanías, como si fuesen voces armoniosas del
seno inmenso de la noche.
¡Saúl miró a la mujer, codiciada, observándole el
hermoso y delicado semblante de madona, de una palidez de
nieve, bajo el dominio de un abatimiento enfermizo e
inexplicable!... Aquella criatura representaba el objeto de
todas sus aspiraciones violentas y rudas, la meta de su
felicidad imposible e impetuosa. En la materialidad de sus
sentimientos, no podía amar como si fuera un hermano, sino
con la brutalidad de sus deseos impuros.
- Señora – dijo resuelto, después de mirarle en el rostro
detenidamente -, hace muchos años que espero un minuto
como este, para poder confesaros el enorme afecto que os
dedico. ¡Os quiero por encima de todo, hasta de mi propia
vida! Sé que para mí estáis en un plano inaccesible, pero, ¿qué
hacer, si no consigo dominar esta adoración, este intenso
amor de mi alma?
Flavia abrió desmesuradamente los ojos serenos y
tristes, poseída de penosa sorpresa…
- Señor Saúl – contestó valientemente, triunfando de
su emoción -, ¡serenad vuestro ánimo… Y, si me tenéis
tamaño afecto, dejadme en el camino de mis deberes, donde
precisa conservarse toda mujer cuidadosa de su virtud y de su
nombre! ¡Callad, por tanto, vuestras emociones en este
sentido, porque el amor que me confesáis no puede pasar de
un deseo violento e impuro!...
- ¡Imposible, señora! – agregó el liberto, desesperado –
Ya hice de todo para olvidaros… ¡He hecho todo lo que era
posible para apartarme definitivamente de Roma, desde el día

371
HACE 2000 AÑOS

infausto en que os vi por primera vez!... ¡Regresé para Masilia


decidido a nunca más volver, pero, cuanto más me apartaba
de vuestra presencia, más se me henchía el alma de tedio y de
amargura! ¡Me fijé aquí, nuevamente, donde he vivido con mi
alma desventurada y con mis tristes esperanzas!!... Por más de
diez años, señora, he esperado pacientemente. Siempre tributé
a vuestras indiscutibles virtudes, aguardando que, un día os
cansaseis del esposo infiel que el destino colocó,
impiedosamente, en vuestro camino!...
¡Ahora, presiento que agotasteis el cáliz de las
amarguras domésticas, porque no hesitasteis en ceder al afecto
de Agripa… desde que os vi en la compañía de un hombre
que no es vuestro marido, tiemblo de celos, porque siento que
fuisteis tallada sólo para mí… Ardo en celos, señora, y todas
las noches sueño intensamente con vuestros cariños y con la
dulce ternura de vuestras palabras, que me llenan el alma
toda, como si de vos tan solo dependiese toda la felicidad de
mi vida!...
¡Atended a los llamados de mi amor interminable! No
me hagáis esperar más tiempo, porque yo podría morir!...
Flavia Lentulia lo oía, ahora, entre sorprendida y
aterrada. Quiso levantarse, pero le faltó el ánimo necesario.
Pero, aún así, tuvo el suficiente coraje para responderle:
- ¡Sufrís un engaño! – entre yo y Agripa existe solo una
amistad santificada y pura, de hermanos que se identifican en
las pruebas y en las luchas de la vida.
No acepto vuestras insinuaciones irónicas sobre la vida
particular de mi marido, porque, tenga él la conducta que le
plazca en la existencia, yo debo ser la centinela de su hogar y
la honra de su nombre…
¡Si pudiereis comprender el respeto debido a una
mujer, os retiraríais de aquí, porque vuestros propósitos de
traición me causan la más profunda repugnancia!

372
EMMANUEL

- ¿Dejaros? ¡Nunca!... – exclamó Saúl, con terrible


entono. - ¿Esperar tantos años y no conseguir nada? ¡Nunca,
nunca!...
Y, avanzando hacia la señora indefensa, que se
levantara en un esfuerzo supremo, le abrazó por el busto, con
ansias apasionadas, reteniéndola en los brazos impulsivos, por
un rápido minuto.
Sin embargo, Saúl, en su excitación y terrible
impulsividad, no tuvo ánimo para resistir la fuerza
sobrehumana con que la pobre señora se defendió en aquel
trance penoso para su alma sensible, y perdió la presa que se
le escapó inopinadamente de las manos criminales,
descendiendo inmediatamente a sus aposentos, donde se
recogió, llorando las lágrimas de su dignidad ofendida, pero
evitando cualquier nota escandalosa sobre el incidente.
Sólo al día siguiente, por la noche, Plinio Severus
regresó a la casa, encontrando a la esposa desalentada y
abatida.
Censurándole la ausencia, en la intimidad conyugal, el
esposo infiel le respondió secamente:
- ¿Una escena más de celos? ¡Bien sabes que eso es
inútil!
- ¡Plinio, querido mío – esclareció entre lágrimas -, no
se trata de celos, sino de la justa defensa de nuestra casa!...
Y, en rápidas palabras, la desventurada criatura lo puso
al corriente de todos los hechos; sin embargo, el oficial esbozó
una sonrisa de incredulidad, acentuando con cierta
indiferencia:
- ¡Si esa larga historia es un artificio más de mujer
celosa, para retenerme en la insipidez del ambiente
doméstico, todo el esfuerzo es dispensable, porque Saúl es mi
mejor amigo. Incluso ayer, cuando me encontraba en serios
aprietos financieros para rescatar algunas deudas, fue él, quien

373
HACE 2000 AÑOS

me prestó ochocientos mil sestercios. Por tanto, sería mejor


que apreciases más alto la honra de nuestro nombre,
abandonando tus relaciones con Agripa, ya excesivamente
comentadas, para que yo alimente cualquiera duda!
Y, hablando así, se retiró nuevamente a los placeres de
la vida nocturna, mientras la consorte sufría, en silencio, su
innominable martirio moral, sintiéndose abandonada e
incomprendida, sin ninguna esperanza.
Algunos días corrieron lentos, amargos, dolorosos.
Flavia, dado su natural retraimiento femenino, no tuvo
el coraje de confiar al padre, ya por si tan abrumado por los
golpes de la vida, su enorme desdicha.
Agripa, observándole el abatimiento, buscaba
confortarle el corazón con generosas palabras, examinando las
perspectivas de mejores días en el porvenir.
Entretanto, la pobre señora, enflaquecía a simple vista,
bajo el dominio de las inexplicables molestias que le
dominaban los centros de fuerza y bajo la tortura íntima de
sus penosos secretos.
Saúl de Gioras, como si tuviese todos sus instintos
estimulados por aquel minuto en que tuviera entre los brazos
impetuosos a la mujer de sus deseos impulsivos, juraba,
íntimamente, poseerla a cualquier precio, hinchiéndose de los
más terribles propósitos de venganza contra el hijo mayor de
Flaminio. Fue así que continuó frecuentando el palacio de
Aventino, poseído de las intenciones más siniestras.
Respetando las antiguas tradiciones de la familia
Severus, que siempre hiciera lo posible por darle, a aquel
liberto, un perfecto tratamiento de amigo íntimo, Publio
Léntulus, no obstante la poca simpatía que le inspiraba, le
concedía el máximo de libertad en su residencia, sin
sospechar, ni siquiera levemente, de sus condenables
propósitos. Ahora, Saúl, no buscaba la intimidad de la familia

374
EMMANUEL

ni procuraba encontrarse de modo alguno, con la esposa de


Plinio o con el padre, conservándose en la compañía de los
siervos de la casa o permaneciendo en los aposentos
particulares de Agripa o del hermano, que nunca le habían
negado la más sincera confianza.
De su permanencia en las sombras, procuraba observar
los mínimos gestos del hermano mayor de Plinio, que,
atendiendo a la situación de abatimiento de Flavia Lentulia,
se conservaba horas seguidas, muchas veces, en compañía del
viejo senador, en sus apartamentos privados, bien
prolongando sus tristes esperanzas en el futuro, con la posible
comprensión del hermano, bien dándole a conocer los versos
más admirados de la ciudad, comentándole, fraternalmente,
las bagatelas encantadoras de la vida social.
Diariamente, el sicofante Saúl buscaba al marido de
Flavia, para colocarlo al corriente de hechos injustificables e
inverosímiles, sobre la vida íntima de su mujer.
Plinio Severus daba todo el crédito a los disparates del
falso amigo, mostrando cada vez mayor fervor y dedicación
por Aurelia, que le cautivaba el corazón, asediado y
enceguecido por las más torpes tentaciones de la vida
material.
Envenenado por las intrigas criminales y reiteradas de
Saúl, el oficial tomara una licencia, para realizar un viaje por
las Galias, con la amante, para satisfacerle caprichosos deseos
manifestados hacía mucho.
En el día de la partida para Masilia, de donde pretendía
demandar el interior de la provincia, fue solicitado por Saúl,
en la residencia de Aurelia, la cual quedaba próxima al Foro,
oyéndole, con odio, las más tremendas calumnias, terminadas
con esta alevosa sugestión:
- Si quisieras verificar por ti mismo la traición de
Agripa y tu mujer, vuelve hoy a la noche, furtivamente, a tu

375
HACE 2000 AÑOS

casa y busca penetrar inesperadamente en tu cuarto. No


necesitarás, entonces, de los celos de mi dedicación amiga,
porque encontrarás a tu hermano en actitudes decisivas.
En aquel momento, Plinio Severus ultimaba los
preparativos del viaje, habiendo presentado por la mañana sus
despedidas de casa, a los más íntimos familiares; para
justificar los imperativos de su ausencia, alegara expresar
determinaciones de la comandancia de sus actividades
militares, si bien fuesen muy diferentes los verdaderos e
inconfesables motivos de la partida.
Oyendo las graves denuncias del liberto judío, el oficial
se preparó para enfrentar cualquier eventualidad, dirigiéndose
a la noche, al palacio de Aventino, con el espíritu
atormentado por crueles sentimientos.
El ex-esclavo, que planeara ejecutar sus proyectos
criminales, en sus intenciones impiedosas y terribles, se
apostó, a la nochecita, con la complicidad natural de todos los
servidores de la casa, en los apartamentos particulares de
Agripa, procediendo de tal modo que los mismos esclavos no
podrían atinar con su permanencia en los referidos aposentos.
A la noche, Plinio Severus procuró la casa,
inopinadamente, con sorpresa para algunos criados, que
tenían la seguridad de su despedida y, sin decir palabra,
enceguecido por las calumnias injuriosas del falso amigo,
penetró cautelosamente en el gabinete de la esposa, oyendo la
voz despreocupada del hermano, si bien no consiguiera
identificar lo que decía.
Abriendo un poco la cortina sedosa y delicada, vio a
Agripa en sus gestos de cariño íntimo y fraterno, acariciando
las manos de Flavia, con una leve y dulce sonrisa.
Por mucho tiempo les observó, ansioso, los menores
gestos, sorprendiéndoles las recíprocas demostraciones de
suave estima fraternal, representados, ahora, a sus ojos ciegos

376
EMMANUEL

de odio y celos, como los más francos indicios de


prevaricación de adulterio.
En el auge de la desesperación abrió las cortinas en un
gesto brusco, penetrando a la cámara conyugal, como si fuera
un tigre atormentado.
- ¡Infames! – acentuó en voz baja y enérgica,
procurando evitar la escandalosa asistencia de los criados. –
Entonces, ¿es de este modo como manifiestan el respecto
debido a la dignidad de nuestro nombre?
Flavia Lentulia, con sus padecimientos físicos
profundamente agravados, se puso pálida como la nieve,
mientras Agripa enfrentaba la terrible mirada del hermano,
singularmente sorprendido.
- Plinio, ¿con qué derecho me insultas de esta forma? –
preguntó él enérgicamente. – Salgamos de aquí,
inmediatamente. Discutiremos tus injuriosas interpelaciones
en mi cuarto. ¡Aquí permanece una pobre criatura enferma y
abandonada por el esposo, que le humilla el nombre y la
susceptibilidad con la vileza de un proceder criminal e
injustificable, una señora que requiere nuestro amparo y
nuestro respeto!...
Los ojos de Plinio Severus lo fusilaban de odio,
mientras el hermano se levantó serenamente, retirándose para
sus aposentos, acompañado del oficial que rugía de rabia,
agravada por la humillación que le infligía la calma superior
del adversario.
Llegados a los aposentos de Agripa, el impulsivo oficial,
después de numerosas acusaciones y reprimendas, explotaba
en exclamaciones de este jaez:
- ¡Vamos! ¡Explícate, traidor!... ¡¿Entonces, lanzas el
lodo de tu ignominia sobre mi nombre y te acobardas en esta
serenidad incomprensible?!

377
HACE 2000 AÑOS

- Plinio – dijo ponderadamente Agripa, obligando al


interlocutor a callar por algunos momentos -, es tiempo de
que pongas término a tus desatinos.
¿Cómo podrás probar semejante calumnia contra mí,
que siempre te deseé el mayor bien? Cualquier comentario
indigno acerca de la conducta de tu esposa, es un crimen
imperdonable. Te hablo en esta hora grave de nuestros
destinos, invocando la memoria irreprensible de nuestros
padres y nuestro pasado de sinceridad y confianza fraternal!...
El impetuoso oficial casi se inmovilizara, como un león
herido, oyendo esas ponderaciones superiores y calmas,
mientras Agripa continuaba exteriorizando sus impresiones
más íntimas y más sinceras:
- Y ahora – proseguía con serenidad -, ¡ya que reclamas
un derecho que nunca cultivaste, en vista de la sucesión
interminable de tus desatinos en la vida social, debo afirmarte
que adoré a tu esposa por encima de todo, en toda la vida!...
¡Cuando gastabas tu mocedad junto al espíritu turbulento de
Aurelia, vimos a Flavia, en su juventud, por primera vez,
inmediatamente después de su regreso de Palestina y descubrí
en sus ojos la claridad afectuosa y tierna que debería iluminar
la placidez del hogar que yo idealicé en los días que se
fueron!... ¡Pero, descubriste, simultáneamente, la misma luz y
no vacilé en reconocer los derechos que te pertenecían al
corazón, porque ella correspondió a la intensidad de tu
afecto, pareciéndome unida a ti por lazos indefinibles de
santificado misterio!... ¡Flavia te amaba, como siempre te
amo, y a mí solo me competía olvidar, buscando ocultar mis
ansiedades torturantes y angustiosas!...
¡En la ocasión de tu casamiento, no resistí verla partir
en tus brazos y, después de oír la palabra materna, amorosa y
sabia, demandé otras tierras con el corazón deshecho! Por diez
años amargos y tristes, peregriné entre Masilia y nuestra

378
EMMANUEL

propiedad de Avénio, en aventuras locas y criminales. Nunca


más pude acariciar la idea de la constitución de una familia,
atormentado por las recordaciones de mi desventura
silenciosa e irremediable.
Recientemente, volví a Roma con los últimos
resquicios de mi ilusión dolorosa malograda…
Encontrándote en el abismo de los amores ilícitos no
reprobé tus deslices injustificables.
Sé que gastaste las tres cuartas partes de nuestros bienes
comunes, satisfaciendo la loca prodigalidad de tus aventuras
infelices y degradantes, y no te censuré el procedimiento
insólito.
¡Y aquí, en esta casa, bajo este techo que constituye
para nosotros dos la prolongación cariñosa del techo paternal,
no he sido para tu noble esposa sino un hermano dedicado y
amigo!...
Viéndose acusado, claramente, por sus faltas y
sintiéndose herido en sus vanidades de hombre, Plinio
Severus reaccionó con mayor ferocidad, exclamando exaltado
en su desesperación:
- ¡Infame, es inútil que aparentes esta superioridad
increíble! ¡Somos iguales, en los mismos sentimientos, y no
creo en tu dedicación desinteresada en esta casa. Hace mucho
tiempo que vives con Flavia, ostensiblemente, en aventuras
criminales, pero resolveremos, ahora, toda nuestra cuestión
por la espada, porque uno de nosotros debe desaparecer!...
Y, arrancando el arma de la que fue provisto para
cualquier eventualidad, avanzó decididamente hacia el
hermano, que se cruzó de brazos, serenamente, esperándole el
golpe implacable.
- ¿Entonces, dónde se encuentras tus bríos de hombre?
– exclamó Plinio, desesperado. - ¡Esta serenidad expresa bien
tu cobardía… Colócate en defensa de la vida, porque, cuando

379
HACE 2000 AÑOS

dos hermanos disputan la misma mujer, uno de ellos debe


morir!
Pero, Agripa Severus, sonrió tristemente, contestando:
- No retardes mucho la consumación de tus propósitos,
porque me prestarás el bien supremo de la sepultura, ya que
mi vida, con sus torturas de cada instante, no representa nada
más que un camino escabroso y largo hacia la muerte.
Reconociéndole la nobleza y el heroísmo, pero
creyendo en la infidelidad de la esposa, Plinio guardó
nuevamente la espada, exclamando:
- ¡Está bien! Yo podía eliminarte, pero no lo hago, en
consideración a la memoria de nuestros inolvidables padres;
sin embargo, continúo creyendo en tus infamias, y partiré de
aquí para siempre, llevando en lo íntimo la certeza de que
tengo en tu espíritu de traidor el mayor y peor enemigo.
Sin más palabras, Plinio se retiró a grandes pasos,
mientras el hermano, caminando hasta la puerta, le lanzaba
un último llamado afectuoso para que no se fuese.
Pero, alguien, acompañaba la escena, detalle a detalle.
Ese alguien era Saúl que, saliendo de su escondrijo y
apagando inopinadamente la luz del cuarto, alcanzó a Agripa
de un salto certero, por las espaldas, dándole violento golpe.
El pobre cayó redondamente en un pozo enorme de sangre,
sin que le fuese posible articular una palabra. En seguida al
acto criminal, huyó el liberto, aparentando despreocupación,
sin que nadie pudiese atinar con la dolorosa ocurrencia.
Mientras tanto, en su cuarto, Flavia Lentulia se
sorprendía con la demora de la solución de un caso en el que
se veía envuelta y considerado, también por ella, a primera
vista, como un acontecimiento sin importancia.
Levantándose, después de considerable esfuerzo, se
dirigió a la puerta que comunicaba los apartamentos de
Agripa con el peristilo, pero, sorprendida con la obscuridad y

380
EMMANUEL

el silencio reinante, apenas escuchó, viniendo del interior, un


leve rumor, semejante a los sonidos roncos de una respiración
fatigada y oprimida.
Dominada por dolorosos presentimientos, la
desventurada criatura sintió batir su corazón
desacompasadamente.
La ausencia de luz, aquel ruido de respiración
estertorosa y, sobre todo, el profundo y pavoroso silencio, la
hicieron retroceder, buscando el socorro y la experiencia de
Ana, que le había conquistado igualmente el corazón, por la
dedicación y por la humildad, en todos los días de aquel
amargo período de su existencia.
Gozando del respeto y de la estimación de todos, la
vieja criada de Livia era, ahora, casi la ama de la casa, a quien,
por determinación de los señores, todas las esclavas del
palacio de Aventino debían obediencia.
Llamada por Flavia a sus aposentos particulares, la vieja
servidora de los Léntulus, después de oír la apresurada
confidencia de la señora, compartiéndole los recelos, la
acompañó al cuarto de Agripa, en cuya puerta de entrada se
paró también, pensativa, aunque ya no se oyese más la
respiración oprimida, observada minutos antes por la esposa
de Plinio.
- Señora – le dijo afectuosa -, estáis abatida y aún
necesitáis de reposo. Volved al cuarto; y si algo hubiere que
justifique vuestros recelos, procuraré resolver el asunto junto a
vuestro padre, a quien informaré de lo que hubiere, allá en su
gabinete particular.
- Agradecida, Ana – respondió la señora, visiblemente
emocionada -, concuerdo contigo, pero esperaré aquí en el
peristilo el resultado de tus investigaciones.

381
HACE 2000 AÑOS

Con una oración, la antigua criada penetró en el


aposento, haciendo un poco de luz y parando la mirada, casi
aterrorizada.
En el tapete, el cadáver de Agripa Severus, caído boca
abajo, descansaba en un pozo de sangre, que aún corría de la
profunda herida abierta por el arma homicida de Saúl.
Ana necesitó movilizar todas las reservas de serenidad
de su fe, para no gritar escandalosamente, alarmando a la casa
entera. Pero, ella, que tantos padecimientos había
experimentado ya en todo el curso de la vida, no tenía gran
dificultad en juntar otra nota angustiosa al concierto de sus
amarguras, sufridas siempre con resignación y serenidad.
Sin embargo, sin poder disimular la angustia y la
profunda palidez, volvió nuevamente al peristilo, exclamando
algo inquieta, a Flavia Lentulia, que le observaba los mínimos
gestos, ansiosamente.
- Señora, no os asustéis, pero el señor Agripa está
herido…
Y a los primeros movimientos de curiosidad
angustiosa de la hija del senador, la cual se recordaba de la
profunda desesperación del esposo, momentos antes, Ana la
calmó con estas palabras:
- ¡No tenemos tiempo que perder! Busquemos al
senador, para las primeras providencias; pero, supongo que
debo cuidar solita de esa tarea, aconsejándoos buscar la
tranquilidad en vuestro cuarto.
Pero, silenciosas e inquietas, se dirigieron las dos,
apresuradamente al gabinete de Publio, absorto en numerosos
procesos políticos, en el seno tranquilo de la noche.
- ¡¿Agripa herido?! – preguntó altamente sorprendido el
senador, después de enterarse de lo ocurrido por la palabra de
Ana: - Pero, ¿quién habrá sido el autor de semejante atentado
en esta casa?

382
EMMANUEL

- ¡Mi padre – respondió Flavia, entre lágrimas -, hace


poco, Plinio y Agripa tuvieron un serio altercado en el
interior de mis aposentos!...
Publio Léntulus percibió el peligro de las palabras
confidenciales del la hija, en tales circunstancias, y, como no
podía creer que los hijos de Flaminio, siempre tan unidos y
generosos, fuesen al extremo de las armas, acentuó
decisivamente:
- Mi hija, no creo que Plinio y Agripa se abalanzasen a
tales extremos.
Y como estaban en presencia de Ana, que por más
respetada que fuese, ahora, en su confianza personal, no podía
modificar la estructura de sus rígidas tradiciones familiares,
agregó, como si quisiese prevenir al espíritu de la hija contra
cualquier revelación inconveniente que pudiese envolver su
nombre en escándalos sociales irremediables:
- Aparte de eso, no me pareces muy acertada en tus
observaciones, porque Plinio se despidió esta mañana,
siguiendo viaje para Malasia. No podemos olvidar esta
circunstancia.
¿No se vio a algún desconocido en esta casa?
- Señor – respondió Ana, con humildad -, hace algunos
minutos vi que el señor Saúl se retiraba apresurado de allá, del
cuarto del herido. De acuerdo con mis observaciones y atenta
a su familiaridad con vuestros amigos, lo supongo la persona
indicada para darnos cualquier esclarecimiento.
Los ojos del viejo senador brillaron extrañamente,
como si hubiese encontrado la llave del enigma.
Pero, en ese instante, mientras organizaba sus papeles,
apresuradamente, a fin de prestar los primeros auxilios al
herido, Flavia Lentulia, como si las observaciones de Ana le
suscitasen nuevas explicaciones, rompió sollozante.

383
HACE 2000 AÑOS

- ¡Mi padre, mi padre, sólo ahora me recuerdo de que


os debería informar de cosas muy graves!...
- Hija – acudió con decisión – estás enferma y fatigada.
¡Recógete al cuarto, procuraré remediarlo todo!... ¡Es muy
tarde para cualquier ponderación! ¡Las cosas graves son
siempre malas y el mal que no se corta por la raíz, con el
esclarecimiento oportuno, es siempre una simiente de
calamidad guardada en nuestro corazón, para reventar en
lágrimas de amarguras, en las horas inesperadas de la vida!...
Hablaremos, pues, más tarde. Corresponde ahora
providenciar lo que sea más urgente y necesario.
Retirándose apresurado, con la sierva, en demanda de
los apartamientos del herido, notó que Flavia obedecía, sin
discusión, a sus determinaciones, recogiéndose al cuarto.
Penetrando en los aposentos de Agripa, en compañía
de la vieja sierva, Publio Léntulus consiguió medir toda la
extensión de la tragedia ocurrida allí, bajo su techo respetable.
Cerrando la puerta de acceso, el senador verificó que el
hijo mayor de su inolvidable Flaminio estaba muerto,
restando saber los íntimos detalles de aquel drama doloroso,
cuyo final sangriento era la única escena que allí se deparaba.
Arrodillándose al lado del cadáver, en lo que fue
acompañado por la sierva y amiga leal, habló
compungidamente:
- ¡Ana, es muy tarde!... ¡Mi pobre Agripa ya no vive, ni
habría posibilidad de socorro para una herida de esta
naturaleza!... ¡Parece haber expirado hace pocos momentos!...
Alzando a lo Alto la mirada mareada de lágrimas,
exclamó amargamente.
- ¡Oh, manes de mi desventurado hijo, acoged nuestras
súplicas por el descanso perpetuo de su alma!...
Sin embargo, aquella súplica le muriera en lo íntimo.
La voz se le tomara débil y oprimida. Aquel espectáculo

384
EMMANUEL

hediondo le conmoviera profundamente. Quería hablar, sin


conseguirlo, por cuanto tenía la garganta como si estuviese
dilacerada y rebelde, bajo la fuerza de los sollozos del corazón,
que le morían latentes en la soledad de la imperiosa fortaleza
espiritual.
Ana lo contempló afligida, porque sus ojos nunca lo
habían observado en actitudes tan íntimas, en todo el largo
tiempo de servicio en aquella casa.
Publio Léntulus, a sus ojos, era siempre el hombre frío
e impiedoso, en cuyo pecho pulsaba un corazón de hierro,
que no podía vibrar sino para las locas vanidades mundanas.
Sin embargo, en aquel instante, entre asustada y
conmovida, observaba que también el senador tenía lágrimas
para llorar. De sus ojos siempre altivos, caían lágrimas
ardientes, que rodaban, silenciosas y tristes, sobre la cabeza
inerte de aquel hombre, considerado también por él, un hijo,
como si nada más le restase, aparte del consuelo supremo de
abrazar cariñosamente sus despojos, a través del velo obscuro
de sus dudas angustiosas.
Ana, profundamente tocada por la amargura de aquella
escena íntima, exclamó con humildad, deseosa de confortar el
dolor inmenso de aquel mal sin remedio:
- ¡Señor, tengamos coraje y serenidad! ¡En mis
oraciones obscuras, siempre pido al profeta de Nazaret que os
ampare desde el cielo, confortándoos el corazón sufridor y
desalentado!
El pensamiento del senador vagaba en el dédalo de las
dudas tenebrosas. Cotejando las observaciones de la hija y las
palabras de Ana, buscaba descubrir, en lo íntimo, la intuición
sobre la culpabilidad del delito. ¿A cuál de los dos, entre
Plinio y Saúl, debería imputar la autoría del atentado nefasto?
¡Él, que decidiera tantos procesos difíciles en su vida, él, que
era senador y no perdía tampoco la ocasión de participar en

385
HACE 2000 AÑOS

los esfuerzos de la edilidad romana, sentía ahora el dolor


supremo de ejercer la justicia en su propia casa, con la
perspectiva de la destrucción de toda la ventura de sus hijos
muy amados!...
Pero, oyendo, las expresiones consoladoras de la sierva,
recordó la figura extraordinaria de Jesús de Nazaret, cuya
doctrina de piedad y misericordia a tantos fortalecía para
afrontar las situaciones más ríspidas de la vida, o para morir,
heroicamente, como su propia esposa. Dirigiéndose,
entonces, a la criada, con imprevista intimidad, en un gesto
conmovedor de simplicidad generosa, como la sierva jamás le
observara, en cualquier circunstancia de la vida doméstica,
dijo:
- ¡Ana, nunca dejé de ser un hombre enérgico, en toda
la vida, pero llega siempre un momento en que nuestro
corazón se siente agobiado ante la rudeza de las luchas que el
mundo nos ofrece con sus desilusiones amargas y dolorosas!
¡Si eres tan solo una sierva, yo sé hoy apreciarte el corazón, si
bien tardíamente!...
Una lágrima espontánea le embargaba la voz, sin
embargo, el viejo patricio continuaba:
- ¡En toda mi existencia, he juzgado una inmensidad de
procesos de varias naturalezas, relativos a la justicia del
mundo: pero, de un tiempo a esta parte, me parece que estoy
siendo juzgado por la fuerza superior de una justicia suprema,
cuyos tribunales no se encuentran en la Tierra!...
Desde la muerte de Livia, siento el corazón
modificado, camino a una sensibilidad, para mí desconocida
hasta entonces.
¡La aproximación de la vejez parece un prenuncio de la
muerte de todos nuestros sueños y esperanzas!...
Frente a este cadáver, que ciertamente, va a aumentar
la sombra de nuestros secretos de familia, siento cuan

386
EMMANUEL

dolorosa es la tarea de justificar a nuestros seres amados; y, ya


que te refieres al Maestro de Nazaret, cuya doctrina de paz y
fraternidad a tantos ha enseñado a morir con resignación y
heroísmo supremo, por la victoria de la cruz de sus martirios
terrestres, ¿cómo procedería él en un caso de estos, en que las
más tremendas dudas me brotan el corazón, sobre la
culpabilidad de un hijo muy amado?
- Señor – respondió Ana, con humildad,
profundamente conmovida ante aquella prueba de
consideración y afecto -, muchas veces nos enseñó Jesús que
jamás debemos juzgar, para no ser juzgados.
El senador se sorprendía, al recibir, de una criatura tan
simple y tan inculta a sus ojos, esa maravillosa síntesis de la
filosofía humana, repasando, en el espíritu, su doloroso
pretérito.
- Pero – enunció, como si quisiese justificarse a sí
mismo de los errores profundos de sus pasado de hombre
público – los que no juzgan, perdonan y olvidan; ¡y, si
mandan las leyes de la vida que seamos agradecidos al bien
que se nos haga, no podemos perdonar el mal que se nos
lanza en el camino!...
Ana, entretanto, no perdió la ocasión de consolidar la
enseñanza evangélica, agregando con dulzura:
- Incluso en mi tierra, la Ley antigua mandaba que se
cobrase ojo por ojo y diente por diente, pero Jesús de
Nazaret, sin destruir la esencia de las enseñanzas del Templo,
esclareció que los que más yerran en el mundo son los más
infelices y más necesitados de nuestro amparo espiritual,
recomendando, en su doctrina de amor y caridad, no
perdonásemos una sola vez, sino setenta veces siete veces.
Publio Léntulus, se admiraba de aprender aquellos
generosos conceptos de su criada, dentro de los principios del
perdón sin restricciones ¿Perdonar? Nunca lo hiciera en sus

387
HACE 2000 AÑOS

porfiadas luchas en el mundo. Su educación no admitía


piedad o conmiseración para los enemigos, porque todo
perdón y toda humildad significaban, para los de su clase,
traición o cobardía.
Recordábase, ahora, que en numerosos procesos
políticos podría haber perdonado y que, en muchas
circunstancias de su vida, podría haber cerrado los ojos de su
severidad con amoroso olvido.
Sin saber la razón, como si una energía ignorada le
recondujese el pensamiento a los tiempos idos, sus recuerdos
se transportaron al período remoto de su viaje a Judea, viendo
de nuevo con los ojos de la imaginación la escena en que, con
su rigor, esclavizara impiedosamente a un mísero joven. Sí,
también aquel joven se llamaba Saúl y él traía ahora el cerebro
atormentado por dudas atroces, entre aquel Saúl, liberto de
sus amigos, y la figura de Plinio, siempre guardaba en su
concepto en un halo de amor y generosidad.
¿Perdonar?
Y el pensamiento del senador se quedaba en
meditaciones amargas y penosísimas, en aquellos minutos
angustiosos y largos. Era, tal vez, una de las pocas veces en la
vida, en que su cerebro dudaba, receloso de hacer caer la
austeridad del juicio sobre la frente de un hijo muy querido.
Mas, saliendo de esa apatía de algunos minutos,
exclamó con resolución:
- ¡Ana, el profeta Nazareno debía ser, de hecho, una
figura divina aquí en la Tierra!... Pero, yo soy humano y
carezco de fuerzas nuevas para vivir una existencia fuera de mi
época... Quiero perdonar y no puedo… Quiero juzgar en este
caso y no sé cómo hacerlo… ¡Pero, he de saber decidir, en
cuanto a la solución de este terrible problema! ¡Haré lo
posible por observar los preceptos de tu maestro, guardando
una actitud de silencio, hasta que conozca al verdadero

388
EMMANUEL

culpable, y entonces, buscaré no juzgar como los hombres,


sino pedir a esa justicia divina que se manifieste, amparando
mis pensamientos y esclareciendo mis actos…
Y como si retomase usual para las luchas de la vida, el
viejo patricio sentenció:
- Ahora, tratemos de la vida en sus realidades
dolorosas.
Colocó el cadáver de Agripa en el lecho y,
recomendando a la sierva que preparase el espíritu de la hija,
amparándole el corazón en el angustioso trance, abrió las
puertas del aposento, requirió la presencia de todos los siervos
de la casa, llevando la ocurrencia al conocimiento de las
autoridades y procediendo, simultáneamente, a riguroso
interrogatorio, a fin de esclarecer la procedencia del crimen,
aunque un episodio de aquella naturaleza fuese considerado
corriente en los días atribulados de la Roma de Domicio
Nerón.
Algunos criados alegaban haber visto a Plinio Severus
con el hermano, durante la noche; pero la palabra del senador
les anulaba las informaciones, con la afirmativa de que el
hermano de la víctima había partido, durante el día, en
demanda del puerto de Masilia.
Saúl era, de ese modo, la persona naturalmente
indicada para prestar declaraciones e, incluso antes que se
realizasen las ceremonias fúnebres, el senador, interrogándolo
particularmente, suponía tener razones para creer en su culpa,
observándole las evasivas y alusiones desabridas, que no
satisfacían las exigencias de su investigación psicológica. Sus
afirmaciones e indirectas no coincidían con las aseveraciones
incisivas de Ana, cuya rectitud de palabra él bien conocía. En
algunos tópicos de sus informaciones, negó que estuviese
presente en los aposentos de Agripa y eso fue suficiente para
que el senador verificase que mentía.

389
HACE 2000 AÑOS

En cuanto a Plinio, no fuera de hecho encontrado,


obteniéndose tan solo la lacónica participación de su partida
para Masilia, lo que realimente ocurriera la misma noche de
la tragedia, después del altercado decisivo con el hermano, en
el palacio de Aventino.
Y, así, en compañía de Aurelia, demandaba él, las
Galias, en suntuosa galera, surcando las aguas calmas del
antiguo mar romano.
Sin embargo, el senador, apenas deseaba oír mejor las
confidencias de la hija, para arrancar la confesión suprema del
mísero liberto de Flaminio, de cuya culpabilidad no tenía más
dudas.
Procuró de esa manera, realizar con la mayor
discreción los funerales del hijo de su inolvidable amigo, a los
cuales Saúl de Gioras tuvo la desfachatez de asistir, con toda
la serenidad venenosa de su espíritu mezquino.
Bajo el efecto pernicioso de tóxicos letales, que le
habían sido aplicados por Ateia, la sierva traidora, pagada por
Aurelia, la cual, en su inconsciencia, había envenenado todos
los cosméticos del uso de su ama, destinados al tratamiento de
la piel y de los cilios, Flavia Lentulia tenía, ahora, todos sus
padecimientos físicos singularmente agravados aparte de la
terrible situación moral en vista de la penosa ocurrencia y de
su aflicción por fuerza de insolubles dudas.
Aquel mal de la infancia parecía revivir, porque el
cuerpo nuevamente se abría en llagas dolorosas, mientras los
ojos parecían seriamente atacados por una molestia
implacable.
Tres días después de las exequias de Agripa, Publio
Léntulus, profundamente apenado, le oyó el testimonio
íntimo y angustioso, con el máximo de atención amorosa e
interesada. Finalizado el relato minucioso de la hija, cuyas
desventuras conyugales le tocaban lo íntimo del corazón, el

390
EMMANUEL

viejo senador requirió nuevo interrogatorio de Saúl, con su


presencia, pero, enviando un emisario a la búsqueda del
liberto de Flaminio, quedara atónito con una nueva sorpresa.
Saúl de Gioras, después de responder a las
investigaciones particulares de Publio Léntulus, cuando aún
no se habían realizado los funerales de Agripa Severus,
percibió claramente la actitud mental de aquel para consigo,
concluyendo que no le sería posible engañar el tacto
psicológico del viejo senador.
Dos días después de las ceremonias fúnebres, el liberto
procuró a Araxes en su miserable refugio del Esquilino, con el
espíritu exacerbado e inquieto.
Creyendo sinceramente en las intervenciones
maravillosas del mago, frente a sus facultades divinatorias,
aprovechadas, además, por fuerzas tenebrosas del plano
invisible, ligadas a sus siniestras ambiciones de dinero, notó
Saúl que el adivino lo recibía con la misteriosa tranquilidad
de siempre. Dejó bien visible la voluminosa bolsa, repleta,
como para mostrarle las ricas posibilidades financieras, para la
adquisición del talismán de su ventura.
El viejo fetichero, arrugado por los años,
reconociéndole las disposiciones generosas, se deshacía en
sonrisas de benevolencia ambiciosas y enigmáticas, pareciendo
descubrir la mirada asustadiza e inquieta, con sus ojos agudos
y penetrantes.
- Araxes – exclamó Saúl, con la voz casi suplicante -,
¡estoy cansado de esperar el amor de la mujer que adoro!
Estoy afligido y preocupado… Necesito serenar mis penosas
aflicciones. ¡Óyeme! ¡Quiero de tus manos el talismán de la
felicidad para mi desventurado amor!...
El viejo adivino guardó por minutos la cabeza entre las
manos, en el gesto que le era peculiar y, después, respondió
con la voz casi sumida:

391
HACE 2000 AÑOS

- Señor, me dicen las voces de lo invisible que vuestras


aflicciones no son resultantes de un amor incomprendido y
desesperado…
Pero el liberto de Flaminio, que sufría la más profunda
desesperación de conciencia por haber eliminado a un amigo
y benefactor, en plena floración de juventud, le cortó la
palabra, exclamando incisivamente:
- ¿Cómo osas contradecirme, fetichero infame?
Entretanto, Araxes, con un brillo extraño en los ojos
agitados, contestó con presteza.
- ¿Entonces, me juzgáis, un fetichero infame? No por
eso, dejaré de hablar la verdad, cuando la verdad me
convenga.
- ¡Pues repito lo que dije! Más, ¿a qué verdades
misteriosas aludes en tus vagas afirmativas? – habló el liberto,
profundamente desesperado.
- ¡La verdad, mi amigo – decía el mago, con serenidad
casi siniestra -, es que si estáis tan perturbado es solamente
porque sois un criminal. Asesinasteis, fríamente, a un
benefactor y un amigo, y la conciencia del malvado teme la
implacable acción de la justicia!
- ¡Cállate, miserable! ¿Cómo lo supiste? – exclamó Saúl,
excitadísimo, al mismo tiempo que arrancaba el puñal de
entre los dobleces del manto.
Y avanzando hacia el viejo indefenso, agregaba con la
voz cavernosa:
- ¡Ya que tus ciencias ocultas te proporcionan
conocimientos perniciosos a la tranquilidad ajena, debes
desaparecer también!...
Araxes comprendió que el momento era decisivo.
Aquel hombre arrebatado era capaz de eliminarlo de un solo
golpe. Midiendo la situación en un instante y movilizando

392
EMMANUEL

toda su argucia para conservar los bienes de la vida, esbozó


una sonrisa fingida y complaciente, exclamando:
- Vaya, vaya, si hablé la verdad fue solamente para que
pudieses evaluar mis poderes espirituales, por cuanto, si es
vuestro deseo, podré integraros, inmediatamente, en la
posesión del necesario talismán. Con él, seréis profundamente
amado por la mujer de vuestras preferencias… Con él,
modificaréis los más íntimos sentimientos de esa criatura que
adoráis y que os hará, entonces, la felicidad de toda la vida,
que todos los días me aparecen feligreses en vuestras
condiciones, tocando a estas puertas. Aparte de eso, entre
nosotros debe existir gran confianza recíproca, porque sois mi
cliente desde hace más de diez años.
Oyéndole las palabras benevolentes y serenas, el liberto
de Flaminio guardó nuevamente el arma, considerando
nuevas perspectivas de felicidad y concordando en todo con el
adivino, que, haciéndolo sentarse, le ocupó la atención por
más de una hora con la descripción de hechos idénticos a los
que le ocurrían, demostrando teóricamente la eficiencia de
sus amuletos milagrosos. Iba la conversación en buena forma,
cuando Saúl le solicitó la entrega inmediata del talismán,
porque deseaba experimentarle el efecto en aquel mismo día,
a lo que Araxes respondió presuroso:
- Vuestro talismán está pronto. Puedo entregaros esa
preciosidad ahora mismo, dependiendo tan solamente de vos
mismo, porque precisaréis beber el filtro mágico, que os
colocará en la situación espiritual requerida por el
cometimiento.
Saúl no hizo oposición para someterse a las
imposiciones del viejo egipcio, en sus maniobras extrañas y
misteriosas, penetrando a una cámara, ornamentada de varios
símbolos extravagantes, que le eran totalmente desconocidos.

393
HACE 2000 AÑOS

Araxes llevaba a efecto las escenificaciones más


sugestivas. Le vistió, sobre la toga común, larga túnica igual a
la suya y, después de fingidas posiciones de magia
incomprensibles, fue al interior del pequeño laboratorio,
donde tomó de un tóxico violento, monologando
íntimamente consigo mismo: - “Vais a recibir el talismán que
más te conviene en este mundo”.
Echó algunas gotas del peligroso filtro en una taza de
vino, y, con extensos gestos espectaculares, como si estuviese
obedeciendo a un ritual ignorado, le dio a beber el contenido,
prosiguiendo en los gestos exóticos, que eran las expresiones
pintorescas y siniestras de la extravagante magia de la muerte.
Ingiriendo el vino con la mejor intención de guardar el
amuleto de su felicidad, el peligroso liberto sintió que los
miembros se le relajaban bajo el imperio de una fuerza
desconocida y destructora, por cuanto, le faltaba la voz para
exteriorizar las emociones más íntimas. Quiso gritar, pero no
lo consiguió, e inútiles fueron todos los esfuerzos para
levantarse. Al poco tiempo, los ojos se le turbaron
lúgubremente, como nublados por una sombra espesa e
indefinible. Deseó manifestar su odio al mago asesino,
defenderse de aquella angustia que le sofocaba la garganta,
pero la lengua estaba seca y un frío penetrante le invadió los
centros vitales. Dejando pender la cabeza sobre los codos
apoyados a lo largo de la mesa amplia, comprendió que la
muerte violenta le destruía todas la fuerzas vivas del
organismo.
Araxes cerró tranquilamente el cuarto, como si nada
hubiese acontecido, y volvió a la tienda, ateniendo solícito a
la numerosa clientela, sin quebrar su habitual serenidad.
Antes de la noche, penetró en la cámara mortuoria y
vació en una bolsa el cadáver, guardando las monedas
silenciosamente entre sus abundantes reservas de avariento.

394
EMMANUEL

Después de las veintitrés horas, cuando la ciudad


dormía, el viejo fetichero del Esquilino se mezclaba con los
esclavos que hacían el servicio nocturno de los transportes,
conduciendo una pequeña carroza de mano, dentro de la cual
iba un gran bulto.
Después del largo trayecto, ganaba las cercanías del
Foro, entre el Capitolio y el Palatino, donde descansó,
esperando la madrugada, cuando, despejó la carga en un
ángulo obscuro de la vía pública, volviendo tranquilamente
para su sueño de cada noche.
Por la mañana, el cadáver de Saúl fue fácilmente
identificado y, cuando el senador buscaba al liberto para
declaraciones, recibió la sorpresa de aquella noticia,
inquiriendo a sí mismo las razones de aquella muerte
imprevista y extraña, aturdido con el engranaje del
mecanismo de la justicia divina y preguntando íntimamente,
a su propia conciencia, si Saúl no sería de aquellos criminales
inmediatamente ajusticiados por la ley de las compensaciones,
en el camino infinito de los destinos.
Su corazón, más que nunca inclinado al examen de las
profundas cuestiones filosóficas, se perdía en un abismo de
conjeturas, recordando la recomendación del Espíritu de
Flaminio y las elevadas lecciones de Ana, calcadas en el
Evangelio: procuraba, con la mayor buena voluntad, resolver
el problema del perdón y de la piedad. Deseoso de satisfacer
su propia conciencia en las actividades de la vida práctica,
buscó contrariar sus tradiciones y costumbres en vista del
acontecimiento, y, dirigiéndose a la residencia del verdugo de
sus hijos, tomó todas las providencias para que no le faltasen
la decencia y el respeto en las ceremonias fúnebres. Algunos
esclavos y siervos de confianza estaban habilitados para
resolver todos los problemas relativos a los negocios dejados
por el muerto, mas, cooperando en las exequias, Publio

395
HACE 2000 AÑOS

Léntulus se sentía satisfecho por vencer la aversión personal,


homenajeando, al mismo tiempo, la memoria de Flaminio.
Localizándose con la nueva compañera en Avenio,
Plinio Severus supo, por intermedio de amigos, de la tragedia
que se desarrollara en Roma la noche de su ausencia, siendo
igualmente informado de las dudas penosas que existían a su
respecto. Profundamente tocado en sus fibras emotivas,
recordándose del hermano que, tantas veces, le diera
testimonio de las más altas pruebas de afecto, deseó regresar,
para esclarecer convenientemente el asunto, vengándole la
muerte; sin embargo, entorpecido en los brazos de Aurelia y
receloso del juicio del viejo senador, respetado como un
padre, aparte de la sospecha que le causaba la noticia de la
inexplicable enfermedad de la esposa, se quedó en su vida
incomprensible, a través de Avenio, Masilia, Arelate,
Antipolis y Niza, buscando olvidar, en el vino de los placeres,
las grandes responsabilidades que le cabían.
Junto a Aurelia, la vida del oficial transcurrió en una
condenable tranquilidad, por tres largos años, cuando un día
tuvo la dolorosa sorpresa de encontrar a la compañera, pérfida
e insensible, en los brazos del músico y cantor Sergio
Acerronius, llegado a Masilia con las ruidosas alegrías de la
Capital del Imperio.
En ese día amargo de su existencia, el hijo de Flaminio
invistió sobre la mujer traidora, con el arma en la mano,
dispuesto a quitarle la vida criminosa y disoluta. Pero, en el
instante de su venganza, consideró íntimamente que el
asesinato de una mujer, aunque diabólicamente perversa, no
debería entrar en los trámites de su vida, suponiendo aun
que, dejarla vivir en el camino escabroso de sus crueldades,
sería la mejor venganza de su corazón traicionado y
desventurado.

396
EMMANUEL

Abandonó, entonces, para siempre, a aquella mísera


criatura, que fue eliminada más tarde, en Ansio, por el puñal
implacable de Sergio, que no le toleró la infidelidad y la
perseverancia en el crimen.
Sintiéndose solo, Plinio Severus consideró,
amargamente, los errores clamorosos de su vida. Revisó el
pasado de futilidades condenables y actitudes locas. Casi
pobre, se vio misérrimo para volver al ambiente romano,
donde tantas veces brillara en la juventud, en aventuras
pródigas y felices.
En balde le enviara el senador apelaciones afectuosas.
Llamado a bríos por las lecciones dolorosas de su destino, el
oficial, amparado por algunos amigos de Roma, prefirió
esforzarse por la rehabilitación en las ciudades de las Galias,
donde permanecería largos años en trabajo silencioso y rudo,
por el re erguimiento de su nombre ante los parientes y
amigos más íntimos.
Ya entrado en la edad madura, de las profundas
reflexiones, grande le fue el esfuerzo de rehabilitación,
distante de los seres más queridos.
En cuanto al viejo senador, resistió, decididamente,
dentro de su rígida estructura espiritual, a los golpes
aspérrimos del destino. Haciendo de la lucha de cada día el
mejor camino de esclarecimiento, vio pasar los años sin
desánimo y sin ociosidad.
Desde los trágicos acontecimientos en que Agripa y
Saúl habían perdido la vida misteriosamente, con el
abandono definitivo del marido. Flavia Lentulia tenía la salud
perdida para siempre. En la epidermis, los venenos de Ateia
habían sido anulados y vencidos por las sustancias
medicamentosas aplicadas, pero la luz de sus ojos fuera
aniquilada para siempre. Desalentada y ciega, encontró, en el

397
HACE 2000 AÑOS

corazón generoso de Ana, el cariño materno que le faltaba en


tan penosas circunstancias de la vida.
Entretanto, la constitución física del senador, resistía
todos los embates e infortunios.
Entre los esfuerzos de cariñosa asistencia a la hija y las
lid políticas que le tomaban el máximo de atención, sus días
transcurrían llenos de luchas acerbas, pero silenciosas y tristes,
como siempre. En su espíritu, había ahora las mejores y más
sinceras disposiciones para aprender la esencia sagrada de las
enseñanzas del Cristianismo y fue así que su corazón penetró
el crepúsculo de la vejez, como si las sombras fuesen
clarificadas por estrellas cariciosas y suaves. En su íntimo,
permanecía una serenidad imperturbable, pero, en la vida del
hombre, corría el soplo inquieto del esfuerzo por las
desilusiones penosas y amargas del destino, pero en el poder
supremo del Imperio estaba un tirano, que necesitaba caer, en
beneficio de las construcciones del derecho y de la familia; y
por eso, junto a numerosos compañeros, se entregó al trabajo
sutil de la política interna, para la caída de Domicio Nerón,
que proseguía avasallando a la ciudad con los odiosos
espectáculos de su nefasto reinado.
Caius Pisao, Séneca, así como otras figuras venerables
de la época, más exaltadas en el patriotismo y amor por la
justicia, cayeron bajo las manos criminales del perverso que
ceñía la corona, pero. Publio Léntulus, al lado de otros
hermanos de ideal que trabajaron en el silencio y en la sombra
de la diplomacia secreta, junto a los militares y al pueblo,
esperó por la muerte o por el destierro del tirano, aguardando
las claridades del futuro, surgidas con el efímero reinado de
Sergio Sulpicio Galba, que según Tácito, habría sido
considerado por todos digno del gobierno supremo del
Imperio, sino hubiese sido Emperador.

398
EMMANUEL

VIII EN LA DESTRUCCIÓN DE
JERUSALÉN
Más de diez años transcurrieron, silenciosamente
amargados, después del 58, sobre la vida común de los
personajes de esta historia.
Solamente en el 68, consiguiera la política conciliatoria
de gran número de patricios, entre los cuales estaba Publio
Léntulus, el definitivo alejamiento de Domicio Nerón y sus
nefastas crueldades. Sin embargo, la ascensión de Galba
durara pocos meses y aquel año 69 iba a definir grandes
acontecimientos en la vida del Imperio.
Numerosas luchas llenaron la ciudad de pavor y sangre.
La terrible contienda entre Otan y Vitelio, dividiera a
todas las clases de la familia romana en facciones hostiles, que
se odiaban al extremo.
Al final, la famosa batalla de Bedriaco daba el trono a
Vitelio, que instauró un nuevo círculo de crueldades en todos
los sectores políticos.
Entretanto, la diplomacia interna, vigilaba en la
sombra, examinando atentamente la situación, para no
permitir la continuidad de un nuevo brote de exterminio y de
infamia.
Vitelio apenas conservó el gobierno por ocho meses y
días, porque, en el mismo año 69, las legiones del territorio
africano, trabajadas por la orientación sutil de los que habían
derribado a Nerón y sus secuaces, proclamaron a Vespasiano
para la suprema investidura del Imperio. El nuevo
emperador, que aún se encontraba en el campo de sus hechos

399
HACE 2000 AÑOS

de armas, empeñado en la pacificación de la Judea distante


satisfacía las exigencias más avanzadas de todas las clases
civiles y militares, siendo recibido en triunfo para el puesto
supremo, iniciándose, así, la era prestigiosa de los Flavios.
Vespasiano integraba aquel grupo de patricios operosos
que contribuyeron, sin alardes, para la caída de los tiranos.
Amigo personal de Publio Léntulus, el emperador se
tornara famoso, no sólo por sus victorias militares, sino
también por su agudo criterio político, evidenciado en Roma
desde los días turbulentos de Calígula.
Bajo su orientación administrativa, iba a abrirse una
tregua en las inmoralidades gubernamentales, se inauguraría
un nuevo período de comprensión de las necesidades
populares y, en la ruta de sus planes económicos y
financieros, el Imperio iba a caminar hacia los días
regeneradores de una nueva era.
Publio recibió todos los acontecimientos con la velada
alegría posible a sus 67 años de luchas y fuertes experiencias
de la vida. Sin embargo, bajo la claridad serena de la vejez, su
fibra moral y resistencia física eran las mismas de siempre.
Dentro de la perspectiva de mejores días para las
realizaciones patrióticas, consideraba, ahora, como bien
empleado, todo el tiempo que robara a la hija ciega, para
atener al trabajo del bien colectivo; y fue en ese estado de
espíritu, con la conciencia satisfecha por el deber cumplido,
de conformidad con sus concepciones, que se dirigió a palacio
para atender a un llamado especial del emperador, que,
muchas veces, no dejó de recurrir al consejo de sus más
antiguos compañeros de ideal.
- Senador – le dijo Vespasiano, en la intimidad
tranquila de uno de los magníficos gabinetes de la residencia
imperial -, mandé a llamarlo para ampararme con su

400
EMMANUEL

tradicional dedicación al Imperio, en la solución de un asunto


que juzgo de suma importancia 1.
- ¡Decid, Augusto!... – respondió Publio, conmovido.
Pero el emperador, gentil, le cortó la palabra:
- No, mi amigo, entendámonos con la vieja intimidad
de otros tiempos. Dejemos, por un instante, los protocolos.
Y, viendo que el senador esbozaba una sonrisa de
reconocimiento a su palabra fluida y generosa, continuó
exponiendo la cuestión que lo interesaba:
- Llamado a Roma para el cargo supremo, no osé
desobedecer las sagradas obligaciones que me impelían al
cumplimiento de ese gran deber, sin bien obligado a dejar a
mi hijo en la obra de pacificación de la Judea amotinada,
trabajo ese que consideré, en toda la vida, mi mejor esfuerzo
por la vitalidad del Imperio, en el desdoblamiento de sus
gloriosas tradiciones.
Pero, acontece, que el cerco de Jerusalén se va
prolongando demasiado, acarreando las más serias
consecuencias para mis proyectos económicos, en el programa
restaurador que me propuse realizar en el gobierno.
Supongo que mi valeroso Tito esté necesitando de un
consejo de civiles, aparte de los asistentes militares que lo
acompañan en la arrojada empresa, y me propuse organizarlo
tan solo con los amigos más íntimos, que conozcan Jerusalén
y sus cercanías.
En cuanto a mis primeras incursiones en la edilidad,
tuve conocimiento de sus procesos en la reforma
administrativa de Judea, sabiendo, por tanto, de su
permanencia en Jerusalén hace más de veinte años.
Era, pues, mi deseo que aceptase, con otros pocos
compañeros nuestros, la incumbencia de orientar mejor la
1
Vespasiano estuvo en Roma in med iatamente después de su proclamación – Nota
de Emmanuel.

401
HACE 2000 AÑOS

táctica militar de mi hijo. Tito está necesitado de la


cooperación política de quien conozca la ciudad en sus
menores rincones, así como sus idiomas populares, para
vencer la situación que se va tornando cada vez más penosa.
Publio Léntulus pensó en la hija enferma, un instante,
pero recordándose de la dedicación absoluta de Ana, que
podría perfectamente substituir sus cuidados por algún
tiempo, respondió con decisión y energía:
- Mi noble emperador, vuestra palabra augusta es la
palabra del Imperio. El Imperio manda y yo obedezco,
honrándome en cumplir vuestras determinaciones y
correspondiendo a los impulsos generosos de vuestra
confianza.
- ¡Muy agradecido! – habló Vespasiano, extendiéndole
la mano, extremadamente satisfecho. – Todo estará arreglado,
para que su partida y la de otros dos o tres amigos nuestros se
verifique dentro de dos semanas, a más tardar.
Y así aconteció.
Después de las dolorosas despedidas de la hija, que
quedara al cuidado de la sierva dedicada, en el palacio de
Aventino, el senador tomaba la suntuosa galera que,
partiendo de Ostia, penetró de prisa al amplio mar rumbo a
Judea.
El viejo patricio revivió, con penosa serenidad, las
peripecias del viaje en sus tiempos de juventud venturosa,
cuando la felicidad era para él incomprensible, en compañía
de la esposa y de los dos hijitos.
Si, la pequeñita figura de Marcus, el hijo desaparecido,
parecía surgir nuevamente a sus ojos, bajo una aureola de
radiante y santificado éxtasis.
Un día, en Cafarnaúm, llevado por las palabras
calumniosas de Sulpicio Tarquinius, dudó de la
honorabilidad de la esposa, creyendo, más tarde, que el rapto

402
EMMANUEL

del niño fuese una consecuencia de su infidelidad. Pero, Livia


estaba ahora redimida de todas las culpas, en el tribunal de su
conciencia. Sus sacrificios domésticos y la muerte heroica en
el circo constituían la prueba máxima de la sublimada pureza
de su corazón. En aquellos instantes de meditación, le parecía
que volvía al pasado con sus interminables sufrimientos,
tropezando siempre en la sombra pesada del misterio, cuando
intentaba releer las páginas de ese doloroso capítulo de su
existencia.
¿A qué abismos insondables y desconocidos habría sido
llevado el pequeñito que le perpetuaría la noble estirpe?
Sus emociones paternales parecían alarmarse de nuevo,
después de tantos años y tantos padecimientos en familia.
Y aun, cuando le fluctuasen en lo íntimo las más
penosas dudas, el senador, en la rigidez de su formación
moral, prefería creer, consigo mismo, que Marcus Léntulus
había sido asesinado por malhechores vulgares, dados al robo
y al terrorismo, para nunca más requerir sus desvelos
paternales.
Así quería creer, pero aquel viaje le parecía un análisis
de sus recuerdos más queridos y más pungentes.
De tarde, a la suave claridad del crepúsculo en el
Mediterráneo, le parecía ver aún la figura de Livia arrullando
al pequeñito, o hablándole al corazón en términos afectuosos
de consolación, suponiendo divisar, igualmente, la figura de
Comenio, el siervo de confianza, entre los subalternos y
esclavos.
En compañía de otros tres consejeros civiles, llegó sin
mayor dificultad a su destino, colocándose ese reducido
consejo de íntimos del emperador a la inmediata disposición
de Tito, que le aprovechó los pareceres, utilizando con gran
éxito sus opiniones, hijas de la amplia experiencia de la región
y de las costumbres.

403
HACE 2000 AÑOS

El hijo del emperador era generoso y leal para con


todos los compatriotas, que lo consideraban como benefactor
y amigo. Mas, para los adversarios, Tito era de una crueldad
sin nombre.
En torno a su figura ardiente y valerosa, se desdoblaban
numerosas legiones de soldados que combatían
escarnecidamente.
El cerco a Jerusalén, terminado en el 70, fue uno de los
más impresionantes de la historia de la humanidad.
La ciudad fue sitiada, justamente cuando interminables
multitudes de peregrinos, venidos de todos los puntos de la
provincia, se habían reunido junto al famoso templo, para las
fiestas de los panes ázimos. De ahí, el excesivo número de
víctimas y las luchas aspérrimas de la célebre resistencia.
El número de muertos en los terribles encuentros se
elevó a más de un millón, haciendo los romanos casi cien mil
prisioneros, de los cuales once mil fueron masacrados por las
legiones victoriosas, después de la escogencia de los hombres
válidos, entre escenas penosas de sangre y de salvajería por
parte de los soldados.
El viejo senador sentíase amargado con aquellos
pavorosos espectáculos de matanza, pero le correspondía
desempeñar la palabra dada y era con el mejor espíritu de
coraje que daba pleno cumplimiento a su mandato.
Sus pareceres y conocimientos fueron, muchas veces,
utilizados con éxito, volviéndose íntimo consejero del hijo del
emperador.
Diariamente, en compañía de un amigo, el senador
Pompilio Crasso, visitaba los puestos más avanzados de las
fuerzas atacantes, verificando la eficacia de la nueva
orientación observada por la estrategia militar de sus patricios.
Los jefes de operaciones varias veces le llamaron la atención,
para no avanzar demasiado en sus actividades valerosas, pero,

404
EMMANUEL

Publio Léntulus no manifestaba el menor recelo, realizando, a


su edad, minuciosos servicios de reconocimiento topográfico
de la famosa ciudad.
Al final, en la víspera de la caída de Jerusalén, ya se
luchaba casi cuerpo a cuerpo en todos los puntos de
penetración, habiendo incursiones de parte y parte en los
campos enemigos, con recíprocas crueldades contra todos los
que tuviesen la desgracia de caer prisioneros.
A pesar del celo del que estaban rodeados, Publio y el
amigo, en virtud del coraje del que daban testimonio, cayeron
en las manos de algunos adversarios, que, al observarles la
indumentaria de altos dignatarios de la Corte Imperial, los
condujeron inmediatamente a uno de los jefes de la
desesperada resistencia, instalado en un caserón a la guisa de
cuartel, próximo a la Torre Antonia.
Publio Léntulus, observando las escenas de salvajería y
sangre de la plebe anónima y amotinada, que exterminaba a
numerosos ciudadanos romanos bajo su mirada, recordó la
tarde dolorosa del Calvario, en que el piadoso profeta de
Nazaret sucumbiera en la cruz, bajo el vocerío aterrador de las
multitudes enfurecidas. Mientras caminaba, tratado con
brutalidad y aspereza, el viejo senador consideraba
igualmente, que, si aquel momento señalase su muerte, debía
morir heroicamente, como su propia esposa, en holocausto a
sus principios, si bien hubiese fundamental diferencia entre el
reino de Jesús y el imperio de César. La idea de dejar a Flavia
Lentulia huérfana de su afecto le preocupaba íntimamente;
sin embargo, ponderaba que la hija tendría en el mundo la
dedicación generosa y asidua de Ana, así como el amparo
material de su fortuna.
Fue en ese estado de espíritu, sorprendido con la
sucesión de los acontecimientos, que veía a través largas calles
llenas de movimiento, de gritos, de improperios y de sangre.

405
HACE 2000 AÑOS

Jerusalén, llena de asombro, movilizaba las últimas


energías para evitar la ruina completa.
Al cabo de algunas horas, extenuados de fatiga y sed,
Publio y el amigo, fueron introducidos en el sombrío
gabinete de un jefe Judío, que expedía las más impiedosas
órdenes de suplicio y muerte para todos los romanos presos,
vengando las atrocidades del enemigo.
Bastó que Publio mirase a aquel viejo israelita de rasgos
característicos, para procurar, deseosamente, una figura
semejante en el acervo de sus recuerdos más íntimos y más
remotos.
Pero, no pudo, de pronto, identificar aquel personaje.
Sin embargo, el viejo jefe, posó en él la mirada astuta y,
haciendo un gesto de satisfacción, exclamó con una chispa de
odio que se le manifestaba en cada palabra:
- Ilustrísimos senadores – enfatizó con ironía y
desprecio – yo os conozco desde hace largos años…
Y, fijándose en Publio, acentuó con malicia:
- Sobre todo, me honro con la presencia del orgulloso
senador Publio Léntulus, antiguo enviado de Tiberio y de sus
sucesores en esta provincia perseguida y flagelada por las
plagas romanas. Bien veo que las fuerzas del destino no me
permitieron partir para la otra vida, en mi vejez trabajosa, sin
que me desagravie de una injuria inolvidable.
Y avanzando hacia el viejo patricio que lo contemplaba
excesivamente sorprendido, repetía con irritante insistencia:
- ¿No me reconocéis?...
Pero, el senador, tenía el semblante evidenciando su
penoso abatimiento físico, en vista de aquella prueba ruda de
su vida; y en balde, encaraba a la figura delgada y
maquiavélica de Andrés de Gioras, ahora con el elevado
ascendente en los trabajos del templo famoso, en vista de la
fortuna que consiguiera amontonar.

406
EMMANUEL

Verificando la imposibilidad de ser identificado por el


prisionero, cuya presencia, allí, más lo interesaba y que le
respondiera a todas las preguntas con el silencioso gesto
negativo, del viejo judío retornó con sarcasmo:
- Publio Léntulus, soy Andrés de Gioras, el padre a
quien insultaste un día con el exceso de tu autoridad
orgullosa. ¿Te recuerdas ahora?
El prisionero hizo una señal afirmativa con la cabeza.
Pero, viendo que su atrevimiento no lo intimidaba, el
jefe de Jerusalén insistía desesperado:
- ¿Y por qué no te humillas en éste momento, frente a
mi autoridad? - ¿Ignoras por ventura que puedo hoy decidir
sobre vuestros destinos?... ¿Cuál es la razón por la que no me
pides conmiseración?
Publio estaba exhausto. Recordó sus primeros días en
Jerusalén, recordó la visita de aquel agricultor inteligente y
rebelde. Procuró rememorar, íntimamente, las medidas que
adoptara en calidad de hombre público, a fin de que el hijo
del judío volviese al hogar paterno, sin imaginarse haber
destilado tanta hiel en aquel corazón que no se pudo resignar.
Deliberara no decir nada, frente a aquella figura desesperada
truculenta, atendiendo a sus más íntimas disposiciones
espirituales, pero, en vista de la osada insistencia, sin abdicar a
las antiguas tradiciones de orgullo y vanidad que lo
caracterizaban en otros tiempos, y como desease demostrar su
valentía en tan penosas circunstancias, replicó, al final, con
energía:
- Si os juzgáis aquí en el cumplimiento de una sagrada
obligación, por encima de cualquier sentimiento particular y
poco digno, no esperéis que os pida conmiseración, por el
hecho de que cumpláis con vuestro deber.
Andrés de Gioras frunció el ceño, desesperado con la
respuesta imprevista, andando de un lado para otro en el

407
HACE 2000 AÑOS

amplio gabinete, como si estuviese reflexionando el mejor


medio de ejecutar la tremenda venganza.
Después de algunos momentos de sombrío silencio,
como si hubiese llegado a una solución acorde con sus
sanguinarios proyectos, llamó con voz soturna a uno de los
numerosos guardias, ordenando:
- Ve deprisa y dile a Ítalo, de mi parte, que debe estar
aquí mañana, a las primeras horas, para cumplir mis
determinaciones.
Y mientras el emisario salía, se dirigió a los dos
prisioneros en estos términos:
- La caída de Jerusalén es eminente, pero daré la última
gota de sangre de mi vejez para exterminar a las víboras de
vuestro pueblo. ¡Vuestra raza maldita vino a cebarse en la
ciudad electa, pero yo exulto con mi venganza en vosotros
dos, orgullosos dignatarios del imperio de la impiedad y del
crimen! ¡Cuando se abran las puertas de Jerusalén, habré
ejecutado mis implacables designios!
Callándose, bastó un gesto para que los dos amigos
fuesen lanzados en una cueva obscura y húmeda, donde
pasaron una noche terrible de conjeturas dolorosas,
intercambiando amargas confidencias.
En la mañana siguiente, eran llamados a la prueba
suprema.
Ya se oían en la ciudad los primeros rumores de las
fuerzas romanas victoriosas, entregándose al terror y al saqueo
de la población humillada e inerme.
Por otra parte, el éxodo precipitado de mujeres y niños
en gritería infernal y angustiosa; pero, en aquel caserón de
gruesas paredes de piedras, se refugiara considerable número
de jefes y combatientes, para la resistencia suprema.
Publio y Pompilio fueron conducidos a una sala
amplia, de donde podían oír el ruido creciente de la victoria

408
EMMANUEL

de las armas imperiales, después de lances dramáticos y


cruentos, en tanto tiempo de terror, de rapiña y de lucha;
entretanto, allí, en aquel compartimiento espacioso y
fortificado, tenía al frente centenares de guerreros armados y
algunos jefes políticos de la resistencia israelita, que los
contemplaban.
Ante el avance victorioso de las legiones romanas, era
de notar la inquietud y el pavor que dominaba a todos los
semblantes, pero había un interés general por los dos
prisioneros importantes del Imperio, como si ellos
representasen el último objeto en el que pudiesen cebar el
odio y la venganza.
Modificando aquella situación indecisa, Andrés de
Gioras tomó la palabra y con la voz extraña y siniestra, que
retumbó por todos los ángulos de la casa, dijo:
- ¡Señores! ¡Estamos llegando al fin de nuestra
desesperada defensa, pero tenemos el consuelo de guardar dos
grandes jefes de la maldita política de rapiña del Imperio
Romano!... ¡Uno de ellos es Pompilio Crasso, que comenzó
su carrera de hombre público en esta provincia desventurada,
inaugurando un largo período de terror entre nuestros
compatriotas infelices! El otro, señores, es Publio Léntulus,
orgulloso enviado de Tiberio y de sus sucesores en la Judea
humillada de todos los tiempos, que esclavizó a nuestros hijos
aún jóvenes y organizó procesos criminales en todas las zonas
provinciales, fomentando el pavor de nuestros hermanos
perseguidos y flagelados, allá desde su residencia señorial de
Galilea!... ¡Pues bien! Antes que los malditos soldados del
pillaje imperial nos aprisionen y aniquilen, cumplamos con
nuestros designios!...
Todos los presentes le oyeron la palabra, como si fuera
la orden suprema de un jefe a quien se debiese obedecer
ciegamente.

409
HACE 2000 AÑOS

Los dos senadores fueron, entonces, amarrados con


pesadas piezas de hierro a los postes del suplicio, sin libertad
para cualquier movimiento, restringiendo sus expresiones de
movilidad con los ojos silenciosos y serenos en el sacrificio.
- Nuestra venganza – volvía el odioso israelita a
explicar – debe obedecer al criterio de la antigüedad.
Primeramente, deberá morir Pompilio Crasso, por ser el más
viejo y para que el vanidoso senador Publio Léntulus
comprenda nuestro esfuerzo para eliminar la vitalidad de su
Imperio maldito.
Pompilio miró largamente al amigo, como si estuviese
haciendo su despedida angustiosa y muda, en la hora extrema.
- Nicandro, este trabajo te compete – exclamó Andrés,
volviéndose a uno de los compañeros.
Y dando al vigoroso soldado una espada siniestra,
agregó con profunda ironía:
- Sácale el corazón para el amigo, que deberá conservar
la escena de hoy en su memoria, para siempre.
Los ojos del condenado, brillaron de intensa angustia,
mientras se le emblanquecía el rostro al extremo, acusando las
emociones dolorosas que llevaba en el alma. Entre él y el
compañero de amargura, fue intercambiada, entonces una
mirada inolvidable.
En pocos minutos, Publio Léntulus asistió al desarrollo
de la nefasta operación.
La cabeza blanca del ajusticiado pendió al primer golpe
de espada y de su tórax envejecido fue arrancado
violentamente el corazón palpitante, y sangriento.
Entretanto, el senador sobreviviente oía ya el rumor de
los patricios victoriosos que se aproximaban, pareciéndole que
ya se luchaba cuerpo a cuerpo, a las puertas de aquella
turbulenta asamblea de la venganza y del crimen. La
monstruosa escena aterrorizaba el ánimo, siempre optimista y

410
EMMANUEL

decidido, pero no perdió la compostura altiva y rígida que él


se imponía, a sí mismo, en aquel angustioso trance.
Terminada la ejecución de Pompilio, hecha a prisa, por
cuanto todos los presentes tenían conciencia de la horrorosa
situación que los esperaba ante los triunfadores, Andrés de
Gioras levantó nuevamente la voz:
- ¡Mis amigos – afirmó sombríamente -, al más viejo, la
penalidad misericordiosa de la muerte; pero, a este patricio
infame que nos oye, le concederemos la pena amarga de la
vida, dentro del sepulcro de sus ilusiones desvariadas, de
vanidad y orgullo!... ¡Publio Léntulus, el antiguo emisario de
los emperadores, deberá vivir!... ¡Sí, pero sin los ojos que le
clarearon el camino del egoísmo supremo sobre nuestros
grandes infortunios!... Lo dejaremos con vida, para que en las
tinieblas de su noche busque ver con los ojos de los esclavos
que él oprimió en el curso de la vida.
Había un penoso silencio interior, si bien se oyese, allá
afuera, el patear de los caballos y el tañir de las armaduras,
aliados al rumor siniestro de voces maldicientes en el ataque y
en la resistencia desesperada del último reducto.
Entretanto, Andrés de Gioras, parecía, embriagado con
la voluptuosidad de su venganza y, manteniendo el equilibrio
de la asistencia en aquella hora trágica del destino que a todos
aguardaba, con la palabra magnética y persuasiva exclamó
enérgicamente:
- Ítalo, compete a tus manos la tarea en este momento.
De la asistencia compacta e inquieta se desató un
hombre, aparentando casi cuarenta años de edad,
sorprendiendo al senador por sus trazos finos de patricio. Sus
miradas se encontraron y él supuso descubrir en aquella alma
un lazo de afinidad extraña e incomprensible.
¡Ítalo? ¿Aquél nombre no le recordaba algo de las
proximidades de su Roma inolvidable? ¿Por qué motivo

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HACE 2000 AÑOS

estaría allí aquel hombre, evidentemente de sangre noble,


combatiendo al lado de los judíos amotinados e intoxicados
de odio? Por su parte, el verdugo, indicado por la voz
soberana de Andrés, parecía inclinado a la ternura y a la
piedad por aquel hombre viejo y sereno, con las manos y los
pies amarrados al poste de la injuria, como que hesitaba sobre
si debía cumplir el siniestro y despiadado designio de su jefe.
En pocos momentos, surgía, de una puerta amplia y
sombría, un guerrero israelita, trayendo en una bandeja de
bronce una espada de hierro incandescente, cuya punta aguda
reposaba entre brasas vivas.
Contemplando con interés la enigmática figura de
Ítalo, en la vitalidad de la edad adulta, el senador, silencioso,
no podía disimular la curiosidad en vista de su porte erecto y
delicado.
Pero, Andrés, gozando el cuadro y percibiendo la
minuciosa atención del condenado, lo arrancó de aquel
estado de conjetura y sorpresa, ironizando:
- Entonces, senador, ¿estáis admirando el porte noble
de Ítalo?... Recordaos de que si los patricios se dan el lujo de
poseer esclavos israelitas, los señores de Judea también
aprecian los siervos de tipo romano. Además, soy obligado a
considerar que es siempre peligroso guardar un esclavo como
este, en la ciudad, en vista de la plaga del patriciado, hoy
excesivo por todas partes; pero yo conseguí mantener a este
hombre de trabajo en el ambiente rural, hasta ahora…
Publio Léntulus mal podría descifrar el sentido oculto
de aquellas irónicas palabras, no sobrándole tiempo, allí, para
cualquier introspección. Observó que Andrés se callara,
atendiendo a la urgencia con que debía ser llevada a efecto la
operación en perspectiva, para no perder el rojo
incandescente de la espada fatídica. Delante de muchas
miradas atónitas y desesperada, que no sabían si miraban la

412
EMMANUEL

escena macabra o si atendían a la ruidosa penetración de las


fuerzas de Tito quebrando en aquel instante los obstáculos del
último reducto, el verdugo implacable entregó a Ítalo el
terrible instrumento del sacrificio.
- Ítalo – recomendó con la máxima energía -, este
minuto es precioso… Vamos a quemarle las pupilas, para
proporcionarle una sepultura de sombras eternas, dentro de la
vida.
Sin embargo, el pobre hombre, sensibilizado hasta las
lágrimas, en vista del suplicio que debería infligir por sus
manos, parecía, indeciso y titubeante.
- Señor… - dijo suplicante, sin conseguir formular
objeciones.
- ¿Por qué vacilas?... – contestó Andrés, tiránicamente,
cortándole la palabra… - ¿Será necesario el chicote para que
me obedezcas?
Ítalo tomó, entonces, la espada humildemente. Se
aproximó lentamente al condenado lleno de resignación y de
fortaleza interior. Antes del instante supremo, sus miradas se
encontraron, intercambiando vibraciones de simpatía
recíproca. Publio Léntulus aún le miró el porte, lleno de
incontestable nobleza, arruinada en sus líneas más
características por los trabajos más impiedosos y más rudos; y
tan grande fue la atracción que experimentó por aquel
hombre, mirado por sus ojos en plena luz, por última vez,
que llegó a recordarse, inexplicablemente, de su pequeñito
Marcus, considerando que, si él aún viviese en un ambiente
tan hostil, debería tener aquel porte y aquella edad.
Las manos de Ítalo, trémulas, temblorosas, se
aproximaron a sus ojos exhaustos, como si lo hiciesen en una
dulce actitud de cariño; pero el hierro incandescente, con la
rapidez del relámpago, le hirió las pupilas orgullosas y claras,
sumergiéndole totalmente en las tinieblas para siempre.

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HACE 2000 AÑOS

En eso, observó la víctima que una gritería infernal


retumbaba en toda la sala.
Un dolor indefinible se irradiaba de la quemadura,
haciéndole sufrir atroces padecimientos.
Él nada más divisaba, aparte de las tinieblas espesas que
le cubrían el espíritu, pero adivinaba que las fuerzas
victoriosas llegaban tardíamente para liberarlo.
En medio de los ruidos ensordecedores, Andrés de
Gioras aún se aproximó al condenado, hablándole al oído:
- ¡Podría matarte, senador infame, pero quiero que
vivas. Voy a revelarte, ahora quién es Ítalo, tu verdugo del
último instante!...
Pero un golpe violento de espada, blandida por un
legionario romano, hiciera caer sin sentido al viejo israelita,
mientras certera puñalada alcanzaba a Ítalo, indeciso en su
estupefacción, que cayó pesadamente junto al torturado,
abrazándole los pies, en un gesto significativo y supremo.
Voces amigas rodearon, entonces, a Publio Léntulus,
en aquel ambiente tumultuoso. Le desataron inmediatamente
los pies y las manos, restituyéndole la libertad de
movimientos, mientras otros legionarios retiraban el cadáver
de Pompilio Crasso, con el pecho vacío en un cuadro
pavoroso de salvajería sangrienta.
Serenados los primeros tumultos y guardando las más
penosas dudas sobre las palabras reticentes del implacable
enemigo, Publio Léntulus, antes de ser llevado por el brazo de
los compañeros al comando de las fuerzas en operaciones,
donde recibiría los primeros socorros, recomendó que
tratasen con el máximo respeto el cadáver de Ítalo, que yacía
al lado de un montón de despojos sangrientos, en los que fue
atendido, obtemperando, entretanto, un compañero:

414
EMMANUEL

- Senador, antes de todo, no os olvidéis de vuestro


estado, que está requiriendo de todos nosotros los más
urgentes cuidados.
Y como si quisiese provocar una explicación
espontánea del herido, en cuanto a su interés por el muerto,
acentuó delicadamente:
- ¿No fue ese hombre quien os infligió el horrendo
suplicio?
Frente a la inopinada pregunta y necesitando justificar
su actitud ante los compatriotas que lo oían, Publio exclamó
con voz dolorosa:
- Amigo mío, os engañáis. Ese hombre cuyo cadáver
ahora no veo, era nuestro coterráneo, prisionero desde hace
mucho tiempo por la saña vengativa de un poderoso señor de
Jerusalén… ¡Observadle los rasgos nobles y concordaréis
conmigo!...
Y mientras se retiraba amparado por los amigos, a fin
de recibir auxilio inmediato e imprescindible, supuso haber
cumplido un deber, al pronunciar aquellas palabras, porque
misteriosas voces le hablaban al corazón, acerca de aquella
mirada generosa que se posara en sus ojos por última vez.
Varios días estuvo Jerusalén entregada al saqueo y al
desorden, llevados a efecto por la soldadesca del Imperio,
hambrienta de placeres y envenenada en el vino siniestro del
triunfo. Todos los jefes de la resistencia israelita fueron
presos, a fin de comparecer a Roma para el último sacrificio,
en homenaje a las fiestas conmemorativas de la victoria. Entre
ellos, se incluía a Andrés de Gioras, que, restablecido de las
escoriaciones recibidas, representaba uno de los que deberían
ser exterminados para alegría de la asistencia festiva en la
Capital del Imperio.
Después de la matanza de once mil prisioneros heridos
o inválidos, masacrados por las legiones vencedoras; después

415
HACE 2000 AÑOS

de los pavorosos espectáculos de la destrucción y saqueo del


magnífico templo, en el cual Israel juzgaba contemplar su
obra eterna y divina para todas las generaciones de su
posteridad prolífica, volvió la caravana compacta de los
vencidos y vencedores, llena de riquezas ilícitas y maravillosos
trofeos, para exhibir, en Roma, todos los ornamentos
ilustrativos de la victoria, entre vibraciones tumultuosas y
cánticos de triunfo.
En una galera confortable y tranquila, viajó Publio
Léntulus, resignado dentro de la noche cerrada de su ceguera,
rodeado de amigos serviciales que hacían de todo por
aminorarle los sufrimientos morales.
Antes de llegar a Roma, muchas veces reflexionó sobre
la mejor manera de dirigirse directamente a Andrés, para
arrancarle la verdad y serenar las dudas íntimas, en cuanto a la
identidad del esclavo de tipo romano, que le hiriera para
siempre, en los preciosos dones de la vista. Él, ahora, estaba
ciego, y para realizar ese deseo tendría que emplear un largo
proceso de providencias, de colaboración extraña, y, por eso,
no había atinado con la mejor manera de oír al judío sin herir
las tradiciones de dignidad personal, mantenida en todos los
momentos de la vida pública.
Fue, así, en ese impase que llegó, nuevamente, al
palacio de Aventino, acompañado de numerosos compañeros
de labores políticas, sorprendiendo amargamente el corazón
de la hija con la noticia trágica y dolorosa de su ceguera.
Ana, cual ángel fraternal, valerosa hermana de todos los
infortunados, sincera discípula del Cristianismo, esperó
cariñosamente a su señor, junto a Flavia que exclamaba llena
de patente desaliento:
- ¡Padre mío, padre mío, pero que desgracia!...
Sin embargo, el viejo patricio, en su optimismo, le
confortaba el espíritu, diciendo:

416
EMMANUEL

- Hija, no te des al trabajo de hacer conjeturas a fondo


sobre los problemas del destino. ¡En todos los
acontecimientos de la vida tenemos que loar los soberanos
designios de los cielos y espero que te encorajes de nuevo,
porque solamente así viviré, ahora, junto a ti, en consolación
afectuosa y recíproca! Fue el propio destino que me apartó
compulsoriamente de las tareas del Estado, a fin de vivir, de
ahora en adelante, solamente para ti.
Entonces, se abrazaron efusivamente, fundiéndose en
ósculos del mismo infortunio, vibraciones de dos almas presas
a los mismos padecimientos.
Publio Léntulus, después del necesario descanso, y a
pesar de la ceguera que le imposibilitaba las iniciativas, no
perdió las esperanzas de oír la palabra del enemigo
implacable, aún una vez más, y, para eso, aguardó el día
ansiosamente esperando por el pueblo romano, de las
soberanas fiestas del triunfo.
Conviene acentuar que el viejo senador fue conducido
a la ciudad inmediatamente, en virtud de su especialísima
situación; pero el vencedor y sus numerosas legiones entrarían
en Roma con todos los fastuosos protocolos de los
triunfadores, de conformidad con los numerosos reglamentos
de la antigua República.
En el día señalado, toda la Capital, con su población de
un millón y medio de habitantes, aproximadamente,
aguardaba las magníficas conmemoraciones de la victoria.
Desde las primeras horas del día, comenzaron a
agruparse a las puertas de la ciudad las legiones vencedoras,
desarmadas, vistiendo delicadas túnicas de seda, ostentando
soberbias aureolas de gloria. Transformando las puertas de la
ciudad, bajo los aplausos estruendosos de multitudes sin fin,
les fue ofrecido un esplendido banquete, presidido por el
propio emperador y su hijo.

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HACE 2000 AÑOS

Vespasiano y Tito, inmediatamente después de la


ceremonia del senado, en el Pórtico de Octavia, se
encaminaron hacia la Puerta Triunfal. Allí, ofrecieron un
sacrificio a los dioses y tomaron los símbolos del triunfo en
las aparatosas festividades imperiales. Realizada esa
ceremonia, se puso en marcha el gran cortejo, al cual Publio
Léntulus no faltó, con la secreta intención de oír la palabra
reveladora del jefe prisionero, cuyo cadáver, después de los
sacrificios de aquel día, sería lanzado a las aguas del Tiber, de
acuerdo con las tradiciones vigentes.
Todos los trofeos de las batallas sanguinolentas y todos
los vencidos, en número considerable, eran llevados
igualmente en procesión, en la indescriptible fiesta.
Al frente del inmenso cortejo, seguía incalculable
cantidad de obras de oro puro, adornadas de colores variados
y vistosos, e, inmediatamente después, piedras preciosas en
número incontable, no solo en coronas de fulgurante belleza,
sino también en maderas que maravillaban a los espectadores
por la variedad, siendo de notar que todos esos tesoros eran
cargados por jóvenes legionarios vistiendo túnicas de púrpura,
con graciosos ornamentos dorados.
Después de la exhibición de los tesoros conquistados
por el triunfador, venían, por centenares, las estatuas de los
dioses, tallados en marfil, en oro, y en plata, de prodigiosos
tamaños.
En seguida a los dioses, todo un ejército de animales,
de las más variadas especies, entre los cuales se distinguían
numerosos dromedarios y elefantes cubiertos de magníficas
pedrerías.
Acompañando a los animales, la multitud compacta y
agobiada de los prisioneros vulgares, exhibiendo su miseria y
miradas tristes, procurando ocultar de los espectadores

418
EMMANUEL

impiedosos e irreverentes los hierros pesados que los


maniataban.
Después de los prisioneros sucumbidos, pasaban los
simulacros de las ciudades vencidas y humilladas,
confeccionados con gran esmero, sustentados en los hombros
de numerosos soldados, semejantes a los modernos carros
alegóricos de las fiestas carnavalescas. Habían
representaciones de todas las ciudades destruidas y saqueadas,
de batallas victoriosas, sin faltar el arrastramiento de los
campos, la caída de murallas y los incendios devastadores.
Después de esos símbolos, iban los despojos riquísimos
de los pueblos vencidos y de las ciudades conquistadas,
principalmente, los de Jerusalén, cargados con mucho desvelo
por los legionarios. Bajo los aplausos escandalosos e
irreverentes de la turba que se apiñaba por todas partes,
desfilaron las estatuas representando a las figuras de Abrahán
y de Sara, así como de todas las personalidades reales de la
familia David, y además todos los objetos sagrados del famoso
templo de Jerusalén, tales como la mesa de los Panes de
Proposición, hecha de oro macizo, las trompetas del jubileo,
el candelabro de oro con siete brazos, los paramentos de alto
valor intrínsecos, los velos sagrados del Templo, y, por fin, la
Ley de los judíos, que seguía atrás de todos los despojos
materiales, pillados por las fuerzas triunfadoras. Cada objeto
era cargado en carruajes preciosos y bien ornamentados, en
los hombros de los legionarios Romanos coronados de
laureles.
Después de los textos de la Ley, seguía Simón, el
desventurado jefe supremo de todos los movimientos de la
resistencia de Jerusalén, acompañado de sus tres auxiliares
directos, inclusive Andrés de Gioras. Todos esos jefes de la
larga y desesperada resistencia vestían de negro y caminaban

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HACE 2000 AÑOS

solemnemente al sacrificio, después de ser exhibidos en todas


las conmemoraciones festivas del triunfo.
En seguida, venían los carros soberbios y magníficos de
los triunfadores. Después del paso deslumbrante de
Vespasiano, desfilaba Tito en un océano de púrpura, de sedas
y bermejo, simbolizando al mismo Júpiter, en la embriaguez
de su victoria.
En el séquito de honor, pasaba igualmente el senador
valetudinario y ciego, no por el placer en los homenajes, sino
con el deseo secreto de oír la palabra de Andrés, antes del
trágico momento en que su cuerpo se balancease sobre las
aguas lodosas del Tiber, en el instante de la consumación del
último suplicio, bajo los aplausos delirantes del pueblo.
Después de los carros imperiales de los vencedores y
sus áulicos más íntimos, venía el ejército compacto,
entonando los himnos de la victoria, mientras todas las calles
y plazas, foros y pórticos, terrazas y ventanas, se llenaban de
incalculables multitudes curiosas.
El cortejo se movilizó solemnemente, desde la Puerta
Triunfal hasta el Capitolio. Varias horas fueron gastadas en el
trayecto, a través del sinuoso camino, por cuanto la festividad
era consumada de forma que llevase sus esplendores por los
rincones más aristocráticos del patriarcado romano.
En dado momento, antes de elevarse a la colina, todo
el cortejo paró y los ojos ansiosos de la multitud convergieron
hacia Simón y sus tres compañeros, auxiliares directos de su
comando en la resistencia de la famosa ciudad.
Publio Léntulus, si bien, estaba ciego, era afecto al
tradicionalismo de aquellas conmemoraciones, y comprendió
que había llegado el instante supremo.
En virtud de su acaso especialísimo y considerando la
deferencia que la autoridad juzgaba deberle, el emperador se
preocupaba con su situación en el cortejo, recomendando al

420
EMMANUEL

hijo, Domiciano, a atender cualquier necesidad que tuviese en


tales circunstancias.
En aquel momento, bajo las vibraciones ruidosas del
delirio popular, se procedía al flagicidio de Simón, frente a
toda Roma embriagada y victoriosa, mientras Andrés de
Gioras y dos compañeros eran conducidos a la Prisión
Mamertina, donde aguardarían al jefe, después de la
flagelación, para la muerte en conjunto, de manera que los
cadáveres pudiesen ser arrastrados a través de las Gemonias y,
bajo las miradas del pueblo, lanzados a las corrientes del
Tiber.
Con el alma ansiosa, pero dispuesto a realizar sus
designios, el senador llamó al príncipe a cuya asistencia fuera
recomendado, expresándole el deseo de dirigirle la palabra a
uno de los prisioneros, en particular y en condiciones secretas,
en lo que fue inmediatamente atendido.
Domiciano le tomó del brazo con atención y,
conduciéndolo a una dependencia de la siniestra prisión,
determinó la venida de Andrés a un cubículo aislado y
secreto, conforme al deseo de Publio, aguardando el fin de la
entrevista en una sala próxima, conjuntamente con algunos
guardias, tan pronto penetró el condenado para el
interrogatorio del antiguo político del senado.
Enfrentándose, los dos enemigos tuvieron una extraña
sensación de malestar. Publio Léntulus no podía verlo más,
pero si sus ojos ya no tenían expresión emotiva, chamuscadas
para siempre las pupilas claras y enérgicas, su perfil erecto
manifestaba las emociones que lo dominaban.
- Señor Andrés, - exclamó el senador, profundamente
emocionado -, contra todos mis hábitos provoqué este
encuentro secreto, para esclarecer mis dudas sobre las palabras
reticentes en Jerusalén, en el día que consumasteis vuestras
impiedosas determinaciones a mi respecto. No quiero, ahora,

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HACE 2000 AÑOS

entrar en pormenores sobre vuestra actitud, sino tan solo


informaros, en este momento en que la justicia de Imperio os
toma a su cuenta, que todo hice por devolveros al hijo
prisionero, cumpliendo un deber de humanidad, al recibir
vuestras súplicas. Lamento que mis providencias tardías no
alcanzasen el efecto deseado, fermentando tan violenta
odiosidad en vuestro corazón. Pero, ahora, ya no ordeno más.
Un ciego no puede determinar medidas de cualquier
naturaleza, en vista de las penosas obligaciones de su vida,
pero solicito vuestro esclarecimiento, sobre la personalidad
del esclavo que me chamuscó la vista para siempre!...
Andrés de Gioras estaba igualmente abatidísimo en su
decrepitud enfermiza. Conmovido por la actitud de aquel
padre humillado e infeliz y haciendo la íntima retrospección
de sus actos criminales, en aquellas horas supremas de su vida,
respondió extremadamente compungido:
- Senador Léntulus, la hora de la muerte es diferente de
todas las otras que el destino concede a nuestra existencia a la
vista de este mundo… Es por eso, tal vez, que siento mi odio
transformado ahora en piedad, evaluando vuestro sufrimiento
amargo y rudo. Desde que fui preso, vengo considerando los
errores de mi vida criminal… Trabajando en el Templo y
viviendo para el culto de Ley de Moisés, sólo ahora reconozco
que Dios concede libertad de acción a todos sus hijos,
mayormente a sus sacerdotes, tocándoles la conciencia, en el
momento de la muerte, cuando nada más resta sino la
presentación del alma fallida, ante un tribunal al que nadie
puede mentir o sobornar!... Sé que es tarde para reaccionar en
el camino recorrido, a fin de rehacer nuestros actos; pero un
sentimiento nuevo me hace hablaros aquí con la sinceridad
del corazón, que, acicalado por el juicio divino, ya no puede
engañar a nadie.

422
EMMANUEL

Hace casi cuarenta años, vuestra austeridad orgullosa,


determinó la prisión de mi único hijo, remitiéndolo
impiedosamente para las galeras, y en balde imploré vuestra
clemencia de hombre público, para mi espíritu
desamparado… De las galeras, mi pobre Saúl fue remitido
para Roma, donde fue vendido, miserablemente, en un
mercado de esclavos, al senador Flaminio Severus…
En ese instante, el ciego, que escuchaba atenta y
eminentemente emocionado, al identificar, en aquella
narrativa, al verdugo de la hija, lo interrumpió preguntando:
- ¿Flaminio Severus?
- Sí, era también, como vos, un senador del Imperio.
Profundamente emocionado, al ligar los hechos
dolorosos de su familia a la persona del antiguo liberto, pero
necesitando de todas las energías morales para dominarse, el
senador contuvo en lo íntimo su amargura, conservándose en
actitud de expresivo silencio, mientras el condenado
proseguía:
- Sin embargo, Saúl, fue feliz… Abrazó la libertad e
hizo fortuna, volviendo de vez en cuando a Jerusalén, donde
me ayudó a prosperar; pero, debo revelaros que, no obstante
los textos de la Ley predicada por mí muchas veces, que nos
mandan desear al prójimo lo que desearíamos para nosotros
mismos, no crucé los brazos ante vuestra arbitrariedad
criminal, jurando vengarme a cualquier precio; para esto, en
una noche tranquila, secuestré a vuestro pequeñito Marcus en
vuestra residencia de Cafarnaúm, en complicidad con una de
vuestras siervas, que más tarde tuve que envenenar para que
no fuese a revelar el secreto e impedir mis siniestros
propósitos, cuando vuestra ansiedad paterna instituyó, en
Jerusalén, el premio de un Gran Sestercio a quien descubriese
el paradero del pequeñito… Os recordaréis, por cierto, de la
criada Sémele, que murió repentinamente en vuestra casa…

423
HACE 2000 AÑOS

Mientras Andrés de Gioras se detenía en la triste


confesión que le tocaba las fibras más íntimas del alma,
representando cada palabra un estilete de amargura
destrozándole el corazón, Publio Léntulus llegaba
tardíamente al conocimiento de todos los hechos, recordando
los angustiosos martirios de la compañera, como esposa
calumniada y madre cariñosa.
Impresionado con su silencio doloroso, Andrés
continuaba:
¡Pues bien, senador; obedeciendo a mis sentimientos
condenables, rapté a vuestro hijito, que creció humillado en
los más rudos trabajos del campo… le aniquilé la
inteligencia… le favorecí el ingreso en los vicios más
despreciables, por el placer diabólico de humillar a un
romano enemigo, hasta que culminé mi venganza en nuestro
encuentro inesperado! ¡Pero, ahora, estoy ante la muerte y no
sé ver más nuestra situación, sino como la de padres
desventurados…! ¡Sé que voy a comparecer en breve al
tribunal del más íntegro de los jueces, y, si os fuese posible, yo
deseaba que me dieseis un poco de paz con vuestro perdón!
El viejo senador del Imperio no sabría explicar sus
profundos dolores, oyendo aquellas revelaciones angustiosas y
amargas. Oyendo a Andrés, sentía ímpetus de preguntar por
el hijito cuando era niño, por sus tendencias, por las
aspiraciones de la juventud; deseaba enterarse de sus trabajos,
de sus predilecciones, pero cada palabra de aquella amarga
confesión era una puñalada en sus sentimientos más sagrados.
Cual estatua muda del infortunio, aún oyó al prisionero
repetir, casi en lágrimas, arrancándolo de sus divagaciones
sombrías y tormentosas:
- Senador – insistía él, suplicando tristemente -,
¡perdonadme! Quiero comprender el espíritu de mi Ley, a

424
EMMANUEL

pesar del último instante!... ¡Perdonad mi crimen y dadme


fuerzas para comparecer ante la Luz de Dios!...
Publio le oía la voz suplicante, mientras una lágrima de
dolor indescriptible rodaba de sus ojos tristes y apagados.
¿Perdonar? ¿Pero cómo? ¿No fuera él, Publio, el
ofendido y la víctima de una existencia entera? Singulares
emociones le conmovían lo íntimo, mientras numerosos
sollozos le morían en la garganta oprimida.
Frente a él estaba el enemigo implacable que lo
procurara en vano, por consecutivos y largos años de
infelicidad. Pero, en su introspección, sabía entender,
igualmente, sus propias culpas, recordando los excesos de su
severidad vanidosa. También él estaba allí como un cadáver
ambulante, en el seno de las sombras espesas. ¿De qué
valieron las honras y el orgullo desenfrenado? Todas sus
esperanzas de ventura estaban muertas. Todos sus sueños
aniquilados. Señor de considerable fortuna, no viviría más, en
el mundo, sino para cargar el ataúd negro de las ilusiones
despedazadas. Sin embargo, en su íntimo se negaba al perdón
de la hora extrema. Fue entonces que se recordó de Jesús y de
su doctrina de amor y piedad por los enemigos. El Maestro de
Nazaret perdonara a todos sus verdugos y enseñara a los
discípulos que el hombre debe perdonar setenta veces siete
veces. Recordó, igualmente, que, por Jesús, su esposa
inmaculada muriera en las ignominias del circo infamante;
por Jesús volviera Flaminio del reino de las sombras, para
inclinarlo, un día, al perdón y a la piedad…
Los ruidos de afuera denunciaban que la última hora
de Andrés estaba próxima. El propio Simón ya caminaba
vacilante y ensangrentado, después del azote, para el interior
de la prisión, culminando el suplicio.
Fue entonces que Publio Léntulus, abandonara todas
las tradiciones de orgullo y vanidad, sintió que en lo íntimo

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HACE 2000 AÑOS

del alma brotaba una fuente de linfa cristalina. Copiosas


lágrimas le descendieron por la faz arrugada y macilenta, de
las órbitas sin expresión, de los ojos muertos y, como si
desease mirar al enemigo con los ojos espirituales, a fin de
mostrarle su conmiseración, exclamó con la voz firme:
- Estáis perdonado…
Volviendo inmediatamente a la sala contigua y sin
esperar ninguna respuesta, comprendió que había llegado la
última hora del enemigo.
En pocos minutos, el cadáver de Andrés de Gioras era
arrastrado a las Gemonias, para ser lanzado al Tíber
silencioso.
El senador nada más percibió del resto de las
numerosas ceremonias en el Templo de Júpiter.
El cortejo estaba ahora iluminado por la claridad de
mil antorchas colocadas por los esclavos en cuarenta elefantes,
por orden de Tito, al caer las primeras sombras de la noche,
pero el senador, agobiado en sus padecimientos morales,
regresaba en litera al palacio de Aventino, donde se encerró en
sus apartamentos particulares, alegando gran cansancio.
Tanteando en su noche, se abrazó a la cruz de Simón,
que le fuera dejada por la creencia de la esposa, mojándola
con las lágrimas de su desventura.
En meditaciones profundas y dolorosas, pudo entonces
comprender que Livia viviera para Dios y él para César
recibiendo ambos compensaciones diferentes en la senda del
destino. Y mientras el yugo de Jesús fuera suave y leve para su
esposa, su altivo corazón estaba preso al terrible yugo del
mundo, sepultado en sus dolores irremediables, sin claridad y
sin esperanza.

426
EMMANUEL

IX RECUERDOS AMARGOS
Inmediatamente después de los penosos
acontecimientos del 70 y de conformidad con los deseos de
Flavia, el senador pasó a residir en la vivienda confortable que
él poseía en Pompeya, lejos de los bullicios de la Capital. Allí
podría entregarse mejor a sus meditaciones.
Hacia allá transportara entonces, el viejo político, todo
su voluminoso archivo, así como los recuerdos más cariñosos
y más importantes de su vida.
Dos libertos griegos, extremadamente cultos, fueron
contratados para los trabajos de escritura y lectura, y era así,
como en su retiro, se mantenía al corriente de todas las
novedades políticas y literarias de Roma.
En esos tiempos lejanos, cuando el hombre se
encontraba lejos aún de los beneficios preciosos de la
invención de Gutenberg, los manuscritos romanos eran raros
y sumamente disputados por las élites intelectuales de la
época. Una casa editora disponía, casi siempre, de una
centena de esclavos calígrafos, inteligentes, que
confeccionaban más o menos mil libros por año.
Aparte de eso, Publio, poseía en Roma sinceras y
numerosas amistades a su servicio, recibiendo en Pompeya
todos los ecos de los acontecimientos de la ciudad que le
absorbiera las mejores energías de la vida.
A menudo, recibía también noticias de Plinio Severus,
por intermedio de amigos desvelados, confortándose con las
informaciones sobre su conducta, ahora digna, por cuanto,
por los méritos conquistados en las Galias, fuera transferido,
después del 73, para Roma, donde, por la corrección del
427
HACE 2000 AÑOS

proceder, aunque tardíamente, conquistara una posición


respetable y brillantes, prosiguiendo en las tradiciones de la
probidad paterna, en los cargos administrativos del Imperio.
Y Plinio, por su parte, no volviera más a procurar a la
esposa ni aquél que el destino lo compelía a considerar como
un padre dedicado y cariñoso, si bien no ignoraba el supremo
infortunio de sus familiares. En lo íntimo, el antiguo oficial
romano no desdeñaba la idea de regresar al seno de los seres
queridos; pero, deseaba hacerlo en condiciones de disipar
todas las dudas en cuanto al considerable esfuerzo sobre sí
mismo, para su regeneración. Escalando puestos de confianza
en la administración de los Flavianos, quería una posición de
mayores ventajas morales, para llevar a sus íntimos, la certeza
de su rehabilitación espiritual.
Corría el año 78, en la placidez de los paisajes
hermosos de la Campania. Mientras Tibur representaba una
estación de cura y descanso regenerador para los romanos más
ricos. Pompeya era la ciudad de los romanos más sanos y más
felices. En sus vías públicas se encontraba, a cada paso, los
mármoles soberbios y el buen gusto de las más bellas
construcciones de la capital aristocrática del Imperio. En sus
templos suntuosos, se aglomeraban asambleas brillantes, de
patricios educados y cultos, que se instalaban en la hermosa
ciudad, poblada de cantores y poetas, al pie del Vesubio, e
iluminada por un cielo de maravillas, lleno de radiante sol o
bordado de estrellas resplandecientes.
Publio Léntulus, ahora, apreciaba sobremanera la
palabra simple y convincente de Ana, que envejeciera al lado
de Flavia, cual bella figura de marfil antiguo. Era de ver el
interés, la conmoción, la alegría al oírla sobre la excelencia de
los principios cristianos, cuando se entretenían en
recordaciones de la Judea distante.

428
EMMANUEL

En esas amables charlas, entre los tres, casi siempre


posteriores a la cena, se discutía la figura de Cristo y las
sublimadas ilaciones de su doctrina, consiguiendo el senador,
por la fuerza de las circunstancias, meditar mejor en los
grandiosos postulados del Evangelio, aún fragmentado y casi
desconocido, para ligar los principios generosos y santos del
Cristianismo a la personalidad de su divino fundador.
Largas horas permanecían allí, en la terraza amplia,
bajo la luz suave de las estrellas y usufructuando la caricia de
las brisas de la noche, que eran como soplos de inspiraciones
celestes, aquellas tres criaturas, en cuyas frentes se marcaban
las experiencias de los años.
A veces, Flavia tocaba un poco de música, que le salía
del arpa como vibrante gemido de dolor y de nostalgia,
alcanzando el corazón paterno sumergido en el abismo de las
reminiscencias dolorosas. Es que la música de los ciegos es
siempre más espiritualizada y más pura, porque, en su arte,
habla el alma profundamente, sin las emociones dispersas de
los sentidos materiales.
Una noche, y obedeciendo al hábito de muchos años,
vamos a encontrar a aquellas tres criaturas en la espaciosa
terraza de la villa de Pompeya, en dulces rememoraciones.
Había más de siete años que casi todas las
conversaciones versaban, allí, sobre la personalidad del Mesías
y la excelsa pureza de su doctrina, observada, antes de todo, la
necesaria discreción, por cuanto los adeptos del Cristianismo
continuaban perseguidos, si bien con menos crueldad.
En todo caso, invariablemente, la conversación era de
enfermos y de viejos, sin provocar el interés de los amigos más
jóvenes y más felices.
Después de algunos recuerdos y comentarios de Ana,
sobre la angustiosa tarde del Calvario, exclamaba el viejo
senador en tono convencido:

429
HACE 2000 AÑOS

- ¿Para mí, tengo la certeza de que Jesús quedará para


siempre en el mundo, como el más elevado símbolo de
consolación y fortaleza moral para todos los sufridores y para
todos los tristes!...
Desde los primeros días de mi ceguera material
procuro, íntimamente, comprenderle la grandeza y no
consigo aprender todas la extensión de su excelsitud y de sus
enseñanzas.
Recuérdame, como si fuese ayer, del crepúsculo
hermoso en el que lo vi por primera vez, a lo largo de las
márgenes del Tiberíades…
- Yo también – murmuró Ana – no consigo olvidar
aquellas tardes deliciosas y claras en las que todos los siervos y
sufridores de Cafarnaúm nos reuníamos a la orilla del gran
lago, esperando el suave éxtasis de sus palabras.
Y como si estuviese contemplando el desfile de sus
recordaciones más queridas, con los ojos de la imaginación, la
vieja sierva continuaba:
- El Maestro apreciaba la compañía de Simón y de los
hijos de Zebedeo y, casi siempre, era en una de sus barcas que
él venía, solícito, a atender a nuestras rogativas.
- Lo que más me asombraba – decía Publio Léntulus,
impresionado – es que Jesús no era, que se supiese, un doctor
de la Ley o sacerdote formado por las escuelas humanas. Sin
embargo, su palabra, estaba como ungida de una gracia
divina. La mirada serena e indefinible penetraba el fondo del
alma y la sonrisa generosa tenía la complacencia de quien,
poseyendo toda la verdad, sabía comprender y perdonar los
errores humanos. Sus enseñanzas, meditadas diariamente por
mí, en estos últimos años, son revolucionarias y nuevas, pues
arrasan con todos los preconceptos de raza y de familia,
uniendo a las almas en un gran abrazo espiritual de
fraternidad y tolerancia. La filosofía humana jamás nos dijo

430
EMMANUEL

que los afligidos y pacíficos son bienaventurados en el cielo;


entretanto, con sus lecciones renovadoras, modificamos el
concepto de virtud, que, para el Dios soberano y
misericordioso de las Alturas, no está en el hombre más rico y
poderoso del mundo, sino en el más justo y más puro,
aunque sea humilde y pobre.
Su palabra compasiva y cariñosa esparció enseñanzas
que solamente hoy puedo comprender, en la sombra espesa y
triste de mis sufrimientos…
- Papá – preguntó Flavia Lentulia, extremadamente
interesada en la conversación - ¿Llegaste a ver al profeta
muchas veces?...
- No, hija. Antes del día nefasto de su muerte
infamante en la cruz, solamente lo vi una vez, en el tiempo en
que eras pequeñita y enferma. ¡Sin embargo, eso bastó, para
que yo recibiese en sus palabras sublimes, luminosas lecciones
para toda la vida. Sólo hoy entiendo sus exhortaciones
amigas, comprendiendo que mi existencia fue una buena
oportunidad perdida!... Además, ya en aquel tiempo, su
profunda palabra me decía que yo enfrentaba, en el minuto
de nuestro encuentro, la maravillosa ocasión de todos mis
días, agregando, en su extraordinaria benevolencia, que yo
podría aprovecharlo en aquella época o de ahí a milenios, sin
que me fuese posible aprender el sentido simbólico de sus
palabras…
- Todas las concesiones de Jesús se sustentaban en la
Verdad santificada y consoladora – acrecentó Ana, gozando
ahora de toda la intimidad con sus señores.
- Sí – exclamó Publio Léntulus, concentrado en sus
reminiscencias -, mis observaciones personales me autorizan a
creer de la misma forma.
Si yo hubiese aprovechado la exhortación de Jesús en
aquel día, tal vez hubiese aligerado más de la mitad de las

431
HACE 2000 AÑOS

pruebas amargas que la Tierra me reservaba… Si hubiese


buscado comprender su lección de amor y humildad, habría
procurado a Andrés de Gioras, personalmente, reparando el
mal que le había hecho, con la prisión del hijo ignorante,
demostrándole mi interés individual, sin confiar tan solo en
los funcionarios irresponsables que se encontraban a mi
servicio… Guiado por ese interés, habría encontrado a Saúl
fácilmente, pues Flaminio Severus sería, en Roma, el
confidente de mis deseos de reparación, evitando de esa
manera la dolorosa tragedia de mi vida paternal.
Si hubiese entendido bastante su caridad, en la cura de
mi hija, habría conocido mejor el tesoro espiritual del corazón
de Livia, vibrando con su espíritu en la misma fe, o cayendo
conjuntamente con ella en la arena ignominiosa del circo, lo
que sería suave, en comparación con las lentas agonías de mi
destino; habría sido menos vanidoso y más humano, si le
hubiese entendido la lección de fraternidad…
- Papá – exclamaba, la hija, para confortarle las agruras
del corazón -, si Jesús es la sabiduría y la verdad, de cualquier
modo él sabría comprender las razones de vuestra actitud,
sabiendo que fuisteis forzado por las circunstancias a
mantener ese o aquel principio en vuestra vida.
- Hija mía, en estos últimos años – contestó Publio,
ponderadamente – tengo la presunción de haber llegado a las
más seguras conclusiones con respeto a los problemas del
dolor y del destino…
Creo hoy, con la experiencia propia que las actividades
penosas del mundo me ofrecían, que nosotros contribuimos,
sobre todo, para agravar o atenuar los rigores de la situación
espiritual, en las tareas de esta vida. Admitiendo, ahora, la
existencia de un Dios Todo Poderoso, fuente de toda la
misericordia y de todo el amor, creo que su Ley es la del bien
supremo para todas las criaturas. Ese código de solidaridad y

432
EMMANUEL

de amor debe regir a todos los seres y, dentro de sus


dispositivos divinos, la felicidad es la determinación del cielo
para todas las almas. Toda vez que caemos a lo largo del
camino, favoreciendo el mal o practicándolo, efectuaremos
una intervención indebida de la Ley de Dios, con nuestra
libertad relativa, contrayendo una deuda con el peso de los
infortunios…
¡No refiriéndome a mis actos personales; que agravaron
mis angustiosos dolores íntimos, y considerando a Jesús como
medianero entre nosotros y Aquél a quien su profunda
palabra llamaba Padre Nuestro, quedo hoy penando si no
cometí un error, forzando su misericordia con mi súplica
paternal, a fin de que continuase viviendo en este mundo,
para nuestro amor en la familia, cuando eras pequeñita!...
Flavia Lentulua y Ana, que acompañaban a los
raciocinios del senador, desde muchos años, le seguían las
conclusiones morales, llenas de sorpresa, en vista de la
facilidad íntima con que sabía aliar las penosas lecciones de su
destino a los principios predicados por el profeta de Nazaret.
- En verdad, padre mío – dijo Flavia Lentulia, después
de larga pausa -, tengo la impresión de que las fuerzas divinas
habían deliberado arrebatarme del mundo, considerando los
dolores penosos que me esperaban en la senda escabrosa de
mi destino desventurado…
- Sí – agregó el senador, cortándole la palabra -, ahora
sí que me comprendiste bien. La vida y el sufrimiento nos
enseñan a entender mejor el plan de las determinaciones de
orden divino.
¡Antiguos iniciados de las religiones misteriosas del
Egipto y de la India creen que volvemos varias veces a la
Tierra, en otros cuerpos!...
En ese instante, el viejo patricio hizo una pausa.

433
HACE 2000 AÑOS

Recordóse de sus antiguos sueños, cuando, al verse con


la indumentaria de Cónsul en el tiempo de Catilina, infligía a
los enemigos políticos el suplicio de la ceguera, con el hierro
incandescente, cundo se llamaba Publio Léntulus Sura.
En sus pensamientos caía como un torrente de
ilaciones nuevas y sublimadas, como si fuesen renovadoras
inspiraciones de la sabiduría divina.
Pero, después de algunos instantes, como si el reloj de
la imaginación se hubiese parado algunos minutos, para que
el corazón pudiese escuchar el tropel de los recuerdos en el
desierto de su mundo subjetivo, murmuraba, confortado, en
la posesión tardía del derrotero de su amargo destino…
- Hoy creo, hija mía, que, si las energías sabias del cielo
habían decidido tu muerte, cuando eras pequeñita –
determinación esa que yo posiblemente contrarié con mi
súplica angustiosa de padre, descubierta en silencio por el
Mesías de Nazaret en lo recóndito de mi orgulloso e infeliz
corazón – es que deberías quedar libre de la cárcel que te
prendía, para prepararte mejor para la resignación, para la
fortaleza y para los sufrimientos. Ciertamente, renacerías más
tarde y encontrarías las mismas circunstancias y los mismos
enemigos, pero tendrías un organismo más fuerte para resistir
a los embates penosos de la existencia terrestre.
Reconocemos hoy, por tanto, que hay una ley soberana
y misericordiosa a la que debemos obedecer, sin interferir en
su mecanismo hecho de misericordia y sabiduría…
En cuanto a mí, que tuve el organismo resistente y
fibra espiritual saturada de energía, siento que, en otras vidas,
procedí mal y cometí crímenes nefastos.
Mi actual existencia habría de ser un inmenso rosario
de infinitas amarguras, pero veo tardíamente que si hubiese
ingresado en el camino del bien, habría rescatado un montón
de pecados del pretérito obscuro y delictuoso. ¡Ahora

434
EMMANUEL

entiendo la lección de Cristo como enseñanza inmortal de la


humildad y del amor, de la caridad y del perdón – caminos
seguros para todas las conquistas del espíritu, lejos de los
círculos tenebrosos del sufrimiento!
Y recordando el sueño que relataba a Flaminio, en los
tiempos idos, concluía:
- La expiación no sería necesaria en el mundo, para el
perfeccionamiento del alma, si comprendiésemos el bien,
practicándolo en hechos, palabras y pensamientos. Si es
verdad que nací condenado al suplicio de la ceguera, en tan
trágicas circunstancias, tal vez hubiese evitado la consumación
de estas pruebas, si abandonase mi orgullo para ser un
hombre humilde y bueno.
Un gesto de generosidad de mi parte habría
modificado las íntimas disposiciones de Andrés de Gioras;
pero, la realidad es que, no obstante todos los preciosos avisos
de lo Alto, continué con mi egoísmo, con mi vanidad y con
mi criminal impenitencia. Agravé, de ese modo, mis débiles
clamorosos ante la Justicia Divina, y no puedo esperar la
magnanimidad de los jueces que me aguardan…
El viejo Publio Léntulus tenía una lágrima dolorosa en
el canto de los ojos apagados, pero Ana, que ansiosa le
escuchaba las palabras y conceptos, y que se regocijaba
íntimamente verificando que el orgulloso señor llegara a las
más justas conclusiones de orden evangélico, ilaciones que
también ella había alcanzado en las meditaciones del la vejez,
esclarecía, bondadosamente, como si sus afirmativas simples e
incisivas llegasen en el momento justo para consolación de
todos:
- Senador, todas vuestras observaciones son sensatas y
justas. Esa ley de las vidas múltiples, a favor de nuestro
aprendizaje, en las luchas penosas del mundo, yo la acepto
plenamente, pues, en sus divinas lecciones, Jesús aseveró que

435
HACE 2000 AÑOS

nadie podrá penetrar el reino de los cielos sin renacer de


nuevo. Presumo, que a pesar de vuestra ceguera material y de
vuestros padecimientos, que sé comprender en toda su
angustiosa intensidad, debéis traer el alma plena de creencias
y de esperanzas en el futuro espiritual, porque también Cristo
nos afianzó que Nuestro Padre no quiere que se pierda una
sola de sus ovejas!...
Publio Léntulus sintió que una fuerza inexplicable le
brotaba en lo íntimo, como si fuera un manantial
desconocido, de extraño consuelo, preparándolo para
enfrentar dignamente todas las amarguras.
- Sí – murmuró suavemente -, ¡Siempre Jesús!...
¡Siempre Jesús!... Sin él y sin las enseñanzas de sus palabras
que nos hinchen de coraje y de fe para alcanzar un reino de
paz en el porvenir del alma, no sé lo que sería de las criaturas
humanas, encadenadas a la cárcel de los sufrimientos
terrestres… ¡Siete años de padecimientos infinitos en la
soledad de mis ojos muertos, se me parecen a siete siglos de
aprendizaje cruel y doloroso! ¡Pero, solamente, así, podría
llegar a entender la lección del Crucificado!
El viejo patricio, al pronunciar la palabra
“Crucificado”, condujo nuevamente el pensamiento a
Jerusalén, en la Pascua del año 33. Recordó que tuviera en las
manos el proceso del Emisario Divino y, sólo entonces,
ponderó la tremenda responsabilidad en la que se viera
envuelto en aquel día inolvidable y doloroso, exclamando
después de larga pausa:
- ¡Y pensar que, para un espíritu como aquel, no hubo
siquiera un gesto decisivo de defensa, de nuestra parte, en el
angustioso momento de la cruz infamante!... ¡A mí, que ahora
vivo tan solo de mis recordaciones amargas, me parece, verlo
aún al frente de mis ojos, en los tristes estigmas de la
flagelación!...

436
EMMANUEL

¡En él, se concentraba todo el amor supremo del cielo


para redención de las miserias de la Tierra, entre tanto, no vi
a persona alguna trabajar por su libertad, o actuar
efectivamente en su favor!...
- Menos alguien… exclamó Ana, inopinadamente.
- ¿Quién llegó a tener ese noble gesto? – preguntó el
viejo ciego, admirado. – No me constó que nadie lo
defendiese.
- Es porque ignorasteis hasta hoy, que vuestra digna
consorte y mi inolvidable benefactora, atendiendo a nuestros
ruegos, se dirigió inmediatamente a Poncio Pilatos, tan
pronto el triste cortejo había salido de la corte provincial
romana, para interceder por el Mesías de Nazaret,
injustamente condenado por la multitud enfurecida. Recibida
por el gobernador en su gabinete particular, fue en vano que
la noble señora imploró compasión y piedad para el Divino
Maestro.
- ¿Entonces, Livia llegó a dirigirse a Pilatos para
suplicar por Jesús? – preguntó el senador, interesado y
perplejo, recordando aquella tarde angustiosa de su vida y
rememorando las calumnias de Fulvia, con respecto a la
esposa.
- ¡Sí – respondió la sierva -, por Jesús, su corazón
magnánimo despreció todas las convenciones y todos los
preconceptos, no vacilando en atender a nuestras súplicas,
haciendo de todo por salvar al Mesías de la muerte infamante!
Publio Léntulus sintió, entonces, gran dificultad para
exteriorizar sus pensamientos, con la garganta sofocada de
emoción, dentro de sus amargos recuerdos, y con los ojos
muertos, mareados de lágrimas…
Ana recordó, entonces, todos los por menores de aquel
día doloroso, relatando sus pasadas emociones, mientras el

437
HACE 2000 AÑOS

senador y la hija le escuchaban la palabra, tomados de llanto


en el camino del dolor, de la gratitud y de la nostalgia.
Y era de ese modo que, al fin de cada día, bajo el cielo
brillante y perfumado de Pompeya, aquellas tres almas se
preparaban para las realidades consoladoras de la muerte,
dentro de la claridad tierna y triste de las lecciones amargas
del destino, en la estela de las recordaciones amigas.

438
EMMANUEL

X EN LOS ÚLTIMOS MINUTOS DE


POMPEYA
En una radiante mañana del año 79, toda Pompeya
despertó en rumores festivos.
La ciudad había recibido la visita de un ilustre cuestor
del Imperio y, en aquél día, todas las calles se movían en
alacridad barullenta, aguardándose, para breves horas, las
fiestas deslumbrantes del anfiteatro, con que la
administración deseaba celebrar el evento, en medio de la
alegría general.
Para el viejo senador Publio Léntulus, el
acontecimiento se revestía de especial importancia, por
cuanto el distinguido huésped de Pompeya le traía
significativo mensaje, así como honrosas deferencias de Tito
Flavius Vespasiano, entonces emperador, en sucesión de su
padre.
Aún más.
En el séquito del cuestor ilustre venía, igualmente,
Plinio Severus en plenitud de madurez, totalmente
regenerado y juzgándose ahora redimido en el concepto de la
esposa y de aquél que su corazón consideraba como padre.
En ese día, mientras Ana comandaba, verbalmente, las
actividades domésticas en los preparativos de la recepción,
movilizando, esclavos y numerosos siervos, Publio y la hija se
abrazaban conmovidos en vista de la sorpresa que el destino
les reservara, aunque tardíamente. Avisados por mensajeros de
la caravana de patricios ilustres, daban rienda suelta a las
emociones más gratas del espíritu, en la dulce perspectiva de

439
HACE 2000 AÑOS

acoger al hijo pródigo, tantos años distante de sus brazos


amigos.
Antes del medio día, un deslumbramiento de carruajes,
de caballos adornados de joyas brillantes sobre vestiduras
relucientes se detenía a las puertas de la villa plácida y
graciosa, provocando la admiración y el interés curioso de los
vecinos. Y, en seguida, fue un torbellino de abrazos, cariños,
palabras confortadoras y generosas.
Casi todos los patricios, en excursión por Campania,
conocían al senador y a su familia, representando ese
acontecimiento un suave encuentro de corazones.
Publio Léntulus abrazó a Plinio, lentamente, como si
lo hiciese a un hijo bien amado, que volviese de lejos y cuya
ausencia hubiera sido excesivamente prolongada.
Experimentada, en lo íntimo, impulsos, de demostrar su gran
afecto, pero su corazón los dominó, para no provocar la
admiración injustificada de los circundantes.
- ¡Padre mío, padre mío! – Dijo el hijo de Flaminio en
tono discreto y casi imperceptible a sus oídos, cuando le
besaba la frente encanecida - ¿Ya me perdonaste?
- ¡Oh hijo! ¿Cómo tardaste tanto?... ¡Te quiero como
siempre y que el cielo te bendiga!... – respondió el viejo ciego,
emocionado.
De ahí a un instante, después del dulce encuentro de
Plinio y su esposa, exclamó el cuestor en medio del silencio
general.
- ¡Senador, me honro en traeros un precioso recuerdo
de César, acompañado de un mensaje de reconocimiento de
la alta administración política del Imperio, uno de los más
fuertes y más justos motivos de mi permanencia en Pompeya,
e incumbo a nuestro amigo Plinio Severus de entregaros, en
este momento, esas reliquias que representan uno de los más

440
EMMANUEL

significativos homenajes del Imperio al esfuerzo de uno de sus


más dedicados servidores!...
Publio Léntulus sentía bien la suprema emoción de
aquella hora.
El homenaje del emperador, la cariñosa presencia de
los amigos, el regreso del yerno a sus brazos paternos,
representaban para su corazón una alegría embriagadora.
Entretanto, sus ojos, nada podían ver. Del seno de su
noche, oía aquellos comentarios generosos, como un
desterrado de la luz, de quien se exhumasen las recordaciones
más queridas y más dulces.
- ¡Amigos – dijo, enjugando una lágrima furtiva en los
ojos apagados -, todo esto, es para mí la mayor recompensa de
una vida entera. Nuestro emperador es un espíritu
excesivamente generoso, porque la verdad es que nada hice
para merecer el reconocimiento de la patria. Sin embargo, mi
alma exulta con vosotros, mis patricios, porque nuestra
reunión en esta casa es símbolo de unión y trabajo, en las
elevadas responsabilidades del Imperio…
Pero, en ese instante, alguien le tomaba las manos
rugosas llevándolas a los labios húmedos, dejando caer en los
pequeñitos surcos de las arrugas, dos lágrimas ardientes.
Plinio Severus, en un gesto espontáneo, se arrodillara y,
besándole las manos, daba expansión a su afecto y
reconocimiento, al mismo tiempo que le hacía entrega del
mensaje imperial que el viejo senador no más podía leer.
Publio Léntulus lloraba, sin poder pronunciar una sola
palabra, tal era la emoción que le oprimía lo íntimo, mientras
los circunstantes le acompañaban las actitudes con los ojos
mareados de llanto.
En ese ínterin, el hijo de Flaminio no se pudo contener
más y, consagrado a su regeneración espiritual, exclamaba
enternecido:

441
HACE 2000 AÑOS

- ¡Mi querido padre, no lloréis, si nos hallamos todos


aquí para compartir vuestra alegría!... ¡Frente a todos nuestros
amigos romanos, con el homenaje del Imperio, yo os entrego
mi corazón regenerado para siempre!... ¡Si estáis ahora ciego,
mi padre, no lo estáis por el espíritu que siempre procuró
disipar las sombras y remover tropiezos de nuestro camino!...
¡Continuaréis guiando los míos, o, mejor, nuestros pasos, con
vuestras antiguas tradiciones de sinceridad y de esfuerzo, en la
rectitud del proceder!... ¡Volveréis conmigo a Roma y, junto a
vuestro hijo rehabilitado, organizaréis nuevamente el palacio
de Aventino!... ¡Seré, entonces, para siempre, y, para todo, un
centinela de vuestro espíritu, para amaros y protegeros!...
¡Tomaré mi esposa a mi entero cuidado y, día a día, tejeré
para nosotros tres una aureola de venturas nuevas e
indefinibles, con los milagros de mi amor eterno! ¡En nuestra
casa de Aventino florecerá una alegría nueva, porque he de
proveer todas vuestras horas con el amor grande y santo de
quien, conociendo todas las duras experiencias de la vida,
sabe ahora valorizar sus propios tesoros!...
¡El viejo senador, exhausto por los años y por los más
rudos sufrimientos, se conservaba de pie, acariciando los
cabellos del yerno, igualmente plateados por los inviernos de
la vida, mientras pesadas lágrimas rompían la muralla de su
noche par enternecer el corazón de todos, en una angustiosa e
indefinible emotividad. Flavia Lentulia lloraba, igualmente,
dominada por íntimas sensaciones de felicidad, al cabo de tan
largas y desalentadas esperanzas!... Algunos amigos deseaban
quebrar la solemnidad dolorosa de aquel cuadro imprevisto,
pero el propio cuestor, que dirigía la caravana de patricios
ilustres, se ocultara en un rincón, sensibilizado hasta las
lágrimas.

442
EMMANUEL

Publio Léntulus, comprendiendo que solamente él


mismo podría modificar las disposiciones de aquel paisaje
sentimental, reaccionó a las emociones, exclamando:
- ¡Levántate, hijo mío!... Nada hice para que me
agradezcas de rodillas. ¿Por qué me hablas de este modo?...
Volveremos a Roma, sí, en pocos días, pues todos tus deseos
son los nuestros… ¡regresaremos a nuestra casa de Aventino,
donde, juntos, viviremos para recordar el pretérito y venerar
la memoria de nuestros antepasados!...
Y, después de una pausa, continuó, con exclamaciones
casi optimistas:
- ¡Mis amigos, me siento conmovido y agradado por la
gentileza y el afecto de todos vosotros! Pero ¿qué es eso?
¿Todos silenciosos? Recordaos de que no os veo sino a través
de las palabras. ¿Y la fiesta de hoy?...
Las exclamaciones del senador quebraron el silencio
general volviéndose a los intensos ruidos de minutos antes. Al
torrente de las conversaciones se casaba el tañir de las tazas de
vino, en sus pesados estilos de la época.
Mientras las visitas se reunían en el espacioso triclinio
para libaciones ligeras, Plinio Severus y la esposa
intercambiaban confidencias tiernas, bien sobre los proyectos
en perspectiva para los años que aún le restaban en el mundo,
bien sobre las recordaciones de los días lentos y amargos del
pasado distante.
Pero, insistentes llamados requerían la presencia del
cuestor y la comitiva, en el local de los festejos.
El circo fuera preparado para la ocasión y no se
perdiera ninguna oportunidad para la realización de los
menores detalles propios de las grandes festividades romanas.
Y al mismo tiempo que todos se despedían del senador
y de su hija, en un deslumbramiento de felicidad mundana,

443
HACE 2000 AÑOS

Plinio Severus se dirigía a Publio en estos términos, después


de abrazar tiernamente a la compañera:
- Padre mío, llevado por las circunstancias, soy
compelido a acompañar al cuestor en las festividades
populares, pero estaré de regreso en pocas horas, para
quedarme con vosotros un mes, y tratar sobre nuestro regreso
a Roma.
- Muy bien, mi hijo – respondía el viejo senador,
sumamente confortado -, acompaña a nuestros amigos y
represéntame junto a las autoridades. Diles a todos mi
emoción y mi agradecimiento sincero.
A solas, nuevamente, el senador sintió que aquellas
conmociones cariciosas y alegres era, tal vez, las últimas de su
vida. En el viejo pecho, el corazón le latía desacompasado,
como si una pesada nube de pensamientos tristes lo
envolviese. Sí, el regreso de Plinio a sus brazos paternos era la
alegría suprema de su vejez desalentada, sabía ahora que la
hija podría contar con el esposo, en las sendas de su
tormentoso destino, y que él, Publio, solamente le competía
aguardar la muerte, resignado. Ponderando las palabras
afectuosas del hijo de Flaminio y sus añoranzas del pasado
remoto, Publio Léntulus consideró, íntimamente, que era
muy tarde para regresar a Aventino y que el regreso a Roma
solo debía significar, para su espíritu precito, el símbolo de la
sepultura.
En pleno espectáculo, Plinio Severus, ya en el otoño de
la vida, edificaba los planes del futuro. Procuraría rescatar
todas las faltas antiguas, ante sus parientes afectuosos y
queridos; asumiría la dirección de todos los negocios del viejo
padre por el corazón, aliviándolo de todas las angustiosas
preocupaciones de la vida material.
De vez en cuando, los aplausos de la multitud le
interrumpían los devaneos. La mayoría de la población de

444
EMMANUEL

Pompeya estaba allí en plena fiesta, ovacionando a los


triunfadores. Gente de todos los alrededores y muy
particularmente de Herculanum, que vinieron apresurados a
la diversión predilecta de aquellas épocas lejanas. Mezclados
con los atletas y gladiadores, estaban los músicos, los cantores
y los danzarines. Todo era una ostentación de sedas, un
delicioso muestreo de alegrías ruidosas, al son de flautas y
laúd.
Cuando en dado momento, la atención general fue
solicitada por un hecho extraño e incompresible. De la cima
del Vesubio se elevaba una gruesa pirámide de humo, sin que
nadie atinase con la causa del insólito fenómeno.
Continuaban los juegos animadamente, pero ahora en
el seno de la columna de humo que se elevaba en caprichosos
rollos hacia lo alto, surgían impresionantes llamaradas…
Plinio Severus, así como todos los presentes, se
sorprendía con el fenómeno extraño e inexplicable.
No obstante, en pocos minutos, se establecía en el
anfiteatro la confusión y el terror.
En medio de la perturbación general e imprevista, el
hijo de Flaminio aún tuvo tiempo de aproximarse al cuestor,
rodeado entonces de sus familiares que residían, en la ciudad,
al cual le habló con optimismo, si bien, no conseguía
disimular del todo las íntimas inquietudes:
- ¡Mi amigo, tengamos clama! ¡Por las barbas de
Júpiter! Entonces, ¿por dónde andarán nuestro coraje y
nuestra fibra?
Mas, en breves instantes la tierra les temblaba bajo los
pies, en vibraciones desconocidas y siniestras. Algunas
columnas caían al suelo, pesadamente, mientras numerosas
estatuas rodaban de los nichos improvisados, cubiertos de oro
y pedrería.

445
HACE 2000 AÑOS

Abrazándose, entonces, a la hija y rodeado de


numerosas señoras el cuestor dijo altamente preocupado:
- ¡Plinio, demandemos las galeras, sin demora!...
Pero, el oficial romano no oyó más los llamados.
Ansiosamente, se lanzó a la faena de romper la multitud que
deseaba retirarse en masa del circo, motivando el
atropellamiento de niños y personas de edad.
Al cabo de sobrehumano esfuerzo, consiguió alcanzar
la calle, pero todos los lugares estaban tomados por gente que
salía de sus casas desarbolada, a los gritos de “¡Fuego!...
¡Fuego!... El Vesubio…”
Plinio verificó que todas las vías públicas estaban
repletas de gente desesperada, de carruajes y de animales
despavoridos.
Con enorme dificultad, vencía todos los obstáculos,
pero el Vesubio lanzaba ahora para el cielo, una hoguera
indescriptible e inmensa, como si la propia Tierra se hubiera
incendiado las entrañas más profundas.
Una lluvia de ceniza, al principio casi imperceptible
comenzó a caer mientras el suelo continuaba temblando con
ruidos sordos, aterradores.
De instante a instante, se oía el estruendo pavoroso de
columnas derribadas o de edificios desmoronados por los
estremecimientos sísmicos, al mismo tiempo que el humo del
volcán iba eclipsando la confortadora claridad solar.
Sumergida en penumbras espesas y llena de terror
indecible, Pompeya asistía a sus últimos instantes, en una
aflicción desesperada… 1
En la villa de Léntulus, los esclavos percibieron
inmediatamente el peligro próximo. En los primeros

1
Este hecho despierta el interés y la atención del lector curioso e inteligente, por la
similitud que ofrece con la descripción de otro ro mance med iú mnico y tamb ién
precioso como Herculanun, del conde Rochester. – Nota de la Editora.

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momentos, los caballos relinchaban extrañamente y las aves


inquietas huían en desesperación.
Después de la caída de las primeras columnas que
sustentaban el edificio, todos los siervos del senador
abandonaron precipitadamente sus puestos, deseosos de
conservar en otra parte los bienes preciosos de la vida.
Solamente Ana se quedó junto a los amos dándoles
conocimiento de los horrores del ambiente.
Los tres, en una justificada inquietud, escuchaban el
rumor horrible de la inolvidable catástrofe del Imperio. La
villa estaba ya medio destruida, penetrando las cenizas por los
desvanes abiertos, por la caída de los tejados y comenzando su
obra de lenta sofocación. Ansiaban todos por el regreso
inmediato de Plinio, a fin de resolver las providencias a
adoptar, mas el viejo senador, cuyo corazón no se engañaba
en sus amargos presentimientos, exclamó en tono casi
resignado:
- Ana, trae la cruz de Simón y vamos a la plegaria que
te fue enseñada por los discípulos del Mesías!... ¡Me dice el
corazón que ha llegado el fin de nuestra romería por la Tierra!
Mientras la sierva buscaba apresuradamente la reliquia
del anciano de Samaria, afrontando el peligro de las paredes
oscilantes, Publio Léntulus oía el sordo rumor de la tierra
dilacerada y los gritos aterrorizantes y siniestros del pueblo,
mezclados al barullo tremendo del volcán que, transformado
en un horno inmenso e indescriptible, henchía toda la ciudad
de cenizas y lavas hirvientes. Se recordó entonces, el senador,
de las afirmativas de Cristo en los días idos de la Galilea,
cuando le aseverara que toda la grandeza romana era bien
miserable y en un breve minuto podría el Imperio ser
reducido a un puñado de polvo. El corazón le latía
desacompasado en aquel minuto extremo, mas la vieja sierva
había regresado y se arrodillara, serena, guardando en las

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manos el recuerdo de Simón y de Livia, orando en voz


conmovedora y profunda:
“Padre Nuestro, que estáis en el cielo… santificado sea
vuestro nombre… venga a nosotros vuestro reino… sea hecha
vuestra voluntad… así en la Tierra como en los cielos…”
Pero, en ese instante, la voz de la sierva enmudeció
súbitamente, mientras su cuerpo rodaba bajo nuevos
escombros, sintiéndose ella amparada espiritualmente, por el
venerable samaritano que la condujo inmediatamente, a las
más elevadas esferas espirituales, tal era la naturaleza de su
corazón iluminado en los dolores y testimonios más
angustiosos del aprendizaje terrestre.
- ¡Ana!... ¡Ana!... – exclamaban Publio y Flavia,
sollozantes, sintiendo ambos, por primera vez, el infortunio
del aislamiento supremo, sin una luz y sin un guía, en pleno
desamparo!
Pero alguien, rompiera todos los destrozos y llegaba
rápido hasta aquella cámara interior, y, abrazando a Publio y
a su hija gritaba con la voz oprimida: “¡Flavia! ¡Padre mío!
¡Aquí estoy…!”
Plinio llegaba, finalmente, para el último instante.
Flavia Lentulia lo apretó cariñosamente en los brazos
mientras el viejo senador medio asfixiado tomaba las manos
del hijo, uniéndose los tres en un último abrazo.
Flavia y Plinio quisieron hablar, pero, gruesa camada
de cenizas penetraba al interior, por las grietas enormes de la
villa parcialmente destruida…
Un nuevo estremecimiento del suelo y las columnas
que aún restaban de pie se abatieron sobre los tres, robándoles
las últimas energías y haciéndoles caer así, enlazados para
siempre bajo un montón de escombros…
Entretanto, en aquella sombras espesas, flotaban
criaturas aladas y leves, en actitudes de plegaria, o

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confortando activamente el corazón abatido de los míseros


condenados a la destrucción.
Sobre los tres cuerpos soterrados permanecía la entidad
radiante de Livia, junto a numerosos compañeros que
cooperaban, con devoción y precisión en los servicios de
desprendimiento total de los moribundos.
Posando las manos luminosas y puras en la frente
abatida del compañero exhausto y agonizante, Livia elevó los
ojos al firmamento ennegrecido y oró con la suavidad de su fe
y de sus sentimientos diamantinos.
- Jesús, dulce y divino Maestro, esta hora angustiosa es
un buen símbolo de nuestros errores y crímenes, a través de
avatares tenebrosos; pero, vos, Señor, sois toda la esperanza,
toda la sabiduría y toda la misericordia!... ¡Bendecid nuestros
espíritus en este momento ríspido y doloroso!... ¡Suavizad los
tormentos del alma gemela de la mía, concediéndole en este
instante el certificado de la libertad!... ¡Aliviad, magnánimo
Salvador del mundo, todas sus contusiones pungentes, sus
dolorosas amarguras!... ¡Concededle reposo al corazón
angustiado y adolorido, antes de su nuevo regreso a la trama
obscura de las reencarnaciones en el planeta del exilio y de las
lágrimas dolorosas!... ¡Él, ya no es más, Señor, el vanidoso
déspota de otrora, sino un corazón inclinado al bien y la
piedad predicados por vuestra doctrina de amor y redención;
bajo el peso de las pruebas amargas y remisoras, sus
vocaciones se espiritualizaron camino de vuestra Verdad y de
vuestra Vida!...
Y, mientras Livia oraba, el senador abrazado a los hijos
ya cadáveres, emitía el último gemido con pesadas lágrimas
brillándole en los ojos muertos…
Numerosas legiones de seres espirituales volitaron por
varios días, en los cielos caliginosos y tristes de Pompeya.

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Al cabo de largas perturbaciones, Publio Léntulus y los


hijos despertaron, allí mismo, sobre el túmulo obscuro de la
ciudad muerta.
En vano el senador invocó la presencia de Ana o de
algún otro siervo, en la penosa ilusión de la vida material,
persistiendo en su organismo psíquico las impresiones de la
ceguera material, que representara el largo suplicio de sus
últimos años en la indumentaria de la carne.
Con todo, después de las primeras lamentaciones, oyó
una voz que le decía suavemente.
- ¡Publio, mi amigo, no apeles más a los recursos del
planeta terreno, porque todos tus poderes terminaron con tus
despojos en la faz obscura y triste de la Tierra! ¡Apela a Dios
Todo Poderoso, cuya misericordia y sabiduría nos son dadas
por el amor de su cordero que es Jesucristo!...
Publio Léntulus no llegó a divisar al interlocutor, pero
identificó la voz de Flaminio Severus, desahogándose,
entonces, en un torrente de plegarias y de lágrimas fervorosas.
A pesar de la dedicación constante de Livia, había ya
algunos días que su espíritu se encontraba preso de pesadillas
angustiosas, en los primeros instantes de la vida del Más Allá.
Aunque fuese asistido, continuamente, por Flaminio y otros
compañeros abnegados que lo aguardaban en el plano
espiritual.
Con todo, después de aquellas súplicas sinceras que le
fluían de lo más recóndito del corazón, sintió que su mundo
interior se sosegara junto a los hijos queridos, recobró la
visión y reconoció a los seres amados, con lágrimas de amor y
gratitud, en los pórticos del más allá del túmulo.
Allí se conservaban numerosos personajes de esta
historia, como Flaminio, Calpurnia, Agripa, Pompilio
Grasso, Emiliano Lucius y muchos otros; pero, en vano los

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ojos angustiados del ex-senador buscaban a alguien en la


asamblea afectuosa y amiga.
Después de todas las expansiones de cariño y alegría, se
le dirigió Flaminio, intencionalmente:
- Extrañas la ausencia de Livia, - decía él con su mirada
complaciente y generosa -, pero, no podrás verla, mientras no
consigas eliminar por la plegaria y por los buenos deseos,
todas las impresiones penosas y nocivas de la Tierra. Ella se ha
conservado junto a tu corazón, en rogativas sinceras y
fervorosas, por tu nuevo erguimiento, pero nuestro grupo aún
es de espíritus muy apegados al orbe, y esperábamos el regreso
de sus últimos componentes aún en la Tierra, para poder, en
conjunto, establecer un nuevo derrotero a las reencarnaciones
venideras… ¡Siglos de trabajo y de dolor nos esperan en la
senda de la redención y del perfeccionamiento, pero
necesitamos, antes de todo, buscar la fortaleza necesaria en
Jesús, fuente de todo el amor y de toda la fe, para las elevadas
realizaciones de nuestro pensamiento!...
Publio Léntulus lloraba, poseído por emociones
extrañas e indefinibles…
- ¡Mi amigo – continuó Flaminio, amoroso -, pide a
Jesús, por todos nosotros, la misericordia de esa claridad de
un nuevo día!...
Públius, entonces, se arrodilló y, bañado en lágrimas,
concentró el corazón en Jesús en una rogativa ardiente y
silenciosa… Allí, en la soledad de su alma intrépida y sincera,
presentaba el Cordero de Dios, su arrepentimiento, sus
esperanzas para el porvenir, sus promesas de fe y de trabajo
para los siglos venideros…
Todos los presentes le acompañaron la oración,
tomados de llanto y sumergidos en vibraciones de
consolación inefable…

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Vieron, entonces, rasgarse un camino luminoso y


florido en los cielos obscuros y tristes de la Campania, y, por
él, como si descendiesen de los jardines fulgurantes del
Paraíso, surgieron Livia y Ana abrazadas como si aún allí
enviase Jesús una enseñanza simbólica a aquellas almas
prisioneras de la Tierra, para revelarles que, en cualquier
posición, puede el alma encarnada buscar su reino de luz y de
paz, de vida y de amor, tanto en la túnica humilde del
esclavo, como en la pomposa indumentaria de los señores.
El viejo patricio contempló la figura radiante de la
compañera y, extasiado, cerró los ojos bañados en el llanto de
la compunción y del arrepentimiento; pero, en breve, dos
labios esmeraldinos se le posaban en la frente, cual leve rozar
de un lirio divino. ¡Y, mientras su corazón maravillado se
lavaba en las lágrimas de la alegría y del reconocimiento a
Jesús, toda la caravana, al impulso poderoso de las oraciones
fervorosas de aquellas dos almas redimidas, se elevaba a esferas
más altas, para reposo y aprendizaje, antes de nuevas etapas de
regeneración y trabajos purificadores, sugiriendo un grupo
maravilloso de luminosas falenas del Infinito!...

*En la obra 50 años Después encontramos la reencarnación de


Publio, del mismo autor.

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