Como Llevar Una Vida en El Espiritu

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¿Cómo vivir una vida según el Espíritu?

La vida cristiana es fundamentalmente vida en el Espíritu «Si vivimos


según el Espíritu, obremos también según el Espíritu». Gal 5, 25; esa vida
en el Espíritu es vida moral, lo cual es vivir en Cristo.

La vida moral la entendemos como un proyecto con el que el hombre


pretende realizar, a través de sus acciones, el bien completo y definitivo de
la propia vida, alcanzar la felicidad.

Hacia este objetivo, la consecución de la felicidad, tiende nuestra razón


práctica. Desde la luz de la revelación este objetivo es alcanzar la santidad,
es decir, actuar configurados con Cristo.

Entonces hablar de vida moral es hablar de la búsqueda constante de la


santidad, sostenida por la gracia del Espíritu Santo. La tendencia natural de
la razón humana es enriquecida por la revelación, elevando los valores
humanos y la rectitud del hombre a la categoría de virtudes cristianas y
santidad.

Nuestra vida moral es una respuesta al don de Dios que nos ha elevado a la
dignidad de hijos suyos. La vida moral es respuesta a la llamada divina que
dirige al hombre, aunque no seamos consciente de ello, a través del
conocimiento natural y de su natural tendencia al bien.

Así pues, la vida moral es tener conciencia de haber recibido un don que
necesita correspondencia, actuación. Se trata de nuestro esfuerzo por
identificar el modo de conseguir la unión con Cristo a través de la propia
vida y de las propias actividades.

De nosotros depende, en definitiva, la continua correspondencia al don


divino, que se manifiesta en la decisión siempre actual de vivir, ante todo,
como santo en Cristo: alejar cuanto nos aleja del Señor y practicar cuanto
nos acerca a Él.

La Carta a los Efesios nos invita a “abandonar la conducta del hombre


viejo” y “renovarse y revestirse de Cristo”:
«abandonar la antigua conducta del hombre viejo, que se corrompe conforme a su
concupiscencia seductora, para renovaros en el espíritu de vuestra mente y revestiros del
hombre nuevo, que ha sido creado conforme a Dios en justicia y santidad verdaderas »
Ef 4, 22-24.
La Carta a los Gálatas, nos invita a luchar contra los deseos de la carne y
llevar vida en el Espíritu: «Por mi parte os digo:
«Si vivís según el Espíritu, no daréis satisfacción a las apetencias de la carne. Pues la
carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne, como que
son entre sí antagónicos, de forma que no hacéis lo que quisierais ». Ga 5, 16-17.

La Primera Carta a los Tesalonicenses pide a los fieles abandonar las


pasiones y los pecados de los paganos que no conocen a Dios, y vivir de
manera agradable a Dios buscando progresar siempre más:
«Por lo demás, hermanos, os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús a que viváis
como conviene que viváis para agradar a Dios, según aprendisteis de nosotros, y a que
progreséis más. Sabéis, en efecto, las instrucciones que os dimos de parte del Señor
Jesús. Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; que os alejéis de la
fornicación, que cada uno de vosotros sepa poseer su cuerpo con santidad y honor, y no
dominado por la pasión, como hacen los gentiles que no conocen a Dios ». 1 Ts 4, 1-
5.

La Carta a los Romanos, indica:


«No os amoldéis a este mundo, sino, por el contrario, transformaos con una renovación
de la mente, para que podáis discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno,
agradable y perfecto» Rm 12, 2. 77.

Queda claro que para llevar vida moral y vida en el Espíritu es necesario
tanto el esfuerzo de luchar contra el pecado y el vicio, cuanto la práctica de
las virtudes y el uso de los medios de santificación.

El que vive en Cristo está muerto al pecado:


«Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él [...] Porque lo que
murió, murió de una vez para siempre al pecado; pero lo que vive, vive para Dios. De la
misma manera, también vosotros debéis consideraros muertos al pecado, pero vivos
para Dios en Cristo Jesús. Por lo tanto, que no reine el pecado en vuestro cuerpo
mortal» Rm 6, 8.10-12.

Entre la vida del hombre en Cristo y el pecado existe una total


incompatibilidad. El pecado se opone a la santidad de Dios y a la vida en
Cristo, supone un “no” del hombre a la llamada divina; es el alejamiento de
Dios que en Cristo se ha acercado y se acerca a nosotros. Por eso la lucha
contra el pecado constituye la primera, radical e inmediata exigencia de la
llamada divina a la santidad:
«Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; que os abstengáis de la fornicación
(porneías), que cada uno sepa guardar su propio cuerpo santamente y con honor, sin
dejarse dominar por la concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios. En
este asunto, que nadie abuse ni engañe a su hermano, pues el Señor toma venganza de
todas estas cosas, como ya os advertimos y aseguramos; porque Dios no nos llamó a la
impureza, sino a la santidad. Por tanto, el que menosprecia esto no menosprecia a un
hombre, sino a Dios» 1 Ts 4, 3-8.

La Primera Carta de Juan:


«Sabéis que él se manifestó para quitar los pecados, y en él no hay pecado. Todo el que
permanece en él, no peca. En cambio, el que peca no le ha visto ni le ha conocido.
Hijos: que nadie os engañe. El que obra la justicia es justo, como él es justo. El que
comete pecado, es del diablo, porque el diablo peca desde el principio. Para esto se
manifestó el Hijo de Dios: para destruir las obras del diablo. Todo el que ha nacido de
Dios no peca, porque el germen divino permanece en él; no puede pecar porque ha
nacido de Dios» 1 Jn 3, 5-9.

La máxima entre nosotros debería ser los que siguen a Cristo no pecan,
viven santamente. Pecar supone rechazar la filiación divina y herir el amor
de Dios que la otorga como un don.

Desde el libro del Apocalipsis 3, 18-20 la tibieza es el principal mal moral


de los hombre y los remedios en su contra:
«Te aconsejo que me compres oro acrisolado al fuego para que te enriquezcas, vestidos
blancos para que te cubras, y no quede al descubierto la vergüenza de tu desnudez, y un
colirio para que te des en los ojos y recobres la vista. Yo a los que amo, los reprendo y
corrijo. Sé, pues, ferviente y arrepiéntete. Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno
oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo ».

1) convertirse con todo el corazón a Dios y hacer fructificar sus dones


2) tomar con generosidad la cruz del Señor y aceptar las mortificaciones
pasivas
3) renovar el esfuerzo por la santidad
4) escuchar, con la firme intención de cumplir, los requerimientos divinos.
Esta escucha se debe realizar en dos modos complementarios:
a) mejorar la vida de oración, «pues cuanto más pensamos en los bienes
espirituales, tanto más placenteros se nos hacen. El resultado será que la
acidia cese»;
b) acercarse con frecuencia al sacramento de la confesión y a la dirección
espiritual, para lograr una percepción cada vez más clara de lo que Dios
pide

¿Qué debe hacer entonces quien lleva vida en el Espíritu y por tanto vida
moral?
El amor y la unión con el Señor, que conllevan el cumplimiento de su
voluntad, se alimentan, en primer lugar, a través de un conjunto de
comportamientos en relación con Dios, entre los que resaltan:
 la oración;
 la aceptación de la cruz de Cristo;
 la docilidad;
 la conducta propia de un hijo de Dios que lleva a un confiado
abandono en la divina providencia;
 la humildad;
 la penitencia por los pecados;
 el cumplimiento de las propias obligaciones terrenas: esforzarse por
hacer bien;
 santificar la vida cotidiana;
 dominar el mundo con justicia y santidad para la gloria de Dios;
 realizar todas las actividades con perfección humana;
 aprovechar el tiempo;
 ser responsable en los propios quehaceres;
 vivir la laboriosidad;
 cumplir acabadamente los deberes familiares, sociales, cívicos y
profesionales;
 desarrollar todas las tareas con plenitud y perfección incluso en los
detalles;
 no adaptarse a una mentalidad mundana;
 trabajar sin pensar solo en la propia ganancia o en la propia gloria
terrena.

La vida moral cristiana abarca también la dimensión social y política de la


vida humana, asumir las responsabilidades específicas en el mundo
profesional, social, económico, cultural y político; no es legítima la
indebida separación entre fe y vida, entre la acogida del Evangelio y la
acción concreta en las más diversas realidades temporales y terrenas.

En conclusión la vida moral no es sólo un esfuerzo humano o un ejercicio


férreo de la voluntad por respetar las normas.

Creemos que el Espíritu es Señor y dador de vida, esto es, creemos que:
 el Espíritu renueva nuestra frágil humanidad,
 nos guía hacia la verdad,
 nos hace seguir el camino de la vida cristiana,
 nos hace tener hambre y sed de Dios,
 nos capacita para entender la presencia de Cristo en nuestras vidas y
para el discernimiento para que podamos percibir la bondad o la
malicia, el bien o el mal en cada circunstancia de nuestra vida.
El Evangelio de San Juan 16, 7 Espíritu Santo es presentado como aquel
que convencerá al mundo de un pecado, de una justicia y de un juicio. –
preferimos lo fácil y placentero.

El Espíritu nos hace vivir coherentemente conforme a nuestras


convicciones. Una vida en el Espíritu se manifiesta por los frutos que él
produce en nosotros Gal 5, 22-26 que son diametralmente opuestos a los de
la carne:
«Por mi parte os digo: Si vivís según el Espíritu, no daréis satisfacción a las apetencias
de la carne. Pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias
a la carne, como que son entre sí antagónicos, de forma que no hacéis lo que quisierais.
Pero, si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley. Ahora bien, las obras de la
carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios,
discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y
cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen
tales cosas no heredarán el Reino de Dios. En cambio el fruto del Espíritu es amor,
alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí;
contra tales cosas no hay ley. Pues los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne
con sus pasiones y sus apetencias».

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