La Margarita

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Margarita Vélez Verbel (Corozal, Sucre, Colombia).

Abogada de la Universidad de
Cartagena. Hizo parte del taller literario Candil, dirigido por el maestro Felipe S. Colorado, y
del Teatro Estudio (TEUC) de la misma Universidad. En 1995 ganó la convocatoria de
publicación del Instituto Distrital de Recreación, Cultura y Deportes de Cartagena de Indias con
su libro Los ángeles sólo bajan una vez. Sus textos, tanto literarios como ensayísticos, han
aparecido en revistas y diarios de la costa Caribe.
Ha sido profesora universitaria, instructora de talleres literarios y actriz de teatro de grupos
independientes de la ciudad de Cartagena. En 2007 publicó su libro Del polvo y el olvido,
reseñado en diarios y revistas colombianos. En 2013 apareció en Madrid, España, El libro de las destrucciones (Efory
Atocha Ediciones); la segunda edición estuvo a cargo de la Unión de Escritores de Sucre.
Actualmente reside en Barranquilla, Atlántico, y se desempeña como Jueza de la República. Tiene inédito el poemario
Espinas y cenizas y el ensayo Religión, sexo y misoginia.

Nunca fui distraída

Escribo este poema para no olvidarme de que soy Margarita Vélez,


hija de Pedro Vélez Duque y Carmen Sofía Verbel Iriarte.
Que mi infancia transcurrió en Sincelejo.
Que mi padre regresaba siempre ebrio y golpeaba hasta el cansancio a mi madre.
Que viví estos tristes días al lado de mis hermanos Sara, Pedro y Fanny.
Que de niña iba al colegio luego de no haber dormido en toda la noche,
asaltada por el miedo de la llegada repentina de mi padre
y del escándalo que seguiría después de esto.

Escribo este poema para no olvidarme de que corría desesperada


en busca de auxilio, tocando las puertas de mis vecinos,
llena del pavor y del frío de la noche.
Que dormía con la ropa puesta para poder huir.
Que en la mañana siguiente recibía mis lecciones de álgebra y biología
en el colegio y me quedaba en el recreo en el baño llorando.
Que mi madre me creía distraída y estúpida,
con la tristeza siempre a flor de piel,
con las lágrimas afuera.
Sé que le preocupaba su hija, la que siempre extraviaba las cosas, la extraña, la despistada.

Escribo este poema para no olvidarme de nada, por ejemplo, que mis primos, los ricos, los Mora, me regalaban
los vestidos que ya no les quedaban, y por eso podía vestirme.
Para no olvidarme de que iba al colegio con los zapatos apretados que me habían quedado del año anterior y
caminaba entre el barro y los charcos que se formaban
en aquel barrio humilde en donde vivía: La lucha.
Que mientras todo esto me pasaba, la literatura se me había metido en las venas y leía desaforadamente y soñaba
con ser escritor.

Escribo este poema para no tener que salir corriendo a mitad de la noche a pedir auxilio a mis vecinos siempre
sordos, siempre con las puertas cerradas,
para que mi mamá sepa que no era distraída y que no era estúpida.

Escribo este poema para decirles a todos los que me rodearon y me vieron sufrir,
a los que se callaron, que yo nunca fui distraída, que lo supe todo y que esa verdad me pesaba, y me hundía
como a las piedras.
Quiero decirles que estuve atenta y vigilante
como un cóndor sobre la planicie.
Quiero decirles que hacia todos ustedes y su indiferencia, hacia la violencia de mi padre, hacia la subordinación
de mi madre, opuse la fuerza y la valentía, la dignidad
y la decencia con que nos reviste la niñez.

Escribo este poema para decirles que estuve atenta.

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