La Manifestacion Supramental Sobre La Tierra
La Manifestacion Supramental Sobre La Tierra
La Manifestacion Supramental Sobre La Tierra
Los ocho ensayos reunidos bajo el título de “La manifestación Supramental sobre la
Tierra” fueron los últimos textos en prosa de Sri Aurobindo que estaba, por entonces,
plenamente dedicado a la revisión de su poema Savitri que dictaba de viva voz, a causa
del deterioro de su vista, a su secretario Nirodbaran. El primer texto corresponde al
Mensaje que Sri Aurobindo dictó, a petición de La Madre, con motivo de la publicación
del primer número del Boletín de Educación Física del Ashram, el 21 de febrero de
1949. La intención primera del Mensaje era animar a los jóvenes de la sociedad
deportiva del Ashram, poniendo de relieve los beneficios que conlleva la práctica del
deporte y subrayando la importancia del propio cuerpo, en una época en que el yoga se
concebía únicamente como una meditación en una postura fija con las piernas cruzadas.
Los siete capítulos restantes son los últimos textos dictados unos meses antes de su
partida, el día 5 de diciembre de 1950, y aparecieron sucesivamente en los números
posteriores de este boletín. En ellos expone la posibilidad de un cuerpo divino sobre la
tierra, la emergencia del principio supramental en la humanidad dando lugar a una
nueva especie de seres supramemtales, describe el proceso de transición de la
humanidad actual hacia una nueva humanidad, dotada de una mente de luz, que
posibilitará la aparición de esta nueva vida supramental o divina sobre la tierra. Su
lectura es de inmenso valor, especialmente en la época actual.
SRI AUROBINDO
BREVE BIOGRAFÍA
INTRODUCCIÓN
MENSAJE
Todavía más importante que sentar las bases de la salud, la fortaleza y las
aptitudes corporales, por muy necesario que sea, es la contribución de estas actividades
al desarrollo de la disciplina, la moral, y la formación de un carácter sólido y firme. A
este respecto muchos deportes son de gran valor pues ejercitan, e incluso requieren,
cualidades como la valentía, la dureza, la acción enérgica, la iniciativa, el desarrollo de
habilidades, la rapidez en la decisión y la acción, la percepción de qué debe hacerse en
caso de emergencia y la destreza en su consecución. Uno de los mayores logros es el
despertar de la consciencia instintiva esencial del cuerpo que puede ver y hacer lo que
es necesario sin indicación alguna del pensamiento, lo que equivale a una rápida
penetración desde la mente y a una decisión resolutiva de la voluntad. A todo ello
añadiríamos la formación de una capacidad para los movimientos armoniosos y
correctos del cuerpo, gracias a que la actividad conjunta y la economía en el esfuerzo
físico evitan la pérdida de energía, por medio de ejercicios tales como las marchas o los
entrenamientos que eliminan la laxitud, la dispersión y los movimientos carentes de
armonía, desordenados o inútiles propios de un individuo no disciplinado. Otra de las
consecuencias de enorme importancia sería el desarrollo de lo que se ha venido
llamando el espíritu deportivo: el buen humor, la tolerancia y consideración para con los
demás, una actitud correcta y amistosa hacia los competidores y rivales, el autocontrol y
la observancia escrupulosa de las reglas del juego, el juego limpio, descartar el uso de
prácticas tramposas, una aceptación ecuánime de la victoria o la derrota con
deportividad, sin resentimiento o sin tomarle manía a los competidores que han tenido
éxito, la leal aceptación de las decisiones del juez o árbitro designado. Todas estas
cualidades son válidas para la vida en general, no sólo para el deporte, pero es
manifiesto el estímulo en su desarrollo a través de la práctica del deporte y por ello su
valor resulta inestimable. Si pudiéramos tener presentes estas cualidades en el día a día
no sólo en la vida del individuo sino en la vida de la nación y en los acontecimientos
internacionales, donde hoy rigen excesivamente las posiciones contrarias, la existencia,
en este mundo turbulento, se volvería más apacible y podría abrirse a una mayor
posibilidad de concordia y amistad de la que tan necesitada está. Aún más importante es
el hábito de la disciplina, la obediencia, el orden, el trabajo en equipo, que ciertos
juegos precisan pues, sin ellos, el éxito es incierto o imposible. Existen innumerables
actividades en la vida, sobre todo en la vida nacional, en las que el liderazgo y la
obediencia al mismo, en una acción conjunta, son necesarios para el éxito, la victoria en
el combate o la realización de un propósito. El papel del líder, del capitán, el poder y la
pericia en su liderazgo, su habilidad para dirigir la confianza y la pronta obediencia de
sus seguidores es de la mayor importancia en cualquier tipo de acción o empresa
conjunta, aunque pocos son los que pueden desarrollar estas cualidades sin haber
aprendido por sí mismos a obedecer y a actuar como una sola mente o como un solo
cuerpo con los demás. Esta preparación estricta, este hábito de disciplina y obediencia
no es contrario a la libertad individual, es a menudo la condición necesaria para el uso
correcto de esta libertad, del mismo modo que el orden no es contrario a la libertad sino
más bien una condición necesaria para el uso correcto de esta libertad e incluso para su
conservación y supervivencia. Esta regla es indispensable en cualquier forma de acción
conjunta: la orquestación es necesario y una orquesta en la que cada músico tocara a su
antojo sin seguir las indicaciones del director, no tendría éxito. En los asuntos
espirituales rige la misma regla, un sadhaka que no siguiera la guía de su gurú y
prefiriera las inspiraciones inexpertas de un novicio, difícilmente podría escapar de los
errores, incluso de los desastres, que acechan a menudo el camino de realización
espiritual. No necesito enumerar los beneficios añadidos que pueden obtenerse a través
del entrenamiento deportivo o detenerme en las ventajas que su uso proporcionaría a la
vida nacional, lo dicho hasta ahora es suficiente. En cualquier caso, el deporte goza, en
estos momentos, de una posición reconocida e irreemplazable en las universidades y en
escuelas como la nuestra, pues incluso la más completa y elevada educación de la mente
es insuficiente si no contempla la educación del cuerpo. Cuando todas estas facultades
que anteriormente he enumerado no existen o son insuficientes, podrían ser construidas
a base de una fuerte voluntad individual o de una voluntad nacional, pero la
contribución del deporte en su desarrollo es directa y no puede ser pasada por alto. Esto
justifica la atención que se le ha prestado en nuestro Ashram, aunque hay otras razones
que no necesitan ser mencionadas en este momento. Lo que aquí quiero destacar es la
importancia y la necesidad de estas cualidades, que el deporte ayuda a crear o estimular,
para la vida nacional. La nación que las posea en un grado máximo será probablemente
la más fuerte victoria, el éxito y la grandeza y, además, la que mejor podrá contribuir a
la consecución de la unidad y de un orden mundial más armonioso que esperamos se
haga realidad en el futuro de la humanidad 1.
1. El Bulletin d´Education Physique (Boletín de Educación Física) empezó a publicarse el 21 de febrero 1949 y este mensaje fue
dictado por Sri Aurobindo el 30 de diciembre de 1948 para ser incluido en el Boletín. El título de esta revista trimestral bilingüe fue
cambiado en 1959 por el de Bulletin du Centre International d´Education Sri Aurobindo (Boletín del Centro Internacional de
Educación Sri Aurobindo) y continúa publicándose hasta la fecha bajo el mismo título.
I
La Perfección del Cuerpo
La perfección del cuerpo, la mayor perfección que podamos obtener con los medios a
nuestro alcance, debe ser el objetivo fundamental de la educación física. La perfección
es el propósito verdadero de toda educación, sea espiritual o física, mental o vital y
tiene que ser también la meta de nuestra educación física. Si nuestra búsqueda consiste
en alcanzar la perfección total del ser, su vertiente física no puede dejarse de lado ya
que el cuerpo es la base material, el cuerpo es el instrumento que tenemos que utilizar.
Sariram Khalu dharmasadhanam, reza el viejo adagio sánscrito, el cuerpo es el medio
por el que se ejecuta el dharma, y dharma significa cada ideal que podamos proponernos
y la ley de su realización y de su acción. La perfección total es la meta a alcanzar, pues
nuestro ideal es la Vida Divina que queremos crear aquí; la vida del Espíritu hecha
realidad en la tierra, la vida que realiza su propia transformación espiritual, incluso aquí
en la tierra, en las condiciones del universo material. Y todo esto no podrá suceder si el
cuerpo no sufre también una transformación, si su acción y funcionamiento no logran
una capacidad suprema y la perfección máxima que le sea posible o potencialmente
posible.
Hay otros movimientos que la mente ha formado y adiestrado que pueden, sin
embargo, operar automáticamente, incluso sin ningún tipo de error, aunque el
pensamiento y la mente no se ocupen de ellos. Otros pueden operar durante el sueño y
producir resultados válidos para la inteligencia de vigilia. Pero lo más importante es
aquel automatismo que podemos describir como un automatismo adiestrado y
desarrollado, una habilidad perfeccionada y una capacidad de los ojos, los oídos, las
manos y de los demás miembros listos para responder a cualquier llamada que se les
haga, una operación espontánea que se ha desarrollado a modo de instrumento, un
adaptación total a cualquier demanda que la mente o la energía vital puedan pedirle.
Normalmente esto es lo máximo que podemos conseguir en el nivel inferior cuando
partimos de este nivel y nos limitamos a usar sus medios y métodos. Para obtener algo
mejor hemos de dirigir nuestra mirada a la mente y la energía vital en sí mismas o a la
energía del espíritu y ver qué pueden hacer para lograr una mayor perfección del
cuerpo. La mayor parte de lo que podemos hacer en el ámbito de lo físico por medios
físicos es fundamentalmente inseguro y circunscrito a unos límites; incluso lo que
aparenta ser una salud y una fuerza física corporales perfectas es precario y pueden
romperse en cualquier momento por fluctuaciones interiores o por un fuerte ataque o
una conmoción exterior: sólo rompiendo nuestras limitaciones podremos alcanzar una
perfección más elevada y duradera. Una de las direcciones que debe tomar nuestra
consciencia y desarrollarla es el dominio progresivo del cuerpo y sus poderes desde el
interior o desde arriba así como su respuesta más consciente a las partes superiores de
nuestro ser. La mente es esencialmente el hombre, que es un ser mental, y su perfección
humana aumenta cuanto más cumple la imagen de los Upanishad que lo describe como
un ser mental, el Purusha o testigo, el guía de la vida y el cuerpo. Si la mente puede
asumir y controlar los instintos y los automatismos de la energía vital de la consciencia
físico sutil y del cuerpo, si puede entrar en ellos, usarlos conscientemente y, de alguna
manera, mentalizar por entero su acción instintiva o espontánea, entonces la perfección
de estas energías, su acción, se vuelve más despierta, más consciente y más perfecta.
Pero también es necesario que la mente gane en perfección y la mejor manera de
conseguirlo es depender menos del intelecto falible de la mente física, cuando no está
limitada por la acción ordenada y precisa de la razón, y puede crecer en intuición y
adquirir una visión más amplia, más profunda y más directa y obedecer el impulso
luminoso de la energía de una voluntad intuitiva superior. Incluso dentro de los límites
de su evolución actual es difícil medir hasta que grado la mente es capaz de extender su
control o el uso que hace de los poderes y capacidades corporales pero cuando la mente
se eleva hacia poderes superiores y traspasan las fronteras humanas, es imposible fijar
ningún límite: incluso, en ciertos casos, parece ser posible una intervención de la
voluntad en el funcionamiento automático de los órganos corporales. Si disminuyen las
limitaciones y a medida que disminuyen, el cuerpo se torna más plástico y receptivo, y
de esta forma, un instrumento más perfecto y mejor adaptado a la acción del espíritu. Es
indispensable la cooperación de los dos extremos del ser en toda actividad que quiera
ser efectiva y expresiva aquí, en el mundo material. Si el cuerpo no puede secundar el
pensamiento o la voluntad por causa de la fatiga o por una incapacidad natural o por
cualquier otro motivo o si de algún modo no responde o responde insuficientemente, la
acción fracasa en la misma proporción, o tiene una respuesta inferior o se revela más o
menos defectuosa o incompleta. Por ejemplo, en el flujo de inspiración poética que
parece ser un gesta puramente mental del espíritu, tiene que haber una vibración de
respuesta del cerebro y éste debe ser un canal por el que fluya el poder del pensamiento
y la visión y la luz de la palabra que está intentando abrirse camino o buscando su
perfecta expresión. Si el cerebro está fatigado o espeso, la inspiración no puede llegar y
no se puede escribir nada o falla y lo que llega es de naturaleza inferior. También puede
suceder que en lugar de una formulación más luminosa que estaba intentando tomar
forma, aparezca una inspiración inferior. O que el cerebro se preste fácilmente a un
estímulo menos radiante o que se esfuerce laboriosamente en confeccionar un artificio
poético. Incluso en las actividades de corte puramente mental, es condición
indispensable la aptitud, la agilidad o un entrenamiento perfecto del instrumento
corporal. Esta agilidad, esta respuesta también es parte de la perfección total del cuerpo.
Siempre habría nuevos horizontes en la estela del Espíritu infinito que lleva a la
Naturaleza en evolución a cimas más elevadas y expansiones ilimitadas, en un
movimiento del ser liberado hacia la posesión de la Realidad suprema, la existencia
suprema, la consciencia y la beatitud supremas. Pero sería prematuro hablar de ello: lo
que acabamos de decir es, quizás, lo máximo que la mente humana, en su constitución
actual, puede vislumbrar, y lo que el pensamiento iluminado puede, en cierta medida,
llegar a comprender. Las consecuencias del descenso de la Consciencia-Verdad
tomando posesión de la Materia serían justificación suficiente del trabajo evolutivo.
Esta ola ascendente del espíritu que todo lo arrastra podría desencadenar una ola
descendente simultánea o consecutiva del triunfo de una Naturaleza espiritualizada que
todo lo engloba, todo lo transmuta y con ella podría producirse el cambio glorioso de la
Materia, de la consciencia física y de la forma física y su funcionamiento que podríamos
bien calificar no sólo de perfección total sino de perfección suprema del cuerpo.
II
El cuerpo Divino
Una vida divina en un cuerpo divino es la fórmula del ideal que nos hemos propuesto.
Pero ¿cómo será este cuerpo divino? ¿cuál será la naturaleza de este cuerpo, su
estructura, el principio de su actividad, la perfección que lo distinguirá del cuerpo físico
actual, limitado e imperfecto al que estamos circunscritos? ¿cuáles serán las condiciones
y el funcionamiento de su vida, todavía física en su base terrenal, qué le distinguirá
como un cuerpo divino?
Pero, dejando a un lado la indulgencia física más grosera del impulso sexual, no
debe excluirse el reconocimiento del principio sexual en una vida divina sobre la tierra;
está ahí, en la vida, donde juega un papel importante y tenemos que aprender a
manejarlo, no podemos simplemente ignorarlo, suprimirlo, reprimirlo o mirar a otro
lado. En primer lugar porque en uno de esos aspectos es un principio cósmico e incluso
divino; en su forma espiritual es el Ishwara y la Shakti y sin él no habría creación
cósmica o manifestación del principio cósmico de Purusha y Prakriti3, ambos
necesarios para la creación, necesarios también en su asociación e intercambio para el
juego de su labor psicológica y en la manifestación como espíritu y Naturaleza
fundamentales para el proceso universal del Lila4. Incluso en la vida divina sería
indispensable para hacer posible la nueva creación, una encarnación de alguna forma de
presencia de estos dos poderes o de su influencia generadora por medio de sus
encarnaciones o representaciones. Tampoco el sexo en su acción humana sobre la mente
y el nivel vital no es del todo un principio antidivino; tiene sus aspectos nobles y sus
ideales, así hemos de considerarlo, y ver de qué manera podemos incluirlo en esta nueva
vida superior. Toda indulgencia en la parte más grosera y animal del deseo y el impulso
sexual deberá ser eliminada; únicamente continuará entre aquellos que no están todavía
listos para la vida superior o que no están preparados para la vida espiritual completa.
En todos aquellos que aspiran a la vida superior pero que no han podido adoptarla por
completo, el sexo habrá de refinarse, someterse al impulso espiritual o psíquico y ser
controlado por la mente superior y por el vital superior y ser despojado de sus formas
más ligeras, frívolas o degradadas sintiendo el contacto de la pureza del ideal. El amor
permanecerá, todas las formas de verdad pura de amor crecerán paso a paso hasta que
realicen su naturaleza más elevada, se expandan en el amor universal y se fusionen en el
amor del Divino. El amor del hombre y la mujer también pasará por esta sublimación y
consumación; pues todo aquello que pueda sentir la llamada del espíritu y del ideal debe
seguir su camino ascendente hasta que alcance la divina Realidad. El cuerpo y sus
actividades deber ser aceptados como parte de la vida divina y pasar a actuar bajo su
ley; pero, igual que en las otras transiciones de la evolución, lo que la ley de la vida
divina no pueda aceptar no debe ser incorporado sino que tendrá que abandonar la
naturaleza que está ascendiendo.
Otra de las dificultades que tiene que afrontar la transformación del cuerpo es su
dependencia de los alimentos para su propia existencia incluyendo los instintos,
impulsos y deseos toscos del físico que están asociados a este factor dificultoso, el
apetito voraz, la avidez por la comida y la glotonería animal de llenarse la tripa, el
embrutecimiento de la mente cuando se arrastra en el fango de los sentidos paga una
servidumbre a su parte puramente animal esclavizándose a la materia. Lo que es
superior en el ser humano busca refugio en una moderación atemperada, en la
frugalidad y la abstinencia o desdeña el cuerpo y sus necesidades, y en la absorción en
cosas superiores. El buscador espiritual, como los ascetas jainitas, busca refugio en
largos y frecuentes ayunos que le elevan, por lo menos temporalmente, por encima del
alcance de las demandas corporales y que le ayudan a sentir en sí la vacuidad pura de
los grandes espacios espirituales. Pero todo esto no es la liberación y podemos
preguntarnos si la vida divina debe someterse a estas necesidades, no sólo al principio
sino para siempre. Aunque solamente podría liberarse de ellas si pudiera encontrar el
modo de sustituirlas obteniéndolas de la energía universal que no sólo sostendría las
partes vitales de nuestro físico sino también su materia constituyente que no necesitaría
recurrir a ninguna sustancia exterior a la Materia para alimentarse. Realmente es
posible, mientras se ayuna durante un largo período, mantener toda la energía y la
actividad del espíritu, la mente y la vida, incluido el cuerpo, permanecer despierto pero
concentrado en el Yoga todo el tiempo, o pensar con profundidad y escribir día y noche,
prescindir del sueño, caminar ocho horas diarias, manteniendo todas estas actividades
una a una o todas al mismo tiempo y no sufrir ninguna pérdida de fuerza, fatiga, fallo o
decadencia. Al final de un ayuno puede uno incluso volver inmediatamente a sus
hábitos de comida normales o incluso comer más sin necesidad de una transición o
precauciones según prescribe la ciencia médica, como si el hecho de ayunar o darse un
banquete fueran condiciones naturales, que pudieran alternarse por medio de un fácil e
inmediato tránsito de uno a otro, de un cuerpo ya entrenado por una especie de
transformación inicial para ser un instrumento de los poderes y actividades del Yoga.
Pero hay algo de lo que uno no puede escapar: de la debilitación de los tejidos
materiales del cuerpo, de su carne y de su sustancia. Es aceptable pensar, si se pudiera
encontrar un medio factible, que este último obstáculo invencible pudiera también ser
superado y que el cuerpo se sostuviera gracias a un intercambio de sus fuerzas con las
de la Naturaleza material, dándole a ella lo que reclama del individuo y tomando de ella
directamente las energías sustentadoras de su existencia universal. También es lícito
pensar que podríamos redescubrir y volver a establecer, en la cumbre evolutiva de la
vida, el fenómeno que observamos en su origen, el poder de obtener de nuestro entorno
los medios de subsistencia y auto-renovación. O quizás el ser evolucionado podría
adquirir el gran poder de hacer descender estos medios de lo alto en vez de extraerlos
del entorno inmediato o desde abajo. Pero hasta que algo parecido pueda conseguirse o
hacerse posible tenemos que volver al alimento y a las fuerzas materiales establecidas
por la Naturaleza.
El sexo es uno de los problemas para aquellos que quieran rechazar del todo las
obligaciones impuestas por la animalidad del cuerpo y que se presenta como una
oposición insistente en el camino del aspirante a una vida superior: la necesidad de
perpetuar la especie a través de la actividad sexual, que es el único medio que la
Naturaleza ha dispuesto en los seres vivos y que ha sido impuesta inevitablemente a la
especie. No es necesario que el individuo que busca la vida divina o los grupos que la
tiene como ideal, no en sí mismos sino para una colectividad, deban preocuparse por la
perpetuación de la especie. Siempre habrá una multitud a la que no le importe la vida
divina o que no esté preparada para su práctica completa y en ellos podemos delegar la
tarea de perpetuar la especie. El número de aquellos que llevan una vida divina podría
mantenerse e incrementarse a medida que se extendiera el ideal, por la adhesión
voluntaria de los que han sido llamados por la aspiración, y en ese caso no se necesitaría
acudir a medios físicos, ni a una desviación de la regla de una estricta abstinencia
sexual. Pero se darían ciertos casos en que, mirándolo desde otro punto de vista, sería
deseable una creación voluntaria de cuerpos para que alojaran los espíritus que buscan
entrar en la vida terrestre para ayudar en la creación y extensión de la vida divina sobre
la tierra. En este caso, la necesidad de una procreación física a este propósito sólo
podría evitarse si evolucionara y se hiciera viable un nuevo medio de procreación
suprafísico. Un desarrollo tal provendría necesariamente de aquello que hoy se
considera como la esfera de lo oculto y del uso de poderes escondidos de acción o
creación que la mente del común de la humanidad no conoce. Ocultismo, significa en su
acepción más correcta el uso de poderes superiores de nuestra naturaleza, espíritu,
mente, fuerza. Vital y las facultades de la consciencia física sutil para producir unos
resultados en su propio plano o en el plano material mediante una presión de su propia
ley secreta y de sus potencialidades, para obtener una manifestación y un resultado en la
mente, la vida o el cuerpo material humano o terrestre o en objetos o sucesos en el
mundo de la materia. Algunos pensadores muy conocidos piensan que el próximo paso
que la humanidad debe dar en su evolución más inmediata es este descubrimiento o
extensión de unos poderes poco conocidos o aún no desarrollados; el tipo de
procreación del que hemos hablado no figura todavía en sus previsiones aunque podría
considerarse como una de las nuevas posibilidades. Incluso la ciencia física está
intentando encontrar los medios físicos para superar el instrumento ordinario, o
procedimiento de la Naturaleza en materia de propagación o renovación de la fuerza
vital física en los seres humanos o animales; pero el uso de medios ocultos y la
intervención de procesos físicos sutiles, si pudiera ser posible, abriría nuevos caminos
que podrían evitar las limitaciones, la degradación, la insuficiencia y una imperfección
importante de los medios y resultados a los que ha de recurrir la ley de la fuerza
material. En la India desde el inicio de los tiempos ha existido siempre una creencia
extendida en la posibilidad y la realidad del uso de estos poderes por parte de los
hombres que poseen un conocimiento avanzado de estas cosas secretas o con un
conocimiento, una experiencia y una fuerza dinámica espirituales desarrolladas, incluso
en los Tantras hay un sistema organizado de su método y práctica. Es una creencia
común el hecho de que la intervención de un yogui puede provocar un nacimiento
deseado y a menudo se acude a él con este fin, solicitando el otorgamiento de un niño
concebido por un método espiritual o por designio de su voluntad pidiendo también su
bendición, siendo éste un fenómeno que no sólo ha sido relatado en la tradición del
pasado sino del que existen testimonios actuales. Pero aquí todavía encontramos la
necesidad de recurrir a los medios normales de propagación y al método grosero de la
Naturaleza física. Si queremos evitar esta necesidad, nos hace falta un método
puramente oculto, y recurrir a procesos suprafísicos actuando con medios suprafísicos
para producir un resultado físico pues no hay otro modo de trascender el impulso sexual
que actúa por medio de procesos animales. Si los fenómenos de materialización y
desmaterialización tienen algo de verdad, como declaran los ocultistas, y de los que
también hemos sido testimonio muchos de nosotros, entraría dentro de las posibilidades
reales un método de este tipo. Pues dentro de la teoría ocultista y en los grados y planos
de nuestro ser que el conocimiento yóguico despliega ante nosotros, existe no sólo una
fuerza física sutil sino también una materia física sutil que interviene entre la vida y la
Materia ordinaria, y es posible crear formas en esta sustancia físico sutil precipitándolas
luego en la materialidad más tosca. Debería ser posible, y así lo creemos, que un objeto
formado en esta sustancia físico sutil pudiera pasar de su estado de sutilidad a la Materia
ordinaria directamente por intervención de una fuerza y un proceso ocultos, con o sin
asistencia o intervención de un procedimiento material ordinario. Un espíritu que
deseara entrar en un cuerpo, o que deseara formarse un cuerpo él mismo, con objeto de
participar en la vida divina sobre la tierra podría ser asistido en el proceso o se le podría
facilitar dicha forma utilizando dicho método o por transmutación directa sin pasar por
el nacimiento que surge del proceso sexual o sin sufrir ninguna degradación o ninguna
de las grandes limitaciones que se producen en el crecimiento y desarrollo de la mente y
el cuerpo material y que son inevitables en nuestro presente modo de existencia. Podría
asumir así, en el mismo, instante la estructura, los grandes poderes y el funcionamiento
del cuerpo material verdaderamente divino que un día debe emerger de la evolución
progresiva en una existencia totalmente transformada tanto de la vida como de la forma
en una naturaleza terrestre divinizada.
Pero, ¿cuál habría de ser la estructura o forma interna o externa y cuáles los
instrumentos de este cuerpo divino? La historia material del desarrollo del cuerpo
humano y animal lo ha circunscrito a un sistema de órganos minuciosamente construido
y elaborado y a un orden precario en su funcionamiento que puede fácilmente
desordenarse, abierto a una desorganización general o local que depende de un sistema
nervioso fácilmente perturbable y regido por un cerebro cuyas vibraciones se suponen
mecánicas y automáticas, no bajo nuestro control consciente. Según los materialistas,
todo responde únicamente a un funcionamiento de la Materia cuya realidad fundamental
es química. Hemos de suponer que el cuerpo está construido por el concurso de
elementos químicos que constituyen los átomos, moléculas y células que a su vez son
agentes y solamente conductores formando la base de una estructura y unos
instrumentos físicos complicados que son la única causa mecánica de todas nuestras
acciones, pensamientos, sentimientos, siendo el espíritu una ficción y la mente y la vida
únicamente una apariencia y manifestación material y mecánica de esta máquina que se
forma y funciona automáticamente con la consciencia como ficción en ella creada por
las fuerzas inherentes en la Materia inconsciente. Si fuera esta la verdad, es obvio que
cualquier divinización o transformación divina del cuerpo o de cualquier otra cosa no
sería más que una ilusión, una imaginación, una quimera sin sentido e imposible. Y
aunque demos por supuesta la existencia del espíritu, de una voluntad consciente que
habita este cuerpo no podría llegar a una transformación divina si no se diera un cambio
radical en el propio instrumento corporal y en la organización de su funcionamiento
material. El agente transformador estaría sujeto y contenido por las limitaciones de un
organismo físico inalterable, entorpecido por nuestro origen animal sin modificar, o
imperfectamente modificado. La posibilidad de que se produjeran desórdenes,
trastornos y enfermedades propias de esta disposición física seguiría existiendo y sólo
podrían eliminarse por una vigilancia constante y un control perenne ineludible sobre el
instrumento corporal de su morador y maestro espiritual. A esto no podríamos llamarle
un verdadero cuerpo divino, pues en un cuerpo divino lo natural e inmutable sería una
libertad inherente de todas estas cosas. Esta libertad constituiría la verdad originaria y
normal de su ser y por lo tanto inevitable e inalterable. Sería imperativa una radical
transformación del funcionamiento y, quizás también de la estructura, del sistema
corporal y con toda seguridad de las fuerzas demasiado mecánicas y materiales que lo
conducen e impulsan. ¿Qué entidad podríamos encontrar que sirviera de instrumento de
esta liberación y cambio totales? Hay algo en nosotros, o algo que hemos de desarrollar,
quizás una parte central, todavía oculta, de nuestro ser que contiene las fuerzas cuyos
poderes, en nuestra disposición actual y presente, son sólo una fracción de lo que
podrían llegar a ser, pero que si llegaran a ser completas y dominantes serían
verdaderamente capaces, mediante la ayuda de la luz y fuerza del espíritu y de la
consciencia-verdad supramental, de efectuar la transformación física necesaria con sus
consecuencias. Podría ser el sistema de Chakras revelado por el conocimiento tántrico y
aceptado en los sistemas de yoga, centros conscientes y fuente de todos los poderes
dinámicos de nuestro ser, que organizan su acción a través de los plexos y que están
dispuestos en series ascendentes desde el centro físico más inferior hasta la mente
superior y el centro espiritual denominado el loto de los mil pétalos donde la Naturaleza
ascendente, el Poder de la Serpiente de los tántricos, se une a Brahman y es liberado en
el Ser Divino. Estos centros están en nosotros cerrados o semicerrados y deben ser
abiertos para que pueda ser manifestada su plena potencialidad en nuestra naturaleza
física: pero una vez abiertos y completamente activos, no se le puede poner límite
fácilmente al desarrollo de sus potencialidades para que la transformación total sea
posible.
También puede pensarse que un control absoluto sería suficiente, un conocimiento, una
visión del organismo y de su acción oculta y un control efectivo que determine sus
operaciones conforme a su voluntad consciente. Esta posibilidad ha sido contemplada
como algo ya conseguido y parte de un desarrollo de los poderes interiores en algunos
seres humanos. La cesación de la respiración mientras la vida del cuerpo se mantiene
estable, la suspensión hermética voluntaria no sólo de la respiración sino de todas las
manifestaciones vitales por largos períodos, el cese de los latidos del corazón también
voluntario mientras el pensamiento, el habla y otras operaciones mentales continúan
inalterables, éstos y otros fenómenos del poder de la voluntad sobre el cuerpo son
ejemplos bien conocidos y probados de esta clase de maestría. Pero estos son éxitos
ocasionales o esporádicos y no valen para la transformación. Es necesario un control
total y una maestría estable, permanente y, por supuesto, natural. Incluso una vez
alcanzada ésta podría exigirse algo más fundamental para la liberación completa y la
transformación en un cuerpo divino.
De nuevo podría alegarse que también la estructura orgánica del cuerpo, y no sólo su
forma básica externa, habría de retenerse como el fundamento material necesario para el
mantenimiento de la naturaleza terrestre, la conexión de la vida divina con la vida de la
tierra y una continuación del proceso evolutivo con objeto de prevenir una ruptura hacia
delante saltándose este proceso para introducirse en un estado de ser que sería propio de
un plano superior y no de una realización divina terrestre. La existencia prolongada del
animal en nuestra naturaleza, suficientemente transformada para ser un instrumento de
manifestación y no un obstáculo, sería necesario para preservar la continuidad, la
evolución total; se necesitaría como un vehículo vivo, vahana, del dios emergente en el
mundo material donde tendría que actuar y conseguir los logros y las maravillas de la
nueva vida. Seguramente debe existir una forma corporal que pueda realizar dicha
conexión y una acción corporal que conlleve el dinamismo terreno y sus actividades
fundamentales, pero la conexión no debe ser un obstáculo o una limitación restrictota o
una contradicción del cambio total a realizar. El mantenimiento del presente organismo
sin transformación alguna del mismo no haría más que actuar como frontera y límite de
la antigua naturaleza. Habría una base material pero sería de una tierra terrenal, de una
tierra antigua y no de una nueva tierra con una estructura psicológica más divina, pues
el antiguo sistema no estaría en armonía con esta estructura y ésta no podría servir a su
futura evolución o ni siquiera sostenerla como una base en la Materia. Encadenaría parte
del ser, una parte inferior a una humanidad no transformada y a un funcionamiento
animal que no habría cambiado e impediría su liberación en pos de la superhumanidad
de la naturaleza supramental. Así que aquí también se precisa un cambio, que es parte
necesaria de la transformación corporal total, que divinizaría al hombre por completo,
por lo menos en su resultado último y no dejaría incompleta su evolución.
Debe decirse que para llegar a esta meta bastaría con que la instrumentación de
los centros y sus fuerzas reinaran sobre todas las actividades de la naturaleza con un
dominio total del cuerpo, y que hicieran de su forma estructural y sus funciones
orgánicas un canal y un medio libres para la comunicación y un instrumento plástico de
percepción y de acción dinámica para todo aquello que deben hacer en la vida material,
en el mundo de la Materia. Tendría que darse un cambio en los procesos operativos de
los propios órganos materiales y, podría ser, en su misma constitución y su importancia,
no se les permitiría imponer sus limitaciones de forma imperativa sobre la nueva vida
física. Para empezar, se convertirían de forma más clara en los extremos exteriores de
los canales de comunicación y acción, que servirían más a los propósitos psicológicos
del morador, con respuestas menos ciegas en lo material, más conscientes del acto y
objeto de los movimientos y poderes interiores que los usan, y que el hombre material
en nosotros cree erróneamente que los genera y usa. El cerebro sería un canal de
comunicación de la forma de los pensamientos y un acumulador de su insistencia en el
cuerpo y en el mundo exterior donde podrían hacerse efectivos directamente,
comunicándose sin medios físicos de mente a mente, produciendo un efecto directo
similar sobre los pensamientos, las acciones y las vidas de los demás o incluso sobre las
cosas materiales. El corazón sería igualmente un comunicador directo y un medio de
intercambio de los sentimientos y emociones proyectados hacia el mundo exterior por
las fuerzas del centro psíquico. El corazón podría responder directamente al corazón, la
fuerza vital podría ser una ayuda para la vida de otros y contestar a sus llamadas, en
lugar de extrañarse y distanciarse, muchos seres sin ninguna comunicación externa
vibrarían con el mensaje y se encontrarían en la luz secreta del mismo centro divino. La
voluntad podría controlar los órganos que tienen relación con la comida, salvaguardar la
salud automáticamente, eliminar la codicia y el deseo, sustituir procesos más sutiles u
obtener fuerza y sustancia de la fuerza de vida universal de manera que el cuerpo
pudiera mantener por largo tiempo su propia fuerza y sustancia sin pérdida o
eliminación, no necesitando así el sustento de los alimentos materiales, y sin embargo
siendo capaz de continuar una acción vigorosa sin fatiga, pausa para el sueño o reposo.
La voluntad del espíritu o de la mente podrían actuar desde instancias superiores sobre
el centro del sexo y los órganos sexuales para someterlos con firmeza o incluso desterrar
el estímulo o impulso sexual grosero y en lugar de estar al servicio de una excitación
animal o de los bajos instintos o deseos, orientaría su uso a acumular, producir y dirigir
hacia el cerebro, el corazón y la fuerza vital, la energía esencial, ojas, que es forja en
este medio, y podría así dar soporte a las labores de la mente, el alma y el espíritu y a
los poderes de la vida superior y limitar el empleo de la energía en los asuntos
inferiores. El alma, el ser psíquico podría llenarlo todo más fácilmente de luz y
orientaría la propia materia corporal para usos superiores conforme a los más nobles
fines que le son propios.
Este sería un primer cambio muy potente pero de ninguna manera se habría
llegado al cambio total posible o deseable. Pues bien podría suceder que el impulso
evolutivo procediera por medio de un cambio en el uso y funcionamiento material de
los propios órganos y se disminuyera así en gran medida la necesidad de que sirvieran
como instrumentos o incluso la necesidad de su propia existencia. Los centros del
cuerpo sutil, sukusma sarira, del cual nos haremos conscientes y conoceremos todo lo
que en él suceda, podrían verter sus energías en los nervios, plexos y tejidos materiales
e irradiarlas por medio de ellos a la totalidad del cuerpo material; toda la vida física, y
las actividades que ésta conlleva, podrían mantenerse y ejecutarse en esta nueva
existencia mediante estas instancias superiores de forma más libre y extensa y con unos
métodos menos costosos y restrictivos. Se podría llegar al punto en que estos órganos
dejaran de ser indispensables e incluso que constituyeran un obstáculo: la fuerza central
podría utilizarlos cada vez menos y finalmente desechar su uso por completo. Si esto
sucediera podrían extinguirse por atrofia, quedar reducidos a un mínimo, o incluso
desaparecer. La fuerza central los podría sustituir por órganos sutiles de un carácter muy
distinto o, si fuera necesario algo material, por instrumentos que serían formas
dinámicas o transmisores plásticos, más que aquellos que conocemos como órganos.
Esto sería parte de una transformación total suprema del cuerpo, aunque no llegara a ser
lo definitivo. Pero pensar en tales cambios es mirar demasiado lejos y las mentes
apegadas a la forma presente de las cosas no daría crédito a una posibilidad de este tipo.
No podemos poner límites, ni imposibilidades a cualquier cambio necesario siguiendo
el impulso evolutivo. No todo tiene que ser cambiado fundamentalmente: al contrario,
se ha de preservar todo aquello que todavía se necesite en su conjunto, pero todo tiene
que ser perfeccionado. Cualquier cosa necesaria en el plan evolutivo para aumentar,
ampliar, y elevar la consciencia, que es su propósito y voluntad aquí en la tierra, o el
progreso de los medios que la posibilitan y del medio que la sostiene, tiene que ser
conservada y fomentada; pero aquello que ha de superarse, lo que ya no tiene un uso o
que está degradado, lo que ya no ayuda o retarda, puede ser descartado y abandonado.
Este hecho ha sido una constante en la historia de la evolución del cuerpo desde sus
orígenes en formas elementales hasta su tipo más desarrollado, el ser humano, por ello
es lógico que este proceso siga operando en la transición del cuerpo humano al cuerpo
divino. Pues para la manifestación o constitución de un cuerpo divino en la tierra tiene
que haber una transformación inicial, la aparición de un tipo nuevo, superior y más
desarrollado, no sólo la continuación, con pequeñas modificaciones, de la forma física
actual y de sus posibilidades limitadas. Hay que preservar lo que haya de preservarse,
es decir, todo aquello que sea necesario o práctico para los usos de la nueva vida en la
tierra; todo aquello que se necesite todavía y pueda ser útil para la vida nueva, aunque
sea imperfecto, tendrá que ser retenido, desarrollado y perfeccionado; todo aquello que
ya no sirva para los nuevos objetivos, o que constituya una desventaja, debe ser
descartado. Los instrumentos y formas necesarios de la Materia deben permanecer pues
la vida divina tiene que manifestarse en un mundo material, pero su materialidad ha de
ser refinada, elevada, ennoblecida, iluminada, ya que la Materia y el mundo de la
Materia tienen que manifestar progresivamente el Espíritu que mora en ella.
III
Una vida divina sobre la tierra, el ideal que nos hemos propuesto, sólo podrá ser
realidad a través de una cambio espiritual de nuestro ser y un cambio radical y
fundamental, una evolución o revolución de nuestra naturaleza. El ser encarnado sobre
la tierra tendrá que alzarse por encima del dominio que ejercen sobre él sus velos de la
mente, la vida y el cuerpo hasta alcanzar la plena consciencia y posesión de su realidad
espiritual y su naturaleza tendrá también que ser elevada desde la consciencia y el poder
de consciencia propios del ser mental, vital y físico hasta la consciencia y el poder-de-
ser más grandes y la vida más vasta y libre del espíritu. No perderá los antiguos velos
pero ya no serán velos o expresiones imperfectas sino manifestaciones verdaderas; se
transformarán en estados de luz, poderes de vida espiritual, vehículos de una existencia
espiritual. Pero, de nuevo, esto no sería posible si la mente, la vida y el cuerpo no fueran
elevados y transformados por un estado-de-ser y una fuerza-de-ser fuera superior a
ellos, por el poder de una Supermente tan superior a nuestra naturaleza mental
incompleta como ésta es superior a la naturaleza de la vida animal y de la Materia
animada, o inmensurablemente superior a la mera naturaleza material.
La Supermente es en su misma esencia una consciencia-verdad, una consciencia
libre de la Ignorancia que es el fundamento de nuestra existencia natural o evolutiva
presente y desde la cual la naturaleza en nosotros está intentando llegar al conocimiento
del ser-esencial y al conocimiento-del-mundo y a una consciencia correcta y un uso
correcto de nuestra existencia en el universo. La Supermente, debido a su carácter de
consciencia-verdad, tiene inherente en ella este conocimiento y este poder de existencia
verdadera; su sendero es recto y puede ir directo hacia su objetivo, su campo de acción
es vasto y puede incluso hacerse ilimitado. Esto es así porque su naturaleza verdadera es
conocimiento: no tiene que adquirir conocimiento sino que lo posee por derecho propio;
su progresión no es de la nesciencia o la ignorancia hacia una luz imperfecta, sino de
una verdad a otra cada vez más grande, de una percepción correcta a una percepción
más profunda, de una intuición a otra intuición, de una iluminación a una luminosidad
absoluta e ilimitada, de una vastedad inmensa a la misma infinitud. En su cúspide posee
la omnisciencia divina y la omnipotencia, pero incluso en un movimiento evolutivo de
su propia manifestación gradual, a través del cual ha de revelar finalmente sus propias
cumbres supremas debe estar en virtud de su misma naturaleza esencialmente libre de la
Ignorancia y el error: comienza en posesión de la verdad y la luz y se mueve siempre en
ellas. Como quiera que su conocimiento es siempre verdadero, su voluntad también lo
es; no tantea en la ejecución de las cosas ni tropieza al andar. La emoción y el
sentimiento en la Supermente no se aparta de su verdad, no comete errores o deslices,
no se desvía de lo correcto y lo real, no puede hacer mal uso de la belleza y el deleite o
apartarse de la rectitud divina. Los sentidos en la Supermente no pueden confundirse o
desviarse hacia lo grosero mientras que aquí forma parte de sus imperfecciones
naturales y es causa de reproche, desconfianza y abuso por nuestra ignorancia. Incluso
un planteamiento incompleto hecho por la Supermente es una verdad que conduce a otra
verdad, su acción incompleta un paso hacia su consumación. Toda la vida, la acción y la
dirección de la Supermente están a salvo por su misma naturaleza de la falsedad y la
incertidumbre que son nuestro sino; se mueve sin peligro hacia su perfección. Una vez
que la consciencia-verdad se haya establecido aquí sobre sus fundamentos invulnerables
la evolución de la vida será un progreso feliz, una marcha a través de la luz hacia el
Ananda.
Queda por considerar lo que podrían ser los obstáculos en el camino de esta
posibilidad, especialmente aquellos ofrecidos por la naturaleza del orden terrestre y su
función como campo de evolución gradual en el que nuestra humanidad es un escalón y,
podría ser objeto de discusión, su propia imperfección, una necesidad evolutiva. ¿Hasta
qué punto la supermente podrá superar o superará, con su presencia y gobierno de las
cosas, esta dificultad, respetando al mismo tiempo el principio de progresión y podrá o
no rectificar el orden errado e ignorante impuesto por la Ignorancia y la Inconsciencia y
sustituirlo por una evolución correcta en al que la perfección y la divinización sean
posibles? Ciertamente, el camino para el ser individual estará abierto, cualquier grupo
de seres humanos que aspiren unidos en su empeño a una forma de vida colectiva
perfecta e individual, o que aspiren a la vida divina, será asistido en la consecución de
su aspiración: Ésa sería, por lo menos, la consecuencia mínima de la acción de la
Supermente. Pero también está ahí la posibilidad más grande e incluso podrá ofrecerse a
la humanidad toda. Teniendo en cuenta esto, debemos preguntarnos qué significará para
la humanidad el descenso de la Supermente y cuál será su resultado o su promesa para
la totalidad de la vida, el futuro evolutivo y el destino del linaje humano.
IV
La Supermente y la Humanidad
Ahora bien, esta objeción presupone que la humanidad nueva tiene que estar
toda en un único nivel; bien podría, no obstante, haber grados de consciencia en ella que
crearan un puente entre sus elementos menos desarrollados y los animales superiores
que, aunque no puedan pasar a un tipo semi-humano, podrían progresar hacia una
inteligencia animal superior; ciertos experimentos muestran que éstos son, ciertamente,
capaces de progreso. Estos grados cumplirían el propósito de la transición tan bien
como los humanos menos desarrollados en la escala actual, sin dejar un vacío tan
amplio como para perturbar el orden evolutivo del universo. Puede observarse un salto
considerable que separa los diferentes órdenes: la Materia y las plantas, las plantas y los
animales inferiores, una especie de animales de otra, así como aquél siempre existente y
de cierta envergadura, entre los animales superiores y el ser humano. No habría, por
tanto, ninguna brecha incurable en el orden evolutivo, no habría tal distancia entre la
mente humana y la mente animal, entre el nuevo tipo de ser humano y el viejo nivel
animal, del mismo modo que no podría superponerse o crearse un abismo insalvable
para el alma animal más desarrollada en su paso hacia el tipo menos desarrollado de la
nueva humanidad. Claro que habría un salto, un espacio, como lo hay ahora, pero no lo
sería entre la animalidad y la divinidad, desde la mente animal a la Supermente: sería
entre una mente animal muy desarrollada que se encamina hacia posibilidades humanas
(pues sin esto el paso del animal al hombre no podría llevarse a cabo) y una mente
humana despertando a la posibilidad, todavía no plenamente alcanzada, de sus propias
capacidades superiores, aunque aún no desarrolladas.
Nos resulta difícil concebir teóricamente o admitir como una posibilidad práctica
la transformación de la mentalidad humana que he sugerido como un cambio que
tendría lugar de modo natural bajo la guía de la consciencia-verdad supramental, pues
nuestras nociones acerca de la mente están enraizadas en una experiencia de la
mentalidad humana en un mundo que comienza a partir de la inconsciencia y continúa a
través de una primera nesciencia casi completa y una lenta disminución de la ignorancia
hacia un grado superior, pero siempre de alcance incompleto y método imperfecto de
un conocimiento sólo parcialmente equipado que no sirve totalmente a las necesidades
de una consciencia que siempre empuja hacia un absoluto todavía
inconmensurablemente lejano. Aquí consideramos las imperfecciones y las limitaciones
visibles de la mente en la etapa actual como parte de su propia naturaleza; pero, en
realidad, las fronteras en las que todavía se halla aprisionada son sólo límites y medidas
temporales de su avance evolutivo todavía incompleto; los defectos en sus métodos y
sus medios son carencias debidas a su inmadurez y no algo propio de la constitución de
su ser, sus logros, aunque extraordinarios bajo las obstaculizadoras condiciones del ser
mental que tiene que soportar el peso de su instrumentación en un cuerpo terrestre, está
muy por debajo y no por encima de lo que será posible en su iluminado futuro. Porque
la mente, en su verdadera naturaleza, no es una inventora de errores, un padre de
mentiras destinado a la falsedad, unido inexorablemente a sus errores, ni es el guía de
una vida de obstáculos, tal como en gran medida sucede actualmente debido a las
deficiencias humanas. En su origen es un principio de luz, un instrumento establecido
por la Supermente y, aunque funcionando dentro de los límites e incluso llamada de
crear límites, los límites son fronteras luminosas para un trabajo determinado, fronteras
voluntarias y deliberadas, un servicio de lo finito ampliándose perpetuamente bajo la
mirada de la infinitud. Es este carácter de la Mente el que se revelará bajo el toque de la
Supermente y hará de la mentalidad humana una ayuda e instrumentación menor del
conocimiento supramental. Incluso le será posible a la mente ya no limitada por el
intelecto, llegar a ser capaz de una especie de gnosis mental, una luminosa reproducción
de la Verdad en un funcionamiento reducido, extendiendo el poder de la Luz no sólo a
sí misma, sino también a los niveles inferiores de consciencia en su ascenso hacia la
auto-transcendencia. La Sobremente, la Intuición, la Mente Iluminada y lo que he
llamado la Mente Superior, estos y otros niveles de una mentalidad espiritualizada y
liberada, podrán reflejar en la mente humana elevada, en sus sentimientos purificados y
sublimados, en su fuerza vital y su acción, algo de sus poderes y preparar el ascenso del
alma a sus propias alturas y cimas de una existencia ascendente. Esencialmente, éste es
el cambio que puede contemplarse como resultado del nuevo orden evolutivo y
supondría una considerable extensión del propio campo evolutivo y respondería a la
pregunta acerca del impacto sobre la humanidad del advenimiento de la Supermente a la
naturaleza terrestre.
Hasta dónde podría llegar esto, si toda la humanidad sería afectada o sólo
aquella parte de ella que estuviera preparada para el cambio, dependería de lo que se
propusiera o lo que fuese posible en el orden del universo. Si tuviera que mantenerse el
antiguo orden y principio evolutivo, entonces sólo una parte de la raza podría seguir
adelante, el resto mantendría la vieja posición humana, el antiguo nivel y la función en
el orden ascendente. Pero, incluso así, debe haber un pasaje o un puente entre los dos
niveles u órdenes del ser, por el cual la evolución realizaría su transición de uno al otro.
La mente sería capaz de establecer contacto con la verdad supramental y de ser
modificada por ella y éste sería el modo a través del cual el alma podría ascender. Ha de
haber un estatus de la mente capaz de recibir la Luz y crecer en ella hacia la Supermente
aunque no la alcance. De ese modo, como incluso ahora sucede en un grado menor a
través de un medium menos transparente, el brillo de una verdad superior lanzaría sus
rayos para la liberación y la elevación del alma en la ignorancia. La Supermente aquí se
halla velada tras una cortina y, si bien no organizada para su propia acción
característica, es la verdadera causa de toda creación aquí, el poder que posibilita el
crecimiento de la verdad y el conocimiento, así como la ascensión del alma hacia la
Realidad oculta. Ahora bien, en un mundo en el que la Supermente ha llegado a
aparecer, difícilmente podría haber un factor separado, aislado del resto; de manera
inevitable, no sólo crearía al superhombre, sino que cambiaría y elevaría al hombre. No
puede descartarse como imposible un cambio total del principio mental, tal como se ha
sugerido.
Hay que tener en cuenta, no obstante, que incluso en el fondo del descenso
involutivo, en el ciego eclipse de la consciencia en la Materia, en el campo mismo del
operar de la Inconsciencia, hay signos del trabajo de una fuerza infalible, el impulso de
una secreta consciencia y sus destellos, como si el Inconsciente mismo se hallase
secretamente informado o impelido por un Poder con un conocimiento directo y
absoluto. Los actos de su creación son infinitamente más seguros que las operaciones
de nuestra consciencia humana en sus mejores momentos o que las operaciones
normales del poder de la Vida. La Materia o, más bien, la Energía en la Materia parece
tener un conocimiento más cierto, poder llevar a cabo una operación más infalible, por
sí misma, y puede confiarse en que su mecanismo, una vez puesto en marcha, hará su
trabajo correctamente. Por ello el hombre es capaz de utilizar una energía material,
mecanizándola para sus propios fines y confiar en que hará el trabajo por él. El poder
vital auto-creativo, aunque sorprendentemente abundante en sus invenciones y sus
fantasías, parece ser más proclive al fallo, la aberración y el error, como si su mayor
consciencia llevase consigo una mayor capacidad de error. A pesar de todo, es bastante
seguro en sus operaciones; no obstante, a medida que la consciencia aumenta en las
formas y operaciones de la vida, y sobre todo cuando se introduce la mente, aumentan
también las perturbaciones, como si el incremento de consciencia acarrease no sólo
posibilidades más ricas, sino también más posibilidades de error, fallos y
equivocaciones. En la mente, en el ser humano, parece que alcanzamos la cumbre de
esta antinomia: cuanto mayores, más elevados y más amplios son los logros de la
consciencia, mayor es la incertidumbre y la cantidad de defectos, fallos y errores.
Podemos conjeturar que esto se debe a que en la Naturaleza inconsciente hay una
verdad de la energía en funcionamiento que sigue infaliblemente su propia ley, una
energía que puede caminar ciegamente sin tropezar, porque la ley automática de la
verdad se halla en su interior actuando de modo seguro, sin zozobrar o errar, siempre
que no se produzca una intervención o una interferencia externa. Esta ley se encuentra
en todo proceso normalmente automático de la existencia. Hasta el cuerpo posee un
conocimiento de sí mismo no expresado, un instinto justo en su acción dentro de ciertos
límites, que puede actuar con una cierta seguridad y adecuación, siempre que no reciba
interferencias de los deseos vitales y los errores de la mente. Pero sólo la Supermente
posee plenamente la consciencia-verdad y si ella desciende e interviene, la mente, la
vida y el cuerpo pueden alcanzar también el pleno poder de la verdad en ellos y su
perfección posible. Indudablemente, esto no sucedería de golpe, pero podría comenzar
un progreso evolutivo hacia ello y crecer de manera cada vez más rápida hacia su
plenitud. No todos los seres humanos podrían alcanzar esta plenitud en un corto lapso
de tiempo, pero aun así, la mente humana se situaría en posición de ser perfeccionada
por la Luz y una nueva humanidad ocuparía su lugar como parte del nuevo orden.
La Supermente en la Evolución
VI
La Mente de Luz
Una nueva humanidad quiere decir, para nosotros, la aparición y el desarrollo de un tipo
o raza de seres mentales cuyo principio mental no sería ya una mente en la Ignorancia
que busca el conocimiento e incluso en su conocimiento limitada a la Ignorancia, un
buscador de la Luz, pero sin ser su propietario natural, abierto a la Luz, pero no un
habitante de la Luz, sin ser todavía un instrumento perfecto, consciente-de-la-verdad y
liberado de la Ignorancia. En lugar de eso, poseería ya lo que podría denominarse una
mente de Luz, una mente capaz de vivir en la verdad, capaz de ser consciente-de-la-
verdad y de manifestar en su vida un conocimiento no ya indirecto sino directo. Su
mentalidad sería un instrumento de la Luz y no ya de la Ignorancia. En sus cumbres
sería capaz de pasar a la supermente y de la nueva raza se reclutaría la raza de seres
supramentales que aparecerían como los líderes de la evolución en la naturaleza
terrestre. Ahora bien, incluso las manifestaciones superiores de una mente de Luz
constituirían un instrumento de la supermente, una parte de ella o una proyección suya,
un paso más allá de la humanidad hacia la superhumanidad del principio supramental.
Sobre todo, su posesión capacitaría al ser humano para elevarse más allá de lo que
resulta habitual en su pensar, su sentir y su ser actuales hasta aquellos elevados poderes
de la mente que, en su auto-trascendencia, se hallan entre nuestra mentalidad y la
supermente y pueden considerarse pasos que conducen hacia un principio más grande y
más luminoso. Este avance, como otros en la evolución, puede que no se alcanzase de
golpe, y lo natural sería que no sucediese de ese modo, pero desde el comienzo se
convertiría en algo inevitable: la presión de la supermente creando desde arriba, a partir
de sí misma, la mente de Luz conduciría a la certeza de su eventual aparición. Los
primeros destellos de esta nueva Luz portarían en sí mismos la semilla de sus más
elevados brillos; ya en sus primeros comienzos estaría implícita la certidumbre de sus
poderes superiores; pues esta es la historia constante de cada emergencia evolutiva: el
principio de su perfección más elevada se encuentra oculto de la involución que precede
a la evo-lución del principio secreto.
VII
Aún así, habrá una diferencia entre el superhombre y el hombre, una diferencia
en la naturaleza y en el poder, pero especialmente una diferencia en el acceso y el modo
de admitir la Consciencia-Verdad y sus actividades. Ciertamente, puede que haya dos
órdenes de su verdad: directo y semi-directo, inmediato y próximo o incluso sólo una
recepción a distancia. Pero esto lo abordaremos más adelante; ahora basta con observar
ciertas diferencias en el orden descendente de la mente gnóstica que culmina aquí.
Podemos decir que existe un hemisferio superior de nuestro ser en el que la Mente
luminosa y consciente de sus operaciones vive todavía en la Luz y puede considerarse
un poder subordinado de la Supermente; todavía es un agente de la Consciencia-Verdad,
un poder gnóstico que no ha descendido a la ignorancia mental; es capaz de una gnosis
mental que conserva su conexión con la luz superior y actúa por su poder. Este es el
carácter de la Sobremente en su propio plano y de todos los poderes que dependen de la
Sobremente. La supermente opera allí, pero a un paso de distancia, como si lo hiciera a
través de algo que ha producido a partir de sí misma, pero que ya no es completamente
ella misma, sino un delegado de la Verdad investido de su autoridad. Vamos
acercándonos a una frontera más allá de la cual comienza la posibilidad de la
Ignorancia, pero la Ignorancia todavía no está ahí. En el orden del descenso evolutivo,
en esa frontera nos hallamos en la Mente de Luz y un paso más hacia abajo puede
llevarnos más allá de ella, hacia los comienzos de una ignorancia que todavía porta en
su rostro algo de la luminosidad que está dejando detrás de sí. Por otra parte, en el orden
ascendente de la evolución alcanzamos una transición en la que vemos la luz, estamos
vueltos hacia ella, se refleja en nuestra consciencia y un paso más allá nos lleva al
dominio de la Luz. La Verdad se hace visible y audible para nosotros y estamos en
comunicación inmediata con sus mensajes e iluminaciones y podemos crecer en ella y
hacernos uno con su sustancia. Así pues, hay una sucesión de rasgos de la consciencia
que podemos considerar como propios de la Mente, pero que pertenecen prácticamente
al hemisferio superior, aunque en su estación ontológica se hallan dentro del dominio
del hemisferio inferior. Pues la totalidad del ser es una totalidad interrelacionada, sin
saltos bruscos, desde el principio de la Verdad y la Luz hasta sus opuestos. La verdad
creativa de las cosas opera y puede operar de manera infalible incluso en el
Inconsciente: el Espíritu se encuentra allí en la Materia y ha elaborado una serie de
pasos por los que puede viajar hacia sus propias alturas en una línea ininterrumpida de
grados: las profundidades están unidas a las alturas y la Ley de la Verdad única crea y
opera es todas partes.
Es en esta serie del orden de la existencia y en tanto que última palabra del
hemisferio inferior del ser, la primera palabra del hemisferio superior, que tenemos que
mirar a la Mente de Luz y ver cuál es su naturaleza y los poderes que la caracterizan y
que utiliza para su automanifestación y sus consecuencias y posibilidades para la vida
de una nueva humanidad.
INDICE
Introducción. Mensaje…………………………………………………11
I La Perfección del Cuerpo……………………………………...17
II El Cuerpo Divino……………………………………………….22
III La Supermente y la Vida Divina………………………………63
IV La Supermente y la Humanidad………………………………75
V La Supermente y la Evolución…………………………………89
VI La Mente de Luz………………………………………………..97
VII La Supermente y la Mente de Luz……………………………101
Libros de Sri Aurobindo y de la Mente ……………………………...109