Entrevista A APARICIO Sobre La Ley 24660
Entrevista A APARICIO Sobre La Ley 24660
Entrevista A APARICIO Sobre La Ley 24660
El Dr. Julio Aparicio tiene una extensa trayectoria vinculada a temas criminológicos y penitencia-
rios, tanto en el ámbito académico como en la gestión pública, lo que lo transforma en un actor muy
valioso para repasar la situación carcelaria argentina de las últimas décadas (para más detalle puede
verse el breve CV al final de la entrevista).
Esta entrevista permite conocer, de primera mano, cómo se desarrollaron proyectos y prácticas
penitenciarias, repasando cuestiones teóricas, como la discusión sobre el régimen de probation y la
incorporación de procesados al régimen de progresividad en la ley de ejecución de la pena privativa
de libertad, pero también conociendo anécdotas y relatos coyunturales, como la oposición del mi-
nistro Domingo Cavallo al desembolso para construir cárceles o la reacción del secretario general del
gremio de Panaderos ante el pedido de trabajo a un ex detenido.
Actor y testigo presencial de la gestión penitenciaria en la segunda parte del siglo XX, Aparicio nos
ilumina sobre aspectos poco conocidos de la temática, brindando elementos indispensables para un
análisis tan exhaustivo como realista.
Su formación académica incluye una licenciatura en Servicio Social en la Universidad de Buenos
Aires, un doctorado en el Museo Social Argentino sobre la misma disciplina, una licenciatura en
Criminología en la Universidad del Salvador y un curso de Doctorado en Ciencias Penales en la
Universidad Kennedy.
Su recorrido institucional comienza en el Ministerio de Acción Social de la provincia de La Rioja
donde fue ministro en la década del sesenta. Luego retornó a la ciudad de Buenos Aires donde se
desempeñó en la Dirección de Menores hasta su ingreso al Patronato de Liberados en 1974, en ese
entonces bajo la presidencia del Dr. González Millán, donde empezó a desempeñarse en la Bolsa de
Trabajo y Promoción para culminar siendo su director ejecutivo entre 1980 y 1994. En ese año pasa a
la función pública en el Ministerio de Justicia, donde fue el encargado del área penitenciaria durante
la gestión de los ministros Barra, Jassán y Granillo Ocampo.
Conversaciones en torno al régimen de ejecución de la pena
Allí, como Subsecretario primero y después como Secretario de Política Criminal y Asuntos
Penitenciarios (1994-1999) elabora y desarrolla el Plan Estratégico Penitenciario Argentino (Plan
Director de la Política Penitenciaria Nacional), aprobado por Decreto del Poder Ejecutivo Nacional.
Entre otros aspectos, este plan derivó en la construcción de importantes obras penitenciarias y
en la redacción y posterior aprobación de la Ley de Ejecución de la Pena Privativa de Libertad N°
24.660. Luego, en el año 2000, ocupó el cargo de Director Nacional de Readaptación Social del
Ministerio de Justicia.
En este recorrido por diferentes funciones, Aparicio tuvo la posibilidad de vincularse con diferen-
tes actores del sistema penal, especialmente de la justicia y del Poder Ejecutivo. Esta experiencia de
gestión, primero en el Patronato y luego en el Ministerio de Justicia, le permitió conocer en detalle
no solo el funcionamiento real de la justicia penal sino los entretelones en la toma de relevantes deci-
siones políticas sobre el tema como la sanción de la ley de ejecución de la pena en 1996.
La entrevista fue realizada en el Café Tango Hotel de la ciudad de Buenos Aires, por Luis González
Alvo, Hernán Olaeta y Jorge Núñez.
La charla se inició con un pedido de los entrevistadores para que el Dr. Aparicio relate brevemente
su vida y trayectoria institucional.1
APARICIO: Yo tengo una carrera muy, muy anómala en su desarrollo. Yo la primera carrera que
estudié fue Trabajo Social. Los muy viejos tiempos, ¿no? Cuando estaba en Derecho en la UBA. Allí
se estudiaba todo de una forma bastante elemental, diríamos, respecto de lo que fueron los desarro-
llos posteriores. Era muy simple todo.
PN: ¿En qué año ingresaste?
APARICIO: En el 59. Claro, ¿te das cuenta? Yo debo ser uno de los profesores más viejos de la
Universidad de Buenos Aires, ¿sabés cuántos años llevo de profesor titular de la UBA? Desde el año
1971.
PO: Claro, una trayectoria docente muy difícil de ver en la actualidad.
APARICIO: O sea 81, 91, 2001, 2011…
PGA: Cuarenta y seis años.
APARICIO: Cuarenta y seis años de profesor titular.
1. Las citas PN se refiere a preguntas de Jorge Nuñez, PO de Hernán Olaeta y PGA de Luis Gonzalez Alvo.
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PN: Bueno, entonces año 59, Frondizi, estás ahí y entrás a la Facultad de Derecho, estudiás Tra-
bajo Social.
APARICIO: Trabajo Social. Una de las materias que tenía, Penología y Técnica Penitenciaria, la
daba un juez de Cámara que había sido muchos años antes el número tres en jerarquía de Institutos
Penales. Era el doctor Ángel González Millán. Después del tiempo de estudiante, a mí me pasaron
muchas cosas, me fui a vivir al interior, me fue muy bien en el interior, bueno, toda esa historia, yo
tuve muchos vaivenes en distintos momentos. Por ejemplo, cuando yo volví del interior, de ser a los
veintiocho años ministro de una provincia sin haber conocido antes ni la provincia ni conocer a nadie
de la provincia, volví acá, a mi puestito habitual, de los que había salido a la provincia. En esa época
yo trabajaba en la Dirección de Menores, y el director de Menores un poco recelaba de mí porque yo
era el que había sido ministro, el que estaba ahí abajo…
PGA: ¿Y ministro de qué habías sido?
APARICIO: De Acción Social en una época en que era muy, muy amplio porque comprendía
salud pública, vivienda, agua potable, menores, etc. Por ello a mi regreso a Buenos Aires, el Director
de Menores prefería no darme tareas importantes por mis supuestos antecedentes. Un día me agoté
de estar sentado en un escritorio y renuncié. En esas idas y venidas que a uno le tocan en la vida, me
llama alguien de la carrera de Trabajo Social originaria y me dice: “Al doctor González Millán, que
fue profesor tuyo, lo han nombrado presidente del Patronato. Y dice que tiene recursos para armar un
equipo en cuatro meses: septiembre, octubre, noviembre, diciembre. Cuatro meses. Y está buscando
ex–alumnos”.
PO: ¿En qué año era esto, Julio?
APARICIO: Esto era… setenta y cuatro. 1974… “…está buscando alumnos que haya conocido
y …”. Bueno, yo fui a verlo y terminé trabajando en el cargo inferior que había, pero que me venía
bien económicamente. Había renunciado a un puestito y ahora tomaba otro puestito. Yo era el que
trabajaba en la Bolsa de Trabajo. Se llamaba Bolsa de Trabajo y Promoción.
PN: O sea, eras egresado de Trabajo Social, ¿Y habías hecho una tesis, algo?
APARICIO Sí. Viene bien la aclaración: en el año 64, 65, en el Museo Social Argentino, había un
Doctorado. Yo completé el Doctorado, se cursaba en dos años luego de un primer título de grado y
se rendía una tesis. Y yo me recibí en 1966.
PN: ¿Te acordas de qué hiciste la tesis?
APARICIO: La tesis era sobre los Seguros Sociales. El asunto es que la tarea mía era Bolsa del
Trabajo y Promoción. ¿Promoción qué era? Era ver cómo se hacía trascender al Patronato, que era
una cosa que estaba muy muerta. Estaba muy muerta porque había sido una institución más o me-
nos interesante en la época del fundador, el doctor Jorge H. Frías, quien había fallecido en 1966. El
Patronato en ese momento tenía ocho empleados, nueve empleados, una cosa así.
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PGA: ¿Vos sabía de su existencia cuando te llaman o no tenías ni idea de la existencia del Patro-
nato?
APARICIO: Sabía de su existencia, pero nunca había tenido relación ninguna; ni con el doctor
González Millán. El asunto es que con él nos entendimos bien, y esas cosas que te pasan en la vida,
la vida es una suma de casualidades. Me empezaron a salir bien las cosas, en el sentido que empecé a
conseguirle entrevistas a González Millán que tuvieron bastante repercusión. González Millán era un
entusiasta de muchas cosas, o sea, él planteaba las cosas, tenía el aval de haber sido juez de cámara,
entonces eso, mucho más que ahora, sonaba muy importante. Bueno, y empecé a tratar de manejar
una idea que yo siempre he tenido: que muchas cosas públicas deben manejarse como si fueran pri-
vadas. En el sentido de que yo tengo un “producto” que es “Prevención del Delito”, tengo que tener
insumos y recursos para volcar en la prevención del delito. Si no tengo plata, no tengo nada. Pero
teníamos recursos hasta diciembre pero fuimos obteniendo recursos privados y públicos para conti-
nuar esta etapa de desarrollo institucional.
Dentro de las cosas que se plantearon en ese momento con el doctor González Millán fue hacer
que los informes de los artículos 26, 40 y 41, que son los llamados “Informes de Personalidad” en
la terminología de Código, que es el estudio ambiental del procesado para que el juez, cuando va a
condenar sepa a quién está condenando, quién es la persona, más allá del delito. Estamos hablando
en una época en la cual el juicio era absolutamente escrito. El juez no lo veía nunca al procesado; “lo
juzgaba como si fuera un mueble”. González Millán hablaba con los camaristas y cuando pedía algo
nunca pedía algo para él, sino que pedía cosas para el quehacer positivo; así que les dijo: “yo les hago
en estos tres meses, gratis, los informes socioambientales y después ustedes evalúen si están bien o
están mal”.
En ese tiempo, esos informes los hacía la Policía por medio de un agente. Preguntaba al vecino:
“¿Qué tal es tu amigo?”. Si era amigo, les decía “ah, es bárbaro” y si era enemigo, por más que fuera
una buena persona, decía “es una porquería…”. Después se empezó a ver una diferencia entre lo que
podía ser un informe que daba el vigilante, con un informe socioambiental hecho por profesionales.
Terminado este breve período de realización de los informes se le planteó a la Cámara en lo Cri-
minal y Correccional que si creían que la tarea así realizada era útil. Con la respuesta afirmativa se
requirió un presupuesto como subsidio que a partir de entonces fue otorgado. La Cámara compren-
dió que los valores serían inferiores si la tarea la hacía el Patronato, pues de hacerla ella se requería
armar toda una estructura.
PN: ¿Ahí te designan como funcionario del Patronato?
APARICIO: Sí, sí, yo en el 80 pasé a ser director ejecutivo. Cambiaron el estatuto y el que
manejaba operativamente la institución era el director ejecutivo, bajo la supervisión de la presidencia,
y de la comisión directiva. Y en el 80, nosotros realizamos unos cinco mil informes por año.
PO: Justicia de Capital se hacía, ¿no?
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APARICIO: Si, siempre el ámbito de la Capital Federal. También en ese entonces agregamos al
universo de los asistidos a los egresados no condicionales, es decir a los egresados por agotamiento de
condena. Era una paradoja. La ley decía que había que supervisar a los liberados condicionales, ayu-
dar a los liberados condicionales y esos eran los mejores internos. De los egresados cumplidos, que
eran los reincidentes, no se ocupaba nadie. Agregamos a los cumplidos, también atendíamos a los
procesados encarcelados y así fuimos creciendo. De esos cinco, seis empleados que eran al principio,
el Patronato llegó a tener cuarenta, cuarenta y pico de personas.
PO: ¿Dependía en algo del Ministerio de Justicia?
APARICIO: No, era una organización privada. Esa organización privada tiene dos caras, ¿verdad?
Dejando de lado lo ideológico, vos lo podes manejar muy mal porque es privado, lo podes manejar
muy bien porque es privado…Yo creo que para el manejo de un Patronato, tenés que tener mucha
agilidad porque, por ejemplo, te llega un liberado un viernes al mediodía, recién salido de la cárcel,
y que hace ¿se queda caminando por allí pero ¿adónde va a vivir? No tiene dónde vivir. ¿Tiene fami-
lia? No tiene familia. ¿Tiene trabajo? No tengo trabajo. Si vos le decís: “bueno, venga el lunes”… el
hombre del viernes al lunes no come y no tiene dónde dormir. Bueno, dicho así muy simple, estoy
marcando lo que es la reincidencia, ¿no? Inmediatamente. Entonces había que tener mecanismos de
asistencia concretos, directos, no hablar de la ley y la reincidencia y el delito sino decir “mirá, hoy y
mañana comés acá, pasado acá, dormís en tal lado”. Después empezamos a hablar de la ley. Bueno,
eso empezó a funcionar bien. Unos buenos índices de reincidencia.
PO: ¿Eso lo medían de alguna manera o era así “informal”?
APARICIO: Sí, nosotros podíamos medir la reincidencia de los nuestros, cuando la persona es-
taba con nosotros. Mientras los teníamos nosotros, la reincidencia, yo te diría, estoy hablando de
memoria, pero yo te diría que nunca pasó del uno y pico por ciento. Así se llega a esta conclusión que
abona la importancia de la progresividad. Cuando un interno sale como sale, es decir, sin avanzar en
la progresividad, la reincidencia marca un veintiséis, un veintisiete por ciento. La reincidencia hasta
los años setenta era inferior al 20%, desde los años setenta, se ubicó entre los veinte a los veintiséis,
veintisiete por ciento. Cuando un interno hizo toda la progresividad, la reincidencia baja al doce.
En el caso nuestro, es decir, de los liberados condicionales, la reincidencia estaba en el uno, dos por
ciento, lo cual abona la conveniencia de la progresividad y del egreso bajo supervisión y asistencia. Es
decir, esto también es el origen del instituto de la libertad asistida, que dice “aquel que no puede tener
libertad condicional, podrá salir antes, seis meses antes, con supervisión” porque la idea era hacerle
una trampita al Código Penal y hacer salir a todos bajo un sistema de asistencia. Si la realidad me
está marcando el uno por ciento de reincidencia bajo ese sistema, que todos salgan bajo supervisión
demuestra ser eficiente. Porque curiosamente con el reincidente no se hacía: “Arreglátela, total vos
sos caso perdido”... Vuelvo al Patronato. Bueno, nos fue bien, hubo un… yo te diría un muy buen
manejo económico-financiero, lo cual permitía dar servicios. Un patronato que no brinde servicios
concretos fracasa por no atender lo inmediato, lo humano, lo urgente.
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PO: ¿El Estado aportaba? ¿Había fondos del Estado para ese trabajo?
APARICIO: Sí. Bueno, eso venía… eso era la negociación. Todos los años vos tenías que mostrar
lo que hacías y conversar con uno, y conversar… y tuvimos buena gente que nos escuchó. La que
manejaba eso era la Secretaría de Superintendencia de la Corte y ellos veían en realidad todo esto. En
ese período, diría que se hacían 4000, 5000 informes socioambientales más un número significativo
de liberados, más un número significativo de cumplidos; fuimos creciendo. Así bueno, nos fuimos
metiendo en otro orden de cosas.
PN: Discúlpame, ¿en qué momento terminaba la asistencia del Patronato? Por ejemplo, un libe-
rado condicional cuando supuestamente se terminaba la asistencia.
APARICIO: En general un liberado condicional, cuando terminaba el período, se “independiza-
ba”. Otros seguían más tiempo, igual que los egresados cumplidos.
PGA: ¿Tenían un plazo? ¿Tenían un límite? Tres meses, seis meses y medio…
APARICIO: A veces la cuestión no era material sino la problemática. Ahí incorporamos cosas…
los psicólogos, etcétera, para ir tratando de hacer una labor un poquito más integral. En todo ese
tiempo, además, nos fuimos vinculando en otros ámbitos, por ejemplo yo pasé a ser profesor de
la UBA de Derecho, del CPO. Entonces, teníamos una materia, había gente que escuchaba, oía,
ampliaba, todo ese tipo de cosas, se generaba información, no sólo sobre el patronato sino sobre la
problemática del egresado de la prisión. Ahí, en lo personal, ya habían pasado los años, principios de
los ochenta, y ahí me di cuenta que yo carecía de conocimientos para manejar todo eso. Y en el año,
ochenta y uno, la Universidad del Salvador organizó un Congreso Panamericano de Criminología. Y
de ese congreso Panamericano en Criminología surgió en el Salvador una Licenciatura en Crimino-
logía. En ese momento las licenciaturas no eran de grado. De grado eran los títulos. Las licenciaturas
eran de posgrado. Y en esa licenciatura de posgrado fue de dos años…
PO: ¿Quién la dirigía, te acordás? A la licenciatura.
APARICIO: Al principio, el Dr. Horacio Maldonado y después el Dr. Julio Martínez Vivot (h).
Terminé eso y ahí me vinculé con la Universidad Kennedy e hice el Doctorado en Ciencias Penales.
Y ahí me pasó una cosa curiosa, porque yo ya era docente de la Kennedy en una carrera y era alumno
por el otro lado. Y cuando terminé todo, el día que terminé, me dijeron: “bueno, y ahora una noticia:
usted es el director del Doctorado” (risas).
APARICIO: A mí eso me generó un problema porque cuando quise presentar mi tesis me dijeron
“no, vos no podes presentar la tesis, si vos sos el director, cómo vas a presentar la tesis” (risas) “¡Y
bueno! ¿Pero qué culpa tengo yo?”. O sea, hice todo pero no tengo el título de doctor en Ciencias
Penales.
PGA: ¿Y paralelamente, ahí vos ya diste el salto al Ministerio de Justicia o seguías en el Patronato
todavía?
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APARICIO: No. No, pero ahí pasó una cosa: ahí, entre la facultad, el Patronato, que era muy
reconocido, había editoriales de los diarios hablando bien…entonces me llamaron a participar en co-
misiones en el Congreso… Por ejemplo, yo participé bastante activamente en una de las tantas veces
que se quisieron cambiar las edades de la punibilidad. En la época de Alfonsín nombraron un comité
para incorporar al Código la suspensión de juicio y el tratamiento a prueba. Trabajamos pero no salió
porque coincidió con el derrumbe de Alfonsín. Después, la segunda vez que se trató ese proyecto, en
el gobierno de Menem, se creó esa misma comisión; volví a estar ahí, ahí salió: era el año noventa y
cuatro. Poco después, el Ministro Arslanian creó una comisión para establecer el número de jueces de
ejecución necesarios para la Justicia Nacional, cargos que se estaban por crear. Éramos cuatro, el Dr.
Víctor Irurzun, destacado criminólogo, el Dr. Santiago Topic, un camarista penal y yo.
PO: Claro, Irurzum escribió mucho sobre cárceles…
APARICIO: Si, el libro famoso de Irurzun y Neuman, Sociedad Carcelaria. Ahí fue cuando pasó
lo que contaba. Le dijimos nosotros al ministro: “estudiado todo para Capital Federal hacen falta
dieciséis jueces y medio”. Nombró dos (risas). Entonces uno ya estaba muy metido en todo esto, en
todo el ambiente, al extremo de que por ejemplo yo sin ser abogado era profesor de la Facultad de
Derecho, cosa que ahora es más común, pero en ese momento era absolutamente insólito.
PN: ¿Como director ejecutivo del Patronato tenías relación con los directores de las cárceles?
¿Había ese diálogo?
APARICIO: Buena pregunta. Paralelamente a ser director del Patronato, yo fui miembro de la
Junta de Egresos Anticipados, la junta asesora de egresos anticipados era un órgano que estaba for-
mado por el director del Instituto de Criminología del Servicio Penitenciario Federal, por el director
de la unidad que se trataba, donde estaba el interno, por un profesor de Derecho Penal de la UBA
y por un representante del Patronato que era yo. Entonces, una vez por semana veíamos a todos los
que pedían libertad condicional y obviamente nos daban previamente la historia criminológica para
estudiarla; el que la estudiaba era el que interrogaba, y luego participaban los demás y al final, en pri-
vado, emitíamos un dictamen favorable o desfavorable que no obligaba al juez a cumplirlo. El asunto
es que eso también te daba un conocimiento, pero a la vez ese conocimiento determinaba el que a
veces te invitaran a participar en actividades. Alfonsín tuvo los dos primeros Directores Nacionales
del Servicio Penitenciario Federal civiles; después vino el primero penitenciario. En esa misma época,
hicieron un concurso para profesores de la Academia Superior de Estudios Penitenciarios. Yo gané la
cátedra que se llamaba Penología. Y yo era profesor de los alcaides mayores que pasaban a ser sub-pre-
fectos. Los grados del personal superior son alcaide mayor, sub-prefecto, prefecto e inspector general.
O sea los que pasaban a ser Oficiales Superiores. Entonces ahí prácticamente vos conocías a todos los
que iban llegando. Cuando yo llegué a ser Secretario, años después, todos habían sido alumnos míos
antes. Bueno en ese período, cerrando el episodio de Patronato, nos fue muy bien, pudimos progresar
bien y económicamente nos manejamos con bastante acierto al extremo de que pudimos comprar en
la calle Uruguay una casa para utilizarla para el funcionamiento de la probation. Nosotros teníamos
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la misma independencia que tenía Frías en el año 1918, pero fuimos incorporando más recursos. Por
el año ochenta y algo, pedimos autorización a Tribunales y en esa misma dependencia en el tercer
piso, armamos un entrepiso y duplicamos la superficie. Compramos la primera fotocopiadora que
hubo en el Palacio de Justicia. Venían los jueces y decían “¿no me podes sacar una fotocopia, por
favor?” Era de esas fotocopiadoras que tenés que meter el documento por adentro y que rogabas vos
que no se rompiera y que no se atragantara (risas). Bueno, pero quedaba todo chico, entonces com-
pramos a la vuelta de Patronato dos dúplex en un edificio sobre la calle Uruguay para descentralizar
más. Y ya cuando yo me iba, en el año 1993, compramos y equipamos una casa para la probation ya
referida. O sea, el Patronato antes no tenía nada propio y pasó a tener todo esto. Porque siempre en
una institución de este tipo vos tenés que pensar que mañana todo puede cambiar y vos tenés que
tener un año de sueldos previsto. En la actualidad el Patronato desapareció. Casi a los cien años de
su creación. Una pena.
PN: No existe más, ¿no? En realidad, existe, pero no cumple su función…
APARICIO: No, no. Se fundió. En el año 1994 tenía un fuerte respaldo económico, tres edifi-
cios, un auto. Y pagábamos a cerca de cincuenta personas mensualmente. El Dr. Jorge Frías cuanta
cosa se podía hacer la había pensado, pero en realidad él había podido hacer muy pocas cosas porque
estaba solo. Estaba solo en el sentido de que no tenía un equipo que lo ayudara, ni tampoco recursos
pero las ideas las tenía.
PN: Disculpá que te interrumpa, pero si vos ves los nombres del Patronato, los nombres que
integraban la comisión directiva, había grandes “pro-hombres” como se dice. Figuraban ahí Eusebio
Gómez, etc.… todos los grandes criminólogos.
APARICIO: No tengas ninguna duda. Gente de primera, ¿sí? Pero lo que pasa es que vos tenés
que tener en las instituciones, y eso pasa con las instituciones que subsisten privadas, un área que te
promocione lo que vos hacés, sino vos te morís. ¿Por qué ALPI subsiste?2 Porque todo el mundo sabe
que es ALPI, qué hace, qué hizo. ¿Y por qué funcionan algunas cosas y otras no? Y porque tenés que
tener siempre mucho contacto con la realidad, no estar encerrado.
PO: Volviendo al funcionamiento durante tu gestión, digamos que muchas ideas que se hicieron
en tu época ya las había anticipado Frías…
APARICIO: Claro. Una de las cosas era la promoción. De ahí, por ejemplo, editamos la revista
Doctrina Penal y Penitenciaria, que sacamos hasta el año 1993, 1994, cuando yo me fui y después
no se publicó más… Tratábamos de hacer algo de doctrina sobre las cosas, misceláneas, hasta una
página de chistes tenías al final. Y publicábamos lo que hacían en un lado, lo que hacían en el otro,
cómo se debía hacer tal cosa, por ejemplo, fijar criterios de asistencia post-penitenciaria no era tener
un cuadernito para que un liberado condicional firmara una vez por mes sino que era meterse en la
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problemática del egresado y ver cuáles eran las dificultades y tratar de alguna forma de ayudarlo a
salir. Hicimos la promoción de la suspensión de los juicios a prueba, etcétera.
PN: ¿Me podes explicar qué quiere decir eso, que yo no soy abogado?
APARICIO: La suspensión del juicio a prueba es lo que en Estados Unidos o incluso acá la mayor
parte de la gente llama probation. La probation en Estados Unidos puede ser de pre-sentencia o de
post-sentencia. Acá eso se llama Suspensión del Juicio a Prueba cuando una persona que no tiene
antecedentes comete un delito muy menor, originariamente con una pena fijada de tres años como
máximo, sin problemas de personalidad graves, y a esa persona se la puede juzgar, o, con la Suspen-
sión del Juicio a Prueba, si cumple ciertos requisitos, decirle: “escúcheme, vamos a hacer una cosa: yo
no lo condeno. Suspendo el juicio acá. Ud. tiene que seguir todas estas normas, artículo 76, 77… bis
3, 4, Código Penal… tiene que seguir todas estas reglas. Si yo recibo la información de que Ud. hizo
todo esto, archivamos todo y se acabó la historia”.
PGA: ¿Condena condicional sería, algo así?
PO: No es condena, no. Esto se hace sin llegar a la condena. Se suspende el juicio, pero a prueba,
a condición de algo.
APARICIO: Esto en el Código son los Arts. 76 bis, ter y quater. En cambio, la de post-sentencia,
que se llama Condenación Condicional, que son los artículos 27, 27 bis y 28, se condena pero se
deja en suspenso dicha condena pero sujeto al cumplimiento de una serie de reglas, las mismas de la
suspensión del juicio a prueba. Es un instituto va-lio-sí-si-mo…Pero hay que instrumentarlo bien.
PO: Y no te queda el antecedente, aparte. Suspenden el juicio y es como que nunca llegás a ins-
tancia condenado. Pero te dan cosas para hacer, generalmente te dan trabajo social…
APARICIO: Claro, para recuperarlo. Es un tiro a la proa, como dirían los marinos. “Mire, la
próxima le doy ésta y la nueva. Pero si hace las cosas bien, queda limpito”. Ahora, para que todo eso
funcione, se tiene que hacer en serio todos los pasos. En general hay muchas partes, no solo acá en
la Argentina donde funciona regular o mal; si vos lees El futuro de las prisiones de Morris, él dice:
“La probation es una porquería, ¿por qué? Porque la hacemos una porquería”. En el año 1988 -y eso
explica también un poco lo que yo te digo de la trascendencia del Patronato- a mí me invitan a que
vaya al Congreso Nacional de la Probation de Estados Unidos a contar nuestras experiencias. Todas
las oficinas de Parole y Probation (Parole es nuestra libertad condicional) se reunían en Washington.
Y conversando con un oficial de Probation… Disculpen la digresión pero todos sueñan con ser sol-
daditos. ¿Por qué le tienen que poner Oficial de Probation a un sociólogo o a un trabajador social?,
no lo sé… La cuestión es que a un Oficial de Probation le pregunto: “¿Qué hacés vos? ¿Cuánta gente
tenés?” Responde: “Esperá que te digo… yo tengo trescientos cincuenta y cuatro casos a mi cargo”.
¿Cómo vas a tener trescientos cincuenta y cuatro casos a tu cargo? “¡Muy fácil! ¿Sabés cómo hago? De
los trescientos cincuenta y cuatro, de trescientos cuando recibo, leo el oficio y lo archivo. Punto. De
treinta les escribo y les doy mi teléfono y mi correo, si tiene un problema que me llame. Y me ocupo
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de catorce”. O sea, ellos también la hacen mal. El tema es que cuando se trata la Probation, como yo
comenté, primero en el período de Alfonsín y después en el período de Menem, nosotros trabajamos
en un proyecto en la comisión, en la Cámara de Diputados; el informe está publicado en los libritos
de las comisiones y nos metimos ahí adentro. Había algunos que decían: “Se tiene que ocupar el Juez
de Ejecución”. Nosotros sosteníamos, con razón, que el Juez de Ejecución está arriba. Él tiene que
ver cómo hacen las cosas el Servicio Penitenciario y también el que se ocupa de la Probation. Pero él
no se puede ocupar directamente ¿Si él hace mal las cosas se va a sancionar a sí mismo? Arriba de las
dos instituciones, privativa y no privativa de libertad, debe estar el Juez de Ejecución para observar.
Obviamente que con dos jueces para veinte mil casos no podían hacer nada. Bueno, el tema es que
una de las funciones que había que hacer era la de difusión. Y eso también nos dio bastante buen
resultado, de la misma forma que inventar mecanismos para la Bolsa de Trabajo, sobre la posición
de la sociedad frente al delito. Por ejemplo… (Piensa), en una ocasión me acuerdo que teníamos un
egresado de la cárcel que no lográbamos ubicar. El hombre había aprendido panadería, era panadero.
Y como el gremio de los panaderos tiene una Bolsa de Trabajo muy dinámica lo fui a ver al Secretario
General del gremio. Vestido como se usaba en ese momento: traje, corbata, portafolio, tarjetita, Tri-
bunales y todo lo demás. Le expliqué qué hacía el Patronato, el hombre me miraba como diciendo…
“¿A mí qué me contás con todo esto?” Después le dije: “Mire, lo vengo a ver porque yo tengo un
compañero suyo, que es panadero. Salió de la cárcel, nosotros lo conocemos, tenemos el informe psi-
cológico, es un buen tipo pero necesita laburo urgente”. El me miró y me dijo: “Se equivoca, doctor.
Nosotros somos trabajadores, no somos delincuentes”. Punto. Eso es reacción social. En otra ocasión,
hicimos lo siguiente: había mucha demanda laboral, en el diario Clarín incluso salían cientos de avi-
sos buscando gente no especializada, operarios. Entonces a todos les mandábamos una información
muy bien escrita: “Mire, señor, usted está buscando a una persona. Nosotros no solo le ofrecemos la
persona, sino que se la ga-ran-ti-za-mos.”. ¿Quiénes? no dábamos ningún dato, obviamente. “Pero
podemos ofrecerle tal cosa, tal otra y tal otra y usted va a tener un empleado…”. Para que no tuvieran
que hacer cartas. etc., les mandábamos adentro un volante que decía, más o menos, de otra forma:
“venga a verme tal día a tal hora”. Y el sobre con la estampilla puesta para que pusiera la hora, el día y
le pasara la lengua al sobre y la tirara al correo. Mandamos… digamos, unos mil avisos. ¡Hubo cero
respuestas! Cero respuestas. Y bueno, en ese tiempo el Patronato estaba muy metido en el tema.
Es más, había gente de nivel, por ejemplo, algún Ministro de la Corte, alguno de los famosos jueces
del juicio las Juntas... “Hola, qué tal, cómo estás, qué decís”. Estábamos bien con todos. Había un
ámbito vinculado a las cárceles que era un problema en la época de Alfonsín, había habido muchos
problemas en la Unidad I de Caseros, la habían destruido los internos, habido motines terribles. Poco
después, luego del cambio de gobierno, un ex Ministro de la Corte, que era el candidato para ser
Ministro de Justicia, el Dr. Rodolfo Barra, me llama y me dice: “¿Vos qué harías con todo esto?” y yo
le presenté dos programas: uno de política penitenciaria y otro de política criminal. Él se entusiasmó
con los dos y empezó a hablar con el Dr. Elías Jassán, quien era Secretario de Justicia. Decidieron
que Jassán continuara con la Política Criminal y convinieron que la nueva gestión de Barra tomara
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el tema penitenciario. Entonces Barra me dijo “bueno, olvídate de la política criminal, vamos a la
política penitenciaria”. Y ahí terminé yo en el Ministerio de Justicia, como el primer Subsecretario
de Política Penitenciaria.
PGA: Política Criminal sería transmisión, digamos, ¿no?
PO: Claro, ahí se apunta además a lo preventivo y es mucho más amplia.
APARICIO: Ese es un tema muy lindo para analizar, la política criminal. Mientras vos sigas con
los parches no resolvés el tema, como ahora que seguimos con parches, subimos la edad de la puni-
bilidad, etc. La Argentina hace las cosas absolutamente al revés. Primero subimos la edad de la pu-
nibilidad. Luego metemos a los chicos presos. Tercer paso, vemos dónde los vamos a ubicar. Cuarto,
vamos a ver qué hacemos con ellos. Quinto, vamos a ver qué personal tenemos. Cuando lo lógico
es: primero preparo el personal, después veo qué método voy a utilizar, después tengo el edificio y
después reformo la ley. Nosotros hacemos todo al revés.
PO: Pasó esto ahora con flagrancia. Atrapan a alguien cometiendo un delito y le hacen rápida-
mente un juicio sin medir si hay lugar para alojarlos.
APARICIO: ¡Lógico! Pero, es más, Ruckauf, gobernador de la provincia de Buenos Aires, pronun-
cia su académica frase “hay que meter bala a los delincuentes”, modifica el código de procedimien-
tos, restringe la libertad durante el proceso, llena las cárceles. Cuando se les llenan las cárceles, llena
también las comisarías. Cuando tiene llena las comisarias, los vigilantes están llevando presos a los
juzgados, los patrulleros yendo y viniendo, además de tener motines en las comisarías no hay policía
en las calles, aumenta el delito. Entonces tiene que meter más gente en las comisarías. Todo tiene una
lógica. La lógica para mí, se llama Plan Director. Primero modificamos la ley. Después, vemos los
establecimientos. Después, vemos qué hacemos como método de tratamiento, qué tema este… Ahí
caemos con los temas foucaltianos... Después vemos el personal y después vemos qué hacemos con
la sociedad. Si vos no hacés todo eso, va a ser igual que andar con la rueda de un auto remendada
que, como está remendada, va a andar, pero cada vez que dé vuelta va a vibrar mal. Ahora vamos a
modificar la ley de menores, podemos modificar la de drogas… Esto es así: para que ande tiene que
ser redondito. Tengo que ir haciéndolo todo junto: Código penal, código procesal, ley de drogas,
ley de minoridad, establecimientos, formación de personal, etcétera. Tenés que hacer todo al mismo
tiempo. Porque de lo contrario falla. Si vos ampliás una casa que era para dos personas y la hacés para
diez personas, tenés que agrandar la cloaca, si no se te va a tapar el inodoro. Bueno, es obvio. Pero así
se hacen todas las cosas…
PGA: Bueno, entonces ese plan que pensaste, ¿En qué año fue eso más o menos?
APARICIO: Ahí dejo el Patronato y no vuelvo nunca más. Y ahí llego primero como Subsecre-
tario y después como Secretario al Ministerio de Justicia. Y lo que yo propongo es el Plan Director.
PGA: Claro, porque el Servicio Penitenciario dependía de tu área.
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APARICIO: Si, así es. Entonces redacto el Plan Director que es una construcción bastante per-
sonal entre comillas, porque uno suele creer que lo pensó siempre, pero en realidad lo fuiste oyendo
de tus maestros. A mí muchas cosas me las enseñó el doctor González Millán, que era un poco como
Frías. Él pensaba las cosas, necesitaba quien se las armara. Pensaba, hablaba y me contaba.
PGA: ¿Pero a ese plan lo armaste solo o con un equipo?
APARICIO: No, solo. Obviamente cuando decís solo siempre alguien te mira las cosas y corri-
ge. Pero sí hubo una parte en que le pedí ayuda a una colega que trabajaba conmigo, trabajábamos
juntos en la Academia Superior de Estudios Penitenciarios, se ocupaba de docencia y ella entendía
bien cómo eran los estatutos de formación, entonces le pedí una colaboración a ella con eso. Ese Plan
Director se escribió en las noches, en mi casa. A la mañana siguiente lo pasaban en limpio. Salió por
decreto, listo, está vigente todavía.
PN: Perdón, ese Plan Director y la ley no es lo mismo, digamos, ¿no?
PO: No.
APARICIO: No. El Plan Director el primer punto que contempla es la actualización de la legis-
lación y de los reglamentos.
PN: La que estaba era de la época de Lanusse, ¿no?
APARICIO Era de la época de Aramburu.
PGA: ¿La del 58?
APARICIO: Claro. Nosotros no cambiamos la Ley Orgánica del Servicio Penitenciario, cambia-
mos la Ley Penitenciaria, que era el decreto 412/58 que era de la época de Aramburu.
PGA: ¿Qué diferencia hay entre Ley Orgánica y Ley Penitenciaria?
APARICIO: La Ley Orgánica es la ley que normatiza el funcionamiento de un organismo, que es
el Servicio Penitenciario Federal. La Ley de Ejecución es la ley que dice cómo se cumplen las penas
privativas de libertad en la Argentina. Para qué, de qué forma…
PN: ¿Lo que modificaste fue esa ley, digamos, esa forma de ejecución?
APARICIO: 231 artículos complementarios del Código Penal. Entonces decía “vamos a cambiar
ley y los reglamentos”. Pero no tiene sentido cambiar la ley y los reglamentos con los establecimientos
que había. Teníamos que hacer establecimientos nuevos y con otro criterio. Cuando digo otro crite-
rio me refiero a que había dos criterios: uno, edilicio. Otro, era tratar de traer todos los establecimien-
tos federales, sobre todo porque son aquellos en los que interviene la justicia nacional, a un radio de
100 kilómetros de Buenos Aires. Porque hay gente que comete un delito en Florida y Corrientes y
termina cumpliendo la pena en Río Gallegos; eso es un disparate. Ya la cárcel de por sí es contradic-
toria a los fines que expresa, quiero resocializar a la gente y por eso la separo de toda la gente, de su
medio social y cultural. Y la mando a 2000 kilómetros. Y digo “no pierda el vínculo con su familia.
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Es como si pensáramos que su esposa puede tomar el avión todos los sábados e ir a visitarlo, y gaste
más que en ir a Miami para ir a Río Gallegos” ¿no? Las familias de los internos tienen muy limitados
recursos y hay que mantener la relación familiar a toda costa.
Pero además algunos edificios estaban en estado catastrófico. Los dos establecimientos conocidos
como las cárceles de Caseros una era muy vieja, y estaba destinada a jóvenes, adultos. Allí los chicos
hacían sus necesidades en un ámbito sin una separación. No tenían ducha, no tenían agua caliente, o
sea… el preso será preso, pero vos condiciones de dignidad mínima y de seguridad mínima, le tenés
que dar. Bueno, entonces ahí habría que hacer plan de construcciones, que fue lo que se hizo. En
este período se construyeron 200.000 metros cuadrados de establecimientos penitenciarios de última
generación.
PN: ¿El Ministro Barra tenía la intención política de mejorar establecimientos?
APARICIO: Sí, sí, sí. Yo estuve con tres ministros, bueno, renunciaba un ministro y yo presen-
tabas la renuncia y me decían “no, vos quedáte”. Y yo tuve tres ministros: Barra, Jassán y Granillo
Ocampo. Cada vez que asumía uno, mandaba la renuncia. El Presidente Menem por ahí no ubicaba
bien las personas, pero ubicaba mi cara por el tema de las cárceles. Si me encontraba en un evento,
decía, me decía “¿cómo van las cárceles?” (Risas): o sea… tenía esas cosas. “Van adelante…” le decía.
Hubo cosas curiosas, hubo anécdotas muy curiosas. El plan de construcción de cárceles era en su
totalidad de 800 millones de dólares, de los cuales gastamos 400, los otros no llegamos a usarlos. Ese
plan se discutió en Olivos, en reunión de gabinete, con cierta oposición del ministro Cavallo.
PGA: ¿Usted estaba ahí?
APARICIO: Sí.
PO: Claro, Cavallo era Ministro de Economía y mezquinaba gastos.
APARICIO: El mérito que hubo es que hubo método porque se investigó. Porque se asentó esto
que se había escrito en el año 1995 y estamos hablando del 96, 97, cuando se implementa el Plan Di-
rector. Hay que hacer una Unidad en Marcos Paz, hay que hacer una Unidad en Ezeiza, hay que ha-
cer… todo eso estaba escrito de antes, cuando no había nada de todo eso. O sea que obviamente era
un plan. Algunos señores como el doctor Zaffaroni decían “es un negocio inmobiliario”…. El tema es
que cuando se ponen todos los argumentos, Cavallo dice: “no, es mucho”… Entonces Menem escu-
chó todo, miró y dijo: “se hace”. Punto, se acabó la historia. Así, a nivel anecdótico, yo recuerdo otras
circunstancias y también en el gabinete de Olivos, donde generalmente se plantean los presupuestos
penitenciarios muy mal. Se decía: “¿saben cuánto cuesta cada preso en la Argentina?” y se muestra
un dato. ¿Y de dónde sale ese dato? Ese dato sale de dividir el presupuesto total del Servicio Peniten-
ciario por el número de internos. Olvidándose….por ejemplo en Servicio Penitenciario, dentro de
Servicio Penitenciario, está Retiros y Pensiones, o sea que están todos los jubilados de toda la vida.
Y está la Obra Social, cosa que no está en ningún Ministerio. Me acuerdo que una vez yo expliqué
esto y dije: “mire, dividiendo todo por todo me sale cada interno cien dólares por día” Uhhh…. “Sí,
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pero si yo le saco a la Obra Social me sale ochenta. Si le saco las jubilaciones, menos…”. Y al final,
¿cuánto le queda para comida? El número no me lo acuerdo exacto, pero es como si yo te dijera tres
dólares cincuenta por día. Me acuerdo que el ministro Camilión se dio vuelta y me dijo “¡No puede
ser! ¡Tres dólares con cincuenta!”.
PN: ¿Eran tres pesos con cincuenta?
APARICIO: Eran tres pesos con cincuenta. Otra vez más obtuvimos el presupuesto. Si vos decís
cuánto cuesta un chico en la escuela y contás todos los maestros jubilados que hubo en la vida, más
toda la Obra Social, dividís los gastos así y te sale que un alumno cuesta mucho. Bien, el segundo
ítem del Plan Director era las obras, que dije que hicimos doscientos mil metros cuadrados, que es
desde acá [se refiere a la zona de Congreso, donde se realizó la entrevista] a Plaza de Mayo en dos
pisos. Gracias a varios factores, empezando por el Ministerio de Justicia que ha tenido un excelen-
tísimo servicio jurídico que ha sido impagable. El Dr. Tiscornia (director de Asuntos Jurídicos del
Ministerio) era una garantía. Yo además tenía un equipo de trabajo de jóvenes profesionales que es-
taban pobremente utilizados y que hoy dan cursos nacionales e internacionales sobre cómo construir
cárceles. Silvina Montoya, Claudio Echeverría, Claudio Bruno...
PO: ¿Alejo García Basalo ya estaba en esa época?
APARICIO: Estaba, estaba, sí. Con él fuimos a Estados Unidos a ver los más modernos com-
plejos penitenciarios. El tercer tema era Metodología del Tratamiento. Ahí nadie avanzaba porque
nadie tenía muchos parámetros para avanzar. Hicimos lo que vos vas a ver ahora, pero la idea es una
cuestión particular mía. No muy compartida por ninguna parte del mundo. La idea es que, cuando
vos ingresás a la cárcel necesitás algo como un CBC, un ciclo básico, una nivelación. Cuando vos
salís tenés que tener un programa de pre-libertad que te prepare para salir, cosas concretas. Y en el
medio tenés que tener los programas de terapia propios a tu problemática, que eso es independiente
al régimen de vida que es escuela, trabajo, deportes, la visita… El ejemplo que uso siempre porque es
fácil es Carlos Monzón. Monzón cuando no era conocido le pegó un balazo en la pierna a la mujer.
Cuando era campeón del mundo le partió una silla a un mozo en la espalda. Cuando ya no era cam-
peón del mundo se peleó con su novia, le pegó una trompada, la hizo pasar por arriba del balcón y la
mató. Fue a la cárcel, se portó bien y tuvo salidas transitorias. Como tenía plata tenía su coche parado
en la puerta de la cárcel. Salía, se iba a Santa Fe en su auto a ciento ochenta kilómetros por hora,
despistó y se mató. La pregunta es, ¿cuántas veces Monzón nos avisó que era un violento? ¿Y qué
hicimos? Nada. Dejamos que se muriera, finalmente. Es decir, el gran problema es que todavía no
hay programas muy bien diseñados o probados o experimentados para todos los problemas. Pero sí
hay algunos, como puede ser la metodología pedagógica socializadora, para integrar socialmente a los
chicos. Los foucaultianos dirían que eso es control social. Y yo diría que la escuela primaria también es
control social. El asunto es que la metodología es simplemente una integración y una reducción de la
violencia. Cosa que ha funcionado. Y después deberían venir los programas puntuales terapéuticos,
para eso hace falta cambiar totalmente el esquema de la cárcel y tener cárceles que se conviertan de
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alguna forma en clínicas de conducta. Si a un hombre lo ponen un tiempo en prisión, puedo hacer
dos cosas: esos cinco años que esté en la celda, que duerma. O le puedo ofrecer -la ley de ejecución
nunca dice “lo voy a obligar”- el tratamiento voluntario. Le puedo ofrecer, ¿querés hacer esto? Te va
a servir para esto, esto, esto y esto. Tengo que persuadir a hacer la acción para que lo haga.
PGA: ¿El tratamiento voluntario es para condenados y procesados?
APARICIO: Bueno, una de las modificaciones de la ley de ejecución es que al procesado, que es
un presunto inocente, pero no tanto porque lo tienen privado de libertad, se le permita ingresar al
régimen de condenados. Vos no lo podes obligar a nada. Al condenado lo obligabas antes, ahora no
lo obligás fuera del orden, la disciplina y el trabajo. El procesado voluntariamente accede, sin que eso
implique reconocer el delito. Puede pedir. Lo cual implica dos cosas: uno, si hay tratamiento que el
tratamiento sirva. Y que le empiece a correr la progresividad desde ese día. O sea, con las demoras de
la justicia, por ahí cuando al procesado lo condenan ya en este momento estaría en condiciones de
estar en prueba. De otra forma empezaría recién la condena. Por eso, los dos complejos penitencia-
rios, Ezeiza y Marcos Paz están construidos como si fueran para condenados y son para procesados.
Porque la idea es que los procesados voluntariamente se asimilen a los condenados.
PN: Pero disculpá, hoy en día el tratamiento para las condenados, ¿es obligatorio u optativo?
APARICIO: Desde la Ley 24660, siempre el tratamiento en la Argentina es voluntario.
PN: Voluntario. ¿Se llama así, voluntario no optativo?
APARICIO: Voluntario.
PN: ¿Pero en la práctica hay gente que dice “no quiero recibir el tratamiento?
PO: Claro que sí.
APARICIO: El problema es que tenemos una confusión terminológica. El problema es que se
considera que el tratamiento es ir al trabajo, a la escuela, al taller de zapatería, jugar al fútbol, y eso
para mí no es tratamiento. Eso es régimen de vida. Dicho de otra forma: si vos ingresás a un violador
y hacés que se ordene, que se discipline, que se bañe, que complete la escuela secundaria, que apren-
da a cambiar medias suelas… ¿Por eso va a dejar de ser violador? ¿O tenés que hacer un tratamiento
para ver cómo deja el tipo de ser violador? Tratamiento que muy definido no está todavía, pero hay
avances en algunas partes.
PGA: O sea que toda esa actividad que mencionaste es régimen, no tratamiento.
APARICIO: Para mí…
PGA: Pero para la Ley es…
APARICIO: Para mí hoy es régimen, para la Ley es tratamiento. O sea, si vos me preguntás si yo
cambié de idea, cambié de idea (risas). Lo que pasa es que tampoco tiene mucho sentido separarlo
hoy porque es como que la ciencia, hasta el momento, no llegó a definir claramente un conjunto
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probado de tratamientos. Es más: a lo mejor vos o yo vamos a hacer terapia. Y vamos a hacer terapia
porque queremos y a lo mejor nos pasamos quince años, como Woody Allen, y no progresamos. Por-
que la conducta humana todavía no tiene una fórmula que dice mirá, vos hacés esto y esto y cambias.
O sea todo esto todavía está muy en el aire. Acá incluso se están haciendo cosas, en Senillosa, Neu-
quén, se está ensayando el tratamiento para agresores sexuales. Ese es el desafío a futuro. Una cosa
muy clara, yo la defino en una palabra que es pena privativa de libertad sin tratamiento es castigo o
venganza. Punto. Para hacerlo más claro, yo digo: el señor está enfermo. Listo, a un hospital y lo dejo
en la cama. No lo ve el médico, no le dan un medicamento, no: lo dejo ahí. Si se cura se cura, si se
muere se muere. Punto. Es lo mismo. O sea, el problema es que no para todos los casos y todos los
problemas tenemos tratamientos comprobados. Y ese sería el desafío de la época, de la interdisciplina
de encontrar qué hacer. Es una razón casi de derechos humanos. De posibilitarle a un egresado que
pueda vivir en la sociedad bien. Porque en última instancia el ladrón, que se pasa la vida en la cárcel,
entrando y saliendo, ¡tiene una vida de lo más desgraciada! Tiene su vida estropeada. O sea, tendría-
mos que darle la posibilidad, no obligarlo, pero darle la posibilidad...
PO: Generalmente el tratamiento entre comillas en la cárcel está básicamente apuntado a educa-
ción y trabajo.
APARICIO: En la cárcel lo que predomina es la idea de seguridad. Todo está ordenado para que
no se me escape. Punto. Uno de los grandes problemas de las prisiones nuevas era no hacerle muro
porque hoy en día tenés muchas cosas más eficientes que el muro pero para que no se escape la gente,
pero el muro es el muro y la idea de seguridad es la que predomina. Y segundo: las actividades son
muy limitadas; los talleres son pobres, inexistentes, la actividad escolar es útil, es buena, sí, no cabe
duda… siempre es buena la educación, por principio es bueno pero… por ejemplo, los talleres -en
mi opinión- no debieron estar nunca en manos del Estado. Porque el Estado no puede tener talleres
por un motivo: ahora la tecnología industrial cambia día a día. Yo por una razón fortuita conocí la
imprenta de la Penitenciaría Nacional cuando era niño. Esa imprenta de la Penitenciaría la volví a
encontrar, cuando yo era Secretario, era la de la unidad de Rawson. Una “imprenta” de cincuenta
años…Colaban plomo, cuando ya en esa época se manejaba por computadora todo. El egresado cree
que es “imprentero” y solo sabe usar una tecnología que no existe desde hace cincuenta años… A los
cambios tecnológicos del trabajo el Estado no los puede ir siguiendo. Aparte no nos metamos con el
Estado que es terrible en comercializar productos porque pasa cualquier cosa. A mí me gustaría mu-
cho más… hacer una gran nave industrial, que la tienen los dos grandes complejos, y decirle: licito la
nave industrial a una empresa. De ser posible, en el Gran Buenos Aires. Que tenga su fábrica y que
necesite ampliarla. Que no quiera gastar plata en ampliarla. Use esto, pague electricidad, pague los
sueldos y la carga social de los internos-operarios. Ustedes tienen un capataz de ustedes y nosotros un
maestro que sigue el aprendizaje. Y produzcan lo que quieran: cambien las máquinas, hagan lo que
sea menester para que la industria progrese. Y al buen operario seguro que le van a decir “vos cuando
salís venís conmigo. Ya estás capacitado”. Y el hombre va a poder producir y va a ir modificando
la tecnología como lo hace en su taller. Los talleres oficiales de todas las cárceles, yo creo que del
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mundo, no pueden seguir equipándose al ritmo de la tecnología. Porque para cambiar una máquina
tienen que hacer una licitación, ver qué hace, qué no hace, conseguir los maestros…es decir, el tra-
bajo es muy importante. La vieja historia que me contaron a mí, decía que la Penitenciaría Nacional
ganaba en exposiciones el primer premio, con los artículos que supuestamente hacían los internos.
El maestro era un maestro que sabía, entonces hacía un zapato y decía: “lo hicieron los presos” ¡Bien!
Una medalla de oro. Pero no lo hacían los presos, lo hacía él. Eso es lo que me contaron.
PN: Ya en el siglo diecinueve pasaban esas cosas. Los empresarios se quejaban de la fábrica, de la
empresa, porque supuestamente competían contra ellos…
APARICIO: El famoso debate que los talleres carcelarios quitaban mercado a los empresarios…
Eso es un mito.
PO: ¿Pero en esa época vos decís que ese trabajo influía en la posible reinserción del preso? Porque
si los niveles de reincidencia eran bajos y había más trabajo, seguramente cierta influencia tenía en la
vida post-penitenciaria del preso…
APARICIO: Bueno, uno de los temas que genera la crisis de la pena privativa de libertad, que
tiene que ver con lo que vos decís, es la variación del valor del tiempo. Y acá uno tiene que aclarar
cómo es esto de la variación del tiempo si una hora es una hora siempre. Bueno, si vos le preguntás a
tu abuelito qué hacía en un día, comparás con lo que vos hacés en un día, te vas a dar cuenta de que
la vida hace ochenta años tenía muy pocas cosas y que hoy tiene un huracán de cosas y va a tener cada
vez más. De modo tal que estar preso un año… bueno, un año es poco, que estar preso diez años,
en el año veinte, cuando salían en los años treinta, el mundo era el mismo. La forma de hablar, las
formas de comer, las costumbres…
PGA: ¿Tecnología?
APARICIO: No había cambiado en nada. ¡Hoy vos estás una semana de vacaciones y cuando vol-
ves cambió todo! Es más, los que somos grandes tenemos un sobreesfuerzo para adecuarnos a nuestro
tiempo. Cuando yo era secretario les decía a las chicas: “hacéme una carta diciendo esto, esto y esto”
y ella lo sabía, lo hacía en la computadora, yo le decía “corré esto”… sabía lo que se podía hacer. Pero
no tocaba una computadora. Ahora la tengo que hacer yo. Porque tenés que manejarte con What-
sApp, con la computadora; me compré un televisor y me vuelvo loco con cambiar dos controles…
porque si no hacés eso, te quedás fuera de la sociedad. Imagínate lo que significa. ¿Te acordás que te
conté la historia del tipo que salió de la cárcel y no me avisaba que estaba, que no lo había detenido
la policía?
PN: Ah, no me acuerdo.
APARICIO: En esas épocas que ampliábamos nosotros las labores en el Patronato una vez dijimos
“escuchen, nosotros nos ocupamos de los condicionales” que eran los mejores presos, los que pudie-
ron salir en condicional. De los que están toda la vida presos no se ocupaba nadie. Hicimos un pro-
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grama para los que no podían salir en libertad condicional y estaban presos desde los años cincuenta.
Empezamos el programa, yo me ocupaba personalmente siempre, y había un preso, “el loco” P.3, que
había sido un preso de medio pelo, más o menos importante de los años cincuenta. Estábamos en los
ochenta. El “loco P.” me decía “mire, Aparicio, este programa suyo no sirve para nada”; “¿por qué?”;
“Porque cuando yo salga la policía viene, me busca y me mata. Porque yo soy un tipo importante,
número uno en…”; “Pero, no van a caer; los policías que lo conocían a usted se murieron todos ya”;
“¿Usted dice? Va a ver, yo salgo y me matan. Yo salgo y me matan”; “ahí me muero yo y se le acabó
el programa”. Bueno, tanto embromó con eso el loco P. que medio me sugestionó. ¿Y si tiene razón
y cuando sale lo matan? El día que sale lo voy a buscar, lo saco, salimos, lo invito a comer. Salía de
Devoto; por ahí por Juan B. Justo comimos en una pizzería. El tipo miraba la pizzería y decía “esto
parece un cabarute” (risas) Sí, era una pizzería.
PGA: ¿Qué había estado, veinte años adentro?
APARICIO: ¡Treinta!... Lo llevo a la casa. Vivía entre Mataderos y Floresta Sur. La madre, una vie-
jita y una hermana grande solterona ¡Esperándonos para comer! Tuvimos que comer de vuelta en la
casa. Bueno, todo bien, todo fenómeno, digo “P., le doy el teléfono de mi casa, mañana llámeme para
ver cómo está”. “Si pasa algo, digo, llámeme”. Bueno, me olvido de él y el sábado a las seis de la tarde
empiezo a pensar “éste no me llamó, ¿no lo habrá agarrado la policía en serio?”. Bueno, tomo el auto
y me voy hasta Floresta. Y me lo encuentro sentado en el umbral de la casita. Le digo “¡Pero después
de que tanto me jorobó le digo que me llame y usted no me llama! ¡Qué desconsiderado!”. “No se
enoje, no se enoje, hice todo lo posible…”; “No me diga que hizo todo lo posible”; “¡Veinte teléfonos
públicos! Me fui caminando hasta Mataderos, pero no anda ningún teléfono público”; “¡¿Cómo no
anda ninguno de veinte teléfonos?!”; “¡Sí!” dice “Yo voy con la moneda, pongo la moneda, levanto
el tubo y no puedo hablar” (risas) No sé si ustedes se acuerdan de que antiguamente en los teléfonos
públicos tenías que levantar el tubo y poner la moneda.
PO: Claro…
APARICIO: A mí lo único que no se me había ocurrido era explicarle cómo funcionaban los
teléfonos públicos ahora. Claro, él había visto la época en la que se pedía el teléfono en el almacén.
Bueno, esa pequeña anécdota te pinta lo que es el problema. Otra cosa, te parás frente de Devoto,
por ejemplo, ves a las doce del mediodía a los que salen, egresan…y ves el timing para cruzar la calle.
Puede ser que el auto esté a una cuadra y no cruza. O puede ser que esté a veinte metros y se larga.
Porque él perdió el timing O sea, ese pequeño ejemplo es el ejemplo de la des-socialización que pro-
voca la cárcel. Que para eso es lo que sirve la progresividad, que beneméritamente desde el año 2000
hasta acá la venimos destruyendo.
PO: La Ley de Ejecución se mete con eso.
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APARICIO: La Ley de Ejecución mantenía la progresividad, los que se meten con eso fueron
las reformas del 2003, 2006…y las de ahora, la de hace veinte días que dice que para determinados
delitos no hay ni salidas transitorias ni libertad condicional.
PO: Claro, atentan contra el régimen de progresividad.
APARICIO: Pero es que es un disparate, porque fijáte vos, Hernán, en el Código Penal de 1921,
no se establecía diferencia de delitos en la libertad condicional. Y en el 2017, decimos “Por lo que vos
hiciste hace veinte años, no te voy a dar esto”. O sea esto está diciendo que todo lo que es la cárcel
no sirve para nada. Que todo lo que es la experiencia del condenado no sirvió para nada. O sea, es la
negación de la lógica. O sea casi diríamos que es más o menos decir “¿Por qué no le pegás un tiro?”. Si
vos no creés que va a cambiar, que no va a modificarse, que nadie va a hacer nada, aunque sea por un
factor que quizá es uno de los que más incide en la reincidencia o no, aunque sea por el aumento de la
edad. Yo tengo un cuadro estadístico que lo debo haber sacado de las estadísticas que elabora Hernán;
tomando desde los dieciséis años hasta los ochenta y tres de edad, el cincuenta y cinco por ciento
de todas las condenas se producen entre los dieciocho y los veinticinco años. Cincuenta por ciento.
Que eso me indica algo así como que después de los treinta años nadie tiene ganas de ir a la cárcel.
La charla continuó con algunas anécdotas de su etapa de gestión y departiendo sobre temas de ac-
tualidad. Como surge de algunas apreciaciones del Dr. Aparicio, muy pocos días antes del encuentro
se había sancionado una sustancial modificación a la ley 24.660 que echaba por tierra con gran parte
de la idea de progresividad que tan fuertemente había sido impulsada por la citada norma, específi-
camente en lo atinente a las salidas transitorias.
Esto no hace más que confirmar cómo los vaivenes políticos tienen influencia en las normas pena-
les y en esa difícil relación entre la gestión administrativa y la política, algo de lo que el Dr. Aparicio,
tal como constatamos en esta charla, tiene mucho para contar.
Julio Enrique Ángel Aparicio –licenciado en Criminología, doctor en Servicio Social entre otros
títulos de posgrado– se define a sí mismo como criminólogo y dedicó su vida a temas criminológicos
y penitenciarios.
Fue director del Patronato de Liberados de Buenos Aires durante más de una década y se des-
empeñó en diferentes cargos de la Secretaría de Estado de Política Criminal, Penitenciaria y de
Readaptación Social del Ministerio de Justicia de la República Argentina. Fue también miembro
de la prestigiosa Fundación Internacional Penal y Penitenciaria (órgano consultor de las Naciones
Unidas), consultor en Política Criminal por el Banco Interamericano de Desarrollo y fue designado
“Experto en Prevención del Delito” por la Organización de Estados Americanos.
-177- Revista de Historia de las Prisiones nº6 (Enero-Junio 2018), pp. 159-178
INIHLEP - ISSN: 2451-6473
Conversaciones en torno al régimen de ejecución de la pena
-178- Revista de Historia de las Prisiones nº6 (Enero-Junio 2018), pp. 159-178
INIHLEP - ISSN: 2451-6473