César Vallejo - Obras Completas
César Vallejo - Obras Completas
César Vallejo - Obras Completas
César Vallejo
(primera edición 1918)
Portada de la edición príncipe de Los Heraldos Negros,
Lima 1918. Los poemas de este libro fueron escritos en
su mayor parte en Trujillo, cuando Vallejo era
integrante del «Grupo Norte» fundado por Antenor
Orrego, Alcides Spelucín, José Eulogio Garrido y Víctor
Raúl Haya de la Torre.
César Vallejo inició su actividad literaria como integrante del «Grupo Norte» de Trujillo.
Estos son algunos de sus fundadores. De pie: Luis Ferrer, Federico Esquerre Cedrón,
Antenor Orrego, Alcides Spelucín, Gonzalo Zumarán. Sentados: José Eulogio Garrido, Juvenal
Chávarry, Domingo Parra del Riego, César Vallejo, Santiago Martín y Óscar Imaña.
2
Qui potest capere capiat
EL EVANGELIO
3
Los heraldos negros
4
PLAFONES ÁGILES
5
Deshojación sagrada
6
Comunión
7
Nervazón de angustia
8
Bordas de hielo
9
Nochebuena
10
Ascuas
11
Medialuz
A lo largo de un muelle...
Y a lo largo de un cuello que se ahoga!
12
Sauce
13
Ausente
14
Avestruz
15
Bajo los álamos
16
BUZOS
17
La araña
18
Babel
19
Romería
20
El palco estrecho
21
DE LA TIERRA
22
¿..................
Y si tú me quisieras?
La sombra sufriría
justos fracasos en tus niñas monjas.
Culebrean latigazos,
cuando el can ama a su dueño?
-No; pero la luz es nuestra.
Estás enfermo... Vete... Tengo sueño!
23
El poeta a su amada
24
Verano
25
Setiembre
26
Heces
27
Impía
28
La copa negra
29
Deshora
30
Fresco
31
Yeso
Amada! Y cantarás;
y ha de vibrar el femenino en mi alma,
como en una enlutada catedral.
32
NOSTALGIAS IMPERIALES
33
I
34
II
35
III
36
IV
37
Hojas de ébano
Fulge mi cigarrillo;
su luz se limpia en pólvoras de alerta.
Y a su guiño amarillo
entona un pastorcillo
el tamarindo de su sombra muerta.
Y la abuela amargura
de un cantar neurasténico de paria
¡oh, derrotada musa legendaria!
afila sus melódicos raudales
bajo la noche oscura;
como si abajo, abajo,
en la turbia pupila de cascajo
de abierta sepultura,
celebrando perpetuos funerales,
se quebrasen fantásticos puñales.
38
Terceto autóctono
39
II
40
III
41
Oración del camino
42
Huaco
Un fermento de Sol;
¡levadura de sombra y corazón!
43
Mayo
Delante de la choza
el indio abuelo fuma;
y el serrano crepúsculo de rosa,
44
el ara primitiva se sahúma
en el gas del tabaco.
Tal surge de la entraña fabulosa
de epopéyico huaco,
mítico aroma de broncíneos lotos,
el hilo azul de los alientos rotos!
45
Aldeana
Al portón de la casa
que el tiempo con sus garras torna ojosa,
asoma silenciosa
y al establo cercano luego pasa,
la silueta calmosa
de un buey color de oro,
que añora con sus bíblicas pupilas,
oyendo la oración de las esquilas,
su edad viril de toro!
Al muro de la huerta,
aleteando la pena de su canto
salta un gallo gentil, y, en triste alerta,
cual dos gotas de llanto,
tiemblan sus ojos en la tarde muerta!
Lánguido se desgarra
en la vetusta aldea
el dulce yaraví de una guitarra
en cuya eternidad de hondo quebranto
la triste voz de un indio dondonea,
como un viejo esquilón de camposanto.
De codos yo en el muro,
cuando triunfa en el alma el tinte oscuro
y el viento reza en los ramajes yertos
llantos de quenas, tímidos, inciertos,
suspiro una congoja,
al ver que en la penumbra gualda y roja
llora un trágico azul de idilios muertos!
46
Idilio muerto
47
TRUENOS
48
En las tiendas griegas
Y el Alma se asustó
a las cinco de aquella tarde azul desteñida.
El labio entre los linos la imploró
con pucheros de novia para su prometido.
49
Ágape
He salido a la puerta,
y me da ganas de gritar a todos:
Si echan de menos algo, aquí se queda!
50
La voz del espejo
51
Rosa blanca
52
La de a mil
53
El pan nuestro
54
Absoluta
55
Desnudo en Barro
56
Capitulación
57
Líneas
58
Amor prohibido
59
La Cena Miserable
60
Para el Alma Imposible de mi Amada
61
El tálamo eterno
62
Las piedras
Y si algunas de ellas se
van cabizbajas, o van
avergonzadas, es que
algo de humano harán…
63
Retablo
64
Pagana
65
Los dados eternos
66
Los Anillos Fatigados
67
Santoral
(Parágrafos)
68
Lluvia
69
Amor
70
Dios
71
Unidad
72
Los arrieros
73
CANCIONES DEL HOGAR
74
Encaje de fiebre
75
Los pasos lejanos
76
A mi hermano Miguel
In memoriam
Ahora yo me escondo,
como antes, todas estas oraciones
vespertinas, espero que tú no des conmigo.
Por la sala, el zaguán, los corredores.
Después, te ocultas tú, y yo no doy contigo.
Me acuerdo que nos hacíamos llorar,
hermano, en aquel juego.
Miguel, tú te escondiste
una noche de agosto, al alborear;
pero, en vez de ocultarte riendo, estabas triste.
Y tú gemelo corazón de esas tardes
extintas se ha aburrido de no encontrarte. Y ya
cae sombra en el alma.
77
Enereida
Mi padre, apenas,
en la mañana pajarina, pone
sus setentiocho años, sus setentiocho
ramos de invierno a solear.
El cementerio de Santiago, untado
en alegre año nuevo, está a la vista.
Cuántas veces sus pasos cortaron hacia él,
y tornaron de algún entierro humilde.
78
Espergesia
Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Hay un vacío
en mi aire metafísico
que nadie ha de palpar:
el claustro de un silencio
que habló a flor de fuego.
Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo,
grave.
79
La noche de la primera lectura del poema «Los Heraldos negros». Fue el 10 de junio de
1917 en casa de Macedonio de la Torre, durante una velada que incluyó el estreno de piezas
musicales de Carlos Valderrama así como la exhibición de pinturas y esculturas de
Macedonio.
Están sentados de izquierda a derecha: José Eulogio Garrido, Ignacio Meave Seminario,
Carlos Ottone, el cónsul de Chile, Luis Romero Losada y el barítono Miguel Antón.
De pie vemos: [un desconocido], Antenor Orrego, [desconocido], Alcides Spelucín,
[desconocido], Eloy Espinoza, [dos desconocidos], Carlos Valderrama, Carlos Rosse,
Macedonio de la Torre, [tres desconocidos], Federico Esquerre, Fabián Meléndez, José
Agustín Haya, Raúl de la Rosa, [desconocido], José Félix de la Puente, Óscar Imaña,
Domingo López de la Torre y César Vallejo.
80
Trilce
César Vallejo
(primera edición 1922)
1
Carátulas de diversas ediciones de Trilce.
2
I
Y la península párase
por la espalda, abozaleada, impertérrita
en la línea mortal del equilibrio.
3
II
Tiempo Tiempo.
Era Era.
Mañana Mañana.
Nombre Nombre.
4
III
5
IV
6
V
Ah grupo bicardiaco.
7
VI
Y si supiera si ha de volver;
y si supiera qué mañana entrará
a entregarme las ropas lavadas, mi aquella
lavandera del alma. Qué mañana entrará
satisfecha, capulí de obrería, dichosa
de probar que sí sabe, que sí puede
¡COMO NO VA A PODER!
azular y planchar todos los caos.
8
VII
9
VIII
10
IX
11
X
12
XI
“Me he casado”,
me dice. Cuando lo que hicimos de niños
en casa de la tía difunta.
Se ha casado.
Se ha casado.
13
XII
14
XIII
Pienso en tu sexo.
Simplificado el corazón, pienso en tu sexo,
ante el hijar maduro del día.
Palpo el botón de dicha, está en sazón.
Y muere un sentimiento antiguo
degenerado en seso.
¡Odumodneurtse!
15
XIV
Cual mi explicación.
Esto me lacera de tempranía.
Absurdo.
Demencia
16
XV
17
XVI
18
XVII
Buena! Buena!
19
XVIII
20
XIX
21
XX
22
XXI
Y a la ternurosa avestruz
como que la ha querido, como que la ha adorado.
Pero ella se ha calzado todas sus diferencias.
23
XXII
24
XXIII
25
¿di, mamá?
26
XXIV
Lunes.
27
XXV
28
XXVI
29
Al calor de una punta
de pobre sesgo ESFORZADO,
la griega sota de oros tórnase
morena sota de islas,
cobriza sota de lagos
en frente a moribunda alejandría,
a cuzco moribundo.
30
XXVII
31
XXVIII
32
XXIX
33
XXX
34
XXXI
35
XXXII
999 calorías.
Rumbbb… Trrraprrr rrach… chaz
Serpentínica u del bizcochero
engirafada al tímpano.
1,000 calorías.
Azulea y ríe su gran cachaza
el firmamento gringo. Baja
el sol empavado y le alborota los cascos
al más frío.
36
XXXIII
37
XXXIV
38
XXXV
39
de una costura, a coserme el costado
a su costado,
a pegar el botón de esa camisa,
que se ha vuelto a caer. Pero hase visto!
40
XXXVI
41
¡Ceded al nuevo impar
potente de orfandad!
42
XXXVII
43
XXXVIII
44
XXXIX
45
XL
46
XLI
47
XLII
48
XLIII
49
XLIV
Oh pulso misterioso.
50
XLV
51
XLVI
52
XLVII
53
XLVIII
54
XLIX
55
de un gran caldo de alas con causas
y lindes fritas.
Y hasta el hueso!
56
L
57
LI
Mentira. Calla.
Ya está bien.
Como otras veces tú me haces esto mismo,
por eso yo también he sido así.
58
LII
59
dentilabial que vela en él.
60
LIII
61
LIV
62
LV
Vallejo dice hoy la Muerte está soldando cada lindero a cada hebra de
cabello perdido, desde la cubeta de un frontal, donde hay algas,
toronjiles que cantan divinos almácigos en guardia, y versos
antisépticos sin dueño.
63
LVI
64
LVII
Y el éste y el aquél.
65
LVIII
Le soplo al otro:
Vuelve, sal por la otra esquina;
apura… aprisa… apronta!
66
puñetazos a ninguno de ellos, quien, después,
todavía sangrando, lloraría: El otro sábado
te daré mi fiambre, pero
no me pegues!
Ya no le diré que bueno.
67
LIX
68
LX
Es de madera mi paciencia,
sorda, vegetal.
Y se apolilla mi paciencia,
y me vuelvo a exclamar: ¡Cuándo vendrá
el domingo bocón y mudo del sepulcro;
cuándo vendrá a cargar este sábado
de harapos, esta horrible sutura
del placer que nos engendra sin querer,
y el placer que nos DestieRRa!
69
LXI
70
Todos están durmiendo para siempre,
y tan de lo más bien, que por fin
mi caballo acaba fatigado por cabecear
a su vez, y entre sueños, a cada venia, dice
que está bien, que todo está muy bien.
71
LXII
Alfombra
Cuando vayas al cuarto que tú sabes,
entra en él, pero entorna con tiento la mampara
que tanto se entreabre,
casa bien los cerrojos, para que ya no puedan
volverse otras espaldas.
Corteza
Y cuando salgas, di que no tardarás
a llamar al canal que nos separa:
fuertemente cogido de un canto de tu suerte,
te doy inseparable,
y me arrastras de borde de tu alma.
Almohada
Y sólo cuando hayamos muerto ¡quién sabe!
Oh nó. Quién sabe!
entonces nos habremos separado.
Mas si, al cambiar el paso, me tocase a mí
la desconocida bandera, te he de esperar allá,
en la confluencia del soplo y el hueso,
como antaño,
como antaño en la esquina de los novios
ponientes de la tierra.
72
LXIII
73
LXIV
Oh valle sin altura madre, donde todo duerme horrible mediatinta, sin
ríos frescos, sin entradas de amor. Oh voces y ciudades que pasan
cabalgando en un dedo tendido que señala a calva Unidad. Mientras
pasan, de mucho en mucho, gañanes de gran costado sabio, detrás
de las tres tardas dimensiones.
(No, hombre!)
74
LXV
75
Así, muerta inmortal.
Así.
76
LXVI
77
LXVII
78
LXVIII
79
LXIX
80
LXX
Todos sonríen del desgaire con que voyme a fondo, celular de comer
bien y bien beber.
81
LXXI
82
LXXII
83
LXXIII
84
LXXIV
85
LXXV
Estáis muertos.
Estáis muertos.
86
LXXVI
87
LXXVII
88
Poemas humanos
César Vallejo
(primera edición 1939)
Primera Parte
¡Completamente!
Un hombre está mirando a una mujer…
¡Todo, la parte!
Unto a ciegas en luz mis calcetines,
en riesgo, la gran paz de este peligro,
y mis cometas, en la miel pensada,
el cuerpo, en miel llorada.
Craneados de labor,
y calzados de cuero de vizcacha
calzados de senderos infinitos,
y los ojos de físico llorar,
creadores de la profundidad,
saben, a cielo intermitente de escalera,
bajar mirando para arriba,
saben subir mirando para abajo.
En su estatua, de espada,
Voltaire cruza su capa y mira el zócalo,
pero el sol me penetra y espanta de mis dientes incisivos
un número crecido de cuerpos inorgánicos.
Función de fuerza
sorda y de zarza ardiendo,
paso de palo,
gesto de palo,
acápites de palo,
la palabra colgando de otro palo.
Silbando a tu muerte,
sombrero a la pedrada,
blanco, ladeas a ganar tu batalla de escaleras,
soldado del tallo, filósofo de grano, mecánico del sueño.
(¿Me percibes, animal?
¿me dejo comparar como tamaño?
No respondes y callado me miras
a través de la edad de tu palabra).
Ahora vestiríame
de músico por verle,
chocaría con su alma, sobándole el destino con mi mano,
le dejaría tranquilo, ya que es un alma a pausas,
en fin, le dejaría
posiblemente muerto sobre su cuerpo muerto.
Plenitud inextensa,
alcance abstracto, venturoso, de hecho,
glacial y arrebatado, de la llama;
freno del fondo, rabo de la forma.
Pero aquello
para lo cual nací ventilándome
y crecí con afecto y drama propios,
mi trabajo rehúsalo,
mi sensación y mi arma lo involucran.
Es la vida y no más, fundada, escénica.
Es idiota
ese método de padecimiento,
esa luz modulada y virulenta,
si con sólo la calma haces señales
serias, características, fatales.
Esto
sucedió entre dos párpados; temblé
en mi vaina, colérico, alcalino,
parado junto al lúbrico equinoccio,
al pie del frío incendio en que me acabo.
I, desgraciadamente,
el dolor crece en el mundo a cada rato,
crece a treinta minutos por segundo, paso a paso,
y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces
y la condición del martirio, carnívora, voraz,
es el dolor dos veces
y la función de la yerba purísima, el dolor
dos veces
y el bien de sér, dolernos doblemente.
Considerando
que el hombre procede suavemente del trabajo
y repercute jefe, suena subordinado;
que el diagrama del tiempo
es constante diorama en sus medallas
y, a medio abrir, sus ojos estudiaron,
desde lejanos tiempos,
su fórmula famélica de masa…
Considerando también
que el hombre es en verdad un animal
y, no obstante, al voltear, me da con su tristeza en la cabeza…
Examinando, en fin,
sus encontradas piezas, su retrete,
su desesperación, al terminar el día atroz, borrándolo…
Comprendiendo
que él sabe que le quiero,
que le odio con afecto y me es, en suma, indiferente…
El placer de sufrir,
de esperar esperanzas en la mesa,
el domingo con todos los idiomas,
el sábado con horas chinas, belgas,
la semana, con dos escupitajos.
¡Qué deber,
qué cortar y qué tajo,
de memoria a memoria, en la pestaña!
¡Cuanto más amarillo, más granate!
¡Cuánto catorce en un solo catorce!
Adonde vaya,
lejos de sus fragosos, cáusticos talones,
lejos del aire, lejos de su viaje,
a fin de huir, huir y huir y huir
de sus pies —hombre en dos pies, parado
de tánto huir— habrá sed de correr.
Sé el día,
pero el sol se me ha escapado;
sé el acto universal que hizo en su cama
con ajeno valor y esa agua tibia, cuya
superficial frecuencia es una mina.
¿Tan pequeña es, acaso, esa persona,
que hasta sus propios pies así la pisan?
De disturbio en disturbio
subes a acompañarme a estar solo;
yo lo comprendo andando de puntillas,
con un pan en la mano, un camino en el pie
y haciendo, negro hasta sacar espuma,
mi perfil su papel espeluznante.
París, y 4, y 5, y la ansiedad
colgada, en el calor, de mi hecho muerto.
¡C’est París reine du monde!
Es como si se hubieran orinado.
Y si vi en la lesión de la respuesta,
claramente,
la lesión mentalmente de la incógnita,
si escuché, si pensé en mis ventanillas
nasales, funerales, temporales,
fraternalmente,
piadosamente echadme a los filósofos.
Y aun
alcanzo, llego hasta mí en avión de dos asientos,
bajo la mañana doméstica y la bruma
que emergió eternamente de un instante.
Y todavía,
aun ahora,
al cabo del cometa en que he ganado
mi bacilo feliz y doctoral,
he aquí que caliente, oyente, tierro, sol y luno,
incógnito atravieso el cementerio,
tomo a la izquierda, hiendo
la yerba con un par de endecasílabos,
años de tumba, litros de infinito,
tinta, pluma, ladrillos y perdones.
Acaba de pasar el que vendrá…
Acaba
de expresarme su duda sobre hipótesis lejanas
que él aleja, aún más, con la mirada.
Encogido,
oí desde mis hombros
su sosegada producción,
cave los albañales sesgar sus trece huesos,
dentro viejo tornillo hincharse el plomo.
Sus paujiles picos,
pareadas palomitas,
las póbridas, hojeándose los hígados,
sobrinas de la nube… Vida! Vida! Esta es la vida!
Su elemental cadena,
sus viajes de individuales pájaros viajeros,
echaron humo denso,
pena física, pórtico influyente.
Ahora,
entre nosotros, trae
por la mano a tu dulce personaje
y cenemos juntos y pasemos un instante la vida
a dos vidas y dando una parte a nuestra muerte.
Ahora, ven contigo, hazme el favor
de cantar algo
y de tocar en tu alma, haciendo palmas.
¡Hasta cuando volvamos! ¡Hasta entonces!
¡Hasta cuando partamos, despidámonos!
¿Qué me da, que me azoto con la línea…
Relátate agarrándote
de la cola del fuego y a los cuernos
en que acaba la crin su atroz carrera;
rómpete, pero en círculos;
fórmate, pero en columnas combas;
descríbete atmosférico, sér de humo,
a paso redoblado de esqueleto.
Y no me digan nada,
que uno puede matar perfectamente,
ya que, sudando tinta,
uno hace cuanto puede, no me digan…
Señores,
caballeros, volveremos a vernos sin paquetes;
hasta entonces exijo, exijiré de mi flaqueza
el acento del día, que,
según veo, estuvo ya esperándome en mi lecho.
Y exijo del sombrero la infausta analogía del recuerdo,
ya que, a veces, asumo con éxito mi inmensidad llorada,
ya que, a veces, me ahogo en la voz de mi vecino
y padezco
contando en maíces los años,
cepillando mi ropa al son de un muerto
o sentado borracho en mi ataúd…
En suma, no poseo para expresar mi vida
Ya va a venir el día; da
cuerda a tu brazo, búscate debajo
del colchón, vuelve a pararte
en tu cabeza, para andar derecho.
Ya va a venir el día, ponte el saco.
Ya va a venir el día;
la mañana, la mar, el meteoro, van
en pos de tu cansancio, con banderas,
y, por tu orgullo clásico, las hienas
cuentan sus pasos al compás del asno,
la panadera piensa en ti,
el carnicero piensa en ti, palpando
el hacha en que están presos
el acero y el hierro y el metal; jamás olvides
que durante la misa no hay amigos.
Ya va a venir el día, ponte el sol.
Ya viene el día; dobla
el aliento, triplica
tu bondad rencorosa
y da codos al miedo, nexo y énfasis,
pues tú, como se observa en tu entrepierna y siendo
el malo ¡ay! inmortal,
has soñado esta noche que vivías
de nada y morías de todo...
El acento me pende del zapato…
De otra manera,
fueran lluvia menuda los soldados
y ni cuadrada pólvora, al volver de los bravos desatinos,
y ni letales plátanos; tan sólo
un poco de patilla en la silueta.
De otra manera, caminantes suegros,
cuñados en misión sonora,
yernos por la vía ingratísima del jebe,
toda la gracia caballar andando
puede fulgir esplendorosamente!
¡Oh botella sin vino! ¡Oh vino que enviudó de esta botella!
Tarde cuando la aurora de la tarde
flameó funestamente en cinco espíritus.
Viudez sin pan ni mugre, rematando en horrendos metaloides
y en células orales acabando.
Tú y él y ellos y todos,
sin embargo,
entraron a la vez en mi camisa,
en los hombros madera, entre los fémures, palillos;
tú particularmente,
habiéndome influido;
él, fútil, colorado, con dinero
y ellos, zánganos de ala de otro peso.
¡Oh botella sin vino! ¡oh vino que enviudó de esta botella!
Al fin, un monte…
Al fin, un monte
detrás de la bajura; al fin, humeante nimbo
alrededor, durante un rostro fijo.
¡Pasar
abrazado a mis brazos,
destaparme después o antes del corcho!
Monte que tántas veces manara
oración, prosa fluvial de llanas lágrimas;
monte bajo, compuesto de suplicantes gradas
y, más allá, de torrenciales torres;
niebla entre el día y el alcohol del día,
caro verdor de coles, tibios asnos
complementarios, palos y maderas;
filones de gratuita plata de oro.
Quiere y no quiere su color mi pecho…
Ardiendo, comparando,
viviendo, enfureciéndose,
golpeando, analizando, oyendo, estremeciéndose,
muriendo, sosteniéndose, situándose, llorando…
Inatacablemente, impunemente,
negramente, husmeará, comprenderá;
vestirase oralmente;
inciertamente irá, acobardarase, olvidará.
¿Y bien? ¿Te sana el metaloide pálido?…
Monumental adarme,
féretro numeral, los de mi deuda,
los de mi deuda, cuando caigo altamente,
ruidosamente, amoratadamente.
Al fondo, es hora,
entonces, de gemir con toda el hacha
y es entonces el año del sollozo,
el día del tobillo,
la noche del costado, el siglo del resuello.
Cualidades estériles, monótonos satanes,
del flanco brincan,
del ijar de mi yegua suplente;
pero, donde comí, cuánto pensé!
pero cuánto bebí donde lloré!
Yo todavía
compro “du vin, du lait, comptant les sous”
bajo mi abrigo, para que no me vea mi alma,
bajo mi abrigo aquel, querido Alfonso,
y bajo el rayo simple de la sien compuesta;
yo todavía sufro, y tú, ya no, jamás, hermano!
(Me han dicho que en tus siglos de dolor,
amado sér,
amado estar,
hacías ceros de madera. ¿Es cierto?)
¡Amado sea
el que tiene hambre o sed, pero no tiene
hambre con qué saciar toda su sed,
ni sed con qué saciar todas sus hambres!
Y, en lógica aromática,
tengo ese miedo práctico, este día
espléndido, lunar, de ser aquél, éste talvez,
a cuyo olfato huele a muerto el suelo,
el disparate vivo y el disparate muerto.
La inmensidad persíguela
a distancia superficial, a un vasto eslabonazo.
Hoy le salió a la pobre vecina del viento,
en la mejilla, norte, y en la mejilla, oriente;
hoy le ha entrado una astilla.
No olvidar ni recordar
que por mucho cerrarla, robáronse la puerta,
y de sufrir tan poco estoy muy resentido,
y de tánto pensar, no tengo boca.
Al revés de las aves del monte…
Todo esto
agítase, ahora mismo,
en mi vientre de macho extrañamente.
Dulzura por dulzura corazona!…
Debajo de ti y yo,
tú y yo, sinceramente,
tu candado ahogándose de llaves,
yo ascendiendo y sudando
y haciendo lo infinito entre tus muslos.
(El hotelero es una bestia,
sus dientes, admirables; yo controlo
el orden pálido de mi alma:
señor, allá distante… paso paso… adiós, señor…)
Costilla de mi cosa,
dulzura que tú tapas sonriendo con tu mano;
tu traje negro que se habrá acabado,
amada, amada en masa,
¡qué unido a tu rodilla enferma!
Habiendo atravesado
quince años; después, quince, y, antes, quince,
uno se siente, en realidad, tontillo,
es natural, por lo demás ¡qué hacer!
¿Y qué dejar de hacer, que es lo peor?
Sino vivir, sino llegar
a ser lo que es uno entre millones
de panes, entre miles de vinos, entre cientos de bocas,
entre el sol y su rayo que es de luna
y entre la misa, el pan, el vino y mi alma
2
El buen sentido
Hay, madre, un sitio en el mundo, que se llama París. Un sitio muy grande y lejano y
otra vez grande.
Mi madre me ajusta el cuello del abrigo, no porque empieza a nevar, sino para que
empiece a nevar.
Mi madre está confesa de mí, nombrada de mí. ¿Cómo no da otro tanto a mis otros
hermanos? A Víctor, por ejemplo, el mayor, que es tan viejo ya, que las gentes dicen:
¡Parece hermano menor de su madre! ¡Fuere porque yo he viajado mucho! ¡Fuere
porque yo he vivido más!
Mi madre acuerda carta de principio colorante a mis relatos de regreso. Ante mi vida
de regreso, recordando que viajé durante dos corazones por su vientre, se ruboriza y
se queda mortalmente lívida, cuando digo, en el tratado del alma: Aquella noche fui
dichoso. Pero, más se pone triste; más se pusiera triste.
Mi adiós partió de un punto de su ser, más externo que el punto de su ser al que
retorno. Soy, a causa del excesivo plazo de mi vuelta, más el hombre ante mi madre
que el hijo ante mi madre. Allí reside el candor que hoy nos alumbra con tres llamas.
Le digo entonces hasta que me callo:
—Hay, madre, en el mundo un sitio que se llama París. Un sitio muy grande y muy
lejano y otra vez grande.
3
La violencia de las horas
Murió el cura Santiago, a quien placía le saludasen los jóvenes y las mozas,
respondiéndoles a todos, indistintamente: “Buenos días, José! Buenos días, María!”
Murió aquella joven rubia, Carlota, dejando un hijito de meses, que luego también
murió a los ocho días de la madre.
Murió mi tía Albina, que solía cantar tiempos y modos de heredad, en tanto cosía en
los corredores, para Isidora, la criada de oficio, la honrosísima mujer.
Murió Lucas, mi cuñado en la paz de las cinturas, de quien me acuerdo cuando llueve
y no hay nadie en mi experiencia.
Murió el músico Méndez, alto y muy borracho, que solfeaba en su clarinete tocatas
melancólicas, a cuyo articulado se dormían las gallinas de mi barrio, mucho antes de
que el sol se fuese.
4
Lánguidamente su licor
—Tocan a la puerta! —dijo toda mi madre, tocándose las entrañas a trastes infinitos,
sobre toda la altura de quien viene.
Y, sin esperar la venia maternal, fuera Miguel, el hijo, quien salió a ver quién venia
así, oponiéndose a lo ancho de nosotros.
¡Qué diestra de subprefecto, la diestra del padrE, revelando, el hombre, las falanjas
filiales del niño! Podía así otorgarle las venturas que el hombre deseara más tarde.
Sin embargo:
Mamá debió llorar, gimiendo apenas la madre. Ya nadie quiso comer. En los labios
del padre cupo, para salir rompiéndose, una fina cuchara que conozco. En las
fraternas bocas, la absorta amargura del hijo, quedó atravesada.
Nadie la espantó. Y de espantarla, nadie dejó arrullarse por su gran calofrío maternal.
6
El momento más grave de la vida
Un hombre dijo:
—El momento más grave de mi vida estuvo en la batalla del Marne, cuando fui
herido en el pecho.
Y otro dijo:
Y otro dijo:
—El momento más grave de mi vida fue mi prisión en una cárcel del Perú.
Y otro dijo:
7
Las ventanas se han estremecido...
Las ventanas se han estremecido, elaborando una metafísica del universo. Vidrios
han caído. Un enfermo lanza su queja: la mitad por su boca lenguada y sobrante, y
toda entera, por el ano de su espalda.
Es el huracán. Un castaño del jardín de las Tullerías habrase abatido, al soplo del
viento, que mide ochenta metros por segundo. Capiteles de los barrios antiguos,
habrán caído, hendiendo, matando.
¿De qué punto interrogo, oyendo a ambas riberas de los océanos, de qué punto viene
este huracán, tan digno de crédito, tan honrado de deuda derecho a las ventanas del
hospital? Ay las direcciones inmutables, que oscilan entre el huracán y esta pena
directa de toser o defecar! Ay! las direcciones inmutables, que así prenden muerte en
las entrañas del hospital y despiertan células clandestinas a deshora, en los cadáveres.
Ignoro lo que será del enfermo esta mujer, que le besa y no puede sanarle con el
beso, le mira y no puede sanarle con los ojos, le habla y no puede sanarle con el
verbo. ¿Es su madre? ¿Y cómo, pues, no puede sanarle? ¿Es su amada? ¿Y cómo,
pues, no puede sanarle? ¿Es su hermana? ¿Y cómo, pues, no puede sanarle? ¿Es,
simplemente, una mujer? ¿Y cómo, pues, no puede sanarle? Porque esta mujer le ha
besado, le ha mirado, le ha hablado y hasta le ha cubierto mejor el cuello al enfermo
y ¡cosa verdaderamente asombrosa! no le ha sanado.
El cirujano ausculta a los enfermos horas enteras. Hasta donde sus manos cesan de
trabajar y empiezan a jugar, las lleva a tientas, rozando la piel de los pacientes, en
tanto sus párpados científicos vibran, tocados por la indocta, por la humana flaqueza
del amor. Y he visto a esos enfermos morir precisamente del amor desdoblado del
cirujano, de los largos diagnósticos, de las dosis exactas, del riguroso análisis de
orinas y excrementos. Se rodeaba de improviso un lecho con un biombo. Médicos y
enfermeros cruzaban delante del ausente, pizarra triste y próxima, que un niño
llenara de números, en un gran monismo de pálidos miles. Cruzaban así, mirando a
8
los otros, como si más irreparable fuese morir de apendicitis o neumonía, y no morir
al sesgo del paso de los hombres.
Sirviendo a la causa de la religión, vuela con éxito esta mosca, a lo largo de la sala. A
la hora de la visita de los cirujanos, sus zumbidos nos perdonan el pecho,
ciertamente, pero desarrollándose luego, se adueñan del aire, para saludar con genio
de mudanza, a los que van a morir. Unos enfermos oyen a esa mosca hasta durante el
dolor y de ellos depende, por eso, el linaje del disparo, en las noches tremebundas.
¿Cuánto tiempo ha durado la anestesia, que llaman los hombres? ¡Ciencia de Dios,
Teodicea! si se me echa a vivir en tales condiciones, anestesiado totalmente, volteada
mi sensibilidad para adentro! ¡Ah doctores de las sales, hombres de las esencias,
prójimos de las bases! Pido se me deje con mi tumor de conciencia, con mi irritada
lepra sensitiva, ocurra lo que ocurra aunque me muera! Dejadme dolerme, si lo
queréis, mas dejadme despierto de sueño, con todo el universo metido, aunque fuese
a las malas, en mi temperatura polvorosa.
En el mundo de la salud perfecta, se reirá por esta perspectiva en que padezco; pero,
en el mismo plano y cortando la baraja del juego, percute aquí otra risa de
contrapunto.
En la casa del dolor, la queja asalta síncopes de gran compositor, golletes de carácter,
que nos hacen cosquillas de verdad, atroces, arduas, y, cumpliendo lo prometido, nos
hielan de espantosa incertidumbre.
En la casa del dolor, la queja arranca frontera excesiva. No se reconoce en esta queja
de dolor, a la propia queja de la dicha en éxtasis, cuando el amor y la carne se
eximen de azor y cuando, al regresar, hay discordia bastante para el diálogo.
¿Dónde está, pues, el otro flanco de esta queja de dolor, si, a estimarla en conjunto,
parte ahora del lecho de un hombre?
De la casa del dolor parten quejas tan sordas e inefables y tan colmadas de tanta
plenitud que llorar por ellas sería poco, y sería ya mucho sonreír.
¡No es grato morir, señor, si en la vida nada se deja y si en la muerte nada es posible,
sino sobre lo que se deja en la vida!
¡No es grato morir, señor, si en la vida nada se deja y si en la muerte nada es posible,
sino sobre lo que se deja en la vida!
¡No es grato morir, señor, si en la vida nada se deja y si en la muerte nada es posible,
sino sobre lo que pudo dejarse en la vida!
9
Voy a hablar de la esperanza
Yo no sufro este dolor como César Vallejo. Yo no me duelo ahora como artista,
como hombre ni como simple ser vivo siquiera. Yo no sufro este dolor como
católico, como mahometano ni como ateo. Hoy sufro solamente. Si no me llamase
César Vallejo, también sufriría este mismo dolor. Si no fuese artista, también lo
sufriría. Si no fuese hombre ni ser vivo siquiera, también lo sufriría. Si no fuese
católico, ateo ni mahometano, también lo sufriría. Hoy sufro desde más abajo. Hoy
sufro solamente.
Me duelo ahora sin explicaciones. Mi dolor es tan hondo, que no tuvo ya causa ni
carece de causa. ¿Qué sería su causa? ¿Dónde está aquello tan importante, que dejase
de ser su causa? Nada es su causa; nada ha podido dejar de ser su causa. ¿A qué ha
nacido este dolor, por sí mismo? Mi dolor es del viento del norte y del viento del sur,
como esos huevos neutros que algunas aves raras ponen del viento. Si hubiera
muerto mi novia, mi dolor sería igual. Si la vida fuese, en fin, de otro modo, mi dolor
sería igual. Hoy sufro desde más arriba. Hoy sufro solamente.
Miro el dolor del hambriento y veo que su hambre anda tan lejos de mi sufrimiento,
que de quedarme ayuno hasta morir, saldría siempre de mi tumba una brizna de yerba
al menos. Lo mismo el enamorado. ¡Qué sangre la suya más engendrada, para la mía
sin fuente ni consumo!
Yo creía hasta ahora que todas las cosas del universo eran, inevitablemente, padres o
hijos. Pero he aquí que mi dolor de hoy no es padre ni es hijo. Le falta espalda para
anochecer, tanto como le sobra pecho para amanecer y si lo pusiesen en la estancia
oscura, no daría luz y si lo pusiesen en una estancia luminosa, no echaría sombra.
Hoy sufro suceda lo que suceda. Hoy sufro solamente.
10
Hallazgo de la vida
Nunca, sino ahora, ha habido vida. Nunca, sino ahora, han pasado gentes. Nunca,
sino ahora, ha habido casas y avenidas, aire y horizonte. Si viniese ahora mi amigo
Peyriet, le diría que yo no le conozco y que debemos empezar de nuevo. ¿Cuándo, en
efecto, le he conocido a mi amigo Peyriet? Hoy sería la primera vez que nos
conocemos. Le diría que se vaya y regrese y entre a verme, como si no me conociera,
es decir, por la primera vez.
¡Cuán poco tiempo he vivido! Mi nacimiento es tan reciente, que no hay unidad de
medida para contar mi edad. ¡Si acabo de nacer! ¡Si aún no he vivido todavía!
Señores: soy tan pequeñito, que el día apenas cabe en mí!
Nunca, sino ahora, oí el estruendo de los carros, que cargan piedras para una gran
construcción del boulevard Haussmann. Nunca, sino ahora, avancé paralelamente a
la primavera, diciéndola: «Si la muerte hubiera sido otra...». Nunca, sino ahora, vi la
luz áurea del sol sobre las cúpulas del Sacre-Coeur. Nunca, sino ahora, se me acercó
un niño y me miró hondamente con su boca. Nunca, sino ahora, supe que existía una
puerta, otra puerta y el canto cordial de las distancias.
11
Nómina de huesos
12
Una mujer
Una mujer de senos apacibles, ante los que la lengua de la vaca resulta una glándula
violenta. Un hombre de templanza, mandibular de genio, apto para marchar de dos a
dos con los goznes de los cofres. Un niño está al lado del hombre, llevando por el
revés, el derecho animal de la pareja.
¡Oh la palabra del hombre, libre de adjetivos y de adverbios, que la mujer declina en
su único caso de mujer, aun entre las mil voces de la Capilla Sixtina! ¡Oh la falda de
ella, en el punto maternal donde pone el pequeño las manos y juega a los pliegues,
haciendo a veces agrandar las pupilas de la madre, como en las sanciones de los
confesionarios!
Yo tengo mucho gusto de ver así al Padre, al Hijo y al Espiritusanto, con todos los
emblemas e insignias de sus cargos.
13
No vive ya nadie...
—No vive ya nadie en la casa —me dices—; todos se han ido. La sala, el dormitorio,
el patio, yacen despoblados. Nadie ya queda, pues que todos han partido.
Y yo te digo: Cuando alguien se va, alguien queda. El punto por donde pasó un
hombre, ya no está solo. Únicamente está solo, de soledad humana, el lugar por
donde ningún hombre ha pasado. Las casas nuevas están más muertas que las viejas,
por que sus muros son de piedra o de acero, pero no de hombres. Una casa viene al
mundo, no cuando la acaban de edificar, sino cuando empiezan a habitarla. Una casa
vive únicamente de hombres, como una tumba. De aquí esa irresistible semejanza
que hay entre una casa y una tumba. Sólo que la casa se nutre de la vida del hombre,
mientras que la tumba se nutre de la muerte del hombre. Por eso la primera está de
pie, mientras que la segunda está tendida.
Todos han partido de la casa, en realidad, pero todos se han quedado en verdad. Y no
es el recuerdo de ellos lo que queda, sino ellos mismos. Y no es tampoco que ellos
queden en la casa, sino que continúan por la casa. Las funciones y los actos se van de
la casa en tren o en avión o a caballo, a pie o arrastrándose. Lo que continúa en la
casa es el órgano, el agente en gerundio y en círculo. Los pasos se han ido, los besos,
los perdones, los crímenes. Lo que continúa en la casa es el pie, los labios, los ojos,
el corazón. Las negaciones y las afirmaciones, el bien y el mal, se han dispersado. Lo
que continua en la casa, es el sujeto del acto.
14
Existe un mutilado...
Rostro muerto sobre el tronco vivo. Rostro yerto y pegado con clavos a la cabeza
viva. Este rostro resulta ser el dorso del cráneo, el cráneo del cráneo. Vi una vez un
árbol darme la espalda y vi otra vez un camino que me daba la espalda. Un árbol de
espaldas sólo crece en los lugares donde nunca nació ni murió nadie. Un camino de
espaldas sólo avanza por los lugares donde ha habido todas las muertes y ningún
nacimiento. El mutilado de la paz y del amor, del abrazo y del orden y que lleva el
rostro muerto sobre el tronco vivo, nació a la sombra de un árbol de espaldas y su
existencia transcurre a lo largo de un camino de espaldas.
Como el rostro está yerto y difunto, toda la vida psíquica, toda la expresión animal de
este hombre, se refugia, para traducirse al exterior, en el peludo cráneo, en el tórax y
en las extremidades. Los impulsos de su ser profundo, al salir, retroceden del rostro y
la respiración, el olfato, la vista, el oído, la palabra, el resplandor humano de su ser,
funcionan y se expresan por el pecho, por los hombros, por el cabello, por las
costillas, por los brazos y las piernas y los pies.
Mutilado del rostro, tapado del rostro, cerrado del rostro, este hombre no obstante,
está entero y nada le hace falta. No tiene ojos y ve y llora. No tiene narices y huele y
respira. No tiene oídos y escucha. No tiene boca y habla y sonríe. No tiene frente y
piensa y se sume en sí mismo. No tiene mentón y quiere y subsiste. Jesús conocía al
mutilado de la función, que tenía ojos y no veía y tenía orejas y no oía. Yo conozco
al mutilado del órgano, que ve sin ojos y oye sin orejas.
15
Algo te identifica…
Algo te identifica con el que se aleja de ti, y es la facultad común de volver: de ahí tu
más grande pesadumbre.
Algo te separa del que se queda contigo, y es la esclavitud común de partir: de ahí tus
más nimios regocijos.
16
Cesa el anhelo...
Cesa el anhelo, rabo al aire. De súbito, la vida amputa, en seco. Mi propia sangre me
salpica en líneas femeninas, y hasta la misma urbe sale a ver esto que se pára de
improviso.
—Qué ocurre aquí, en este hijo del hombre? —clama la urbe, y en una sala del
Louvre, un niño llora de terror a la vista del retrato de otro niño.
—Qué ocurre aquí, en este hijo de mujer? —clama la urbe, y a una estatua del siglo
de los Ludovico, le nace una brizna de yerba en plena palma de la mano.
17
¡Cuatro conciencias...
¡Cuatro conciencias
simultáneas enrédanse en la mía!
¡Si vierais cómo ese movimiento
apenas cabe ahora en mi conciencia!
¡Es aplastante! Dentro de una bóveda
pueden muy bien
adosarse, ya internas o ya externas,
segundas bóvedas, mas nunca cuartas;
mejor dicho, sí,
mas siempre y, a lo sumo, cual segundas.
No puedo concebirlo; es aplastante.
Vosotros mismos a quienes inicio en la noción
de estas cuatro conciencias simultáneas,
enredadas en una sola, apenas os tenéis
de pie ante mi cuadrúpedo intensivo.
¡Y yo que le entrevisto (Estoy seguro)!
18
Entre el dolor y el placer...
19
En el momento en que el tenista...
20
Me estoy riendo
21
He aquí que hoy saludo...
22
Lomo de las sagradas escrituras
23
España, aparta de mí este cáliz
César Vallejo
(primera edición 1940)
El poeta César Vallejo en 1935. Retrato de Vallejo hecho por Picasso para la
primera edición de España aparta de mí este cáliz (1940). Guernica (1937), obra
de Pablo Picasso que denuncia la barbarie del bombardeo de dicha ciudad vasca
por aeronaves alemanas e italianas en apoyo del franquismo.
1
Afiches republicanos de 1936, el segundo de ellos en catalán. Un grupo
de combatientes republicanos defendiendo Barcelona en 1937 y
compartiendo la lectura de La Batalla, órgano del POUM (Partido Obrero
de Unificación Marxista) dirigido por Andreu Nin.
2
I
¡Voluntarios,
por la vida, por los buenos, matad
a la muerte, matad a los malos!
¡Hacedlo por la libertad de todos,
del explotado y del explotador,
por la paz indolora -la sospecho
cuando duermo al pie de mi frente
y más cuando circulo dando voces-
y hacedlo, voy diciendo,
por el analfabeto a quien escribo,
por el genio descalzo y su cordero,
por los camaradas caídos,
sus cenizas abrazadas al cadáver de un camino!
6
II
Batallas
Hombre de Extremadura,
oigo bajo tu pie el humo del lobo,
el humo de la especie,
el humo del niño,
el humo solitario de dos trigos,
el humo de Ginebra, el humo de Roma, el humo de Berlín
y el de París y el humo de tu apéndice penoso
y el humo que, al fin, sale del futuro.
¡Oh vida! ¡oh tierra! ¡oh España!
¡Onzas de sangre,
metros de sangre, líquidos de sangre,
sangre a caballo, a pie, mural, sin diámetro,
sangre de cuatro en cuatro, sangre de agua
y sangre muerta de la sangre viva!
7
y hasta el ribazo, un hombre
y el mismo cielo, todo un hombrecito!
8
¡Y la pólvora fue, de pronto, nada,
cruzándose los signos y los sellos,
ya la explosión saliole al paso un paso,
y al vuelo a cuatro patas, otro paso
y al cielo apocalíptico, otro paso
y a los siete metales, la unidad,
sencilla. justa, colectiva, eterna!
10
III
11
Pedro Rojas, así, después de muerto,
se levantó, besó su catafalco ensangrentado,
lloró por España
y volvió a escribir con el dedo en el aire:
“¡Viban los compañeros! Pedro Rojas”.
Su cadáver estaba lleno de mundo.
12
IV
Ruegos de infantería,
en que el arma ruega del metal para arriba,
y ruega la ira, más acá de la pólvora iracunda.
Tácitos escuadrones que disparan,
con cadencia mortal, su mansedumbre,
desde un umbral, desde sí mismos, ¡ay! desde sí mismos.
Potenciales guerreros
sin calcetines al calzar el trueno,
satánicos, numéricos,
arrastrando sus títulos de fuerza,
migaja al cinto,
fusil doble calibre: sangre y sangre.
¡El poeta saluda al sufrimiento armado!
13
V
15
VI
16
VII
Camarada,
varios días el viento cambia de aire.
17
VIII
Aquí,
Ramón Collar,
prosigue tu familia soga a soga,
se sucede,
en tanto que visitas, tú, allá, a las siete espadas, en Madrid,
en el frente de Madrid.
19
X
Precisamente,
es la rama serena de la química,
la rama de explosivos en un pelo,
la rama de automóviles en frecuencia y adioses.
20
XI
21
XII
Masa
Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: “¡No mueras, te amo tanto!”
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
22
XIII
23
XIV
24
XV
Niños,
hijos de los guerreros, entretanto,
bajad la voz, que España está ahora mismo repartiendo
la energía entre el reino animal,
las florecillas, los cometas y los hombres.
¡Bajad la voz, que está
con su rigor, que es grande, sin saber
qué hacer, y está en su mano
la calavera hablando y habla y habla,
la calavera, aquella de la trenza,
la calavera, aquella de la vida!
26