Mommsen RESUMEN
Mommsen RESUMEN
Mommsen RESUMEN
La lucha por un orden constitucional y social nuevo dominaba la política europea en el siglo posterior a la
Revolución Francesa. El liberalismo, apoyado por la burguesía ascendente, dirigía su ataque contra el orden
monárquico establecido y con ello contra el predominio fosilizado tanto social como político de las clases
aristocráticas.
Esta ideología política, animada por un ilimitado optimismo progresista, cocó con la enconada resistencia de las
clases dominantes y sufrió la crítica más acerba, tanto a la derecha como a la izquierda, su marcha victoriosa
resultó incontenible, entre otras razones por haberse aliado al moderno concepto de nación. La doctrina liberal
había alcanzado su máximo prestigio; el liberalismo era la fuerza progresista por excelencia de la política
europea. La burguesía liberal podía considerarse en su acción política como representante de la nación entera.
Por más que el socialismo interesara a los principales espíritus de Europa, de momento se trataba sólo de un
fantasma y no de un peligro político real. Lo mismo cabe decir de la doctrina anarquista fundamentada
teóricamente por primera vez, a pesar de que los atentos anarquistas movilizaran sistemáticamente la opinión
pública europea, llamando la atención sobre los peligros que acechaban en los fondos de la sociedad. El
problema se planteaba de modo distinto en el caso de otro rival del liberalismo: la democracia radical. Esto
propugnaba la realización de los principios de la soberanía del pueblo y no se contentaba con la confortable
solución del Estado de derecho y del constitucionalismo, que garantizaba a través de un sistema electivo más o
menos plutocrático, la hegemonía política de las capas superiores de la burguesía y con ellas de las antiguas
fuerzas conservadoras. El liberalismo seguía siendo el único movimiento político con posibilidades de disputar
con éxito a los grupos aristocráticos tradicionales el poder en el Estado.
Antes de que se hubiera resuelto la batalla por la transformación del antiguo orden estatal y social monárquico
de Europa, en el sentido de los principios del Estado de derecho y de la soberanía del pueblo, las fuerzas del
liberalismo comenzaron a declinar. El movimiento liberal, había sido incontestablemente el partido del
progreso, cayó en un letargo político. Hacia 1885 se habían impuesto los objetivos originales del liberalismo; es
decir, conquistar, en el marco de un sistema constitucional, el derecho de participación para las clases
burguesas y fijar constitucionalmente los derechos de libertad del ciudadano. El liberalismo concentró sus
energías en la defensa de las posiciones políticas y sociales conquistadas, renunciando a la parte aún no
realizada de su programa político.
El hecho de que hacia 1890 su rival histórico, el conservadurismo, se viera empujado también a posiciones
defensivas constituía una débil satisfacción para el liberalismo europeo. Las fuerzas conservadoras aún
ocupaban importantes posiciones poder en la mayoría de los Estados europeos, y en algunos casos incluso
poseían el poder absoluto.
El conservadurismo europeo tuvo que optar por mantener rígidamente sus viejas tradiciones, aunque ello no
fuera ventajoso desde el punto de vista político. En los últimos decenios anteriores a 1914, el conservadurismo
encontró sus principales puntos de apoyo ideológico en la Iglesia. En vista de las fuertes tendencias
secularizadoras que aparecieron en toda Europa durante el proceso de industrialización, esta alianza era
problemática, y a la larga resultó poco ventajosa para las dos partes. Las viejas capas aristocráticas, aún fuertes
en sus tradicionales posiciones de poder, se mantenían, únicamente gracias a una hábil política de intereses
atrayendo a las élites burguesas y asegurándose el apoyo de gran parte del campesinado. Los conservadores
tendieron en los años anteriores a 1914 a atrincherarse en las posiciones sociales y políticas que aún se
hallaban en su poder, sobre todo en las fuerzas armadas. Al final los conservadores se entregaron sin reservas
al nuevo nacionalismo agresivo, que surgió hacia principios de los años 80 en Europa, intentando vencer al rival
liberal con una ideología nacionalista militante.
La idea de la nación como comunidad de acción de todos los ciudadanos políticamente maduros y
pertenecientes a una misma lengua, estuvo ligada a las ideas liberales y democráticas.
Para el desarrollo histórico de Europa fue decisivo que en pocos años este se transformara en imperialismo. A
los pueblos ya no les bastaba con jugar un papel dentro del sistema de Estados europeos; ambicionaban ser
una potencia ultramarina. La penetración política y económica de los territorios por desarrollar se convirtió en
la gran empresa nacional de la época.
Con este imperialismo nacionalista que hay que distinguir claramente del colonialismo europeo de siglos
anteriores, surge un nuevo fenómeno en la política europea que determinará toda una época. Ya no se trataba
de adquirir territorios en ultramar para la explotación económica o para la colonización, sino de la expansión o
apropiación de territorios ultramarinos con la intención declarada de abandonar el propio “status” de gran
potencia europea y convertirse en gran potencia mundial, aprovechando las posibilidades económicas, las
ventajas estratégicas, e incluso el material humano, de las colonias para fortalecer la propia posición de
dominio nacional. En todo esto jugaba un papel importante la convicción de que sólo las naciones capaces de
transformarse en imperios se impondrían en el futuro.
Aunque interpretemos el imperialismo europeo de la época entre 1885 y 1914 como una forma extrema del
pensamiento nacionalista, no negaremos que también intervinieron en su expansión otros factores de
importancia. La doctrina pseudo-humanitaria, no resultaba una ideología hueca para sus contemporáneos,
aunque generalmente iba unida a la idea de que las razas blancas, y las naciones teutónicas, estaban llamadas
a dominar a los pueblos de color gracias a su mayor vitalidad y a su mayor cultura. La conciencia de una misión
religiosa por cumplir también formaba parte de la nueva ideología imperialista.
El análisis frío demostraba que los nuevos territorios adquiridos con gran apresuramiento desde comienzos de
los años 80, no producían de momento resultados económicos positivos, excepto en los casos de determinados
grupos económicos restringidos, beneficiados por concesiones monopolistas del Estado.
Las premisas de la teoría del imperialismo de Hobson se basaban en la situación económica inglesa de su época
y podernos observar durante aquellos años un aumento considerable de las inversiones ultramarinas inglesas,
al mismo tiempo que síntomas evidentes de estancamiento en el mercado interior. Sólo la mitad aproximada
del capital británico fluía a los dominios y colonias, y sólo una pequeña fracción de éste era invertida en los
territorios adquiridos; es decir, la realidad económica contradecía a la teoría económica del imperialismo.
La idea de que el desarrollo económico capitalista tarde o temprano alcanzaría una barrera natural, en el
momento en que se agotara la capacidad de absorción de los mercados existentes dominaba la conciencia de
los contemporáneos. En un futuro más o menos lejano las naciones industriales europeas tendrían que
limitarse a su propio espacio económico nacional, por lo tanto, una política previsora debía asegurar a la
economía nacional territorios ultramarinos.
Los motivos económicos, tanto los de carácter primario como los de carácter secundario, contribuyeron a la
exacerbación de las pasiones imperialistas de la época, únicamente en la medida en que iban unidas a
expectativas y ambiciones políticas de matiz nacionalista. Sólo en la encrucijada de las rivalidades nacionalistas,
el capitalismo moderno empezó a desarrollar rasgos imperialistas. Las causas fundamentales del imperialismo,
se hallan precisamente en el nacionalismo de aquellas capas sociales que pasaron a un primer plano con el
desarrollo de la sociedad industrial, y no en unas supuestas necesidades objetivas del capitalismo de
apoderarse de mercados ultramarinos.
El advenimiento de la idea Imperialista provocó un cambio fundamental en la estructura de la conciencia
política europea. El liberalismo fue el primero en acusar este cambio. El pensamiento clásico liberal, que
pretendía reducir en la mayor medida posible la intervención del Estado y veía en las leyes naturales del
librecambio la forma óptima del orden económico, se reconciliaba difícilmente con la idea de que el Estado, a
través de una costosa política expansionista, abrirá a la economía nacional el camino hacia los territorios
ultramarinos. Pero el espíritu de la época era más fuerte y pronto los liberales descubrieron sus inclinaciones
imperialistas.
La idea imperialista constituía un elemento extraño dentro de la ideología liberal tradicional y el liberalismo
europeo durante la lucha en pro o en contra del imperialismo se escindió en facciones que se combatían
encarnizadamente. Así, el liberalismo europeo pasó a través de una grave crisis de la que nunca llegó a
recobrarse por completo. Porque por muy clásicos que se formularan los ideales imperialistas, la contradicción
interna entre una política fuerte de expansión y los ideales libertarios del liberalismo tradicional era
difícilmente superable. La idea anticuada del “laissez faire” debía ser sustituida por un vasto programa de
reformas político-sociales. El principio liberal de la libertad del individuo debía ser adaptado a las exigencias de
la sociedad de masas de la era industrial y de este modo atraería de nuevo a amplias capas de la población. Al
mismo tiempo había de realizarse el principio de la soberanía del pueblo y había que acabar con los restos de la
sociedad de privilegios aristocráticos del siglo XVIII.
Los signos de la época iban en la dirección opuesta. El movimiento liberal y su inspirador, la burguesía, temían
que un exceso de democracia pudiera conducir al reino del terror de las masas.
Mientras se formaban en la derecha, hacia fines del siglo XIX y durante los quince primeros años del siglo XX,
las tendencias ideológicas que después de la Primera Guerra Mundial constituían la principal amenaza al
liberalismo y a la democracia, en la izquierda se agrupaban contrincantes muy considerables por su número. En
el curso de la industrialización los trabajadores fueron desligándose en Europa del sistema de tutela liberal
todavía típicos a mediados del siglo XIX. Las direcciones ideológicas dentro del movimiento obrero, que se
disponía a pasar a la lucha abierta contra su rival burgués fueron en principio muy diversas de acuerdo con las
tradiciones políticas y la situación social de los diferentes países europeos. Anarquismo y socialismo,
sindicalismo y reformismo discutían acaloradamente el camino que había que tomar para liberar a la clase
obrera del yugo de la sociedad burguesa capitalista.