Trabajo MAALL Seminario El Miedo - Verónica Donoso

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Verónica Donoso Vaccarezza


Prof. Cristóbal Joannon
Seminario Interdisciplinario del Miedo
14-01-2021

El miedo a la vida

En el presente trabajo se analizará el “miedo a la vida”, proponiéndose que, en el


camino a la felicidad, el miedo a la vida es uno de los mayores obstáculos que el hombre
debe superar. Este miedo a la vida se materializa en dos grandes miedos: el miedo a la
libertad y el miedo a la falta de sentido trascendente. Libertad y sentido son connaturales al
vivir humano y por ello son definitorios en nuestra felicidad.
Analizaremos sus orígenes, cómo el hombre ha lidiado con estos miedos a través de
la historia y cómo la religión y la filosofía han sido respuestas muchas veces contrapuestas
que el hombre ha encontrado y abrazado para poder superarlos y lograr así su felicidad.

Una de las cosas más relevantes que las religiones han dado al hombre son las
certezas y el sentido de nuestra existencia. Saber que todo lo que hacemos tiene medida en
cuanto a bueno o malo, que hay reglas claras que seguir y que, si lo hacemos, nos
ganaremos la vida eterna, la reencarnación en un ser superior o cualquier otro premio que
trasciende nuestra existencia terrenal, nos da un horizonte hacia el cual caminar y a la vez
nos muestra un camino con barandillas para no extraviarnos. Todo adquiere sentido, tiene
el propósito de llevarnos a la siguiente etapa de nuestra vida, nos da la posibilidad de ser
amados por un ser superior que mira cada uno de nuestros actos y al cual podemos
encomendar nuestro destino mientras vivamos. No obstante, esto no es gratis. Para acceder
a esta solución, debemos renunciar a nuestro libre pensar para el cual estamos naturalmente
dotados y abrazar dogmas. ¿Qué hace que actuemos de esta forma?

El miedo a la libertad
El miedo se presenta como una de las razones más poderosas como respuesta a esta
pregunta. Ser humano y tener miedo es inseparable. Thomas Hobbes así lo plasma
certeramente en su frase: “El día que yo nací, mi madre parió dos gemelos: yo y mi miedo”.
(Hobbes ctd Marina 9). Para él, el miedo es la justificación de la creación de los Estados. Y
podemos decir que también lo es para para la existencia de las religiones, sirviéndonos de
ellas para enfrentar el miedo a la muerte y, por sobre todo, el miedo a la vida sin un sentido
trascendente y a la falta de un camino ético claramente trazado para nuestra vida en la
tierra.
En su libro “El miedo a la libertad”, Erich Fromm hace un análisis desde el punto de
vista psicológico del auge del fascismo en Europa. Es interesante este planteamiento en
nuestro análisis ya que los estados totalitarios pueden ser vistos como la versión laica de las
religiones, que aportan a los hombres y a las sociedades soluciones diferentes, aunque con
estructuras similares de poder, a un mismo problema: qué hacer con nuestra libertad.
Fromm plantea que los hombres entregaron voluntariamente su libertad a estas ideologías
totalitarias y para entender este fenómeno debemos adentrarnos en la psiquis del ser
humano y en el proceso de “individuación”, concepto clave a la hora de entender el
comportamiento de los hombres en este fenómeno. Cuando nacemos, si bien cortamos el
cordón umbilical biológico con nuestra madre, seguimos conectados en un sentido
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psicológico y social con nuestro entorno. Obedecemos a nuestros padres y se nos viene
dado desde fuera un cierto orden que nos permite entender el mundo, habitarlo y explorarlo
con la seguridad de que hay leyes que se cumplen y que hay alguien que nos muestra las
certezas con las cuales movernos en él. Estos son los llamados vínculos primarios, aquellos
“que unen al niño con su madre, al miembro de una comunidad primitiva con su clan y la
naturaleza y al hombre medieval con la iglesia o su casta social” (Fromm, 50). Como
vemos, estos vínculos primarios son tan necesarios que crean dolor si no se tienen, por lo
que el hombre los ha replicado en estructuras y organizaciones creadas desde su imaginario
colectivo. El proceso de individuación, si bien es un proceso que forma parte natural de
nuestro desarrollo humano y representa el crecimiento de la fuerza del yo, no por eso está
exento de dolor y de una sensación de angustia. Romper estos vínculos nos va haciendo
libres, pero, al mismo tiempo, se nos presenta un desafío mayor: lograr arraigarnos en el
mundo exterior, el que se presenta fuerte y poderoso en comparación con el propio
individuo (Fromm, 54) y, al mismo tiempo, obtener un grado de seguridad que nos permita
mantener esa angustia dentro de márgenes manejables y saludables. El proceso de
individuación trae también soledad: “Los vínculos primarios ofrecen la seguridad y la unión
básica con el mundo exterior a uno mismo. En la medida en que el niño emerge de ese
mundo se da cuenta de su soledad, de ser una entidad separada de todas las demás”
(Fromm, 54). Este proceso de separación crea inseguridad y hace trabajar al individuo en la
formación de su propio ser. Pero entender y aceptar que estamos solos y que debemos
pensar y actuar tomando nuestras propias decisiones es fuente de angustia y de peligro.
Esto es lo que explica que exista un impulso a abandonar la propia existencia individual y
someterse voluntariamente al mundo exterior, como una forma de recuperar este vínculo y
dejar de sentir esa soledad. Una vez que el proceso de individuación ha comenzado, no hay
vuelta atrás. Intentar reinstaurar los vínculos primarios es imposible y todo intento de ello
es una evasión de responsabilidad y negación del individuo bajo la forma de un
sometimiento voluntario (Fromm, 55). Esto explica que tantos individuos prefieran vivir
entregando su libertad y autonomía a instituciones autoritarias y regímenes totalitarios.
Volvemos entonces a nuestra tesis central y podemos así entender que el miedo a la vida en
su forma de miedo a la libertad emerge desde lo más profundo de nuestra psiquis, que es
connatural al emerger como individuos y que nos condena a vivir con la angustia de la
soledad.
En este sentido, tanto los estados totalitarios como las religiones comparten el
mismo antídoto a esta angustia provocada por la soledad del individuo: el pertenecer a una
organización en la cual hay dogmas que ofrecen certezas a cambio de entregar la pesada
carga de ejercer nuestra libertad, nos dan verdades únicas que son capaces de aliviar el
dolor que producen las dudas y la demanda ser un individuo, una unidad separada de todas
las otras. Pero también ofrecen algo tremendamente necesario para los seres humanos y
para su felicidad: una comunidad con la cual compartir creencias profundas, objetivos
comunes, acciones, ritos y símbolos que, de alguna forma, nos vuelven a recrear esos
vínculos primarios que perdemos al crecer. Si bien el miedo a la muerte es un gran
obstáculo para la felicidad del hombre, el miedo a la vida, desde esta perspectiva, es el gran
modelador estructural de la existencia humana. Lo único que debemos hacer para acceder a
este remanso de paz que nos ofrecen estas soluciones es entregar nuestra libertad y
someternos. Ésta es la respuesta fácil y existe una larga lista de organizaciones y hombres
ansiosos de poder que están esperando aprovechar esta elección de los hombres.
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Pero la sumisión, según Fromm, no es la única forma de evitar esta angustia y


soledad: “Hay otro método, el único que es creador y no desemboca en un conflicto
insoluble: la relación espontánea hacia los hombres y la naturaleza, relación que une al
individuo con el mundo, sin privarlo de su individualidad” (55) y se refiere al amor y al
trabajo creador como expresiones máximas de estas relaciones. ¿Cómo es que estos
elementos pueden nos proveen de la fuerza necesaria para evitar la tentación del
sometimiento como solución cuando perdemos nuestros vínculos primarios?
Para responder a esta pregunta, es interesante recurrir a lo que Epicuro, en el año
300 a.C., desarrolló como filosofía para la vida, basado en el estudio del universo y de la
naturaleza y ver cómo la psicología puede encontrar respuestas en la filosofía. Para
Epicuro, conocer la naturaleza y comprender su mecanismo era necesario para lograr la
felicidad: “… la felicidad se fundamenta en el conocimiento de la problemática
concerniente a los cuerpos celestes”. (CH 78, 69). Para Epicuro, encontrar las explicaciones
a la forma en que funciona el universo es importante, ya que nos permite entenderlo y esto
ayuda a nuestra imperturbabilidad y felicidad. Epicuro desarrolló el estudio de la naturaleza
buscando encontrar las posibles razones que explican los fenómenos y así eliminar al
Destino y a los Dioses como fuente de los acontecimientos que modelan nuestras vidas.
Para él, no era necesario saber exactamente qué es lo que origina cada fenómeno de la
naturaleza. Mas bien era importante entender que existen causas posibles, pensar en ellas y
poner a prueba su veracidad una y otra vez. Abrir posibilidades y expandirlas, entendiendo
que hay explicaciones que nos permitan predecir razonablemente los fenómenos naturales y
que no son los dioses quienes, a su gusto o disgusto, los manejan y que, por lo tanto, no es a
ellos a quienes debemos agradar para que la Naturaleza nos beneficie o al menos no nos
castigue. Conocerla y entender las causas fundamentales de los fenómenos es lo único que
nos puede despejar las incógnitas de las cuestiones fundamentales (CH 79, 70). Epicuro se
avoca entonces a explicar la naturaleza: los átomos, la materia, el vacío, la salida y postura
del sol, las menguas de luna, la duración de la noche y el día, la lluvia, los relámpagos, los
ciclones, los terremotos, los eclipses, los vientos, la escarcha, etc. Para cada uno, da
posibles explicaciones sorprendentemente certeras, si pensamos en que en aquella época
prácticamente no se contaba con ningún conocimiento científico. Tal como señala en su
epístola a Heródoto:

Pues si prestamos atención a todos estos elementos de juicio, daremos cuenta


cumplida y acertada de las causas a partir de las que se originó la turbación y el
miedo y, al dar cumplida cuenta de las causas relativas a los cuerpos celestes y a los
demás eventos cotidianos, nos libraremos de todas las cosas que aterran en grado
extremo a los demás que no siguen estas reglas” (82, 71).

Lo que nos propone Epicuro a través de este método es eliminar una de las fuentes
de ansiedad y miedo: la que sentimos cuando estamos separados de la naturaleza y, por lo
tanto, no podemos entenderla ni predecirla. Entonces tenemos dos caminos para explicar
sus fenómenos. El primero, la mitología o el Destino. Si caemos en esta explicación,
seguimos sin comprender ni poder predecir los comportamientos de la naturaleza. El
segundo y el que él nos propone, es “el método científico”, es decir, estudiar y comprender
los fenómenos para encontrar axiomas y patrones que nos permitan una vida más segura,
más imperturbable y, por lo tanto, más feliz. Esto nos conecta con lo planteado por Fromm:
en nuestro proceso de individuación, nos damos cuenta de que estamos desconectados unos
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de otros y de la naturaleza y que somos nosotros, individuos, los responsables de elegir


cómo vivir nuestra vida. Ese miedo a la libertad hace que algunos prefieran someterse a
algún tipo de respuesta que venga impuesta desde fuera y no tener que tomar decisiones.
Epicuro, tal como Fromm, ven en el entendimiento y acercamiento a la Naturaleza una
forma de evitar este sometimiento, al hacernos libres mediante la comprensión para lograr
esa imperturbabilidad de la que habla Epicuro y, cuando se comprende, es posible generar
nuevamente un vínculo, diferente al que teníamos antes de nuestro proceso de
individuación, un vínculo desde lo adulto, maduro, responsable, donde la autonomía no
causa ansiedad ni miedo. Esta elección y camino que nos plantea para vencer el miedo la
veremos reeditada en el surgimiento del hombre moderno, muchos siglos después, como
veremos más adelante.
El conocimiento de los fenómenos de la Naturaleza es la primera respuesta
coincidente entre Fromm y Epicuro ante la angustia y el temor, que nos permite una
elección diferente al sometimiento para llevarnos a la felicidad. Pero también existe una
visión compartida entre ambos cuando hablamos del amor o amistad. Para Fromm,
recordemos, el proceso de individuación llevaba al hombre a la angustia por la separación
que conlleva especialmente con los otros seres. Un mecanismo para evitar el sometimiento
como solución era reconectar al individuo con el mundo a través de la naturaleza, como ya
vimos, y de la conexión con los otros hombres a través del “amor y del trabajo creador”
(Fromm 55) o, dicho de otra forma, a través de la amistad, como también nos plantea
Epicuro.
El principio y más grande bien que Epicuro nos plantea para conseguir la ataraxia,
que el camino a la felicidad, es el de la sensatez, de la cual derivan todas las demás
virtudes. Esta sensatez se ve reflejada en una vida equilibrada, donde los hombres viven en
armonía con la naturaleza y solo responden a los deseos naturales, desechando los deseos
no naturales o los naturales no necesarios (MC 149-XXIX). Dentro de los deseos naturales
necesarios se encuentra un bien muy preciado para Epicuro: la amistad. “De todos los
medios de los que se arma la sabiduría para alcanzar la dicha en la vida el más importante
por mucho es el tesoro de la amistad” (MC, 148-XXVII). Esta amistad es una relación de
amable intimidad con el otro y procura, a quien goza de ella, seguridad. La amistad
epicúrea trae al hombre felicidad y, para que se mantenga en estado de ataraxia, no debe
aferrarse a ella para poseerla, sino que debe ser capaz de dejarla, tal como lo demanda una
vida equilibrada y sensata.
Podemos concluir entonces que el hombre sufre dolor producto de la ansiedad y
temor que provoca el proceso de individuación, la separación inevitable del individuo de la
naturaleza y del resto de los hombres. En este estado, la ataraxia no es posible y, por lo
tanto, no podemos ser felices. Frente a la tentación del sometimiento como camino para
lidiar con esta pesada carga que significa vivir y crecer, Epicuro y Fromm plantean, el
primero, desde la filosofía como forma de vida y el segundo, desde la psicología, un
camino alternativo, natural y universal: la amistad y el conocimiento y entendimiento del
mundo natural a través de la ciencia. A través de la historia, el hombre ha luchado con este
temor, lo que ha dado poder a quienes ofrecieron y siguen ofreciendo respuestas basadas en
ella: las religiones.

Sapere Aude
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En la historia de occidente, la Edad Media fue un momento del hombre donde lo religioso
se superpone a lo científico y se une a lo político. Iglesia y poder temporal se entrelazan
formando un polo de poder ineludible. En aquella época, la libertad social era escasa: un
hombre tenía un oficio, el que era heredado por sus hijos y no podía cambiar su estatus
social y, por ende, sus derechos y obligaciones. No tenía libertad de cambiarse de lugar
geográfico, debía vestirse de determinada forma y vender sus bienes y servicios a un precio
definido por la autoridad. En la pobreza, el sufrimiento, la ignorancia y el dolor, la Iglesia
era la gran respuesta consoladora. El progreso económico trajo un debilitamiento de la
estructura social medieval, las raíces del sujeto moderno están justamente en este momento
de cambio: el Renacimiento. El individuo rompe entonces con los vínculos familiares
tradicionales: su ciudad, su gremio, su señor feudal. La riqueza trajo el desarrollo de las
artes, entre ellas, la filosofía. En este desarrollo, el surgimiento del sujeto moderno es
paulatino, como todo proceso en la historia, hasta llegar a manifestarse en una fuerte
corriente de pensamiento.
En 1781, en su texto “¿Qué es la Ilustración”? Kant plasma la lucha que debe
enfrentar el hombre para liberarse de su “culpable incapacidad”, como él le llama, de
servirse de su propia razón:

“La pereza y la cobardía son causa de que una tan gran parte de los hombres
continúe a gusto en su estado de pupilo, a pesar de que hace tiempo la Naturaleza los liberó
de ajena tutela (naturaliter majorennes); también lo son que se haga tan fácil para otros
erigirse en tutores. ¡Es tan cómodo no estar emancipado!”.

El temor a la libertad, nuevamente, emerge como un elemento clave a la hora de


entender por qué los hombres prefieren seguir sometidos a autoridades externas y,
especialmente, a las autoridades del alma. No es casualidad que Kant focalice en la religión
este extraordinario exhorto a la valentía del hombre para vivir la vida en libertad y, entre
los diferentes tipos de ésta, subraya la más importante: “la libertad de hacer uso público de
su razón íntegramente”. Hace una diferencia importante entre el uso público y el uso
privado y focaliza su análisis en el clérigo y en su responsabilidad de permitir que la
sociedad pueda vivir el proceso de ilustración. Puntualiza que es un “proceso” precisamente
porque no se puede dejar la adicción de tener un tutor de un momento a otro, ya que son
siglos de obediencia y sumisión mental que prácticamente han pasado a ser una “segunda
naturaleza”, como él lo llama y que lo han dejado incapacitado para tomar la la antorcha de
la razón que le permita iluminar su camino sin necesidad de nadie más. Es como si
hubiésemos estado mucho tiempo sin caminar y nuestras piernas se hubiesen atrofiado; es
más cómodo seguir sentado en una silla de ruedas y que alguien nos dirija hacia lugares
conocidos y seguros. Pero aquellos lugares que el tutor no conoce o no quiere darnos a
conocer, jamás podremos visitarlos. Sin llegar a negar la existencia de un dios
todopoderoso que rige nuestro destino, nos plantea los peligros que conlleva una curia que
no es capaz de disentir en grado alguno con la doctrina a través del tiempo. Kant hace un
llamado al clero a ser capaz de revisar dogmas y “depurarlos del error y a avanzar a un
estado de ilustración.” Y trata de abusivo y criminal el no hacer esto para perpetuar el poder
sobre las almas a través de una “constitución religiosa inamovible”, como él la llama. Su
detenimiento en la tutela religiosa no es casual, sino que obedece a que, de todas las tutelas,
“esta tutela religiosa es la más funesta y deshonrosa”, ya que quienes la mandan son
movidos por un hambre de poder.
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Hasta acá, hemos visto que los dardos apuntan al clero y a la iglesia y buscan
despertar a los hombres para que sean conscientes de que están entregando
vergonzosamente la autonomía de sus vidas a otros, que están renunciando a la libertad de
vivirla según sus propia razón y principios. Pero esto no es fácil, porque Dios aún existe y
da respuestas tranquilizadoras en una época donde las instituciones y núcleos que
albergaban a los hombres y le daba seguridad comienzan a desmoronarse y el miedo a la
libertad y a no saber qué hacer con la vida si alguien no nos lo indica, inmoviliza cualquier
salto al vacío.

El miedo a la falta de sentido – Dios ha muerto

El segundo miedo que compone el miedo a la vida es la falta de sentido. Vivir sin
que nuestra existencia tenga algún motivo trascendente, alguna verdad que vaya más allá de
nuestro mundo sensible y aceptar nuestra finitud intrascendente es una de las cargas más
pesadas para el hombre. El miedo a una vida carente de un horizonte hacia el cual apuntar
nuestros pasos nos aterroriza, porque todo pierde sentido y nuestra existencia se agota en
cada acto, que resultan ser fútiles.
Este miedo se ha visto cristalizado nítidamente en la historia del ser humano con el
surgimiento del nihilismo. En la frase “Dios ha muerto” y el pasaje completo del número
125 de la obra “La gaya ciencia” titulado “El loco”, Nietzsche nos invita a la meditación
para encontrar la profundidad de este proceso que es la muerte de Dios. Para entender
correctamente lo que él nos intenta decir, es interesante referirnos a lo que Heidegger
interpretó de este pasaje y cuyo análisis comparte en una conferencia titulada precisamente
“La frase de Nietzsche: Dios ha muerto”. Heidegger propone que Nietzsche no solo está
anunciando la muerte del dios cristiano, sino también y, por sobre todo, el mundo de las
ideas de Platón llevado a cabo por el helenismo y el cristianismo. Es decir, la muerte de la
forma de metafísica hasta entonces conocida.

“Si Dios, como fundamento suprasensible y meta de todo lo efectivamente real, ha


muerto, si el mundo suprasensible de las ideas ha perdido toda fuerza vinculante y,
sobre todo, toda fuerza capaz de despertar y de construir, entonces ya no queda nada
a lo que el hombre pueda atenerse y por lo que pueda guiarse. “No erramos a través
de la nada infinita?” (Heidegger, 194).

El nihilismo se hace presente, pero no entendido como falta de fe, sino como de algo
mucho más profundo, porque incluso quien tiene fe o alguna creencia metafísica, puede
estar en el nihilismo. Heidegger dice “En la frase “Dios ha muerto”, la palabra de Dios
pensada esencialmente representa el mundo suprasensible de los ideales, que contienen la
meta de esta vida existente por encima de esta vida terrestre y así, la determinan desde
arriba y desde fuera” (196). Ese es el gran drama que anuncia “el loco” en el pasaje de
Nietzsche. Un vacío que deja al hombre sin horizonte, sin fuerza creadora y solo con sus
preguntas como se mencionan en ese pasaje: “¿Acaso no hay un todavía un arriba y un
abajo? ¿No nos roza el soplo del espacio vacío?” (Nietzsche ctd en Heidegger, 193). Una
forma elegante y poética de mostrarnos solos frente a la nada.
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Otra forma de presentarse este vacío la encontramos en “El Mito de Sísifo” como un
símbolo de esta nada sin sentido. Algo aterrador. Albert Camus plasma la esencia de este
dolor humano: “…Un hombre que toma conciencia de lo absurdo queda ligado para
siempre a él. Un hombre sin esperanza y consciente de serlo no pertenece ya al porvenir”
(49). Aún así, el hombre quiere y necesita tener una esperanza, porque, ante todo, en su
esencia, está la búsqueda de la felicidad y “…esta esperanza forzosa es, en todos, de
esencia religiosa” (Camus, 49). De acuerdo a la interpretación de Heidegger, para
Nietzsche, “en lugar de la desaparecida autoridad de Dios y de la doctrina de la Iglesia,
aparece la autoridad de la conciencia, asoma la autoridad de la razón”. (196). Con esto se
quiere decir que el salto que puede dar el hombre frente al miedo que siente por la falta de
sentido cuando “ha matado a Dios”, cuando el mundo suprasensible conocido hasta
entonces ya no es impulso o fuerza para la vida, puede ser la religión o bien la razón y la
conciencia. Si el hombre elige esta última solución por sobre la de la metafísica de la
religión o de las ideas, “su meta de eterna felicidad en el más allá se transforma en la dicha
terrestre de la mayoría.” (Heidegger, 196). Lo que Heidegger nos dice es que todo el
entusiasmo del hombre se dirige a su poder creador de una cultura y el avance de su
quehacer humano.
¿Cómo puede entonces el hombre vivir y vivir bien? Este tema es inevitable una vez
que se ha abierto la puerta del nihilismo y Nietzsche lo aborda desde una perspectiva donde
la filosofía epicúerea está presente en sus fundamentos base.
¿Dónde encontrar el sentido a la vida para poder soportar la existencia sin hacer un
salto a la metafísica religiosa o al de las ideas? Nietzsche encuentra la respuesta en las
“cosas cercanas”, refiriéndose a aquellas cosas de la vida diaria del hombre que son las que
finalmente lo modelan. Podemos encontrar una cercanía muy grande entre la solución que
da Epicuro y Nietzsche a este problema: “La filosofía epicúrea y las cosas cercanas o
cotidianas son elementos de una relación filosófica más amplia con “la tierra” (Marsden,
101). Nietzsche es atraído por el énfasis epicúereo de la modestia en la existencia humana
(Ansell-Pearson ctd Marsden, 101), ejemplificado por simples placeres y filosofando en un
jardín, fuera de la vista pública: “Un pequeño jardín, higos, pequeños quesos y, en adición,
tres o cuatro buenos amigos – esa fue la opulencia de Epicuro” (Nietzsche ctd Marsden,
101). Nietzsche ve en el jardín de Epicuro, que él mismo revive desde sus viajes y paseos
por diferentes lugares, especialmente en la época en que vivió en la costa ligure, una forma
esencial de pensar desde fuera, en el sentido de estar inmerso en los flujos de las cosas
terrenales y en el de ser independiente de la ortoxia metafísica prevalente. Según Nietzsche,
“casi todos las debilidades y sufrimientos, físicos incluso, del individuo, derivan del no
atender a las cosas cotidianas” (Nietzsche ctd Marsden, 103). Cuando se habla de
sufrimiento se entiende también el sufrimiento del alma y tanto Epicuro como Nietzsche
proponen despejar la vida de las cosas innecesarias y superfluas que no nos permiten
conectarnos con el momento presente. El tener una vida con sentido está ligado a esta
conexión con lo cotidiano y con lo simple. La carencia de ésta, el haber negado por tanto
tiempo la importancia de lo que nos rodea en el aquí y en el ahora para conectarnos con lo
simple, con la naturaleza y así sentir un verdadero gozo es, un funesto legado de los valores
Platónicos-Cristianos (Marsden, 104). Estos valores instaron al hombre a preocuparse de
las cosas trascendentes, de la metafísica que hasta la fecha era conocida y que Nietzshe
anuncia como asesinada cuando dice “Dios ha muerto”. Estas ideas trascendentes fueron
vistas como los ideales a los cuales el hombre debía apuntar, desligados de la materia, sin
posiblidad de materializarse, separando el mundo físico, incluso menospreciándolo, del
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mundo trascendente. Esto, “… nos hizo percibir el mundo como una masa de seres
aislados, almas individuales y materias en forma brutas.” (Marsden, 104) Sin embargo, para
Nietzsche, las cosas cotidianas son flujos, fuerzas y directrices: caminos entre los mundos
que la visión Platónico-Cristiana ha presentado como separados siempre (Marsden, 104).
Las cosas cotidianas son las que nos hacen ser quienes somos e incluyen un extenso
catálogo cuyos elementos incluyen las preferencias personales, hábitos alimenticios,
descansos, etc.
Nietzsche y Epicuro encuentran solución a este gran problema del sentido de la vida
en la naturaleza y en la amistad. Un paseo por el bosque para Epicuro o por la costa, para
Nietzsche, les permitía sentir la dicha y, sobre todo, la serenidad en el corazón. Así daba
cuenta en sus escritos. La proximidad entre ambos autores en enfrentar este miedo a la vida
está muy presente sobre todo en La Gaya Ciencia. En uno de sus pasajes, denominado
“Providencia Personal” se valora la belleza de las posibilidades y se alaba a los dioses de
Epicuro por su grado de despreocupación y desconocimiento de los quehaceres humanos y
por no tener involucramiento con las pequeñas preocupaciones mortales (Marsden, 108).
Nietzsche afirma que, para florecer, “queremos vernos a nosotros mismos traducidos en
piedras y plantas, queremos hacer caminatas dentro de nosotros mismos cuando vagamos
alrededor de estos edificios y jardines” (GS 280 ctd Marsden, 109). Esto significa que
rechaza el pensamiento Paltónico-Cristiano del santuario interior, aislado del mundo,
desconectado y propone, en cambio, una comunión con lo material, sus sonidos, fragancias,
colores, temperatura, texturas y, a través de ello, conectarnos con los todos en aquellos que
nos une, tal como propone también Epicuro: la naturaleza, las cosas cotidianas, simples y
un jardín donde cultivar la amistad.

Conclusiones
Hemos recorrido así lo que denomino el “miedo a la vida”, un miedo que nos
obstaculiza nuestro camino a la felicidad y que se manifiesta en dos grandes miedos: el
miedo a la libertad y el miedo a falta de sentido trascendente, aspectos inseparables y
connaturales a nuestra existencia.
Ambos están estrechamente entrelazados, pero tienen diferentes énfasis y
consecuencias en el vivir de nuestra existencia. El hombre se ha aferrado a la metafísica de
las ideas platónico-cristianas para hacer frente a estos miedos, pero, en la historia de la
filosofía, se han ofrecido diferentes miradas y soluciones. Separado por siglos, Epicuro
revive y alumbra sobre la sombra del existencialismo para disiparla, ayudando a ponerse de
pie al hombre moderno, que comienza ya a caminar. Como una forma amable, dejando de
lado el temor y el sometimiento que las soluciones religiosas o totalitarias, ha propuesto su
camino de salvación como un camino hacia la felicidad y nos invita a tomar un sendero
donde la ésta es el bien más preciado que un hombre puede perseguir. Podríamos decir que
es el primer filósofo que nos propone una salvación laica a nuestro miedo a la vida. Nos
invita a buscar la ataraxia como estado necesario para la felicidad y nos conecta con las
“cosas cotidianas” de Nietzsche, el aquí y el ahora, como única forma de conseguir esa
felicidad. “Asesina” también a Dios, como lo hizo “el loco”, del que da cuenta Nietzsche,
relegando lo divino a un rol irrelevante, meramente decorativo en la vida humana y
mostrándonos cómo la comunión de los otros seres humanos es posible a través de la
naturaleza y la amistad.
Así, naturaleza y amistad se presentan como una alternativa de vida feliz y antídoto
natural al miedo a la vida.
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Bibliografía
 Camus, Albert. El Mito de Sísifo, traducido por Esther Benítez. Alianza, 2018.
 Epicuro. Obras completas (trad. Vara, J.). Madrid: Ediciones Cátedra, 2012.
 Fromm, Eric. El miedo a la libertad. Buenos Aires: Paidos, 1955.
 Heidegger, Martin. “Caminos de bosque” La frase de Nietzsche “Dios ha muerto”
pp. 190-240. Traducción de Helena Cortés y Arturo Leyte en Heidegger, Madrid,
1996,
 Kant, Immanuel. Filosofía de la Historia. Trad. Eugenio Imaz, México, FCE, 1994.
 Marina, José Antonio. Anatomía del Miedo. Anagrama, 2006
 Marsden, Jill. Et al. “Wisdom that walks in bodily form - Nietzsche’s travels with
Epicurus”. Nietzsche and Epicurus. Editado por Vinod Acharya y Ryan J. Johnson.
Blumsbury Academic, Ebook. Apple book.

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