Bachelard Psic. Poesia

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Poética del fuego

Gastón Bachelard - Fragmentos

Hay bellezas específicas que nacen del lenguaje, a través del lenguaje, por el
lenguaje. Pensándolo bien, el estudio sistemático de la imaginación literaria
tiene para nosotros una ventaja: la de que, al reducir nuestro problema, lo
hemos precisado. Estamos, por cierto, frente a una imaginación ofrecida con
toda sencillez, en la más simple de las intimidades, la de un libro y su lector.
La imaginación literaria es el objeto estético que ofrece el literato amigo de
los libros. La imagen poética puede caracterizarse como un vinculo directo de
un alma otra, como un contacto de dos seres felices de hablar y de oir, en esa
renovación del lenguaje que es una palabra nueva.

La imagen literaria debe ser ingenua. Tiene, de este modo, la gloria de ser
efímera, piscológicamente efímera. Renueva el lenguaje embelleciéndolo. Al
leer a los poetas uno se adhiere a ese embellecimiento del lenguaje, a falta de
tener el placer de crearlo.
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Era entonces para nosotros un buen método abordar el problema más


específico de la imaginación literaria: el problema de la expresión poética. Al
considerar las imágenes poéticas del fuego tenemos una posibilidad más.
Puesto que abordamos el estudio del lenguaje inflamado de un lenguaje que
sobrepasa la voluntad del ornamento para alcanzar, alguna vez, la belleza
agresiva. En el discurso inflamado, la expresión siempre sobrepasa al
pensamiento. Al analizarlo desentrañaremos la psicología del exceso. Todo el
psiquismo es arrastrado por imágenes excesivas. Las imágenes del fuego
tienen una acción dinámica y la imaginación dinámica es un dinamismo del
psquismo. Esa franja de exceso que colorea imágenes literarias nos revela una
realidad psicológica quer deberemos poner en evidencia.

Al iniciar así el estudio de la estructura y el dinamismo del lenguaje poblado


de imágenes, al estudiar con las imágenes literarias, la voluntad que se adueña
de la palabra, me fui percatando lentamente, áridamente, de que la imagen
literaria tiene un valor propio y directo, de que no es sólo una manera de
expresar pensamientos, de traducir, en palabras bien dispuestas, placeres
sensibles. Y es así como he llegado a entrever los gérmenes de una ontología
poética en cada imagen literaria un poco nueva.

Con la imagen poética, uno puede aprehender el momento en que el lenguje


quiere ser escrito. Cuando se conoce la felicidad de escribir, a ella es preciso
entregarse, cuerpo y alma, mano y obra. George Sand lo sabía bien cuando
decía: "De nada vale al pensar al escribir; el pensamiento y la palabra se
llevan mal". La escritura es, de alguna manera, una dimensión que desploma
la palabra. La imagen literaria es un verdadero relieve por encima del lenguaje
hablado,del lenguaje sometido a la servidumbre de la significación. ¿Un
relieve? Más aún: el valor poético consolida las trascendencias que podrían
parecer simples retoños de la fantasía. Cuando se vive esa consolidación de la
imagen literaria, de jueguetona que era, se convierte en imagen poética, uno se
convence de que la Poesía es un reino del lenguaje. El reino Poético no está
más en relación con el Reino de la significación: se sitúa por encima de las
oscilaciones del significante y el significado que el psicoanalista, a causa de su
oficio de esclarecedor de enigmas, debe medir. A veces la imaginación poetica
violenta la significación. Los surrealistas proporcionan muchos ejemplos de
esta violencia. Había allí una necesidad polémica para provocar la libertad de
imaginar. Pero ahora que la poesía ha conquistado su derecho a la verticalidad,
una simple exaltación del lenguje nos da esta libertad.

No se recibe, en verdad, comunicación de una imagen poética si no se acepta


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esta imagen ocmo una exaltación psíquica particular, como una metamorfosis
del ser de la Palabra. Una filosofía del Reino poético debería pues sugerir una
doble elevación del ser: por encima de la realidad ususal de los objetos, y por
encima de la realidad psicológica de lo vivido de la realidad ordinaria.

Contra tales relieves psicológicos y metafísicos, la crítica es fácil. (...) Se nos


objetará que al evocar para el lenguaje un reino Poético en el que
abandonamos las obligaciones del lenguaje cotidiano, huimos dos veces fuera
del ser: fuera del ser del mundo, fuera del ser de nuestro propio vivir. Los
filósofos del Ser, los filósofos "ontológicos" se convencen muy fácilmente de
la permanencia del ser en todos los modos del ser. Se ocupan del ser hasta en
las brumas del ser. Apenas nacidos, existen. Y la realidad del mundo es para
ellos una garantía inmediata de su propia existencia en el mundo. Por lo tanto,
toda expresión hablada sólo puede ser un eco de una sonoridad natural del ser,
de su ser. Los filósofos del ser manifiestan el mundo y manifiestan su ser en
un solo y mismo lenguaje. Y siempre el ser, un ser, los seres son una garantía
de la Palabra. El ser de la palabra no es más que una forma del Ser. La Palabra
jamás conquista una autonomía. Es siempre un instrumento. En la mejor
hipótesis, es un grito civilizador. Existe siempre, en el ser de una palbra, un
ser antes de su ser; la palabra "expresa". El ser de su expresión no es más que
un ser delegado, un "modo" del ser que habla.

En verdad, el dinamismo de las palabras inflamadas -las imágenes poéticas


que nacen en el recinto de la palabra-, un dinamismo semejante responde por
el movimiento, por la explosion, a los partidarios del lenguaje estabilizado. Si
pudiéramos hacer sentir a continuación que en la imagen poética arde un
exceso de vida, un exceso de palabras, habríamos probado, detalle por detalle,
que tiene sentido hablar de un lenguaje caldeado, fogón de palabras
indisciplinadas donde se consume el ser, en una ambición casi alocada por
promover un ser-más, un más que ser.

Uno de los leitmotiv de la fenomenología aplicada es la determinación, en


primera conciencia, de las "experiencias vividas". Lo que uno mismo vive, en
si mismo, tiene -se piensa- un privilegio de clara conciencia. Pero a menudo
esta determinación de una conciencia de lo vivido dice demasiadas cosas en
una sola palabra. La palabra "vivido" sobrevalora muy fuertemente una
experiencia que, como toda experiencia debe afinarse en incesantes análisis.

Bajo la pluma de los filósofos de nuestro tiempo, la palabra "vivido" es, a


menudo, una palabra que reivindica. Se la escribe entonces contra otros
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filósofos de los que se juzga con cierto apresuramiento que no aborda lo


"vivido", que se contentan con un juego fácil de abstracciones, que eluden "la
existencia" para consagrarse al "pensamiento". El problema no nos parece tan
simple, y puesto que nosotros mismos utilizamos la palabra "vivido", cargada
tan a menudo de sentido existencialista, no es preciso explicarnos. ¿Como
creen en efecto, que se tiene la vida, toda la vida, la vida en profundidad, en
un acontecimiento pasajero, en la intensidad relativa de una eleccion psiquica
excepcional? Lo vivido conserva la marca de lo efimero si no puede ser
revivido. Y ¿como no incorporar con lo vivido la mas grande de las
indisciplinas que es lo vivido imaginativamente? Lo vivido humano, las
realidad del ser humano, es un factor de un ser imaginario. Deberemos probar
que una poética de la vida vive la vida reviviéndola, intesificándola,
desligándola de la naturaleza, de la pobre y monótona naturaleza, pasando de
la realidad al valor y, suprema acción de la poesía, pasando del valor respecto
de mí al valor respecto de las almas afines aptas para la valoraización por lo
poético.

Por otra parte, ¿quién vive su vida, quién vive la vida natural en su amplitud y
su diversidad? La vida natural se vive en nosotros sin nosotros. Si se la vive
bien, la consecuencia es que se la expresa mal. En nosotros la vida no es un
objeto que podemos asir en todo momento. No es una unidad de ser que puede
determinarse en un estar-ahí. El ser humano es una colmena de seres. Son los
pensamientos lejanos, las imágenes alocadas los que hace la miel del ser, la
sustanica de la vida poética. La vida de un hombre no tiene un centro. ¿En qué
perifería se anima la vida? Y puesto que se anima sobre todo al expresarse,
hacia qué imagen, en qué poemas encuentra el ser su verdadera vida, la vida
excesiva? El ser humano jamás estar fijo, jamás está ahí, jamás vive en el
tiempo en que los otros lo ven vivir, donde él mismo dice a los otros que vive.
No puede tomarse la vida como una masa que avanza en una oleada y arrastra
todo el ser en un devenir general del ser. A menudo, casi siempre, somos seres
estancados sacudidos por remolinos. ¿Dónde está la dirección del movimiento
de la vida en nosotros? Bergson no tuvo dificultad en demostrar que en una
experiencia de lo vivido el cronómetro es un instrumento inútil y engañoso. El
cronómetro es el tiempo de los otros, el tiempo de un "otro tiempo" que no
puede medir nuestra duración. ¿Pero acaso no somos nosotros la gavilla mal
ligada de un millar de otros tiempos? Los "tiempos" entonces abundan en
nosotros sin encontrar la cadencia que regularía nuestra duración. ¿Dónde está
el tiempo que marcaría de una manera muy fuerte la dinámica de nuestro ser,
los múltiples dinamismos de nuestro ser? Basta con cambiar de imágenes para
cambiar de tiempos. En el reino del fuego, somos una hoguera de seres. En
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nuestro fuego que nos da energía y vida, ¿dónde está el tiempo principal? ¿Es
acaso el tiempo de la ceniza que mantiene al abrigo al fuego de mañana?

Las objeciones que creo poder dirigir, en un corto prefacio, a ciertos juicios de
los psicoanalistas relativos a la piscología del lenguaje no se dirigen
naturalmente a los principios del psicoanálisis. Las obras de Freud, tanto las
pequeñas como las grandes, tiene para mí una tonalidad inaugural que debe
convercernos de que no se puede ingresar en los estudios psicológicos sin una
profunda reforma de los métodos de observación. La introducción de un valor
nuevo en el lenguaje - que este valor sea una claridad de pensamiento, una
bella imagen o un dicho ingenioso es como el comienzo de la palabra-, cuyo
rol en una ética del psiquismo debería señalar la filosofía.

Querría mostrar que, en pirmer lugar que los seguidores de Freud no abordan
verdaderamente la estética del lenguaje y, luego, que la estética del lenguaje
cumple un rol útil para la salud psíquica.

Centro todo mi debate de una sublimación absoluta. Los poetas, dice Patrice
de La Tour du Pin, encuentran "su base elevándose". Esta base es el umbral
mismo de la sublimación absoluta. Ya he propuesto esta noción en mis obras
anteriores.

Hay imágenes absolutas, es decir, imágenes liberadas de su sobrecarga


pasional. Esas imágenes no subliman nada. La destilación poética ha tenido
éxito, esta acabada. La pureza poética fue alcanza. La quintaesencia poética ha
sido despojada de todos los residuos sensibles. El psicoanalista no considera
este elevarse del lenguaje hasta su propia altura. Todas las imágenes
permanecen -para él- impregnadas de materias písquicas mal elaboradas,
incluso de materias que rechazan la elaboración.

Para el psicoanalista hay siempre una resistencia a un movimiento, y una


profundidad bajo una superficie. El psicoanalista mira en profundidad y mira
bien. Ve claramente en los profundos estratos del ser. Pero con ello arriesga
perder el sentido de la altura, la sensibilidad a los impulsos de una verticalidad
psíquica. Para el psicoanalista la profundidad es lo estable, lo sólido, lo
permanente. Para el psicoanalista, no hay vestido adornado que no lleve un
grueso forro. Cuanto más adornado el vestido, más grueso el forro. Y está
hecho con la sólida tela de los complejos. Un arlequín de retazos de forro, tal
es la personalidad profunda de un psiquismo brillante.
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Comienzo entonces la elucidación de la realidad psicológica oculta: "Muestras


demasiado, en consecuencias escondes". Tal es el juicio que el psicoanalista
pronuncia contra su paciente. Y cuando es en la palabra misma donde se
manifiesta la necesidad de adorno, la voluntad de adorno, el placer por el
adorno, el psicoanalista no siempre sabe entrar en el diálogo de las palabras
juguetonas y encontrar de ese modo el fondo del fondo. Condena globalmente
el lenguaje adornado. Cuando la expresión multiplica los matices, cuando
matiza los matices, el psicoanalista ve allí una pantalla abigarrada, una
pantalla instalada por una represión sutil. Un ser hábilmente secreto se opone
de ese modo a la mirada de un psicoanalista perspicaz. Hace ya largo tiempo
que se ha dicho que la palabra fue dada al hombre para que pudiera ocultar su
pensamiento.

Pero situar el problema bajo el signo de un pensamiento hábil en preservar los


secretos equivale a no tener en cuenta la exuberancia de las palabras que
expresan imágenes. Filtrarse en nuevas imágenes es un destino normal de la
palabra.

En general, la excitación por hablar es una mala señal a los ojos de un


psicoanalista. Emplea una palabra grosera, propia del manicomio, para
condenar la exuberancia de las palabras como "verborragia". Cree que la
excitación por hablar es una excitación sustitutiva. Jamás piensa en el
beneficio directo que recibe un psquismo. De todas maneras, para un
psicoanalista esta exuberancia es un trastorno superficial. Los psicoanalistas se
lanzan a investigar causalidades psicológicas más profundas.

En consecuencia, para un soñador del lenguaje poético, para un soñador del


lenguaje completo, los psicoanalistas son como psicólogos linguísticamente
monoorientados, más exactamente como psicólogos semiverticalizados. No
conocen la amplitud de toda la verticalidad del lenguaje. Y como no piensan
incluir en el lenguaje los valores cimeros, los valores que sobrepasan la cima
-es decir, los valores poéticos-, son insensible a la dinámica de la verticalidad
positiva, aquella que atrae, que entusiasma a los poetas, los grandes del habla.
Se sorprenderían si se les dijera que esos derrames de palabras poéticas son
manifestaciones del soplo vital, de una forma muy humana de soplo vital. En
la poesía el soplo vital del lenguaje se renueva sin cesar. Al leer a los poetas se
tiene mil oportunidades de vivir en un lenguaje joven.

Una de las acciones más directas del lenguaje es preciso encontrarla en el


lenguaje imaginativo. Al soñar entre abundante imágenes poéticas, el
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fenomenólogo puede suplantar al psicoanalista. Es posible incluso que un


doble método que enlace dos métodos contrarios, uno que vuelva hacia atrás y
otros que asuma las imprudencias de un lenguaje no controlado, uno dirigido
hacia la profundidad y otro dirigido hacia las alturas, produjera oscilaciones
útiles y permitiera hallar el punto de unión entre las pulsiones y la inspiración,
entre lo que empuja y lo que aspira. Es preciso remitirse siempre al pasado y
también, sin cesar, desembarazarse del pasado. Para vincularse al pasado es
menester amar la memoria. Para desligarse del pasado es preciso imaginar
mucho. Y esas obligaciones contrarias vivifican el lenguaje.

Una filosofía completa del lenguaje debería, pues, unir las enseñanzas del
psicoanálisis y de la fenomenología. Sería entonces menester añadir al psico-
análisis un poético-análisis donde se pondrían en orden las aventuras del
lenguaje, donde se daría libre curso a todos los medios, a todos los talentos de
expresión.

Para desentrañar en todas sus sutilezas un poético-análisis de un hombre que


se expresa, no hay que contar con los psicoanalistas. Son escasos los
psicoanalistas que leen a los poetas, que señalan cada día de su vida por el
amor a un poema. El poético-análisis debería ser una profundización muy
íntima de la alegría de imaginar. Cada uno comenzara entonces, por medio de
su poético-análisis, su propio psicoanálisis. Un autopsicoanálisis es fácil
cuando se es viejo. Para un poético-análisis bueno y fervoroso sería necesario
ser joven. Así el largo relato de mis tormentos de método, cuya historia he
querido narrar, no conducen a una tranquilidad homogénea. Cuanto más
trabajo, más me diversifico. Para encontrar una unidad de ser, sería necesario
tener todas las edades a la vez.

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Epitafio

Muy cerca de mi ocaso,


yo te bendigo, Vida,
porque nunca me diste
ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos,
ni pena inmerecida;

Porque veo al final


de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto
de mi propio destino;
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que si extraje las mieles


o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse
hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales
coseché siempre rosas.

Cierto, a mis lozanías


va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste
que mayo fuese eterno!

Hallé sin duda largas


las noches de mis penas;
mas no me prometiste
tan sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas
santamente serenas ...

Amé, fui amado,


el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes!
¡Vida, estamos en paz!

Amado Nervo: En paz.

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