Una Historia Por Escribirse
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Tal es el caso tanto del norteamericano Richard Francis Phillips (alias Frank Seaman y Manuel Gómez, en-
tre otros) y del suizo Edgar Wong (alias Stirner, entre otros). Cfr. Lazar y Victor Jeifetz y Peter Huber, La Interna-
cional Comunista y América Latina, 1919-1943. Diccionario biográfico, Instituto de Latinoamérica de la Academia
de Ciencias (Moscú) e Institut pour l’histoire du communisme (Ginebra), 2004, pp. 261-262 y pp. 340-342.
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pero también con importantes rasgos comunes que sometían cualquier acción
autónoma y opositora, la actuación de los comunistas se enredó con frecuencia
en la confusión del acto emancipador revolucionario con las lógicas de poder que
aquellos nuevos poderes representaban y defendían.
Como sucesos de gran envergadura esas revoluciones devinieron pronto en
poderosas ideologías y construyeron sus respectivos regímenes políticos que,
surgidos ambos de diferentes procesos, tuvieron el denominador común de ser
resultado de la derrota de los sectores y programas más radicales que se habían
propuesto la transformación de fondo de cada una de sus sociedades. Son las res-
pectivas lógicas de esos fenómenos las que someterán a poderosas dificultades la
acción política del pcm, lo mismo que a otras corrientes de izquierda (como los
anarquistas, que pronto prácticamente desaparecieron).
Así, cuando en México aún se vivía una situación inestable y de violentos en-
frentamientos en las cúpulas militares que participaban en la revolución; el mis-
mo año del asesinato de Zapata y cuando Villa ya había sido derrotado y se había
replegado a su hacienda en Chihuahua, mientras que Ricardo Flores Magón esta-
ba preso en Estados Unidos; y cuando circulaban en el país abundantes noticias
sensacionalistas de lo que los bolcheviques habían logrado desde octubre de 1917
en la lejana Rusia, un pequeño grupo de revolucionarios socialistas se dieron a la
tarea de convocar, en agosto de 1919, a la realización de una Conferencia Socialista
con el propósito de unificar las diversas expresiones y los pequeños agrupamien-
tos de las izquierdas que existían entonces en diversas partes del país, algunas de
las cuales estaban inmersas en radicales luchas locales que trascendían los límites
institucionales en los cuales quedó domesticada la gesta revolucionaria.
Bajo aquel turbulento clima político, el partido que surgiría de aquella confe-
rencia, entusiasmado por los acontecimientos rusos y confiado en las posibilidades
aún de alcanzar en su convulsionado país las conquistas revolucionarias vislum-
bradas, entraría en un rápido proceso –marcado por circunstancias azarosas– de
redefiniciones políticas e ideológicas que lo llevaron a adoptar, en una reunión
realizada en noviembre de 1919, el nombre de Partido Comunista Mexicano y, al
mismo tiempo, expresar su adhesión a la Internacional Comunista, que recién en
marzo de aquel año había sido fundada.
Los hechos que llevaron a tan arrojada definición ocurrieron un par de meses
después de realizada la Conferencia de los socialistas, los cuales, influidos por la
presencia en México de un comisionado del gobierno bolchevique, se dejaron con-
vencer sin dificultad de cambiar el nombre del partido para adoptar la definición
de comunista, así como de estar presentes en el ii Congreso de la Internacional
Comunista (1920), cuya reciente constitución ratificaba la escisión definitiva del
movimiento obrero del mundo.
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poraron a la lucha revolucionaria mexicana. Entre ellos Richard Francis Phillips (alias Frank Seaman o Manuel
Gómez) y Lynn A. E. Gale, que participaron en la fundación del partido de los comunistas, junto al hindú Ma-
nabendra Nath Roy y el suizo Edgar Woog (alias Stirner). José Allen, también de origen estadounidense aunque
nacido en México, quien se prestó a ser informante de los servicios militares de Estados Unidos, fue nombrado
secretario General del pcm en 1919. Roy y Phillips representaron al nuevo partido en el segundo congreso de la
Tercera Internacional. En 1922 llegó a México Bertram D. Wolfe, quien pronto fue incorporado a la dirección co-
munista y representó al pcm en el v Congreso de la IC. Cfr. Paco Ignacio Taibo II, Bolcheviques. Historia narrativa
de los orígenes del comunismo en México (1919-1925), Joaquín Mortiz, México, 1986, pp. 23-29.
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Entre ellas destaca la organización del primer Comité “Manos fuera de Nicaragua”, el Mafuenic y la par-
ticipación directa de comunistas mexicanos como combatientes en la gesta sandinista. Es relevante señalar la
participación del salvadoreño Farabundo Martí, como lugarteniente de Sandino, quien era entonces dirigente del
pcm, partido que le da esa encomienda.
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En México los miembros de la Liga Antiimperialista publicaron un periódico, El libertador, dirigido suce-
sivamente por Úrsulo Galván, Enrique Flores Magón, Salvador de la Plaza, Diego Rivera y Germán List Arzubide.
Cfr. Daniel Kersffeld, “La Liga Antiimperialista de las Américas: una construcción política entre el marxismo y
el latinoamericanismo”, en Elvira Concheiro, Massimo Modonesi y Horacio Crespo, El comunismo: otras miradas
desde América Latina, ceiich-unam, México, 2007.
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Tal es el caso más relevante de la adopción de la política del Frente Amplio del
vii Congreso de la ic, que en nuestro país se tradujo, a partir del año de 1937, en
la llamada política browderista6 de “Unidad a toda costa”. Esta política impuesta
desde la ic llevó al sometimiento de los comunistas dentro de la ctm, con lo cual
se contribuyó a consolidar el esquema corporativo estatal y se definió la debilidad
histórica y estructural del pcm como partido obrero. Derivada de tal intromisión
se produjo en 1940 la expulsión de Hernán Laborde y Valentín Campa, principa-
les dirigentes en aquel momento, quienes entre otras cosas, se negaron a colaborar
en los planes del asesinato de Trotsky.
Pero más allá de ciertos momentos específicos o, incluso, de los largos perio-
dos de subordinación directa a los dictados del mando mundial de los comunistas
y de férreo dogmatismo, el pcm –como todos los partidos comunistas– asumió
en general el liderazgo de la Unión Soviética, identificando su proyecto de trans-
formación con lo realizado en aquel país. Sólo hasta la década de los sesenta, y
particularmente en 1968, con los acontecimientos de la Primavera de Praga, el
pcm adquiere una clara postura crítica, asume, con todas sus consecuencias, las
denuncias de los crímenes de Stalin expresadas desde 1956 en el xx Congreso
del pcus y se planta al interior de su movimiento mundial con una postura cla-
ramente independiente. No sólo condena la invasión soviética a Checoslovaquia,
primero, y luego a Afganistán (lo cual hicieron muy pocos partidos comunistas),
sino inicia un profundo proceso de revisión crítica de su propia historia que lo
lleva a perfilar un proyecto de socialismo democrático para México, distante del
llamado “socialismo real”.
La adopción de esta postura crítica no fue un asunto sencillo para un parti-
do relativamente débil que tuvo que hacer frente, en consecuencia, a condenas e
intentos de división, pero le permitió en su última etapa desplegar con enorme
libertad su propia política y abrazar en forma consecuente la lucha por la demo-
cracia como camino al socialismo. Ese compromiso democrático se expresó tanto
en el interior del propio partido como en sus relaciones con otras organizaciones
de la izquierda mexicana. Pero lo más importante fue, sin duda, la contribución y
compromiso que pudo ofrecer a los movimientos democratizadores que desde la
rebelión estudiantil de 1968 no dejaron de producirse en México.
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Así conocida por haber sido dictada por Earl Browder, dirigente del Partido Comunista de Estados Uni-
dos, y vicepresidente del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista. Aunque esa política tenía su funda-
mento en la postura de la ic para enfrentar el ascenso del fascismo, Browder la tradujo para América Latina en
términos extremos de una idílica conciliación de clases.
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los que resultaba fácil extraviarse, los comunistas se enredaron con frecuencia en
vaivenes políticos, que los hacían pasar de posiciones oportunistas a posiciones
sectarias.
En realidad, el lograr que los trabajadores de la ciudad y el campo se confor-
maran en fuerzas autónomas y con proyecto propio y combatir, por tanto, a las
corrientes oportunistas que proliferaron en las agrupaciones sindicales y agrarias
así como en las organizaciones políticas del país, fue el asunto medular de la ac-
tividad de los comunistas y de algunas otras izquierdas mexicanas; una batalla
desigual, en la que, además de las limitaciones y errores propios, frente a la fuerza,
la violencia y la astucia del poder del Estado fracasaron repetidamente o alcanza-
ron exiguos resultados.
En la medida en que las organizaciones de los trabajadores y campesinos si-
guen bajo el yugo corporativo y la acción política independiente encuentra per-
sistentes dificultades para desplegarse, este fenómeno político sigue siendo asunto
de nuestros días. Por tanto, los documentos aquí reunidos representan un valioso
testimonio de los numerosos tropiezos y errores, así como de los esfuerzos lo-
grados, que permite asimilar una importante experiencia histórica que a su vez
sustentara a una tarea sin la cual las transformaciones profundas que requiere el
país no serán posibles.
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José Allen fue nombrado Secretario General del pcm pocos días después de realizado el Congreso Socia-
lista de 1919, aunque pronto, al ser perseguido y expulsado del país por el gobierno obregonista en medio de la
campaña contra los “rojos extranjeros”, fue sustituido por un Secretariado compuesto por el propio Allen, Diego
C. Valadés y Manuel Díaz Ramírez, el cual fungió hasta la realización del primer congreso del pcm realizado en
diciembre de 1921, en el que fue nombrado este último.
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Cfr. Arnoldo Martínez Verdugo, Historia del Comunismo en México, Grijalbo, México, 1985, pp. 102-103.
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Con la realización, en 1960, del xiii Congreso Nacional del pcm, el primero
en el que este partido definiría como objetivo impulsar una nueva revolución, a
la que aún caracterizó como “Democrática de liberación nacional”, se iniciaría el
proceso de superación en sus filas de la llamada ideología de la Revolución Mexi-
cana. En 1967, el xv Congreso definió la transformación social en la que estaba
comprometido el pcm como “Democrático-popular y antiimperialista”. Será en
el xvi Congreso, realizado en octubre de 1973, cuando se aprueba la caracteriza-
ción de la revolución en que se empeñaban los comunistas como “democrática y
socialista”.
A lo largo de estos años, el pcm logró dar cuerpo a un amplio reclamo social
para que se produjera una reforma política que rompiera el monopolio político del
oficialismo, permitiera la libre actuación y obtuviera los derechos electorales de las
izquierdas. Para ello, el partido tuvo que vencer un sinfín de dificultades y superar
las interpretaciones dogmáticas sobre la democracia, que se contraponían con el
pensamiento marxista en el que los comunistas buscaban sustentar su acción.
Después de varias décadas de ilegalidad, el pcm obtuvo su registro electoral
y se presentó a las elecciones parlamentarias de 1979 con sus propios candidatos,
logrando conformar por primera vez un grupo en la Cámara de Diputados en
coalición con otras organizaciones de izquierda.
A lo largo de los ocho congresos nacionales realizados en sus últimos veinte
años, es notable el creciente esfuerzo por aumentar la capacidad de análisis y de
sustento teórico en la elaboración política de los comunistas, muestra de lo cual
es su aporte al análisis de las crisis económicas que han afectado al país desde
entonces.
En el penúltimo congreso, realizado en marzo de 1981 y precedido por un
desusado proceso de elaboración colectiva del nuevo programa de los comunistas,
participaron activistas y dirigentes políticos, intelectuales y actores de los nuevos
movimientos identitarios que se dieron cita entonces (feministas, indígenas, eco-
logistas, jóvenes y homosexuales, entre otros), como expresión del vasto y diverso
espacio que abría en México la lucha por la democracia. La discusión franca y
abierta, la crítica irrestricta, y el abandono de toda pretensión monolítica llevaban
implícito el cuestionamiento propio, y obligaban a la recuperación crítica de una
larga historia y a su superación.
Hay que destacar que cuando la corriente comunista participó activamente en
la formación de tres instituciones partidistas sucesivas, los Partidos Socialista Uni-
ficado de México, psum, Mexicano Socialista, pms, y de la Revolución Democráti-
ca, prd –a las cuales proporcionó su registro electoral–, en ningún momento tuvo
la pretensión de constituir un partido único de la izquierda ni diluir su programa
ni concepciones teóricas. El reconocimiento del pluralismo democrático, como
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El historiador australiano Barry Carr, quien ha hecho algunos de los aportes más importantes en el estudio
de los comunistas mexicanos, ha señalado con bastante agudeza y sólido conocimiento los temas y problemáticas
que no han sido abordados por los investigadores. Cfr. Barry Carr, “Hacia una historia de los comunismos mexi-
canos: desafíos y sugerencias”, en Elvira Concheiro, Massimo Modonessi y Horacio Crespo, El comunismo: otras
miradas desde América Latina, México, ceiich-unam, 2007.