CHEGEMONIA

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 5

C A P Í T U L O

2 Cultura y Poder

En el universo no hay arriba ni abajo, ni norte ni sur, ni este ni oeste.


Todo está en relación con el punto de observación desde el cual se parte.

Arturo Jauretche
Conferencia en Instituto de Estudios Islámicos de Madrid,
septiembre 1958

La cultura y los diferentes sectores sociales. Cultura de elite, cultura masiva y cul-
tura popular. Hegemonía. Sentidos preferenciales y sentidos subalternos.
1 Batallas por los sentidos1

Podemos afirmar que, en las sociedades contemporáneas, los sentidos socialmen-


te válidos son producto de arduas y desiguales negociaciones entre diferentes secto-
res. La construcción social de la realidad supone una hibridación, cuestionamientos,
diálogos en pos de determinados acuerdos que facilitan la vida de todos y todas.
Esta negociación es un conflicto que tiene reglas y posibilidades propias, y
que se resuelve de una manera que parece invisible. Las prácticas culturales
emergen como ahistóricas y “naturales” porque, en la disputa, opera el proceso
de naturalización que borra la marca del conflicto para favorecer la ilusión del
sentido común. Si la cultura es una construcción, la forma que esa construc-
ción tome dará lugar a prácticas culturales diferentes y desiguales, siempre en
movimiento, resistidas y aceptadas. Este movimiento, al definir los sentidos de
la vida, bendice a ciertos actores por sobre otros y despliega paulatinamente el
diccionario posible. Así se inaugura una serie de sentidos preferenciales y otros
que quedan latiendo en la subalternidad.
El concepto moderno de hegemonía parte de los aportes del pensador italiano
Antonio Gramsci, que ha inspirado desarrollos en distintos campos de las ciencias
sociales. Es él quien define la hegemonía como la “dirección intelectual y moral”
de un sector social particular, que logra representar sus objetivos propios como
aquellos que hacen posible la realización de los objetivos universales de la comu-
nidad, traducidos como el bienestar general.
De esta forma, los sectores hegemónicos naturalizan una visión del mundo,
una filosofía, una moral, costumbres, “un sentido común” que cohesiona a los de-
más sectores, identificándolos entre sí y situándolos en el mismo plano, ocultando
de esta manera la posición privilegiada que mantiene un sector frente a los demás
grupos sociales.
Expresiones vagas como “la gente dice…”, “el campo quiere…”, “las mujeres son
así…”, “los jóvenes de hoy…”, “los árabes son…” crean un universo de sentidos,
un sujeto unificado que esconde las relaciones de poder, y establecen un modelo
cultural predominante. Allí se establece una otredad susceptible de ser sancionable.
Hemos escuchado muchas veces hablar de que ciertas prácticas sociales son
exclusivamente derecho de una elite, de un grupo privilegiado, y que otras confor-
man una práctica popular. En general, estamos más familiarizados con el mundo

1
 Colaboraron en la producción de este capítulo Nora Goren, Nora Otero, Luciana Pérez,
Leonardo Rueda y Pablo Macia, docentes de la materia Prácticas Culturales, Ciclo Inicial,
Universidad Nacional Arturo Jauretche.

56
de lo popular que con el de las “clases acomodadas”, pero hay que reconocer
cierta fascinación por lo “exclusivo”.
Histórica y socialmente, lo “popular” ha estado relacionado con lo tosco, con
lo vulgar, con lo no deseado. Sin embargo, las ciencias sociales han rescatado el
término como rasgo dominante de aquello que define las acciones del pueblo y han
puesto en diálogo a la cultura popular con la cultura culta. Centralmente se ha esta-
blecido la relación entre ambas a partir de cuestiones de gusto o de mérito artístico.
La música culta es “mejor” música que la música popular o las expresiones
plásticas son más “elevadas” que las pinturas callejeras.
Estas valoraciones que aparecen como “datos de la realidad” encierran los in-
tereses de determinados sectores que hacen ver como una valoración neutral algo
que está profundamente atravesado por las condiciones sociales e intereses de
un sector. Y es este el núcleo duro de lo que necesitamos reconocer para valorar
nuestras propias prácticas culturales: destacarlas en la urdimbre del tejido social.
Insistimos, todas las prácticas culturales están social, política, económica e
históricamente situadas.
En esas batallas por los sentidos, múltiples grupos desafían con prácticas parti-
culares a partir de su lugar en el mundo, de su historia, de su perspectiva de futuro.
El desafío es reconocer los brillos, las marcas que hablan de aquello que pasó, de
los orígenes, para descubrir que la cultura es solo posible de entender en términos
históricos y de linaje. Cuando analizamos las modas, la comida, los juegos infanti-
les, las bandas que suenan en las radios o cuando leemos sobre la reapertura del
Teatro Colón o sobre las actividades en los teatros de nuestro barrio tenemos que
afinar la mirada para reconocer esas marcas que nos hablan de la construcción,
esas que nos dicen que esto que ahora es así, podría haber sido de otra manera,
que rinde tributo a un pasado posible. También podemos encontrar los signos del
futuro, de las posibilidades, de la vanguardia naciente.
Reconocer la construcción también permite pensar activamente acerca de cuá-
les son los actores involucrados en las disputas y qué poderes están movilizados.
El poder es parte de todas las relaciones sociales. En cada relación un determina-
do sector establece un predominio de sus intereses sobre los de otros sectores. Esto
puede producirse por medio de la violencia –real o simbólica– y se lo denomina do-
minación; o mediante la negociación y en este caso hablamos de hegemonía. Cuan-
do el poder es ejercido en términos de dominación, no hay lugar para el disenso,
cuando hablamos de hegemonía, nos referimos también a una resistencia simbólica.
La cultura se desarrolla en términos de desigualdad, ya sea en el proceso eco-
nómico, en relaciones de género, generacionales, en la posición frente al conoci-
miento y la cultura socialmente legitimadas, y en otro tipo de relaciones sociales

57
que se cristalizan en hábitos y jerarquías de los roles institucionales. Estas relacio-
nes nunca son fijas ni están establecidas de una vez y para siempre: son producto
de luchas y negociaciones, resistencias y consensos que se dan a través del tiem-
po y que son contingentes y variables.
La relación está basada en el consenso, por lo tanto, quien ejerce la autoridad
obtiene el consentimiento de los demás. En este marco, hegemonía es la capaci-
dad de dirigir y cohesionar a grupos que no tienen intereses inmediatos en común,
obteniendo de este modo el apoyo, la confianza o al menos la pasividad de los
sectores subordinados. La hegemonía es el resultado del proceso de negociación
en el que un determinado sector social hace generales sus intereses particulares
y establece un código de naturalidad en una cosmovisión construida. La forma de
resistencia de esta modalidad se da mediante el disenso ideológico, es decir la
disputa de los valores centrales de una comunidad.
Conocer el juego limpia la mirada y fortalece a los actores sociales en su lec-
tura del arte, de la ciencia, del cocimiento, de las prácticas de la vida cotidiana: el
reconocimiento de la situación de desigualdad en las relaciones sociales posibilita
algunos intercambios y clausura otros. Así, cada uno mira desde el lugar en el que
está parado, y desde ese lugar planifica una táctica y una estrategia.
Siguiendo este razonamiento, se podría exagerar y afirmar al decir que existen tan-
tos mundos como actores sociales que miran. Sin embargo, sabemos que no es así.
Las posibilidades políticas y sociales de los actores están enmarcadas en unas
estructuras de poder determinadas que organizan los límites del juego. Si bien cada
actor ocupa un lugar en la red de significados y como tal, aporta sentido a la práctica
cultural, cada uno lo hace desde lugares desiguales, lugares que valen distinto.
Nuestras sociedades complejas configuran prácticas culturales que, en el mar-
co del sistema global, se posicionan más cerca o más lejos de aquello socialmente
deseable. Estas prácticas se encuentran en constante negociación, no cristalizan
de una vez y para siempre, sino que deben ser constantemente renegociadas.
Lo que se conoce como cultura de masas es en parte resultado de esa negociación.
Los medios de comunicación fueron los encargados de concentrar, casi en su
totalidad, un discurso global para imponer sentidos particulares a la cultura moder-
na. Esos sentidos son los que han configurado la cultura de masas. Otra vez, el
borramiento del emisor esconde una estrategia de manipulación. La realidad que
presentan los medios de comunicación es una entre muchas otras. El proceso de
producción de la realidad que realizan los medios es racional y político.
La afirmación de que los medios ofrecen lo que la gente quiere borra la res-
ponsabilidad del emisor en la codificación del mensaje. Los medios masivos de
comunicación son el canal principal de difusión de un tipo particular de cultura

58
que se ofrece de manera brutal y necesariamente incontrastable como parte del
paradigma cultural hegemónico.
Los avances tecnológicos del siglo XX plantearon interrogantes acerca de la
forma en que los medios de comunicación incidían en la estructura social, en las
costumbres y en los modos de ser, hacer y sentir de los integrantes de la sociedad.
Desde varias corrientes de pensamiento se analizaron los procesos de la co-
municación, y sobre todo la comunicación relacionada con los medios masivos.
Una de las miradas teóricas retoma a Gramsci y analiza el lugar que ocupan los
medios en el reforzamiento de prácticas hegemónicas con el fin de crear una vi-
sión del mundo, una filosofía, una moral, costumbres, “un sentido común” que co-
hesiona a los demás sectores, identificándolos entre sí y situándolos en el mismo
plano, ocultando de esta manera la posición privilegiada que mantiene el sector
hegemónico frente a los demás grupos sociales.
Lo que nos permite Gramsci es ver que los públicos retomamos esos argumen-
tos y, dentro de los límites que establece la colonización pedagógica en la que
estamos inmersos, recreamos sentidos de acuerdo a nuestra propia experiencia
vital y la del contexto que da fondo a nuestra vida.
Entre algunas de las estrategias para lograr la perpetuidad, la reproducción, y
reforzar modelos de hacer y ser, los medios establecen estereotipos y hacen ve-
rosímil una estructura imaginaria. Las comunidades adoptan en gran medida este
mundo deseable para ser parte. Buscamos cumplir con los requisitos necesarios
para llegar a convertirnos en uno de los que están adentro. De esta manera, los
medios son herramientas centrales para presentar como única y deseable una
versión acotada y tendenciosa de la vida.

* La televisión/2 
Eduardo Galeano, El libro de los abrazos, Siglo Veintiuno Editores,
Madrid, 1989

La televisión, ¿muestra lo que ocurre?


En nuestros países, la televisión muestra lo que ella quiere que ocurra; y nada
ocurre si la televisión no lo muestra.
La televisión, esa última luz que te salva de la soledad y de la noche, es la rea-
lidad. Porque la vida es un espectáculo: a los que se portan bien, el sistema les
promete un cómodo asiento.

59

También podría gustarte