Cursodeliturgia
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1. Catequesis sobre la Liturgia I Parte
La Liturgia es el culto espiritual o servicio sagrado a Dios de cada uno de nosotros, que formamos su
pueblo.
El misterio de la liturgia
Cuando hablamos de liturgia, ¿qué queremos decir?
Si vamos a la etimología griega, la palabra liturgia significa obra (ergon) del pueblo
(leiton, adjetivo derivado de laos, que significa pueblo). Por tanto, podríamos decir
1. Catequesis sobre la
que la liturgia es obra del pueblo, obra pública dedicada a Dios. En palabras más
Liturgia I Parte
simples diríamos que la liturgia es el culto espiritual o servicio sagrado a Dios de
cada uno de nosotros, que formamos su pueblo.
Hoy ya entendemos la liturgia como el culto oficial de la Iglesia, nuevo Pueblo de Dios, a la Santísima
Trinidad, para adorarle, agradecerle, implorarle perdón y pedirle gracias y favores.
Desde el comienzo del movimiento litúrgico, hasta nuestros días, se han propuesto muchas definiciones
de liturgia y todavía no existe una que sea admitida unánimemente, dada la riqueza encerrada en dicho
misterio. Sin embargo, todos los autores admiten que el concepto de liturgia incluye los siguientes
elementos: la presencia de Cristo Sacerdote, la acción de la Iglesia y del Espíritu Santo, la historia de la
salvación continuada y actualizada a través de signos eficaces, que son los sacramentos, y la santificación
del culto.
Según esto se podría considerar la liturgia como la acción sacerdotal de Jesucristo, continuada en y por la
Iglesia bajo la acción del Espíritu Santo, por medio de la cual el Señor actualiza su obra salvífica a través de
signos eficaces, dando así culto perfectísimo a Dios y comunicando a los hombres la salvación, aquí y
ahora.
Un gran teólogo de nuestro tiempo define así la liturgia: “La liturgia es la celebración de los sagrados
misterios de nuestra redención por la Iglesia, en la que perdura viva la persona de Cristo, vivos los
acontecimientos salvíficos del origen, activa la presencia de su gracia reconciliadora y fiel la promesa,
mediante los signos que él eligió y que la comunidad realiza, presidida por la palabra de los apóstoles y
animada por el Santo Espíritu de Jesús...La liturgia es la anamnesia de una comunidad que en obediencia a su
Señor hace memoria de todo lo que él dijo y padeció; de lo que Dios hizo con él por nosotros. La Iglesia se une
así a lo que fue la gesta salvífica de Cristo y continúa adherida e identificada con la intercesión que, como
sacerdote eterno, Él sigue ofreciendo al Padre por nosotros, mientras peregrinamos en este mundo” .
En este contexto ya podemos apreciar lo que es la liturgia en la Iglesia. La liturgia no es sino la celebración
de ese proceso de la redención en el mundo y del mundo. La liturgia es la “fuente y culmen de la vida
cristiana”, como la llamó el concilio Vaticano II, porque en la celebración litúrgica es donde se verifica y
tiene su más explícita expresión, ese modelo de iniciativa y respuesta, de la acción divina y la cooperación
humana. En cuanto fuente, la liturgia es punto de partida que nos impulsa a que, saciados con los
sacramentos pascuales, sigamos caminando hacia la santidad mediante una vida recta y honesta, dando
gloria a Dios con nuestras palabras y nuestras acciones delante de los hombres. En cuanto culmen, la
liturgia es punto de llegada, es decir, toda la actividad de la Iglesia tiende a dar gloria a Dios.
Si se preguntara a los católicos la razón por la que asisten a misa los domingos, muchos probablemente
dirían que porque es algo muy importante para ellos, o porque les gusta cómo habla el sacerdote que
celebra, o porque los católicos tienen la obligación de asistir.
Sin embargo, si reflexionamos un poco, tendremos que decir que la razón por la que vamos a misa es
porque Dios nos ha llamado a reunirnos junto a Él en su Iglesia, para darle gloria, agradecerle, implorarle
ayuda y pedirle perdón. Por eso podemos decir que la liturgia es la celebración de un pueblo reunido en
nombre del Señor, que nos hizo hermanos, hijos del mismo Padre, miembros del mismo cuerpo, ramas del
mismo árbol.
En la sociedad contemporánea, en la que hay gente que cree en todo tipo de cosas o simplemente ya no
cree en nada, la fe que nos lleva a la iglesia el domingo, mientras un vecino poda el jardín y otro lee el
periódico o mira una película, puede darnos un sentido vivo de vocación o llamado. No es que seamos
mejores o peores que nuestros vecinos, sino que nosotros, por razones misteriosas que sólo Dios conoce,
hemos sido elegidos y llamados para conocerlo a Él y sus obras, para amarle sobre todas las cosas y
servirle de todo corazón en nuestro día a día.
El papa Pío XII nos dice que la liturgia es el culto del Cuerpo de Cristo completo, cabeza y miembros. En la
liturgia, somos llamados juntos a la presencia del Padre, que es el Padre de todos. Nos reunimos en Cristo,
porque sin Cristo no podemos presentarnos ante el Padre. Y nos reunimos por el Espíritu de Cristo, que se
derrama en nuestros corazones para que formemos “un cuerpo, un espíritu, en Cristo”. ¡Llamados a la
presencia del Padre, en Cristo, por el Espíritu!
En palabras del Vaticano II: “Por eso, al edificar día a día a los que están dentro para ser templo santo en el
Señor y morada de Dios en el Espíritu hasta llegar a la medida de la plenitud de la edad de Cristo, la liturgia
robustece también admirablemente sus fuerzas para predicar a Cristo, y presenta así la Iglesia, a los que
están fuera, como signo levantado en medio de las naciones para que debajo de él se congreguen en la
unidad los hijos de Dios que están dispersos, hasta que haya un solo rebaño y un solo Pastor” (Concilio
Vaticano II, en la Constitución “Sacrosanctum Concilium” n. 2).
La liturgia, pues, nunca puede ser un asunto privado, individualista, donde cada quien reza sus devociones
privadas, encerrado en sí mismo. Es la Iglesia, la comunidad eclesial la que celebra la liturgia. La liturgia es
una acción de todos los cristianos. Nadie es espectador de ella; nadie es espectador en ella. Todos deben
participar “activa, plena y conscientemente en ella”, como nos dice el concilio Vaticano II .
Otro aspecto de la liturgia: La liturgia es del presente, pero apunta hacia el futuro; es de este mundo, pero
apunta hacia una realidad que trasciende la experiencia presente. Es del presente, porque celebra y hace
real la presencia entre nosotros de Dios que salva al mundo y al hombre en Cristo, pero esa misma
presencia nos hace penosamente conscientes de cuán lejos estamos del Reino de Dios. Es un llamado para
vivir y actuar por los valores de Dios, que no son los valores de una sociedad que toma como un hecho la
desigualdad, la competitividad, los prejuicios, la infidelidad, las tensiones internacionales y el consumismo
sin fronteras. Los valores de Dios son el amor, la verdad, la paz y la gracia.
De esta manera, la liturgia es de este mundo, pero apunta hacia un modo de vivir en el mundo que
reconoce su profundo significado. La liturgia aprovecha todos los elementos de la vida humana. Nos
enseña a usar nuestro cuerpo y nuestra alma para manifestar la presencia de Dios, para darle culto y
servirlo, y para llevar su Palabra y sanar a los demás.
Nos enseña a escuchar la voz de Dios en la voz de los otros y a recibir de manos de los demás los dones de
Dios mismo. Nos enseña a vivir en la sociedad, gentes de diferente educación y raza, como hombres y
mujeres entregados a fomentar la paz y la unidad y la ayuda mutua. Nos enseña a usar los bienes de la
tierra, representados en la liturgia por el pan y el vino, el agua y el aceite, no para que los atesoremos y
consumamos a solas egoístamente, sino como sacramentos del mismo Creador que hay que aceptar con
agradecimiento, utilizar con reverencia y compartirlos con generosidad.
Sí, la liturgia es una expresión de nuestra fe y amor; pero también conforma y profundiza esa fe y amor.
Nos enseña cómo vivir con fe y cómo amar más profundamente y con mayor verdad. Nos enseña que la
fe, la esperanza y el amor se hacen vivos a medida que reconocemos y aceptamos la obra de Dios en el
mundo. Sabemos que la liturgia comienza y termina con la señal de la cruz, porque la cruz es la señal del
amor que Dios nos tiene y de la respuesta humana de Jesús a ese amor. Amó hasta el final, obediente
hasta la muerte de cruz.
Así, la liturgia nos hace comprender que no hay amor sin sacrificio, ni vida excepto por la muerte. En la
liturgia y en la vida nos identificamos con la muerte de Jesús, de modo que la vida de Jesús también se
manifieste en nosotros. El corazón de la liturgia, corazón de todos los sacramentos, desde el bautismo
hasta los ritos por los moribundos, es el Misterio Pascual, el misterio de la iniciativa de Dios y de nuestra
respuesta como se revela en la muerte y resurrección del Señor. Por la liturgia, la Iglesia actualiza el
Misterio Pascual de Cristo, para la salvación del mundo y alaba a Dios en nombre de toda la humanidad.
No solamente el pan y el vino se han de transformar en la liturgia, sino que también nosotros tenemos
que transformarnos, asociándonos al sacrificio de Jesús, permitiendo que Dios suscite en nosotros
constantemente una vida nueva, de modo que también la Iglesia se transforme para que el mundo
evolucione según los designios de Dios para toda la humanidad.
En este sentido podemos decir que en la liturgia se unen la “lex orandi”(oración), la “lex credendi”
(dogma) y la “lex vivendi” (vida). No son separables, como veremos en la primera parte, la oración, el
dogma y la vida, sino que se deben iluminar e interaccionar en reciprocidad.
La liturgia es, sin duda, el momento culminante de la vida de la Iglesia, de la actuación del Espíritu Santo y
de la presencia del Cristo glorioso. La liturgia es la salvación celebrada, vivida.
Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2, 4), habiendo
hablado antiguamente en muchas ocasiones y de diferentes maneras a nuestros padres por medio de los
profetas (Heb 1,1), cuando llegó la plenitud de los tiempos envió a su Hijo, el Verbo hecho carne (SC 5).
La liturgia cristiana es una realidad muy rica y polivalente que puede ser analizada bajo numerosos
aspectos. Es innegable que se trata de una realidad unida a la fe y a la expresión personal y social de los
miembros de la Iglesia. Esto hace que la ciencia que tiene como objeto la liturgia, procure abarcar todos
los aspectos del hecho litúrgico y de manera particular aquellos que se refiere a su realización actual.
La formación litúrgica es un proceso y nunca debe ser entendida tan sólo como un conjunto de
conocimientos sobre la liturgia, sino que afecta también a la espiritualidad de los creyentes y a su
participación en la vida litúrgica de la Iglesia. Por lo tanto, la formación litúrgica es una necesidad ya que
es un aspecto esencial de la formación cristiana integral, situada entre la educación de la fe y la formación
moral, y que tiene por finalidad introducir a los miembros de la Iglesia en la participación consciente,
activa y fructuosa en la liturgia para una vida cristiana más plena
(cf. GE 2, SC 14, 19, 48).
Etimología
El termino liturgia procede del griego clásico, leitourgía ( de la raíz lêit – leôs-laôs- : pueblo, popular; y
érgon: obra) lo mismo que sus correlativos leitourgeîn y leitourgós, y se usaba en sentido absoluto sin
necesidad de especificar el objeto, para indicar el origen o el destino popular de una acción o de una
iniciativa, independientemente del modo como se asumía ésta. Con el tiempo la presentación popular
perdió su carácter libre para convertirse en un servicio oneroso a favor de la sociedad.
Liturgia vino a designar un servicio público. Cuando este servicio afectaba al ámbito religioso, liturgia se
dirigía al culto oficial de los dioses. En todos los casos la palabra tenía un valor técnico
En el AT: El verbo leitourgeô y el sustantivo leitourgía se encuentran 100 y 400 veces, respectivamente en
la versión de los LXX, y designan el servicio cultual de los sacerdotes y levitas en el templo. El término en
hebreo es algunas veces shêrêr (cf. Núm 16,9) y otras abhâd y abhôdâh, que designa prácticamente
siempre el servicio cultual del Dios verdadero realizado en el santuario por los descendientes de Aarón y
de Leví. Para el culto privado y para el culto de todo el pueblo los LXX se sirven de las palabras latreía y
doulía (adoración y honor). En los textos griegos solamente, leitourgía tiene el mismo sentido cultual
levítico (cf. Sab 18,21; Eclo 4,14; 7,29-30; 24,10, etc.).
Esta terminología supone ya una interpretación, distinguiendo entre el servicio de los levitas y el culto que
todo el pueblo debía dar al Señor (cf. Ex 19,5; Dt 10,12). No obstante, la función cultual pertenecía a todo
el pueblo de Israel, aunque era ejercida de forma especial y pública por los sacerdotes y levitas.
En el griego bíblico del Nuevo Testamento, leitourgía no aparece jamás como sinónimo de culto cristiano,
salvo en el discutido pasaje de Hch 13,2.
a) En sentido civil de servicio público oneroso, como en el griego clásico (cf. Rm 13,6; 15,27; Flp 2,25.30; 2
Cor 9,12; Heb 1,7.14)
b) En sentido técnico del culto sacerdotal y lévitico del AT (cf. Lc 1,23; Heb 8.2.6; 9,21; 10,11). La Carta a los
Hebreos aplica a Cristo, y sólo a él, esta terminología para acentuar el valor del sacerdocio de la Nueva
Alianza.
c) En sentido de culto espiritual: San Pablo utiliza la palabra leitourgía para referirse tanto al ministerio de
la evangelización como al obsequio de la fe de los que han creído por su predicación
(cf. Rm 15,16; Flp 2,17).
d) En sentido de culto comunitario cristiano: El texto de Hch 13,2 («leitourgoúntôn») es el único del NT
donde la palabra liturgia puede tomarse en sentido ritual o celebrativo. La comunidad estaba reunida
orando, y la plegaria desembocó en el envío misionero de Pablo y de Bernabé mediante el gesto de la
imposición de manos (cf. Hch 6,6).
Esta reserva en el uso de la palabra liturgia por el Nuevo Testamento obedece a su vinculación al
sacerdocio levítico, el cual perdió su razón de ser en la Nueva Alianza.
Evolución posterior
En los primeros escritores cristianos, de origen judeocristiano, la palabra liturgia fue usada de nuevo de
nuevo en el sentido del Antiguo Testamento, pero aplicada al culto de la Nueva Alianza (cf. Didaché 15,1; 1
Clem. 40,2.5).
Después la palabra liturgia ha tenido una utilización muy desigual. En las Iglesias orientales de lengua
griega leitourgía designa la celebración eucarística. En la Iglesia latina liturgia fue ignorada, al contrario de
lo que ocurrió con otros términos religiosos de origen griego que fueron latinizados. En lugar de liturgia se
usaron expresiones como munus, oficcium, ministerium, opus, etc. No obstante San Agustín la empleo
para referirse al ministerio cultual, identificándola con latría (cf. S. Agustín, Enarr. in Ps 135, en PL 39,
1757.).
A partir del siglo XVI liturgia aparece en los títulos de algunos libros dedicados a la historia y al explicación
de los ritos de la Iglesia. Pero, junto a este significado, el término liturgia se hizo sinónimo de ritual y de
ceremonia. En el lenguaje eclesiástico la palabra liturgia empezó a aparecer a mediados del siglo XIX,
cuando el Movimiento litúrgico la hizo de uso corriente.
Esta noción estrictamente teológica de la liturgia, sin olvidar los aspectos antropológicos, aparece en
íntima dependencia del misterio del Verbo encarnado y de la Iglesia (cf. SC 2; 5;6; LG 1; 7; 8, etc.). La
encarnación en cuanto presencia eficaz de lo divino en la historia, se prolonga «en gestos y palabras» (cf.
DV 2; 13) de la liturgia, que reciben su significado de la Sagrada Escritura (cf. SC 24) y son prolongación en
la en la tierra de la humanidad del Hijo de Dios (cf. CEC 1070, 1103, etc.).
El Concilio ha querido destacar, por una parte, la dimensión litúrgica de la redención efectuada por Cristo
en su muerte y resurrección, y, por otra, la modalidad sacramental o simbólica-litúrgica en la que se ha de
llevar a cabo la «obra de salvación».
De esta manera, en la noción de liturgia que da el Vaticano II, destacan los siguientes aspectos :
b)tiene como finalidad la santificación de los hombres y el culto al Padre, de modo que el sacerdocio de
Cristo se realiza en los dos aspectos;
c)pertenece a todo el pueblo de Dios, que en virtud del Bautismo es sacerdocio real con el derecho y el
deber de participar en las acciones litúrgicas;
d)en cuanto constituida por «gestos y palabras» que significan y realizan eficazmente la salvación, es ella
misma un acontecimiento en el que se manifiesta la Iglesia, sacramento del Verbo encarnado;
f)por todo esto la liturgia es «fuente y cumbre de la vida de la Iglesia» (SC 10; LG 11).
Así pues, en la noción de liturgia que ofrece el Concilio podemos definirla como la función santificadora y
cultual de la Iglesia, esposa y cuerpo sacerdotal del Verbo encarnado, para continuar en el tiempo la obra
de Cristo por medio de los signos que lo hacen presentes hasta su venida.
Lo litúrgico y lo no litúrgico
Son acciones litúrgicas (lo litúrgico) aquellos actos sagrados que, por institución de Jesucristo o de la
Iglesia, y en su nombre, son realizados por personas legítimamente designadas para este fin, en
conformidad con los libros litúrgicos aprobados por la Santa Sede, para dar a Dios, a los santos ya los
beatos el culto que les es debido. Lo no litúrgico son las demás acciones sagradas que se realizan en una
iglesia o fuera de ella, con o sin sacerdote que las presencie o las dirija (a estas también se les llama
ejercicios piadosos).
Lo litúrgico «es lo que pertenece al entero cuerpo eclesial y lo pone de manifiesto» (SC 26) y constituye la
eficacia objetiva de los actos de culto. Los ejercicios piadosos evocan el misterio de Cristo únicamente de
manera contemplativa y afectiva.
La eficacia de los actos litúrgicos depende de la voluntad institucional de Cristo y de la Iglesia, y de que se
cumplan necesariamente las condiciones para su validez; por eso estos actos actualizan la presencia del
Señor. La eficacia de los ejercicios piadosos depende tan sólo de las actitudes personales de quienes
toman parte en ellos.
Las acciones litúrgicas son aquellos actos sagrados, que por institución de Cristo y de la Iglesia y en su
nombre, son realizados por personas legítimamente designadas para este fin, en conformidad con los
libros aprobados por la Santa Sede, para dar a Dios, a la Virgen, a los santos, a los beatos, el culto que les
es debido, y para provecho y santificación de las almas de los que participan en esa acción litúrgica.
Acciones litúrgicas son, por ejemplo, una celebración eucarística, una celebración de la Palabra, una
paraliturgia, una celebración para llevar la comunión a un enfermo, por parte de los ministros
extraordinarios de la Sagrada Comunión, y cualquier celebración de los sacramentos: confesión,
matrimonio, confirmación, orden sagrado, etc.
Las demás acciones que se realizan en una iglesia o fuera de ella, con o sin sacerdote que las dirija o
presencie, se llaman ejercicios piadosos o devociones de la piedad popular. Por ejemplo, el Santo
Rosario, el Vía Crucis, las procesiones por las calles, imposición de escapularios, medallas, etc.
Estos ejercicios piadosos, aunque no son propiamente actos litúrgicos, deben prepararnos a vivir mejor la
liturgia.
El papa Juan Pablo II en su carta apostólica con motivo del cuadragésimo aniversario de la constitución
conciliar sobre la Sagrada Liturgia nos dice al respecto: “La constitución Sacrosanctum Concilium interpreta
proféticamente esta urgencia, estimulando a la comunidad cristiana a intensificar la vida de oración, no sólo a
través de la liturgia, sino también a través de los ‘ejercicios piadosos’, con tal de que se realicen en armonía
con la liturgia, como si derivaran de ella y a ella condujeran”(n. 10).
Y en la carta apostólica sobre el santo Rosario dice también el papa Juan Pablo II: “Hay quien piensa que la
centralidad de la liturgia, acertadamente subrayada por el concilio ecuménico Vaticano II, tenga
necesariamente como consecuencia una disminución de la importancia del Rosario. En realidad, como
puntualizó Pablo VI, esta oración no sólo no se opone a la liturgia, sino que le da soporte, ya que la introduce
y la recuerda, ayudando a vivirla con plena participación interior, recogiendo así sus frutos en la vida
cotidiana” (Rosarium Virginis Mariae, n. 4).
Debemos, pues, valorar mucho estos ejercicios piadosos, al igual que todas las devociones de piedad
popular, como expresión verdadera del alma de un pueblo y como la piedad de los “pobres y sencillos”. Es
la manera como estos predilectos del Señor viven y traducen en sus actitudes humanas y en todas las
dimensiones de su vida el misterio de la fe que han recibido . Es más, muchas de estas prácticas de piedad
han brotado de una intensa vida litúrgica.
Por tanto, la liturgia siempre está conectada con el Misterio Pascual de Cristo a través de los signos
sacramentales, y por lo mismo participamos de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, recibiendo los
frutos de la Redención. Los ejercicios piadosos, también evocan el Misterio de Cristo pero únicamente de
manera contemplativa y afectiva. Las acciones litúrgicas lo hacen actualizando la salvación de Cristo aquí y
ahora, por medio del rito sacramental.
Qué duda cabe que las devociones nos deberían preparar espiritualmente para vivir la liturgia, pero no la
suplen, ni la reemplazan. Entre las devociones, la más importante es el rezo contemplativo del santo
Rosario, a quien el papa Juan Pablo II ha dado tanto realce, hasta el punto de ofrecernos una carta
apostólica titulada “El Rosario de la Virgen María” , que ya cité antes, invitando a todos al rezo del santo
rosario, como medio para ser santo, para conseguir la paz del mundo y la unión en la familia, y “como
camino privilegiado de contemplación del rostro de Cristo en la escuela de María” (Carta apostólica de
Juan Pablo, en el XL aniversario de la Sacrosanctum Concilium, n. 10) .
Características de la liturgia
Cuando uno escucha por ahí: “¡Qué aburrida es esta ceremonia, o esta misa o este bautismo..!”, es porque
no se entiende lo que ahí se está realizando y viviendo y saboreando. Por eso es bueno que ahora veamos
las características de la liturgia, para que cada día podamos gustar un poco más de la riqueza de la misma.
a) La liturgia es trinitaria: La liturgia es obra de la Trinidad, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. El
Padre es fuente y fin de la liturgia . “Por una parte, la Iglesia, unida a su Señor y bajo la acción del Espíritu
Santo, bendice al Padre por su don inefable mediante la adoración, la alabanza y la acción de gracias. Por
otra parte, y hasta la consumación del designio de Dios, la Iglesia no cesa de presentar al Padre “la
ofrenda de sus propios dones” y de implorar que el Espíritu Santo venga sobre esta ofrenda, sobre ella
misma, sobre los fieles y sobre el mundo entero, a fin de que por la comunión en la muerte y en la
resurrección de Cristo-Sacerdote y por el poder del Espíritu estas bendiciones divinas den frutos de vida
para alabanza de la gloria de su gracia” .
b) La liturgia es cristocéntrica: es decir, tiene como centro a Cristo resucitado y glorioso. Nos reunimos en
cada sacramento en torno a Cristo y por medio de Él, en torno al Padre, en unión con el Espíritu Santo, y
Cristo nos comunica su salvación, su amor, su misterio que sacia nuestra sed de felicidad. ¿Por qué Cristo
es el centro de la liturgia? Porque solo Él es el Mediador, el único Mediador entre Dios y los hombres.
Es decir, sólo a través de Cristo llegarán al Padre nuestras oraciones, peticiones, nuestra adoración y
acción de gracias. Y sólo a través de Cristo, el Padre nos concederá todo lo que necesitamos; nos llegará
todo don a través de este único Mediador.
Cristo en cada liturgia ora por nosotros, ora en nosotros y es invocado por nosotros. La presencia de
Cristo en la liturgia no es estática, sino dinámica. Por eso en cada acto litúrgico, nos concede la salvación
de modo dinámico, recibiendo toda su fuerza salvadora.
c) La liturgia es pneumatológica: quien lleva a cabo esta fuerza salvadora en la liturgia es el Espíritu Santo,
con su acción invisible, pero real y eficaz.
Es el Espíritu Santo el que santifica el agua en el bautismo, para que Cristo nos limpie del pecado y nos
regenere e infunda la nueva vida, es decir, la vida divina y trinitaria.
Es el Espíritu Santo el que hace el milagro en la eucaristía mediante la conversión del pan en el Cuerpo de
Cristo, y el vino en la Sangre de Cristo, para que sean nuestro alimento espiritual y fortalecernos en el
camino y entrar en una comunión con Él íntima y profunda en el alma.
Es el Espíritu Santo en la confirmación el que completa la primera unción del bautismo con su sello y da la
fuerza para ser testigos y apóstoles de Cristo en este mundo, sin miedos y sin respetos humanos, como
los apóstoles, aunque tengamos que derramar nuestra sangre en la defensa de nuestra fe en Cristo, como
lo hicieron nuestros hermanos mártires.
Es el Espíritu Santo el que ilumina nuestra mente para que descubramos nuestros pecados en la
confesión, el que pone en nuestro corazón el arrepentimiento sincero, y el que afianza en nuestra
voluntad el propósito de enmienda, y es el Espíritu Santo, junto con el Padre y Cristo, quien nos perdona
los pecados.
Es el Espíritu Santo el que en la unción de enfermos se hace consuelo, fuerza, alivio, y brisa que conforta a
quien esta enfermo.
Es el Espíritu Santo el que baja al alma de ese hombre en el orden sagrado y lo sella, con carácter
imborrable, haciéndole sacerdote, configurándole con Cristo, haciéndole otro Cristo, para que lo
represente sacramentalmente. Y será el Espíritu Santo el que poco a poco infundirá en ese hombre el
espíritu de santidad.
Y es el Espíritu Santo el que en el matrimonio une cuerpos y almas de estos dos contrayentes haciéndoles
uno, y el que les dará la gracia de la fidelidad a esa palabra empeñada en el altar del Señor, y la gracia para
educar cristianamente a sus hijos.Por tanto, es el Espíritu Santo el que trae la gracia de Cristo a cada uno,
en cada acto litúrgico.
d) La Liturgia es eclesial: las acciones litúrgicas, dice el Vaticano II “no son acciones privadas, sino
celebraciones de la Iglesia”. Es la Iglesia la que celebra cada liturgia. Y cada uno de nosotros, que
formamos la Iglesia, recibe ese influjo divino, esa gracia que necesita según la diversidad de órdenes,
funciones y participación actual dentro de la Iglesia. Todas las gracias, y la salvación de Cristo nos vienen
en la Iglesia, desde el día del bautismo. Aún sin estar insertos en la Iglesia, la gracia de Dios y la salvación
de Cristo llega a todos los hombres, pero siempre a través de la mediación –misteriosa pero real- de la
Iglesia. Si somos ya miembros de la Iglesia, por el bautismo, pero nos hemos alejado de ella por el pecado
mortal, tampoco participamos de esas gracias de salvación, hasta que nos confesemos y recobremos la
gracia de Dios, y de esta manera estar en disposición de recibir esos dones de Cristo.Por eso, antes de
recibir cualquier sacramento (comunión, matrimonio, confirmación, orden, etc) debemos ver si estamos
en gracia de Dios y en comunión con la Iglesia. Si no estamos en gracia, debemos acudir humildemente al
sacramento de la confesión, donde se nos perdonan los pecados cometidos. En cada celebración litúrgica
estamos como familia eclesial y debemos tener una misma fe, un mismo espíritu, sentimientos y corazón,
para que como Cuerpo Místico ofrezcamos a Dios todo el honor y la gloria, y recibamos su santidad y su
gracia, entrando en el torrente de la vida divina. No entramos como individuos, sino como Iglesia.
e) La Liturgia es jerárquica: hay que vivirla y hacerla según el orden establecido, decía ya san Clemente
Romano, el cuarto papa de la Iglesia, en el siglo I. Pero fue sobre todo san Ignacio de Antioquía quien
expresó este aspecto jerárquico de la liturgia: “Esforzaos por usar de una sola Eucaristía; pues una sola es
la carne de nuestro Señor Jesucristo, y uno solo es el cáliz para unirnos con su sangre; un solo altar como
un solo obispo, junto con el presbiterio, con los diáconos, consiervos míos” ... “sólo ha de tenerse por
válida aquella Eucaristía que se celebra bajo el obispo o aquel a quien se lo encargare... No es lícito sin el
obispo, ni bautizar, ni celebrar el ágape “... (En su carta a los cristianos de Esmirna).Y el Vaticano II en la
constitución dogmática sobre la Sagrada Liturgia ha determinado que “la reglamentación de la sagrada
liturgia es de la competencia exclusiva de la autoridad eclesiástica; ésta reside en la Sede Apostólica, y en
la medida que determine la ley, en el obispo” (Sacrosanctum Concilium, n. 22)Por eso, continúa el Concilio
Vaticano II en el mismo documento: “Por lo mismo, nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie
cosa alguna por iniciativa propia en la liturgia” (n. 22).Esta es la disciplina y doctrina de la Iglesia en todos
los tiempos.
f) La liturgia es simbólica: en la liturgia expresamos, con símbolos y signos, realidades divinas. La liturgia
es un medio de comunicación, llevado a cabo con palabras, con gestos, con símbolos. Cada símbolo
expresa una realidad sobrenatural. Más adelante explicaremos los signos y símbolos litúrgicos.
g) La liturgia es bella: con una belleza digna, sublime, que aspira a expresar el mundo sobrenatural de la
gracia y de la gloria. Uno de los nombres de Dios es la belleza inefable. ¿Acaso puede ser fea y de mal
gusto la liturgia, que es la epifanía y la manifestación de Dios?
h) Es participativa: donde todos debemos tomar parte: el sacerdote, que preside en nombre de Cristo, y
el pueblo, que participa, como pueblo sacerdotal, pueblo regio y profético. El pueblo lo hace ya sea
haciendo de guía, leyendo una lectura, acolitando en la misa, siendo ministro de la Sagrada Comunión,
llevando las ofrendas, cantando, rezando.
i) Respetuosa de las normas de la Iglesia: al papa y a los obispos, en comunión con él, Cristo les
encomendó el cuidado de todas las cosas sagradas y las normas litúrgicas. Han sido años y siglos en que la
Iglesia ha reflexionado en la riqueza de la liturgia. No son normas arbitrarias, sino normas sabias que
respetan el misterio divino revelado.
j) Y al mismo tiempo la liturgia es creativa. La Iglesia no quiere liturgias frías, acobardadas, aburridas y
acartonadas. Da también margen a una inteligente creatividad. Por eso, en determinadas fiestas y eventos
se pueden escoger las lecturas, preparar moniciones especiales y oración de los fieles, arreglos florales,
cantos y coro, etc.
k) Es pascual, pues centra a los cristianos y nos hace participar en la pasión, muerte y resurrección de
Cristo.
l) Es sagrada, porque busca el encuentro con el Invisible. Mientras en un libro podemos buscar a Dios, en
la liturgia encontramos a Dios, que nos sale con su corriente de agua transparente y refrescante que sacia
nuestra sed interior.
m) Es cíclica: gira anualmente en torno a los misterios de Cristo, en círculos que ascienden siempre hacia
la vida eterna: misterios gozosos en adviento y navidad; misterios luminosos en el tiempo ordinario;
misterios dolorosos en cuaresma; y misterios gloriosos en tiempo de pascua, Pentecostés. Todos estos
misterios nos preparan para la segunda venida del Señor al final de la historia.
n) Es escatológica: porque siempre mira al fin de los tiempos, al mas allá, a la Jerusalén celestial, donde se
celebra la eterna liturgia, en compañía de todos los santos y ángeles del cielo. La liturgia de la tierra es un
resquicio de la liturgia celestial.El Concilio Vaticano II en el documento sobre la liturgia pone otras cinco
características en el modo de vivir la liturgia:
Activamente: no como espectadores, sino como protagonistas activos. Todos celebramos la liturgia, y no
sólo el sacerdote.
Fructuosamente: tratando de obtener todo el fruto espiritual que cada sacramento o acción litúrgica nos
ofrece, en orden a nuestra santificación y la santificación del mundo.
Con toda el alma: no estando sólo con el cuerpo. Poner todo nuestro ser: mente que entiende, ojos que
ven, oídos que escuchan, corazón que ama, sensibilidad que siente, alma que se une a Dios. No se está en
la liturgia, sino que vivimos y participamos en la liturgia.
Interna y externamente: internamente, es decir, viviendo con fervor cada paso de la liturgia, intimando
con Dios en lo profundo del corazón; y externamente, es decir, mediante la compostura, el vestido, el
modo de sentarnos, de estar de pie, de cantar, etc. ¡Estamos delante de Dios!Además de estas
características, se dan ciertas polaridades que la liturgia tiene que integrar: Es institución objetiva, que
transmite el don del origen, que siéndonos entregado a la vez nos está sustraído; es universalmente válida
pero se expresa en formas históricamente situadas (ritos diversos: bizantino, latino, mozárabe...).
Catequesis en audio:
Participación en el Foro
- Libro La Eucaristía
- Ecclesia De Eucharistia
- Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la rececpción de la comunión eucarística por parte de los
fieles divorciados que se han vuelto a casar
- Redemptionis Sacramentum
Sobre algunas cosas que se deben observar o evitar acerca de la Santísima Eucaristía
Teología de la Celebración
Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia (SC 26)
Generalidades
El hombre por naturaleza es un ser celebrante y es ésta una de sus manifestaciones que lo aproximan a su
plena realización: el hombre no puede dejar de celebrar, si lo hace mutilaría algo de sí, dejaría de ser él
mismo. Pero ¿qué tiene que ver la celebración con el hombre? Tiene que ver mucho, pues ella se basa en la
dimensión expresiva y festiva del hombre, dimensión innata y esencial en él.
El hombre es un “animal religioso”, está religado al Absoluto (vive una constante relación con Dios), que
lo llama a religarse también con “los otros”. Los hombres construyen de esta manera un sistema solidario
de creencias (religión) para religarse con “el totalmente Otro”. Esta religación la ejecutan desde la
celebración, pues el hombre quiere celebrar siempre el encuentro de gozo con el Absoluto, fin y verdad
de su existencia.
Desde la fe podemos reafirmar lo anterior, ya que el hombre celebra el encuentro gozoso con aquel que
lo ha salvado y creado. Este acto celebrativo de la fe se da desde la Liturgia, haciéndose acto significativo,
ritual y festivo dentro de un lugar y de un tiempo concretos.
El Concilio Vaticano II recordó que las acciones litúrgicas pertenecen a la Iglesia y tienen como sujeto a
todo el Pueblo de Dios (cf. SC 26). El Catecismo de la Iglesia Católica utiliza también esta categoría en el
título de la segunda parte, y dedica a este concepto un capítulo (cf. CEC 1135-1209).
Entonces, para que la Liturgia sea una Celebración, es necesario que asuma y transforme la vida, y para
ello tener una comunidad viva, porque participa de la vida, es decir, es solidaria con “los gozos y
esperanzas, tristezas y angustias” de nuestro pueblo. Sólo una comunidad solidaria con la historia, que
vive inserta en el proceso del país podrá rezar válidamente sin alienación.
La celebración tiene como núcleo central el Misterio Pascual del Señor. Este Misterio Pascual del Señor
debemos descubrirlo y celebrarlo en nuestra historia, pues Él nos salvó en la historia y nos sigue salvando
en ella.
Desde la etimología “celebrar” y “celebración” proceden del latín (celebrare-celebratio), lo mismo que el
adjetivo “célebre” (céleber). Desde el punto de vista etimológico significan lo mismo que frecuentare, es
decir, el acto de reunirse varias personas en un mismo lugar. Celebrar implica siempre una referencia a un
acontecimiento que provoca un recuerdo o un sentimiento común. Célebre es no sólo el lugar
frecuentado para la reunión, sino también el momento de la reunión, y naturalmente el hecho que la
motiva.
En el lenguaje común latino estas palabras tenían como objeto las fiestas paganas, los juegos del circo y
los espectáculos en general, con un evidente matiz popular, comunitario e, incluso, religioso. La palabra
celebrar y sus derivadas se cargaron de acepciones honoríficas, para con los dioses y para con los
hombres que eran venerados –por ejemplo, los héroes de la guerra o los atletas-, aludiendo también a las
manifestaciones externas del honor y la veneración (boato, solemnidad, etc.).
1. Desde la antropología
2. La celebración tiene una dimensión escatológica. “En la liturgia terrena pregustamos y participamos de
la liturgia celestial” (SC 8). Es el “ya, pero todavía no”.
3. La celebración tiene una dimensión comunitaria y eclesial. La celebración es una acción de Cristo y su
Pueblo, jerárquicamente ordenado, es decir, de Cristo Cabeza y de los miembros de su Cuerpo. La
celebración es causa y manifestación de la Iglesia. De esta manera la celebración litúrgica incide en la
misión y en la pastoral de la Iglesia; en la vida social y política.El fin primario de la celebración es la
actualización en Palabras y Gestos, de la salvación que Dios realiza en su Hijo Jesucristo por el poder del
Espíritu Santo. En la celebración se evoca para que se haga presente la salvación (vida, pasión, muerte y
resurrección de Cristo) en sus acontecimientos. El verbo celebrar traduce la expresión bíblica hacer
memoria
1. Debemos rescatar el carácter de “acción total”, tanto a nivel personal y social que posee la celebración.
Por lo tanto, la celebración tiene una dimensión ritual: celebrar es actuar ritualmente, de manera
significativa, movidos por un acontecimiento. En este sentido la celebración es la liturgia de la acción.
Desde este punto de vista la celebración posee cuatro componentes: el acontecimiento que motiva la
celebración, la comunidad que se hace asamblea celebrante, la acción ritual y el clima festivo que lo llena
todo.
2. La celebración es “manifestación de una presencia salvadora que comunica la salvación”. La
celebración de esta manera posee una dimensión mistérica. Ella responde a la “liturgia como misterio”
(presencia y actuación de Dios en la historia).
Nos dice san Juan Clímaco en su libro “Escala espiritual”: “el silencio inteligente es madre de la oración,
liberación del atado, combustible del fervor, custodio de nuestros pensamientos, atalaya frente al
enemigo... amigo de las lágrimas, seguro recuerdo de la muerte, prevención contra la angustia, enemigo
de la vida licenciosa, compañero de la paz interior, crecimiento de la sabiduría, mano preparada de la
contemplación, secreto camino del cielo “ (Escalón 11–30).
Nos dice el papa Juan Pablo II en su carta apostólica del 4 de diciembre de 2003, con motivo del
cuadragésimo aniversario de la Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la Sagrada Liturgia: “Un
aspecto que es preciso cultivar con más esmero en nuestras comunidades es la experiencia del silencio.
Resulta necesario para lograr la plena resonancia de la voz del Espíritu Santo en los corazones y para unir más
estrechamente la oración personal con la palabra de Dios y la voz pública de la Iglesia. En una sociedad que
vive de manera cada vez más frenética, a menudo aturdida por ruidos y dispersa en lo efímero, es vital
redescubrir el valor del silencio. No es casualidad que, también más allá del culto cristiano, se difunden
prácticas de meditación que dan importancia al recogimiento. ¿por qué no emprender con audacia
pedagógica, una educación específica en el silencio dentro de las coordenadas propias de la experiencia
cristiana? Debemos tener ante nuestros ojos el ejemplo de Jesús, ´el cual salió de casa y se fue a un lugar
desierto, y allí oraba´(Mc 1, 35). La liturgia, entre sus diversos momentos y signos, no puede descuidar el del
silencio” (n. 13).
Es necesario el silencio para escuchar la Palabra de Dios, para prepararnos a escuchar esa Palabra. Dios se
hizo Palabra en Jesús, y condición para escuchar esa Palabra es el silencio: silencio del corazón, de la
mente, de los sentidos, silencio ambiental.
Hay un hermoso pasaje de la Biblia en 1 Sam 3, 10 cuando el joven Samuel en el silencio de la noche le dice
a Dios: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”. Guardamos silencio para escuchar a Dios, preparar el
terreno de nuestra alma para que caiga y germine esa semilla de la Palabra de Dios en el corazón durante
esa ceremonia o celebración litúrgica (misa, bautismo, celebración penitencial, matrimonio, ordenación,
etc); si estamos dispersos y hablando, la semilla se malogra y se pierde.
¿Cuáles son esos momentos de silencio?
Antes de la misa y de cualquier ceremonia litúrgica nos deberíamos preparar con el silencio, para
reflexionar y pensar: ¿Qué vamos a hacer?; ¿con quién vamos a encontrarnos?; ¿qué nos pedirá Dios en
esta ceremonia?; ¿cómo debemos vivir esta ceremonia?; ¿qué traemos a esta ceremonia?; ¿qué deseamos
en esta eucaristía?; ¿qué pensamos dar a Dios?
Por eso urge hacer silencio en la iglesia antes de la misa, o de un bautismo, o de una boda... Hemos
entrado en el recinto sagrado y hay que preparar el corazón, que será el terreno preparado donde Dios
depositará la semilla fecunda de la salvación.
Antes del “Yo confieso”: es un silencio para ponernos en la presencia del tres veces santo, reconocer
nuestra condición de pecadores y pedirle perdón, y de esta manera poder entrar dignos a celebrar y vivir
los misterios de pasión, muerte y resurrección de Cristo.
Antes de la oración colecta: el sacerdote dice: “Oremos”. Es aquí donde el sacerdote, en nombre de
Cristo, recoge todas nuestras peticiones y súplicas, traídas a la santa Misa. Antiguamente se usaban
también otras fórmulas, dichas por el diácono, para llamar la atención de la asamblea antes de esta
oración:· “Guardad silencio”.· ”Prestad oídos al Señor”.En este silencio cada uno concreta sus propias
intenciones. Por eso se llama oración colecta, porque colecciona y recoge los votos, intenciones y
peticiones de toda la Iglesia orante.
Después de la lectura del Evangelio, si no hay homilía; si hay homilía, después de la misma. ¿Qué
significado tiene ese breve silencio? Dejar que la Palabra de Dios, leída y explicada por el ministro de la
Iglesia, vaya penetrando y germinando en nuestra alma. ¡Ojalá se encuentre siempre el alma abierta! ¡Qué
pena sería que ese silencio fuera un torbellino de distracciones! Sería dejar meter los pajarracos que nos
comerán esa semilla apenas sembrada en las lecturas y en el Evangelio.
Momento de la elevación de la Hostia consagrada y del Cáliz con la sangre de Cristo en la consagración.
Es un silencio de adoración, de gratitud, de admiración ante ese milagro eucarístico. Es un silencio donde
nos unimos a ese Cristo que se entrega por nosotros.
Después de la comunión, viene el gran silencio. Silencio para escuchar a ese Dios que vino a nuestra alma,
en forma de pan, silencio para compartir nuestra intimidad con Él. Silencio para ponernos en sus manos.
Silencio para unirnos a todos los que han comulgado y encomendar a quienes no han podido comulgar.
¡Aquí está la fuerza de la comunión!
También se recomienda un brevísimo silencio después de cada petición en la oración de los fieles. Aquí
es un silencio impetratorio, donde pedimos por todas las necesidades de la Iglesia, del mundo y de los
hombres.
Es muy aconsejable, después de la misa quedarse unos minutos más en silencio, para poder agradecer a
Dios este augusto y admirable sacramento, al que nos ha permitido participar en la santa misa.En los
demás sacramentos también hay momentos de silencio fecundo:
En las ordenaciones sacerdotales: cuando el obispo impone las manos sobre la cabeza de ese diácono que
en breve será consagrado sacerdote... Es un silencio sobrecogedor. ¡En ese momento viene el Espíritu
Santo y a ese hombre le concede Dios la gracia de ser sacerdote, ministro de Dios, que “obra en nombre
de Cristo, Maestro, Pastor y Pontífice, y actúa en su persona” , otorgándole el poder de consagrar el pan y
el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y el poder de confesar los pecados, en nombre de Cristo! Lo
convierte Dios de simple hombre a ministro de su gracia para la salvación del mundo.
En la unción de los enfermos: es un silencio para pedir a Dios la gracia de la curación espiritual, sin duda, y
la corporal, si es la voluntad de Dios.
En un momento antes de la bendición de los novios: silencio para pedir a Dios la gracia de la fidelidad de
los nuevos esposos.
El domingo es, desde el punto de vista histórico, la primera fiesta cristiana; más aún, durante bastante
tiempo fue la única. Los primeros cristianos comenzaron enseguida a celebrarlo, pues ya hablan del
domingo la primera carta a los corintios (16, 1), el libro de los Hechos (20, 27), la Didaché (14, 1) y el
Apocalipsis (1, 10).
Al inicio se le llamaba el día del Señor, el día primero de la semana, el día siguiente al sábado, el día octavo,
el día del sol. Hoy ya lo llamamos domingo.
Tal vez una de las más importantes tareas cristianas de la actualidad sea la de devolver al domingo su
carácter sagrado, litúrgico. Devolución que entrañará dos fases: retomar nosotros mismos el carácter
sacro propio de ese día; y procurar que los demás también lo comprendan y lo asuman.
He dicho devolución porque quizá la pérdida del sentido sagrado del domingo sea una de las señales más
claras de esta situación de desacralización o secularismo que caracteriza al mundo actual.
“Domingo”, “Día del Señor”, como queriendo decir “Día para el Señor” es uno de esos elementos en que
se concentran y resumen todas las más importantes líneas de contenido del mensaje cristiano.
Por eso, ya Juan XXIII en su famosa encíclica “Pacem in terris”, del 15 de mayo de 1961, a los 70 años de la
“Rerum Novarum” decía en el número 252: “Para defender la dignidad del hombre como creatura dotada
de un alma hecha a imagen y semejanza de Dios, la Iglesia ha urgido siempre la observancia del tercer
mandamiento del Decálogo: “Acuérdate de santificar las fiestas”. Es un derecho de Dios exigir al hombre que
dedique al culto un día de la semana en el cual el espíritu, libre de las ocupaciones materiales, pueda elevarse
y abrirse con el pensamiento y con el amor a las cosas celestiales, examinando en el secreto de su conciencia,
sus deberes hacia su Creador”.
A propósito del domingo, dice la constitución conciliar sobre la Sagrada Liturgia: “La Iglesia, por una
tradición apostólica que tiene su origen en el día mismo de la resurrección de Cristo, celebra el misterio
pascual cada ocho días, en el día que es llamado, con razón, “Día del Señor” o domingo. En este día, los fieles
deben reunirse a fin de que, escuchando la Palabra de Dios y participando en la eucaristía, recuerden la
pasión, resurrección y la gloria del Señor Jesús, y den gracias a Dios que los “hizo renacer a la viva esperanza,
por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos” (1 Pe 1, 1). Por eso, el domingo es la fiesta primordial
que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles de modo que sea también día de alegría y de
liberación del trabajo...El domingo es el fundamento y el núcleo del año litúrgico.
del domingo con el sábado judío, del que nos habla el Antiguo Testamento
El sábado judío contiene algunos elementos que anuncian lo que será nuestro domingo.
El sábado judío era el día del descanso. Dios cesó de toda la tarea que había hecho (cf Gn 2, 2). Dios
bendijo ese día y lo santificó (cf Gn 2, 3). Es también, más tarde, el día para la reunión sagrada (cf Lev 23,
3), para presentar ofrendas al Señor (Lev 24, 5-9). Es, además, día para recordar las maravillas que obró el
Señor en Egipto, al realizar la liberación de su pueblo amado (cf Deut 5, 12-15). Es un día para imitar a Dios
y para santificarse el hombre (cf Is 1, 11-19; 58, 13-14; Ez 22, 26). Esta fiesta del sábado es para todos, no
sólo para quien es judío, sino también para quienes están vinculados con él (cf Ex 20, 10).
¿Por qué el cristianismo pasó el día de descanso para el domingo y no para el sábado?
La razón fundamental es que el domingo celebramos la resurrección de Jesús. Y Jesús resucitó el “primer
día de la semana”. Y el primer día de la semana, computado al modo judío, es el que sigue al sábado.
La primitiva comunidad cristiana, guiada por el Espíritu Santo y conducida por los apóstoles, ya desde el
comienzo de su existencia, después de Pentecostés, comenzó a celebrar este primer día con clara
intuición del cambio operado desde el Antiguo Testamento (sombra, profecía, anuncio) al Nuevo
Testamento (luz, cumplimiento, realidad).
A partir de este contenido fundamental del domingo, día de la resurrección del Señor, Luz del mundo,
podemos comprender sus restantes significados y el mensaje concreto para nuestras vidas, siguiendo la
carta apostólica del papa Juan Pablo II sobre el Domingo del 31 de mayo de 1998. He aquí el resumen de
esta carta:
Celebración de la misa en Domingo Se realiza una celebración dominical puesto que el domingo es el "Día
del Señor"
La Instrucción General de la sagrada Congregación para el Culto Divino de 1971, en su número 12 nos dice:
“La Liturgia de las Horas extiende a los varios momentos del día las alabanzas y acciones de gracias,
igualmente que la memoria de los misterios de la salvación, los ruegos y la pregustación de la gloria
celestial que se nos ofrecen en el Misterio eucarístico que es el centro y la cumbre de toda la vida de la
comunidad cristiana. Además, la misma celebración eucarística se prepara óptimamente por la Liturgia de
las Horas, ya que las disposiciones para la fructuosa celebración de la eucaristía, como son la fe, la
esperanza, la caridad, la devoción y el espíritu de sacrificio, adecuadamente se excitan y crecen en ella”.
El papa Juan Pablo II en su carta apostólica del 4 de diciembre de 2003, con motivo del cuadragésimo
aniversario de la Constitución conciliar sobre la Sagrada Liturgia nos dice lo siguiente: “Es importante
introducir a los fieles en la celebración de la Liturgia de las Horas, que, como oración pública de la Iglesia, es
fuente de piedad y alimento de la oración personal. No es una acción individual o privada, sino que pertenece
a todo el cuerpo de la Iglesia...Por tanto, cuando los fieles son convocados y se reúnen para la Liturgia de las
Horas, uniendo sus corazones y sus voces, visibilizan a la Iglesia, que celebra el misterio de Cristo. Esta
atención privilegiada a la oración litúrgica no está en contraposición con la oración personal; al contrario, la
supone y exige, y se armoniza muy bien con otras formas de oración comunitaria, sobre todo si han sido
reconocidas y recomendadas por la autoridad eclesial” (14).
Es el resultado de un proceso por el cual aquella doble exhortación del Señor Jesús a la oración y a la
oración comunitaria se va estructurando en una serie de súplicas que, distribuidas a lo largo de cada
jornada, impregnan todo el día. Germen de esto lo podemos encontrar en la primitiva comunidad cristiana
que se reunía para la oración (cf Hech 2, 42). 46).
Ciertamente no es una oración cualquiera. Es, más bien, una plegaria litúrgica, oficial, que vincula en la
misma plegaria a todos los fieles de todos los lugares, por lo que se realiza aquello de que, aunque sea
una multitud dispersa a través del mundo, “tiene un solo corazón y una sola alma” (Hech 4, 32) y busca
tener también una sola voz, uniéndose en las mismas palabras. “De esta manera las oraciones hechas en
común poco a poco se ordenaron como una serie definida de “horas” (o momentos). Esta Liturgia de las
Horas u Oficio Divino, enriquecido por las lecturas, es, sobre todo, oración de alabanza y de súplica y
también oración de la Iglesia con Cristo y a Cristo” (Instrucción General, n. 2).
Por esto podemos comprender que la Liturgia de las Horas es una nueva manera de ejercicio de la
participación del sacerdocio de Cristo, por lo que constituye un derecho de todo bautizado y una dignidad
de la que nadie debería sentirse al margen. Y por eso, hay que desterrar definitivamente la idea de que
esta Liturgia de las Horas sea tarea que compete sólo a los sacerdotes y a los religiosos y religiosas de
especial consagración.
Todo el pueblo de Dios está llamado a tomar parte en ella. Por lo que la constitución conciliar sobre la
Sagrada Liturgia expresa: “Se recomienda a los laicos que recen el Oficio Divino o con los sacerdotes o
reunidos entre sí e incluso en particular”(n. 100). Y unos números atrás nos decía la misma constitución
conciliar: “La función sacerdotal de Jesucristo se prolonga a través de su Iglesia que sin cesar alaba al
Señor e intercede por la salvación de todo el mundo no sólo celebrando la eucaristía, sino también de
otras maneras, principalmente recitando el Oficio Divino”(n. 83).
La estructura concreta se realiza mediante una serie de oraciones, que señalan, consagran, santifican
diversos momentos del día.
En el fondo de la estructura subyace todavía la clásica manera antigua de computar las horas que, en
comparación con la actual, nuestra, va de tres en tres horas. Así primitivamente y, sobre todo, en los
monasterios, el Oficio Divino comprendía ocho momentos de oración en el transcurso de cada jornada (8
por 3 = 24 horas).
A propósito de lo cual, resulta positivo incluso para nosotros, hombres del siglo XXI, recordar las palabras
de san Juan Crisóstomo, que no han perdido actualidad: “Porque somos hombres, nos relajamos y
distraemos fácilmente. Por eso, cuando una hora, o dos o tres después de tu plegaria, te das cuenta de
que tu primer fervor se ha entibiado, recurre lo más pronto posible a la oración y enciende de nuevo tu
espíritu que se enfría. Si haces esto durante todo el día, encendiéndote a ti mismo por frecuentes
plegarias no darás ocasión al demonio para tentarte o para que entre dentro de tus pensamientos”.
Y ya mucho antes de san Juan Crisóstomo, las Constituciones Apostólicas del siglo II-III recomendaban a
los cristianos: “Debéis orar por la mañana, a la hora tercia, sexta, nona, a la tarde y al canto del gallo”.
Catequesis en audio:
Conoce la importancia de seguir las normas litúrgicas para salvaguardar la grandeza del misterio que se
celebra en la Santa Misa
Participación en el Foro:
No cabe duda de que el empleo de las lenguas vernáculas está permitido, sobre todo en la liturgia de la
Palabra, pero la regla general que precede al texto conciliar dice literalmente: «Se conservará el uso de la
lengua latina en los ritos latinos, salvo derecho particular» (Sacrosanctum Concilium 36, 1).
Sobre la orientación del altar de cara al pueblo, el texto no dice nada; ese detalle no aparece más que en
las Instrucciones postconciliares. La directiva más importante se encuentra en el párrafo 262 de la
Institutio Generalis Missalis Romani (Instrucción General sobre el nuevo Misal Romano), publicada en
1969, que dice así: «Es preferible que el altar mayor se encuentre exento, y no pegado a la pared, de modo
que se pueda rodear fácilmente y celebrar el servicio divino cara al pueblo (versus populum)». Y la
Instrucción General sobre el Misal, publicada en 2002, mantiene el texto inalterado, aunque añade una
cláusula subordinada: «Lo cual es deseable siempre que sea posible».
En muchos sectores, esta cláusula se interpretó como una manera de forzar el texto de 1969, para hacerle
decir que, en adelante, era obligatorio colocar el altar de cara al pueblo, donde fuera posible. Sin
embargo, esa interpretación fue rechazada el 25 de septiembre de 2000 por la Congregación para el Culto
Divino, al declarar que el término expedit (es deseable) no implicaba una obligación, sino que era sólo una
sugerencia. La Congregación decía que la orientación material debe distinguirse de la espiritual. Aunque el
sacerdote celebre versus populum, siempre tendrá que estar orientado hacia Dios por medio de
Jesucristo (versus Deum per Iesum Christum). Los ritos, los signos, los símbolos y las palabras jamás
podrán explicar de manera exhaustiva la realidad misma del misterio de la salvación. Por eso, la
Congregación añade una advertencia contra cualquier postura unilateral y rígida en este debate. Es una
clarificación importante, porque da a entender lo que en las formas simbólicas externas de la liturgia es
puramente relativo, y se opone al fanatismo que, por desgracia, ha sido tan frecuente en las controversias
de los últimos cuarenta años. Al mismo tiempo, subraya el dinamismo interior de la acción litúrgica, que
jamás podrá expresarse en su totalidad por medio de fórmulas puramente externas. Y esa orientación
interior es válida tanto para el sacerdote como para el pueblo congregado; es una orientación hacia el
Señor.
El liturgista de Innsbruck Josef Andreas Jungmann, uno de los arquitectos de la Constitución sobre la
Sagrada Liturgia, se declaró desde el principio abiertamente opuesto a la expresión polémica de que,
antes, el sacerdote celebraba de espaldas al pueblo. Jungmann insistía en que el tema de discusión no era
el hecho de que el sacerdote diera la espalda al pueblo, sino, al contrario, que estuviera en la misma
dirección que el pueblo. La liturgia de la Palabra tiene carácter de proclamación y diálogo, al que
pertenecen esencialmente exhortación y respuesta. Por el contrario, en la liturgia eucarística el sacerdote
lidera al pueblo en la plegaria y se dirige a Dios en unión con el pueblo
Es muy importante conocer las partes de la misa para vivirla como Dios quiere.
Las indicaciones que siguen corresponden a la Ordenación del Misal Romano. Las letras indican la posición
que deben asumir los fieles ( P: parados; S: sentados; R: arrodillados)
1. RITOS INICIALES
Entrada (P)
Mientras entra el sacerdote comienza el canto de entrada. El fin de este canto es abrir la celebración,
fomentar la unión de quienes se han reunido y elevar sus pensamientos a la contemplación del misterio
litúrgico o de la fiesta.
Cuando llega, el sacerdote besa el altar. Terminando el canto de entrada, el sacerdote y la asamblea hacen
la señal de la cruz . A continuación el sacerdote, por medio del saludo, manifiesta a la asamblea reunida la
presencia del Señor.
Terminado el saludo, el sacerdote o el monitor puede hacer a los fieles una brevísima introducción sobre
la misa del día.
Después el sacerdote invita al Acto penitencial, que se realiza cuando toda la comunidad hace su
confesión general termina con la conclusión del sacerdote.
Señor, ten piedad(P)
Después del acto penitencial, se empieza el “Señor, ten piedad”, a no ser que éste haya formado ya parte
del mismo acto penitencial. Si no se canta el “Señor, ten piedad”, al menos se recita.
Gloria (P)
Este es un antiquísimo y venerable himno con que la iglesia, congregada en el Espíritu Santo, glorifica a
Dios Padre y al Cordero , y le presenta sus súplicas. Si no se canta, al menos lo han de recitar todos, o
juntos o alternadamente.
El sacerdote invita al pueblo a orar; y todos, a una con el sacerdote, permanecen un rato en silencio.
Luego, el sacerdote lee la oración que expresa la índole de la celebración; el pueblo la hace suya diciendo
amen.
2. LITURGIA DE LA PALABRA
La Eucaristía es sacramento de toda la vida de Jesús. Mediante las Lecturas bíblicas nos acercamos a ella:
a) La primera lectura.(S) Se toma del Antiguo Testamento y nos sirve para entender muchas de las cosas
que hizo Jesús.
b) Salmo Responsorial.(S) Formando parte de la misma Liturgia de la Palabra tenemos los Cantos
interleccionalesDespués de la 1º Lectura, sigue un Salmo Responsorial , que se toma del Leccionario. El
salmista o cantor del salmo, desde el ambón o desde otro sitio oportuno, proclama las estrofas del salmo,
mientras toda asamblea escucha è y además participa con su respuesta.
c) La segunda lectura. (S)Se toma del Nuevo Testamento, ya sea de los Hechos de los Apóstoles o de las
cartas que escribieron los primeros apóstoles. Esta segunda lectura nos sirve para conocer cómo vivían
los primeros cristianos y cómo explicaban a los demás las enseñanzas de Jesús. Esto nos ayuda a conocer
y entender mejor lo que Jésus nos enseñó. También nos ayuda a entender muchas tradiciones de la
Iglesia. Después de la segunda lectura se canta el Aleluya, que es un canto alegre que recuerda la
Resurrección u otro canto según las exigencias del tiempo litúrgico .
d) El Evangelio. (P) Se toma de alguno de los cuatro Evangelios de acuerdo al cíclo litúrgico y narra una
pequeña parte de la vida o las enseñanzas de Jesús. Es aquí donde podemos conocer cómo era Jesús, qué
sentía, qué hacía, cómo enseñaba, qué nos quiere transmitir. Esta lectura la hace el sacerdote o el
diácono.
e) Homilía (S)Conviene que sea una explicación de las Lecturas, o de otro texto del Ordinario, o del Propio
de la Misa del día, teniendo siempre el misterio que se celebra y las particulares necesidades de los
oyentes.
g) Oración universal (P)En la oración universal u oración de los fieles, el Pueblo, ejercitando su oficio
sacerdotal, ruega por todos los hombres(Papa, Iglesia, Estado, necesidades....).La asamblea expresa su
súplica o con una invocación común, que se pronuncia después de cada intención, o con una oración en
silencio.
3. LITURGIA EUCARÍSTICA
Preparación de los dones (S)Al comienzo de la Liturgia eucarística se llevan al altar los dones que se
convertirán en el cuerpo y en la Sangre de Cristo: es de alabar que el pan y el vino lo presenten los mismos
fieles. Acompaña a esta procesión el canto del ofertorio, que se alarga por los menos hasta que los dones
han sido colocados sobre el altar.
Plegaria eucarística (P)Este el centro y el culmen de toda la celebración. Es una plegaria de acción de
gracias y de consagración. El sentido de esta oración es que toda la congregación de fieles se una con
Cristo en el reconocimiento de las grandezas de Dios y en la ofrenda del sacrificio.Los principales
elementos de que consta la Plegaría eucarística pueden distinguirse de esta manera:
Rito de la comuniónYa que la celebración eucarística es un convite pascual, conviene que, según el
encargo del Señor, su Cuerpo y su Sangre sean recibidos por los fieles, debidamente dispuestos, como
alimento espiritual. Significa "común unión". Al acercarnos a comungar, además de recibir a Jesús dentro
de nosotros y de abrazarlo con tanto amor y alegría, nos unimos a toda la Iglesia en esa misma alegría y
amor
a) La oración dominical (P): se pide el pan de cada día, con lo que también se alude, para los cristianos, el
pan eucarístico, y se implora el perdón de los pecados. El embolismo, que desarrolla la última petición,
pide para todos los fieles la liberación del poder del mal.
b) El rito de la paz (P): con que los fieles imploran la paz y la unidad para la iglesia y para toda la familia
humana y se expresan mutuamente la caridad antes de participar de un mismo pan.
c) El gesto de la fracción del pan:(P) realizado por Cristo en la última Cena, en los tiempos apostólicos fue
el sirvió para denominar la integra acción eucarística. Significa que nosotros, que somos muchos, en la
comunión de un solo pan de vida, que es Cristo, nos hacemos un solo cuerpo (1 Co 10,17)
d) Inmixión o mezcla (P): el celebrante deja caer una parte del pan consagrado en le cáliz
[originariamente era un trozo del pan consagrado en otra comunidadel domingo anterior: signo de
comunión entre las diversas comunidades cristianas]
e) Mientras se hace la fracción del pan y la Inmixión, los cantores o un cantor cantan el Cordero de Dios:
Esta invocación puede repetirse cuantas veces sea necesario para acompañar la fracción del pan. La
última vez se acompañará con las palabras danos la paz.
f) Preparación privada del sacerdote.
g) Luego, el Sacerdote muestra a los fieles el pan eucarístico.
h) Es muy de desear que los fieles participen del Cuerpo del Señor con pan consagrado en esa misma
Misa. Comulgar es la mejor forma de participar del sacrificio que se celebra.
i) Mientras el sacerdote y los fieles reciben el Sacramento tiene lugar el canto de comunión, canto que
debe expresar, por la unión de voces, la unión espiritual de quienes comulgan, demostrar, al mismo
tiempo, la alegría del corazón y hacer más fraternal la procesión de los que van avanzando para recibir el
Cuerpo de Cristo. Si no hay canto, se reza la antífona propuesta por la Misal.
j) Terminada la distribución de la comunión, el sacerdote y los fieles, si juzgan oportuno, pueden orar un
rato recogidos. Si se prefiere, puede también cantar toda la asamblea un himno, un salmo o algún otro
canto de alabanza.
k) En la oración después de la comunión, el sacerdote ruega para que se obtengan los frutos del misterio
celebrado. El pueblo hace suya esta oración con la aclamación “Amén.”
4. RITO DE CONCLUSIÓN (P)El rito final consta de saludo y bendición sacerdotal, y de la despedida, con la
que se disuelve la asamblea, para que cada uno vuelva a sus honestos quehaceres alabando y bendiciendo
al Señor.
Ornamentos de la Misa
La Eucaristía es la conmemoración del sacrificio de Cristo conforme la actualización cristiana del rito de la
Pascua judía. En la Pascua judía se conmemora la salida de Egipto (leer Exodo 12), en la Pascua cristiana se
conmemora la salvación por la muerte en la cruz de Jesús (la palabra "Pascua" viene de un término
hebreo que significa "paso").
El libro que usa el padre para leer se llama "misal", el cual reposa sobre un "atril" en el altar. El misal
recuerda el libro judío que contiene el Seder o ritual de la pascua, libro denominado Hagadá.
Lo mismo que en la cena judía de Pascua, en el altar católico durante la misa se colocan dos cirios.
La especie de bufanda que se pone el sacerdote es la "estola", que representa el poder sacerdotal y que
tiene origen en el manto de oración de los judíos; debe utilizarse cuando se administran sacramentos.
Blanco: Representa alegría, se utiliza en la Fiesta del Señor, María, santos y los ángeles.
Rojo: Color del fuego y la sangre, usado en Pentecostés y fiestas de mártires.
Verde: Recuerda la esperanza, se usa en los domingos luego de Pentecostés.
Morado: el color de la penitencia, utilizado en Adviento, Cuaresma y en las misas de difuntos.
Negro: Color del dolor, del viernes santo.
El incienso que se quema es la continuación del uso judío de ese elemento, ordenado por Yavé desde los
tiempos del Arca de la Alianza:"Harás también un altar para quemar el incienso." (Ex 30, 1)Y dice el libro
primero de las Crónicas:"Aarón fue separado juntamente con sus hijos para consagrar por siempre las
cosas muy sagradas, para quemar incienso ante Yavé, para servirlo y para bendecir en su nombre por
siempre." (1 Cr 23, 13)
La hostia, una vez consagrada por el sacerdote, es el cuerpo de Cristo; el vino, será la sangre de Cristo. Y
no en forma figurada.
En la cena judía de Pascua se comía cordero, el cual cumplía la función de tomar sobre sí los pecados de
los comensales. En la Pascua católica, se come con la hostia el cuerpo y sangre de Jesucristo (por eso el
pan y el vino), el Cordero de Dios que toma sobre sí los pecados del mundo:"Al día siguiente Juan vio a
Jesús que venía a su encuentro, y exclamó: “Ahí viene el Cordero de Dios, el que carga con el pecado del
mundo." (Jn 1, 29)Es Jesús quien ordena comer su cuerpo y beber su sangre:"Los judíos discutían entre sí:
“¿Cómo puede éste darnos a comer carne?” Jesús les dijo: “En verdad les digo que si no comen la carne
del Hijo del Hombre y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi
sangre vive de vida eterna, y yo lo resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es
verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él." (Jn 6, 52-55)El día
en que Jesús instituye el sacerdocio con sus apóstoles, en la Ultima Cena, ordena celebrar la misa:"Esto es
mi cuerpo, que es entregado por ustedes. Hagan esto en memoria mía.” Hizo lo mismo con la copa
después de cenar, diciendo: “Esta copa es la alianza nueva sellada con mi sangre, que es derramada por
ustedes”. " (Lc 22, 19-20)Se cumplió la profecía de Jeremías:"Ya llega el día, dice Yavé, en que yo pactaré
con el pueblo de Israel (y con el de Judá) una nueva alianza." (Jr 31, 31)Por eso la misa también es la
renovación de la Alianza.Otros elementos son:
Corporal: Pieza cuadrada de tela sobre la que descansa la Eucaristía. Sobre ella se pone la patena y el cáliz
durante la Misa. Antiguamente la Sagrada Hostia descansaba directamente sobre el corporal desde el
ofertorio hasta la fracción. También se pone debajo de la custodia durante la Exposición del Santísimo.
Debe de ser de lino o cánamo y no de otro tejido. No debe llevar bordado mas que una pequeña cruz. Para
guardarlo debe doblarse en nueve cuadrados iguales.
Caliz: Recipiente en forma de copa con ancha apertura. En la Liturgia cristiana, el cáliz es el vaso sagrado
por excelencia, indispensable para el sacrificio de la Santa Misa ya que debe contener el vino que se
convierte en la Sangre Preciosísima de Cristo. El cáliz nos recuerda ciertos pasajes bíblicos en los cuales
Jesús asocia a si mismo y de una nueva manera, el uso de una copa: los discípulos ¨tomarán de la copa que
Jesús tomarᨠ(Mc 10: 38). En al Última Cena, la copa contenía vino que ¨es Su Sangre¨, y en Getsemaní
Jesús ora para que si es posible, se aparte de él ¨la copa¨.Su forma, materia y estilo han variado mucho en
el curso de la historia. Los cálices solían ser de oro y tenían a veces un valor extraordinario. Debe,
preferiblemente, para el cáliz metales preciosos. No puede ser hecho de ningún material que absorba
líquidos. El pie o soporte puede ser de otra materia. El Cáliz debe consagrarse exclusiva y definitivamente
para el uso sagrado en la Santa Misa.
Bolsa del Corporal:Donde se guarda el corporal una vez terminada la Santa Misa
Copón: Vaso con tapa en que se conservan las Sagradas Hostias, para poder llevarlas a los enfermos y
emplearla en las ceremonias de culto. En la actualidad los copones suelen ser de menos estatura que los
cálices para distinguirlos de estos.
Custodia: Recipiente sagrado donde se pone la Eucaristía de manera que se pueda ver para la adoración.
También se le llama ostensorium, del latín ostendere, mostrar.Hay gran variedad de tamaños y el estilos.
Generalmente alrededor de la Eucaristía se representan rayos que simbolizan las gracias conferidas a los
que adoran.
Gremial: Paño cuadrado que se ciñe el obispo durante ceremonias litúrgicas, por ejemplo en el lavatorio
de los pies de la Misa del Jueves Santo. El gremial de seda y encaje para las misas pontificas ya no se usa.
Uno de lino u otro material puede utilizarse.
Hijuela: Paño blanco que se coloca sobre la patena (paño circular), o sobre el cáliz (paño cuadrado).
Hisopo: Utensilio con que se esparce el agua bendita, consistente en un mango que lleva en su extremo
un manojo de cerdas o una bola metálica hueca y agujereada para sostener el agua. Se usa con el acetre.
Acetre: Caldero de agua bendita que se usa para las aspersiones litúrgicas. El agua se recoge del acetre y
se dispersa con el hisopo.
Incienso: Resinas aromáticas, en forma granulada o en polvo, que se queman en el incensario durante
algunas liturgias. Su humo tiene fragancia. Cuando se bendicen son un sacramental. Quemar incienso
significa celo y fervor; su fragancia: virtud; el humo que se eleva: las oraciones que ascienden al cielo. Se
usa en la Misa para el libro de los Evangelios, el altar, el pueblo de Dios, los ministros y el pan y el vino. Se
usa también en la bendición con el Santísimo, en procesiones.
Luneta: Pieza de oro, o dorada, en que se encierra la Sagrada Hostia para ser expuesta. Ver también
"custodia" y "luneta".
Mitra: Utilizada por los obispos en la liturgia, símbolo del episcopado. En el "Cæremoniale Romanum"
aparecen tres tipos de mitras:1- la "mitra pretiosa" para cuando se utiliza el Te Deum en el Oficio Divino, es
la mas ornamentada. 2- "auriphrygiata", para el adviento y la cuaresma. 3- "simplex", para días de ayuno y
penitencia, Viernes Santo y funerales.
Naveta: Recipiente, muchas veces en forma de pequeña nave, para el incienso que se utiliza en las
ceremonias.
Patena: Plato redondo donde se pone la Sagrada Hostia. Debe ser de metal precioso como el cáliz y
también debe ser consagrado exclusiva y definitivamente para el uso en la Santa Misa.
Purificador: Pequeño lienzo que utiliza el sacerdote en la Misa para purificar el cáliz.
Velo Humeral: Paño que cubre los hombros del ministro cuando lleva el Santísimo Sacramento en
procesión o cuando da la bendición con El.
Velo del Cáliz: El que cubre el cáliz fuera del ofertorio y el canon de la misa. Es del mismo color litúrgico
que los ornamentos.
Vinajeras: Las vasijas para el vino y el agua que se usan en la Santa Misa. Generalmente son de cristal y se
colocan en una bandeja pequeña. Es permitido que sean de otro material (bronce, plata, oro e incluso de
cerámica bien sellada) siempre y cuando puedan dignamente contener los líquidos.Usualmente tienen
asas y tapones. Son de diferentes estilos y tamaños. Tradicionalmente, para evitar confusión al utilizarlas,
las vinajeras se gravaban las iniciales "V" y "A", por el latín vinum y aqua. Las vinajeras junto con las
hostias no consagradas pueden ser llevadas en procesión por dos fieles y presentadas al sacerdote
durante el Ofertorio.
Viril: Pieza redonda, tradicionalmente de cristal transparente con borde de oro o dorado, en que se pone
la Sagrada Hostia para sostenerla en la Custodia. También se usa un viril para guardar reliquias en un
relicario. Ver también "luneta"
Catequesis en audio:
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¿Qué es la Plegaria Eucarística y cuáles son sus principales elementos?
4. La Liturgia en la Misa II Parte
La Palabra de Dios ocupa un puesto preeminente en la celebración litúrgica, pues es vital para la
comunidad cristiana
La palabra de Dios vivida en la liturgia
En el Concilio fueron los documentos sobre la revelación (DV: Dei Verbum), sobre la Iglesia (LG: Lumen
Gentium) y la liturgia (SC: Sacrosanctum Concilium) los que más subrayan esta renovada estimación hacia
la Palabra. En el magisterio posterior destacan en este sentido documentos como “La Enagelización en el
mundo contemporáneo” (EN: Evagelii Nuntiandi), de Pablo VI en 1975; “La catequesis en nuestro tiempo”,
de Juan Pablo II en 1979 (CT: Catechesi Tradendae ); “La misión del redentor”, de Juan Pablo II en 1990
(RM: Redemptoris Missio). Cf. También las páginas de Juan Pablo II dedicada a la palabra de Dios en sus
cartas “Vicesimus Quintus annus” de 1988, n. 8; “Dominicae Cenae”, de 1980 n. 10 y recientemente en su
Carta apostólica, , “Dies Domini”, n. 39-41, del 31 de mayo de 1998, sobre la santificación del domingo.
Antes de ver el proceso de la Palabra de Dios celebrada en la historia debemos resaltar el hecho que,
todas las liturgias de Oriente y Occidente han reservado un puesto privilegiado a la Sagrada Escritura en
todas sus celebraciones. La versión de los LXX fue el primer libro litúrgico de la Iglesia (cf. 2 Tim 3,15-16).
El aprecio y la celebración de la Palabra de Dios ya era un valor heredado de los judíos: desde las grandes
asambleas del AT, para escuchar la palabra (Ex 19-24, Neh 8-9) y la estructura de la celebración en el culto
sinagogal, centrado en las lecturas bíblicas y en la oración de los salmos. Era fácil de ahí el paso a la
celebración cristiana, con la conciencia de que Dios, que había hablado a su pueblo por boca de los
profetas, ahora nos ha dirigido su palabra por medio de su Hijo (cf. Heb 1,1-2), la Palabra hecha persona (Jn
1,14).
El propio Jesús, que citaba las Escrituras del Antiguo Testamento, aplicándolas a su persona y a su obra,
no solamente mandó acudir a la Biblia para entender su mensaje (Jn 5, 39), sino que, además, nos dio
ejemplo ejerciendo el ministerio del lector y del homileta en la sinagoga de Nazareth (cf. Lc 4,16-21) y
explicando a los discípulos de Emaús «cuanto se refería a él comenzando por Moisés y siguiendo por
todos los profetas» (cf. Lc 24,27), antes de realizar la «fracción del pan» (cf. Lc 24,30). En efecto, después
de la resurrección hizo entrega a los discípulos del sentido último de las Escrituras, al «abrirles las
inteligencias» para que las comprendiesen (cf. Lc 24,44-45).
Hacia el año 155, en Roma, San Justino dejó escrita la más antigua descripción de la eucaristía dominical.
La celebración comenzaba con la Liturgia de la Palabra (cf. San Justino, I Apología 67). Es muy probable
que, desde el principio, la liturgia cristiana siguiera la práctica sinagogal de proclamar la Palabra de Dios en
las reuniones de oración y en particular en la Eucaristía (cf. Hch 20,7-11). Por otra parte, es fácilmente
comprensible que, cuando empezaron a circular por las Iglesias los «los recuerdos de los Apóstoles», su
lectura se añadiese a la del Antiguo Testamento. Más aún, muchas de las páginas del Nuevo Testamento
han sido escritas después de haber formado parte de la transmisión oral en un contexto litúrgico.
El Concilio Vaticano II no dudo en referirse a los leccionarios de la Palabra de Dios como tesoros bíblicos
de la Iglesia, disponiendo que se abriera con mayor amplitud (SC 51; cf. 92). En este sentido el Concilio
afirmó también la importancia de la Sagrada Escritura en la Celebración de la liturgia (cf. SC 24).
Esta abundancia obedece a la convicción de la presencia del Señor en la Palabra proclamada. «En efecto;
en la Liturgia Dios habla a su pueblo y Cristo sigue anunciando el Evangelio. Y el pueblo responde a Dios, ya
con el canto ya con la oración.» (SC 33). La Iglesia sabe que, cuando abre las Escrituras, encuentra siempre
en ellas la Palabra divina y la acción del Espíritu, por quien la «voz del Evangelio resuena viva en la Iglesia»
(DV 8; cf. 9, 21).
La Palabra leída y proclamada en la liturgia es uno de los modos de la presencia del Señor junto a su
Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica : «Está presente con su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la
Sagrada Escritura» (SC 7). En efecto, la Palabra encarnada «resuena» en todas las Sagradas Escrituras, que
han sido inspiradas por el Espíritu Santo con vistas a Cristo, en quien culmina la revelación divina (cf. DV 11-
12; 15-16, etc.).
La misma homilía, cuya misión es ser «una proclamación de las maravillas obradas por Dios en la historia de
la salvación o misterio de Cristo: misterio, que está siempre presente y activo en nosotros, particularmente
en las celebraciones litúrgicas.» (SC 35,2; cf. 52), goza también de una cierta presencia del Señor, como
afirma el papa Pablo VI: «(Cristo) está presente en su Iglesia que predica, puesto que el Evangelio que ella
anuncia es la Palabra de Dios y solamente se anuncia en el nombre, con la autoridad y con las asistencia de
Cristo...» (cf. Mysterium Fidei , n. 20).
El leccionario, dinamismo celebrativo de la Palabra de Dios
Se llama leccionario al libro que contiene un sistema organizado de lecturas bíblicas para su uso en las
celebraciones litúrgicas, aunque también se aplica al de las páginas patrísticas del Oficio de Lecturas
(antiguo oficio de Maitines, hoy celebración basada en una más abundantes meditación de la Palabra de
Dios que puede hacerse a cualquier hora del día [cf. OGLH 55]), y que mantiene no obstante, el carácter
nocturno de la liturgia coral [cf. SC 88]).
Como ya hemos intuido, la comunidad cristiana al principio leía directamente la Biblia, con amplia libertad
de elección, «mientras el tiempo lo permite», como decía el año 150 San Justino. Pero pronto se vio la
conveniencia de una selección de lecturas para los diversos tiempos y fiestas. Según el modo de indicar las
varias perícopas o unidades de lectura bíblica este libro se fue llamando «capitulare», que señalaba las
primeras y las últimas palabras de cada pasaje, o bien «comes» o «liber comitis» -en la liturgia hispánica
«liber commicus»- (de «comma», sección, coma), en que constan las lecturas íntegras. Según los
contenidos, más tarde se diversificaron el «epistolario» y el «evangeliario», cuando se organizaron por
separado esas lecturas.
Las diversas familias litúrgicas de Oriente y Occidente fueron configurando con criterios de selección
propios sus leccionarios. Casi siempre fueron fieles a las tres lecturas: el profeta, el apóstol y el evangelio,
para la Eucaristía. Algunos de los más antiguos y famosos son el «Comes de Würzburg», el más antiguo en
Occidente, y el Leccionario armenio de Jerusalén, en Oriente.
En la reforma del Vaticano II, una de las realidades que más riqueza a aportado a la celebración son los
nuevos Leccionarios. Antes teníamos un «misal plenario», con lecturas y oraciones juntas. Ahora el Misal
Romano consta de dos libros: el Misal, que es el libro del altar o de las oraciones, y el Leccionario, el «Ordo
Lectionum Missae» (=OLM). Este segundo está dividido en varios volúmenes: el leccionario dominical en
tres ciclos, el ferial en dos, el santoral, el ritual para los sacramentos, el de las misas diversas y votivas,
siguiendo así la consigna del Concilio de ofrecer al pueblo cristiano una selección más rica y más variada
de la Palabra de Dios (cf. SC 51). La primera edición latina del nuevo Leccionario apareció en 1969. En 1981,
al publicarse la segunda, se enriqueció notoriamente su introducción.
Hay Leccionario bíblico también para el Oficio de Lectura de la Liturgia de las Horas, con la peculariedad
de que, además de la serie de lecturas que consta el libro oficial, se anunciaba ya desde el principio,
aunque se ha tardado mucho en realizar oficialmente la idea, un leccionario bienal que permite leer
íntegramenrte en dos años toda la Biblia, excepto el evangelio, que se reserva para la Misa (cf. IGLH 140-
158).
Para las misas con niños, su Directorio (DMN 43) sugiere a las Conferencias Episcopales que, si lo creen
conveniente, confeccionen un Leccionario para estas Misas. Para las cuarenta y seis Misas Votivas de la
Virgen María (1987) también han aparecido los dos libros: el Misal con las Oraciones y el Leccionario.
El Leccionario usado en la celebración liutúrgica debe ser digno, decoroso, que manifieste en su misma
apariencia el respeto que a la comunidad cristiana le merece su contenido: la Palabra que Dios nos dirige
(cf. OLM 35-37). Por eso se rodea de signos de aprecio: el que proclama el Evangelio besa el Libro, que
antes se puede llevar en procesión al inicio de la Misa e incensar en días festivos, etc.
El leccionario proclamado, domingo tras domingo, o día tras día, a la comunidad cristiana, es el mejor
catecismo abierto, que continuamente alimenta y ayuda a profundizar la fe (cf. OLM 61).
El Salmo Responsorial parte integrante de la Liturgia de la Palabra
Aunque el testimonio de Justino, en el siglo II, no nos habla todavía de un salmo intercalado, sabemos que
es antiquísima su existencia, heredada en la liturgia judía. En tiempo de San Agustín era de uno de los
elementos preferidos de la Liturgia de la Palabra: él mismo, en sus homilías, lo cita con frecuencia y a
veces lo convierte en tema principal de sus palabras.
En los siglos posteriores se fue dando más importancia a la música que al texto del salmo y se fue
complicando su realización, convirtiéndose en patrimonio de especialistas, con el canto gregoriano de los
«graduales» y «tractos». En la actual reforma se ha ido clarificando el papel de este salmo en el conjunto
de la celebración de la Palabra. Al principio a veces se llamó «canto interleccional», pero luego se prefirió
más ajustadamente llamarlo «salmo responsorial»: primero porque no es un canto cualquiera, sino un
salmo; y además, porque su forma de realización es responsorial, o sea, la comunidad va respondiendo
con su estribillo o antífona, a ser posible cantada, a las estrofas que va recitando o cantilando el salmista.
En la liturgia hispánica se llama «psallendum».
La OLM, el nuevo Leccionario, describe la finalidad y las modalidades de realización de este salmo
responsorial (OLM 19,22 y 56). Se trata de dar a la celebración un tono de serenidad contemplativa: el
salmo prolonga poéticamente y ayuda a la comunidad a interiorizar el mensaje de la primera lectura
bíblica. Por eso debe ser dicho «de la manera más apta para la meditación de la Palabra de Dios» (OLM 22),
sobre todo el canto, porque éste «favorece la percepción del sentido espiritual del salmo y la meditación
del mismo» (OLM 21).
Jesús en su ultimo mandato se dirigió no solamente a los Sacerdotes y diáconos, sino también a nosotros
los laicos, que tenemos también el legítimo derecho de proclamar la Palabra de Dios.
Mis hermanos y hermanas, cuando hablamos de proclamar la Palabra de Dios, estamos hablando de
comunicar lo que Dios quiere decir a su pueblo, de lo que el Señor, creador y Padre de todos, quiere poner
en la mente y el corazón de los que lo escuchan, siempre con la finalidad de que esa Palabra produzca
frutos de vida eterna.
La comunicación es un arte a través del cual podemos llevar mensajes a los demás. Pero para que ese
mensaje que queremos transmitir llegue, a los que nos oyen en una forma clara y precisa, es necesario
que usemos los términos correctos.
A veces, no le damos gran importancia a las palabras que vamos a usar, porque en el común hablar nos
entendemos. Sin embargo, así no debe ser, porque los vocablos tienen significados diferentes. Los
cristianos católicos muchas veces confundimos la expresión "Decir la Misa" con "Celebrar la Misa", y
usamos tanto una como la otra para significar lo mismo.
En realidad "Decir la Misa" no es lo mismo que "Celebrar la Misa", porque "Decir La Misa significa tomar
un libro y leer lo que dice, pero "Celebrar la Misa" es algo más. Celebrar la Misa significa fiesta, alegría,
participación, Celebrar el Sacrificio de Acción de Gracia al Señor. Por eso, no es adecuado preguntar
"¿Quien va a decir la Misa?"; lo correcto será decir "¿Quien va a Celebrar La Santa Misa?".
Otro concepto que debemos entender es Ministerio. En Latín, la Palabra Ministerio significa Servicio. De
ahí que un Ministro que ejerce un Ministerio es un servidor de la comunidad.
Cristo resume su vida no en ser servido, sino en servir, y esto nos pone de frente a la importancia que
tiene el hecho de servir en cualquier ministerio. El ministerio, el servicio a los demás, nos asemeja a Cristo.
El que no vive para servir, no sirve para vivir; en otras palabras, no está haciendo nada vivo. Por eso, todos
debemos siempre preguntarnos, ¿Qué Ministerio estoy yo ejerciendo en mi comunidad?.
Las ultimas palabras de Cristo que encontramos en Mt. 28,19-20, y que se consideran como el mandato
final de Jesús a los apóstoles son: "Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, Bautícenlos en
el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he
encomendado" (Mt. 28, 19-20).
Estas palabras de Cristo son también para nosotros, y con ellas Cristo nos manda ir por todo el mundo
predicando, ejerciendo el Ministerio de la Palabra. San Pablo nos dice también que la fe entra por la
Palabra, y ese es el mandato de Cristo para todos nosotros.
San Marcos 16,15 nos dice: "Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la Creación". Y esa
Buena Nueva la anunciamos cuando Predicamos y Proclamamos la Palabra de Dios. Nos sigue diciendo
San Marcos 16,16, que "El que crea se Salvará y el que no crea se condenará". Por tanto, la fe viene con la
Predicación de la Buena Nueva, por la profecía, recordando que profetizar no es tanto anunciar cosas
desconocidas, sino dar a conocer lo que Dios dice a su pueblo, y el profeta lo dice solo por la acción de
Espíritu que lo impulsa. Eso es profetizar.
Esta gran verdad lo confirma San Pedro cuando habla del Discurso que pronunció después de la Venida de
Pentecostés sobre el Colegio apostólico. En Hechos 2,15, San Pedro nos dice: "No estamos borrachos como
ustedes piensan, ya que apenas son las nueve de la mañana. Lo que pasa es que ha llegado lo que proclamó el
profeta Joel". Joel anunció que el mismo Dios en Espíritu se derramaría sobre sus hijos e hijas, y todos los
profetizaran.
Mis hermanos, Jesús en su último mandato se dirigió no solamente a los Sacerdotes y diáconos, sino
también a nosotros los laicos, que tenemos también el legítimo derecho de proclamar la Palabra de Dios.
Cuando un lector proclama, está ejerciendo un Ministerio tan importante, como el del Sacerdote y el
diácono. El Sacerdote no puede comer el Pan de la Eucaristía, si antes no se ha comido el Pan de la Palabra
de Dios, porque tiene como oficio transmitir al pueblo los mandatos de Dios.
El Lector o Ministro de la Palabra, con su presencia y con su voz, debe respetar la dignidad de su
ministerio. Hay conceptos muy prácticos que nos ayudan a comprender la dignidad del ministerio de la
Proclamación de la Palabra. Y esto es algo muy importante, porque quizás sin pensarlo, a veces podemos
minimizar o disminuir la dignidad de la Palabra de Dios en muchas, a veces con nuestra forma de vestir, a
veces con nuestro comportamiento, a veces con el vocabulario, y otras veces con formas y actitudes que
plantean ciertas interrogantes a los que nos observan.
En cualquier ministerio que sea, y digamos que muy especialmente para la Mesa de la Palabra, debemos
usar la vestidura que exteriormente nos prepare para ese ministerio.
El altar es algo que se puede considerar como un escenario donde hay velas, manteles, etc. Hay también
un personaje que es el Ministro, el Sacerdote, que también y según el tiempo litúrgico que esté viviendo la
Iglesia, se viste de un color o de otro. Hay también servidores del altar, Ministros Especiales de la
Eucaristía, y todo eso va creando un ambiente.
El Lector es parte de ese conjunto integrado, por lo que siempre debe presentarse con dignidad.
Debemos siempre recordar que aunque el lector es muy importante, es mucho más importante el
Mensaje de Dios a su pueblo. La misión del lector no es más que poner su persona, que es algo
secundario, y por tanto, debe presentarse con mucha humildad, y siempre listo y preparado en todo lo
que el puede, para que la gente reciba el mensaje de Dios.
Pero el Concilio Vaticano II nos enseño que la Misa es más simple, pero más valiosa que lo que antes
conocíamos; que solo hay dos grandes momentos:
Ambas mesas son igualmente importantes. No podemos comer con frutos la comunión, si antes no
alimentamos nuestra fe con el Pan de la Palabra de Dios.
Estas dos partes, juntas y equilibradas, forman la celebración dominical, y tan importante es la mesa de la
Palabra, como la mesa de la Eucaristía.
Esto nos debe ayudar a comprender lo importante que es este Ministerio de Proclamar la Palabra de Dios.
La Liturgia es el servicio que la Iglesia ha aprobado para celebrar dignamente la Palabra de Dios, la Mesa
de la Palabra y la Mesa de la Eucaristía.
Posturas y Gestos Corporales en la Misa
En la celebración de la Misa levantamos nuestros corazones, nuestras mentes y nuestras voces a Dios,
pero somos criaturas compuestas tanto de cuerpo como de alma y es por esto que nuestra oración no
está confinada a nuestras mentes, a nuestros corazones y a nuestras voces, sino que también se expresa
en nuestro cuerpo. Cuando nuestro cuerpo participa en nuestra oración, rezamos con toda nuestra
persona, como espíritus personificados tal como Dios nos creó. Este compromiso de todo nuestro ser en
oración nos ayuda a orar con una mejor atención.
Durante la Misa asumimos diferentes posturas corporales: nos ponemos de pie, nos ponemos de rodillas,
nos sentamos y también somos invitados, a realizar una serie de gestos. Estas posturas y gestos
corporales no son meramente ceremoniales. Tienen un significado profundo, así, cuando se realizan con
comprensión, pueden realzar nuestra participación personal en la Misa. De hecho, estas acciones
representan la manera en que comprometemos nuestro cuerpo en la oración, que es la Misa.
Cada postura corporal que asumimos en la Misa enfatiza y refuerza el significado de la acción en la que
estamos participando en ese momento en nuestro culto.
Ponernos de pie es un signo de respeto y honor, así que nos ponemos de pie cuando el celebrante, en
representación de Cristo, entra y sale de la asamblea.
Desde los inicios de la Iglesia, esta postura corporal ha sido interpretada como una postura de aquellas
personas elevadas con Cristo y que están en la búsqueda de cosas superiores.
Cuando nos ponemos de pie para la oración, asumimos nuestra estatura completa ante Dios, no con
orgullo, sino con una humilde gratitud por las cosas maravillosas que Dios ha hecho al crearnos y
redimirnos. Por medio del Bautismo, se nos ha dado a compartir una parte de la vida de Dios y la posición
de pie es un reconocimiento de este don maravilloso.
Nos ponemos de pie para escuchar el Evangelio, la cúspide de la revelación, las palabras y las escrituras
del Señor y los obispos de los Estados Unidos han elegido la posición de pie como la postura que se debe
observar en este país para la recepción de la Comunión, el sacramento que nos une de la manera más
profunda posible con Cristo quien, ahora gloriosamente resucitado de entre los muertos, es la causa de
nuestra salvación.
En los inicios de la Iglesia, la postura de rodillas simbolizaba la penitencia: ¡la consciencia del pecado nos
derrumba!
La postura de rodillas estaba tan íntegramente identificada con la penitencia que a los antiguos cristianos
se le prohibía arrodillarse los domingos y durante la Semana Santa, en que el espíritu prevalecedor de la
liturgia era de gozo y acción de gracias.
Durante la Edad Media, la posición de rodillas significaba que un vasallo le rendía homenaje a su amo. Más
recientemente, esta postura ha venido a significar adoración. Es por esta razón que los obispos de este
país han elegido la posición de rodillas para que se ponga en práctica durante toda la Plegaria Eucarística.
La posición sentada es para escuchar y meditar, de esta forma, la congregación toma asiento durante las
lecturas previas al Evangelio y puede, del mismo modo, sentarse durante el período de meditación que le
sigue a la Comunión.
Los gestos también comprometen a nuestro cuerpo en la oración. Uno de los gestos más comunes es la
Señal de la Cruz, con la que damos inicio a la Misa, y con la que, en la forma de una bendición, ésta
concluye.
Ya que debido a Su muerte en la cruz, Cristo redimió a la humanidad, nos hacemos la señal de la cruz en
nuestra frente, labios y corazones al inicio del Evangelio. Sobre este tema, el Reverendo Padre Romano
Guardini, un erudito y profesor de liturgia, escribió lo siguiente:
Cuando nos hagamos la señal de la cruz, que ésta sea una verdadera señal de la cruz. En lugar de un gesto
menudo y apretado que no proporciona ninguna noción acerca de su significado; hagamos, en vez, una
gran señal, sin nigún apuro, que empiece desde la frente hasta nuestro pecho, de hombro a hombro,
sintiendo conscientemente cómo incluye a todo nuestro ser, nuestra mente, nuestra actitud, nuestro
cuerpo y nuestra alma, cada una de nuestras partes en un solo momento, cómo nos consagra y nos
santifica ...(Señales Sagradas, 1927).
Sin embargo, existen otros gestos corporales que intensifican nuestra oración en la Misa. Durante el "Yo
Confieso", la acción de golpear nuestro pecho en el momento de formular las palabras "por mi culpa"
puede fortalecernos y hacernos más conscientes de que nuestro pecado es por nuestra culpa.
En el Credo, estamos invitados a hacer una venia en el momento de formular las palabras que
conmemoran la Encarnación: "fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María
Virgen y se hizo hombre".
Este gesto significa nuestro profundo respeto y gratitud a Cristo quien, por medio de Dios, no dudó
ningún momento en venir entre nosotros como un ser humano y compartir nuestra condición humana
para salvarnos del pecado y restablecer nuestra amistad con Dios. Esta gratitud se expresa aún con una
mayor solemnidad durante la Fiesta de la Anunciación del Señor y en la Navidad, en que hacemos una
venia cuando escuchamos estas palabras.
Nos ponemos de pie como familia de Dios, establecida como tal por el Espíritu de adopción. En la plenitud
de ese mismo Espíritu, invocamos a Dios como Padre. Después del Padrenuestro viene el Saludo de la Paz,
gesto mediante el cual expresamos por medio de un apretón de manos y el saludo de la paz que lo
acompaña, que estamos en paz con nosotros mismos y que no guardamos enemistad.
Este intercambio es simbólico. Compartir la paz con las personas a nuestro alrededor representa para
nosotros y para ellos la totalidad de la comunidad de la Iglesia y de toda la humanidad.
Por último, en la nueva Instrucción General, se nos pide que hagamos una señal de reverencia, a ser
determinada por los obispos de cada país o región, antes de recibir de pie la Comunión. Los obispos de
este país han determinado que la señal que ofreceremos antes de la Comunión será una venia, un gesto
por medio del cual expresamos nuestra reverencia y honramos a Cristo, quien viene a nosotros como
alimento espiritual.
Además de servir como un medio en la oración de los seres compuestos de cuerpo y alma, las posturas y
los gestos corporales que hacemos en la Misa cumplen otra función muy importante. La Iglesia ve en
estas posturas y gestos corporales comunes tanto un símbolo de unidad de aquellos que han venido a
reunirse para rendir culto como un medio para afianzar dicha unidad.
No estamos libres de cambiar estas posturas de acuerdo a nuestra propia piedad, ya que la Iglesia deja
bien claro que nuestra unidad en las posturas y gestos corporales son una expresión de nuestra
participación en un Cuerpo formado por las personas bautizadas con Cristo, nuestra cabeza.
Cuando nos ponemos de pie, cuando nos arrodillamos, cuando nos sentamos, cuando hacemos una venia
y lo mismo cuando hacemos una señal como una acción en común, atestiguamos sin ambigüedad que
somos en verdad el Cuerpo de Cristo, unidos en el corazón, la mente y el espíritu.
Catequesis en audio:
¿Sabías que existen otras formas de celebrar la santa misa además del rito que usamos en América y
Europa?
Da click en el siguiente enlace y escucha el tema: - Santa Misa: Rito latino y ritos orientales
Participación en el Foro
¿Qué encuentra la Iglesia en las escrituras?
¿Qué significa “Celebrar la Misa”?
¿Qué representan las posturas corporales que asumimos en la misa?
- Carta del Papa a los Obispos sobre "Summorum Pontificum" La Carta de Benedicto XVI a los obispos de
todo el mundo sobre el Motu Proprio Summorum. Referente al misal de Juan XXIII
- Ecclesia De Eucharistia
- Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la rececpción de la comunión eucarística por parte de los
fieles divorciados que se han vuelto a casar
- Redemptionis Sacramentum
Sobre algunas cosas que se deben observar o evitar acerca de la Santísima Eucaristía
a) El Templo
5. Elementos de la El templo está consagrado para el culto a Dios. Es verdad que Dios está presente
Liturgia I Parte en todas partes, pero quiere tener un lugar visible de su presencia en este mundo.
Y esto es el templo, la casa de Dios, que más comúnmente llamamos “iglesia”. Por
eso, siempre que vemos una iglesia, nos acordamos de que Dios está presente en el mundo y hacemos la
señal de la cruz. El templo o iglesia es también la casa del pueblo de Dios, reunido para escuchar la Palabra
de Dios, para rezar, para fraternizar como hijos de Dios.
Al inicio, los primeros cristianos daban culto a Dios en casas particulares (casas romanas de dos pisos). Lo
requería la discreción y la prudencia, pues los emperadores romanos impedían todo culto público.
Fue Constantino en año 313 d.C. el que permitió el culto público y lo revistió de solemnidad y
magnificencia. Y fue él, el que mandó construir las basílicas, que eran edificios muy grandes, en un inicio
dedicadas al rey o emperador, y después ofrecidas a Dios, el Rey de reyes.
Durante siglos se han ido construyendo diversos tipos de templos dedicados a Dios:
Basílica: la basílicas mayores son siete y están en Roma; las menores, por todo el mundo, y ha sido el papa
quien ha querido honrarlas con ese título.
Catedral: donde tiene la sede o cátedra el obispo.
Iglesia abacial: donde tiene su sede un abad mitrado.
Iglesias parroquiales: para atender espiritualmente a un grupo de fieles y a cargo del párroco y sus
colaboradores sacerdotes, en una localidad o territorio delimitado.
Iglesia conventual: que pertenece a comunidades religiosas.
Capillas, oratorios públicos, semipúblicos o privados.
Torres y campanarios: que indican la presencia de Dios en ese lugar. Las flechas de los campanarios
rematan, las más de las veces, con una cruz, una veleta o un gallo. La cruz proclama el signo de Cristo; la
veleta recuerda los vaivenes de la fama y lo efímero de la vida; y el gallo es símbolo de la vigilancia.
La cripta: los primeros cristianos la usaban como sepulcro para sus santos mártires y para sitio de reunión
en el día del aniversario de su martirio. Con el tiempo, cada cripta sepulcral se convirtió en una pequeña
capilla sobre la que se erigieron luego otras iglesias superiores, haciendo coincidir los altares de ambas.
Ahora veamos el mobiliario litúrgico del templo es decir, el conjunto de muebles que adornan o
completan el templo.
Pila de agua bendita: lo primero que se encuentra, al entrar en una iglesia, es una o dos pilas de agua
bendita. Es un símbolo: purificarnos antes de comenzar una acción litúrgica en el templo sagrado. Esta
agua bendita es un sacramental, que debemos aprovechar con devoción, fe y reverencia.
Pila bautismal: los antiguos bautisterios han quedado hoy reducidos a una pila de piedra o de mármol,
más o menos grande y artística. Se la coloca en un ángulo de la Iglesia contigua al cancel, también en una
capilla separada por una verja. Hoy se tiende a emplazarlas en el presbiterio. A todo buen cristiano debe
inspirar agradecida devoción la pila, donde fue espiritualmente regenerado y hecho hijo adoptivo de Dios
y miembro de la comunidad eclesial.
Púlpito: estaba adosado al muro o en alguno de los pilares de la nave o del presbiterio. Hoy lo suplen los
ambones o simples atriles de la sede presbiteral con su micrófono. Desde el púlpito se predicaban los
sermones, la voz llegaba fuerte a la gente y el sacerdote podía ver a todos desde el mismo.
Ambón: es el lugar desde donde se proclama la Palabra de Dios, hacia el cual se dirige espontáneamente
la atención de los fieles durante la liturgia de la Palabra. Conviene que sea estable y no un mueble portátil.
Se usa sólo para proclamar las lecturas, cantar o leer el salmo responsorial y el pregón pascual, hacer la
homilía y la oración de los fieles. No debe usarse para el guía ni para el cantor o director de coro.
Los confesonarios: donde Cristo, a través de su Iglesia, en la persona del sacerdote, administra y ofrece el
sacramento de la confesión para el perdón de los pecados de los hombres. A partir del concilio de Trento,
en el siglo XVI, aparecieron los confesonarios cerrados a los lados, con paredes provistas de rejilla. Los
confesonarios actuales son funcionales y prácticos, y están situados en lugares especiales de la iglesia o
en capillas penitenciales.
Alcancías: destinadas a recoger las limosnas de los fieles, para el culto, la caridad de los necesitados, o
necesidades de la parroquia, para las vocaciones. Dichas alcancías sirven para fomentar la caridad y la
generosidad de todos.
Bancos: para sentarnos y escuchar la Palabra de Dios, pasar un rato de meditación íntima con el Señor.
Imágenes: ya sean pinturas (cuadros, mosaicos), ya sean esculturas (estatuas). Son incentivos de
devoción, medios de instrucción y elementos decorativos para el culto de Dios y de los santos. No deben
ser excesivos, deben ponerse en justo orden, y no distraer la atención de los fieles. No son signos de
superstición ni de idolatría, como creen los protestantes. A Dios Padre se le representa como un anciano
venerable. A Cristo: se le representa en el crucifijo, o el Sagrado Corazón, o sus emblemas: Buen Pastor, el
Cordero, el Pelícano. La figura típica del Espíritu Santo es la paloma, o las lenguas de fuego. Los ángeles
son figuras aladas. El Via crucis representa el camino de la cruz y las escenas de la Pasión del Salvador,
recordándonos el camino doloroso de Jesús para salvarnos.
Las lámparas: las velas se encienden para los actos litúrgicos. Siempre queda encendida una lámpara, la
del sagrario. Ella es fiel centinela que asiste día y noche, en nombre del pueblo cristiano, al Divino solitario
del sagrario, Jesús. Esa lamparita da fe de la presencia real de Jesús sacramentado. Simboliza también
nuestra vida que debe ir consumiéndose al servicio de Dios, en el silencio de nuestra entrega generosa y
abnegada.
El órgano: en el rito latino ha sido el instrumento más tradicional. Existe para el órgano una bendición
ritual, antes de su inauguración para el culto. Así dice el documento del Vaticano II: “téngase en gran
estima en la iglesia latina, el órgano de tubos, como instrumento musical tradicional, cuyo sonido puede
aportar un esplendor notable a las ceremonias eclesiásticas y levantar poderosamente las almas hacia
Dios y hacia las realidades celestiales” (Sacrosanctum Concilium, n. 120).
c) El Altar Representa a Cristo y es la mesa de su sacrificio y del banquete celestial, para quienes
caminamos hacia la eternidad. Es el corazón del templo. Por eso se lo besa, se lo inciensa. Tiene que ser de
piedra o mármol. ¡Es Cristo visible! Ya desde el Antiguo Testamento se construían altares para los
sacrificios a Yahvé. Tiene que ser alto, grande.El altar tiene sus accesorios:
El mantel: pues es banquete lo que se celebra sobre el altar. En esa “mesa” Dios Padre nos servirá a su
Hijo Jesús, como Cordero inmaculado, para alimento del alma.
Vasos y utensilios sagrados: El templo es como el palacio de Dios; el sagrario su recámara y como su sala
de recepción; el cáliz, la patena, el copón y la custodia son a modo de vajilla sagrada de la mesa
eucarística. Todos estos vasos y utensilios son sagrados. El cáliz y la patena se usan para la celebración del
Santo Sacrifico de la misa. El copón y la custodia sirven para conservar, trasladar o exponer el Santísimo
Sacramento. Vaso subsidiario es la teca o cajita, usada para llevar la comunión a los enfermos.
Otros: También son objeto de culto las crismeras, las vinajeras y el vasito de las abluciones; el incensario
con la naveta, la campana o campanilla, las bandejas, el acetre o calderillo con agua bendita para las
bendiciones y aspersiones; lleva dentro un hisopo
d) Vestiduras y ornamentos sagrados Las vestiduras pertenecen también a los elementos materiales de la
liturgia. Tienen también su profundo significado. Vestir una determinada ropa significa asumir la
personalidad correspondiente, asumir una identidad, puesta de manifiesto en esas vestiduras; por
ejemplo, la bata del médico, el uniforme militar, la sotana del sacerdote, etc. Estas vestiduras no indican
un poder sobre nadie; sino un servicio a los demás.
Alba: Del latín “alba”, blanca. Es una vestidura litúrgica común a todos los ministros. Es una túnica talar
blanca de mangas largas que cubre todo el cuerpo y se reviste sobre el vestido común. El sacerdote
representa con esa alba la pureza que el hombre recibe por los méritos del misterio pascual de Cristo.
También significa la penitencia y la pureza de corazón que debe llevar el sacerdote al altar. El alba se
coloca sobre el clergyman o la sotana. Esta es la oración que reza el sacerdote al ponerse el alba:
“Purifícame, Señor, y limpia mi corazón, para que purificado con la sangre del Cordero, pueda disfrutar de
los goces eternos”.
Roquete: Del latín “Rochetum”, especie de alba corta, hasta la altura de las rodillas, que se usa sobre la
sotana o el hábito religioso. También se llama sobrepelliz. Puede ser usada por el sacerdote o el diácono
para exponer el Santísimo, para una celebración de Bautismo, para un matrimonio.
Cíngulo: Del latín “cingulum”, cinturón. Es cuerda o cordón con la que se ajusta el alba a la altura de la
cintura. Aunque su uso es simplemente utilitario, sin embargo, podríamos ver que con el cíngulo el
sacerdote ata a la pureza del alba a todo el mundo, a los fieles y los lleva al altar para ofrecerlos en la
celebración. Esta es la oración del sacerdote al ponerse el cíngulo: “Cíñeme, Señor, con el cinturón de la
pureza y extingue en mis entrañas el fuego de la concupiscencia, para que permanezca en mí la virtud de
la continencia y de la castidad”.
Estola: Del griego “stolé”, vestido. Es prenda de tela alrededor del cuello del sacerdote, usada para las
celebraciones litúrgicas. La usan los obispos y presbíteros, colgando del cuello hacia delante; y los
diáconos, desde un hombro hasta la cintura atravesando en diagonal la espalda y el pecho. Es símbolo de
los poderes sagrados que recibe el sacerdote, como pastor que lleva a sus ovejas sobre sus hombros,
como maestro que enseña a sus discípulos; como guía que conduce a las almas hacia la vida eterna. Esta
es la oración que reza el sacerdote al ponerse la estola: “Devuélveme, Señor, la túnica de la inmortalidad,
que perdí por el pecado de los primeros padres; y, aunque me acerco a tus sagrados misterios
indignamente, haz que merezca, no obstante, el gozo eterno”.
Casulla: Del latín “casula”, cabaña. Vestimenta litúrgica amplia y abierta por los costados para la
celebración de la Misa. Se usa sobre el alba y la estola. Confeccionada en tela, tiene la forma de una capa
cerrada por delante o poncho. Cambia su color según la celebración y el tiempo litúrgico. Simboliza la
caridad que cubre todos los pecados y por apoyarse sobre los hombros, el suave yugo del Señor. Esta es la
oración que dice el sacerdote al ponerse la casulla: “Señor, que dijiste: Mi yugo es suave y mi carga ligera,
haz que lo lleve de tal manera que alcance tu gracia. Amén”.
Ínfulas: Cintas que cuelgan detrás de la mitra. Significan que el ministro debe poseer la ciencia del Antiguo
y del Nuevo Testamento.
Anillo: Del latín “anellus”, anillo. Insignia propia de los obispos. Simboliza su desposorio con la Iglesia local
o diócesis. También pueden usarlo algunos abades y abadesas. “El anillo que se impone al obispo significa
que contrae sagradas nupcias con la Iglesia....”Recibe este anillo, signo de fidelidad y permanece fiel a la
Iglesia, esposa santa de Dios”...Este anillo, símbolo nupcial, expresa el vínculo especial del obispo con la
Iglesia. Para mí es una llamada cotidiana a la fidelidad. Una especie de interpelación silenciosa que se hace
oír en la conciencia: ¿me doy totalmente a mi Esposa, la Iglesia?¿Soy suficientemente para las
comunidades, las familias, los jóvenes y los ancianos, y también para los que todavía están por nacer? El
anillo me recuerda también la necesidad de ser sólido “eslabón” en la cadena de la sucesión que me une a
los Apóstoles...” .
Báculo: Del latín “baculum”, bastón. Insignia litúrgica propia del obispo como pastor de la comunidad; lo
recibe el día de su ordenación y lo usa cuando preside una celebración en su diócesis. Simboliza que es
buen pastor de las ovejas, que apacienta, instruye, guarda y las defiende, como Cristo, el Buen Pastor. “Es
el signo de la autoridad que compete al obispo para cumplir su deber de atender a su grey. También este
signo se encuadra en la perspectiva de la preocupación por la santidad del Pueblo de Dios... En él veo
simbolizadas tres tareas: solicitud, guía, responsabilidad. No es un signo de autoridad en el sentido
corriente de la palabra. Tampoco es signo de precedencia o supremacía sobre los otros; es signo de
servicio... ¡Servir! ¡Cómo me gusta esta palabra! Sacerdocio “ministerial”, un término que sorprende...El
obispo tiene la precedencia en el amor generoso por los fieles y por la Iglesia” .
Solideo: Del latín “solus”, solo, y “Deo”, a Dios. Gorro de tela en forma de casquillo que usan los obispos,
y cubre la coronilla. Si son obispos, el color del solideo es violeta; si son cardenales, es rojo, y el Papa lo
usa de color blanco. Simboliza la protección de Dios y la dedicación a solo Dios.
Pectoral: Del latín “pectus”, pecho. Es cruz de metal, madera, marfil que llevan los obispos sobre el
pecho, como insignia de su cargo y dignidad. En la celebración de la Misa pueden llevarla sobre la casulla.
El día de la ordenación episcopal toman y aceptan sobre sus espaldas, de un modo más comprometido, la
cruz de Cristo, que no faltará en su ministerio episcopal.
e) Colores litúrgicos Después de haber explicado las vestiduras veamos ahora los diversos colores de las
vestiduras que se usan en la liturgia. Tienen también su sentido. Por un lado, expresan lo característico de
los misterios de la fe que se celebran, y por otro lado, exteriorizan con mayor eficacia el sentido
progresivo de la vida cristiana a lo largo del año litúrgico. Son como los semáforos para orientar nuestro
camino y nuestra peregrinación al cielo. También nosotros nos ponemos un vestido de color según el
tiempo, la estación, la fiesta o la circunstancia que celebramos. La Iglesia es pedagoga, maestra que
enseña con todo lo que nos ofrece en la liturgia.Desde el Papa Inocencio III (siglos XII y XIII) quedaron
como oficiales, para la liturgia, los siguientes colores: blanco, rojo, verde, morado y el negro. Y, aunque el
simbolismo de los colores cambia de cultura a cultura, sin embargo, podemos dar a los colores litúrgicos
un simbolismo que hasta ahora la Iglesia ha aceptado.
Blanco: simboliza la luz, la gloria, la inocencia. Por eso se emplea en los misterios gozosos y gloriosos del
Señor, en la dedicación de las Iglesias, en las fiestas, en las conmemoraciones de la Virgen, de los ángeles,
de los santos no mártires, y en la administración de algunos sacramentos (primera comunión,
confirmación, bodas, orden sagrado).
Rojo: es el color más parecido a la sangre y al fuego, y por eso es el que mejor simboliza el incendio de la
caridad y el heroísmo del martirio o sacrificio por Cristo. Se emplea para el Domingo de Pasión (domingo
de Ramos), Viernes Santo, Pentecostés, fiestas de la Santa Cruz, apóstoles, evangelistas y mártires.
Verde: ndica la esperanza de la criatura regenerada y el ansia del eterno descanso. Es también signo de
vida y de frescura y lozanía del alma cristiana y de la savia de la gracia de Dios. Se usa los domingos y días
de semana del tiempo ordinario. En la vida ordinaria debemos caminar con la esperanza puesta en el cielo.
Morado o violeta: es el rojo y negro amortiguados o si se quiere, un color oscuro y como impregnado de
sangre; es signo de penitencia, de humildad y modestia; color que convida al retiro espiritual y a una vida
algo más austera y sencilla, exenta de fiestas. Se emplea durante el Adviento y la Cuaresma, vigilias,
sacramentos de penitencia, unción de enfermos, bendición de la ceniza. Y hoy reemplaza al negro, que se
utilizaba en las exequias de difuntos.
Negro: es el color de los lutos privados, domésticos y sociales. Hoy se cambia por el morado para que así
resplandezca mejor el misterio Pascual.
Rosa: es símbolo de alegría, pero de una alegría efímera, propia solamente de algunos días felices, de las
estaciones floridas de cierta edad. Se puede usar en los domingos Gaudete y Laetare , tercer domingo de
Adviento y Cuaresma, respectivamente. Es para recordar a los ayunadores y penitentes de esas dos
temporadas la cercanía de la Navidad y Pascua.
Azul: color del cielo. Se puede usar en las misas de la Virgen, sobre todo el día de la Inmaculada
Concepción. Todos estos colores deben estar marcados también en nuestro corazón:
Debemos vivir con el vestido blanco de la pureza, de la inocencia. Reconquistar la pureza con nuestra vida
santa.
Debemos vivir con el vestido rojo del amor apasionado a Cristo, hasta el punto de estar dispuesto a dar
nuestra vida por Cristo, como los mártires.
Debemos vivir el color verde de la esperanza teologal, en estos momentos duros de nuestro mundo,
tendiendo siempre la mirada hacia la eternidad.
Debemos vivir el vestido morado o violeta, pues la penitencia, la humildad y la modestia deben ser
alimento y actitudes de nuestra vida cristiana.
Debemos vivir el vestido rosa, solo de vez en cuando, pues toda alegría humana es efímera y pasajera.
Debemos vivir con el vestido azul mirando continuamente el cielo, aunque tengamos los pies en la tierra.
El mismo Cristo los usó y les comunicó virtudes secretas en orden a la vida sobrenatural. Por ejemplo: el
agua en el perdón, la saliva en el ciego, el hálito en el cenáculo, etc. Jesús explotó su simbolismo en sus
discursos y parábolas: la luz, sal, vid, grano de mostaza, cizaña, etc.
¿Cuáles son?
a) La luz
De todas las obras de la creación, la luz parece ser la más excelente. Con ella empezó Dios a adornar el
mundo. Es la más hermosa de las creaturas naturales y de ella beben la belleza todas las demás. Con la luz
honraron los israelitas a la divinidad, por ejemplo, llevándola al Tabernáculo de Moisés y luego al templo
de salvación y fabricando para su uso lámparas de gran precio y suntuosos candelabros. Los mismos
paganos, para los templos de sus dioses y en sus fiestas. En la Vigilia Pascual se nos da la clave. La Iglesia
bendice la luz sacándola del nuevo fuego y la introduce a la iglesia con el cirio pascual. La luz, por tanto,
representa y rinde tributo a Jesucristo, “Luz del mundo”. La luz es figura de los ángeles, aparecidos con
frecuencia envueltos en celestiales resplandores, y también de las almas justas por su pureza y fe
radiantes.
b) El fuego
Es de los elementos más misteriosos y terribles, al mismo tiempo. Sin él, apenas se podría vivir. Es fuerza
que quema y alumbra, mata y vivifica, destruye y purifica. Sobrecogidos de espanto las tribus salvajes lo
adoraban como a una divinidad. La Iglesia utiliza constantemente el fuego para sus ritos:
Con el fuego anuncia la resurrección de Cristo, el Sábado Santo en la noche de la Vigilia Pascual.
En el incensario, fuego e incienso simbolizan el fervor de la oración y la entrega de nuestra vida, que se va
consumiendo poco a poco como suave perfume en honor a Dios.
c) Agua Es uno de los elementos más indispensables para la vida, y henchido de simbolismo. Al principio
del mundo, el Espíritu de Dios la acarició con su soplo como elemento de fecundidad; eran aguas repletas
de vida vegetal y animal. Y Jesús la santificó con su contacto en las corrientes del río Jordán. El agua con el
crisma forma parte de la materia del Bautismo. En los ritos judíos se usa para las abluciones y lustraciones.
La Biblia está llena de fuentes, de pozos; y con el agua del diluvio quiso Dios limpiar la maldad de la tierra.
Y Jesús de su costado abierto hizo brotar “sangre y agua”. Y su agua calma siempre la sed .
d)Saliva Jesús la usó para curar a un sordomudo y al ciego de nacimiento. Los santos Padres la
consideraban como símbolo de la sabiduría; la liturgia la ha usado tan sólo en el Bautismo, mojando en ella
la nariz y oídos del bautizado, diciendo: “Epheta”, “Abríos”. Así reproducía el gesto de Jesús al curar. De
esta manera, esos órganos están ya habilitados para oír con gusto la Palabra de Dios y aspirar el perfume
de la santidad. Dada la sensibilidad de los tiempos modernos, el nuevo ritual del bautismo suprimió el uso
de la saliva.
e) Aire El soplo del Creador infundió vida al hombre. Y el de Jesús resucitado comunicó a los apóstoles el
Espíritu Santo. Por siglos, ha figurado en el rito bautismal el soplo como signo de expulsión de Satanás,
del alma del bautizado.
f) Aceite Para la vida corporal, es alimento, medicina y condimento. Fortalece, suaviza, agiliza los
miembros y, cuando es legítimo aceite de oliva, aromatiza cuanto toca. En la vida espiritual, simboliza
también esto: fortaleza espiritual y corporal, valor curativo y conservativo de carácter espiritual, efusión
de la gracia, santificación e inhabitación del Espíritu Santo y testimonio cristiano, comunicación del poder
divino y consagración de objetos sagrados. Y por eso se usa como materia en algunos sacramentos:
g) Cera de abejas Se usa para el alumbrado propiamente litúrgico, es decir, para las Misas y demás
sacramentos y sacramentales. La vela encendida sirve para simbolizar a Cristo-Luz del mundo y significar
la fe y la oración de los fieles en presencia del Señor.
h) Pan y vino Son la base del alimento corporal del hombre. Simbolizan, al convertirse en verdadero
Cuerpo y Sangre de Cristo, que la Eucaristía es alimento indispensable de todos los cristianos. Son los
signos del sacrificio de su cuerpo y sangre como manjar espiritual del alma. El pan, hecho de muchos
granos, y el vino, de muchos racimos, son símbolo de la unión íntima entre los cristianos. Simbolizan
también la unidad de la Iglesia y de los cristianos con Cristo y entre sí, pues compartir el mismo pan y el
mismo vino son signos de fraternidad, amistad y unidad
i) Sal, que sazona y preserva Se dejó optativo en la fórmula ritual de la bendición del agua lustral como
remedio para poner en fuga los demonios y ahuyentar enfermedades. También se usó en el bautismo,
colocando unos granitos sobre la boca del bautizando.
j) Ceniza Es símbolo de la caducidad de la vida y de todo lo material, y, por lo mismo, símbolo del dolor, de
la penitencia, del arrepentimiento, de una gran aflicción. En la Biblia la expresión “cubrirse de ceniza y de
cilicio” es sinónimo de amarga penitencia y de muy gran duelo. La Iglesia nos la pone el día del miércoles
de ceniza “en señal de la humildad cristiana y como prenda del perdón que se espera”.
k) Incienso Nuestra vida se tiene que quemar en honor a Dios, dando suave aroma. En las solemnidades se
inciensa el altar y los santos, la cruz y el Santísimo Sacramento en señal de respeto y veneración. Se
inciensa al sacerdote como representante de Dios, y a los fieles para recordarles que, como pueblo santo
y sacerdotal, son concelebrantes y no sólo espectadores. Además, purifica el templo y nos eleva a Dios.
l) Flores Las flores naturales que adornan el altar y los santos significan fiesta, alegría, exultación piadosa.
En tiempo de cuaresma, tiempo fuerte de penitencia y austeridad, aunque se pueden poner algunas
plantas, no debe haber, sin embargo, flores en las iglesias, exceptuando el tercer domingo de cuaresma,
domingo del “Laetare”, y las solemnidades y fiestas que caen en cuaresma.
¿Qué virtud regula y encauza todo lo relacionado con la liturgia? Es la virtud de la religión, que procede a
su vez de la virtud cardinal de la justicia que nos inclina a dar a Dios el culto debido. Esta virtud de la
religión presupone las virtudes teologales y demostramos esta virtud con actos, ya sea internos, ya sea
externos.
Actos internos
Actos externos Son todas las ceremonias expresadas con la boca, lengua, sentidos, gestos, movimientos.
Las Ceremonias Las ceremonias son como la etiqueta sagrada y el comportamiento tanto de los ministros
sagrados como también de los fieles participantes. El objeto de las ceremonias, la finalidad de las
ceremonias es poner nuestro cuerpo al servicio del alma, y ambos al servicio de Dios. Al mismo tiempo
reflejan externamente la fe y piedad de la Iglesia y de los fieles cristianos. Las ceremonias son signos de lo
que pasa en nuestro interior. Por tanto, las ceremonias tienen estas características:
a) Actitudes Las actitudes del cuerpo son reflejo de lo que siente el alma. Estas son las actitudes más
importantes en la liturgia:
Estar de pie: es una forma de demostrar nuestra confianza filial, y nuestra disponibilidad para la acción,
para el camino. El estar de pie significa la dignidad de ser hijos de Dios, no esclavos agachados ante el
amo. Es la confianza llana del hijo que está ante el padre a quien respeta muchísimo y a quien al mismo
tiempo tiene cariño. Al mismo tiempo, al estar en pie manifestamos la fe en Jesús resucitado que venció a
la muerte, y la fe en que nosotros resucitaremos también; el estar agachado y postrado no es la última
postura del cristiano; sino el estar en pie resucitado.
De rodillas: sólo ante Dios debemos doblar nuestra rodilla. Ante nadie más. Esto nos otorga la dignidad de
sentirnos libres ante las criaturas. No debemos arrodillarnos ante el dinero, ni ante el trabajo, ni ante
amos humanos. También el ponernos de rodillas significa que nos reconocemos pecadores ante Él. El
fariseo del Evangelio no quiso arrodillarse. La genuflexión ante el Santísimo es un saludo reverencial de fe,
en homenaje de reconocimiento al Señor Jesús. Debemos hacerlo en forma pausada y recogida.
Sentados: significa la confianza de estar con los amigos, sin demasiado apuro, con paz y tranquilidad,
como un cierto “descansar” ante Dios. Estamos en casa, cuando estamos en el templo. Sentados
podemos hablar con intimidad y largamente con el Señor que está ahí presente, tan presente que invade
nuestro propio y más hondo interior. También uno se sienta para escuchar y aprender cuando un maestro
habla. En la misa estamos sentados durante las lecturas y la homilía: “Habla, Señor, que tu siervo
escucha”.
Postrados : se usa en ciertos momentos escasos, en que el alma cristiana se siente más indigna de dirigirse
a Dios, cargada de responsabilidades, o en un luto universal como el del Viernes Santo por la muerte de
Jesús, o cuando la pena y desconsuelo son tan inmensos que no se ve solución. Por ejemplo: el futuro
sacerdote, cuando se postra el día de su ordenación sacerdotal; o algunas monjas, el día en que entran al
convento o hacen su profesión religiosa, se postran en el suelo, indicando no tanto el abatimiento, sino la
necesidad de protección de Dios y la impotencia personal. Es signo de humildad y penitencia.
La procesión, más que un gesto litúrgico, es un rito. En las celebraciones habituales, por ejemplo, en la
santa misa, los ministros realizan movimientos que tienen carácter procesional: al principio, antes del
evangelio, etc. También los fieles adoptan esta actitud al presentar las ofrendas y cuando comulgan.
Además, hay procesiones excepcionales unidas al año litúrgico, como la del Domingo de Ramos y la del
Corpus Christi, o en circunstancias particulares de la vida de la Iglesia, por ejemplo, la de una comunidad
parroquial el día de las fiestas patronales. La procesión simboliza, principalmente, el carácter peregrinante
de la Iglesia. También, a veces, es un signo muy expresivo de fe y devoción. Deben hacerse con dignidad y
respeto, huyendo tanto de la rigidez como del sentimentalismo.
b) Posturas
Manos juntas: Es señal de respeto y de oración. Es un gesto de humildad y vasallaje, y de actitud orante y
confiada. Es el gesto más acomodado a la celebración litúrgica cuando las manos no han de emplearse en
otros ritos o no se prescribe que se tengan levantadas. Es la mejor postura a la hora de ir a comulgar.
Extender las manos y elevar a la vez los brazos son súplicas solemnes: colecta, plegaria de la misa,
paternóster, prefacio. Levantar y extender las manos al rezar expresa los sentimientos del alma que busca
y espera el auxilio de lo alto. Hoy es un gesto reservado al ministro que celebra la santa misa.
Extender y volver a juntar las manos es el deseo del sacerdote de estrechar a la asamblea en un común
abrazo de fraternidad, de recoger las intenciones y deseos de todos para ofrecérselos a Dios, y derramar
sobre ellos las misericordias de Dios.
Manos que dan y reciben la paz: Las manos extendidas, abiertas y acogedoras simbolizan la actitud de un
corazón pacífico y fraternal, que quiere comunicar algo personal y está dispuesto a acoger lo que se le
ofrece. Cuando unas manos abiertas salen al encuentro de otras en idéntica actitud, se percibe el
sentimiento profundo de un hermano que sale al encuentro de otro hermano, para ratificar, comunicar o
restablecer la paz.
Manos que reciben el Cuerpo del Señor : las manos dispuestas para recibir la Santa Comunión han de ser
signo de humildad, de pobreza, de espera, de disponibilidad y de confianza. También son signo de
veneración, de respeto y de acogida, pues el Pan eucarístico no se coge sino que se acoge, se recibe.
c) Gestos litúrgicos En nuestra vida usamos no sólo palabras y actitudes o posturas, sino también está el
lenguaje del gesto para expresarnos: un guiño, el levantar el puño con el dedo pulgar arriba, el fruncir el
ceño, un beso, etc.También en la liturgia empleamos gestos. Con estos gestos, la liturgia aspira a cautivar
a todo hombre y a despertar en la asamblea la variedad de sentidos nobles, dignos del culto divino.
Veamos, pues, los gestos litúrgicos más sobresalientes, y su hondo significado.
Señal de la cruz: es el gesto más noble y el más frecuente y elocuente. No es un garabato, que termina
besándose uno el dedo pulgar ¡Esta no es la señal de la Santa Cruz! Se produce de dos modos: sobre uno
mismo, con los dedos extendidos de la mano derecha; o, cuando un sacerdote debe bendecir en nombre
de Cristo, sobre las personas u objetos con la misma mano levemente encorvada. Una sola vez, al inicio
del oficio divino, se hace sobre los labios con el dedo pulgar para pedirle al Señor que Él mismo “los abra
para poder proclamar con la boca sus alabanzas”. Tengo aquí un texto de Tertuliano, del siglo II, que
atestigua cómo la señal de la cruz es práctica cristiana desde los primeros siglos: “ora caminemos, ora
salgamos o entremos, ora nos vistamos, ora nos lavemos, ora vayamos a la mesa o a la cama, ora nos
sentemos o hagamos cualquier cosa, marquemos nuestra frente con el signo de la cruz “. Debe hacerse
desde la frente hasta el pecho, y desde el hombro izquierdo al derecho. ¿Qué significa hacerse la señal de
la cruz? Primero venerar la cruz redentora de Cristo. Segundo, sellar con ella nuestra persona cristiana y
así fortalecerla para hacer el bien y evitar el mal. Esa señal comienza en la frente, para que Dios, con su
Santa Cruz, nos quite los malos pensamientos y nos proteja los buenos. Después de la frente va al pecho
para que nos quite los malos deseos del corazón y nos proteja los buenos. Y finalmente, nos envuelve de
izquierda a derecha, para proteger del mal todo nuestro ser.
La reverencia: consiste en ligeras inclinaciones de cabeza, ante el altar, ante imágenes, al recibir la
Sagrada Comunión, cuando el acólito inciensa al sacerdote y al pueblo; o al incensar el mismo sacerdote
hace reverencia al crucifijo o a la imagen de los santos, a modo de saludo reverente. Aquí no sólo es señal
de cortesía humana, sino que las reverencias están revestidas de culto sagrado. Tienen que ser hechas
despacio, y sólo con la cabeza, no con todo el cuerpo, a no ser que sea en la misa después de ofrecer el
pan y el vino y antes del lavado de las manos, donde se inclina ligeramente también el cuerpo. Aquí ya no
es sólo reverencia, sino total inclinación.
Las miradas: unas veces invitan a la admiración y adoración callada, de fe sentida y de recogimiento; por
eso, clavamos la mirada en la Hostia consagrada y en el cáliz al levantarlos el sacerdote en la
consagración, en la custodia de la exposición y bendición del Santísimo. También la mirada del sacerdote a
la gente es señal de comunicación fraterna, de saludo cordial. Cuando los ojos están cerrados simbolizan,
no tanto que estamos durmiendo, sino que estamos en profundo silencio y recogimiento para saborear la
comunión, o las lecturas leídas. Es falta de respeto, cuando se da la homilía, no mirar al predicador.
Simbolizaría desinterés total, despecho; también sería falta de cordialidad e interés si el predicador no
mirase a los fieles a la hora de predicar. Cuando uno eleva los ojos hacia arriba está indicando petición a
Dios o desagravio por los pecados propios y de la humanidad.
Los ósculos o besos: el sacerdote da un beso al altar al comenzar y al terminar la santa misa; es Cristo
quien recibe ese ósculo. Los fieles se dan el beso en el momento de la paz. Son señales de afecto, de
gratitud, de adhesión, de veneración y de reconciliación. Besamos las reliquias, el crucifijo, la mano del
sacerdote que bendice y perdona. Cada uno de estos ósculos imprime un sello religioso especial en las
personas o cosas que los reciben. En muchas partes no es oportuno el beso de la paz, por motivos
culturales; entonces se prefiere el apretón de manos.
Golpes de pecho con la mano. Es una de las señales mas expresivas de dolor y contrición de corazón, en
un pecador. Se hace en la confesión, al momento de decir el acto de contrición. Lo hacemos en el
momento del “Yo confieso” de la santa misa. Así, con ese gesto humilde, aplacamos y agradamos mejor a
Dios y expresamos más sentidamente nuestra compunción ante los demás hermanos. Los golpes deben
ser hechos con suavidad, como cuando uno llama a una puerta que no tiene timbre ni aldaba.
La imposición de las manos significa varias cosas: transmisión de poderes superiores a personas o grupos
de elección, o de algún carisma o misión, o absolución de culpas. También es signo de bendición de Dios y
de consuelos en la unción de enfermos. En el momento de la consagración manifiesta el poder
maravilloso de los sacerdotes de convertir el pan y el vino en Cuerpo y Sangre de Cristo. También es señal
de expulsión del demonio en los exorcismos.
Caminar hacia el altar: No es un simple gesto, es un rito. Es también símbolo de nuestro peregrinar al cielo.
Caminamos con otros, no solos. Así, en las procesiones, peregrinaciones, vamos con alegría, sin temores,
pues sabemos que Cristo es el Camino vivo y verdadero.
Cantar. El que canta ora dos veces, decía san Agustín. El canto es el afecto del corazón hecho música.
Catequesis en audio:
Conoce el significado y el simbolismo que encierra la mesa del pan, y la mesa de la palabra.
Participación en el Foro
¿Cuáles son los diferentes templos que hay dedicados a Dios?
Menciona los elementos naturales de la liturgia
¿Qué virtud regula y encauza todo lo relacionado con la liturgia?
- Carta del Papa a los Obispos sobre "Summorum Pontificum" La Carta de Benedicto XVI a los obispos de
todo el mundo sobre el Motu Proprio Summorum. Referente al misal de Juan XXIII
- Ecclesia De Eucharistia
- Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la rececpción de la comunión eucarística por parte de los
fieles divorciados que se han vuelto a casar
- Redemptionis Sacramentum
Sobre algunas cosas que se deben observar o evitar acerca de la Santísima Eucaristía
La fe cristiana los revistió de belleza externa, igual que a los vasos y objetos del altar. Hoy podemos
admirarnos ante los hermosos evangeliarios, cantorales y rituales, en pergamino ricamente miniados y
encuadernados.
Los libros litúrgicos latinos tradicionales son éstos: el Misal, el Breviario o Liturgia de las Horas, el Ritual, el
Pontifical, el Leccionario. Complemento del Misal es el Oracional.
a) El Misal contiene todos los textos oficiales necesarios para la celebración del Santo Sacrificio de la Misa.
b) El Breviario o Liturgia de las Horas reúne los salmos, antífonas, lecturas, versículos, responsorios,
cánticos, himnos y oraciones de la Divina Alabanza de cada día.
c) El Ritual es el manual sacerdotal que contiene las preces y fórmulas y ritos oficiales para la
administración de los sacramentos y sacramentales, las procesiones clásicas y toda clase de bendiciones.
d) El Pontifical contiene los textos y rúbricas de ciertas funciones solemnes propias de los obispos:
confirmación y orden sagrado; consagraciones y dedicaciones de templos y altares; coronación de
sagradas imágenes, santos óleos; bendiciones de abades y abadesas; consagraciones de vírgenes, etc.
e) El Leccionario repartido en varios tomos, contiene las lecturas bíblicas de todo el año litúrgico, en tres
ciclos anuales (A,B,C). Recoge lo más importante de la Biblia. Son lecturas muy bien escogidas y
concuerdan con el espíritu del ciclo anual temporal y santoral, y particularmente dominical.
f) El Oracional es el libro de la oración de los fieles, que se reza después del Credo y donde elevamos
nuestras peticiones por la Iglesia, por el mundo y por nuestras necesidades particulares.
Dice el Papa Benedicto XVI: “La importancia que la música tiene en el marco de la religión bíblica puede
deducirse sencillamente de un dato: la palabra cantar (junto a sus derivados correspondientes: canto,
etc.) es una de las más utilizadas en la Biblia. En el Antiguo Testamento aparece en 309 ocasiones , en el
Nuevo Testamento 36 . Cuando el hombre entra en contacto con Dios, las palabras se hacen insuficientes.
Se despiertan esos ámbitos de la existencia que se convierten espontáneamente en canto” .
La música sagrada es aquella que, creada para la celebración del culto divino, posee cualidades de
santidad y de perfección de formas. La música sacra será tanto más santa cuanto más íntimamente esté
unida a la acción litúrgica, ya sea expresando con mayor delicadeza la oración o fomentando la
unanimidad, ya enriqueciendo de mayor solemnidad los ritos sagrados.
La música sagrada tiene el mismo fin que la liturgia, o sea, la gloria de Dios y la santificación de los fieles.
La música sagrada aumenta el decoro y esplendor de las solemnidades litúrgicas.
“La música sacra –dirá el papa Juan Pablo II-es un medio privilegiado para facilitar una participación activa
de los fieles en la acción sagrada, como ya recomendaba mi venerado predecesor san Pío X en el motu
propio ‘Tra le sollecitudini’, cuyo centenario se celebra este año”
El Papa Benedicto XVI tiene unas bellas palabras: “ La música en la Iglesia surge como un carisma, como
un don del Espíritu, es la nueva ´lengua´ que procede del Espíritu. Sobre todo en ella tiene lugar la sobria
embriaguez de la fe, porque en ella se superan todas las posibilidades de la mera racionalidad. Pero esta
´embriaguez´ está llena de sobriedad porque Cristo y el Espíritu son inseparables, porque este lenguaje
´ebrio´, a pesar de todo, permanece internamente en la disciplina del Logos, en una nueva racionalidad
que, más allá de toda palabra, sirve a la palabra originaria, que es el fundamento de toda razón” .
La música no debe dominar la liturgia, sino servirla. En este sentido, antes de san Pío X se celebraban
muchas misas con orquestra, algunas muy célebres, que se convertían a menudo en un gran concierto
durante el cual tenía lugar la Eucaristía. Ya se desvirtuaba la finalidad profunda de la música litúrgica, la
gloria de Dios. Amenazaba la irrupción del virtuosismo, la vanidad de la propia habilidad, que ya no está al
servicio del todo, sino que quiere ponerse en una primer plano.
Todo esto hizo que en el siglo XIX, el siglo de una subjetividad que quiere emanciparse, se llegara, en
muchos casos, a que lo sacro quedase atrapado en lo operístico, recordando de nuevo aquellos peligros
que, en su día, obligaron a intervenir al concilio de Trento, que estableció la norma según la cual en la
música litúrgica era prioritario el predominio de la palabra, limitando así el uso de los instrumentos.
También Pío X intentó alejar la música operística de la liturgia, declarando el canto gregoriano y la gran
polifonía de la época de la renovación católica (con Palestrina como figura simbólica destacada) como
criterio de la música litúrgica.
San Pío X ofreció como modelo de música litúrgica el canto gregoriano, porque servía a la liturgia sin
dominarla. Tras el concilio Vaticano II, con la introducción de la lengua del pueblo en la celebración, la
música cambió y se buscaron otras melodías diferentes al gregoriano. Sin embargo, el principio de que el
canto debe servir a la liturgia continúa vigente.
Hoy, ¿qué música sagrada permite la Iglesia?
Se permiten el canto gregoriano, la polifonía sagrada antigua y moderna, la música sagrada para órgano y
el canto sagrado popular, litúrgico y religioso.
También el Vaticano II permitió la música autóctona de los pueblos cristianos, pero adornada de las
debidas cualidades. La Iglesia aprueba y admite todas las formas musicales de arte auténtico, así vocal
como instrumental. Pero de nuevo debemos recordar el principio: la música debe servir a la liturgia, no
dominarla.
También hoy, como hace cien años, existen abusos de músicas que dominan la celebración e invitan poco
a rezar. En algunas misas cantadas, con palmas y bailes, es difícil que la música ayude a rezar. Eso no
significa que bailar sea malo: las personas deben expresarse, pero también rezar. También debe tenerse
en cuenta el momento de la celebración para escoger la música. Por ejemplo, un canto muy rítmico puede
ser adecuado al comienzo de una misa, pero no en el momento de la comunión.
Entre todos estos géneros musicales, la Iglesia da la preferencia al canto gregoriano, que es el propio de la
Liturgia romana y al que san Pío X califica de supremo modelo de toda música sagrada, el único que
heredó de los antiguos Padres, y que custodió celosamente durante el curso de los siglos en sus códices
litúrgicos.
Nos contesta el concilio Vaticano II: “En el culto divino se pueden admitir otros instrumentos, a juicio y
con consentimiento de la autoridad eclesiástica territorial competente, siempre que sean aptos o puedan
adaptarse al uso sagrado, convengan a la dignidad del templo y contribuyan realmente a la edificación de
los fieles” (Concilio Vaticano II, en la Constitución Dogmática, Sacrosanctum Concilium, n. 120).
En la carta, fechada el 22 de noviembre, memoria de Santa Cecilia –patrona de la música sacra– el papa
Juan Pablo II señala que el centenario de la Carta del papa san Pío X “me ofrece la ocasión de recordar la
importante función de la música sacra, que San Pío X presenta tanto como medio de elevación del espíritu
a Dios, como preciosa ayuda para los fieles en la participación activa de los sacrosantos misterios y en la
oración pública y solemne de la Iglesia”.
El papa hace luego un recuento de la secular enseñanza de la Iglesia sobre la nobleza e importancia del
canto litúrgico; y señala que “en tal perspectiva, a la luz del magisterio de San Pío X y de mis otros
Predecesores, y teniendo en cuenta particularmente los pronunciamientos del Concilio Vaticano II, deseo
reproponer algunos principios fundamentales” respecto de la composición y el uso de la música en las
celebraciones litúrgicas.
Principios que ofreció el Papa Juan Pablo II para la música dentro de las celebraciones litúrgicas católicas
El Papa señala que “ante todo es necesario subrayar que la música destinada a los ritos sagrados debe
tener como punto de referencia la santidad”. “La misma categoría de ‘música sagrada’ - advierte el
Pontífice- hoy ha sufrido una ampliación tal que incluye repertorios que no pueden entrar en la
celebración sin violar el espíritu y las normas de la misma liturgia”.
“La reforma obrada por San Pío X se dirigía específicamente a purificar la música de la Iglesia de la
contaminación de la música profana teatral, que en muchos países había contaminado el repertorio y la
práctica musical litúrgica”, recuerda el Pontífice; y señala que “en consecuencia, no todas las formas
musicales pueden ser consideradas aptas para las celebraciones litúrgicas”.
Otro principio es “el de la bondad de las formas”. “No puede haber música destinada a las celebraciones
de los ritos sagrados que no sea primero verdadero arte”.
Sin embargo, “esta cualidad no es suficiente” advierte el Santo Padre. “La música litúrgica debe en efecto
responder a sus requisitos específicos: la plena adhesión a los textos que presenta, la consonancia con el
tiempo y el momento litúrgico a la que está destinada, la adecuada correspondencia con los ritos y gestos
que propone”.
El papa destaca luego el valor de la inculturación en la música litúrgica; pero señala que “toda innovación
en esta delicada materia debe respetar criterios peculiares, como la búsqueda de expresiones musicales
que respondan a la necesaria involucración de toda la asamblea en la celebración y que eviten, al mismo
tiempo, cualquier concesión a la ligereza y la superficialidad”.
El canto gregoriano, dice luego Juan Pablo II, “ocupa un lugar particular”; pues “sigue siendo aún hoy el
elemento de unidad” en la liturgia.
En general, señala el papa, el aspecto musical de las celebraciones litúrgicas “no puede ser dejado a la
improvisación, ni al arbitrio de los individuos, sino que debe ser confiado a una bien concertada dirección
en respeto a las normas y competencias, como fruto significativo de una adecuada formación litúrgica”.
El Papa Benedicto XVI enumeró otros criterios sobre la música sagrada, que me parecen importantes
destacar , y que quiero aquí resumir:
b) El arte ¿Qué decir del arte sagrado? Aquí habría que decir mucho sobre el valor de las imágenes, que los
protestantes tanto nos echan en cara, diciéndonos que nosotros, los cristianos, adoramos las imágenes.
Nosotros les respondemos así: “Las imágenes de Cristo, de la Virgen, Madre de Dios, y las de otros santos,
hay que tenerlas y guardarlas sobre todo en los templos y tributarles la veneración y el honor debidos. No
es que se crea que en ellas hay algo de divino..., sino que el honor que se les tributa se refiere a los
modelos originales por ellos representados. Por tanto, a través de las imágenes que besamos y ante las
cuales, descubrimos nuestra cabeza y nos postramos, adoramos a Cristo y veneramos a los santos cuya
semejanza ellas evocan”(Concilio de Trento, Ses. XXV).El Para Benedicto XVI nos dice: “El icono (imagen)
conduce al que lo contempla, mediante esa mirada interior que ha tomado cuerpo en el icono, a que vea
en lo sensorial lo que va más allá de lo sensorial y que, por otra parte, pasa a formar parte de los sentidos.
El Concilio Vaticano II sobre la arte El Concilio Vaticano II en su constitución sobre la Sagrada Liturgia dice
que el arte que se emplee en todo lo relacionado con la liturgia debe orientar santamente a los hombres
hacia Dios y debe estar de acuerdo con la fe, la piedad y las leyes religiosas tradicionales (cf.
Sacrosanctum Concilium, n. 122). Por tanto, tiene que ser un arte digno y reverente. Se debe buscar más
una noble belleza que la mera suntuosidad (cf. Sacrosanctum Concilium, n. 124). Esto se ha de aplicar
también a las vestiduras y ornamentación sagrada. Hay que excluir, por lo mismo, aquellas obras artísticas
que repugnen a la fe, a las costumbres y a la piedad cristiana, y ofendan el sentido auténticamente
religioso, ya sea por la depravación de las formas, ya sea por la insuficiencia, la mediocridad o la falsedad
del arte (cf. Sacrosanctum Concilium, n. 124).Sobre las imágenes, también el Concilio ha dado su palabra:
deben exponerse las imágenes sagradas a la veneración de los fieles, pero con moderación en el número y
guardando entre ellas el debido orden, a fin de que no causen extrañeza al pueblo cristiano ni favorezcan
una devoción menos ortodoxa (cf. Sacrosanctum Concilium, n. 125).Al edificar los templos, se debe
procurar que sean aptos para la celebración de las acciones litúrgicas y para conseguir la participación de
los fieles (n. 124).El Papa Benedicto XVI en este libro antes citado nos resume así los principios
fundamentales de un arte asociado a la liturgia :
El arte sagrado encuentra sus contenidos en las imágenes de la historia de la salvación, comenzando por
la creación, desde el primer día, hasta el octavo: el día de la resurrección y de la segunda venida, en el que
se consuma la línea de la historia cerrando el círculo. Forman parte de él, sobre todo, las imágenes de la
historia bíblica, pero también la historia de los santos como concreciones de la historia de Jesucristo.
Las imágenes de la historia de Dios con los hombres no sólo muestran una serie de acontecimientos del
pasado, sino que ponen de manifiesto, a través de ellos, la unidad interna de la actuación de Dios.
Remiten al sacramento –sobre todo al bautismo y la eucaristía- y en ellos están contenidos, de tal manera,
que apuntan también al presente. Guardan una íntima y estrecha relación con la acción litúrgica. La
historia llega a ser sacramento en Jesucristo, que es la fuente de los sacramentos. Por esto mismo, la
imagen de Cristo es el centro del arte figurativo sagrado. El centro de la imagen de Cristo es el misterio
pascual: Cristo se representa como crucificado, como resucitado, como aquél que ha de venir y cuyo
poder aún permanece oculto. Cada imagen de Cristo tiene que reunir estos tres aspectos esenciales del
misterio de Cristo, y ser, en este sentido, una imagen de la Pascua.
La imagen de Cristo y las imágenes de los santos no son fotografías. Su cometido es llevar más allá de lo
constatable desde el punto de vista material, consiste en despertar los sentidos internos y enseñar una
nueva forma de mirar que perciba lo invisible en lo visible. La imagen está al servicio de la liturgia; la
oración y la contemplación en la que se forman las imágenes tienen que realizarse en comunión con la fe
de la Iglesia. La dimensión eclesial es fundamental en el arte sagrado y, con ellos, también la relación
interior con la historia de la fe, con la Sagrada Escritura y con la Tradición.
Ciertamente, no deben existir normas rígidas: las nuevas experiencias religiosas y los dones de las nuevas
instituciones tienen que encontrar su lugar en la Iglesia. Pero sigue habiendo una diferencia entre el arte
sacro (en lo que respecta a la liturgia, perteneciente al ámbito eclesial) y el arte religioso en general. El
arte sacro no puede ser el ámbito de la pura arbitrariedad. Las formas artísticas que niegan la presencia
del Logos en la realidad y fijan la atención del hombre en la apariencia sensible, no pueden conciliarse con
el sentido de la imagen en la Iglesia. De la subjetividad aislada no puede surgir el arte sacro.
El arte sacro presupone, más bien, el sujeto interiormente formado en la Iglesia, y abierto al nosotros.
Sólo de este modo el arte hace visible la fe común, y vuelve a hablar al corazón creyente. La libertad del
arte, que tiene que existir también en el ámbito más delimitado del arte sacro, no es arbitrariedad. Se
desarrolla según los criterios que hemos indicado en los primeros cuatro puntos de este reflexión final y
que pretenden resumir las constantes de la tradición figurativa de la Iglesia. Sin fe no existe un arte
adecuado a la liturgia. El arte sacro está bajo el imperativo de la segunda carta a los corintios: con la
mirada puesta en el Señor “nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente; así es como
actúa el Señor, que es Espíritu”. ¿Qué significa todo esto en la práctica? El arte no puede “producirse”
como se encargan y producen los aparatos técnicos. Siempre es un don. La inspiración no es algo de lo
que se pueda disponer, hay que recibirla gratuitamente. La renovación del arte en la fe no se consigue ni
con dinero ni con comisiones. Presupone, antes que otra cosa, el don del nuevo modo de ver. Por eso,
todos deberíamos estar preocupados de conseguir nuevamente esa fe capaz de contemplar. Allí donde
esto ocurre, el arte encuentra también su justa expresión. Todos estos criterios de la Iglesia demuestran
lo sagrado de la Liturgia.
“La acción litúrgica reviste una forma más noble cuando los oficios divinos se celebran solemnemente con
canto y cuando en ellos intervienen los ministros sagrados y el pueblo también participa activamente.” (SC
113)
GENERALIDADES
La Celebración (vista como la liturgia en cuanto acción) es una categoría fundamental para definir a la
Liturgia como acción representativa y actualizadora del Misterio de Cristo y de la historia de la salvación.
Esta acción litúrgica (celebración de la fe) tiene cuatro componentes: el acontecimiento que motiva la
celebración (evocado por la Palabra de Dios), la asamblea celebrante (la Iglesia como sujeto de la acción),
la acción ritual (respuesta a la palabra de Dios a través del canto y la oración: Plegaria Eucarística) y el
clima festivo (lugar, tiempo, signos y símbolos) que lo llena todo.
En este tema estudiaremos el primer modo de respuesta a la Palabra de Dios, el canto. Junto al canto es
preciso tratar de la música, que no sólo lo acompaña, sino que tiene, ella sola, una función en la
celebración.
El canto es una realidad religiosa en toda la Biblia y, particularmente en todo los Evangelios. El propio
Señor acudía a la sinagoga según su costumbre (cf. Lc 4, 16) y allí tomaba parte en el canto de los salmos.
En la Última Cena cantó los himnos del rito pascual (cf. Mt 26, 30).
Espiritualidad bíblica El canto en la Biblia está precedido por el reconocimiento de la presencia de Dios en
sus obras de la creación y en sus intervenciones salvíficas en la historia. El ejemplo más acabado son los
salmos, que abarcan todas las formas de expresión sonora, desde el grito y la exclamación gozosa hasta el
cántico acompañado de la música y la danza (cf. Sal 47,2.7; 81,2; 98,4.6, etc.). La invitación al canto es
frecuente al comienzo de la alabanza (cf. Ex 15,21; Is 42,10; Sal 105,1), adquiriendo poco a poco
connotaciones mesiánicas y escatológicas, al aludir al cántico nuevo que toda la tierra debe entonar (cf.
Sal 96,1) cuando se cumplan las magníficas promesas del Señor (cf. Sal 42,10; 149,1). Este cántico se ha
iniciado en la victoria de Cristo sobre la muerte, siendo cantado por todos los redimidos (cf. Ap 4,9-14;
14,2-3, 15,3-4).La Iglesia primitiva continuó la práctica sinagogal del canto de los salmos y de otros himnos:
«Llenaos más bien del Espíritu y recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y
salmodiad (celebrad) en vuestro corazón al Señor, dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre,
en nombre de nuestro Señor Jesucristo.» (Ef. 5,18b-20; cf. Col. 3,16); «Sufre alguno entre vosotros? Que
ore. Está alguno alegre? Que cante salmos.» (St 5,13). En Corinto cada uno llevaba su salmo a la reunión,
de forma que San Pablo advierte que «se hagan para edificación de todos».
Testimonio de la historia A comienzos del siglo II los cristianos se reunían antes del amanecer “para
cantar un himno a Cristo, como a un dios” (cf. Plinio, El joven, Ep. X, 96,7). En la época patrística los
testimonios sobre el canto litúrgico se multiplican. He aquí un ejemplo significativo: «Cuando siento que
aquellos textos sagrados, cantados así, constituyen un estímulo más fervoroso y ardiente de piedra para
nuestro espíritu que si no se cantaran. Todos los sentimientos de nuestro espíritu, en su variada gama de
matices, hallan en la voz y en el canto de sus propias correspondencias o modos. Excitan estos
sentimientos con una afinidad que voy calificar de misteriosa» (cf. S. Agustín, Confes. X, 33,49).Sin
embargo No todos los Santos Padres fueron unos entusiastas del canto en la liturgia. Estas actitudes
manifiestan que en la Iglesia siempre ha existido una preocupación muy grande por el carácter
auténticamente religioso y litúrgico del canto y de la música en el interior de las celebraciones.Los últimos
y mas notables ejemplos son el motu propio Tra le Sollecitudini de San Pío X (22-XII-1903), la encíclica
Musicae Sacrae disciplina de Pío XII (25-XII-1955), la instrucción sobre la Música Sagrada de la Sagrada
Congregación: (3-IX-1958) y la Constitución Sacrosanctum Concilium del Vaticano II (4-XIl-1963), que
dedica el capítulo VI a la música. Este documento significa la culminación de todo un movimiento de
restauración del canto gregoriano y de renovación del canto popular religioso.Después del Vaticano II se
produjo el fenómeno de la proliferación de una música muy difícil de enjuiciar todavía desde el punto de
vista de los criterios litúrgicos y pastorales del canto y de la renovación en la liturgia. Entre los
documentos postconciliares dedicados a la renovación de la liturgia hay que citar la Instrucción Músicam
Sacram del 5-III-1967, siendo muy numerosos los que se han ocupado del canto y de la música de una
manera puntual.
Aunque casi nunca surge la pregunta ¿por qué cantamos en nuestra celebraciones?, es bueno dar razones
sobre esta actitud.
El canto expresa y realiza nuestras actitudes interiores. Expresa las ideas y los sentimientos, las actitudes
y los deseos. Es un lenguaje universal con un poder expresivo que muchas veces llega a donde no llega la
sola palabra. En la liturgia el canto tiene un función clara: expresa nuestra postura ante Dios (alabanza,
petición) y nuestra sintonía con la comunidad y con el misterio que celebramos.
El canto hace comunidad. El canto pone de manifiesto de un modo pleno y perfecto la índole comunitaria
del culto cristiano. Cantar en común une. Nuestra fe no es sólo asunto personal nuestro: somos
comunidad, y el canto es uno de los mejores signos del sentir común.
El canto hace fiesta. El valor del canto es el de crear un clima más festivo y solemne, ya sea expresado con
mayor delicadeza la oración o fomentando la unidad. “Nada más festivo y más grato en las celebraciones
sagradas, exprese su fe y su piedad por el canto” (MS 16).
La función ministerial del canto. La razón de ser de la música en la celebración cristiana le viene de la
celebración misma y de la comunidad celebrante. La música y el canto tienen dos puntos de referencias: el
ritmo litúrgico y la comunidad celebrante. El canto sirve “ministerialmente” al rito celebrado por la
comunidad
Quién es el salmista
El salmista había sido un personaje entrañable en los primeros siglos. Se apreciaba su arte musical, hecho
de técnica y de fe. Cantilando las estrofas del salmo, para que la comunidad intercalara a cada una su
respuesta cantaba, creaba un clima de serena profundización. El Papa San Dámaso habla del “placidum
modulamen” del salmista en sus misas; una modulación plácida que infundió serenidad y contribuían a que
fueran penetrando los sentimientos del salmo en los espíritus de los fieles.
Hoy se quiere recuperar este ministerio.
Podemos afirmar que el salmista es uno de los ministerios más ricos, pues es desde la liturgia donde Cristo
se hace presente como cabeza de su Cuerpo, Mediador entre Dios y los hombres, y con nosotros canta las
alabanzas a “nuestro” Padre.
Catequesis en audio:
El Papa Benedicto XVI emitió su Motu Proprio “Summorum Pontificum”, que concede un indulto que
permite celebrar la misa tridentina sin necesidad de solicitar permiso al obispo. Aprende qué es un Motu
Proprio y las implicaciones de este documento.
Da click en el siguiente enlace y escucha el tema: - Sobre el Motu Proprio y la Misa Tridentina: las
implicaciones de este documento.
Participación en el Foro
¿Cuáles son los libros Litúrgicos latinos tradicionales?
Hoy, ¿qué música sagrada permite la Iglesia?
- Ecclesia De Eucharistia
- Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la rececpción de la comunión eucarística por parte de los
fieles divorciados que se han vuelto a casar
- Redemptionis Sacramentum
Sobre algunas cosas que se deben observar o evitar acerca de la Santísima Eucaristía
En la carta apostólica del papa Juan Pablo II con motivo del cuadragésimo aniversario de la constitución
conciliar sobre la Sagrada Liturgia, del 4 de diciembre de 2003, nos dice que el año litúrgico es “camino a
través del cual la Iglesia hace memoria del misterio pascual de Cristo y lo revive” (n.3).
a) Una finalidad catequética: quiere enseñarnos los varios misterios de Cristo: Navidad, Epifanía, Muerte,
Resurrección, Ascensión, etc. El año litúrgico celebra el misterio de la salvación en las sucesivas etapas del
misterio del amor de Dios, cumplido en Cristo.
b) Una finalidad salvífica: es decir, en cada momento del año litúrgico se nos otorga la gracia especifica de
ese misterio que vivimos: la gracia de la esperanza cristiana y la conversión del corazón para el Adviento;
la gracia del gozo íntimo de la salvación en la Navidad; la gracia de la penitencia y la conversión en la
Cuaresma; el triunfo de Cristo sobre el pecado y la muerte en la Pascua; el coraje y la valentía el día de
Pentecostés para salir a evangelizar, la gracia de la esperanza serena, de la honestidad en la vida de cada
día y la donación al prójimo en el Tiempo Ordinario, etc. Nos apropiamos los frutos que nos trae aquí y
ahora Cristo para nuestra salvación y progreso en la santidad y nos prepara para su venida gloriosa o
Parusía.
En lenguaje más simple: el Año Litúrgico honra religiosamente los aniversarios de los hechos históricos de
nuestra salvación, ofrecidos por Dios, para actualizarlos y convertirlos, bajo la acción del Espíritu Santo, en
fuente de gracia divina, aliento y fuerza para nosotros:
En la Pascua Se conmemora la pasión, muerte y resurrección de Jesús, sacándonos de las tinieblas del
pecado a la claridad de la luz. Y nosotros mismos morimos junto con Él, para resucitar a una nueva vida,
llena de entusiasmo y gozo, de fe y confianza, comprometida en el apostolado.
En Pentecostés Se conmemora la venida del Espíritu Santo, para santificar, guiar y fortalecer a su Iglesia y
a cada uno de nosotros. Vuelva a renovar en nosotros el ansia misionera y nos lanza a llevar el mensaje de
Cristo con la valentía y arrojo de los primeros apóstoles y discípulos de Jesús.
Gracias al Año Litúrgico, las aguas de la redención nos cubren, nos limpian, nos refrescan, nos sanan, nos
curan, aquí y ahora. Continuamente nos estamos bañando en las fuentes de la salvación. Y esto se logra a
través de los sacramentos. Es en ellos donde celebramos y actualizamos el misterio de Cristo. Los
sacramentos son los canales, a través de los cuales Dios nos da a sorber el agua viva y refrescante de la
salvación que brota del costado abierto de Cristo.
Podemos decir en verdad que cada día, cada semana, cada mes vienen santificados con las celebraciones
del Año Litúrgico. De esta manera los días y meses de un cristiano no pueden ser tristes, monótonos,
anodinos, como si no pasara nada. Al contrario, cada día pasa la corriente de agua viva que mana del
costado abierto del Salvador. Quien se acerca y bebe, recibe la salvación y la vida divina, y la alegría y el
júbilo de la verdadera liberación interior.
Tiene dos:
El ciclo de Navidad, que comienza con el tiempo de Adviento y culmina con la Epifanía.
El ciclo Pascual, que se inicia con el miércoles de ceniza, Cuaresma, Semana Santa, Triduo Pascual y
culmina con el domingo de Pentecostés.El ciclo de Navidad: comienza a finales de noviembre o principio
de diciembre, y comprende: Adviento, Navidad, Epifanía.
Adviento: tiempo de alegre espera, pues llega el Señor. Las grandes figuras del Adviento son: Isaías, Juan
el Bautista y María. Isaías nos llena de esperanza en la venida de Cristo, que nos traerá la paz y la
salvación. San Juan Bautista nos invita a la penitencia y al cambio de vida para poder recibir en el alma, ya
purificada y limpia, al Salvador. Y María, que espera, prepara y realiza el Adviento, y es para nosotros
ejemplo de esa fe, esperanza y disponibilidad al plan de Dios en la vida.. Y además, estamos en pleno mes
de María. ¿Qué color se usa en el Adviento? Morado, color austero, contenido, que invita a la reflexión y a
la meditación del misterio que celebraremos en la Navidad. No se dice ni se canta el Gloria, estamos en
expectación, no en tiempo de júbilo. Durante el Adviento se confecciona una corona de Adviento; corona
de ramos de pino, símbolo de vida, con cuatro velas (los cuatro domingos de Adviento), que simbolizan
nuestro caminar hacia el pesebre, donde está la Luz, que es Cristo; indica también nuestro crecimiento en
la fe, luz de nuestros corazones; y con la luz crece la alegría y el calor por la venida de Cristo, Luz y Amor.
Navidad: comienza el 24 de diciembre en la noche, con la misa de Gallo y dura hasta el Bautismo de Jesús
inclusive. En Navidad todo es alegría, júbilo; por eso el color que usa el sacerdote es el blanco o dorado, de
fiesta y de alegría. Jesús niño sonríe y bendice a la humanidad, y conmueve a los Reyes y a las naciones.
Sin embargo, ya desde su nacimiento, Jesús está marcado por la cruz, pues es perseguido; Herodes
manda matar a los niños inocentes, la familia de Jesús tiene que huir a Egipto. Pero Él sigue siendo la luz
verdadera que ilumina a todo hombre.
Epifanía: el día de Reyes es la fiesta de la manifestación y revelación de Dios como luz de todos los
pueblos, en la persona de esos reyes de Oriente. Cristo ha venido para todos: Oriente y Occidente, Norte y
Sur, Este y Oeste; pobres y ricos; adultos y niños; enfermos y sanos, sabios e ignorantes.
El ciclo Pascual comprende Cuaresma, Semana Santa, Triduo Pascual, y Tiempo Pascual.
Semana Santa y Triduo Pascual: tiempo para acompañar y unirnos a Cristo sufriente que sube a Jerusalén
para ser condenado y morir por nosotros. Es tiempo para leer la pasión de Cristo, descrita por los
Evangelios, y así ir sintonizando con los mismos sentimientos de Cristo Jesús, adentrarnos en su corazón y
acompañarle en su dolor, pidiéndole perdón por nuestros pecados. Estos días no son días para ir a playas
ni a diversiones mundanas. Es una Semana Santa para vivirla en nuestras iglesias, junto a la comunidad
cristiana, participando de los oficios divinos, rezando y meditando los misterios de nuestra salvación:
Cristo sufre, padece y muere por nosotros para salvarnos y reconciliarnos con su Padre y así ganarnos el
cielo que estaba cerrado, por culpa del pecado, de nuestro pecado.
Tiempo Pascual: tiempo para celebrar con gozo y alegría profunda la resurrección y el tiempo del Señor.
Es la victoria de Cristo sobre la muerte, el odio, el pecado. Dura siete semanas; dentro de este tiempo se
celebra la Ascensión, donde regresa Cristo a la casa del Padre, para dar cuenta de su misión cumplida y
recibir del Padre el premio de su fidelidad. En Pentecostés, la Iglesia sale y se hace misionera, llevando el
mensaje de Cristo por todo el mundo.
El ciclo Santoral está dedicado a la Virgen y a los santos:Cada uno de los Santos es una obra maestra de la
gracia del Espíritu Santo. Así dijo el papa Juan XXIII en la alocución del 5 de junio de 1960. Por eso, celebrar
a un santo es celebrar el poder y el amor de Dios, manifestados en esa creatura. Los santos ya
consiguieron lo que nosotros deseamos. Este culto es grato a Dios, pues reconocemos lo que Él ha hecho
con estos hombres y mujeres que se prestaron a su gracia. “Los santos, –dirá san Atanasio- mientras
vivían en este mundo, estaban siempre alegres, como si siempre estuvieran celebrando la Pascua” (Carta
14). Este culto también es útil a nosotros, pues serán intercesores nuestros en el cielo, para implorar los
beneficios de Dios por Cristo. Son bienhechores, amigos y coherederos del Cielo. Así lo expresó san
Bernardo: “Los santos no necesitan de nuestros honores, ni les añade nada nuestra devoción. La
veneración de su memoria redunda en provecho nuestro, no suyo. Por lo que a mí respecta, confieso que,
al pensar en ellos, se enciende en mí un fuerte deseo” (Sermón 2). Tenemos que venerarlos, amarlos y
agradecer a Dios lo que por ellos nos viene de Dios. Son para nosotros modelos a imitar. Si ellos han
podido, ¿por qué nosotros no vamos a poder, con la ayuda de Dios?Sobre todos los santos sobresale la
Virgen, a quien tenemos que honrar con culto de especial veneración, por ser la Madre de Dios. Ella es la
que mejor ha imitado a su Hijo Jesucristo. Además, Cristo, antes de morir en la cruz, nos la ha regalado
como Madre.
El año litúrgico tiene una estructura que distribuye y articula las celebraciones de la comunidad cristiana,
siguiendo unos períodos de tiempos variables según su situación en el año o ligados a determinadas
fechas del calendario; es decir, propio del Tiempo y Santoral.
El año litúrgico consta de tres ciclos temporales: Pascua, Navidad y Tiempo ordinario, y de un conjunto de
solemnidades y de fiestas del Señor, de la Virgen María y de los Santos.
1. CICLO PASCUAL
a) El Triduo Pascual
La Iglesia celebra cada año los grandes misterios de la redención de los hombres desde la Misa vespertina
del jueves "en la Cena del Señor" hasta las Vísperas del domingo de Resurrección.
Este período de tiempo se denomina "Triduo pascual", porque con su celebración se hace presente y, se
realiza el misterio de la Pascua, es decir, el tránsito del Señor de este mundo al Padre.
El Jueves Santo
Con el Jueves Santo termina la cuaresma y se inicia el Triduo pascual.
La misa, "en la Cena del Señor" evoca la última cena en la cual el Señor, habiendo amado hasta el extremo
a los suyos que estaban en el mundo, ofreció a Dios Padre su Cuerpo y su Sangre bajo las especies de pan
y de vino y los entregó a los Apóstoles para que los consumiesen, mandándoles que ellos y sus sucesores
también lo ofreciesen.
El Viernes Santo
En este día, en que "ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo", la iglesia, meditando sobre la
Pasión de su Señor y adorando la Cruz, conmemora su nacimiento del costado de Cristo dormido en la
Cruz e intercede por la salvación de todo el mundo.
La Iglesia, siguiendo una antiquísima tradición, en este día no celebra la Eucaristía. Se distribuye la
Comunión solamente durante la celebración.
El tono triunfal y victorioso de toda la liturgia de este día es reflejo de la teología de San Juan, que
presenta la cruz como el momento de la glorificación de Jesús.
El Sábado Santo
Durante el Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte,
su descenso a los infiernos, y esperando su resurrección. En este día no se celebra la Eucaristía.
Según una antiquísima tradición, ésta es una noche de vela en honor del Señor. Es la "madre de todas las
santas Vigilias". Durante la Vigilia Pascual, la Iglesia espera la resurrección del Señor y celebra los
sacramentos de la iniciación cristiana.
La Vigilia Pascual
Los ritos iniciales están constituidos por el Lucernario, que nos ofrece el simbolismo de la luz;
La Liturgia de la Palabra presenta la historia de la salvación convertida en anuncio de la Pascua del Señor,
que culmina en el evangelio;
La Liturgia Bautismal es doble: el rito bautismal y la renovación de las promesas bautismales;
La Liturgia Eucarística: la celebración eucarística tiene una fuerza especial: es la Eucaristía más importante
del año litúrgico.
c) El Tiempo de Cuaresma Los grandes temas que nos ofrecen las lecturas y los textos eucológicos de
este tiempo pueden reducirse a la Pascua, los sacramentos, el desierto, la Alianza y la conversión. No son
los únicos, pero sí los que tienen el valor aglutinador. La cuaresma es un camino hacia la Pascua. Cristo,
por el misterio pascual, ha hecho la Alianza eterna con el pueblo; los sacramentos de la iniciación cristiana
que exigen una conversión constante, nos introducen progresivamente en el misterio de Cristo muerto y
resucitado.El tiempo de cuaresma está ordenado á la preparación de la celebración de la Pascua. Prepara
tanto a los catecúmenos como a los fieles a celebrar el misterio pascual.Los catecúmenos se encaminan
hacia los sacramentos de la iniciación cristiana, tanto por la "elección" y los "escrutinios", como por la
catequesis. Los fieles, por su parte, dedicándose con más asiduidad a escuchar la Palabra de Dios y a la
oración, y mediante la penitencia, se preparan a renovar sus promesas bautismales.
2. CICLO DE NAVIDADNavidad y Epifanía están inseparablemente unidas. Podemos decir que celebran dos
aspectos del mismo misterio. La Navidad surgió en Occidente. La Epifanía, en Oriente. Pero ambas fueron
aceptadas y celebradas complementariamente.En la Navidad es el misterio del nacimiento del Mesías, el
Hijo de Dios, el que se acentúa y celebra. En la Epifanía celebramos la manifestación de su divinidad, su
carácter de Salvador a los Magos, al pueblo judío en el Jordán y en el milagro de Caná.La Navidad es el
encuentro de lo "divino con lo humano y lo humano con lo divino". Navidad es cercanía. Epifanía es la
visibilidad gloriosa de su divinidad. Es el misterio de un Dios que viene, que está y que se manifiesta.El
misterio de la Venida no se celebra como un recuerdo, aniversario entrañable, sino que es una realidad
actual. Navidad es nacimiento y venida y aparición "hoy". El misterio se nos hace presente y se nos
comunica en la celebración litúrgica. El "Dios con-nosotros" quiere en cada Navidad hacer de los cristianos
"nosotros-con-Dios": hijos, partícipes de su nuevo nacimiento y de su vida.El ciclo natalicio comprende
también un tiempo de preparación que se denomina:
Adviento, que comienza en las vísperas del domingo más próximo al 30 de noviembre y termina en las
vísperas del día 24 de diciembre.En el tiempo de Adviento distinguimos una doble perspectiva: una
existencial y otra cultual o litúrgica. Ambas perspectivas no sólo no se oponen, sino que se complementan
y enriquecen mutuamente. La espera cultual, que se consuma en la celebración de la fiesta de Navidad, se
transforma en esperanza escatológica proyectada hacia la Parusía final, dotando de este modo nuestra
experiencia religiosa cristiana de una fuerza peculiar y de un dinamismo lleno de eficacia. Por estas
razones el Adviento se nos manifiesta como tiempo de una expectación piadosa y alegre. Todo el misterio
de la esperanza cristiana se resume en el Adviento, Al mismo tiempo, es preciso afirmar que la espera del
Adviento invade toda nuestra experiencia cristiana, la envuelve y encuentra en ella una dimensión nueva.
Las primeras semanas del Adviento subrayan el aspecto escatológico de la espera abriéndose hacia la
Parusía final; en la última semana, en cambio, a partir del 17 de diciembre, la Liturgia del Adviento centra
su atención en torno al acontecimiento histórico del nacimiento del Señor, actualizado sacramentalmente
en la fiesta.
3. EL TIEMPO ORDINARIOAdemás de los tiempos que tienen un carácter propio, quedan 33 ó 34 semanas
en el curso del año, en las que no se celebra algún aspecto peculiar del misterio de Cristo, sino más bien se
recuerda el mismo misterio de Cristo en su plenitud, principalmente los domingos. Este período de tiempo
recibe el nombre de Tiempo Ordinario. Es un Tiempo todavía poco conocido en su estructura, contenido y
expresión de fe.La importancia de este Tiempo se centra en conseguir la progresiva asimilación del
misterio de Cristo por parte de los fieles, porque semana tras semana y día tras día se presenta toda la
vida histórica de Jesús, vista siempre a la luz del misterio pascual.Este tiempo nos ofrece igualmente, la
dinámica interna del crecimiento y la realización del Reino de Dios en este mundo. Los domingos y
semanas anteriores al bloque de Cuaresma-Pascua sirven para introducirnos en la predicación y
actualización del Reino de Dios por parte del Jesús histórico. Mientras que los domingos y semanas
posteriores, sirven para centrarnos en la experiencia que del Reino de Dios ha de hacer la Iglesia
pospascual de los tiempos.El Tiempo Ordinario comienza el lunes que sigue al domingo posterior al 6 de
enero y se extiende hasta el martes antes de Cuaresma inclusive: de nuevo se reanuda el lunes después
del domingo de Pentecostés y termina antes de las primeras Vísperas del domingo de Adviento.
La fiesta como espacio cronológico y marco de la celebración, hace posible la inserción plena del
acontecimiento celebrado en la vida de los hombres. El clima que se palpa en la celebración hace que ese
tiempo de celebrar sea distinto del tiempo ordinario y común, en el que no sucede nada. El hombre vive el
tiempo festivo como una inclusión de la eternidad en nuestro presente fugaz e inexorable. Por eso
encuentra este tiempo feliz y gratificante.
A estas notas humanas se añaden las específicamente cristianas del tiempo celebrativo de la liturgia, un
tiempo que se convierte en acto de culto y en oportunidad de salvación presidido por la eucaristía.
- Tiene un valor escatológico como figura, prenda y anticipo de lo que está por venir: la vida eterna.
- El culmen de toda fiesta cristiana por excelencia es el domingo, anterior a cualquier fiesta o tiempo
litúrgico. Las diversas fiestas y tiempos litúrgicos, organizados posteriormente descansan sobre los
domingos.
- Los dos factores que determinan el tiempo de la celebración son el factor cósmico y el factor histórico.
- En el examen de las fiestas cristianas encontramos una relación constante entre las estaciones del año y
las fiestas litúrgicas.
- Es claro que en la constitución del domingo como fiesta cristiana prima el hecho histórico: la muerte y la
resurrección de Cristo. Pero el hecho cósmico no está ausente.
- Se impone el ritmo repetitivo semanal, como criterio para elegir y señalar el día de reunión de los
cristianos para celebrar su fiesta. Y el ritmo semanal es claramente un ritmo lunar: es la fracción del
período mensual determinado por los ciclos de la luna.
Junto a esta celebración semanal pronto aparece la celebración anual: La Pascua. También aquí
encontramos una síntesis entre el tiempo histórico y el cósmico. El año es el resultado del ciclo solar con
sus cuatro estaciones.
Siguiendo la tradición Judía, los cristianos elegirán para la fiesta anual de la resurrección, el equinoccio de
primavera: punto de equilibrio entre el día y la noche, momento de resurgimiento de la vida nueva en la
naturaleza, de renacimiento de la vida. A ésto se añadirá un simbolismo complementario: la luna llena, la
plenitud de la luz.
La liturgia elegirá otro momento del año para celebrar las fiestas de la fe: el solsticio de invierno, el tiempo
que los días empiezan a crecer y parece que el sol renace. Este contexto servirá para celebrar el otro
hecho histórico de nuestra fe: el nacimiento de Cristo, verdadero Sol que vence la tiniebla. Tenemos el
tiempo de Navidad.
Alrededor de estos dos ejes del año, Pascua y Navidad, se articulan otras fechas festivas: los dias natales
de los seguidores más inmediatos de Cristo: María, los apóstoles, los mártires, etc.
El retorno regular de estas fiestas constituye los ciclos de la celebración cristiana, sus ritmos y cadencias,
la liturgia llama a esta estructuración de los tiempos celebrativos año litúrgico y considera a éste como el
marco y la entraña de su fiesta, como las auras de la eternidad del Reino.
Es por todo esto que decimos que las principales solemndades son "moviles"
El calendario litúrgico
El tiempo está dividido en períodos que marcan la vida, las actividades y las fiestas de los hombres. Los
cristianos tienen también una distribución del tiempo en el que celebran los misterios de Cristo y expresan
su fe. Es el calendario litúrgico. Tiene su propio ritmo, una sucesión de fiestas y una alternancia de
tiempos.
La liturgia cristiana ha establecido divisiones en el tiempo para distribuir en ellas las distintas
celebraciones del misterio de Cristo. El calendario litúrgico se establece conforme a estos ritmos:
Diario: cada día es santificado por las celebraciones del pueblo de Dios, principalmente por la Eucaristía y
la liturgia de las Horas.
Semanal: gira entorno al domingo, día del Señor y fiesta primordial de los cristianos.
Anual: cuenta con 52 semanas y a través de ellas se desarrolla todo el misterio salvífíco de Cristo, cuya
fiesta principal es el Triduo Pascual.
- Solemnidades y fiestas de la Virgen SantísimaEn el culto a la Virgen la Iglesia admira y ensalza el fruto
más espléndido de la redención, en la que ella tuvo activa participación.A lo largo de todo el año, aunque
estas solemnidades y fiestas están en el Santoral, deben contemplarse en especial conexión con el Año
Litúrgico. Sus relaciones son:
Se relacionan con Adviento: la Inmaculada, la Anunciación, la Visitación.
Se relacionan con Navidad-Epifanía: Madre de Dios, Natividad de María, Sagrada Familia, Presentación de
María.
Se relacionan con Pascua; Asunción, Dolores, Corazón de María, Carmen y muchas otras advocaciones con
que el pueblo cristiano venera a la Virgen María.
- Los Santos en el Año LitúrgicoLa santidad es un atributo de Dios y de su Hijo, es también un don de Dios
a su pueblo, el don de Cristo a su Iglesia y a cada uno de sus miembros.El título de santo se atribuye a
aquellos cristianos que han vivido con mayor plenitud su pertenencia a Crisfo. Celebrar a un santo es
celebrar a Dios, darle gracias, reconocer su presencia en nuestra historia. El día de su muerte o nacimiento
para la vida futura se considera el día más propio para recordarlos, y así lo hace la Iglesia en su Liturgia.Las
celebraciones del Tiempo Ordinario y del Santoral van completando, a lo largo del año, el recuerdo y la
actualización del Misterio pascual, tanto en la evocación de la vida histórica de Jesús como en su
cumplimiento en la vida de la Madre de Dios y de los que se distinguieron como los más fieles testigos de
la fe y del evangelio.
Catequesis en audio:
El Papa Benedicto XVI emitió su Motu Proprio “Summorum Pontificum”, que concede un indulto que
permite celebrar la misa tridentina sin necesidad de solicitar permiso al obispo. Aprende qué es un Motu
Proprio y las implicaciones de este documento.
Da click en el siguiente enlace y escucha el tema: -Sobre la Misa Tridentina y el Novus Ordo.>
Participación en el Foro
¿Qué es el año Litúrgico?
Menciona los ciclos que tiene el Año Litúrgico
Menciona los tiempos del año Litúrgico
- Ecclesia De Eucharistia
- Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la rececpción de la comunión eucarística por parte de los
fieles divorciados que se han vuelto a casar
- Redemptionis Sacramentum
Sobre algunas cosas que se deben observar o evitar acerca de la Santísima Eucaristía
La Iglesia llega a ser también signo, sacramento de la presencia de Jesús en el mundo de hoy, como
Salvador de los hombres. Es decir, la Iglesia es el signo visible e histórico a través del cual Jesús sigue
ofreciendo y obrando con su presencia gloriosa la salvación de los hombres. Todo lo que hace y dice la
Iglesia no tiene otro fin que el de significar y realizar, directa o indirectamente, la salvación de Cristo.
La Iglesia echa mano de ciertas acciones, signos, a través de los cuales Jesús sigue haciéndose presente
en medio de nosotros. Se les ha llamado sacramentos. Son signos y gestos que dan al hombre la
oportunidad de encontrarse con Jesucristo, desde el nacimiento hasta su muerte.
Los siete sacramentos aparecen en siete momentos que representan la totalidad de la vida humana; y en
esos momentos es cuando Jesús quiere entrar en el hombre a través de los siete sacramentos.
Cada uno de estos momentos en los cuales Jesús se hace presente, son vividos por nosotros como una
verdadera fiesta; siendo los momentos cruciales de nuestra vida, Él se hace presente. Pero no hay fiesta,
cuando uno está solo. En una fiesta no hay lugar para “el cada uno para sí”. Tampoco en los sacramentos.
Éstos son signos de vida, de amor, de unidad. Son signos comunitarios; en ellos se expresa toda la
comunidad de creyentes como en una realidad: un pueblo salvado que se une con alegría a su Señor en la
fe, la esperanza y el amor.
Así definiríamos los sacramentos: son signos sensibles y eficaces de la gracia, instituidos por Nuestro Señor
Jesucristo para santificar nuestras almas, y confiados a la Iglesia para su administración.
Son siete:
1) Bautismo: Dios nos da su vida divina, la entrada a la Iglesia católica y nos hace partícipes de Cristo
Profeta, Rey y Sacerdote, y herederos del cielo.
2) Confirmación: Dios nos confiere la madurez espiritual para la lucha y nos capacita para ser apóstoles de
Cristo y testigos de su palabra.
3) Comunión: Dios nos alimenta con el Cuerpo y la Sangre de su Hijo Jesucristo y nos hace crecer en la
caridad.
4) Penitencia: Dios nos perdona, por intermedio del sacerdote, nuestros pecados y nos ayuda a vencer las
tentaciones.
5)Unción de enfermos: Dios nos ofrece este sacramento para prepararnos a afrontar con confianza el
momento de la enfermedad y de la muerte, confortándonos en el sufrimiento y sosteniéndonos en las
tentaciones finales, y así prepararnos para mirar con gozo la eternidad.
6) Orden Sacerdotal: Dios ofrece este sacramento a hombres varones a quienes Él ha elegido para servir a
la comunidad creyente, como ministros sagrados y administradores de sus misterios.
7) Matrimonio: Dios regala este sacramento a hombres y mujeres que sienten la llamada a formar una
familia y así perpetuar la especie humana. El sacramento del matrimonio es signo eficaz del amor esponsal
que Cristo tiene hacia su Iglesia.
Santo Tomás de Aquino resume así la necesidad de que sean siete los sacramentos por analogía de la vida
sobrenatural del alma con la vida natural del cuerpo: por el bautismo se nace a la vida espiritual; por la
confirmación crece y se fortifica esa vida; por la eucaristía se alimenta; por la penitencia se curan sus
enfermedades; la unción de los enfermos prepara a la muerte, y por medio de los dos sacramentos
sociales –orden sagrado y santo matrimonio- es regida la sociedad eclesiástica y se conserva y acrecienta
tanto en su cuerpo como en su espíritu.
Ritos introductorios
Diálogo inicial del sacerdote con los padres y padrinos del niño.
Pregunta a los padres y padrinos: “¿Qué quieren para su hijo?”. La respuesta es hermosísima: “El don del
Bautismo....La vida eterna...La santidad de Dios para nuestro hijo”.
Acogida y signación en la frente del niño.
Liturgia de la Palabra
Lecturas.
Salmo responsorial.
Homilía.
Oración en silencio
Oración de los fieles.
Exorcismo.
Unción en el pecho del niño.
Liturgia sacramental
Bendición del agua.
Renuncias.
Profesión de fe.
Petición del bautismo.
Ablución más la fórmula: “Yo te bautizo en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
Crismación en la cabeza.
Vestidura.
Entrega del cirio.
Efetá (opcional)
Ritos conclusivos
Padrenuestro.
Bendiciones varias.
Cántico de acción de gracias.
Presentación del recién bautizado a la Virgen.
2. SACRAMENTO DE LA CONFIRMACIÓN
Cuando la confirmación es dentro de la misa se sigue esta estructura:
Rito de entrada: canto, procesión de entrada, reverencia al altar, saludo del obispo, oración.
Rito de despedida: fórmula especial de bendición solemne o la oración sobre el pueblo, canto.
Liturgia de la Palabra
Primera lectura.
Salmo responsorial
Segunda lectura.
Alleluia.
Evangelio.
Homilía.
Credo.
Oración de fieles
Liturgia de la Eucaristía
Preparación y presentación de los dones.
Incensación, si es solemnidad.
Lavatorio de las manos
Oración sobre las ofrendas.
Plegaria eucarística
Rito de la comunión
Ritos conclusivos
Saludo
Bendición.
Despedida final.
4. SACRAMENTO DE LA PENITENCIA
Acogida del penitente:
“En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén”. El penitente tiene que experimentar,
desde que entra en el confesonario, la ternura de Dios y la alegría de poderle abrazar a su Padre Dios,
lleno de misericordia.
Lectura de la Palabra de Dios: puede leerse un texto evangélico; puede hacerse dentro de la confesión o,
mejor, antes de entrar a la confesión, para no retrasar a otros penitentes que están ya esperando.
Confesión de los pecados del penitente: “Estos son mis pecados:...”. Contarlos con sencillez, humildad y
sinceridad, sin poner excusas, sin enrollarse, ni ocultar circunstancias importantes que agraven el pecado.
Manifestación del dolor por parte del penitente: “Yo confieso; o Pésame; o Señor mío Jesucristo...”. Este
dolor es por haber ofendido a Dios nuestro Padre lleno de amor y de ternura. Este dolor está unido a un
propósito firmísimo de enmienda, sin el cual la confesión no tiene efecto.
Absolución sacramental por parte del confesor: “Dios Padre misericordioso, que reconcilió consigo al
mundo por la muerte y resurrección de su Hijo, y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los
pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz, Y YO TE ABSUELVO DE TUS
PECADOS EN EL NOMBRE DEL PADRE Y DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO”. En cada confesión
experimentamos en nuestra alma toda la sangre redentora de Cristo que nos limpia, nos purifica, nos
perdona y nos santifica. Cada confesión es una auténtica y renovada Pascua.
Alabanza a Dios: - “Da gracias al Señor porque es bueno”- ”Porque es eterna su misericordia”.
Despedida del sacerdote: “Vete en paz, y anuncia a los hombres las maravillas de Dios que te ha salvado”.
Salimos felices para proclamar la gran misericordia de Dios en nuestras vidas.
Liturgia de la Palabra:
Se lee un texto del evangelio referido a un enfermo.
LetaníasLiturgia del sacramento: santa unción. Así es la hermosa fórmula que dice el sacerdote: “Por esta
santa unción y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo”. El
enfermo responde: Amén. “Para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu
enfermedad”. El enfermo responde: Amén. Acto seguido el sacerdote dice esta oración: “Te rogamos,
Redentor nuestro, que, con la gracia del Espíritu Santo, cures la debilidad de este enfermo, sanes sus
heridas y perdones sus pecados. Aparta de él todo cuanto pueda afligir su alma y su cuerpo; por tu
misericordia devuélvele la perfecta salud espiritual y corporal, para que, restablecido por tu bondad,
pueda volver al cumplimiento de sus acostumbrados deberes. Tú que vives y reinas por los siglos de los
siglos”. El enfermo responde: Amén.
El obispo el día de la ordenación le dice al nuevo sacerdote: “Por eso, vosotros, queridos hijos, que ahora
seréis consagrados presbíteros, debéis cumplir el ministerio de enseñar en nombre de Cristo, el Maestro.
Anunciad a todos los hombres la palabra de Dios que vosotros mismos habéis recibido con alegría.
Meditad la ley del Señor, creed lo que leéis, enseñad lo que creéis y practicad lo que enseñáis. Que vuestra
doctrina sea un alimento sustancioso para el pueblo de Dios; que la fragancia espiritual de vuestra vida
sea motivo de regocijo para todos los cristianos, a fin de que con la palabra y el ejemplo construyáis ese
edificio viviente que es la Iglesia de Dios.Os corresponderá también la función de santificar en nombre de
Cristo. Por medio de vuestro ministerio, el sacrificio espiritual de los fieles alcanzará su perfección al unirse
al sacrificio del Señor, que por vuestras manos se ofrecerá incruentamente sobre el altar, en la celebración
de la Eucaristía. Tened conciencia de lo que hacéis e imitad lo que conmemoráis. Por tanto, al celebrar el
misterio de la muerte y la resurrección del Señor, procurad morir vosotros mismos al pecado y vivir una
vida realmente nueva.
Al introducir a los hombres en el pueblo de Dios por medio del bautismo, al perdonar los pecados en
nombre de Cristo y de la Iglesia por medio del sacramento de la penitencia, al confortar a los enfermos
con la santa unción, y en todas las celebraciones litúrgicas, así como también al ofrecer durante el día la
alabanza, la acción de gracias y la súplica por el pueblo de Dios y por el mundo entero, recordad que
habéis sido elegidos de entre los hombres y puestos al servicio de los hombres en las cosas que se
refieren a Dios.Con permanente alegría y verdadera caridad continuad la misión de Cristo Sacerdote, no
buscando vuestros intereses sino los de Jesucristo.Finalmente, al participar de la función de Cristo,
Cabeza y Pastor de la Iglesia, permaneced unidos y obedientes al obispo. Procurad congregar a los fieles
en una sola familia, animada por el Espíritu Santo, conduciéndolos a Dios por medio de Cristo. Tened
siempre presente el ejemplo del Buen Pastor que no vino a ser servido sino a servir y a buscar y salvar lo
que estaba perdido”. Después de la lectura del evangelio:
Se examina a los candidatos sobre sus disposiciones respecto al ministerio que van a recibir, y la promesa
de obediencia al propio obispo y sucesores .
Letanías de los santos con la oración “Exaudi nos” del Veronense. Terminan las letanías con este hermosa
oración del obispo: “Escúchanos, Señor, Dios nuestro: derrama sobre este tu servidor la bendición del
Espíritu Santo y la virtud de la gracia sacerdotal, para que la abundancia de tus dones acompañe siempre
al que ahora te presentamos para ser consagrado. Por Cristo nuestro Señor. Amén”.
Imposición de las manos en silencio por parte del obispo sobre la cabeza de los candidatos; lo mismo
hacen los presbíteros que participan en el rito.
La oración consecratoria es la del Veronense, que pasó a todos los Pontificales, con algunas
modificaciones. Lo principal de la oración dice así: “Te pedimos, Padre todopoderoso, que confieras a este
siervo tuyo la dignidad del presbiterado; renueva en su corazón el Espíritu de santidad; reciba de ti el
sacerdocio de segundo grado y sea, con su conducta, ejemplo de vida...”.
Después algunos presbíteros colocan la estola en sentido presbiteral a cada uno de los ordenados y les
revisten con la casulla.
Luego, el obispo unge con el Santo Crisma las manos de los ordenados: “Jesucristo, el Señor, a quien el
Padre ungió con la fuerza del Espíritu Santo, te auxilie para santificar al pueblo cristiano y para ofrecer a
Dios el sacrificio”.
Sigue la entrega a cada ordenado de la patena con pan y del cáliz con vino y un poco de agua, mientras
dice: “Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios. Considera lo que realizas e imita lo que
conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz de Cristo”.
Finalmente, el obispo da la paz a cada uno de los ordenados: “La paz esté contigo”.Y el nuevo sacerdote
responde: “Y con tu espíritu”.Acto seguido, continúa la celebración de la Eucaristía: el obispo ordenante
con los recién ordenados. Es la primera misa que celebran los nuevos sacerdotes.
Bendición e imposición de los anillos:“El Señor bendiga estos anillos que os entregaréis el uno al otro,
como signo de amor y de fidelidad”. Y ellos: “N, recibe este anillo como signo de mi amor y fidelidad. En el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
Bendición y entrega de las arras: es un rito opcional. Las arras son unas monedas. La bendición que da el
sacerdote es ésta: “Bendice, Señor, estas arras, que pone N. En manos de N. Y derrama sobre ellos la
abundancia de tus bienes”. El esposo toma las arras y las entrega a la esposa diciéndole: “N., recibe estas
arras como prenda de la bendición de Dios y signo de los bienes que vamos a compartir”.
La bendición de los esposos .Comunión, si los esposos quieren recibirla y están en estado de gracia.
Bendición final.
Los sacramentales
Nos contesta el concilio Vaticano II en su constitución sobre la Sagrada Liturgia en el número 60: “La
Santa Madre Iglesia instituyó, además, los sacramentales. Estos son signos sagrados creados según el modelo
de los sacramentos, por medio de los cuales se significan efectos, sobre todo de carácter espiritual, obtenidos
por la intercesión de la Iglesia. Por ellos, los hombres se disponen a recibir el efecto principal de los
sacramentos y se santifican las diversas circunstancias de la vida”.
El nombre de “sacramentales” nos trae a la memoria el de “sacramentos” y manifiesta una íntima relación
entre unos y otros. Los sacramentales ayudan a los hombres para que se dispongan a recibir mejor los
efectos de los sacramentos, efectos que el Concilio llama principales.
Mientras los sacramentos son de institución divina, pues los ha instituido el mismo Jesucristo, los
sacramentales son de institución eclesiástica, es decir, los ha creado la Iglesia.
Además, en cuanto a los efectos también hay diferencias. Los sacramentos producen la gracia “ex opere
operato”, o sea, todo sacramento obra, tiene eficacia por el hecho de ser un acto del mismo Jesucristo;
no obtiene su eficacia o valor esencial ni del fervor ni de los merecimientos ni de la actividad del ministro o
del sujeto que recibe el sacramento. En cambio, los sacramentales obran “ex opere operantis Ecclesiae”,
es decir, que reciben su eficacia de la misión mediadora que posee la Iglesia, por la fuerza de intercesión
que tiene la Iglesia ante Cristo que es su Cabeza. Los sacramentales producen sus efectos por la fuerza
impetratoria de la Santa Iglesia.
Está ante todo la finalidad. Tanto los sacramentos cuanto los sacramentales tienden al mismo término: la
santidad. Los sacramentos producen esa santidad de modo inmediato y directo; los sacramentales la
conceden de modo dispositivo. “Disponen”, dice el número que antes citamos del Concilio Vaticano II; o
sea, preparan, abren camino para recibir la santidad.
También, sacramentos y sacramentales son semejantes en cuanto que unos y otros tienen valor de signo:
significan, simbolizan los efectos que mediante ellos se producen. Sacramentos y sacramentales buscan
santificar las diversas circunstancias de la vida humana, haciendo de cada una de ellas ocasión para un
encuentro del hombre con Dios. Encuentro en que el hombre le tribute culto y reciba la salvación.
Son, pues, los sacramentales una manera por la cual la Santa Iglesia hace llegar los beneficios de la
Redención a todos los ámbitos de la vida cotidiana, aún a los más modestos, y contribuye así a realizar la
consagración del mundo. Constituyen el lazo entre la vida cotidiana y el ámbito de la Redención.
Extienden a la creación entera la irradiación de los sacramentos como un testimonio de la dimensión
cósmica del misterio pascual. Cubren un amplísimo campo de la vida litúrgica de la Iglesia.
En pocas palabras, así como los sacramentos se ubican en esos momentos resaltantes de la vida humana,
los sacramentales invaden los momentos cotidianos, humildes, múltiples de esa misma vida del hombre.
Los sacramentos son de institución divina, los sacramentales son de institución eclesiástica.
Los sacramentos actúan “ex opere operato” (por sí mismos), los sacramentales “ex impetratione
Ecclesiae” (por impetración de la Iglesia).
Los sacramentos son signos de la gracia, los sacramentales son signos de la oración de la Iglesia.
Los sacramentos tienen como fin producir la gracia que significan, los sacramentales sólo disponen para
recibir la gracia (consiguen gracias actuales) y obtienen otros efectos espirituales.
Los sacramentos son necesarios para la salvación; los sacramentales, no. Son las múltiples ceremonias de
bendiciones y consagraciones que figuran en el Ritual y en el Pontifical Romano. Citemos algunas:
bendición de las personas, de cosas (medallas, casas, automóviles, alimentos, etc.), el agua bendita, los
exorcismos, la consagración de vírgenes, dedicación del altar, del templo, de las campanas, etc.
Los sacramentales ocupan un gran lugar en la actividad religiosa de la santa Iglesia y la gente acude con
frecuencia a solicitarlos. Por ejemplo, las bendiciones para determinados momentos de la vida: mujer que
va a dar a luz, viajes prolongados, procesiones, una bendición para un enfermo, etc.Ahora se entiende lo
que dice la constitución sobre la Sagrada Liturgia, en el número 61: “La liturgia de los sacramentos y de los
sacramentales hace que los fieles bien dispuestos sean santificados en casi todos los actos de la vida, por
la gracia divina que emana del misterio pascual...Y hace también que el uso honesto de las cosas
materiales pueda ordenarse a la santificación del hombre y a la alabanza de Dios”. Y en el número 79 se
nos dice: “Revísense los sacramentales, teniendo en cuenta la norma fundamental de la participación
constante, activa y fácil de los fieles y atendiendo a las necesidades de nuestros tiempos. En la revisión de
los Rituales se pueden añadir también nuevos sacramentales, según lo pida la necesidad...Prevéase,
además, que ciertos sacramentales, al menos en circunstancias particulares y a juicio del obispo del lugar,
puedan ser administrados por laicos que tengan las cualidades convenientes”. De entre los
sacramentales, quiero detenerme en éstos: el de la profesión religiosa, el de las exequias y el de las
procesiones, peregrinaciones y jubileos.
a)El sacramental de la profesión religiosaMe refiero a la ceremonia con la cual aquellos bautizados que
responden a un llamado especial de Dios renuncian al mundo y se consagran definitivamente y
exclusivamente al Reino de Dios, por amor a Jesucristo, en la profesión de los tres consejos evangélicos
que, en forma de votos o compromisos de diversa índole, se comprometen a cumplir: pobreza, castidad y
obediencia. Este sacramental de la profesión religiosa es como una extensión del sacramento del
bautismo. En efecto, la vocación religiosa “de especial consagración”, como suele denominarse ahora, se
ubica en una línea que prolonga los compromisos bautismales. Por tanto, este sacramental de la vida
religiosa, prolonga y busca plenificar, por la impetración de la Iglesia, la consagración realizada en el
bautismo, en aquellos que recibieron tal vocación.
b)El sacramental de las exequiasLa Iglesia tiene clara conciencia de que su estado actual de peregrinación
no interrumpe los lazos con aquellos miembros suyos que, traspasado el umbral de la muerte, o bien
gozan ya de la visión de Dios o bien se preparan a gozarla; es decir, con sus miembros difuntos que están
ya en el cielo, ya en el purgatorio. Así lo dice la constitución del concilio Vaticano II, Lumen Gentium, n. 49:
“La unión de los viadores con los hermanos que se durmieron en la paz del Señor de ninguna manera se
interrumpe. Más bien, según la constante fe de la Iglesia, se robustece con la comunicación de bienes
espirituales. Por eso, la Iglesia guardó con gran piedad la memoria de los difuntos y ofreció sufragios por
ellos, porque santo y saludable es el pensamiento de orar por los difuntos, para que queden libres de sus
pecados”. Así, como concreción de estos sufragios, surgieron distintos sacramentales relacionados con
los ritos exequiales. Entre ellos, principalmente los “responsos” y las procesiones a los cementerios.
Acerca de estos sacramentales relacionados con los difuntos que están purificándose todavía después de
la muerte, dice la constitución sobre la Sagrada Liturgia: “El rito de exequias debe expresar más
claramente el sentido pascual de la muerte cristiana y debe responder mejor a las circunstancias y
tradiciones de cada país, aún en lo referente al color litúrgico”(n. 81). Esta revisión se hacía necesaria
porque, por diversas circunstancias, los ritos exequiales codificados por el Ritual Romano del año 1614 no
mostraban nítidamente el sentido pascual de la muerte cristiana. La Iglesia celebra en ellas el misterio
pascual para que quienes fueron incorporados a Cristo, muerto y resucitado por el bautismo, pasen con Él
a la vida, sean purificados y recibidos en el cielo, y aguarden el triunfo definitivo de Cristo y la resurrección
de los muertos (cf Sacrosanctum Concilium, n. 82). Esto explica que la esperanza de la resurrección sea un
tema central en las exequias. A ella se refieren constantemente las lecturas, las antífonas y las oraciones.
La Iglesia, consciente de esta esperanza cristiana, intercede por los difuntos para que el Señor perdone
sus pecados, los libre de la condenación eterna, los purifique totalmente, los haga partícipes de la eterna
bienaventuranza y los resucite gloriosamente al final de los tiempos. La eficacia de este intercesión se
funda en los méritos de Jesucristo, no en los sufragios mismos. En estas exequias ve también la Iglesia la
veneración del cuerpo del difunto. El cristianismo no considera el cuerpo como la cárcel del alma, como
decía el platonismo; ni tampoco ve en el cuerpo algo intrínsecamente malo, como proclamó el
maniqueísmo; y menos aún admite el materialismo ateo para quien sólo existe lo material, a lo que
considera indefectiblemente perecedero y despreciable. La Iglesia siempre ha defendido la unidad vital
cuerpo-alma, y por lo mismo, ambos elementos son objeto de salvación; uno y otro serán glorificados o
condenados. Las exequias son una magnífica ocasión para que la comunidad cristiana reflexione y ahonde
en el significado profundo de la vida y de la muerte; y para que los pastores de almas realicen una eficaz
acción evangelizadora, potenciada por las disposiciones positivas de los familiares, la participación en la
misa exequial de muchos cristianos alejados y la presencia amistosa de personas indiferentes, incrédulas e
incluso ateas. Conviene anotar de paso algunas cuestiones particulares sobre las exequias.
El agua bendita que el sacerdote derrama sobre el cadáver alude al bautismo, y la incensación, a la
resurrección. Son, pues, gestos pascuales.
En la liturgia de las exequias no se debe hacer acepción de personas por razón de su posición económica,
cultural, social, etc., pues todos los cristianos son igualmente hijos de Dios y de la Iglesia y poseen la
misma dignidad bautismal. Sin embargo, está permitido realzar la solemnidad de las exequias de las
personas que tienen autoridad civil o poseen el orden sagrado, ya que la distinción se refiere a lo que
significan esas personas, no a las mismas personas. Pero siempre hay que hacerlo con moderación.
¿A quién denegar la sepultura eclesiástica? El nuevo Código de Derecho Canónico establece en los
números 1184 y 1185 lo siguiente: “Se han de negar las exequias eclesiásticas, a no ser que antes de la
muerte hubieran dado alguna señal de arrepentimiento: 1) a los notoriamente apóstatas, herejes o
cismáticos; 2) a los que pidieron la cremación de su cadáver por razones contrarias a la fe cristiana; 3) a los
demás pecadores manifiestos, a quienes no pueden concederse las exequias eclesiásticas sin escándalo
público de los fieles. En el caso de que surja alguna duda, hay que consultar al Ordinario del lugar, y
atenerse a sus disposiciones. Sigue diciendo el Código que a quien ha sido excluido de las exequias
eclesiásticas se negará también cualquier misa exequial. Sin embargo, en este caso también se pueden
decir misas privadas en sufragio de su alma, apelando a la infinita misericordia de Dios.
c)Otros sacramentales: procesiones, peregrinaciones y jubileos. ¿Qué decir de las procesiones?Las únicas
procesiones de que trata el nuevo Ritual son las eucarísticas y las del traslado de las reliquias. Sobre las
eucarísticas indica que son expresiones con las que el pueblo cristiano da testimonio público de su fe y de
su piedad hacia el Santísimo Sacramento, sobre todo si se lleva el Santísimo Sacramento por las calles
entre cantos y en medio de un ambiente solemne. Es ya tradicional la procesión del Corpus Christi. Dicha
procesión se celebra a continuación de la misa, en la que se consagra la Hostia que ha de trasladarse en la
procesión. Sin embargo, nada impide que ésta se haga después de una adoración pública prolongada que
siga a la misa. En estas procesiones eucarísticas se deben usar los ornamentos utilizados durante la misa o
la capa pluvial de color blanco. Han de utilizarse cirios, incienso y palio, bajo el que marchará el sacerdote
que lleva el Sacramento, según los usos de la región. Al final de la procesión se imparte la bendición con el
Santísimo Sacramento y se reserva.
Sobre las reliquias Se deben colocar debajo del altar, después de haberlas llevado procesionalmente.
Las peregrinacionesLas peregrinaciones se asemejan a las procesiones, pero su recorrido es mucho más
largo. Las primeras manifestaciones conocidas de estos actos de piedad se encuentran en las visitas a
Palestina para venerar los lugares donde ocurrieron hechos insignes del Salvador y de siervos de Dios
tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. ¿Qué simbolizan las peregrinaciones? La vida del cristiano
en este mundo es una especie de peregrinación y destierro. Vamos camino a la eternidad.
¿Qué decir de los jubileos? Recibe el nombre de jubileo, un año, cada veinticinco, en el que el papa
concede a los peregrinos que vayan a Roma, y a los que allí viven, una indulgencia plenaria de eficacia muy
particular. También se concede una indulgencia similar en el año jacobeo a quienes visiten el sepulcro de
Santiago de Compostela todos los años en que la fiesta del santo apóstol coincida en domingo. Por
extensión, se conceden jubileos a determinados santuarios en circunstancias especiales. El término jubileo
(año de jubileo) tiene su origen en la palabra hebrea “yobel”, que significa carnero y, por extensión,
cuerno de carnero. Se empleaba en la Biblia para designar las trompetas que invitaban al pueblo israelita a
acercarse al Sinaí y las que sonaban al dar vueltas alrededor de las murallas de Jericó. Al son de dichas
trompetas se anuncia el año jubilar entre los judíos, año de gracia y de libertad.
El primer jubileo cristiano conocido se celebró el año 1300 y fue promulgado por el papa Bonifacio VIII. En
la basílica de san Juan de Letrán, junto a la puerta principal, hay una pintura muy antigua que recuerda
este hecho. Los Años Santos de Roma sufrieron diversas transformaciones. Al principio se estableció que
el año santo jubilar se celebraría cada cien años y habrían de visitarse las basílicas de los santos apóstoles
Pedro y Pablo. Clemente VI declaró año santo jubilar el año 1350, añadiendo la visita a la basílica de san
Juan de Letrán. Urbano VI declaró en 1389 que el año santo jubilar había de celebrarse cada 33 años en
recuerdo de los años de Jesucristo, y extendió el número de basílicas a la de santa María la Mayor. Otro
jubileo fue decretado por el papa Martín V en 1423. Pero Nicolás V, en 1450, estableció que se celebrasen
de nuevo cada 50 años. Finalmente, en 1470, el papa Paulo II dispuso que en adelante el año santo jubilar
tuviera lugar cada 25 años.
Así continúa en la actualidad, exceptuados algunos jubileos extraordinarios, como el promulgado por Pío
XI en 1934 (año jubilar de la redención), y el año mariano de 1987, convocado por Juan Pablo II. En la
ceremonia del Año Santo destaca la apertura y el cierre de la Puerta Santa en las cuatro basílicas romanas
antes citadas. Su origen se remonta al siglo XV y se abren en la tarde de Navidad anterior al Año Santo y se
cierran el día de Navidad de ese año. La apertura de la Puerta Santa simboliza la apertura del Paraíso,
debido a la indulgencia plenaria concedida. Las condiciones para obtener esa indulgencia se exponen en la
Bula de promulgación.
Catequesis en audio:
Da click en el siguiente enlace y escucha el tema: - Entendiendo la Santa Misa: ¿qué es la Doxología?.
Participación en el Foro
¿Qué y cuáles son los sacramentos?
¿En qué se dividen los sacramentos?
¿Qué son los sacramentales?
¿Cuál es la diferencia entre sacramento y sacramentales?
Menciona algunos ejemplos de sacramentales
- Ecclesia De Eucharistia
-Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la rececpción de la comunión eucarística por parte de los
fieles divorciados que se han vuelto a casar
¿Por qué a veces se da esta separación: por una parte, la celebración, por otra, nuestra vida no responde a
esa celebración? La respuesta es sencilla: por el pecado y nuestra miseria.
Esto se dio antes de la venida de Cristo, en el Antiguo Testamento, pues no se contaba con la gracia de
Cristo. Pero ahora, sí tenemos esa gracia de la unidad, entre el ritual sagrado y la conducta moral: “El
mismo Cristo que celebramos debe ser el mismo Cristo que vivimos”. Decir liturgia vivida es llevar una vida
nueva, actuar como Cristo, pensar como Cristo, amar como Cristo, sentir como Cristo. Cristo resucitado es
nuestra fuente y nuestra vida nueva.
En la oración
En el trabajo y la cultura
En la comunidad humana
En la compasión por los pobres
La liturgia desemboca en misión
El corazón es el lugar de la decisión, el momento del “sí” o del “no”. El corazón tiende hacia esa Presencia
que sacia y sólo en el corazón se da ese encuentro con Dios, si nosotros le abrimos. Y lo abrimos, si
oramos.
Y quien nos hace entrar en oración es el Espíritu Santo. Él es el pedagogo de nuestra oración. Es
indispensable empezar por Él y con Él. Él hace entrar en el corazón a Cristo resucitado. El Espíritu Santo es
quien nos despierta a la oración. No sólo es Él quien viene a nosotros; nosotros también entramos en Él.
Y en la oración nos hace el Espíritu Santo pronunciar “Jesús”, y entramos en el misterio, y viviremos
nuestro bautismo en Él, le ofreceremos todo, seremos invadidos por su divinidad.
Es en la oración, donde no sólo llevamos los perfumes a un muerto, sino que llevamos el grito de
esperanza a quien no cree: “Ha resucitado”- le decimos. Nuestro corazón y oración se hacen eclesiales. En
la oración somos iglesia. Y sobre el altar de nuestro corazón ofrecemos toda nuestra vida. Y sólo lo que
pongamos, será transformado por el Espíritu Santo. Si ponemos poco, poco será transformado. Si
ponemos mucho, mucho será transformado. Si ponemos todo nuestro ser, todo nuestro ser será
transformado.
Cuanto más humilde y confiado es el silencio del corazón, más lo dilata Jesús con su presencia y nos
convertimos en santos y nuestro corazón se abrirá a todas las gracias que Dios nos quiera ofrecer a través
de la liturgia. Esas gracias nos santificarán. No somos nosotros los que nos santificamos; es Dios, fuente
de santidad, quien nos santificará, si le dejamos y le abrimos nuestra alma.
Nos da miedo esta santidad, cuando nuestro hombre viejo rehuye la oración. Abandonando el altar del
corazón, pretendemos compensar nuestro sacerdocio real trabajando sobre las estructuras de este
mundo, ¡como si éstas pudieran hacer venir el Reino!
No queremos afrontar nuestra muerte, la muerte a nuestras ambiciones, a nuestras vanidades, a nuestros
planes personales. Antes de trabajar sobre las estructuras económicas, sociales y políticas de este mundo,
hay que trabajar primero sobre el corazón de cada uno de nosotros y convertirlo y santificarlo. Y esto lo
logramos desde la oración. Y un corazón santo pondrá estructuras santas.
Cuando el corazón se decide a orar, entra en el Espíritu y en Cristo, participa en la epíclesis de la Iglesia y
está en la vanguardia del combate, del gran combate pascual.
Y con la oración se va logrando, en cierto sentido, la deificación o divinización del hombre mediante la
liturgia. Si con la oración consentimos que nos invada el río de la vida divina, nuestro ser todo entero será
transformado, nos haremos árboles de vida y podremos dar siempre el fruto del Espíritu: amar con el
amor mismo. Y el amor mismo es Dios.
A decir verdad, desde que Cristo asumió nuestra naturaleza humana, y murió y resucitó, ascendiendo al
cielo, ya nuestra naturaleza, con todo lo que tiene de bueno o de malo, ya no nos pertenece. Por eso, lo
único que debemos hacer es no ser rebeldes y abrirnos al Espíritu para que esta deificación se ponga en
marcha día a día. El hijo de Dios se ha hecho hombre, a fin de que el hombre se haga hijo de Dios, nos
dicen los Padres de los primeros siglos.
En la celebración de la liturgia, preparada por la liturgia del corazón en la oración. Esta deificación no es
súbita, sino progresiva y vital, y depende de la disponibilidad de nuestra tierra. A veces es lenta, pero
siempre es real, paciente.
Podemos romper, quebrar esta imagen de Dios por el pecado. Será el Espíritu Santo quien restaurará esa
imagen de Dios en nosotros, desfigurada por nuestros pecados. El fuego del amor del Espíritu Santo
consumirá nuestro pecado y lo transformará en luz.
Esta deificación crecerá por obra del Espíritu Santo. Él será quien hará esta obra maestra en nuestro
interior. Él nos pone en comunión con la Trinidad santa. Lo único, pues, que atrasará esta deificación es
nuestra resistencia al Espíritu, nuestra soberbia, nuestro pecado.
De ahí, nuestro trabajo de ascesis y sacrificio para luchar contra nuestras tendencias malas, y ofrecer
todos los días nuestra naturaleza humana a la obra deificante del Espíritu. Esta obra de arte del Espíritu
Santo en nuestra alma durará hasta el día que muramos. Muestra de esto es la vida edificante y heroica de
los santos, que son todo un monumento a la obra secreta del Espíritu Santo en ellos
En el trabajo y en la cultura
El “homo faber” (el hombre artesano, trabajador) es, en cierta medida, un esclavo de sus mismas obras
hasta que llega a ser “homo liturgicus” (hombre litúrgico). Es aquí donde Dios concede al hombre la
gracia de la libertad de los hijos de Dios y donde el hombre ofrecerá a Dios el producto de sus manos para
mayor gloria de la Trinidad y beneficio de la humanidad entera.
Ya que la liturgia es obra de Dios y del hombre, no podemos dejar a un lado el trabajo y la cultura. En el
trabajo y en la cultura, el hombre refleja lo celebrado en la liturgia. Es ahí, donde el hombre debe dar
gloria a Dios. El trabajo y la cultura son el lugar donde el hombre y el mundo se reencuentran y reflejan la
gloria de Dios.
Pero, para que el trabajo y la cultura sean para la gloria de Dios es necesario que el corazón del hombre
esté en paz, en armonía con Dios, porque de lo contrario será un trabajo en contra de Dios, será
anticultura.
Y encontraremos la paz y la armonía en la medida en que vivamos la gracia de Dios y luchemos contra el
pecado. Si el río de la vida no invade primero nuestro corazón, ¿cómo podrá penetrar el campo del trabajo
y la cultura, frutos del corazón humano? Si la raíz está podrida, los frutos estarán podridos.
Si el Espíritu deifica al hombre es para que el hombre humanice al mundo, y no lo esclavice ni lo destruya.
En todo trabajo debemos llevar la luz de Cristo, sólo así tendrá la impronta de Dios.
Cualquier trabajo que hagamos será incompleto, deficiente, alienante, esclavizante, tentador...si no
dejamos que lo penetre el poder del Espíritu que lo llevará más allá de la muerte y lo hará obra de luz. Si
no vivimos esto así, ¿qué ofrecemos en el altar de la eucaristía?
Pero el trabajo así transfigurado llega a ser experiencia de comunión. Y ya no se darán los injusticias del
trabajo, ni las estructuras alienantes, ni los desórdenes de la economía (corrupción, malversación de
fondos, sobornos, explotación, etc.).
La liturgia no suple nuestra inventiva en el trabajo; hace algo mejor: como es soplo del Espíritu, es
profética, dado que discierne, denuncia, suscita creatividad y se traduce en obras, pide justicia y es sierva
de la paz. Impulsa a compartir.
La cultura es la transformación de la naturaleza por medio de la mano del hombre y su impregnación por
el Espíritu. La cultura se alcanza cuando la naturaleza es humanizada y cuando por ella el hombre se hace
más humano.
Por tanto, la cultura tiene que ser iconografía del Espíritu y del hombre; de lo contrario no es más que la
iconografía del enemigo de Dios. Esto lo podemos hoy experimentar en tantas películas, canciones y
literatura, que en vez de ser reflejo de Dios, son reflejo del Maligno, que nos trata de degradar con tanta
suciedad y bajeza.
La cultura así transformada por la luz del Espíritu da su fruto: nos lleva a la belleza que es Dios, su fuente.
Entonces podremos decir, como dijo el papa a los artistas: “la belleza salvará al mundo”. No la belleza en
sí, sino la belleza transfigurada y traspasada por este rayo de luz divina.
En la comunidad humana
En este vivir la liturgia tenemos que superar un obstáculo: no contentarnos con cumplir una ley, unas
normas, sino dejarnos transformar y deificar por el Espíritu, pues cumpliendo unas normas sin esta
disponibilidad al Espíritu, parecería que la obra de santidad es más bien obra nuestra y no del Espíritu.
Esto pasa también en las relaciones a nivel social. No podemos cifrar todas nuestras relaciones en un
código de normas para una convivencia civilizada (tentación moralista), o en un programa social
(tentación socializante), como si el Espíritu Santo pudiera reducirse a valores de justicia y solidaridad. La
novedad de este misterio es mucho más.
Este río de agua viva tiene que penetrar todo el tejido social y las sociedades humanas. Y es así, porque
este río ya está entre nosotros, dentro de nosotros. La invasión del Reino del Espíritu en un grupo
humano es el evento de la verdadera comunidad entre las personas.
Y este Espíritu es el que ha puesto en esas comunidades donde ha entrado, los gérmenes de comunidad,
la llamada a la solidaridad, la vocación a la paz, el respeto mutuo. Y la luz del Espíritu es también la que
quitará la máscara de la mentira inherente al poder, la mutación del servicio en dominio, la perversión del
grupo en estructura de injusticia, la esclavitud de la persona al ídolo del dinero. El Espíritu Santo nos
revela la sociedad como icono del Reino.
Si no penetra esta luz del Espíritu Santo habrá Babel, es decir, injusticia, odio, muerte. En la sociedad
donde no hay esta comunión, esta común unión entre nosotros, habrá ausencia de amor. Y grabará el
peso del pecado y de la muerte.
Este río de vida hace fructificar los árboles de vida, cuyas simples hojas pueden ya “curar a las naciones” (1
Jn 3, 18), y hacernos hermanos, en común unión.
Será la comunión la que nos hace existir como Iglesia. Y esta comunión nos exige morir a nuestro yo, para
abrirnos al misterio del otro, como buenos samaritanos. En la liturgia del corazón se aprende cómo
hacerse prójimo del hombre herido. Entonces el Espíritu Santo cura la relación, ofreciéndose Él mismo,
que es unción de la nueva alianza.
Tenemos que pasar de una humanidad de naciones a la del Pueblo de Dios, tal es el servicio de comunión
confiado a la Iglesia: “Seremos su pueblo y ovejas de su rebaño...En aquel día no habrá ya luto ni lamento
ni dolor, porque las cosas anteriores han pasado” (Ap 21, 3-4).
La liturgia vivida alcanza todo su realismo y toda su verdad cuando nos hace entrar en el espesor del
mundo del pecado, allí donde el amor no es todavía vencedor de la muerte. La filantropía puede ser
moral, pero hasta ahí. La caridad es mucho más, es mística, porque alcanza en el hombre este abismo de
la muerte donde el amor está ausente; es mística, porque la caridad esconde toda la profundidad del amor
de Dios que se derrama en los demás.
Servir a los pobres es hacerse pobre con ellos, como el Señor. Pobres según el Espíritu. Cuando la Iglesia
se acerca al pobre, vive su liturgia hecha compasión. Lo hecho al pobre, es hecho a Jesús, pues Jesús se
identifica con el pobre, según el capítulo 25 del evangelio de san Mateo. Lo que sufre todo ser humano es
el sufrimiento mismo de Jesús, que lo asume. ¡Qué bien entendió esto la beata Madre Teresa de Calcuta!
Por eso se dedicó a los pobres más pobres, sirviendo a Jesús en ellos, saciando la sed de Jesús en ellos.
San Juan Crisóstomo, queriendo hacer comprender a los fieles de Antioquía la unidad misteriosa entre la
liturgia que están celebrando y la que deberán vivir a la salida de la iglesia, dice que dejan el altar de la
eucaristía sólo para ir al altar de los pobres. El símbolo de la continuidad es revelador. El mismo cuerpo de
Cristo que servimos en el memorial de su pasión y resurrección debemos servirlo ahora en la persona de
los pobres.
La compasión se difunde desde el corazón, no desde las emociones. Hablamos del corazón en el sentido
bíblico, es decir, el centro de la persona. Su primer motor es el perdón y la misericordia. No olvidemos que
la manifestación más brillante de la gloria de la Trinidad santa es su misericordia. Cuando aceptamos ser
tomados por ella, entramos en la profundidad del corazón de nuestro Dios. Y el hombre cuando difunde
compasión y misericordia con su prójimo pobre y necesitado está transparentando un rayo de la
misericordia divina; es más, estamos introduciendo al necesitado en el mismo corazón de Dios.
Quiero traer aquí una cita de santa Teresa de Jesús a este respecto: “Cuando yo veo almas muy diligentes
en entender la oración que tienen y muy encapotadas cuando están en ella (que parecen no osan bullir, ni
menear el pensamiento, porque no se les vaya un poquito de gusto y devoción que han tenido), hácese
ver cuán poco entienden del camino por donde se alcanza la unión. Y piensan que allí está todo el
negocio. Que no, hermanas, no; obras quiere el Señor, y que, si ves una enferma a quien puedes dar un
alivio, no se te dé nada en perder esa devoción y te compadezcas de ella, y si tiene algún dolor, te duela a
ti, y si fuera menester, lo ayunes, porque ella lo coma, no tanto por ella como porque sabes que tu Señor
quiere aquello” (Las Moradas, V, 3, 11).
Los pobres llegan a ser, por tanto, altar de la salvación de sus hermanos. Quien tiene caridad con ellos
recibe esa salvación.
La liturgia desemboca en misión, debe desembocar en misión. La misión es el fruto de esa compasión y
caridad.
Siguiendo con la imagen del agua viva, que nos ofrece la liturgia, la misma agua viva que quita la sed a los
bautizados, despierta la sed de los hijos de Dios dispersos. Esa agua que brota del Padre y del Cordero se
hace corriente caudalosa en la misión, y va empapando cuanto encuentra en el camino.
¡Qué hermoso es esto! Si hay zonas áridas y secas es porque todavía no ha llegado la corriente de la gracia
mediante la misión. No hay quien lleve esa agua que tiene toda la potencialidad de fecundar todo tipo de
tierra. ¿Por qué? “Antes de permitir a la lengua que hable, el apóstol debe elevar a Dios su alma sedienta,
con el fin de dar lo que hubiere bebido y esparcir aquello de que la haya llenado” (San Agustín, Sobre la
doctrina cristiana, 1, 4).
La Iglesia tiene como misión llevar esa agua viva por todos los terrenos del mundo. Pero necesita brazos
que lleven esa agua, y corazones ardientes devorados por el fuego del Espíritu, como el de los primeros
apóstoles. Basta leer los Hechos de los apóstoles para darnos cuenta de esto: celebraban la fracción del
pan, y después, atendían a los pobres y luego se lanzaban por los caminos con la predicación para llevar
ese río caudaloso de la gracia divina.
Liturgia, caridad y misión van unidos. Deben ir unidos. Liturgia celebrada y misión son dos momentos del
mismo amor: ¿cómo amar a nuestros hermanos si no acogemos antes a Quien nos amó primero? Y si he
acogido a Dios, ¿cómo no darlo a los demás?
La celebración litúrgica es, ciertamente, un momento intenso donde toda la comunidad eclesial reaviva la
conciencia de su misión. Pero la celebración nos lanza a la misión. En la misión, el Verbo se confía a su
Iglesia como el tesoro en vaso de barro (cf 2 Cor 4, 7), poniendo la Palabra en su corazón, penetrándola
con su Espíritu, ofreciéndole su Cuerpo. Será entonces cuando la Iglesia podrá ofrecer a todos los
hombres Aquel que ella conserva grabado en sí mismo, podrá darles el Espíritu dando su propia vida, ser
el Reino en medio de ellos.
En la misión, la gran obra de la Pascua de Cristo se convierte en la obra de su Iglesia. Ahora bien, nosotros
aprendemos a vivir esta Pascua de la Misión actuándola en la celebración de la liturgia. En la liturgia, Dios
alcanza al hombre y el hombre alcanza a Dios. Dios le da su agua viva que le sana, le reconforta, le anima y
le salva. Y el hombre se abre a Dios y la sed del hombre entabla un diálogo salvífico y queda saciado.
Y este hombre saciado va corriendo a las calles, caminos, montañas llevando el sorbo de esa agua viva
que mana del Trono de Dios y del Cordero, que mana de la Pascua. Esta es la misión. Y todo movido por el
amor, por la compasión. Por eso, la misión es epifanía, es decir, manifestación de la caridad de Cristo.
En esa misión llevamos la Palabra de Cristo que conforta, anima, orienta, reprende, consuela. Pero sobre
todo, salva y hace milagros: el milagro de la conversión, de la vuelta a Dios de quienes nos han escuchado.
Que quede claro: no somos nosotros los que salvamos y convertimos, sino la Palabra de Dios que
nosotros llevamos. Nosotros somos sólo instrumentos. Pero instrumentos necesarios, a través de los
cuales Dios lleva ese río de la gracia y de la conversión.
Tal vez, el llevar esa Palabra nos provoque, quién sabe, el martirio. No temamos. El martirio es la suprema
forma de caridad. En el martirio hemos dado testimonio con nuestra sangre del misterio de Dios vivo. En
el martirio, la celebración de la liturgia se ha hecho sacrificio cruento, como el de Cristo en el Calvario. Y lo
hermoso es que esa muerte del mártir es vida para otros, como la de Cristo, pues la sangre de mártires es
semilla de nuevos cristianos, como dijo Tertuliano.
¡Qué unido está, pues, misterio, celebración del misterio y vida! ¡La liturgia es la celebración del misterio
de Dios, vivido en la misión!
Catequesis en audio:
¿Por qué usamos hostias y no pan ordinario? ¿Por qué son redondas y blancas? Conoce las razones para
usar estas obleas que son transformadas en el cuerpo de Cristo en la Santa Misa.
Da click en el siguiente enlace y escucha el tema: - ¿Por qué usamos las hostias en la santa misa?.
Participación en el Foro
¿Qué es la deificación?
¿Cómo vives el misterio de la Liturgia en tu oración y en el trabajo?
¿Por qué la caridad es mística?
¿Por qué la Liturgia desemboca en misión?
- Ecclesia De Eucharistia
-Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la rececpción de la comunión eucarística por parte de los
fieles divorciados que se han vuelto a casar
- Redemptionis Sacramentum
Sobre algunas cosas que se deben observar o evitar acerca de la Santísima Eucaristía
Llevamos veinte siglos de cristianismo, por todas las latitudes, celebrando lo que Jesús encomendó a sus
apóstoles en la noche de la Cena: “Haced esto en conmemoración mía”.
Es de tal profundidad y belleza la eucaristía que en el transcurso de los tiempos a este misterio eucarístico
se le ha llamado con varios nombres:
Fracción del pan, donde se parte, se reparte y se comparte el pan del cielo, como alimento de
inmortalidad.
Santo Sacrificio de la Misa, donde Cristo se sacrifica y muere para salvarnos y darnos vida a nosotros.
Eucaristía, porque es la acción de gracias por antonomasia que ofrece Jesús a su Padre celestial, en
nombre nuestro y de toda la Iglesia.
Celebración Eucarística, porque celebramos en comunidad esta acción divina.
La Santa Misa, porque la eucaristía acaba en envío, en misión, donde nos comprometemos a llevar a los
demás esa salvación que hemos recibido.
Misterio Eucarístico, porque ante nuestros ojos se realiza el gran misterio de la fe.Antes de empezar a
hablar de este misterio hay que preguntarse el porqué de la eucaristía, por qué quiso Jesús instituir este
sacramento admirable, por qué quiso quedarse entre nosotros, con nosotros, para nosotros, en nosotros;
qué le movió a hacer este asombroso milagro al que no podemos ni debemos acostumbrarnos. ¡Oh,
asombroso misterio de fe!¿Por qué quiso Jesús hacer presente el sacrificio de la Cruz, como si no hubiera
bastado para salvarnos ese Viernes Santo en que nos dio toda su sangre y nos consiguió todas las gracias
necesarias para salvarnos? La respuesta a esta pregunta sólo Jesús la sabe. Nosotros podemos solamente
vislumbrar algunas intuiciones y atisbos.Se quedó por amor excesivo a nosotros, diríamos por locura de
amor. No quiso dejarnos solos, por eso se hizo nuestro compañero de camino. Nos vio con hambre
espiritual, y Cristo se nos dio bajo la especie de pan que al tiempo que colma y calma, también abre el
hambre de Dios, porque estimula el apetito para una vida nueva: la vida de Dios en nosotros. Nos vio tan
desalentados, que quiso animarnos, como a Elías: “Levántate y come, porque todavía te queda mucho
por caminar” (1 Re 19, 7).
Ante este regalo espléndido del Corazón de Jesús a la humanidad, sólo caben estas actitudes:
1. Agradecimiento profundo.
2. Admiración y asombro constantes.
3. Amor íntimo.
4. Ansias de recibirlo digna y frecuentemente.
5. Adoración continua.La eucaristía prolonga la encarnación. Es más, la eucaristía es la venida continua de
Cristo sobre los altares del mundo. Y la Iglesia viene a ser la cuna en la que María coloca a Jesús todos los
días en cada misa y lo entrega a la adoración y contemplación de todos, envuelto ese Jesús en los pañales
visibles del pan y del vino, pero que, después de la consagración, se convierten milagrosamente y por la
fuerza del Espíritu Santo en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Y así la eucaristía llega a ser nuestro alimento
de inmortalidad y nuestra fuerza y vigor espiritual.Hace dos mil años lo entregó a la adoración de los
pastores y de los reyes de Oriente. Hoy María lo entrega a la Iglesia en cada eucaristía, en cada misa bajo
unos pañales sumamente sencillos y humildes: pan y vino. ¡Así es Dios! ¿Pudo ser más asequible, más
sencillo?
La eucaristía no es simplemente uno de los siete sacramentos. Y aunque no hace sombra ni al bautismo, ni
a la confirmación, ni a la confesión, sin embargo, posee una excelencia única, pues no sólo se nos da la
gracia sino al Autor de la gracia: Jesucristo. Recibimos a Cristo mismo. ¿No es admirable y grandiosa y
genial esta verdad?¿Cómo no ser sorprendidos por las palabras “esto es Mi cuerpo, esta es Mi sangre”?
¡Qué mayor realismo! ¿Cómo no sorprendernos al saber que es el mismo Creador el que alimenta, como
divino pelícano, a sus mismas criaturas humanas con su mismo cuerpo y sangre? ¿Cómo no sorprendernos
al ver tal abajamiento y tan gran humildad que nos confunden? Dios, con ropaje de pan y gotas de vino...
¡Dios mío!Nos sorprende su amor extremo, amor de locura. Por eso hay que profundizar una y otra vez en
el significado que Cristo quiso dar a la eucaristía, ayudados del evangelio y de la doctrina de la Iglesia. Nos
sorprende que a pesar de la indiferencia y la frialdad, Él sigue ahí fiel y firme, derramando su amor a todos
y a todas horas.
Necesitamos la eucaristía para el crecimiento de la comunidad cristiana, pues ella nos nutre
continuamente, da fuerzas a los débiles para enfrentar las dificultades, da alegría a quienes están
sufriendo, da coraje para ser mártires, engendra vírgenes y forja apóstoles.
La eucaristía anima con la embriaguez espiritual, con vistas a un compromiso apostólico a aquellos que
pudieran estar tentados de encerrarse en sí mismos. ¡Nos lanza al apostolado!
La eucaristía nos transforma, nos diviniza, va sembrando en nosotros el germen de la inmortalidad.
Necesitamos la eucaristía porque el camino de la vida es arduo y largo y como Elías, también nosotros
sentiremos deseos de desistir, de tirar la toalla, de deprimirnos y bajar los brazos. “Ven, come y camina”.
Este misterio sólo se acepta por la fe teologal, que se apoya en el mismo Dios que no puede engañarse ni
engañar; en su poder infinito que puede cambiar las realidades terrenas con el mismo poder con que las
creó de la nada.
Pero a lo largo de la historia de la Iglesia ha habido quienes negaron este misterio de la transubstanciación
por falta de fe. Hasta el Siglo XI no hubo crisis de fe en el misterio eucarístico.
Fue Berengario de Tours el primero que se atrevió a negar la conversión eucarística en 1046.
El Sínodo de Pistoia, siglo XVII calificaba de “cuestión meramente escolástica” y pedía descartarla de la
catequesis. Ciertamente este sínodo no fue aprobado por el Papa.
En el Siglo XX surgió una sutil opinión de los modernistas que defendían que los sacramentos estaban
dirigidos solamente a despertar en la mente del hombre la presencia siempre benéfica del Creador. Pero
así no sólo se negaba la transubstanciación sino también la misma presencia real de Cristo en la eucaristía.
Fue Pío X en 1907 quien corrigió este error modernista en su Decreto “Lamentabili”.
Otros quieren ver sólo un símbolo y signo de la presencia espiritual (no real) de Cristo. Pío XII corrigió este
error en su Encíclica “Humani Generis” en 1950.
Hay quienes creen que se trata de una simple cena ritual, no de una presencia real. Es un simple símbolo. Y
dan un paso más. Hay opiniones provenientes de teólogos de los Países Bajos, Alemania y Austria que
hablan de transfinalización, es decir, después de las palabras de la consagración, sólo habría un pan con
un fin distinto, y de transignificación, es decir que después de la consagración habría un pan con
significado distinto.
Fue Pablo VI, en 1968, quien hizo frente a estos errores y escribió la bellísima encíclica sobre la eucaristía
titulada “Mysterium Fidei”. Y en esta encíclica volvió a recordar Pablo VI la doctrina tradicional de la
eucaristía: la transubstanciación.
- Es comida de pan solamente. No se acepta que haya habido un verdadero milagro: la transubstanciación.
Nosotros, por el contrario, decimos con fe: la eucaristía es el verdadero Pan del cielo, es el cuerpo y la
sangre de Cristo, realmente presentes.
- No se acepta que Cristo esté realmente presente en la eucaristía, en los Sagrarios. Se prefiere decir que
es un símbolo o un signo, tal como la bandera es signo de la patria, pero no es la patria, o la balanza es
signo de la justicia, pero no es la justicia. Nosotros proclamamos con fe: Cristo está realmente presente,
humanidad y divinidad, en cada Sagrario donde esté ese Pan consagrado, reservado para los enfermos y
para compañía de todos nosotros.
- Se prefiere decir que es presencia espiritual, no real. Sólo recibimos un efecto espiritual pero no
recibimos al mismo Dios. Es un pan más, una cena ritual, pero no el verdadero banquete. Nosotros
afirmamos claramente: en la eucaristía recibimos al mismo Jesucristo y Él nos asimila a nosotros y
nosotros lo asimilamos a Él, en una perfecta simbiosis.
Otro de los errores comunes de la eucaristía es negar el carácter sacrificial de la santa misa, es decir, negar
que el pan y el vino se transforman substancialmente en el cuerpo “ofrecido” y en la sangre “derramada”
por Cristo, no sólo en el cuerpo y sangre. Se prefiere hacer hincapié en el aspecto de banquete festivo. La
Iglesia, y Juan Pablo II en su encíclica sobre la eucaristía ha vuelto a resaltar el carácter sacrificial de la
Eucaristía. Es banquete, sí, pero banquete sacrificial. Dice el papa en esta encíclica: “Privado de su valor
sacrificial, se vive como si no tuviera otro significado y valor que el de un encuentro convival fraterno” (n.
10).Es cierto que sin fe en la omnipotencia de Dios, en el poder de Dios, en Dios mismo, no se entiende la
eucaristía. Si Él lo ha dicho, esto es un milagro, es verdad, aunque nuestros sentidos nos engañen.
Pidamos entonces fe. Y cantemos el famosísimo himno “Adoro devote”:“Te adoro devotamente, oculta
Verdad, que bajo estas formas estás en verdad escondida, a ti se someta todo mi corazón pues, al
contemplarte, todo él desfallece.La vista, el gusto y el tacto en ti se engañan: sólo el oído es
verdaderamente digno de fe; creo cuanto ha dicho el Hijo de Dios, porque nada hay más verdadero que la
palabra de la verdad.Señor Jesús, misericordioso pelícano, a mí, inmundo, límpiame con tu sangre,pues
una sola gota de ella podría salvaral mundo entero de todo pecado.Oh Jesús, a quien contemplo ahora
oculto,¡cuándo se realizará lo que tanto deseo!:que, viéndote con el rostro descubierto,sea dichoso al
contemplar tu gloria. Amén”.
Eucaristía y Sagrario
Sagrario es como un imán.
¿Han visto ustedes un imán? ¿Qué hace un imán? Atrae el hierro. Pues así como el imán atrae al hierro, así
el Sagrario atrae los corazones de quienes aman a Jesús. Y es una atracción tan fuerte que se hace
irresistible. No se puede vivir sin Cristo eucaristía.
Ahora bien, ¿qué pasa cuando un imán no atrae al hierro? ¿De quién es la culpa, del imán o del hierro? Del
imán ciertamente no.
San Francisco de Sales lo explicaba así: “cuando un alma no es atraída por el imán de Dios se debe a tres
causas: o porque ese hierro está muy lejos; o porque se interpone entre el imán y el hierro un objeto duro,
por ejemplo una piedra, que impide la atracción; o porque ese pedazo de hierro está lleno de grasa que
también impide la atracción”.
- “Estar lejos del imán significa llevar una vida de pecado y de vicio muy arraigada”.
- “La piedra sería la soberbia. Un alma soberbia nunca saborea a Dios. Impide la atracción”.
- “La grasa sería cuando esa alma está rebajada, desesperada, por culpa de los pecados carnales y de la
impureza”.
Y da la solución:
- “Que el alma alejada haga el esfuerzo del hijo pródigo: que vuelva a Dios, que dé el primer paso a la
Iglesia, que se acerque a los Sacramentos y verá cómo sentirá la atracción de Dios, que es misericordia”.
- “Que el alma soberbia aparte esa piedra de su camino, y verá cómo sentirá la atracción de Dios, que es
dulzura y bondad”.
- “Que el alma sensual se levante de su degradación y se limpie de la grasa carnal y verá cómo sentirá la
atracción de Dios, que es pureza y santidad”.
Así es también Cristo eucaristía: un fuerte imán para las almas que lo aman. Es una atracción llena de
amor, de cariño, de bondad, de comprensión, de misericordia. Pero también es una atracción llena de
respeto, de finura, de sinceridad. No te atrae para explotarte, para abusar de ti, para narcotizarte,
embelesarte, dormirte, jugar con tus sentimientos. Te atrae para abrirte su corazón de amigo, de médico,
de pastor, de hermano, de maestro. Si fuésemos almas enamoradas, siempre estaríamos en actitud de
buscar Sagrarios y quedarnos con ese amigo largos ratos, a solas.
Si fuésemos almas enamoradas, no dejaríamos tan solo a Jesús eucaristía. Las iglesias no estarían tan
vacías, tan solas, tan frías, tan desamparadas. Serían como un continuo hormigueo de amigos que entran
y salen.
Tengamos la costumbre de asaltar los Sagrarios, como dice san Josemaría Escrivá. Es tan fuerte la
atracción que no podemos resistir en entrar y dialogar con el amigo Jesús que se encuentra en cada
Sagrario.
Y para los que trabajan en la iglesia, pienso en los sacristanes, esta atracción por Jesús eucaristía les lleva
a poner cariño en el cuidado material de todo lo que se refiere a la eucaristía: Limpieza, pulcritud,
brillantez, gusto artístico, orden, piedad, manteles pulcros, vinajeras limpias, purificadores relucientes,
corporales almidonados, pisos como espejos, nada de polvo, telarañas o suciedades. Estas delicadezas
son detalles de alguien que ama y cree en Jesús eucaristía.
Pero, ¿por qué a veces el Sagrario, que es imán, no atrae a algunos? Siguen vigentes las tres posibilidades
ya enunciadas por san Francisco de Sales, y yo añadiría algunas otras.
No atrae Cristo eucaristía porque tal vez hemos sido atraídos por otros imanes que atraen nuestros
sentidos y no tanto nuestra alma. Pongo como ejemplo la televisión, el cine, los bailes, las candilejas de la
fama, o alguna criatura en especial, una chica, un chico. Lógicamente, estos imanes atraen los sentidos y
cada uno quiere apresar su tajada y saciarse hasta hartarse. Y los sentidos ya satisfechos embotan la
mente y ya no se piensa ni se reflexiona, y no se tiene gusto por las cosas espirituales.
A otros no atrae este imán por ignorancia. No saben quién está en el Sagrario, por qué está ahí, para qué
está ahí. Si supieran que está Dios, el Rey de los cielos y la Tierra, el Todopoderoso, el Rey de los
corazones. Si supieran que en el Sagrario está Cristo vivo, tal como existe – glorioso y triunfante – en el
Cielo; el mismo que sació a la samaritana, que curó a Zaqueo de su ambición, el mismo que dio de comer a
cinco mil hombres....todos irían corriendo a visitarlo en el Sagrario.
Se esconde precisamente para que avivemos más nuestra fe en Él, para que no dejemos de buscarlo y
tratarlo. ¡Que abajamiento el suyo! ¡Qué profundo silencio de Dios! Está escondido, oculto, callado. ¡Más
humillación y más anonadamiento que en el establo, que en Nazaret, que en la Cruz!
Señor, aumenta nuestra fe en tu eucaristía. Que no nos acostumbremos a visitarte en el Sagrario. Que
seas Tú ese imán que nos atraiga siempre y en todo momento. Quítanos todo aquello que pudiera
impedirnos esta atracción divina: soberbia, apego al mundo, placeres, rutina, inconsciencia e indiferencia.
¡El Sagrario!
Nuestra ciudad está rodeada de la presencia Sacramental del Señor. Tomen en sus manos un mapa de la
ciudad y vean cuántas iglesias tienen, señaladas con una cruz. Esas cruces están señalando que ahí está el
Señor, son como luceros o como constelaciones de luz, visibles sólo a los ángeles y a los creyentes, diría
Pablo VI.
¿Para quién y para qué está ahí? Para nosotros, para hacer compañía al solo, para fortalecer al débil, para
iluminar al que duda, para consolar al triste, para llenar la vida de jugo, de alegría, de sentido.
Eucaristía y sacerdote
El cura de Ars es ejemplo de amor a la eucaristía. Se llamaba Juan María Vianney, nacido en Francia en
1786. Le tocó vivir toda la borrasca revolucionaria francesa y la epopeya de Napoleón. Entró al seminario y
le costaron mucho sus estudios, pero la gracia de Dios hizo el resto. A los 29 años fue ordenado sacerdote.
Lo destinaron a Ars, un pueblito de 230 habitantes, pobres y decaídos, pues llevaban muchos años sin
sacerdote, y unos salones de baile hacían sus estragos.
Llegó confiado en Dios y comenzó a rezar, a celebrar la santa misa, a pasarse largos ratos ante el Sagrario.
Después de diez años, Ars estaba completamente transformada.
Pobre, sufrido, asceta, piadoso, mortificado y probado por la furia de Satanás, al ver que su confesonario
era un imán para muchos pecadores que venían de varias partes de Europa. Se pasaba quince horas
diarias confesando.
Murió a los 63 años de edad, agotado por su intenso trabajo pastoral. Fue canonizado 76 años después de
su muerte por Pío XI.
Se pueden destacar varias virtudes del Cura de Ars, que Juan XXIII en 1959 recoge en una maravillosa
encíclica llamada “Sacerdotii nostri primordia”, al festejar el centenario del Cura de Ars. El papa presenta
al cura de Ars como modelo de ascesis, oración y celo pastoral. Quiero detenerme aquí sólo en su oración
eucarística.
Sus últimos treinta años de vida los pasó en la Iglesia, junto al Sagrario. Su devoción a Cristo eucaristía era
realmente extraordinaria. Decía él: “Está allí aquél que nos ama tanto, ¿por qué no le hemos de amar
nosotros igual?”.
El Cura de Ars amaba tanto a Cristo eucaristía y se sentía irresistiblemente atraído hacia el tabernáculo.
“No es necesario hablar mucho, se sabe que el buen Dios está ahí en el Sagrario, se le abre el corazón, nos
alegramos de su presencia. Y esta es la mejor oración”.
No había ocasión en que no inculcase a los fieles el respeto y el amor a la divina presencia eucarística,
invitándolos a aproximarse con frecuencia a la Comunión, y él mismo daba ejemplo de esta profunda
piedad. “Para convencerse de ello - refieren los testigos – bastaba verle celebrar la Santa Misa o hacer la
genuflexión cuando pasaba ante el Sagrario”.
El ejemplo admirable del Cura de Ars conserva hoy todo su valor. Nada puede sustituir en la vida de un
sacerdote, la oración silenciosa y prolongada ante el Sagrario.
En el Sagrario el sacerdote encuentra la luz para sus sermones y homilías. En el Sagrario el sacerdote
encuentra la compañía que necesita para su corazón. ¿A dónde irá a consolar su corazón el sacerdote, si
no es en el Sagrario? Cuando tiene que tomar alguna decisión importante, o afrontar algún problema,
nada mejor que el Sagrario. Ahí lleva sus alegrías, sus penas, su familia, sus almas.
El Sagrario es para el sacerdote su lugar de descanso. Vive del Sagrario, de ahí saca la fuerza, el coraje, la
decisión, la perseverancia en su vocación. El Sagrario es su punto de referencia para todo. “Él me mira y
yo le miro”, como decía ese viejecito en Ars cuando se le preguntó que hacía tanto tiempo frente al
Sagrario.
Catequesis en audio:
El sacerdote consagra pan y vino mezclado con un poco de agua. ¿Qué significa esta agua?
Da click en el siguiente enlace y escucha el tema: - ¿Por qué el sacerdote consagra vino mezclado con
agua?.
Participación en el Foro
¿Qué nombres se le ha dado a la Eucaristía en el transcurso de los tiempos?
¿Por qué quiso Jesús hacer presente el sacrificio de la Cruz?
¿Qué significa el misterio de la transubstanciación?
- Ecclesia De Eucharistia
- Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la rececpción de la comunión eucarística por parte de los
fieles divorciados que se han vuelto a casar
- Redemptionis Sacramentum
Sobre algunas cosas que se deben observar o evitar acerca de la Santísima Eucaristía
11. Eucaristía Fuente de Se nos dice que es Cristo quien celebra la Eucaristía, y vemos a un hombre subir
Virtudes las gradas del altar, y oímos una voz humana, y vemos un rostro humano y unas
facciones humanas. ¡Qué fe!
Se nos dice que asistimos al Calvario, al Viernes Santo, y vemos unas paredes frías, unos bancos o sillas.
¡Qué fe!
Se nos dice que Dios nos habla en las lecturas, y escuchamos una voz humana, a veces femenina, a veces
masculina. ¡Qué fe!
Se nos dice que todos los ángeles asisten absortos y comparten nuestra misa, alrededor del altar, y
nosotros sólo vemos unas velas, un mantel y unos monaguillos, y gente de carne y hueso. ¿Dónde se han
escondido los ángeles? ¡Qué fe!
Se nos dice que Dios está real y sacramentalmente ahí presente, bajo las especies del pan y vino, y
nuestros ojos no ven nada, sólo oímos una voz humana, a veces entrecortada por sollozos o por algún
ruido de niños. ¡Qué fe!
Se nos dice que, después de la consagración, ese trozo de pan que vemos es el Cuerpo de Cristo, y nos
sabe a pan, y sólo a pan, y vemos pan, sólo pan. Y sin embargo, ¡es verdaderamente el cuerpo de Cristo!
¡Qué fe!
Se nos dice que somos una comunidad de hermanos, y vemos a veces a gente extraña, que ni siquiera
conocemos y con la que no siempre estamos en plena comunión. ¡Qué fe!
Se nos dice que la Misa termina en misión, y resulta que yo termino igual, vuelvo a casa a hacer lo mismo
de siempre, a la rutina de siempre, a las penas de siempre, a los sufrimientos de siempre.
Sí, la eucaristía es un misterio de fe. Y sólo quien tiene fe, podrá entrar en esa tercera dimensión que se
requiere para vivirla y disfrutarla.
Primero en Cafarnaúm les hizo la promesa. Después en Jerusalén, en el Cenáculo, la institución. Allí hizo
realidad la gran promesa.
Lo veían día a día entregado a los demás. Se hacía pan tierno para los niños, consuelo para los tristes,
consejo para los suyos, médico para los enfermos. Jesús vivía a diario las exigencias de la eucaristía.
Donación y banquete que alimenta, sacrificio que se ofrece, presencia que consuela.
La Eucaristía no son ideas bonitas, no son discursos demostrativos. Es un Pan que se ofrece, una Sangre
que se derrama y limpia, una Presencia que conforta y consuela. Y esto fue Cristo durante su vida aquí, en
la tierra, y hoy, en la eucaristía, en cada Sagrario. Y, mañana, en el cielo.
Llegó el día de la gran promesa que narra San Juan en el capítulo 6 de su evangelio: “Yo soy el Pan vivo;
quien me come, vivirá. El pan que les daré es mi carne, para la vida del mundo”. Sonaba duro: comer su
carne, beber su sangre, no estaban acostumbrados a ese lenguaje.
La incredulidad. Muchos le abandonaron, les parecía un escándalo, les parecía una irracionalidad, les
parecía un canibalismo. ¡Esto es insoportable! Este rechazo fue ciertamente una profunda desilusión para
Jesús.
Miró a sus Apóstoles, esperando encontrar en ellos la fe, la adhesión, el afecto: “¿También vosotros
queréis marcharos?”. Jesús estaba dispuesto a dejarlos irse si no creían en la eucaristía, que acababa de
anunciarles. Es que no es posible seguir a Cristo sin creer en la eucaristía.
Jesús pidió fe a sus primeros seguidores. ¿Acaso queréis iros? Renovemos nuestra fe cada vez que
vivamos la eucaristía. Señor, creemos, pero aumenta nuestra credulidad. Creemos, pero queremos crecer
en nuestra fe.
Eucaristía y caridad
También la eucaristía es un gesto de amor. Es más, es el gesto de amor más sublime que nos dejó Jesús
aquí en la Tierra. A la eucaristía se la ha llamado “el Sacramento del amor” por antonomasia.
¿Qué le movió a quedarse con nosotros? ¿Qué le movió a darnos su cuerpo? ¿Qué le movió a hacerse pan
tan sencillo? ¿A encerrarse en esa cárcel, que es cada Sagrario? ¿A dejar el Cielo, tranquilo y limpio, y bajar
a la Tierra, que es un valle de lágrimas y sufrimientos sin fin? ¿A dejar el calor de su Padre Celestial y venir a
esta tierra tibia, a veces gélida, y experimentar la soledad en tantos Sagrarios? ¿A despojarse de sus
privilegios divinos y dejarlos a un lado para revestirse de ropaje humilde, sencillo, pobre, como es el ropaje
del pan y vino?
¿Qué modelos humanos nos sirven para explicar el misterio de la eucaristía como gesto de amor?
Veamos el ejemplo de una madre. Primero, alimenta a su hijo en su seno, con su sangre, durante esos
nueve meses de embarazo. Luego, ya nacido, le da el pecho. ¿Han visto ustedes algo más conmovedor,
más lindo, más tierno, más amoroso que una madre amamantando a su propio hijo de sus mismos pechos,
dándole su misma vida, su mismo ser?
Así como una madre alimenta a su propio hijo con su misma vida, de su mismo cuerpo y con su misma
sangre, así también Dios nos alimenta con el cuerpo y la sangre de su mismo Hijo Jesucristo, para que
tengamos vida de Dios, y la tengamos en abundancia. Y al igual que esa madre no se ahorra nada al
amamantar a su hijo “no sea que me quede sin nada”, así también Dios no se ahorra nada y nos da todo:
cuerpo, alma, sangre y divinidad de su Hijo en la eucaristía.
¡El amor es entrega y donación! Y en la Eucaristía, Dios se entrega y se dona completamente a nosotros.
Fuimos invitados al banquete: “Vengan, está todo preparado. El Rey ha mandado matar el mejor cordero
que tenía. Vengan y entren”. Cuando a uno lo invitan a una boda, a una fiesta, a un banquete, es por un
gesto de amor.
Ya en el banquete, formamos una comunidad, una familia, donde reina un clima de cordialidad, de
acogida. No estamos aislados, ni en compartimentos estancos. Nos vemos, nos saludamos, nos deseamos
la paz. ¡Es el gesto del amor fraterno!
El gesto de limpiarnos y purificarnos antes de comenzar el banquete, con el acto penitencial: “Yo
confieso”, pone de manifiesto que el Señor lava nuestra alma y nuestro corazón, como a los suyos les lavó
los pies. ¡Qué amor delicado!
Después, en la liturgia de la Palabra, Dios nos explica su Palabra. Se da su tiempo de charla amena, seria,
provechosa y enriquecedora. ¡Qué amor atento!
Más tarde, en el momento de la presentación de las ofrendas, Dios nos acepta lo poco que nosotros
hemos traído al banquete: ese trozo de pan y esas gotitas de vino y ese poco de agua. El resto lo pone Él.
¡Que amor generoso!
Nos introduce a la intimidad de la consagración, donde se realiza la suprema locura de amor: manda su
Espíritu para transformar ese pan y ese vino en el Cuerpo y Sangre de su Hijo. Y se queda ahí para
nosotros real y sacramentalmente, bajo las especies del pan y del vino. ¡Pero es Él! ¡Qué amor
omnipotente, qué amor humilde!
No tiene reparos en quedarse reducido a esas simples dimensiones. Y baja para todos, en todos los
lugares y continentes, en todas las estaciones. Independientemente de que se le espere o no, que se le
anhele o no, que se le vaya a corresponder o no. El amor no se mide, no calcula. El amor se da, se ofrece.
Y, finalmente, en el momento de la Comunión se hospeda en nuestra alma y se hace uno con nosotros. No
es Él quien se transforma en nosotros; sino nosotros en Él. ¡Qué misterio de amor! ¡Qué diálogos de amor
podemos entablar con Él!
Eucaristía y esperanza
Hoy se está perdiendo mucho la esperanza, esa virtud que nos da alegría, optimismo, ánimo, que nos hace
tender la vista hacia el cielo, donde se realizarán todas las promesas. La esperanza es la virtud del
caminante.
¡La esperanza!
La esperanza causa en nosotros el deseo del cielo y de la posesión de Dios. Pero el deseo comunica al
alma el ansia, el impulso, el ardor necesario para aspirar a ese bien deseado y sostiene las energías hasta
que alcanzamos lo que deseamos.
Además acrecienta nuestras fuerzas con la consideración del premio que excederá con mucho a nuestros
trabajos. Si las gentes trabajan con tanto ardor para conseguir riquezas que mueren y perecen; si los
atletas se obligan voluntariamente a practicar ejercicios tan trabajosos de entrenamiento, si hacen
desesperados esfuerzos para alcanzar una medalla o corona corruptible, ¿cuánto más no deberíamos
trabajar y sufrir nosotros por algo inmortal?
La esperanza nos da el ánimo y la constancia que aseguran el triunfo. Así como no hay cosa que más
desaliente que el luchar sin esperanza de conseguir la victoria, tampoco hay cosa que multiplique las
fuerzas tanto como la seguridad del triunfo. Esta certeza nos da la esperanza.
Presunción: consiste en esperar de Dios el cielo y todas las gracias necesarias para llegar a Él sin poner de
nuestra parte los medios que nos ha mandado. Se dice “Dios es demasiado bueno para condenarme” y
descuidamos el cumplimiento de los Mandamientos. Olvidamos que además de bueno, es serio, justo y
santo. Presumimos también de nuestras propias fuerzas, por soberbia, y nos ponemos en medio de los
peligros y ocasiones de pecado. Sí, el Señor nos promete la victoria, pero con la condición de que hemos
de velar y orar y poner todos los medios de nuestra parte.
Desaliento y desesperación: Harto tentados y a veces vencidos en la lucha, o atormentados por los
escrúpulos, algunos se desaniman, y piensan que jamás podrán enmendarse y comienzan a desesperar de
su salvación. “Yo ya no puedo”. La esperanza es una de las características de la Iglesia, como pueblo de
Dios que camina hacia la Jerusalén celestial. Todo el Antiguo Testamento está centrado en la espera del
Mesías. Vivían en continua espera. ¡Cuántas frases podríamos entresacar de la Biblia! “Dichoso el que
confía en el Señor, y cuya esperanza es el Señor...Dios mío confío en Ti...No dejes confundida mi
esperanza...Tú eres mi esperanza, Tú eres mi refugio, en tu Palabra espero...No quedará frustrada la
esperanza del necesitado...Mi alma espera en el Señor, como el centinela la aurora”.También el Nuevo
Testamento es un mensaje de esperanza. Cristo mismo es nuestra esperanza. Él es la garantía plena para
alcanzar los bienes prometidos. La promesa que Él nos hizo fue ésta “quien me coma vivirá para siempre,
tendrá la Vida Eterna”.¿Cómo unir esperanza y Eucaristía?La eucaristía es un adelanto de esos bienes del
cielo, que poseeremos después de esta vida, pues la Eucaristía es el Pan bajado del cielo. No esperó a
nuestra ansia, Él bajó. No esperó a nuestro deseo, Él bajó a satisfacerlo ya. Es verdad que en el cielo
quedaremos saciados completamente.
La Eucaristía se nos da para fortalecer nuestra esperanza, para despertar nuestro recuerdo, para
acompañar nuestra soledad, para socorrer nuestras necesidades y como testimonio de nuestra salvación
y de las promesas contenidas en el Nuevo Testamento.Mientras haya una Iglesia abierta con el Santísimo,
hay ilusión, amistad. Mientras haya un sacerdote que celebre misa, la esperanza sigue viva. Mientras haya
una Hostia que brille en la custodia, todavía Dios mira a esta tierra. Dijimos que los dos grandes errores
contra la esperanza son la presunción y la desesperación. A estos dos errores responde también la
eucaristía.¿Qué tiene que decir la eucaristía a la presunción? “Sin mi pan, no podrás caminar, sin mi fuerza
no podrás hacer el bien, sin mi sostén caerás en los lazos de engaños del enemigo. Tú decías que podías
todo. ¿Seguro? ¿Cómo podrías hacer el bien sin Mí, que soy el Bien supremo? Y a Mí se me recibe en la
eucaristía. ¿Cómo podrías adquirir las virtudes tú solo, sin Mí, que doy el empuje a la santidad? Quien come
mi carne irá raudo y veloz por el camino de la santidad”.¿Y qué tiene que decir la eucaristía a la
desesperación? “¿Por qué desesperas, si estoy a tu lado como Amigo, Compañero? ¿Por qué desesperas si
Yo estaré contigo hasta el fin de los tiempos? ¿Por qué desesperas a causa de tus males y desgracias, si yo
te daré la fuerza?”.
El cardenal Nguyen van Thuan, obispo que pasó trece años en las cárceles del Vietnam, nueve de ellos en
régimen de aislamiento, nos cuenta su experiencia de la eucaristía en la cárcel. De ella sacaba la fuerza de
su esperanza. Estas son sus palabras: “He pasado nueve años aislado. Durante ese tiempo celebro la misa
todos los días hacia las tres de la tarde, la hora en que Jesús estaba agonizando en el cruz. Estoy solo,
puedo cantar mi misa como quiera, en latín, francés, vietnamita...Llevo siempre conmigo la bolsita que
contiene el Santísimo Sacramento: “Tú en mí, y yo en Ti”. Han sido las misas más bellas de mi vida. Por la
noche, entre las nueve y las diez, realizo una hora de adoración...a pesar del ruido del altavoz que dura
desde las cinco de la mañana hasta las once y media de la noche. Siento una singular paz de espíritu y de
corazón, el gozo y la serenidad de la compañía de Jesús, de María y de José”. Y le eleva esta oración
hermosa a Dios: “Amadísimo Jesús, esta noche, en el fondo de mi celda, sin luz, sin ventana, calentísima,
pienso con intensa nostalgia en mi vida pastoral. Ocho años de obispo, en esa residencia a sólo dos
kilómetros de mi celda de prisión, en la misma calle, en la misma playa...Oigo las olas del Pacífico, las
campanas de la catedral. Antes celebraba con patena y cáliz dorados; ahora tu sangre está en la palma de mi
mano. Antes recorría el mundo dando conferencias y reuniones; ahora estoy recluido en una celda estrecha,
sin ventana. Antes iba a visitarte al Sagrario; ahora te llevo conmigo, día y noche, en mi bolsillo. Antes
celebraba la misa ante miles de fieles; ahora, en la oscuridad de la noche, dando la comunión por debajo de
los mosquiteros. Antes predicaba ejercicios espirituales a sacerdotes, a religiosos, a laicos...; ahora un
sacerdote, también él prisionero, me predica los Ejercicios de san Ignacio a través de las grietas de la madera.
Antes daba la bendición solemne con el Santísimo en la catedral; ahora hago la adoración eucarística cada
noche a las nueve, en silencio, cantando en voz baja el Tantum Ergo, la Salve Regina, y concluyendo con esta
breve oración: “Señor, ahora soy feliz de aceptar todo de tus manos: todas las tristezas, los sufrimientos, las
angustias, hasta mi misma muerte. Amén” .Sí, la Eucaristía es prenda y fuente de esperanza.
Catequesis en audio:
Antes de comulgar, el sacerdote mezcla un trocito de hostia consagrada con la sangre de Cristo. Conoce el
significado de la Inmixión.
Da click en el siguiente enlace y escucha el tema: - ¿Por qué pone el sacerdote un trocito de hostia en el
vino consagrado?.
Participación en el Foro
¿Por qué llamamos a la Eucaristía “Misterio de Fe”?
¿Por qué la Eucaristía es un acto de amor?
¿Por qué se ha perdido la virtud de la esperanza entre los hombres?
- Ecclesia De Eucharistia
-Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la rececpción de la comunión eucarística por parte de los
fieles divorciados que se han vuelto a casar
- Redemptionis Sacramentum
Sobre algunas cosas que se deben observar o evitar acerca de la Santísima Eucaristía
¿Qué es la humildad?
12. Eucaristía Fuente La humildad es la virtud que modera el apetito que tenemos de la propia
de Virtudes cristianasexcelencia, del propio valer. Es una virtud que nos lleva a reconocer la grandeza
de Dios y, al mismo tiempo, al conocimiento exacto de nosotros mismos,
procurando para nosotros la oscuridad y el justo aprecio por amor a Cristo.
Es una virtud que no conocieron los paganos griegos o romanos. Ellos buscaban siempre la excelencia en
todo, y para ello usaban de todas las tretas, sean lícitas y buenas, o no tan buenas. No sabían reconocer
sus límites ni sus defectos. Es más, buscaban inmortalizar su gloria y su honor, que buscaban con frenesí.
Para ellos, la humildad era un defecto, una debilidad.
La humildad la trajo Jesús del cielo, pues no se encontraba entre los mortales. Y la trajo, encarnándola Él
mismo en su ser. Él es la Humildad misma.
La humildad es una virtud que sabe reconocer lo bueno que hay en nosotros, para agradecer a Dios de
quien viene todo lo bueno que somos y tenemos, sin apropiarnos nada. Sabe reconocer los propios límites
y defectos, no para desanimarse, sino para superarlos con la ayuda de Dios.
Por ejemplo, ¿qué dirían ustedes de aquél que alaba un cuadro? ¿a quién debería alabar: al cuadro o al
pintor de ese cuadro? “No niegues tus cualidades ni los éxitos que logres. El Señor se sirve de ti, lo mismo
que el artista utiliza un pincel barato” .
La humildad es una virtud que sabe abajarse para servir a los demás, a quienes aprecia e incluso considera
mejor que él mismo. Es más, se alegra que los demás sean más amados, preferidos, consultados, alabados
que él.
La eucaristía es el sacramento del abajamiento, del ocultamiento. Más no podía bajar Dios. Él, que podría
manifestarse en el esplendor de su gloria divina, se hace presente del modo más humilde. Se pone al
servicio de la humanidad, siendo Él el Señor.
No se consideró más que los demás, no vino a despreciar a nadie, no vino a hacer sombra a nadie, no vino
a desplazar a nadie, no vino a considerarse el mejor, el más santo, el más perfecto.
Se hace el más humilde de todos. El pan es la comida del humilde y del pobre. Es un pan que se da, se
parte, se comparte, se reparte. ¡Cuántos gestos de amor humilde!
Jesús Eucaristía está aquí escondido, aún más que en el pesebre, aún más que en el calvario. En el pesebre
y en la cruz se escondía solo la divinidad, aquí en la eucaristía también esconde la humanidad. Y sin
embargo, desde el fondo del Tabernáculo es la causa primera y principal de todo el bien que se hace en el
mundo. Él inspira, conforta, consuela a los misioneros, a los mártires, a las vírgenes. Él quiere estar
escondido y hacer el bien a escondidas, en silencio, sin llamar la atención.
¡Cuántas veces vamos a comulgar no con las debidas disposiciones, ni con el fervor que deberíamos, ni
con la atención suficiente! Y no sé cuántos de los que comulgan en la mano la tienen limpia, aseada, y
hacen de su mano realmente un verdadero trono decente y puro para recibir al Señor. ¡Hasta ahí se
rebaja! Podemos hacer con Él lo que queramos. No se resiste, no se altera, no echa en cara. Todo lo
aguanta, lo tolera.
¿Cuál es el compromiso que adquirimos al comulgar, al acercarnos y vivir la eucaristía? Ser humildes. Quien
comulga a Cristo Eucaristía se hace fuerte para vivir esta virtud difícil y recia, la humildad.
La humildad es la llave que nos abre los tesoros de la gracia. “A los humildes Dios da su gracia”. A los
soberbios Dios los resiste, pues éstos buscan solo su provecho. Dios, a los humildes les da a conocer los
misterios, a los soberbios se los oculta.
La humildad es el fundamento de todas las virtudes. Sin la humildad, las demás virtudes quedan flojas.
La humildad es el nuevo orden de cosas que trajo Jesús a la tierra. “Los más grandes son los que sirven,
los más altos son los que se abajan”.
Pregunta San Agustín: “¿Quieres ser grande? Comienza por hacerte pequeño. ¿Piensas construir un
edificio de colosal altura? Dedícate primero al cimiento bajo. Y cuánto más elevado sea el edificio que
quieras levantar, tanto más honda debes preparar su base. Los edificios antes de llegar a las alturas se
humillan”.
La humildad consiste esencialmente en la conciencia del puesto que ocupamos frente a Dios y a los
hombres, y en la sabia moderación de nuestros deseos de gloria.
La humildad no nos prohíbe tener conciencia de los talentos recibidos, ni disfrutarlos plenamente con
corazón recto; sólo nos prohíbe el desorden de jactarnos de ellos y presumir de nosotros mismos. Todo lo
bueno que existe en nosotros, pertenece a Dios.
Está la alegría de quien ganó la lotería; la alegría de haber encontrado algo perdido, la alegría de tener un
hijo, la alegría de una curación, la alegría de volver a ver a alguien querido, la alegría de haber recobrado la
gracia y la amistad con Dios, la alegría de haber aprobado un examen, la alegría de estar enamorado, la
alegría del casamiento, la alegría de una ordenación sacerdotal.
El Evangelio está lleno de manifestaciones de alegría: La alegría por haberse encontrado con Jesús, la
alegría de los pastores al ver al Niño, la alegría de Simeón, la alegría de los Magos, la alegría en el Tabor al
ver a Jesús, la alegría de María Magdalena, la alegría de los discípulos de Emaús, la alegría de María: “Mi
alma canta...”.
Pero hay una alegría secreta e íntima en la eucaristía. Es fracción del pan, banquete. Nos encontramos en
comunidad. La comida produce euforia. Quien participa de la misa debería experimentar esa euforia y
alegría espiritual. Es el clima de la vida cristiana. ¡Nunca nos faltará!
Por eso Jesús escogió el signo del vino y el vino alegra el corazón.
Caná es el primer anuncio del Nuevo Testamento de la eucaristía: el agua se convirtió en vino. El vino
alegra el corazón del hombre, dice la Sagrada Escritura. La parábola del festín es otro anuncio: “Venid y
comed”. Cuando uno come está satisfecho y feliz. A un banquete va la gente feliz y risueña.
La eucaristía es fuente de alegría porque festeja la Alianza que hizo Jesús con nosotros, porque es imagen
del banquete celestial, porque da sentido a nuestros dolores ofrecidos al Señor. “Vuestra tristeza se
convertirá en alegría” (Jn. 16, 20).
Es una alegría que se abre a los demás, para compartir con ellos un gozo superior a los demás.
“¿No tienes dinero? ¿No tienes nada para regalar? ¡Qué importa! No olvides que puedes ofrecer tu alegría,
que puedes regalar esa paz que el mundo no puede dar en tu lugar. Tus reservas de alegría deberían ser
inagotables”.
Eucaristía y generosidad
La generosidad es la virtud de las almas grandes, que encuentran la satisfacción y la alegría en el dar más
que en el recibir. La persona generosa sabe dar ayuda material con cariño y comprensión, y no busca a
cambio que la quieran, la comprendan y la ayuden. Da y se olvida que ha dado.
El dar ensancha el corazón y lo hace más joven, con mayor capacidad de amar. Cuanto más damos, más
nos enriquecemos interiormente.
¿Con quién tenemos que ser generosos? Con todos. Con Dios. Con los demás, sobre todo con los más
necesitados.
Segundo, generosidad por parte de nosotros. Aquí, a la Eucaristía, hemos venido trayendo también
nuestra vida, con todo lo que tiene de luces y sombras, y se la queremos dar toda entera a Dios. Le hemos
dado nuestro tiempo, nuestro cansancio, nuestro amor, nuestros cinco panes y dos pescados, como el
niño del evangelio. Es poco, pero es lo que somos y tenemos.Hemos venido con espíritu generoso para
dar, en el momento de las lecturas, toda nuestra atención, reverencia, docilidad, obediencia, respeto.
En el momento del ofertorio hemos puesto en esa patena todas nuestras ilusiones, sueños, alegrías,
problemas, tristezas. En el momento de la colecta se nos ofrece una oportunidad para ser generosos. En
el momento de la paz se nos ofrece una oportunidad para saludar a quien tal vez está a nuestro lado y
hace tiempo que no saludamos. Salimos con las manos llenas para repartir estos dones de la eucaristía.En
fin, la Eucaristía es el sacramento de la máxima generosidad de Dios, que nos llama e invita a nuestra
generosidad con Él y con el prójimo. Jesús eucaristía, abre nuestro corazón a la generosidad.
Eucaristía y perdón
Recordemos que uno de los fines de la eucaristía y de la misa es el propiciatorio, es decir, el de pedirle
perdón por nuestros pecados. La misa es el sacrificio de Jesús que se inmola por nosotros y así nos logra
la remisión de nuestros pecados y las penas debidas por los pecados, concediéndonos la gracia de la
penitencia, de acuerdo al grado de disposición de cada uno. Es Sangre derramada para remisión de los
pecados, es Cuerpo entregado para saldar la deuda que teníamos.
Mateo 18, 21-55 nos evidencia la gran deuda que el Señor nos ha perdonado, sin mérito alguno por nuestra
parte, y sólo porque nosotros le pedimos perdón. Y Él generosamente nos lo concedió: “El Señor tuvo
lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda”. Así es Dios, perdonador,
misericordioso, clemente, compasivo. Es el atributo más hermoso de Dios. Ya en el Antiguo Testamento
hay atisbos de esa misericordia de Dios, pero en general regía la ley del Talión: ojo por ojo y diente por
diente.
Nuestros pecados veniales. Nuestras distracciones, rutinas, desidias, irreverencias, faltas de respeto. Él
aguanta y tolera el que no valoremos suficientemente este Santísimo Sacramento.
En la misma misa comenzamos con un acto de misericordia, el acto penitencial (“Reconozcamos nuestros
pecados”). En el Gloria: “Tú que quitas el pecado del mundo...”. Después del Evangelio dice el sacerdote:
“Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados...”. En el Credo, decimos todos: “Creo en el perdón
de los pecados...”. Después de las ofrendas y durante el lavatorio el sacerdote dice en secreto: “lava del
todo mi delito, Señor, limpia mis pecados”. En la Consagración, “...para el perdón de los pecados”. “Ten
misericordia de todos nosotros . . .” En el Padrenuestro: “perdona nuestras ofensas . . .”. “Este es el
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo . . .”.
La eucaristía nos invita a nosotros al perdón, a ofrecer el perdón a nuestros hermanos. La escena del
Evangelio (cf Mt. 18, 21-55) es penosa: el siervo perdonado tan generosamente por el amo, no supo
perdonar a un siervo que le debía cien denarios, cuando él debía cien mil.
El perdón es difícil. Tenemos una naturaleza humana inclinada a vengarnos, a guardar rencores, a juzgar
duramente a los demás, a ver la pajita en el ojo del hermano y a no ver la traba que tenemos en nuestros
ojos. Perdonar es la lección que no nos da ni el Antiguo Testamento no las civilizaciones más espléndidas
que han existido y que han determinado nuestra cultura: la civilización grecolatina. Sólo Jesús nos ha
enseñado y nos ha pedido perdonar.
Rápido, si no se pudre el corazón. Universal, a todos. Generoso, sin ser mezquino y darlo a cuentagotas.
De corazón, de dentro. Ilimitado.
No olvidemos que Dios nos perdonará en la medida en que nosotros perdonamos. Si perdonamos poco, Él
nos perdonará poco. Si no perdonamos, Él tampoco nos perdonará. Si perdonamos mucho, Él nos
perdonará mucho.
Vayamos a la eucaristía y pidamos a Jesús que nos abra el corazón y ponga en él una gran capacidad de
perdonar. María, llena de misericordia, ruega por nosotros.
Catequesis en audio:
Conoce los distintos momentos en los que las tres personas de la Trinidad actúan en conjunto: El Padre, El
Hijo y El Espíritu Santo
Participación en el Foro
Para ti, ¿qué es la humildad? ¿Cómo se hace presente en la eucaristía?
¿Por qué la Eucaristía es fuente de alegría?
¿Cuál es la virtud más grande de las almas y por qué? Y esta virtud, ¿qué relación tiene con la Eucaristía?
¿Por qué el perdón se relaciona con la Eucaristía?
- Ecclesia De Eucharistia
-Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la rececpción de la comunión eucarística por parte de los
fieles divorciados que se han vuelto a casar
- Redemptionis Sacramentum
Sobre algunas cosas que se deben observar o evitar acerca de la Santísima Eucaristía
b) Congresos Eucarísticos.Tuvieron su origen en Francia en el siglo XIX, siglo duro, donde el laicismo,
quiso quitar a Dios de la vida, e hizo sus estragos. Fue San Pedro Julián Eymard el iniciador de los
congresos con el lema: “Salvar al mundo por la Eucaristía”. León XIII aprobó este proyecto y el Primer
Congreso Eucarístico Internacional se tuvo en Lille en 1881, Francia. Hasta ahora se han celebrado 46
Congresos Internacionales. El último en Roma en Junio de 2000 y el anterior en Polonia en 1997. El
próximo será en México, en octubre de 2004. Merece destacarse el 32º Congreso Eucarístico Internacional
celebrado en Buenos Aires del 7 al 14 de Octubre de 1934, por la repercusión espiritual que tuvo. Fue
presidido por el Cardenal Eugenio Pacelli, secretario de Estado de Pío XI. Cada 10 años la Iglesia en
Argentina recuerda este Congreso Internacional. El último se celebró en Santiago del Estero en 1994. León
XIII proclamó en 1897 a San Pascual Baylón patrono de los Congresos Eucarísticos por su vida y
predicación centrada en la eucaristía.
c) La exposición del Santísimo Sacramento, para la devoción y culto a la presencia real de Cristo. Esta
práctica aparece por primera vez en la vida de Santa Dorotea en 1394. La custodia nació del deseo de los
fieles de ver la Hostia Consagrada. Tuvo origen en la Edad Media como reacción ante los errores de
Berengario de Tours, quien negaba, entre otras cosas, la presencia real de Cristo en la eucaristía. Esta
devoción se incrementó en los siglos XVI y XVII. Aparece la práctica de la adoración perpetua y la
exposición de todos los jueves. Al final de la exposición, se da la bendición con el Santísimo Sacramento.
Hay también un culto privado, personal.
a) Visita Eucarística. La Iglesia recomienda la oración personal ante el Santísimo Sacramento por medio de
visitas al Sagrario de nuestras iglesias, capillas y oratorios en donde está presente Nuestro Señor
Jesucristo. Aquí se disfruta de un trato íntimo; abrimos nuestro corazón pidiendo por nosotros y por
todos los demás, rogamos la paz y la salvación, se crece en la amistad, en las virtudes y sobre todo
adoramos y agradecemos.
b) Comunión espiritual a lo largo del día. Como expresión de gratitud por la comunión sacramental
recibida y como preparación para recibir con fervor la Comunión Sacramental. Es el termómetro de la
sincera amistad con Jesús y la expresión más genuina y exacta de la verdadera e íntima comunión con
Jesús: “donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón”. Estas comuniones espirituales las podemos
hacer caminando, trabajando, estudiando...Basta elevar nuestro pensamiento a Cristo Eucaristía y anhelar
su presencia sacramental.
El Corpus Christi es la fiesta pública a Cristo Eucaristía, a quien paseamos por las plazas, dándole nuestro
tributo y homenaje de adoración. ¡Viva Jesús Sacramentado! Pidamos que nunca falte este culto dedicado
al Santísimo Sacramento.
En la Eucaristía se encuentra palpitante el Corazón de Cristo, que ama intensamente al Padre y a los
redimidos por su muerte y resurrección. La eucaristía es el corazón vigilante, atento y amoroso de Jesús,
que nos ve, escucha, atiende, espera, ama, consuela, anima y alimenta.
La gran promesa: “A quienes comulguen nueve primeros viernes de mes seguidos, mi Corazón no los
abandonará en el último momento”.
Todas las revelaciones a Santa Margarita María de Alacoque, la devota del Sagrado Corazón, a la que
Jesús encomendó esta devoción, se las concedió el Señor en la capilla, en la eucaristía. Es más, Santa
Margarita vivía ansiosa de la eucaristía.
Estas son sus palabras: “Mi más grande alegría de dejar el mundo era pensar que podría comulgar a
menudo, ya que no se me permitía sino de vez en cuando. Yo me habría considerado la más dichosa del
mundo si lo hubiera podido hacer frecuentemente y poder pasar muchas noches sola delante del Santo
Sacramento de la Eucaristía. Me sentía ante Él absolutamente segura, que aún siendo miedosísima, ni me
acordaba del miedo, estando en el lugar de mis mayores delicias. La víspera de comulgar me sentía
abismada en un profundo silencio y no podía hablar sino haciéndome violencia, pensando en la grandeza
de lo que había de acontecer al día siguiente. Y cuando ya había comulgado, no hubiera querido ni beber,
ni comer, ni hablar de tanta paz y consuelo como sentía. Me ocultaba lo más posible para aprender a amar
a mi Bien Soberano, que tan fuertemente me obligaba a devolverle amor por amor”.
Y cuando entró al Convento de la Visitación, a los 23 años, su madre priora le dijo: “Hija, id a poneros
delante de Nuestro Señor en la Eucaristía como una tela preparada delante de un pintor”. Y Santa
Margarita no entendió, pero no se atrevió a preguntarle a su superiora. Pero escuchó dentro de ella “Ven,
hija, Yo te lo enseñaré”. Era Jesús, que la invitaba a la eucaristía para enseñarle todo. Para Margarita
María, el Sagrario era su refugio ordinario. ¡Y sabemos cómo sufrió en vida esta gran santa!
El corazón, sabemos, tiene dos movimientos: Sístole, contracción del músculo cardíaco que provoca la
circulación de la sangre, y diástole, movimiento de dilatación del corazón y arterias.
Sístole: se contrae, se recoge para unirnos a Él, a su amistad, provocando en nosotros la circulación de la
sangre espiritual que Él nos ha inyectado. Nos alimenta, nos nutre, y esto lo hace desde la eucaristía, en la
eucaristía. Esta contracción del Corazón de Cristo es una invitación a su amistad, a formar el grupo de sus
íntimos. Es la invitación a acercarnos a la eucaristía, a disfrutar de su amor, a conocer sus secretos más
íntimos. ¡Qué bienaventurados aquellos que tienen la suerte de ser arropados en ese movimiento de
sístole o contracción del Corazón dulcísimo de Cristo!
Diástole: Es la dilatación de ese Corazón de Jesús, que se abre a todos, sin excepción, con el anhelo de
hacer llegar a todos su sangre preciosísima, que con una sola gota de ella salva a quienes se dejan lavar
por ella. Este movimiento de diástole quiere abrazar a todos, y por eso se sirve de nosotros para que
vayamos al apostolado y llevemos su amor para atraerlos a su Divino Corazón.La eucaristía nos invita a
nosotros a estos dos movimientos:
Sístole: a acudir con más frecuencia a la eucaristía, a entrar dentro de ese Corazón Sacratísimo de Jesús,
escuchar sus latidos de amor, sus gemidos de dolor, sus anhelos de salvar a la humanidad. A entrar, a
intimar con Él, consolarlo, animarlo, repararlo, y al mismo tiempo a contarle nuestros problemas,
angustias y proyectos.
Diástole: es decir, a salir de la eucaristía con la sonrisa en los labios, con el amor en el corazón, con la
servicialidad en las manos, con la prontitud en los pies y hacer llegar esos latidos del Corazón de Jesús que
nosotros hemos escuchado en nuestros momentos de intimidad.
Algunos de los chicos iban exclamando: ¡qué linda iglesia! ¡qué columnas! ¡fijaos qué rosetones! ¡qué
capiteles!
- Aquí tienen. Esto es lo de más valor que tenemos en la Iglesia. ¡Aquí está el Señor y Dios!
Esos chicos tardaron unos segundos en reaccionar. No sé si les parecía que el cura les tomaba el pelo, el
caso es que se fueron arrodillando uno tras otro. Después el sacerdote les explicó otros valores artísticos
de la iglesia. Junto a la lección de arte, aquellos turistas recibieron una sencilla y maravillosa lección de fe y
piedad.
De aquella visita eucarística, este buen sacerdote se sirvió para inculcarles el respeto y veneración ante lo
sagrado y para descubrirles, de un modo gráfico, que en un templo católico a quien hay que darle la
primacía es al Señor en el Sagrario.
Cuando te encuentres cerca de un Sagrario, piensa “ahí está Jesús”. Y desde ahí te ve, te oye, te llama, te
ama.
El arte debe estar en función de la belleza de Dios y de la presencia real de Cristo. Por eso, para un
cristiano, la visita a una iglesia no debería ser nunca ni exclusiva ni principalmente “artística”. Primero hay
que visitar y saludar al Señor de la casa, y secundariamente se podrán visitar las muestras de arte, hechas
con cariño por generaciones de cristianos que han dejado allí signos de su amor y de su adoración.
Por eso la costumbre de los cristianos, tan recomendada hoy y siempre por la iglesia, de visitar a Jesús en
el Sagrario, es una finura de amor que contrasta con la actitud irreverente que algunos adoptan ante el
Santísimo. Incomprensión, ¡no saben quién está ahí! Indiferencia, ¡no les importa! Irreverencia, ¡hablando,
riendo, comiendo en la iglesia!
Si nos fijamos, por ejemplo, en cómo se comportan los fieles que acuden a una iglesia, ya sea en el modo
de vestir, de estar, de sentarse, de hacer la genuflexión, podemos deducir en buena medida el grado de fe
de esas personas, aunque a veces sólo es falta de la mínima cultura religiosa. No se sabe responder. Se
ponen de pie cuando hay que arrodillarse. Están con la gorrita en la cabeza. Distracciones. Se habla
durante la misa. Novios que se están besando, abrazando, tocando, mirando. ¡Qué desubicados!
Abrir el corazón. Dejarnos quemar, calentar por los rayos de Cristo. Hablarle de nuestras cosas.
Encomendar tantas necesidades. Pedirle fuerzas. Alabarlo. Adorarlo. Darle gracias.
Con sencillez, sin palabras rebuscadas: “Él me mira y yo le miro”. Con la humildad del publicano,
reconociendo su grandeza y nuestra miseria. Con la confianza de un amigo. Con la fe del centurión, de la
hemorroisa. Con mucha atención, sin distracciones.
¿Cuándo nos mandó Jesús “amaos los unos a los otros”, es decir, cuándo nos dejó su mandamiento
nuevo, en qué contexto? En la Última Cena, cuando nos estaba dejando la eucaristía. Por tanto, tiene que
haber una estrecha relación entre eucaristía y el compromiso de caridad.
En ese ámbito cálido del Cenáculo, mientras estaban cenando en intimidad y Jesús sacó de su corazón
este hermoso regalo de la eucaristía, en ese ambiente fue cuando Jesús nos pidió amarnos. Esto quiere
decir que la eucaristía nos une en fraternidad, nos congrega en una misma familia donde tiene que reinar
la caridad.
Hay otro motivo de unión entre eucaristía y caridad. ¿Qué nos pide Jesús antes de poner nuestra ofrenda
sobre el altar, es decir, antes de venir a la eucaristía y comulgar el Cuerpo del Señor? “Si te acuerdas allí
mismo que tu hermano tiene una queja contra ti, deja allí tu ofrenda, ante el altar, y vete primero a
reconciliarte con tu hermano, y después vuelve y presenta tu ofrenda” (Mt 5, 23-24).
Esto nos habla de la seriedad y la disposición interior con las que tenemos que acercarnos a la eucaristía.
Con un corazón limpio, perdonador, lleno de misericordia y caridad. Aquí entra todo el campo de las
injusticias, atropellos, calumnias, maltratos, rencores, malquerencias, resquemores, odios,
murmuraciones. Antes de acercarnos a la eucaristía tenemos que limpiarnos interiormente en la
confesión. Asegurarnos que nuestro corazón no debe nada a nadie en todos los sentidos.
En este motivo hay algo más que llama la atención. Jesús nos dice que aún en el caso en que el otro
tuviera toda la culpa del desacuerdo, soy yo quien debo emprender el proceso de reconciliación. Es decir,
soy yo quien debo acercarme para ofrecerle mi perdón.
Mi ofrenda, la ofrenda que cada uno de nosotros debe presentar en cada misa (peticiones, intenciones,
problemas, preocupaciones, etc.) no tendría valor a los ojos de Dios, no la escucharía Dios si es
presentada con un corazón torcido, impuro, resentido, lleno de odio.
Ahora bien, si presentamos la ofrenda teniendo en el corazón esta voluntad de armonía, será aceptada
por Dios como la ofrenda de Abel y no la de Caín. Éste era agricultor, y le ofrecía a Dios su ofrenda con
corazón desviado y lleno de envidia y resentimiento al ver que su hermano Abel era más generoso y
agradable a Dios, pues le presentaba generosamente las primicias de su ganado.
Y hay otro motivo de unión entre eucaristía y compromiso de caridad. En el discurso escatológico, es decir
cuando Jesús habló de las realidades últimas de nuestra vida: muerte, juicio, infierno y cielo, habló muy
claro de nuestro compromiso con los más pobres.
Jesús en la eucaristía nos dice “Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros”. Y aquí, en este
discurso solemne, nos pide que ese cuerpo se iguale con el prójimo más pobre, y por eso mismo es un
cuerpo de Jesús necesitado que tenemos que alimentar, saciar, vestir, cuidar, respetar, socorrer,
proteger, instruir, aconsejar, perdonar, limpiar, atender.
San Juan Crisóstomo tiene unas palabras impresionantes: “¿Quieres honrar el cuerpo de Cristo? No
permitas que Él esté desnudo y no lo honres sólo en la Iglesia con telas de seda, para después tolerar,
fuera de aquí, que ese mismo cuerpo muera de frío y de desnudez”.
Él que ha dicho “Esto es mi cuerpo”, ha dicho también “me habéis visto con hambre y no me habéis dado
de comer” y “lo que no habéis hecho a uno de estos pequeños, no me lo habéis hecho a Mí”.
Te dejo unas líneas para tu reflexión: “Pasé hambre por ti, y ahora la padezco otra vez. Tuve sed por ti en la
Cruz y ahora me abrasa en los labios de mis pobres, para que, por aquella o por esta sed, traerte a mí y por tu
bien hacerte caritativo. Por los mil beneficios de que te he colmado, ¡dame algo!...No te digo: arréglame mi
vida y sácame de la miseria, entrégame tus bienes, aun cuando yo me vea pobre por tu amor. Sólo te imploro
pan y vestido y un poco de alivio para mi hambre. Estoy preso. No te ruego que me libres. Sólo quiero que,
por tu propio bien, me hagas una visita. Con eso me bastará y por eso te regalaré el cielo. Yo te libré a ti de
una prisión mil veces más dura. Pero me contento con que me vengas a ver de cuando en cuando. Pudiera, es
verdad, darte tu corona sin nada de esto, pero quiero estarte agradecido y que vengas después de recibir tu
premio confiadamente. Por eso, yo, que puedo alimentarme por mí mismo, prefiero dar vueltas a tu
alrededor, pidiendo, y extender mi mano a tu puerta. Mi amor llegó a tanto que quiero que tú me alimentes.
Por eso prefiero, como amigo, tu mesa; de eso me glorío y te muestro ante todo el mundo como mi
bienhechor” (San Juan Crisóstomo, Homilía 15 sobre la epístola a los Romanos).
Estas palabras son muy profundas. Este cuerpo de Cristo en la eucaristía se iguala, se identifica con el
cuerpo necesitado de nuestros hermanos. Y si nos acercamos con devoción y respeto al cuerpo de Cristo
en la eucaristía, mucho más debemos acercarnos a ese cuerpo de Cristo que está detrás de cada uno de
nuestros hermanos más necesitados.
Quiera el Señor que comprendamos y vivamos este gran compromiso de la caridad para que así la
eucaristía se haga vida de nuestra vida.
Eucaristía y peregrinación
Jesús nos ha dejado este Sacramento para nosotros que peregrinamos a la Patria del cielo.
El camino es largo y fatigoso. Jesús lo hace más suave y amable porque lo camina con nosotros. El camino
es arriesgado y peligroso. Por momentos aparecen las tentaciones, las dudas, el enemigo. Jesús es refugio
y defensa. El camino es, a veces, oscuro y con nubarrones. Jesús Eucaristía lo ilumina con su sol
espléndido. En el camino nos puede invadir, a veces, la tristeza, la desesperanza, el desencanto, como les
pasó a los discípulos de Emaús. Pero Jesús Eucaristía hará arder nuestro corazón.
Jesús Eucaristía se quiere arrimar a nosotros, se hace también Él peregrino y se pone a caminar junto a
nosotros, alentándonos, abriéndonos su corazón, explicándonos las Escrituras. ¡Qué calor nos infunde! En
el camino nos amenaza la tarde, se hace tarde, se oscurece la vida. Y Jesús enciende la luz de su eucaristía
y nuestras pupilas se abren, se dilatan en Emaús.
Con Jesús nunca es tarde, nunca anochece, siempre es eterna primavera, es mediodía. En el camino no
vemos el momento de sentarnos a descansar a la vera, o entrar a una casa para reponer fuerzas, y Jesús
Eucaristía es ese descanso del peregrino.
En el camino sentimos hambre y sed. Por eso Cristo Eucaristía se hace comida y bebida para el peregrino.
En el camino experimentamos el deseo de hablar con alguien, que nos haga agradable la subida, la
monotonía de ese camino. Y Jesús Eucaristía quiere entablar con nosotros diálogos de amistad.
En este camino hacia la Patria Celestial nos pesa nuestra vida pasada, nuestros pecados gravan sobre
nuestra conciencia y ponen plomo sobre nuestros pies, hasta el punto de inmovilizarlos. Y Jesús Eucaristía
nos abre su corazón misericordioso, como a esa mujer de Samaria o como a ese Zaqueo de Jericó, y
nuestros pecados se derriten y Él nos da alas ligeras para volar por ese camino.
Y todo esto lo hace a través de su eucaristía. En la eucaristía Jesús es Pastor, que con sus silbos amorosos
nos despierta de nuestros sueños, es Hermano mayor, que nos comprende y nos acoge como somos; es
Vianda, que nos alimenta y fortalece.
Ahora entendemos por qué, cuando nos llega el momento de nuestra muerte, el sacerdote, junto con la
unción de los enfermos, nos da la comunión como Viático para el camino al Padre, después de nuestra
muerte.
No debemos detenernos con las bagatelas del borde del camino, que nos atrasarían mucho el encuentro
con Jesús. No debemos sestear en la pereza y comodidad de nuestros caprichos. No debemos desistir de
caminar y volver atrás, desviándonos del camino recto, para volver al Egipto seductor que me ofrece sus
cebollas, a la plaza de los placeres, a la vida libertina. No debemos echarnos a un lado y encerrarnos en
nuestra propia tienda de campaña, en nuestra bolsa de dormir, despreciando la compañía de nuestros
hermanos que nos animan con sus cantos.
Hagamos de la eucaristía nuestra parada técnica durante la peregrinación para reponer fuerzas, cambiar
las llantas, descansar, alimentarnos. Sí, la eucaristía es solaz, es refugio, es hostal, es puesto de socorro y
de primeros auxilios para todos los que peregrinan hacia la Patria del Padre Celestial.
Catequesis en audio:
Conoce algunos detalles acerca del Credo que rezamos en la Santa Misa para proclamar nuestra fe.
Participación en el Foro
Menciona los tipos de culto público y los tipos de culto privado
¿Cómo son tus visitas a Jesús Eucaristía?
¿Cómo vives el compromiso de caridad en la Eucaristía?
-Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la rececpción de la comunión eucarística por parte de los
fieles divorciados que se han vuelto a casar
- Redemptionis Sacramentum
Sobre algunas cosas que se deben observar o evitar acerca de la Santísima Eucaristía
¿Qué es el apostolado?
El apostolado es precisamente ese comprometernos con todas nuestras energías a llevar el mensaje de
Cristo por todos los continentes. Jesús al irse al cielo no nos dijo: “Id y rezad”; sino que dijo
clarísimamente: “Id y anunciad”.
Para san Juan , el apostolado es dar a los demás lo contemplado, escuchado, vivido, comido,
experimentado con Jesús. Eso es el apostolado. Apostolado es llevar el buen olor de Cristo (2 Cor. 2,15). Es
llevar la sangre de Cristo, y esa sangre se derrama en cada eucaristía. Es llevar el mensaje de Cristo, y ese
mensaje se proclama en cada eucaristía. Es salvar las almas, y esas almas son redimidas en cada eucaristía.
¿Para qué hacemos apostolado? Para que Cristo sea anunciado, conocido, amado, imitado y predicado. En
la eucaristía hemos escuchado, comido y contemplado a Jesús.
¿Dónde hacer apostolado? En la familia, la calle, la profesión, los medios de comunicación social, la
facultad. En todas partes encontramos púlpitos, auditorios, escenarios, estrados y areópagos desde
donde predicar a Cristo, con valentía y sin miedo.
¿Cómo hacer apostolado? Con humildad, ilusión, alegría, voluntad, ánimo, caridad. La caridad es el alma de
todo apostolado y nos urge. No imponemos con la fuerza, sólo proponemos con el bálsamo del amor y
del respeto.
El apostolado es, pues, llevar el mensaje de Cristo a nuestro alrededor, dando razón de nuestra fe. En cada
eucaristía Jesús nos entrega su mensaje, vivo en la Liturgia de la Palabra y en la Comunión. Es el
derramamiento al exterior de nuestra vida espiritual e interior. En cada eucaristía Jesús nos llena de su
gracia y amor y vamos al apostolado a dar de beber esas gracias a todos los sedientos. Es poner a las
personas delante de Jesús para que él las ilumine, las cure, las consuele, como hicieron aquellos con el
paralítico que llevaron en una camilla. El encuentro con Jesús en la eucaristía nos debería comprometer a
ir trayendo a las personas a este encuentro con Jesús.
La misa acaba con este imperativo latino: “ite, missa est”. Es una invitación al apostolado. Missus quiere
decir “enviado”. El apostolado debe ser el fruto de la eucaristía, el fruto de la liturgia. Es como si se dijera:
“id, sois enviados, vuestra misión comienza”.
El apostolado debe brotar de la misa y a ella debe retornar. Es decir, debemos salir de cada eucaristía con
ansias de proclamar lo que hemos visto, oído, sentido, experimentado, para que quienes nos vean y
escuchen estén en comunión con nosotros y ellos se acerquen a la eucaristía. Y al mismo tiempo debemos
volver después a la eucaristía para hablar a Dios, traer aquí todas las alegrías y gozos, angustias,
problemas y preocupaciones de todas aquellas gentes que hemos misionado.
Todos sabemos que el fin último del apostolado es la glorificación de Dios y la santificación de los
hombres. Este fin es el mismo que el fin de la liturgia y de la eucaristía o misa, que es el sol y el corazón de
la liturgia.
Si esto es así, la misa nunca termina, sino que se prolonga ininterrumpidamente. El apostolado hace que la
misa se prolongue. Porque en todas partes, durante las 24 horas del día se está celebrando una misa. Ese
Sol de la eucaristía nunca experimenta el ocaso. Ese Corazón de la eucaristía nunca duerme, siempre está
vigilando y palpita de amor por todos nosotros.
Con muchas ansias de alimentarnos para tener fuerza para el camino de nuestro apostolado; con mucha
atención para escuchar el mensaje de Dios a través de la lectura, para después comunicarlo en el
apostolado; con espíritu apostólico, pues cada misa debe traernos, si no en persona, al menos
espiritualmente a nuestro lado, a todos aquellos que vamos encontrando en nuestro camino.
Por tanto, ya en cada misa estamos haciendo apostolado. Colocamos a esas personas en la patena del
sacerdote, las encomendamos en la Consagración y pedimos por ellas en la Comunión. A ellas, Cristo les
hará llegar los frutos de su Redención eterna.
Pidamos la misma pasión por la almas de san Pablo, de san Francisco Javier, que no nos deje tranquilos
hasta ver a todos los hombres conquistados para Cristo, y valoremos la misa como medio para salvar
almas y prepararnos para el apostolado e incendiar este mundo. ¡Incendiemos no sólo el Oriente, sino
también el Occidente, el Norte y el Sur, el Este y el Oeste!
Eucaristía y silencio
La vida crece silenciosamente en el oscuro seno de la tierra y en el seno silencioso de la madre. La
primavera es una inmensa explosión, pero una explosión silenciosa.
Dios fue silencioso durante muchos siglos, y en ese silencio se gestaba la comunicación más entrañable: el
diálogo entre Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¿Qué es el silencio?
Es esa capacidad interior de saber estar reposado, calmado, controlando y encauzando los sentidos
internos y externos. Es esa capacidad de callar, de escuchar, de recogerse. Es esa capacidad de cerrar la
boca en momentos oportunos, de calmar las olas interiores, de sentirse dueño de sí mismo y no dominado
o esclavo de sus alborotos.
Uno de los males de la actualidad es el aburrimiento, que se origina de la incapacidad del hombre de estar
a solas consigo mismo. El hombre de la era atómica no soporta la soledad y el silencio, y para combatirlos
echa mano de un cigarrillo, una radio, la televisión, y para evadirse del silencio se echa ciegamente en
brazos de la dispersión, la distracción y la diversión.
Es muy útil para reponer fuerzas, energías espirituales, calmarse, para encontrarnos con nosotros
mismos, para conocernos mejor, más profundamente.
Es imprescindible para ser creativos. Todo artista, científico, pensador, necesita desplegar en su interior
un gran silencio para poder generar percepciones, ideas, creaciones. Los grandes genios del arte y de la
literatura fueron hombres que dedicaban mucho tiempo al silencio. Y de esos momentos de silencio
brotaron las grandes obras. Es lo que llamamos el silencio creador, fecundo, productivo.
Es condición indispensable para escuchar y encontrarnos con Dios. Jamás le escucharemos si estamos
sumergidos en el oleaje de la palabrería, dispersión, agitación. El encuentro con Dios se da en el silencio
del alma. Así lo dice santa Teresa de Jesús: “Pues hagamos cuenta que dentro de nosotros está un palacio
de grandísima riqueza, todo su edificio de oro y piedras preciosas –en fin, como para tal Señor-, y que sois
vos parte de que aqueste edificio sea tal, como a la verdad lo es (que es ansí, que no hay edificio y de
tanta hermosura como un alma limjpia y llena de virtudes, y mientras mayores, más resplandecen las
piedras), y que en este palacio está este gran Rey y que ha tenido por bien ser vuestro Padre y que está en
un trono de grandísimo precio, que es vuestro corazón” (Camino de perfección, 28, 9).
Y san Juan de la Cruz nos susurra al oído: “El alma que le quiere encontrar ha de salir de todas las cosas
con la afición y la voluntad, y entrar dentro de sí mismo con sumo recogimiento. Las cosas han de ser para
ella como si no existiesen...Dios, pues, está escondido en el alma y ahí le ha de buscar con amor el buen
contemplativo, diciendo: ¿A dónde te escondiste?” (Cántico espiritual, 1, 6).
¡El valor del silencio! Las grandes decisiones en la vida nacieron de momentos de silencio.
Necesitamos del silencio para una mayor unificación personal. La mucha distracción produce
desintegración y ésta acaba por engendrar desasosiego, tristeza, angustia.
Jesús nos dijo: “cierra las puertas”. Cerrar las puertas y ventanas de madera es fácil. Pero aquí se trata de
unas ventanas más sutiles, para conseguir ese silencio.
Está, primero, el silencio exterior, que es más fácil de conseguir: silencio de la lengua, de puertas, de cosas
y de personas. Es fácil. Basta subirse a un cerro, internarse en un bosque, entrar en una capilla solitaria, y
con eso se consigue silencio exterior.
Pero está, después, el silencio interior: silencio de la mente, recuerdos, fantasías, imaginaciones.,
memoria, preocupaciones, inquietudes, sentimientos, corazón, afectos. Este silencio interior es más difícil,
pero imprescindible para oír a Dios e intimar con Él.
Los enemigos del silencio son la dispersión, el desorden, la distracción, la diversión, la palabrería, la
excesiva juerga, risotadas, la velocidad, el frenesí, el ruido.
El mayor milagro se realiza en el silencio de la eucaristía. Las más íntimas amistades se fraguan en el
silencio de la eucaristía. Las más duras batallas se vencen en el silencio de la eucaristía, frente al Sagrario.
La lectura de la Palabra que se tiene en la misa debe hacerse en el silencio del alma, si es que queremos oír
y entender. El momento de la Consagración tiene que ser un momento fuerte de silencio contemplativo y
de adoración. Cuando recibimos en la Comunión a Jesús ¡qué silencio deberíamos hacer en el alma para
unirnos a Él! Nadie debería romper ese silencio.
Las decisiones más importantes se han tomado al pie del silencio, junto a Cristo eucaristía. ¡Cuántas
lágrimas secretas derramamos en el silencio! Juan Pablo II cuando era Obispo de Cracovia pasaba grandes
momentos de silencio en su capillita y allí escribía sus discursos y documentos. ¡Fecundo silencio del
Sagrario!
Así lo narra Juan Pablo II en su libro “¡Levantaos! ¡Vamos!”: “En la capilla privada no solamente rezaba,
sino que me sentaba allí y escribía...Estoy convencido de que la capilla es un lugar del que proviene una
especial inspiración. Es un enorme privilegio poder vivir y trabajar al amparo de este Presencia. Una
Presencia que atrae como un poderoso imán...” .
Eucaristía y amistad
La amistad es crear lazos de unión con alguien. Y los lazos no se rompen. Unen de tal manera que ambos
forman una sola unidad de corazones. Un amigo debe ser la mitad de nuestra alma. Si nos faltara nos
moriríamos, pues nos han quitado algo de nosotros mismos.
La amistad es un afecto personal, puro y desinteresado, ordinariamente recíproco, que nace y se fortalece
con el trato.
La amistad tiene sus frutos. En la amistad encontramos refugio y apoyo, la amistad enriquece, fortalece y
ensancha el corazón del hombre y le hace invencible ante la adversidad; la amistad dignifica y alegra
nuestra existencia.
La amistad se apoya sobre estos cimientos: sinceridad, generosidad, afecto mutuo. Una amistad
cimentada sobre la simulación, el engaño, el egoísmo estaría siempre condenada al fracaso.
Nuestra extrema timidez, por temor a que los demás no nos acepten y porque en los primeros años de la
vida nuestros padres y educadores no nos entrenaron para la vida social.
Nos sentimos inferiores, nuestra autoestima está baja y creemos que los demás no van a encontrar en
nosotros nada digno de aprecio, y esto nos hace meternos en nuestro enclaustramiento y nos impide
desbordarnos en forma afectuosa y confiada sobre los demás.
Por egoísmo, mezquindad. Sólo buscamos recibir sin dar, y cuando damos, lo hacemos a cuentagotas.
Por soberbia, orgullo, altanería, quisquillosidad. Por todo esto, hay personas que con su actitud, sus
modales, su lenguaje, sus gestos, repelen y los demás los esquivan.¿Qué cosa favorece una buena
amistad?Una personalidad comunicativa y amable; temperamento jovial, alegría contagiosa, bondad y
sinceridad, deseo de hacer el bien, preocuparse por los problemas de los demás, la generosidad, cortesía,
cordialidad, respeto, reciprocidad en afectos y sentimientos.La amistad no es lo mismo que
compañerismo, simpatía y camaradería. Es respeto al amigo, permitiéndole ser él mismo y procurar su
bien, como si de nosotros mismos se tratara.Martín Descalzo dice que en la amistad hay que dar el uno al
otro lo que se tiene, lo que se hace, lo que se es.Por eso ser un buen amigo y encontrar un buen amigo
son las dos cosas más difíciles del mundo, porque supone la conversión de dos egoísmos en la suma de
dos generosidades.Cristo en la eucaristía es nuestro mejor amigo, y hay que hacer esta experiencia.
¿Cómo? Visitándolo, estando ratos cortos y largos con Él, contándole nuestras vidas con sus luces y
sombras, abriéndole nuestro corazón, escuchando sus palabras en el silencio de la intimidad.Por eso
debemos insistir mucho en las visitas a Cristo en las iglesias. Ojalá también pasemos junto a Él momentos
de intimidad en las noches de oración, noches heroicas, adoraciones, Horas Santas, pues son momentos
para crecer en nuestra amistad con Jesús.Jesús en la eucaristía tiene todos los rasgos de un verdadero
amigo. Nos respeta tal como somos. No pretende adueñarse de nuestra voluntad. Respeta nuestra
libertad. Es sincero y franco. Nos dice todo sin rodeos, sin doblez, sin mentira, sin traición. Es generoso, se
dona completamente, no se reserva nada. Está siempre y a todas horas para sus amigos. No tiene horarios
de atención. Acepta nuestros fallos, defectos, limitaciones, sabiendo disculpar y perdonar. Quiere dar y
recibir.
Eucaristía y sufrimiento
Jesús ha sido, es y será el varón de los dolores: rechazado, perseguido, incomprendido, criticado, atacado.
La falta de unción, delicadeza de los sacerdotes que no celebran la misa con fervor, con atención, pues la
celebran con prisa, rápidamente, tal vez omitiendo una lectura, el sermón.
Iglesias destartaladas, llenas de polvo, manteles sucios, cálices en mal estado.
Comuniones en manos sucias, partículas consagradas que se pierden, donde está también todo entero
Jesús Eucaristía.
Eucaristía y Soledad
Solemos pensar que la soledad es una situación humana dolorosa y triste de la que hay que huir a como
dé lugar. Sin embargo, el hombre puede convertirla en una situación fecunda para el alma. Así la soledad
no se convertirá en un oscuro túnel, sino en una oportunidad bella para el encuentro con Dios.
Soledad física, la ausencia total de compañía humana que puede sufrir una persona en determinadas
circunstancias, o la ausencia momentánea o definitiva por haber muerto determinada persona que nos
resultaba muy querida. ¡Cuántas veces Jesús aquí, en la eucaristía, sufre esta soledad física, cuando nadie
lo visita! Pienso en aquellas iglesias cerradas, o en las abiertas, donde apenas entra un vivo. Ya Jesús en su
vida terrena sufrió esta soledad en Getsemaní y en el Calvario. María también experimentó esta soledad
física al perder a su Hijo en el templo, y después en la Cruz. ¡No dejemos solo a Jesús en la eucaristía! Que
siempre tengamos la delicadeza con Él de visitarlo durante el día. Él sufre y experimenta esta soledad y yo
puedo hacerle más llevadero ese sentimiento humano. Podemos llenar esta soledad de Cristo con nuestra
compañía íntima.
Existe también la soledad psicológica, que consiste en sentir o percibir que las personas que nos rodean
no están de acuerdo con nosotros o no nos acompañan con su espíritu. ¡Cuántas veces Jesús aquí, en la
eucaristía, sufre también esta soledad! Percibe que alguno de nosotros no está de acuerdo con su
mensaje, hace lo contrario de lo que Él enseña, en su Evangelio. O están sí, pero fríos, inactivos,
inconscientes, distraídos, dispersos. Por lo mismo están en otra cosa. Ya en su vida terrena Jesús sufrió
esta terrible soledad psicológica. ¡Cuántos de los que lo acompañaban no estaban de acuerdo con Él y
discutían: fariseos, saduceos, jefes. O incluso sus mismos apóstoles no lo acompañaban en todo. Tenían
otros anhelos y ambiciones muy distintas a los de Jesús. María también experimentó esta soledad
psicológica, sobre todo en la pasión y muerte de su Hijo. Se daba cuenta de que la mayoría no había
captado como Ella la necesidad de la muerte de Jesús. ¿Dónde están los curados? ¿Dónde están los frutos
de la predicación de mi Hijo? ¡Ni siquiera los Apóstoles captaron el sentido de la misión de su Hijo!
Hagamos más suave esta soledad de Jesús teniendo en nuestro corazón esos mismos sentimientos.Está
también la soledad espiritual, que es la que experimenta el alma frente a las propias responsabilidades en
las relaciones con Dios. Es la soledad que uno siente frente a Dios; es la soledad de quien sabe que sólo él
y nadie más que él debe responder un “sí” o un “no” libres ante Dios. Aquí en la eucaristía Jesús sufre
también esta soledad. Solo Él sabe que debe quedarse aquí para siempre. Debe afrontar solo Él todos los
agravios, sacrilegios, profanaciones. Él sabe y sólo Él, quien debe estar vigilante las veinticuatro horas del
día, los treinta días del mes, los doce meses del año. ¡Él tiene que responder!, nadie puede sustituirlo.
Independientemente que le hagamos caso o no. En su vida terrena Jesús experimentó esta soledad
espiritual. Hasta parecía que su mismo Padre lo dejó solo. Y María misma sufrió esta soledad.Aunque es
verdad que a veces la situación de soledad puede dar la impresión de tristeza o sufrimiento, tengamos la
seguridad de que dicha soledad está llena de Dios, si la unimos a la soledad de Cristo.¿Cómo deberíamos
vivir esta soledad?
Con amor y confianza. Dios es nuestra compañía segura; con serenidad. No tiene que ser soledad
angustiosa, turbada, sino serena.
Debemos vivir la soledad también con reflexión. Es un momento para reflexionar más, rezar más. Nos
capacitaría para después salir con más riqueza y repartirla a los demás.OraciónJesucristo Eucaristía, no
queremos dejarte solo aquí en el Sagrario. Queremos hacer de tu Sagrario, nuestro lugar de recreación, de
gozo profundo, de compañía íntima. Queremos llenar tu soledad con la música deliciosa y serena de
nuestro corazón.¡Qué pobres serían nuestras vidas sin tu compañía!
Eucaristía y martirio
Uno de los objetivos del Año Santo fue el recuerdo de los mártires. ¿Cuántos han sido mártires de la
eucaristía?
Todos conocemos al niño Tarsicio. Es el año 302, en plena persecución del emperador Diocleciano. En
Roma, un niño, de nombre Tarsicio, asiste a la eucaristía en las catacumbas de San Calixto. El papa de
entonces le entrega el Pan Consagrado y envuelto en un lino blanco, para que lo lleve a los cristianos que
están en la cárcel (¡era para esa ocasión ministro extraordinario de la Comunión!) que esperan dar pronto
su vida por Dios. ¡La eucaristía engendra mártires!
Tarsicio oculta cuidadosamente el Pan Eucarístico sobre su pecho. Solícito se encamina hacia las cárceles.
En el camino encuentra a algunos compañeros no cristianos que juegan y se divierten. Al verlo tan serio
sospechan que algo importante está guardando. Al descubrir que Tarsicio lleva los “misterios”, el odio
estalla en sus corazones y en todos los miembros de sus cuerpos. Con puñetazos, puntapiés y pedradas
esos muchachos paganos tratan de arrebatarle lo que él aprieta contra su corazón. Aún herido de muerte
no suelta la eucaristía.
Providencialmente pasa por el lugar un soldado cristiano llamado Cuadrato y lo rescata. Lo toma en sus
fuertes brazos y lo lleva de regreso a la comunidad cristiana. Allí, ya en agonía, Tarsicio abre sus brazos y
devuelve la eucaristía al papa que se la había entregado. Tarsicio muere feliz, pues le ha demostrado a
Cristo su propia fidelidad hasta la muerte. ¡La eucaristía engendra mártires!
Para los primeros cristianos la eucaristía estaba unida a la capacidad de martirio. Tanto para Tarsicio como
para esos cristianos ya encarcelados, la eucaristía les daba fuerzas para soportar todo dolor y sufrimiento.
Es de todos conocido el ejemplo de san Ignacio de Antioquía que decía a sus hermanos cristianos:
”Dejadme ser pan molido para las fieras”. Y así murió, devorado por las fieras. ¡La eucaristía engendra
mártires!
Tenemos también a los famosos mártires de 1934, fusilados en el norte de España, entre ellos san Héctor
Valdivielso, argentino. Después de la misa los apresan y los conducen a la cárcel, y a los tres o cuatro días
los fusilan.
En México muchos sacerdotes en tiempo de la Guerra Cristera de 1926 a 1929, murieron mártires, entre
ellos el padre Agustín Pro, porque no obedecieron la orden masónica del presidente Plutarco Elías Calles:
“prohibido celebrar la eucaristía y todo culto católico, bajo pena de muerte”. Y estos sacerdotes
desafiaron esta inhumana y atea orden, porque sentían el deber sagrado de honrar a la eucaristía y
fortalecer al pueblo. No podían vivir sin la eucaristía. Y murieron mártires.
El beato Karl Leisner, ordenado sacerdote en el campo de concentración de Dachau en Alemania, fue
apresado y encarcelado. Tenía como lema “Cristo, tú eres mi pasión”. Celebró su primera y única misa en
un barracón del campo de concentración. Sus últimas palabras fueron “Amor, perdón, oh Dios, bendice a
mis enemigos”. ¡La eucaristía engendra mártires!
¿Por qué la eucaristía da fuerzas para el martirio? Porque en la eucaristía recibimos el Cuerpo y la Sangre
de Cristo, que murió mártir, y que nos llena de bravura, de fuerza para afrontar cualquier situación
adversa. Quien comulga con frecuencia tendrá en sus venas la misma Sangre de Cristo, siempre dispuesta
a entregarla y derramarla cuando sea necesario por la salvación del mundo.
Si hoy claudican tantos cristianos, si hay tanto miedo en demostrar que somos cristianos, si hay tanto
cálculo, miramiento, cobardía en la defensa de la propia fe, si hoy se pierde con relativa facilidad la propia
fe y se duda de ella o se pasa a sectas, ¿no será porque nos falta recibir con más conciencia, fervor y alma
pura la eucaristía?
El efecto número uno de la eucaristía es la capacidad de sufrir cualquier cosa por Cristo.
Eucaristía y matrimonio
Antes de dar la relación entre ambos sacramentos, repasemos un poco la maravilla del matrimonio.
Es Dios mismo quien pone en esa mujer y en ese hombre el anhelo de la unión mutua, que en el
matrimonio llegará a ser alianza, consorcio de toda la vida, ordenado por la misma índole natural al bien
de los cónyuges y a la generación y educación de los hijos.
El matrimonio no es una institución puramente humana. Responde, sí, al orden natural querido por Dios.
Pero es Dios mismo quien, al crear al hombre y la mujer, a su imagen y semejanza, les confiere la misión
noble de procrear y continuar la especie humana.
El matrimonio, de origen divino por derecho natural, es elevado por Cristo al orden sobrenatural. Es decir,
con el Sacramento del Matrimonio instituido por Cristo, los cónyuges reciben gracias especiales para
cumplir sus deberes de esposos y padres de familia.
Por tanto, el Sacramento del Matrimonio o, como se dice, el “casarse por Iglesia” hace que esa
comunidad de vida y de amor sea una comunidad donde la gracia divina es compartida.
Por su misma institución y naturaleza, se desprende que el matrimonio tiene dos propiedades esenciales:
la unidad e indisolubilidad. Unidad, es decir, es uno con una. Indisolubilidad, es decir, no puede ser
disuelto por ninguno. El pacto matrimonial es irrevocable: “Hasta que la muerte los separe”.
No olvidemos que los ministros del Sacramento son los mismos contrayentes. El sacerdote sólo recibe y
bendice el consentimiento.
El matrimonio es comunión, ambos forman una común unión, son una sola cosa, igual que cuando
comulgamos. Jesús forma conmigo una común unión tan fuerte y tan íntima, que nadie puede romperla.
El matrimonio, al igual que la eucaristía, también es presencia continua del amor de Dios con su pueblo.
El amor es esencialmente darnos a los demás. Lejos de ser una inclinación, el amor es una decisión
consciente de nuestra voluntad de acercarnos a los demás. Para ser capaces de amar de verdad es
necesario desprenderse cada uno de muchas cosas, sobre todo de nosotros mismos, para darnos sin
esperar que nos agradezcan, para amar hasta el final. Este despojarse de uno mismo es la fuente del
equilibrio, el secreto de la felicidad.
Catequesis en audio:
¿Qué ofreces tú al momento de desear la paz a alguien en la Santa Misa? ¿Aquello que realmente es fuente
de paz para el otro?
Participación en el Foro
¿Por qué es tan importante el silencio para encontrarnos con Dios?
¿Cómo debemos manejar el sufrimiento de cara a la Eucaristía?
¿Por qué podemos llamar a Maria “Nuestra señora del Santísimo Sacramento?
¿Por qué la Eucaristía da fuerzas para el martirio?
-Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la rececpción de la comunión eucarística por parte de los
fieles divorciados que se han vuelto a casar
- Redemptionis Sacramentum
Sobre algunas cosas que se deben observar o evitar acerca de la Santísima Eucaristía
El padre capuchino llamado Miguel de Cosenza, en el Siglo XVII, llamó a María con
el título “Nuestra Señora del Santísimo Sacramento”. Y dos siglos más tarde, San
Julián Eymard, fundador de los Sacramentinos y apóstol de la eucaristía y de
15. Conclusión. María, dejaba a sus hijos el título y la devoción a Nuestra Señora del Santísimo
Eucaristía y María Sacramento.
Santísima
¿Qué relación hay, pues, entre eucaristía y María Santísima? ¿Podemos en justicia
llamar a María “Nuestra Señora del Santísimo Sacramento”?
María fue el primer Sagrario en el que Cristo puso su morada, recibiendo de su madre la primera adoración
como Hijo de Dios que asume la naturaleza humana para redimir al hombre. Imaginémonos cómo trató a
Jesús en su seno, qué diálogos de amor con ese Dios al que alimentaba y al mismo tiempo del que Ella
misma se alimentaba día y noche. Imaginémonos la delicadeza para con ese Hijo, cuando iba y venía,
trabajaba o cocinaba, o iba a la fuente. Pondría su mano sobre el vientre y sentiría moverse a ese hijo suyo
que era también, y sobre todo, Hijo de Dios.
María durante esos nueve meses fue viviendo las virtudes teologales.
Vivía la fe. Creía profundamente que ese Hijo que crecía en sus entrañas era Dios Encarnado. Y ella le dio
ese trozo de carne y su latido humano. Vivía la esperanza; esa esperanza en el Mesías prometido ya estaba
por cumplirse y Ella era la portadora de esa esperanza hecha ya realidad. Vivía el amor; un amor hecho
entrega a su Hijo. María entregaba su cuerpo a su Hijo y derramaba e infundía su sangre a su Hijo. Si no
hay sangre derramada, el amor es incompleto. Sólo con sangre y sacrificio el amor se autentifica, se
aquilata.
Cristo en la eucaristía es su Cuerpo que se entrega y es su Sangre que se derrama para alimento y
salvación de todos los hombres. Pero, ¿quién dio a Jesús ese cuerpo humano y esa sangre humana?
¡María!
Por tanto, el mismo cuerpo que recibimos en la Comunión es la misma carne que le dio María para que
Jesús se encarnara y se hiciese hombre. Gustemos, valoremos, disfrutemos en la Comunión no sólo el
Cuerpo de Cristo sino ese cuerpo que María le dio. Por tanto, tiene todo el encanto, el sabor, la pureza del
cuerpo de María. Pero bajo las apariencias del pan y vino. ¡Es la fe, nuestra fe, que ve más allá de ese pan!
María llevó toda su vida una vida eucaristizada, es decir, vivía en continua acción de gracias a Dios por
haber sido elegida para ser la Madre de Dios, vivía intercediendo por nosotros, los hijos de Eva, que
vivíamos en el exilio, esperando la venida del Mesías y la liberación verdadera. Y como dijo el papa en su
encíclica sobre la eucaristía, María es mujer eucaristizada porque vivió la actitudes de toda eucaristía: es
mujer de fe, es mujer sacrificada y su presencia reconforta. ¿No es la eucaristía misterio de fe, sacrificio y
presencia?
Vivía en continuo sufrimiento, Getsemaní y Calvario. También Ella, como Jesús, fue triturada, como el
grano de trigo y como la uva pisoteada, de donde brotará ese pan que se hará Cuerpo de Jesús que nos
alimentará y ese mosto que será bebida de salvación.
La eucaristía que vivía María era misteriosa, espiritual, pero real. Su vida fue marcada por la entrega a su
Hijo y a los hombres.
¿Por qué en algunos de las apariciones, María pide la comunión? Porque eucaristía y María están
estrechamente unidas.
Por lo tanto, Cristo en la eucaristía es sacrificio, alimento, presencia, y María en la eucaristía experimenta:
El sacrificio de su Hijo una vez más, pues cada misa es vivir el Calvario, y María estuvo al pie del Calvario.
En la eucaristía, junto al Corazón de su Hijo, palpita el corazón de la Madre. Por tanto en cada misa
experimentamos la presencia de Cristo y de María.
No es ciertamente la presencia de María en la eucaristía una presencia como la de Cristo, real, sustancial.
Es más bien una presencia espiritual que sentimos en el alma. Es María quien nos ofrece el Cuerpo de su
Hijo, pues en cada misa nace, muere y resucita su Hijo por la salvación de los hombres y la glorificación de
su Padre.
Catequesis en audio:
- Ecclesia De Eucharistia
-Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la rececpción de la comunión eucarística por parte de los
fieles divorciados que se han vuelto a casar
- Redemptionis Sacramentum
Sobre algunas cosas que se deben observar o evitar acerca de la Santísima Eucaristía