Montesquieu - Stefano Ballerio
Montesquieu - Stefano Ballerio
Montesquieu - Stefano Ballerio
Página 2
Stefano Ballerio
Montesquieu
Los hombres, el espíritu, las leyes
Descubrir la filosofía - 56
ePub r1.0
Titivillus 12.03.2021
Página 3
Título original: Montesquieu: gli uomini, lo spirito, le leggi
Stefano Ballerio, 2016
Traducción: Roger Renau
Ilustración de cubierta: Nacho García
Diseño de portada: Víctor Fernández y Natalia Sánchez
Diseño y maquetación: Kira Riera
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
Página 4
Índice de contenido
Cubierta
Montesquieu
Montesquieu, la serenidad de la razón
Vida, obras y contexto histórico
La sociedad del Antiguo Régimen y la igualdad jurídica de los ciudadanos
Autorretratos de Montesquieu
Los años de Montesquieu: la Ilustración
El espíritu de las leyes
El prefacio de El espíritu de las leyes
La naturaleza de las leyes y la condición de los hombres
Formas de gobierno y su naturaleza
Formas de gobierno y sus principios
El relativismo de Montesquieu y el espíritu de las leyes
La relatividad de las leyes en el principio de gobierno
La relatividad de las leyes en el clima
La corrupción de los principios y la caída de los gobiernos
«De la esclavitud de los negros»
El territorio y las causas externas de la caída de los gobiernos
La libertad política, el equilibrio entre poderes y la garantía
«Sobre la Constitución de Inglaterra»
Cartas persas
Cartas anónimas
La revolución sociológica
Europa desde el punto de vista de los persas
El Rey Sol en las Cartas persas
Oriente y Occidente
La novela de Usbek
La última carta: Roxana a Usbek
Los romanos, grandeza y decadencia de las civilizaciones
La justicia como virtud
Sobre la amistad
Una historia filosófica: las Consideraciones sobre las causas de la grandeza
y decadencia de los romanos
Página 5
Causas particulares y causas generales
Causas de la grandeza, causas de la decadencia
Contra la crueldad y la destrucción
El «espectáculo de las cosas humanas» y la ilusión del poder
Ensayo sobre el gusto
APÉNDICES
Obras principales
Cronología
Notas
Página 6
Se pueden obtener grandes ventajas del mundo, como también son
grandes las que se obtienen del estudio. Con el estudio se aprende a
escribir ordenadamente, a pensar de manera correcta y a dar la
forma adecuada a nuestros pensamientos: el silencio en el que nos
sumergimos nos permite seguir el hilo de nuestras pensamientos. Sin
embargo, entre la gente aprendemos a imaginar: en las
conversaciones surgen tantos temas que nos imaginamos todo tipo de
cosas y los hombres nos parecen agradables y felices; pensamos sin
pensar, es decir, las ideas llegan por puro azar y, a veces, son
acertadas.
Página 7
Montesquieu, la serenidad de la razón
Hablar de Montesquieu es hablar de un clásico de la filosofía: por un lado,
se reconoce universalmente el alcance de su obra en la formación del
pensamiento ilustrado y en la historia de la filosofía política; por otro lado,
algunas de las ideas centrales de su pensamiento perduran en la cultura
occidental y en las instituciones políticas. Encontramos su herencia en nuestra
mirada cultural e histérico-política cuando nos preocupamos por el equilibrio
de la separación de poderes en un gobierno (legislativo, ejecutivo y judicial).
También destaca su idea sobre el relativismo, que admite la diversidad de
leyes en diferentes pueblos y en la que esta se relaciona con múltiples
factores, culturales o de otra índole, que ejercen una influencia sobre las
mismas leyes. El filósofo también se preocupa de garantizar la libertad del
ciudadano contra los posibles abusos de las instituciones políticas.
Montesquieu está vigente, no solo porque su pensamiento perdura en nuestra
cultura filosófica y política, o todavía más en los estudios y los profesionales
del derecho, sino porque tiene las características de un clásico: acercarse a su
obra significa reflexionar cara a cara con las bases de nuestro pensamiento y
querer esclarecerlas, buscar sus límites y profundizar en ellas.
Sin embargo, hoy en día no todo lo que escribió Montesquieu sigue siendo
vigente. La historia ha seguido caminos que el filósofo no podía prever, y el
pensamiento filosófico y político posterior se ha desarrollado de otra forma:
Pero su pesamiento no genera en la actualidad la misma controversia que
otros ilustrados, como Voltaire o Jean-Jacques Rousseau. En las medallas y
en los bustos de mármol que lo representan, aparece «sonriente en cada uno
de los pliegues de su toga y de su cara»[1] y lo recibimos con los brazos
abiertos. Los aspectos de su obra que en la actualidad se critican, se rechazan
o simplemente han sido superados no han querido levantar polémica y se han
mantenido íntegros como los aspectos que todavía perduran. Incluso en esto
Montesquieu nos demuestra que es el filósofo de la moderación, del equilibrio
y de una filosofía de las luces que creía en la serenidad de la razón.
Página 8
sus obras; los brillantes años de la Ilustración y del cambio de la sociedad del
Antiguo Régimen a la nueva sociedad burguesa.
Página 9
Página 10
Vida, obras y contexto histórico
Charles-Louis de Secondat, barón de La Brède y de Montesquieu, nace en
el castillo de La Brède, cerca de Burdeos, el 18 de enero de 1689. De acuerdo
con las costumbres de la época, es enviado a vivir al campo con una familia
que lo cuida durante sus primeros tres años. Más tarde, entre 1700 y 1705,
cursará sus estudios en el colegio de los oratorianos de Juilly, en Meaux. Poco
antes, en 1696, su madre había muerto de septicemia tras un parto.
Página 11
En 1715 muere Luis XIV, el Rey Sol, el monarca que encarna mejor que
nadie la idea de monarquía absoluta. A causa de la minoría de edad del futuro
Luis XV, la regencia recae en Felipe de Orleans, que entre otras cosas
recupera algunas de las prerrogativas parlamentarias que Luis XIV había
anulado. La historia sigue su curso y ya es imposible volver al equilibrio de
antes del Rey Sol y del absolutismo. El ascenso económico de la burguesía
desplaza las tensiones y las dinámicas sociales hacia un enfrentamiento de
clases, con los nobles y el clero por un lado y la burguesía por el otro.
Página 12
La herencia familiar, el matrimonio y el cargo de presidente le permiten
vivir con tranquilidad para dedicarse al estudio. Montesquieu sabe administrar
el patrimonio y nunca tendrá problemas económicos, tampoco durante los
años de crisis: en 1720, la política de John Law, un economista escocés
nombrado ministro de Economía de Francia, lleva el país a la ruina
(Montesquieu encuentra a Law establecido en Venecia tras huir de Francia),
Montesquieu mantiene su seguridad económica y vive según las costumbres
de la nobleza de toga, si bien como ya hemos señalado en 1726 vende el
cargo de presidente a cambio de una renta anual. Es por este motivo que
puede dedicarse a tiempo completo a estudiar, a viajar de París a Burdeos con
total libertad y por toda Europa.
Página 13
Realizar un grand tour era una costumbre entre los nobles europeos del
siglo XVIII: viajaban por Europa, visitaban las diferentes capitales y
entablaban relaciones con los nobles de otros países. Viajaban a los sitios más
destacados del arte y de la ciencia y volvían a casa (a veces con sífilis, como
le sucedió al autor de tragedias y noble piamontés Vittorio Alfieri, cuyo
carácter era algo más apasionado que el de Charles-Louis de Secondat).
Montesquieu llega a Austria, se encuentra con el emperador y visita las minas
de Hungría. En Italia conoce a algunos ilustrados y queda prendado de los
monumentos de Roma. Luego visita Suiza, vuelve a Austria, pasa por
Alemania, Holanda y termina en Inglaterra. Montesquieu llega a Londres en
noviembre de 1729 y permanece allí un tiempo. Se encuentra con la reina,
conoce a algunos representantes de los principales partidos del país —los
whigs, defensores de la monarquía constitucional, y los tories, partidarios del
absolutismo—, asiste a algunas sesiones de la Cámara de los Comunes, es
admitido en la Royal Society y se inicia en la masonería. Nace su admiración
por Inglaterra y en particular por su Constitución, si bien ya la conoce de
antemano gracias a la lectura de filósofos ingleses como John Locke y sus
Tratados sobre el gobierno (1660-62). Durante su viaje empieza a escribir un
Diario de viaje que termina con la vuelta a Burdeos y también unas Notas
sobre Inglaterra que han llegado incompletas a nuestros días.
Página 14
civilización romana. También su estancia en territorio inglés lo anima a
profundizar en la historia de Roma: allí conoce a Nathaniel Hooke, que
trabaja en su Roman History, from the Building of Rome to the Ruin of the
Commonwealth, y lee Craftsman de Henry St. John Bolingbroke, que insiste
en establecer una analogía entre la historia romana y la inglesa (basándose en
una tendencia comparativa que recupera Edward Gibbon, gran lector de
Montesquieu, en las notas de su History of the Decline and Fall of the Roman
Empire). Es entonces cuando siente la necesidad de profundizar en sus
estudios y al volver a Francia inicia un plan de lecturas para alimentar la
creación de las Consideraciones.
Durante la primera mitad del siglo XVIII trabaja sin cesar. En 1734, aparte
de las Consideraciones, Montesquieu también publica Reflexiones sobre la
monarquía universal en Europa, una obra que él mismo retira y destruye
enseguida, pues teme a la censura porque la obra critica a Luis XIV. Las
Reflexiones no circularán hasta 1891 con una nueva edición. En la primera
mitad de siglo, Montesquieu utiliza parte del material de esta obra para su
nuevo trabajo: El espíritu de las leyes.
Página 15
en octubre del mismo año Jacques Fontaine de La Roche acusa en el
semanario jansenista clandestino Nouvelles ecclésiastiques a Montesquieu de
espinosismo, es decir, de ateísmo (el filósofo Spinoza no era verdaderamente
ateo, pero el término «spinozismo» se usaba con ese sentido), y de haber
escrito contra el cristianismo[2].
Página 16
durante años a leer y a escribir, pero el filósofo
cada vez está más débil.
Página 17
La sociedad del Antiguo Régimen y la igualdad
jurídica de los ciudadanos
Página 18
Guerra Mundial se desarrolla la sociedad del bienestar o welfare
state, que propone una mayor igualdad en el ámbito jurídico,
aunque todavía queda lejos en los países con más tradición
democrática.
Página 19
Autorretratos de Montesquieu
Página 20
Un conocido mío decía: «Voy a hacer una cosa bastante estúpida: mi retrato».
Me conozco muy bien. Casi nunca he estado triste; y mucho menos aburrido. Mi
máquina está tan felizmente construida que me siento impresionado, demasiado
vivamente, por todos los objetos para que puedan producirme placer, pero no
tanto para que puedan causarme dolor.
Tengo la ambición que se precisa para obligarme a tomar parte en las cosas de
la vida: pero no tanta que pudiera hacerme sentir disgusto por el lugar que la
naturaleza me ha reservado.
Página 21
Los años de Montesquieu: la Ilustración
Página 22
las supersticiones, la ignorancia y la ciega obediencia a las autoridades
intelectuales, morales y políticas.
Página 23
La Ilustración es, por así decirlo, el triunfo de la burguesía: su espacio de
debate es el mismo que el del siglo XVII, las academias y las sociedades
científicas; pero ahora la nueva burguesía incorpora las redacciones de los
periódicos y los cafés. La Ilustración ante todo ataca los fundamentos de la
sociedad del Antiguo Régimen y elabora las bases de la ideología y de la
sociedad burguesa, como el racionalismo, el individualismo y, en cierta
medida, el laicismo. En las siguientes páginas veremos en qué medida
Montesquieu contribuye a este movimiento.
Página 24
El espíritu de las leyes
En una carta a su amigo Antonio Maurizio Solare, con fecha del 7 de
marzo de 1749, Montesquieu declara que ha querido recoger el espíritu, o los
principios, de las leyes que se encuentran en los libros de derecho con los que
él había estudiado. El éxito de El espíritu de los leyes es el resultado de esta
investigación, que tiene como objetivo comprender y explicar sin juzgar,
censurar o dictar reglas a los gobiernos. Montesquieu no quiere establecer
normas y las sugerencias que ofrece a los gobiernos son claramente
relativistas. Su objetivo es conocer y, en consonancia con la Ilustración, sería
feliz si su obra ayudase a curar al ser humano de sus prejuicios. Desea ayudar
a los hombres a cultivar su pensamiento racional sobre las leyes y la sociedad
y, por este motivo, pide al lector que no se deje dominar, al contrario, que
reflexione con él: «Pero no siempre hay que agotar el tema de manera que no
quede nada por hacer al lector. No se trata de hacer leer, sino de hacer pensar»
(XI; 20; 129)[3].
Página 25
El prefacio de El espíritu de las leyes
No escribo para censurar lo que está establecido en los distintos países. Cada
nación encontrará aquí las razones de sus máximas y cada individuo sacará por
sí mismo la siguiente consecuencia: solo están capacitados para promover
cambios aquellos que venturosamente nacieron con un ingenio capaz de
penetrar, en una visión genial, toda la constitución de un Estado.
Página 26
No es indiferente que el pueblo esté ilustrado. Los prejuicios de los gobernantes
empezaron siendo siempre prepucios de la nación. En épocas de ignorancia no
se tienen dudas, ni siquiera cuando se ocasionan los males más graves. En
tiempos de ilustración, temblamos aun al nacer los mayores bienes. Nos damos
cuenta de los abusos antiguos y vemos dónde está su corrección, pero vemos
también los abusos que trae consigo la misma corrección. Así pues, dejamos lo
malo si tememos lo peor, dejamos lo bueno si dudamos de lo mejor,
examinamos las partes solamente para juzgar del todo y examinamos todos las
causas para ver todos los resultados. […].
Sería el más feliz de los mortales si pudiera hacer que los hombres se curaran
de sus prejuicios. Y llamo prejuicios no a lo que hace que se ignoren doctas
cosas, sino a lo que hace ignorarse a sí mismo.
Página 27
La naturaleza de las leyes y la condición de los
hombres
Página 28
Las leyes naturales:
Página 29
Consideremos ahora las otras leyes a las cuales los hombres están sujetos:
estas leyes han sido creadas por los propios hombres y por Dios. La
característica común que las diferencia de las otras leyes naturales es que no
son inviolables: el hombre, dice Montesquieu, «quebranta sin cesar las leyes
fijadas por Dios y cambia las que él mismo establece» (I, 1; 8).
Estas leyes siguen siendo necesarias porque los hombres, una vez unidos
en sociedad, dejan de sentirse débiles y empieza el estado de guerra.
Asimismo, los hombres son seres limitados, con una inteligencia limitada y
una voluntad débil frente a las pasiones:
Nos podemos imaginar que esta decisión resulta algo delicada al tratarse
de la religión. Montesquieu se reafirma como cristiano, pero al mismo tiempo
reivindica el carácter secular de su discurso y que las leyes deben existir en la
religión. Y esto también sirve para las religiones consideradas «falsas», fuera
del cristianismo, que a su vez pueden ser beneficiosas o nocivas para la
sociedad (XXIV, 1; 301) y ser objeto de un juicio positivo si la sociedad lo
cree conveniente. Sobre el cristianismo, Montesquieu quiere dejar bien claro
que «desea que cada pueblo tenga las mejores leyes políticas y las mejores
leyes civiles» (ibidem), pero incluso se trata de una afirmación con cierto
riesgo frente a la censura religiosa porque no considera el cristianismo por sí
mismo, sino como un elemento que interactúa con las leyes positivas y, por lo
tanto, según el discurso de Montesquieu, subordinado a las leyes positivas.
Página 30
Tampoco su punto de vista termina aquí: en favor de la salud del
gobierno, Montesquieu insiste en la importancia de dividir los ámbitos de
competencia de los diferentes órdenes legislativos. Las leyes religiosas no
deben interferir en las leyes políticas y civiles porque las primeras piensan en
el individuo y las segundas en el bien general de la sociedad. En resumen, las
leyes religiosas no deberían usarse para regular la sociedad: Montesquieu
ofrece de esta forma un argumento en favor de unas instituciones laicas y
limita la jurisdicción de las leyes religiosas y de las instituciones eclesiásticas
(llega a decir que el tribunal de la Inquisición es «contrario a toda buena
policía»; (XXVI, 11; 329). Llegados a este punto, pasamos al terreno político.
Página 31
Formas de gobierno y su naturaleza
El gobierno republicano
Página 32
Una república puede ser democrática si todo el pueblo tiene el poder
(como en las actuales repúblicas democráticas: Francia. Alemania. Italia,
Estados Unidos, etc.), o aristocrática si el poder es solo para una parte del
pueblo (como en la Roma antigua, tras la monarquía de sus orígenes y antes
del Imperio). Así pues, para una república resulta fundamental establecer con
leyes electorales quién toma las decisiones de gobierno. Además, también es
básico que el pueblo elija y controle a los funcionarios (ministros,
magistrados, oficiales militares…) que realizarán todas aquellas tareas que el
pueblo no puede asumir directamente decisiones especiales, llevar un proceso,
dirigir un ejército, etc. Para Montesquieu, el pueblo es capaz de elegir bien a
sus funcionarios, pero no de administrar directamente los asuntos públicos, tal
y como lo demuestra lo acontecido en Atenas y Roma (en general, para
Montesquieu «uno de los grandes inconvenientes de la democracia» es la
incapacidad del pueblo para «discutir los asuntos») (XI, 6; 109).
El gobierno monárquico
Veamos ahora la monarquía: como forma de gobierno se caracteriza por
los «poderes intermedios» (II, 4; 17). Aunque todo el poder político y civil se
concentra en la figura del monarca, también es cierto que este gobierna con
leyes fundamentales, que precisan de «conductos intermedios» (II, 4; 17), y a
Página 33
través de las cuales se ejerce el poder. De lo contrario, todo se vería reducido
a la voluntad inestable del monarca y se caería muy pronto en el despotismo.
El gobierno despótico
Según Montesquieu, el despotismo «causa a la naturaleza humana daños
terribles» (II, 4; 17). Como al déspota sus cinco sentidos le dicen
continuamente que «él es todo y que los demás no son nada es, naturalmente,
perezoso, ignorante y sensual» (II, 5; 18), abandona el gobierno en manos de
un visir, que lo administra en su lugar mientras él se dedica a los placeres de
la vida. Para tener una idea de lo que es el despotismo, Montesquieu nos
propone una imagen: «Cuando los salvajes de Luisiana quieren fruta, cortan
el árbol por su pie y la cogen. Esto es el gobierno despótico» (V, 13; 44).
Montesquieu presenta como ejemplo de despotismo los gobiernos de Rusia y
Turquía, y en general todos los gobiernos orientales. El despotismo en Asia le
parece, «por así decirlo, natural» (V, 14; 45); volveremos a esta idea al hablar
de las relaciones entre Oriente y Occidente, tema recurrente en toda la obra de
Montesquieu hasta las Cartas persas, y veremos como no se puede resolver
con un juicio unilateral de superioridad occidental.
Página 34
Existen tres formas de gobierno, pero Montesquieu nos muestra que en su
época predominan dos: la monarquía, en Europa, y el despotismo, en Oriente.
Para encontrar ejemplos de repúblicas democráticas busca en la Antigüedad
(sobre todo Atenas y Roma, pero Montesquieu también menciona y elogia las
repúblicas federales de Holanda y Suiza, y también la mixta y más
problemática Alemania, pero que son menos influyentes a nivel continental y,
por lo tanto, secundarias); las repúblicas aristocráticas que elige son las de las
ciudades italianas (Venecia o Génova), que ya poca influencia tenían en la
historia de Europa. Así pues, monarquía y despotismo parecen ser los
modelos de gobierno hegemónicos en el siglo XVIII, pero la monarquía
presenta un ejemplo —excelente— en el que esta deriva en república:
Inglaterra. Montesquieu la describe como «una nación en que la república se
oculta bajo la forma de una monarquía» (V, 19; 52). Aparece aquí una cierta
simpatía de Montesquieu hacia la república, que se vuelve mucho más
evidente cuando analiza los principios de las diferentes formas de gobierno.
Página 35
Formas de gobierno y sus principios
Página 36
iguales a su pueblo», o al menos con cierta moderación, para así prevenir
cualquier conflicto que pudiera debilitar al gobierno (III, 4; 21).
Por otro lado, el pueblo de una monarquía puede no ser virtuoso porque le
será impuesto el respeto a las leyes desde el exterior por la autoridad del
monarca. En la monarquía, los nobles también deben seguir un principio
diferente a la virtud: el honor (sin embargo, el juicio de Montesquieu es muy
duro tanto para los miembros de la corte como para los nobles franceses que
Luis XIV encerró en su corte de Versalles: cobardes, ociosos, ambiciosos,
codiciosos, aduladores, traidores, todos reciben estos mismos calificativos a
lo largo de la historia y las épocas de cada país, no parece que el honor haya
sido un modelo de conducta para ellos).
Página 37
más naturales ni las relaciones familiares. Solo la religión puede poner límites
a la voluntad del déspota, pues se supone que este último también está sujeto
a la ley divina. Por lo general, «circunstancias especiales, opiniones
religiosas, prejuicios o ejemplos recibidos, modos de pensar, hábitos y
costumbres» pueden introducir un poco de libertad en un gobierno despótico
(XII, 29; 144).
Página 38
El relativismo de Montesquieu y el espíritu de las
leyes
Para empezar, la relación de las leyes de un Estado debe ser coherente con
la forma de gobierno que adopta. Las leyes electorales, por ejemplo, deben ser
coherentes con la naturaleza republicana (democrática o aristocrática) o
monárquica del gobierno que las establece (en los gobiernos despóticos no
hay elecciones). Las leyes sobre la educación, en cambio, deben preparar a los
ciudadanos en los principios que caracterizan la forma de gobierno en donde
viven: en las repúblicas, la virtud: en las monarquías, el honor; en el
despotismo, el miedo. Por lo general, las leyes deben promover una ética
acorde con la forma de gobierno: el relativismo conlleva la búsqueda de la
coherencia.
Página 39
legislar según cada caso. El primer entono es la coherencia en cuanto a
implicación con el relativismo.
Por otra parte, adoptar una postura relativista también significa admitir la
diversidad: cosas diferentes tienen naturalezas diferentes, y las leyes, en
cuanto son «relaciones» que derivan de estas naturalezas diferentes, deben
asumir la diferencia. Por lo tanto. Montesquieu no solo afirma que todas las
naciones conocen un derecho político (todas las sociedades tienen forma de
gobierno), sino que también resulta imposible decir que una forma de
gobierno es mejor por naturaleza que otra. Al contrario, «el gobierno más
conforme a la naturaleza es aquel cuya disposición particular se adapta mejor
a la disposición del pueblo al cual va destinado» (I, 3; 10) y raramente las
leyes de una nación se adaptan a otra.
Desde este punto de vista, incluso los juicios morales pueden relacionarse:
Montesquieu habla de la habilidad comercial de los chinos y de lo que para
los europeos es la deshonestidad. Observa que en el caso de los asiáticos, su
habilidad se debe al clima, que en cierta medida les obliga por la precariedad
de su agricultura, y, por lo tanto, a diferencia del caso de los europeos, esto no
puede ser visto como algo negativo. «No comparemos, pues, la moral de los
chinos con la de los europeos —concluye—. En Lacedemonia se permitía
robar; en China se permite engañar» (XIX, 20; 212).
Página 40
Podríamos decir que, más que relativizar el juicio, deberíamos engañar al
prejuicio. Si afirmamos que los chinos son ávidos comerciantes, ¿qué vamos a
decir de los ingleses y de todo lo que han hecho en China? Nos referimos a
las dos guerras del Opio (1839-1842 y 1856-1860), en las que Gran Bretaña
se enfrentó a la China de la dinastía Qing para obligarla a abrir el mercado a
los productos ingleses y, en especial, al opio que los ingleses importaban
desde la India. Los cañonazos no son una muestra de astucia, pero la codicia
desempeña un papel elemental en la contienda. ¿Montesquieu muestra un
prejuicio negativo contra los chinos y uno positivo en favor de los ingleses?
Lo más probable es que el punto de vista de Montesquieu no sea del todo
imparcial (ya veremos más adelante su amor por Inglaterra) y tiene poca
información sobre los chinos. Sin embargo, él no justifica el colonialismo
(también lo estudiaremos más adelante) y su opinión sobre los chinos nos
interesa como ejemplo de su relativismo.
Página 41
La relatividad de las leyes en el principio de
gobierno
Página 42
ciudadano al nacer contrae una deuda eterna con la patria. Su discurso nos
recuerda al de Platón en La República, con un tono claramente clásico al
abogar por una cultura austera para una república antigua como Esparta o
Roma.
Página 43
monarquías cuando entra la pobreza» (VII, 4; 72). En el despotismo, el lujo
puede entenderse, puesto que es una forma de reacción contra la
incertidumbre constante del futuro.
Página 44
moral porque acostumbra a los ciudadanos a la dureza. Solo en el caso del
despotismo, en nombre de la coherencia de las leyes y del gobierno, llega a
insinuar que la tortura puede ser racional, pero enseguida apunta que «oigo la
voz de la Naturaleza que clama contra mí» (VI, 17; 67), y ya no vuelve a
hablar más de ello.
Página 45
La relatividad de las leyes en el clima
Los pueblos de los países cálidos son «tímidos como los ancianos» a
causa del efecto del calor, que les provoca una disminución del vigor físico.
En cambio, en los países fríos son «valientes como los jóvenes»
(XIV, 2; 155): el clima actúa sobre la constitución física y en consecuencia
sobre el carácter y el comportamiento. Por lo tanto, los pueblos del norte a
menudo son libres por ser valientes y los del sur, en cambio, temerosos y
esclavos. Los efectos del clima llegan incluso a manifestarse en las
condiciones políticas.
Página 46
estas se casan más tarde, cuando son más maduras y tienen más
conocimientos: de esta forma se establece, «naturalmente, una especie de
igualdad entre los dos sexos» (XVI, 2; 176).
En los países fríos, como los hombres abusan del consumo de alcohol los
beneficios de la razón se trasladan hacia las mujeres. Esto influye en la
relación entre sexos, en las costumbres y en los usos y, en consecuencia, en
las leyes.
Página 47
constitución de los hombres parecen poco probables o incluso divertidas;
¿cómo se puede pensar que el calor convierte a los hombres sin vigor y
«tímidos como los ancianos?» No obstante, encontramos elementos en
defensa de Montesquieu.
Página 48
de los hombres incluso cuando hablamos del aspecto social y cultural e
histórico (la Ilustración tiende hacia el empirismo y la antimetafísica).
Página 49
La corrupción de los principios y la caída de los
gobiernos
Página 50
Veamos las repúblicas aristocráticas: estas se corrompen cuando los
nobles quieren aumentar su poder en lugar de velar por la república y actúan
sin moderación. Su poder se vuelve absoluto y en lugar de muchos monarcas
se tienen muchos déspotas. El cuerpo que gobierna se separa del cuerpo
gobernado y la corrupción se extiende. El gobierno caerá.
Página 51
causa externa y accidental —clima religión, situación o ánimo del pueblo— le
impide seguir su proceso natural. Su vicio interno permanece y vuelve a
aparecer cuando la causa accidental se debilita. Pero ¿en qué consiste este
vicio interno que determina fatídicamente la corrupción del despotismo?
Montesquieu declara que en esta forma de gobierno todo está sujeto a la
voluntad del príncipe, pero que los súbditos y los funcionarios deben actuar
según su propia voluntad: no pueden seguir una ley que no existe y nunca
pueden adivinar la voluntad del príncipe. Por lo tanto, estos están obligados a
actuar según su voluntad o capricho, y por ello una de las características del
despotismo es la anarquía general. El despotismo es frágil por su
conflictividad o contradicción y Montesquieu añade otras formas en que esta
contradicción puede manifestarse. Sin embargo, nos limitaremos a ver que la
contradicción es lo opuesto a la coherencia.
Página 52
«De la esclavitud de los negros»
Estos seres de quienes hablamos son negros de los pies a la cabeza y tienen
además una nariz tan aplastada que es casi imposible compadecerse de ellos.
No puede cabernos en la cabeza que siendo Dios un ser tan infinitamente sabio,
haya dado un alma, y sobre todo un alma buena a un cuerpo totalmente negro.
Se puede juzgar a los seres según el color de la piel como se juzga según el
color de los cabellos, pera los europeos, que fueron los mejores filósofos del
mundo, en esto de tal trascendencia que daban muerte a todos los pelirrojos que
les caten entre las manos. Prueba de que los negros no tienen sentido común es
que hacen más caso de un collar de vidrio que del ora el cual goza de gran
consideración en las naciones civilizadas.
Es imposible suponer que estas gentes sean hombres, porque si los creyéramos
hombres se empezarían a creer que nosotros no somos cristianos. Algunos
cortos espíritus exageran demasiado la injusticia que se hace a los africanos,
pues si fuese tal como dicen, a los príncipes de Europa que conciertan entre
ellos tantos convenios inútiles se les habría ocurrido la idea de concertar un
convenio general en favor de la misericordia y de la compasión.
Página 53
El territorio y las causas externas de la caída de los
gobiernos
Por otro lado, a Montesquieu no le debe pasar por alto que las repúblicas,
incluso federadas, no desempeñan un papel de primer orden en la política
Página 54
europea de su época. En consecuencia, considera que las monarquías resisten
mejor las agresiones.
Página 55
potencial ofensivo. Cuando habla de guerra de agresión, Montesquieu se
preocupa sobre todo de reducir los daños. Afirma que el uso de la fuerza
militar se regula mediante el derecho de la gente y los Estados tienen derecho
a utilizar la fuerza basándose en el mismo principio de legítima defensa que
vale para las personas, es decir, para protegerse.
Página 56
La libertad política, el equilibrio entre poderes y la
garantía
Hemos dicho que cualquier gobierno está destinado a caer, ya sea por
causas externas o internas e independientemente de su mayor o menor grado
de perfección. Tras hablar del gobierno inglés, que le parece el mejor de todos
los analizados, Montesquieu escribe: «Como todas las cosos humanas tienen
un fin, el Estado del que hablamos, al perder su libertad, perecerá también.
Roma. Lacedemonia y Cartago perecieron. Este Estado morirá cuando el
poder legislativo esté más corrompido que el ejecutivo»» (XI, 6; 114). Con su
típica serenidad, Montesquieu acepta que todas las cosas tienen un final, pero
no renuncia a apoyar la causa de la libertad. El gobierno inglés le parece el
mejor de todos por el modo en que este garantiza la libertad política.
Página 57
establece la seguridad, previene las invasiones. Por el tercero, castiga los
delitos o juzga las diferencias entre particulares. Llamaremos a este poder
judicial, y al otro, simplemente, poder ejecutivo del Estado. […] Cuando el
poder legislativo está unido al poder ejecutivo en la misma persona o en el
mismo cuerpo, no hay libertad porque se puede temer que el monarca o el
Senado promulguen leyes tiránicas para hacerlas cumplir tiránicamente
(XI, 6; 107).
Página 58
resumen, los dos poderes se frenan el uno al otro. A ello hay que añadir su
separación del poder judicial (excepto algún caso aislado, según
Montesquieu).
Esta es, a ojos del filósofo, la feliz situación de la Inglaterra del siglo
XVIII. En cambio, en las otras monarquías europeas, el gobierno no tiende
hacia la libertad como en Inglaterra (también podría ser una señal de la
naturaleza republicana escondida bajo un disfraz de monarquía del gobierno
inglés), sino que solo aspiran a la gloria de los ciudadanos, del Estado y del
monarca. Esto se observa en la falta de separación de poderes: si bien el
monarca no ejerce por lo general el poder judicial, en él se concentran el
poder legislativo y el ejecutivo. No obstante, no significa que este espíritu de
gloria que recorre las monarquías europeas no pueda lograr «grandes cosas»
(XI, 7; 114). Pero solo la Constitución inglesa garantiza, gracias a su
equilibrio de poderes, la libertad política del ciudadano. ¿Debemos deducir
que los otros Estados deberían imitar a Inglaterra o que la «gran libertad
política» que se vive en Inglaterra rebaja la política moderada de los demás
Estados? Montesquieu responde: «¿Cómo lo iba a decir yo, que creo que el
exceso de razón no es siempre deseable y que los hombres se adaptan mejor a
los medios que a los extremos?» (XI, 6; 114).
Página 59
Montesquieu aparta de los juicios los testigos poco concluyentes, las
delaciones, las indiscreciones, las afirmaciones sin base y, en general, todo
aquello que pueda poner en entredicho la veracidad de un juicio. Pone
especial atención en las sentencias y a la hora de dirigir un proceso, sobre
todo en los acusados por magia, homosexualidad, herejía y crimen de lesa
majestad, que con facilidad pueden ser víctimas de abusos o de violencia
excesiva. Insiste en que las fórmulas legales deben ser claras. En definitiva,
pide garantías para los ciudadanos:
en los Estados moderados, en los que se tiene en consideración la cabeza del último ciudadano,
no se priva a nadie de su honor ni de sus bienes sin que preceda un largo examen; ni se priva a
nadie de la vida más que cuando la misma patria le ataca, y esta solo le ataca dejando en sus
manos todos los medios posibles de defensa (VI, 2; 55).
Página 60
«Sobre la Constitución de Inglaterra»
[…]
[…]
Tampoco hay libertad si el poder judicial no está separado del legislativo ni del
ejecutivo. Si va unido al poder legislativo, el poder sobre la vida y la libertad de
los ciudadanos sería arbitrario, pues el juez sería al mismo tiempo legislador. Si
va unido al poder ejecutivo, el juez podría tener la fuerza de un opresor.
[…]
[…]
No soy quién para examinar si los ingleses gozar ahora de libertad o no. Me
basta decir que está establecida por las leyes, y no busco más.
No pretendo con esto rebajar los demás gobiernos, ni decir que esta suma
libertad política de va a mortificar a los que solo la tienen moderada.
Página 61
Cartas persas
Cartas anónimas
Página 62
para el público francés, y ahora se decide a publicarlas. El uso de semejante
simulación, con una segunda apariencia (las cartas recogidas y publicadas)
para negar la primera, la del texto (las cartas son obviamente elaboradas por
el autor), era frecuente en el siglo XVIII y también en el XIX, y sirve para
fundamentar, más o menos a modo de juego, y reivindicar la veracidad del
texto: esto que publico —declara jocoso el autor— no es fruto de mi
imaginación, sino que proviene de un texto encontrado, un documento, un
manuscrito, algo en lo que los lectores pueden confiar. Encontramos la misma
técnica en muchas otras novelas góticas, e incluso en Los novios (1840-1842)
de Alessandro Manzoni. Más recientemente. Umberto Eco la ha recuperado
en el inicio de El nombre de la rosa (1980) con la ironía típica postmoderna:
«Naturalmente, un manuscrito».
Página 63
autor se reduce al de «simple traductor» (Introducción, pág. 61), y esto
ensalza la polifonía de la obra: no encontramos juicios y puntos de vista de un
solo autor, sino un concierto de voces que dialogan entre sí y que multiplican
las perspectivas. Llegados a este punto, debemos hablar un poco más sobre la
composición de esta obra.
Las cartas explican el viaje, la mayoría son obra de Usbek, pero Rica
también firma muchas de ellas y el resto son de otros personajes. Como las
cartas llevan fecha, podemos decir que el viaje de los dos persas, en la ficción,
dura de 1711, con la salida de Isfahán, hasta 1720, cuando ya se encuentran
en París. Es el propio Usbek quien nos explica dos veces las razones del viaje:
primero, cuenta que emprende el viaje por su sed de conocimiento; luego,
revela que desea partir a causa de las ofensas de la corte de Isfahán, pues le
odiaban por su tendencia a desenmascarar y criticar el vicio:
Entré en la corte en mi más tierna juventud. Puedo decir que mi corazón no se corrompió,
incluso me propuse un gran proyecto: me atreví a ser virtuoso. En cuanto conocí el vicio, me
alejé de él; pero, luego, me acerqué de nuevo a él para desenmascararlo. Llevé la verdad hasta
los pies del trono, hablé un lenguaje hasta entonces nunca oído allí; turbé la adulación y dejé, al
mismo tiempo, atónitos a los adoradores y al ídolo. Pero cuando me di cuenta de que mi
sinceridad me había creado enemigos, cuando vi que me había granjeado la envidia de los
ministros sin ganar los favores del príncipe, y que, en una corte corrompida, solo me sustentaba
el débil apoyo de la virtud, tomé la resolución de abandonarla (VIII; 72).
Página 64
Si analizamos la estructura interna de la novela, las cartas se dividen en
tres grupos: las primeras veintiuna cuentan los trece meses de viaje desde
Isfahán; las siguientes sesenta y ocho —de la XXII a la LXXXIX— narran los
tres años de Usbek y Rica en el París de Luis XIV; y las últimas sesenta y una
—de la XC a la CL— se ubican durante los cinco años de regencia de Felipe II,
el duque de Orleans[7].
Las últimas trece cartas se centran en los acontecimientos que han tenido
lugar en el harén de Usbek durante su ausencia. Al salir para Francia. Usbek
dejó a sus mujeres a cargo de sus eunucos. Sin embargo, en su ausencia, la
situación en el harén se vuelve complicada y Usbek, en la distancia, prueba de
intervenir escribiendo tanto a sus mujeres como a los eunucos, que de esta
forma se convierten en personajes de la obra con correspondencia epistolar.
Ahora no desvelaremos cómo termina esta situación para no aguar la sorpresa
al lector. Mientras, veamos cómo la obra de Montesquieu muestra dos caras:
una con la experiencia de Usbek y Rica en París, con sus reflexiones sobre las
costumbres y la cultura de los franceses en comparación con las de los persas;
y la otra, con la situación del harén de Usbek y sus intentos para controlarlo.
Dos géneros se unen en una misma obra, el ensayo y la novela. Observemos
con más detalle el primero.
Página 65
La revolución sociológica
Página 66
universo. En cierto momento, era menester representarlas imbuidos de ignorancia y de
prejuicios; solo se buscaba poner de relieve el surgimiento y el progreso de sus ideas. Sus
primeros pensamientos debían ser singulares: parecía que lo único que había que otorgarles era
esa especie de singularidad que puede ser compatible con el ingenio (Algunas reflexiones sobre
las Cartas persas, pág. 58).
Cuando hablaban de nuestra religión, esos persas no debían parecer más instruidos que cuando
comentaban nuestros usos y costumbres; y, si, alguna vez, nuestros dogmas les parecen
singulares, esta singularidad siempre lleva la marca de la perfecta ignorancia de los lazos que
hay entre esos dogmas y el resto de nuestras verdades (Algunas reflexiones sobre las Cartas
persas, págs. 58-59).
En otras palabras: Usbek y Rica no ven lo que para los europeos resulta
obvio, porque no han sido educados, o adoctrinados, para verlo. La acusada
ingenuidad de su mirada es formulada como una necesidad narrativa que, de
paso, acalla las protestas de la censura. La mirada llega al lector porque estos
lo permiten: para el lector, la propia condición de extranjero es una buena
ocasión para sorprenderse.
Página 67
medida que la novela avanza resulta, de hecho, una visión sumamente crítica.
Más adelante veremos brevemente algunos de estos aspectos.
Página 68
Europa desde el punto de vista de los persas
Página 69
«justicia», por ejemplo, con términos que recuerdan a las reflexiones de El
espíritu de las leyes al hablar de la relación entre las cosas: «La justicia es una
relación de conveniencia que se encuentra realmente entre dos cosas: esa
relación siempre es la misma, sea cual fuere el ser que la considere, ya sea
Dios, un ángel o un hombre» (LXXXIII; 203).
La mayoría de los gobiernos de Europa son monárquicos, o más bien así los llaman, pues no sé
si alguna vez ha habido alguno que real mente lo fuera. Al menos es difícil que se hayan
conservado durante largo tiempo en estado puro. La monarquía es un estado violento que
siempre degenera en despotismo o república. Nunca el poder puede repartirse a partes iguales
entre el pueblo y el príncipe, ese equilibrio es muy difícil de mantener. Para lograrlo, sería
preciso que el poder disminuyera de un lado mientras aumenta en el otro, pero, por regla
general, la balanza siempre se inclina del lado del príncipe, que es quien manda en el ejército
(CII; 233).
Página 70
escribe Rica a Iben, y ahora «los lacayos que habían hecho su fortuna bajo el
reinado precedente hoy se ufanan de su cuna» (CXXXVIII; 304).
De hecho, en Europa existen muy pocos oasis de felicidad y son justo los
que Montesquieu describe como tierras de libertad en El espíritu de las leyes:
en primer lugar, en Inglaterra, donde «la libertad surge sin cesar de los fuegos
de la discordia y de la sedición» (CXXXVI; 300), y luego las repúblicas
federales de Suiza, «la imagen de la libertad» (CXXXVI; 300), y Holanda,
«tan respetada en Europa y tan formidable en Asia» (CXXXVI; 300).
Cuando los dos viajeros persas dirigen su mirada hacia las relaciones entre
las naciones —es decir, pasamos del derecho político al derecho de la gente o
derecho internacional—, la imagen que se nos presenta no es demasiado
positiva. Usbek reflexiona en una carta sobre el origen de la sociedad con
observaciones que una vez más recuerdan a El espíritu de las leyes. En ella, el
viajero persa se indigna viendo como el soberano concibe el derecho
internacional como un sistema de reglas que puede adaptar a su antojo:
¡Qué proyecto, Redi, querer, con el fin de endurecer su conciencia transformar la iniquidad en
sistema, dar sus reglas, basar sus principios y sacar las consecuencias! El poder ilimitado de
nuestros sublimes sultanes, que no tienen otra regla aquel mismo, no produce más monstruos
que ese indigno arte que quiere doblegar a la justicia (XCIV; 220).
Y más adelante:
el otro día te hablaba de la increíble inconstancia de los franceses con respecto a sus modas. Sin
embargo, es inconcebible hasta qué punto estas les obsesionan, todo está subordinado a ellas.
Constituyen la regla por la que juzgan todo lo que se hace en los demás países; lo extranjero
siempre les parece ridículo […] Cuando te digo que desprecian todo lo extranjero, solo hablo de
cosas sin importancia, porque en las importantes parecen desconfiar tanto de sí mismos que
llegan a desagradar. Aceptan de buena gana que los otros pueblos sean más sensatos, con tal de
Página 71
que admitan que ellos visten mejor. […] Con tan nobles privilegios, ¿qué puede importarles que
el buen sentido les venga de otros lados y que hayan copiado de sus vecinos todo lo referente al
gobierno político y civil? (C; 230).
Rica destaca como se mezclan las costumbres con la política. Así pues,
Montesquieu ya muestra en las cartas persas una tendencia a considerar
diferentes tipos de fenómenos con sus múltiples relaciones, y en El espíritu de
las leyes lo desarrollará ampliamente al relacionar estos múltiples factores
con las leyes. Un ejemplo de ello lo encontramos en esta novela de juventud
de Montesquieu, cuando los dos viajeros y sus respectivos remitentes hablan
de la despoblación del planeta: Usbek recibe una carta de Redi en la que
afirma que el mundo se está despoblando: «apenas hay en la tierra una décima
parte de los habitantes que antiguamente la poblaban». Se trata de una tesis
sin fundamento alguno, porque la población europea aumentaba y dice ser «la
más terrible catástrofe que jamás haya ocurrido en el mundo y es síntoma de
un vicio interno, de un veneno secreto y oculto, y de una enfermedad que
debilita y aflige a la naturaleza humana» (CXII; 253).
Página 72
hicieron renace el pueblo de los trogloditas. Los nuevos trogloditas eran
virtuosos y altruistas, y así iban prosperando. Un día, sin embargo, a raíz del
crecimiento de la población, pensaron que debían elegir un rey y ofrecieron la
corona al más justo y virtuoso de entre ellos. Se trataba de un viejo troglodita,
cuya respuesta fue: «Bien claro lo veo, trogloditas, vuestra virtud empieza a
resultaros demasiado pesada. En el estado en que os encontráis, sin jefe, es
preciso que, a vuestro pesar, seáis virtuosos, ya que sin eso no podríais
subsistir y sufriríais las desgracias de vuestros ancestros. Pero este yugo os
parece demasiado duro y preferís someteros a un príncipe y obedecer sus
leyes, que serán menos rígidas que vuestras costumbres» (XIV; 85). Entonces,
¿los hombres están hechos para la virtud y la libertad? La fábula concluye con
el desánimo del viejo troglodita, de cuyas palabras se desprende que la virtud
y la libertad, aunque sean difíciles, son la única posibilidad que tienen los
hombres. Si los hombres no se dan cuenta de ello, la injusticia y el egoísmo
prevalecerán.
Página 73
El Rey Sol en las Cartas persas
[…]
Página 74
oriental. He estudiado su carácter y he encontrado en él
contradicciones que no puedo entender.
Página 75
Oriente y Occidente
Página 76
persas Oriente no sirve tanto para comparar sino que es un objeto de
observación.
Tal y como hemos dicho, la mirada de los persas es el medio por el cual
debemos llegar a la revolución sociológica de Caillois. No es tan sustancial el
hecho de que se trate de una mirada oriental: lo es más que sea una mirada
diferente. Esta podría ser la función de Oriente, si bien a veces no se trata de
una visión real, como comenta Edward Said en su obra Orientalismo, donde
escribe que históricamente «Oriente ha servido para que Europa (u Occidente)
se defina en contraposición a su imagen, su idea, su personalidad y su
experiencia»[11]. Occidente usa a Oriente para definirse y representarse, y en
la novela la mirada ficticia de los persas Usbek y Rica va más allá y pertenece
al propio Montesquieu.
Y esto nos lleva otra vez al tema del anonimato: el autor retrocede y deja
que los personajes tomen la palabra. Pero, mientras retrocede, determina la
mirada de los personajes y al mismo tiempo deja entrever su propio punto de
vista, o al menos lo que él cree. Con su observación muestra las
contradicciones de la sociedad francesa y de las personas en general, y lo hace
como si estuviese sorprendido, con una pregunta tras otra que siempre busca
respuesta. De esta forma, esta obra tiene los elementos característicos de un
ensayo, tal y como admitía Montesquieu en la nota de 1758: «Pero en forma
de cartas, […] el autor ha tenido la ventaja de poder unir la filosofía, la
política y la moral» («Algunas reflexiones sobre las Cartas persas», págs. 57-
58), elementos típicos de un ensayo literario.
Página 77
La novela de Usbek
Página 78
Por lo tanto, Usbek es un personaje ambivalente: por un lado huye del
despotismo persa porque no se adapta a él y en Francia ve la aberración del
absolutismo, pero por otro lado es incapaz de reconocer en él mismo los
rasgos despóticos, tal y como lo prueban las relaciones con sus mujeres. No
los reconoce y no tiene ninguna voluntad de corregirlos. Es justamente
gracias a esta contradicción que representa y es la representación de la
duplicidad de nuestra mirada, de la denuncia y de la crítica al otro, al
diferente, pero sin embargo es ciego e indulgente cuando mira hacia los
suyos.
Así, al final, aparece la figura de Roxana, que abre una posibilidad para el
amor con el joven sin nombre al que ama y es asesinado, y representa la razón
de la libertad y de la vida contra el despotismo del marido. Nos podríamos
preguntar si es por azar que una mujer es la víctima y la protagonista de la
rebelión en favor de la justicia y la libertad; o si Montesquieu sugiere que las
mujeres son víctimas de los hombres y de su violencia. La igualdad entre
sexos sería una idea demasiado contemporánea para el siglo XVIII y para
Montesquieu. De hecho, no podemos asegurar que la relación entre Roxana y
Usbek sea un reflejo de las relaciones entre hombres y mujeres. Y, sin
embargo, resulta significativo que quien tiene la última palabra sea Roxana,
que critica y desenmascara al crítico y «desenmascarador» Usbek y denuncia
su despotismo.
Página 79
La última carta: Roxana a Usbek
Voy a morir: el veneno va a correr por mis venas. Pues, ¿qué haría yo aquí,
dado que el único hombre que me ataba a la vida ya no existe? Muero, pero mi
sombra se eleva bien acompañada, acabo de enviar al más allá, para que me
precedan, a esos guardianes sacrílegos que han vertido la más bella sangre del
mundo.
¿Cómo has podido pensar que yo fuese tan crédula como para suponer que solo
estaba en el mundo para adorar tus caprichos, que mientras tú te permitías todo,
tuvieras el derecho de mortificar todas mis deseos? ¡No! Aunque he vivido como
una esclava, siempre he sido libre. He reformado tus leyes siguiendo el modelo
de la Naturaleza y mi espíritu siempre ha conservado su independencia.
Todavía deberías darme las gracias por el sacrificio que te he hecho, por
haberme rebajado hasta parecer fiel, por haber guardado cobardemente en el
corazón lo que debería haber mostrado al mundo entero, en fin, por haber
profanado la virtud al permitir que llamaran con ese nombre mi sumisión a tus
fantasías.
Pero has gozado largo tiempo de la ventaja de creer que un corazón como el
mío estaba sometido a ti. Ambos éramos felices: tú por creer que me engañabas
y yo por engañarte.
Sin duda, este lenguaje te parecerá nuevo. ¿Es posible que después de haberte
abrumado de dolor todavía te fuerce a admirar mi valentía? Pero ya todo ha
terminado. El veneno me consume, mis fuerzas me abandonan; se me cae la
pluma de ¡as manos; siento que basta mi odio se debilita; me muero.
Página 80
Página 81
Los romanos, grandeza y decadencia de
las civilizaciones
El capítulo anterior termina con el gesto trágico de Roxana. Se trata de
una respuesta a la opresión de Usbek: su suicidio afirma las leyes naturales y
rompe las cadenas del despotismo, pero al mismo tiempo es una respuesta
desesperada e individual.
Página 82
pensamiento. De hecho, años más tarde, escribe en las Consideraciones sobre
las causas de la grandeza y decadencia de los romanos:
En estos tiempos, la secta Estoica se extendió y cobró crédito en el Imperio. Parecía que la
naturaleza humana había hecho un esfuerzo producir por sí misma esta secta admirable,
semejante a aquellas plantas que la tierra hace nacer en parajes que el cielo no ha visto
jamás[14].
La segunda idea es que la justicia mantiene una relación con las personas
y, en especial, una relación que interesa a todas las personas porque concierne
a todas ellas. Este pensamiento nos recuerda a los textos iniciales de El
espíritu de las leyes y que, en el discurso en el que nos encontramos ahora,
conecta la dimensión individual con la social (el acto de Roxana tiene un
sentido de libertad y vital, pero difícilmente puede ser descrito como un acto
de justicia).
Montesquieu vuelve una y otra vez a este punto durante toda su obra. En
las Cartas persas, Usbek define la justicia como «una relación de
Página 83
conveniencia que se encuentra realmente entre dos cosas» y que «aún en el
caso de que no hubiera Dios, nosotros tendríamos que amar la justicia», por lo
que «aunque fuésemos libres el yugo de la religión, no deberíamos serlo del
de la equidad» (LXXXIII, 203-204).
Página 84
Se trata de una recopilación de más de dos mil artículos (o fragmentos) de
todo tipo, tanto por extensión —de pocas líneas o algunas páginas— como
por temática —moral, historia, filosofía, metafísica, costumbres, política,
economía, literatura, etcétera—. Son el testigo de la variedad y la amplitud de
temas que interesaban a Montesquieu y, volviendo a un sujeto anterior; de
cómo las dimensiones individual y social de su pensamiento permanecen
unidas. De hecho, por un lado Mes pensées se puede leer como si fuera un
ejercicio de reflexión y de autocrítica basado en la idea de Montesquieu de
mejorarse, a él mismo, con su base estoica (algo, dicho sea de paso, típico del
siglo XVIII). Por otro lado, la variedad de temas impide que los leamos como
una obra íntima y parece más bien un laboratorio donde los pensamientos
están en comunicación permanente con las obras que el autor imagina,
elabora y ordena para ser publicadas[17].
Página 85
Sobre la amistad
Página 86
Una historia filosófica: las Consideraciones sobre las
causas de la grandeza y decadencia de los romanos
Página 87
Es decir, las Consideraciones son una historia filosófica o una reflexión
filosófica que se desarrolla siguiendo los momentos y los aspectos más
destacados de la historia romana. Además, el título de la obra ya indica su
carácter filosófico: la insistencia en las causas y en la parábola del ascenso y
el declive de Roma muestran que Montesquieu no quiere contar los hechos,
sino tratar sus causas, mostrar las leyes que existían en aquel entonces y
ordenarlas para entender el proceso. Así por ejemplo, la violación de
Lucrecia, la consecuente revuelta de los romanos contra Lucio Tarquino el
Soberbio y su destronamiento marcan el cambio de una monarquía a una
república; pero eso no interesa por sí mismo ni por su valor trágico, sino
porque muestra las fuerzas que formaban la sociedad romana en general,
como el sentido del honor de los ciudadanos y sus costumbres, y el concepto
de república como alternativa a la monarquía.
No es la fortuna la que domina al mundo […] Hay causas generales, ya morales, ya físicas, que
obran en cada monarquía, y la elevan, la mantienen, o la precipitan; todos los accidentes están
sometidos a ellas, y si la suerte de una batalla, es decir, una causa particular ha arruinado a un
Estado, había otra causa general de la cual dimanaba, que este Estado debía perecer por una
sola batalla: en una palabra, el sistema principal arrastra tras de sí todos los accidentes
particulares (XVIII; 287).
Página 88
reflexiones que encontramos en El espíritu de las leyes y en las Cartas persas
con la fábula de los trogloditas: ¿cómo puede ser que los romanos
renunciasen a la libertad republicana para convertirse en súbditos de un
Imperio?
Página 89
Causas particulares y causas generales
Con todo es cierto que la muerte de Lucrecia no fue más que la ocasión de la
revolución que sucedió, porque un pueblo fiero, emprendedor, valiente y
encerrado en una ciudad debe necesariamente sacudir el yugo, o suavizar sus
costumbres.
Debía suceder una de dos cosas: o Roma había de mudar de gobierno, o había
de quedar une pobre y pequeña monarquía.
Así como Enrique VII de Inglaterra aumentó el poder de los Comunes para
humillar a los grandes, Servio Tulio antes que él había extendió los privilegios del
pueblo para deprimir al Senado. Pero el pueblo cobrando valor transformó una y
otra monarquía.
Página 90
Causas de la grandeza, causas de la decadencia
Y antes dice:
Fue admirable el gobierno de Roma, porque desde su nacimiento, o sea por el espíritu del
pueblo, o por la fuerza del Senado, o por la autoridad de ciertos magistrados, fue tal su
constitución que cualquier abuso del poder podía siempre corregirse. Cartago pereció, porque
cuando fue necesario cortar abusos, no pudo sufrir ni la mano de su Aníbal. Cayó Atenas,
porque le parecieron tan agradables sus errores que no quiso remediarlos. Entre nosotros, las
Repúblicas de Italia que ponderan la perpetuidad de su gobierno no deben gloriarse más que de
la perpetuidad de sus abusos, de modo que no tienen más libertad de la que tuvo Roma en
tiempo de los decenviros. El gobierno de Inglaterra es más sabio, porque en él hay un cuerpo
que continuamente lo examina, y que aun a sí mismo se examina sin cesar: sus errores nunca
son duraderos, y muchas veces son útiles, por el espíritu de meditación que influyen en la
nación. En una palabra, un gobierno libre, es decir, en constante agitación, es imposible que se
mantenga si no tiene en sus mismas leyes el modelo de corrección (VIII, 123-124).
Página 91
Plantea que las causas se deben a muchos factores diferentes y no cree que el
método solo sea de los generales y los emperadores.
Hemos buscado la historia de los romanos en sus leyes, en sus costumbres, en su ordenamiento
civil, en las cartas de la gente, en los contratos con los vecinos, en las costumbres de los
pueblos con los que Roma tuvo contacto, en la forma de la antigua república y en la situación
en que se encontraba el mundo antes de los descubrimientos que ocurrieron después
(Montesquieu. Considérations sur les cause de la grandeur des Romains et de leur décadence,
edición de C. Volpilhac-Auger con la colaboración de C. Larrère. París, Éditions Gallimard.
2008, págs. 340-341).
Y durante estos años, Montesquieu escribe el Essai sur les causes qui
peuvent affecter les esprits et les caracteres, que permaneció inédito y donde
el autor trata con precisión la acción conjunta de la formación de los
individuos y el carácter general de las naciones, con sus múltiples causas
físicas y morales.
Página 92
pensado como César y Pompeyo; y la república, cuyo destino era perecer, habría sido arrastrada
al precipicio por otras manos (XI; 163).
Página 93
igualdad. Cuando los pueblos de Italia fueron sus ciudadanos, cada ciudad llevó a ella su genio,
sus intereses particulares, su dependencia de algún gran protector. Dividida la ciudad en
partidos, ya no formó un todo uniforme: y como el derecho de ciudadano era una especie de
ficción. […] Roma fue mirada con ojos diferentes, no hubo el mismo amor de la patria, y las
virtudes romanas desaparecieron (IX; 130-131).
Página 94
Contra la crueldad y la destrucción
Vayamos por partes y miremos hacia atrás: hemos visto punto de vista de
Montesquieu difiere en muchos aspectos al de los historiadores romanistas,
empezando por el hecho de que su discurso es más filosófico que
historiográfico. Otro elemento original de su obra es que no se posiciona al
lado de los ganadores ni describe la historia de los romanos para enaltecer sus
gestas militares e imperiales.
Cartago, que con su opulencia hacía la guerra a la pobreza romana, tenía por esto mismo
inferioridad; el oro y la plata se acaban pero las virtudes, la constancia, la fuerza y la pobreza
no se agotan jamás […] Nada hay tan poderoso como una república en la cual las leyes se
observan no por temor, no por convencimiento, sino por entusiasmo, como fueron Roma y
Esparta (IV; 42-44).
Sin embargo, Montesquieu considera que esta virtud se basa en las armas.
Como observa Stravinski[20], Roma sigue poniendo en práctica sus virtudes
políticas y militares a lo largo de la historia porque debe defenderse sin tregua
de las reacciones, las represalias y venganzas de los pueblos contra los cuales
Página 95
ha infligido violencia: como dice Montesquieu en las Consideraciones,
«expuestos siempre a las más horrorosas venganzas, se les hicieron necesarios
la constancia y el valor» (I; 12). Y cuando el gobierno se vuelve despótico, su
carácter cruel conserva su natural crueldad, de tal forma que como súbditos de
un sistema despótico terminan por ser su víctima.
Acostumbrados los romanos a despreciar la naturaleza en las personas de sus hijos, y de sus
esclavos [Montesquieu se refiere al poder sobre los hijos y sobre los esclavos que la ley romana
otorgaba, respectivamente, a los padres y a los amos], podían conocer poco esta virtud que
llamamos humanidad. Esta ferocidad que nosotros observamos en los habitantes de nuestras
colonias, ¿qué otra causa puede tener, sino el uso continuo de los castigos contra una porción
desdichada del género humano? (XV; 218).
Página 96
ciudadanos de los Estados que conquistaban, mientras que en la actualidad los
conquistadores normalmente asumen el gobierno político y civil de los
vencidos para gobernarlos según sus mismas leyes (tal y como ya hemos
visto). Y termina apuntando que «[el derecho de gentes vigente] nos permite
juzgar hasta qué punto nos hemos hecho mejores. Por ello hemos de rendir
homenaje a los tiempos modernos, a la razón de nuestro tiempo, a nuestra
religión, a nuestra filosofía y a nuestras costumbres» (X, 3; 96).
Página 97
escrito que «la conquista no otorga derechos por sí sola» (XCV; 222), pero
había precisado que «hay dos clases de guerras justas: la que se hace para
rechazar el ataque de un enemigo y la que se lleva a cabo para socorrer a un
aliado que es atacado» (XCV; 221).
Justas, en otras palabras, son las guerras defensivas, dado que para las
naciones vale el derecho de legítima defensa que sirve para los individuos. En
El espíritu de las leyes, Montesquieu precisa que si bien este tipo de guerras
sirve para conquistar territorio, dicha conquista será legítima en la medida en
que no conlleve destrucción ni sumisión. La conquista es un mal cuando
significa destrucción y puede aceptarse cuando no lo es.
Esto explica por qué algunos conquistadores no han actuado con la misma
dureza que otros. Nos referimos, sobre todo —no es una sorpresa— a los
ingleses. Una vez más, estos dan ejemplo y se distinguen por haber fundado
colonias, es decir, conquistan con una única intención comercial. De esta
forma, los conquistados también obtienen ciertas ventajas y se evita la
destrucción (El espíritu de las leyes XIX; 27). Además, las empresas
coloniales inglesas solo pueden exportar las magníficas leyes inglesas y la
forma de gobierno de Inglaterra, y, así, favorecen la «prosperidad» de los
pueblos colonizados (XIX 27; 217). Aparecen algunas contradicciones: ¿los
conquistadores modernos no eran mejores que los antiguos porque no
imponían sus leyes a los pueblos conquistados? Podríamos decir que se trata
de una excepción, producida por las excelentes y libres leyes inglesas, e
incluso lo podríamos aceptar como argumento. Pero, entonces, ¿cómo se
concilio la idea de colonia —es decir, conquista y guerra— por el comercio
con otra afirmación de Montesquieu que dice que el comercio siempre
proviene del equilibrio entre intereses recíprocos y que «el efecto natural del
comercio es la paz»? (El espíritu, de las leyes XX, 2; 22). ¿Y qué pensarían
indios, árabes y africanos del «benévolo» y «civilizador» imperialismo
inglés? A lo mejor Montesquieu pensaba sobre todo en las colonias inglesas
de Norteamérica, pero también los americanos —los futuros ciudadanos de
los Estados Unidos— pensaron que los intereses de la madre patria inglesa no
iban de acuerdo con ellos e hicieron la revolución para alcanzar su
independencia.
Página 98
veces, defiende las ideas de humanidad, bondad y libertad. En cambio,
condena reiteradamente la violencia de los españoles en América del Sur; por
ejemplo, «¿qué beneficios otorgaron los españoles a los mexicanos? […] en
su lugar los exterminaron. No terminaría nunca si quisiera contar los bienes
que no hicieron y los males que causaron» (El espíritu de las leyes X, 4; 98).
Montesquieu intenta buscar la causa en el prejuicio y el desprecio de los
conquistadores hacia los conquistados por el hecho de ser diferentes.
Página 99
Ensayo sobre el gusto
Hemos empezado nuestra aventura con El espíritu de las leyes, luego
hemos ido a las Cartas persas y, a través del Tratado de los deberes y Mes
pensées, hemos llegado a las Consideraciones sobre las causas de la
grandeza y la decadencia de los romanos. La coherencia de Montesquieu
sobre sus temas, principios y categorías ya resulta evidente.
Sin embargo, dentro de esta continuidad hay espacio para una nada
despreciable variedad de intereses y ahora, para terminar, vamos a ver cómo
esta aparece en la última obra de nuestro filósofo: el Ensayo sobre el gusto,
que Montesquieu escribió para la Encyclopédie.
Página 100
D’Alembert, sin embargo, no estaba de acuerdo con Voltaire y por eso
eligió a Montesquieu para ese encargo. Pero cuando Montesquieu respondió,
se ofreció a escribir otra entrada, la referente a «gusto», si bien podía
considerarse una entrada digna de un bel esprit y que, curiosamente, había
sido adjudicada precisamente a Voltaire. Al final, en el libro VII de la
Encyclopédie aparecen los escritos de ambos filósofos: la entrada de Voltaire
y el Ensayo sobre el gusto de Montesquieu, pero que D’Alembert y Diderot
titularon Fragmento sobre el gusto y que colocaron como apéndice de la
entrada de Voltaire. Los editores decidieron cambiar el título porque el
ensayo había quedado inacabado por la muerte del autor.
Sin embargo, que el ensayo no esté terminado no nos impide que podamos
recoger algunas de las ideas fundamentales que se presentan, cuya primera de
todas es la idea de gusto. Se trata de una categoría central en la estética del
siglo XVIII. Montesquieu observa que, en primer lugar, nuestra alma conoce
diferentes formas de placer. Por ejemplo, cuando sentimos placer por algo que
nos resulta útil, decimos que aquello es bueno; en cambio, cuando algo nos da
placer sin que nos pueda ser de utilidad, lo definimos como bello. Lo bello y
lo bueno son formas de placer, al igual que lo agradable, lo ingenuo, lo
delicado, lo tierno, lo gracioso, el no sé qué, lo noble, lo sublime, lo
majestuoso y muchos otros más. Estas formas diferentes de placer constituyen
el objeto del gusto, que podría definirse así: «la ventaja de descubrir con
finura y con rapidez la medida del placer que cada cosa debe producir a los
hombres»[21].
Página 101
estética. El filósofo David Hume, durante el mismo período, escribe que la
belleza reside en la mente de quien la contempla, no en el objeto
contemplado: y en otros pensadores de la época también encontramos la
misma idea del carácter subjetivo de los juicios sobre el gusto y de nuestra
percepción de lo bello, del placer y de todo aquello que es objeto del gusto.
Página 102
y la mente de cada uno de nosotros, además de ser propios y únicos —mi
cuerpo es tu cuerpo, mi alma es tu alma…—, son por lo general almas y
cuerpos humanos y, por ello, se parecen todos los unos a los otros. La
educación y las experiencias de muchos otros que hayan vivido en la misma
sociedad y en un mismo contexto serán parecidas a las que han formado mi
gusto —escuelas, entorno profesional, situación social, geográfica—. Así
pues, la variación proveniente de la base subjetiva permanece en equilibrio
gradas a los elementos comunes que unen las diferentes subjetividades
mediante la naturaleza o la cultura.
Podríamos haber sido hechos como somos o de cualquier otro modo. Pero, si hubiéramos sido
hechos de otro modo, veríamos las cosas de otra manera; un órgano de más o de menos en
nuestra máquina hubiera producido otra elocuencia, otra poesía; una contextura diferente de los
mismos órganos también hubiera dado otra poesía, por ejemplo, si la constitución de nuestros
órganos nos hubiera hecho capaces de mayor atención, no servirían todas las reglas que
proporciona la disposición del tema a la medida de nuestra atención (28).
Página 103
En consecuencia, el gusto no puede reducirse a una aplicación racional,
reflexiva o mecánica de las normas. No obstante, es posible ser consciente de
los principios y de las reglas sobre el gusto —es el objetivo de Montesquieu
— y puede ser un modo de educar nuestro gusto. Además, Montesquieu no es
un pensador romántico: cuando habla de «sentir» no lo hace para oponer el
sentimiento, entendido como «emociones», a la razón. Al contrario. Escribe
que «cuanto nos produce placer debe estar fundado en la razón» (57) y los
sentimientos placenteros que atribuye al alma a menudo son sentimientos
relacionados con sus operaciones intelectuales: el alma siente placer cuando
pone en práctica sus facultades de análisis, comparación, orden o síntesis. El
placer que describe Montesquieu es un placer a menudo intelectual y basado
en la razón: incluso cuando insiste sobre los sentimientos, nuestro filósofo es
un hombre de la razón.
Llegados a este punto, nos podemos preguntar cuáles son las normas
sobre el gusto que destaca Montesquieu: ¿qué podemos decir en especial,
sobre la sensación de placer que experimentamos y sobre los juicios sobre el
gusto relacionados? En resumen, Montesquieu afirma que, por un lado, la
unión de variedad y multitud con, por otro lado, la unidad, produce en el alma
una sorpresa que provoca placer: «siempre se estará seguro de complacer al
alma cuando se le hace ver muchas cosas o más de las que hubiera esperado
ver» (31). Y también que «se produce ordinariamente un gran pensamiento
cuando se dice alguna cosa que hace ver un gran número de otras, y nos hace
descubrir de golpe lo esperable tras una dilatada lectura» (32). Para
Montesquieu, un buen ejemplo es el historiador latino Lucio Anneo Floro,
que es capaz de sintetizar múltiples ideas en pocas palabras.
Página 104
la retórica nos sirve para tratar otro aspecto del pensamiento de Montesquieu:
el análisis y la valoración de estilos y técnicas artísticas en relación con el
placer que nos producen.
Una vez hemos visto las condiciones para que el alma sienta placer,
Montesquieu presenta las reglas del arte que explican por qué, por ejemplo,
Rafael y Miguel Ángel son superiores a los otros pintores, o por qué —si nos
referimos al teatro francés— Racine es mejor que Corneille. Sin embargo,
estas reglas están hechas para tener excepciones:
Aunque cada efecto depende de una causa general —escribe Montesquieu—, se mezclan en ella
tantas otras causas particulares que cada efecto tiene, en cierto modo, una causa aparte. Así, el
arte da las reglas y el gusto las excepciones; el gusto nos descubre en qué ocasiones debe
dominar el arte y en qué otras debe someterse (56).
Página 105
APÉNDICES
Página 106
Obras principales
Obras completas
Actualmente se está trabajando en la publicación de una edición crítica de
todas las obras de Montesquieu. La edición Oeuvres completes de
Montesquieu que hemos utilizado es la dirigida por Roger Caillois y
publicada por Gallimard. También hemos hecho referencia al capítulo
introductorio de la Difensa dello Spirito delle leggi, en Montesquieu. Tutte le
opere (1721-1754), escrita por Domenico Felice. Milán, 2014.
Página 107
Edward W. Said (1978). Orientalismo. Penguin, 2013.
Recursos en línea
Página 108
CRONOLOGÍA
1715 Se casa con la joven hugonota 1715 Muere Luis XIV. Felipe II de
Jeanne de Lartigue, de familia rica y Orleans se convierte en regente y
de nueva nobleza. restaura algunas prerrogativas
parlamentarias.
Página 109
destacado naturalista. Entra en la
Academia de Burdeos.
Su tío Jean-Baptiste de Secondat
muere y le deja en herencia su
patrimonio, el cargo de presidente
del Parlamento de Burdeos y el título
de barón de Montesquieu.
Página 110
Italia, Alemania. Holanda e
Inglaterra. Permanece un tiempo en
Londres, donde observa las
instituciones de la monarquía
constitucional, ingresa en la Royal
Society y se inicia en la masonería.
Escribe Voyage en Italie, en
Allemagne et en Hollande.
Página 111
publica una tercera edición de su
tratado, otra vez con el editor Huart.
Página 112
Notas
Página 113
[1] Starobinski. Montesquieu, pág. 15. <<
Página 114
[2] Véase Domenico Felice, «Nota al testo», en Defensa dello Spirito dalle
Página 115
[3] Las citas de El espíritu de las leyes provienen de Montesquieu, Del espíritu
de las leyes, Tecnos. En cada una de las citas que aparezcan de esta obra,
indicaremos el libro, el capítulo y la página correspondiente. <<
Página 116
[4]
Véase Sergio Cotta, Montesquieu, Roma-Bari, 1995, pág. 39; y
Montesquieu, El espíritu de las leyes, pág. 9. <<
Página 117
[5] Montesquieu, Cartas persas, Ediciones Cátedra; Introducción, pág. 61. A
Página 118
[6] Judith N. Shklar. Montesquieu. Nueva York. 1987, pág. 32. <<
Página 119
[7] Para lo numeración do las cartas tomaremos como referencia la edición de
Página 120
[8] Roger Caillois. «Préface», en Montesquieu, Oeuvres complètes, págs.
IX-XXXI: XIII. <<
Página 121
[9] Véase Phillip Stewart, «Lettres persanes», en Dictionnaire Montesquieu a
Página 122
[10] Starobinski, en Montesquieu, Éd. du Séuil, 1994. <<
Página 123
[11] Edward W. Said (1978), Orientalismo, Penguin, 2013, pág. 7. <<
Página 124
[12] Starobinski en Montesquieu, Cartas persas, Ed. du Séuil, 1994. <<
Página 125
[13]
Domenico Felice, «Introduzione», en Montesquieu, Tutte le opere
(1721-1754), Milán, 20-4. <<
Página 126
[14] Montesquieu, Consideraciones sobre las causas de la grandeza y
decadencia de los romanos, Tarragona, Impr. de Miguel Putgrubí, 1835. A
partir de ahora indicaremos las citas con el número de capítulo y el número de
la página en cuestión, y siempre haremos referencia a esta misma edición. <<
Página 127
[15]
Montesquieu, Mes pensées. Éditions Gallimard, 2014, pensamiento
número 741. <<
Página 128
[16] Montesquieu, Mes pensées. <<
Página 129
[17] Felice, «Introduzione», en Montesquieu, Tutte le opere, cit. y Catherine
Página 130
[18] Montesquieu, Dialogue de Sylla et d’Eucrate, Éditions Arvensa, 2014. <<
Página 131
[19] Véase Catherine Volpilhac-Auger, «Considérations sur les causes de la
Página 132
[20] Starobinski, Montesquieu cit. Pág. 112. <<
Página 133
[21] Montesquieu, Ensayo sobre el gusto, Casimiro libros, 2014. A partir de
Página 134
Página 135