Hace 2000 Anos
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ROMANCE DE EMMANUEL
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“Si la bondad de Jesús nos lo permitiere,
iniciaremos nuestro esfuerzo, dentro de algunos días,
esperando yo por la posibilidad que escribamos
nuestras reminiscencias del tiempo en que se verificó el
paso del Divino Maestro sobre la faz de la Tierra.
No sé si conseguiremos realizar también, como
lo deseamos, semejante intento. Sin embargo, de
antemano, quiero señalar mi confianza en la
misericordia de Nuestro Padre de Infinita Bondad”.
De hecho, el 24 de octubre referido, recibía el médium
Xavier la primera página de este libro y, al día siguiente,
Emmanuel volvía a decir:
- “Iniciamos, con el amparo de Jesús, un
sencillo trabajo más. Permita Dios que
podamos llevarlo a buen término.
Ahora verificaréis la extensión de mis flaquezas en el
pasado, sintiéndome confortado en aparecer con toda
la sinceridad de mi corazón, ante el plenario de
vuestras conciencias. Orad conmigo, pidiendo a Jesús
para que yo pueda completar ese esfuerzo, de modo
que el plenario se dilate, más allá de vuestro medio, a
fin de que mi confesión sea un derrotero para todos”.
Durante todo el esfuerzo de psicografía, el Autor
de este libro, no perdió la ocasión de enseñar la
humildad y la fe a cuantos lo acompañaban. El 30 de
diciembre de 1938 comentaba, en nuevo mensaje
afectuoso:
“Agradezco, mis hijos, el precioso
concurso que me venís prestando. Me he
esforzado, cuanto era posible, para adaptar una
historia tan antigua al sabor de las expresiones
del mundo moderno, más, relatando la verdad,
somos llevados a penetrar, ante todo, en la
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esencia de las cosas, de los hechos y de las
enseñanzas.
Para mí, esas recordaciones han sido muy
suaves, pero también muy amargas. Suaves por
la rememoración de las reminiscencias amigas,
pero, profundamente dolorosas, considerando
mi corazón empedernido, que no supo
aprovechar el minuto radiante que sonara, en el
reloj de mi vida de Espíritu, hace dos mil años.
Permita Jesús que pueda yo alcanzar los fines
que me propuse, presentando, en este trabajo,
no una historia interesante acerca de mi pobre
personalidad, sino, tan solo una experiencia para
los que hoy trabajan en la siembre y en las mies
de Nuestro Divino Maestro”.
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seres, porque en ti vive la gloriosa síntesis de toda la
evolución terrestre, fermento divino de todas las
culturas, alma sublime de todos los pensamientos.
Delante de mis pobres ojos, se perfila la vieja
Roma de mis pesares y de mis caídas dolorosas…
Siéntome aún envuelto en la miseria de mis flaquezas y
contemplo los monumentos de las vanidades
humanas…. ¡Expresiones políticas, variando en sus
características de libertad y de fuerza, detentoras de la
autoridad y del poder, señoras de la fortuna y de la
inteligencia, grandezas efímeras que perduran apenas
por un día fugaz! ¡Tronos y púrpuras, mantos
preciosos de los honores terrestres, togas de la
deficiente justicia humana, parlamentos y decretos
supuestamente irrevocables!... En silencio, Señor, viste
la confusión que se estableciera entre los hombres
inquietos y, con el mismo desvelado amor, salvaste
siempre a las criaturas en el instante doloroso de las
ruinas supremas… ¡Diste la mano misericordiosa e
inmaculada a los pueblos más humildes y más frágiles,
confundiste la ciencia mentirosa de todos los tiempos,
humillaste a los que se consideraban grandes y
poderosos!...
Bajo tu mirada compasiva, la muerte abrió sus
puertas de sombra y las falsas glorias del mundo fueron
derruidas en el torbellino de las ambiciones,
reduciéndose todas las vanidades a un acervo de
cenizas…
Ante mi alma, surgen las reminiscencias de las
construcciones elegantes de las célebres colinas; veo el
Tíber que pasa recogiendo los detritos de la gran
Babilonia Imperial, los acueductos, los mármoles
preciosos, las termas que parecían indestructibles... Veo
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aún las calles con su movimiento, donde una plebe
miserable espera la misericordia de los grandes señores,
las limosnas de trigo, los fragmentos de paño para
resguardarse del frío la desnudez de la carne.
Regurgitan los circos… ¡Hay una aristocracia del
patriciado observando las pruebas elegantes, en el
campo de Marte, y, en todo, desde las vías más
humildes hasta los palacios más suntuosos, se habla de
César, el Augusto!...
¡Dentro de esas recordaciones, paso yo Señor,
entre harapos y esplendores, con mi orgullo miserable!
De los velos espesos de mis sombras, tampoco yo te
podía ver, en lo Alto, donde guardas tu solio de gracias
inagotables…
¡Mientras el gran imperio se deshacía en sus
luchas inquietantes, traías tu corazón en silencio y,
como los demás, yo no percibía que vigilabas!
Permitiste que la Babel romana se levantase muy
alto, pero, cuando viste que se amenazaba la propia
estabilidad de la vida en el planeta, dijiste: - “¡Basta!
¡Han llegado los tiempos de trabajar en la mies de la
verdad!”. ¡Y los grandes monumentos, con las estatuas
de los dioses antiguos, rodaron de sus pedestales
maravillosos! Un soplo de muerte barrió las regiones
infestadas por el virus de la ambición y del egoísmo
desenfrenado, despoblándose, entonces, la gran
metrópolis del pecado. Desmoronándose los circos
formidables, cayeron los palacios, ennegreciéranse los
mármoles lujosos…
¡Bastó una palabra tuya, Señor, para que los
grandes señores, volviesen a las márgenes del Tíber,
como esclavos misérrimos!... Deambulábamos, así,
dentro de nuestra noche, hasta el día en que nueva luz
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brotara en nuestra conciencia. ¡Fue preciso que los
siglos pasasen para que aprendiéramos las primeras
letras de tu ciencia infinita, de perdón y de amor!
¡Y aquí estamos, Jesús, para loarte la grandeza!
Permite que podamos recordarte en cada paso, oírte la
voz en cada sonido distraído del camino, para huir de
la sombra dolorosa... ¡Extiéndenos tus manos y
háblanos aún de tu Reino!... Tenemos sed inmensa de
aquella agua eterna de la vida, que figuraste en la
enseñanza a la Samaritana…
¡Ejercito de operarios de tu Evangelio, nosotros
nos movemos bajo Tus determinaciones suaves y
sacrosantas! Ampáranos, Señor, y no nos retires de los
hombros la cruz luminosa y redentora, más bien,
ayúdanos a sentir, en los trabajos de cada día, la luz
eterna e inmensa de tu Reino de paz, de concordia y de
sabiduría, en nuestra senda de lucha de solidaridad y de
esperanza...
El 8 de febrero último, víspera del término de la
recepción de este libro, agradecía Emmanuel el
concurso de sus compañeros encarnados, en
comunicado familiar, del cual destacamos algunas
frases:
- “Mis amigos, Dios os auxilie y recompense.
Nuestro modesto trabajo está por terminar. Pocas
páginas le restan y yo os agradezco de corazón.
Reencontrando a los Espíritus amigos de las
épocas muertas, siento el corazón satisfecho y
confortado, al verificar la dedicación de todos al firme
pensamiento de evolución, hacia delante y hacia lo
alto, pues no es sin razón de ser que hoy trabajamos en
el mismo taller de esfuerzo y buena voluntad.
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Jesús habrá de recompensar la cuota de esfuerzo,
amigo y sincero, que me prestasteis y que su infinita
misericordia os bendiga es mi oración de siempre”.
Aquí quedan algunas de las anotaciones íntimas de
Emmanuel, suministradas en la recepción de este libro. La
humildad de ese generoso Espíritu, viene a demostrar que en
el plano invisible hay, también, necesidad de esfuerzo propio,
de paciencia y de fe para las realizaciones.
Las notas familiares del Autor son una invitación para
que todos nosotros sepamos orar, trabajar y esperar en
Jesucristo, sin desfallecimientos, en la lucha que la bondad
divina nos ofrece para nuestro rescate, en el camino de la
redención.
Pedro Leopoldo, 2 de marzo de 1939.
La Editora
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PRIMERA PARTE
I DOS AMIGOS
Las últimas claridades de la tarde habían caído sobre el
caserío romano.
Las aguas del Tíber, ladeando el Aventino, dejaban
retratados los postreros reflejos del crepúsculo, mientras en las
calles estrechas pasaban literas apresuradas, sostenidas por
esclavos musculosos y alegres.
Nubes pesadas se amontonaban en la atmósfera,
anunciando aguaceros, próximos y las últimas ventanas de las
residencias, particulares y colectivas, cerrábanse con estrépito,
al soplo de los primero vientos de la noche.
Entre las construcciones elegantes y sobrias, que
exhibían mármoles preciosos, en la falda de la colina, había
un edificio que reclamaba la atención del forastero por la
singularidad de sus columnas severas y majestuosas. Una
simple mirada a su alrededor indicaba la posición del
propietario, dado el aspecto artístico e imponente.
Era, de hecho, la residencia del Senador Publio
Léntulus Cornelius, hombre aún joven, que, a la manera de la
época, ejercía en el Senado funciones legislativas y judiciales,
de acuerdo con los derechos que le competían, como
descendiente de antigua familia de senadores y cónsules de la
República.
El Imperio, fundado con Augusto, había limitado los
poderes senatoriales, cuyos detentores ya no ejercían ninguna
influencia directa en los asuntos privativos del gobierno
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Barrio de la antigua Ro ma que se localizaba sobre un pantano.
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de tan lejos con nuestras deudas para con los poderes del
Cielo?
Flaminio Severus meneó la cabeza, como quien desea
apartar una duda, pero, tomando de nuevo su aspecto
habitual, obtemperó con firmeza:
- Haces mal en alimentar semejantes conjeturas en tu
fuero íntimo. En mis cuarenta y cinco años de existencia, no
conozco creencias más preciosas que las nuestras, en el culto
venerable de los antepasados. Es preciso considerar que la
diversidad de las posiciones sociales es un problema oriundo
de nuestra jerarquía política, la única que estableció una
división nítida entre los valores y los esfuerzos de cada uno;
en cuanto a la cuestión de los sufrimientos, conviene recordar
que los dioses pueden probar nuestras virtudes morales, con
las mayores amenazas a las fibras de nuestro ánimo, sin que
necesitemos adoptar los absurdos principios de los egipcios y
de los griegos, principios, además, que los redujeron al
aniquilamiento y al cautiverio. ¿Ya ofreciste algún sacrificio
en el templo, después de tan angustiosas dudas?
- He hecho sacrificios a los dioses, según nuestros
hábitos – respondió Publio, compungidamente – y nadie más
que yo se siente orgulloso de las gloriosas virtudes de nuestras
tradiciones familiares. Entretanto, mis observaciones no
surgen tan solo a propósito de la hijita. Hace muchos días
ando torturado con el espantoso enigma de un sueño.
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II UN ESCLAVO
Desde los primeros tiempos del Imperio, la mujer
romana se había entregado a la disipación y al lujo excesivo,
en detrimento de las obligaciones santificadoras del hogar y
de la familia.
La facilidad en la adquisición de esclavos, empleados
en los servicios más groseros, como en los más elevados
menesteres de orden doméstico, incluso en los de la
educación e instrucción, había determinado gran caída moral
en el equilibrio de las familias patricias, por cuanto la
diseminación de los artículos de lujo, venidos del Oriente,
aliado a la ociosidad debilitara las fibras, de energía y de
trabajo, de las matronas romanas, encaminándolas a las
frivolidades de la indumentaria, a las intrigas amorosas,
preludiando la más completa desorganización de la familia, en
el olvido de sus tradiciones más apreciables.
Sin embargo, algunas casas habían resistido,
heroicamente, a esa invasión de fuerzas pervertidas y
criminosas.
Había mujeres, para la época, que se enorgullecían del
patrón de las antiguas virtudes familiares, de cuantas las
habían antecedido en la labor constructiva de las generaciones
de tantas almas sensibles y notables.
Las esposas de Publio y Flaminio eran de ese número.
Criaturas inteligentes y valerosas, ambas huían de la onda
corruptora de la época representando dos símbolos de buen
sentido y simplicidad.
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- ¿?
- Sí – continuó -, Nazaret posee ahora un profeta que
viene realizando grandes cosas.
- ¿Qué es eso, Sulpicio? – Preguntó Pilatos,
irónicamente - ¿pues no sabes que de los judíos nacen
profetas todos los días? ¿Acaso las luchas en el templo de
Jerusalén se verifican por otra cosa? Todos los doctores de la
Ley se consideran inspirados por el Cielo y cada cual es dueño
de una nueva revelación.
- Pero, ese, señor, es muy diferente.
- ¿Estarás, acaso convertido a una nueva fe?
- De ningún modo, inclusive porque comprendo el
fanatismo y la obcecación de esas miserables criaturas; pero
quedé realmente intrigado con la figura impresionante de un
galileo aún joven, cuando pasaba, hace algunos días, por
Cafarnaúm.
Al centro de una plaza, acomodada en bancos
improvisados, hechos de piedra y arena, vi a considerable
multitud que le oía la palabra, en éxtasis de admiración y
conmoción…
Yo también, como si fuera tocado por una fuerza
misteriosa e invisible, me senté para oírlo.
De su personalidad, extraordinaria de belleza simple,
venía un “no sé qué” dominando a la turba que se aquietaba,
suavemente, oyéndole las promesas de un eterno reinado…
sus cabellos revoloteaban a las brisas de la tarde mansa, como
si fuesen hilos de luz desconocida en las claridades serenas del
crepúsculo; y de sus ojos compasivos parecía nacer una onda
de piedad y conmiseración infinitas. Descalzo y pobre se le
notaba la limpieza de la túnica cuya blancura se adaptara, a la
levedad de sus trazos delicados. Su palabra era como un
cántico de esperanza para todos los sufridores del mundo,
suspendido entre el cielo y la tierra, renovando los
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IV EN GALILEA
En el día inmediato a estos acontecimientos, en las
primeras horas de la mañana, Publio Léntulus fue procurado,
en la intimidad de su escritorio particular, por Fulvia, que se
le dirigió, criminalmente, en esos términos:
- Senador, el ascendente de nuestras ligazones
familiares me obliga a procuraros para tratar de un asunto
desagradable y doloroso, pero, con mis experiencias de mujer,
me corresponde aconsejarlo para resguardar a su esposa de la
insidia de sus propios amigos, puesto que, aun ayer, tuve la
oportunidad de sorprenderla en íntimo coloquio con el
gobernador…
El interpelado extrañó aquella actitud insólita, grosera,
contraria a todos sus métodos de hombre de bien.
Repelió dignamente la embestida, encareciendo la
nobleza moral de su esposa, pasando Fulvia a relatarle, con los
más exaltados adornos de su imaginación enfermiza, la escena
de la víspera, en sus más mínimos detalles.
El senador quedó pensativo, pero se sintió con el
preciso coraje moral para repeler la insinuación calumniosa.
- Pues bien – dijo ella, terminando la denuncia -, muy
lejos lleváis vuestra confianza y buena fe. Un hombre nunca
pierde por oír los consejos de la experiencia femenina. La
prueba de que Livia camina en la senda ancha de la
prevaricación la tendréis pronto, por cuanto ella ha de preferir
la partida inmediata para Nazaret, donde el gobernador
buscará encontrarla.
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V EL MESÍAS DE NAZARET
El día siguiente amaneció trayendo las más serias
preocupaciones a Publio y a su familia.
Aún temprano, vamos a encontrarlo en íntimo
coloquio con la esposa, que se le dirige en voz suplicante y
afectuosa:
- Considero, querido, que debías atenuar un poco los
rigores de la posición en que el destino nos colocó,
procurando a ese hombre generoso, para beneficio de nuestra
hija. Todos se refieren a sus acciones, extasiados por su
bondad edificadora, y yo creo que su corazón se apiadará de
nuestra desdichada situación.
El senador la oyó preocupado e incierto, exclamando al
final:
- Pues bien, Livia; accederé a tus deseos, pero solo la
angustia que nos va en el alma me hizo transigir, de manera
tan ruda, con mis principios.
Sin embargo, no procederé, conforme sugieres. Iré
solito a la ciudad, como si me encontrase en la hora de simple
entretenimiento, pasando por el trecho del camino que nos
conduce a las márgenes del lago, sin llegar al cúmulo de
abordar personalmente al profeta, para no descender de mi
dignidad social y política, y, en caso de sobrevenir alguna
circunstancia favorable, le haré sentir el placer que nos
causaría su visita, con el fin de reanimar a nuestra enfermita.
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VI EL RAPTO
En los tiempos de Cristo, Galilea era un vasto granero
que abastecía a casi toda Palestina.
En esa época, el hermoso lago de Genezaret, no
presentaba un nivel tan bajo, como en la actualidad. Todo el
terreno circunvecino era de regadío, en vista de las numerosas
fuentes, de los canales y del servicio de las norias que elevaban
las aguas, dando origen a una vegetación lujuriante que
adornaba de frutos y henchía de perfumes aquellos paisajes
paradisíacos.
El trigo, la cebada, las calabazas, las lentejas, los higos
y las uvas eran elementos de siembra y cosecha en todo el año,
dando a la vida satisfacción y abundancia. En las colinas,
mezclándose a los extensos viñedos y olivares, se elevaban
palmeras y dátiles preciosos, cuyos frutos eran los más ricos de
Palestina.
En Cafarnaúm, aparte de esas riquezas, prosperaba la
industria de la pesca, dada la abundancia de peces en el
entonces llamado “Mar de Galilea”, lo que resumía una vida
simple y tranquila. Entre todos los otros pueblos de los
centros galileos, el de Cafarnaúm se distinguía por su belleza
espiritual, sencilla y sin pretensiones. Concienzudo y
creyente, aceptada la Ley de Moisés, pero estaba muy lejos de
las manifestaciones hipócritas del fariseísmo de Jerusalén. Fue
en virtud de esa simplicidad natural, y de esa fe espontánea y
sincera, que el paisaje de Cafarnaúm sirvió de palco a las
primeras lecciones inolvidables e inmortales del Cristianismo,
en su primitiva pureza. Allí encontró Jesús el cariño de
corazones consagrados y valerosos, y fue allí que el mundo
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IX LA CALUMNIA VICTORIOSA
Si Jesús de Nazaret había sido abandonado por sus
discípulos y seguidores más directos, lo mismo no se verificara
en cuanto al gran número de criaturas humildes que lo
acompañaban con devoción purificada y sincera.
Es verdad que esas almas, raras, no revelaron
francamente sus simpatías ante la turba desvariada,
temiéndole las sañas destructoras, pero, muchos espíritus
piadosos, como Ana y Simón, contemplaron de cerca los
martirios del Señor, bajo el azote infamante, llenos de
lágrimas angustiosas y esperando que, a cada momento, se
pudiese manifestar la justicia de Dios contra la perversidad de
los hombres, a favor del Mesías.
Sin embargo, se les desvanecieron las últimas
esperanzas, cuando, bajo el peso de la cruz, el martirizado
caminó a pasos tambaleantes, hacia el monte de la última
injuria, después de ser confirmada la despreciable sentencia.
Fue así que Ana y su tío, reconociendo inevitable el
martirio de la crucifixión, deliberaron ir a la residencia de
Publio, para suplicar el patrocinio de Livia, junto al
gobernador.
Mientras el cortejo siniestro e impresionante se ponía
en marcha con sus movimientos lentos, ambos se desviaron
de la masa, encaminándose por una callejuela aislada, en
busca del ansiado socorro.
Penetrando en la residencia, mientras Simón la
esperaba, pacientemente, en una calzada próxima, se dirige
Ana a la esposa del senador, que la recibió sorprendida y
angustiada.
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X EL APÓSTOL DE SAMARIA
Al siguiente día, Publio Léntulus incentivó las
investigaciones sobre el hijito, entre cuantos peregrinaban en
las fiestas de la Pascua, en Jerusalén, instituyendo el premio
de un Gran Sestercio 1, o sea, dos mil quinientos ases, para
quien presentase a sus siervos el niño desaparecido.
No debemos olvidar que la criada Sémele, así como sus
compañeras de servicio fueron sometidas al más riguroso
interrogatorio, en ocasión del castigo a los siervos
imprevisores, encargados de la vigilancia nocturna en casa del
senador.
Publio no admitía castigos físicos a las mujeres, pero,
en el caso misterioso de la desaparición del hijito, sometió a
las criadas a un interrogatorio francamente impiadoso.
Inútil declarar que Sémele protestara la más absoluta
inocencia, sin demostrar nada que pudiese comprometer su
conducta.
Entretanto, las tres siervas que más directamente
cuidaban del pequeño, entre las cuales estaba ella incluida,
fueron obligadas a colaborar con los esclavos en la búsqueda
de Marcus, por las plazas y caminos de Jerusalén, aunque
tuviesen sus horas diarias consagradas al descanso. Esas horas,
las aprovechaba Sémele para visitar o ver de nuevo
relacionados y amigos, pasando la mayor parte del tiempo en
el sitio donde André cultivaba sus olivares y viñedos
frondosos, a poca distancia de la vía hacia los centros
principales.
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Mil sestercios.
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después escritos por los Apóstoles, razón por la cual todos los
predicadores de la Buena Nueva coleccionaban las máximas y
las lecciones del Maestro, de su propio puño o con la
cooperación de los escribas de su tiempo, catalogándose de
ese modo, las enseñanzas de Jesús para el estudio necesario en
las asambleas públicas de las sinagogas.
Simón, que no poseía una sinagoga, seguía, también el
mismo método.
Con la paciencia que lo caracterizaba, escribió todo lo
que sabía del Maestro de Nazaret, para recordarlo en sus
reuniones humildes y sencillas, disponiéndose del mejor
grado a registrar todas las lecciones nuevas del acerbo de
recuerdos de sus compañeros, o de aquellos apóstoles
anónimos del Cristianismo naciente, que, de paso por su vieja
aldea, cruzaban Palestina en todas las direcciones.
Hacía seis días que los huéspedes se reanimaban en
aquel ambiente caricioso, cuando el respetable anciano, en
aquella tarde, en sus acostumbradas evocaciones del Mesías,
parecía envuelto de influencias espirituales de las más excelsas.
Las últimas claridades del crepúsculo entornaban en el
paisaje un tono de esmeraldas y topacios, eterizándose bajo
un cielo azul indefinible.
En el seno de la asamblea heterogénea, se notaba la
presencia de seres sufrientes, de todos los matices, que al
espíritu de Livia recordaban la tarde memorable de
Cafarnaúm, cuando oyera al Señor por primera vez. Hombres
desamparados y mujeres harapientas se codeaban con los
niños escuálidos, mirando, ansiosamente, al anciano que
explicaba, conmovido, con su palabra simple y sincera:
- ¡Hermanos, era digno de verse la suave resignación
del Señor, en el último instante!...
¡Con la mirada fija en el cielo, como si ya estuviese
gozando la contemplación de las beatitudes celestes, en el
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SEGUNDA PARTE
I LA MUERTE DE FLAMINIO
El año 46 corría en calma.
En Cafarnaúm, vamos a encontrar, de nuevo, a
nuestros personajes sumergidos en una relativa serenidad.
Las autoridades administrativas, en Roma, no eran las
mismas. Entre tanto, apoyando en el prestigio de su nombre y
en las considerables influencias políticas de Flaminio Severus,
ante el senado, Públio Léntulus continuaba comisionado en
Palestina, donde gozaba de todos los derechos y regalías
políticas, en la administración providencial.
En balde continuara allí el senador, a despecho de todo
su inmenso deseo de volver a la sede del gobierno imperial,
esperando la ocasión de encontrar al hijo, que el tiempo
continuaba reteniendo en el dominio de las sombras
misteriosas. En los últimos años, perdiera, por completo, la
esperanza de alcanzar su desiderátum, porque consideraba,
entonces, que Marcus Léntulus debería estar en su primer
período de juventud, volviéndole irreconocible a los ojos
paternos.
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Nota de la Ed itora: Actualmente, Marsella.
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II SOMBRAS Y NUPCIAS
A las exequias de Flaminio comparecieron numerosos
amigos del extinto, además de las muchas representaciones
sociales y políticas de todas las organizaciones en las que
radicara su nombre digno e ilustre.
Entre tantos elementos, no podía faltar la figura del
pretor Salvio Léntulus que, en los homenajes póstumos, se
hizo acompañar de la mujer y de la hija, que hicieron lo
posible por representar bien la comedia de su fingido pesar
por la muerte del gran senador, junto a Calpurnia que se
deshacía en las lágrimas de sus más dolorosos sentimientos.
Allí mismo, en el palacio de los Severus, se encontraron
los miembros de la familia Léntulus, con la evidente aversión
de Publio por la presencia de la esposa del tío, mientras las
señoras intercambiaban impresiones dolorosas, en la afectada
etiqueta de las trivialidades sociales.
Fulvia y Aurelia notaron, con profundo desagrado, la
expresión cariñosa de Plinio Severus para con Flavia Lentulia,
a quien distinguía con especial atención, en las solemnidades
fúnebres, como demostrando las preferencias de su corazón.
He aquí, el porqué, de ahí a algún tiempo, vamos a
encontrar a la madre y a la hija en una conversación animada
sobre el asunto, en la intimidad del hogar, dando a entender
la mezquindad de sus sentimientos, aunque los cabellos
blancos infundieran veneración en la frente materna, que, a
pesar de eso, no se dejaba vencer por los argumentos de la
experiencia y de la edad.
- Yo también – exclamaba Fulvia, maliciosamente,
respondiendo a una interpelación de la hija – mucho me
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IV TRAGEDIAS Y ESPERANZAS
La vida real siempre es prosaica, sin fantasías ni sueños.
Transcurre así la existencia de los personajes de este
libro, en la trama viva de las realidades desnudas y dolorosas
del ambiente terrestre.
Los que alcanzan determinadas posiciones sociales,
igual que los que se aproximan al crepúsculo de la vida
fragmentaria de la Tierra, pocas novedades tienen que contar,
sobre el curso de cada día.
Hay un período en la existencia del hombre, en que le
parece que no hay más la necesaria presión psíquica del
corazón, a fin de que se le renueven los sueños y las primeras
aspiraciones, pareciendo su situación espiritual estancada o
estacionaria. En lo íntimo, no hay más espacio para nuevas
ilusiones o el reflorecimiento de viejas esperanzas, y el alma,
como si estuviese en doloroso período de expectación y
forzado silencio, se queda en el camino, contemplando a los
que pasan, presa a los cordeles de la rutina, de las semanas
uniformes e indiferentes.
Estamos viviendo, ahora, el año 57, y la vida de los
actores de este doloroso drama se presenta casi invariable en el
desdoblamiento incluso de sus episodios comunes y
angustiosos.
Solo una gran modificación ocurriera en la residencia
de Calpurnia.
Plinio Severus, en sus radiantes expresiones de vitalidad
física, ya había recibido las mayores distinciones por parte de
las organizaciones que garantizaban la estabilidad del
Imperio. Largas y periódicas permanencias en las Galias y en
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V EN LAS CATACUMBAS DE LA FE Y
EN EL CIRCO DEL MARTIRIO
En el día inmediato a la escena que acabamos de
describir, vamos a encontrar, juntas, a las dos grandes amigas
que, lejos de ser señora y sierva, eran dos almas unidas por los
mismos ideales, ligadas por los hilos más santos del corazón.
Ana acababa de llegar a casa, después de cumplir
obligaciones en el Foro Olitorium, 1 y, cuando encuentra a
Livia a solas, le dice confidencialmente:
- Señora, hoy por la noche una nueva voz se levantará
en el santuario de las catacumbas, para las prédicas de nuestra
fe. Amigos nuestros me avisaron, esta mañana, que, ya hace
algunos días, se encuentra en la ciudad un emisario de la
iglesia de Antioquía, llamado Juan de Cleofas, portador de
significativas revelaciones para nosotros, los cristianos de esta
ciudad…
Livia mostró un brillo de íntimo contentamiento en los
ojos, exclamando:
- ¡Ah! ¡Sí… habremos de ir hoy a las catacumbas.
Tengo necesidad de comulgar con nuestros hermanos de
creencias, en las mismas vibraciones de nuestra fe! ¡Aparte de
eso, necesito agradecer al Señor la misericordia de sus gracias
inmensas!...
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La mayoría de los historiadores del Imperio Ro mano señala las primeras
persecuciones al Cristianismo solamente en el año 64; pero, desde el 58 algunos de
los favoritos de Nerón consiguieron iniciar el movimiento criminal, destacándose
que los cristianos de la época, antes del gran incendio de la ciudad, eran llevados a
los sacrificios en calidad de esclavos misérrimos, para diversión del pueblo. – Nota
de Emmanuel.
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VIII EN LA DESTRUCCIÓN DE
JERUSALÉN
Más de diez años transcurrieron, silenciosamente
amargados, después del 58, sobre la vida común de los
personajes de esta historia.
Solamente en el 68, consiguiera la política conciliatoria
de gran número de patricios, entre los cuales estaba Publio
Léntulus, el definitivo alejamiento de Domicio Nerón y sus
nefastas crueldades. Sin embargo, la ascensión de Galba
durara pocos meses y aquel año 69 iba a definir grandes
acontecimientos en la vida del Imperio.
Numerosas luchas llenaron la ciudad de pavor y sangre.
La terrible contienda entre Otan y Vitelio, dividiera a
todas las clases de la familia romana en facciones hostiles, que
se odiaban al extremo.
Al final, la famosa batalla de Bedriaco daba el trono a
Vitelio, que instauró un nuevo círculo de crueldades en todos
los sectores políticos.
Entretanto, la diplomacia interna, vigilaba en la
sombra, examinando atentamente la situación, para no
permitir la continuidad de un nuevo brote de exterminio y de
infamia.
Vitelio apenas conservó el gobierno por ocho meses y
días, porque, en el mismo año 69, las legiones del territorio
africano, trabajadas por la orientación sutil de los que habían
derribado a Nerón y sus secuaces, proclamaron a Vespasiano
para la suprema investidura del Imperio. El nuevo
emperador, que aún se encontraba en el campo de sus hechos
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IX RECUERDOS AMARGOS
Inmediatamente después de los penosos
acontecimientos del 70 y de conformidad con los deseos de
Flavia, el senador pasó a residir en la vivienda confortable que
él poseía en Pompeya, lejos de los bullicios de la Capital. Allí
podría entregarse mejor a sus meditaciones.
Hacia allá transportara entonces, el viejo político, todo
su voluminoso archivo, así como los recuerdos más cariñosos
y más importantes de su vida.
Dos libertos griegos, extremadamente cultos, fueron
contratados para los trabajos de escritura y lectura, y era así,
como en su retiro, se mantenía al corriente de todas las
novedades políticas y literarias de Roma.
En esos tiempos lejanos, cuando el hombre se
encontraba lejos aún de los beneficios preciosos de la
invención de Gutenberg, los manuscritos romanos eran raros
y sumamente disputados por las élites intelectuales de la
época. Una casa editora disponía, casi siempre, de una
centena de esclavos calígrafos, inteligentes, que
confeccionaban más o menos mil libros por año.
Aparte de eso, Publio, poseía en Roma sinceras y
numerosas amistades a su servicio, recibiendo en Pompeya
todos los ecos de los acontecimientos de la ciudad que le
absorbiera las mejores energías de la vida.
A menudo, recibía también noticias de Plinio Severus,
por intermedio de amigos desvelados, confortándose con las
informaciones sobre su conducta, ahora digna, por cuanto,
por los méritos conquistados en las Galias, fuera transferido,
después del 73, para Roma, donde, por la corrección del
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Este hecho despierta el interés y la atención del lector curioso e inteligente, por la
similitud que ofrece con la descripción de otro ro mance med iú mnico y tamb ién
precioso como Herculanun, del conde Rochester. – Nota de la Editora.
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