Course Hero Tarea 3

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 9

RESUMEN LIBRO "El vuelo de la clase creativa"

por Richard Florida


La afirmación de que “el mundo es plano” se ha popularizado desde que Tom Friedman, columnista de
The New York Times, la utilizara como título de uno de sus libros más conocidos. La frase viene a
expresar que el planeta se ha convertido en un gigantesco campo de batalla empresarial donde se
puede innovar en cualquier sitio sin tener que emigrar (todo ello gracias a la tecnología). Las
oportunidades de negocio florecen por doquier en cualquier lugar del planeta y, supuestamente, los
empleos de los ciudadanos del mundo desarrollado están en riesgo frente a la pujanza emprendedora
de personas procedentes de China o India.
Según el autor de este libro, Richard Florida, Friedman acierta solo en la mitad de su interpretación del
fenómeno de la globalización. Es cierto que existen poderosas fuerzas que obligan a ciertas formas de
actividad económica a descentralizarse y salir de los países avanzados. Estas tendencias
descentralizadoras llevan ya mucho tiempo entre nosotros y han hecho que industrias básicas, como la
del automóvil o la electrónica, se ubiquen en emplazamientos con bajos costes.
Pero hay una fuerza paralela que Friedman y otros autores obvian: el poder de la concentración
(clustering) no solo de las empresas o industrias, sino -mucho más importante, además-, el de la
creatividad humana y el talento. La energía de las ciudades nace de las ganancias económicas que se
generan cuando individuos inteligentes y con talento viven próximos unos a otros.
Esta poderosa agrupación del talento hace que el mundo no sea plano, sino puntiagudo. O, para ser más
exactos, es plano y puntiagudo al mismo tiempo. La clave para entender la globalización reside en
comprender que se están dando dos fenómenos a la vez: mientras la actividad económica se
descentraliza a lo largo y ancho del planeta, asistimos a la concentración de la creatividad y la
innovación en grandes regiones económicas.
Este libro argumenta que la clave del crecimiento económico y de la competitividad descansa en un
factor determinante: el movimiento del talento a escala planetaria. Asistimos a una de las mayores
migraciones humanas de la Historia y la clase emprendedora, innovadora y con talento se concentra en
torno a unas 20 mega-regiones en el mundo. El panorama dista mucho, por tanto, del mundo plano de
Friedman. Hoy más que nunca el talento llama al talento.
Los Estados Unidos han mantenido durante largo tiempo una ventaja competitiva. No se trata, en este
caso, de señalar como causas sus recursos naturales, el tamaño del mercado ni su superioridad
tecnológica. La clave del estatus de los Estados Unidos en el último siglo ha estado en ser el país más
abierto del mundo. Los tiempos, sin embargo, parecen haber cambiado debido a fenómenos como, por
ejemplo, el terrorismo. Y es precisamente la disponibilidad de otros países o regiones para hacerse con
el talento humano lo que puede transformar el panorama competitivo a escala planetaria. En la era de
la globalización, los países capaces de atraer la mayoría del talento creativo serán los que ganen la
partida. Los que pongan barreras y se dejen guiar por sus miedos o absurdos fantasmas, fracasarán.
El mundo no es plano, sino puntiagudo
Si analizamos el panorama económico internacional, constataremos que el mundo dista mucho de ser
plano. El primer contraargumento evidente a la hipótesis del mundo plano es el crecimiento explosivo
de las ciudades a escala planetaria. Las cifras hablan por sí solas: en 1800, solo un 3% de la población era
urbana; en 1950, había subido hasta el 30% y, hoy en día, se sitúa en el 50%. En los países avanzados, 3
de cada 4 personas viven en áreas urbanas. En el siguiente mapa se puede observar la distribución
irregular de la población mundial, en la que 5 megalópolis albergan cada una a más de 20 millones de
habitantes:
La densidad de población es, sin duda, un indicador demasiado simple de la actividad humana y
económica. Pero sí sugiere que existe una concentración de personas y recursos que hace crecer a unas
zonas más que a otras. Los resultados son todavía más llamativos si se analiza en detalle la actividad
económica que producen las ciudades. Por ejemplo, solamente la economía de Nueva York tiene el
tamaño de Rusia o Brasil y, si sumamos lo que generan las actividades de Nueva York, Chicago, Boston y
Los Ángeles, veremos que es superior a toda China.
Por desgracia, no existen fuentes de información fiables y coherentes sobre la actividad económica de
las ciudades a escala mundial. Sin embargo, contamos con una aproximación que se muestra en el
siguiente mapa: el uso de la luz eléctrica durante la noche:

El mayor empleo de energía indica, presumiblemente, una producción económica mayor. Las ciudades
de Estados Unidos despuntan en el mapa como si del Himalaya se tratara.
La población y la actividad económica son ambas puntiagudas, pero como veremos a continuación, es la
innovación –el motor del crecimiento económico- el que está aún más concentrado. La Organización
Internacional de la Propiedad Intelectual registró en el año 2002 más de 300.000 patentes en más de
100 naciones. Cerca de dos tercios pertenecían a inventores de Estados Unidos y Japón. El 85 % se
concentraba en tan solo 5 países (Japón, Estados Unidos, Corea del Sur, Alemania y Rusia). Países tan
“temidos” como India o China solamente registraron 341 y 297 patentes, respectivamente. La
Universidad de California obtuvo ella sola más patentes que cualquiera de estos dos países.
Todo esto no significa que India o China no cuenten con gente innovadora. Al contrario: personas
procedentes de ambos países fueron quienes fundaron el 30% de las nuevas empresas de Silicon Valley
en los años 90. Pero estos individuos creativos tuvieron que desplazarse hasta Silicon Valley, y ser
absorbidas por el ecosistema innovador, antes de que sus brillantes ideas se transformaran en
económicamente viables. Estos ecosistemas son motores económicos de unas magnitudes casi
inimaginables, pero ocurre que son muy escasos.
El siguiente mapa presenta el origen geográfico de los 1.200 artículos científicos más citados en la
literatura técnica:

En este caso se puede apreciar cómo los avances científicos están todavía más concentrados que las
patentes. La mayoría de ellos no ha nacido en un grupo de países, sino en un puñado de ciudades. China
o India ni siquiera aparecen en este mapa.
Las personas con un talento superior tienden a agruparse geográficamente no solo porque prefieran los
núcleos cosmopolitas o de ocio (que también). Lo hacen porque ello conlleva oportunidades muy
apetecibles: ventajas de productividad, economías de escala, acceso a los recursos financieros y
excedentes de conocimiento que esta alta densidad conlleva.
Por lo tanto, aunque nadie se vea obligado a emigrar para innovar, los datos son testarudos e indican
que la innovación, el crecimiento económico y la prosperidad se dan en aquellos lugares con el atractivo
necesario como para congregar a toda una masa crítica de talento creativo.
El posible ocaso de los Estados Unidos
Peter Jackson, el laureado director de la trilogía de El Señor de los Anillos, logró transformar Wellington,
una ciudad de apenas 400.000 habitantes en Nueva Zelanda, en uno de los complejos cinematográficos
más sofisticados del mundo.
Jackson, nacido en la propia ciudad de Wellington, estaba convencido de que con el aura de El Señor de
los Anillos sería capaz de ganarse el talento de las personas más creativas del mundo. Y su intuición no le
traicionó: los mejores diseñadores de vestuario, técnicos de sonido, diseñadores gráficos o editores
decidieron marcharse a Nueva Zelanda. En una industria como la cinematográfica, sinónimo del poderío
económico y cultural de los Estados Unidos, el proyecto más imponente de la industria reciente del cine
logró concentrar a los creativos más destacados del mundo. Pero esta vez no sucedió en Hollywood,
como había sido la norma hasta entonces, sino en la remota ciudad de Wellington.
De todos es conocido que, por ejemplo, La Guerra de las Galaxias, de George Lucas, consiguió en su
época ser un revulsivo para una gran diversidad de industrias, desde los videojuegos hasta el nacimiento
del merchandising tal y como lo conocemos hoy. Pero en el caso de El Señor de los Anillos, todos los
beneficios adyacentes irán a parar a Nueva Zelanda, no a Estados Unidos.
Este simple ejemplo hace intuir que los Estados Unidos se enfrentan a una de sus mayores encrucijadas
desde el inicio de la Revolución Industrial. El dilema tiene poco que ver con los costes laborales o con la
amenaza de países como China o India. Estados Unidos –durante décadas adalid de las oportunidades y
la innovación- puede estar a las puertas de dilapidar su otrora indiscutible poderío competitivo.
La raíz de este dilema reside en la naciente competencia internacional por el talento, un fenómeno que,
en las próximas décadas, promete reconfigurar de forma radical el mundo. Los países ya no basarán su
poderío económico en sus recursos naturales, sus procesos óptimos de fabricación o su hegemonía
militar. Hoy, el juego de la competencia se dirime en torno a una cuestión central: la habilidad de una
nación para movilizar, atraer y retener al talento creativo.
Los Estados Unidos están perdiendo esta batalla por tres razones principales: en primer lugar, porque
existen unas cuantas naciones que están superándolos a la hora de atraer a la gente creativa. Por otra
parte, los Estados Unidos están poniéndose trabas a sí mismos para captar a esas personas. Y, por
último, se está descuidando el cultivo y la promoción de las capacidades creativas de su propia gente
para que logre competir en igualdad de condiciones.
De todos los obstáculos que la sociedad norteamericana se está imponiendo a sí misma, quizá el más
sangrante sea el de no capturar el enorme caudal de creatividad que hoy circula libremente por el
mundo. La llegada de gente excepcional fue decisiva para el éxito norteamericano en el último siglo. La
llegada de emprendedores foráneos moldeó cada una de las facetas del actual modo de vida
norteamericano, desde el titán del acero Andrew Carnegie, al gigante del cine Samuel Goldwyn o al
inversor y filántropo George Soros. En la década de 1930, los Estados Unidos recibieron una cantidad
inigualable de científicos, intelectuales y emprendedores que huían del fascismo y del comunismo en
Europa. Enrico Fermi o Albert Einstein fueron dos de los muchos que colaboraron, por ejemplo, en hacer
de las universidades norteamericanas un sistema de innovación sin parangón en la Historia.
En la década de 1990 ocurrió algo parecido gracias a las políticas de inmigración liberales y al boom de la
economía. Solo en 1990, 11 millones de personas llegaron al país. Ese año fue el de mayor inmigración
de toda su historia y, entre esos millones de recién llegados se encontraban luminarias como Sergey
Brin, un moscovita cofundador de Google, Sabeer Bhatia, cofundador también de Hotmail, Pierre
Omidyar, el francés que ideó eBay o el finlandés Linus Torvalds, creador del sistema operativo open-
source Linux.
Sin embargo, el panorama ha cambiado últimamente. Los estudiantes son una buena referencia para
medir los flujos de talento a lo largo del mundo. Los países y regiones adonde acuden no solo se
benefician porque pueden ayudar a cubrir puestos de relevancia en la sociedad una vez que terminan
sus estudios, sino porque una alta presencia de ellos trae aparejada la llegada de otras fuentes de
talento foráneo –científicos, investigadores, inventores o emprendedores.
Durante décadas, los estudiantes internacionales han “invadido” los Estados Unidos para beneficiarse de
un sistema educativo de primer nivel. Pero en el año 2003, los visados concedidos a estudiantes cayeron
un 8% -después de haberse desplomado hasta un 20% en el año 2002-. Las cifras continúan
empeorando. Las solicitudes de ingreso en universidades norteamericanas de nacionales de China, India
y Rusia descendieron un 30% en el año 2004. No hay que ser muy avispado para darse cuenta de que
esta gente ha decidido ir a estudiar a universidades de otros países. Y lo que está en juego es mucho,
pues en el año 2000 la UNESCO estimaba en 1,7 millones los estudiantes que se habían educado fuera
de sus países, y para el año 2025 las previsiones se sitúan en más de 8 millones.
Es posible argumentar que restringir la entrada de estudiantes beneficia al talento nacional, que puede
así ocupar las aulas de las universidades o las instalaciones de investigación. Pero, aunque los Estados
Unidos cuentan con gente muy brillante, no son suficientes para alimentar la demanda que una
economía tan potente necesita y, ciertamente, será insuficiente cuando los nacidos en la época del
baby-boom se jubilen. En palabras de Fareed Zakaria en Newsweek, “los oficiales de inmigración viven
con el temor de dejar entrar en los Estados Unidos al próximo Mohammed Atta, pero el resultado real es
que es probable que le estén cerrando las puertas al siguiente Bill Gates”.
La cuestión de los estudiantes representa solamente la punta del iceberg. El número total de
inmigrantes cayó un 34% en 2003, el mayor declive desde 1953. Los costes económicos de esta situación
son desastrosos. Los retrasos (o rechazos) en la emisión de visados cuestan al año miles de millones de
dólares a las empresas norteamericanas. El problema se extiende a cualquier tipo de actividad. Así, por
ejemplo, un creciente número de músicos internacionales de primer nivel, desde cantantes de ópera
hasta celebridades de la música electrónica, han tenido que cancelar sus actuaciones después de que se
les denegaran los visados o se les pusieran todo tipo de trabas. Con este cerramiento se obstaculiza el
intercambio cultural, que es el verdadero caldo de cultivo para la creación. El resultado es equiparable al
de que un día, de pronto, a la industria de la computación se le negara el acceso a la última generación
de chips: el proceso creativo se empobrece.
Pero aún hay más. El asfixiante clima restrictivo contra la inmigración podría, paradójicamente, dañar
aspectos internos relacionados con la seguridad nacional. Kofi Annan, Vicente Fox o el Príncipe Saud
Faisal son solo tres ejemplos de las muchas personalidades políticas que han estudiado en los Estados
Unidos. Todos ellos desarrollan lazos muy íntimos con el país de acogida y entablan relaciones muy
provechosas que pueden ser de mutuo interés en el futuro. La seguridad, la diplomacia y las relaciones
económicas de los Estados Unidos se han beneficiado de este hecho durante décadas, pero las políticas
de seguridad implementadas desde Washington se fundamentan en un pánico irracional que tendrá
graves consecuencias a medio plazo.
Otra señal de alarma sobre el evidente empobrecimiento creativo de este país radica en que la salida de
científicos o ingenieros de los Estados Unidos hacia otros destinos se acrecienta cada día. Uno de los
casos más llamativos es el de Roger Pedersen, pionero en la investigación con células-madre, que
abandonó la Universidad de California por la de Cambridge, Inglaterra. El gobierno británico
subvenciona con enormes sumas de dinero la investigación de alto nivel en este campo, en contraste
con la prohibición de financiación federal en los Estados Unidos.
Tomados de forma individual, ninguno de los casos mencionados tiene por qué ser causa de
preocupación para los Estados Unidos, pues sigue siendo un poderoso país cultural y económicamente,
con una gran diversidad y unas capacidades inigualables. Sin embargo, consideradas de forma global,
todas estas evidencias dibujan la realidad de una nación que, descuidando su tradicional ventaja en
cuanto a talento y creatividad, pueda estar iniciando su declive. La auténtica amenaza no es el
terrorismo que viene de fuera, sino la propia sociedad americana, que está logrando que la gente
creativa no muestre interés por marcharse a los Estados Unidos.
La creatividad importa
En las últimas décadas estamos presenciando una serie de cambios graduales en nuestra economía y
sociedad que han traído una nueva forma de trabajar y vivir. Podemos denominar a esta nueva etapa la
era creativa, porque es precisamente la creatividad el principal vector del crecimiento económico.
La innovación nace de las ideas, y éstas no caen precisamente del cielo, sino que surgen en la mente del
ser humano. Son las personas las que escriben los programas de software, las que diseñan los productos
o componen música. Todo lo que mejora nuestra vida o nos produce placer –ya sea el iPod, ya la película
Pulp Fiction o bien la maquinaria para modernizar el funcionamiento de una empresa química- nace del
genio de las personas. Lo que hizo que la economía mundial se expandiera en la década de los 90 del
siglo pasado no fue la avaricia ni la enorme disposición de capitales para acometer nuevas experiencias,
sino el desencadenamiento de una creatividad sin límites.
Quizá lo más interesante de la era creativa sea que no solo tiene la llave del crecimiento económico,
sino que puede impulsar el desarrollo del potencial humano en general. Mucha gente con talento se
arriesga a nuevas aventuras no por la bonanza de las stock options, ni por las mejoras salariales –que a
menudo acaban en lo contrario-, sino porque buscan la oportunidad de iniciar un trabajo nuevo y
excitante. Y la creatividad no solo es cosa de emprendedores arriesgados. Hay fábricas japonesas en las
que se han implementado sistemas de cambio continuo: en ellas, los trabajadores afirman disfrutar
ahora de su trabajo, no porque su salario sea más alto o la labor más sencilla, sino porque al fin tienen la
ocasión de aportar sus propias ideas. Curiosamente, lo que a la gente más le gusta hacer (crear) es
aquello que genera prosperidad.
Lo cierto es que, hoy más que nunca, cada vez más individuos están haciendo de la creatividad su modo
de vida. El número de personas con ocupaciones creativas –desde arquitectos, ingenieros, científicos a
artistas o escritores- ha crecido de forma exponencial durante el siglo XX, llegando a la actualidad a unos
150 millones de personas en todo el mundo. Además, si tomamos solo el caso de los Estados Unidos, y
dividimos la economía en tres sectores –servicios, manufactura y sector creativo-, los salarios de este
último representan casi la mitad de todo lo generado.
Una de las grandes falacias de los tiempos modernos es pensar que la creatividad es propia de una serie
limitada de personas que nacen con determinadas cualidades. La mayoría de la gente, según esta
creencia, no desea ser creativa, no podría serlo aunque se lo propusiera y no se sentiría cómoda en un
ambiente donde se esperaran los resultados de su capacidad de invención.
Esto es algo completamente falso.
El argumento central de la “teoría de la clase creativa” es que todo ser humano es creativo. Y lo es de
muy diversas maneras y en variados campos, que van mucho más allá de los conocimientos adquiridos
en la etapa de formación. Si realmente queremos prosperar como sociedad, no podemos seguir
valorando y compensando únicamente el talento de una minoría. Es por esto que hay que huir de frases
esnobs como “gestión del conocimiento” o “sociedad de la información” y, en cambio, hablar de la clase
creativa como definición más exacta del auténtico vector del crecimiento económico. El verdadero reto
de nuestro tiempo es aumentar el porcentaje de la fuerza laboral creativa (actualmente, en torno al 30%
en los países más desarrollados) para sacar así a la luz las enormes reservas de talento que ahora
permanecen ocultas.
Nuestra sociedad no está extrayendo el jugo ni siquiera a una fracción del capital creativo que tiene a su
disposición. Se hace muy poco esfuerzo por motivar a ese 30% afortunado que se desenvuelve en
entornos creativos. En un estudio realizado en 2004, 300 trabajadores de Silicon Valley respondieron a
la pregunta de cuánta creatividad desarrollaban en su trabajo. Uno de cada diez afirmó que eran
creativos fuera del trabajo, ya que estaban involucrados en tareas artísticas o musicales o cultivaban
algún tipo de hobby. Solo el 40% contestó que su trabajo requería de mucha creatividad.
Si lo anterior son datos de la elite de la alta tecnología, podemos imaginar fácilmente la situación del
70% restante de la clase trabajadora. Consideremos simplemente la riqueza, prosperidad y desarrollo
humano que comenzaría a generarse si incluso una fracción de ese talento creativo que todos llevamos
dentro empezara a salir a la superficie.
Considerando en conjunto estas tres ideas –que la creatividad es la primera fuente de riqueza en el
mundo moderno, que todo ser humano es creativo y que todos los trabajadores pueden poner en
marcha su talento-, empezaremos a vislumbrar el alcance de la transformación que tenemos a la espera
de ser puesta en marcha. Pero ¿cómo puede ponerse a trabajar esta creatividad para asegurarnos un
crecimiento económico sostenido? La respuesta reside en la Fórmula de las 3T: tecnología, talento y
tolerancia.
Los economistas han asegurado desde hace ya largo tiempo que la tecnología y el talento son esenciales
para el crecimiento. El quid del asunto está en comprender por qué algunos lugares son mejores que
otros para generar, atraer y retener estos factores críticos de producción. La respuesta reside en la
apertura de miras, la diversidad y la tolerancia –o la falta de ella. Por tolerancia no se entiende
simplemente el aceptar a diferentes clases de personas, aunque esto sea un punto de partida básico. Las
sociedades que triunfan son aquellas en las que sus miembros no solamente toleran las diferencias, sino
que actúan de manera inclusiva, como un imán que atrae al talento. Todos los estudios realizados
muestran una correlación absoluta entre las sociedades abiertas a la integración de los inmigrantes,
artistas, bohemios o gentes de distintas orientaciones sexuales y el crecimiento económico sostenido a
lo largo del tiempo.
El Índice Global de Creatividad mide la competitividad de los países basada en las 3T (talento, tecnología
y tolerancia). En este ranking, las primeras posiciones las ocupan Suecia, Japón y Finlandia. Solo en el
cuarto lugar aparecen los Estados Unidos. De la observación en detalle de los datos se deduce que los
líderes económicos del futuro probablemente no serán ni China ni India –que ocupan las posiciones 36 y
41, respectivamente-, aunque se estén convirtiendo en centros globales de manufactura y procesos
básicos. Por el contrario, entre los países mejor situados se encuentran Finlandia, Suecia, Dinamarca,
Holanda, Irlanda, Canadá, Australia o Nueva Zelanda, que han sabido construir climas creativos muy
dinámicos, invirtiendo en talento, potenciando la tecnología e incrementando su esfuerzo y habilidad
para atraer al talento creativo mundial.
La competencia global por el talento se agudiza... en las regiones
La competencia por el talento no se da solo entre naciones. La batalla real está en las ciudades y en las
regiones. Durante la mayor parte del siglo pasado, los Estados Unidos gozaban de una ventaja
indiscutible: con más de 50 núcleos urbanos de más de un millón de habitantes cada uno, sus ciudades,
frente a las restantes del mundo, estaban consideradas como las más vibrantes a nivel económico, las
más abiertas y las más atractivas para establecerse.
Pero igual que las grandes corporaciones de Estados Unidos sufrieron un auténtico “tsunami” a nivel
competitivo entre 1980 y 1990, las ciudades se vieron sometidas a las presiones de la globalización. El
número de ciudades en el mundo con más de un millón de habitantes ha pasado de 83 en 1950, a más
de 400 en la actualidad. Los grandes “imanes” del talento (como Toronto, Ámsterdam, Sídney o
Estocolmo) están compitiendo agresiva y eficientemente por hacerlo venir desde cualquier rincón del
mundo donde se halle.
En sus inicios, las ciudades fueron centros de intercambio y comercio de los excedentes agrícolas.
Paulatinamente, fueron evolucionando de forma natural a lugares donde la especialización del trabajo
aumentó la productividad y ya no se comerciaba solo con los productos del campo, sino con todo tipo
de bienes producidos localmente o importados.
En el siglo XIX, los centros urbanos modificaron el sistema basado en el mercado local y pasaron a ser
centros industriales en ciernes. Chicago, Manchester o el Valle del Ruhr se convirtieron en los primeros
polos geográficos de la gran transición hacia la era industrial. Muchas ciudades contaban con ventajas
competitivas, como tener insumos básicos en abundancia o disponer de un puerto con buenas
comunicaciones. Desde unos orígenes humildes, con pequeñas fábricas, un buen número de ciudades
evolucionaron a centros industriales complejos donde se producía todo lo que se necesitaba, desde las
materias primas al producto final. En Detroit, por ejemplo, todo lo que se requería para fabricar un
automóvil estaba integrado en un espacio físico delimitado (incluida la mano de obra).
De esta forma, la Revolución Industrial dio forma a los centros urbanos a gran escala tal y como los
conocemos hoy. Gradualmente, la geografía de la producción en masa se fue transformando en centros
de gran consumo. Los suburbios, particularmente en los Estados Unidos, alimentaron el motor de las
industrias fordistas y aumentó la demanda de viviendas, de automóviles, electrodomésticos y todo tipo
de productos industriales.
Entre los años 1970 y 1980, la jerarquía de las ciudades industriales comenzó a modificarse. La división
del trabajo, que antes se había organizado en torno a las regiones, perdió su sentido económico y
elementos de la cadena de producción, que antes estaban integrados regionalmente, se trasladaron a
otros lugares del propio país o del extranjero. La producción en sí misma se descentralizó y se hizo
global. Las regiones dejaron de estar especializadas en una industria en particular y pasaron a ser el
núcleo de algún eslabón concreto de la cadena de valor. Así, por ejemplo, Taiwan se especializó en
semiconductores, Tijuana y Guadalajara en ensamblaje de productos electrónicos, Bangalore en
software de gestión empresarial, etc.
Casi al mismo tiempo, las economías han empezado a convertirse en áreas basadas en el conocimiento,
más que en recursos naturales o gigantescos centros industriales. El poder de las ciudades reside hoy en
las poderosas conexiones entre universidades, centros de investigación y desarrollo, empresas de capital
riesgo y emprendedores. Estas estructuras sociales, basadas en la innovación y la creación de nuevos
negocios, están en la vanguardia del desarrollo económico y, cada vez más, el impulso del capitalismo se
aleja de la tradicional producción de bienes y servicios.
La división entre innovación y producción no se da únicamente en las industrias de alta tecnología, sino
que abarca a un extenso y creciente número de industrias tradicionales. Un buen ejemplo son las
regiones de Italia, otrora fabricantes de tejidos y prendas de vestir, que están convirtiéndose en centros
punteros de diseño y producción de alto valor añadido. Regiones enteras a lo largo del planeta están
organizándose ellas mismas en una densa pero flexible red de innovadores, construyendo parques de
alta tecnología, forjando acuerdos entre universidades y empresas, creando fondos de capital riesgo con
apoyo gubernamental y favoreciendo la transferencia de tecnología.
La colisión de la rápida globalización con el surgimiento de la economía creativa está alterando
radicalmente el paisaje de la competencia global, potenciando el papel de algunas regiones y
reduciendo desesperadamente el de otras. Zonas industriales como Pittsburg, Cleveland, St. Louis o
Detroit sufrieron en sus propias carnes el choque de estas dos fuerzas cuando perdieron industrias
básicas y empleo en favor de otros países. Por otra parte, regiones como Taipéi o Guadalajara se han
especializado en relativamente pequeños nichos en la cadena productiva, lo que les hace vulnerables a
los bandazos de la economía y de su propia estructura de costes. Y mientras las “ciudades de las ideas”
tienen mayor flexibilidad económica, también se enfrentan a una encarnizada competencia por el
talento.
El resultado final es que las ciudades se encuentran compitiendo en nichos cada vez más estrechos,
haciendo que busquen ventajas competitivas combinando talento y estructuras de costes en formas
cada vez más complejas y sofisticadas. Entre los nichos regionales más significativos del mundo se
encuentran los siguientes:
• Tokio y Osaka (Japón): son los líderes indiscutibles en el desarrollo de productos de electrónica de
vanguardia, especialmente aparatos de telefonía móvil. Además, Tokio domina el sector de los
videojuegos.
• Wellington (Nueva Zelanda), Sidney y Melbourne (Australia), Toronto (Canadá): todas estas
ciudades están poniendo en entredicho la tradicional hegemonía de Hollywood en la producción
cinematográfica y en la tecnología digital.
• La región de Helsinki-Tampere-Oul (Finlandia): sede del líder de las telecomunicaciones, Nokia,
compite con San Diego, Silicon Valley y el área de Chicago, donde se encuentran las oficinas
centrales de Motorola.
• Londres, Milán y París: tres ciudades emblemáticas que desde hace tiempo rivalizan con Nueva
York en la industria de la moda, el diseño y las marcas de lujo.
• Toulouse (Francia) y Hamburgo (Alemania): ambas luchan con Seattle por ser líderes mundiales en
diseño y fabricación aeronáuticos. Airbus y Boeing se disputan permanentemente este mercado
multimillonario.
• Por supuesto, una ventaja competitiva no es algo estático. El input fundamental en la nueva etapa
económica –los individuos creativos- puede trasladarse de un lado a otro libremente; por su parte, las
ciudades muy especializadas son demasiado vulnerables a las coyunturas económicas desfavorables. El
arma para estas ciudades es cómo convencer a la gente creativa para que no solo se instale en ellas, sino
que permanezca a largo plazo. Es más fácil decirlo que hacerlo, pero si existe una competencia feroz
entre las grandes megalópolis, el grado de incertidumbre será aún mayor para los cientos de urbes que
vienen detrás.
Una agenda para la sociedad creativa
No existe mayor “entretenimiento” entre los economistas que tratar de adivinar quién será el sucesor
del dominio económico que hoy ejercen los Estados Unidos. Sin embargo, el escenario más probable no
será el de una nación que desbanque la hegemonía norteamericana, sino que, poco a poco, asistiremos
al nacimiento de varios jugadores que simultáneamente liderarán la economía mundial. En estas
circunstancias, la llave del futuro para las naciones, regiones y ciudades es diseñar una estrategia que les
permita prosperar en el naciente mundo multipolar.
Para tener éxito y prosperar en la era creativa, las naciones, regiones y ciudades tienen que acometer la
transición desde una sociedad industrial a una creativa. ¿De qué modo? Invirtiendo en su gente,
construyendo un capital creativo y manteniéndose siempre abiertas y tolerantes. Es difícil trazar un
esquema para construir una sociedad creativa, dado que no es una labor centralizada, sino que necesita
nacer orgánicamente de los esfuerzos y energías de una gran variedad de personas y organizaciones
trabajando codo con codo. No obstante, existen unos cuantos principios esenciales que hacen de faro
para orientarnos en el futuro.
Destapar el potencial creativo de todas las personas. Como hemos visto en otros apartados de este
resumen, la clase creativa supone como media en los países desarrollados un 30% de la población.
Resulta indispensable que quienes pertenecen a los sectores de servicios e industriales (el 70% restante)
saquen a la superficie el enorme caudal creativo latente que poseen y, que además, sean valorados y
remunerados por ello. Esto no significa que todas las personas vayan a dedicarse a la “creatividad” –
componiendo grandes sinfonías o diseñando edificios monumentales-, sino que se ennoblezcan y
potencien los esfuerzos de las ocupaciones “ordinarias” que realizan. El tratar de superar esta evidente
“división de clases” no solamente es algo social y moralmente justo, sino un requisito económico para
cualquier sociedad interesada en la innovación a largo plazo y en la prosperidad.
Invertir en infraestructuras creativas. Invertir en innovación ofrece tasas de retorno extraordinarias
para la economía en su conjunto. No hablamos aquí de construir estadios, centros de convenciones u
otras infraestructuras parecidas que, dicho sea de paso, traen consigo indudables beneficios económicos
(al menos, hasta que se termina de poner el último ladrillo y sale el último trabajador de la obra). Los
países y regiones que quieran liderar la economía del futuro tendrán que invertir en investigación y
desarrollo y en dotar a sus ciudadanos de una educación superior de calidad, con el mismo empeño que
se puso en la construcción de canales, ferrocarriles o autopistas para potenciar el crecimiento industrial
en épocas pasadas.
Potenciar las universidades como imanes de talento y tolerancia. Las universidades son el centro
neurálgico de la economía creativa. En la actualidad, las universidades están consideradas únicamente
como un laboratorio de investigación y tecnología. Pero, en realidad, sirven para potenciar además las
otras dos “T” del crecimiento económico: talento y tolerancia.
En primer lugar, las universidades actúan como auténticos imanes del talento: captan lo mejor y más
brillante de la sociedad. Por eso, casos tan sangrantes como el neo-aislacionismo de los Estados Unidos
deben servir para abrir los ojos a la realidad. No solo es importante hacerse con el talento, sino que hay
que conseguir que se quede en la región que le acoge. Algunos políticos y economistas estadounidenses
son de la opinión de que todo estudiante universitario y extranjero debería llevar grapado en su
expediente un visado para poder trabajar, no solo durante sus estudios, sino una vez concluidos estos.
En lugar de ello, se pone fecha de vencimiento a su estancia, lo que cierra la oportunidad de que su
talento redunde en pro de la sociedad que les ha visto formarse.
Por otra parte, las universidades son instituciones que, quizá más que ninguna otra, han abierto ciudad
tras ciudad al mundo exterior. Son auténticos bastiones de la tolerancia que abren sus puertas no solo a
las nuevas ideas, sino a toda persona con independencia de su etnia, nivel socioeconómico o cultura de
origen.
Educar a la gente para la economía creativa. Los problemas educativos no surgen cuando los hijos
llegan a los 18 años. Hoy es preciso transformar un sistema educativo anclado en la época industrial,
donde la prioridad era formar grandes masas de trabajadores destinados a las fábricas. Hace falta una
educación que refleje y refuerce los valores, prioridades y requerimientos de los nuevos tiempos,
creando escuelas donde se cultive y florezca la creatividad humana y la memorización no sea la base del
aprendizaje. Es indispensable erradicar la falsa disyuntiva de que los niños o estudian matemáticas o se
dedican al arte, la música o la pintura. Los nuevos tiempos exigen, más que nunca, una formación
integral.
Una sociedad verdaderamente abierta. Los Estados Unidos cercenan su propio progreso cuando hacen
que sus descubrimientos científicos tengan que pasar un “test religioso” o cuando multiplican las
restricciones en la emisión de visados. Lo mismo ocurre en Europa cuando sus ciudadanos dan más
poder a partidos políticos que intentan restringir la inmigración, en la falsa creencia de que van a
arrebatar los puestos de trabajo a los nacidos en el país.
En este sentido, hay países que han alcanzado una visión mucho más tolerante e inclusiva de la
inmigración. Así sucede en Canadá, que ha ido un paso más allá del principio tradicional del melting-pot
a la hora de integrar a los extranjeros. El melting-pot es una metáfora en la que los ingredientes de la
“cazuela” (pot) – gentes de diferente etnia, cultura o religión- se combinan (melting) para perder, en
cierto modo, su identidad, de forma que se consigue la apariencia de una sociedad bastante
homogénea. En Canadá (y en otros países, como Suecia) se trabaja con el concepto más avanzado de
sociedad mosaico, donde nadie pierde su identidad y siempre se es bienvenido por la capacidad de
hacer avanzar al país de acogida.
Conclusión
La economía creativa no es la panacea para la miríada de problemas económicos y sociales a los que hoy
en día tenemos que hacer frente. El paso de la sociedad agrícola a la industrial trajo enormes
transformaciones y una auténtica tormenta social. Hoy vivimos una transición parecida: la diferencia
entre clases sociales se está agudizando; la vivienda se dispara en los centros líderes de la economía
creativa; las estructuras familiares se están reorganizando; el estrés y la ansiedad se apoderan de la
gente porque la creatividad y el trabajo mental se han convertido en las fuerzas de trabajo esenciales.
Todo esto conforma lo que los economistas llaman externalidades y están solamente empezando a
sentirse. Sin una acción concertada, sin duda continuarán agudizándose. Por eso no se puede perder de
vista su influencia en la sociedad, y así conseguir que todos los beneficios que la tecnología, el talento y
la tolerancia traen consigo lleguen al mayor número de personas posible. El reto que nuestra sociedad
tiene por delante merece, sin duda alguna, la pena.

Autor
Richard Florida (Newark, 1957) es conocido mundialmente por sus trabajos encaminados a desarrollar
el concepto de la clase creativa y sus implicaciones en la regeneración de las ciudades. Este concepto lo
desarrolló en tres de sus libros más conocidos: Las ciudades creativas (Paidós, 2009), La clase creativa
(Paidós, 2010), y El gran reset (Paidós, 2011).
Florida está doctorado por la Universidad de Columbia y ha desempeñado su labor como docente en las
universidades George Mason y Carnegie Mellon. En la actualidad, es director y profesor del Martin
Prosperity Institute en la Escuela de Negocios Rotman, de la Universidad de Toronto, y también enseña
en la Universidad de Nueva York. En 2013, MIT Technology Review lo identificó como uno de los
pensadores más influyentes del momento.

También podría gustarte