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OCIO EN LOS MAYORES: CALIDAD DE VIDA

Inés Alcalde Merino


Psicóloga
Milagros Laspeñas García
Socióloga

“El ocio no es sólo


un componente de la calidad de vida,
sino la esencia de ella”
(John Neulinger)

LA DIMENSIÓN SOCIOCULTURAL DEL ENVEJECIMIENTO


A lo largo de este libro se tratan diferentes aspectos de un mismo proceso,
el del “envejecimiento”. Este capítulo girará sobre una de sus dimensiones: el
envejecimiento tratado desde una perspectiva sociocultural, para relacionarlo
con el aumento del tiempo libre que, en general, infravaloramos y del que
desconocemos su manera de empleo; y, a partir de esta constatación, incitar a
la utilización voluntaria, satisfactoria y positiva del mismo en “tiempo de ocio”,
un espacio que, para las personas mayores más significativamente, conlleva
-repercute o incrementa- el bienestar y calidad de vida. Entendemos por “buen
envejecimiento”, por un envejecimiento satisfactorio, aquel que refiere la
“salud” entendida, no únicamente como ausencia de enfermedad, sino desde
la triple perspectiva biológica -envejecimiento sano y pleno-, psicológica
-envejecimiento positivo y adaptado- y social -envejecimiento integrado, activo
y participativo.
Esta declaración de intenciones requiere de alguna puntualización. En
primer lugar, hablaremos de “proceso de envejecimiento”, por contraposición
al término “vejez” entendida como un estado. Y es que el envejecimiento del
hombre es un proceso natural y paulatino, que le afecta desde su nacimiento
hasta su muerte, y que lleva aparejados cambios y transformaciones de tipo
biológico, psicológico y social, que van unidos igualmente al desarrollo y al
deterioro en estos ámbitos.
Hablamos de cambios progresivos, graduales, en los que intervienen un
número considerable de variables con diferentes efectos, o que darán como
resultado una serie de características diferenciales entre las personas de una

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INÉS ALCALDE MERINO y MILAGROS LASPEÑAS GARCÍA

misma edad cronológica. Por tanto, la vejez ha de contemplarse como un


proceso variable y diferencial, y no uniforme y homogéneo. No podremos
hablar de un único patrón de envejecimiento, sino que cada individuo tiene
un modelo, un modo de envejecimiento propio.
La segunda puntualización consiste en especificar que entendemos por
“dimensión sociocultural” del envejecimiento. En una primera aproximación,
estaríamos de acuerdo en sostener con Pedro Sánchez Vera (1997) que el
concepto de envejecimiento tiene dos vertientes. Una personal, de la que nos
vamos a ocupar de manera preferente, dentro de la que se conjugan variables
biológicas, psicológicas y culturales. Otra vertiente colectiva o social, hace
referencia a cierto envejecimiento vinculado al proceso natural, consecuencia
del paso del tiempo, que involucra a la totalidad de los miembros de una
sociedad. A este respecto, mencionaremos dos cuestiones que, bajo el
paraguas del análisis sociológico del envejecimiento, tratan de los efectos
cohorte y generación, y que consideramos de relevancia a fin de hacer
mayormente comprensible parte de nuestra exposición futura. La primera de
ellas es la afirmación1 de que “el envejecimiento de cada generación se realiza
conforme a una posición generacional que de una parte es cronológica o
biológica y de otra social”. Cada generación va a percibir la vejez y su propio
envejecimiento de una forma determinada, percepción que va a depender de
la edad cronológica del sujeto y de las vivencias compartidas generacio-
nalmente. La segunda cuestión hace referencia a la socialización de los
jóvenes en un determinado modelo de vejez predominante en el momento.
Las personas en su juventud aceptan la definición dominante de viejo en ese
momento, con la que van a ser socializados. Cuando se llega a viejo se tiende
a vivir con arreglo a esa definición de vejez que se aprendió; pero sin embargo
esta definición habrá cambiado con el paso del tiempo (Anderson, 1972).
Volviendo al envejecimiento personal, al considerar que el envejecimiento
es un proceso ante todo individual, creemos conveniente, asumiendo que
pueda resultar obvio, comenzar efectuando un examen, una deconstrucción,
del término “edad”, diferenciando entre edad cronológica, edad biológica,
edad psicológica, edad social y edad funcional, para concluir con una
definición comprensiva de los distintos factores biológicos, psicológicos y
culturales que se conjugan en el envejecimiento individual.
La edad cronológica se refiere a la edad en años. Es la que va desde el
nacimiento hasta la edad actual de la persona.
La edad biológica se refiere a la situación actual del sujeto en relación con
su ciclo vital potencial. Podría definirse como el desgaste real de las energías
producto del paso de los años (Izquierdo Moreno, 1994). Tiene en cuenta los
cambios físicos y biológicos que se van produciendo en las estructuras
celulares, de tejidos, órganos y sistemas.

1. Sánchez Vera, P. (1997): Dimensiones del envejecimiento, pág. 232.

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La edad psicológica se refiere a la situación de los individuos en relación


con la capacidad de adaptación observada o deducida de sus actividades
básicas vitales, que inducen un comportamiento propio de una etapa en el
proceso de envejecimiento (Izquierdo Moreno, 1994); a la capacidad para
responder a las presiones societales y a las tareas que se le piden al individuo.
Define la vejez en función de los cambios cognitivos, afectivos y de
personalidad a lo largo del ciclo vital.
La edad social se refiere a las costumbres y funciones de un individuo en
relación con su grupo o sociedad; al papel asignado y/o asumido en la escena
de las relaciones sociales y generacionales. (Izquierdo Moreno, 1994). Suele
medirse por la capacidad de contribuir al trabajo, la protección del grupo o
grupos a que se pertenece y la utilidad social. La medida en que el individuo
participa en los roles determinados por la sociedad.
La edad funcional se refiere a la competencia o la habilidad para realizar
las demandas ligadas a la edad, que pueden depender de consideraciones
biológicas, sociales, o personales.
Estas cinco dimensiones dibujan la realidad global del envejecimiento,
que en nuestras sociedades occidentales, al margen de tener una relación
directa con las edades cronológica y biológica del individuo, como es bien
evidente, está determinado por los procesos de producción y reproducción, y
por una serie de ritos vitales impuestos, y tamizado por la subjetividad en la
forma de afrontar, de manera individual y diferente, el propio proceso de
envejecimiento.
Será el significado de la edad social, construido socialmente, y que se
refiere a las actitudes y conductas adecuadas conforme a unos modelos -al papel
asignado y/o asumido en la escena de las relaciones sociales y generacionales,
la perspectiva sobre la que pivote nuestro desarrollo sobre el envejecimiento.

ENVEJECIMIENTO SATISFACTORIO. ADAPTACIÓN E INTEGRACIÓN


SOCIAL DE LOS MAYORES
Si nos referimos a papeles asignados y/o asumidos, a roles ligados a
normas societarias, como señalábamos, nuestras sociedades occidentales se
asientan sobre los valores de producción y de reproducción. Diríamos, en este
sentido, que se es útil y valorado mientras se produce, o se es futuro
productor, y mientras se tiene la capacidad para reproducir vida. No obstante,
el proceso de envejecimiento presupone una serie de cambios sociales y de
roles -laboral, familiar y en la comunidad, fundamentalmente.
En la esfera productiva, el gran cambio es la jubilación del individuo. Las
modificaciones en las costumbres laborales que ésta acarrea tienen
consecuencias, y la adaptación es difícil, puesto que la vida del individuo y
sus valores están orientados en torno al trabajo y a la actividad productiva. En
muchos casos, y sobre todo para los hombres, la jubilación supone una
ruptura con un proyecto de vida forjado alrededor del trabajo, que ha ocupado
su tiempo, ha marcado su ritmo y ha definido sus relaciones personales. Pero

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la actividad laboral proporciona también la situación social al individuo. La


sociedad valora al hombre activo, capaz de trabajar y generar riquezas, y el
jubilado no lo es productivamente. Pasar a formar parte de la “clase pasiva”
representa ser apartado del núcleo que toma decisiones, y de intervenir en las
cuestiones importantes que influyen en la colectividad. En la esfera
reproductiva, las mujeres viven el cambio en el momento del climaterio y los
años posteriores, sobre todo si han centrado su vida en la familia y van viendo
como sus hijos cada vez reclaman menor atención y protección de su parte
“nido vacío”. La jubilación y “el nido vacío”, como los sucesos evolutivos que
más se destacan en este periodo de la vida, conllevan nuevas condiciones,
como la mayor disponibilidad de tiempo y la disminución de las responsabi-
lidades, que requieren de hombres y mujeres un esfuerzo de adaptación.
De entre las reflexiones teóricas sobre el fenómeno del envejecimiento,
algunas, centradas en las relaciones de las personas mayores con la sociedad,
han pretendido explicar la adaptación de la persona al proceso de envejeci-
miento. Las más representativas: la “teoría del retraimiento o de la desvincu-
lación” formulada por E. Cumming y W.E. Henry (1961), la “teoría de la
actividad” desarrollada por R. Havighurst (1961, 1967, 1968a, 1968b) y la
“teoría de la continuidad o del desarrollo” desarrolla por B.L. Neugarten (1961,
1968) y por R.C. Atchley (1969, 1971, 1993) en un intento de superar las
críticas que reciben las dos teorías precedentes.
De forma resumida, el argumento central de la teoría del retraimiento o de
la desvinculación, es que la desvinculación o desconexión es un proceso
inevitable que acompaña al envejecimiento, en el que gran parte de los lazos
entre el individuo y la sociedad se alteran o llegan a romperse. La desvincu-
lación tendría un carácter bidireccional, mutuo de la sociedad respecto del
individuo (pensemos en la jubilación, la independencia de los hijos, la muerte
de la pareja, de amigos) y, de otra parte, del individuo respecto a la sociedad
(palpable en la reducción de las actividades sociales y una vida más solitaria).
Éste sería un proceso natural -inherente al proceso de envejecimiento-,
universal -presente en todas las culturas- y beneficioso, tanto para la sociedad,
como para el individuo al liberarle de compromisos y obligaciones sociales
adscritas a su anterior rol. Para esta teoría, los mayores deben desvincularse de
la sociedad en la que viven, porque de lo contrario no consiguen adaptarse.
La teoría de la actividad mantiene la tesis contraria a la defendida por la
teoría anterior. Parte de la idea de que la desvinculación entre individuo y
sociedad opera únicamente en el sentido de la sociedad hacia los mayores.
Predice que la satisfacción de los mayores, al margen de cual sea su edad, está
positivamente relacionada con el número de las actividades en las que
participa. Las personas mayores, al igual que el resto de los adultos, tienen las
mismas necesidades psicológicas y sociales de mantenerse activos. Para esta
teoría, sólo cuando el individuo realiza alguna actividad se siente satisfecho y
adaptado. El envejecimiento óptimo implicaría mantenerse activo.
Ambas teorías recibieron fuertes críticas. Por separado, a la teoría de la
desvinculación se le acusó de generalizar sus postulados a todos los mayo-
res, cuando esta vinculación pudiera ser específica de las personas muy

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mayores. Aunque, probablemente, lo más sorprendente de esta teoría es la


idea de que los individuos se desvinculan de todos los roles en la misma
medida. Por su parte, a la teoría de la actividad se le critica que no considere
que existan personas mayores satisfechas con su desconexión de la sociedad.
Conjuntamente a ambas teorías se les critica: que sean prescriptivas y no
informativas; que consideren el envejecimiento como un proceso uniforme,
que no consideren suficientemente los factores físicos, económicos y la
elección del individuo sobre cómo envejecer, puesto que cada persona elegirá
el tipo de actitud que le ofrezca el mayor desarrollo personal y que esté más
en consonancia con sus valores y patrones de autoconcepto; y que subestimen
el nivel de control que la persona ejerce sobre su entorno.
Según la teoría de la continuidad o del desarrollo, las personas realizan
una serie de elecciones adaptativas a lo largo de la etapa adulta y del enveje-
cimiento que suponen una continuación de los patrones de comportamiento
mantenidos a lo largo de su vida, de manera más o menos estable. Las
habilidades y patrones adaptativos que una persona ha ido forjando durante su
vida van a persistir en el tiempo, y van a estar presentes también en este tramo.
Siendo esta una teoría del desarrollo aplicable a todo el ciclo vital, sin embargo,
va a tener una especial relevancia en el proceso de envejecimiento y en la
explicación de los patrones de actividad que presentará la persona durante esta
etapa. Esta teoría no trata de prescribir lo que sería un modelo estándar de
comportamiento exitoso durante la vejez, ya que éste va a depender de la
propia historia del sujeto. Lo que sí establece es, que los mayores preferirán los
patrones de comportamiento que supongan una continuidad con esquemas
anteriores frente a aquellos que supongan un cambio substancial. El nivel de
actividad de los mayores estará en función de sus trayectorias vitales y de los
patrones de actividades que hayan mostrado durante su madurez. Para esta
teoría, la continuidad va a representar un modo de afrontar los cambios físicos,
mentales y sociales que acompañan al proceso de envejecimiento.
En línea con esta última propuesta teórica, creemos que, en su adaptación
a una nueva etapa de su vida, la búsqueda de nuevos roles y actividades a
desempeñar por los mayores, debería estar en observancia con el significado
que cada uno ha dado a su propia vida -continuidad en las actitudes generales
y en los basamentos de su estilo de vida-, y con una puesta en valor del ocio,
que les permita y facilite satisfacer sus necesidades de actividad y, al tiempo,
les proporcione canales de integración social y de realización personal. Como
veremos, el ocio y las relaciones sociales, que en gran medida se ven posibi-
litadas por la propia naturaleza de muchas de las actividades de ocio que
tienen un importante componente de interacción social, son causa
fundamental del bienestar en los mayores.
Es manifiesto, como hemos señalado, que la jubilación, sobre todo para
los hombres, supone una ruptura con su estilo de vida, construido alrededor
del trabajo que ha ocupado su tiempo y marcado sus ritmos; pero no hay que
obviar su influencia sobre sus relaciones personales y sociales. Tras la
jubilación, se van a encontrar sin “su”, hasta entonces, actividad, sin “sus”,
hasta entonces, contactos sociales, y con una gran cantidad de tiempo libre.

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La falta de alternativas, de otros intereses, les provocará un vacío personal y


una sensación de inutilidad social. Para las mujeres esta situación presenta
particularidades, fundamentalmente debido a que, al margen del ámbito
ocupacional -rol laboral-, no tiene lugar el retiro de su rol doméstico, en las
esferas familiar y educacional. Incluso después de la jubilación, las mujeres
mantienen su papel de ama de casa, y a tiempo completo. Se enfrentan al
cuidado del esposo, ocasionalmente a la atención de sus ancianos y, la
mayoría de las veces, sustituyen el cuidado de los hijos -papel de madres- por
el de los nietos -abuelas-, con lo que, con bastante probabilidad, no sólo
continuarán realizando, en lo posible, actividades similares a las que venían
desarrollando, sino que conservarán parte importante de sus ritmos y de su
mundo relacional, incluso en el espacio público.
El individuo, a lo largo de su etapa de trabajador activo, ha mantenido
una condición social determinada en los diferentes ámbitos de relación social,
portadora no sólo de estatus -cómo la sociedad lo percibe-, sino también de
identidad personal -cómo el individuo se presenta- sobre todo en aquellos
niveles de mayor grado de cualificación y/o prestigio social; una situación que
ha conformado una forma de convivencia, de entendimiento, con los demás.
La pérdida del rol laboral, como venimos mencionado, afectará directamente
a las relaciones personales y sociales del individuo, a su mundo relacional más
próximo -el ámbito familiar- y extenso -las relaciones con el mundo exterior-,
así como al sentido de la competencia social, en tanto que influye en la
implicación en las tareas comunitarias.
Dentro de la familia sufrirán modificaciones tanto las relaciones conyuga-
les, como las relaciones con los hijos, éstas quizás en menor medida debido a
un, más que probable, alejamiento -la independencia de los hijos- anterior en
el tiempo, que van a requerir de una adaptación que atañe a la familia
completa, y en especial a la pareja. Tras la jubilación, a la pérdida del referente
de relaciones sociales abiertas que le proporcionaba el ámbito laboral, se
producirá un repliegue del jubilado hacia ámbitos relacionales más próximos,
en concreto hacia “su” mundo matrimonial y familiar; por otra parte, con el
aumento de la disponibilidad de tiempo libre, las relaciones entre la pareja se
intensificarán, lo cual puede dar lugar a conflictos en la misma. La incidencia
de la calidad de las relaciones matrimoniales y familiares en el bienestar del
individuo, se va a intensificar en estos momentos. Indudablemente el tipo de
relación entre los cónyuges condiciona la calidad de las relaciones familiares.
El hecho de que la pareja trabaje fuera del hogar o no, el que ambos se jubilen
simultáneamente, su lugar de residencia -un hábitat rural o urbano- o la forma
de ocupar su tiempo libre son, entre otros, algunos de los factores que influirán
en el ajuste de la pareja, y la readaptación a esta nueva situación. Igualmente
será precisa una reformulación de las relaciones con los hijos. Una vez perdido
el rol de proveedor principal de la familia, que pasa a ser compartido, las
relaciones entre padres e hijos se plantearán a otro nivel de jerarquía.
Conviene, antes de seguir con la argumentación, hacer hincapié en algo
que apuntábamos al definir el envejecimiento como un proceso que lleva
emparejados cambios y transformaciones unidos al desarrollo y al deterioro.

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En este sentido, se están modificando algunos de los estereotipos sociales en


torno a la vejez, como señalan Juan Muñoz Tortosa y Celia Alix M. Motte
(2002), en un intento de cambiar la noción peyorativa que conlleva el
concepto de envejecimiento, para asociarlo a un periodo de crecimiento y
desarrollo, en el que la experiencia del individuo juega un papel fundamental.
Así mismo, en el terreno de los estudios, en la actualidad se habla de la vejez
en términos de potencialidad, como recoge Maria Teresa Bazo (1992). Se ha
abandonado el modelo basado en los déficits para tomar el modelo basado en
la “competencia”, entendida como la capacidad o habilidades que permiten
hacer frente a los acontecimientos de la vida cotidiana (Lehr, 1991). De esta
forma, y según este argumentario, las modificaciones aludidas en cuanto a los
roles familiares no deben valorarse como limitaciones, sino como posibi-
lidades, si el sujeto es capaz de enfrentarse positivamente a las nuevas
situaciones. Nos referíamos anteriormente a que, tras la jubilación, la
convivencia conyugal se intensifica, lo que puede dar como resultado un
refuerzo en la relación o una crisis importante, cuyo manejo dependerá de los
actores de la relación. Del mismo modo, la variación en el papel de padre que
decide, por otro menos jerárquico, no tiene porque significar una pérdida, sino
tan sólo una modificación, con las posibilidades que el hecho de disfrutar de
hijos adultos y autónomos, potenciales apoyos, pudieran significar para la
persona mayor. A su vez, el rol de abuelo surgirá con una significación e
implicación mayor emocionalmente; un papel hasta ahora menos disfrutado,
debido fundamentalmente a los ritmos laborales.
En cuanto a las relaciones del individuo circunscritas al ámbito laboral, las
mantenidas con los compañeros, a partir del momento de la jubilación tienden
a desaparecer, bien de forma paulatina o repentinamente. Estas relaciones
sociales se reducen de forma importante al abandonar el individuo el ámbito
que las sustentaba. Además, con la pérdida del rol laboral, a nivel social, se
pierde el estatus, el reconocimiento o prestigio, que ese papel pudiera
conllevar; y a nivel individual, el hecho de la jubilación, afectará al grado de
implicación en el trabajo de la comunidad, al sentido de la competencia social
del individuo.
Conseguir una adecuada integración social de los mayores, o una “reinte-
gración”, es el objetivo con la potenciación de otros ámbitos de interacción
social, como pueden ser la familia, las relaciones sociales fuera del ámbito
laboral, la vivencia positiva del ocio y el compromiso social. Porque, una
deficiente integración social tendría consecuencias, ciertos efectos negativos,
entre los que señalaremos, como fundamentales, la “sensación de” exclusión
social y una mayor exposición a los peligros sociales. Y es que si, como
venimos apuntado, nuestra sociedad sitúa el trabajo como valor supremo, estar
fuera del mercado laboral supondrá estar al margen, no sólo del primer
elemento de valoración social del individuo, sino también exponerse a los
riesgos de la marginación, la precarización y la exclusión social. Exclusión que
se cebará, principalmente, en los segmentos sociales cuya capacidad de
afrontar su inserción social es mucho menor, pensemos en los mayores de bajo
estatus, y/o con poco nivel formativo, y/o con alguna discapacidad, por
ejemplo. Por otra parte, a más tiempo libre mayor exposición, potencial, a

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INÉS ALCALDE MERINO y MILAGROS LASPEÑAS GARCÍA

ciertos peligros sociales, y nos referimos con ello a hábitos y estilos de vida
negativos, y/o comportamientos destructivos, etc.
Por una parte la búsqueda de nuevos roles y la realización de actividades,
y por otra el apoyo en la familia y los amigos, así como en algún tipo de
organización, asociación o club, pueden propiciar, en estas personas, la
reconstrucción de su identidad y su toma de posición social en esta etapa de
su vida. Respecto de las actividades de ocio y altruistas en concreto, María
Teresa Bazo (2002) señala como éstas, en cuanto a actividades que conllevan
compromiso, comparten con la actividad laboral y profesional la cualidad de
estructuración del tiempo, y de proporcionar un sentimiento de utilidad social.
Una “reconquista”, recuperación, de los ritmos y del sentimiento de la
competencia social.
En resumen, el desarrollo de una adecuada adaptación e integración
social permitirá un adecuado ajuste personal y social al mayor, que le aporte
bienestar y calidad de vida en esta nueva etapa. No obstante, no podemos
dejar de considerar que la diferente actitud con la que los sujetos viven esta
época de su vida, cómo se adaptan, cómo se integran, va a depender de
factores biológicos culturales [edad, sexo, salud], de factores sociales y
culturales [género, nivel de estudios, situación económica, situación familiar,
relaciones sociales], y se va a ver afectada por el factor psicológico. Hemos
dado a entender a lo largo de este escrito que sería un error considerar a las
personas mayores como un grupo de comportamiento homogéneo.
Tendremos que observar, entre otras, las diferencias derivadas de la
pertenencia a distintos subgrupos de edad, las que tiene origen en el género
o las que existen por clase social, como entre cualquier otro colectivo o grupo.
Existen formas distintas de envejecer socialmente.

TIEMPO LIBRE Y OCIO EN LOS MAYORES


Como hemos manifestado, el envejecimiento sociocultural conlleva, entre
otros aspectos, una mayor disponibilidad de tiempo. Los mayores disponen de
gran cantidad de “tiempo libre”, definido como aquel del que el individuo
dispone una vez que se ha liberado de la obligación de trabajar. Pero el
individuo en su cotidianidad, además de su ocupación laboral, tiene que
prestar atención a toda una serie de obligaciones en el desenvolvimiento de
su vida -pensamos en la satisfacción de sus necesidades básicas, cuidados de
salud, la atención a familiares, etc.-, que si bien no pueden ser calificadas
como trabajo, tampoco lo son de ocio. Por lo tanto, disponer de tiempo libre
no significa necesariamente disfrutar de ocio. Estaríamos más de acuerdo en
reparar en el ocio como actitud con la que se ocupa el tiempo libre. En este
sentido, ya Aristóteles (Ética a Nicómaco) establece una primera distinción
entre “tiempo libre” y “ocio” [skholé], estableciendo que el primero no implica
necesariamente el segundo, y sólo cuando el tiempo libre se usa de una forma
correcta y sabia puede llegar a ser ocio.
Rechazada por simplista la identificación de tiempo libre con ocio, y con
el propósito de delimitar éste último concepto, acudimos a uno de los autores

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OCIO EN LOS MAYORES: CALIDAD DE VIDA

más reconocidos en este campo: John Neulinger (1974), quien considera como
ocio la actividad que es libremente elegida por la persona, y se lleva a cabo
sin tener otro propósito adicional distinto a la propia satisfacción que supone
realizarla. ¿Qué tiene de especial esta definición de ocio?. Su elección
responde a que se trata de una definición que contiene las dimensiones
fundamentales que delimitan el concepto: libertad en la elección -la actividad
es voluntariamente elegida-, motivación intrínseca -la actividad proporciona al
individuo recompensas personales y subjetivas- y orientación finalista -la
actividad contiene en sí misma la finalidad de su realización. Estas
dimensiones rubrican el carácter subjetivo del ocio, y dan idea de la
importante influencia de los factores culturales en la clasificación de una
actividad como tal. A propósito de esto último, habremos de señalar otra
simplificación bastante común consistente en identificar la actividad en sí
[pasear, ver televisión, practicar deporte, jugar a las cartas, hacer teatro,
voluntariado...] como ocio. En el ocio se van a poner de manifiesto muchos
aspectos importantes del individuo, como la etapa de la vida, la edad, los
estilos de socialización y las preferencias en las actividades.
Hay una gran cantidad de actividades que pueden incluirse dentro de la
categoría de ocio. Incluso, ciertas habilidades y actividades, pueden contener
aspectos de las categorías de trabajo o sostén económico y de ocio a la vez.
Dentro de los intentos de clasificación de estas actividades, y con miras en
nuestro desarrollo argumental futuro, recogemos el de Richie (1975) que
agrupa las actividades consideradas como ocio en cuatro ejes, y las clasifica
en: actividades activas frente a actividades pasivas, actividades individuales
frente a actividades grupales, actividades simples frente a actividades
complejas, y actividades que son para pasar el rato frente a actividades que
requieren una mayor implicación.
Pero alrededor del ocio se han construido otras clasificaciones que
focalizan sobre el tipo de necesidades que satisfacen las actividades de ocio.
Para Kabanoff (1982) once son los grandes grupos de necesidades que
subyacen a las diferentes formas de ocio: autonomía -relacionada con la organi-
zación de proyectos y actividades significativas personalmente-, relajación
-descanso de cuerpo y/o mente-, actividades familiares -persiguen el refuerzo
de este tipo de vínculos-, huir de la rutina -evasión-, interacción -compañía y
nuevas amistades-, estimulación -nuevas experiencias-, uso de habilidades,
búsqueda de salud, estima -ganar el respeto y admiración de los demás-,
desafío o competencia -ponerse a prueba- y liderazgo o poder social. En un
sentido similar, Tinsley (1984), identificó, y agrupó en torno a ocho grandes
grupos, los tipos de necesidades satisfechas por distintas actividades de ocio;
necesidad de: “expresión del yo” -manifestarse a través del uso creativo de sus
capacidades-, compañerismo -relaciones de apoyo en las que sentirse aceptado
y valorado por los demás, con el consiguiente incremento de la autoestima-,
poder -percibir control sobre situaciones sociales, y ser objeto de la atención
de los otros-, compensación -experimentar algo novedoso o inusual, de romper
con la rutina diaria-, seguridad -comprometerse en una actividad que le
asegure la ausencia de cambios no deseados, y que garantice que sus
esfuerzos serán reconocidos y valorados-, servicio -ayudar a los demás-,

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INÉS ALCALDE MERINO y MILAGROS LASPEÑAS GARCÍA

intelectual y estética -estimulación intelectual, participar en actividades


artísticas- y autonomía -hacer las cosas por sí mismo.

Envejecimiento y ocio
La etapa de la vida resulta determinante en la concepción del ocio.
Pensemos a este respecto en los cambios personales o en las modificaciones
en las oportunidades posibilitadoras del ocio, a nivel personal y social, que
se van produciendo durante la vida. El segmento de las personas mayores se
constituye como un grupo diferenciado, con características, intereses y
demandas socioculturales propios, frente a un “tiempo de ocio”, que al mismo
tiempo ha de ser interpretado en términos individuales, y en la relación con
los demás miembros del grupo, lo que implicaría la consideración de las
esferas personal y comunitaria.
Otro de los aspectos individuales que se van a poner de manifiesto en el
ocio, son los estilos de socialización, que van a jugar un papel primordial al
respecto. Ya en su momento, aludíamos a la impronta, en la forma de entender
y vivir la vejez, de una socialización en un determinado modelo de vejez, que
por mor del paso de los años perderá vigencia contextual. La implicación
social que ello supone, que se refleja en la expresión y canalización del ocio,
va a resultar palpable, sobre todo, en la demarcación de las oportunidades,
desde la sociedad y en concreto desde sus coetáneos, y en la autorestricción
en la ejecución de las mismas. No habremos de olvidar que las oportunidades
para participar en actividades también de ocio, reflejan expectativas
normativas.
En su momento, nos hemos referido al ocio y las relaciones sociales como
causa fundamental del bienestar de los mayores, en un engranaje en el que
los mayores van a poder satisfacer sus necesidades de actividad a través de las
distintas experiencias de ocio, que al tiempo les van a proporcionar canales
de interacción social y de realización personal. La teoría nos informa de los
beneficios del ocio en los mayores, por su influencia en la salud y el bienestar
subjetivo, mediante su capacidad para facilitar conductas de afrontamiento en
respuesta a los sucesos y estresores vitales (Coleman e Iso-Ahola, 1993). Por
una parte, siendo las principales características del ocio la percepción de
libertad y la motivación interna, ello permite el desarrollo y mantenimiento de
sentimientos de control sobre la propia vida; y cuando las personas sienten que
disponen de capacidad para controlar lo que les ocurre en sus vidas, suelen
experimentar una mayor salud mental y física (Mannell y Kleiber, 1997). Al
tiempo que la participación en actividades de ocio que, por su propia
naturaleza, tienen un importante componente de interacción social, facilitan la
percepción de apoyo a través del compañerismo y de la amistad (McCormick
y McGuire, 1996).

TIEMPO DE OCIO Y CALIDAD DE VIDA EN LAS PERSONAS MAYORES


En este punto, antes de adentrarnos en el diseño de una “propuesta tipo”
de ocio para las personas mayores, quizás sea momento de recopilar los

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OCIO EN LOS MAYORES: CALIDAD DE VIDA

pilares teóricos que nos sirven de referencia, y que hemos expuesto a lo largo
de estas páginas.
La perspectiva del envejecimiento con la que trabajamos, observa el
mismo como un proceso natural y paulatino y, lo que para nuestro análisis
requiere gran importancia, variable y diferencial, lo cual nos indica que debe
ser considerado como un proceso sobre todo individual. Un análisis que, por
otra parte, se efectúa en términos de potencialidad, rehuyendo del modelo
basado en los déficits, para aplicar el modelo basado en la competencia.
(María Teresa Bazo, 1992), (Lehr, 1991).
En consonancia con la teoría de la continuidad, entenderemos, con
Havighurst (1961), que diferentes personas con diferentes valores, diferirán de
manera igualmente distinta sobre lo que para ellos es una buena vejez. Esta
teoría establece que las personas mayores preferirán, como en otras etapas de
sus vidas, los patrones de comportamiento que supongan una continuidad a
los que supongan un cambio substancial en sus vidas, aunque ello no quiera
decir que se de una ausencia total de cambio, sino que hay un predominio en
la continuación de esquemas anteriores. De igual modo, establece que no se
puede generalizar la idea de la desvinculación social del sujeto durante el
envejecimiento, ni tampoco que un aumento de su actividad o participación
collevará un incremento, de igual volumen, en su nivel de bienestar subjetivo;
sí, que el nivel de actividad que una persona va a mostrar en esta etapa, estará
en función de su trayectoria vital y del patrón de actividades que haya venido
presentando.
Basamos nuestro desarrollo en la delimitación del concepto de ocio, en
base a la definición de John Neulinger (1974), en la que se resaltan sus
elementos constituyentes: libertad en la elección, motivación intrínseca y
orientación finalista, que sobre todo ponen de manifiesto el carácter subjetivo
del ocio. Y destacar, además, que observamos el ocio como actitud, en
referencia al empleo del tiempo libre, y no como desarrollo de una actividad
concreta.
Compartimos la idea de que las actividades de ocio tendrán importancia
tanto por su efecto altamente significativo en el proceso de adaptación a la
pérdida de los roles productivos (Herzog, Franks, Markus y Holmberg, 1998),
en las que jugarán un papel asimilable a las actividades productivas; como, y
de modo más general, por su influencia en la calidad de vida, en el bienestar
personal de los mayores en esta etapa, a través del fortalecimiento de la
percepción del control sobre la propia vida, de autocontrol, y de apoyo social.
Al hilo de ello, estamos de acuerdo en seguir el esquema dibujado por Tinsley
y Tinsley (1986), que pone de manifiesto la relación entre la satisfacción de
una serie de necesidades y los beneficios psicológicos derivados del ocio, en
una secuencia de experiencias de ocio, que conlleva la satisfacción de las
necesidades psicológicas, lo que contribuye a la salud física y la salud psíquica
y, por ende, coadyuva a la satisfacción vital y al crecimiento personal.
Pero retomando nuestro discurso, centrado ahora en sustentar las bases
para el esbozo de un modelo de ocio para los mayores, debemos recalcar que

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INÉS ALCALDE MERINO y MILAGROS LASPEÑAS GARCÍA

puesto de manifiesto el carácter subjetivo del ocio, al destacar como aspectos


básicos del mismo la libertad en la elección y la satisfacción personal que
implica su ejercicio, ello nos da idea del número de factores individuales que
influyen en la percepción de ciertas actividades como ocio y en las posibi-
lidades de su ejecución -en la interpretación que del ocio hagan los mayores.
Por otra parte, están el tipo de necesidades que subyacen a las diferentes
formas de ocio: necesidades básicas de vida de los mayores, referidas
fundamentalmente al mantenimiento o recuperación de la salud; necesidades
personales y de desarrollo personal; necesidades de interacción entre
coetáneos y con la sociedad. Ámbos -factores intervinientes en la interpre-
tación del ocio y necesidades subyacentes a las diferentes formas de ocio- van
a ser los ángulos sobre los que construir una propuesta de un modelo de ocio
para las personas mayores.
Comenzando por estos factores, los hay que tienen una base biológica,
son elementos constitutivos del individuo -parte esencial o fundamental del
mismo, y que lo distinguen de los demás- [edad, sexo]. Otros van a forman
parte de la situación sociocultural del individuo, y han sido adquiridos lo largo
de su desarrollo [estado civil, cargas familiares, estudios, profesión, ingresos].
A medio camino entre los primeros y los segundos habremos de observar la
variable salud, por lo que tiene de componente biológico y de relación con
los estilos de vida, saludables o potenciadores de riesgos para la misma. Otros
factores constituyen elementos del entramado de su personalidad [creencias y
actitudes] o vienen derivados de sus propias vivencias sociales [integración
social, valoración de las relaciones]. Por último, están los factores ambientales
o contextuales como coadyuvantes en la interpretación de un tiempo de ocio
[hábitat, lugar de residencia y recursos y medios externos]. Pero, ¿de qué forma
intervienen estos factores en la percepción y la ejecución de ocio?.
A modo de ejemplo, y centrándonos en la percepción que los mayores
tienen del ocio, observamos que la edad influirá desde varios ángulos. Desde
una perspectiva generacional, teniendo en cuenta que cada vez es mayor la
trascendencia y significación que se da al ocio en cualquier etapa de la vida,
es precisamente a partir de la jubilación cuando este adquiere mayor peso
específico. En cuanto a la edad cronológica, el ocio adquiere una mayor
importancia en las edades más jóvenes; y su configuración, con frecuencia, irá
acompañada de una relativización del valor del trabajo, como referente único
en la satisfacción o identificación personal del sujeto. Relacionados con la
edad, los diferentes estilos de socialización que van a jugar un papel
primordial en la forma de entender y vivir la vejez, y consecuentemente en la
conceptualización que del ocio hagan los mayores. En cuanto al sexo, la
percepción del ocio como un valor, siempre con carácter general, y princi-
palmente en las generaciones más mayores, aparecerá valorada más positi-
vamente por los hombres.
En cuanto al estado civil reparamos en que serán las personas solteras o
viudas las que muestren una percepción más positiva hacia el ocio. Muy
relacionado con el anterior, el factor presencia o ausencia de hijos en la
familia, que bien puede hacerse extensible a cargas familiares de otro tipo; los
individuos sin hijos y sin personas dependientes a su cargo, es probable que

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OCIO EN LOS MAYORES: CALIDAD DE VIDA

también tengan una visión más positiva del ocio. Los factores nivel de
estudios, profesión y nivel social y económico -estatus-, estarán estrechamente
imbricados en la percepción del ocio. Así, se espera, en general, de los
mayores con un mayor nivel de estudios o formativo que valoren en mayor
medida el ocio, y muestren un mayor interés por sus actividades. En cuanto a
la profesión y el estatus social, observamos que a mayor nivel de cualificación
profesional y estatus social, se dará con frecuencia una valoración más positiva
del ocio; por contra, el segmento de población más ligado a la producción
material y cuyas experiencias de aprendizaje están vinculadas casi exclusi-
vamente al trabajo, mostrará una menor valoración de la creatividad o de la
utilización no productiva del tiempo. Por último, en cuanto al lugar de
residencia, un hábitat urbano creemos favorece, frente a uno rural, un modelo
de vida donde la utilización no productiva del tiempo es valorada más positi-
vamente.
Con referencia a las oportunidades, las posibilidades de ejecución o
realización del ocio, estas se verán influidas por la presencia o ausencia de
recursos tanto personales, como instrumentales. En primer lugar, habremos de
detenernos en los factores de tipo biológico, y en concreto asociados a la
funcionalidad o la competencia, que van a marcar una primera disquisición en
la posibilidad de participación en actividades de ocio. A lo largo del proceso
de envejecimiento, se producen variaciones en la autonomía personal de los
individuos. A este respecto, los estudiosos del tema estarían de acuerdo en
delimitar dos etapas diferenciadas: la primera, que abarcaría aproximadamente
hasta los setenta y cinco años, marcada por la independencia funcional y
caracterizada por el “envejecimiento activo”; y una segunda, a partir de los
setenta y cinco años, marcada por una mayor dependencia funcional, es una
etapa en la que las oportunidades de ocio se van a ver cuando menos
condicionadas o restringidas, si no imposibilitadas. De esta manera, estamos
aludiendo a la impronta de la edad y la salud real en las posibilidades para el
ocio.
Otros predictores de la participación con base en los recursos personales
de los mayores van a ser, por ejemplo, un buen estado de salud, y que así sea
percibido o valorado por la persona, lo que determinará tanto las actividades
que elige, como la medida -frecuencia, ritmo e intensidad- con que las realiza.
La salud real, va a ser determinante en la ejecución de actividades específicas;
a este respecto salud y autonomía serían cuasi equivalentes. Otro predictor
será el sexo, ya que se observa que los hombres participan en mayor medida
en actividades de ocio; y aunque se dan toda una serie de actividades
comunes a hombres y mujeres, los estereotipos sociales sin embargo juegan
un papel importante en la elección, por tanto el sexo orientará el tipo de
actividad, el lugar y los “otros” con los que se llevará a cabo.
Respecto al estado civil, ser soltero/a, separado/a o viudo/a, al igual que
no tener cargas familiares -hijos o personas dependientes-, favorece una
mayor ejecución de actividades de ocio. En cuanto a los estudios, a la
formación, podemos suponer que éste será un factor predictivo sobre todo del
tipo de actividades elegidas. Igualmente creemos que el tipo de actividad
profesional desarrollada hasta el momento, y lo que de ella se derive en la

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INÉS ALCALDE MERINO y MILAGROS LASPEÑAS GARCÍA

forma de organización del tiempo, indicará u orientará el tipo de actividades


a realizar, su frecuencia y ritmo. Así como entenderemos que un poder
adquisitivo acomodado, unos ingresos suficientes, será un propiciador de
primer orden del ocio.
En el apartado reservado a los factores derivados de la personalidad y de
las propias vivencias de los mayores, habremos de señalar como predictores
de la participación en actividades de ocio, una positiva autopercepción del
sujeto; y es que la autoestima, observaremos, determina una mayor predispo-
sición hacia diversos ocios. También, debemos apuntar a la práctica de
actividades de ocio en su historia personal, como un excelente predictor. Pero,
además de estos factores personales, propios del individuo - intrapersonales,
en terminología de Crawford, Jackson y Godbey (1991), existe otro grupo de
factores “interpersonales”, que ampara las circunstancias personales derivadas
del contacto con familiares, amigos o compañeros, que van a condicionar las
actividades de ocio. Entre estos últimos, serán un buen predictor los modelos
próximos de familiares y amigos con una participación positiva en actividades
de ocio, ya que además de permitir observar las consecuencias positivas que
éstos obtienen en su práctica de ocio, facilitan el contar con “otros” en la
realización de actividades. Una integración social y una valoración positiva de
las relaciones interpresonales van a favorecer por lo pronto el mantenimiento
de sus redes sociales, y la apertura a relaciones con grupos extraños a su
círculo relacional más próximo.
Por lo que respecta a la influencia de los recursos instrumentales,
materiales o de infraestructura en las oportunidades de participación de los
mayores en actividades de ocio, serán facilitadores de la misma, por ejemplo,
vivir en un hábitat urbano, puesto que a sus residentes les suponemos una
mayor disponibilidad de acceso a instalaciones, grupos, incentivos y posibi-
lidades relacionados con el ocio, frente a los residentes en el medio rural. Un
caso algo distinto lo plantea el hecho de residir bien en el domicilio o bien
en una institución, ya que deberemos considerar la variable autonomía. En el
caso de que la salud permita la autonomía, la permanencia en el domicilio
favorece la utilización de recursos comunitarios; sin embargo, ante limitaciones
de salud restrictivas de la autonomía, los recursos para el ocio serán mayores
dentro de una institución.
Al ocuparnos de las necesidades que subyacen a las diferentes formas de
ocio de los mayores, quizás sea el momento de retomar la idea de reparar en
el ocio como actitud con la que se ocupa el tiempo liberado de la obligación
de producir, que ha de ser “correcta y sabia” en palabras de Aristóteles; que
potencie un envejecimiento sano y pleno, positivo y adaptado, e integrado,
activo y participativo, a nuestro entender.
Un envejecimiento sano y pleno, implica un tiempo de ocio que aborde
las necesidades básicas de vida de los mayores. Que les permita mantener o
recuperar aquello que parece negárseles por el hecho de ser mayores, como
son la salud mediante el autocuidado, la actividad, la energía. Un ámbito de
diversión y entretenimiento, diferente de lo cotidiano, novedoso, que
favorezca prácticas con fines lúdicos y terapéuticos.

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OCIO EN LOS MAYORES: CALIDAD DE VIDA

Un envejecimiento positivo y adaptado, supone un tiempo de ocio que


tenga en cuenta las necesidades personales y de desarrollo de los mayores.
Que les permita sentirse personas activas y útiles, con un proyecto de vida,
con seguridad y confianza en sí mismas y en la etapa que están viviendo. Un
ámbito de posibilidad para aquellas capacidades que, por la edad, se cree ya
no se pueden desarrollar.
Un envejecimiento integrado, activo y participativo, presume un tiempo
de ocio que facilite y potencie la interacción entre coetáneos y con la
sociedad. Que favorezca la amistad, las relaciones sociales y la implicación en
los asuntos de la comunidad. Al tiempo que un espacio en el que se fomente
la realización de actividades diferentes a las domésticas, lo que permitirá abrir,
o en su caso crear, otros ámbitos de identificación con los coetáneos. Un
espacio de participación social y comunitaria, en el que las organizaciones
sociales de personas mayores, a través de lo que significa la idea de asociación
como medio de interacción e integración social de los participantes, tienen
clara relevancia.

Una propuesta tipo de ocio para las personas mayores


Como primera premisa, nuestra propuesta huirá de generalizaciones
absolutas. Al igual que no contemplamos el proceso de envejecimiento como
uniforme, sino como variable y diferencial, como un proceso sobre todo
individual, del mismo modo, deberemos observar la “utilización” del tiempo
de ocio. A este respecto, tendremos que tener en cuenta los factores
personales -físicos, de situación, de personalidad o vivenciales- y la elección
individual -en consonancia con sus valores y modelo de autoconcepto- en la
búsqueda del mayor desarrollo personal.
En el mismo sentido de rechazo de propuestas absolutas y prescriptivas,
nos decantaremos por referir uno u otro tipo de ocio sobre la base de los
beneficios potenciales, tanto objetivos como subjetivos, que su ejercicio
conlleva para los mayores que lo practiquen. Nuestra propuesta contempla el
hecho de que cuanto mayor sea el abanico de actividades -activas o pasivas,
individuales o colectivas, simples o complejas, para pasar el rato o con mayor
implicación- que la persona practica y disfruta, mayores serán sus posibi-
lidades de ejecución, y menores las de tiempo “vacío” o desocupado. De esta
forma, y a modo de ejemplo, si una persona es capaz de disfrutar de un ocio
de tipo individual o de tipo grupal, colectivo, en aquellas ocasiones en que
esta persona no cuente, circunstancial o coyunturalmente, con compañía
podrá desarrollarse de modo individual. No obstante, nuestra propuesta tipo,
basada en la cobertura de necesidades y los beneficios derivados, sugiere un
tipo de ocio activo y productivo, que se ocupe del bienestar cotidiano, que les
permita a los mayores sentirse personas activas y útiles, con un proyecto de
vida y con seguridad y confianza en sí mismas, y potencie o reconstruya las
redes de relación social y que favorezca la participación del mayor.
La configuración del ocio que proponemos, defiende la efectividad de
desarrollar un ocio que, al tiempo que debe ir en consonancia con la

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INÉS ALCALDE MERINO y MILAGROS LASPEÑAS GARCÍA

evolución y valoración personal del individuo, favorezca al máximo la


percepción de control de su propia vida y la interacción social; lo cual
implicará autoestima, elevará el estado de ánimo, disminuirá los efectos
negativos de los sucesos vitales estresantes -viudedad, soledad, jubilación-,
conllevará apoyo emocional y una adecuada integración social, permitiéndole,
todo ello, percibir un mayor nivel de satisfacción vital.
Sobre estas bases, cualquier propuesta de ocio para los mayores ha de ir
encaminada a satisfacer una o varias de sus necesidades individuales, con lo
que el ejercicio de las actividades de ocio, de uno u otro tipo, ha de reportar
potenciales beneficios al sujeto que las realiza. En un intento de relacionar
tipos de actividades [tipología de Richie (1975)] y satisfacción de necesidades
individuales [tipologías de Kabanoff (1982) y de Tinsley (1984)] podremos
entrever que:
Las actividades activas [nadar, jugar al tenis, montar en bicicleta, pescar,
escribir cartas, relatos o poesía, tocar un instrumento musical...] fundamen-
talmente, favorecerán la utilización de las habilidades y destrezas de los
mayores; al tiempo que potenciarán la búsqueda de la salud, a través del
mantenimiento de una buena forma física y un estado vital saludable.
A las actividades pasivas [ver teatro, cine y otros espectáculos...], a primera
vista, se las relacionará con la necesidad de relajación, que permitieran dar un
descanso al cuerpo y/o a la mente; pero también se las vincula a otro tipo de
necesidades como son las intelectuales y estéticas, eso sí, desde el ángulo de
mero espectador.
Las actividades individuales [leer libros, escribir relatos o poesía, pasear,
escuchar la radio...], potenciarán la vivencia de la soledad deseada, la
necesidad de la persona mayor de hacer cosas por sí sola, sin por ello experi-
mentar sentimientos negativos; y favorece la “autonomía”, la organización de
proyectos y actividades que resulten significativas desde un punto de vista
personal.
Las actividades grupales [practicar juegos de mesas, visitar museos,
exposiciones, jugar al tenis, jugar fútbol sala…] abarcan la cobertura de un
número importante de necesidades personales, las principales quizás sean la
de interacción social -que permitirá a los mayores disfrutar de compañía de los
demás- y la de hacer nuevos amigos -que satisfará la necesidad de estima, a
través de acciones que le permitan ganarse el respeto o admiración de los
demás. En concreto, el tipo de acciones grupales incidirán positivamente en
las relaciones de apoyo; a través del compañerismo, en el reconocimiento e
integración, de un modo lúdico, la persona se sentirá aceptada y valorada por
parte de los demás, incrementando así su autoestima. De mismo modo, este
tipo de actividades permitirá satisfacer la necesidad de servicio o de asistencia
y ayuda a los demás, con lo que ello conllevará de autosatisfacción o
valoración personal. También, será en la ejecución de actividades grupales
donde la capacidad de liderazgo pueda ser satisfecha, a partir del desarrollo
de actuaciones en las que poder desempeñar un papel destacado de liderazgo;
de igual modo, es en este ámbito de actuaciones en las que los mayores
pueden satisfacer el deseo de poder social, en la percepción de que controlan

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OCIO EN LOS MAYORES: CALIDAD DE VIDA

situaciones sociales y de que, por ende, son objeto de la atención de los


demás. Por último, será a través de este tipo de actividades, esta vez reducidas
al ámbito grupal más próximo, en actividades familiares, que se verán
reforzados los vínculos entre sus integrantes.
Las actividades simples [ojear revistas, ver televisión, escuchar la radio, ir
de compras…], se van a relacionar con la necesidad de los mayores de sentir
control, que manejan las situaciones.
Las actividades complejas [practicar fotografía, manejar un ordenador,
pintar…] cubrirán principalmente las exigencias intelectuales y estéticas de los
mayores, con un compromiso mayor que el de simple espectador; pensemos
en las necesidades de estimulación intelectual o de participar en actividades de
carácter artístico. En un sentido similar, este tipo de actividades satisfará la
necesidad de los mayores de manifestarse a través del uso creativo de sus
capacidades -necesidad de expresión del “yo”-; e, igualmente, la de estimu-
lación, a través de actuaciones que les aporten nuevas experiencias. Por otra
parte, las actividades complejas enfrentan al individuo al desafío, al ponerle a
prueba en situaciones difíciles, con el consiguiente nivel de autosatisfacción
que le proporcionará el superarlas exitosamente, un reto de superación y
estimulación.
Las actividades para pasar el rato [ir de compras, pasear…]. Relacionadas
con la necesidad de seguridad, aludirán a la satisfacción que experimenta la
persona cuando se compromete con una actividad que le asegura la ausencia
de cambios no deseados, y que a la vez le garantizan que sus esfuerzos se
reconocerán y serán valorados por los demás.
Por último, las actividades que requieren de una mayor implicación
[voluntariado, hacer teatro…], permitirán que los mayores satisfagan la
necesidad personal de experimentar algo novedoso o inusual, de romper, de
huir de la rutina diaria, de poder olvidarse de las responsabilidades a través
de actividades que exijan un esfuerzo y dedicación.
Ahora bien, la actividad concreta, específica, a través de la que esas
necesidades individuales se van a ver satisfechas, dependerá de factores
personales. Las preferencias en la elección y ejecución de una actividad u otra,
en cualquier etapa de la vida, van a estar influidas por la satisfacción que la
realización de estas actividades reporta al individuo, y por las normas sociales.
Si bien, en el proceso de envejecimiento, aumentará de forma progresiva el
peso que, a la hora de elegir las actividades para ocupar su ocio, van a tener
las experiencias previas y el placer que se experimenta al realizarlas (Atchley,
1993).
Para finalizar, y a modo de recapitulación y conclusiones, sobre que
aspectos deben tenerse en cuenta en el diseño de un modelo de ocio para los
mayores, diremos que:
• El objetivo que se persigue es que los mayores en esta etapa de la vida,
como en las anteriores, potencien una vivencia positiva y el desarrollen
al máximo sus potencialidades.

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• Las actividades de ocio facilitarán la adaptación personal del mayor a


esta nueva etapa de la vida, le dotarán de una sensación de control o
de autodeterminación sobre su propia vida, y potenciarán una adecuada
integración social.
• La percepción de libertad y la satisfacción personal, rasgos definitorios
del ocio, facilitan, en la ejecución del mismo, el desarrollo y manteni-
miento de sentimientos de control sobre su vida, que conllevará
beneficios físicos y psicológicos para el mayor [incremento de su
autoconcepto, disminución del sentimiento de soledad, aumento del
estado de ánimo, adquisición y mantenimiento de hábitos saludables…]
y actuará como “protector” ante los riesgos provocados o favorecidos
por la ausencia o déficit en su adaptación y/o integración [aislamiento,
mayor exposición a hábitos no saludables o conductas de riesgo,
ausencia o déficit de conductas de autocuidado…].
• A través de la utilización positiva del ocio los mayores deberán poder
satisfacer varias de sus necesidades: las relacionadas con las
necesidades básicas [búsqueda de salud, relajación y descanso, estimu-
lación intelectual y estética, huida de la rutina…], las vinculadas a la
necesidades individuales y de desarrollo personal [autonomía,
seguridad, estima, competencia, expresión del yo…] y las necesidades
de interacción entre coetáneos y con la sociedad [compañerismo,
estima, liderazgo, poder social…].
• Son varias las parcelas personales que cubren las actividades de ocio: la
recreativa, la de identidad, la de sociabilidad, ámbitos que tienen
influencia directa en el bienestar subjetivo del mayor, en su calidad de
vida; cuestión, ésta, importante en cualquier etapa de la vida y más
significativamente en ésta en la que se están produciendo varias
situaciones de estrés vital a un tiempo.
• La elección de actividades de ocio a desarrollar serán opciones
seleccionadas individualmente, con significación en función de la
trayectoria vital previa del sujeto, mediada por su proceso de sociali-
zación, y con referente en la satisfacción derivada de su ejecución. La
percepción que el mayor tenga del ocio influirá, de forma significativa,
en su aproximación a la ejecución, así como en su mantenimiento en la
práctica de las mismas.
• Igualmente, será de gran importancia la facilitación social de oportu-
nidades de ocio para las personas mayores, así como una intervención
que fomente el uso de servicios de recreación, donde las actividades de
ocio puedan ser desarrolladas.
• Por último, nuestra propuesta tipo sugiere un tipo de ocio activo y
productivo, que se ocupe del bienestar cotidiano, que permita a los
mayores sentirse personas activas y útiles, con un proyecto de vida y
con seguridad y confianza en sí mismas, que potencie y reconstruya las
redes de relaciones sociales y favorezca la participación social del
mayor.

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OCIO EN LOS MAYORES: CALIDAD DE VIDA

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